Barrio Yungay Crónicas Del
Barrio Yungay Crónicas Del
Barrio Yungay Crónicas Del
III
LA CAPITAL SE EXTIENDE HACIA EL CAMINO
A VALPARAISO
EN 1840 la población de Santiago aumentaba de día en día, y la
ciudad comenzaba a extenderse hacia el poniente con la creación
del barrio Yungay.
Don Matías Cousiño dividió en manzanas su inmenso predio de
ultra Mapocho, llamado "El Arenal", que en la Colonia perteneció
tal vez al corregidor Zañartu. Cousiño dio en arriendo los terrenos
a multitud de gente, con la única obligación de que construyesen
allí sus casas. Más tarde vendió los sitios a los alquiladores.
Casi simultáneamente, la población se expandió entre el camino a
Valparaíso, prolongación de la calle San Pablo, y la Cañada o
Alameda. En esta parte se fundó a fines de 1839 el barrio
Yungay, en lo que entonces se denominaba "Llanito de Portales":
había tomado este nombre porque en esa área tenia su quinta de
recreo el señor Diego Portales Andía Irarrazaval, tío y suegro del
ministro organizador de la República don Diego Portales y
Palazuelos. Entonces la capital empezó a dilatarse, y dejó de ser
una aldea colonial.1
Este núcleo se dividió en manzanas vendidas a precios irrisorios:
don José Cumplido, por ejemplo, compró la quinta ubicada en
Santo Domingo esquina de Sotomayor, en la suma de seis
centavos la vara. En este sitio el señor Cumplido construyó sus
casas con los adobes fabricados en la antigua Plaza Portales,
después de Yungay o del Roto Chileno.
El "Llanito de Portales" alcanzó extraordinario progreso debido al
excesivo movimiento existente en el viejo camino real,
posteriormente denominado Valparaíso, y ahora calle de San
Pablo, que unía a la capital con el vecino puerto. En esta
carretera se acomodaban los traficantes para negociar sus
animales y mercaderías. Muy rápidamente, a ambos lados, se
edificaron ranchos de barro y paja, muchos de los cuales se
mantuvieron en pie hasta 1885. Tales viviendas daban a la ciudad
un aspecto tipico y pintoresco de aldea colonial.
La población se ensanchó tanto para el norte como para el sur.
Pero lo que más contribuyó a este adelanto fueron las numerosas
canchas de carreras, establecidas en el nuevo barrio de Santiago.
Don César Rossetti, con su memorión, recordaba por lo menos
tres: las de Portales, Andes y Cueto.
Al norte del camino a Valparaíso, había una grande extensión de
suelo, cuya propietaria doña Dolores Portales, y Larraín, cuñada y
prima del Ministro don Diego, esposa de don Juan Manuel
Palacios Puga, vendió los terrencs para edificar una población.
Esta señora vivía en el callejón de Los "Cachos". Tenía este
nombre, porque sus pobladores colocaban, en la parte superior
de las murallas, los cachos de los vacunos beneficiados en las
calles, las cuales estaban convertidas en verdaderos mataderos
públicos.
Las calles céntricas de la vieja capital del Mapocho, diseñadas de
oriente a poniente, poco a poco se extendieron hacia abajo, y dos
de ellas: las de Compañía y Catedral llegaron, muy pronto, a la
antigua Alameda de San Juan (Matucana). Desde la calle de las
Cenizas (San Martín) hacia el poniente, la de Catedral, se
denominaba de Santa Ana, por estar allí la antigua parroquia
edificada por Agustín Caballero, ingeniero español y aventajado
discípulo de Toesca.
1
Don César Rossetti afirmaba que este Diego Portales puede haber sido don Diego
Portales Andía Yrarrázaval, que casó en 1756 con doña Teresa Larraín Lecaros y fueron
padres de doña Josefa, esposa de su primo hermano el Ministro Diego Portales y
Palazuelos. No he podido comprobar, si en realidad fue don Diego Portales y A. I. el dueño
del "Llanito de Portales"; pero no sería raro porque todos los Portales tenían sus fincas en
este sector de Santiago, hacia a donde se extendió la ciudad.
Muchos santiaguinos comenzaron a adquirir propiedades en la
nueva población el año 1840, que sería en poco tiempo urbana y
de gran porvenir.
Aunque no había iglesias, ni escuelas, ni comercio alguno, ni
mucho menos cuartel de policía, la gente pugnaba por adquirir
terrenos en el nuevo sector, tan próximo a la parte céntrica de la
ciudad.
El barrio fue delineado por los ingenieros Jacinto Cueto y Juan de
la Cruz Sotomayor, este último era dueño de casi toda la nueva
"villita", y tenía su casa en la calle de la Catedral entre Esperanza
y Maipú.
FUNDACION DEL BARRIO YUNGAY
ALREDEDOR de la Plaza Portales, se ha venido formando este
barrio, que, hasta 1935, era una verdadera villa o pequeña
ciudad, dentro de la capital de Chile, distinta de todas las demás
poblaciones, por el aire provinciano típico, y el espíritu de
comunidad que reinaba entre sus moradores. Además, este
nuevo sector de Santiago contribuyó poderosamente a su
crecimiento. Augusto D'Halmar, en su novela JUANA LUCERO,
cree que, por sus costumbres y su independencia federalista,
constituye un pueblo aparte en la vida de la capital".
La plaza se delineó a raíz del triunfo de las armas chilenas en
Yungay; pero el paseo se denominó, hasta después de 1880,
"Plaza Portales", en honor del Ministro de este nombre, que tenía
su chacra en los terrenos denominados hoy Avda. Portales.
En contorno de la plaza Portales, comenzó a levantarse, desde
1841el barrio Yungay.
Apenas entró triunfalmente a Santiago, el general vencedor don
Manuel Bulnes, el Presidente Joaquín Prieto firmó el 5 de abril de
1839, el decreto que daba el nombre de Yungay al barrio situado
en el extremo nor-poniente del entonces sector rural de Santiago.
Yungay comenzaba en el deslinde que se extendía desde la
chacra del capitán Diego García de Cáceres, en la época del
gobernador Pedro de Villagra. Este límite, llamado desde 1553,
más o menos, "Cañada de García Cáceres", empezaba en el
punto denominado "Los Tambillos del Inca". En el siglo XVII, la
"Cañada de García Cáceres" tomó el nombre de "Calle de la
acequia de Negrete", y hoy se conoce por Avenida Brasil. El
barrio limitaba, hacia el poniente con la avenida San Juan,
llamada después del triunfo del 20 de enero de 1839, Alameda
Matucana y hoy solamente Avenida Matucana, Sin embargo, la
costumbre ha situado a Yungay en una área más estrecha, entre
las Avenidas Cumming y Matucana, y las calles Moneda y San
Pablo, y a estos confines me atendré en las presentes crónicas.
Uno de los grandes promotores del nuevo barrio fue el emigrado
argentino don Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), más
tarde Presidente de su patria (18631874).
Este escritor costumbrista y político célebre, según refiere él
mismo en el volumen XLIX de sus obras completas, llegó a Chile,
por primera vez en 1831, para escapar de la violenta persecución
de los federalistas. Ricardo A. Latcham, en su artículo "Sarmiento
periodista y costumbrista", recuerda que el literato y hombre
público rioplatense estuvo aquí doce veces.
El capitán Sarmiento fue maestro de una escuela rural,
bodeguero en Pocuro, empleado de comercio en Valparaíso y
mayordomo en las minas de Chañarcillo. Regresó a San Juan de
Argentina, su ciudad nativa, por haber sufrido un ataque cerebral
que le hizo perder la razón. Allí mejoró e inició su campaña contra
el federalismo; fue hecho prisionero y estuvo a punto de ser
fusilado a no mediar la intervención de su madre y hermana.
El 19 de septiembre de 1840, un piquete de soldados lo puso en
la frontera; y en enero de 1841, estaba de nuevo en Santiago.
Según cuenta don José Victorino Lastarria en sus RECUERDOS
LITERARIOS, Sarmiento vivía en un departamento del "tercer
piso de los portales de Sierra Bella, que estaba situado en el
ángulo de la calle Ahumada. Este era un salón cuadrado muy
espacioso; al centro una cama pobre y pequeña. A continuación
de ésta, había una larga fila de cuadernos a la rústica,
arrumbados en orden, como en un estante, y colocados sobre el
suelo enladrillado, en el cual no había estera ni alfombra: esos
cuadernos eran las entregas del DICCIONARIO DE LA
CONVERSACION que el emigrado cargaba consigo, como su
único tesoro, y que a los pocos días fue nuestro, mediante cuatro
onzas de oro, que él recibió como precio, para atender a sus
necesidades" 2.
José María Núñez había dicho a Lastarría que Sarmiento era
"muy raro". "El hombre realmente era raro, sus treinta y dos años
de edad parecían sesenta, por su calva frente, sus mejillas
carnosas, sueltas y afeitadas, su mirada fija, pero osada, a pesar
del apagado brillo de sus ojos, y por todo el conjunto de su
cabeza, que reposaba en un tronco obeso y casi encorvado. Pero
eran tales la viveza y la franqueza de la palabra de aquel joven
viejo, que su fisonomía se animaba con los destellos de un gran
espíritu, y se hacía simpática e interesante".
A Lastarria interesó vivamente la personalidad de Sarmiento; y en
pocos días, ambos escritores fueron íntimos amigos. El chileno
era seis años menor que el argentino; pero gemelos en el talento
y en los ideales políticos. Su joven amigo de este país, le ayudó a
fin de que fundara una escuela para ganarse la vida.
El emigrado era hombre provocativo, de poco tino y un tanto
excéntrico, por lo cual los chilenos, generalmente acertados para
poner sobrenombres, le apodaron el "loco Sarmiento".
2
Lastarria. RECUERDOS LXTERARI03. Santiago. 1885.
El 18 de enero de 1842, el Presidente Bulnes fundó la primera
Escuela Normal de Profesores o de Preceptores, como se decía
entonces, de la América Española, y confió la dirección a
Sarmiento. El nuevo establecimiento se abrió el 14 de junio de
1842 en casa del Director, en el mismo tercer piso del Portal de
Sierra Bella, con 42 alumnos. El joven exiliado no tenía idea de lo
que era una Escuela Normal, ni estaba preparado para hacer
clases; sin embargo, fue profesor de aritmética, partida doble,
gramática castellana, historia general, historia de Chile y
pedagogía práctica.
Tal vez en 1843, Sarmiento comenzó a tener amores con la
argentina, avecindada en Santiago, doña Benita Martínez
Pastoriso, esposa legítima de don Domingo Castro y Calvo. El 17
de abril de 1845, Benita tuvo un hijo de su amante, al cual por
decencia, bautizaron con el nombre de Domingo Fidel Castro.
Este niño chileno, hijo de padres argentinos, "por el derecho de la
madre era argentino", según dice Sarmiento en la VIDA DE
DOMINGUITO 3.
Parece que poco antes de nacer Domingo Fidel, Sarmiento
trasladó la Escuela a un edificio contiguo a la Quinta Normal. El
colegio se instaló en una casa ubicada en la Avenida Matucana
esquina de Compañía, y abarcaba toda la manzana ocupada hoy
por el Hospital de San Juan de Dios. El estilo arquitectónico del
nuevo local de la Escuela, era el mismo de todas las
construcciones chilenas de principios del siglo XIX: de un piso,
techo de tejas, ventanas cubiertas o protegidas por rejas de fierro,
y un pórtico con marco de piedra ornamentado que remataba en
un frontón cubierto bajo el alero del techo. En el centro estaban
escritas las iniciales E. N. de P. Escuela Normal de Preceptores.
Frente al amplio zaguán se encontraba la capilla que en aquel
tiempo no podía faltar en los establecimientos educativos.
La Escuela estuvo en ese edificio viejo hasta 1896; en seguida
pasó a ocuparlo el Hospital de Niños Roberto del Río, hasta 1940
más o menos. Después la vetusta casona fue demolida y en el
terreno se levantó el actual Hospital de San Juan de Dios,
El director explicaba el cambio de local, en estos términos: "Dos
objetos me propongo con esta elección: el primero, colocar la
escuela en un barrio apartado y que al mismo tiempo tenga la
bastante población para organizar la escuela de ejercicio; el
segundo, hacer que los alumnos maestros reciban lecciones de
agricultura práctica, para que se difundan en las escuelas del país
nociones sobre un ramo que debe mirarse como el principal de la
industria de Chile, y se consiga así ir uniendo a la instrucción de
la escuela una instrucción de aplicación".
3
Domingo F. Sarmiento. LA VIDA DE DOMINGUiTO, Tomo IV. Ediciones Culturales
Argentinas. Buenos Aües. 1962. Pág. 9.
No es probable que Sarmiento hubiese fijado su residencia en el
mismo edificio de la Escuela Normal, porque poco después de
haberla trasladado a Matucana, en octubre de 1845, el fundador
dejó la dirección del establecimiento. La residencia de Sarmiento
debió estar ubicacada en un sitio próximo a la Escuela si se
considera que Dominguito "pasó los primeros años de su tierna
infancia en una quinta de Yungay, pueblecillo a las afueras de
Santiago, entonces aislado de otras habitaciones, lo que dio a la
educación del niño un carácter particular, pasando sus horas en
estrecho contacto con sus padres, a falta de niños de la vecindad
con quienes solazarse" 4.
Sarmiento en ninguno de sus escritos ha dicho dónde estaba el
lugar preciso de la quinta en la cual moró.
En un artículo escrito por el emigrado argentino en EL
MERCURIO de Valparaíso, del 3 de abril de 1842, sobre "La
Villita de Yungay", e insertado posteriormente en RECUERDOS
DE PROVINCIA, el escritor refiere la fundación del barrio Yungay;
pero tampoco alude al lugar de su residencia. La tradición dice
que Sarmiento es uno de los grandes impulsadores del barrio
Yungay. En el artículo en cuestión, escribe "que al poniente de
Santiago y a una distancia, como diez a once cuadras de la Plaza
de Armas, había una finca de potreros pertenecientes a un señor
Sotomayor que para venderla con provecho, se propuso dividirla
en manzanas, que estuviesen a su vez subdivididas en sitios,
para dar un triple valor al terreno. La especulación ha tenido los
más felices resultados; y una población numerosa se ha reunido
para hacer salir del seno de la tierra, cual si hubiese sido
sembrada, una hermosa villita, con calles alineadas y espaciosas,
alguna de las que lleva ya el nombre de calle Sotomayor, su
correspondiente plaza de Portales, su capillita y sus cientos de
edificios, que se están levantando todos a un tiempo, como para
un día convenido, presentando el espectáculo más animado por
la actividad que reina por todas partes y los grupos de
trabajadores que se divisan en todas direcciones sobre los
edificios cuya elevación avanza por momentos.
"Una calle también nueva y muy recta va de la nueva villa a unirse
con la de la Catedral, estableciendo para lo sucesivo, si hubiesen
buenas veredas, el paseo más largo y más agradable que puede
imaginarse".
"No ha mucho tiempo que en Montevideo se subdividió una
estancia contigua produciendo los mismos resultados; la
población del Cerro es la más numerosa, la más elegante de
aquella ciudad en otro tiempo célebre por las murallas que la
encerraban. La villa de Yungay ha proporcionado un bien
importante, que es establecer un nuevo centro de población; de
manera que sus moradores tengan una plaza, un paseo y otros
4
Sarmiento. Obra citada.
lugares públicos que sirvan para la formación de edificios de
gusto y aún de lujo, con la circunstancia de agregar por el camino
de Valparaíso, que pasa por su costado norte, un "guangalí"
inmediato, que vendrá a ser como su arrabal".
"Veremos los progresos de esta villa, la policía que en ella se
establece, la numeración e iluminación de sus calles, su ornato,
su alameda, etc." (Sarmiento) (6).
Ricardo A. Latcham, en el ya citado artículo sobre Sarmiento,
refiere que el escritor argentino "nos ha dejado, en verdaderas
instantáneas periodísticas, el cuadro preciso y animado de la
ciudad en que residió largos años. La capital se ensanchó
considerablemente con la partición de la chacra de don José
Santiago Portales, padre de don Diego, acaecida en 1841. En ese
año el gobierno adquirió la porción más occidental de ese predio,
con la cual se constituyó la Quinta Normal. El loteo de algunos
terrenos permitió también constituir el hermoso barrio de Yungay,
donde tuvo su residencia Sarmiento, después de haber vivido en
los altos del portal de Sierra Bella f donde lo conoció Lastarria,
situado frente a la Plaza de Armas" .
En aquella época, la población de Yungay era tan escasa, que
Dominguito Sarmiento debía pasar junto a sus padres, porque no
encontraba niños con "quienes solazarse".
Sarmiento se casó ccn la endomingada doña Benita Martínez
Pastoríso, ya viuda de Domingo Castro, en la iglesia de San
Lázaro en 1848, El escritor argentino vivió en la que él llamó
"alegre prisión de Yungay", en compañía de Benita. Allí escribió el
libro, DE LA EDUCACION POPULAR que es la obra de su luna
de miel. "En los jardines emparrados de Yungay" recibía a sus
compatriotas y a los amigos chilenos, que eran magníficamente
atendidos por su mujer, la "cuyana" como él la mentaba.
Después de haber desempeñado algunas comisiones del
gobierno chileno en Europa, entre otras la organización de la
enseñanza, Sarmiento regresó a nuestro país, y en 1851 partió a
Montevideo a fin de combatir a Rosas; pero desilusionado del
triunfo de Urquiza, volvió a Chile y residió de nuevo en su quinta
de Yungay. Aquí estuvo hasta 1855, año de su regreso definitivo a
la Argentina. Pasó primero un tiempo en San Juan, y en seguida
se estableció en Buenos Aires. En esta capital, comenzó una
brillante carrera política que culminó en la Presidencia de la
República, durante el período de 1868 a 1874.
Desgraciadamente, no siempre fue leal con la nación que le había
brindado generosa hospitalidad.
Don Manuel Montt, admirador de Sarmiento, quiso impedir el
regreso del maestro a su terruño, pero pudo más la nostalgia de
la patria.
En Chile, el escritor rioplatense, fuera de su labor educativa y
periodística, publicó FACUNDO, la obra fundamental del creador
de nuestra primera Escuela Normal, y uno de los más entusiastas
impulsadores de Yungay. Este libro es la verdadera epopeya de
la Argentina: en ella cuenta la vida del gaucho Juan Facundo
Quiroga. Unamuno creía que el autor de FACUNDO era el más
grande escritor de su tiempo en lengua castellana. Aunque en
este juicio hay no poca exageración, prefiero transcribirlo: "Y así
de los escritores y pensadores argentinos han buscado a esos
sociólogos traducidos o a esos poetas de un tiempo modernistas,
y hoy no sé qué me dicen mejor o peor —generalmente peor— lo
mismo estoy harto de oír aquí, sino a aquellos más de la tierra,
más verdaderamente nativos, pero nativos de verdad, y no
tampoco por moda de criollismo literario y macaneante, aquellos
que revelan la argentinidad latente. Y he aquí por qué he sido tan
devoto lector y tan entusiasta panegirista de Sarmiento" .
En la biografía de su hijo Domingo Fidel, Sarmiento evoca
muchas veces el barrio de Yungay, teatro de las actividades de
"Dominguito", y en el cual vivió en compañía de doña Benita,
hasta que el joven y futuro héroe de la guerra con el Paraguay,
fue a juntarse con su padre en Buenos Aires, el año 1857. Allí se
incorporó Domingo Fidel al Ejército Argentino, a los 18 años de
edad; y, con el grado de capitán, murió en la batalla de Curupaití,
durante la guerra con el Paraguay, el 17 de abril de 1866, el
mismo día de su cumpleaños. Su padre lo pinta muy vivo e
inteligente, y a juzgar por los escritos, "Dominguito" era en
realidad un joven de talento.
En LA VIDA DE DOMINGUTTO, Sarmiento hace continuas y
cariñosas referencias al barrio de Yungay. "La casa quinta de
Yungay era, como se ha dicho, una mansión solitaria, a distancia
viable, sin embargo, de la ciulad" (9). Los gratos recuerdos de la
"villita" en LA VIDA DE DOMINGUITO, se multiplican cuando se
refiere a las aventuras del hijo y a su "mampato", que cabalgaba
con destreza desde niño". Con tan sabia escuela de equitación,
pudo hacer en 1854, a los 9 años de edad, una expedición a
Mendoza, a través de la Cordillera de los Andes, no en el
"casimiro" mampato, sino en "cornetín" de M. Belín "que era tres
pulgadas más alto, de pies ligeros y caminar alegre y vivaracho"
(10).
V
PARROQUIA DE SAN SATURNINO
EN CUATRO años, el barrio creció extraordinariamente: en 1844,
sus habitantes pasaban de seis mil. Ante este fenómeno
demográfico, la autoridad eclesiástica creó la parroquia de San
Saturnino, en Yungay.
El Arzobispo electo don José Alejo Eyzaguirre firmó el decreto de
erección el 25 de agosto de 1844, y dio al nuevo curato el nombre
del mártir San Saturnino. Fue desmembrado de las parroquias de
Renca y San Lázaro y sus límites fueron: al oriente el caliejón
Negrete, donde comenzaba la subdelegacíón de Yungay; al
poniente el río Mapccho; al norte el mismo río, y por el sur la línea
de la boca del callejón Negrete que salía a la Cañada, "tomándole
en dirección a la Loma Blanca, y de éste abajo, hasta juntar con
el precitado río Mapocho".
El templo, desde 1844 hasta 1887, fue una rústica capilla de
madera y adobes, construida en el mismo sitio donde se edificó el
actual. Entre los años de 1830 y 1840, habia en el lugar, ahora
V I I
LA PLAZA DE YUNGAY. OTROS JARDINES. LA
QUINTA NORMAL DE AGRICULTURA
DURANTE más de cuarenta y cinco años, hasta 1888 el campo de
Yungay fue sólo un tupido bosque de eucaliptos. Lentamente, a
través de 80 años, se ha convertido en la Plaza de Yungay o del
Roto Chileno.
Entre los viejos árboles que embellecen el histórico paseo, hay un
frondoso seibo de follaje perpetuo, cuyos rojos racimos de flores
aparecen en noviembre; al caer sus pétalos sobre prados y
caminos de la plaza, quedan cubiertos como de una alfombra
purpúrea.
Al atardecer, los primeros vecinos de Yungay se reunían a
conversar bajo los árboles del campo. Tres meses después del
triunfo del 20 de enero, el 5 de abril de 1839, aniversario de la
batalla de Maipo, el Presidente Prieto y su ministro Mariano
Egaña, firmaron el decreto "para perpetuar la memoria de la
gloriosa victoria y transmitir a nuestra más remota posteridad un
testimonio de la gratitud nacional", mandaban trazar un paseo
público, a la entrada del camino de Valparaíso, que se
denominaría "Campo do Yungay".
En 1861, los vecinos aún le daban el nombre de "Plaza Portales 1'.
El domingo 20 de enero de ese mismo afio t se inauguró la pila
octógona, y entonces comenzaron a arreglarse las calles del
barrio. En el aniversario de la batalla, la fiesta comenzaba en
aquella época, con una Misa y Te-Déum en la iglesia de San
Saturnino. En esa ocasión el primer párroco de Yungay, Pbro.
Pedro Juan Buttafoco, en su discurso del templo, hizo referencia
a la nueva pila: "Dustres señores: Los estimables y piadosos
feligreses de este curato y junto con su Pastor, dan las más
expresivas gracias al señor Intendente de la capital de Chile, don
Francisco Bascuñán Guerrero, a los beneméritos y egregios
miembros de la Ilustre Municipalidad, en fin, a toda la noble
oficialidad, por haberse dignado venir a Yungay, a la "testa" de los
verdaderos patriotas, con el fin de solemnizar con su presencia
este día memorable para Chile. La elevación de la pila, en la
plaza Portales, es uno de los hechos memorables de este día. Sí,
señores, los vecinos de Yungay conservan indeleble la memoria
hacia todos aquellos que han tenido a bien cooperar en una obra
eminentemente benéfica y cuya gratitud será imperecedera.
Plegué al Señor que sea precursora feliz de otras tantas y tantas,
que se necesitan para la futura prosperidad de este pueblo y que
la simpatía y la protección del "augusto jefe" 6 de la ínclita nación
chilena y de sus altos y nobles comitentes hacia los buenos
habitantes de este lugar (Yungay) digno de eterno recuerdo para
que todo noble corazón chileno no desmaye jamás; tal es nuestra
esperanza". Al comenzar y al concluir el Te-Déum, había salvas
menores de artillería; las primeras se escuchaban a la salida del
sol, y las últimas a la hora del crepúsculo. Con el tiempo éstas
han sido suprimidas.
6
(1) El Presidente de la República, Manuel Montt, que era entonces muy discutido por los
católicos y el clero, presidido por sus jefes, el Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso, y los
obispos de Concepción, La Serena y Ancud.
exenta de esa altiva y viril sencillez del hombre de nuestro pueblo.
"A sus espaldas hay una gavilla de trigo con una hoz entre sus
mieses". Precisamente la imagen de lo que algunos chilenos del
pueblo llaman "un roto choro". La inscripción dice: "Chile
agradecido a sus hijos por sus virtudes cívicas". En parte alguna
se habla del roto chileno. Tal vez por el atuendo que lleva la
imagen, el pueblo la denominó, desde su inauguración: estatua
del Roto Chileno; y a la plaza se le da, igualmente, este nombre,
que no será tan fácil desarraigarlo del lenguaje popular.
Joaquín Edwards Bello, nuestro excepcional cronista, vecino del
barrio hasta su trágica muerte, dice: "Vista sin prejuicios, el joven
de la estatua parece un buen muchacho, tal vez un minero.
Recordemos que Ranquil, el pueblo natal del escultor, se
encuentra en el departamento de Lebu, entre Cañete y Arauco.
Lo mejor de la estatua es la actitud pacífica y graciosa del
adolescente. El joven trabajador arrancado de sus labores para la
necesidad de defender a la patria.
No hay agresividad bélica en la actitud. El autor no le puso Roto
Chileno, sino "El Defensor de la Patria". Cuando la compró el
gobierno para colocarla en la plaza de Yungay, el 20 de enero de
1888, alguien, no se sabe quién, le puso Estatua del Roto
Chileno, cosa que disgustó al escultor. Doña Marcelle Arias
Albert, hija de éste, contó el caso en LAS ULTIMAS NOTICIAS
del 21 de enero de 1953.
La escultura de Arias, había sido laureada con Mención Honrosa
en la Exposición de París en 1882; y dos años más tarde, en
1884, obtuvo el Premio en la Exposición Nacional de Santiago.
La ceremonia de la inauguración del monumento fue presidida por
el Intendente Lazcano, y el regidor de la Municipalidad, José
María Benítez. Ambos pronunciaron discursos; también habló el
gramático, purista y profesor, más tarde académico de la Chilena,
Enrique Nercaseaux y Moran.
El pueblo, que llenaba la plaza y las calles adyacentes, cantó el
Himno de Yungay, de José Zapiola: "Cantemos la gloria del
triunfo marcial / que el pueblo chileno obtuvo en Yungay"; y otro
muy popular, ya olvidado, cuyo coro dice : "Cantad, ciudadanos,
hermanos, cantad, que hoy Chile al soldado levanta su altar".
Joaquín Edwards Bello, conocedor de tantas historias y
anécdotas e inventor de otras, cuenta que la inauguración del
monumento debió ser el 20 de enero de 1888; pero don Ricardo
Matte era ''contrario a la idea de levantarlo", por lo cual, Juan
Rafael Allende (3), en el número 519 de EL PADRE PADILLA,
publicó una caricatura y esta estrofa: "¿y el rotito de Yungay? /
Ese pobre se Quedó / con los crespos hechos hasta / que vuelva
a salir el sol",
De los versos del músico y poeta Allende, se desprende que
antes de la inauguración de la estatua, efectuada el 7 de octubre
de 1888, la nombraban del "Roto Chileno". ¿El periodista, al
hablar de "el rotito de Yungay", se haría eco del decir popular o él
dedicaría el monumento al Roto?
Arias es autor de otras obras escultóricas: de la estatua al general
Manuel Baquedano, por ejemplo, en la plaza de este nombre. La
obra es desproporcionada, carente de valor artístico. Muy
hermoso, en cambio, es el "Descendimiento", que está a la
entrada del Palacio de Bellas Artes: es justamente admirado por
la nitidez de sus lineas y buena anatomía.
LA QUINTA NORMAL
En 1840, Yungay comenzó a poblarse de jardines: unos públicos
y otros existentes en el interior de las nuevas y suntuosas
residencias del barrio. Recordaré el de los Capuchinos; el
"Hamburgués", ubicado en la esquina de Libertad y Compañía, y
el de la bella casaquinta de la familia Matte Pérez, ubicada en la
calle Catedral, donde se cultivaban las mejores rosas de Yungay.
Párrafo aparte merece la Quinta Normal de Agricultura.
Ya en el Mensaje Presidencial del 1º de junio de 1841, el
Presidente Joaquín Prieto, se regocijaba de que la Sociedad de
Agricultura fuese dueña "de un pequeño fundo en las cercanías
de la capital para el estudio práctico de una ciencia que está en
relación inmediata con el ramo más importante de la riqueza
nacional". Estas palabras del documento presidencial son como la
Fede Bautismo de la Quinta Normal.
Al año siguiente (1842), el Ministro de Hacienda, Manuel Rengifo,
en su Memoria anual, manifiesta que junto a esa quinta y a su
jardín botánico "se ha plantado una calle de 30 varas de ancho,
que debe comunicar en rectitud el camino de Valparaíso con la
Cañada o Alameda de las Delicias". Así nació la actual Avda.
Matucana.
Claudio Gay, el naturalista-historiador, fue quien inició, con
grande espíritu artístico, la plantación de pinos, abetos, lucinas y
"otros árboles de alta estatura, orgullo de las selvas de la vieja
Europa". Se colocó también allí el álamo traído a Chile un cuarto
de siglo antes por el célebre historiador franciscano, fray José de
Javier Guzmán.
De aquel tiempo datan los primeros carretones para recoger las
basuras en Santiago. En esa época se construyó un "trillo" o
máquina trilladora.
El Gobierno, antes de crear la Quinta Normal, compró los terrenos
de la chacra de José Santiago Portales y Larraín, padre de los
Portales y Palazuelos, dueños de todo el antiguo barrio de
Yungay. Los terrenos se entregaron a la Sociedad Nacional de
Agricultura para que fundara en ellos "el campo de
experimentación, la enseñanza agrícola y los viveros de plantas
que se deseaban propagar en Chile" 7.
La Sociedad designó administrador de la nueva Quinta Normal de
Agricultura, al agrónomo francés Leopoldo Perrot, quien le dio
algún impulso: se plantaron muchos árboles; pero la Quinta no
logró el auge esperado por el Gobierno, lo cual se atribuyó a
descuido de Perrot, quien fue reemplazado en 1849, por el
agrónomo italiano Luis Sada, llegado al país el mismo año, para
hacerse cargo de la dirección de la primera escuela práctica de
Agricultura. "Pero —como escribe Encina—, en el fondo el
fracaso provenía de que los servicios que se deseaba organizar
en la Quinta, en realidad eran del resorte del gobierno y no de
una Sociedad privada de fomento. Comprendiéndolo así el
ministerio encabezado por don Antonio Varas, resolvió tomar a su
cargo la Quinta y confiarla al ministerio de Hacienda, servido a la
sazón por don Jerónimo Urmeneta. Por decreto de 13 de febrero
de 1851 se declaró que la Quinta quedaba colocada bajo la
dependencia exclusiva del Gobierno. El mismo decreto
reglamentó en 44 artículos la organización de los servicios y
escuelas que se deseaba crear" (6).
Se fundaron cursos de agricultura: uno elemental de veterinaria,
de química agrícola, de botánica y de los fundamentos de
agricultura propiamente tal, que incluían las asignaciones de
economía y administración; el otro curso sería práctico, uno
especial de escuela para formar mayordomos y peritos
labradores. Los cursos durarían cuatro anos. La Escuela Práctica
de Agricultura se inauguró con 30 alumnos. En 1876 el primero de
éstos cursos se transformó en el Instituto Agrícola y de
Agronomía.
La Quinta Normal siguió siendo campo de experimentación
agrícola, vivero de árboles y plantas y especialmente de las
industriales, entre ellas, la morera, destinada a la crianza del
gusano de seda, que en esos años despertaba mucho interés.
Dicho paseo no perdió el carácter público que le había asignado
la Sociedad Nacional de Agricultura.
En 1880 se cultivó la betarraga y el Sorgo o Zahina, y en 1882 el
tabaco.
Desde 1869, y hasta hace muy poco tiempo, se celebraba en la
Quinta la exposición anual que actualmente se efectúa en el
campo Los Cerrillos.
Durante el período de la guerra del Pacífico trabajó en la Quinta
Normal, la comisión destinada a adquirir caballos para el Ejército.
Los numerosos huérfanos de la guerra tuvieron allí un curso para
aprender el manejo de maquinaria agrícola. Dice el periodista
Julio Amagada Herrera que "de sus viñas fue llevada la que,
7
Francisco Antonio Encina. HISTORIA DE CHILE. Tomo XII. Pág. 527
trasplantada a Mendoza, dio nacimiento a la gigantesca industria
vitivinícola de esa provincia argentina" 8.
En las antiguas exposiciones de la Quinta estaba el ferrocarril
Decauville que conducía a los visitantes a través de tres
kilómetros de vía. Pablo Decauville, senador francés, mostró por
primera vez este mismo "trencito" en la Exposición Universal de
París 1889. Lo trajeron a Chile José Luis Coo, ingeniero de la
canalización del Mapocho, y Tomás Stillman. Llevaba seis
carritos, en los cuales cabían 60 pasajeros. En 1894 se armó en
la Quinta Normal, después de haber estado en la Exposición de
París, junto a la famosa torre de Eiffel, durante cinco años. (1889-
1894), Actualmente aún recorre la Quinta, ya muy reducida.
El Observatorio Astronómico, que estaba en el cerro Santa Lucía,
fue trasladado a la Quinta Normal en 1862. En 1913 se le llevó a
Espejo, porque los árboles del pasco se elevaban demasiado y en
ellos quedaba la neblina, y también porque al paso de los trenes,
por la avenida Matucana, temblaba el buscacometa y los
telescopios. Este Observatorio, informó acerca del paso del
cometa Encke, que vuelve cada tres años y tres meses.
Desde 1886, está instalado en la Quinta el Museo de Historia
Natural. Fuera de las colecciones mineral y zoológica se llevaron
allí los restos de un plesiosauro encontrados en la isla de la
Quinquina, y dos esqueletos de mastodontes, aparecidos cuando
se vació artificialmente la laguna de Tagua-Tagua, en 1841.
También incrementaron el patrimonio del Museo unas momias
indígenas, la momia de una princesa egipcia, que vivió hace 24
siglos. En estos últimos años se exhibe embalsamado, frente a la
puerta de entrada del Museo, Ulk, el fiel amigo y compañero del
dos veces Presidente de Chile, Arturo Alessandri Palma, Era un
perro grande, largo, de hermosa piel amarilla clara, elegante y
fino, al cual el visionario estadista, hábil político y leal amigo,
amaba entrañablemente.
Hasta poco antes del centenario (1909) de nuestra
Independencia, estuvo en la Quinta Normal, el Museo de Bellas
Artes,
Al Zoológico, creado allí, llegó el primer elefante, proveniente de
Europa, donde lució sus gracias.
La generación de mi madre, de la cual quedan poquísimas
sobrevivientes, recordaba con nostalgia, el tradicional paseo de
las tardes, en los imperiales coches victoria, de hace más de
medio siglo. Los elegantes mozos de entonces, "bien trajeados"
donde Pineaud, de "chaqué", lanzaban flores, desde sus
carruajes, a las jóvenes, vestidas con largos ropajes
primaverales, y tocadas de amplios sombreros emplumados.
8
EL MERCURIO de Santiago, 28-III-1965.
VlIl
HOSPEDERIA DE SAN RAFAEL. ASILO EL
SALVADOR. LA "LOQUERIA". EL CUERPO DE
BOMBEROS. COLEGIOS. TEATROS
UNO DE los fundadores del barrio, José Cumplido, caballero que
por la austeridad de su vida hacía honor a su apellido, fundó en
unión de los comerciantes españoles Manuel Puerta de Vera y
José María Anríquez, la Hospedería de San Rafael, ubicada en la
avenida Matucana 983, donde actualmente está la parroquia de
San Pablo, creada en 1929. El terreno fue comprado a doña
Dolores Portales, una de las más poderosas terratenientes de
Yungay, el año 1856, al precio de un real la vara, (doce y medio
centavos).
HOSPEDERIA DE SAN RAFAEL
La fundación de la Hospedería tuvo su origen en un suicidio: entre
los años de 1855 y 1860, existía al costado de la Iglesia Catedral,
el hotel "Del Comercio". Allí se reunían los más exaltados
propagandistas de las ideas revolucionarías que conmovieron a
Francia en 1848, y después divulgadas por toda América. Entre
esos personajes figuraban: Eusebio Lillo, Manuel Recabarren,
Benjamín Vicuña Mackenna y Francisco Bilbao, un juez de
apellido Ugarte, y otros jóvenes de menor importancia. A éstos los
vigilaba un tal De la Jara, dueño del negocio de chanchería,
existente en la calle de la Bandera, próxima a la panadería de las
Fierro, ubicada entre San Pablo y Zañartu. De la Jara, conocido
con el sobrenombre del "chanchero", era, según decía don César
Rossetti, apaleador rentado por el Gobierno de Manuel Montt.
José Cumplido poseía un negocio en la calle del Puente; y,
diariamente montaba su caballo y se iba desde la plaza de
Yungay, donde vivía, a atender el negocio. La cabalgadura
quedaba, durante el día, en una especie de posada que había en
la plaza del Ajo, más o menos en el mismo sitio ocupado ahora
por la Estación Mapocho. A ese redondel iban a vender los ajos
los comerciantes de Santiago y de sus aledaños. El vecino
Cumpido, cuya residencia se consideraba, entonces, muy distante
de la capital, para ahorrarse el viaje a su casa, almorzaba en el
hotel "Del Comercio". Un día, al dar las doce el cañón del Santa
Lucía y mientras don José Cumplido almorzaba, se le acercó un
individuo de aspecto extranjero, y, sorpresivamente, le pidió
dinero prestado para cancelar la deuda contraída por su
hospedaje en el hotel. Eí señor Cumplido pensó que se trataba de
un ocioso, aficionado a vivir a costa de los demás, y le negó el
dinero. El hombre advirtió a don José que si no se lo facilitaba, se
suicidaría alli mismo. Aunque no dio importancia a la amenaza,
momentos después sintió una detonación, salió, junto con los
demás comensales a la calle, y encontró tendido sobre el
pavimento, con una herida en la sien izquierda, al mismo
individuo que le había solicitado el préstamo.
Desde ese momento, el señor Cumplido, atormentado por el
remordimiento, de inmediato conversó con sus amigos Puerta de
Vera y Anríquez, huéspedes también del hotel, en los momentos
del suicidio, y les propuso la fundación de la Hospedería de San
Rafael, con el objeto de ofrecer alojamiento y comida, a los
indigentes chilenos y extranjeros. Aceptada la idea, se pusieron
en campaña para realizarla.
Asesoró a los filántropos, el Padre Francisco Pacheco, de la
Recoleta Franciscana, ya mencionado en estas Crónicas. Este
buen fraile mendicante, tenía una Sociedad de Obreros, llamados
4
'los pechoños", dedicados a construir templos, capillas y edificios
para las instituciones de caridad. Entre las pequeñas iglesias
edificadas por "los pechoños", en aquel tiempo (1850-1860),
figura la para mí inolvidable de San Francisco Solano, sede de la
parroquia de este nombre, en la cual ejercí la cura de almas 18
años, que fueron los mejores de mi vida sacerdotal. Allí dejé las
primicias de un largo apostolado parroquial de más de un cuarto
de siglo. Otras capillas levantadas por las manos de los obreros
del Padre Pacheco son: La Viñita, o Todos los Santos, al pie del
Cerro Blanco, en la Avenida Recoleta, hasta hace poco sede de
la parroquia del mismo nombre; la del Sagrado Corazón de la
Alameda, también templo parroquial hasta hoy; y el antiguo de
Santa Filomena que sirvió al curato hasta que don Ruperto
Marchant Pereira construyó el actual de estilo gótico.
El Arzobispo Rafael Valentín Valdivieso, por decreto del 23 de
octubre de 1858, aprobó el proyecto provisorio, hecho por los
cofrades de la Hermandad del Sagrado Corazón de Jesús de la
parroquia de San Saturnino de Yungay, para establecer la
Hospedería de San Rafael, contigua a la capilla de este nombre,
erigida por el mismo prelado el 8 de octubre del año anterior.
Uno de los promotores de la Hospedería fue don Manuel Puerta
de Vera, el mismo vecino, a cuya petición el Gobierno encargó a
Eusebio Lillo, el nuevo Himno Nacional, menos ofensivo que el
anterior, para el pueblo español.
La Hospedería de San Rafael daba gratuitamente habitación y
alimento a todos los pobres. Tenia varias salas con camas. La
institución realizó una dilatada labor social en el barrio; fue
administrada, generosamente, por el propio señor Cumplido hasta
el fin de sus días.
Un suelto de crónica de EL MERCURIO, en 1910, recordaba que
la Hospedería de San Rafael tenía, a la fecha, más de medio
siglo. Ella sirvió a los pobres, tal vez, hasta 1920; tuvo fama aun
en Europa, Desde esa fecha, no existe en nuestro barrio, una
obra semejante; Las hospederías, fundadas en estos últimos
cincuenta años, son negocios como cualesquiera otros, salvo las
mantenida por el Ejército de Salvación que hospedan a
numerosos desvalidos.
EL ASILO DEL SALVADOR.— LA "LOQUERIA".— COMPAÑIA DE
BOMBEROS
El 1844, al crearse la parroquia de San Saturnino, se estableció el
Asilo "El Salvador", al costado poniente de la Alameda Matucana,
en un terreno contiguo a la Quinta Normal, entre las de Compañía
y Huérfanos. Tenía una capillita con su torre, en la cual había un
reloj, cuyos minuteros o saltillos, no se movían desde 1910 a
1915, como para señalar a los ingratos moradores del viejo barrio,
que ya habían pasado los años de auge y esplendor de la villita
de Yungay, y, en poco tiempo más, comenzaría el éxodo de los
vecinos hacia la parte alta de la ciudad (1930).
Frente a la quinta de doña Delfina Astaburuaga de Castillo, en la
esquina suroriente de Santo Domingo y Herrera, en el sitio ahora
ocupado por la Séptima Comisaría de Carabineros, estaba en
1844 la Casa de Orates, llamada por el pueblo "la loquería".
La Novena Compañía de Bomberos, fue fundada en 1892 en la
calle de Santo Domingo esquina de Libertad, frente a la Plaza de
Yungay, por el vecino don Aniceto Izaga, En esta esquina estuvo
el primer cuartel de la Compañía, que tan valiosos servicios
prestó al barrio, hasta el 16 de febrero de 1895, en que se
trasladó a un edificio de la calle Compañía esquina de Maturana,
demolido no ha mucho y reemplazado por el actual, moderno y
elegante. El terreno lo donó su fundador don Aniceto de Izaga.
Los vecinos señores: Casimiro Domeyko Sotomayor, Guillermo
Pérez de Arce Adriazola y Manuel Pérez Valdivieso, colaboraron
con el señor Izaga en la fundación de la Novena Compañía.
ESCUELAS.— LICEOS.— TEATROS
En la calle de la Catedral, antigua de Santa Ana, esquina de
Sotomayor, se establecieron en 1855 los Talleres San Vicente de
Paul, los mismos que actualmente están en Toesca 3090. En esta
escuela han aprendido diversas artes manuales numerosas
generaciones de obreros chilenos. Los vecinos del Llanito de
Portales mandaban hacer sus trabajos en los Talleres.
Más o menos en 1875, se creó, en la calle Catedral cerca de la
Quinta Normal, la Escuela de Minería, gracias a la actividad del
sabio vecino don Ignacio Domeyko.
En la calle Compañía 3151 está, desde hace largos años, la
Escuela Normal de Preceptoras.
En 1890 se fundó el Liceo Miguel Luis Amunáteguí, en la calle
Moneda entre Esperanza y Maipú. Su primer Rector fue el
humanista portorriqueño, don José María de Hostos. En este
establecimiento se han educado casi todos los niños y jóvenes
del barrio. Actualmente lo dirige el escritor don Miguel Angel
Vega.
La señora Díaz de Vargas, mantuvo durante medio siglo en la
calle Sotomayor esquina de Santo Domingo, el Liceo Chileno, que
después se trasladó a la vieja casa del obispo José Manuel
Orrego y más tarde de don Enrique Grez, en la esquina
norponiente de Rosas con Sotomayor y cuyos nuevos dueños lo
titularon Liceo Catedral-Chileno.
Las Religiosas de las Carmelitas de la Caridad fundaron, hace
más de cincuenta años, un colegio primario y secundario de
mujeres, en la calle de la Compañía esquina de Bulnes.
Los Padres Capuchinos establecieron hace mucho tiempo un
colegio gratuito para niños, cuya matrícula ha venido creciendo
considerablemente. Lo regentan las Religiosas Terciarias
Franciscanas de la Madre del Divino Pastor, y está ubicado en
Santo Domingo 2332.
Las Hijas de San José, Protectoras de la Infancia, dirigen una
escuela y un liceo en la calle Agustinas entre Libertad y
Esperanza, que educa a numerosas niñitas del barrio y de otros
sectores de la capital.
Hay otros establecimientos de educación particular y algunas
escuelas, entre las cuales se destaca la N9 207, de la calle
Catedral 2827, que dirigió durante más de treinta años, la
distinguida normalista, señorita Blanca Hurtado Cubillos, quien
fue tan querida de sus alumnas como estimada en el barrio.
El teatro nacional cobró extraordinario auge en la primera mitad
del siglo pasado: se construyeron salas de espectáculos y
actuaron en ellas compañías chilenas y extranjeras; así lo dice el
erudito Padre Alfonso Escudero en su ensayo sobre EL TEATRO
Y SUS PROBLEMAS EN CHILE. Nuestro barrio también
contribuyó al incremento del teatro nacional. El señor Raimundo
Cisternas levantó, a fines del siglo pasado, la sala "Erasmo
Escala" en la calle Libertad, a un paso de la antigua cancha de
carreras, hoy Avenida Portales, y en él —recuerda Vicuña
Mackenna— se daban de tarde en tarde, espectáculos
ingeniosos, gozados y aplaudidos por los feligreses de aquella
popular parroquia.
"El vecindario con picardía —dice Sady Zañartu—, antiguo vecino
de Yungay, abreviaba el nombre por "Teatro Escala" para
compararlo con el de Milán.
Otra sala de espectáculos, dedicada, principalmente, al cine, muy
concurrida por los vecinos, durante más de sesenta años, fue la
llamada "Novedades", establecida en la calle Cueto, próxima a la
de Agustinas o Avenida Portales, que en los últimos años, ya muy
venida a menos, antes de cerrarse para siempre, se tituló "Diego
Portales",
Un teatro de categoría en el barrio, construido a fi nes del pasado
siglo en la calle Libertad esquina de Santo Domingo, frente a la
plaza de Yungay, era el "Zig-Zag", donde se dieron películas y
ensayaban los artistas aficionados hasta que la sala fue destruida
por un incendio en 1954 o 1955.
En ella, mientras se proyectaban las películas, solía tocar el
piano, en 1908, según la costumbre de la época que duró hasta
1930 más o menos, el niño Jorge Délano Frederik, cuya familia
era vecina de la calle Catedral. En su humorística obra YO SOY
TU, Coke, recuerda con simpatía y gracejo, el viejo y maloliente
cine, y cuenta una festiva anécdota, a propósito de su actuación
en él, y que merece ser recordada en estas Crónicas. Para solaz
de los lectores, prefiero transcribir las páginas pertinentes del
celebrado libro de Jorge Délano: "Mientras el resto de la familia
cultivaba la música clásica, yo me había hecho amigo del pianista
del Teatro Zig-Zag, de la Plaza de Yungay. La sala era una
especie de bodegón impregnado del desagradable aroma que
exhala el "pichí" de gato y donde las pulgas asaltaban a los
asistentes con avidez de políticos en busca de votos. Panchito, el
pianista, una vez obscurecida la sala para empezar la proyección
de vistas, me cedía su asiento ante el desafinado piano, y yo
seguía con la interpretación musical de las películas. En seguida
Panchito abandonaba discretamente el Teatro y encaminaba sus
pasos a alguna filarmónica, en donde se ganaba sus "cortes" y
"extras". Debo advertir que yo no sabia una nota de piano, y me
batía a puro oído, tratando de seguir el estilo del maestro
Navarrete, pianista español del Teatro Roya!, de moda en aquella
época. Como no podia ejercitar mis atroces melodías en casa, por
temor de escandalizar a mis hermanas, ensayaba en el propio
teatro después de salir del colegio".
"Una noche, a la hora de los postres, sonó la campanilla de la
puerta de calle. La sirvienta, después de abrir, llegó al comedor
con el siguiente recado: "Un caballero que viene en coche,
pregunta si está el "maestro del piano".
—"Dígale al señor —ordenó mamá— que debe estar equivocado,
porque aquí no vive ningún "maestro de piano".
"Me levanté bastante azorado y expliqué a mi familia que era a mí
a quien buscaban. Abandoné tan precipitadamente el comedor,
que no tuve tiempo de observar la estupefacción de mis
parientes. El administrador del teatro, en persona, había ido a
buscarme para que lo sacara de un tremendo apuro. Panchito no
aparecía, y el público estaba armando la más estruendosa
algazara, porque la función sin música, no podía empezar. Accedí
ante las súplicas del desesperado empresario y trepamos a la
victoria, que nos condujo a todo galope".
"Dudo de que algún "pianista" haya sido recibido con una ovación
más entusiasta en el palco escénico. Interminable me pareció mi
viaje por el pasillo central hasta el piano. Una vez sentado en el
piso, aguardé con ansiedad que la sala se obscureciera para
empezar mis incalificables interpretaciones. Pero ¡Horror de
horrores! El programa anunciaba la infaltable "sinfonía por la
orquesta".
"El violín y el clarinete me saludaron ccn el respeto que se debe al
maestro, y uno de ellos, pasándome un álbum de música, me
preguntó qué pieza deseaba tocar. Mientras tanto, el público
permanecía en recogido silencio, aprestándose para escuchar la
esperada sinfonía.
"Yo no toco por música —les expliqué a los integrantes del trío—,
así es que síganme como mejor puedan".
"La modulación de mi voz debe haber tenido la entonación con
que el héroe les gritó a sus soldados :"¡Los que sean valientes,
que me sigan!"
"Mis torpes dedos "chapurrearon" un vals de moda. El violín y el
clarinete hicieron esfuerzos desesperados para acompañarme.
Yo traté de abreviar en lo posible esta sinfonía que posiblemente
hoy habría sido considerada como una obra maestra de música
moderna, dejándola más inconclusa de lo que Schubert dejó la
suya" (3).
El Teatro "Electra", actualmente del Sindicato de la Compañía
Chilena de Electricidad, Catedral 2702, esquina de Sotomayor, y
por lo mismo ahora se llama Sichel, era en sus buenos tiempos,
por lo menos hasta 1930, muy frecuentado por los jóvenes y
niños del barrio; más tarde, por lo anticuado, dejó de ser cine. En
nuestros días se celebran las asambleas y otros actos culturales
del Sindicato de la Compañía de Electricidad y de los de otras
instituciones.
La televisión arruinó el último cine del barrio Yungay: el "Diego
Portales", que desde hace poco más de cuatro años está
convertido en bodega de una firma comercial.
IX
CANCHAS DE CARRERAS.— CARRITOS DE
SANGRE.— COBRADORAS.
EN LA CALLE Cueto, al llegar a Mapocho, cerca de la cancha de
carreras, había una casa de modesta fachada, en cuya parte baja
estaba el negocio del francés Benito Lapierre. En la conversación,
este caballero, viniera o no al caso, hablaba de la guerra franco-
prusiana: tenía la esperanza de la revancha. Era muy conocido en
el barrio: todos le admiraban por la pericia con que daba la partida
en las carreras de caballos a la chilena, efectuadas entonces en
ese lugar, verdadero campo apartado de la ciudad, y ya casi fuera
del céntrico sector de Yungay.
El barrio vio circular los primeros carritos de sangre en 1875:
corrieron por la calle de la Catedral, hasta la entrada de la Quinta
Normal, en Matucana. La estación de estos tranvías estaba en
calle Chacabuco esquina de Romero, y hasta 1959, quedaban
restos de galpones. El nuevo medio de transporte se estableció
para facilitar al pueblo su llegada a la Exposición inaugurada en la
Quinta Normal en 1875. Ella dio el nombre a la actual caüe de
Exposición, anteriormente llamada camino de Melipilla. Muchos
de estos carritos fueron quemadosT a pocos metros del Palacio de
la Moneda en 1888( en señal de protesta por una posible alza de
tarifas. Tales desmanes fueron atribuidos al vecino del barrio don
Malaquías Concha y al Partido Demócrata, cuya fundación fue
obra de este político y de dos compañeros suyos: los señores
Artemio Gutiérrez y Angel Guarello (1887). Alguien dijo que este
partido es "como el abuelo del Partido Comunista".
Los tranvías de sangre fueron reemplazados, en la parte céntrica
de la ciudad, por los eléctricos, al comenzar el siglo XX. Aquellos
circularon en los barrios hasta 1930. Recuerdo que en 1928,
estos carritos aún hacían un recorrido, desde la antigua Plaza
Italia (hoy Baqueda-no), seguían por General Bustamante, Bilbao;
y, si mal no recuerdo, llegaban hasta la Avenida Pedro de
Valdivia, a la sazón los extramuros de Santiago. Muchas veces
viajé en ellos, con mí madre y hermanas, cuando íbamos a la
quinta de don Francisco Tagle Ruiz Tagle y de doña Carmela
Santelices de Tagle, ubicada en la Avenida Manuel Montt al llegar
a Bilbao. Los caballos eran unos "pingos" tan flacos que
inspiraban lástima.
Estos carritos tenían imperial (Imperial se llamaba la parte
superior del carro): el valor del pasaje, en la parte de abajo,
donde viajaba la clase alta, era de una ficha colorada y, en la
imperial, ocupada por los "rotos" y colegiales, se pagaba una ficha
negra, cuyo valor era de dos centavos. De aquí proviene el verso,
tan conocido por nuestros padres y abuelos:
"Allá va, ya va una ficha negra y otra colora, y una conductora que
no vale na",
En 1928, el pasaje era de diez centavos arriba y veinte abajo.
Las pintorescas y graciosas cobradoras de estos carritos y de los
eléctricos que circularon después, entre otros el N° 11 por la
Avenida Providencia, apenas cubrían su cabeza con pequeños
sombreros de hule negro ladeados que dejaban libres sus
inmensos moños.
Las cobradoras tenían una figura tan ridicula y grotesca que eran
el hazmerreír de los niños y jóvenes de aquella época.
X
INDUSTRIAS. - NEGOCIOS. - LA MONEDA
CIRCULANTE. VENDEDORES AMBULANTES
LA FABRICA DE CAFFARENA.
UNA DE LAS INDUSTRIAS más antiguas y prestigiosas del
barrio, es la fábrica textil, fundada en 1920, en San Pablo 1510,
por don Blas Caffarena Chiozza, oriundo de Genova (Italia), y,
dos años más tarde, colocada en Compañía 2614 y Cueto 374, en
pleno corazón de Yungay, donde funciona actualmente.
Don Blas Caffarena Chiozza, cuenta en sus deleitosas y bien
escritas "Memorias" la trayectoria de su laboriosa y accidentada
vida, desde que llegó a Iquique en 1888, donde fue empleado,
primero en el negocio de un pariente, hasta el establecimiento de
la "Fábrica de Medias" en Santiago el año 1920, y el
acrecentamiento de ella.
En el norte, lo sorprendió la Revolución fatídica de 1891, que
redundó en graves perjuicios para la independencia económica del
país, y cuya perniciosa trascenddencia comprendió sagazmente
el señor Caffarena: "Después de ocho meses terminó la
Revolución con la batalla de Concón, y la muerte de Balmaceda.
Comenzó la ruina de Chile, pues los ingleses, ya dueños de la
situación, sacaron de Tarapacá todo el oro blanco por espacio de
más de veinte años, sin dejar a Iquique un solo recuerdo, ni en la
Beneficencia ni el Hospital, donde tantos obreros murieron en las
arduas faenas del salitre y de la minería" 9.
Don Blas, con razón, culpa a los ingleses de la Revolución: "ellos
le vendieron las armas a los revolucionarios, con su escuadra y
principalmente con su acorazado Waspite, ayudaron y guiaron la
escuadra chilena" .
El hábil industrial italiano se encariñó con Chile, e hizo venir al
país a sus padres.
Los reveses de la fortuna, trajeron a nuestras playas al señor
Caffarena; y esas mismas vicisitudes económicas lo llevaron aqui
de un lugar a otro: Iquique, Antofagasta y Arica; también estuvo
en su patria, adonde fue a contraer matrimonio con una
distinguida señorita italiana, doña Ana Morice.
Párrafo aparte merece esta señora: ella, con su carácter suave e
insinuante, supo llevar a su marido, que era de un temperamento
fuerte, y por lo mismo, difícil.
Lo ayudó eficazmente a rehacer la fortuna: sin la colaboración
inteligente, sagaz y moderada de su compañera, a don Blas no le
habría sido tan fácil triunfar.
Para los obreros y operarías, como para el personal de
empleados, la señora Ana fue verdadera madre. En el barrio
ejerció la caridad sin medida y silenciosamente.
En Yungay fue querida, respetada y popular.
9
MEMORIAS, de Blas Caffarena Chioza. Santiago de Chile. 1953. Imp.
Wilson. .
El señor Caffarena residió después en Arequipa. Volvió a nuestro
país y se radicó en Arica con un negocio que se incendió como
los anteriores. Se le redujo a prisión, perdió todo cuanto poseía y
fue declarado en quiebra. Abatido, pretendió buscar refugio en el
juego de azar; pero un hombre trabajador de personalidad tan
recia, no se habituó en ese ambiente. Desesperado,
desmoralizado, porque no tenía fe; y era de los que renegaba de
la Iglesia Católica y del clero, hizo un viaje a Nueva York (1917),
en plena guerra europea, en busca de la huidiza fortuna. Allá la
encontró definitivamente, en las máquinas de tejer Scott Williams,
cuyo uso aprendió a los 51 años. Aquí en Chile, nunca pudo
manejar las viejas máquinas de tejer oxidadas, existentes en las
bodegas de su pariente en Iquique,
Para practicar trabajó en la fábrica de Nueva York. Luego dirigió
sus pasos a Filadelfia, adonde se trasladó el 2 de abril de 1918,
casi al fin de la gran conflagración europea.
En esa época comienza la aversión de don Blas por los bancos y
sus gerentes, que en el curso de su vida llegó a convertirse en
una verdadera obsesión.
En Boston vio trabajar las máquinas de teñir; en Nueva York visitó
las de anilinas.
En junio de 1918, encajonó sus máquinas y demás materiales de
trabajo, y se embarcó para Chile. "Llegaba a Iquique con la fe de
tener que rehabilitarme, y tratar con mi nueva experiencia
adquirida en Estados Unidos, de formar un nuevo y sólido hogar".
En la ciudad nortina se asoció a un cuñado, don Andrés Morice; y,
no sin grandes dificultades, instaló una pequeña fábrica de
"Medias de seda natural con algodón".
Superó las dificultades. Todo iba muy bien; pero su ambición era
venirse a Santiago, para fundar aquí una modesta fábrica.
Aunque su cuñado no quisa acompañarlo, se embarcó con su
familia, la esposa y siete hijos el 22 de enero de 1920.
Después de mucho andar, encontró una casa adecuada, en San
Pablo 1510. La tomó en arrendamiento en cuatrocientos pesos, y
en ella, con la ayuda de su esposa, estableció la fábrica y el
hogar. Habilitó a su hijo José, aún menor de edad, para poner la
fábrica a su nombre: él estaba todavía declarado en quiebra.
Los gerentes, sus irreconciliables enemigos, negaron a don Blas,
todo crédito.
En tres años, secundado por doña Anita y unos ocho o diez
operarios, la producción de la industria textil Caffarena aumentó
considerablemente; sin embargo, un nuevo incendio, y la copiosa
lluvia del invierno de 1921, amenazaban de nuevo su ruina
económica.
No se arredró y buscó otra casa, para instalar la fábrica; la
encontró en 1922, en Compañía 2614 y Cueto
374, donde permanece hasta nuestros días (1972). Obtuvo en
alquiler las dos propiedades en ochocientos pesos. Adquirió
nuevas máquinas; y la industria logró extraordinario auge y
prestigio: la producción de medias se vendía inmediatamente.
En 1936 canceló, por fin, a sus acreedores, y se convirtió en un
poderoso y solvente industrial; pero la lucha con los gerentes de
Bancos no mermaba.
Al poco tiempo, compró las casas de Compañía y Cueto, y luego
adquirió otras al lado y al frente, para ensanchar el negocio, que
ya no sólo fabricaba medias, sino también calcetines y toda clase
de prendas de vestir textiles. En las nuevas propiedades edificó
casas para sus hijos.
Un obrero que trajo de Francia, le formó un sindicato: los
trabajadores instigados por su jefe, comenzaron a sabotear la
fábrica. Al poco tiempo, después de un pleito, despidió al francés
y a algunos operarios. Los que continuaron, resolvieron disolver el
sindicato; y la fábrica "quedó más tranquila, aumentó la
producción y las ventas, y seguí un buen tiempo sin molestia
alguna" Con su situación "segura y muy sólida" realizó un
segundo viaje a Europa en 1938.
En 1953, publicó sus memorias. Es lamentable que sus hijos y
nietos no difundan esta obra, porque fuera de estar escrita en
correcto castellano y en forma muy amena, sin pretensiones
literarias, ella revela el esfuerzo de un hombre de trabajo que fue
un autodidacto, y desafió con valor y entereza al infortunio, hasta
obtener el más completo triunfo con la industria creada en nuestro
barrio, que constituye hoy una magnífica fuente de riqueza y un
grande honor para Chile,
Actualmente la fábrica, comenzada con unos pocos obreros,
cuenta con cuatrocientos cincuenta, bien rentados, con toda clase
de asistencia social y casa de vacaciones. Esta industria es una
de las poquísimas, quizás la única, que hasta 1971 no tuvo
sindicato, y en la cual existió la más completa y ejemplar armonía
entre patrones y obreros. Durante trece años, sólo vi reciprocidad
de afectos entre la familia Caffarena y sus empleados y obreros;
pero, desgraciadamente, la primera huelga de 1971, enfrió por
unos días, esas cordiales relaciones de antaño.
Aunque don Blas Caffarena, fallecido en 1956, no simpatizaba
con el clero, el sacerdote cronista y vecino de Yungay, deja
testimonio de su admiración por su honrado espíritu de trabajo,
inteligencia e incansable tenacidad; y, más que todo, por esa
herencia de amor al obrero que legó a sus laboriosos hijos y
descendientes, y que fue reconocida y estimada por los
trabajadores hasta 1971.
NEGOCIOS
En la esquina de Rosas y Libertad, el señor Juan Bautista
Echeverría tenía su domicilio y la fábrica de cigarrillos "La
Vascongada", famosa en Yungay, de la cual fue dueño, después,
don Benjamín Tallmann, quien mantenía también allí mismo una
cancha de box, donde se entrenaban Luis Vícentini, Manuel Vera,
Beiza y otros.
Entre los años de 1926 y 1927, los "pijes" de la plaza Yungay,
iban a la de Brasil, y allí eran mal recibidos por los muchachos de
su misma edad, ante el temor de que les sedujeran a sus
"pololas". Con este motivo, había riñas y pugilatos entre ambos
bandos, semejantes a ios que existían en ese tiempo entre los
cadetes de la Escuela Militar y los jóvenes asiduos a la plaza
Brasil. Luis Bravo Leay, uno de estos últimos, recuerda que Luis
Vicentini, Manuel Vera y Beiza, adiestraban en el box a los de la
plaza Yungay, para defenderse de sus competidores. Entre esa
juventud estaban, además de Luis Bravo Leay, Lorca, Bennet,
Oyarzún, Amenábar, Miller y otros, según los recuerdos de Bravo,
al único del grupo que conocí y del cual soy amigo.
En la esquina de la calle Libertad y de Rosas, estaba el almacén
del señor Verbal, que se suicidó en el mismo lugar, ocupado más
tarde, y, hasta hace poco, por una cigarrería, cuyo local se
incendió. A continuación, hacia la avenida Matucana, tenía su
tienda un señor de apellido Godoy; y luego estaba la gran casa de
don Carlos Manterola, casado con una de las hijas de don José
Cumplido. Posteriormente estuvo en ese mismo sitio el célebre
mercado "Los Paperos", de propiedad del mismo señor Cumplido.
Allí, en su residencia, los hijos de este progresista vecino de
Yungay, que no fueron a la guerra de 1879, reunieron algunos
obreros para formar una compañía, conocida con el nombre de
"Los paperos". Después estuvo en ese local el teatro Zig-Zag, y,
finalmente, el emporio de una señora Cruz. De los almacenes de
don César Rossetti, se hablará en el capítulo XIV.
LA MONEDA CIRCULANTE
La moneda circulante en la época de la formación del barrio
Yungay era el real, que valía doce centavos y medio; la peseta,
cuyo valor era de dos reales; el medio equivalía a seis centavos;
el cuartillo de plata, a tres centavos; y el peso de plata, a ocho
reales.
Nominalmente existía la mitad: centavo y medio; después
circulaba el centavo; el chico y el medio. Todas estas monedas
eran de cobre.
La ficha negra tenía un valor de dos centavos, y la ficha colorada,
de cinco.
VENDEDORES AMBULANTES
En la época de la modelación del barrio (1840-1860), había pocos
negocios. En general las ventas eran a domicilio: los
comerciantes pasaban a hora determinada, o fija: a las 10 de la
mañana salían a la calle numerosos carniceros, provistos de
canastos con bordes muy bajos, en los cuales llevaban la carne.
Al grito de "carne gorda", salían los vecinos a comprar. Entre las
11 y las 12, pasaban los "aguateros", y se anunciaban muy
entonados: "aguaterooos…" Frente a las escuelas se apostaban
los vendedores de alfeñiques o "bastones", de 25 centímetros.
Alcancé a conocer estos "bastones", mi madre los hacia
exquisitos para sus hijos. Actualmente existe la misma costumbre
colonial: son innumerables los vendedores de dulces que esperan
la salida de las clases, frente a los colegios y liceos. A la misma
hora se vendían las empanadas "caldúas". A las dos de la tarde,
aparecía el "pan de huevo", a dos centavos la unidad; en seguida
la substancia de ave, también a dos centavos el blanco trozo del
tamaño de una caja de fósforos. Al caer la tarde, otro comerciante
gritaba: "Pan de grasa tostadito". En algunas esquinas del barrio,
se vendía leche al píe de la vaca, o con aguardiente. Casi entrada
la noche se veía en la penumbra al tortillero, con el canasto de
arco metido en el brazo, y en la mano el farolito de luz mortecina:
"Tortillaa, tortillaas buenaas, el tortillero". . . En seguida se
escuchaba el eco del motero: "Moteroo", "Mote mei", "pelao el
mei", "calentito". En mi ya lejana niñez, cuando llegamos a vivir en
la entonces solitaria avenida Providencia (1911) y hasta bien
entrado el siglo (1921), aún se escuchaban los gritos de los
vendedores de "tortillas calite" y de "mote mei". . . que ponían una
nota de vetustez colonial en la hoy elegante y poblada avenida
Providencia, uno de los barrios al cual inmigró la gente de
Yungay. Finalmente, se oía la voz del traficante de chancho: "Los
huesitos de chancho cocido".
Durante más de medio siglo, y hasta hace muy poco, transitaba
por el barrio un vendedor de frutas, hosco y sin gracia, que
llevaba los productos en las alforjas de su caballo blanco.
El frutero caminaba lenta y silenciosamente junto a la
cabalgadura.
La antítesis de este tranquilo vendedor ambulante, era la famosa
"vieja fresca de los dulces frescos", o "la vieja de los dulces
frescos", como se autodenominaba, al anunciar su mercancía con
el grito estridente y cómico de prolongada frase: "Aquíiii vieneee
la viejaaa frescaaa de los dulceee frescooo", o yaaa llegarooon
loo dulceee frescooo".
Largos años pasó diariamente por todas las calles de Yungay,
vendiendo sus alfajores de gran tamaño. Actualmente, ya muy
anciana, algunos vecinos la han visto, con su canasto de dulces,
por la calle San Pablo; pero siempre camorrera: le busca pelea a
los niños y a los obreros de las construcciones.
Don César Rossetti contaba que todos o casi todos los
vendedores ambulantes, eran rateros conocidos, llevaban afilado
cuchillo al cinto, y en cualquier eventualidad o disputa con algún
cliente, se lo metían hasta la "cachita".
XI
EL COLERA MORBUS
EL GOBIERNO de Balmaceda se inició en 1885 bajo fatídicos
auspicios. Ese año, en octubre, apareció en Buenos Aires el
cólera morbus. Las autoridades argentinas suprimieron, por
inútiles, los cordones sanitarios internos, y la epidemia se
propagó violentamente a Rosario, Córdoba y Mendoza. El 4 de
diciembre de 1886, las autoridades chilenas cerraron la frontera
de Uspallata, pero todo fue en vano: los pobladores de esas
provincias huían despavoridos del contagio; burlaban la vigilancia
policial fronteriza, y atravesaban los escarpados cerros
cordilleranos.
En los últimos días del año 1886, aparecieron los primeros casos
de cólera en el villorrio de Santa María de Aconcagua, cerca de
San Felipe. En enero y febrero ya los enfermos eran miles: en
Putaendo, Los Andes, Quillota, Santiago, Victoria, Melipiila y
Valparaíso, hubo una terrible mortandad. En marzo se extendió
hasta Rancagua, Cachapoal y Talca; y, en abril, los coléricos
invadían Concepción, Coelemu, Lautaro y Arauco: vale decir, toda
la zona central del país estaba contagiada.
Se improvisaron lazaretos públicos y privados. El Gobierno gastó
$ 1.007.075,88, de aquel tiempo, esto es de 18 peniques, para
combatir el mal.
El cólera morbus, es una enfermedad infecciosa, originaria de la
India, que se presenta con vómitos, calambres y agotamiento
general del organismo y, muchas veces, sorpresivamente; sus
víctimas, no pocas veces mueren en la calle.
El barrio Yungay fue uno de los más azotados por la epidemia,
hubo verdadera consternación pública. Los enfermos caían en la
calle, y, en seguida, eran recogidos en improvisadas camillas, y
conducidos a diversos lazaretos.
Las colonias extranjeras residentes, formaron brigadas que, con
grande abnegación, se empeñaban en atacar el mal: los
españoles, italianos y alemanes se esmeraron para establecer
sus respectivos lazaretos, muchos instalados en cobertizos
destartalados con sus camas.
La inquietud de la población de Santiago aumentaba cada día: los
vecinos protestaban contra los médicos de la ciudad, entre los
cuales estaba el inolvidable doctor Augusto Orrego Luco, a quien
apodaban el Brujo de la Cañadilla, Los obreros, y, en general, la
gente de escasos recursos miraban con recelo el método curativo
empleado por los profesionales; sin embargo, su labor fue
extraordinariamente sacrificada: trabajaban día y noche para
conjurar la epidemia.
Las farmacias del barrio Yungay, como las de Recoleta y La
Cañadilla, ostentaban vistosos letreros en los cuales se leía:
"Médico gratis a cualquiera hora ofrece esta botica1'.
El lazareto de la colonia alemana, estaba construido
provisoriamente en la calle Esperanza N 9 91. Allí mismo hubo
antes una fábrica de cerveza, cuyo propietario era un distinguido
caballero alemán, con descendencia en la actual sociedad
santiaguina. Poco antes la casa había sido asaltada por gente
desconocida, sin producir mayores daños. Intervinieron unos
jóvenes Ureta, vecinos de la cervecería, quienes, al oir ruido en la
fábrica, abrieron rápidamente una brecha en el muro de adobe
colindante y, revólver en mano, llegaron al lugar del suceso:
dispararon, y los malhechores huyeron despavoridos, no sin antes
haber vejado a los hijos del dueño del negocio.
Al frente del lazareto vivía otro alemán muy respetable, don
Gustavo Druske, que era dueño de una pequeña fábrica de
vinagre en la calle Esmeralda esquina de Claras (ahora Enrique
Mac-Iver); el señor Druske no hablaba castellano, de tal manera
que el vecindario difícilmente se entendía con él.
El lazareto de Esperanza, estaba ubicado en un punto estratégico
muy próximo al cementerio de los coléricos, situado en la margen
norte del río Mapocho, entre las calles de Libertad y Esperanza.
Se había erigido en un sitio eriazo cuadrilongo de 150 metros de
largo por 40 de ancho. Por orden de la autoridad, en ese lugar
eran sepultadas las víctimas de la epidemia.
Durante unos cuatro meses, principalmente en el verano, morían,
en el barrio Yungay, veinte coléricos, más o menos. Apenas caían
atacados del mortífero mal, los enfermos chilenos eran
conducidos al lazareto común, y los extranjeros a los
establecimientos similares que mantenían las propias colonias.
En los cementerios General y Católico, no se podía sepultar a los
coléricos; a éstos se les enterraba ocultamente en la noche.
En el lazareto alemán, prestaba sus servicios nocturnos un
músico militar llamado Galifardo. Noche a noche, en un vehículo
tirado por caballos, conducía los muertos al cementerio, desde el
lazareto. Antes de emprender su lúgubre tarea, calentaba el
cuerpo con una buena dosis de aguardiente. Galifardo era un
chileno mulato, alto, feo, ligeramente encorvado, veterano de la
guerra de 1879, en la cual había servido como músico de un
cuerpo movilizado, de buen talante, conversador impenitente,
amigo de la chirigota, y borracho consuetudinario. En los
momentos libres, daba vuelta la rueda de un molino de aceite que
poseía el industrial italiano Manuel Delpiano.
Una lluviosa noche de julio, le tocó llevar al cementerio siete
cadáveres, en el carretón; y, en el trayecto, a cortos intervalos,
escuchaba una leve queja, a la cual respondía: "Cállate, no más;
te me entregaron como muerto, y como muerto te llevo; allá en el
cementerio te las arreglarás con el sepulturero"; y a modo de
estribillo repetía: "Añañaca, añañaca, la flor de la albahaca, con la
que venís que estai vivo, cuando a mí me consta que estai
muerto"; "querís saber más que el dotor". En el fúnebre viaje
continuaban los ayes lastimeros; y, cuando llegó al portón del
cementerio, Galifardo exclamó: "¡Se me arrancó uno!" Como el
sepulturero sabía que a Galifardo le gustaba el mosto y era
chacotero, pensó que se trataba de una broma; pero al contar los
cadáveres, amortajados en sacos paperos de aspíllera, verificó
que en realidad faltaba uno, y no quiso firmar el recibo. En ese
momento, se armó una pelotera a la chilena, que terminó con el
regreso de Galifardo al lazareto. Cuando llegó, Druske,
encargado del establecimiento, dormitaba sobre un sillón; no le
dio importancia al hecho relatado por el cochero, y guardó en el
bolsillo el recibo, sin firmar del sepulturero.
Momentos después vio con grande asombro, que Galifardo
revisaba muy atentamente las camas, para ver si podía encontrar
el muerto que le faltaba y presentarse con los "siete" en el
cementerio; pero comprobó que todos estaban con vida. Resolvió
echarse al hombro al más pacifico de los coléricos, y salió con él;
mas el paciente, aterrado, comenzó a gritar en tal forma que
Druske despertó; sin embargo, como no hablaba castellano, no
pudo entenderse con Galifardo. Al día siguiente el enfermo
amaneció sano, restablecido.
El sepulturero, y el señor Druske, discutieron agriamente en la
calle: la disputa terminó cuando aquél insultó al ciudadano
alemán, y éste le contestó con un expresivo: "gracias".
Diariamente las autoridades enviaban carretones con agua
cocida, para repartirla gratis al vecindario.
La epidemia continuó haciendo estragos: un historiador dice que
la estadística oficial del Registro Civil ''arrojó un total de 28.432
defunciones producidas por el cólera morbus".
XII
DOS AVENTUREROS EN EL BARRIO YUNGAY
EL FALSO MEDICO JOSE INDELICATO
ENTRE los años de 1834 a 1841, moró en el barrio, en casa del
abuelo del señor César Rossetti, el italiano José Indelicato, que
se hacía pasar por médico, y polemizaba con el protomédico
doctor Guillermo Blest. Este funcionario jamás permitió a
Indelicato el ejercicio de la medicina, a pesar de haberlo solicitado
insistentemente.
Un día se pusieron de acuerdo con su huésped, para visitar a don
Diego Portales, a fin de que intercediera ante el doctor Blest en
favor de la porfiada solicitud del seudomédico italiano.
Portales, cuando venía de Valparaíso a la capital, se hospedaba
en casa de los Urízar Garfias, ubicada frente a la plazuela de
Santa Ana. Allí el futuro Ministro y terrible hombre de los hechos,
tenía una habitación para exhibir las cosas que vendía: yerbas,
tabacos y géneros. Don Diego los recibió una mañana otoñal. El
señor Rossetti hizo la petición, en nombre de su amigo que aún
no hablaba castellano; pero Portales, que, tal vez estaba
informado de los malos antecedentes de Indelicato, rechazó la
petición con su acostumbrado sarcasmo e ironía. El señor
Rossetti había tenido negocios con el estanquero porteño y pensó
que podía acogerlo bien.
Al salir de la casa de los Urízar Garfias, el falso médico muy
airado, prorrumpió con voz profética: "Cuesto birbone ha de morir
assesinato".
Como no le fue posible ejercer en nuestro país la profesión de
médico, Indelicato se dedicó al periodismo, cuya práctica era más
fácil, porque la prensa aún estaba en pañales.
Don Ramón Briseño sostiene en la "Estadística Bibliográfica de la
literatura chilena", que José Indelicato redactó EL FILANTROPO,
periódico cuyos dos únicos números aparecieron editados en la
Imprenta de la Independencia los días 3 y 10 de septiembre de
1834. Raúl Silva Castro, en su prolija obra PRENSA Y
PERIODISMO EN CHILE (1812-1956), niega que el seudo
facultativo italiano hubiese escrito en EL FILANTROPO; en
cambio, atribuye a este sujeto la redacción de EL FAROL, que
editó doce números, desde el 31 de agosto hasta el 16 de
noviembre de 1835, en la Imprenta "La Araucana". Según otros
autores, la redacción de este periódico estuvo a cargo de Juan
Francisco Meneses, Victorino Garrido y Fernando Urízar Garfias,
integrantes los tres de la tertulia de Portales. Silva Castro coincide
con Benjamín Vicuña Mackenna, quien, en la biografía de
Portales, afirma que "fue redactor exclusivo de EL FAROL el
médico italiano don José Indelicato". El mismo historiador califica
al falso médico de "aventurero de nota" venido a Chile,
procedente de la República Argentina, país en el cual dejó "una
triste reputación". Agrega que "según un manifiesto publicado
contra él, por el protomédico de Córdoba, el doctor español don
Francisco Martínez Doblaz, Indelicato había llegado a Córdoba en
1833 y echóse notar por sus insidias sociales y las cabalas de su
profesión, pues, según cuenta Martínez Doblaz, le propuso, en
Buenos Aires, hacer una campaña para curar sólo por el sistema
de juntas, a fin de ganar el cuadruplo del horario regular, diciendo
que los médicos no debían curar tanto los cuerpos como los
bolsillos de los enfermos".
"A estos antecedentes se debió, sin duda, que el redactor de EL
BAROMETRO, don Nicolás Pradel, denunciase a Indelicato,
poniendo en su papel un feo mascarón, al pie del cual se leían
estas palabras: "El italiano José Indelicato, bien conocido por sus
crímenes en Palermo, Milán, París, Montevideo, Buenos Aires,
Córdoba, y últimamente en Chile, etc."
"Decíase, además, de voz vulgar, que Indelicato tenia en la
espalda una marca de fuego por haber envenenado al duque de
Módena u otro personaje italiano. Mas, él se sometió a un
examen decretado por el protomédico o el Intendente de
Santiago, a petición suya, y resultó ser falso este cargo. Acusó
ante el jurado a Pradel, y éste fue condenado por injurioso. Por lo
demás, era hombre de indiscutible talento, fino, intrigante y
agente sumamente a propósito para instrumento de un gobierno
sigiloso. Garrido le daba sólo los temas de sus artículos; y a este
fin había sacado de la Biblioteca Nacional, con autorización del
gobierno, un ejemplar del célebre periódico LA MINERVA
FRANCESA, en que se publicaron por una sociedad de literatos,
como de Jouy y otros notables, artículos sobre política,
costumbres, etc. Otro tanto habían hecho los redactores de EL
HAMBRIENTO en 1828, pidiendo ayuda a su primo (como él lo
llama), EL GRANIZO, un periódico satánico que entonces se
publicaba en Buenos Aires.
"En definitiva, Indelicato, tuvo que abandonar la prensa y el país,
pues el mascarón de Pradel, la marca de fuego, y hasta su propio
nombre, que los corrillos traducían por no delicado, eran armas
capaces de derribar en Santiago la reputación de un santo, y
mucho más de un médico envenenador y libelista".
Por su parte, don Ramón Sotomayor Valdés, historiador
fidedigno, refiriéndose al destierro de Nicolás Pradel, redactor de
EL BAROMETRO, coincide con Vicuña Mackenna en que
Indelicato no llevaba la tal marca en su cuerpo, como lo habían
atestiguado los galenos santiaguinos, después de un prolijo
examen; la denuncia "no hizo más que excitar la chismografía de
la capital", concluye el grave don Ramón.
Raúl Silva Castro, siempre bien informado, cree que José
Indelicato sucedió a don Manuel José Gandarillas en la redacción
de EL ARAUCANO, y esto se desprende —a juicio suyo— del
siguiente suelto: "El gobierno ha tenido a bien encargar a un
nuevo redactor la parte del interior de este periódico1'. ¿Quién fue
ese nuevo redactor? Al parecer, José Indelicato, que estuvo poco
tiempo en Chile, que fue centro de no pocos comentarios
desapasibles. La permanencia de Indelicato fue corta. En el
propio diario se leía el 18 de septiembre de 1835, la siguiente
noticia: "El que acaba de encargarse de la redacción de la parte
interior de este periódico, se ha retirado por motivos de salud. El
27 de noviembre había sido reemplazado por Indelicato en EL
ARAUCANO.
Raúl Silva Castro opina "que habiendo fracasado Indelicato en la
redacción, Portales creyó conveniente entregársela a don
Andrés".
El doctor Augusto Orrego Luco, no obstante, da a Indelicato el
título de "doctor", en sus RECUERDOS DE LA ESCUELA, al
hablar de los periódicos; pero lo hace en forma zahiriente,
despectiva: "Tenemos derecho –dice– para prescindir del
CRITICON MEDICO, Revista publicada por Parsaman en 1840 y
del que aparecieron cuatro números. Es un panfleto en contra de
Blest, y prescindir también de EL FILANTROPO, del que publicó
dos números en 1837, el doctor Indelicato. Son hojas sueltas
arrojadas al viento del escándalo".
Orrego Luco concuerda con Briseño en que Indelicato redactó EL
FILANTROPO; pero el ilustre médico, político y escritor se halla
tanto o más errado que el viejo bibliógrafo, porque el periódico no
se publicó en 1837, sino en dos números, el 3 y el 10 de
septiembre de 1834 y en sus páginas no hay la menor alusión al
doctor Blest.
Me inclino a creer, con Benjamín Vicuña Mackenna y Raúl Silva
Castro, que el falso galeno italiano no redactó jamás EL
FILANTROPO.
EL QUIMICO NIGROMANTICO ALFREDO PARAFF
Et 30 de mayo de 1876, arribó a Valparaíso, procedente de
California, el alsaciano Alfredo Paraff, químico-nigromántico.
Venia acompañado de su compatriota y socio Francisco Rogel.
Paraff era portador de una amplia recomendación oficial del
cónsul general de Chile en California, don Francisco Casanueva,
y además traía una carta de este funcionario a su hermano
Carlos, residente en Valparaíso. Estos antecedentes, sumados a
la excepcional simpatía, cordialidad, labia e ingenio del astuto
extranjero le abrieron aquí todas las puertas e inspiró confianza a
hombres tan respetables como a don Miguel Cruchaga Montt,
Uldaricio Prado, Francisco Puelma, Agustín Edwards Ross y
Eduardo Mac-Clure, quienes no vacilaron en formar una sociedad
con Paraff.
El alsaciano era un químico nigromántico, un famoso y diestro
prestidigitador, quien decía ser inventor de un "procedimiento
para extraer grandes cantidades de oro de minerales que no
convenía explotar por los métodos conocidos. En especial, el
invento de Paraff era aplicable a los minerales de cobre. Su
secreto consistía en un reactivo de su invención". Un país tan
productor de cobre como Chile, podía "estar seguro de hacerle
competencia a California con todo el oro que podíamos beneficiar.
El oro extraído de las escorias alcanzaba a uno o dos por ciento".
El embaucador, secundado por Rogel, "con su singular "cuento
del tío", engañó no sólo a los chilenos ya mencionados y a otros
más, recordados por el historiador Francisco Antonio Encina en el
tomo XVI de su HISTORIA DE CHILE, sino al Presidente Aníbal
Pinto, y a su Ministro de Hacienda Rafael Sotomayor Baeza,
ambos se mostraban muy interesados en el invento: de su buen
éxito dependería el término de la grave crisis económica de Chile.
Engatusó también a hombres de habilidad y experiencia como
Manuel Montt y Antonio Varas. Aquel conversó dos horas con
Paraff y declaró, a quien quería oírle, que "pocos hombres le
habían interesado en más alto grado". Con inexplicable candor,
don Aníbal Pinto decía: un señor Paraff, "cree haber encontrado
un procedimiento para separar el oro que, según él, contienen
nuestros minerales de cobre y plata, especialmente los primeros.
Se ha asociado con Cruchaga, Puelma, Ovalle, Olivares, Uldaricio
Prado y otros; han hecho sus ensayos en pequeño con buen
resultado, según dicen ellos mismos, y, últimamente, ensayaron
en grande, con igual resultado. Si Paraff no ha descubierto el
procedimiento para extraer oro de los minerales de cobre, es
seguro que tiene uno para extraer el buen sentido de sus
compañeros, pues cada uno se cree ya millonario. Cruchaga me
decía en días pasados que en el presente mes exportaríamos
pastas por valor de $ 700.000. Algunos de los interesados, para
obtener los fondos que necesitaban para compra de minerales y
ensayos, han vendido lo que tenían por lo que les daban. El
público poco crédito da a esta novedad, que parece cuento de las
mil y una noches"
De los pocos que no cayeron envueltos en las redes del alsaciano
fueron: don Agustín Edwards Ossandón, que "encontró el negocio
demasiado bueno", y el sabio vecino de nuestro barrio Ignacio
Domeyko, a quien Paraff visitaba con frecuencia en su laboratorio
de la calle Cueto. El embaucador, pretendía interesar al Rector de
la Universidad, y afamado químico, en sus hallazgos e inventos. A
menudo le llevaba piedras con partículas de oro legítimo, pero el
perspicaz Domeyko, jamás dio crédito a Paraff, porque éste
nunca quiso hacer los experimentos en presencia suya.
El químico de marras se hizo famoso en Santiago. El músico
Fabio de Petris, compuso una polka que se publicó con el titulo de
"Oro Paraff". Había "sombreros Paraff", "cuellos Paraff"; y se
cuenta que un restaurante de la calle Ahumada esquina de la
calle del Chirimoyo, ahora Moneda, preparaba una sustanciosa
"sopa Paraff".
Su celebridad llegó hasta Bolivia, donde obtuvo una concesión
por nueve años, en mayo de 1877, para explotar los yacimientos
de metales que se encontraban abandonados en la confianza de
que esas "investigaciones podrán dar ensanche a los trabajos
mineralógicos en el país con probabilidades de grandes medios a
la riqueza pública".
Era tanta la fama de Paraff que algunos chilenos entusiastas e
ignorantes, lo creían inventor de la parafina,
"En el mismo mes de julio —refiere el historiador Encina—, el
descubrimiento de Paraff acaparó en tal medida la atención
pública, que, intrigas políticas, luchas teológicas, crisis, déficit
fiscal, cuestión de límites, diluvios, terremotos, precio del cobre,
malas cosechas, desaparecieron de la conciencia colectiva. La
primera víctima del entusiasmo delirante fue el propio Paraff. En
las calles y en los teatros, se le hacía objeto de tales muestras de
admiración, que casi le imposibilitaban los movimientos
necesarios para la atención de sus asuntos. La sociedad de
Santiago lo agasajó en forma sin precedentes".
"El descubrimiento repercutió en la Bolsa y las transacciones. Los
que tenían propiedades y valores que realizar, se apresuraron a
quebrar los precios para invertirlos en acciones de Paraff. Los que
tenían capitales ocultos, para comprar haciendas y casas al tercio
de su valor se apresuraron a invertirlas, antes que la
superabundancia de oro en el mundo los rebajara a la quinta o a
la décima parte de su antiguo poder de compra" (3).
Don César Rossetti recordaba haberle oído decir a don Julio
Zegers que el supuesto invento de Paraff, produjo, en Santiago,
una grande especulación, la cual influyó notablemente en la crisis
financiera de 1873-1878.
Lo que convenció a los pocos incrédulos rebeldes sotare la
bondad del negocio del alsaciano, fue una desconcertante noticia:
el químico, y Rogel, su secretario, habían fundido, según el nuevo
método, dos barras de oro por las cuales el Banco Nacional les
dio la fabulosa suma de $ 18.583.85. Esto aconteció el 7 de junio;
el 20 se entregaron a Tesorería de la Casa de la Moneda, 777
cóndores sellados con el oro de Paraff. El primero, el inventor lo
entregó personalmente al crédulo Presidente Aníbal Pinto. Al día
siguiente, el generoso inventor enviaba al Primer Mandatario, 100
cóndores para que los repartieran entre los pobres... Esta actitud
colmó de felicidad al Jefe del Estado, y acabó por trastornar a los
escasos enemigos de Paraff.
"El verdadero prestidigitador no era el propio Paraff, sino Rogel,
su ayudante, individuo listísimo que se hacía pasar por semiidiota,
y que durante las manipulaciones agregaba oro a los crisoles sin
que nadie hubiese logrado sorprenderlo".
Don César Rossetti me contaba que había escuchado a su padre,
lo mismo que después he leído en las páginas del historiador
Encina. Don Casimiro Domeyko Alamos, recuerda también
haberle oído a su padre que el sabio don Ignacio atribuía a Rogel
la paternidad del invento, y la destreza para hacer el truco.
Mas, el cobre convertido en oro, dejó de brillar muy pronto: como
en Chile no faltan los hombres cuerdos y perspicaces, uno de
ellos, parece que don Ignacio Domeyko, descubrió las patrañas
de Rogel. Don Casimiro Domeyko Sotomayor, hijo de don
Ignacio» el sabio, refería a los suyos que el secretario de Paraff
era un tanto panfilo, y echaba polvo de oro a las piedras y
cenizas, ardid en el cual fue sorprendido, tal vez por el sabio
polaco o por su mismo hijo Casimiro.
Alguien denunció a Rogel a la policía; ésta comprobó la estafa, y
de inmediato, Paraff y su socio fueron encarcelados, el 29 de
septiembre de 1877, a pedido del Promotor Fiscal, don
Robustiano Vera.
La patraña quedó descubierta: las acciones comenzaron a bajar
en forma alarmante, y la gente embaucada se arruinó.
EL ESTANDARTE CATOLICO, del 3 de septiembre de 1877,
preguntaba maliciosamente: "qué era del invento de Paraff", e
insertaba las siguientes estrofas:
"Hasta de cóndores, queda una mula de alquiler se iba hacia la
Moneda; mas, tanto empezó a correr, que apenas el caminante la
podía detener".
Pero en breve cesa el brío y en vez de avanzar, recula el
animalejo impío: su sabia no disimula, el dueño, y dice por fin:
este macho no es mi mula!"
Isidoro Errázuriz, con su pluma incisiva publicó un editorial en LA
PATRIA de Valparaíso, bajo el titulo de "¿Cuándo soltará Montt a
Paraff?"
En él se burla sin compasión de la ingenuidad del monttvarismo
que favoreció al químico nigromántico.
Don Manuel Montt era Presidente de la Corte Suprema, y en su
absolución definitiva había puesto Paraff su esperanza.
El 21 de enero de 1879, el juez don Tiburcio Bisquert condenó a
Alfredo Paraff, de 34 años de edad, y a don Francisco Rogel, de
47, a cinco años de presidio menor, contados desde el 29 de
septiembre. El fiscal de la Corte, don Francisco Ugarte Zenteno,
pidió se mantuviera la sentencia. El 25 de abril de 1879, recién
empezada la guerra del Pacífico, inició la vista de tan
espectacular causa. Una nueva argucia de Paraff iba a echar por
tierra la severa sentencia del juez Bisquert. Con grande asombro
de todos, alegó en favor del reo, nada menos que el connotado
pelucón don Carlos Walker Martínez, quien pidió la revocación de
la sentencia de primera instancia o que sobreseyera el proceso
contra Paraff y Rogel. El fondo del alegato del señor Walker
Martínez era que "la ley pareja no es dura", y si se condenaba a
Paraff y a Rogel, ¿por qué se excluía de la cárcel a todos sus
socios? Es decir, a don Miguel Cruchaga y otros caballeros
respetables. La vista del fiscal quedó pulverizada, como dijo
Walker Martínez, después que el abogado defensor dio lectura a
las cartas de Antonio Varas y Aníbal Pinto, sobre el invento del
químico alsaciano, cuando éste se hallaba en el cénit de su
gloría.
"No estaba yo —expresó Walker Martínez— en el número de los
turiferarios que hacían coro al eco inmenso de aplausos que
embriagaba a este nuevo César de la ciencia; ni yo para buscarlo
entonces dejé el modesto retiro de mis trabajos profesionales;
pero me veo a su lado con gusto; porque hago una acción buena,
cuando se halla solo, oprimido, insultado ásperamente por los
mismos que antes lo elevaban a la condición de un semidiós, y
desnudo de ese brillo alucinante que dan el oro y los aplausos.
Este antecedente abona la verdad de mi palabra".
El orador forense fue ovacionado, como pocas veces se ha visto
en nuestros tribunales, y, desde entonces hasta su muerte, figuró
entre los mejores y más brillantes abogados del foro nacional.
En realidad, es indiscutible que Walker Martínez alegó
sagazmente, porque tan culpables de la estafa eran su autor
Paraff, como los incautos que lo habían secundado; y quienes,
como el Presidente Pinto, el ex Presidente Montt, Antonio Varas,
y otros, lo aplaudieron.
La Corte modificó la sentencia, con el voto en contra del Ministro
Valenzuela, y condenó a Paraff a cinco años de relegación en
Valdivia, y absolvió a Rogel, su cómplice.
Poco después, iniciaron juicios contra el embaucador, algunos de
los que salieron chasqueados por la estafa de Paraff, que
ocasionó una pérdida de un millón de pesos oro, la cual, como se
ha visto, agravó la crisis económica de aquellos días. Entre los
demandantes figuraba don Gonzalo Bulnes Pinto, sobrino del
Presidente Pinto, quien perdió $ 45.000 oro de 18 d.
Don Miguel Cruchaga Montt, abogado y economista liberal, de
talento y prestigio, fue uno de los que perdieron toda su fortuna.
Era el principal accionista de la sociedad formada por el astuto
Paraff: su pasión por las minas lo indujeron a invertir en la
aventura del alsaciano, toda su cuantiosa fortuna de $ 240.000 de
1877. Cuando la gente salía a la calle para atajar a los accionistas
con el objeto de pedirles que Ies vendieran la mitad de una acción
de las 212 en que se dividía el capital de la empresa, "el único
que no vendió ni la más pequeña fracción de su cuota en la
fabulosa empresa, fue el socio principal, don Miguel Cruchaga,
pues aún no estaba tan seguro del éxito de ésta como para
comprometer en ella capitales de terceros. Así también, cuando
poco después, se descubrió el pastel, quedó redondamente en la
calle, pero nadie pudo acusarlo de haber arrastrado a nadie en su
fracaso".
"Miguel Cruchaga era un hombre joven; no tenía aún cuarenta
años, pero no pudo reponerse de tamaño golpe. Murió diez años
más tarde, abatido y arruinado, mas sin protestar contra lo que él
veía como la voluntad de Dios".
Don César Rossetti recordaba que el gobierno de Pinto dejó
escapar al aventurero Alfredo Paraff, en premio por haber
descubierto un procedimiento para adaptar la cápsula de un rifle
en otro, invento que fue utilizado durante la guerra de 1879. Don
Ignacio Domeyko era de la misma opinión del padre de don César
Rossetti: la autoridad dejó salir del país al químico nigromántico
en recompensa por su descubrimiento.
XIII
SALTEOS EN EL BARRIO
EN EL apartado y tranquilo rincón colonial de Yungay, sus
moradores vivían atemorizados por las bandas de maleantes
nocturnos que recorrían el barrio para asaltar las casas quintas.
Fueron tantas las acometidas, que la policía guardaba sus
precauciones.
El año 1890, vivía en la calle Chacabuco, a pocos metros de la
casona de don Eusebio Lillo, la señora Virginia de Hoffmann, y su
hija homónima. Ambas se dedicaban a la fabricación de café de
higos. Para moler los ingredientes ocupaban a un sujeto de
apellido Salas, antiguo empleado de don José Rossetti. Después
de algún tiempo, Salas dio aviso de que se retiraba para buscar
una ocupación mejor pagada. Los comerciantes pidieron al criado
que dejara él mismo un reemplazante. Terminó el mes, llegó el
nuevo empleado, y el anterior ocupó el último día en tramar con él
el asesinato de las dueñas de casa.
Después de la cena, la madre fue a cerrar la puerta de la calle; y
al pretender colocar la barra, fue herida por el nuevo empleado.
De inmediato llamaron a la hija, y, muy cariacontecidos, le dijeron
que la señora habia sufrido un ataque. Cuando aquella se acercó,
con una vela en la mano, para ver a su madre, los facinerosos se
lanzaron sobre ella y la asesinaron.
Al día siguiente, los vecinos se dieron cuenta de que no había
movimiento en la residencia de la familia Hoffmann. Don Manuel
Rodríguez, teniente coronel de Ejército, vecino de la calle
Catedral esquina de Chacabuco, se introdujo al patio de la casa
del crimen y vio un horrendo cuadro. A la sazón estaba
construyéndose la casa de la calle Catedral esquina nororiente de
Matucana, propiedad de don David Mac-Iver, Por allí escaparon,
en la madrugada, los delincuentes. Un suplementero del barrio
avisó a la policía que había visto saltar por los andamios a dos
individuos que llevaban un paquete o bolsa, y se alejaron por los
potreros de la Quinta Normal.
Los detectives encontraron, pocos días más tarde, a los asesinos,
quienes fueron condenados a la pena capital. La sentencia
ordenaba ejecutarlos en el sitio mismo del crimen. Una tarde de
noviembre de 1890, los reos fueron ajusticiados, junto a la puerta
de la casa del crimen. En aquella época había menos burocracia
judicial, y los procesos duraban muy poco tiempo.
Don César Rossetti, que me relató este trágico suceso, presenció
el fusilamiento, siendo niño de trece años, desde un árbol de la
quinta de don Eusebio Lillo.
Gracias a la vigilancia policial, se frustró un salteo, del cual
escapó toda la familia Domeyko Alamos. En 1891, después de la
lamentable derrota del Presidente Balmaceda, llegó a la solariega
mansión de don Casimiro Domeyko Sotomayor, hijo del sabio don
Ignacio, un caballero desconocido del dueño de casa y de su
familia. Este señor se presentó a "Ñor Ramón", empleado de los
Domeyko, como comprador de la histórica propiedad. Don
Casimiro salió al encuentro del recién llegado, y le manifestó que
la quinta no se vendía; pero le invitó a pasar a su escritorio, y allí
el extraño visitante se dio a conocer: "Soy el jefe de la policía
secreta —dijo— y para que nadie sospechara me fingí comprador
de su casa: vengo a ponerlo sobre aviso de un asalto que tienen
en proyecto aquí.
En ese tiempo la persona que deseaba ingresar en la policía
secreta, debía denunciar previamente algunos salteos: Un vecino
de la calle Cueto, al norte de Santo Domingo, de apellido Rojas,
tal vez de profesión zapatero, tuvo conocimiento del salteo y fue a
denunciarlo a la Policía de Seguridad. Estos "soplones" eran
apodados "bomberos", probablemente porque "echaban al agua"
a los salteadores. El jefe rogó al señor Domeyko que facilitara su
casa para perpetrar el salteo, con el objeto de prender a los
temibles bandoleros. "Esta gente va a llegar —dijo el funcionario
policial— en cualquier momento por la calle Cueto. Los asaltantes
habían estudiado muy bien el terreno, y no entrarían por el fondo
de la quinta, que llegaba entonces hasta la misma plaza Yungay,
por temor a los perros bravos, unos mastines alemanes
inmensos, pavorosos, cuidadores de la casa. A través del
"bombero", agregó el detective, mandaré "comisionados" que
vigilen la casa diariamente.
El fin del salteo era robarse la valiosa colección de minerales,
dejada por el olvidado sabio don Ignacio Domeyko, muerto dos
años antes (18B9). Los salteadores las tenían por piedras
preciosas.
Cierto día los detectives avisaron a don Casimiro, que los
bandidos se dejarían caer esa noche. Al frente de la familia
Domeyko vivían los Sutil Prieto y los Ossa; y allí se parapetaron
los policías civiles a fin de sitiar a los asaltantes y ultimarlos.
En San Pablo esquina de Brasil, se habían apostado "pacos", o
guardianes con uniformes azules, montados, para que, cuando
sintieran el tiroteo, salieran al encuentro de los bandidos y los
mataran.
Por orden del jefe de policía, nadie salió de la casa de los
Domeyko aquella noche. Don Luis Alamos Cuadra, hermano de
doña Dominga Alamos de Domeyko, esposa de don Casimiro,
pernoctó allí, y acompañó a la señora en el comedor. Para
adquirir valor rezaron el Rosario. A medianoche, comenzaron a
llegar uno a uno, los salteadores, calzados con alpargatas para
no hacer ruido. Los "comisionados" o agentes policiales, estaban
ocultos en las residencias de los Domeyko, de los Sutil y de los
Ossa.
Las señoras de las tres casas estaban atemorizadas.
Los bandidos pretendieron barrenar una de las ventanas, y por
ahí querían meter una barreta para palanquearla y penetrar en la
casa; la ventana era firme y no cedió a los golpes; el ruido fue
grande; sin embargo, los asaltantes hicieron un segundo
esfuerzo, más violento que el primero, pero sin resultado.
Los malhechores se desanimaron y quisieron huir, aunque el
"bombero" los incitaba a que permanecieran en sus puestos de
combate. No pudieron escapar porque los agentes de policía
estaban ocultos y salieron detrás de ellos. A la una de la
madrugada, en la calle Cueto, entre Santo Domingo y Rosas,
comenzó un tiroteo formidable entre detectives y salteadores. Don
Casimiro se entusiasmó, salió a la calle, y persiguió a uno de los
asaltantes que corría hacia la calle Rosas; lo vio caer y, en el
momento en que se inclinaba para auxiliarlo, el bandido se
levantó con el puñal en la mano: en ese mometo, un '
'comisionado" tiró del vestón al señor Domeyko, y ultimó a
culatazos al malhechor.
En la refriega hubo seis salteadores muertos; el "bombero"
también cayó derribado por una bala. A todos los condujeron en
un coche al cuartel de policía: "fueron por lana y salieron
trasquilados".
X I V
TERTULIA EN EL ALMACEN DE D. CESAR
ROSSETTI
EN EL HISTORICO barrio Yungay, hubo un singular y concurrida
tertulia que hizo época: en el almacén de abarrotes de don César
Rossetti (1877-1962), ubicado primero en la calle García Reyes
esquina norponiente de la calle Catedral (1894-1914); y, después
en esta última esquina de Libertad (1914-1962), se reunieron,
durante largos años, los vecinos más connotados de la localidad.
Cuando fui nombrado cura de San Saturnino, el 1º de noviembre
de 1957, don César Rossetti era el más antiguo de los
parroquianos. Su padre, el italiano don José Rossetti, al llegar a
Chile se dedicó a la industria naviera, por lo cual hacía continuos
viajes a Corral, Callao y Guayaquil. La esposa de don José quiso
conocer Lima, y en aguas peruanas, en un barco italiano, nació
César, quien fue llevado a la ciudad de los virreyes. La familia
regresó a Chile el mismo año.
La memoria prodigiosa de don César Rossetti era un verdadero
archivo, que guardaba con fidelidad los más hermosos recuerdos
de Yungay desde 1882, cuando él frisaba en los cinco años.
El viejo vecino, no sólo recordaba exactamente los hechos de los
cuales fue actor, sino también aquéllos que le transmitió su padre.
El antiguo comerciante del barrio, era un varón sencillo, humilde,
recto, cristiano viejo y desinteresado. Poseía una vasta cultura,
hablaba varios idiomas; y, en su juventud, estudió leyes en
calidad de oyente. En la Universidad, fue compañero de don
Galvarino Gallardo Nieto. A su negocio vetusto y ruinoso de los
postreros años de su vida, acudían pobres y ricos, gente culta y
basta; pero él no hacía distinciones: a todos atendía con igual
bondad y gentileza. Tras el mostrador, vestido con modestia, y
siempre risueño, mostrando el único colmillo que le quedaba,
escondía humildemente su recia cultura humanística, ennoblecida
por una gran simpatía y sencillez. Quien lo veía, atendiendo su
negocio, no sospechaba la reciedumbre de su polifacético saber,
ocultado bajo la pobre indumentaria del hombre de trabajo, de
cuerpo diminuto, rostro enrojecido, pequeños ojos azulea
adormilados, de temperamento alegre y bonachón.
El carácter afable de don César y la generosa hospitalidad
brindada por él a sus huéspedes, justificaba el hecho, poco
común, de que su almacén fuera, en los buenos tiempos (1894-
1925), el centro de una animada tertulia que hizo época en
Santiago.
Alrededor de las nueve de la noche, comenzaban a llegar al
negocio los contertulios: se reunían allí, hasta las dos o tres de la
madrugada, parroquianos de las más diversas profesiones e
ideologías: don Eusebio Lillo Robles, que era el más anciano de
los asistentes; los coroneles Estanislao del Canto, Luis Solo de
Zaldívar y Ricardo Castro; los generales Rafael Soto Aguilar y
Diego Dublé Almeida; los escritores Alfredo Irarrázaval Zañartu, Paulino
y José Alfonso y Juan Agustín Barriga, el más ático de nuestros oradores
académicos y parlamentarios, que frecuentaba diariamente el barrio; don
Patricio Larraín Alcalde y don Malaquías Concha; el violinista colombiano
Manuel Arias, que vivía en Catedral esquina de Libertad; don José Maria
Solano, escritor del mismo país, quien venía a Yungay, desde otro punto
de la capital; y los cultos hijos de Italia, Enrique Piccioni y Aníbal Visconti,
ambos hacían giras para divulgar la filosofía positivista.
Don César dejaba la atención del negocio a un hermano, y, como dueño
de casa, presidía la tertulia. Los concurrentes se sentaban en duros
cajones vacíos, y todos se sentían a sus anchas, cómodamente, como
en los sillones más confortables.
Tanto a don Eusebio Lillo como a don Paulino Alfonso, les disgustaba la
reunión a puertas abiertas, o con muchas personas. El autor de la
Canción Nacional, decía al anfitrión: "cierre la puerta, don César, eche a
la gente para afuera". En aquel tiempo la población de Santiago, no era
mucha: en una cuadra vivían cuatro familias, máxime en los barrios
nuevos, donde abundaban las quintas. Sus moradores se recogían al
anochecer: a las nueve ya nadie transitaba por la calle y los negocios
estaban desiertos.
Entre los años de 1894 y 1900, la conversación giraba en torno de la
inútil Revolución de 1891: entonces estaba vivo el recuerdo de la
sangrienta y enconada guerra fratricida, que creó nuevos problemas, sin
solucionar ninguno de los que causaron la Revolución, excepto la
libertad electoral, para cuyo establecimiento no era necesario
desencadenar un conflicto armado, porque ella se habría impuesto de
todas maneras. Los contertulios militaban en distintos campos políticos y
discutían con animosidad; mutuamente se recriminaban: Lillo se había
mantenido neutral en la lucha. La madre de sus hijos, la señora
Mercedes Luco Herrera, era paríenta cercana de doña Emilia
Toro Herrera, esposa del mandatario sacrificado. El coronel Del
Canto, revolucionario intransigente; Juan Agustín Barriga, de los
más temibles diputados opositores, hasta el último fue enemigo
de la amnistía a los balmacedístas, otorgada por el Congreso.
Alfredo Irarrázaval Zañartu tenía, como toda la gente de su raza,
aversión a Balmaceda, y Malaquías Concha, ferviente admirador
del desafortunado estadista. Aquel representaba a la fronda
aristocrática que precipitó al país a la torpe aventura de la guerra
entre hermanos, y el otro al pueblo admirador del Presidente
constitucional. Ambos jóvenes cambiaban frases picantes, en las
cuales se distinguía Irarrázaval, cuya ironía punzante y sangrienta
es bien conocida en las letras y en la política chilenas.
El general Diego Dublé Almeida, y el coronel Luis Solo de
Zaldívar, detestaban al coronel Del Canto, antipatía que era
recíproca. Si el veterano de 1879 y ex jefe del Ejército congresista
llegaba al almacén, y encontraba allí a sus compañeros de armas,
se iba "por no patearlos". Del Canto era "amatonado", decía don
César, y Dublé, muy fino, "de tinte aristocrático", gentil, y su
conversación estaba salpicada de datos y anécdotas.
Don César Rossetti se había identificado tanto con Yungay, que
en la época de su repentino fallecimiento era su vecino más
antiguo y caracterizado. Aunque nunca perdió la nacionalidad
italiana, y los peruanos le consideraban compatriota, tuvo por
Chile un amor sincero y profundo.
Pocos meses antes de morir, el señor Rossetti me entregó un
borrador, escrito de su puño y letra, en el cual anotó brevemente
los últimos recuerdos del barrio, en especial acerca de la primitiva
fiesta del Roto Chileno, a la que él asistió desde 1888, hasta la de
1962. De ella se hablará en el próximo capítulo de este libro.
Mi antiguo parroquiano y recordado amigo, inicia esas
reminiscencias con romántica nostalgia: "¡Qué tiempos aquéllos!
Bajaremos a la tumba recordándolos, y llevaremos en la retina de
nuestros cjos, la visión de haber vivido una época feliz y llena de
encantos, que por desgracia no veremos más".
X V
FIESTA DEL ROTO CHILENO: 20 DE ENERO
DURANTE todo el año, la vida del barrio Yungay, desde su
fundación hasta nuestros dias, transcurre en su tradicional quietud
provinciana. Sólo se altera el 20 de enero, aniversario de la batalla
de Yungay. En esa ocasión, primero en la avenida Portales, entre
las calles Cueto y Sotomayor, y, desde 1889, en la Plaza de
Yungay, se celebraba la típica fiesta.
Hasta la inauguración de la estatua (1888), que posteriormente se
denominó del Roto Chileno, la misa era celebrada en el templo
parroquial de San Saturnino. Desde esa fecha hasta ahora, se
efectúa en la plaza, en presencia de las autoridades de la
provincia y de la guarnición militar, como cuando se hacía en la
iglesia. La Misa la oficiaba, invariablemente, el párroco hasta
1966, quien pronunciaba una alocución patriótica alusiva al triunfo
de las armas chilenas en Yungay.
Hasta el 20 de enero de 1888, la fiesta se realizó en la vieja
cancha de carreras, existente en el costado norte de la actual
avenida Portales, entre las calles Cueto y Sotomayor: el sitio se
cerraba con un cerco de tablas, y en el interior se instalaban las
fondas y otras diversiones populares. Los negocios eran
adornados con papeles de colores y faroles chinescos, y , durante
la noche, reinaba una alegría muy criolla. Allí se vendía el rico y
"cabezón" ponche en leche. Los asistentes bebían, bailaban y
cantaban sin control. Sorpresivamente se interrumpía la algazara:
se escuchaban los gritos lastimeros de algún herido, acribillado
por el cuchillo belduque del desalmado que se aprovechaba de la
fiesta para "hacer de las suyas". La jarana se reanudaba con
mayor entusiasmo cuando aparecía "el paco de punto". Con un
buen vaso de ponche compraban al paco azul de largos bigotes; y
allí rtno había pasado nada". , 1
En la parte exterior del cercado, se colocaban grandes carretas
tiradas por bueyes, llenas de exquisitas frutas nacionales. En
arguenas de cuero, se veían los amarillos nísperos, vendidos a
quince cobres el ciento; las rosadas frutillas de Renca a veinte
cobres la docena; los plátanos de Lima, costaban cinco centavos
cada uno, y tampoco faltaban las rojas y jugosas sandías de Nos.
Desde el 20 de enero dé 1889, después de la inauguración de la
estatua, en la antigua Plaza Portales, más tarde Yungay, la fiesta
se realiza en este paseo alrededor del monumento de Virginio
Arias,
En la mañana, el párroco, hasta 1966, y desde entonces un
capellán militar, celebra la Misa de campaña, en presencia del
intendente, del alcalde, de las Fuerzas Armadas, y de un escaso
público, si el 20 de enero no cae en día domingo. La
Municipalidad coloca el tradicional "palo encebado" con premio
para el muchacho que llegue a la cumbre. En la tarde, ofrece al
pueblo diversos espectáculos, y el paseo se ve animado por una
compacta muchedumbre que baila y canta, poseída de inusitado
entusiasmo. Hasta hace unos diez años, se vendían empanadas,
vino, bebicas, ponche, frutas, dulces y otros comestibles; pero
después, sólo se venden bebidas, dulces y otras golosinas.
Actualmente la fiesta se realiza sin carretas, ni "pacos azules"» ni
"caldúas", ni vino; pero con camiones cargados de bebidas
gaseosas, y bajo la vigilancia del abnegado Cuerpo de
Carabineros que siempre, como en todas las cosas, se lleva la
peor parte.
En los siete años que presencié la celebración del 20 de enero, a
pesar de la falta de bebidas alcohólicas y causeos, nunca mermó
el entusiasmo, y pude admirar la cultura de nuestro pueblo,
durante el día y la noche, jamás vi el menor desorden. Lo único
que lamenté y sigo deplorando es el triste estado en que quedan
los hermosos y bien cuidados jardines del histórico paseo.
La gente, en su mayoría forastera, abandona la plaza en la
madrugada. En la mañana del 21 de enero, el seibo de flores
encarnadas, los aromáticos magnoiios y demás árboles están
mustios y melancólicos; los prados y jardines pisoteados. En fin,
la exuberante plaza, gime pidiendo el agua reconfortante y la
mano del jardinero que le devuelvan la vida. Son las huellas del
Roto Chileno que ha celebrado su fiesta tradicional.
X V I
VECINOS DEL BARRIO YUNGAY
CON EL AUMENTO de población, el barrio Yungay entre los años
de 1870 y 1930, se llenó de gente ilustre. En este penúltimo
capítulo, recordaré a algunos de sus más célebres moradores y
en el último a las familias que formaron la vecindad, cuyos
apellidos vienen a la memoria del cronista, sin ánimo de selección
ni tampoco, por cierto, con afán de hacer una guía telefónica.
DON IGNACIO DOMEYKO (1802-1889)
Uno de los vecinos más caracterizados fue el sabio polaco
Ignacio Domeyko Ancuta (1802-1889), hijo de Hipólito Domeyko y
de Karolina Ancuta. Sus antepasados, de la nobleza polaca, eran
dueños de extensos dominios cerca de Wilna de Lituania, que la
familia conservó hasta 1939, y donde nació también el poeta
Mickiewiez.
Las armas de la familia Domeyko-Kontrym, de la casa Dangel,
"colocadas bajo cimera, son tres plumas de avestruz, de plata,
banda de gules cargada de dos hojas de vid, de sinople perfiladas
de oro; sobre él una corona con tres hojas de trébol y dos perlas,
que es de señor en Polonia".
Ignacio nació en la época de la ocupación rusa; y en 1817, a los
15 años, se incorporó como alumno en la Universidad de Wilna,
su tierra natal, famosa en Europa.
El adolescente tenía una figura de príncipe, aunque no era alto:
apostura elegante, ojos azules y buenas facciones. El mismo año
de su entrada al plantel superior for mó parte de la numerosa y
recién organizada institución LOS FILOMATES y FILARETES. Allí
fueron sus compañeros muchos jóvenes que más tarde se
destacaron en Polonia: Michiewiez y Tomás Zan( el filósofo, entre
otros. La sociedad era apolítica; sin embargo, sus miembros
actuaban secretamente por lo cual los rusos los motejaban de
revolucionarios; la misma cantilena de todos los tiempos: los
gobiernos culpan de alborotadores a quienes les hacen
oposición»
Domeyko era alumno distinguido de astronomía, álgebra, química
y física, y el rector, el sabio Juan Sniadecki, lo distinguía
especialmente,
Novosiloff, el ruso gobernador de Wilna, encarceló, en 1820, a
numerosos jóvenes, entre los cuales se contaban Domeyko y su
amigo Mickiewiez. Veinte estudiantes fueron detenidos por el zar
moscovita. La familia del futuro sabio, logró librarlo del exilio, con
tal que permaneciera en su pueblo natal, ajeno a las actividades
públicas, y sometido a la vigilancia policial.
En seguida el joven Domeyko se radicó en los dominios de su tío
y homónimo, en Lituania, donde se entregó al cultivo del agro y a
ios estudios de su predilección; alternaba en las honestas
diversiones propias de la juventud: representaciones teatrales,
fiestas sociales y otros pasatiempos semejantes. Los quehaceres
y entretenimientos hacían más llevadera la nostalgia de su patria.
El ideal de todos los polacos era y es sacar a ese país del
permanente cautiverio ruso: el general Klapowski comandaba las
fuerzas de la revolución libertadora de mayo de 1830, e Ignacio
Domeyko dejó a los suyos para ir a servir de ayudante al jefe de
las fuerzas. En las primeras acciones bélicas, ganaron los
polacos; más el 26 de mayo de 1830, fueron derrotados en la
batalla de Ostrolenka, y Rusia gobernó a la sufrida Polonia con
todo el rigor de quienes se ensañan contra un territorio
conquistado. Los polacos huyeron ante la sádica persecución.
Domeyko y sus amigos emigraron primero a Dresde y después a
París, en agosto de 1832.
En la capital francesa asistió a los cursos públicos en Thenard,
Dumas, Beaumont, Dulong, Pouillet y Bendant. Escribió un
ensayo sobre LA EMIGRACION DE LOS ALEMANES A RUSIA,
en el cual alude sarcástocamente a lo acontecido en Sax, con
cuyo gobierno los rusos entraron en negociaciones diplomáticas
para que abandonara la ciudad el escogido grupo de políticos allí
refugiados. Estudió en la Escuela de Minas de París, y en 1837
obtuvo el título de ingeniero de minas, después de dar testimonio
de su preparación en excelentes pruebas. En seguida sus
maestros lo recomendaron a los señores Koechlin, de AIsaeia,
con el objeto de que estudiara las minas de hierro de Bboune
Fontaine. Pero Polonia era la gran preocupación de Domeyko.
A fines de 1837, Domeyko aceptó el ofrecimiento que le hizo
Carlos Lambert en nombre del gobierno chileno, para venir a
enseñar quimica y mineralogía en el liceo de La Serena. El mozo
amaba su vocación de maestro, creía que en ninguna otra podía
realizarse mejor un hombre de estudio con cualidades externas
para la docencía; además tenía grande interés en conocer la
cordillera de los Andes, que estimaba una de las maravillas del
mundo.
Hecho el contrato, con los ojos empañados por las lágrimas
nostálgicas de su amada y lejana Polonia, el sabio se embarcó
para Chile el 2 de febrero de 1838 en Boulogne, de Francia. Pero
antes, el hombre generoso, con los tres mil pesos oro que le
entregó Lambert, adquirió los útiles necesarios para instalar un
laboratorio de física y química; y libros y muestras de minerales.
Arribó a Buenos Aires en marzo de 1833, y después, tras una
larga y dura travesía a lomo de muía, bajo la espesa nieve y el
intenso frío, llegó muy pobre a Coquimbo, en julio de 1833. La
Serena lo recibió con un fuerte temblor, de ésos que nuestra tierra
ofrece continuamente para espanto de los extranjeros que la
visitan.
Dejó la cabalgadura, sobre la cual atravesó la ansiada montaña
andina, en La Serena, la bella, recogida y aristocrática ciudad,
adornada por los fragantes chirimoyos, papayos y claveles, y allí
comenzó Domeyko su magisterio en el liceo, creado por
O'Higgins en 1821,
Pero en un país donde los hombres nacían guerreros y mineros, y
la aristocracia, dueña del gobierno de la República, sólo
fomentaba la vocación para las carreras liberales, el profesor
polaco de mineralogía y química fue mirado con cierto desdén por
los marianos: el Ministro Egaña y el intendente de Coquimbo
Mariano Edwards.
A una voz se preguntaron ambos magnates: ¿a qué venían a
enseñar mineralogía a Chile? Para ser mineros los chilenos no
necesitaban lecciones. El sabio polaco tuvo grandes dificultades
al comienzo de su labor; pero él no se desanimó: continuó
impertérrito y sereno su tarea, y al fin triunfó. Los ministros de
Instrucción, más visionarios e inteligentes que Egaña, daban
cuenta en sus memorias anuales de los progresos impulsados por
el maestro. En 1840f el nuevo intendente Juan Melgarejo, escribía
al Ministro Manuel Montt acerca de los "méritos y servicios del
profesor don Ignacio Domeyko, que, promoviendo con tanto celo
los conocimientos que interesan más de cerca a la prosperidad
pública, se ha hecho acreedor a una especial distinción del
gobierno". Desde entonces el Ministro Montt y el sabio polaco
fueron muy amigos.
Domeyko añoraba a su amada Polonia, sufría con las noticias de
las prisiones en masa de tantos compatriotas suyos, y de los
trabajos forzados a que otros eran sometidos en Síberia,
"EL ARAUCANO" publicó en 1840 la primera Memoria en la cual
el profesor polaco daba cuenta de su labor en el magisterio.
Cuando el correo le traia cartas y noticias de Polonia, se
encerraba a leerlas para que nadie le viera padecer por la patria
lejana, tan cruelmente martirizada. Con paciencia ponía su
esperanza en Dios, a quien suplicaba la libertad de su tierra.
Sin embargo, no perdía el tiempo en lamentaciones inútiles: en
1841 escribió un largo y concienzudo trabajo sobre "El modo más
conveniente de reformar la enseñanza secundaria". El Ministro
Montt invitó a Domeyko a conferenciar con él, en Santiago. En
1843 conversaron largamente y el sabio le expuso con claridad el
plan ya conocido por Montt. El estudioso y culto polaco había
podido comprobar, desde su llegada al país, el incipiente estado
en que se encontraba la educación nacional.
Amanda Labarca, en la HISTORIA DE LA ENSEÑANZA EN
CHILE (3), dice: que Domeyko "Precisaba los conceptos sobre los
tres grados diferentes de la enseñanza; dio a conocer los
adelantos europeos sobre la materia, y al análisis acompañaba un
plan de mejoramiento que llamó tanto la atención de las
autoridades, que le dieron los honores de la publicidad en los
N.os 26 y 27 de EL SEMANARIO, correspondientes a diciembre
del 42 y enero del 43"»
"Domeyko trazaba un plan de humanidades en que, junto al latín,
la gramática y la filosofía, únicas disciplinas obligatorias entonces
para el aspirante a estudios superiores, se incluían las ciencias y
los idiomas vivos".
4i
El rector, don Antonio Varas, aprobándola con algunas reservas
y modificaciones, le dio su venia para convertirlo en decreto
supremo de 25 de febrero de 1843. No era sencilla la tarea de
implantarlo, por que aún faltaban en Chile maestros idóneos.
Varas como rector, y Montt como Ministro del ramo, empeñáronse
de todos modos por realizarlo, a la medida y al paso de las
circunstancias".
José Victorino Lastarria, en sus sectarios y egolátricos
RECUERDOS LITERARIOS, por cuyas páginas desfilan los
nombres de casi todos los extranjeros que de uno u otro modo
contribuyeron en Chile al progreso de las letras y de las ciencias,
entre los años de 1837 y 1877, ignora total y absolutamente al
católico Ignacio Domeyko; sin embargo, hace mención del
decreto del 25 de febrero, por cierto sin mencionar a su
inspirador, y dice: "En ese año, el Instituto organizó de nuevo la
instrucción elemental o preparatoria de las profesiones científicas,
según el decreto de 25 de febrero, que prescribía que en los seis
años del curso se estudiaran, por el orden que establecía, los
ramos siguientes: 1º lenguas, latina, castellana, inglesa y
francesa; 2º dibujo; 3º, aritmética, álgebra, geometría y
trigonometría; 4° religión; 5°, cosmografía, geografía e historia; 69,
elementos de historia natural, física y química; 7º, retórica y 89,
filosofía, estableciendo además una academia de ejercicios
literarios para los alumnos del sexto año, que debían cursar
literatura latina con ejercicios por escrito, filosofía mental y moral,
e historia de América y en especial de Chile", Renglones más
adelante, escribe que el plan "estaba destinado no sólo a preparar
de un modo conveniente a los que se consagraban a estudios
superiores, sino principalmente a dar a los que no siguieran
profesiones científicas, una instrucción más extensa y práctica
que la que antes recibían, dedicando seis años, por el plan de
1832, al estudio del latín, del español, del francés y de la
geografía".
Finalmente dice que el plan sólo se aplicó bien "al principio" y más
tarde se dio un desarrollo latísimo a los estudios de memoria,
principalmente en historia, y de convertir los científicos en el
aprendizaje de vastas teorías sin aplicación; de modo que en el
día ha fracasado aquella importante innovación de 1843, y la
instrucción que se adquiere en el curso preparatorio casi no
prepara para nada, ni al que se dedica a una profesión científica,
ni al ciudadano que limita su instrucción a las humanidades,
creyendo que con ella se habilita para vivir en la sociedad
moderna" .
Antonio Varas expresa que Domeyko "no ha podido mirar con
indiferencia los vicios de nuestro sistema de enseñanza, y ha
querido llamar la atención hacia ellos de la autoridad suprema,
indicando los medios de conseguirlos, con un celo e interés que
no siempre encontramos en los que tienen con Chile las
relaciones que nos ligan al señor Domeyko".
Por esa misma época, el Gobierno editó cuatro textos de estudio,
escritos por el reformador de los cursos secundarios: de
mineralogía, geología y geometría subterránea".
Con todos sus defectos, en la aplicación práctica, el nuevo plan,
contribuyó en forma decisiva al incremento y prestigio de las
carreras científicas que tanto auge adquirieron en Chile, a partir
de la reforma de Domeyko. Como es natural, ella fue el punto de
partida de todas las innovaciones hechas en los estudios
secundarios durante los siglos XIX y XX.
Durante los períodos de las vacaciones del verano, el profesor del
liceo de La Serena, hacía viajes de estudio, al norte y sur del
país, sólo o con algún alumno. En 1845, acompañado de su
discípulo Miguel Munizaga visitó el territorio Araucano. A raíz de
esta excursión publicó la ARAUCANIA Y SUS HABITANTES, obra
desconocida por los chilenos, pero muy elogiada por Andrés
Bello: el rector de la Universidad de Chile manifestó que en estas
páginas, su autor armonizaba las cualidades del sabio y del
hombre de letras. El libro fue traducido al alemán y al polaco y de
él se hicieron varias ediciones.
Cuando conocí esta obra, jamás la había oído mencionar. Su
lectura fue para mí una revelación del eximio araucanista y
hombre de letras. En 121 páginas evoca algunos recuerdos del
viaje a las provincias sureñas. El libro fue publicado el mismo año
de 1845, por la Imprenta Chilena, en rica cartulina.
Domeyko se refiere a la situación de los indios araucanos y a su
porvenir.
ARAUCANIA Y SUS HABITANTES tiene prólogo del mismo autor
y tres partes. Manifiesta sincera admiración y cariñoso respeto
por los naturales, "descendientes de los Lautaros, Colocólos,
Caupolicanes, que han logrado llenar de admiración al poeta e
imponer respeto a los valientes" (pág. 2).
En la primera parte estudia la situación física y 3a naturaleza de
las provincias ocupadas por "la fornida raza"; en la segunda se
ocupa del estado moral en que se encontraban a la sazón (1845)
los araucanos; y en la tercera se refiere a las causas que, hasta
entonces, se oponían a la civilización de los naturales, y propone
diversos y oportunos medios para reducirlos pacíficamente.
Abundan en la obra bellas descripciones de nuestros paisajes
sureños. Retrata a Penco, por ejemplo, con el estilo sencillo del
verdadero escritor: "En la orilla de esta última bahía (Talcahuano)
yace en sus ruinas el infortunado Penco, orgullo de los pasados
conquistadores, la cuna primera del cristianismo en el sur de
Chile. Un pequeño fuerte con su león y castillo baten todavía en
vano las desenfrenadas olas, y unas pocas familias de
pescadores levantan allí sus chozas en medio de los escombros
de los antiguos templos y cuarteles, mientras la capital, heredera
de aquel pueblo, renace por segunda vez en su movedizo suelo,
relegada a vivir a tres leguas de la bahía".
Para conservar el recuerdo de las bellezas naturales del sur, de
sus habitantes indígenas y de sus costumbres, dibujó al lápiz y
pintó acuarelas con la mano fina y segura del artista, dotado de
grande y agudo espíritu de observación.
Al hablar del estado moral, de los usos y costumbres de los
araucanos, cita con frecuencia al único historiador que hasta
entonces había estudiado, aunque muy sumariamente, a ese
pueblo, el abate Juan Ignacio Molina en su HISTORIA CIVIL DE
CHILE (SAGGIO STORIA CIVILE DE CILE).
Piensa Domeyko que los indígenas creían y siempre creyeron en
Dios "creador de todo el mundo y en la inmortalidad del alma: por
lo mismo que son hombres, siempre han tenido la seguridad que
nosotros, pero no el mismo conocimiento. Por esta falta de
conocimiento, admitiendo ellos dos principios, el Ente bueno y el
Ente malo, consideran todo bueno en poder del primero, como
todo lo malo del poder del otro" (págs. 45 y 46). En este punto,
concuerda con el abate Molina. Asegura que los indios en 1S45
eran como los retrató el capitán-poeta en LA ARAUCANA.
"Agiles, desenvueltos, alentados Animosos, valientes, atrevidos.
Duros en el trabajo, sufridores de fríos mortales, hambres y
calores".
Cuando estudia las causas que impedían la civilización de los
naturales, cree que la principal fue el abandono en que los
tuvieron, el Gobierno y las autoridades. En seguida, para reducir y
civilizar a los aborígenes, propone la educación moral y religiosa:
"Allí está —dice en la última página— el hermoso campo en que
ejercitará sus virtudes y religioso celo el sacerdote chileno; allí
tendrán el hombre de Estado, el más noble objeto para sus
meditaciones y desvelos, el soldado ocasiones bellas para
ensayar su valor cívico y su patriotismo y la juventud chilena un
espacio inmenso para sus más nobles aspiraciones" (pág. 121).
Ei espíritu del dominico obispo de Chiapa. Bartolomé de las
Casas, y del jesuita Luis de Valdivia, hablaron, después de tres
siglos, por los cristianos labios de Ignacio Domeyko.
En una nota de la página 114, el autor recomienda al celo del
Supremo Gobierno, el proyecto del "señor Filipi" por el cual se
traería de la parte católica de Alemania, unas doscientas familias
para establecerlas en el sur. Este señor "Filipi", cuyo apellido
castellanizó Domeyko, es Bernardo Philippi Krumurede, hermano
del sabio Rodulfo Amando, quien vino a Chile por iniciativa de don
Bernardo. El deseo del explorador berlinés no se realizó porque
los obispos de Munster y Padeborn prohibieron a sus feligreses
emigrar a nuestro país; los colonos que vinieron después fueron
casi todos protestantes.
Dos hermosos mapas del territorio araucano completan el
volumen. Los dibujos y acuarelas no fueron incluidos; están aún
inéditos, en poder de don Casimiro Domeyko Alamos.
Cuando Domeyko escribió ARAUCANIA Y SUS HABITANTES,
nadie, fuera del abate Molina, lo había hecho antes. José Toribio
Medina, Ricardo E. Latcham y Tomás Guevara, historiadores de
los araucanos, ni siquiera habían nacido. La obra del sabio
polaco, escrita con amenidad y auténtico patriotismo, sin
pretensiones literarias, posee además de sus muchos méritos, el
muy valioso de ser la primera que se refiere únicamente a la vida
de los indígenas sureños. Es un estudio histórico y científico, casi
inédito, que ningún chileno debiera ignorar. La edición única se
agotó hace más de un siglo. No Ies falta razón a los que se
quejan del famoso "pago de Chile"; todavía es tiempo de reparar
tamaña ingratitud. El Gobierno está obligado a publicar las obras
completas de Domeyko e incluir en ellas sus memorias y los
dibujos y pinturas a las cuales hice referencia. Las pocas páginas
traducidas del polaco al castellano, demuestran que su autor no
sólo era sabio sino también hombre de letras, cuyo estilo es tan
bello y castizo como el del mejor maestro de nuestro idioma.
Sobre ARAUCANIA Y SUS HABITANTES, Arturo Aldunate
Phillips, autoridad en la materia, emite un juicio muy elogioso: "es
la demostración de su amplísima personalidad, mezcla de
sensibilidad poética y de devoción científica; y así cada día
sorprendía a sus amigos y colegas con una nueva curiosidad o un
nuevo problema incorporado a sus preocupaciones".
11
Don Nicolás, padre de Mercedes, es uno de los ocho hijos tseis hombres y dos
mujeres» del fundador de la familia Luco en Chile, don Bernardo Martínez de Luco y Ruiz
de Aztia (Durana 1712-Santiago 1784), y de doña Teresa de Aragón y del Solar Gómez de
Silva. Doña Cayetana Herrera y Rojas, mujer legítima de don Nicolás, es hermana de
Francisco de Paula, c. c, Mercedes Rojas Ostorguren, quienes fueron padres de Francisco
Rafael, primo hermano de Mercedes, madre de los hijos de Lillo. Francisco Rafael, c. c.
Mercedes Martínez de Latorre y Jaraquemada, son padres, a su vez de Emilia Herrera
Martínez, c. c. Domingo Toro, hijo del Conde de la Conquista don Mateo, Esta EmiUa fue
madre entre otras, de Emilia Toro Herrera, esposa del Presidente José Manuel
Balmaceda. Doña Mercedes Luco Herrera, madre de los hijos del poeta Lillo, estaba
emparentada legítimamente con los Luco Avaria, Montt Luco, Orrego Luco, García-
Huidobro Luco, Barros Luco, Huidobro Luco, Luco Andia y Várela, Luco Amagada, Luco
Ovalle, Luco Huici, Bezanilla Luco y muchos otros, todos descendientes, en línea recta y
legítima de loa hermanos y de una hermana Luco de Aragón y Solar. I* otra Luco de
Aragón y Solar, fue monja agustina.
"Verte deseo con afán, tu espalda reclinado del Andes en la falda;
y en tanto el aura que en tu frente orea cruza el verde pensil que
te rodea como espléndido manto de esmeralda".
Un biógrafo dice que Lillo regresó al país en 1862. Ai año
siguiente prosiguió la publicación de su poema "Loco de amor" en
la VOZ DE CHILE. El mismo año, por breve tiempo, redactó LA
PATRIA de Valparaíso, diai-rio de su amigo y correligionario
Isidoro Errázuriz.
De esta época de su vida debe ser también una d e sus mas
célebres improvisaciones, hasta ahora inédita. En una gira que
hizo por las provincias del sur el presidente José Joaquín Pérez
(1861-1871), al final de uno de los almuerzos que le fue ofrecido
al mandatario apa recio Lillo de sorpresa. Unánimemente fue
aclamado como lo era siempre adonde llegaba el ya célebre autor
de la Canción Nacional. Se le pidió que, como poeta, expresara
en verso sus impresiones, acerca del mencionado almuerzo.
Había entre los comensales tres personas de importancia, cuyas
figuras eran algo deformes. Uno de los concurrentes dijo, también
en broma, que no era conveniente pedirle una improvisación a
Lillo, porque estaba tan incapaz, que hasta las pestañas le
faltaban El poeta se puso de pie y recitó la siguiente
décima:aunque le faltan pestañas"12.
"Veo que en el techo topa
la tapa de la botella,
y que el edecán Orella
ha derramado la copa.
Veo que antes de la sopa,
se brinda aquí con champañas.
Veo las caras extrañas
de Izquierdo, Concha y Labbé.
Esto es lo que Lillo ve
Eusebio Lillo dejó las actividades periodísticas y se dirigió, esta
vez, a La Paz, Bolivia, en busca de un trabajo más lucrativo. Allí
se empeñó para que el atrabiliario caudillo bárbaro Mariano
Melgarejo concediera a Meiggs (de quien el poeta era agente), el
privilegio de la explotación aduanera. Este asunto, la fundación de
un Banco en La Paz, y la venta del privilegio para construir un
camino de hierro, desde esa ciudad a Aigache, puerto en el lago
Titicaca, dieron a Lillo una no despreciable fortuna, con la cual
pudo adquirir propiedades en Santiago en 1872, año de su
regreso a la patria.
12
(2) Otro de los comensales del referido almuerzo, era el señor don Manuel Jesús
Fariña v Molina, padre, entre otros, del actual obispo titular de Clttarizo, Mons. Pío Alberto
Fariña y Fariña, quien escuchó a su padre, consumado humanista, la décima de Lillo, y, a
los 90 años, la retiene en su memoria prodigiosa y la ha dictado al autor de estas
CRONICAS DEL BARRIO YUNGAY.
Cuando fue a despedirse de Melgarejo en La Paz, Lillo estuvo a
punto de ser fusilado; en esa ocasión, el caudillo quiso despedir al
poeta, según su costumbre, y le invitó a una francachela en casa
de su favorita. El poeta no aceptó y tuvo la osadía de darle un
consejo de moral al tirano, quien, como una fiera, con los ojos
saltados, ordenó: "Fusílenlo inmediatamente". A no mediar la
sangre fría con que recibió la sentencia, habría sido una víctima
más de la crueldad del déspota. Al verlo tan valiente y franco,
estrechó la mano del chileno, y le dio excusas por "haberse
exaltado ante el único hombre valiente y franco que había
encontrado en su camino". Lillo confesaba que le había aterrado
el pensamiento de la muerte; pero hizo un esfuerzo supremo para
mantener la dignidad, que le valió el indulto de Melgarejo.
E:i 1870 fue elegido miembro de la Facultad de Filosofía y
Humanidades; sin embargo, no se incorporó.
Aníbal Pinto, su compañero de luchas políticas y viejo amigo, le
designó Intendente de Curicó en 1876. El mismo año había sido
elegido senador por Santiago. No le gustó la vida provinciana,
presentó la renuncia y regresó a Santiago. En la HISTORIA DE
CURICO, escrita por Rene León Echaiz, se lee lacónicamente
que tuvo "en el cargo escasa actuación y sólo permaneció en él
aproximadamente, siete meses".
En noviembre de 1877, ingresó como uno de los cuatro
redactores de EL FERROCARRIL. Dos años más tarde, 1879, al
comenzar la guerra del Pacífico, fue enviado por el diario en
calidad de corresponsal a Antofagasta.
El poeta estaba estrechamente vinculado al Perú y Bolivia; había
contribuido al progreso económico de este último país. Durante el
conflicto armado, el Gobierno de Chile, le designó, el 29 de mayo
de 1879, Ministro Plenipotenciario en el Altiplano. Para
aproximarse a núesros vecinos, fijó su residencia en Antofagasta,
donde también fue corresponsal de EL FERROCARRIL. Se
trataba nada menos de que Lillo influyera en el ánimo del
Presidente boliviano don Hilarión Daza, a fin de que se rompiera
la alianza Perú-Boliviana, suscrita en 1873,
Por otra parte, en su correspondencia a EL FERROCARRIL, el
poeta-periodista, dejaba ver bien claro las deficiencias técnicas
del general Justo Arteaga y del almirante Juan Williams
Rebolledo, en la dirección de la guerra. Ambos habían sido
brillantes hombres de armas; pero estaban ya muy ancianos y,
por lo mismo, semi imposibílítados para continuar en cargos de
tanta responsabilidad. Lillo insistió con clarividencia en la
necesidad de remover a estos dignísimos jefes, no obstante los
antiguos e importantes servicios que prestaron otrora al país, en
la guerra y en la paz. El Gobierno vaciló al comienzo; mas, por fin,
se decidió a relevarlos: en reemplazo de Williams Rebolledo
nombró al Almirante Galvarino Riveros, a quien, en septiembre de
1879, el autor de la Canción Nacional, asesoró como secretario
de la Escuadra. Sucedía al señor Rafael Sotomayor, que asumió
en esos días, el Ministerio de Guerra en campaña. Con ejemplar
tino y patriotismo, Lulo suavizó las asperezas producidas entre los
civiles, cerebros conductores de la guerra, y los jefes del Ejército
y de la Marina.
En junio de 1880, Pinto designó Ministro de Guerra y Marina al
secretario de la Escuadra, sin haberle consultado antes; el poeta
rechazó el nombramiento, porque, como ya lo había dicho al
Gobierno con anterioridad, él no era partidario de la existencia de
un Ministro de Guerra en campaña, porque este personaje civil
despertaba celos en las Fuerzas Armadas, desconfianza que
debilita la unidad de acción en las operaciones del Ejército y de la
Armada; en cambio, aceptó el cargo de delegado del Gobierno u
oficial de enlace, en las instituciones armadas, el 20 de julio de
1880. Poco después fue jefe político de Tacna y Arica. Fijó su
residencia en la primera de estas ciudades, y no perdía la
esperanza de convencer al Presidente boliviano que debía
romper el pacto suscrito con el Perú, cosa que a la postre no
logró.
En su calidad de delegado ante las instituciones castrenses, en
las cuales era bienquisto, contribuyó a mantener la paz y armonía
entre los civiles y las Fuerzas Armadas, lo que influyó
eficazmente para acelerar la guerra, cuya lentitud alarmaba a los
chilenos. Ante la perjudicial dilación, las tres naciones
beligerantes aceptaron los buenos oficios de Estados Unidos.
En aguas ariqueñas se efectuaron, entre el 22 y 27 de octubre de
1880, en la corbeta Lackawana, las conferencias de paz t en las
cuales Lillo actuó como delegado de Chile, junto con Eulogio
Altamirano, José Francisco Vergara, Ministro de Guerra en
campaña, y José Domingo Gana, en el carácter de secretario.
La amistad íntima del poeta con el delegado de Bolivía, hizo
pensar a más de alguno que era demasiado condescendiente con
las aspiraciones del Altiplano; sin embargo, su labor fue pacifista;
pero inalterablemente firme, enérgica y patriótica para defender
los derechos de Chile.
En Miraflores fue herido el capitán de sanidad, Dr. Elias Lillo
Luco, hijo del jefe político de Tacna y Arica.
Lillo fue elegido senador por Talca en 1882 y, con este motivo,
abandonó las funciones gubernativas en las provincias limítrofes y
regresó a la capital para incorporarse al Senado, del cual fue
vicepresidente, desde el 22 de diciembre de 1886, hasta el 1º de
julio de 1887. En el Parlamento no tuvo actuación destacada. No
quiso ser reelegido en 1888.
Por aquel tiempo, antes de terminar su período presidencial,
Santa María le ofreció el Ministerio de lo Interior; pero lo rechazó.
En octubre de 1883, el senador Lillo partió a Tacna, en compañía
del general boliviano Camacho, para lograr romper la alianza
entre el Alto y Bajo Perú, o negociar la paz. De nuevo fracasó en
su misión.
El autor de la Canción Nacional volvió a Bolivia, a mediados de
1884, enviado por algunos chilenos, cuyos intereses peligraban
en ese país. Iba a reclamar el pago de indemnizaciones
establecidas en el tratado de paz entre Bolivia y Chile en 1884, a
quienes hubiesen sido perjudicados durante la guerra.
Terminado su cometido, Lillo regresó a Chile, acompañado de
don Aniceto Arce, primer Ministro acreditado ante nuestro
Gobierno a raíz de la guerra. En el víaje se volcó el coche que los
transportaba; el poeta quedó herido; pero ya sano, el l 9 de febrero
de 1885, estaba en Antofagasta y, poco después, en Santiago.
El 18 de septiembre de 1886, el Presidente José Manuel
Balmaceda confió a su amigo Lillo la jefatura del primer gabinete
de su gobierno; y, durante dos meses, desempeñó el Ministerio
de lo Interior.
Presidió las elecciones municipales y, cosa inusitada en una
época de intervención electoral descarada, ofreció garantías a
todos los partidos políticos. El prestigio, ya muy grande del poeta,
se acrecentó en el país.
Formó parte de la comisión, nombrada el 11 de abril de 1887,
para organizar el Museo de Bellas Artes, Un ano después se
embarcó para Europa. Rechazó el cargo de Ministro
Plenipotenciario en España que le ofreció Balmaceda.
Visitó los principales museos y galerías de arte, palacios e
iglesias del Viejo Mundo. De allí trajo cajones de cuadros de
pintura, cristales y porcelanas con sus iniciales, que después
ornaron su casa de la calle Chacabuco que alcancé a conocer,
cuando vivía en ella, hasta no hace mucho, su nieta doña Raquel
Lillo Despott de Puratich.
Regresó a Chile en el mes de abrü de 1891, a los cuatro meses
de iniciada la estéril Revolución. Visitaba a su amigo el Presidente
Balmaceda y, don César Rossetti me contó, muchas veces, que
el Primer Mandatario, solia ir también a la casona de Lillo. Su
esposa doña Emilia Toro, era parienta de los hijos del poeta.
Refiere don Fanor Velasco, en el DIARIO DE LA REVOLUCION,
que cuando Lillo, en una de sus visitas a la Moneda, preguntó al
Presidente "si no veía algún medio de terminar pacificamente la
revolución", el Jefe de Estado le contestó: "Sí, rindiéndose la
Escuadra, y el Congreso dictará una ley de amnistía".
Balmaceda no ignoraba la lealtad inquebrantable de su amigo y a
él entregó el Testamento Político para que lo pusiera en manos
de sus destinatarios: Claudio Vicuña Guerrero y Julio Bañados
Espinoza.
En 1896, presidió, como viejo liberal, la Convención que eligió
candidato a la Presidencia de la República a Vicente Reyes; pero
se retiró fatigado, antes de terminar la asamblea. Lillo frisaba
entonces en los 70 años y ya era un anciano.
La última vez que el revolucionario de 1851, actuó en política, fue
para integrar el Tribunal de Honor que calificó, sin apelación, la
validez de los poderes de los electores de Errázuriz y Reyes,
porque la diferencia entre los dos candidatos era de uno o dos
sufragios. El poeta fue representante de Vicente Reyes, quien
ostentaba lo más avanzado y anticlerical de la política de
entonces. El Tribunal recomendó al Congreso Pleno, la
aceptación de los poderes de Errázuriz, quien fue proclamado
legalmente por ambas Cámaras Presidente Electo de la Nación
(1896-1901).
Los últimos doce años de su vida longeva, transcurrieron en la
histórica casa de la calle Chacabuco. Continuamente era
asediado por los jóvenes escritores y periodistas que iban a
visitarlo para escuchar, de sus labios, algunos hechos
sobresalientes de la historia de Chile, de los cuales él había sido
actor o testigo.
Lillo se dejaba entrevistar y recibía cordíalmente a quienes se
acercaban a él, en su residencia de Yungay; sin embargo,
prefería que lo olvidaran: "Yo he muerto, entiéndanlo bien, he
muerto. Deseo que todos me olviden, y no debo poner gran
esfuerzo en esto, porque realmente me tienen olvidado. Deseo
que me olviden, ¡hasta las mujeres, caballeros...!"
Con mucho agrado y elegante sencillez, mostraba la quinta-
museo y sus dependencias, a los curiosos visitantes. Se
declaraba "un ocioso clásico", que nunca tuvo "afición al trabajo".
Doña Mercedes Luco Herrera, ya había muerto; y, cuando
mostraba a los curiosos huéspedes las habitaciones y salones de
la casa, Lillo decía: "Tienen mucho que disculpar. En esta casa no
hay mujer y hace mucha falta. Se necesita una mujer para que
pase su mano sobre todos los detalles y haga agradable el
hogar".
En cuanto a lecturas, se deleitaba con los autores clásicos, de tal
manera que declaraba desconocer a los poetas y escritores
modernos de Chile.
En su juventud tenía un porte más que mediano, pero esbelto y
recio. Los retratos lo muestran de buena figura, corpulento, de
cabellos y bigotes canos, ojos muy vivos, nariz grande y boca
graciosa; así lo recuerdan también las nietas, con las cuales he
conversado: doña Graciela Lillo de Silva, ya difunta, doña Raquel
Lillo de Puratich, y don César Rossetti, de cuya tertulia el poeta
era asiduo visitante. El se tenía por feo. Era elegante para vestir y
gustaba de las joyas con parsimonia»
Pasaba por raro y maniático» porque rechazaba todos los
homenajes que le ofrecían, sinceramente no creía merecerlos; en
el colmo de su modestia los tomaba como burla y escarnio. Uno
de los números de las fiestas del centenario de la Independencia,
sería la coronación del autor del Himno Nacional. Se proyectaba
coronar al poeta en una ceremonia pública, a semejanza de la
que fue objeto, en España, José Zorrilla, inspirador de la obra
poética de Lillo; pero se opuso tenazmente y hubo que desistir.
No quiso exponerse al ridículo. En nuestro tiempo de tanta farsa y
pedantería, la modestia de Lillo se estima como un caso
patológico; mas, en realidad, era la expresión de un sentimiento
personal muy sincero: el poeta, tenía algo que antes era común
en los chilenos y de lo cual ahora se carece: el sentido de las
proporciones y del ridículo.
Conservó inalterable su independencia para pensar y vivir, y su
manera de ser; nada ni nadie lo hacía cambiar: don Julio Vicuña
Cifuentes en PROSAS DE OTROS DIAS, recuerda que, durante
la estada de Lillo en París, un miércoles fue a almorzar con él, al
hotel, su amigo de la misma edad y compadre, el general Manuel
Baquedano, a quien acogió con señaladas muestras de afecto;
pero cuando el vencedor de la guerra del Pacífico, tuvo la
peregrina ocurrencia de repetir la visita en la semana siguiente, el
poeta le dijo: "Hoy no almorzaremos aqui. Lo haremos en algún
hotel del bulevar".
"¿Y por qué no aquí? ¿Por qué no aquí?" —preguntó el glorioso
veterano, repitiendo la frase, según su peculiar manera de
expresarse.
"—Porque no quiero que se establezca esta costumbre de los
miércoles. Venga usted, compadre, a almorzar o a comer
conmigo cuando quiera, que siempre sera bien recibido, pero no
lo haga en un día determinado de la semana, porque eso coarta
mi libertad".
"Esta brusca franqueza de don Eusebio, no enfrió, por cierto, las
cordiales relaciones de los viejos amigos".
En los últimos años se agravó una antigua dolencia cardíaca del
poeta. Murió en la madrugada del 15 de julio de 1910, asistido por
su hijo médico don Elias Lillo Luco, que velaba el sueño de su
padre, en un cuarto contiguo.
Los funerales fueron apoteósicos, no obstante el encargo del
autor del Himno Nacional, de que le enterraran de noche. Se le
rindieron merecidos honores de general de división. Pronunciaron
elogiosos discursos representantes de todos los poderes del
Estado y de las letras.
Después de conocer sus dilatados y eficientes servicios al país y
su obra literaria, esta última juzgada más con simpatía que con
espíritu de crítico implacable, he llegado al convencimiento de
que Lillo fue un servidor público excepcional, patriota y
clarividente; y, en cambio, como poeta, carecía de personalidad
propia, era un imitador de los románticos y nada más.
Es indiscutible que el poeta de las flores fue admirado por las
jóvenes chilenas, a las cuales cantó e hizo felices; pero le faltó
originalidad, no imitó precisamente a Selgas, sino, como el mismo
Lillo lo confiesa, a Zorrilla y a Espronceda. No se trata de Mun
prurito de restar originalidad a los poetas chilenos", como afirma
Raúl Silva Castro, sino de llamar a las cosas por su nombre.
Sólo hay poesía auténtica cuando existe creación propia
personal, libre de esos influjos avasalladores que em~ queñecen
o mejor anulan el poema. Antes de 1900, en nuestro país había
versistas; los poetas genuinos aparecieron después y, con
Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda, Chile está a la
cabeza del Parnaso Hispanoamericano.
Por lo demás, nuestro autor, que, como hombre inteligente, era
un terrible autocrítico, colgó la péñola, y, después de 1852, sólo
de tarde en tarde escribió poemas; sin duda tenía más facilidad
para improvisar. Cuantas veces fue requerido para publicar las
poesías de su juventud, se negó terminantemente.
¿Por qué? Porque tenía conciencia de que sus versos eran
"tristes, melancólicos, llorones", simples imitaciones de Zorrilla y
Espronceda que, sin duda, no eran poetas maravillosos.
Lillo desconocía la vanidad y, sin embargo, sinceramente, nunca
se creyó poeta genuino. Este es su mayor mérito y la posteridad
se lo agradece.
Lo único perdurable del romántico cantor de las flores y de los
amores juveniles, admirado por nuestras bisabuelas, es la
Canción Nacional de Chile. Sus estrofas, con bellas descripciones
de nuestra tierra, interpretan los sentimientos patrióticos del
pueblo que las canta y las seguirá cantando emocionado. Basta el
Himno Nacional para inmortalizar al viejo e ilustre vecino de
Yungay.
MONS. JUAN IGNACIO GONZALEZ EYZAGUIRRE (1844-1918)
Tal vez por más de veinte años, desde su llegada a Santiago en
1891, del vecino puerto, vivió en su casaquinta de la calle
Catedral, frente a los Capuchinos, Monseñor Juan Ignacio
González y Eyzaguirre.
Este sacerdote nació en Santiago el 13 de Junio de 1844, era hijo
de don José Manuel González Ugarte y de doña Mercedes
Eyzaguirre y Portales. Pertenecía a un verdadero linaje levítico
chileno que cuenta con numerosos obispos y sacerdotes 13.
13
Parientes de Mons. González Eyzaguirre, son, entre otros los obispos Alonso del Pozo
y Silva, Manuel Alday y Aspee, José Santiago Rodríguez Zorrilla y Ramón Munita
Eyzaguirre; los prelados monseñores: José Ignacio Víctor Eyzaguirre Portales, Iván Larrain
Eyzaguirre e Ignacio Ortúzar Rojas; el Pbdo y arzobispo electo de Santiago, don José
Alejo Eyzaguirre y Arechávala; el canónigo y ex Rector del Seminario de Santiago, don
Rafael Eyzaguirre y Eyzaguirre, y los Pbros.: Ignacio Eyzaguirre Eyzaguirre, Enrique
Eyzaguirre Alcalde, camarero de honor del Papa, y José Manuel Barros Matte, ,párroco de
los Santos Angeles Custodios.
Juan Ignacio, ingresó en el Seminario de Santiago y recibió el
presbiterado el 21 de septiembre de 1867. Comenzó su ministerio
como cura-administrador de la parroquia de San Saturnino, cuya
iglesia era entonces de barro y paja, situada en el mismo barrio donde
más tarde vivió y murió el novel eclesiástico.
A los pocos meses se le nombró vicario-cooperador o sotacura,
como se decía a la sazón, de la parroquia Matriz de Valparaíso,
regentada por el futuro Arzobispo de Santiago Mariano Casanova,
con quien González Eyzaguirre cooperó en todas sus obras,
especialmente en la fundación del Seminario de San Rafael, del
cual fue su primer vicerrector (1871-1872). Años más tarde
González recordaba como los mejores de su vida, aquellos
tiempos en los cuales secundó a Casanova en el vecino puerto.
En seguida fue designado ministro o vicerrector del Seminario
Conciliar de Santiago, 1872-1874, donde dio clases de castellano,
latín e historia sagrada.
Desde el 19 de Noviembre de 1879 hasta el 7 de Mayo de 1889,
regentó el curato de Los Doce Apóstoles, creado por su tío-
abuelo el arzobispo electo de Santiago don José Alejo Eyzaguirre,
en el vecino puerto. Apacentó un extenso territorio con cincuenta
mil almas que se extendía desde el piano de la ciudad, hasta los
cerros de las Zorras y de Los Placeres, para terminar en el barrio
del Barón. Con dos y tres vicarios cooperadores atendía su
dilatada grey. En los días del cólera (1886) fundó el lazareto de
Barón y lo dirigió personalmente: vivía entre los enfermos y en
varias ocasiones se echó sobre los hombros a los pacientes, en
vista de que nadie se atrevía a bajarlos del vehículo en el cual se
les llevaba al establecimiento.
Fundó en la parroquia sociedades obreras y escuelas nocturnas y
llevó a Valparaíso a los Hermanos de las Escuelas Cristianas,
quienes regentan aún el Colegio de San Vicente de Paul y la
Sociedad Católica de Instrucción Primaria. Edificó casas para
viudas y familias indigentes; prosiguió y terminó la construcción
del nuevo templo parroquial y gastó en ella más de cien mil pesos
de la herencia paterna. Levantó capillas en los barrios apartados.
Fomentó los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y realizó una
intensa labor misionera. El 15 de Enero de 1885, fundó LA
UNION de Valparaíso. En aquel tiempo comenzaba a difundirse la
mala simiente en periódicos y revistas. La prensa inmoral, con
sus caricaturas y diatribas, había envenenado la conciencia del
país; durante el conflicto arzobispal (1878-1886) hizo derroche de
grosería en contra de la Iglesia y del clero. En el puerto principal
de Chile hacia Falta un diario que difundiera los principios
cristianos. Desgraciadamente, durante largos años, fue el vocero
del partido Conservador, al cual, como casi todos los eclesiásticos
de su época, González Eyzaguirre era muy adicto.
El 7 de Mayo de 1889 dejó la parroquia y se hizo cargo del
rectorado del Seminario de San Rafael por breve tiempo. Quiso
entrar en la Compañía de Jesús, pero lo disuadió su amigo
penquista Pbdo. Domingo Benigno Cruz, quien le dio como
argumento, la necesidad de que en el clero secular se
necesitaban sacerdotes apostólicos. Por ese mismo tiempo,
González Eyzaguirre desempeñó interinamente la gobernación
eclesiástica y la vicaría foránea del puerto.
En Valparaíso fue amado de todos, por su bondad y cautivadora
simpatía. Niño de once años, el autor de estas CRONICAS DEL
BARRIO YUNGAY, lo vio en el Seminario de Santiago y, no ha
olvidado jamás su figura: de mediana estatura, más bien bajo, con
su cabeza inclinada; en sus pequeños ojos azules había una
mirada afable y espontánea que delataba la pureza y sencillez de
su alma; su voz me parece escucharla: era suave e impregnada
de dulzura varonil.
En 1891 regresó a Santiago y desempeñó la dirección de la
Sociedad de Obreros de San José, a cuya fundación contribuyó:
era el tiempo de las instituciones mutualistas. González
Eyzaguirre dedicó gran parte de su ministerio a buscar solución al
problema del pauperismo que comenzaba a ser una amenaza
para la paz social de Chile y del mundo: en realidad, el obrero
chileno había sido injustamente postergado y los mismos
católicos que ahora se quejan del avance del comunismo, poco y
nada hicieron por él. El sacerdote González redobló su labor a
raíz de la publicación de la célebre Encíclica RERUM NOVARUM
de León XIII; y en una ocasión declaró a otro eclesiástico de la
arquidiócesis, algo que manifiesta el conocimiento exacto que
tenía don Juan Ignacio González, del ya grave problema social y
económico: "Si el hombre está con hambre, no trabaja ni reza con
gusto"; en otras palabras, repetía la frase tan conocida ahora, de
Santo Tomás de Aquino: "se necesita un mínimum de bienestar
material para practicar la virtud".
En 1894 fue uno de los fundadores del "Centro Cristiano" que
dedicó sus actividades a fomentar la enseñanza primaria y
secundaria entre las clases desvalidas, carentes de
establecimientos educativos gratuitos. Dos años más tarde
(1896), el futuro prelado se hizo cargo de la capellanía del
Salvador y en 1900 le designó su vicario general; renunció poco
después. En 1905 fue nombrado director espiritual del Monasterio
de la Vistación y en seguida (1907) la Santa Sede, a petición del
Gobierno y del Arzobispo Casanova, lo preconizó obispo titular de
Flavíades, El Presidente Pedro Montt le llevó al Consejo de
Estado, cargo existente en la Constitución de 1833.
En Mayo de 1908, a la muerte de Mons. Casanova, el Cabildo
Metropolitano, eligió vicario capitular a Mons. González
Eyzaguirre. Era la primera vez que el Senado de la Iglesia
designaba para este oficio a un eclesiástico extraño a tan alto
Cuerpo.
Durante su breve gobierno interino se preocupó del bienestar
económico del clero y creó la Sociedad de San Juan Evangelista,
por decreto del 16 de Octubre de 1908, que todavía presta
servicios al sacerdote pobre y enfermo. Comenzó entonces a
inquietar al prelado la situación de los clérigos desvalidos y
achacosos.
Cuando el Presidente Montt visitó al Arzobispo Mons. Casanova
moribundo, el metropolitano, en palabras entrecortadas,
recomendó al Mandatario la persona de L Mons, González
Eyzaguirre, como la más indicada para sucederle en el
Arzobispado. Montt accedió y en noviembre del mismo año, la
Santa Sede preconizó Arzobispo de Santiago al apóstol de la
cuestión obrera. Era —como dijo diez años después el célebre
orador sagrado don Clovis Montero— "el sacerdote modesto que
con la delicadeza de su inagotable caridad y con la vida oculta
entre los desheredados de la fortuna y con la insinuante sencillez
de sus modales se conquistó el amor imperecedero del pueblo
cristiano".
Procuró poner en práctica las enseñanzas de la Encíclica RERUM
NOVARUM de León XIII: realizó con gran solemnidad, en el
aniversario del preciado documento, el "Día del Trabajo
Cristiano", estimuló la organización de los primeros Sindicatos;
inició las Semanas Sociales, ayudado por su avanzado vicario
general Mons. Martín Rücker Sotomayor; fundó las Casas del
Pueblo, las Escuelas Nocturnas para Obreros y las Cooperativas
de Producción y Consumo. Estimuló la labor del Padre Fernando
Vives Solar para formar en Chile la conciencia del apostolado
social, lo que no fue óbice para aceptar la presión de los
conservadores que pedían el exilio del jesuita, quien debió
abandonar el país.
El lema del escudo episcopal era "Justitia et pax osculatea sunt".
"La justicia y la paz se han abrazado"
(Ps. 84, 11). En su primera pastoral, había dicho que como obispo
"no vería ni los honores que dan brillo, ni la autoridad que lo hace
superior a los demás, sino U obligación de trabajar sin descanso
en la Viña del Señor", Quería "servir" y no Mser servido".
En la pastoral sobre "La Cuestión Social", auspiciaba el salario
familiar, y pedía a los patrones que fueran fáciles para acoger las
quejas de los obreros. Nadie hasta entonces había hablado tan
claro. No olvidó tampoco al pueblo araucano: promovió en
Santiago un Congreso de Araucanístas. En 1910 celebró el 1er.
Congreso Social Católico, que el Papa Pío XII recordaría con
honor cuarenta años más tarde (1950).
En su gobierno impulsó la Universidad Católica y la Sociedad del
Centro Cristiano; fundó liceos gratuitos y escuelas parroquiales.
Creó la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC),
germen de la Acción Católica, de numerosas vocaciones
sacerdotales y de un partido político con grande influjo en la vida
nacional. Trajo al país muchas Congregaciones para mantener y
fomentar la educación católica. Para que estudiaran los pobres y
obreros, creó becas universitarias en Europa y Estados Unidos; lo
mismo hizo en los seminarios de Chile y en los colegios católicos.
Estaba tan interesado en dar educación religiosa al pueblo que,
cuando fue a felicitar al Presidente don Ramón Barros Luco, el 23
de Diciembre de 1910, requerido por el nuevo Jefe del Estado,
para que le pidiera algo a fin de concedérselo de inmediato, don
Juan Ignacio le contestó: "lo único que pido es que no nombre
profesor de religión en los liceos fiscales, sin consultar a la
Autoridad Eclesiástica". Así se hizo desde entonees y la medida
ha beneficiado mucho la enseñanza de la religión en los colegios
del Estado,
Floreció, durante su Arzobispado, la Sociedad de la Buena
Prensa, a la cual favoreció especialmente; supervigiló LA UNION
de Valparaíso, contribuyó a la creación del mismo diario en
Santiago; creó la Sociedad Periodística de Chile, EL DIARIO
AUSTRAL de Térmico, aun existente y con vida próspera, y LA
AURORA de Valdivia. Pocos obispos y sacerdotes chilenos han
trabajado más que el Arzobispo González Eyzaguirre, en favor de
la prensa; la estimaba un apostolado insustituible. No obstante
sus múltiples quehaceres, se daba tiempo para enviar artículos a
LA UNION de Valparaíso y a otros diarios.
Finalmente estableció la Federación de Obras Católicas con una
bien provista librería.
Fundó la Casa del Buen Pastor en Copiapó; un colegio en Ovalle;
fomentó la recepción de la Sagrada Eucaristía en la niñez;
escribió numerosas pastorales: en algunas de ellas, habló del
amor a la Madre de Dios; de la confesión y comunión en tiempo
de Cuaresma; del conocimiento de Cristo y de las misiones en los
campos.
Consagró la arquídiócesis al Sagrado Corazón en 1915; tres años
más tarde estableció la solemne consagración de los hombres al
Sagrado Corazón de Jesús en la Catedral, el domingo siguiente a
la fiesta y fundó "La Unión Apostólica de los Sacerdotes del
Sagrado Corazón".
En medio de tanta actividad el Arzobispo no descuidó su vida
interior: antes al contrario, aquella era el fruto de su intimidad con
Cristo. Vivió en paz porque, aún en los días de mayores
sufrimientos, puso toda su confianza en Dios e hizo siempre su
Divina Voluntad.
A fines de Octubre de 1910, presentó su renuncia a la Santa
Sede y le fue aceptada el 31 del mismo mes. El 3 de noviembre,
el Arzobispo comunicó al Gobierno su resolución. El Canciller
Luís Izquierdo, en nota del 11 de noviembre, le manifiesta "la
sorpresa que en el Gobierno despierta la determinación de V. S.
Iltma. y Rvdma. ha adoptado, sin su aquiescencia y sin su
consentimiento". En seguida abunda en consideraciones sobre el
régimen del Patronato. El Prelado respondió que, al presentar su
renuncia directamente al Papa, se atuvo a una "práctica
universalmente seguida en la Iglesia aun en países donde un
concordato con la Santa Sede asegurar al poder civil los más
amplios privilegios, no ha tenido ni la remota idea de faltar a los
deberes ni a la cortesía para con el Supremo Gobierno. La
naturaleza y origen del cargo episcopal y la suma delicadeza con
que debía tramitarse la renuncia a fin de que no sufriera
detrimento el Gobierno Eclesiástico, me hicieron obrar de la
manera que lo hice, reservándome, sin embargo, para haber dado
cuenta al Supremo Gobierno, una vez que hubiese visto en la
Santa Sede la voluntad de aceptarme la renuncia". En la misma
nota, Monseñor González agradece la carta enviada por el
Canciller el 10 de noviembre, en la cual manifiesta al
metropolitano que el Gobierno "vería con satisfacción que retirara
su renuncia" porque la Santa Sede "aceptaría con agrado
cualquiera insinuación mía para retirar mi renuncia". El mismo día
10 escribió al Romano Pontífice para decirle que retiraba su
dimisión; y el 14, el Secretario de Estado Cardenal Merry del Val
le contestaba: "Si V. S, puede continuar en su cargo, Su Santidad
se alegrará mucho". El 15 dirigía al Vicario de Cristo el siguiente
cablegrama: "Muy agradecido benevolencia Santo Padre, seguiré
tranquilo en gobierno diócesis" (2).
El Arzobispo tomó tan grave decisión ante las serias dificultades
que tuvo con el Internuncio Apostólico Mons. Enrique Sibilia,
creadas por intrigas del Partido Conservador. El problema se
suscitó cuando el diplomático papal quiso entregar la dirección de
los seminarios chilenos a los jesuítas. Mons. González la había
aprobado en principio; pero encontró resistencia en sus vicarios
generales Martín Riicker y Manuel Antonio Román, quienes lo
amenazaron con abandonar sus cargos si la Compañía de Jesús
entraba a regir los seminarios.
Como dice don Manuel Rivas Vicuña en su HISTORIA POLITICA
Y PARLAMENTARIA "se hablaba también del deseo del Nuncio
de provocar la liquidación de las propiedades raíces de las
comunidades religiosas y de desacuerdos sobre la disciplina
eclesiástica. Por otra parte, se había sostenido que el Nuncio
quería poner término a la intervención de ciertos civiles, altamente
colocados en la política, en la administración de los bienes
eclesiásticos y alejar al clero de toda acción partidista" (3). Se
decía también, calumniosamente, que Mons. Sibilia apoyaba los
intereses peruanos en el espinoso problema de Tacna y Arica.
El enviado del Papa manifestaba mucha visión y clarividencia en
sus actuaciones, máxime en aquéllas que decían relación con la
política. Es evidente que el pe. luconismo no miraba con buenos
ojos las actividades de Mons. Sibilia, quien en 1910 tuvo
dificultades protocolares con el Ministro de Relaciones don Luis
Izquierdo,
El asunto se tornó luego una cuestión política, como es corriente
entre nosotros: el Partido Conservador, amigo del Arzobispo,
incitó a la opinión pública contra el Internuncio, partidario de
separar a la jerarquía de la Iglesia de los pelucones.
Nadie quería el alejamiento del Arzobispo: el Vicepresidente de la
República, don Emiliano Figueroa Larraín, el Presidente electo
don Ramón Barros Luco, el Cabildo de la Catedral de Santiago, el
clero, las Ordenes y Congregaciones Religiosas de hombres y
mujeres, las sociedades piadosas y mutualistas y las señoras de
la capital rogaban al prelado que retirara su renuncia. Los
canónigos, el clero y las órdenes religiosas, se dirigieron
respetuosamente al Papa para rogarle que rechazara la renuncia
a Monseñor González.
Don Crescente Errázuriz, su sucesor en el gobierno de la
arquidiócesis, aconsejó al prelado que evitara la crisis política y
eclesiástica y confiase en la resolución del Vicario de Cristo. Todo
esto influyó poderosamente en el ánimo ya algo voluble del
Dignatario y retiró su renuncia.
Hubo quienes dudaron de la absoluta sumisión del Arzobispo al
Romano Pontífice, de la cual siempre dio pruebas reiteradas y
fervientes. El incidente con el internuncio y estos malévolos
comentarios, causaron intenso dolor a Monseñor González
Eyzaguirre; pero no lograron turbar su paz interior.
Monseñor Sibilia hizo un viaje a Roma y la Santa Sede consultó al
Gobierno de La Moneda si era prudente el regreso del diplomático
a nuestro país. El Canciller, contestó afirmativamente y el
discutido Internuncio volvió a Chile. A su llegada a la capital, en el
trayecto de la Estación Mapocho a la Nunciatura, en un coche
abierto, los jóvenes universitarios, arrebataron el sombrero al
legado papal, y le zahirieron con gritos y cantos,
Don Luis Barros Borgoño que observaba un día otra
manifestación en contra de Monseñor Sibilia, desde los balcones
del Palacio de La Moneda, expresó, con toda picardía, al joven
capellán del Presidente Barros Luco, Pbro. J. Francisco Fresno:
"mire lo que hacen ustedes, echar al pueblo en contra del
Internuncio". Barros Borgoño, como auténtico liberal, confundía a
los conservadores con el clero; pero en el caso de este
eclesiástico estaba equivocado, porque Fresno nunca fue
conservador.
El Arzobispo González Eyzaguirre vivió preocupado de los
pobres: daba pensiones a las viudas, a los estudiantes y familias
necesitadas vergonzantes. Nunca tuvo secretario, ni familiar, en
la vieja casa de la calle Catedral, para que nadie se impusiera de
su generosidad.
Invariablemente dio ejemplo de cristiana humildad y franciscana
pobreza: moró siempre en la casa-quinta frente a los Capuchinos,
en el barrio que tanto amaba; hasta el día de su muerte dormía en
el mismo lecho que le sirvió en el Seminario: un sencillo catre de
fierro. Alguien dijo que tenía "pasta de santo"; además era un
gran señor: a todos recibía cordialmente, sin afectación; era
amable y sincero; todos los corazones se abrían anfr su
inagotable caridad.
Enfermo y abatido, a principios de 1917 de nuevr manifestó
deseos de renunciar; pero tuvo una inmensa alegría ai recibir la
carta autógrafa de Benedicto XV en la cual le congratulaba por
sus Bodas de Oro Sacer dótales, y hacía votos por su salud,
arruinada por la ar teriosclerosis.
Los achaques del metropolitano perjudicaron nota blemente su
postrera labor pastoral.
El 8 de junio de 1918, hizo confesión general con su amigo don
Carlos Casanueva y le dijo: "Voy a partir ya; he llegado al término
del camino y estoy contento; no pidan que viva, porque conviene
a la Iglesia que me va ya; ya no hay en mí fuerza ni sujeto, yo ya
no sirvo para nada; y hay mucho que trabajar". De estas palabras
se desprende que aún le quedaba mucha lucidez. Murió al día
siguiente a los 74 años y le sucedió un sacerdote de 79, don
Crescente Errázuriz Valdivieso.
MONS. PIO ALBERTO FARIÑA (1878-1971)
Más o menos quince años, vivió en un alto tercer pisí de su casa
de la calle Compañía 2487, el obispo titular dt Citarizo y canónigo
arcediano del Cabildo de la Catedral de Santiago, Mons. Pío
Alberto Fariña y Fariña, quien en plena y asombrosa lucidez
intelectual, llegó poco antes de morir a los 92 años de edad.
Raros son los hombres trabajados que llegan casi a la centuria
con sus facultades mentales perfectas; y, entre nosotros, uno de
los pocos que lograron alcanzar tar fecunda longevidad fue Mons.
Fariña.
Con ocasión de su nonagésimo cumpleaños, el venerable varón,
recibió el saludo de Su Santidad el Papa Paulo VIr de sus
hermanos obispos, del clero y de numerosos familiares y amigos.
El deseaba ardiente y sinceramente que la fecha pasara
inadvertida y así lo manifestó con insistencia y franqueza a sus
Íntimos. Mas, el sacerdote y obispo ejemplar, el consejero docto y
prudente, el hombre de carácter firme, el poeta y citarista de fina
sensibilidad, tenía muchos amigos y admiradores; y, contra su
voluntad, debió recibir, emocionado el homenaje del Vicario de
Cristo, y de tantas personalidades más, aunque él modestamente
las procuró evitar. "El que se humilla será ensalzado".
Monseñor Fariña, miembro de una antigua e ilustre familia,
honrada con numerosos sacerdotes, desde la época de la colonia
y de la Independencia, era hijo de don Manuel Jesús Fariña y
Molina, humanista y hombre de fe profunda y apostólica, y de
doña Catalina Fariña y Alfaro. Ambos sintieron gran felicidad
cuando su hijo Pío Alberto inició los estudios eclesiásticos en el
Seminario de Santiago, y mayor gozo al verle más tarde llegar al
sacerdocio. Monseñor Fariña fue ordenado de presbítero en
diciembre de 190114.
En seguida dictó clases de latín, castellano, fundamentos de la fe,
ética y derecho natural, en el mismo colegio eclesiástico de
Providencia. Fue maestro eximio de lo que enseñaba,
especialmente del idioma del Lacio, jue dominó hasta su muerte
en forma acabada. Durante ¡n año (1911-1912) sirvió la parroquia
de Quillota. Poco después, 1912, se trasladó al Seminario de
Talca, para desempeñar su dirección espiritual y luego el
rectorado. En los dos establecimientos, entonces de vida pujante,
se hizo querer por su carácter apacible, aunque firme, sencillez,
rectitud, piedad y espíritu de justicia, cualidades indispensables
en un buen profesor, máxime si es sacerdote. En sus discípulos
dejó los mejores recuerdos; y en los días de su nonagésimo
cumpleaños, sus pocos alumnos sobrevivientes, algunos de ellos
ya ancianos y más achacosos que el maestro, le expresaron su
gratitud, simpatía y afecto.
Conocía los cánones del Derecho y los del Concilio Vaticano II,
casi al pie de la letra. Cuando alguien le hacía consultas, por
modestia, pretendía ocultar su saber: se colocaba los lentes para
leer el Código Canónico; pero antes, ya había repetido el canon
de memoria, con una precisión y seguridad absolutas. Siempre
estuvo presto a solucionar cualquier caso que se le presentara
conforme al espíritu de la ley, de acuerdo con las mejores
tradiciones y con las últimas reformas. No rehuía las modernas
estructuras de la Iglesia, exigidas por los tiempos, pero rechazaba
la indisciplina y la desobediencia a la autoridad, sobre todo en la
Mística Esposa de Cristo, fundamento indispensable para su
existencia misma en el orden espiritual establecido por su Divino
Fundador.
Del Seminario de Talca (1916) pasó a regentar las parroquias de
Santa Cruz y del Sagrado Corazón de Santiago, respectivamente.
Ecuánime, prudente y laborioso, el pastor rural y el de ciudad se
conquistó el afecto y la admiración de sus parroquianos
cualesquiera que fuesen sus credos e ideales políticos.
El humilde y recordado Arzobispo Mons. José Horació Campillo
Infante (1872-1956), compañero de Mons. Fariña en el Seminario,
le sacó del ministerio parroquial en 1931 y lo llevó a su lado,
primero, como prosecretario del Arzobispado y finalmente le
promovió a canónigo y vicario general en 1939. Sirvió al
metropolitano con solicitud, lealtad y abnegación hasta el 30 de
agosto del mismo año, día en que llegó a Chile la noticia de la
aceptación de la renuncia presentada por el Arzobispo. En ese
momento difícil e incierto, que no se producía desde hacía casi un
siglo en la Iglesia de Santiago, el Cabildo de la Catedral eligió
14
Mons. Pío Alberto Fariña, nació en Santiago, en Recoleta, donde estaba la vieja casona que fue del
obispo Justo Donoso, el 17 de diciembre de 1878.
vicario capitular, vale decir, jefe de la arquidiócesis en sede
vacante, a Mons. Fariña (2), Entregó la sede a su viejo maestro,
Mons. José María Caro, quien, cinco anos después, haciéndose
eco del clamor del clero metropolitano, designó vicario general a
su antiguo discípulo (1945), para suceder a Mons, Miguel Miller.
Sirvió al primer cardenal chileno, no sólo en las funciones
curiales, sino en sus asuntos particulares, con sumisión y
fidelidad. Fue consejero del purpurado en todos los graves
problemas que debió afrontar, e hizo prevalecer su opinión. A la
muerte del Cardenal Caro (1958), Mons. Fariña fue de nuevo
elegido vicario capitular de Santiago.
El Papa Pío XII, lo hizo primero protonotario apostólico, a
principios de 1946, y en septiembre lo elevó al episcopado, por
singular coincidencia como obispo de Citarizo y auxiliar del
Cardenal Arzobispo de Santiago. Pió XI lo había honrado ya con
el honorífico título de Prelado de Honor suyo.
Juan XXIII, tan audaz como visionario, escogió a Mons. Fariña
entre los nueve obispos consultores de la Comisión Organizadora
del Concilio Vaticano II, cuyo nombramiento se reservó el Papa;
pero, como la salud de Mons. Fariña ya estaba resentida, no pudo
viajar a Roma; sin embargo, desde aquí ilustró a dicha comisión
con sus sabias respuestas.
Consciente de sus responsabilidades, y en la imposibilidad física
de ejercer el cargo, renunció en 1968 al oficio de Deán de la
Catedral, que le correspondía, par ser el canónigo más antiguo,
aunque el Arzobispo podía designar al que él hubiese querido, sin
atender a la antigüedad.
Devoto ferviente de María: ha escrito bellas páginas en prosa y
verso en loor de la Madre de Dios.
Poeta de sólida raigambre clásica, su único libro: DE MIS
VERGELES, publicado en 1966, lo delata como uno de los más
entusiastas cultivadores de la escuela parnasiana en Chile. La
estrofa remozada de Mons. Fariña, no le quita la auténtica nota
lírica que aproxima el estro del prelado al de los clásicos, Fr. Luis
de León y Lope de Vega; pero más a los románticos, Espronceda,
Zorrilla, Campoamor y Núñez de Arce.
Hábil ejecutor de la cítara, era uno de los poquísimos chilenos
conocedores de este difícil y bíblico instrumento musical; hasta el
último día de su laboriosa vida supo arrancarle acentos vibrantes
y emotivos.
En el silencio de su biblioteca, vivió como un anacoreta de los
mejores tiempos de la Iglesia, alternando sus horas, entre la
oración, la lectura y la cítara, placeres que alentaban y enfervorizaban su
ancianidad.
Falleció en la mañana del 30 de abril de 1971, tras breves días de
enfermedad.
AUGUSTO D'HALMAR. (1882-1950)
Don César Rossetti, en la plasticidad de sus recuerdos acerca de la
gente del barrio, evocaba la personalidad de Augusto Goeminne
Thomson, conocido primero en el ambiente literario con el nombre de
Augusto Thomson, y más tarde con el de Augusto D'Halmar, en
memoria de su bisabuelo, el marino sueco Juan Joaquín Thomson,
Barón de D'Halmar.
El escritor nació el 23 de abril de 1882, el mismo día de la muerte de
Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare, coincidencia
de la cual él alardeaba mucho. A pesar de que en la Fe de Bautismo dice
"hijo legítimo", su madre era soltera. Vino al mundo en casa de su abuela
y madrina doña Juana Cross de Thomson, ubicada en la calle de la
Catedral. Sin embargo, a poco de nacido, su abuela se lo llevó a
Valparaíso, donde vivió hasta fines del siglo.
En 1900 Thomson moraba, según cuenta su cuñado Fernando Santiván,
en una humilde casita de la calle Libertad, próxima a la plaza Yungay.
Desde muy joven, comenzó a escribir en la prensa capitalina, y pronto
llegó a ser un narrador efectista, a veces elegante, poético y musical; y
otras aterciopelado y hasta preciosista; cuando hablaba tenía mucho de
actor grandilocuente. Refiere don Samuel A, Lillo, en ESPEJO DEL
PASADO, que cuando en la prensa se anunciaba que Augusto Thomson
iba a hablar, aumentaba la asistencia de señoras y de niñas en las
plateas y tribunas del salón de la Universidad, en donde ya se había
instalado el Ateneo.
"Le gustaba producir efectos teatrales. Se le veía siempre perdido entre
los concurrentes casi a un extremo del salón; y al sonar su nombre, fingía
no oírlo; y, pasados algunos instantes, se levantaba, y quitándose
lentamente el abrigo, lo dejaba a una señora pálida de blancos cabellos
que lo acompañaba. Atravesaba entonces la sala irguiendo su alta figura,
a grandes pasos, como una enorme ave zancuda hasta llegar a la
tribuna".
"Nuevos instantes de estudiada presentación: con las manos apoyadas
en la baranda, inclinaba hacia el público el busto aderezado a lo Byron, y
abriendo sus ojos vagos de miope, empezaba a hablar como soñando.
Otras veces, sin desplegar el papel, increpaba bruscamente al público
que se agitaba nervioso, sin saber si aquello formaba parte del trabajo o
era un arranque de locura del orador".
"Es que Thomson estaba poseído de incansable afán de aparecer
original, y lo conseguía, a veces a costa del buen gusto, pero
siempre con aplauso de los muchachos y escándalo de los viejos
ateneístas que veían en él al predicador de que nos habla el
Padre Isla, que exclamaba delante de sus feligreses estupefactos:
"No creo en Dios, uno y trino". Y cuando todos pensaban que
había perdido la razón, agregaba tranquilamente: "Así dicen las
sectas de los arríanos, de los marcionistas y de los maniqueos"
(3). La misma táctica tenía Monseñor Ramón Angel Jara: una vez
en la Plaza de Lima, ante una inmensa muchedumbre de
peruanos, comenzó su discurso diciendo: "¡Señores sois unos
ladrones!" Guardó silencio un momento, y, luego, prosiguió: "Me
habéis robado el corazón".
En seguida Thomson publicó su primera novela, JUANA
LUCERO, de la cual me ocuparé más extensamente al final de
esta semblanza. Después, seducido por la obra del novelista ruso
León Tolstoy, fundó con el pintor Julio Ortiz de Zarate, y su
cuñado, el novelista Fernando Santiván, una "Colonia
Tolstoyana", que, al cabo de muchas peripecias, tuvo su sede en
San Bernardo en una casa quinta del poeta Manuel Magallanes
Moure. Los colonos trabajaban la tierra; y, al atardecer, se
dedicaban a la lectura de las obras literarias de su predilección.
Más tarde (1907), salió del país: por influjo del Ministro de
Relaciones Exteriores don Federico Puga Borne, vecino de San
Bernardo, y de quien D'Halmar había sido secretario particular,
fue nombrado cónsul en la
India. Antes de hacerse cargo del empleo, pasó por Inglaterra; y
después visitó Francia, Suiza, Italia, Grecia, Turquía y Egipto.
Finalmente, se radicó como Cónsul en Colombo. Estuvo también
en España. En uno de sus viajes a la patria, en 1915, formó parte
del grupo de LOS DIEZ, organizado por el poeta arquitecto Pedro
Prado y por Julio Bertrand Vidal, pintor y arquitecto como su
compañero.
Raúl Silva Castro cree que el propósito de los fundadores Prado y
Bertrand, parece "haber sido invitar a gran número de artistas de
diversas especialidades para los actos colectivos de la
agrupación, exposiciones, conferencias, publicación de libros y
revistas" (4). De inmediato, se editó una revista, LOS DIEZ, de
corta duración.
El funcionario consular regresó a Chile definitivamente en 1934.
Desde esta fecha hasta su muerte, desempeñó los cargos de
Director del Museo de Valparaíso, y jefe de sección de la
Biblioteca Nacional de Santiago.
Volvió a colaborar en la prensa santiaguina: escribió en LA HORA
y en LA NACION; en esta última publicó RECUERDOS
OLVIDADOS, que son parte de su autobiografía, aún inédita.
En 1942 fue el primer escritor chileno que obtuvo el recién creado
PREMIO NACIONAL DE LITERATURA: sin duda merecía el
galardón; pero fueron postergados otros escritores más antiguos
y con mayores méritos y de mejor calidad literaria que D'Halmar.
Fuera de JUANA LUCERO, tiene numerosas obras: LA
LAMPARA EN EL MOLINO, Santiago, 1914; NIRVANA,
Barcelona, 1918; LA SOMBRA DEL HUMO EN EL ESPEJO,
Madrid, 1924; LA MANCHA DE DON QUIJOTE, Santiago, 1934;
AMOR, CARA Y CRUZ, Santiago, 1935; GATTTA, Santiago,
1935; LOS ALUCINADOS, Santiago, 1935; PALABRAS PARA
CANCIONES, Santiago, 1942; MAR, HISTORIA DE UN PINO
MARITIMO Y DE UN MARINO, Santiago, 1943; CRISTIAN Y YO,
Santiago, 1946; LOS 21, Santiago, 1948.
En las obras de este escritor hay mucho de su vida atormentada,
de sus "gustos sexuales disidentes", como dice Alone; de las
cabalas supersticiosas y de los exotismos que dejaron en su
espíritu y en su pluma, los viajes, especialmente su paso por la
India.
Era un apasionado del mar y gustaba vestir traje de marino.
Sua mejor libro, tal vez, PASION Y MUERTE DEL CURA
DEUSTO, que es el propio drama de su vida angustiosa e
irrealizada: Deusto, sacerdote vasco, acoge en su parroquia de
Sevilla, a un joven gitanillo invertido, quien se enamora del cura.
Tras una aventura amorosa del gitanillo Pedro Miguel, con una
artista no muy joven, y de practicar el baile y el canto, propone a
Deusto irse a vivir juntos en Madrid. El párroco, invariablemente
fiel al celibato, ante la invitación de su protegido, muy
aproblemado, se suicida: lo atropella el tren donde viaja Pedro
Miguel. Quienes conocen Sevilla, dicen que la novela carece de
ambiente sevillano; sin embargo, quizás el mayor defecto de
PASION Y MUERTE DEL CURA DEUSTO, sea su carácter
sentencioso.
Entre los cuentos de D'Halmar, el mejor es RODAR TIERRAS,
escrito a los 24 años, espléndido relato con mucho de la gracia de
Andersen.
En el ensayo Los 21, el autor manifiesta su rendida admiración por
los escritores cuyas ideas tuvieron grande influencia en el orden
político y social de oriente y occidente. Andersen, Víctor Hugo,
Tolstoy, Ibsen, Poe, Dickens, Bret Hart, Zola, Daudet, Edmundo
d'Amicis, Guy de Maupassant, Wilde, Eca de Queiroz, Milosz, Loti,
Antonio Machado, Kípling, García Lorca, Gorki, Pezoa Veliz y
Conrad, todos como anuncia Alone, crítico prologuista, son "los
inspiradores del inspirador". A cada uno, algo debe D'Halmar en la
concepción y ejecución de sus novelas y cuentos. Todos, cual
más, cual menos, son escritores artistas, hombres interesantes en
sus vidas y en la obra literaria que realizaron, algunos de ellos
geniales, con aires de profetas, de Jos cuales nuestro autor algo
aprendió. El estudio hecho por D'Halmar sale de lo común, de lo
vulgar; no son simples biografías, ni críticas de sus libros: el
ensayista ha penetrado en la psicología de estos hombres de
letras, desentrañando el contenido de su obra. Lod 21 señala las
fuentes en las cuales el escritor chileno se inspiró para crear sus
trabajos literarios, algunos discutibles; pero todos ejercieron
influjo entre la juventud que comenzaba a escribir. Contribuyeron
a darle nueva fisonomía a las letras nacionales en el primer cuarto
de nuestro siglo y le valieron a D'Halmar el bien merecido título de
maestro. Fue uno de los pocos escritores chilenos que ha hecho
de la literatura una profesión lucrativa.
Conocí a D'Halmar en su oficina de la Biblioteca Nacional: ya
había envejecido, lindaba en los 70 abriles; pero no perdía nada
de la noble apostura de los años mozos; al contrario, estaba
ennoblecida por la blanca y crespa cabellera; tampoco había
mermado el don de la palabra: continuaba siendo un
monologuista interminable. Como si estuviese presintiendo su
cercano fin, después de dedicarme su libro LOS 21, me dijo:
"venga a verme. Usted puede servirme a mí en la hora de la
muerte; y yo a usted aquí en la Biblioteca, si algo se le ofrece".
Era el 1º de julio de 1949. No le vi más. Durante los días de su
larga enfermedad, alguien fue en busca del sacerdote escritor
para que le visitara en su lecho de agonizante; mas, yo estaba,
entonces, ausente de Santiago. D'Halmar murió el 25 de enero de
1950.
Un grupo de chilenos, secundados por el Ayuntamiento de Madrid
y el Instituto de Cultura Hispánica, colocó una placa de bronce
con la efigie de D'Halmar, en el frontis de la casa donde él vivió
en la calle Travesía de la Bellavista, hoy Loreto y Chicote, de la
capital española; "Aquí vivió y escribió la mayor parte de su obra
el ingenio de Chile, Augusto D'Halmar. Los escritores de Chile
exaltan su recuerdo en el Madrid que él tanto amó. A su eterna
memoria esta lápida dedicada al Excelentísimo Ayuntamiento de
Madrid en 29 de octubre de 1958".
El nombre y la obra de D'Halmar, ya no se recuerdan. El fue
profeta cuando dijo: "Yo no soy Stendhal, y por ello en 1980 no se
hablará de mí". "Asi pasa la gloria del mundo".
Augusto Thomson llegó a Yungay, desde Valparaíso, a "una
modesta casita de gruesos muros antiguos, que se erguía entre
sus vecinas como una señora de buena familia, que sobrellevara
su pobreza con dignidad" (5).
La casa de pensión o residencial, como se dice ahora, estaba
ubicada en la calle Libertad, muy próxima a la Plaza Yungay.
En esa misma época, el apuesto joven de 20 años, comenzó a
frecuentar el histórico y pintoresco almacén del señor César
Rossetti, que mantenía la diaria tertulia a la cual concurría lo más
granado de la gente de Yungay: Thomson fue presentado a don
César por los jóvenes Rodrigo Sánchez Mira, Manuel Escobar y
por otro, de apellido Corvalán Melgarejo, hermano de Ramón,
médico y político radical, todos aficionados a la literatura, y muy
amigos del nuevo vecino del barrio»
Los muchachos de Yungay se sentían atraídos por la
personalidad del dueño del almacén: hombre culto, de
conversación ingeniosa y chispeante, cualidades no comunes
entre los comerciantes de abarrotes y comestibles. Los jóvenes
conversaban familiarmente con don César, e iban a leerle sus
primeros trabajos literarios para pedirle su opinión. De aquellos
mozos, que frecuentaban el negocio, sólo Thomson logró más
tarde celebridad en las letras con el seudónimo de Augusto
D'Halmar.
"Entre conversación y conversación con Thomson, recordaba el
señor Rossetti, cierta vez tocaron el punto de escribir algo sobre
el barrio Yungay; pero don César no le dio mayor importancia al
asunto. Augusto Thomson iba de tarde en tarde al negocio: "se
perdía por dos y tres meses". "Un día entre alegre y no alegre,
contaba el señor Rossetti, después de tardar más de lo
acostumbrado, me visitó de nuevo; y, sea por casualidad o
porque se habían puesto de acuerdo, Thomson se entretuvo a solas en
el almacén, en larga conversación con una mujer joven y buenamoza.
Tal encuentro se efectuó dos o tres veces".
Más tarde, Augusto Thomson confesó al señor Rossetti que había
ido al almacén con el objeto de descubrir entre la clientela, a
alguna parroquiana que pudiese servirle de heroína en una
novela que se proponía escribir, cuyo escenario era el barrio
Yungay. Don César creía que aquella mujer liviana, con la cual
Thomson platicaba en el negocio era "Juana Lucero", la principal
protagonista de la novela con la cual Thomson se inició en la vida
literaria. Se trataba de una joven de 25 años de edad, más o
menos, de exterior recatado y severo, muy hermosa y
elegantemente cubierta con el tradicional manto de la época. Era,
sin duda, la mismísima Hortensia Lucero, que había vivido
durante un verano con una familia del vecindario de Yungay, que
Thomson, en la novela, apellida "Caracuel López". En una vieja
casa ubicada "al costado derecho de la Plaza Yungay" (6).
Cuando frecuentaba el almacén de don César, Hortensia habitaba
en una pieza de la calle Moneda, quizás durante el tiempo que
convivió con "Arturo Velásquez", el novio de "Marta Caracuel". El
retrato de Hortensia Lucero adornaba las paredes de la casa de
Magallanes Moure, en San Bernardo, ocupada por la "Colonia
Tolstoyana". Era "un hermoso y suave retrato".
Thomson formaba parte de la "patota" de la Plaza del Roto
Chileno, y, en aquel tiempo, "los patoteros" se permitían algunos
abusos de confianza, como por ejemplo, asistir a misa al templo
de San Saturnino, con el ánimo preconcebido de chacotear. En
esto, como en muchas otras cosas, no "todo tiempo pasado fue
mejor".
Después de tres meses de nueva ausencia, Thomson, volvió al
negocio de don César, y le entregó los borradores de su novela
LA LUCERO, para que los leyera. En ese momento —refería el
señor Rossetti— entró al almacén, para hacer algunas compras,
el sacristán y cochero del cura de la parroquia de San Saturnino,
Pbro. D. Efrain Madariaga; y, Mal echar una mirada, descubrió a
Thomson. Lo miró fijamente y le dijo con voz aguardentosa: "Mira,
tú eres uno de los futres que me estafaron veinte pesos". El
aludido protestó airadamente, por el grave cargo que se le
imputaba; pero no tuvo tiempo para contestar, porque el sacristán
abandonó el almacén".
Al día siguiente, cuando Eliodoro, empleado del templo, fue de
nuevo al negocio de don César, le preguntó: ¿por qué trató tan
mal ayer al señor Thomson? El sacristán respondió: "Ese futre es
uno de los que forman la "patota" de la iglesia de San Saturnino,
integrada por pijes "planchados" (7), que no dan un centavo para
la colecta dominical". Al respecto, contó al señor Rossetti que,
cuando pedía limosna en el templo, él "trataba de poner la
bandeja en las narices de cada uno, pero no lograba ni un cobre".
Cierto domingo, uno de los mozalbetes, sacó de su bolsillo un
billete de veinte pesos, y propuso al sacristán que si le daba la
vuelta, él pondría en la bandeja un peso: mas, como no había
dinero suficiente para complacer al joven feligrés, Elieodoro fue a
la casa parroquial y solicitó a una de las hermanas del cura, los
diecinueve pesos prestados. En seguida, el sacristán volvió al
templo, entregó el dinero al "patotero", y éste, a su vez, alargó el
billete.
Momentos más tarde, cuando Elieodoro pretendió cambiarlo, para
devolver el resto a su dueña, se encontró con la desagradable
sorpresa de que el billete era falso.
Don César Rossetti recibió oportunamente, de su autor, un
ejemplar de LA LUCERO, nombre primitivo de la obra. Cuando
Thomson preguntó a su amigo si habia leído la novela, el señor
Rossetti le respondió que "sólo en parte", porque no estaba
conforme con la estructura general de la obra. "Cuando conversé
con D'Halmar, me decía don César, acerca de la necesidad de
escribir una novela, yo quería que tuviese "más sabor a barrio"; y
que fuese un resumen más o menos completo, de los hechos que
habían pasado, y de los hombres y lugares que figuraron en el
ambiente popular".
Thomson hizo una novela social con amargo sabor de pecado.
Defraudó a don César. El deseaba una de carácter histórico, en
cuyas páginas apareciera la vida de Yungay.
En JUANA LUCERO, D'Halmar exhibe las costumbres sociales de
una época y muestra sitios, actividades y gente del barrio, donde
él nació y pasó algunos años de su juventud; y en el cual
Hortensia Lucero, huérfana, vivió en casa de la familia "Caracuel
López" en la calle Moneda. El autor conocía Yungay como la
palma de su mano.
En cuanto a la novela misma, se deja ver claramente, a través de
sus páginas, que D'Halmar conoció a "Juana Lucero", y la
desgraciada mujer le inspiró cariño compasivo. No sería raro que
ese personaje tan secundario de la obra, el único sin nombre, í
llamado simplemente el "ahijado"" Sé la familia "Caracuel López"
fuese el propio autor de la novela.
JUANA LUCERO está influenciada por Zolá, uno de los
inspiradores del novelista chileno. El tema de la prostitución
tratado por el francés, fue muy bien acogido por nuestros
hombres de letras, y el primero que lo divulgó aquí en el país, fue
D'Halmar en JUANA LUCERO.
"Juana" es hija ilegítima de Catalina Lucero y del político pelucón
y aristócrata, jefe de los diputados de su partido. "Alfredo Ortiz",
quien siendo muy joven engañó a Catalina, cuando ésta cosía en
casa del joven, y era aún una niña candorosa. El seductor
abandonó a la ingenua costurera, la cual pudo criar honestamente
a su hija Juana, sin molestar nunca a Ortiz, a quien no volvió a
ver jamás.
A los 14 años, murió Catalina y en sus postreros días dejó a
Juana al cuidado de su tía solterona Loreto Garrido, mujer que dio
a la sobrina un trato despótico, paternalista y humillante.
Mientras ella fue a pasar el verano en la playa, la niña quedó "en
tasa de la familia "Caracuel López", situada a un "costado
derecho de la Plaza Yungay". "Los "Caracuel", eran "de lo
mejorcito" del barrio y trataron muy bien a la "huachita", como la
llamaba doña Loreto Garrido; sin embargo, ella no estaba
tranquila, ni contenta: "ddn Absalón", el dueño de casa, su hijo
"Daniel" y "Arturo Velásquez", el novio de "Marta", la perseguían
para seducirla. "Don Absalón" logró, al fin, su lascivo propósito, en
la noche del 20 de enero, mientras toda la familia y la
servidumbre participaban de la fiesta del Roto Chileno en la Plaza
Yungay. "Juana Lucero", que, según el novelista, temía con horror
la llegada de ese momento, no quiso ir a la plaza, y se quedó,
voluntariamente, en el caserón. Esta actitud inexplicable, deja
perplejo al lector, porque D'Halmar presenta a la desventurada
muchacha como un ejemplar de pureza, víctima de la pasión
sexual enfermiza de los hombres de la casa donde ella se
hospedaba.
En seguida, la joven, desesperada y encinta, huye con "Arturo
Velásquez", quien la convierte en su amante, hasta que la propia
"Juana" lo pone en antecedentes de su embarazo, fruto de sus
relaciones con "don Absalón". "Velásquez", próximo a contraer
matrimonio y desilusionado, la lleva engañada, de una pieza
donde convivía con ella, a la casa "de una amiga modista", que es
simplemente el prostíbulo tan conocido de "Adalguisa Albano". Allí
se la acoge con cariño; luego es inducida al aborto, y en poco
tiempo se convierte en la ramera más importante y codiciada del
lupanar; sin embargo, el novelista, encariñado con "Juana", la
presenta disconforme con su denigrante oficio. Pasan los años: la
"Lucero" pierde el juicio, se vuelve loca y asesta un tiro de
revólver contra el espejo, en el cual la víctima de la alucinación,
ve, desde mucho tiempo, el rostro de su madre, que reprocha con
los gestos a su querida ."purisimita", tan repugnante conducta.
"Juana Lucero" no se suicidó. La novela termina con el disparo al
espejo, que hirió la mano de la enloquecida y burlada mujer.
No es difícil encontrar en la heroína chilena semejanza con
"Nana", la prostituta creada por Zolát padre del naturalismo y
maestro de D'Halmar. Empero, la compasión y el afecto del autor
por "Juana Lucero", y ese aire románticón que corre por algunas
páginas de la novela, trae a los lectores el recuerdo de "María",
del colombiano Jorge Isaac.
Nuestro autor se entusiasma demasiado con la "Lucero" tanto,
que él mismo, sin quererlo, por cierto, desfigura a su personaje, lo
convierte en una muñeca de trapo y como dice muy bien Vicente
Urbistondo: "Sólo en los comienzos de la novela consigue
D'Halmar, trazar su personaje con la objetividad necesaria para
darle consistencia y dimensión. En los sucesos que tienen por
escenario la casa de la malévola tía, todavía se abstiene de hacer
comentarios sobre la triste situación de la joven. Pero junto con
empezar Juana a rodar, se manifiestan intervenciones personales
de D'Halmar para reclutar la simpatía de sus lectores".
"Juana Lucero no es un personaje totalmente naturalista, ni
literariamente logrado; no lo es, porque D'Halmar es incapaz de
identificarse con su personaje sin experimentar al mismo tiempo
un intenso sentimiento de piedad por él. Esta actitud, a pesar de
no ser constante, aumenta con el desarrollo de la novela y resulta
a la larga nociva para el personaje como para la obra" (8).
En la simpatía que inspira al autor su personaje, "Juana Lucero",
influyó, sin duda la situación irregular de su madre soltera, doña
Manuela Emilia Thomson, aunque la conducta de esta señora fue
irreprochable, antes y después de ser seducida por Augusto
Jorge Goeminne, muy diferente a la de la heroína de la novela.
"En general —prosigue Urbistondo—, los demás personajes
corren mejor suerte que Juana, sobre todo cuando no tienen
función única empujarla al arroyo. En tales casos, la ingobernable
parcialidad del novelista tiende a darle tintes exagerados o falsos"
(9).
Los personajes aparecen como prefabricados por el novelista, y,
por lo mismo, se manifiestan fingidos, convencionales, a veces
ridículos y hasta contradictorios.
El enredo y la trama de la novela es pobre, inconexo: los
acaecimientos se presentan como a saltos y no logra probar su
tesis.
"La falta más perjudicial para la trama de la novela", dice
Urbistondo es que D'Halmar "no logra explicar" la negativa de
Juana a salir con los de la casa primero y con las empleadas
después, a pesar de tener la chica pleno conocimiento de las
intenciones de don Absalón y de la tolerancia de su consorte"
(10).
La técnica de la novela es deplorable y no puede ser mejor, salvo
que D'Halmar fuese un genio; y está muy lejos de serlo, porque
JUANA LUCERO la concibió a los 21 años y la escribió y publicó
a los 22. La obra es el fruto de lo que vio en el barrio y en el
ambiente de de la época; # su intención es censurar el abuso de
una clase social prepotente contra la otra pobre e indefensa y
explotada hasta en el sexo. El mismo tituló la novela: "estudio
social". El autor la realizó sin método y desconocía la técnica de
la novela naturalista de Zolá y Daudet; aunque se había inspirado
en estos escritores, D'Halmar era demasiado joven para conocer
el intrincado procedimiento científico del género; de él sólo "le
interesaba" su "afán mesiánico y ciertos temas".
El estilo de JUANA LUCERO, es el de un muchacho escritor de
22 años, carente de forma literaria definida y personaJ; su
lenguaje literario oscila entre los períodos sencillos, sin
presunciones, y los Uricos, no pocas veces rebuscados, llenos de
incorrecciones gramaticales, y de galicismos, como que estaba
fuertemente influenciado por los escritores franceses. En algunas
ocasiones resbala y cae en la frase cursi, ampulosa y relamida,
con resabios del romanticismo. Pero es innegable que D'Halmar
comenzó, en JUANA LUCERO, la renovación de la literatura
chilena para librarla del estilo grandilocuente del siglo anterior.
No sin razón en su madurez, Augusto D'Halmar, calificó a JUANA
LUCERO, "como un alarde juvenil"; y en la vejez parecía
avergonzarse de ella. Coincido, de nuevo, con Raúl Silva Castro,
tan perito en letras chilenas, en que D'Halmar "se sintió naturalista
hacia 1900 y dos años después publicó su JUANA LUCERO,
candido homenaje de amor y de admiración a Daudet, con
escenas de Santiago y de cierto rincón santtaguino, el barrio
Yungay, donde el autor había vivido los años de la infancia y de la
juventud; pero muy poco después se olvidaba de aquel maestro y
de aquel ensayo y buscaba su senda por otro lado. Cuando llegó
a Chile en 1934, no ponía buena cara si se le hablaba de la
Lucero, y arguía que su obra había tocado después otras cimas.
Hay en él un cambio brusco, una ruptura, y la pobre JUANA
LUCERO de los comienzos quedó para su propio autor en posición
secundaria".
En todo caso, JUANA LUCERO, queda como uno de los primeros
exponentes de la novela auténticamente nacional, con lejanas
reminiscencias de naturalismo; y, sobre todo, ella subsistirá para
recordar el esplendor de uno de los barrios más característicos de
Santiago a fines del siglo anterior y en los primeros veinte años
del presente.
JOAQUIN EDWARDS BELLO (1887-1968)
Entre los vecinos más connotados del viejo barrio Yungay se
contó, durante largos años, Joaquín Edwards Bello, dueño de una
modesta casa de la calle de Santo Domingo 2315. En ella se
recluyó en sus últimos años, SQlícitamente atendido por su esposa
doña Marta Albornoz. Sólo de tarde en tarde se le veía deambular
por las calles del gran Santiago, acompañado de su mujer que
veneraba al escritor y al hombre.
Pocos literatos más leídos en Chile e Hispanoamérica, y aún en
Europa, donde se han traducido sus obras, que Joaquín Edwards
Bello: "A mí no me gusta que me lean", dijo en cierta ocasión; sin
embargo, sus libros y artículos de LA NACION, diario donde
colaboró desde su fiiii:".ac ón (1917), eran recibidos con
beneplácito por el público lector.
En la cumbre de los 81 años, Edwards Bello contempló, aunque
enfermo y pobre, su vasta labor literaria de narrador y cronista.
Hombre a veces huidizo, y casi siempre disconforme con la
sociedad y costumbres chilenas, muy joven se apartó de la
aristocracia a la cual pertenía, para tener plena independencia en
su tarea literaria, a la que se dedicó desde los 14 años, cuando
publicó el periódico LA JUVENTUD (1901); que fue quemado por
su padre don Joaquín Edwards Garriga.
Bisnieto de Andrés Bello, nuestro escritor, aunque admiraba a su
ilustre antepasado, no siguió sus huellas de purista del idioma
vernáculo. "Es preferible —dijo Edwards Bello en su juventud—
una frase comprensible con errores gramaticales, y mal
redactada, que una ininteligible, sujeta a las reglas del idioma". El
muchacho inconformista e iconoclasta olvidó que, como se lo
advirtió el crítico Omer Emeth, una frase con errores gramaticales
es la única incomprensible. La experiencia enseñó el escritor que
sólo una oración "sujeta a las reglas del idioma" es comprensible.
Sistemáticamente estudió poco; a los 19 años viajó a Europa; allí
incrementó su cultura, y, a la postre, se convirtió en un respetable
autodidacto. Más tarde estuvo varias veces en el viejo mundo; y,
en 1925, como miembro de la delegación chilena en la Liga de las
Naciones, que presidía su pariente cercano don Emilio Bello
Codesido, quien acababa de abandonar el mando supremo de la
República, después de entregarlo a don Arturo Alessandri Palma,
el 20 de marzo de aquel mismo año. Edwards Bello tuvo entonces
la peregrina idea de publicar un artículo en LA NACION de
Santiago en contra del general Gómez, Presidente dictador de
Venezuela, del cual protestó don Alberto Posse de Rivas, Encar~
gado de Negocios de ese país en Chile. Don Emilio Belio
Codesido amonestó a su pariente por esta actitud, impropia de un
diplomático: Edwards Bello, humildemente, reconoció su error y lo
atribuyó a inexperiencia (1). El inteligente escritor no guardó
rencor al antiguo jefe de misión; al contrario, en un articulo (2) que
escribió sobre don Emilio, le comparó con el estadista británico
Churchill, a propósito de una respuesta muy ladina dada por el
político chileno en la Cámara de Diputados en 1900, cuando era
Ministro de Relaciones Exteriores. Edwards Bello, ante el fracaso
de su labor diplomática, se retiró para siempre del servicio
público.
Las primeras novelas del joven aristócrata: EL INUTIL (1910) y EL
MONSTRUO (1912), causaron sensación, revuelo y escándalo.
En ellas hay mucho de autobiográfico, de crónica y de personaje
en clave. El autor hace el más despiadado ridículo de su clase
social, de las instituciones seculares, de las costumbres y de la ya
inveterada cursilería criolla. No escapa tampoco de su sátira
despampanante la jerarquía eclesiástica y el catolicismo, que
desgraciadamente no pocas veces dieron motivo para estas
burlas. Sin embargo, Omer Emeth, el humanista sacerdote don
Emilio Vaisse, crítico de EL MERCURIO, descubrió en el novelista
un "talento literario indiscutible", y un estilo muy incorrecto, pero
sutil, sencillo, sincero y sin amaneramiento.
Cuando escribía la novela EL INUTIL, se encerró en un hotel del
Portal Edwards. Allí lo encontró su primo Andrés Balmaceda
Bello, quien en sus recuerdos, aún inéditos, deja un buen retrato
de Joaquín: "Mis búsquedas por fin tuvieron éxito: Joaquín vivía
en un hotelito del Portal Edwards, del cual no tenia noticias de su
existencia".
"Allí llegué una mañana muy cerca de las 12 del día. El aspecto
de la pieza del hotel eran algo sórdido; eso no me interesaba.
Joaquín dormía a pierna suelta en una cama de fierro bastante
desordenada, tuve que despertarlo. Fue, sin duda, una sorpresa
la que le di y en cierto modo agradable, porque me confesó que
hacia más de un mes que no veía a nadie. Sólo habían llegado a
su pieza algunos amigotes de esos que salen de las tabernas o
de los prostíbulos. Estoy escribiendo una novela, porque, tú
sabes que en Chile las beatas y los figurones, como tal y cual; y
la fortuna del píllete que tú conoces y las condecoraciones del
Pije Engominado que comulga dos veces al día... y así comenzó
a darme a conocer el último número de su revista siempre
chispeante, zahiriente y divertida y que en cada interjección me
sacudía de la risa. Pero no te rías, me decía maliciosamente, todo
esto es verdad".
"Después pasamos a los temas sociales. ¿No encuentras tú
aborrecible que vivamos siempre en este engaño? Que la
sociedad para darnos su visto bueno nos haga pasar y repasar
por las Horcas Caudinas de sus convencionalismos y
mistificaciones...? Te voy a leer un párrafo de mi libro, para que
veas si tengo razón. Y me leyó un párrafo y otro y otro. Me
entretuve a morir, pero en realidad, no pude excusarme de
encontrarlos algo inconvenientes, le dije con timidez:
"Después de un instante de reflexión, soltó la risa. Yo también:
¡ja, ja, ja! Es que en este país no se puede íacer nada, y ya iba
enhebrándose en una nueva explijación, cuando la hora muy
avanzada nos obligó a desdedirnos, lo que hicimos en términos
muy cordiales. Vuelve a verme unos días más, yo no salgo a
ninguna jarte; pero no digas a nadie donde estoy, ni lo que hago".
"La novela llegó a su término; y un buen día apareció, como un
escopetazo, en todas las librerías: "EL INUTIL".
El autor no se encontraba en Santiago, ni en Valparaíso, ni en
ninguna parte. Andaban rumores que decían nuchas cosas; pero
lo cierto es que EL INUTIL era él; sabía que había herido a su
propio ambiente, y que era prudente escapar a los pelambres, a
los respingos, y tal vez a las represalias" 15(3).
Joaquín Edwards Bello publicó otras obras narrativas: EL ROTO
(1318-1927), que de nuevo causó asombro y estupor porque en
sus páginas pintó muy a lo vivo las figuras populares típicas y las
costumbres del barrio Estación de Santiago. Valparaíso, la ciudad
natal, le dio Lema para tres de sus mejores novelas-crónicas:
1931, 1943 y 1946, en las que, como él dice, "El mundo de su
niñez es aquí una creación personal que yo veo y que siento". LA
CHICA DEL CRILLON (1935), fue también muy comentada: en
ella evoca la turbulenta vida social O.e la época en la cual concibió
y editó la obra: el estudio del ambente y de los vicios de ese
tiempo, realizado por el novelista, es tan exacto y fiel como si
contase la historia de esos días santiaguinos.
El fuerte de Joaquín Edwards Bello han sido la novela y la
crónica; sin embargo, ha escrito espléndidos ensayos: DON
JUAN LUSITANO (1934), EL BOMBARDEO DE VALPARAISO Y
SU EPOCA (1934), que ha tenido muchas ediciones, hizo llorar a
Ramiro de Maeztu. En este libro, siempre ajustado a la verdad
histórica, cuenta sin rodeos ni tácticas políticas, de las cuales
difícilmente prescinden los chilenos, serenamente, pero no sin
ironía, todo cuanto se relaciona con el bombardeo de Valparaíso,
entonces un indefenso puerto del Pacífico. Escribió también DON
ELEODORO YAÑEZ, LA NACION Y OTROS ENSAYOS (1934).
Por su obra literaria, celebrada en el mundo entero, menos por la
aristocracia chilena, que todavía no perdona a su descastado
crítico, le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura en 1943,
las palmas académicas en 1954. La escena de su incorporación
al docto Instituto, contada en sus RECUERDOS DE 1|4 DE
SIGLO, es uno de los relatos más chispeantes, agudos y bien
escritos salidos de la pluma del cronista,
Pero es la crónica periodística, la que más renombre dio a
nuestro autor. Durante 45 años, las columnas de LA NACION de
Santiago publicaron y siguieron publicando, después de su
muerte "los Jueves de Joaquín Edwards Bello1'. Ha escrito de
"omni re scibili". Para ello utilizó no sólo su portentosa fantasía,
sino también recurría al documento, que como pocos escritores,
tenía a mano en su propia casa de Yungay. En estas crónicas,
muchas de ellas publicadas por la editorial ZIGZAG, hay cuadros
vivos y espontáneos, relatos graciosos, originales, y siempre
oportunos con opiniones personalísimas. Cualquier cosa: un
acontecimiento histórico, un libro recién aparecido, una noticia y
un mito, daban pábulo al autor para contar, a su manera,
anécdotas, y hacer recuerdos divertidos, y a veces punzantes y
no siempre ajustados a la verdad, como quien conversa
familiarmente, despreocupado del qué dirán, sin
convencionalismos de ninguna clase, en lenguaje directo y
15
MEMORIAS inéditas de Andrés Balmaceda Bello (1886-1888) que guarda su viuda, la
señora Olga Balmaceda de Balmaceda. quien tuvo la bondad de facilitármelas.
sencillo. Las cosas parecen hablar por sí mismas. La sinceridad
es otra de las características del ameno cronista: dice sin
miramientos lo que se le antoja, aun refiere hechos de su propia
familia, a la cual ridiculiza sin compasión. Huye de la frase
manida, prescinde de la redondez del período, no tiene
pretensiones de estilista a lo Rodó; pero acepta y no pocas veces
practica la preceptiva literaria, enseñada por su bisabuelo Andrés
Bello. Cuando prescinde de ella, es porque la ignora, por su falta
de formación humanística.
Las mismas novelas valen porque son esencialmente crónicas y
tienen, precisamente, especial atractivo porque no se ajustan en
estricto sentido a los preceptos de la novela; sin embargo, las
narraciones se leen con grande interés. Joaquín Edwards Bello
no se acomodó jamás a los cánones gramaticales: escribió con la
mayor libertad y sencillez.
Se puede diferir de algunas ideas, principios religiosos y
opiniones del hábil cronista; mas es imposible no admirar su
desenfado para emitir opiniones, la mayoría de las veces
acertadamente, y con invariable gracejo. La flema británica, no
menguaba en él, el buen humor y la picardía del chileno
auténtico.
Al leer los libros de Edwards Bello, cualquiera pensaría que era
un hombre peleador, provocativo e intratable; sin embargo, no
había tal: fue un excelente y leal amigo, gran señor y caballero
amable y bondadoso. Claro está que a veces perdía la paciencia,
ante la majadería y la estupidez humanas; y entonces era capaz
de abrir personalmente la puerta de su casa, cubierto su rostro
con una máscara, para negarse a recibir a visitantes inoportunos.
Cuando caminaba por el centro de la ciudad, y no quería ser
importunado por amigos, admiradores y conocidos, los saludaba
quitándose el sombrero cortés y ceremoniosamente.
Vivió con modestia en su casa del viejo barrio Yungay, en la calle
de Santo Domingo, frente al Liceo de los Padres Capuchinos, y,
sólo de tarde en tarde, se le veía, semi paralítico y achacoso,
transitar por las calles del barrio y de la ciudad.
El bisnieto de Andrés Bello, doblemente laureado con las Palmas
Académicas y el Premio Nacional de Literatura, viejo y enfermo,
con una jubilación insignificante, no tuvo ni siquiera los mil
quinientos escudos para comprar una silla de ruedas.
Desmoralizado y confundido, se quitó la vida el 20 de febrero de
1968.
El Gobierno de la República, el Congreso Nacional, la
Universidad del Estado, la Academia Chilena Correspondiente de
la Real Española, la Sociedad de Escritores de Chile y numerosas
instituciones rindieron a Joaquín Edwards Bello, el homenaje
merecido por el inmenso prestigio que redundó para nuestro país,
su labor literaria de casi sesenta años.
Por mi parte, convencido de que Joaquín Edwards Bello, puso fin
a su existencia, perturbado por la arterioesclerosis, y, testigos de
su invariable devoción a la Virgen María, cuyo elogio hacía en
público y en privado, no vacilé en celebrar misa de exequias en el
tempío de los Capuchinos, donde el escritor contrajo matrimonio,
mientras sus restos se velaban en el Salón de Honor de la
Universidad.
JULIO BARRENECHEA (1910)
En Huérfanos esquina de Maipú tenía la residencia el poeta Julio
Barrenechea, su esposa y familia.
Este auténtico representante de la lírica chilena moderna exenta
de "ismos" y estridencias, ocupó en la Academia Chilena el sillón
dejado vacante por Samuel A. Lillo, otro poeta de jerarquía y
significación en los comienzos del presente siglo, uno de los
creadores del criollismo, fundador del Ateneo de Santiago,
maestro que descubrió la vocación poética de quien emocionado
le sucedió en la Academia Chilena Correspondiente de la Real
Española.
El sentido homenaje que el poeta rindió a nuestro inolvidable
maestro y fiel amigo, Samuel A. Lillo, es prueba elocuente, no
sólo del gran valer moral y literario del cantor de Arauco, que
durante 30 años honró a la Academia, sino también del acto de
justicia realizado por la Corporación al designar unánimemente
para reemplazarle a su discípulo predilecto y admirador.
En 1926, cuando la Academia eligió a Lillo, quiso galardonar su
numen poético como representante de la poesía chilena del
primer cuarto de siglo de nuestra literatura vernácula, de esa que
dio origen a la lírica nacional o criolla y también al mentor y guía
de las generaciones literarias de aquel tiempo. Posteriormente la
Corporación, ya renovada, otorgó idéntico honor a Julio
Barrenechea para enaltecer en su personalidad la poesía
moderna de nuestra época, purificada en su verso sencillo,
límpido, despojado de esa pantomima grotesca y sin sentido que
inspiró, sí se pudiera hablar de inspira ción, a no pocos poetas
contemporáneos suyos; pero, a la vez la Academia quiso honrar y
estimular en él al entonces Presidente de la Sociedad de
Escritores de Chile, genuino intérprete del movimiento literario de
esa época (1959),
La alcurnia lírica de Julio Barrenechea se entronca primero con su
padre, Julio Barrenechea Contreras, poeta y periodista de la
generación de 1900; y después con Samuel A. Lillo en las aulas
del Instituto Nacional.
Allí, el viejo profesor de literatura española descubrió en el
alumno del cuarto año de humanidades, al futuro lírico que iba a
desarraigar de la poesía moderna el caos de los "ismos" y
extravagancias, para crear un verso neorromántico, depurado y
más humano, con reminiscencias clásicas, A los quince años
escribió en verso una composición con moraleja, y el profesor la
elogió y consagró al discípulo, quien ruborizado negaba la
paternidad de sus estrofas.
El muchacho estudió leyes, pero le atraían más la literatura y la
política. Luego se reveló orador y levantó a los universitarios y a
la juventud contra la dictadura. Con Luis Tejeda, ahora diputado
comunista, Julio y otros mozos de la época, hicimos obra
sediciosa contra el Bando de Piedad de Chile, y fundamos el
Bando Nacional de Piedad. Al mismo tiempo, Barrenechea
formaba parte de diversos círculos literarios y ya no se
avergonzaba de sus versos.
Relegado en el norte del país, el muchacho de cara soñolienta y
largas patillas, apacible, reposado y melancólico, de paso lento y
mirada franca, era díscolo y combativo.
Sus amigos de esta capital le publicaron su primicia poética: EL
MITIN DE LAS MARIPOSAS. Según manifestó un amigo común
al Presidente Ibáñez, Barrenechea no deseaba la publicación de
este libro por temor de que se lo disolvieran los carabineros. El
Mandatario celebró la ocurrencia y autorizó el regreso del poeta.
En esta obra, el autor juega con las cosas que le rodean, y su
numen es el carrocín donde las echa a volar. Poeta objetivo y
subjetivo a semejanza de los escamoteadores, tan pronto
aparecen en sus versos, no exentos de ironía, lo real y lo
imaginario y sus estados de alma. Así le vemos en animada
tertulia con las estrellas, en blanca noche de luna, a las cuales
aconseja con gracia. En seguida, le encontramos en el minuto
negro de su existencia, y "se contempla en el espejo como se va
a quedar después de muerto". Barrenechea se divierte pensando
en la muerte, y la trata con desdén.
Cuando asoma el nuevo lírico, dominan la poesía nacional tres de
sus perennes valores: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo
Neruda y otros poetas de menor cuantía, también postulantes al
Premio Nacional de Literatura. La poesía chilena era una torre de
Babel comprensible sólo para aquellos que seguían la
arremolinada corriente ultravanguardista. Con mucho del tono
sencillo, alegre, claro y primaveral del ecuménico Juan Ramón
Jiménez, Barrenechea reaccionó contra el verso estridente y
aturdidor que pretendieron imponer algunos contemporáneos
suyos.
Desde su primer cuaderno Julio Barrenechea crea un nuevo estilo
poético, claro, límpido, candoroso, apacible, pero chispeante y
romántico, sin caer en el amaneramiento ni en la dulzaina; todo
cuanto toca el numen tenue y grácil, diáfano y risueño del joven
poeta, se enriquece y cobra inusitada alegría.
En 1935 publica el segundo libro, ESPEJO DEL SUEÑO; y, en
mayo del año siguiente, recibe el Premio Municipal de Poesía.
Con esta obra Barrenechea, vuela en busca de la forma perfecta
y llega muy lejos: sus alas son potentes, nimbadas de luz y
sensibilidad, sube y se encumbra muy alto, alcanza espacios
siderales con la fuerza misteriosa de su inspiración. En este libro
están algunas de sus mejores poesías. Su cantar anima todas las
cosas que le ofrece la vida, lo de afuera y lo íntimo, y siempre con
la misma fantasía del poeta soñador y sonámbulo que ama la vida
en función de la muerte. Hay en sus venas un romanticismo
nuevo, depurado, una emoción viril y contenida; a toda la poesía
trasciende esa noble sencillez franciscana. Transcribir sería cosa
de nunca acabar. Lo pequeño y lo grande, la vida y la muerte, la
miseria y la grandeza, el agua y el oro, las flores, el sol y la lluvia,
todo aviva su imaginación y toca la sensibilidad. Un músico ciego
le inspira tal vez el mejor de sus poemas. Hace figuras y
metáforas emotivas, con el ciego y la noche, con la luna y la
flauta. El poeta se divierte con el mundo que le rodea, y, a
semejanza de los prestidigitadores, toma en sus manos una
paloma, la echa a volar y recibe en la otra a una mujer.
Blanco y claro como la misma ciudad de La Plata es su poema
sobre la urbe ríoplatense. El libro termina con el Romance de
Rosarillo, que tiene algo de la gracía, ligereza y picardía de
García Lorca, dentro de la más absoluta originalidad de nuestro
autor.
A Barrenechea le atraía la política, y era combativo; pero su
cordura le impidió mezclar dos cosas tan antagónicas como la
poesía y el prosaísmo partidista.
Ha tenido diversas actuaciones aquí y en el extranjero:
especialmente se destaca su brillante y ponderada labor
parlamentaria (1937-1944). Desde su asiento en el Congreso, el
político oye el ruido de las agitadas aguas que se precipitan en
ese momento histórico; mas el poeta las purifica y extrae de ellas
la blanca y leve espuma la vacía en RUMOR DEL MUNDO, una
de sus obras más perfectas. El romanticismo del autor adquiere
en este libro un carácter singular; los acentos de tristeza y
melancolía, lejos de ahogar su numen en la desesperación, dan
nueva vida a su canto. Estos poemas abren una nueva etapa en
la existencia del poeta y otros motivos le ofrecen temas para
elaborar estrofas en las cuales trascienden sus amores e
inquietudes emocionales.
En 1943, integró la Embajada Extraordinaria a la trasmisión del
mando en el Uruguay y después fue al Brasil. En ambos pueblos
cumplió una misión de confraternidad literaria y política que
enalteció a nuestro país a través de su nombre y de su obra.
Dos años más tarde, en las prensas de la Universidad de Chile,
publicó el canto lírico i4Mi ciudad", epopeya de nuestra capital.
Con su rimado y elegante juego de palabras, incrusta, unas tras
otras, figuras para realzar las mejores cosas del gran Santiago:
desde los rascacielos, hasta la Quinta Normal y la "avenida toda
llena de pobre bandada", tan unidas a los más caros recuerdos
del poeta, que vivió en el barrio Yungay acompañado de su
esposa e hijos. Es una sencilla y singular poesía narrativa, que
hunde sus raíces en los clásicos y donde el romántico cantor
contempla la ciudad con ojos codiciosos e iluminados, y el
corazón encendido por el amor a la urbe "recorrida y marcada por
su sueño, por su amor, su dolor y su alegría", principalmente en el
sector objeto de estas CRONICAS.
Viene después su misión en Colombia (1945-1952): la verde tierra
de Caro y Silva, de Cuervo y Valencia, donáe buscaron refugio
las musas del Parnaso Hispanoamericano. Al cabo de poco
tiempo era un personaje muy popular y querido en ese país.
Estaba en todas partes, y su presencia era recibida con
manifestaciones de simpatía y cariño. Sus ojos contemplaron la
sábana esmeralda, y escribió dos libros de versos en los cuales
realiza su pensamiento acerca de la poesía: "Creo en la
existencia de un mundo poético, un mundo situado en la
profundidad y en la prolongación del mundo, en las raíces de los
sentimientos, y en los abismos profundos del ser y en las
brumosas campiñas del sueño".
Su primera obra en Colombia, EL LIBRO DEL AMOR, revela ese
mundo íntimo del poeta esencialmente amoroso, que ha
ennoblecido el viejo romanticismo, convirtiéndolo con su fuerza
creadora, simple y mayestática a la vez, en un nuevo género de
poesía donde el sentimentalismo no excluye la resignada
serenidad. El otro libro, VIDA DEL POETA, está inspirado en
motivos de ese noble pueblo, tan sinceramente amigo de Chile.
Su verbo enjoyado con leves y graciosos símbolos, en los cuales
espiritualiza y purifica los objetos y las cosas de la naturaleza y de
la vida. Enamorado de Colombia, canta a la Virgen de Popayan, a
la Negra del Sahumerio y recuerda muy a lo vivo la procesión de
la Semana Santa en esa ciudad.
A través de siete años, Colombia lo consideró hijo adoptivo.
En 1948, desgraciados acontecimientos turbaron la paz interna de
aquella República y siguió un período de agitación y violencia. Un
ciudadano perseguido por la autoridad, buscó asilo en la
Embajada de Chile. El Embajador, de acuerdo con el Derecho, le
dio refugio provisional. Desde La Moneda el Presidente González
Videla, le ordenó entregar al asilado al Gobierno, colombiano. El
diplomático se sintió desautorizado; y en un gesto de cívica
altivez y auténtico sentido democrático, presentó la renuncia
indeclinable de su cargo. Entonces se le discutió, pero hoy todos,
chilenos, colombianos e hispanoamericanos, concuerdan en que
nuestro Embajador procedió bien, conforme a los humanitarios
principios del Derecho de Asilo. Regresó a Chile nimbado de
gloria continental y sinceramente conmovido por las grandes
manifestaciones de cariño y gratitud de que fue objeto en
Colombia.
Le tentó de nuevo la política; pero entonces militó en un partido
de centro, más acorde con su espíritu conciliador; y este cambio
fue la causa remota de las acerbas críticas que recibió de los
extremistas, sus antiguos amigos y correligionarios, cuando se le
otorgó el Premio Nacional de Literatura.
A su regreso a Chile, publicó DIARIO MORIR que interpreta
maravillosamente su pensamiento sobre la poesía. Obsesionado
por el amor y la muerte, Barrenechea, sin caer en los excesos de
un sentimentalismo enfermizo y pesimista, y siempre dentro del
estilo neorromántico, crea nuevos poemas, ricamente
ornamentados, con figuras y metáforas originales, tomadas de las
cosas más simples, que en sus estrofas adquieren gracia musical
y armoniosa flexibilidad.
En su camino ascendente hacia la forma perfecta, el lírico
encontró en las ideas del amor y de la muerte, finos matices para
infundir a su romántico verbo poético una suave y leve tonalidad.
Toda la obra de Julio Barrenechea, desde el MITIN DE LAS
MARIPOSAS hasta ESTADOS DE ANIMO, está inspirada en
esos dos grandes sentimientos que más inquietan y preocupan al
hombre: el amor y la muerte.
En 1954 fue a Montevideo, enviado por la UNESCO, y en la
Banda Oriental del Plata, rindió homenaje a Juana de Ibarbourou.
Barrenechea pronunció allí una de sus más hermosas oraciones,
en ella la elocuencia se revistió con la túnica inconsútil de la
poesía.
Invitado por EL TIEMPO estuvo otra vez en Colombia, después
que el país volvió por los fueros de la Constitución y de la Ley, tan
repelidas por las naciones hispanoamericanas. Recibió en todas
las ciudades neogranadinas espléndidos homenajes. En seguida
lo invitó la Casa de la Cultura del Ecuador a dictar una serie de
conferencias en ese país de orfebres. En 1958 la Casa de la
Cultura editó su obra en un volumen: POESIA COMPLETA.
La Academia Chilena correspondiente de la Real Española, le
eligió, sin que él en su modestia, lo sospechara, miembro de
número en reemplazo de su maestro, el poeta de Arauco Samuel
A. Lillo. Por expresa petición de Barrenechea, tuve el honor de
recibirle, el 29 de Mayo de 1959. En esa ocasión, hizo un retrato
vivo y emocionado de Lillo, el varón generoso y comprensivo,
alegre y agudo, siempre pronto a estimular la vocación literaria de
la juventud.
Al año siguiente, 1960, se le otorgó el Premio Nacional de
Literatura, a pesar de las muchas gestiones de todo orden que se
hicieron para privarlo del justo galardón tan merecido por el poeta.
El agraciado tuvo la primera noticia del lauro en Israel, donde
había sido invitado al término del tercer Congreso de Academias
de la Lengua Española efectuado en Colombia, país en el cual,
junto con Pedro Lira Urquieta, presencié los triunfos de
Barrenechea. Allí se le admira con inmenso cariño. El Premio
Nacional de Literatura fue la consagración definitiva de este
artífice del verso.
En 1962 escribió algunas crónicas en LA NACION de Santiago.
En ellas, el gracejo resulta como algo connatural del escritor.
Esos artículos tienen además un gran contenido filosófico y
provocaron en el lector, no sólo leves sonrisas, sino carcajadas
estrepitosas.
Durante ese mismo año, llegó a nuestro país su nuevo libro:
ISRAEL. "Un árbol por cada muerto", publicado por Losada en
1962. La obra es desconocida en la patria del autor: la editorial no
la ha enviado a Chile con profusión; lo cual no deja de ser
lamentable, porque Julio Barrenechea puso en estas páginas,
todo su inmenso cariño por la incomprendida tierra de su primera
esposa.
En el tercer Congreso de Academias de la Lengua Española,
celebrado en Bogotá, se interesó vivamente para que la asamblea
lingüística pidiera a la Real Academia, la revisión del
DICCIONARIO OFICIAL y del MANUAL, a fin de quitar las
acepciones peyorativas referentes a cualquiera raza, credo o
nacionalidad; en especial aludía él a las voces relativas al pueblo
judío. Al poco tiempo la Real Academia aceptó la indicación de
Barrenechea y el Concilio Vaticano II, en 1965, declaró que no
debía llamarse "deicida" al pueblo de Israel»
Desde Buenos Aires envió graciosas crónicas sobre el IV
Congreso de Academias de la Lengua, al cual concurrió con
Latcham y el autor de estas CRONICAS. Después de la asamblea
lingüística ríoplatense, el poeta fue invitado a Israel, fruto de esa
visita es el libro ya comentado.
En 1965, Zig-Zag editó otro libro de Barrenechea: FRUTOS DEL
PAIS, donde aparecen muchos de los artículos publicados en LA
NACION, y algunos más: en tres o cuatro, cierta liviandad
desentona un poco dentro del auténtico humorismo del conjunto.
El Presidente Eduardo Frei lo designó Embajador de Chile en la
India, donde residió durante siete años y realizó una labor cultural
que redunda en honra y provecho de nuestra patria. A pesar del
inhóspito clima de Nueva Delhi, y del inmenso dolor que le causó
la muerte trágica de uno de sus hijos y de Jaia, su esposa, Julio
Barrenechea no perdió su habitual optimismo, y antes de
renunciar a su cargo contrajo segundas nupcias con una
distinguida dama inglesa.
El fuego destructor de esas desgracias, dejó en el alma del poeta
CENIZA VIVA, convertida en un libro, todo amor y ternura.
Cada verso de este poemario de Barrenechea, es como un lento
y suave doblar de campanas que invita al silencio, a la oración; y
permite escuchar, sin violencias ni estridentes rebeldías, la
dolorosa historia del poeta del amor y de la muerte, en el trance
del fallecimiento de su esposa e hijo. A través de CENIZA VIVA
se transparenta el valor de Julio Barrenechea para afrontar la
adversidad. Encontró un estilo puro para cantar al sufrimiento.
En 1969 publicó en Nueva Delhi: SOL DE INDIA, en el cual se
despoja de toda retórica para mostrar objetivamente la vida íntima
de la tierra hindú calcinada, quemante de "fuego puro", como
canta nuestro autor. El lírico recibe esta vez el don poético para
dar luz y calor al pueblo indio; Barrenechea lo ve iluminado por el
sol, que deslumhra al poeta y arranca a su corazón sentimientos
de amor y admiración. La característica de este lírico es saber
mirar las cosas, aun las tragedias íntimas, en sentido favorable.
La India cautivó al hombre sensible.
La última obra de nuestro poeta es "ESTADOS DE ANIMO",
publicado en Madrid en 1970, En ella se acentúa la recobrada fe
del autor.
Si la poesía chilena e hispanoamericana se enriquecen con la
obra de Julio Barrenechea, la India tendrá en ella un monumento
perenne.
XVII
OTRAS PERSONALIDADES EN YUNGAY
EN LA ESQUINA norponiente de Rosas con Sotomayor, pasó sus
últimos días el ex obispo de La Serena Monseñor José Maamel
Orrego (1818-1891), El prelado después de renunciar a su
diócesis de La Serena, que gobernó desde 1868 hasta 1889, con
su salud en pésimo estado, agravada por la sordera, residió en
esta casona de su familia. Mientras se hacían los arreglos de la
vieja mansión de sus antepasados, tomó en arriendo una
propiedad de la Avda. Cumming.
Orrego fue un pontífice muy versado en ciencias eclesiásticas:
había sido decano de la Facultad de Teología de la Universidad
de Chile. Era ejemplarmente virtuoso, de gran simpatía humana;
pero de "una fealdad magnifica", según le oí decir a su pariente, el
cáustico doctor Augusto Orrego Luco. Sus obras más difundidas
son: MEMORIA SOBRE LA CIVILIZACION DE LOS
ARAUCANOS (1854), (39 págs.), que fue muy discutida, y
FUNDAMENTOS DE LA FE, duramente atacada, entre otros por
los Pbros. Domingo Meneses y Juan Bautista Loubet, profesores
de religión del Instituto Nacional.
Murió en su casaquinta el 18 de Julio de 1891.
Fuera de su casa grande, don Eusebio Lillo era propietario de
algunas casitas de alquiler en Santo Domingo entre Chacabuco y
Herrera. Una de ellas la dio en arrendamiento a muy bajo precio,
después de septiembre de 1881, al ex Presidente de la República
don Aníbal Pinto Garmendia (1825-1884).
El probo mandatario, que dirigió la parte más dura de la guerra
del Pacífico, inspirado en los más nobles sentimientos de amor a
su patria, abandonó el poder, como casi todos los jefes de Estado
chilenos, en la mayor pobreza. Lillo Je facilitó una de sus casas,
por una modesta suma de dinero; y allí vivió Pinto más o menos
un año, según recordaba don César Rossetti, El ex Mandatario
transitaba día a día por la calle de la Catedral, en dirección a los
Tribunales de Justicia a ejercer honestamente su profesión de
abogado. Llevaba expedientes bajo el brazo. Algunas veces se
detenía a conversar con don Jacinto Chacón, cuyo domicilio
quedaba en Catedral entre Sotomayor y Libertad. Esta casa fue
saqueada en la Revolución de 1891.
El hijo de uno de los fundadores del barrio don Juan de la Cruz
Sotomayor Fontecilla y de doña Gertrudis Guzmán Avaria,
Justiniano Sotomayor Guzmán 1845-190Í), vivió con su esposa
doña Rosa Zavalla e hijos, en la casa de su padre en la calle
Catedral.
Nacido en 1845, obtuvo el titulo de ingeniero geógrafo en 1867 y
de minas al año siguiente.
Enseñó matemáticas en el curso de ingeniería del Liceo de
Copiapó. Desempeñó desde 1873 la gerencia de la Compañía de
Corocoro en Bolivia; y enseguida fue Cónsul de Chile con
residencia en Oruro.
Al comenzar la guerra del Pacífico en 1879, renunció a ambos
cargos y se trasladó a Lebu para asumir la dirección del
establecimiento minero de don Maximiano Errázuriz Valdivieso.
En 1881 llegó a Santiago para hacerse cargo de la gerencia de la
Compañía de Gas.
Ingresó en la vida política activa en 1888, año que fue elegido
diputado; pocos meses después, el 2 de noviembre, juró como
Ministro de Hacienda en el Gabinete organizado por don Ramón
Barros Luco. Permaneció frente a esta cartera hasta el 11 de
Junio de 1889. Creó la Delegación Fiscal de Salitreras. El mismo
año, y hasta 1891, desempeñó la Dirección de Obras Públicas,
puesto que ocupó nuevamente en 1896.
En 1891 partió de nuevo a Bolivia. Allí fue gerente de la
Compañía Minera de Oruro, y Cónsul de Chile en la misma
ciudad.
Por más de un lustro fue delegado de los Ferrocarriles en Europa.
Más de un año ocupó, por segunda vez, el Ministerio de Hacienda
(26-V-1896-26-VI-1897). Fundó la Administración de Aduanas de
Valparaíso; organizó el Cuerpo de Vistas de Aduanas e hizo un
estudio completo de la situación financiera de la nación. Murió en
Europa el 16 de junio de 1909.
Entre los vecinos más notables de nuestro barrio, figura el general
don Emilio Koraer (1846-1921), militar prusiano, cuyo domicilio
estaba en la antigua avenida Yungay, cerca de los hornos
crematorios, entre las calles Cueto y Sotomayor, por lo cual la
primera de estas calles llevó durante un tiempo el nombre del
general alemán.
Don Emilio Kórner, fue contratado por el gobierno de Chile en la
Presidencia de Balmaceda, cuando era capitán, como profesor de
la Escuela Militar. En la Revolución de 1891, formó parte del
Ejército Congresista; en mayo de ese año se dirigió a Iquique,
oculto en un vapor mercante, para ponerse a las órdenes de la
Junta de Gobierno. Asumió la dirección técnica del Ejército
revolucionario; y al terminar la guerra civil ya era teniente coronel,
Jefe del Estado Mayor.
El señor Kórner estaba vinculado con la familia de don Alberto
Yunge, uno de los fundadores del Llanito de Portales, por su
matrimonio con una de las hijas de este caballero.
El viejo soldado que modernizó el Ejército chileno, y cuya única
falla y deslealtad fue mezclarse en la inútil Revolución de 1891,
era un hombre alto y fornido; pero con alma de niño y de vida muy
sencilla. Periódicamente visitaba a don César Rossetti; iba a
pedirle carreta y carretilla para los trabajos que él mismo
practicaba en su quinta.
En una ocasión, don César Rossetti me contaba que el general
Korner hopedaba en su casa a algunos oficiales alemanes y le
tocó presenciar un incidente en el patio de la residencia del
distinguido hombre de armas. El barullo era grande: uno de los
oficiales germanos, en mal castellano, se quejaba de que le
habían hurtado veinte mil pesos en bonos. El genera!, en mangas
de camisa, procuraba apaciguar a su compatriota y pretendía
convencerlo de que no era hurto sino una equivocación. , . muy
criolla por lo demás; pero el oficial en alta voz culpaba a un
colega chileno. El incidente terminó con un buen arreglo
propuesto por el general Korner cuyo cariño por nuestro país le
permitía disculpar las faltas de los subordinados de su segunda
patria.
En la calle Catedral 2820, vivió muchos años el pundonoroso y
valiente coronel de nuestro Ejército, don Agustín Almarca Rivera
(1856-1922), con su esposa y prima hermana doña Amelia Rivera
Ojeda y familia.
El coronel Almarza actuó en las batallas de Chorrillos y Miraflores
y en la Revolución de 1891, en defensa de la integridad de la
patria en la guerra del Pacifico y de la causa del Presidente
Balmaceda en la otra.
Por su brillante labor castrense, al retirarse del Ejército, fue
ascendido a general de Brigada de la República.
Don Casimiro Domeyko Sotomayor (1863-1922), hijo del sabio
don Ignacio y de doña Enriqueta Sotomayor Guzmán, siguió la
carrera de su padre y fue un hábil ingeniero de minas.
Perfeccionó los estudios de ingeniería en la Universidad de Minas
de Freiberg (Alemania) y en la de París: en ambos
establecimientos se graduó de ingeniero.
A semejanza de su progenitor, a don Casimiro le sedujo la
docencia: fue catedrático en la Universidad del Estado y en la
Escuela de Minas. En la misma época, ejercía también el cargo
de Ensayador de la Casa de Moneda.
En 1891, año en que contrajo matrimonio con doña Dominga
Alamos Cuadra, fundó, con otros entusiastas vecinos de Yungay,
como ya se recordó, la Novena Compañía de Bomberos.
Más o menos en 1893 se trasladó a Antofagasta. donde se hizo
cargo de la construcción del establecimiento de Playa Blanca, con
el fin de beneficiar los minerales de plata de las minas de
Huanchaca en Solivia, compañía chilena, ubicada en el centro
minero de Pulacayo.
Después de haberse desempeñado como primer administrador de
Huanchaca, se retiró para trasladarse a Solivia, donde ejerció en
Oruro la gerencia de las minas de plata y estaño de la Compañía
Minera de ese departamento del Alt :nIanot perteneciente a
capitales chilenos.
Acababa de terminar la guerra del Pacifico; y, por su don de
gentes y ecuanimidad, supo ejercer con tino y distinción el cargo
de Cónsul de Chile en esa ciudad, mientras desempeñaba la
gerencia de la Compañía Minera.
Por su delicada salud, regresó a Santiago; y luego fijó su
residencia en Copiapó, para reorganizar la Escuela de Minas y
asumir su dirección. El establecimiento funcionaba entonces
anexo al Liceo de Hombres. Domeyko reformó los anticuados
sistemas de estudio, hizo nuevos planes y convirtió la Escuela en
un plantel independiente y moderno, que comenzó a cumplir
desde esa época el fin para el cual había sido creado.
De esa escuela han egresado numerosos ingenieros y técnicos
de minas; entre otros, el propio hijo de su reorganizador, don
Casimiro Domeyko Alamos, que han contribuido eficazmente al
progreso minero y salitrero de las provincias del norte del país y
de Bolivia.
Tras doce años de trabajo, enfermo, jubiló, no sin antes haber
convertido la Escuela de Minas de Copiapó en una verdadera
Universidad Técnica semejante a la de Freiberg, donde él se
educó. El señor Domeyko es el precursor de la Universidad
Técnica del Estado, cuyos espléndidos frutos prestigian a Chile.
En su casa de la calle Cueto, rodeado de su esposa y de sus
hijos, Ignacio, Casimiro, Ana, Carlos y Juan, murió el 18 de
agosto de 1922.
Don Casimiro Domeyko Sotomayor es uno de esos hombres
modestos; pero inteligentes, probos y laboriosos, a quien Chile no
debe ni puede olvidar.
En Huérfanos 2439, esquina de García Reyes, residieron, desde
fines del siglo pasado hasta 1918, el poeta, catedrático,
humanista y académico de la Chilena Correspondiente de la Real
Española, don Julio Vicuña Cifuentes (1865-1936) y su esposa
doña María Luisa Luco Solar. Después se trasladaron a la calle
Mosqucto, donde murió.
Durante 27 anos, fue capellán de las Religiosas de la Visitación
de la calle Huérfanos, entre Cumming y Bulnes, el Pbro. D. José
María Maturana Prado (1869-1931). Recibió el sacerdocio en
1893 y sirvió como teniente-cura o vicario cooperador de dos o
tres parroquias; en seguida, desempeñó el cargo de director o
Inspector general del Seminario de Santiago, en cuyo
establecimiento era profesor. En 1900 regentó la parroquia de
Panquehue, y, más tarde, la de Los Bajos de Mena. Ejerció la
capellanía del colegio de Niñas de Molina, y, desde 1904 hasta 21
de agosto de 1931, la del Monasterio de la Visitación.
En la calle Matucana poseía una espléndida casa don Carlos
Silva Vüdósola (1870-1939). En ella habitó, con su esposa doña
Amelia Pastor, por espacio de algunos años, hasta que compró
una mansión en la Avenida Pedro de Valdivia. Don Carlos ha
sido, quizás, el más brillante periodista de nuestro siglo, maestro
de numerosas generaciones de diaristas y escritores que iniciaron
su carrera en EL MERCURIO, donde fue director mucho tiempo.
Escribía con elegancia y maestría sobre las materias más
diversas. Ocupó un sillón en la Academia Chilena
Correspondiente de la Real Española; y, en atención a su
merecido prestigio literario, el docto Instituto lo designó en 1935
para que diera la bienvenida al nuevo Académico don Arturo
Alessandri Palma, Presidente de Chile.
Aunque nunca he formado parte del personal de EL MERCURIO,
como colaborador recibí de don Carlos Silva Vildósola, eximio
maestro, óptimas e inolvidables lecciones prácticas cuando
comenzaba a escribir (1923).
En la calle Catedral 2313, fijaron su domicilio el coronel geógrafo
don Luis Maldonado Fuenzalida (1872-1943), su esposa doña
Lucrecia Armijo Araneda y familia. Este distinguido jefe del
Ejército hizo muy buenos estudios en la Academia de Guerra. Fue
oficial del Estado Mayor General, Jefe del Instituto Geográfico
Militar, y Adicto Militar en Alemania, país donde lo sorprendió la
primera guerra Europea. Jubiló obligado por el Presidente Carlos
Ibáñez, en su primer Gobierno; pero el Presidente Arturo
Alessandri Palma, al comenzar el segundo período presidencial
en 1932, dictó un decreto por el cual otorgó al coronel Maldonado
el grado de General de Brigada. Actualmente ocupa la misma
casa su yerno, el general del Aire en retiro, don Jorge Andwandter
Ojeda» señora y familia.
Aunque por poco tiempo, vivió, en Compañía, entre Cummíng y
Bulnes, el escritor y diplomático, Académico de la Chüena y de la
Historia y Correspondiente de la de Bellas Artes de San
Fernando, don Emilio Rodríguez Mendoza (18734960) y su
hermosa y gentil señora, dona Mercedes Bazáñez, de
nacionalidad uruguaya.
Con su seudónimo A, de Gery, escribió en la prensa de Santiago,
de Chile y del extranjero, artículos sobre los asuntos más
diversos, tratados con hondura y proligidad, y en un estilo
semibarroco, no pocas veces enmarañado, incisivo, ameno, rico
en anécdotas y muy discutido. Publicó varios libros de todo orden,
entre los cuales quedarán: ULTIMOS DIAS DE LA
ADMINISTRACION BALMACEDA, COMO SI FUERA AYER, su
obra maestra, COMO SI FUERA AHORA y AMERICA BARBARA.
Los retratos acabados y sui generis, de Miranda, el Precursor; de
CAMILO HENRIQUEZ, "el fraile revolucionario", director de la
AURORA DE CHILE, primer periódico nacional fundado por el
procer José Miguel Carrera; del memorialista Vicente Pérez
Rosales y el prólogo de nuestro libro sobre EL ARZOBISPO
ERRAZURIZ Y LA EVOLUCION POLITICA Y SOCIAL DE CHILE,
son obras en las cuales trasciende la dinámica y volcánica
personalidad del escritor y del hombre.
Diplomático de profesión, culminó su carrera como primer
Embajador de Chile en España, donde gozó de simpatía y
prestigio por su talento, franqueza y don de gentes. Le secundó
eficazmente su esposa, que era una mujer fina y elegante, nacida
para la vida cortesana.
Rodríguez Mendoza fue un gran visionario, que predijo la
desmedrada situación internacional en que Chile está
actualmente, frente a las naciones vecinas, después de haber
perdido gran parte de su territorio para entregarlo a la Argentina.
Hombre honrado, caballero sin revés y amigo since ro y leal, don
Emilio Rodríguez Mendoza ha sido uno de esos hombres
íntegros, cultos e inteligentes que honraron a Chile.
Don Ramón Briones Luco (1873-1949), su mujer, doña Camila
Carvajal Miranda y familia, fueron, durante largos años, vecinos
de la localidad: primero vivieron en la calle Rosas, frente a la
Plaza Yungay y después en Cumming frente a Santo Domingo.
El señor Briones Luco, hijo de don Francisco Javier Briones y de
doña Lucinda Luco Avaria, nació en Chimbarongo, se educó en el
Colegio de Santo Tomás de Aquino y estudió leyes en la
Universidad del Estado. Desde la niñez, demostró un talento
excepcional y mucho amor al estudio. Muy joven comenzó a
militar en el Partido Radical, agrupación política que presidió no
sólo una vez.
Su larga carrera administrativa y política la inició a fines del siglo
pasado, como jefe de sección del Ministerio de Colonización. Fue
diputado, senador, Presidente de la Cámara de Diputados,
Ministro de Industrias y Obras Públicas y de Relaciones
Exteriores, cargo en el cual lo sorprendió la Revolución del 5 de
septiembre de 1924. Finalmente, tuvo una lucida actuación como
Embajador de Chile en Italia, durante el Gobierno del Presidente
Pedro Aguirre Cerda.
Don Ramón Briones Luco poseía una cultura universal,
extraordinario talento y ponderación. Escribía con elegancia; y, a
través de sus libros y artículos se veía al grande humanista.
En la calle Maipú, entre Catedral y Santo Domingo, moró, hasta
su muerte, el poeta lírico y profesor de castellano don Antonio
Bórquez Solar (1874-1938), señora Teresa Courbis y familia.
Bórquez Solar, hijo de Chiloé, cantó en versos modernistas a su
tierra nativa, a la cual llama "la patria chica". Se carteaba con
Rubén Darío, aunque no lo conoció. En poesia era seguidor de la
escuela del nicaragüense.
En 1950, Monseñor Guillermo Ruiz Santander (1875-1954),
adquirió la casa de la calle Catedral 2784, al llegar a Libertad, que
había sido de su primo hermano el Pbro. Alberto Cotapos
Santander,
Monseñor Ruiz Santander cuando se creó la diócesis de
Valparaíso se incardínó en ella. Nació en Santiago el 12 de julio
de 1874 y se ordenó de presbítero en Ancud, cuyo obispo
Monseñor Ramón Angel Jara quería mucho al joven levita. Sirvió
en el sur la parroquia de Corral. Más tarde fue profesor del
Seminario de San Rafael en Valparaíso, vicepárroco del Sagrario
de Santiago, párroco de Limache, cuya iglesia reconstruyó
después del terremoto de 1906. Desde 1922, fue cura de la Matriz
de Valparaíso hasta su regreso a Santiago. Presidente del
Colegio de Párrocos del vecino puerto. Fue el primer sacerdote
chileno que recibió de una Municipalidad, el título de Ciudadano
Benemérito de Valparaíso, en 1949, al cumplir 50 años de
sacerdocio. Poco tiempo después, dejó la parroquia y se vino a
vivir a la calle Catedral, donde murió el 9 de enero de 1954. Tenía
una figura principesca y era un varón sabio y virtuoso.
Hasta no ha mucho habitaron su casa, doña Edelmira Ruiz de
Vásquez, ya fallecida, y su hija Francisca dirigenta de la Acción
Católica de la Parroquia de San Saturnino, parientas cercanas de
Monseñor Ruiz Santander,
Antes que Monseñor, era dueño de la casa de la calle Catedral
2784, el Pbro. don Alberto Cotapos Santander (1875-1935),
sacerdote muy popular en el barrio, porque tenía la costumbre de
sentarse en una silla de brazos, junto a la puerta de su residencia.
El señor Cotapos recibió el sacerdocio en 1900. Posteriormente,
fue teniente-cura o vicario cooperador de numerosas parroquias
de Santiago y provincias; y en 1903 vicepárroco de Hierro Viejo.
Durante largos años (19091935), desempeñó el oficio de capellán
de la Penitenciaría de Santiago, establecimiento en el cual hizo
una labor social y educativa que fue recordada mucho tiempo con
respeto y gratitud.
Después que dejó la parroquia de Rancagua, tras dilatado
ministerio sacerdotal, vivió, con su hermana Julia, en la calle
Rosas, muy cerca de la Plaza Yungay, el Pbro, don José Miguel
Galaz Saavedra (1876-1939).
El señor Galaz era un eclesiástico muy meritorio, tanto por su celo
apostólico como por su vida religiosa ejemplar. Se ordenó de
presbítero en 1900 y en seguida fue párroco de Talagante,
interino de Santa Ana, en la capital de Chile, de Casablanca, de
San Vicente de Tagua Tagua, y de la Matriz de Rancagua, antes
de que fuera Catedral, y después de creada la diócesis. Restauró
el Santuario de Lo Vásquez, cuando fue cura de Casablanca, y
llevó a Rancagua a las Religiosas Argentinas del Sagrado
Corazón.
La casa la ocupan hoy dos sobrinas del señor Galaz, las señoras
Celia Hernández de Echaniz y María Hernández de Iturriaga.
En la calle Compañía esquina de Libertad, en el hogar de sus
sobrinos y sobrinas Ríos Lazo, tuvo su domicilio el Pbro. D.
Roberto Ríos Alamos (1819-1969). Desde que recibió el orden
sacerdotal en 1922, después de haber sido empleado de Banco,
y, hasta que se lo permitió su salud, secundó, con sin igual celo
apostólico, a Monseñor Carlos Casanueva Opazo en la capellanía
de la Antigua Iglesia de las Agustinas de la calle Moneda.
Monseñor Zócimo de la Cerda Fariña (1880-1968), desempeñó
durante once años el oficio de capellán del Monasterio de la
Visitación, desde 1957 hasta su muerte. Ejerció el ministerio
sacerdotal durante sesenta y cuatro años (1904-1968), como
familiar del Arzobispo Monseñor Mariano Casanova, Auxiliar de la
Tesorería Arzobispal, vicario cooperador de Santa Ana (Santiago)
y párroco 8 años de San Luis Beltrán y Maipo. En 1961 recibió el
título de Capellán de Honor de Su Santidad.
A la muerte de su padre don Casimiro Domeyko Sotomayor,
ocupó la vieja quinta de don Ignacio, en la calle Cueto, Casimiro
Domeyko Alamos (1892-1970). En ella vivió hasta su muerte
acompañado de su dignísima esposa, señora Hortensia Pérez
Tupper. Sus cuatro hijos, al fallecimiento de don Casimiro,
estaban todos casados.
Casimiro Domeyko Alamos, hijo de don Casimiro Domeyko
Sotomayor y de doña Dominga Alamos, fue como su padre
ingeniero de minas y toda su vida la dedicó a los negocios
mineros con esa pasión, honradez y acrisolado espíritu cristiano
que inspiraron todos los actos de su existencia ejemplar.
Nada, ni nadie, pudo arrancarlo jamás de la vieja mansión de sus
antepasados: amante de las tradiciones, veneraba a su preclaro
abuelo polaco, a su padre, fundador de la Escuela de Minas de
Copiapó, en la cual don Casimiro estudió ingeniería.
Infundió en su familia el amor y el respeto al hogar patricio, que
era para él santuario de recuerdos evocadores de las pasadas
glorias de la católica y sacrificada
Polonia, tierra que amaba como a su propia patria chilena.
Hasta su muerte, don Casimiro fue uno de los vecinos más
caracterizados y queridos de Yungay. Su figura esbelta y gentil; su
amplia cultura y exquisita amabilidad, su gran señorío y espíritu generoso
y cordial para acoger a quienes se acercaban a él, sin hacer distinciones
de clases ni de ideologías, hicieron amado y popular a don Casimiro en
el barrio de sus mayores. Tanto los pocos moradores que van quedando
de otra época, como los nuevos vecinos, le quisieron entrañablemente, y
llegaron a venerarlo como a un buen padre. Conocía el barrio como su
propia casona: desde niño escuchó a su padre noticias de la fundación
de Yungay, las que éste, a su vez, oyó referir a su progenitor, el sabio don
Ignacio, Muchas de estas CRONICAS las recogí en mis largas y amenas
conversaciones con don Casimiro cuya figura simpática y paternal vivirá
por largos años en el recuerdo del autor de este libro y de los moradores
de la Villita de Yungay.
En una parte de la vieja casa del sabio don Ignacio Domeyko, construida
después de la muerte del Pbro. don Hernán Domeyko, vive el ex ministro
de la Corte Suprema de Justicia, don Ciro Salazar Monroy (1884) y su
esposa, señora Ana Domeyko Alamos. El señor Salazar es uno de los
más connotados y queridos vecinos del barrio. Recibió el título de
abogado en 1909. Se inició en la carrera judicial como juez de Curicó; y
por sus valiosos servicios y rectitud en el desempeño de la magistratura,
llegó a integrar la Corte Suprema en 1952, Jubiló en 1963.
Muy cerca de la casa de su suegro, el banquero don Augusto
Villanueva, en la calle Matucana, tuvo su residencia don Alfonso
Bulnes Calvo (1885-1970), ensayista historiador, secretario
particular del Presidente Juan Luis Sanfuentes, gobernador de
Magallanes, Embajador en el Perú, durante el Gobierno de don
Jorge Aiessandri Rodríguez. Perteneció a las Academias Chilena
Correspondiente de la Real Española y a la de la Historia de la
cual fue Presidente. Escribía con elegancia y era crítico de arte.
Dejó varios libros y ensayos.
En la calle Huérfanos número 2328 vivió hasta su muerte la
distinguida escritora señora Mercedes Arangoa de Varas,
acompañada de su hijo, el Pbro. don Guillermo Varas Arangua,
nieto del ministro de Montt, don Antonio Varas, y pariente del cura
de Santa Ana, don Estanislao Olea Aránguiz.
Largos años residió en el barrio el general Estanislao del Canto
Arteaga (1840-1923). Pacificador de la Araucanía, gobernador de
Cañete, héroe de la Guerra del Pacífico, actuó con heroísmo en
numerosas batallas. En 1889 fue Prefecto de la Policía de
Santiago. El Presidente Balmaceda lo relegó a Tacna, por sus
ideas políticas adversas al gobernante que lo había distinguido
con su confianza haciéndole Prefecto de la capital. Siendo
coronel se rebeló contra el Presidente y se puso al frente del
Ejército Congresista. Peleó en Concón y Placilla. Ascendió a
General de División el 12 de noviembre de 1891. Se batió a duelo
con el General Boonen Rivera. Fue un militar muy discutido. Del
Canto habitaba una casa de la calle Agustinas esquina de
Cumming.
Los hermanos, general Rafael y coronel Luis Solo de Zaldivar y
Alemparte, también combatientes en la guerra contra el Perú y
Solivia en 1879, ocuparon sendas casas en la calle Garda Reyes,
próximas a Catedral; muy cerca de éstos militares tenía su
residencia el general Diego Dublé Almeyda (1841-1922). Por su
heroísmo en la guerra con España y en la del Pacífico, el
Congreso Nacional lo declaró dos veces "Benemérito de la
Patria". En la calle de la Catedral a la altura de García Reyes,
vivía el diplomático, poeta jocoso y parlamentario liberal temible,
don Alfredo Irarrázaval Zañartu (1867-1934). En Agustinas, entre
García Reyes y Bulnes, tenía una espléndida mansión el
estadista, escritor, diarista, político, diplomático y banquero, don
Agustín Edwards Mac-Clure (1878-1941), señora Olga Budge de
Edwards y familia. La propiedad acaba de ser demolida, y la
ocupa una Escuela Técnica de Niñas. En Compañía 2487, vivió
primitivamente el dueño de la propiedad, don Emilio Reyes
Echaurren; después la habitó su nuevo dueño, el conocido y
popular político don Malaquías Concha Ortiz (18591921), fundador
del Partido Demócrata, diputado, senador y ministro de Estado
varias veces; el primer secretario de Estado de su partido. Una de
las casas de esta propiedad la ocupó después Mons. Pío Alberto
Fariña. El atildado escritor don Paulino Alfonso del Barrio y su
hermano, el filántropo don José, ambos académicos de la Chilena
Correspondiente de la Real Española, vivieron en la calle
Catedral al llegar a Cueto, En la misma residencia habitó don José
Alfonso Cavada (1832-1909), padre de los Alfonso del Barrio.
Alfonso fue el último Ministro de Relaciones Exteriores del
Presidente Federico Errázuriz Zañartu y el primero del Presidente
Aníbal Pinto hasta 1878. Fue Auditor del Ejército en campaña en
1879; después, Ministro de Hacienda y, desde 1892 hasta 1905,
Ministro de la Corte Suprema de Justicia. Durante tres años
(1906-1909), fue Consejero de Estado. En Catedral esquina de
Libertad, vivió el General de División Alfredo Portales Mourgues.
En Catedral esquina de García Reyes tenía su domicilio don
Patricio Larraín Alcalde (1851 o 1852-1927). Diplomático y
hombre de armas, actuó en la guerra del Pacífico con mucho
valor. Fue enemigo del Presidente Balmaceda y peleó en la
batalla de Placilla. Se retiró en 1906 con el grado de general de
división.
Don César Rossetti, de quien ya se habló en el capítulo XIV, vivió
durante largos años en Catedral esquina de García Reyes, donde
murió.
Don Luis Montt y Montt (1848-1909), hijo del Presidente Manuel
Montt, historiador, bibliógrafo, profesor de literatura en el Instituto
Nacional y Director de la Biblioteca Nacional casi un cuarto de
siglo (1886-1909), moró en su casa de la calle Rosas esquina de
Sotomayor.
Al lado de la casa de Montt, en Sotomayor frente a la Plaza
Yungay vivieron don Guillermo Felíú Gana y señora Blanca Cruz
de Feliú, padres del estudioso y prolífico historiador Guillermo
Feliú Cruz (1900), ex director de la Biblioteca Nacional, ex
Decano de la Facultad de Filosofía y Educación, Académico de la
Historia y actual Conservador de la Sala José Toribio Medina, de
la Biblioteca Nacional.
En esa misma época, comienzos del siglo XX, en la calle Rosas
esquina de Sotomayor, donde ahora está la "Farmacia Real",
había una oficina de Correos, que más tarde estuvo en Catedral
esquina de García Reyes. Fueron sus jefas, sucesivamente, la
viada del escritor Justo Arteaga Alamparte, y doña Ester
Valderrama de Bañados, hija del médico, poeta, Académico de la
Chilena Correspondiente de la Real Española, también
distinguido educador y hombre público, oriundo de La Serena,
don Adolfo Valderrama, La señora Ester era viuda del más fiel
Ministro de Balmaceda, don Julio Bañados Espinosa; y habitó con
su familia, primero, la casa esquina surponiente de Catedral con
Sotomayor, y en seguida la ubicada en la esquina norponiente de
Santo Domigo esquina de Sotomayor, donde murió.
Después del fallecimiento del Obispo Orrego, compró la inmensa
propiedad de ta esquina norponiente de Rosas con Sotomayor,
actualmente ocupada por el Liceo CATEDRAL-CHILENO, que
lógicamente debiera llamarse "Chileno-Catedral", don Manuel
Enrique Grez, quien la convirtió en una casa de antigüedades,
verdadero hacinamiento de cosas viejas, que los vecinos
visitaban como un museo.
Eduardo Balmaceda Valdés cree que el señor Grez es el "más
pintoresco y original anticuario que ha tenido Santiago 16.
"Pocas veces, quizás nunca, hemos visto acumulado durante
medio siglo un conjunto más abigarrado y universal; pudiéramos
decir que era esta casa quinta una necrópolis de nuestras
grandes residencias y, seguramente, muchos señorones venidos
a menos hallarían en sus vitrinas restos de encajes, de abanicos,
guardapelos, caias de rapé que usaron sus propias abuelas. El
arte se veía que estaba algo reñido con el coleccionista que sólo
amaba acumular objetos curiosos y no siempre bellos; varias
salas de museos diferentes pudieron completarse en aquel bric-a-
brac, hasta una de Historia Natural, pues tal era la afición del
señor Grez por las aves que las tenia vivas de las más exóticas
especies y luego muertas, embalsamadas, para seguir en su
amable contemplación. Había rincones que por lo abigarrado y
especial de sus objetos parecían gabinetes de alquimia, como
aquél donde presidía una cabra con dos cabezas".
16
Eduardo Balmaceda Valdés. UN MUNDO QUE SE FUE... 1960.
Todas las mañanas el anticuario recibía a quienes quisieran
visitar sus colecciones donde a su vez, todo tenía su precio.
Cuéntase que sólo dos cosas lo atormentaban: el temor a los
temblores, para lo cual buscaba reparo en una casuca de madera
que hizo construir en su jardín el año de un gran terremoto y los
ladrones que asediaban sus múltiples tesoros. El en persona
abría la cancela, siempre armado de un grueso bastón de recia
chonta cimado con una cachiporra de acero con la que golpeaba
sonoro como para manifestar su poder de defensa, mientras
duraban las visitas".
"Diplomáticos, turistas, aficionados, comerciantes, visitantes de
toda especie, desfilaron por esas inmensas y polvorientas salas,
muchas veces llevándose algún objeto trocado a no mal precio.
Alguien dijo que el señor Grez era la imagen rediviva de Julio
Verne; usaba un diamante de gruesos quilates en el meñique y
aspirando siempre un fragancioso habano, observaba con codicia
algún objeto viejo que tarde o temprano iba a parar a sus vitrinas".
El señor Grez murió, de 73 años, en 1938.
Es imposible dar aquí una lista completa de las numerosas
familias que antaño poblaron Yungay y de las que aún forman el
vecindario, porque ésta es una CRONICA y no una guía
telefónica.
Yungay era, hasta 1930, un barrio pintoresco, con aire colonial y
provinciano, donde abundaban las quintas y los jardines; tenía
una fisonomía tan peculiar, que llamaba la atención de los
extranjeros. Asemejábase a una apacible villa provinciana; quizás
esta es la única característica que aún conserva.
Durante más de medio siglo, su población estuvo en permanente
crecimiento: todos los santíaguinos deseaban vivir en el rincón de
Yungay. Gran parte de los habitantes del sector céntrico de la
capital, trasladaban su domicilio al tranquilo barrio, vecino a la
Quinta Normal, en esa "bella época", tan de moda. En él poseían
casas quintas arboladas con aire puro y en un ambiente
campesino.
Actualmente (1971), son poquísimos los antiguos vecinos que
viven en Yungay; casi todos han emigrado a Ñuñoa, La Reina,
Providencia, Vitacura, Apoquindo y Las Condes. Al cronista, autor
de este libro, le ha sucedido lo contrario: de Providencia, donde
pasó lo mejor de su niñez y juventud, vino a morar en el barrio
que es ahora refugio de los pobres del Gran Santiago, para
esperar aquí la entrada a la Ciudad de Dios.
En este barrio bajo, las casonas de antaño, están convertidas en
residenciales y hasta en conventillos. Los cuartos de las viejas
casas, que dan a la calle, no pocos han sido transformados en
locales, donde se expende el licor, ruina del pueblo y desprestigio
de la villita de Yungay, otrora llena de encanto y atractivo,
Santiago, 28 de mayo de 1971