Abraham Valdelomar El Alfarero
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Abraham Valdelomar
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 4638
Título: El Alfarero
Autor: Abraham Valdelomar
Etiquetas: Cuento
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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El Alfarero
Su frente ancha, su cabellera crecida, sus ojos hondos, su mirada dulce.
Una vincha de plata ataba sobre las sienes la rebelde cabellera. Sencillo
era su traje y apenas en la blanca umpi de lana un dibujo sencillo, orlaba
los contornos. Nadie había oído de sus labios una frase. Sólo hablaba a
los desdichados para regalarles su bolsa de cancha y sus hojas de coca.
Vivía fuera de la ciudad en una cabaña. Los Camayoc habían acordado no
ocuparse de él y dejarle hacer su voluntad inofensiva para el orden del
imperio. De vez en cuando encargábanle un trabajo o él mismo lo ofrecía
de grado para el Inca o para el servicio del Sol. Las gentes del pueblo lo
tenían por loco, su familia no le veía y él huía de todo trato. Trabajaba
febrilmente. Veíasele a veces largas horas contemplando el cielo. Muchos
de los pobladores encontrabánle solo, en la selva, cogiendo arcilla de
colores u hojas para preparar su pintura, o cargando grandes masas de
tierra para su labor. Pero nadie veía sus trabajos.
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artista y lo liberó.
Desde entonces cortó toda relación con los del pueblo. El mismo se
procuraba su alimento. El iba en pos de las frutas del valle, canjeaba a los
viajeros huacos por coca, y así vivía, libre como un pajarillo. Un día le
envió al Inca una serpiente de barro que silbaba al recibir el agua, y causó
tal espanto que el Inca hubo de mandarla al Templo del Sol.
Otro día hizo una danza de la muerte. Cada vez que trabajaba, decían oír
gritos de dolor en la covacha, y llegaron a no pasar cerca de sus linderos
los traficantes.
Una tarde en que Apumarcu había ido al río en pos de agua para deshacer
el barro, sintió tocar una antara en la fronda. Y él nunca había oído dulces
canciones. Y poco a poco se fue acercando y vio a un hombre que sobre
una roca, solitario, a la orilla del río, tocaba. Y le habló.
–¿Y quién eres tú que así vienes a estos lugares donde sólo hay un
recuerdo que es mío?.....
–Mi barro.
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–Yo no tocaré sino para ti, hermano, porque tú la has comprendido y me la
has devuelto. Creo que el barro en que ella está aquí en tu obra vivirá
eternamente. Eres más grande que el Sol porque él la hizo y la llevó,
mientras que tú las hecho en dura arcilla y no morirá nunca. Pero yo he
perdido a mi amada y ya no puedo ser alegre. Tú que no las has perdido,
que no la tienes ¿Por qué eres tan triste?... Tú podías hacer que el Inca te
diera por esposa a la más bella dama de la corte… ¿Por qué vives solitario
hermano?…
–El crepúsculo sólo lo puede hacer el Sol, hermanito ¿Por qué te empeñas
en igualarlo?...
–Yo quiero hacer lo que hace el Sol, lo que hace el día, lo que hace la
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naturaleza.
A poco volvió.
Besó su frente y llorando, tocó a sus pies la canción del crepúsculo. El oro
del Sol caía por la ventana estrecha y se desleía en la ropa del artista, en
cuyo rostro anguloso había un tono verde y en cuyos ojos señoreaba esa
humedad trágica de los ojos que ya no tienen vida. A sus pies encontró
Yactan Nanay una cabecita de barro con la imagen del amigo muerto. Y
siguió tocando, tocando, hasta que la noche cayó, como una sola sombra
inerte sobre el mundo silencioso.
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