Simmel y La Cultura Del Consumo
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SIMMEL Y LA CULTURA
DEL CONSUMO
RESUMEN
Este artículo, que se encuadra en una serie de trabajos sobre los orígenes de la cultura de
consumo en el principio de siglo, presenta un recorrido por los textos simmeliamos relativos a
constitución de la identidad social basada no en el paradigma de la producción, sino en la re
ción con los objetos y procesos del consumo. Antes de la pauta del consumo de masas surge y s
generaliza un modo cultural basado en el lujo y su ostentación {consumo conspicuo, seg
Veblen) y, en general, de la mediación de las mercancías y su lógica (fetichismo) como formado
ras de los sujetos sociales. Los elementos críticos y creativos que Simmel elabora resultarán
una enorme fecundidad en autores como Kracauer y, sobre todo, Walter Benjamin. De est
herencia en el análisis de las metrópolis de los pasajes comerciales (Passagen Werk) se da cue
detallada en la segunda parte de este trabajo.
Simmel sabe más de la sociedad de consumo por berlinés que por sociólo
go. Al menos ésa es la primera caracterización de sus comentaristas actuale
La sociedad en la que vive se encuentra en el momento de transición, rico
tensiones latentes, entre una industrialización consolidada y los efectos n
previstos de la misma. Entre un sistema de pautas productivas que ahorma
vida y un repertorio de identidades cambiantes cada vez más volcadas de
lado de los objetos, los signos, el universo del consumo. Como entre dos
calles berlinesas, Simmel vive entre el capitalismo de producción, triunfan
en apariencia, y las primeras crisis de éste, que se intentan paliar o sustanciar
Reís
89/00 pp. 183-218
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JOSÉ MIGUEL MARINAS
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2 En ese sentido lo encuadra José M.a González en su «Georg Simmel y Max Weber», en
E. Lamo, J. M. González y C. TORRES, La sociología del conocimiento y de la ciencia^ Madrid,
Alianza, 1994, p. 255.
3 Aunque Simmel señala el gran emergente de la cultura individualista como propia de la socie-
dad de consumo que se forma en el final de siglo, «individuo» siempre apunta, en su constitución, a
una red de relaciones económicas y culturales y, en su tarea social y moral, a una red de vinculacio-
nes en el espacio público. Véase a este respecto el trabajo de Bruno Accarino, «Vertrauen und Vers-
prechen. Kredit, óffentlichkeit un individuelle Entscheidung bei Simmel», en H. Dakme y
O. Rammstedt, Georg Simmel und die Moderne, Frankfurt am Main, 1984, pp. 116-147.
4 Sobre la recepción de Simmel en el contexto económico, D. Laidler y N. Rowe, «Georg
Simmel's Philosophy ofMoney: A Review Artide for Economists», en D. Frisby (ed.), Georg Sim-
mel. Critical Assessments, Londres, Routledge, 1994, vol. II, pp. 264-274.
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vida cotidiana como de los arsenales de la cultura heredada. Su estilo ha sido
caracterizado como el de un bricoleur*> por la variedad y el carácter constructi-
vista ad hoc de muchos de sus escritos, e incluso de sociología hecha por un
extranjero9, tremenda metáfora que es el programa de muchos de los mejores
analistas de la crisis del cabo de siglo.
5 El debate sobre el Simmel psicologista o - como creo que se puede entender mejor -
sociólogo de la base formal y social de las emociones y los sentimientos está aclarado en Birgitta
NEDELMANN, «"Psychologism" or Sociology of Emotions? Max Weber's Critique of G.S.'s
Sociology», en D. Frisby (ed.), o.c, vol. II, pp. 85-101.
6 Este excelente retrato de G. Lukács, «Georg Simmel», recogido en D. Frisby (ed.), o.c,
1994, vol. I, pp. 98-101, refleja bien la atención de Simmel a lo peculiar en un tiempo «de cen-
tro perdido», como el «mayor filósofo de la transición de nuestra época».
7 La expresión lukacsiana da título al célebre trabajo de D. Frisby, Sociological Impressionism:
A reassessment of Georg Simmel's Social Theory, Londres, Heinemann, 1981. El término impresio-
nismo cobra todo su valor, a mi entender, si se pretende, más allá de la metáfora de estilo, centrar
los hallazgos de Simmel en un modo de analizar la cultura del que el impresionismo pictórico
forma también parte activa.
8 Así lo nombran Deena y Michel Weinstein, «Georg Simmel: sociological fláneur brico-
leur», en D. Frisby (ed.), Georg Simmel. Critical Assessments, Londres, Routledge, 1994, vol. II,
pp. 126-139. La plabra fláneur aparece tachada en el título como un pentimento.
9 «Si el desplazarse es la liberación de un punto dado en el espacio, y consiguientemente el
concepto opuesto a la fijación en tal punto, la forma sociológica del extranjero presenta una uni-
dad, como tal, de estas dos características.» Así acota Simmel el objeto extranjero y el punto de
vista de su sociología «nómada», en K. H. Wolff, The Sociology of Georg Simmel, Free Press of
Glencoe, 1964, p. 402. Ver también el significativo artículo de L. Coser, «The Stranger in the
Academy», en L. Coser (comp.), Georg Simmel, Nueva Jersey, Prentice Hall, 1965, pp. 37-39.
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Como huésped, como viajero, dice quien mejor aplica sus tesis a la inci-
piente sociedad de consumo de masas, Sigfried Kracauer, Simmel «posee la
capacidad de asociación, el don de percibir relaciones y la unión significativa
de fenómenos arbitrarios. Simmel es un eterno viajero entre las cosas. Su ilimi-
tada capacidad de combinar le permite desplazarse en cualquier dirección
desde cualquier punto»15. Esta característica de la hipersensibilidad, de la hipe-
restesia del consumidor conspicuo, que tiene afinidades en ensayistas de la
sociedad de consumo europea y española, como Ortega o Gómez de la Serna16,
le lleva a realizar, en expresión de Nisbet, una sociología como forma
artística17. Lo que significa, a mi entender, que la forma de contar las cosas del
centro social perdido en la multiforme expansión de las mercancías se convier-
te a su vez en algo sintomático, en un objeto regido por las leyes de la cultura
escópica, esteticista, que trata de descifrar. Así se puede entender bien la
importancia contextuada del uso del ensayo por Simmel, como forma de inda-
gación y exposición. El ensayo, dice Adorno, rehusa la definición de sus con-
ceptos e incorpora el impulso antisistemático en su propio procedimiento e
introduce «inmanentemente» conceptos sin modificar, tal como los recibe18.
Éste es precisamente el modo en que su aproximación al universo del consumo
resulta tan atractiva como abierta, es decir, perseguidora no del sistema, sino
de lo sistemático, esto es, de lo significativo19.
El que Frisby llama el sociólogo más convincente de la cultura metropoli-
tana, lo es precisamente porque incorpora muy pronto y con gran precisión
dos fenómenos complementarios, en apariencia, que forman la tensión del pri-
mer escenario del consumo: la integración en un sistema que se presenta por
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JOSÉ MIGUEL MARINAS
«Tal vez no sea ninguna casualidad que el primer análisis original de los
fenómenos de la gran ciudad en habla alemana no viene de ningún
investigador académico, sino del filósofo judío Georg Simmel, que había
nacido en Berlín»25.
23 D. FRISBY, «Georg Simmel and Social Psychology», Journal ofthe History ofthe Behavioral
Science, vol. 20, 1984.
24 D. Frisby, o.c, 1990, pp. 59-60.
25 Rene Kónig, Soziologie in Deutschland, Begründer/Veráchter/Verfechter, Munich, Hanser,
1987, p. 330.
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29 G. Simmel, Exkurs uberden Scbmuck, cito por la edición de K. Wolf, o.c, p. 338.
30 Una primera formulación de las relaciones de Simmel y la ciudad la expuse en «Sujeto,
identidad y medio ambiente», en N. Martínez Sosa, Educación Ambiental: Sujeto, Entorno y
Sistema, Salamanca, Amarú Eds., 1989, pp. 123-139.
31 G. Simmel, «Las grandes urbes y la vida del espíritu», en El individuo y la libertad* Barce-
lona, Península, 1989, pp. 247 y ss.
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Estos rasgos nos dan una primera formulación de la identidad del nuevo
sujeto marcado por las mercancías. Éstas tienen el carácter no de meras cosas
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dirigidas a
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Y ello aunque no se niegue la fuerza mimética que las relaciones y, en gene-
ral, la condición humana experimenta a partir de la fascinación de los nuevos
objetos, hasta el punto de convertirse en atractor de una nueva alienación.
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38 G. Simmel, «Soziologiche Ácsthetik», en Die Zukunfi, vol. 17, 1896, pp. 204-216.
39 G. Simmel, Filosofía del dinero, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1976, p. 55.
40 G. Simmel, Filosofía del dinero, o.c, p. 1 1. La cursiva es mía.
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La demanda de los sujetos - en la que se detecta la primera fuente de los
valores, en consonancia con los teóricos contemporáneos de la utilidad margi-
nal - implica una primera mirada sobre el consumo como forma de cultura en
el sentido dicho. Hay un énfasis en el intercambio de bienes, incluso un subra-
yado novedoso: para Simmel, el intercambio es tan productivo y tan creador
de valores como la producción misma. De ahí el carácter global de la mirada
cualitativa que intenta leer también el proceso económico en lo que sucede en
la mente de cada sujeto. Los objetos económicos sólo alcanzan a recibir su sig-
nificado pleno cuando se establecen con ellos relaciones de consumo; no tie-
nen sentido, dice Simmel, excepto directamente en nuestro consumo y en el
intercambio que tiene lugar entre ellos. Esta ecuación interacción-intercambio,
que recoge las determinaciones teóricas ya señaladas, es la primera pista para
entender el consumo, mediado por el dinero, como un fenómeno social total.
Fenómeno cuya globalidad alcanza a dimensiones que la perspectiva utili-
tarista o atomista no ha tenido en cuenta. El carácter totalizador es tal porque
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«Parece evidente [...] que la remisión del valor material del dinero a
principio suplementario y de consolidación frente a las meras relaciones
tan difíciles de asegurar, no es sino la primera indicación de un proceso
que se produce por debajo del sustrato de la conciencia de los que par
cipan en la actividad económica... Con todo, no conviene olvidar q
las representaciones inconscientes no constituyen ninguna explicac
satisfactoria, sino que solamente son una expresión auxiliar que en reali
dad descansa sobre un razonamiento falso... En el estadio actual de los
conocimientos es inevitable, y por lo tanto legítimo, interpretar las cons-
trucciones de valor, sus rigideces y sus fluctuaciones como procesos
inconscientes, según las normas y las formas de la razón consciente»42.
Resulta interesante este pasaje por mostrar una misma intención de desve-
lar lo oculto y, al mismo tiempo, no cejar en cuanto al racionalismo como
metódica que sirve en la exploración de las anomalías. No hay, claro está, en el
uso de lo inconsciente ninguna de las connotaciones freudianas. Y, sin embar-
go, sí parece, a lo largo de la argumentación, que Simmel - sin duda vía
Nietzsche - propone una mirada de las reglas de juego que superan la llamada
filosofía de la conciencia. Decir inconsciente aquí es decir aún no sabido; por
tanto, insatisfactorio como explicación. Pero, al tiempo, decir inconsciente sig-
nifica convenir en que el plano de lo descriptible y contable es la expresión de
un sistema de reglas sociales aún no desveladas pero ya en acción. Más allá de
la atribución convencional y cegadora de una benéfica «mano invisible», Sim-
mel indaga lo complejo culturalmente de la fuente del valor. La forma mercan-
cía encuentra un soporte en las relaciones sociales y culturales de las que,
según Marx, es horma y modelo inconsciente. Estas relaciones sociales y cultu-
rales son el entramado del que surge la nueva producción de valores, cuya
fuente es subjetiva43:
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de la ecuación consumo-individuo, del individualismo economicista, otra
ecuación tradicional: la que equipara consumo y necesidad. Cuando Simmel
afirma al comienzo de su obra que «la significación final del dinero no reside
en él mismo sino en su transferencia a otros valores», está situando una posi-
ción puente entre la visión de Marx - la génesis del valor de cambio como
equivalencia - y la visión culturalista de Weber. Va del reino de la necesidad al
del deseo. Perspectiva ésta que, curiosamente, encuentra su correlato en la lec-
tura que Ortega hace de Sombart44, cuando señala el deseo y no la necesidad
como rasgo del desarrollo de la cultura del consumo incipiente.
La génesis del valor encuentra en la relación de distancia con el objeto su
apertura a la problemática del deseo del consumidor, más allá de la necesi-
dad. Solamente la experiencia del anhelo, del deseo, puede desgajar, dice
Simmel,
«la unidad ingenua y práctica del sujeto y del objeto y, así, sitúa a ambos
- uno a partir del otro - frente a la conciencia. Únicamente cuando
anhelamos lo que aún no tenemos ni disfrutamos podemos situarnos
ante su contenido. En la existencia empírica del hombre educado, el
objeto no es deseado más que cuando se encuentra, ya preparado, frente
a él»45.
Los objetos y los bienes aparecen en la esfera del mercado no como algo
capaz de satisfacer necesidades, de proporcionar elementos útiles, sino en
cuanto objetos de deseo. Ésta es la primera realidad que vincula al sujeto y al
objeto: éste «se nos opone y no sólo en la impenetrabilidad con que se nos apa-
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De esa manera, tan aparentemente agónica, se explora una visión nueva del
universo del consumo, en el que las cosas son valiosas porque ponen obstá
los a nuestro deseo de conseguirlas, y precisamente el universo de las mercanc
as se presenta a sí mismo como el gran facilitador del cumplimiento de l
deseos. Lo que Simmel destaca es la producción de un mundo doble:
mundo autónomo de los objetos en oposición a un Yo que se postula com
autónomo48. El valor resulta valor económico cuando se mantiene entre los
umbrales posibles - determinados por el mercado - de esa relación entre dos
mundos: es un cierto término entre escasez y no escasez (entre el recurso y la
pobreza, dice, como el eros platónico) el que, en la mayoría de los casos, deter-
mina las condiciones del valor. El ejemplo de los bienes estéticos, de las obras
de arte, corrobora, según Simmel, estos rasgos de todo bien económico.
A esta fenomenología del valor, arrancando del sujeto tal como lo caracte-
rizamos más arriba, le sigue la incorporación del valor como sistema de equiva-
lencias. De especial relevancia precisamente porque, en esta argumentación,
Simmel incorpora su teoría de la cultura y de la sociedad como interacción a la
mediación por las mercancías. Éstas no sólo establecen entre sí redes de relacio-
nes que las convierten - si podemos utilizar el término baudrillardiano - en
un sistema de los objetos del consumo, separados y cercanos, seductores y
generadores de deseo. En el mismo momento en que incorporan los signos del
mercado, las equivalencias forman también una red de sujetos deseantes que
son el correlato de aquellas mercancías interrelacionadas. La interacción, cate-
goría clave, vuelve a ser redefinida por cuanto se ve coloreada ahora por la rela-
ción desigual en el deseo de los bienes y mercancías.
El hecho del intercambio económico, en el que un objeto valioso encuen-
tra su equivalente según las leyes del mercado, «libera a las cosas de su desapa-
rición en la mera subjetividad de los sujetos y las permite determinarse recípro-
camente», en la medida en que invierten en sí mismas su función económica.
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riqueza moderna se mantiene hoy mucho menos tiempo en una sola
familia que antes, cuando no era de naturaleza pecuniaria. El dinero
busca, por así decirlo, la mano fructífera, lo que ha de ser tanto más evi-
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JOSÉ MIGUEL MARINAS
Esta revolucionaria mirada pide aún muchas reflexiones. Por dar un inci-
tante ejemplo de ellas, concluyo con la fecunda recepción del Simmel genera-
lista - como dice Alfonso Ortí, para el sociólogo - de lo concreto en uno de
los analistas de la socidad de consumo en la siguiente generación, el período de
entreguerras, Walter Benjamin.
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61 Esta dualidad es la que aparece en algunos de los trabajos más recientes, como los de Feli-
citas Dórr-Backes y Ludwig Nieder (eds.)> Georg Simmel zwischen Moderne und Postmoderne,
Würzburg, Kónigshausen & Neumann, 1995; Patrick Watier, Georg Simmel: la sociologie et
l'expérience du monde moderne^ París, Méridiens/Klincksieck, 1986; Heinz-Jürgen Dahme y
Otthein Rammstedt (eds.)> Georg Simmel und die Moderne: neue Interpretationen und
Materialien, Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1984.
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ta, arcano e inefable, sino - muy en consonancia con la mirada del Freud a
lista de esta misma crisis de la cultura - disperso entre las señales y los objeto
de las nuevas ciudades y de los nuevos espacios del mercado. La intuición si
meliana de que lo contenido o depositado en los objetos habla más de nuest
cultura tecnocéntrica que los contenidos supuestamente conceptuales de
misma, es continuada aquí por el acopio de señales que representan las mi
de citas y notas acerca de los pasajes del comercio. Por ello, el llamado imp
sionismo de Simmel, la yuxtaposición de estampas trabajadas cada una de e
como si fuese el único objeto de indagación, adquiere en Benjamín el carác
de una disposición premeditada. La dispersión en el acopio de materiales ti
que ver con la técnica del montaje que produce nuevos efectos y hallazgos teó-
ricos (recibida del surrealismo) y los procesos de interpretación no siguen una
lógica lineal, sino, por el contrario, se atreven a incursionar de manera decidi-
da en los procedimientos de la metáfora y de la alegoría como modo de con
cimiento. Crear modelos alegóricos o metafóricos sería el método coheren
con un repertorio de objetos y de signos que no se dejan reducir a la lógica
la utilidad y de la identidad. El montaje, y no el tratado, compone un discurso
crítico que pretende acercarse a los contenidos de las exposiciones universales,
los escaparates de los pasajes y los mundos de la vida de las ciudades de con
mo. Y éstos no son lineales, son versátiles y engañosos como una fantasma
ría. Captar así lo peculiar de la cultura del consumo es hallazgo de Simmel
su despliegue incorporando otras miradas convergentes es mérito de la tenaci-
dad de Benjamín .
La cultura del consumo tiene, pues, un calado y una difusión que la tar
simmeliana desbrozaron en sus ejes fundamentales. Veamos la recepción benja-
miniana de éstos y los desplazamientos a los que son sometidos en el itinerario
de los pasajes.
En el principio sigue estando Goethe. En la estrategia expositiva de Ben
mín, que llega a tender nexos entre su trabajo sobre el drama barroco como un
antecedente del trabajo de análisis del jeroglífico del consumo, aparece e
magisterio de Simmel como receptor del concepto de verdad goethiano, y
sólo como receptor, sino como aplicador fecundo del mismo al análisis de
sociedad industrial y sus tensiones. En el Passagen Werk, después de esbo
una importantísima conceptualización de uno de los núcleos de la nueva c
tura - la imagen [N 2a, 3] - , explícita su herencia simmeliana. En la metó
ca elegida, no se puede decir que el pasado ilumina el presente o que el presen-
te ilumina el pasado. «Una imagen, es el lugar en el que el Antaño se encuentr
con el Ahora en un destello que forma una constelación... La imagen es la d
léctica detenida.» El siguiente fragmento - y éste es uno de los efectos qu
produce en su riqueza de sentidos - da el salto a la verdad goethiana:
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[N 2a, 4].
66 Una brillante aplicación de esta idea a la crítica de la cultura en la sociedad del consumo
de masas es el libro de Nelly Schnaith, La invención del origen, Barcelona, Café Central, 1992,
así como su reciente Paradojas de la Representación, Barcelona, de la misma editorial, 1999.
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presenta la fuerza del ideal cultural como un atractor que unifica los plan
estético, científico y moral. El vector de la cultura, que subraya la cita comen
tada de Benjamin, es el que constituye con sus piedras sillares - la metáfora es
de Simmel - , la superación del ser humano de su estadio de naturaleza67. Esta
unificación que supera las esferas del idealismo clásico se encuentra en la socie
dad del protoconsumo con su piedra de toque en la medida en que las iden
dades que produce, construidas aparentemente en la lógica del progreso,
su negación o, al menos, su conversión en paradoja.
El consumo presentido como opulencia que esconde la lógica de la me
cancía y la mercantilización de las relaciones entre los nuevos urbanitas alber-
gaba la promesa de la superación, si no de un estadio de naturaleza, al men
de un atemperamiento de las desigualdades ancestrales. Estas imágenes de
nuevos oficios del desgaste y el despilfarro, que hacen como que miman
tiempo del trabajo y lo suspenden en una espectacular marginación, son, como
Susan Buck-Morss recoge, verdaderas imágenes dialécticas68 que ayudan a pen-
sar la irritante tensión de los nuevos mundos de la vida cotidiana. Entre la
superación del idealismo al que Simmel alude y la estigmatización moralizante,
rechazable por el investigador social, Benjamin entiende que su mirada debe
ser precisa, no declarar ninguna época como de decadencia [N 1 , 6] , ni tampo-
co tacharla desde la beata óptica del progreso productivista.
Benjamin dedica a la prostitución y al juego - nuevos fenómenos de cul-
tura del comercio de los pasajes - todo un apartado, el O, de su obra. En él
no aparecen referencias explícitas a Simmel, pero sí existe una perspectiva que
comparte con el analista de la equivalencia del dinero: el desplazamiento del
análisis de las formas llamadas patológicas hacia las formas sancionadas como
normales o valiosas. Dice Simmel:
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diferente modo de entender no tanto los nuevos escenarios del consumo cuan-
to el modelo de trabajo o, mejor, la interpretación del trabajo que Marx inicia.
De todos modos, el Simmel a quien en un fragmento considera representante
del modelo pequeño burgués - pues se empeña en espiritualizar la materia, el
trabajo material, dice Benjamin [X 6, X 6a] - no está lejos, pese a la disimetría
de términos con el viajero que celebra en Moscú la posibilidad revolucionaria,
del intento superador de las categorías clásicas (trabajo manual/trabajo intelec-
tual) por ser éstas reducibles a un plano moral (dice Simmel) que, a mi enten-
der, hay que considerar como sinónimo de «productivo» o «poiético», no cosi-
ficado71, o bien superables en un nuevo modo de circulación en el mercado
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SIMMEL Y LA CULTURA DEL CONSUMO
«"Quien ve sin oír está mucho más... inquieto que quien oye sin ver
Aquí tiene que haber un factor significativo para la sociología de la gran
ciudad. Las relaciones entre los hombres de las grandes urbes... están
caracterizadas por una preponderancia marcada de la actividad de la vista
robre la del oído. Y esto..., ante todo a causa de los medios de comunica-
ción públicos. Antes del desarrollo que han adquirido los ómnibus, lo
ferrocarriles, los tranvías del siglo XIX, la gente no tenía ocasión de pode
o de deber mirarse recíprocamente durante minutos u horas seguidas sin
hablar". El factor que Simmel pone en relación con el estado inquieto
lábil tiene, por lo demás, una cierta base en la fisiognomonía vulgar. Hay
que estudiar la diferencia entre ésta y la del siglo XVIII» [M 8.a, 2].
72 H. von Hofmannsthal, Der Tor undder Tod, Gesammelte Werkey 1952, p. 220.
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tificación con la mercancía es fundamentalmente una identificación con el
valor de cambio. El fláneur es el virtuoso de esta identificación. Lleva en su
paseo el concepto mismo de venalidad» [M 17a, 2].
Simmel está tras estas mismas consideraciones, como Benjamin destaca en
otra cita que adopta y resume de la Filosofía del dinero: «una promiscuidad tan
estrecha... como la de la cultura urbana... lleva en sí misma sus límites y reser-
vas interiores. La monetarización de las relaciones, manifiesta o disfrazada,
desliza una distancia funcional entre los hombres que es de hecho una protec-
ción interior contra esta proximidad demasiado estrecha» [M 17, 2].
El extranjero que ha producido las grandes ciudades, los procesos de exclu-
sión de la producción y de inclusión en el espectáculo de los pasajes, es el mismo
que Simmel ha dibujado con trazo preciso en su ya mencionado ensayo. Del que
es otro choca precisamente que su presencia y lejanía se den a la vez73, su estar y
no ser, algo que contribuye, a mi entender, a la aplicación del concepto de aura
que Benjamin utiliza en estos pasajes para explicar el fenómeno de las muche-
dumbres excluidas como miembros activos y recuperadas como soportes de la
circulación de las mercancías: «Huella y aura. La huella es la aparición de una
proximidad, por muy lejos que pueda estar lo que la causó. El aura es la apari-
ción de lo lejano, por muy próximo que esté lo que lo evoca. Con la huella nos
apropiamos de la cosa, con el aura ella es la que se adueña de nosotros» [M 16a,
4]. La distinción de conceptos, que, como es sabido, Benjamin emplea para
hablar de la obra de arte en tiempos de una tecnología que la reproduce sin fin,
encuentra su contexto en este fenómeno de la extranjería en la ciudad-mercado.
El hombre-sandwich, el hombre anuncio que va por las calles, es la versión
explícitamente mercantilizada del fláneur [M 19, 2]. La marca es el exponente
lingüístico que tiene el rango de jeroglífico como los mismos espacios urbanos
a los que comienza - en fachadas y tranvías - a puntuar. Las imágenes espa-
ciales (Raumbilder) - dice Kracauer - son los sueños de la sociedad. En la
medida en que los jeroglíficos de estas imágenes pueden ser descifrados, se
encuentran las bases de la realidad social74. Radical hallazgo en el que Simmel
se encuentra con el modelo del fetichismo (la mercancía como jeroglífico). Lo
que prueba, como dice Vidler, que las casas y las cosas del consumo son, sobre
todo, signos que interpretan otros signos del consumo:
73 K. H. Wolff, The Sociology of Georg Simmel, Free Press of Glencoe, 1964, p. 407.
74 Kracauer, «Ubre Arbeitsnachweise», Frankfurter Zeitung, 17 de junio de 1930, citado en
A. Vidler, o.c, p. 33.
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SIMMEL Y LA CULTURA DEL CONSUMO
De aquí surge una nueva relación con las cosas, con los objetos en exhibi-
ción y venta. Por primera vez hay escaparates, por primera vez hay precios en
las etiquetas de las mercancías. Y esta característica de los objetos de aparecer
vinculados explícitamente a su cualidad de circular en el mercado es central en
la mirada que Benjamin capta en el trabajo de Simmel. Cuando revisa la teoría
de la mercancía de Marx, Benjamin repasa, como hemos indicado, la teoría del
trabajo y de la mercancía de Simmel. Pero recoge algo más: la atención a cómo
disminuye el carácter individual, peculiar en el mercado moderno. En el frag-
mento [X 7, 1] rescata el pasaje de la Filosofía del dinero en el que Simmel
nombra el ejemplo de la predominancia del precio como emblema de la mer-
cancía: el bazar de cincuenta pfenning - precursor en la primera década del
siglo de nuestros «todo a cien» - presenta una relación con las cosas en la que
la cantidad y el precio bajo son el filtro nivelador de las demás consideraciones
de preferencia o deseo.
Simmel da abundantes indicaciones en sus obras - concretamente en los
mencionados artículos sobre el adorno o la coquetería, en los relativos a la
moda o en la reflexión sobre el dinero - acerca de la nueva relación con los
objetos que el mercado contemporáneo acarrea e impone. Benjamin incorpora
su reflexión de la Filosofía del dinero (en el capítulo sobre el estilo de vida) en
la que destaca la mayor duración de los objetos del Antiguo Régimen y la
mayor vinculación de las personalidades con los objetos de su entorno. Ahora
hay una enorme variedad que impide este vínculo con objetos singulares (las
señoras se quejan de que mantener las cosas de casa «exige de ellas un servicio
fetichista»). Pero también hay un ritmo de reposición más acelerado («la dife-
rencia en el orden de la sucesión lleva al mismo resultado que en el orden de la
contigüidad»: «el cambio de moda interrumpe el proceso de arraigo entre el
sujeto y el objeto»). Y, en tercer lugar, no hay que dejar de lado «la pluralidad
de estilos que nos ofrecen los objetos visibles cotidianos» [I 7a, 2].
El punto de vista es el de un hombre con sensibilidad ante el mundo de los
objetos de arte. Coleccionista, como el mismo Benjamin, cultivador de una
pasión escópica, hasta el punto de ser éste el rasgo con el que Weber le recuer-
da gráficamente: «Ayer estuvo Simmel en la sala Beethoven de la Filarmónica;
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de la cultura del consumo como fenómeno social total. La sección B de los
Pasajes está dedicada a los miles de aspectos de la moda fin de siglo, y en ella
ocupa un lugar privilegiado la referencia a la Filosofische Kultur de Simmel,
publicada en 1911, aunque incluye artículos - el dedicado a la moda es de
190578 - anteriores. Moda y estilo se refieren entre sí como complementarios.
«No hay artículo alguno que se ponga de moda: se crean artículos para que
estén a la moda», es el lema que Benjamin medita [B 7, 7] asombrado por el
amplio espectro de sentidos que en Simmel adquieren los conceptos. Este
enunciado implica la actual prefiguración de la sociedad de consumo, en la
que la misma producción se ve afectada por el proceso de comunicación y
recepción79. Las técnicas que acompañan la distribución y el consumo no vie-
nen luego, al apoyo de un producto ya terminado, sino que preceden la mera
producción, orientándola en el sentido del estilo de vida de los consumidores.
76 Carta a Marianne Weber de primeros de 191 1, en Marianne Weber, Max Weber. Biogra-
fía, Valencia, Ed. Alfons el Magnánim, 1995, p. 685.
77 G. Simmel, Filosofía del dinero, o.c, p. 368.
78 La más reciente versión castellana de Cultura Femenina y otros ensayos, Barcelona, Alba,
1999, incluye este artículo sobre la moda.
79 Ver Cristina Santamarina, «Las palabras del mercado», Revista de Occidente, núm. 162,
noviembre 1994, pp. 150 y ss.
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SIMMEL Y LA CULTURA DEL CONSUMO
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JOSÉ MIGUEL MARINAS
ABSTRACT
This paper, belonging to a series of texts about the origins of the culture of the consumption
the first 90's, offers a lecture of simmelian texts concerning the social identity's constitut
following not the production's paradigm, but its relationship with the objects and processe
consumption. Befo re the pattern of masses' consumption a new cultural mode appears base
luxury and its conspicuous character (Veblen) and, widelier, on the mediation of commo
and its logic (fetichism) as shapers of social subjects. The critical and creative elements
Simmel builds will be fundamental in authors like Kracauer and mainly Walter Benjamin
second part of this paper focuses on these inheritance to analyze the Benjaminian Passagen W
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