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Torres Cuevas

Este documento describe los esfuerzos históricos para recopilar y publicar los escritos de los principales pensadores cubanos, incluidos José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y Francisco de Arango y Parreño en las décadas de 1870 y 1880. También destaca los mayores logros alcanzados a partir de 1933, cuando la Universidad de La Habana publicó la Biblioteca de Autores Cubanos y otras instituciones emprendieron proyectos similares. Finalmente, reconoce la labor de generaciones de investigadores cubanos cuyo trabajo
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Torres Cuevas

Este documento describe los esfuerzos históricos para recopilar y publicar los escritos de los principales pensadores cubanos, incluidos José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y Francisco de Arango y Parreño en las décadas de 1870 y 1880. También destaca los mayores logros alcanzados a partir de 1933, cuando la Universidad de La Habana publicó la Biblioteca de Autores Cubanos y otras instituciones emprendieron proyectos similares. Finalmente, reconoce la labor de generaciones de investigadores cubanos cuyo trabajo
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BIBLIOTECA DIGITAL DE CLÁSICOS CUBANOS

Si cultura es raíz, vasos comunicantes subterráneos que absorben, nu-


tren y abonan el suelo sobre el que brota la siembra civilizadora de una
comunidad humana, el pensamiento que emana de ésta deviene su
germinación fecundante. La cultura, ese cuerpo vivo y actuante de
polisémicos contenidos y multifacéticas manifestaciones, es creación y crea-
dor de ese ser nacional, lo define, lo fertiliza y lo modifica, haciendo surgir
desde sus orígenes y en la comprensión de sí misma, las nuevas perspecti-
vas que desde el hoy analizan el pasado, diagnostican el presente y elabo-
ran las perspectivas del futuro.

Una larga y profunda tradición en el ejercicio de pensarnos, de some-


ternos a crítica y, a la vez, de proponer búsquedas y trazar alternativas,
permite ofrecer a las generaciones actuales la amplia acumulación de co-
nocimientos, de debates, de propuestas científicas e ideológicas, de méto-
dos de estudio de investigación, que le dan a Cuba una base sólida, impres-
cindible para la reflexión «desde la interioridad de su permanencia» y
desde la profundidad de lo que ha sido la evolución, decantación, amplitud
y creación del pensamiento cubano a lo largo de dos siglos y medio. Los
estudiosos e interesados en la historia de Cuba, en cualquier latitud del
planeta, tienen en la colección Biblioteca de Clásicos Cubanos las fuentes
primarias para adquirir un conocimiento profundo y amplio que permite
una mayor comprensión de una parte integrante de América Latina y del
otro componente, el americano, del pensamiento de la hispanidad.

El intento que significa la Biblioteca de Clásicos Cubanos es, ante


todo, resultado de una herencia. En primer lugar, la de quienes desde el
siglo XVIII estudiaron a Cuba rescatando a sus antecesores con noble orgu-
llo; en segundo, la que emana de una tradición histórica —que no es tradi-
cional sino de rupturas periódicas y continuidades conflictivas—; y en ter-
cero, de una búsqueda historiográfica que intentó, sólo con éxitos parcia-
les, llevar a cabo la recopilación, publicación y divulgación de los grandes
pensadores. Constituyó una aspiración de la intelectualidad cubana ver
rescatados y reunidos los textos de sus clásicos.

Ya en las décadas finales del XIX cuando, urgidos por la incertidumbre


acerca de los destinos del país y por las interrogantes de una sociedad que,
desprendida de la esclavitud, tenía que pensar en sus opciones económicas,
sus políticas sociales, sobre su dependencia colonial y sus relaciones inter-
nacionales —fundamentalmente Estados Unidos— y sobre su cultura —
aún sin rumbos fijos y con una buena carga artificial—, un grupo de desta-
cados intelectuales y hombres de acción política, se planteó la necesidad
teórica, científica, política y cultural de estudiar el amplio campo de ideas
ya presentes en el país. Si muchos se quedaban en la superficie de los
dramas coyunturales; otros —lógicamente, los menos—, buscaron en lo
más destacado del conjunto del pensamiento anterior las bases teóricas
para proyectos de larga duración. Si desde la recreación estética había
surgido la idea de la «Cuba soñada», de la búsqueda epistemológica emana-
ba la idea de la «Cuba pensada». Utopía y realidad, sueño y experiencia, no
eran dos partes antagónicas, sino dos componentes complementarios de la
actividad creadora cubana. Cuba era más que un sueño poético y romántico
de cuyo despertar podía emanar el desengaño; Cuba también era un cuer-
po de ideas, surgido de una realidad diferente, que obligó, para estudiarla,
al reanálisis profundo, a la adaptación y a la creación de proyectos de
sociedades con características singulares. Francisco de Arango y Parreño,
a fines del siglo XVIII, expresaba que si el sueño era que Cuba fuese la
Inglaterra de América, el reto de pensamiento consistía en encontrar ca-
minos propios, porque constituía un absurdo imitar a Gran Bretaña: ante
realidades palmariamente diferentes se requería de caminos diferentes;
de ideas nuevas, propias y originales. Porque una cosa era el proyecto que
nos llegaba desde Europa y para Europa, y otro el que necesariamente
había que elaborar desde Cuba y para Cuba. No sólo constituía una urgen-
cia emanada del dilema dependencia-independencia: era, simplemente, la
necesidad de comprenderse a sí mismo.

En las décadas de 1870 y 1880 se emprendió el rescate de las obras de


tres de las personalidades cimeras de la historia de las ideas en Cuba: José
Antonio Saco y López, José de la Luz y Caballero, y Francisco de Arango
y Parreño, eran todavía tres polémicas figuras, cuyo indiscutible prestigio
y la profundidad de sus ideas habían centrado parte del debate teórico de la
época. Las polémicas de entonces, como podrá constatarse en las intro-
ducciones a sus obras en esta Biblioteca de Clásicos Cubanos, se efectuaban
sobre bases endebles, pues casi todos los participantes sólo conocían de
manera fragmentada y parcial sus obras. Se debe a tres núcleos distintos
de estudiosos el inicio y publicación de una gran parte de los escritos de
estas tres figuras. José María Zayas, albacea de la obra de José de la Luz
y Caballero, y su hijo, Alfredo Zayas, —posteriormente, presidente de la
República—, recogieron, transcribieron y cotejaron gran parte de los tex-
tos del filósofo y educador cubano. El segundo publicó, en 1890, un volumen
de las obras de José de la Luz. En otra dirección trabajó el historiador,
historiógrafo, documentalista y erudito Vidal Morales y Morales. Éste
trató, con el apoyo de José Silverio Jorrín, de rescatar la parte de la obra
de José Antonio Saco no publicada hasta entonces. En ello se inscribe la
Colección póstuma (1881) de los escritos de José Antonio Saco posteriores
a 1858 y lo no publicado de la Historia de la esclavitud (1883 y 1893). El
tercer grupo estuvo formado por los descendientes de Francisco de Arango
y Parreño; uno de ellos, Anastasio Carrillo y Arango, editó en dos tomos
(1888), una selección, muy bien escogida, de la obra del célebre expositor
del proyecto esclavista-azucarero en sus orígenes.

Un impulso especial adquirieron estos estudios gracias a dos institucio-


nes que nacieron con la República y a dos nombres que las prestigiaron. Me
refiero al trabajo erudito, meticuloso y esforzado de Domingo Figuerola-
Caneda, y al no menos destacado de Vidal Morales y Morales. El primero
director-fundador de la Biblioteca Nacional de la República de Cuba y el
segundo del Archivo Nacional de la República de Cuba. A Figuerola-Caneda
se debe gran parte del rescate del Centón epistolario de Domingo del Mon-
te y de la correspondencia de Saco, Luz y Caballero y José Luis Alfonso, y
una bibliografía, la más completa de su tiempo (1914), sobre el segundo.

Sin embargo, el momento de mayor efervescencia en los estudios acer-


ca de la evolución del pensamiento cubano y de búsqueda, recuperación y
publicación del mayor número de obras, se inició a partir de 1933 y, sin
lugar a duda, en él convergieron las más importantes personalidades del
espacio académico, científico y literario cubano. Tampoco este momento es
casual. Con la caída de la dictadura de Gerardo Machado pasaban a un
segundo plano las figuras políticas e intelectuales de la generación ante-
rior. Un grupo brioso de hombres pertenecientes a una nueva
intelectualidad, nacida con la República, ahora en plena madurez, se plan-
tea la necesidad de la reestructuración política, social, económica y, sobre
todo, de nuevos enfoques en el mundo cultural, científico y académico. En
este contexto, la figura liminar de Félix Varela, en medio de fuertes deba-
tes, adquirió una dimensión nueva y sus obras empezaron a ser estudiadas
y publicadas. La Universidad de La Habana emprendió el empeño intelec-
tual y editorial de mayores logros hasta ahora con la publicación de los
tomos de la Biblioteca de Autores Cubanos (BAC). Esta colección estuvo
dirigida por Roberto Agramonte, destacado sociólogo y estudioso de la
filosofía, quien se dedicó, además, a recuperar la obra del padre Agustín
Caballero. Lo más granado de la intelectualidad de la época participó en el
empeño: Rafael García Bárcena, Elías Entralgo, Enrique Gay-Calbó,
Medardo Vitier, Humberto Piñera Llera, Raimundo Lazo y el mismo
Agramonte. A esta empresa se unió el intelectual español Genaro Artiles.

La BAC no fue el único intento de recobrar los textos de los más desta-
cados pensadores cubanos. Otros tres merecen especial mención. La Co-
lección de Libros Cubanos (CLC) de la editorial Cultural S.A., bajo la
dirección de Don Fernando Ortiz; la que inició la Dirección de Cultura del
Ministerio de Educación entre 1948 y 1952, a cuyo frente se encontraba
Raúl Roa García, y, por último, el movimiento que se desarrolló alrededor
de Emilio Roig de Leuchsenring, al frente de la Oficina del Historiador de
la Ciudad de La Habana. Mas, estos esfuerzos resultaban parciales y par-
tían de las concepciones e intereses de quienes las dirigían. Mientras Ro-
berto Agramonte y la BAC se movían con un interés filosófico, Fernando
Ortiz lo hacía con un prisma sociológico y la Dirección de Cultura, con otro
económico. De ahí sus preferencias. De esta manera, la BAC se centraba
principalmente en Varela y Luz Caballero, la CLC lo hacía en la figura de
José Antonio Saco y la Dirección Cultural, en la de Francisco de Arango y
Parreño. No pocos estudiosos dedicaron gran parte de su vida a la búsque-
da, transcripción, análisis y publicación de la documentación dispersa y a
veces perdida. Nombres como Francisco González del Valle, Manuel I.
Mesa Rodríguez, Antonio Hernández Travieso, José María Chacón y Cal-
vo, José Antonio Fernández de Castro y César García Pons, constituyen un
muestrario de esta parte culta de la historia intelectual cubana. Sin la
acumulación del trabajo realizado por generaciones de investigadores, la
propuesta de la Biblioteca de Clásicos Cubanos no hubiera hallado vías
expeditas para su realización, la cual es, en cierta medida, homenaje a sus
antecesores y superación necesaria de las insuficiencias precedentes.

Pese al esfuerzo realizado, a la altura de los años 60 aún quedaba mucho


por rescatar; sobre todo, en el campo del pensamiento científico. Un buen
estudioso podía comprobar que parte de las obras de los autores hasta
entonces publicados aún no contenían toda la documentación e información
que era necesario buscar y rescatar. Como ejemplo de estas ausencias
podemos señalar que nunca se habían editado las obras de Felipe Poey y
Aloy, el más destacado naturalista cubano, ni, transcurridos más de cien
años, su famosa, premiada y reconocida Ictiología cubana, que ya comen-
zaba a deshacerse en los fondos de la Sociedad Económica de Amigos del
País de La Habana. Constituye un orgullo para la Biblioteca de Clásicos
Cubanos haber rescatado aquellos textos y dibujos de peces, resultado de
toda una dimensión de las ciencias y las ideas en Cuba.

Una gran parte del trabajo de quienes participan en el montaje de esta


Colección ha consistido en el cotejo de obras y documentos con los manuscri-
tos originales, rectificando numerosos errores que cambiaban, incluso, el
sentido o la idea expuesta. Ello cuando existían en letra impresa. Pero tam-
bién forman parte de la Biblioteca de Clásicos Cubanos los numerosos
documentos y obras inéditas que completan el conjunto de lo publicado y en
cuyo rescate nos empeñamos. Autores conocidos, pero cuyos trabajos no se
habían recopilado ni impreso aparecen, por primera vez, en esta Colección.
Se citaban con frecuencia a partir de referencias indirectas sobre ellos o por
el conocimiento de parte de su obra; faltaba ubicar, cuando no aclarar, el
conjunto de sus ideas. Ése es el caso de los papeles del obispo De Espada,
fundamentales para estudiar los orígenes del movimiento intelectual cuba-
no decimonónico. Personalidades de influencia decisiva como Félix Varela
tienen, ahora, una edición notablemente ampliada con documentos descono-
cidos y cuidadosamente trabajados. El carácter integrador de esta colec-
ción, que incluye lo más brillante y significativo del pensamiento cubano en
todas sus manifestaciones —filosófico, científico, político, social y económico,
permite captar, no sólo la totalidad de las ideas de un pensador, sino, más
allá, los núcleos convergentes del pensamiento cubano en sus preocupacio-
nes, creaciones y búsquedas. Si lo anterior le da originalidad y sentido a esta
Biblioteca de Clásicos Cubanos, no resulta su única razón de ser.

Durante los últimos 40 años, la ausencia de la publicación de las obras


de los pensadores cubanos, con excepción de José Martí, se suplió por las
famosas Antologías, que tienen la característica de ser más una obra del
antologador que del antologado. Muchas de ellas eran repetitivas de lo ya
publicado, con lo cual el conocimiento parecía estancarse al sólo reiterar lo
expuesto una y otra vez o ser un ejercicio de interpretaciones sobre las
mismas fuentes. Las ideas se reducían, la cultura se resentía y muchos, en
la ignorancia del tesoro intelectual que se poseía, sentían cierto rebaja-
miento ante el pensamiento foráneo de moda en el país y que, lamentable-
mente, no siempre era el mejor ni el más necesario. Sin certeza de un
pasado teórico, o con una muy limitada visión acerca de él, asentada, a
veces, en esquemas importados de manera acrítica, las nuevas generacio-
nes tenían su contexto creador en la interioridad de un vacío que afectaba,
de manera notable, la coherencia de sus ideas y proyecciones. Esta situa-
ción resultaba más lamentable ante el desarrollo que alcanzaban las cien-
cias y la cultura en el país, los aportes de los historiadores en las últimas
décadas, la masificación de la lectura y la aparición de nuevos impulsos
creadores. Esa imagen invertida, no pocas veces, se trasmitía a quienes,
con culturas diferentes, intentaban entender la historia de Cuba. Suplir
ese vacío constituye una de las razones que le dan vida a la Biblioteca de
Clásicos Cubanos. No es rescatar una memoria histórica; es crearla con
toda la acumulación de conocimiento que otras generaciones no conocieron
en su integridad y coherencia.

Otra motivación sostenía la idea de esta Colección. El desarrollo de los


métodos, concepciones y teorías científicas en las últimas décadas; en es-
pecial, en el campo de la historia y sus disciplinas afines, de la filosofía y sus
diversas especialidades, y de las ciencias políticas, ha llevado a reevaluar la
producción y conclusiones anteriores. Resultaba necesario incorporar los
nuevos conocimientos que durante tan largo período se habían acumulado
gracias al esfuerzo de numerosos investigadores cubanos y extranjeros.
Un aspecto conspiraba contra la preservación y conocimiento del pasa-
do intelectual de Cuba. En los fondos cubanos se deshacían documentos y
obras bajo el empuje de la humedad, las bacterias, los insectos y más de un
ladrón ocasional. Quizás, algunos de los originales presentes en esta Co-
lección quizá no podrán consultarse de nuevo. Su mal estado hace presa-
giar un triste destino; otros están ya irremisiblemente perdidos. En lo
referente a las obras ya publicadas, la mayoría con una antigüedad de más
de 50 años, constituyen, muchas de ellas, rarezas bibliográficas. Contaron
con ediciones de bajo costo, por lo que su deterioro fue rápido; a ello se
añade el corto número de ejemplares impresos. En otros casos, hemos
trabajado con originales de los cuales sólo se disponía de su edición prínci-
pe, pese a las múltiples referencias que a ellas se hacen; transcurrido más
de un siglo de su edición, sólo pueden localizarse uno o dos ejemplares, no
siempre en buen estado y, a veces, incompletos. Por esta única razón —
salvarlos antes de su pérdida— era una imperiosa obligación promover la
Biblioteca de Clásicos Cubanos.

Pero existían dos razones que, en un estudio de fondo, exigían una nueva
edición de las obras, aun sin las tristes condiciones expuestas. La primera
era lo incompleto de las recopilaciones anteriores; la necesidad de rectifi-
car los numerosos errores que contenían muchas de ellas, la segunda.
Copiar simplemente las obras anteriores hubiese sido un error imperdo-
nable, únicamente justificado por el desconocimiento. La Biblioteca de
Clásicos Cubanos constituye el resultado de más de 30 años de investiga-
ción, cotejo, transcripción, análisis, estudio y cuidadosa edición por los
mejores especialistas de los temas y figuras estudiados. Las búsquedas se
han efectuado en las bibliotecas y archivos cubanos, norteamericanos, es-
pañoles, franceses y británicos, según los casos. Donde ha existido más de
una edición anterior, se han cotejado con las impresas por su autor. Si éste
efectuó más de una, se compararon para determinar cuál de ellas es la más
completa y cuidada; en esos casos se hacen constar las diferencias.

En aras de poder ofrecerle al lector todos los elementos para su estu-


dio o posterior ampliación sobre cada una de las personalidades presenta-
das, las obras publicadas por esta colección Biblioteca de Clásicos Cuba-
nos —hasta el presente en 17 títulos con 42 volúmenes— poseen una es-
tructura novedosa con respecto a los intentos anteriores. Cada volumen
presenta un ensayo introductorio a cargo de un especialista de reconocido
prestigio sobre el tema. En esta primera parte se desarrolla un estudio de
la personalidad y de la vida del autor en cuestión a partir de los conocimien-
tos incorporados; sobre todo, en los últimos 50 años, y su colocación en el
interior de una perspectiva actual. Todo ello se completa con el análisis
crítico de la producción intelectual del autor estudiado.
El cuerpo de la publicación lo constituyen las obras, ya publicadas, ya
inéditas, editadas lo más completas posibles en el estado actual del conoci-
miento de ellas. En los casos en que resulta necesario, aparecen presenta-
ciones parciales. Un amplio cuerpo de notas completa y/o aclara los conte-
nidos. El índice onomástico permite localizar con rapidez los nombres a los
que se hace referencia.

Una de las partes más originales y destacadas son las bibliografías.


Con la estrecha colaboración de los especialistas de la Biblioteca Nacional
José Martí se ofrece la más completa recopilación, que en su conjunto
representan el más acabado corpus del pensamiento cubano. Es, ya, una
fuente imprescindible. Incluyen las obras del y sobre el autor —como
podrá observarse, en esta Colección se entiende por tales, no sólo los libros
y folletos, sino, también, los documentos y cartas personales—. Para una
mejor ubicación del contexto creador de la personalidad y obras estudia-
das, se introduce una cronología paralela de su vida, del acontecer nacional
cubano y del panorama internacional.

En el trabajo realizado para la creación de la Biblioteca de Clásicos Cuba-


nos merece especial mención el cuerpo de editores, diseñadores y emplanadores
de Ediciones Imagen Contemporánea. En la dedicación y el amor que demos-
traron por esta empresa intelectual, más allá de las exigencias rutinarias, está
esa calidad que sólo tiene lo que se hace desde una convicción interior.

Si la Biblioteca de Clásicos Cubanos es un producto intelectual del


Centro Interdisciplinario de las Ciencias Sociales, Casa de Altos Estudios
Don Fernando Ortiz, de la Universidad de La Habana, es también el resul-
tado de importantes instituciones y personalidades de Cuba y el extranje-
ro. Ciertos nombres nos acompañan por la confianza que han depositado en
nosotros y por su estímulo crítico: personalidades como Eusebio Leal,
Armando Hart, Alfredo Guevara, Abel Prieto, Cintio Vitier, Ismael Clark,
Daisy Rivero y Carlos Manuel de Céspedes; con ellos también se encuen-
tran Eliades Acosta, Manuel López, Oscar Zanetti, Raida Mara Suárez y
Carlos Martí, compartieron más de una idea y más de una tensión. Rubén
Zardoya, entonces decano de la Facultad de Filosofía e Historia de la Uni-
versidad de La Habana, hoy rector de esta institución, incorporó el proyec-
to, como suyo propio, desde sus orígenes; en el Ministerio de Educación
Superior, Fernando Vecino Alegret, siempre lo apoyó y estimuló. Si una
persona en particular ha transitado con plena responsabilidad y con la
comprensión de la trascendencia del esfuerzo el camino de la Biblioteca de
Clásicos Cubanos, éste es el doctor Juan Vela Valdés, rector por esa época
de la Universidad de La Habana, hoy ministro de Educación Superior. A su
interés y celo constante no poco le debe esta empresa intelectual.
Entre las instituciones en las cuales hemos encontrado recepción, co-
operación y calor humano e intelectual, más allá de las puras tramitacio-
nes burocráticas, se encuentran: el Instituto Cubano del Libro; la Biblio-
teca Nacional José Martí; el Centro Martín Luther King Jr.; la Academia
de Ciencias de Cuba; el Instituto de Historia de Cuba y sus investigadores;
la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana; el Ministerio de
Cultura; el Museo Carlos J. Finlay y su colectivo; la Sociedad Económica
de Amigos del País; la Oficina del Programa Martiano; el Centro de Estu-
dios Martianos; el Ministerio de la Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente;
y el Centro de Investigaciones Marinas, entre otras instituciones cubanas,
acogieron este proyecto con entusiasmo y, en la medida de sus posibilida-
des y especialidades, han contribuido a su realización.

No menos importante constituyó el aporte de prestigiosas institucio-


nes de otros países. Un recuerdo imborrable dejó entre nosotros la docto-
ra Gloria López, quien al frente de la Oficina Regional de Cultura de la
UNESCO para América Latina y el Caribe, asumió como propia la Biblio-
teca de Clásicos Cubanos, otro tanto habría que decir de la Embajada de
Francia en Cuba y de los amigos franceses. En España, dos instituciones
merecen especial reconocimiento: la Fundación Zulueta y su presidente,
don Julián de Zulueta, y la Fundación Histórica Tavera y su heredera, la
Fundación MAPFRE TAVERA. Esta última requiere un párrafo aparte.

Cuando le propusimos a la dirección de la Fundación Histórica Tavera


realizar la versión digital de la colección Biblioteca de Clásicos Cubanos,
acogió la idea con seriedad y entusiasmo. El proyecto ya dejó de ser sólo de
la Casa de Altos Estudios para convertirse en una empresa conjunta. Un
nombre en particular merece destacarse en la realización dinámica y con
calidad de este trabajo colectivo: Luis Miguel García Mora, ya conocido
por sus estudios sobre Cuba, devino el alma española de este proyecto
cubano. Sus exigencias, su impaciencia, su seriedad permitieron, incluso,
repensar aspectos del trabajo y mantener un ritmo dinámico sin perder el
rigor necesario. La conformación de los CD iniciales es una obra auténtica
de la Fundación MAPFRE TAVERA y, en particular, del historiador García
Mora. El trabajo del equipo de esta destacada institución y de Publicacio-
nes Digitales DIGIBIS, en España, y de Ediciones Imagen Contemporá-
nea de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, en Cuba, permitie-
ron entregar un producto de óptima calidad; una contribución al mundo
científico, académico y estudiantil, de cualquier parte del orbe que se inte-
rese por comprender la cultura universal en una de sus singularidades.

Fruto de esta colaboración surgió, en el 2001, Orígenes del pensa-


miento cubano I, un primer CD-ROM de la Biblioteca Digital de Clási-
cos Cubanos, y que ahora se edita en su nueva versión, en dos volúmenes.
Está conformado por un núcleo de pensadores que cubren el período que
va de finales del siglo XVIII hasta 1868. Esta última fecha se toma como
límite, porque en ese año se inician las guerras por la independencia de
Cuba. Ello significó el ascenso a los primeros planos del pensamiento, no
sólo político sino de una nueva concepción alrededor de la cual giraron los
debates económicos y sociales sobre el destino del país. Los nuevos con-
ceptos también se expresaron en las ciencias y en la cultura. Este movi-
miento de ideas se desarrollaba en un contexto internacional modificado
y enmarcado en nuevos paradigmas teóricos. No obstante, para muchos,
el proceso independentista cubano sólo era resultado de la impronta po-
lítica o de acciones coyunturales impulsadas por algún que otro caudillo.
Ese error ha impedido entender la permanencia a lo largo de más de
siglo y medio de una evolución permanente de las ideas, de las ciencias
creadoras, de los debates y de los proyectos de sociedades; se reafirma
como organismo vivo, que se transforma sin perder su identidad. En los
orígenes de este pensamiento, el estudioso puede encontrar las bases
que le dieron a Cuba la permanencia creadora de sus tendencias en las
ideas. Los hechos históricos fueron resultado de un pensamiento que los
motivó. Conocer los hechos sin su porqué, es tratar de entenderlos sólo
desde la percepción de lo aparente.

Por estas razones, estos CD-ROM se convierten en una fuente única.


En ellos están los orígenes de la historia intelectual de Cuba, pero también
las explicaciones de su historia social, política y económica: las fuentes
para la comprensión de su cultura.
Los autores cuyas obras, lo más completas posibles, conforman la
presente edición digital, son las figuras más relevantes del movimiento
intelectual que, alrededor del Seminario de San Carlos y San Ambrosio,
dio origen a una tendencia que marcaría de forma permanente la historia
nacional cubana. En su primer volumen se compendian las obras que,
como las agrupadas en el segundo CD, están en gran medida editadas en
sus correspondientes soportes-papel. Félix Varela y Morales (1788-1853),
considerado en Cuba como «el que nos enseñó primero en pensar», según
la feliz frase de uno de sus discípulos, José de la Luz y Caballero. A él se
debe la entrada en Cuba de la filosofía y de la física moderna, la creación
de la teoría de la emancipación cubana y los estudios jurídicos, sociales y
de otros géneros que fundamentaron su posición antiesclavista e
independentista. En sus trabajos hallará el lector las raíces del pensa-
miento de José Martí y de una gran parte de la intelectualidad y del
mundo político y social cubano; también, el impulso originario de las
ciencias cubanas. Continúan a las obras de Varela, los papeles del obispo
Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa (1756-1832). Por prime-
ra vez, en un cuidadoso trabajo de transcripción, se publican los docu-
mentos más importantes de esta personalidad, mecenas y propulsor de
la modernidad desde un ángulo novedoso para entonces: el de los peque-
ños y medianos productores. Este obispo fue el primero en plantear una
reforma agraria en Cuba, impulsando cambios en las instituciones socia-
les y promoviendo el más amplio movimiento intelectual de toda la época
colonial cubana. José martí expresaría de Espada «lo llevan en el cora-
zón todos los cubanos». También forman parte de este primer CD las
obras de José Agustín Caballero (1762-1835). El padre Agustín, como se
le conoce, es uno de los teóricos de la ilustración reformista cubana de
finales del XVIII. Profesor de Félix Varela, representa un pensamiento de
frontera entre escolástica, Ilustración y revolución. A él se debe la idea
novedosa de una filosofía cubana que define como «electiva». Es también,
junto con Francisco de Arango y Parreño, uno de los iniciadores en expo-
ner las limitaciones de la esclavitud y en elaborar un proyecto autonómi-
co para Cuba.

Tres discípulos de Félix Varela cubren lo más brillante del pensa-


miento cubano de la primera mitad del siglo XIX. Son José Antonio Saco
(1797-1879), José de la Luz y Caballero (1800-1862) y Felipe Poey (1799-
1891). Las obras del primero son sin duda las de mayor resonancia en el
mundo político, económico y social cubano de la primera mitad de aquella
centuria. Es también la figura más polémica de la historia de Cuba. Sus
ideas económicas, sociales y políticas constituyen una obligada referen-
cia en cualquier análisis que se haga sobre los destinos de la Gran Anti-
lla. Descentralización política y crítica al sistema colonial español, la
más portentosa obra antianexionista con respecto a Estados Unidos, la
crítica social y los primeros trabajos de corte sociológico realizados en
Cuba y la más completa historia de la esclavitud escrita en el XIX, no sólo
en Cuba, sino en el mundo, hacen de la obra de José Antonio Saco un
instrumento imprescindible para el estudio de la Isla y el conocimiento
de otra visión del mundo nacida desde América y para el mundo. Nos
enorgullece haber rescatado para esta Colección, junto a los tres tomos
de sus papeles publicados entre 1856 y 1858, la Colección póstuma que
contiene sus obras posteriores a esta fecha y su epistolario completo. Un
lugar especial ocupa La polémica filosófica cubana —en una edición
anterior aparece con el nombre de La polémica filosófica—. Este deba-
te, efectuado entre 1838 y 1840, situó a José de la Luz y Caballero como el
más notable, agudo y profundo filósofo y teórico cubano. En volúmenes
aparte aparecen las obras de tan destacado pensador y educador, con los
cuales se amplían los dos que contienen La polémica... Si se quiere en-
tender las proyecciones teóricas cubanas, inmersas en las más actuales
de la Europa de su tiempo, la estructura de La polémica... resultará
trascendente. De especial valor es la inclusión de las obras de Felipe
Poey y Aloy. Éstas no se habían publicado desde sus ediciones originales
en el siglo XIX. Si Saco fue el político, sociólogo e historiador, si Luz y
Caballero, el filósofo y educador; Poey es el científico, el naturalista. A él
se debe la primera geografía de Cuba y una geografía universal que des-
taca justamente lo que las geografías hechas en Europa colocaban en
segundo plano. América, África y Asia revisten el mayor interés de Poey.
En particular, uno de los trabajos que más dificultades presentó fue el
rescate de su Ictiología cubana, que después de 116 años de haber sido
galardonada en Holanda y París, recibía el deterioro del tiempo, la hume-
dad y los insectos. Por primera vez se edita esta obra que contiene casi
todos los peces de la plataforma cubana. Esta labor se realizó por uno de
los más importantes naturalistas cubanos de la pasada centuria, el doc-
tor Darío Guitart Manday. Apenas unos días antes de terminar el trabajo
editorial, el doctor Guitart falleció. Para la Casa de Altos Estudios Don
Fernando Ortiz fue un doble compromiso, con Poey y con Guitart, mate-
rializar la obra a que estos dos grandes de nuestra ciencia le dedicaron lo
mejor de sus vidas; así lo asumió también la Fundación Histórica Tavera,
desarrollando una solución informática que al relacionar la imagen del
Atlas en sus 572 láminas, con su descripción taxonómica, contenida en los
dos primeros volúmenes, facilita sobremanera la lectura.

Orígenes del pensamiento cubano II resulta la continuación de esta


edición digital de la colección Biblioteca de Clásicos Cubanos en su primer
ciclo temático: «Clásicos cubanos de los orígenes del pensamiento emanci-
pador y de las ciencias, hasta 1868».

La publicación de las obras de Francisco de Arango y Parreño (1765-


1837) conforma un núcleo básico para el estudio de los problemas vita-
les de la sociedad colonial, que el mismo Arango ayudó, de manera
decisiva, a identificar y definir, en proyección hacia las corrientes
reformistas posteriores. «Estadista sin Estado» constituyó el más bri-
llante expositor de la concepción esclavista cubana decimonónica. Por
su parte, el Centón epistolario de Domingo del Monte (1803-1853) es
una de las obras más originales de esta etapa de la historia de Cuba en
su acontecer intelectual. Del Monte estructuró las cartas recibidas de
amigos y conocidos, figuras relevantes del movimiento cultural nacio-
nal. Los debates acerca de la literatura, economía y política, proyeccio-
nes sociales y valoraciones múltiples, están contenidos en este
epistolario. Una «historia problema», un texto culminante del pensa-
miento del XIX cubano escrito por José Antonio Saco bajo el título de
Historia de la esclavitud, deviene verdadera aventura intelectual du-
rante el predominio esclavista en la Gran Antilla, «una inacabada cate-
dral gótica de ideas erigida sobre los restos del mundo americano pre-
colombino, con el gusto científico de un romántico del XIX cubano». Un
estudio de la huella de la institución esclavista desde los tiempos más
remotos hasta los días del Autor. Un científico notable ocupa importan-
te lugar en nuestra Biblioteca Digital de Clásicos Cubanos: Tomás
Romay y Chacón (1764-1849). Sus escritos resultan un verdadero para-
digma para el conocimiento del desarrollo de las ciencias en un país
tropical, donde no siempre funcionaban los mismos mecanismos, amén
de la naturaleza diferente, que en Europa. Personalidad que se alzó en
el período de la última década dieciochesca y los primeros 30 años del
XIX , profesor activo y médico en ejercicio, el estudio que se agrupa en
sus obras refleja los empeños por él ejecutados en el grupo aristocráti-
co criollo promovedor de la vigorosa reforma institucional, cultural y
científica que se conformaba por entonces en la Isla.

No puede estudiarse la evolución de las ideas en Cuba, sin conocerse


las ideas historiográficas. Tal razón hace que la colección Biblioteca de
Clásicos Cubanos incluya en su proyecto la edición de obras medulares
de nuestros primeros historiadores. En dos grupos y en orden
cronológico, los autores seleccionados y sus obras ponen de manifiesto
diferencias de métodos, contenidos y, sobre todo, de sus concepciones
historiográficas, pero ofreciéndonos el valor propio e independiente de
cada uno de ellos. Los historiadores del siglo XVIII lo conforman, en sus
cuatro volúmenes, los escritos de Pedro Agustín Morell de Santa Cruz
(1694-1768), José Martín Félix de Arrate (1697-1766) y José Ignacio de
Urrutia y Montoya (1735-1790); mientras, los historiadores del siglo XIX
están representados con tres volúmenes correspondientes a Antonio José
Valdés (1780-18?) y Pedro José Guiteras (1814-1890). Con este relevante
conjunto podemos seguir la evolución del pensamiento historiográfico
cubano y, lo más importante, establecerse un correlato entre esa evolu-
ción y el de la historiografía universal. Ellos crearon una de las bases
más sólidas para convertir el sentimiento indefinido del criollo, en racio-
nalidad explicativa de un ser nuevo; punto de partida de la cultura y la
nacionalidad cubanas.

Este empeño editorial de Ediciones Imagen Contemporánea de la Casa


de Altos Estudios Don Fernando Ortiz con su colección digital de la Biblio-
teca de Clásicos Cubanos, es procurar una versión electrónica que permi-
ta el acceso a textos, de manera libre y rápida, de todo investigador intere-
sado en trabajar con estos soportes y realizar búsquedas complejas, las
cuales le permitan, por ejemplo, establecer comparaciones temáticas, va-
loradas por diversos autores en el tiempo.
Contribuir a la democratización de la cultura, conservar y poner a la
disposición de un amplio círculo de lectores, especializados o no, de tan
significativa producción intelectual cubana decimonónica, constituye el
compromiso mayor de quienes trabajamos en estos propósitos de facilitar,
para el quehacer académico, la investigación y la pedagogía históricas.

Eduardo Torres-Cuevas
Director
Biblioteca Digital de Clásicos Cubanos

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