Genero y Cuerpo en Los Ninos Tontos de A PDF
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La colección Punto de encuentro, de la Cátedra En el presente volumen se conjugan perspectivas teóricas, creado- Bajo la coordinación de Eva Álvarez Ramos
Miguel Delibes, es un proyecto editorial que se ras y didácticas con la intención de aproximarnos al microrrelato y María Martínez Deyros, el presente volu-
propone ofrecer a los lectores —en forma de anto-
desde una perspectiva global. Era necesaria una edición que aunara men pretende hacer un breve repaso del
logías o de amplias selecciones de textos— el re-
M Í N I M A S
diferentes visiones en torno al llamativo mundo del microgénero panorama del microrrelato en la literatura
Edición de
Eva ÁlvarEz ramos y maría martínEz DEyros
ROAS, David (ed.). Poéticas del microrrelato. Madrid: Arco Libros, 2010.
—. «Pragmática del microrrelato. El lector ante la hiperbrevedad». Ed. Ana Calvo
Revilla y Javier de Navascués. Las fronteras del microrrelato. Teoría y crítica
del microrrelato español e hispanoamericano. Madrid: Iberoamericana/Ver- GÉNERO Y CUERPO EN LOS NIÑOS TONTOS
vuert, 2012. 53-63. DE ANA MARÍA MATUTE
RÓDENAS DE MOYA, Domingo. «Consideraciones sobre la estética de lo mínimo». Ed.
David Roas. Poéticas del microrrelato. Madrid: Arco Libros, 2010. 181-208.
SUSANA BARDAVÍO ESTEVAN
—. «Contar callando y otras leyes del microrrelato». El microrrelato en España:
Universidad de Valladolid
tradición y presente. Ínsula 741 (2008): 6-9.
RUIZ DE LA CIERVA, M.ª del Carmen. «El proceso de intensionalización en el cuento
actual». Eds. José Romera Castillo, José, y Francisco Gutiérrez Carbajo. El Los niños tontos de Ana María Matute, publicado en 1956, se compone
cuento en la década de los noventa. Madrid: Visor, 2002. 589-599.
de 21 microrrelatos protagonizados por niños cuyas particularidades los
SÁNCHEZ VILLANDANGOS, Nuria. «Lo fantástico frente a lo real y lo grotesco en los
condenan a la incomprensión o marginación social. La propia autora de-
cuentos de Patricia Esteban Erlés». Tropelías. Revista de Teoría de la Litera-
tura y Literatura Comparada, 23 (2015): 477-485. claró muchos años después que esta obra era: «una muestra de mi preocu-
VALLS, Fernando. Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español. pación por los abusos que se cometen con la infancia» (Redondo 18). El
Madrid: Páginas de Espuma, 2008. calificativo de tontos alude entonces a ese desprecio que sufren los niños
—. «El microrrelato como género literario». Eds. Ette, Omar; Fernando Valls et por parte de los otros. En contraste con el apelativo del título, los relatos
alii MicroBerlín. De minificciones y microrrelatos. Madrid: Iberoamericana/ nos sumergen mediante un lenguaje cargado de lirismo en la inquietante
Vervuert, 2015. 21-49. y perturbadora belleza de las mentes infantiles, siempre en conflicto con
la insolidaridad del mundo exterior. Una buena parte de la crítica (Birner;
LIBROS DE MICRORRELATOS Hernández; Nieto; Valls) ha entendido así la obra, incluyendo a Antonio
Vilanova, autor de una de las primeras reseñas dedicadas a la colección1.
ALONSO ARANZÁBAL, Beatriz. La vida es una palabra muy corta. Granada: Nazarí, El crítico catalán incidió además en un aspecto clave en el que no suele
2014. profundizarse: la conexión de los relatos con sus circunstancias materiales:
ALONSO, Rosana; Espada, Manuel (eds.). De antología. La logia del microrrelato.
«la narración, pese a su tono poemático, no pierde nunca su enfoque obje-
Madrid: Talentura, 2013.
tivo de los hechos, y el mundo de las imágenes y de los símbolos, entrevis-
APARICIO, Juan Pedro; (Fernando Vicente (ilust.). London Calling. Madrid: Páginas
de Espuma, 2015.
tos por la mente infantil de los protagonistas, no es más que la apariencia
BRUNO, Pep; Goyo RODRÍGUEZ (ilust.) Cuentos mínimos. Madrid: Anaya, 2015. ilusoria de una realidad cruel e inexorable» (305).
ESPADA, Manu. Personajes secundarios. Palencia: Menoscuarto, 2015. Lo que planteo en este artículo es precisamente un análisis de Los niños
ESTEBAN ERLÉS, Patricia; Sara MORANTE (ilust.). Casa de muñecas. Madrid: Páginas tontos a la luz de ese entorno hostil de 1956 del que habla Vilanova. Propon-
de Espuma, 2012. go una lectura de los microrrelatos partiendo de la biopolítica franquista,
MUÑOZ RENGEL, Juan Jacinto. El libro de los pequeños milagros. Madrid: Páginas los preceptos oficiales sobre el cuerpo, lo que permite interpretarlos como
de Espuma, 2013.
TERUEL CÁCERES, Iván; Mercé RIBA (ilust.). El oscuro relieve del tiempo. Figueras:
1
La reseña de Antonio Vilanova se publicó en la revista Destino el 8 de junio de 1957,
Cal.ligraf, 2015.
posteriormente se ha recogido en un volumen junto con otros artículos del autor en la misma
publicación (Vilanova).
170 GÉNERO Y CUERPO EN LOS NIÑOS TONTOS DE ANA MARÍA MATUTE SUSANA BARDAVÍO ESTEVAN 171
representaciones líricas de la trágica realidad de los niños de la posguerra en en diferentes mecanismos disciplinarios, es decir, instituciones (colegio,
España. Vista así, y pese su aparente lirismo, esta obra se inserta en la lite- iglesia…), o estructuras sociales, como la propia familia, para llegar hasta
ratura realista de los cincuenta, caracterizada, de acuerdo con Jordi Gracia, los individuos particulares y lograr así la autorregulación de los sujetos.
por su «significación política global de resistencia», cuya fuerza contesta- Inculcar esos modos de autocontrol resultaba especialmente productivo
taria se apoyaba en la «pureza mítica de la inocencia» y cuya inspiración cuando se actuaba con niños. A estos no se les permitía ser simplemente
radicaba en «la infancia, la vulnerabilidad, [y] el desaliento de la soledad» niños, sino que debían comportarse de una determinada manera de acuerdo
(322). Asimismo, esta lectura de Los niños tontos la convierte en una pieza a los valores del nacional-catolicismo, y esa forma de ser afectaba al com-
en perfecta consonancia con la producción de la propia Matute durante esos portamiento, al pensamiento y al físico.
años, cuya poética pero incisiva obra narrativa nunca dejaba indiferente a Los tres relatos en los que me voy a centrar para ejemplificar este aná-
la censura2. Tal vez por este motivo, y especialmente si se conecta con el lisis, «La niña fea», «Polvo de carbón» y «La niña que no estaba en nin-
sentido de denuncia social que propongo para la obra, la autora se decantó guna parte», son los únicos del conjunto de la obra cuyas protagonistas
por un género como el microrrelato, tan novedoso en aquella época. son niñas. Esto me permite añadir un último ingrediente en relación con la
La biopolítica consiste en la regulación de la vida, de los procesos vita- biopolítica franquista, la cuestión del género. Si hubo dos «cuerpos socia-
les y de los cuerpos, desde el poder. El término surge a partir de la concep- les» que trataron de controlarse desde el poder durante la dictadura fueron
ción del conjunto de la población como cuerpo social que, como tal, posee precisamente los niños y las mujeres.
su funcionamiento intrínseco, sus propios procesos vitales. La prioridad La primera frase de «La niña fea» ya nos sitúa ante el problema al que
de los gobiernos debe ser mantener la salud y el buen funcionamiento de se enfrenta la protagonista: «La niña tenía la cara oscura y los ojos como
ese cuerpo. Pero, de acuerdo con Michel Foucault, la biopolítica no debe endrinas» (223). Como se descubre a continuación, la niña del cuento sufre
entenderse como una mera imposición del poder sobre la sociedad. Por el la discriminación de sus compañeras por tener la «cara oscura». Sabemos
contrario, la política parte de las propias dinámicas sociales para establecer que ese es el motivo de su marginación, no sólo por haberse destacado
las regulaciones pertinentes (Lemke 44-47). Es importante tener en cuenta narrativamente, sino porque los demás rasgos escogidos para completar el
esta interrelación para comprender también el éxito, el fracaso y la propia retrato no la diferenciarían de cualquier otra niña, según los parámetros de
formalización discursiva de muchas de las regulaciones particulares que «normalidad» de la época: «La niña llevaba el pelo partido en dos mecho-
se llevan a cabo desde los gobiernos, y en este caso particular, durante los nes, trenzados a cada lado de la cara. Todos los días iba a la escuela, con
primeros años del régimen de Franco. su cuaderno lleno de letras y la manzana brillante de la merienda. Pero las
La biopolítica franquista se apoyaba en leyes, normas, pero también niñas de la escuela le decían: ‘Niña fea’.» (223).
El racismo está profundamente ligado al nacimiento de la biopolítica.
2
Recordemos que Los niños tontos fue precedida por Fiesta al Noroeste (1953), Luciérnagas (en Si el gobierno debe garantizar la salud del cuerpo social, este deberá tratar
1953 la censura impidió su publicación, de modo que Matute la transformó cambiándole incluso el
de eliminar aquellos elementos que la puedan hacer enfermar o la debiliten.
nombre a En esta tierra, que vio la luz en 1955; posteriormente, la autora renegó de esta versión;
la original se publicó de manera íntegra y revisada en 1993) y Pequeño teatro (1954), y continuada De esta concepción surgieron las teorías sobre la eugenesia, de las que el
por El tiempo y Los hijos muertos; en todas estas obras la guerra y sus consecuencias, así como la bando franquista comenzaría a hacerse eco durante la guerra civil gracias a
infancia, constituyen las claves temáticas. Por tanto, Los niños tontos leída a la luz de la biopolítica la labor del que se convirtió en el psiquiatra más destacado del franquismo,
franquista encaja muy bien en las inquietudes de la autora de aquellos años, diferenciándose del
Antonio Vallejo Nájera. Este, pese a ser heredero de las «doctrinas alema-
resto simplemente por el molde genérico. Respecto a la difícil catalogación de Ana María Matute
en el conjunto de la producción literaria de los cincuenta véase el estado de la cuestión ofrecido nas de la higiene racial», entendía la raza como una «comunidad espiri-
por Kojouharova. tual», la de la hispanidad (Cayuela 134), que no estaba asociaba a
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un grupo biológico humano, sino a una sociedad —la sociedad de la época de que los niños fueran educados en las ideas de esos ‘padres degenerados’ se
la caballeria—, a un grupo social —la aristocracia- y a una forma de gobierno optó por la segregación. De acuerdo con los valores católicos, las teorías
fundamentada en la disciplina militar y depositaria de unas supuestas virtudes eugenésicas que defendían la mejora de la raza a través del exterminio de los
patrióticas destruidas por el sentido plebeyo de la burguesía y las clases bajas
individuos degenerados resultaban inaceptables. Por ello se prefirió separar a
(Vinyes, Armengou y Belis 36).
los hijos de sus familias. En muchísimos casos, se los internaba en diferentes
En palabras del propio Vallejo-Nájera: «En la raza ibérica no existe instituciones dependientes del Auxilio Social, pero no solo a los huérfanos,
unidad en el biotipo […] no debemos dar importancia ni al ángulo facial ni sino a los hijos de padres encarcelados, de presas que dieron a luz en prisio-
al color de la piel» (citado en Cayuela 135). Sin embargo, esto no significa- nes o que entraron con bebés lactantes. En estos centros se hacían cargo de su
ba que el racismo sustentado en cuestiones físicas no se promoviera desde educación para regenerarlos, y en muchas ocasiones se los daba ilegalmente
el discurso oficial. La diferencia es que solía focalizarse en el extranjero, en adopción (Vinyes, Armengou y Belis 55-71).
el de fuera, para mostrar su inferioridad frente a la raza española3. La vi- En «La niña fea» no se menciona a ningún adulto responsable de la
sión «espiritual» de la raza abanderada por el psiquiatra oficial del régimen pequeña. Sin embargo, dada la naturaleza elíptica del microrretalo, nuestra
permitía, en cambio, clasificar como degenerados a los de dentro, a los niña morena, que va limpia, peinada y tiene comida, bien podría entenderse
causantes de la debilitación de la raza, especialmente durante la república, como una de esas huérfanas reales o impuestas, porque ante su soledad ella
y cuyo máximo exponente eran los marxistas. Para restaurar la raza espa- no recurre a la familia, la madre o el padre. Su único refugio es la natu-
ñola, Vallejo-Nájera apostaba por inculcar los valores que la caracterizaban raleza: «La niña fea se comía la manzana, mirándolas desde lejos, desde
(religión, patriotismo, hidalguía, nobleza). Es decir, consideraba necesa- las acacias, junto a los rosales silvestres, las abejas de oro, las hormigas
rio reorientar la sociedad, que pronto asumiría su ‘esencia’ y gracias a su malignas y la tierra caliente de sol. Allí nadie le decía: ‘Vete’» (223). La na-
propio deseo de «autoperfeccionamiento» lograría regenerar la sociedad turaleza se representa cálida, naturalmente bella y acogedora. Frente a esa
completa (Cayuela 135). madre naturaleza buena, la sociedad no acepta a la niña, no tolera su ser, la
La tarea de re-formación resultaba especialmente eficaz entre los ni- rechaza, la margina, porque no se ajusta a la construcción, a los parámetros
ños, insertos como estaban en el sistema educativo franquista. En el cuen- de lo considerado aceptable. Itziar López Guil ha señalado esta oposición
to, observamos esa labor de autorregulación de la sociedad, puesto que son entre lo natural y lo artificial (339), contraste irreconciliable cuya única
las otras niñas las que marginan a la protagonista: «no le daban la mano, salida posible es la muerte de la niña, enunciada en el relato mediante la
voz de la madre tierra que reclama a su criatura: «Un día la tierra le dijo:
ni se querían poner a su lado, ni en la rueda ni en la comba: ‘Tu vete, niña
‘Tú tienes mi color’» (223).
fea’» (223).
A la muerte le sucede el ritual funerario, que consiste en el adorno del
Para promover estas ideas no solo se trabajó en la educación infantil,
cuerpo de la niña muerta: «A la niña le pusieron flores de espino en la ca-
sino que se actuó en el propio entorno familiar. Como ya se ha indicado, se-
beza, flores de trapo y de papel rizado en la boca, cintas azules y moradas
gún las ideas de Vallejo Nájera y su concepción de raza, el principal elemento
en las muñecas. Era muy tarde, y todos dijeron: ‘Qué bonita es’» (223). El
debilitador de la sociedad no era otro que el «fanático marxista». Los fusi-
acto transfigura artificialmente el cuerpo de la niña acomodándolo por fin a
lamientos, el exilio y la cárcel eliminaron una buena parte de este «peligro»
los valores sociales, de ahí que ahora la llamen bonita. Esta muerte puede
social, pero quedaban las mujeres y los hijos de estos individuos. Para evitar
entenderse entonces como un triunfo de la biopolítica del régimen, pues-
3
El discurso racista de Falange ha sido estudiado dentro de un contexto cultural por Iván Iglesias to que constituye un acto de autorregeneración social. Ha sido la propia
(2013), particularmente en relación con la caracterización del jazz como música negra, lo que sociedad quien, a través de sus prácticas —desprecio, marginación—, ha
equivaldría a decir degenerada al menos durante los primeros años del franquismo.
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logrado eliminar aquello que considera nocivo. Y el colmo de la perversión viviendas de los carboneros. Como describe el relato, el ambiente de esas
radica en que transforman la destrucción en algo positivo, hermoso. casas/comercio era absolutamente insalubre:
Sin embargo, el relato no termina así. Frente a lo artificioso del acto
social aparentemente exitoso, será la naturaleza la que salga triunfante: La niña de la carbonería tenía polvo negro en la frente, en las manos y dentro
«ella se fue a su color caliente, al aroma escondido, al dulce escondite de la boca. Sacaba la lengua al trozo de espejo que colgó en el pestillo de la
ventana, se miraba el paladar, y le parecía una capillita ahumada. [….] Todo el
donde se juega con las sombras alargadas de los árboles, flores no nacidas
cielo y toda la tierra estaban llenos, embadurnados del polvo negro que se filtra
y semillas de girasol» (223). La niña acaba integrada en la naturaleza, en por debajo de las puertas, por los resquicios de las ventanas, mata a los pájaros
«su color», el lugar que le permite ser como naturalmente es. Esta ima- y entra en las bocas tontas que se abren como capillitas ahumadas (225).
gen, en la que la tierra se describe como «dulce escondite», «caliente» y
seguro, donde están las «flores no nacidas», es asociable al útero materno, La niña de la carbonería, como el ambiente en el que vive, está impreg-
ese del que arrebataron a la niña, alejándola de la madre, para arrojarla a nada de carbón por fuera, pero también por dentro. Esa «boca tonta» por la
un mundo que la rechaza por su condición natural. La muerte constituye que entra el polvo de carbón implica que sus pulmones están llenos de él.
entonces la única forma de salvación para la niña, dado que su entorno La niña de la carbonería está intoxicada, enferma, por vivir en esas condi-
nunca la aceptaría. ciones. Solo el agua le proporciona alivio, agua que purifica el exterior y
Cabe decir que las disgregaciones familiares a las que me he referido, apacigua el interior: «La niña de la carbonería abría el grifo del agua los días
y la consecuente inserción de niños en las instituciones dependientes del que entraba el sol, para que el agua brillara, para que el agua se triplicase en
Auxilio Social formaban parte de una de las mayores acciones biopolíti- la piedra y el espejo» (225). El sol cálido, paternal, parece infundir vida a
cas del franquismo: la protección de la infancia (Cenarro). Esta iniciativa través del agua. Sin embargo, esa purificación no es suficiente para limpiar,
no resultaría llamativa si no fuera porque respondía a motivos claramente para sanar el cuerpo de la niña enferma, que, una vez más, se encuentra sola,
ideológicos (Cayuela 100), la legitimación del régimen mediante la difu- sin familia, dado que no se menciona a nadie, salvo a otros carboneros con
sión de un proyecto: construir una «España Imperial». Esa concepción de las caras tan negras como la de ella. Finalmente, una noche la niña muere,
España requería una población fuerte y numerosa; en concreto, se aspiraba pero esa muerte se presenta nuevamente como la salvación de la niña:
a alcanzar los 40 millones de habitantes, cifra repetida incansablemente
durante el primer franquismo (Cayuela 107). Las medidas adoptadas en re- Una noche, la niña de la carbonería despertó porque oyó a la luna rozando la
lación con la infancia pretendían fomentar la natalidad y, asimismo, evitar ventana. Saltó precipitadamente del colchón y fue a la pila, donde a menudo
la gran mortalidad infantil (Cayuela 99). Para ello se hicieron campañas de se reflejaban las caras negras de los carboneros. […] La niña de la carbonería
educación sanitaria, especialmente dirigidas a las mujeres (madres o futu- miró a la luna con gran envidia. «Si yo pudiera meter las manos en la luna»,
pensó. «Si yo pudiera lavarme la cara con la luna, y los dientes, y los ojos». La
ras madres), y se crearon diversos centros de acogida para niños.
niña abrió el grifo, y, a medida que el agua subía, la luna bajaba, bajaba, hasta
Sin embargo, estas aspiraciones ideológicas no iban acompañadas de
chapuzarse dentro. Entonces la niña la imitó. Estrechamente abrazada a la luna,
acciones materiales destinadas a mejorar el estado de penuria en el que la madrugada vio a la niña en el fondo de la tina (225).
subsistía una buena parte de la población, y que generaba la propagación de
enfermedades provocadas por desnutrición y falta de higiene (Cayuela 99). Aquí también se recurre a una oposición4: el negro y sucio carbón
Esa es la triste realidad del microrrelato titulado «Polvo de carbón». La frente a la radiante y blanca luna. Paradójicamente, la vida está asociada
protagonista del mismo es una niña que vive en una carbonería. Los esta-
blecimientos donde se vendía el carbón solían estar situados en las mismas 4
López Guil también ha señalado esta oposición (339), y considera que lo contestatario radica
en asociar la oscuridad a la vida y la luz a la muerte. Sin embargo, no llega a indicar que con esa
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a la oscuridad, a ese color negro que todo lo envuelve, incluso el cuerpo, y el presente del relato es mucho mayor de lo esperado, puesto que la que
y que simboliza la pobreza, la soledad, la enfermedad. La muerte, por el habita ese dormitorio ya no es una niña, sino una anciana:
contrario, se asocia a la luz, a la felicidad, incluso al renacer. De hecho,
también en esta ocasión el pasaje puede leerse como una fantasía uterina. La muñeca, los zapatos, eran de la niña. Pero en aquella habitación no se la veía.
No estaba en el espejo, sobre la cómoda. Ni en la cara amarilla y arrugada, que
La luna, símbolo de la feminidad, representa toda la belleza, la bondad, la
se miraba la lengua y se ponía bigudíes en la cabeza. La niña de aquella habita-
madre que va a recoger a su niña («la luna rozando la ventana»). La niña ción no había muerto, mas no estaba en ninguna parte (239).
desea meterse en la luna, sumergirse en ella, es decir, volver a ese útero
materno donde no había sufrimiento; y la niña acaba abrazada a la luna, la Suele afirmarse que este relato representa el paso del tiempo y la pro-
madre, dentro de la tina repleta de agua, símbolo del vientre materno. gresiva erosión de lo que fuimos, de ese niño o niña que conforme se crece
En este sentido, como ya vimos en «La niña fea», y como se repite en se abandona y que, para Matute, constituía el ser más pleno. Sin embargo,
otros cuentos de la colección, la muerte, frente a una vida insostenible, se cabe interpretarlo de otro modo si lo leemos atendiendo a la biopolítica
presenta como la única salida para volver a ser verdaderos niños. «Polvo franquista. Este cuento es el único de la colección que tiene por protagonis-
de carbón», por tanto, puede entenderse como una denuncia de la situación ta a un adulto y no a un niño, y se trata específicamente de una mujer. Esta
en la que vivían muchos niños y niñas durante la posguerra, poniendo de particularidad no debe ser pasada por alto. De hecho, creo que un relato así
manifiesto el fracaso de la biopolítica franquista. resultaría prácticamente inconcebible en 1956 en caso de estar protagoni-
Si «La niña fea» y «Polvo de carbón» nos enfrentan con la realidad de zado por un hombre.
los niños de orígenes familiares o sociales desfavorecidos, «La niña que Como ha indicado Aurora Morcillo, el régimen avaló un tipo concreto
no estaba en ninguna parte» nos sitúa ante un marco socio-económico muy de mujer: el «ideal católico femenino». Este modelo trató de imponerse
diferente. Una simple lectura de la descripción del dormitorio nos permite tras la victoria de 1939 con la ayuda de la Iglesia Católica, encargada de la
apreciarlo: educación infantil y juvenil, y la Sección Femenina de Falange. De acuer-
do a los preceptos de la Iglesia y a las propias ideas del régimen, la mujer
Dentro del armario olía a alcanfor, a flores aplastadas, como ceniza en lami- debía tener como máxima aspiración la de ser madre y buena esposa, y en
nillas. A ropa blanca y fría de invierno. Dentro del armario una caja guardaba este sentido la función única del cuerpo femenino era el de la reproducción
zapatitos rojos, con borla, de una niña. Al lado, entre papel de seda y naftalina, («El ideal…»)5. Difundir esa idea era crucial para el franquismo, dado
estaba la muñeca, grandota, con mofletes abultados y duros, que no se podían que veía en las madres el pilar del que dependía el triunfo de la raza: criar
besar (239). muchos hijos sanos y educarlos según los valores nacional-católicos. Así,
las campañas destinadas a «proteger la infancia» que he mencionado ante-
La dueña de este cuarto no solo tiene ropa y zapatos con borla, incluso riormente se dirigían, en su mayoría, a las mujeres-madres, para enseñarles
tiene una muñeca grandota. Es decir, aparentemente esta niña tiene las con- el buen cuidado de los niños y fomentar la natalidad.
diciones materiales necesarias para poder actuar como una niña «normal». A las niñas se las educaba, entonces, para el matrimonio y la mater-
Sin embargo, el alcanfor, la naftalina, nos permiten intuir que esos zapatos nidad, siempre supeditadas a un marido a quien servirían con devoción.
y esa muñeca llevan tiempo guardados en el armario. El lector descubre in-
mediatamente que el tiempo transcurrido entre el presente de esos objetos 5
Pensemos que el primer precepto que se inculcaba a las niñas era el de salvaguardar su
virginidad, puesto que en la castidad, en su integridad física y moral residía su valía; tanto es así,
asociación lo que se invierte es precisamente el propio sentido de vida y muerte, ya que en el relato que incluso tras el matrimonio se debía mantener esa castidad espiritual, esto es, el cuerpo, el sexo,
la vida es muerte y la muerte es vida. se destinaba a la reproducción (Morcillo, «El ideal…» 76).
178 GÉNERO Y CUERPO EN LOS NIÑOS TONTOS DE ANA MARÍA MATUTE SUSANA BARDAVÍO ESTEVAN 179
De este modo, cuando la niña crecía pasaba de la tutela del padre a la cual»; «El niño de los hornos»; «El mar»). Entendida así, esta colección
del esposo. Para que esta cadena de sumisión se cumpliera más allá del de cuentos ataca muy duramente la política franquista, apuntando, además,
autocontrol fomentado desde las instituciones, se promulgaron leyes espe- hacia la infancia, una dirección especialmente sensible, primero porque,
cíficas que regulaban la vida de la mujer, de tal manera que estas carecían como ya he señalado, formó parte de la propaganda franquista para legiti-
prácticamente de toda libertad fuera del control del hombre (Morcillo, «El mar el régimen ante la ciudadanía; y segundo, por resultar particularmente
ideal…»; En cuerpo…, 123-138). conmovedora para cualquier lector.
Volvamos ahora al cuento, a la habitación de esa «niña que no había En este sentido, la selección de un género como el microrrelato resulta
muerto pero que no estaba en ninguna parte». La mujer que habita ese especialmente significativa. Debe tenerse en cuenta que en 1956 estas na-
cuarto se encuentra encerrada en ese espacio infantil, y, en buena medida, rraciones brevísimas eran poco comunes, tanto que la crítica de la época
sigue siendo una niña, de ahí que se la represente poniéndose «bigudíes». las identificó con poemas en prosa. En todo caso, la singularidad formal de
La anciana de nuestro cuento no ha salido de ese dormitorio porque no ha los textos no pasó desapercibida e hizo que ya se cuestionara entonces su
podido, se ha visto obligada a permanecer ahí hasta convertirse en una niña adscripción genérica. Vilanova afirmaba:
vieja. Los objetos que la rodean indican que le enseñaron a ser femenina,
con sus zapatos y bigudíes, y a ser madre, con la muñeca, que se describe dado el carácter esencialmente narrativo de esos relatos poemáticos o narracio-
mediante esos «ojos redondos, fijos, de vidrio azul», ojos inertes, y ‘mo- nes líricas, en los cuales la autora ha condensado una serie de historias breves
fletes que no se pueden besar’, porque no son los de un bebé. La niña vieja y minúsculos dramas que hubiera podido desarrollar en forma de cuento, es
preciso advertir que, a pesar de su altísima calidad poética, sólo en parte pueden
no pudo cambiar la muñeca por un hijo de carne, es decir, no se pudo con-
ser considerados como auténticos poemas en prosa […] Por todo ello, […] pue-
vertir en mujer según los ideales del régimen, no logró alcanzar la madurez den considerarse tanto como poemas en prosa de tono lírico y forma narrativa,
corporal femenina y, por tanto, abandonar su condición de niña. Es decir, rigurosamente objetiva, como ver en ellos verdaderos cuentos (304).
esta niña-mujer no madre carece de identidad, de modo que «no está en
ninguna parte»6. Estas palabras no difieren en exceso del debate que podría establecerse
Los 18 microrrelatos restantes recogidos en Los niños tontos pueden hoy en relación con el género de Los niños tontos, si bien la mayoría de la
leerse también desde las claves de la biopolítica franquista, aunque aquí no crítica (Nieto; Hernández; Valls) se decanta por considerarlos microrrelatos,
me detenga a analizarlos. En ellos se denuncia, por una parte, la imposi- precisamente por su «sustancia narrativa» (Andres-Suárez, «El microrrela-
bilidad de comportarse como un verdadero niño dentro de los valores del to» 24) que los diferencia del poema en prosa (Andres-Suárez, «Notas…»
régimen («El escaparate de la pastelería»; «El otro niño»; «El tiovivo»; «El 73; Ródenas de Moya 74). Además, el conjunto de los textos de la colección
niño que no sabía jugar»; «El niño del cazador»; «La sed y el niño»; «El comparte los rasgos característicos del género propuestos por Irene Andres-
niño al que se le murió el amigo»; «El jorobado»), y por otra, la incom- Suárez: junto a la ya mencionada progresión dramática, se desarrollan en
prensión y marginación, en ocasiones hasta la muerte, del diferente, del un espacio y tiempo no concretos, se caracterizan por su naturaleza elíptica,
enfermo, del «inferior» («El niño que era amigo del demonio»; «El negrito por el lenguaje connotativo y conciso, y por una voz narrativa que transmite
de los ojos azules»; «El año que no llegó»; «El hijo de la lavandera»; «El con la intensidad requerida («El microrrelato…» 23-26).
niño que encontró un violín en el granero»; «El árbol»; «El corderito pas- Por otra parte, Los niños tontos constituyeron también una particulari-
6
dad genérica dentro de la propia trayectoria de Ana María Matute. Hasta su
No debe pasarse por alto que en la segunda mitad de los años cincuenta comienza a presionarse
desde diferentes sectores de la sociedad para promover una ampliación de los derechos de la mujer publicación, solo había publicado novelas (aunque en Fiesta al Noroeste
(Morcillo, En cuerpo… 361-62). se incluyeron dos cuentos), y tras esta colección no volvió a cultivar este
180 GÉNERO Y CUERPO EN LOS NIÑOS TONTOS DE ANA MARÍA MATUTE SUSANA BARDAVÍO ESTEVAN 181
tipo de relatos. Se trataba, por tanto, de un género extraño que, sin embar- caiga en manos de ellos produciéndoles un daño tremendo. A los niños hay que
go, permitía contar mucho sin tener que recurrir a la narración extensa y tratarlos con más respeto7.
pormenorizada de la novela y el cuento. Como indica Ródenas de Moya, en
En estas palabras puede observarse la incidencia de la biopolítica del
el microrrelato «lo que se silencia, lo que se sugiere o presupone, […] tiene
régimen manifiesta en esa obsesión por la protección intelectual de los ni-
un peso mayor que lo que se dice o se muestra» (76). Esta naturaleza tan
ños. No es de extrañar, puesto que Isabel Niño fue la fundadora del Gabi-
peculiar lo convertía en un buen recurso para esquivar la censura, siempre
nete de lectura «Sta. Teresa de Jesús», perteneciente al Consejo Superior de
estricta con las obras de Ana María Matute.
Mujeres de Acción Católica, y elaboró, junto con otras, el Catálogo crítico
La autora se vio obligada a realizar abundantes rectificaciones desde de libros para niños (Moreno 160). No obstante, pese a escudarse en la
sus primeras novelas. Pero fue en 1953 cuando le prohibieron la publica- protección infantil, sus palabras revelan que entiende la colección como
ción de Luciérnagas. Por esas fechas, Matute ya debía estar trabajando en un libro para adultos: «no podría evitarse el que caiga en manos de ellos».
el proyecto de Los niños tontos, puesto que pocos meses antes del revés, A pesar de esta condena, el libro fue autorizado posteriormente por
había publicado «Tres historias de niños tontos» en la revista Índice de otro censor, Francisco Aguirre. El sacerdote, mediado por la naturaleza
artes y letras (mayo de 1953). Se trataba de tres microrrelatos, dos de ellos elíptica del microrrelato y el informe de Isabel Niño, se concentró sólo
recogidos posteriormente en la colección con ligeras modificaciones, «El en el supuesto destinatario de los cuentos, escribiendo en el mismo expe-
niño de los ojos azules» y «El niño que encontró un violín en el granero», diente: «poemas que, aunque tratan de niños, no son para niños; creo que
y un tercero, «El otro niño tonto», que no incorporó. Vilanova, además, se puede permitir su publicación». Finalmente, el peso de la firma de un
lamentaba en 1957 el retraso que había sufrido la publicación del libro, censor fijo, como el padre Aguirre (Rojas 53), debió pesar más, y la obra se
que al parecer ya había sido anunciado en 1953 como casi concluido (302). publicó íntegra y de manera inmediata.
Cabría entonces preguntarse por qué Matute tardó tres años en terminar y En resumen, la lectura de Los niños tontos a la luz de la biopolítica fra-
publicar la obra. Una hipótesis razonable sería pensar que pudo considerar quista permite leerlos como una denuncia de mayor calado que la sostenida
arriesgado intentar sacar a la luz un libro de temática tan delicada, habien- habitualmente. Asimismo, ofrece una posible explicación a la elección del
do transcurrido tan poco tiempo desde la prohibición de su novela. Por otra género del microrrelato, tan novedoso y sorprendente a la altura de 1956.
parte, la aparición sin contratiempos de los tres relatos breves en la revista Y, en definitiva, nos traslada al triste mundo infantil del franquismo, siem-
quizá pudo ser un acicate para convertir el proyecto inicial en una colec- pre maquillado desde un poder que achacaba el fracaso de la regeneración
ción completa de microrrelatos, con los que poder sortear la intransigente de los individuos a las propias personas, dado que el sistema, supuestamen-
censura. te, ya les ofrecía los medios para lograrla. Así, quienes no encajaban en las
costumbres y valores de la raza, como los niños de Matute, merecían la
Lo cierto es que Los niños tontos sí la pasó, ya fuera por fortuna o
consideración de tontos, metáfora de la exclusión eugenésica.
incomprensión. Pocos días después de la solicitud del permiso de publica-
ción, su primera censora, M.ª Isabel Niño, denegaba su autorización:
Poemas en prosa, muy bien escritos; es lástima que en la mayoría de ellos impe-
re el tremendismo aplicado a los niños. Son verdaderas pesadillas, así como los 7
El expediente de censura 5853-56 se encuentra en el Archivo General de la Administración.
dibujos, de muy mal gusto por muy modernistas que quieran ser […] Por todo Además, se ha reproducido parcialmente en La palabra mágica de Ana María Matute (Cañete
lo expuesto este libro es impropio de niños. Si se edita no podría evitarse el que 159-60).
182 GÉNERO Y CUERPO EN LOS NIÑOS TONTOS DE ANA MARÍA MATUTE SUSANA BARDAVÍO ESTEVAN 183
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ÍNDICE
IRENE ANDRES-SUÁREZ
Consideraciones sobre el microrrelato en catalán,
gallego y euskera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
RUBÉN ABELLA
De las cosas pequeñas. Intuiciones sobre la escritura
de microrrelatos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
ANTOLOGÍA
ANTONIO TEJEDOR
La pluma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 269