05la Clave para Experimentar A Cristo Nuestro Espiritu Humano
05la Clave para Experimentar A Cristo Nuestro Espiritu Humano
05la Clave para Experimentar A Cristo Nuestro Espiritu Humano
Witness Lee
Living Stream Ministry
Anaheim, California
"Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad
en El" (Col. 2:6). Recibir a Cristo es sin duda una experiencia maravillosa; no
obstante, es sólo el disfrute inicial de Sus riquezas. Muchos cristianos desean
experimentar a Cristo y aplicarlo en todos los aspectos de su vida. Esperamos
que en este folleto encuentren la ayuda necesaria para experimentar
diariamente a Cristo, quien es nuestra vida (Col. 3:4).
El alma a su vez consta de tres partes. Una de ellas es la parte emotiva (Dt.
14:26; Cnt. 1:7; Mt. 26:38); es en ella que amamos, deseamos, odiamos, y
sentimos gozo o tristeza. Otra parte del alma es la mente (Jos. 23:14; Sal.
139:14; Pr. 19:2). En la mente se hallan los pensamientos, razonamientos,
ideas y conceptos. La tercera parte del alma es la voluntad (Job 7:15; 6:7; 1 Cr.
22:19), con la cual tomamos decisiones. El gozo y la tristeza pertenecen a
nuestra parte emotiva; los razonamientos y pensamos se producen en nuestra
mente; y en la toma de decisiones la voluntad es la que opera. Por
consiguiente, la mente, la voluntad y la parte emotiva son las tres partes que
conforman el alma. Con la mente pensamos, con la voluntad decidimos y con
la parte emotiva expresamos nuestros gustos, disgustos, amor u odio.
¿Cómo podemos entonces tener contacto con Dios? ¿Cuál de nuestros órganos
debemos usar? Primero debemos ver cuál es la sustancia de Dios. En 1
Corintios 15:45, 2 Corintios 3:17, Juan 14:16-20 y 4:24 se nos dice que Dios es
Espíritu. ¿Podemos acaso tener contacto con Dios con nuestro cuerpo físico?
¡No! Ese no es el órgano correcto. ¿Podemos entonces tener contacto con Dios
con el órgano psicológico de nuestra alma? ¡No! pues ése tampoco es el
órgano apropiado. Únicamente por medio de nuestro espíritu podemos tener
contacto con Dios, puesto que Dios es Espíritu. En Juan 4:24 dice: "Dios es
Espíritu; y los que le adoran, en espíritu ... es necesario que adoren". Este es
un versículo sumamente importante. El primer Espíritu mencionado en este
versículo aparece con mayúscula y se refiere al Espíritu divino, a Dios mismo.
El segundo espíritu está escrito con minúscula, porque se refiere a nuestro
espíritu humano. Dios es Espíritu, así que debemos- adorarle en nuestro
espíritu. No podemos adorarlo ni tener contacto con El mediante el cuerpo o el
alma. Puesto que Dios es Espíritu, la única manera en que podemos adorarlo y
tener contacto y comunión con El, es en nuestro espíritu y con nuestro espíritu.
Veamos otro versículo en el cual se mencionan estos dos espíritus. En Juan 3:6
dice: "Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Los creyentes sabemos que
hemos sido regenerados, que hemos nacido de nuevo. Pero, ¿sabemos qué
significa esto? Simplemente quiere decir que nuestro espíritu fue regenerado
por el Espíritu de Dios. La Palabra dice que lo que es nacido del Espíritu (del
Espíritu de Dios) es espíritu (espíritu humano). Este versículo revela en qué
parte de nuestro ser nacemos de nuevo; no es en el cuerpo ni en el alma, sino
en el espíritu. Cuando creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, el
Espíritu de Dios entró a nuestro espíritu. El Espíritu Santo nos vivificó y nos
impartió vida a fin de regenerar nuestro espíritu. En el momento en que
creímos en el Señor Jesús, el Espíritu Santo vino a nosotros juntamente con
Cristo como vida, para vivificar y regenerar nuestro espíritu. A partir de ese
momento El mora en nuestro espíritu (Jn. 4:24; Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17).
Jesucristo vino a esta tierra y vivió como hombre por treinta y tres años y
medio. Luego, fue crucificado por nuestros pecados; El murió, resucitó y llegó a
ser Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 vemos que "el Señor
(Cristo) es el Espíritu". Debemos rebozar de alabanzas por el hecho de que
Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nosotros. Fuimos creados como
vasos o recipientes compuestos de cuerpo, alma y espíritu. Nuestro espíritu
humano es el órgano en el cual Cristo, en calidad de Espíritu vivificante, ha
entrado en nuestro ser. Los versículos anteriores muestran claramente que
ahora Dios mora en nuestro espíritu. Sin embargo, debemos recordar que el
Dios que está en nosotros no es sólo Dios, sino además Jesucristo. Todo lo que
Cristo es, y todo lo que El realizó, logró y obtuvo, está incluido en este Espíritu
vivificante. Ahora este Espíritu ha entrado a nuestro espíritu y se ha mezclado
con él, uniendo-a ambos espíritus en un solo (1 Co. 6:17). Alabemos al Señor,
pues hemos llegado a ser uno con El en nuestro espíritu. Si aprendemos a
volvernos a nuestro espíritu podemos establecer contacto con la Persona de
Cristo. ¡Este es el secreto y ésta es la llave!
¿Se dan cuenta por qué es tan necesario volvernos siempre a nuestro espíritu?
Ya que Cristo mora en nuestro espíritu, si queremos establecer contacto con El,
tenemos que volvernos a nuestro espíritu. Antes de hacer o decir algo, o de ir a
cualquier parte, debemos primero volvernos a nuestro espíritu. Si aprendemos
esta lección, veremos un gran cambio en nuestra vida.
Cristo es el Espíritu divino, nosotros tenemos un espíritu humano, y ambos se
unen como un solo espíritu. ¡Esto es en verdad maravilloso! Por consiguiente,
al volvernos a nuestro espíritu y ejercitarlo, podemos experimentar todo lo que
Cristo es para nosotros. En 1 Timoteo 4:7-8 el apóstol Pablo nos insta a que nos
ejercitemos para la piedad. Algunos hermanos acostumbran hacer ejercicio
diariamente para mantener su cuerpo saludable.
¿Por qué decimos que ejercitarnos para la piedad equivale a ejercitar nuestro
espíritu? Consideremos esto primero desde el punto de vista lógico. Pablo aquí
está hablando de dos clases de ejercicio: uno es el ejercicio de nuestro cuerpo,
¿cuál es el otro? ¿Se refiere acaso al ejercicio de nuestra mente, a una
gimnasia psicológica en nuestra alma? Creo que ya hemos tenido suficiente de
esta clase de ejercicio en la escuela primaria, en la secundaria y en la
universidad. Desde nuestra niñez aprendemos a ejercitar nuestra mente.
Sabemos ejercitar bastante bien esta parte de nuestro ser. Así que, además del
ejercicio de nuestro cuerpo y nuestra mente, ¿qué otra clase de ejercicio
necesitamos? Debemos responder espontáneamente: el ejercicio de nuestro
espíritu.
En los cuatro evangelios -Mateo, Marcos, Lucas y Juan- el Señor Jesús repetidas
veces nos dice que debemos negar nuestro yo y perder el alma, esto es, la vida
anímica (Mt. 16:24-26; Mr. 8:35; Le. 9:23-25; Jn. 12:25). Luego, en las epístolas,
de nuevo nos dice que andemos, vivamos, oremos y hagamos todas las cosas
en el espíritu (Hch. 17:16; Ro. 1:9; Ro. 12:11; 1 Co. 16:18; 1 P. 3:4; Ef. 6:18; Ap.
1:10). Por lo tanto, debemos permanecer siempre en nuestro espíritu.
Cuando una persona ejercita su espíritu, el Espíritu de Dios puede moverse y
fluir libremente en él. Pero esto constituye una verdadera batalla, ya que
Satanás sabe que si todos los creyentes liberamos nuestro espíritu, él será
derrotado. Por consiguiente, el enemigo procura sutilmente oprimir el espíritu
de los santos. Mientras él tenga éxito en esto, estaremos acabados. Así que,
tenemos que pelear esta batalla. Es preciso que aprendamos a ejercitar y
liberar nuestro espíritu en todo momento y en todo lugar. Ya sea en privado o
en público, debemos siempre ejercitar nuestro espíritu.