El Niño Adoptado. Capítulo V y VI

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A pesar de las cicatrices, de las privaciones del pasado y de los vestigios del miedo,

los niños en situación de riesgo pueden aprender a consolarse y a sentirse seguros


en sus familias.
Tenga paciencia y haga todo lo-que pueda para que los niños entiendan que ahora
están seguros y que son bien recibidos en su nuevo hogar.
Las respuestas de miedo automatizadas tardan en remitir, pero, al final, a medida
que el niño crece y se recupera, las situaciones y las circunstancias que antaño eran
amenazantes y aterradoras lo son cada vez menos. Y, al final, ya no tendrá que
controlar tanto su entorno.
No puede acelerar el proceso de curación, pero sí que puede
contribuir a que avance drásticamente, ofreciéndole a su hijo el
regalo de la seguridad percibida.

CAPÍTULO V. El niño adoptado. Purvis


ENSEÑAR VALORES
«¡Te odio! ¡Te odio! ¡Eres una mala madre!», gritó el niño.
«Para», le dijo su madre alzando la mano en señal de «stop».
«Marco, NO puedes hablarme de esa manera.» Se arrodilló para ponerse a la altura
del niño y le cogió de la mano con suavidad.
«Dime qué necesitas, pero dímelo con respeto», dijo la madre.
El niño miró al suelo, ruborizado.
La madre le miró a la cara, intentando establecer contacto visual.
«Marco, deja que te vea los ojos.» Le tocó bajo la barbilla y, con la suavidad de una
pluma, se la levantó. «Deja que te vea los ojos.»
El niño la miró dubitativo.
«Qué ojos tan bonitos», dijo la madre. «Cariño, puedes decir-
me cualquier cosa que necesites. Si crees que me estoy portando
mal, puedes decírmelo. Si estás enfadado conmigo, también puedes decírmelo.
Pero dímelo con respeto. Ahora, dime qué te pasa.»
«No me quiero ir a la cama todavía», admitió Marco.

Respeto
Su hijo debe mostrar respeto en sus palabras y en su conducta, además de emplear
un lenguaje corporal respetuoso, como el contacto visual suave, expresiones
faciales adecuadas y voz apropiada. En nuestro trabajo con niños, mostramos
tolerancia cero con la falta de respeto, sea del tipo que sea, tanto si es falta de
respeto a los objetos, a las emociones, a la propiedad, al cuerpo o al espacio
corporal. Enseñamos a los niños a tratar a la gente y a ellos mismos con respeto.
Este respeto incluye no tocar cosas o a personas sin permiso.
Si un niño de cinco años le lanza un juguete a su amigo en lugar
de dárselo, su madre puede decir: «¡ey!, ¡los juguetes se tratan con respeto! Vamos
a repetirlo, pero esta vez tienes que tratar con respeto a Johnny y a su juguete».
Entonces, se le da la oportunidad de que practique la manera correcta de
hacerlo. Cuando entregue el juguete amablemente, se le elogia: «¡que bien le has
demostrado respeto!».

Si un niño choca deliberadamente con otro, podemos pregun-


tarle: «¿crees que eso es tratar a Maylin con respeto?» y esperar una respuesta
negativa. Entonces, continuamos diciendo: «ahora, vamos a practicar cómo tratar
con respeto a Maylin cuando pasamos por su lado». Cuando hace lo correcto, le
elogiamos diciendo: « ¡qué bien has demostrado respeto!». Y chocamos los cinco.
Los niños aprenden de los adultos, así que es necesario que nos
vean ser respetuosos con las personas y con los objetos. Es responsabilidad de los
padres dar ejemplo. Incluso cuando han de ser firmes, pueden ser respetuosos con
quien sea que estén tratando, ¡especialmente si son sus propios hijos!

Usar palabras
Los niños en situación de riesgo suelen recurrir a las rabietas, a salir corriendo o a
la agresividad para expresar tristeza, miedo o frustración. Emplean la conducta
para comunicar lo que no pueden expresar verbalmente. Aunque debemos intentar
entender la conducta, hay que ayudarles a dejar de actuar de ese modo
animándoles constantemente a que utilicen palabras. Con la práctica y el aliento, el
niño aprenderá a emplear el lenguaje para comunicarse. Recuérdeselo
regularmente con la frase «usa palabras».

Por ejemplo, cuando el niño empiece a golpear la cama y grite, puede preguntarle
qué necesita y cómo se siente. Puede decir: «usa palabras para decirle a mamá qué
necesitas». Si el niño sigue atascado, puede plantearle más preguntas, que
requieran una respuesta de sí o no. Por ejemplo, puede preguntarle si está
enfadado. Los carteles que ilustran emociones también pueden ser una buena
ayuda visual y una herramienta de comunicación efectiva. Cuando el niño asienta,
puede preguntarle con suavidad: «¿por qué te has enfadado? Usa palabras para
explicármelo». Cuando lo logre, aplauda y dígale: «¡vaya! ¡Qué bien has usado las
palabras!».

Los niños bloqueados emocionalmente necesitarán avanzar paso a paso en el uso


de las palabras. Puede aprender a dibujar cómo se siente, decir en qué parte del
cuerpo nota la emoción o incluso escoger un color que exprese la emoción concreta.
A medida que el niño empiece a utilizar palabras para expresarse, a usted le será
más fácil satisfacer sus necesidades. Cuando vea que responde a lo que le
preocupa, su confianza crecerá y podrá avanzar muchísimo.

Los padres también deberían usar palabras


(¡pero pocas!)
Para ahorrar tiempo, es posible que su impulso sea correr y apartar las manos
diminutas de objetos prohibidos. Sin embargo, ha de controlar ese impulso. Ha de
usar palabras en lugar de acciones para reorientar a su hijo, a no ser que se
encuentre en un peligro físico inminente.
En lugar de salir corriendo para coger al niño y apartarle físicamente del entuerto,
deténgale con las palabras. Emplee frases cortas y sencillas y ayúdele a tomar la
decisión correcta. Reoriente verbalmente la intención del niño. Hable con firmeza.
Si ha hecho algo que deba «deshacerse» (por ejemplo, devolver un juguete a la
estantería donde debe estar), pídale que lo haga y espere pacientemente hasta que
lo haya hecho.
Recuerde qué, como es posible que su hijo tenga limitaciones en el procesamiento
del lenguaje, será más efectivo cuanto más breves sean las instrucciones. Además,
al hacer que el niño se enfrente a las consecuencias de sus propios impulsos,
empezará a aprender a autorregularse, otra habilidad fundamental.

Amabilidad y ternura
Muchos niños adoptados en situación de riesgo no saben cómo modular su propia
conducta. No saben distinguir entre un grito o un susurro, entre un golpe o una
caricia, entre una expresión facial desagradable o una sonrisa. Enseñarles y
orientarles a ser amables y tiernos les ayuda a superar estas dificultades. Este guion
empieza por aumentar la conciencia que el niño tiene de sí mismo, lo que le
permitirá autorregularse mejor. También ayuda al niño a mostrar empatía y
respeto por otras criaturas.
Una manera de practicar el guion es dejar que el niño toque a un cachorro de perro.
Antes de permitir que lo toque o que lo coja en brazos, el padre o la madre le
enseña cómo se hace. Se le enseña a acariciarle sin ir a contrapelo, a tocarle con
firmeza pero con ternura y a acunarle.

Consecuencias
Los niños han de aprender el concepto de consecuencia como parte del aprendizaje
de la toma de decisiones adecuadas. Puede hacerse muy fácilmente en el contexto
de la enseñanza de otros valores. Por ejemplo, puede hablar con su hijo sobre las
consecuencias negativas de tratar mal a un cachorro. Pueden hacer una lluvia de
ideas.

Contacto visual
El contacto visual es una manera excelente de conectar con su hijo.
Habituar a los niños a mirar a los ojos aumenta la concentración, el aprendizaje y la
conexión interpersonal. Los niños en situación de riesgo tienden a evitar el contacto
visual por varios motivos: defensa sensorial, depresión profunda, tabúes culturales
o traumas previos que causan temor. No presione a un niño temeroso hacia este
objetivo, pero con la práctica podrá ayudarle a superar el miedo.
Algunas maneras sencillas de fomentar el contacto visual:
• Moverse para que su cara esté en el campo visual del niño.
• Deje de hablar un momento. La pausa le picará la curiosidad o le preocupará y lo
más normal es que le mire.
• Diga algo y pronuncie su nombre en el contexto de una frase.
• Pídale directamente que establezca contacto visual, con frases como «déjame ver
esos ojos tan preciosos»
o «¿a ver esos preciosos ojos verdes?».
• Si se aleja, vuelva a entrar en su campo de visión como si estuviera jugando.

Escuchar y obedecer
Los padres son la autoridad en la familia y los niños han de responder a lo que se
les pide. No debería tener que alzar la voz ni gritar para lograr la cooperación de
su hijo; por el contrario, debería recordarle tranquilamente que «escuche y
obedezca». Cuando el niño coopere, elógiele y recuérdele lo que ha hecho bien.
«Muy bien, has escuchado y has obedecido.»
Puede ayudar al niño a practicar la obediencia en momentos
tranquilos, jugando a juegos como «Simón».
El juego puede modificarse, para que el niño imite conductas
(como «Simón dice “da un paso gigante hacia atrás”» o «Simón dice “da cinco
palmadas”», hable (como «Simón dice “¡cuenta hasta cinco!”») O incluso practique
expresiones faciales (como «Simón dice “imita la cara rara que pone mamá”»).
Permita que su hijo dé una ronda de instrucciones.
Otra manera de reforzar el mensaje de una manera lúdica es un juego que se llama
«¡Para y corre!». El niño corre, anda o incluso va en triciclo (o bicicleta) hasta que le
gritan «¡para!». Cuando lo oye, ha de quedarse congelado hasta que le digan
«¡corre!». Este juego le enseña a responder a una orden verbal incluso cuando está
inmerso en un frenesí de actividad. Elógiele cuando responda con rapidez.

La autoridad o «¿quién manda aquí?»


Cuanto más impredecible y descontrolado fuera el mundo del niño durante sus
primeros meses o años de vida, más controladora suele volverse su conducta a
medida que crece. Por lo tanto, solemos ver a niños de procedencias empobrecidas
que intentan controlar a sus familias adoptivas.
Cuando el niño empieza a mostrarse controlador o intenta asumir el mando en una
situación, hay que recordarle su papel. No hay que negociar ni discutir. Limítese a
decir: «el adulto
es el que manda».
También puede preguntarle «¿quién manda aquí? ¿Mandas tú?».
Cuando reconozca que no, puede decirle: «exactamente. Mandan los padres. No
eres tú el que tiene que decir al resto dé niños lo que pueden hacer o no».
En el fondo, entender que los padres controlan la situación pue-
de ser un gran consuelo para niños que han sido maltratados o descuidados y que
tuvieron que depender de sí mismos demasiado pronto, ya que sus primeros
cuidadores no dieron la talla.

Con permiso y supervisión


Es obvio que los niños no deben salir corriendo a la calle sin vigilancia, ni usar
utensilios de cocina sin supervisión, ni acometer ninguna tarea o actividad
inadecuada para un niño. Para reforzar la idea de que su hijo ha de recurrir a
adultos seguros para pedir ayuda, utilice la frase «con permiso y supervisión».

Aceptar el «no»
Aunque intentemos satisfacer las necesidades de los niños y acceder a muchas de
sus peticiones, hay ocasiones en que deberemos decepcionarles. Para muchos
niños, la palabra no es como un botón que activa ataques de mala conducta. Algo
que funciona muy bien para interrumpir esa espiral descendente antes de que se
convierta en una catástrofe es decir rápidamente, antes de que haya tenido tiempo
de empezar la pataleta: «¡vaya! ¡Qué bien has aceptado el no!».
No use mucho esta técnica, porque es un desafío y pone al niño al límite. «Aceptar
el no» será mucho más fácil de tolerar si la mayoría de los elogios que recibe son
genuinos. Es mejor utilizar técnicas correctivas de este estilo con poca frecuencia, y
sólo cuando haya acumulado un saldo bastante elevado en la cuenta de confianza
con su hijo.
Pedir frases completas
El objetivo es enseñarle a su hijo habilidades de comunicación comprensibles para
todo el mundo. Por lo tanto, cuando el niño mejore en la utilización de palabras,
puede aumentar el nivel de exigencia y pedirle frases completas: «haz una frase
entera, cariño».
Por ejemplo, cuando su hija vuelva a casa de la escuela y diga «merienda», puede
pedir una aclaración preguntándole «¿quieres merendar?».
«Sí», contesta ella.
«¿Puedes pedírmelo con una frase entera?»
«¿Puedo merendar?»
«¡Muy bien esa frase entera! Sí, puedes merendar. Puedes merendar un plátano con
manteca de cacahuete o una barra de muesli. ¿Qué prefieres?»

Ofrecer opciones
Los niños se sienten más capaces y con más control sobre su entorno cuando se les
ofrecen opciones. Es conveniente limitar las opciones a dos o tres posibilidades
concretas, para no exigir demasiado de sus capacidades de razonamiento y de
toma de decisiones. Estas elecciones sencillas permiten que los niños ejerzan
niveles adecuados de control, pero sin que los padres pierdan autoridad.

Por ejemplo, su hijo de seis años se niega a guardar los juguetes antes de irse a
dormir. Puede elevar una mano frente a la cara del niño, enseñándole dos dedos,
que representan dos opciones. Le explica (ahora sólo con un dedo) «puedes
guardar los juguetes ahora y luego bañarte o (ahora ambos dedos) puedes bañarte
primero y luego guardar los juguetes. ¿Qué escoges?».

Concéntrate y hazlo
Los maltratos y las privaciones tempranas pueden hacer que el niño se vuelva
ansioso y presente déficit de atención que le dificulten concentrarse. A medida que
el niño se vaya sintiendo más seguro, irá siendo más capaz de prestar atención.
También puede ayudar al niño a concentrarse recordándole suavemente que debe
centrarse en lo que tiene entre manos. Por ejemplo, si en lugar de ponerse los
zapatos, como le había pedido, se encuentra al pequeño Harry jugando en el suelo
con los juguetes, puede decirle tranquilamente: «Harry, cariño, ¿qué te había
pedido?».
Si no se acuerda, quizás deba repetírselo y decirle: «tienes que calzarte. (Pausa.)
Harry, concéntrate y hazlo». Es posible que deba ser paciente y repetir
«concéntrate y hazlo» varias veces antes de que lo haga. El objetivo de esta
instrucción es ayudar a los niños a interiorizar la capacidad de centrarse en una
tarea.

Algunos valores de Therap.lay® para grupos se resumen en las frases «no hacer
daño», «mantenerse unidos» y «divertirse».
No hacer daño
Esta breve frase es fácil de entender incluso para niños muy pequeños y evoca
otros valores, como mostrar respeto y ser amable y tierno. Por ejemplo, si una niña
le tira del pelo a su hermana, puede detenerla físicamente y decir con firmeza «¡no
se hace daño!». Esta frase alude igualmente a no hacer daño al interior (insultando
o atacando con la palabra) ni al exterior (golpeando o dañando a personas u
objetos). Es una lección especialmente importante para niños con una historia de
maltrato.
Mantenerse unidos
El concepto de trabajar en equipo o en familia es desconocido para niños que han
crecido sintiendo que tenían que arreglárselos solos en un mundo amenazador.
Verbalizar y demostrar que «las familias se mantienen unidas» es un recordatorio
importante de que ahora están conectados y contribuye a evitar que se aíslen.

Esta frase también puede utilizarse para combatir el acercamiento indiscriminado a


los demás. Si su hijo ha atravesado el parque y ahora ha cogido a un desconocido
de la pierna, acérquese rápidamente, rodéele con el brazo y diga tranquilamente:
«quédate con mamá».
Divertirse
No hay mejor manera de consolidar el aprendizaje o las relaciones familiares felices
que compartir un buen rato. La diversión es la recompensa de establecer una
relación.

Intentamos inculcar en los niños que, para poder divertirse, antes necesitan los
valores de no hacer daño y de mantenerse unidos. No se puede tener el tercer
valor, divertirse, sin los dos primeros.

Valores para padres


Los guiones que explicamos en este capítulo ofrecen un vocabulario estándar para
guiar a niños en situación de riesgo; son como abreviaturas que transmiten
lecciones importantes en la vida. Como padres, no pueden limitarse a recitarlas,
han de modelarlas y representarlas para sus hijos... siempre. Un buen modelo es el
mejor profesor.

Sea un líder sólido como una roca


Puede ser fuerte y decisivo y, al mismo tiempo, permitir que su hijo ejerza cierto
control sobre su propia vida, por ejemplo dejándole escoger entre dos opciones
seleccionadas por usted.

Recuerde que, cuando el niño empieza a portarse mal, es un síntoma de su historia,


lo que incluye desequilibrios neuroquímicos y déficit neurológicos. Los niños en
situación de riesgo sólo intentan sobrevivir y aún no saben cómo hacerlo
correctamente. Necesitan gran cantidad de orientación y de práctica para poder
lograrlo.

Si mantiene la calma y el control, estará en la mejor posición para resolver


eficientemente los contratiempos y orientar a su hijo hacia una conducta mejor. Si
nos controlamos y dejamos que el niño ejerza un control adecuado y supervisado,
acaba aprendiendo a controlarse a sí mismo.

Escuche activamente y refuerce las conexiones


Demuestre que los pensamientos y las emociones del niño son importantes
mirándole a los ojos y prestándole atención cuando habla.

La escucha activa y atenta ayuda al niño a sentirse seguro y modela una conducta
adecuada. Es un ejemplo de cómo debe escuchar y mirar él cuando le hablan.
Puede ser útil cogerle de la mano con suavidad y/o arrodillarse para ponerse a su
altura mientras hablan. Mantenga el contacto visual, para transmitirle que está
disponible y receptivo.

Apóyele tanto como sea necesario


En psicología, existe un concepto, «andamiaje», que describe la manera ideal de
ayudar a un niño a aprender una tarea o una actividad nuevas. Al principio, el
niño necesitará mucho apoyo, así que le ayudamos, le enseñamos y le animamos
tanto como podemos. A medida que aprende y empieza a dominar esa nueva
habilidad, se va retirando el apoyo gradualmente hasta llegar a un nivel adecuado.
A medida que avanza todavía más, introducimos objetivos más difíciles, repitiendo
el mismo proceso de andamiaje: proporcionar un apoyo y un aliento intensivos,
que se van retirando progresivamente hasta adaptarlos a las capacidades y a las
necesidades del niño.

Es posible que su hijo necesite ayuda durante más tiempo en algunas tareas. No
pasa nada. Poco a poco, a medida que lo vaya logrando, podrá irse retirando y
darle más autonomía. Su labor consiste en ayudar a su hijo a avanzar hasta que
pueda funcionar independientemente.

Refleje la conducta de su hijo


Tal y como hemos mencionado antes, una de las bases del apego es la «sintonía»
entre el padre y el hijo. La sintonía aparece cuando la diada parece sincronizada y
el uno refleja la conducta y los sonidos del otro y se establece contacto visual. El
reflejo puede ser una herramienta útil a la hora de establecer vínculos con su hijo,
en parte porque ofrece compañía y sensación de seguridad. El reflejo ayuda a
introducir al adulto en el mundo del niño, lo que, al final; permite que el niño entre
en el mundo del adulto.
Busque oportunidades para reflejar la conducta de su hijo. Puede hacerlo bajando a
su altura o incluso sentándose en el suelo. Por ejemplo, si el niño está inclinado
hacia atrás apoyándose en las manos, haga lo mismo. Si está sentado con las
piernas cruzadas, imítele. Baje a su altura e imite la posición del niño.

Si su hijo está mirando una foto, un libro o un rompecabezas, haga lo mismo. Al


final, podrá establecer contacto visual con él y se mirarán dulcemente a los ojos.
También puede imitar las frases, los sonidos y las inflexiones vocales. Si él susurra,
intente susurrar. Si su hijo utiliza unas frases características, intente estructurar las
suyas de la misma manera. El niño empezará a mostrar alegría al ver que le imita
y, espontáneamente, empezará a imitarle a usted. La imitación es el principio de
una conexión muy potente que puede convertirse en el vehículo de la curación.

Fomente lo positivo
Inunde a su hijo de elogios y de entusiasmo siempre que pueda. Si detecta una
conducta que se parece a la adecuada, coméntelo con alegría. Refuerce todos los
mensajes positivos con una voz sincera y cálida y con un lenguaje corporal
coherente. Es extraordinariamente importante que ayude a su hijo a construir una
autoestima saludable diciéndole lo que hace bien, para que pueda curarse y
aprender.

Ofrézcale su tiempo, su atención y su valía


Cuando un niño tiene problemas de apego, no entiende lo fundamentales que son
las relaciones. Sin embargo, cuando un niño sabe que se le valora y que es especial
para alguien, puede empezar a florecer y a desarrollar un vínculo de apego. La
mejor manera de demostrarle a un niño que le valoramos es jugar con él y ofrecerle
toda nuestra atención. También podemos transmitírselo con frases como «¡eres un
niño fantástico!».

Antes de empezar a hablar con su hijo o de darle alguna instrucción, deje lo que
esté haciendo y acérquese a él hasta que esté a un máximo de un metro de
distancia. Entonces, dígale lo que tenga que decirle. No le grite palabras desde el
otro lado de la habitación mientras hace otra cosa. Es imposible establecer
vínculos interpersonales profundos desde la distancia o mientras se va de un lado
a otrocomo un tren a la fuga.
Cuando las necesidades básicas de ropa, alimento y cobijo están satisfechas, es
mucho más beneficioso compartir actividades y tiempo con él que bañarle de
regalos pero regatearle nuestro tiempo. Al ofrecerles atención y tiempo, les
demostramos lo valiosos que son para nosotros y plantamos las semillas de una
relación afectuosa.

CAPÍTULO VI. El niño adoptado. K. Purvis

USTED MANDA
«¡Para!», gime Rheina. «¡Duele!»
Jason, sentado en el suelo, le tira a su prima otro bloque de madera, que le da en la
mandíbula, antes de caer al suelo.
«¡Auuu! ¡Por favor deja de pegarme!» La madre, que lo oye desde la cocina, corre a
la habitación. «¿Qué pasa aquí?», pregunta a los dos niños. «No hace más que
tirarme bloques de madera», dice Rheina. La madre se arrodilla, para ponerse a la
altura de su hijo y habla con firmeza: «NO se puede hacer daño con los bloques.
Déjame verte los ojos». El niño desvía la mirada, pero ella insiste. Se mueve, vuelve
a poner su rostro en la línea de visión del niño y repite: «déjame ver-
te los ojos».

El niño sigue removiéndose y apartándose, pero la madre no desiste. Le toca


ligeramente bajo la barbilla con dos dedos suaves y repite la instrucción: «déjame
verte los ojos». Hasta que el niño la mira.

Entonces, repite con firmeza: «NO puedes lanzar los bloques a las personas. No se
hace daño a la gente». Espera un momento a que el niño responda y, como no dice
nada, ella dice: «sí, mamá». Él sigue callado, así que ella repite: «he dicho “sí,
mamá”».
«Sí, mamá», dice Jason muy flojito.
«Si le vuelves a lanzar un bloque, te los quitaré y no podrás
jugar con ellos. ¿Entendido?»
«Sí, mamá.»
«Muy bien. A ver cómo juegas amablemente.»

El niño empieza a m ontar los bloques y no se los lanza a su prima. «Muy bien,
Jason, ahora juegas con amabilidad. Hay muchos otros juguetes con los que
también puedes jugar», le elogia la madre.
Unos diez minutos después, la madre vuelve a la habitación para comprobar que
todo va bien. Cuando ve que sí, vuelve a elogiar a Jason: «muy bien, Jason. Ahora
juegas con amabilidad».
Los niños pueden sorprendernos con su capacidad de asumir el control en casi
cualquier situación. Ponen a prueba los límites y desconciertan a los cuidadores. A
pesar de todos los desafíos, debe mantener el control de la situación y responder
inmediatamente a la conducta inapropiada.

La reacción de la madre de Jason ante cómo trataba a su prima


ha sido excelente. •
• Acude a la escena inmediatamente.
• Verifica la situación («¿qué pasa aquí?»)
• Explica las expectativas de manera clara y firme, con un lenguaje sencillo. («No
puedes lanzar bloques a las personas.» «No se hace daño a la gente.»)
• Se asegura de que las líneas de comunicación están abiertas (pide contacto
visual).
• Avisa de las consecuencias. («Si le vuelves a lanzar un bloque, te los quitaré y no
podrás jugar con ellos.»)
• Hace que el niño confirme que la ha entendido («sí, mamá»).
• Reconduce al niño a actividades positivas, sin mostrar rencor, y le elogia por la
buena conducta. («Muy bien. A ver cómo juegas amablemente.» «Hay muchos
otros juguetes con los que también puedes jugar.»)
• Estaba dispuesta a aplicar las consecuencias si el niño persistía en su mala
conducta.

Por motivos de seguridad, además de muchas otras, hay que establecer normas,
marcar límites y tomar decisiones sobre la vida familiar. El mundo del niño es más
predecible y menos estresante cuando los padres aportan estructura y autoridad
constantes.

NO ES NECESARIO ENFADARSE PARA


CORREGIR LA CONDUCTA INADECUADA DE SU HIJO.

Para que los niños puedan recuperarse, es fundamental ofrecerles afecto y


disciplina a partes iguales. Sin amabilidad, afecto y calidez, tanto el desarrollo
del niño como su salud mental pueden verse comprometidos. El afecto y los
cuidados son fundamentales para el bienestar de todos los niños, y
especialmente para los niños en situación de riesgo cuyo equilibrio emocional y
autoimagen ya son frágiles. Los niños adoptados, como Tim, con una historia de
privaciones o de maltrato, son extraordinariamente vulnerables y no están
preparados para resistir ante la adversidad. Afortunadamente, podemos
encontrar muchas oportunidades a lo largo del día para cuidarles, tanto física
como emocionalmente.
Una manera nueva de pensar sobre la disciplina
En lugar de confiar en técnicas disciplinarias tradicionales, ha de encontrar un
enfoque que combine la firmeza, el cariño y la reeducación. Empiece adaptando su
respuesta al nivel de oposición del niño. Se puede tratar a un niño un tanto
respondón con un recordatorio humorístico; pero un niño agresivo ha de ver que el
adulto transmite una convicción absoluta, mediante el lenguaje corporal, la voz y
las palabras, en cuanto a lo inaceptable de esa conducta. Cuanto más desafiante sea
la conducta de su hijo, más firme ha de ser la respuesta; sin embargo, no es
necesario ser punitivo.
En general, el enfoque disciplinario que funciona mejor con los niños en situación
de riesgo consiste en:
• Responder rápidamente.
• Aclarar las expectativas.
• Ofrecer opciones sencillas.
• Presentar las consecuencias.
• Ofrecer una reeducación inmediata y la oportunidad de «repetir».
• Practicar, practicar, practicar.
• Mantener al niño cerca del adulto.
• Elogiar cuando lo hace bien.

La repetición conductual y la práctica física son elementos básicos de este proceso,


porque utilizan la memoria muscular del niño (a la que los psicólogos llaman
«memoria motriz»). La investigación ha demostrado que la memoria motriz puede
superar a la memoria cognitiva, basada en el pensamiento, cuando se trata de niños
muy pequeños. Recurrir a la memoria motriz también aumenta la comprensión y la
memoria de niños más mayores y de adultos. Por eso, los educadores suelen
fomentar las técnicas de «aprendizaje activo». Hablar, escuchar, tocar y practicar
una nueva habilidad son maneras fantásticas para que los niños consoliden una
lección nueva. Entender la mala conducta como una oportunidad Cambie su
perspectiva, para entender la mala conducta no como una molestia, sino como una
oportunidad para enseñarle nuevas habilidades al niño. Cuando identifique una
mala conducta, responda reconduciendo al niño inmediatamente a una acción más
adecuada. Interactúe con él de la manera más relajada que pueda, y escale la
respuesta sólo en base a la resistencia con que se encuentre. Dele rápidamente la
oportunidad de repetir la conducta, y elogie sus logros. Con este enfoque, no hay
necesidad de debatir, -de discutir, de castigar ni de interrogar. Le enseña a escoger
entre alternativas adecuadas.

Incluso cuando deba mostrarse firme y aplicar las normas, es fundamental que siga
mostrando respeto a su hijo en tanto que persona y que recuerde sus dificultades.
Intente acabar todas las actuaciones correctivas con una nota positiva. Entonces,
cuando el conflicto se haya resuelto, podrán volver a divertirse sin guardarse
rencor por la mala conducta anterior.
Recuerde: en lugar de enfadarse, deje claras sus expectativas, modele maneras
adecuadas de comunicarse y demuéstrele con tranquilidad a un niño difícil que
«quiero ayudarte a que lo hagas bien».

Con la repetición, el niño interiorizará valores correctos y adquirirá las habilidades


que necesita para portarse bien. Mantenga la calma, sea coherente y no pierda el
control. Demuéstrele a su hijo que quiere ayudarle
a hacer las cosas bien.

No se lo tome como algo personal


Tratar los problemas conductuales es más fácil (y más productivo) si se cultiva un
punto de vista práctico. Esto quiere decir que no debe tomarse la mala conducta de
su hijo como algo personal. Entienda que las rabietas y los ataques son
consecuencia de un instinto de supervivencia arraigado y de procesos fisiológicos
que el niño no puede controlar conscientemente. Recuerde el lugar tan complicado
donde le recogió y entienda que la mala conducta puede ocultar toda una serie de
traumas y de daños emocionales, además de soledad y de una profunda tristeza.

Es muy posible que la conducta del niño sea manipuladora, pero no es un fallo de
su carácter. Es una costumbre debida a la adversidad y a la necesidad. La
manipulación es un resultado natural del intento de sobrevivir en un entorno
difícil, sin cuidadores constantes y afectuosos. Cuando aplique normas y límites,
recuerde que:
• Ha habido muchos días o años en la vida de su hijo antes de que pudiera
protegerle.
• Con compasión y expectativas realistas, podrá satisfacer las necesidades de su
hijo y enseñarle estrategias nuevas y más saludables, para que no sólo pueda
sobrevivir, sino florecer, bajo sus cuidados.
• Ha de perseverar con firmeza y cariño en la reeducación durante tanto tiempo
como su hijo necesite para lograrlo.

Con este enfoque, no le reñirá por lo que haya hecho en el pasado y no negociará
con él lo que debe hacer en el futuro. Sencillamente, interactuará con él de una
manera afectuosa y productiva, en el aquí y el ahora, para que inicie el camino
hacia la recuperación.
Sea un «buen jefe»
La mayoría de niños en situación de riesgo han sido «mangoneados» por adultos
que no eran seguros y que les han hecho daño física, emocional y/o sexualmente.
Por eso, siempre ha de modular su actitud de autoridad, demostrando claramente
que, a pesar de ser el «jefe», es una persona segura en la que se puede confiar.
Además, ha de comunicar que es un jefe que puede sintonizar con las necesidades
de su hijo y que incluso está dispuesto a hacer concesiones.
Un niño pequeño que siempre ha de ser su propio jefe no es un niño feliz. Al fin y
al cabo, ¿cómo puede un niño confiar plenamente en un adulto que ni siquiera le
controla a él, un renacuajo? Aunque es muy posible que su hijo se le resista al
principio, de hechoes todo un alivio para él no tener que estar al mando y no tener
que depender de sí mismo demasiado pronto. En el fondo, es un alivio para él
aprender a confiar en un adulto y a depender de él.
Utilice la técnica IDEAL
Es un acrónimo que le recordará cómo afrontar los retos a que se
enfrentará con su hijo. Lo llamamos la técnica «IDEAL»:
I: Responder inmediatamente, en menos de tres segundos después de la mala
conducta.
D: Responder directamente al niño, estableciendo contacto visual con él,
ofreciéndole toda su atención y acercándole a usted, para poder enseñarle y guiarle
mejor.
E: La respuesta es eficiente y medida. Utilice la mínima firmeza y el mínimo
esfuerzo correctivo necesarios. También emplee cuantas menos palabras le sea
posible, para ser claro.

A: La respuesta se basa en la acción. Se redirige al niño activamente a una conducta


mejor. Se le dirige hacia una «repetición» real, para que ahora pueda hacer bien lo
que acaba de hacer mal. Cuando la «repetición» sea un éxito (porque ha utilizado
la conducta alternativa adecuada), se le elogia.
L: Lanza la respuesta a la conducta, no al niño. Así, nunca se siente rechazado, a
pesar de que se rechace su conducta.
¡Mantenga la calma!
Responda rápidamente.
No empiece a discutir.
Use pocas palabras.
Sea instructivo y correctivo.
La repetición es fantástica
¿Se acuerda de cuando era un niño en el patio y pedía «repetir» la jugada? Este
mismo concepto es una excelente herramienta de aprendizaje para los niños. Las
repeticiones les dan la oportunidad de practicar una nueva conducta mientras se
divierten y construyen su autoestima mediante el éxito. Algunos consejos sobre las
repeticiones:
• Cuando las palabras o las acciones de un niño sean inadecuadas, pídale
amablemente que lo repita. («Vamos a intentarlo otra vez...»)
• Guíele en la repetición con un talante alegre, lúdico y divertido. Las repeticiones
NO son un castigo, son una enseñanza.
• Si es necesario, enséñele cómo hacer la repetición, modelando la manera correcta
de completar la acción, verbal o físicamente.
• Deje que su hijo copie la repetición una o más veces.

• No escatime en elogios sinceros cuando su hijo logre corregir la conducta.

Lo mejor de las repeticiones es que cogen una mala conducta en el acto y dicen:
«¡vaya! Vamos a hacer esto de otra manera». La práctica inmediata contribuye al
aprendizaje, como con cualquier otra habilidad, tanto si se trata de ir en bicicleta,
de aprender a leer o de aprender un juego nuevo. Al sustituir activamente la mala
conducta por la conducta correcta en la memoria de su hijo, puede ayudarle a
integrar la competencia. Las repeticiones «borran» la memoria motriz de la
conducta fallida y le dan al niño la experiencia física y emocional de sustituirla por
una experiencia de éxito.
Las repeticiones pueden ser tan sencillas o tan complejas como sea necesario. Su
hijo ha tenido muchas oportunidades de coger el mal camino, por lo que ahora
necesitará como mínimo las mismas para corregir cada paso en falso. En cada uno
de ellos, elógiele por lo bien que ha completado la repetición.
Las repeticiones son una herramienta fantástica para remodelar la conducta.
Ayudan a los niños a sentir que hacen las cosas bien y activan la memoria motriz.

Vigile la voz
Cuando las cosas van bien, use una voz amistosa, animada, tranquila y cálida. Sin
embargo, cuando van mal, la voz ha de ser distinta. Por desgracia, es muy fácil
dejar que el sonido se descontrole. Es muy tentador hablar de una manera
estridente o quejosa, o chillar, cuando uno se siente frustrado e intenta corregir a su
hijo. Lamentablemente, este tipo de señales vocales no transmiten el mensaje
adecuado.
Si el niño percibe una voz muy aguda, dubitativa o quejosa, entenderá que es una
voz débil y temerosa y que hay peligro. Si la voz es demasiado elevada o intensa, le
resultará muy amenazante. Cualquier extremo (una voz demasiado débil o
demasiado violenta) en un padre reducirá la sensación de seguridad de su hijo y
puede llevar a que se aterre o a que empeore la conducta.

Demuestre autoridad, pero no asuste a su hijo


Ha de evitar siempre provocar el pánico en un niño con necesidades especiales.
Con el pánico, los niveles de cortisol, la hormona del estrés, ascienden rápidamente
y el niño entra en una cascada bioquímica que puede hacerle entrar en el modo de
lucha o huida. La bioquímica cerebral alterada que se asocia a este estado puede
hacer, a su vez, que el niño inicie conductas extrañas, disociativas o agresivas.
Es difícil imaginar que se pueda lanzar a un niño a una espiral descendente con tal
sólo gritar o gimotear, pero es cieño. Los niños en situación de riesgo son
hipersensibles y perciben amenazas en situaciones que a usted o a mí no nos
moverían ni un pelo. Un ejemplo que quizás le ayude a entender la perspectiva del
niño.
Imagínese que va andando por la calle, hablando con un amigo por el móvil. De
repente, ve un coche descontrolado que acelera en dirección prohibida... ¡hacia
usted! El corazón se le sale del pecho y por la cabeza le pasan todo tipo de
pensamientos, por lo que le es imposible seguir hablando con su amigo de los
planes para mañana. Choca con otros peatones en la acera, en su huida instintiva
para que no le atropellen.
En un sentido físico, así es como un niño en situación de riesgo responde a los
estresores. Las experiencias tempranas y los déficits que padece han programado al
niño para percibir más peligros a su alrededor. Su alarma de estrés se dispara con
gran facilidad. Ha de intentar evitar siempre alarmarle o estresarle con la voz o de
otras maneras. (Por suerte, si le proporciona seguridad percibida mediante las
técnicas que explica el libro, podrá ir alejando al niño de este precipicio al miedo.
Sin embargo, desaprender el terror es un proceso lento.)

Utilice la «voz de la autoridad»


Cuando necesite atraer la atención del niño y aplicar normas, lo mejor es utilizar
una voz característica y diferenciada, reservada para las situaciones serias: la «voz
de la autoridad».

Hable con autoridad


Cuando utiliza la «voz de la autoridad»
• La entonación ha de ser más asertiva y firme de lo habitual.
• El volumen es un punto o dos más elevado de lo habitual.
• El tono es más grave y más profundo de lo habitual.
• Habla más despacio y más claro, con pocas palabras.
El mensaje que transmite dice...
• Hablo en serio. No estoy jugando.
• Soy el jefe. Te quiero mucho, pero no eres el jefe.
• Soy una autoridad segura y buena y estás a salvo conmigo.

Esta voz alerta al niño de que está asumiendo el control de la situación y de que
exige atención inmediata, pero no dispara un frenesí de lucha o huida. En cuanto el
niño cumpla la instrucción que le ha dado con la «voz de la autoridad», vuelva a
elogiarle, anímele e interactúe con él con su voz habitual.
Racione las palabras
Dos tercios de los niños en situación de riesgo con los que trabajamos tienen
dificultades a la hora de entender y de responder adecuadamente a la palabra
hablada. Si da demasiadas instrucciones orales con rapidez, los niños se bloquean y
se ahogan en las palabras.
Cuando dé instrucciones o trabaje la disciplina, piense en las palabras como en un
recurso precioso. No las derroche. Reduzca el flujo de palabras a un goteo. Una
manera fácil de lograrlo es intercalar pausas de cinco segundos entre repetición y
repetición.
Dé una instrucción una vez, con una voz firme, pero normal.
Pare. Mentalmente, cuente despacio: u n o ... dos... tres... cuatro...cinco... Mientras
espera una respuesta.
Acostúmbrese a escuchar la música y el ritmo de su voz, para poder ralentizarla
deliberadamente a un ritmo que le llegue a su hijo.
Cuando dé una instrucción por primera vez, utilice una voz normal, para que su
hijo se acostumbre a obedecer a una voz dialogante. Aunque pueda estar
impaciente, no se deje arrastrar a un torrente de palabras que se atropellan las unas
a las otras. Esfuércese en racionar sus propias palabras.
Mantenga al niño cerca de usted
Es habitual que los padres manden a los niños a su habitación como castigo. La
pausa obligada es una técnica parecida y de gran aceptación, en la que también se
aleja al niño de la familia durante un período de tiempo. Estas estrategias de
aislamiento pueden funcionar con hijos biológicos que ya están conectados y
vinculados emocionalmente con sus familias. Sin embargo, las estrategias de
aislamiento y de separación son extraordinariamente problemáticas con niños en
situación de riesgo, porque ya están desconectados de las relaciones, tienen
dificultades de apego y son ligeramente disociativos, como consecuencia de sus
historias de maltrato y negligencia. El aislamiento no es terapéutico para ellos.

Uno de los problemas con las habitaciones de los niños es que suelen estar repletas
de entretenimientos, de juguetes y de aparatos electrónicos que les distraen y les
absorben.
Enviar a un niño a su habitación equivale, básicamente, a enviarle a una ludoteca
donde podrá divertirse solo, aislarse emocionalmente y olvidarse de los problemas
familiares. El aislamiento, por breve que sea, hace que el niño se centre en cosas y
en objetos, no en las relaciones.
Para curarse de verdad, estos niños necesitan una dieta regular de prácticas en
relaciones positivas. Mantenga al niño cerca de usted, incluso cuando le está
riñendo.
El rincón de pensar
Cuando quiera que su hijo adoptado o en acogida reflexione sobre su conducta,
utilice un «rincón de pensar». Es una versión de la pausa obligada y consiste en
que el niño pase un período de tiempo en un lugar escogido, cerca de la familia y
que ofrezca pocas distracciones. En cierto sentido, esta técnica se convierte en un
«acercamiento obligado» en el que en lugar de alejar al niño, se le acerca.
El niño no se queda solo, sino que el adulto le acompaña y se queda con él, en
silencio. Dígale al niño: «quiero que te sientes aquí. Yo me quedaré cerca.
Piensa en lo que has hecho mal y en cómo podrías hacerlo bien. Cuando puedas
usar palabras y explicarme lo que has hecho, dime “ya está”». (El niño ha de
sentarse cerca y a la vista, quizás en una silla infantil cerca de usted. No tiene que
haber juguetes que puedan distraerle.)
En cuanto el niño diga «ya está», acérquese a él, agáchese a su altura y establezca
contacto visual. Tienda las manos, con las palmas hacia arriba, pídale que él haga
lo mismo y cójaselas con suavidad. Deje que describa qué ha hecho mal y,
entonces, pregúntele cómo podría hacerlo bien.
Si el niño no sabe qué decir, ayúdele con una sugerencia. Y, entonces, diga: «vamos
a hacerlo ahora».
Vuelvan juntos a la «escena del crimen» exacta, el lugar de la mala conducta, y,
juntos, repitan la escena, esta vez correctamente.

La repetición ha de hacerse exactamente en el mismo lugar y exactamente durante


la misma actividad que cuando el niño se ha portado mal. Sin embargo, esta vez ha
de hacerlo bien. Elógiele sinceramente por haberlo conseguido cuando lo haga.
Ofrezca opciones y tratos
Imagine que acaba de pedirle a su hijo con dificultades que recoja los juguetes. Está
seguro de que le ha oído, pero no le hace caso.
¿Ahora qué? NO grite ni reaccione con un «¿por qué tenemos que pasar siempre
por lo mismo? ¿Por qué no te limitas a recoger los juguetes?». Si lo hace, es como si
se disparara en el pie. Este tipo de actuaciones pueden hacer que el niño explote,
sobre todo si carece de las habilidades lingüísticas o de procesamiento mental
necesarias para articular una respuesta rápidamente. Cuanto más le presione, más
frustrado se sentirá y más se deteriorará la conducta.
SÍ establezca contacto visual y, entonces, con firmeza y cariño, acometa la mala
conducta y ofrezca alternativas aceptables. Es una manera mucho mejor y
relativamente sencilla de desactivar situaciones que pueden acabar complicándose
mucho. Imagine esta conversación:

«No está bien que no me hagas caso. Te he pedido que recogieras los juguetes. No
lo has hecho ni me has pedido un trato.»
«¿Puedo pedir un acuerdo?»
«Muy bien, has usado palabras. Hagamos un trato. Tienes dos
opciones.» (Levante dos dedos, con la mano adelantada, mientras lo dice.) «Puedes
recoger los juguetes ahora y entonces jugar conmigo durante cinco minutos.»
(Levante un dedo mientras explica la primera opción.) «O podemos jugar primero
durante cinco minutos y luego recoges los juguetes.» (Levante ambos dedos
mientras explica la segunda opción.) «¿Con cuál te quedas?»

Si el niño se hace el remolón e intenta evitar tomar una decisión, no se deje llevar a
una discusión. Repita las opciones sin añadir nada más: «puedes recoger los
juguetes ahora y luego jugar conmigocinco minutos o ...». Al final escogerá uno.
Supongamos que dice que quiere jugar primero. Ahora, refuerce su elección y
pídale que describa qué va a pasar a continuación. «Muy bien, ¡hemos hecho un
trato! ¿Qué va a pasar primero?» ‘«Vamos a jugar.» «Muy bien. ¿Durante cuánto
tiempo vamos a jugar?» «Cinco minutos.» «Exacto. Así que primero vamos a jugar
juntos durante cinco minutos. ¿Cuál es la otra parte del trato? ¿Qué pasará cuando
hayamos jugado durante cinco minutos?» Repita lo que diga y ayúdele a explicar
completamente el acuerdo al que han llegado. Repasar todos los detalles le
ayudará a cumplirlo luego. «Recogeré los juguetes.» «¡Muy bien! Entonces, cuando
te diga que se han acabado los cinco minutos de juego, ¿cuál es tu parte del trato?
¿Cuándo recogerás los juguetes?» «¿Los recojo enseguida?» «¡Muy bien! Los
recoges enseguida y sin quejarte, ¿vale?» «Vale.» «Muy bien, trato hecho. ¡Choca
esos cinco!» «¡Qué bien! ¡Un trato genial!» Entonces, deje que sea él quien ponga el
temporizador. Así le ayuda a codificar físicamente el tiempo acordado y le otorga
un papel activo en el ejercicio. Ahora, los dos pueden disfrutar jugando juntos.
Cuando se haya acabado el tiempo, diga «¡se acabó el tiempo! ¿Cuál es tu parte del
trato ahora?». «Recojo los juguetes sin protestar.»
Cuando haya terminado de recoger, elógiele de nuevo con un: «¡muy bien! Has
cumplido el trato y has recogido los juguetes».

Por qué funciona: cuando se ofrecen opciones y tratos, con un tono de voz cálido
pero con autoridad, el niño no suele contraatacar. Se implican en el proceso y
participan. Al hacer que el niño repita verbalmente todos los pasos de lo que haya
elegido y luego repetirlo usted, las expectativas son muy claras y predecibles.

Esta estrategia no sólo fomenta la obediencia, sino que también es terapéutica. En


primer lugar, el niño tiene sensación de control porque puede escoger. Por
pequeño que sea este papel activo, le ayuda a adquirir habilidades de toma de
decisiones y a mejorar su autoestima. También le ha dorado la píldora. Ha
introducido una actividad deseable y compartida (jugar juntos). Consigue jugar
con usted durante cinco minutos, independientemente de lo que escoja, por lo que
no hay amenaza de castigo ni se le soborna para que obedezca.
Los minutos de juego se convierten en un incentivo escogido deliberadamente,
porque funciona a dos niveles: primero, es un factor de motivación y, además,
refuerza la relación personal. La actividad compartida es una diversión que
contribuye a la adquisición de habilidades de apego.
Regatee, no choque frontalmente
Uno de los beneficios de ofrecer opciones es que, al hacerlo, cambia de tema y
distrae al niño. En cierto sentido, se trata de regatear en lugar de buscar una
colisión frontal. En lugar de centrarse en lo que el niño no puede hacer, enfatiza lo
que sí puede hacer. Le hace ver que está de su parte y que entiende sus
necesidades, al tiempo que logra que le obedezca. Esto mantiene un ambiente
positivo y permite que el niño practique la flexibilidad y la demora de la
recompensa.

Decepciónele suavemente con la técnica del sándwich


Para intentar mantener un tono general positivo en las interacciones con su hijo,
reduzca al mínimo la cantidad de comentarios negativos o críticos. Una manera de
asegurarse de que elogia más de lo que critica es utilizar la técnica «del sándwich»
cuando ofrezca opciones o tenga que dar malas noticias.

La técnica del sándwich consiste en envolver cada frase negativa con dos positivas.
Así se asegura de enviar más mensajes positivos que negativos, al tiempo que se
mantiene claramente al mando.

La técnica del bocadillo es una manera fantástica de hacer que el niño obedezca,
pero sin minar su autoestima. En este ejemplo, la niña ha pedido ir a ver al
cachorrito del vecino justo antes de la hora de cenar.

Parte de arriba positiva


Elogie la conducta específica y hágale saber que entiende sus emociones o sus
necesidades. «Muy bien que hayas pedido permiso, sé que te encanta jugar con el
cachorrito.»
Relleno correctivo
Dé instrucciones concretas y ofrezca opciones aceptables. «Ahora no puedes jugar
con el cachorrito, porque tengo que acabar de hacer la cena, pero puedes quedarte
conmigo y leer o jugar con la casa de muñecas. ¿Qué prefieres?»
Parte de abajo positiva
Legitime la necesidad del niño y ofrézcale la esperanza de satisfacerla en el futuro
(y asegúrese de cumplir al día siguiente lo que le prometa). «Podemos preguntarle
al vecino por el perrito, a ver si puedes jugar con él mañana.»
Ayúdele a volver a centrarse en la función de las cosas. Cuando se esté portando
mal, en lugar de castigarle reoriéntele hacia una conducta deseable. Puede
ayudarle a utilizar objetos correctamente y para la función para la que han sido
concebidos.
Por ejemplo, si le ha cogido el móvil y lo está lanzando al aire puede preguntarle:
«¿los móviles están para eso?». La pregunta sirve como un recordatorio rápido o
para abrir la conversación.
Por ejemplo, puede preguntar: «¿qué podemos lanzar al aire?» y recordarle que
tiene una pelota de peluche que sí puede lanzar al aire dentro de casa. Entonces,
insista en que los teléfonos sólo sirven para hablar.

Hagan un frente común


Los niños pueden poner a un adulto en contra del otro, con la estrategia de
manipulación que los psicólogos llaman «triangulación».
Por ejemplo, el niño le dice que «papá ha dicho que puedo comerme un helado»
(cuando papá no ha dicho nada semejante). Entonces, se acerca al padre y le dice
que «mamá ha dicho que puedo comerme un helado». La triangulación puede
consistir en mentir sobre las palabras o la conducta de otra persona, para obtener
simpatía, apoyo o credibilidad. También puede poner a un progenitor o a un
adulto en contra del otro.
Cuando su hijo le pida algo invocando a su pareja, siempre, siempre, compruébelo
antes de aceptar. No acuse al niño de mentir, pero no acepte su petición
inmediatamente. Retrase la respuesta y consulte con su pareja. De momento,
responda con una frase del tipo «cariño, ahora hablo con tu madre del tema» o
«vale, vamos a hablar con papá del tema».
Cuestiones escolares
A veces, los niños vuelven de la escuela y hacen afirmaciones extrañas acerca de la
conducta de los maestros. Por ejemplo, un niño con el que trabajábamos le dijo a su
madre que la maestra le había dejado sin comer dos días, por haber hablado en
clase. No era cierto en absoluto y la madre se dio cuenta de ello, pero en lugar de
confrontarle con la mentira, le dijo: «es algo muy serio. Creo que papá y yo
tendremos que ir a la escuela mañana para hablar con la maestra». Y fueron. Se
organizaron los horarios y al día siguiente fueron a ver a la maestra. El
malentendido se aclaró en cuanto los adultos empezaron a hablar. La reunión le
dejó claro al niño que entre los padres y la maestra había entendimiento y buena
comunicación.
Fue un punto de partida para enseñar al niño a expresar sus necesidades de una
manera más directa.
Siempre es buena idea hablar con antelación sobre la triangulación con los
profesores. De este modo, cuando el niño afirme algo extraño a unos o a otros, el
adulto contesta: «es algo muy serio, tendremos que hablar con [el otro adulto]
mañana mismo».
No es un mal chico
Si este tipo de conductas por parte de su hijo le deja perplejo, recuerde que los
niños sólo emplean tácticas como la triangulación si en algún momento han
sentido que sólo podían confiar en sí mismos. La triangulación, por perturbadora
que sea, no es más que una estrategia de supervivencia. En cierto sentido, es una
manera de protegerse, como acumular comida. No se lo tome como algo personal.
Los niños que triangulan no son malos; son supervivientes. Despliegan las
conductas que han ido adquiriendo con la esperanza de hacer del mundo un lugar
más seguro para ellos. No se les puede ayudar despojándoles de todas las defensas
que se han ido construyendo; por el contrario, hay que animarles con suavidad a
que sean ellos mismos quienes las vayan desarbolando, demostrándoles que ya no
las necesitan. Cuando se sientan verdaderamente seguros y confiados, y cuando
hayan aprendido que hay maneras más efectivas de satisfacer las necesidades,
podrán abandonar los mecanismos de defensa que tanto les ha costado levantar.

Cuando se trata de disciplina con niños con necesidades especiales, cuantas menos
palabras, mejor.
Hable en serio y cumpla sus promesas. Si es inconsistente en la aplicación de las
normas, sin darse cuenta está enseñando a su hijo a portarse mal. Es una trampa en
la que los padres caen con mucha facilidad.
Por ejemplo, imagine que dice algo que su hijo no quiere escuchar en absoluto,
como «es la hora del baño». Él empieza a gritar y a aullar protestando. Horrorizado
por la posibilidad de que los aullidos no cesen, se rinde y dice: «vale, ya te bañarás
luego». El resultado es que su hijo aprende que los aullidos le permiten evitar el
baño. Es posible que los aullidos sólo hayan servido para retrasar el baño una hora,
pero esa esperanza es suficiente para que su hijo siga aullando, por si la estrategia
le sirve para salirse con la suya en otras situaciones.
Los psicólogos lo llaman refuerzo variable y es un factor de motivación muy
poderoso. El niño no sabe exactamente cuándo los aullidos darán resultado, pero
sabe que antes o después funcionarán, así que extinguir la conducta es
prácticamente imposible.
A veces, los padres adoptan la costumbre de bombardear al niño con palabras y
lanzarle una frase tras otra, con la esperanza de que alguna acabe calando.
Profieren amenazas y promesas e intentan engatusar y camelar al niño. Todas esas
palabras no son más que un sonido embarullado para el niño, porque sabe que los
padres no hablan en serio y que no cumplirán lo que dicen. Esta conducta
transmite el mensaje equivocado, porque enseña que sus acciones no tendrán
consecuencia alguna. Aún peor, transmite que es un líder débil y que no se puede
confiar en que cumpla sus promesas. ¡Evítelo a toda costa!
Los padres han de ser extraordinariamente cuidadosos con lo que sale por su boca.
Si no va a cumplirlo, no lo diga. Porque cuando lo haya dicho, tiene la
responsabilidad de cumplirlo y hacer que las palabras se conviertan en realidad.
Este cumplir siempre con lo que se dice no pretende ser cruel ni controlador, sino
crear un entorno predecible que genere confianza, sincronía y sintonía entre usted
y su hijo. Cuanto más vea su hijo que cumple su palabra, antes aprenderá a seguir
sus instrucciones y a controlarse.
Si siempre habla en serio y siempre cumple sus promesas, el niño aprende a
obedecer a su petición, no a su amenaza.
Recuerde: evite la palabrería a toda costa. Deje que el afecto genuino brille de
verdad.
Intente que todas las interacciones con su hijo rebosen de afecto.Esto incluye los
momentos complicados en que se porta mal y usted ha de mostrarse duro y firme.
El objetivo es no ser nunca punitivo y siempre correctivo: reeducar a su hijo y
ayudarle a alejarse de la mala conducta.
Antes de entrar en una situación en la que deba mostrarse realmente enérgico con
el niño, demuéstrele repetidamente lo mucho que le quiere de verdad. El niño
detecta instintivamente si se le quiere y se le respeta o no. Sabe si disfruta o no de
su compañía.

Cuando el afecto y el respeto son obvios, podrá decir «No» y el niño sabrá que no
se lo dice para castigarle. Sabe lo mucho que le quiere. Si disfruta de la compañía
del niño, las interacciones vuelven a ser alegres y productivas en cuanto se
resuelve el traspié conductual.

El delicado arte del «no»


El objetivo es que el niño sienta que puede pedir todo lo que necesite, pero que
sepa que habrá momentos en que no obtendrá lo que quiere, ya sea de usted o de
otras personas. Una de las habilidades más importantes a la hora de tratar con su
hijo es saber denegar peticiones. Como los niños con necesidades especiales son
hipersensibles a la frustración y el no es una palabra tan polémica, intente
pronunciarla lo menos posible. Eso no le impedirá seguir al mando y lograr sus
objetivos. Hágalo reorientando la atención del niño, regateando hábilmente las
confrontaciones y encontrando motivos para elogiarle siempre que sea posible. De
nuevo, el principio general es usar la estrategia más suave posible para resolver la
situación con la mínima confrontación.
De todos modos, es inevitable que haya momentos en que regatear y redirigir no
basten y se vea obligado a decir que «no» directamente.

Se hace así. Inclúyalo entre tantas afirmaciones positivas como le sea posible y
elogie al niño antes de que haya tenido tiempo de darse cuenta de lo que ha
pasado. Un ejemplo: han estado en el parque, le ha llevado a hombros gran parte
de la tarde y ya empieza a estar cansado. Su hijo, Johnny, viene de los columpios
dispuesto a irse a casa (después de los recordatorios de quince, diez y cinco
minutos antes de la hora de irse). Ahora le pide que le lleve al coche a hombros.
La respuesta: «gracias por pedirlo, cariño, pero ahora tengo que decirte que no
porque estoy muy cansado». Entonces, elógiele antes de que haya tenido tiempo ni
de respirar. «¡Vaya! Qué bien has aceptado el no... ¡Estoy muy orgulloso de ti!»
Cuando le haya reforzado y elogiado la obediencia, le será más fácil seguirle la
corriente y disfrutar de los comentarios positivos. Le pilla haciéndolo bien antes de
que tenga tiempo de enfadarse. Elogie al niño antes de que se dé cuenta de lo que
pasa.
Este método le permite evitar la resistencia, reforzando positivamente al niño antes
de que haya tenido la oportunidad de resistirse. Empieza a aprender que no
siempre puede tener lo que desea, pero sin dolor (bueno, casi). Es esencial que
combine esta técnica con muchas interacciones positivas, para que el niño siga
confiando en usted al mismo tiempo que va aprendiendo a obedecer.
Es importante que el niño aprenda que mamá y papá también tienen necesidades.
Por ejemplo, pueden estar cansados de llevarle en brazos todo el día. Se le puede
explicar que mamá esta cansada, porque ya le ha llevado mucho rato y que ahora
necesita descansar.
Recuerde que pedirle que acepte un «no» le resulta muy difícil, por lo que no debe
hacerlo a la ligera. Antes de intentarlo en el parque, asegúrese de que no está
demasiado cansado o activado y de que no tiene hambre, porque eso reduce su
capacidad de obedecer. Si no es el momento adecuado, le saldrá más a cuenta
ofrecerle dos opciones para sustituir llevarle a hombros.
La estrategia de «aceptar el no» funciona mejor cuando se aplica en el contexto de
muchos síes. Cuanto más frecuentemente demuestre que está dispuesto a satisfacer
sus necesidades en la medida de lo posible, más fácil le resultará aceptar el no o las
opciones alternativas.
Mantenga viva la esperanza
Incluso en las ocasiones en que le pide que acepte el no, puede demostrarle que
está dispuesto a ayudarle a conseguir lo que quiere sugiriéndole que vuelva a
intentarlo en el futuro. Por ejemplo, después de haber elogiado su habilidad para
aceptar el no, puede añadir «pero pídemelo luego, cuando ya no esté tan cansada».
Entonces, hágalo cuando tenga la oportunidad.

Mantenga un ambiente respetuoso


En tanto que padre, ha de tratar siempre con respeto a su hijo. Por eso mismo, no
puede aceptar otra cosa que respeto por parte de él. Ida de mantener una actitud
muy firme al respecto. Siempre que el niño exija algo, o lo pida sin respeto (por
ejemplo, gritando), ha de negarle lo que le pida. Punto. Por ejemplo, el niño se le
acerca corriendo y gritando con agresividad: «¡dame dinero para un helado!».
No se deje distraer por la urgencia de su petición. Dígale tranquilamente: «si
quieres algo, tienes que pedirlo con respeto. Cuando no me lo pidas con respeto, la
respuesta siempre será que no.
Cuando me lo pidas con respeto, la respuesta puede ser que sí o que no. ¿Quieres
volver a pedírmelo con respeto?».
Si lo hace elogiarlo.
Cómo tratar la conducta agresiva
Su hija, Mayling, está en una fiesta de cumpleaños con docenas de niñas. Cuando
llevan una hora en la fiesta, pisa deliberadamente la mano de otra niña que está
jugando en el suelo tranquilamente. La niña, Angela, empieza a gritar del dolor y
del enfado. ¿Qué hacer al respecto? ¿Saca a Mayling de la casa en volandas
mientras se disculpa con la anfitriona? ¿Empieza a gritar y le monta una escena
delante de todos los invitados?
Nosotros recomendamos otra cosa.
Diga: «Mayling, ven conmigo». Cójala de la mano y llévela a algún lugar privado,
que hará las veces de rincón de pensar.
«Mayling, quiero que te sientes aquí, que respires y que pienses sobre lo que has
hecho. Yo me quedo aquí al lado (siéntese cerca, a su alcance). Cuando puedas usar
palabras para decirme lo que has hecho mal y cómo podrías hacerlo bien, me dices
“ya está” y vendré.»
Al cabo de unos cinco minutos, Mayling dice: «ya está». Agáchese a la altura de su
hija, cójale las manos y mírela a los ojos afectuosamente. «Muy bien, cariño. Dime
lo que has hecho. Usa palabras.» «Le he pisado la mano a Angela.» Sin soltarle las
manos, mírela a los ojos y dígale: «cariño, a la gente no se le hace daño». En
función'de la capacidad de procesamiento del lenguaje de la niña, podría ampliar
la conversación y añadir: «cariño, ¿a ti te gusta cuando te hacen daño? No, ¿verdad
que te enfadas y te pones triste cuando te hacen daño? ¿Cómo crees que se siente
Angela ahora?». (Esta última parte de la conversación puede ser demasiado, en
función de la edad y de las dificultades del niño, y puede saltársela si lo cree
necesario.)
«¿Qué le puedes decir a Angela para ayudarla a sentirse mejor?» «No lo sé.»
«Podrías decirle “siento mucho haberte hecho daño”. A ver, dilo.» Al identificar
con precisión la tarea en cuestión («marcar la tarea», en la literatura sobre
desarrollo infantil), se le deja muy claro al niño lo que se espera de él. «Siento
mucho haberte hecho daño.» «¡Muy bien! ¡Has usado muy bien las palabras!
Ahora, vamos a decirle “siento mucho haberte hecho daño” a Angela.»
Lleve a su hija de nuevo a la fiesta y acérquela a Angela. «Cariño, ¿qué le vas a
decir a Angela para que no le duela tanto?» «Siento mucho haberte hecho daño.»
«¡Muy bien por haberte disculpado, Mayling! Ahora, vamos a practicar andar cerca
de Angela sin hacerle daño y con respeto.»
Practiquen andar cerca de los niños una o dos veces más. Luego, dígale: «Mayling,
lo has hecho muy bien. Muy bien por andar cerca de tus amigos con respeto y sin
hacerles daño». (Ahora puede abrazarla.) «Ahora, puedes jugar quince minutos
más y luego nos iremos a casa.» También puede sugerirle que haga algo por la niña
a la que ha hecho daño.
Hay que tratar este tipo de incidentes inmediatamente y con firmeza, pero también
sin aspavientos y con pocas palabras. No es necesario darle un sermón ni tener un
ataque de ira; tampoco ha de mirar a otro lado y hacer como si no hubiera pasado
nada. Interrumpa la mala conducta inmediatamente y con firmeza, redirija al niño
a una repetición y ayúdele a hacerlo bien. Repasar con el niño lo que ha hecho para
corregir la situación y por qué lo ha hecho bien contribuye a consolidar en su
mente la manera correcta de actuar
Pedir perdón con un acto de amabilidad
Si el niño ha hecho daño a otra persona, ya sea atacándole físicamente o quitándole
algo, valore la posibilidad de ir más allá de la repetición básica y de las disculpas.
Puede sugerirle que ha de dedicar parte de su tiempo a hacer algo por la persona a
la que ha perjudicado o prepararle un regalo. Por ejemplo, Mayling podría hacerle
un dibujo a Angela o prepararle unas galletas. A veces, basta con pedir disculpas,
pero hacer que el niño prepare personalmente un regalo demuestra amabilidad y
consideración. Así, el niño no sólo recibe el mensaje de que no puede hacer daño a
los demás, sino que ha de ser amable con ellos.
Incluso cuando le esté riñendo, ha de acordarse de afirmar la «valía» del niño, no
sólo la ausencia de «maldad». En todas las interacciones con él, ha de ayudar al
niño a entender lo dulce, valioso e intrínsecamente adorable que es. Quiere que
sepa que ve al «niño real» atrincherado tras toda esa mala conducta. Darle la
oportunidad concreta de reforzar ese mensaje con un gesto amable le ayuda a verlo
él también.
Intercepte con palabras, no con un placaje
No se convierta en un jugador de rugby y no domine físicamente a su hijo cada vez
que se salga de la línea. Es posible que, a corto plazo, le resulte satisfactorio
percibir que tiene el control, pero esta estrategia no desarrolla habilidades a largo
plazo ni inculca valores.
Digamos que está en la cocina y ve que su hijo quiere coger el cuchillo de la
mantequilla, untado de manteca de cacahuete. Sería muy fácil y casi instintivo
coger el cuchillo y el plato y ponerlo fuera del alcance del niño, pero intente
controlar ese impulso. Desplazar el objeto sólo le enseña a ser más rápido la
próxima vez.
En lugar de eso, intercepte la conducta con palabras. Use la voz de la autoridad
para decir: «¡para! A ver esos ojos... ¿qué necesitas?».
«Un bocadillo de manteca de cacahuete.»
«Pues usa palabras para pedírmelo.»
El objetivo es que el niño detenga él mismo la mala conducta en el momento de la
intención, en lugar de que sean los padres quienes la interrumpan
en el momento de la acción.
Si dice «¡para!» y el niño se para, quiere decir que ha tenido que controlar su
conducta deliberada y conscientemente. Es todo un logro. Si se limita a apartar el
cuchillo o el plato, le ha negado la oportunidad de codificar físicamente la acción
correcta. Apartar los objetos convierte la interacción en un juego o en una carrera.
En lugar de eso, utilice palabras para comunicarse y para ayudar a su hijo a
adquirir costumbres deseables. La única ocasión en que es adecuado interceptar a
su hijo físicamente es si la integridad física de alguien está en peligro inmediato y
grave.

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