El Cielo Es Real PDF
El Cielo Es Real PDF
El Cielo Es Real PDF
1
profundo,
mi
cuerpo
sin
respuestas,
mis
funciones
cerebrales
superiores
totalmente
fuera
de
línea.
Luego,
en
la
mañana
de
mi
séptimo
día
en
el
hospital,
mientras
mis
médicos
consideraban
si
se
suspendía
el
tratamiento,
mis
ojos
se
abrieron
de
golpe.
No
hay
una
explicación
científica
para
el
hecho
de
que
mientras
mi
cuerpo
estaba
en
estado
de
coma,
mi
mente
-‐
mi
conciencia,
mi
yo
interior
-‐
estaba
viva
y
bien.
Mientras
las
neuronas
de
mi
corteza
cerebral
fueron
aturdidas
hasta
su
total
inactividad
por
las
bacterias
que
las
habían
atacado,
mi
conciencia
liberada
del
cerebro
había
viajado
a
una
diferente
y
mayor
dimensión
del
universo:
una
dimensión
que
nunca
había
soñado
que
podía
existir,
y
que
mi
viejo
yo
previo
al
coma
hubiera
estado
más
que
feliz
explicando
que
se
trataba
de
una
simple
imposibilidad.
Pero
esa
dimensión,
a
grandes
rasgos,
la
misma
que
describen
incontables
personas
que
han
vivido
experiencias
cercanas
a
la
muerte
u
otros
estados
místicos,
está
allí.
Existe,
y
lo
que
vi
y
aprendí
allí
me
ha
puesto
literalmente
en
un
mundo
nuevo:
un
mundo
en
el
que
somos
mucho
más
que
nuestros
cerebros
y
cuerpos,
y
donde
la
muerte
no
es
el
final
de
la
conciencia,
sino
más
bien
un
capítulo
de
un
vasto
e
incalculablemente
positivo
viaje.
No
soy
la
primera
persona
en
tener
evidencia
de
que
la
conciencia
existe
más
allá
del
cuerpo.
Breves
y
maravillosos
destellos
de
este
reino
son
tan
antiguos
como
la
historia
humana.
Pero
hasta
donde
yo
sé,
nadie
antes
que
yo
haya
viajado
alguna
vez
a
esta
dimensión
(a),
mientras
su
corteza
estaba
completamente
apagada,
y
(b),
mientras
que
su
cuerpo
estaba
bajo
observación
médica
al
minuto,
como
lo
estuvo
mi
cuerpo
durante
los
siete
días
completos
de
mi
estado
de
coma.
Todos
los
argumentos
principales
en
contra
de
las
experiencias
cercanas
a
la
muerte
sugieren
que
estas
experiencias
son
el
resultado
de
un
mínimo,
transitorio,
o
parcial
mal
funcionamiento
de
la
corteza
cerebral.
Sin
embargo,
mi
experiencia
cercana
a
la
muerte
no
tuvo
lugar
mientras
mi
corteza
estaba
funcionando
mal,
sino
mientras
estaba
simplemente
apagada.
Esto
se
desprende
claramente
de
la
gravedad
y
la
duración
de
mi
meningitis,
y
de
la
complicación
cortical
global
documentada
por
los
escaneos
TC
y
exámenes
neurológicos.
Según
el
conocimiento
médico
actual
sobre
el
cerebro
y
la
mente,
no
hay
absolutamente
ninguna
manera
de
que
yo
pudiera
haber
experimentado
ni
siquiera
una
conciencia
débil
y
limitada
durante
mi
tiempo
en
el
estado
de
coma,
y
mucho
menos
la
odisea
híper
vívida
y
completamente
coherente
que
experimenté.
Me
tomó
meses
aceptar
lo
que
me
pasó.
No
sólo
la
imposibilidad
médica
de
que
había
estado
consciente
durante
mi
coma,
pero
más
importante
aún,
las
cosas
que
sucedieron
durante
ese
tiempo.
Hacia
el
comienzo
de
mi
aventura,
yo
estaba
en
un
lugar
de
nubes.
Grandes,
esponjosas,
de
color
rosa-‐blanco,
que
se
presentaron
nítidamente
en
contraste
con
el
profundo
cielo
negro-‐azul.
Más
alto
que
las
nubes,
inconmensurablemente
más
alto,
una
multitud
de
seres
transparentes
y
brillantes
se
movían
trazando
arcos
por
el
cielo,
dejando
largos
trazos
como
serpentinas
detrás
de
ellos.
¿Pájaros?
¿Ángeles?
Estas
palabras
las
registré
más
tarde,
cuando
estaba
escribiendo
mis
recuerdos.
Pero
ninguna
de
estas
palabras
hace
justicia
a
estos
2
seres,
que
eran,
sencillamente,
diferentes
a
todo
lo
que
he
conocido
en
este
planeta.
Eran
más
avanzados.
Formas
superiores.
Un
sonido,
enorme
y
retumbante
como
un
canto
glorioso,
descendió
desde
lo
alto,
y
me
pregunté
si
los
seres
alados
lo
estaban
produciendo.
Nuevamente,
pensando
en
ello
más
tarde,
se
me
ocurrió
que
la
alegría
de
estas
criaturas
mientras
volaban
alto
era
tal,
que
tenían
que
emitir
este
sonido,
y
que
si
la
alegría
no
salía
de
ellos
de
esta
manera
entonces
simplemente
no
serían
capaces
de
contenerla.
El
sonido
era
palpable
y
casi
material,
como
una
lluvia
que
se
puede
sentir
en
tu
piel,
pero
que
no
te
moja.
Ver
y
escuchar
no
estaban
separados
en
este
lugar
donde
ahora
estaba.
Podía
escuchar
la
belleza
visual
de
los
cuerpos
plateados
de
esos
seres
brillantes
que
estaban
arriba,
y
pude
ver
la
perfección
creciente,
alegre
de
lo
que
cantaban.
Parecía
que
no
se
podía
ver
o
escuchar
ninguna
cosa
en
este
mundo
sin
volverse
parte
de
ella,
sin
unirse
con
ello
de
alguna
forma
misteriosa.
Una
vez
más,
desde
mi
perspectiva
presente,
me
permito
sugerir
que
no
se
podría
mirar
“hacia”
nada
en
ese
mundo
en
absoluto,
porque
la
palabra
"hacia"
en
sí
misma
implica
una
separación
que
allí
no
existía.
Cada
cosa
era
distinta,
pero
cada
cosa
era
también
una
parte
de
todo
lo
demás,
al
igual
que
los
diseños
ricos
y
entremezclados
en
una
alfombra
persa
...
o
en
el
ala
de
una
mariposa.
Se
vuelve
más
extraño
aún.
Durante
la
mayor
parte
de
mi
viaje,
alguien
más
estaba
conmigo.
Una
mujer.
Ella
era
joven,
y
me
acuerdo
de
cómo
era
en
detalle.
Tenía
los
pómulos
altos
y
ojos
profundamente
azules.
Trenzas
doradas
enmarcaban
su
hermoso
rostro.
La
primera
vez
que
la
vi,
estábamos
juntos
cabalgando
sobre
una
superficie
con
un
intrincado
patrón,
que
después
de
un
momento
me
di
cuenta
que
era
el
ala
de
una
mariposa.
De
hecho,
millones
de
mariposas
estaban
alrededor
de
nosotros,
enormes
y
agitadas
olas
de
ellas,
que
se
zambullían
en
un
bosque
y
volvían
de
nuevo
a
nuestro
alrededor.
Era
un
río
de
vida
y
color,
moviéndose
a
través
del
aire.
La
vestimenta
de
la
mujer
era
simple,
como
la
de
un
campesino,
pero
sus
colores
en
polvo
azul,
índigo
y
pastel
de
naranja-‐durazno
tenían
la
misma
abrumadora
y
súper
vívida
vitalidad
que
todo
lo
demás.
Ella
me
miró
con
una
mirada
que,
si
la
vieras
durante
cinco
segundos,
haría
que
tu
vida
entera
hasta
ese
punto
valiera
la
pena,
sin
importar
lo
que
haya
ocurrido
en
ella
hasta
ahora.
No
era
una
mirada
romántica.
No
era
una
mirada
de
amistad.
Era
una
mirada
que
de
alguna
manera
estaba
más
allá
de
todo
esto,
más
allá
de
todos
los
diferentes
tipos
de
amor
que
tenemos
aquí
en
la
tierra.
Era
algo
superior,
que
contenía
todos
estos
tipos
de
amor
en
si
mismo,
mientras
al
mismo
tiempo
era
mucho
mayor
que
todos
ellos.
Sin
pronunciar
una
sola
palabra,
ella
me
habló.
El
mensaje
me
atravesó
como
un
viento,
y
al
instante
comprendí
que
era
cierto.
Lo
supe
de
la
misma
manera
en
que
supe
que
el
mundo
que
nos
rodeaba
era
real,
no
era
una
fantasía
pasajera
e
insustancial.
El
mensaje
tenía
tres
partes,
y
si
tuviera
que
traducirlas
al
lenguaje
terrenal,
sería
algo
como
esto:
-‐
"Vosotros
sois
amados
y
apreciados,
muchísimo
y
para
siempre."
-‐
"No
tienes
nada
que
temer."
-‐
"No
hay
nada
que
te
pueda
hacer
el
mal."
El
mensaje
me
inundó
con
una
inmensa
y
loca
sensación
de
alivio.
Era
como
si
me
hubieran
entregado
las
reglas
de
un
juego
al
que
había
estado
jugando
toda
mi
vida
sin
nunca
haberlo
comprendido
plenamente.
3
"Te
vamos
a
mostrar
muchas
cosas
aquí",
dijo
la
mujer,
una
vez
más,
sin
llegar
a
utilizar
estas
palabras,
sino
transmitiéndome
directamente
su
esencia
conceptual.
"Pero
eventualmente
vas
a
regresar".
Para
ello,
sólo
tenía
una
pregunta.
¿Regresar
a
dónde?
Un
viento
cálido
soplaba,
como
los
que
surgen
en
los
días
más
perfectos
de
verano,
sacudiendo
las
hojas
de
los
árboles
y
fluyendo
como
agua
celestial.
Una
brisa
divina.
Esto
cambió
todo,
transformando
el
mundo
a
mi
alrededor
en
una
octava
incluso
más
alta,
una
vibración
más
alta.
A
pesar
de
que
aun
tenía
una
pequeña
función
del
lenguaje,
al
menos
la
idea
que
tenemos
de
él
en
la
Tierra,
sin
decir
palabras
comencé
a
formular
preguntas
a
este
viento,
y
al
ser
divino
que
sentía
que
trabajaba
detrás
de
él
o
dentro
de
él.
¿Dónde
está
este
lugar?
¿Quién
soy
yo?
¿Por
qué
estoy
aquí?
Cada
vez
que
expresé
silenciosamente
una
de
estas
preguntas,
la
respuestas
llegaron
inmediatamente,
en
una
explosión
de
luz,
color,
amor
y
belleza
que
soplaba
a
través
de
mí
como
una
ola
rompiendo.
Lo
más
importante
de
estas
explosiones
es
que
no
callaban
mis
preguntas
abrumándolas.
Respondían
a
las
preguntas,
pero
de
una
forma
que
pasaba
el
lenguaje
por
alto.
Los
pensamientos
me
entraban
directamente.
Pero
no
era
pensamiento
como
lo
experimentamos
en
la
Tierra.
No
era
vago,
inmaterial
o
abstracto.
Estos
pensamientos
eran
sólidos
e
inmediatos,
más
calientes
que
el
fuego
y
más
húmedos
que
el
agua,
y
mientras
los
recibía
era
capaz
de
comprender
al
instante
y
sin
esfuerzo
conceptos
que
me
habría
llevado
años
comprender
plenamente
en
mi
vida
terrenal.
Seguí
avanzando
y
me
encontré
ingresando
en
un
inmenso
vacío,
completamente
oscuro,
infinito
en
tamaño,
pero
también
infinitamente
reconfortante.
Era
profundamente
negro
pero
a
la
vez
rebosante
de
luz:
una
luz
que
parecía
venir
de
un
orbe
brillante
que
ahora
sentía
más
cerca
de
mí.
El
orbe
era
una
especie
de
“intérprete”
entre
mí
y
esta
vasta
presencia
que
me
rodeaba.
Era
como
si
yo
estuviera
naciendo
a
un
mundo
más
grande,
y
el
propio
universo
era
como
un
útero
cósmico
gigante
y
el
orbe
(que
sentí
estaba
conectado
de
alguna
manera
con,
o
incluso
era
idéntico
a
la
mujer
sobre
el
ala
de
la
mariposa)
fue
guiándome
a
través
de
él.
Más
tarde,
cuando
volví,
me
encontré
con
una
cita
del
Siglo
XVII,
del
poeta
cristiano
Henry
Vaughan,
que
estuvo
muy
cerca
de
describir
este
lugar
mágico,
este
núcleo
vasto
y
negro
como
tinta,
que
era
el
hogar
de
la
misma
Divinidad.
“Hay,
dicen
algunos,
en
Dios,
una
oscuridad
profunda
pero
deslumbrante”.
Eso
era
exactamente:
una
negra
oscuridad
que
también
estaba
rebosante
de
luz.
Sé
muy
bien
cuan
extraordinario,
cuan
francamente
increíble,
todo
esto
suena.
Si
alguien,
incluso
un
médico,
me
hubiera
contado
una
historia
como
ésta
en
los
viejos
tiempos,
hubiera
estado
bastante
seguro
de
que
estaba
bajo
el
hechizo
de
algún
delirio.
Pero
lo
que
me
pasó
fue,
lejos
de
ser
delirante,
tan
real
o
más
real
que
cualquier
otro
acontecimiento
en
mi
vida.
Eso
incluye
el
día
de
mi
boda
y
el
nacimiento
de
mis
dos
hijos.
Lo
que
me
pasó
exige
una
explicación.
4
La
física
moderna
nos
dice
que
el
universo
es
una
unidad
que
es
indivisible.
Aunque
parece
que
vivimos
en
un
mundo
de
separación
y
diferencia,
la
física
nos
dice
que
debajo
de
la
superficie,
cada
objeto
y
acontecimiento
en
el
universo
está
completamente
entretejido
con
todos
los
demás
objetos
y
eventos.
No
hay
verdadera
separación.
Antes
de
mi
experiencia
de
estas
ideas
eran
abstracciones.
Hoy
son
realidades.
El
universo
no
sólo
está
definido
por
la
unidad,
sino
también,
ahora
lo
sé,
definido
por
el
amor.
El
universo
como
lo
experimenté
en
mi
estado
de
coma
es
-‐
he
descubierto
con
sorpresa
y
alegría-‐
el
mismo
sobre
el
cual
tanto
Einstein
y
Jesús
habían
hablado
en
sus
(muy)
diferentes
maneras.
He
pasado
décadas
como
neurocirujano
en
algunas
de
las
instituciones
médicas
más
prestigiosas
de
nuestro
país.
Sé
que
muchos
de
mis
compañeros
se
aferran,
como
yo
en
el
pasado,
a
la
teoría
de
que
el
cerebro,
y
en
particular
la
corteza,
genera
la
conciencia
y
de
que
vivimos
en
un
universo
desprovisto
de
cualquier
tipo
de
emoción,
y
mucho
menos
del
amor
incondicional
que
ahora
se
que
Dios
y
el
universo
tienen
hacia
nosotros.
Pero
esa
creencia,
esa
teoría,
ahora
yace
rota
a
nuestros
pies.
Lo
que
me
pasó
la
destruyó,
y
tengo
la
intención
de
pasar
el
resto
de
mi
vida
investigando
la
verdadera
naturaleza
de
la
conciencia
y
difundiendo
el
hecho
de
que
somos
más,
mucho
más,
que
nuestro
cerebro
físico,
lo
más
claro
que
pueda,
tanto
hacia
mis
colegas
científicos
como
hacia
la
gente
en
general.
No
espero
que
esto
sea
una
tarea
fácil,
por
las
razones
que
he
descrito
anteriormente.
Cuando
el
castillo
de
una
vieja
teoría
científica
comienza
a
mostrar
líneas
de
falla,
al
principio
nadie
quiere
prestar
atención.
En
primer
lugar,
el
antiguo
castillo
simplemente
ha
tomado
mucho
trabajo
para
ser
construido,
y
si
se
cae,
uno
completamente
nuevo
tendrá
que
ser
construido
en
su
lugar.
Esto
lo
aprendí
de
primera
mano
después
de
que
estuve
lo
suficientemente
bien
como
para
volver
a
salir
al
mundo
y
hablar
con
otras
personas
-‐personas,
es
decir,
que
no
sean
mi
sufrida
esposa,
Holley,
y
nuestros
dos
hijos-‐,
acerca
de
lo
que
me
había
pasado.
Las
miradas
de
incredulidad
cortés,
especialmente
entre
mis
amigos
médicos,
pronto
me
hicieron
ver
la
gran
tarea
que
tendría
para
que
la
gente
comprendiera
la
enormidad
de
lo
que
había
visto
y
experimentado
esa
semana
mientras
mi
cerebro
estaba
apagado.
Uno
de
los
pocos
lugares
en
los
que
no
tuve
problemas
para
transmitir
mi
historia
era
un
lugar
que
antes
de
mi
experiencia
había
visto
bastante
poco:
la
iglesia.
La
primera
vez
que
entré
en
una
iglesia
después
de
mi
coma,
veía
todo
con
ojos
nuevos.
Los
colores
de
los
vitrales
me
recordaron
la
luminosa
belleza
de
los
paisajes
que
había
visto
en
el
mundo
de
arriba.
Las
notas
bajas
profundas
del
órgano
me
recordaron
cómo
los
pensamientos
y
emociones
en
ese
mundo
son
como
olas
que
se
mueven
a
través
de
ti.
Y,
lo
más
importante,
una
pintura
de
Jesús
partiendo
el
pan
con
sus
discípulos
evocó
el
mensaje
que
permanece
en
el
corazón
mismo
de
mi
viaje:
que
somos
amados
y
aceptados
incondicionalmente
por
un
Dios
aun
más
grande
e
insondablemente
glorioso
que
el
que
me
habían
enseñado
de
niño
en
la
escuela
dominical.
Hoy
en
día
muchos
creen
que
las
verdades
espirituales
vivas
de
la
religión
han
perdido
su
poder,
y
que
la
ciencia,
no
la
fe,
es
el
camino
a
la
verdad.
Antes
de
mi
experiencia
tenía
una
fuerte
sospecha
de
que
ese
era
el
caso
para
mí.
5
Pero
ahora
entiendo
que
esta
opinión
es
demasiado
simple.
El
hecho
cierto
es
que
la
imagen
materialista
del
cuerpo
y
el
cerebro
como
los
productores,
en
lugar
de
los
vehículos,
de
la
conciencia
humana,
está
condenada.
En
su
lugar,
una
nueva
visión
de
la
mente
y
el
cuerpo
va
a
surgir,
y
de
hecho
ya
está
emergiendo.
Este
punto
de
vista
es
científico
y
espiritual
en
igual
medida
y
valorará
lo
que
los
más
grandes
científicos
de
la
historia
siempre
se
han
valorado
por
sobre
todo:
la
verdad.
Esta
nueva
imagen
de
la
realidad
tomará
mucho
tiempo
en
armarse.
No
va
a
estar
terminada
en
mi
tiempo,
o
incluso,
sospecho,
tampoco
en
el
tiempo
de
mis
hijos.
De
hecho,
la
realidad
es
demasiado
vasta,
demasiado
compleja
y
demasiado
irreductiblemente
misteriosa
para
que
una
imagen
de
ella
alguna
vez
llegue
a
estar
absolutamente
completa.
Pero,
en
esencia,
esta
imagen
mostrará
al
universo
en
evolución,
multidimensional,
y
conocido
en
detalle
hasta
cada
uno
de
sus
últimos
átomos
por
un
Dios
que
nos
cuida
mucho
más
profunda
y
apasionadamente
que
cualquier
padre
que
alguna
vez
haya
amado
a
su
hijo.
Aun
sigo
siendo
un
doctor,
y
aun
sigo
siendo
un
hombre
de
ciencia,
casi
exactamente
igual
a
como
era
antes
de
que
tuviera
mi
experiencia.
Pero
en
un
nivel
más
profundo
soy
muy
diferente
a
la
persona
que
era
antes,
porque
he
podido
vislumbrar
esta
imagen
de
la
realidad
que
está
surgiendo.
Y
puedes
creerme
cuando
te
digo
que
va
a
valer
la
pena
cada
pequeño
paso
de
la
labor
que
nos
llevará,
y
a
los
que
vienen
después
de
nosotros,
para
llegar
a
comprenderla
bien.
Dr.
Eben
Alexander,
The
Daily
Beast,
08
de
Octubre
2012
Fuente
original:
http://www.thedailybeast.com/newsweek/2012/10/07/proof-‐of-‐heaven-‐a-‐
doctor-‐s-‐experience-‐with-‐the-‐afterlife.html
Traducción:
Sebastián
Alberoni
6