Del Ritmo Al Simbolo - Cintia Rodriguez

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Del ritmo al símbolo.

– Cintia Rodriguez

El primer capítulo, en El principio es el ritmo, comienza recordando el diseño de Piaget sobre la


inteligencia como un resultado de la construcción, por un sujeto activo, lo que convierte el
medio y vueltas. La autora exalta el énfasis en la construcción, pero critica la falta del otro en la
teoría.

El autor también trae los estudios sobre succión del recién nacido y sobre la coordinación
mano-boca, como indicativos de la importancia de la acción que, activamente, une el sensorio
y el motor.

En el capítulo 2, Una cara que responde con una sonrisa es una cara humana. Las relaciones
adulto – niño ya son recíprocas. El autor habla de los cambios en el bebé en torno a dos meses,
y hace hincapié en la relación recíproca entre el adulto y el niño. En los últimos años, la
mayoría de las personas que sufren de esta enfermedad, se ha convertido en una de las
principales causas de muerte. Se inicia con la descripción de Piaget sobre las relaciones
circulares primarias, acreditando a ese autor la caracterización de éste y de otros importantes
fenómenos del desarrollo infantil. Critica, sin embargo, el hecho de que Piaget sugiera que
esas reacciones se originan del azar y se mantienen por repetición.

Por el contrario, cuando se habla de formatos de Bruner, reitera la importancia de prestar


atención a las reacciones conjuntas producidas entre el bebé y adultos, con énfasis en los
intercambios comunicativos y precursores anteriores de la adquisición del lenguaje. Concuerda
con Bruner en el énfasis en la pragmática del habla y en el adulto como mediador de la
cultura. Sin embargo, el autor sugiere la sustitución de "lenguaje" por signo, al abordar esos
primeros intercambios, para evitar que ésta sea tomada como el estándar, a partir del cual se
analiza lo que viene antes.

Hace una revisión sobre las adquisiciones en relación a la alerta activa, al mirar conjunto y
sostenido, y a la sonrisa, y contrasta los resultados de esos estudios con el desarrollo de bebés
ciegos. Apunta a la cuestión de que este desarrollo puede verse afectada por factores externos
a la ceguera per se, sugiriendo, como una de las posibilidades, las reacciones de los adultos a la
falta de visión del bebé. Además, retoma las colocaciones de Vygotsky sobre discapacidad, al
comentar que el desarrollo puede darse a partir de diferentes caminos, y no sólo por lo más
conocido y documentado (como es el caso, por ejemplo, del papel de la mirada en conjunto y
de la sonrisa en la interacción adulto-bebé vidente). Se sugiere una crítica a las formas
tradicionales de investigar el desarrollo infantil, centradas en los bebés sin discapacidad, ya
una idea de "aplicación" de esos conocimientos a los bebés con discapacidad, lo que amplía
considerablemente el riesgo de una concepción de déficit para el proceso de desarrollo de
estos últimos.

A continuación se presentan las colocaciones de Trevarthen sobre "intersubjetividad primaria"


innata y sobre "protoconversiones", y las critica por estar centradas en competencias y ritmos
endógenos, y en ajustes a los mismos centrados en el papel del adulto. Como alternativa,
sugiere modelos que privilegien una construcción activa y constante, por los dos
participantes. En la misma dirección, sugiere que el inicio del interés del bebé por objetos se
inicia en torno a los dos meses, debido a la presentación de esos objetos por los adultos, y no
alrededor de los cuatro o cinco meses, como resultado del encuentro solitario del bebé con el
" "medio".

Coloca como adquisiciones centrales del período las sonrisas y las primeras conductas
intencionales partiendo del "nicho seguro de la interacción con el otro”; enfatiza, así, el hecho
de que los bebés se conviertan sujetos activos.

Capítulo 3, Las primeras intenciones son prestadas. El objeto como protagonista. Da atención a
bebé de cuatro meses. Se destacan, en el período, las anticipaciones del bebé, de forma que el
presente se convierte en índice del futuro, lo que es indicado por observaciones de bebés en
diferentes situaciones. Se señala como consecuencia de la necesidad, de iniciar bien temprano
la atención a los bebés de riesgo, dada la importancia de los acuerdos intersubjetivos
establecidos entre adultos y bebés, que permiten la anticipación de acontecimientos relativos
a objetos y preanuncian las conductas intencionales.

Se presenta el tercer estadio de Piaget, con las reacciones circulares secundarias que traen
resultados externos, y el inicio de la disociación entre medios y fines, mostrando los límites de
su posición al descartar la comunicación y la intencionalidad del otro como origen de esas
reacciones. En cuanto a la noción de objeto, concuerda cuando Piaget lo concibe como
resultado de una construcción, pero se opone a él enfatizando que, desde su punto de vista, el
objeto es "el producto de la acción del signo".

Discute, a continuación, el objeto como nuevo protagonista en la vida del bebé, con la
reorganización perceptiva y motora que favorece el alcanzar sistemático. Critica a Piaget por
su contribución en la identificación de la permanencia del objeto, así como de otros
fenómenos del desarrollo, y por no tener en cuenta el papel del otro, ni las dimensiones
culturales y de uso funcional de los objetos. En el presente trabajo se analizan los resultados
obtenidos en el análisis. "Tomando como base la concepción pragmática -" la lógica del objeto
a partir de su uso en la vida cotidiana”.

Reafirma que el objeto es cultural, y cita Tomasello, lo que sugiere la adopción de la


perspectiva de Vygotsky, a quien la mayoría de los objetos con los que actúa el niño constituye
artefactos producidos por los seres humanos con affordances  intencional, además
asaffordancesnaturales estudiados por los seguidores de Gibson.

Capítulo 4 - Los objetos Sirven para hacer cosas.  Sus significados se hacen públicos. - está
orientado para bebés de ocho meses. La autora retoma la cuestión de la permanencia del
objeto, sugiere que el hecho de que el adulto trate el objeto como permanente debe afectar al
bebé de alguna forma y afirma que ese conocimiento puede ser usado para detectar indicios
de elementos de riesgo en el desarrollo.

Pasa, a continuación, a describir, según Piaget, las primeras conductas inteligentes del bebé en
ese grupo de edad. En el caso de que se trate de un problema de salud pública, se debe tener
en cuenta que, para el autor, el despertar de la intención tiene relación con los "obstáculos
externos", presentando varios ejemplos en que Piaget interpone obstáculos a ser removidos
por el bebé, como evidencia de la coordinación entre medios y fines. El autor hace diferentes
usos de su mano (por ella categorizados como: "mano obstáculo", "mano bastón" y "mano
ajena"), pero ningún uso de la "mano como guía", y que deja de interpretar acciones del bebé
en esas circunstancias como posibles intentos de comunicación. En la misma dirección, critica
a Piaget por atribuir al azar las acciones de explotación de objetos nuevos.
A continuación, la autora presenta la noción de "relaciones triádicas" citando Tomasello, que, y
surgen comportamientos triádicas a partir de los nueve meses asumen la coordinación de las
interacciones de leche "con objetos y personas, dando lugar a un triángulo de referencia
formado por bebé, adulto y el objeto o evento en alrededor del cual comparten la atención
"(188). Afirma que, en torno al final del primer año, hay una explosión de significados indíciales
(en el sentido que Peirce da al término), con situaciones cada vez más distales.

Resalta en Tomasello la concepción cultural del objeto, así como la sugerencia de origen
cultural del pensamiento. En el caso de las mujeres, la mayoría de las veces, la mayoría de las
veces, la mayoría de las veces.

La autora retoma la discusión de sus estudios con Moro (Rodríguez & Moro, 1999), que
describen interacciones triádicas bebé-adulto-objeto, antes de la comunicación intencional con
los demás. En estas primeras interacciones, corresponde a los adultos la responsabilidad, la
intencionalidad y casi siempre la iniciativa. La autora concuerda con Vygotsky, considerando
que los signos son, inicialmente, medios de relación social y, sólo después, medios de
influencia sobre la propia persona.

Reitera que, a pesar de que las relaciones triádicas se destacan en la literatura a partir del
cuarto trimestre de vida del bebé, hay que estudiarlas desde mucho antes, en los diferentes
contextos de interacción (por ejemplo, alimentación y baño), en que el adulto asume la mayor
parte de la responsabilidad. Para la autora, el modo semiótico de considerar los objetos a
partir de sus usos (pragmática del objeto), y de situarlos también en el seno de la
comunicación, encuentra en los proto-interrogativos una expresión importante. Se dan
ejemplos de situaciones en que el niño, antes de utilizar un objeto, busca confirmación del
otro sobre la adecuación de su gesto. En estas circunstancias, los bebés conceden al adulto el
papel regulador que él ya posee, lo que concuerda con las colocaciones de Vygotsky de que la
regulación es externa, antes de convertirse en interna, y que "ve a los mediadores semióticos y
la relación triádica en el mismo, exterior, antes de que el bebé los haya interiorizado "(p. 235).

En el último capítulo, De Los usos convencionales a los primeros símbolos, la autora analiza el
inicio del uso de símbolos que se definen como más disociado de las cosas. Suponiendo que no
hay respuestas simples a las indagaciones: "¿qué es símbolo" y "de dónde
provienen?". Rodríguez afirma, con base en Peirce, que "los símbolos gozan de la seguridad
proporcionada por las reglas convencionales relativas a los objetos y las leyes, de modo que se
permiten el lujo de significar desde la distancia proporcionada por la ausencia". Por lo tanto,
apunta como novedad el hecho de que los referentes comienzan a ausentarse: ya no es
necesario que lo apunte, que el significado esté presente.

Para encaminar esta cuestión, la autora pone en pauta el problema de la representación y del
uso convencional de los objetos en relación a la arbitrariedad del signo lingüístico, discutiendo
largamente la posición de Saussure que, al igual que Peirce, defiende la naturaleza social del
signo y de la lengua, en oposición a la posición de Piaget que, aunque asumiendo el modelo
saussureano de lenguaje, despoja el símbolo de componentes sociales. Y pregunta: ¿Cómo se
da semejante salto entre la total ausencia de convención para el grado máximo, el arbitrario
del signo lingüístico?

Rodríguez analiza los límites de la concepción de símbolo para Piaget, cuyo carácter de imagen
mental privada, marcada por la asimilación deformante, acaba por no explicar las posibilidades
de comprensión de las acciones simbólicas del bebé. Contesta también la capacidad básica
para la representación primaria en los bebés, tal como propone Leslie y Baron-Cohen,
descartando los aspectos semióticos y comunicacionales del signo en la ontogénesis.

A estas visiones, Rodríguez contrapone los argumentos de Wallon y Vygotsky, resaltando


especialmente la contribución de ese último en lo que concierne a la continuidad entre la
aparición del lenguaje y los procesos anteriores.

Recuerda que Vygotsky ve los gestos como usos convencionales, en que se apoya el uso
simbólico, como un "condensado" de usos públicos y convencionales, lo que permite que
seamos capaces de comprender cuando los niños pequeños usan símbolos.

La autora discute a continuación las tesis de Tomasello, señalando la distinción entre: (a)
artefactos simbólicos y (b) objetos materiales usados como símbolos y apoyando su visión de
objeto culturalmente situado, con énfasis en las propiedades funcionales de ese objeto
(presentando, así, una visión diferente del objeto "evidente" de la Psicología). Resalta la
influencia de los adultos en el origen de los símbolos, haciendo referencia a sus propios
estudios con Moro, entre otros. En lo que se refiere a la pragmática del objeto, sostiene que
los usos simbólicos se apoyan en los usos convencionales, retoma definiciones de signos para
diferentes autores, y cuestiona la idea de la existencia de signos "naturales", ya que el proceso
de interpretación de un " sujeto, con las inferencias que lo sostienen, no es natural”.

La siguiente pregunta es sobre los precursores semióticos de estos usos. La autora toma como
eje central la noción de mediadores comunicativos semióticos. Sostiene y presenta evidencias
de que, antes de los significados simbólicos y convencionales, surgen significados más básicos,
de naturaleza ostensiva e inicial. Se relaciona la comprensión del sujeto a los objetos, al menos
desde el punto de vista pragmático de su uso cotidiano. Afirma que, en el caso de las primeras
actividades simbólicas, es necesario vincular los objetos y sus referentes: ¿qué tipo de vínculo
une el objeto al referente a que apunta? En el caso de los signos ostensivos e indiciales, el
referente está presente. En el caso del símbolo, es necesario un mayor trabajo inferencial. Para
ello, es necesario algún tipo de estabilidad, como la propiciada por la permanencia del objeto.

Para la autora, "gracias a los símbolos, y también gracias a los usos convencionales, se abren
poderosas vías de abstracción, de categorización y de" despegue "de los contextos inmediatos,
características que, en otro plano, se van a multiplicar con el lenguaje. 284). Esta idea se
desarrolla para apoyar la idea de los usos convencionales como soporte para los simbólicos.

Rodríguez plantea, entonces, la cuestión de la convergencia entre los primeros símbolos y las
primeras palabras, considerando que esas adquisiciones guardan analogías. En el caso de que
se produzca un cambio en las condiciones de vida de las personas, las personas con
discapacidad, un valor heurístico no sólo para analizar los mecanismos de producción de los
niños, sino también de comprensión "(p. 295).

Argumenta sobre la convergencia entre tres sistemas semióticos: usos convencionales, usos
simbólicos de objetos, y lenguaje, con significados que operan de diferentes modos, con un
denominador común: la categorización que implica en el despegue del aquí-ahora, para
introducirse en la regla en general, en la ley.

Finalmente, apunta al hecho de que, cuando se habla en lenguaje, es necesario recordar que la
lengua hablada incluye entonación, gestualidad y expresión facial. Así, los sistemas semióticos,
especialmente cuando se piensa en la adquisición, raramente se producen de forma
aislada. "Cuando estas consideraciones se ponen en los primeros símbolos, es decir, para
los niveles semióticos más básicas, en lugar de 'símbolo' aislado, deber estaría hablando de la
configuración o la colocación en la  escena " (p. 299).

Entre los aspectos centrales del libro, se destaca la discusión del papel del otro, que para
Rodríguez se inicia desde el nacimiento. Para ello, ella discute la noción de "influencia" del
adulto, que no se restringe a procedimientos de enseñanza. Así, da atención a las
regularidades, ritmos y ajustes en la interacción; al uso convencional de objetos por el adulto,
a lo largo de las rutinas de cuidados; a la presentación de objetos al niño; y, incluso, al hecho
de que el adulto trata con el objeto como permanente.

La autora cuestiona los estudios sobre interacción adulto-niño con foco en precursores del
lenguaje y argumenta que es más productivo hablar en mediación semiótica, que, en lenguaje,
dando relevancia a otros signos, que tienden a ser bastante utilizados al inicio de las relaciones
del bebé con adultos y objetos. Retoma y enfatiza, así, la noción de relaciones triádicas, que
tienen en cuenta al mismo tiempo el bebé, el adulto y el objeto. Este objeto, visto de forma
diferente a la preconizada por Piaget, implica un objeto concreto, con significados que varían
en las diferentes culturas, que dependen de las formas de interacción establecidas, y que
llevan a diferentes significados y sentidos de los mismos en la historia de cada bebé.

Rodríguez discute las consecuencias de esta concepción de la influencia del adulto desde el
nacimiento, para la comprensión del desarrollo de bebés con alteraciones en el desarrollo (por
ejemplo, prematuros que se quedan en incubadoras por largo período de tiempo, bebés con
deficiencias). A partir de estas consideraciones, se puede sugerir que el proceso de desarrollo
de bebés con alteraciones de origen biológico sea entendido tomando en cuenta las
interacciones establecidas desde el inicio de la vida, para evidenciar las vías y procesos
alternativos que llevan al desarrollo (o que lo impiden, por la incredulidad en esas
posibilidades). Deja clara la relevancia de estudios sobre desarrollo infantil que abarcan niños
con deficiencias (en el sentido de alteraciones de origen orgánico). De esa forma, diferencias,
no en déficit, para el estudio del proceso de desarrollo de los niños con discapacidades y
deficiencias de origen orgánico.

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