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Enoc

Hijo de Jared y descendiente de Adán y


Eva

Enoc (a veces transcrito como Enoch,


Enoq o Henoc; ‫ חנוך‬Janoj) es, en el
Libro del Génesis, de la Biblia, el
nombre de varios personajes bíblicos
mencionados en dos genealogías, y
posteriormente por muchos autores
judíos, cristianos y musulmanes:

Enoc, hijo de Jared


Enoc, hijo de Jared

Dios toma a Enoc, como en Génesis 5:24:


"Y Enoc anduvo con Yavé, y desapareció
porque Yavé se lo llevó" (KJV) ilustración
de Figuras de la Biblia (1728); ilustrado por
Gerard Hoet (1648–1733) y otros, y
publicado por P. de Hondt en The Hague;
cortesía de Bizzell Bible Collection, Librería
de la Universidad de Oklahoma, EUA
Nacimiento 3139 a. C
Padres Jared
Padres Jared
Hijos Matusalén y
Naamah
Fallecimiento 2774 a. C

"Entonces subió a los cielos Enoc cada


uno de los cielos contenido
inigualables maravillas y temores, hijo
de Jared padre de Matusalén. Subió
hasta que llegó al séptimo cielo donde
lo que vio fue Al Elohim eterno y
misericordioso y a muchos ángeles y
servidores del Señor ‫( יהוה‬Yahweh). Su
esplendor no se comparaba con la luz
del sol". Libro de Mazequiel cap. 9:1-3.
Enoc, primogénito de Caín
El primero aparece como primogénito
de Caín (quien construyó una ciudad a
la que le puso el nombre de Enoc para
celebrar su nacimiento). Enoc fue
padre de Irad, este de Mehujael, este de
Metusael, este de Lamec (quien
aparece como el primer polígamo) y
este de Jabal y Jubal.[1] ​

Enoc, el segundo, hijo de


Jared
El segundo Enoc aparece como hijo de
Jared, descendiente de Set, hijo de
Adán, padre de Matusalén, abuelo de
Lamec y bisabuelo de Noé (Génesis).
Este «Enoc anduvo con Yavé, y
desapareció porque Yavé se lo
llevó»;[2] ​
«Por la fe Enoc fue trasladado
para no ver la muerte, y no fue hallado,
porque lo trasladó Dios»[3] ​

Enoc, nieto de Abraham


Enoc, que podría haber vivido en el
1700 a. C., era hijo de Madián y nieto
de Abraham.
Relatos sobre Enoc

Los «hijos de Elohim» …

Según el Libro de los Jubileos (texto


apócrifo escrito en tono midrásico
probablemente en el siglo II a. C. por un
judío fariseo; de la versión hebrea solo
se conservan los fragmentos
encontrados entre los manuscritos del
Mar Muerto; la versión mejor
conservada es la etíope):

Durante trescientos
años, Enoc aprendió
todos los secretos
(del Cielo y de la
Tierra) de los bene
Elohim (‘los hijos de
los dioses’).[4] ​

El es el nombre de uno o varios dioses


ugaríticos que fueron importados a
Palestina e introducidos en los textos
sagrados hebreos.

Por ejemplo, en Génesis 1:26 se dice:


«Entonces los Elohim dijeron:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen,
a nuestra semejanza”» y en Génesis
3:22: «Miren, el hombre ha llegado a ser
como uno de nosotros, conociendo lo
bueno y lo malo». Durante la
descripción de la Torre de Babel
(Génesis 11:7), los Elohim dicen:
«Ahora pues, descendamos y
confundamos sus lenguas».

Los hijos de Elohim eran gigantes que


habían bajado a la Tierra porque
carecían de compañía femenina. Los
dioses El les enviaron para enseñar a la
humanidad la verdad y la justicia. En el
Libro de Enoc los hijos de los Elohim
son llamados «vigilantes» y se les
menciona como un grupo de ángeles.
Igualmente, según los midrashim de
Yalqut Shimoni[5] ​
(la más importante
de varias colecciones de midrashim,
realizada en la primera mitad del siglo
XIII por rabí Shimeon Hadarshan de
Fráncfort) y el Bereshit Rabbati[6] ​
(midrás sobre el Génesis, abreviado a
partir de un midrás perdido, más
extenso, recopilado por rabí Moshe
Hadarshan durante la primera mitad
del siglo XI en Narbona):

Shemhazai y Azael
(originalmente
Azazel, ‘le fortalece
[el dios] El’), dos
ángeles que gozaban
de la confianza de los
Elohim preguntaron:
«Elohim, ¿no les
advertimos el día de
la creación que el
hombre demostraría
ser indigno de
vuestro mundo?».
Los Elohim
replicaron: «Pero si
destruimos al
hombre, ¿qué será de
nuestro mundo?».
Los ángeles
contestaron:
«Nosotros lo
habitaremos». Los
Elohim preguntaron:
«Pero si descendéis a
la Tierra, ¿no
pecaréis incluso más
que el hombre?».
Ellos suplicaron:
«¡Déjennos vivir allí
durante un tiempo y
santificaremos
Vuestro nombre!».

Los Elohim les


permitieron
descender, pero
enseguida a los
ángeles les venció la
lujuria por las hijas
de Adán y se
corrompieron
mediante el trato
sexual. Enoc dejó
constancia no solo
de las instrucciones
que recibieron de
Elohim, sino también
de su posterior caída
en desgracia: antes
del fin disfrutaban
indistintamente con
vírgenes, matronas,
hombres y bestias.
Shemhazai engendró
dos hijos
monstruosos
llamados Hiwa e
Hiya, cada uno de los
cuales comía
diariamente mil
camellos, mil
caballos y mil
bueyes. Y Azael
inventó los adornos y
cosméticos
empleados por las
mujeres para
pervertir a los
hombres. En
consecuencia, los
Elohim les
advirtieron que
liberarían las Aguas
de Arriba y así
destruirían a todos
los hombres y todas
las bestias.
Shemhazai lloró
amargamente, pues
temía que sus hijos,
aunque bastante
altos para no
ahogarse, murieran
de hambre.
En aquellos días solo
la virgen Ishtahar
permaneció casta.
Cuando Shemhazai
le hizo proposiciones
lascivas, ella se
dirigió a los hijos de
los Elohim:
«¡Préstenme sus
alas!». Ellos
accedieron y ella
voló hasta el Cielo,
donde se acogió en el
Trono de los Elohim,
quienes la
transformaron en la
constelación Virgo (o
según otros, las
Pléyades). Al perder
sus alas, los ángeles
caídos quedaron
abandonados en la
Tierra durante
muchas
generaciones hasta
que ascendieron por
la escalera de Jacob y
así regresaron a su
lugar de origen.

Shemhazai se
arrepintió y se situó
en el firmamento
meridional, entre el
Cielo y la Tierra —
cabeza abajo y con
los pies hacia arriba
—, donde permanece
colgado hasta
nuestros días,
formando la
constelación llamada
Orión por los
griegos.

Se cree que el escritor griego Arato (de


comienzos del siglo III a. C.) también
escribió sobre este relato, o su relato
aunque diferente presenta una gran
similitud con este. Cuenta que la
Justicia (siempre virgen, ya que no
yacía con nadie), hija de la Aurora,
gobernó con virtud la humanidad en la
Edad de Oro, pero cuando llegaron las
edades de Plata y de Bronce
acarreando codicia y masacre, ella
exclamó: «¡Ay de esta raza perversa!» y
ascendió al Cielo, donde se convirtió en
la constelación Virgo.

El resto de la narración está tomada


del relato de Apolodoro sobre la
persecución de las siete Pléyades
vírgenes, hijas de Atlante y Pléyone,
que lograron escapar de los abrazos
del cazador Orión transformadas en
estrellas.

No obstante, la mayoría de los


estudiosos creen que Ishtahar parece
referir a la diosa babilónica Ishtar,
identificada a veces con la
constelación Virgo. La creencia popular
egipcia identificaba a Orión, la
constelación en la que se convirtió
Shemhazai, con el alma de Osiris.

Explicación del mito …

La explicación de este mito de los


gigantes «hijos de El», que ha
constituido un obstáculo para los
teólogos, puede estar en la llegada a
Canaán de pastores hebreos, altos y
bárbaros, aproximadamente en el
1900 a. C. y en su contacto, mediante
el matrimonio, con las etnias del lugar.
En este sentido, los «hijos de El» se
referiría a los propietarios de ganado
que veneraban al dios-toro semita El. El
término «hijas de Adán» querría decir
‘mujeres de la tierra’ (en hebreo adama
significa ‘tierra’), esto es, las
agricultoras cananeas adoradoras de la
Diosa, famosas por sus orgías y su
prostitución premarital.

Si es así, este acontecimiento histórico


se ha mezclado con el mito ugarítico
según el cual el dios El sedujo a dos
mujeres mortales y engendró dos hijos
divinos con ellas, a saber Shahar
(‘Aurora’) y Shalem (‘Perfecto’). Shahar
aparece como divinidad alada en el
Salmo 139,9; y su hijo (según Isaías
14:12) era el ángel caído Helel.

Las uniones entre dioses y mortales


(que generalmente en la mitología
provienen de las uniones de reyes o
reinas con plebeyos), ocurren con
frecuencia en los mitos del
Mediterráneo y el Cercano Oriente.
Como el judaísmo posterior rechazó
todas las deidades menos su propio
Dios trascendental, y como este nunca
se casó ni asoció con mujer alguna, el
rabino Shimon ben Yohai maldijo, en su
texto Génesis Rabba, a todos los que
interpretaran «hijos de El» en el sentido
ugarítico.

De manera evidente, tal interpretación


todavía era habitual en el siglo II, y solo
desapareció cuando los bene Elohim
fueron interpretados como ‘hijos de los
jueces’. Elohim podía significar ‘dioses’
pero también ‘jueces’. Se generó
incluso la teoría de que cuando un
magistrado debidamente designado
juzgaba una causa, el espíritu de Él lo
poseía: «Yo había dicho: ¡Ustedes son
dioses, todos ustedes, hijos del
Altísimo!».[7] ​

Los ángeles acusadores …

Según las Homilías clementinas


(opúsculo cristiano de principios del
siglo III, escrito probablemente en
Siria):

Ciertos ángeles
acusadores pidieron
permiso al Dios
Yahvéh Elohim para
reunir pruebas
fidedignas de la
iniquidad humana,
perlas, tinte
purpúreo, oro y
otros tesoros, que
fueron robados
inmediatamente por
los codiciosos
hombres. Entonces
los ángeles-joyas
adoptaron forma
humana con la
esperanza de
enseñar rectitud a la
humanidad. Pero esa
asunción de carne
humana les hizo
someterse a los
apetitos humanos:
seducidos por las
hijas de los hombres,
se encontraron
encadenados a la
Tierra y fueron
incapaces de
recuperar sus
formas espirituales.
Los Caídos tenían
unos apetitos tan
grandes que Yahvéh
Elohim hizo llover
sobre ellos maná de
muchos sabores
diferentes para que
no sintieran la
tentación de comer
carne, alimento
prohibido, y
excusaran su
flaqueza alegando
escasez de cereal y
hortalizas.
No obstante, los
Caídos rechazaron el
maná de Yahvéh
Elohim, mataron
animales para
comerlos y hasta
probaron carne
humana,
contaminando así el
aire con vapores
nauseabundos. Con
las mujeres y las
bestias del campo y
el agua, procrearon
hijos monstruosos y
titanes. Fue entonces
cuando Yahvéh
Elohim empezó a
pergeñar la
destrucción de Su
mundo por medio del
Diluvio.[8] ​

Y en el libro de Mazequiel:

"Ahora los Nephilim dominaban la


tierra, que eran los hijos de los
vigilantes.Ellos eran llamados los
gigantes de la antigüedad. En aquellos
días vivía Enoc". (Mz 11:9).

El ángel Metatrón …
Más tarde, el mito hebreo convierte a
Enoc en el ángel ayudante y consejero
de Yahve Elohim y también en patrono
de todos los niños que estudian la
Torá.

Según el Sefer Hejalot (midrás sobre


los secretos del Cielo, estrechamente
relacionado con el Libro de Enoc):

El sabio y virtuoso
Enoc ascendió al
Cielo, donde se
convirtió en el
principal consejero
de Yahvéh Elohim y
desde entonces fue
llamado Metatron.
Yahvéh Elohim puso
su propia corona
sobre la cabeza de
Enoc y le dio setenta
y dos alas y
numerosos ojos. La
carne de Enoc se
transformó en llama,
los tendones en
fuego, los huesos en
ascuas, los ojos en
antorchas, el cabello
en rayos de luz, y lo
envolvió la tormenta,
el torbellino, el
trueno y el rayo.[9] ​

Metatrón sería una corrupción hebrea


del griego meta-dromos, ‘el que
persigue con venganza’, o de meta ton
zronon, ‘cercano al trono’.

Los setitas (descendientes de Set)


hacían voto de celibato y llevaban vida
de anacoretas, según el ejemplo de
Enoc.

Según el Génesis 5.22-24, Enoc era un


hombre justo, «caminó con Yahvéh»,
vivió 365 años, y desapareció, porque
Yahveh se lo llevó sin que muriera.
El cronista, poeta y teólogo católico
sirio Gregorio Bar-Ebraia (1226-1286)
escribió:

Enoc fue el primero


que inventó los libros
y las diversas formas
de escritura. Los
antiguos griegos
declaran que Enoc es
equivalente a
Hermes Trimegisto, y
enseñó a los hijos de
los hombres el arte
de construir
ciudades, y promulgó
algunas leyes
algunas leyes
admirables […]
Descubrió el
conocimiento del
zodiaco, y el curso de
los planetas; y
enseñó a los hijos de
los hombres que
debían adorar a los
Elohim, que debían
ayunar, que debían
rezar, que debían dar
limosnas, ofrendas
votivas y diezmos.
Reprobó los
alimentos
abominables y la
ebriedad, e instituyó
festivales para
sacrificios al Sol, en
cada uno de los
signos zodiacales.

En el islam, el profeta Enoc es


conocido como Idris por algunos
ulemas, y se le describe como sigue:

¡Verdaderamente! Es
un hombre de verdad
y un profeta. Le
elevamos a un alto
puesto.[10] ​

.
Según el 2 Enoc, texto apócrifo y
pseudoepigráfico, el Dios Yahvé se
llevó a Enoc y le transformó en el ángel
Metatrón.

Se dice que el rey Salomón adquirió


gran parte de su sabiduría en el Libro
de Raziel, colección de secretos
astrológicos tallados en zafiro, que
guardaba el ángel Raziel.

En el capítulo 23 del 2 Enoc, el Enoc


eslavo dice que el Dios El dictó a Enoc
su conocimiento cósmico, después
designó a los ángeles Samuil y Raguil o
Semil y Rasuil para que acompañaran a
Enoc en su regreso a la Tierra y ordenó
a este que legara esos libros a sus
hijos y a los hijos de sus hijos. Tal sería
el origen del Libro de Raziel, que fue
entregado, según la tradición judía, por
el ángel Raziel a Adán, del cual pasó a
Noé, Abraham, Jacob, Leví, Moisés y
Josué antes de llegar al rey Salomón.

Según el Tárgum sobre el Eclesiastés:

Cada día el ángel


Raziel, erguido sobre
el monte Horeb,
proclama los
secretos de los
hombres a toda la
humanidad y su voz
resuena alrededor
del mundo.[11] ​

Un denominado Libro de Raziel, que


data aproximadamente del siglo XII, fue
escrito con toda probabilidad por el
cabalista Eleazar ben Judah de Worms,
pero contiene creencias místicas
mucho más antiguas.

Enoc en el mormonismo …

Para los miembros de La Iglesia de


Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días (conocidos popularmente como
"mormones"), Enoc fundó la ciudad
justa de Sion en un mundo
pecaminoso. Él y los habitantes de
toda la ciudad fueron «trasladados»
por Dios sin probar la muerte[12] ​
antes
del Gran Diluvio. Dejaron a Matusalén y
su familia (incluido Noé su bisnieto)
para que gente justa siguiera poblando
la Tierra. Revelación registrada en el
Libro de Moisés capítulos 6 y 7,
recibida por el profeta José Smith.

Véase también
Libro de Enoc, un apócrifo de la
apocalíptica judía.

Referencias
1. Génesis
2. Génesis
3. Hebreos 11:5
4. Libro de los Jubileos 4:21
5. Yalqut Shimoni 33
6. Bereshit Rabbati 29-30; citado a
partir de la edición de Hanoch
Albeck, Jerusalén, 1940 (existe
traducción española de Luis Vega
Montaner, Estella, Verbo Divino,
1994)
7. Salmos 82:6
8. Homilías clementinas, 8.11-17
(pág. 142-145)
9. Sefer Hejalot, 170-176
10. Corán 19:56-57
11. Targum sobre el Eclesiastés, 10.20
12. Véase Moisés 7:18-21 , 69 y
Doctrina y Convenios 4:4

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