FILOSOFIA

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SEGUNDA PARTE

II. LA ADMIRACION

Y EL ENCUENTRO CON LA VERDAD

¿Dónde está la sabiduría?,

que se ha convertido en conocimiento,

¿Dónde está el conocimiento?, que

se ha convertido en información.

(T. S. Elliot)
INTRODUCCION A LA FILOSOFÍA (Introducción al pensamiento clásico)

1. El origen del filosofar: la admiración

Empezamos, entonces, viendo lo que es la filosofía partiendo de que es el amor o búsqueda


de la SABIDURIA. Como ya hemos visto, el saber filosófico es un saber eminente porque es
un saber de causas últimas, a las que se accede por la luz natural de la razón. Pero, ¿cómo
se puede acceder a ese saber? Además, si un individuo jamás ha ejercido la filosofía, si no la
conoce, ¿cómo la podrá amar?

Hemos dicho, en una primera aproximación, que la filosofía es amor, búsqueda del saber, y
que éste es algo que normalmente todos deseamos poseer. De acuerdo con esto, todos los
seres humanos, somos en cierto modo filósofos. Sin embargo, aunque tengamos esa
posibilidad no siempre realizamos la actividad filosófica. ¿Cómo se inicia el saber filosófico?,
¿cuál es su punto de arranque o su origen?

Muchos de los grandes filósofos están de acuerdo en que el comienzo de la filosofía es la


admiración. Todos ellos empezaron a hacer filosofía admirándose. Pero, ¿qué es la
admiración? Podemos decir, en primer lugar, que en cierta manera la admiración es una
especie de deshabituación, un salir de lo acostumbrado.

a. La deshabituación.

De ordinario nos acostumbramos a ver la realidad como la vemos. Llegamos a este mundo
prematuramente, después de los nueve meses de estar en el vientre materno; y cuando
venimos a esta realidad no somos ni siquiera conscientes de ello. De pequeños, se nos
presenta el mundo progresivamente, gracias a nuestros padres y posteriormente a nuestros
maestros, que son quienes "muestran" al recién llegado esta gran casa que es el universo,
las personas, etc.; y nos vamos acostumbrando por ejemplo, a que aquella planta crece, a
que aquel animal se comporta así, a que las personas hablan y hacen cosas. Evidentemente
un niño pregunta, y a veces hasta el cansancio; pero se contenta pronto con las respuestas
que recibe, porque su inteligencia aún no se ha desarrollado lo suficiente.

Pero, imaginémonos que venimos a este mundo, siendo mayores, como si de pronto
despertáramos a una realidad extraña, y al abrir los ojos, veríamos algo a lo que no estamos
habituados. La primera pregunta que seguramente afloraría a nuestros labios sería: ¿dónde
estoy?, ¿qué es todo esto? A veces, hay acontecimientos en nuestra vida que nos interpelan

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de modo radical, como por ejemplo, la muerte de un ser querido. Quizá sea entonces cuando
el sujeto intente comprender la realidad de un modo más profundo y más propio.
b. El arte de saber preguntar

Decíamos que la admiración requiere una cierta deshabituación. Cuando uno se sale de los
conocimientos habituales es porque éstos no le bastan para contestar sus interrogantes. Por
ello, la deshabituación de la admiración requiere una actitud de serena insatisfacción. Según
esto el filósofo es un insatisfecho, pero no en el sentido de desasosiego, sino de tener una
gran capacidad de pregunta.

Es posible conformarnos con las respuestas elementales. Inclusive al filósofo se le plantea el


¿para qué más? El podría responder: ¿Y por qué menos? Según un filósofo clásico,
Aristóteles, es indigno del ser humano no acceder a un conocimiento del que es capaz. Uno
no puede instalarse en los conocimientos obtenidos. El verdadero filósofo no se instala jamás.
La inquietud por la verdad ha prendido una vez en su interior y una vez que se ha gustado de
la verdad no se la puede dejar ya más.

Se suelen distinguir dos momentos en la admiración: uno que es el acto inicial de


sorprenderse, acompañado ordinariamente de una cierta conmoción sensible. Se trata de una
situación en que se advierte que a uno le falta la comprensión de algo que nos admira y que
no sabemos explicarnos. Nos damos cuenta que estamos frente a una realidad de la que no
sabemos dar razón, de la que no podemos respondernos. Es un pugnar por penetrar la
realidad y ver que no se nos entrega.

Muchas de estas preguntas se han hecho famosas a través del tiempo, por ejemplo: ¿Por
qué el ser y no más bien la nada?, ¿Por qué el cambio, el movimiento en la realidad?, ¿Por
qué la multiplicidad y variabilidad de las cosas?, ¿Por qué el dinamismo intrínseco de un ser
viviente?, ¿Por qué el ser humano no puede dejar de aspirar siempre a la felicidad?, ¿Por qué
los amigos terminan siempre pareciéndose?, ¿Por qué el advenimiento de la muerte?, etc.

Como se podrá notar, una característica de todas esas grandes preguntas es que se refieren
a lo que estamos tranquilamente acostumbrados, a lo que damos por hecho, a lo que
tomamos como evidencias, y de lo cual casi nadie se pregunta. De acuerdo con esto ya
tenemos una pista para saber preguntar y es precisamente preguntarnos sobre lo obvio, sobre
lo que transcurre nuestra vida y casi nadie se pregunta.

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Otro elemento que nos ha legado la tradición socrática es el ejercicio de una sana ironía. Como se
sabe, Sócrates y sus discípulos ejercían el arte de la pregunta en la ciudad, entrevistando a quienes
se consideraban entendidos en su oficio, y cuestionándoles precisamente lo que ellos creían que
sabían. Por ejemplo, si acudían a visitar a los artesanos, les preguntaban por su actividad. Es
probable que el artesano respondiera de acuerdo al cómo de su arte, pero no supiera responder al
qué es.

Igualmente sucedía con los poetas, al preguntarles ¿qué es la poesía? ellos podrían
responder vagamente, o haciendo unos versos, pero en realidad no sabían decir qué era la
poesía en cuanto tal. De la misma manera sucedía cuando preguntaban a los políticos sobre
¿qué era la política? y ellos contestaban exponiendo sus planteamientos políticos, pero no la
esencia de la política: ¿qué es dirigir?, ¿qué es mandar?, ¿qué es la ley?, etc.

Evidentemente, este ejercicio es bastante delicado porque no todos buscan la verdad


en lo que hacen, sino que pueden tener otros fines, y al hacerles ver la verdad pueden
rechazarla, por razones de orgullo, amor propio, o también como malicia. De ahí que el amor
a la verdad, o por lo menos el respeto hacia ella es una condición necesaria para el ejercicio
filosófico.

c. La docta ignorancia.

Según la tradición socrática, si se vive bien el momento de la deshabituación o el de la sana


ironía se da lugar a la llamada docta ignorancia, que es tal porque todavía no ha alcanzado la
verdad y es docta porque sabe que ignora, y por tanto ya sabe algo. En cambio, el
verdaderamente ignorante es aquel que no sabe que lo es. La docta ignorancia es un
saber que no se sabe y se expresa con la conocida máxima: "Sólo sé que nada sé".

Sin esa conciencia de que no se sabe, o de que se sabe muy poco, es imposible el filosofar.
No hay nadie que dé un paso adelante y se ponga en movimiento en pos de algo que cree
que ya posee de modo completo. Por ello, si alguien piensa que ya sabe cómo son las cosas,
no se dispondrá a su búsqueda, ¿para qué va a tratar de conocer las cosas, si ya sabe cómo
son?

Por esa razón a la verdad hay que acercarse con la humildad de quien sabe que ignora
muchas cosas, y por tanto se le acerca sin resabios. Se trata de una cierta ingenuidad, la de

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creer que es posible alcanzar la verdad, y que la aproximación a ella es paulatina y comporta
mucho esfuerzo y paciencia.

d. El descubrimiento de la verdad
Si uno afronta con sinceridad, a veces irónicamente, esa situación de ignorancia, de
insuficiencia, entonces se da paso al segundo momento de la admiración: la búsqueda y el
descubrimiento de la verdad. Habíamos dicho antes que la verdad es esquiva, que no se
entrega fácilmente; por ello en este segundo momento se despliega todo el esfuerzo, se
empeñan todas las energías, se afina el método necesario para medirse con aquella realidad,
se apuesta todo en favor del descubrimiento de la verdad, de su posesión.

Cuando por fin se ejercen los actos intelectuales que se corresponden con la realidad y se
llega a alcanzar la verdad, entonces se produce la luz. A los intentos, a la lucha contra las
dificultades, le sigue el gozo del encuentro con la verdad. A esto Sócrates le llamó
"mayéutica": el arte de dar a luz; haciendo un símil respecto del oficio de su madre que era
partera y que ayudaba a las madres a dar la luz a su hijo.

En cierta manera ese encuentro con la verdad "marca" la vida del sujeto, que al encontrarla
se embelesa con ella, la integra en su vida, la cual se ve, de esta manera, dichosamente
enriquecida. Con aquella luz del intelecto se "ve más y mejor" la realidad, se la ve de un modo
nuevo, distinto. Lo que se ha vivido antes de conocer la verdad y el futuro que se abre a partir
de entonces es diferente. Si se tiene la inmensa fortuna de encontrarse con la verdad ésta es
acogida con una intensidad sólo comparable a su búsqueda.

2. El ocio filosófico y la vida actual.

Es evidente que plantearse en profundidad la verdad, requiere unas condiciones. Un pre


requisito básico es un cierto ocio, es decir, hacer un paréntesis en la vida de negocio (no
ocio). Normalmente la vida práctica puede absorbernos de tal modo que apenas tengamos
tiempo para admirarnos, investigar y alcanzar la verdad.

En medio de la vida práctica no es posible la admiración. Y ésta no es simplemente pensar


sobre asuntos prácticos, sino profundizar en lo que de permanente hay en la realidad, en las
personas, en la sociedad, etc. Así por ejemplo, uno puede darse cuenta de que debe dirigir
su acción de una determinada manera, de que en vez de hacer su acción de tal modo la tiene
que hacer de tal otro, o que la tiene que dirigir a aquellas personas en lugar de estas otras,
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pero eso no es admirarse, eso es sencillamente aprender a rectificar la acción. Para


"admirarse" hace falta "salir" de la actividad práctica, es decir, es preciso detenerse, pararse
a pensar.
Actualmente, las condiciones no son favorables para la filosofía. El ambiente cultural en que
vivimos no facilita el filosofar porque estamos en la época de la primacía de la acción práctica
y de sus resultados. Pero si se da la primacía de los resultados, y de acuerdo a ellos se mide
el éxito o el fracaso de una persona, si se valora más el hacer, el tener y el placer material,
entonces todo ello se pone por encima del saber y éste sólo lo es, si acaso, en función del
hacer, subordinado a él.

Es significativo que el héroe que se admiraba antaño, el que se jugaba la vida por las causas
justas y nobles, haya sido sustituido en la actualidad por el manager, el cual es magnificado.
El ídolo no es ahora el sabio, sino el hombre de acción, que baja de un avión para tomar
enseguida otro, que atiende y maneja muchos negocios y asuntos, en medio de una vorágine
en que pararse a reflexionar es hasta un lujo prohibido.

No es extraño que aquel ritmo lleve al estragamiento y al hastío. La nuestra es una época
cansada, en la que pareciera que hemos dejado lo mejor de nuestras energías en aquella
carrera sin aliento, íntimamente desgraciada, en la que nunca se posee lo que se busca, y
que no es iluminante sino que al contrario, es oscura, no da un saber, no ilumina ni el qué, ni
el por qué, ni el para qué más profundos; se trata de un vivir provisional porque cada resultado
es impelido a ser superado en ese mismo momento.

Con todo, lo malo no son los resultados sino de buscarlos desasosegadamente de tal manera
que impiden la contemplación intelectual. En cambio, con la teoría se tiene el gozo de poseer,
intelectualmente y de modo inmediato el objeto conocido. Por otra parte, el cansancio viene
en razón de que aquellas certezas son efímeras, duran el tiempo justo para que el sujeto las
constate, se autoafirme a sí mismo y se perciba como existente (hago cosas, luego existo);
pero al fin y al cabo esto lleva a un mecanicismo cada vez más inerte.

La técnica con toda su bondad nos ha puesto a la mano inmensidad de artefactos que cuando
no se saben recibir nos llevan a "la cultura del botón" en la que estamos instalados, sin ver
que detrás de ese botón hay tanto saber acumulado, que es preciso recorrer; pero que por
comodidad no vemos sino que nos quedamos sólo los efectos, pero entonces surge
irremediablemente el aburrimiento. Inclusive, la gente suele hablar de "no son importantes las
ideas, sino el ponerle pies a las ideas", tendríamos que responder, que precisamente para

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ponerle pies a las ideas hay que tenerlas antes, de lo contrario no se sabe a qué se le va a
poner pies.

Esta primacía del pragmatismo ha tenido su repercusión hasta en la institución a la que más
genuinamente le corresponde el cultivo del saber: la universidad. Sin embargo, en muchos casos,
ésta se ha convertido en una institución en la que su valor principal no es el saber y su
comunicación, sino los valores económicos, y se ha reducido a vender (en este caso títulos),
como en los grandes almacenes, sólo lo que demanda el cliente o el usuario, que es el alumno;
el cual sólo acude para adquirir un saber práctico, el título y nada más.

El hombre de hoy ha entronizado, pues, el hacer práctico y a él le entrega lo mejor de sí,


corriendo el riesgo de hacerse incapaz para un saber teórico profundo. Pero con ello no hace
más que agravar las situaciones y los problemas, suscitar no soluciones profundas, potentes,
sino pequeños "parches", que lo que hacen es generar efectos perversos y agravar la
situación, porque la vida práctica sólo es posible de ser dirigida si es asistida por la vida
teórica.

A veces un hombre de acción dice: "no me expliques el por qué, dime qué hago". Parece
increíble que alguien pueda estar dispuesto a hacer algo a ciegas, y sin embargo esto está
sucediendo actualmente, ya no interesa por qué se hace algo, sino hacerlo, tanto es el poder
de lo pragmático. Es también significativo que el hombre de acción no tenga reparos en
confesar, hasta orgullosamente, que su médico le ha indicado descanso y cuidados; en
cambio, por ejemplo, se puede sentir hasta culpable si yendo en su automóvil, hiciera un alto
en el camino y se parase largamente a contemplar un paisaje. Esto le puede parecer un lujo,
o una debilidad, con lo cual pone de manifiesto su incapacidad para la contemplación.

Como es comprensible, gran parte de esa actitud se ha generado por la complejidad de los
problemas que nos acechan que son muy difíciles y tan perentorios, tan urgentes que parecen
desbordarnos; y entonces se pierde la serenidad y se lanza uno desaforadamente a la acción,
con la intención de solucionarlos. Sin embargo, precisamente porque se trata de acometer
aquellos asuntos tan complejos, es necesario intentar soluciones que integren muchos
aspectos, que sean muy profundas. Sólo en el nivel de esa radicalidad se pueden avizorar
planteamientos potentes con que se puedan acometer la complejidad de aquellas situaciones
que parecen desbordantes y que con las prisas nos encargamos de empeorarlas más todavía,
porque se generan más problemas de los que se solucionan.

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En las últimas épocas, el ser humano ha inventado lo más alto para hacer frente a los
problemas: la ciencia. Con ella se intenta afrontar las enfermedades (medicina), los recursos
escasos (economía), la organización social (derecho y política), etc. En atención a ello, el
profesional de las Ciencias Empresariales, o el de la comunicación, el abogado o el ejecutivo
más ocupado, precisamente por tener que hacer frente a lo imprevisto, debieran salirse de
aquella especie de "rueda de molino" de su actividad y pararse a pensar, aunque sea unas
pocas horas el fin de semana, sobre qué, cómo y para qué está "moliendo". Las prisas, los
requerimientos de cada instante, pueden impedir la actividad filosófica. De suceder así
podemos entrar en pérdida, porque sin vida teórica que ilumine, la vida práctica discurre como
en medio de un gran circuito pero con apagón, minando la eficacia de la propia vida práctica.

A veces se ha pensado que lo más importante no es conocer las cosas sino transformarlas.
Sin embargo, ¿cómo se puede transformar algo que no se conoce? Insistimos que para
transformar cualquier cosa, lo primero que se necesita es saber cómo es, de lo contrario, se
puede dar lugar a los llamados "efectos perversos", es decir consecuencias dañinas que no
se habían previsto. De ahí que lo primero que se le pide a alguien que va a actuar es que
sepa.

No es fácil el desprendimiento de las cosas urgentes, y sin embargo es la condición para


filosofar. Para pensar es menester detenerse, "pararse". La admiración y el filosofar
constituyen así una especie de privilegio en un ser humano. Pero también es –no lo
olvidemos– un requerimiento de su naturaleza humana que es racional. No es humano vivir
sin verdad. La ignorancia es un gran mal para el hombre.

Es posible, y con esto no intentamos justificar el activismo, que en situaciones de extrema


urgencia haya que dejar el filosofar para dedicarse a lo que requiere nuestra atención de
manera inmediata. Se suele decir: primum vivere, deinde filosfare (primero vivir, luego,
filosofar); pero esto no quiere decir que por el hecho de vivir, se excluya a la filosofía
definitivamente, ya que como sostiene Aristóteles, la teoría es la vida más alta, de modo que
aquella situación daría lugar al pro vita, vita perdere. Pero no podemos perder la vida
precisamente por ella.

Aún en situaciones límites, de grave necesidad debemos tratar de pensar, aunque sea
después de que nos hemos visto obligados a actuar. Por ejemplo, en algún país que se
padecía una grave crisis económica, con una hiper inflación de tres dígitos, sin antecedentes,
quizá entonces no hubiera más remedio, si se tienen responsabilidades políticas, que tomar

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medidas de urgencia sin mucho tiempo para pensar, en esas situaciones es peor no tomar
una decisión que tomarla. Y sin embargo, no se puede dirigir un país así, sin pensar, durante
2, 5 ó10 años.
Así mismo, no es verdad que necesariamente en los países en vías de desarrollo no pueda
surgir la filosofía debido a que tengamos que abocarnos al desarrollo económico. Es verdad
que, por ejemplo, en el Perú tienen que haber muchos y muy buenos técnicos en diferentes
ámbitos, en la agricultura, en la minería, en la industria, en la informática, etc.; y también se
necesita de directivos, de verdaderos empresarios para que puedan mover una empresa o
una industria, que nos es tan necesaria o elemental para una producción y un crecimiento real
y sostenido.

Sin embargo, ni técnicos, ni empresarios pueden ni deben jubilar su inteligencia, sino que
tendrían que acceder, más pronto o más tarde, de algún modo, y en la medida de sus
posibilidades, a un conocimiento superior y cada vez más profundo de la realidad. Por otra
parte, una filosofía de la economía peruana que integre todos los elementos pertinentes,
también los de la economía mundial, sería de mucha ayuda para nuestro país y para otros.

Decíamos entonces que la filosofía no está reñida con la actividad práctica cuando ésta no
se transforma en activismo, porque entonces se haría imposible la admiración que es lo que
da origen a la actividad filosófica. Pero conviene tener presente otra condición para que pueda
darse la admiración y poseer la verdad, y es la de tener un espíritu esforzado, que no se haya
instalado en la comodidad. No sólo el activismo, las prisas, impiden el filosofar, sino también
el hedonismo, la vida cómoda, sin nervio, sin tensión hacia lo valioso, que generalmente es
costoso.

Tampoco en este requerimiento nos favorece el ambiente actualmente, ya que junto con el
activismo se magnifica lo fácil y placentero. Cada vez se trata por todos los medios de ahorrar
esfuerzos, pero si uno se descuida se puede ablandar con esa ley del mínimo esfuerzo. Las
nuevas tecnologías, el internet, etc., deben estar al servicio del pensar profundo y no
sustituirlo.

Sucede que si no nos esforzamos por nada que sea verdaderamente valioso, nos
desvitalizamos y entonces nos hacemos cada vez más incapaces de él y también de la
esperanza; ya que nos acostumbramos a los resultados rápidos, inmediatos, cerrándonos el

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camino a la esperanza, que comporta precisamente el llevar entre manos tareas de largo
plazo.

Es importante el esfuerzo sostenido para poder filosofar. Es posible que en más de una ocasión
uno tenga que esperar un tiempo para comprender alguna realidad, inclusive a veces puede
sentirse uno algo tonto si se trata de algo nuevo, pero si se persevera siempre se consigue
alcanzarla. Como no es fácil encontrarse con la verdad hay que estar atentos cuando se vislumbra
algo de ella, porque la verdad no suele exhibirse, se basta a sí misma.

Por tanto, el filosofar requiere, de parte nuestra, una cierta disposición interior. Ya hemos
señalado que requiere de capacidad de esfuerzo, de pregunta, de contemplación, de
humildad, y de modo especial exige que se valore la verdad, que uno esté dispuesto a no dar
cabida a la mentira dentro de uno mismo. Es difícil no convivir con la mentira. A veces, vivir
en la verdad puede costarnos algunas cosas, ciertas ventajas, el aprecio de algunas
personas, incomprensiones, negarnos un cierto tipo de satisfacciones y también perder
algunas prebendas o éxitos aparentes.

La mentira se puede meter en la propia vida, en lo que se hace y en lo que se dice. Hay quien
tiene posturas ambiguas respecto a la verdad, se puede dar una apariencia por fuera y ser
muy distinto lo que se lleva dentro, se puede fingir hacer algo por un motivo cuando en realidad
es por otro motivo oculto, es posible manipular a los otros, o dejarse manipular por ellos, bailar
al son de sus trompetas, darles todos sus caprichos sin importar si son buenos para ellos,
toda una vida hecha mentira, buscando sólo el interés particular; también son abundantes las
mentiras prácticas cuando se engaña con un trabajo mal hecho, cuando se "promete"
demasiado con un producto mal hecho, no entregado a tiempo, etc.

Si nos enfrentamos con la mentira dentro de nosotros, si empezamos por no engañarnos a


nosotros mismos, si ponemos todos los esfuerzos para no vivir en la mentira, entonces
reconoceremos la falsedad a leguas de distancia, la rechazaremos y la verdad tendrá cabida
en nosotros. Si queremos acceder a la sabiduría tendría que repugnarnos la mentira, inclusive
físicamente, tendríamos que ser incapaces de soportar la falsedad.

No podemos convivir con la mentira, aunque haya mucha presión por dentro y por fuera.
Cuando veamos que lo falso quiere entrar, o ha entrado, en nosotros, no vacilemos en hacer
los mayores sacrificios por evitarlo, sacarlo o por alejarlo. Tenemos que estar dispuestos a

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rectificar. A veces, debemos decir por ejemplo: "Perdona, eso que te dije antes no era exacto,
la verdad es tal".

No faltarán ocasiones de ser falsos, tentaciones de envolvernos en el engaño, situaciones


ficticias o perjudiciales, compensaciones engañosas; también a veces puede parecernos que
hemos perdido "oportunidades" o beneficios personales por haber pretendido decir o defender
la verdad. Sin embargo, no es tal, ya que la verdadera pérdida es la de la verdad y la real
ganancia es un alma entera, una mirada limpia, verdadera. A los jóvenes que les suele
entusiasmar la autenticidad tienen en este programa una hermosa tarea que acometer.

3. El encuentro con la verdad. Importancia.

Es difícil expresar con palabras este gran acontecimiento que es el encuentro con la verdad.
Tal hallazgo es el encuentro con lo permanente que se hace inolvidable. Como ya señalamos,
en su origen, la palabra verdad se denomina a-letheia. La palabra lethos significa olvido y la
palabra a-letheia significa sin olvido. Y esto es justamente porque cuando uno se encuentra
con la verdad, uno se encuentra con lo que permanece, y entonces ya no se puede olvidarlo
jamás. El encuentro con la verdad es el gran acontecimiento en la vida de las personas, y
quien lo haya tenido es muy afortunado, porque sin verdad no es posible vivir humanamente.

¿Cómo se encuentra la verdad? En el camino de la vida hay muchos modos de encontrarla.


Se la puede encontrar en el arte, en las matemáticas, en ciencias como la medicina, la
economía, en la política, etc. Hay quienes la han encontrado en la música, otros desarrollando
un problema matemático, cuando se dan cuenta que siguiendo tal proceso, tal planteamiento
¡sale la respuesta! y uno dice admirado: ¡esto es verdad!, ¡esto es necesariamente así y no
de otra manera!

También se puede encontrar la verdad en una persona. Cuando uno tiene la inmensa fortuna
de encontrarse con una persona que tiene gran riqueza en su ser, el gozo es inefable. La
conmoción no es sólo sensible, involucra todas nuestras potencias o facultades. A partir de
ese encuentro nuestra vida ya no es la misma. Cuando uno se encuentra con una persona
verdadera la propia vida queda iluminada con la verdad de aquella otra persona, se queda
uno deslumbrado.

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La vida se ve gozosamente transformada. Se podría decir que se empieza una vida nueva.
Antes de conocer a aquella persona no hay antes, la vida anterior no es verdadera vida,
aparece pobre y oscura ante el resplandor de la novedad, de la verdad, de aquella persona.
Se da inicio a una vida nueva. Se empieza a vivir más plenamente, y entonces no hay pasado,
ni dolor, que merezcan recordarse.

Gracias a la verdad encontrada en aquella persona, a los nuevos horizontes que nos hace
vislumbrar, a aquellas insospechadas dimensiones a las que nos abre, podemos aprender que
nuestra vida puede ser de otra manera, mucho mejor que antes y por eso ya no se le puede
olvidar jamás. Nuestra vida se ve entonces enriquecida. En las distintas circunstancias nos basta
con pensar en esa persona, en su vida, en lo que hace y el modo como lo hace, para ayudarnos
a ser verdaderos y felices.

Cuando encontramos la verdad en una persona, podemos acceder a una revelación


muy personal. Ante nosotros aparece imponente la sabiduría, la bondad, la pureza de alma, y
a uno le parece como si de pronto los sueños, los ideales, se han hecho realidad, que eso que
se creía imposible o difícil de pronto está ahí delante nuestro. Uno se da cuenta de que es
posible vivir así, en esas dimensiones, con ese ritmo interior, con esa intensidad.

Encontrar la verdad en una persona es una de las formas más intensas de encontrarla.
Al conocerle se puede exclamar ¡qué bueno es que existas!, ¡Es tanto lo que me revelas! ¡Me
es necesaria un poco de tu luz, de tu verdad, de tu bondad!, y uno se centra en aquella
persona, en quien encuentra puntos de referencia seguros. Esto sucede en el amor humano,
pero más aún y de modo muy intenso cuando uno descubre a la persona divina, a Dios.

Lo mismo ocurre con el encuentro de la verdad en la filosofía. Se produce entonces un


deslumbramiento, un gozo que llena toda la vida. Porque la verdad de aquel conocimiento, de
aquella ciencia, como en el caso del encuentro con la verdad de una persona, iluminan la vida
de modo nuevo; debido a que es tal la riqueza de su contenido que de alguna manera "marca"
la propia existencia.

Desde entonces la verdad encomienda una tarea, supone compromiso, la de proseguir


descubriéndola y dándola a conocer en la medida de lo posible. Habíamos señalado antes
que cuando uno se encuentra con la verdad y se da cuenta de que hasta entonces su pobre
vida había transcurrido sin saber que existía aquello, entonces esa verdad, esa persona se le
hace inolvidable. Desde ese momento en adelante no queda más que comprometerse con

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ella. Así, el matemático se compromete con su ciencia y se entrega a ella; igualmente le


sucede al médico, al filósofo, etc. Ya no se puede vivir sin progresar en ese conocimiento.

Algo semejante ocurre con el descubrimiento de la verdad en una persona. Como ya


hemos señalado, sucede un kairós especial en la historia de la vida personal que hace que
se marque la vida de modo definitivo. La tarea que a partir de entonces se sigue es profundizar
en esa verdad y tratar de decirla. La vida adquiere un sentido hasta entonces desconocido.
Alguna vez ocurre este acontecimiento: ¡es el gran encuentro con la verdad! Si no se ha tenido
nunca esta experiencia es difícil entender hasta qué punto es importante.

Sin verdad se vive a tientas, dando palos e ciego, sin saber de qué va la vida, ni los sucesos,
la existencia y la realidad. No es propiamente una vida. Sin verdad, nuestra vida queda en la
oscuridad, o en la rutina, y siempre a expensas de la mentira. Mala señal si ante la verdad
respondemos con una burla cínica, o secundamos aquellos versos de: "Nada es verdad, nada
es mentira, todo es del color del cristal con que se mira".

Frecuentemente, con esa expresión se pretende justificar la superficialidad o mentira


en la que se vive. Para reconocer la verdad es necesario tener la mirada limpia, y el corazón
entero. Pilatos se hizo esa pregunta: "y ¿qué es la verdad? precisamente cuando la tenía
delante, y no la reconoció, le dio la espalda.

En estos tiempos donde hay mucha carencia de verdad, no solamente en la vida personal
sino social es muy necesario, es urgente, que nos propongamos descubrirla, con esfuerzo y
con la promesa de que más pronto o más tarde aparecerá ante nosotros de modo ya para
siempre esplendoroso. Es importante encontrar la verdad y darla a conocer, a pesar de que
ello conlleve esfuerzo, penas, e incluso desprecios, o hasta calumnias. El gozo de la verdad
no es comparable al esfuerzo en poseerla.

Es importante y urgente incrementar la verdad en el trabajo que hacemos, en las actividades


que desempeñamos, y en las grandes cuestiones que interpelan al hombre de hoy: el valor
de la vida humana, la familia, la vida conyugal, la sexualidad humana, la amistad, la economía,
la vida en sociedad, etc.

Aquellas aluden a verdades permanentes porque atañen a la esencia del ser humano, la cual
las "reclama". Sin verdad, se falsean las cosas, pero este atropello tiene un precio demasiado

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alto: La unión conyugal se prostituye, la amistad se hace interesada, sometida a manipulación,


el amor deviene en amoríos, el crecimiento económico es ficticio, la familia se desintegra, etc.
En definitiva, un hombre sin verdad no es digno, se encuentra a merced de sí mismo o de
otros intereses, en cambio "la verdad nos hará libres".

A partir del encuentro con la verdad la vida empieza a tener sentido y no se puede ya vivir
sino tratando de progresar en la verdad, en su conocimiento, en su comunicación. Es
necesario vivir esta experiencia, para saberlo. En la actualidad, en que la gente se ve atraída
por el afán de experiencias, bien podría hacer la experiencia del encuentro con la verdad, si
hasta el momento no ha tenido la suerte de tenerla.

Si buscamos la verdad en nuestra vida, en lo que hacemos, si tenemos el gozo de


encontrarla, la amaremos, nos comprometeremos con ella, tendremos esperanza y el camino
abierto hacia el futuro, progresaremos en su descubrimiento, entonces la difundiremos,
comprometiendo los mejores esfuerzos para que la verdad no se "detenga". Con todo lo que
llevamos diciendo podemos ver qué importante es el filosofar, cuál es su finalidad y sentido.
La actividad filosófica es un modo de alcanzar la verdad, la cual es muy necesaria en la vida
humana, y es capaz de constituir el entramado de toda una vida. Sin verdad el hombre no es
propiamente persona. Una persona sin verdad no tiene una vida con dignidad, ni con
continuidad, ni con sentido.

A menudo se ha dicho que la filosofía no sirve para nada, que no tiene una utilidad práctica.
Un verdadero filósofo jamás verá esto como una afrenta, ni siquiera se sentirá herido por ello,
y si lo hace es que no es un filósofo. La filosofía no tiene una utilidad práctica porque lo útil es
un medio y la filosofía no es un medio, sino un fin. La filosofía, la verdad, se basta a sí misma.

Sin embargo, de modo secundario la filosofía ayuda a esclarecer la realidad y al hacerlo


sustenta a la vida práctica. Por ejemplo, es muy gratificante saber iluminar la verdad en una
situación, en un problema, en un proyecto, en una institución, etc. Entonces se encuentra una
especial satisfacción, cuando se comprueba que esas adquisiciones son útiles para aligerar
la vida de los demás.

Más de una vez, el filósofo ha podido experimentar, en las personas que le rodean, la
perplejidad, la falta de salida en problemas muy humanos; quizá lo que está en su mano, y no
es poco, es ayudar a que las personas se aclaren. Ver el meollo de los problemas, saber el
por qué de ellos, eso es de gran "utilidad". Cuando los problemas son complejos no valen las

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Genara Castillo Córdova

respuestas fáciles y hay que generar soluciones del tamaño de los problemas que se
acometen, ajustadas a ellos.

Decíamos que ayudar a aclararse es un gran bien, porque el hombre sin aclararse es muy
desgraciado, y en lo más profundo de su ser surge la pregunta: ¿por qué? ¿Qué me sucede?
Esto se hace más urgente en nuestro tiempo, de lo contrario cunde la desorientación. Como
decíamos, es conocida la frase de que en esta nuestra época lo que nos pasa es que no
sabemos lo que nos pasa. Sin embargo, la filosofía es precisamente la que contribuye a salir
de aquel estado de perplejidad.
LECTURA N.2

LA ADMIRACION COMO COMIENZO DE LA FILOSOFIA

"La filosofía es el amor a la verdad, la búsqueda de la verdad. La filosofía se ocupa de la


verdad de modo global, sin restricciones. Lleva consigo una actitud sin la cual el amor a la
verdad no aparecería o estaría conmocionado por otros intereses; el amor a la verdad tiene
que ser sincero, auténtico.

La filosofía resulta signo de paranoia para algunos: ocuparse de lo que no existe. ¿Qué es la
verdad? Es la pregunta de Pilato. Era un escéptico y sucumbió a la componenda, tuvo miedo
de la turba y ganó una tranquilidad falsa. Encontrarse con la verdad puede acontecer de
muchas maneras. En cualquier caso, si no tiene lugar el encuentro con la verdad, no hay
libertad, porque entonces no hay encargo posible, no hay tarea asumible. La que encarga es
la verdad. Uno puede encontrarse con la verdad de un modo global: no es la verdad de esto
o lo otro, sino en esto o lo otro descubrir la verdad como tal. Y entonces se llega a decir: la he
encontrado, pero todavía no la he enunciado. La verdad encarga ante todo la tarea de pensar,
la inteligencia tiene que ponerse en marcha para ver si puede articular un discurso que esté
de acuerdo con la verdad.(...)

Hegel decía de sí mismo que era un desgraciado porque estaba dominado por un incontenible
afán de verdad. En rigor, le faltaba esperanza. La afirmación de Hegel es una interpretación
patética de la filosofía (Hegel debió experimentar fuertes contrariedades). En cualquier caso,
se ha de recomendar paciencia; hay que tener en cuenta el tiempo necesario para ir
madurando y combinar, en dosis variables según la edad, el estudio y la propia indagación.
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Con todo, tampoco es recomendable una actitud tan exagerada como la de


Kierkegaard, un gran filósofo romántico. Kierkegaard concede a la decisión un gran valor, pero
dice que si se tarda en ponerla en marcha, pierde todo su fervor. Kierkegaard es demasiado
exigente. Es la suya una autenticidad caricaturesca, ilustrativa, sorprendente, pero
irrealizable. Ambas actitudes, la de Hegel y la de Kierkegaard, comportan crispación. No, la
verdad es alegre, porque es preferible a cualquier otro objetivo vital, y reclama sinceridad de
vida, búsqueda. Conviene empezar de una buena vez sin prisas; importa no ser escéptico, no
renunciar a la tarea de buscarla y servirla, por más que parezca utópico o inalcanzable. Buscar
la verdad lleva consigo ser fiel a ella, no admitir la mentira en uno mismo.

Los filósofos clásicos consideraron que la admiración despierta la filosofía. La admiración


tiene que ver con la ingenuidad: el filósofo se admira sin condiciones ni resabios. Con todo, la
filosofía no es tan antigua como la humanidad, sino que surge de modo abrupto: en un
momento determinado se desató la admiración en algunos hombres. La admiración no es la
posesión de la verdad, sino su inicio. El que no admira, no se pone en marcha, no sale al
encuentro de la verdad.

Sin embargo, la admiración es más que un sentimiento. Intentaré describirla. Ante todo, es
súbita: de pronto me encuentro desconcertado ante la realidad que se me aparece,
inabarcada, en toda su amplitud. Hay entonces como una incitación. La admiración tiene que
ver con el asombro, con la apreciación de la novedad: el origen de la filosofía es algo así como
un estreno. A ese estreno se añade el ponerse a investigar aquello que la admiración presenta
como todavía no sabido.

En nuestra época parecemos acostumbrados a todo: no nos damos cuenta de cuán


espléndido es lo nuevo. Asistimos a muchos cambios; sin embargo, sólo son cambios de
modos: este sentido de lo nuevo tiene que ver con lo caleidoscópico: no son novedades
reales, sino recombinaciones. Hoy se arbitran múltiples procedimientos para llamar la
atención de la gente, para que el público pique. La propaganda de una conocida bebida, por
ejemplo, pretende llamar la atención con un reclamo: "la chispa de la vida". Estamos
solicitados por muchos estímulos, por muchas llamadas vertidas en los trucos publicitarios.
También los políticos tienen un asesor de imagen, porque no es fácil que un político salga
bien en la TV.

La admiración no tiene nada que ver con esto. No es el llamar la atención utilizando
procedimientos propagandísticos. No es una cuestión de imagen. La admiración no es la

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Genara Castillo Córdova

fascinación. Fascinada, la persona es manejada por intereses ajenos y particulares, pero la


filosofía es una actividad del hombre libre: los filósofos han descubierto la libertad, porque
para ser amante de la verdad uno tiene que ponerse en marcha desde dentro, ser activo. Ante
la publicidad uno es pasivo: con ella se intenta motivar e inducir. La admiración es el despertar
del sueño, de la divagatoria, pues desde ella se activa el pensar: poner en marcha el pensar
es filosofar. La filosofía es un modo de recordar al hombre su dignidad, es uno de los grandes
cauces por los que el hombre da cuenta de que existe. Los grandes filósofos han sido
humanistas.
La filosofía tiene una importancia histórica extraordinaria. Antes de la filosofía, los pueblos
viven prisioneros de un cauce inmemorial. Hegel lo dice de un modo excesivo: un pueblo sin
filosofía es un "pequeño monstruo" despistado, extrañado. Lo extraño ha de conjurarse, obliga
a ejercer un poder que lo domine. Ese dominio exige el empleo de recursos, que son muy
variados. Cuando esos recursos son nobles, acontece lo que se llama civilizar, colonizar. Los
pueblos sin filosofía, o los que la han olvidado, no son estériles, pero, a lo sumo, alcanzan a
civilizar, a superar su desconcierto ante el cosmos imponiendo la impronta humana a lo
extraño. La filosofía pone al hombre ante algo insospechado, pero no ajeno. La filosofía
reclama una actividad muy intensa, pues la verdad no se deja domesticar, sino que su
encuentro con el hombre lo dignifica. La verdad no obedece a conjuros. Por eso, para salir a
su encuentro hay que partir de la admiración.

La admiración es el inicio del filosofar, la primera situación en que se encuentra el que será
filósofo. Insisto, quizá no resulte fácil admirarse en nuestros días porque estamos
bombardeados con todo tipo de solicitaciones "civilizadas" que reclaman nuestra atención;
esos bombardeos pueden aturdir o dejarle a uno insensible. Porque una cosa es civilizar y
otra dejarse civilizar: esto último vuelve a provocar la extrañeza o conduce a abdicar ante un
dominio excesivo.

En la época del triunfo de la publicidad hablar de la admiración exige ciertas precisiones. Casi
siempre, lo que se nos pide hoy no es admiración, sino una especie de suspensión estática
del ánimo, algo así como lo que pude ver hace poco en una fotografía del periódico: unas
personas que estaban mirando un equipo de fútbol con cara de que se les hubiera aparecido
un ser sobrenatural. La admiración es menos pretenciosa. Cuando se admira no aparece lo
brillante, sino un resplandor todavía impreciso. Intentaré describirlo para que por lo menos se
caiga en la cuenta de cómo fué seguramente el primer momento de la filosofía (una actitud
que, por otra parte, se ha repetido muchas veces). Aristóteles, que estaba muy cerca del

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INTRODUCCION A LA FILOSOFÍA (Introducción al pensamiento clásico)

origen de la filosofía y conocía muy bien a los filósofos que le habían precedido, sostiene que
de la admiración arranca el filosofar.

Ya digo que cuando se reclama nuestra atención en términos propagandísticos, se lleva a


cabo una exhibición. Pero eso no es propio de la admiración. En ella la excelencia no se
exhibe, sino que más bien se oculta. Admirarse es como presentir o adivinar: un anticipo, no
débil sino pregnante, pero sin palabras. Y, además, tampoco saca de sí (el entusiasmo
platónico es posterior a la admiración). No es una iniciación al éxtasis. El extático es el que
se queda como alelado, y sólo sabe salir de sí (ex-stare); es una especie de emigrante a otra
cosa. En cierto modo, se trata de un desarrollo de la admiración, pero no completo, sino
unilateral; la admiración no es sólo una invitación a ir por algo, sino a erguirse.

Ese carácter indeterminado que tiene la admiración se refiere tanto al objeto como a uno
mismo, a los propios resortes que tendrían que responder a lo admirable, pero sin acertar a
saber todavía cómo. Hay una imprecisión en la admiración que hace difícil su descripción
psicológica (quizá la admiración no sea un tema psicológico, porque es doblemente
indeterminada). Hay una clara ignorancia ante lo admirable o admirado, que no se muestra
patentemente, pero a su vez, tampoco el hombre sabe qué recursos humanos debe poner en
marcha para penetrar o hacerse cargo de lo admirable. Ahora bien, esa indeterminación no
comporta inseguridad, sino todo lo contrario. Lo que no comporta es certeza. Esta distinción
es sumamente importante.

(...) Así pues, admirarse es dejar en suspenso el transcurso de la vida ordinaria: ésta es su
consideración estática. Por tanto, esa expresión hegeliana –que traduzco como "exención de
supuestos"– se podría entender sin más como puro comienzo. El ser en el comienzo no se
dice de nada, ni nada se dice de él. Tampoco la admiración: lo admirable no es un predicado
ni admite predicados. Y eso quiere decir que es una situación sin precedentes: no pertenece
a un proceso. Cuando uno se admira es como si "cayera" en la admiración (estoy hablando,
insisto, de la admiración filosófica). La admiración se experimenta por primera vez: antes de
admirarse uno no sabía que se pudiera admirar. Por eso, la filosofía tiene en su origen un
carácter subitáneo: se cae en la filosofía como cayendo en lo que no se había sospechado;
la precedente actividad civilizadora todavía no permitía instalarse en la admiración. El origen
de la filosofía no tiene precedentes en sentido propio: eso es admirarse.

Algunos autores han dado de la admiración una interpretación patética. No es asunto fácil.
En la admiración Sócrates notaba la pura insipiencia que permite la ironía (cuya interpretación

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Genara Castillo Córdova

patética es el desprecio de los cínicos a la civilización) y según Nicolás de Cusa la docta


ignorancia. Cuando uno se admira su atención se concentra en "eso" de lo cual se admira y
que aún no se conoce. Sabe, entonces, que todo lo demás no vale. Es la distinción entre lo
admirable y lo prosaico. Por eso, el filósofo empieza separándose del mundo empírico. Esa
separación obedece al mismo carácter insospechable de la admiración. La admiración es
como un milagro: de pronto se encuentra uno admirando. (...) En cualquier caso, la filosofía
no tiene sucedáneos. Después, si se conoce la filosofía, puede uno ocuparse de muchos
asuntos, pero, de entrada, es menester el caer en la admiración. ¿La imposibilidad de
predicar, de usar, es lo enteramente previo? ¿Lo es la situación que los modernos llaman a
priori? ¿O lo que Descartes llama duda universal?

Los griegos enfocaron este asunto de un modo más sencillo: no trataron de delimitar con la
filosofía o dentro de ella el tema de la admiración, sino que lo descubrieron sin más y sólo por
ello se pusieron a filosofar. Esto permite notar que la admiración lleva consigo un
descubrimiento inicial –y me parece que esto es lo más importante que ocurrió en Grecia–: se
cae en la cuenta de que no hay sólo procesos. Y eso de más ¿qué es? Realmente es lo único
que despierta la admiración. La admiración se estrena sin razón antecedente: no está
preparada por nada. Pero la ausencia de proceso ¿qué es? ¿Qué es lo admirable? Lo estable,
o si quieren, la quietud. Dicho más rápidamente: lo intemporal.

Caer en la admiración es caer en la cuenta de que no sólo entra en juego el tiempo: al


admirarse se vislumbra lo extra temporal, lo actual. Esto es lo que tiene de acicate la
admiración. La concepción griega destacó algo que no está tan claro en Hegel y menos en
Heidegger (por otra parte, Hegel pretende el saber absoluto de lo absoluto, lo cual, como dije,
no es la filosofía). No sólo existe el movimiento, no sólo existe el tiempo, no todo es evento,
proceso, sino que se da, hay, lo actual, lo que no está surcado por ninguna inquietud.

Para Hegel el proceso es la inquietud. Con la admiración la filosofía advierte lo estable.


¿Es poco descubrimiento? No es un descubrimiento acabado, pero caer en la cuenta de que
no todo pasa, no todo fluye, que no todo es efímero, eso es admirar. La admiración solamente
es posible si hay algo que se mantiene, y por eso es subitánea, no está preparada
temporalmente. Lo temporal no es admirable; porque nos trae azancanados y nos gasta, es
el reino del gasto. La admiración nos libra del imperio tiránico del tiempo: lo más primario no
es temporal.

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INTRODUCCION A LA FILOSOFÍA (Introducción al pensamiento clásico)

Esto constituye el centro de la admiración y lo que tiene de milagro. Lo prodigioso es que no


haya sólo tiempo. Desde que el hombre nace, sus vivencias están trenzadas y vertidas en la
temporalidad. El saber práctico es temporal, se refiere a lo contingente, a lo que puede ser de
una manera o de otra. También lo proposicional tiene que ver con el tiempo, porque el perro
blanco puede dejar de ser blanco y además ha empezado a serlo.

En suma, la filosofía empieza por el descubrimiento de lo intemporal. La filosofía sólo puede


empezar admirando. Pero con ello sólo empieza; después vienen las formulaciones y las
aporías. La filosofía no es un acontecimiento histórico que tuvo lugar una vez en Grecia, en
las costas espléndidas del mar Egeo; no, la filosofía surge según el acontecimiento de la
admiración: unos hombres cayeron en la cuenta de que no sólo hay tiempo. Esto tiene el
carácter de un acicate para saber más.

La averiguación de lo intemporal no es de poca monta, y sólo quien se ha admirado lo sabe;


si no, puede que lo haya oído, pero no lo sabe. ¡Qué cosa más sorprendente que la existencia
humana, de pronto, se enciende como una luz lo intemporal! El hombre se puede parar,
porque admirarse es pararse. ¿Cómo es posible que el hombre se pare si su existencia fluye
temporalmente? Y sin embargo, en algunos hombres ha acontecido la admiración; han caído
en la cuenta de que su vida no sólo transcurre. Esta es la carta fundacional de la filosofía. La
filosofía versa sobre cualquier cosa, también sobre el tiempo, pero en su inicio está la
admiración, la seguridad de entender esto: ni en la realidad – porque entonces no sería
admirable– ni en mí, porque no podría admirarme, la inseguridad es lo único".

POLO, L, Introducción a la Filosofía, Madrid, Rialp,1994, p. 21-30.

CUESTIONARIO sobre la LECTURA

De acuerdo con la lectura previa, proponemos las siguientes cuestiones para la reflexión personal y el
debate en clase:

1. ¿Qué relaciones se pueden establecer entre la verdad y la Filosofía?

2. ¿Cómo se activa la capacidad de admirarse que posee el ser humano?

3. ¿En qué sentido la verdad nos hace más libres y cómo se explica la dimensión intemporal de la verdad?

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