Mándame Tu Ángel, Él Me Dará Tu Mensaje Fr. Alessio Parente

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

MÁNDAME TU ÁNGEL, ÉL ME DARÁ TU MENSAJE Fr. Alessio Parente.

“Si no consigues localizarme envíame a tu Ángel de la guarda y él me traerá tu mensaje. Te


ayudaré en todo lo que me sea posible”.

“¿Piensan que los ángeles son tan lentos como los aviones?”. Santo Padre Pío de
Pietrelcina

Por Fr. Alessio Parente. Dominus Est. 17 de febrero de 2019.

Una procesión de ángeles

“Por ella subían y bajaban los ángeles del Señor” (Gn. 28, 12)

He convivido junto a Padre Pío casi seis años y estando a su lado me he dado cuenta de
que eran muchas las personas que le enviaban a sus ángeles de la guarda cuando
deseaban que recibiese su mensaje o que les tuviese presentes en sus oraciones.

En efecto, cuando pasaba con él entre la multitud cada día, escuchaba repetidamente:

“Padre, como no puedo venir a menudo, ¿qué es lo que tengo que hacer cuando necesite
sus plegarias?”

Y Padre Pío respondía:

“Si no consigues localizarme envíame a tu Ángel de la guarda y él me traerá tu mensaje. Te


ayudaré en todo lo que me sea posible”.

¡Espléndido modo de comunicarse con sus hijos espirituales! ¡Maravillosa “invención” para
comunicarse con el mundo entero! No a través de los medios usuales como las cartas o los
telegramas, no con el tren y el avión o cualquier otro medio humano de comunicación, sino
sirviéndose de un espíritu, de un ángel más veloz que todos los medios modernos.

Padre Pío no se asociaba con aquellos malpensados que critican la permanente ineficiencia
de los servicios postales italianos, no, él era respetuoso con el trabajo de los demás y se
adecuaba a las exigencias y deficiencias del contexto. Miraba siempre el lado bueno de
todo, como se diría hoy en día: entre ver la botella medio llena o medio vacía, él la veía
siempre medio llena. Cuando se trataba de sus enfermos, entre la silla y el sillón, escogía
sin duda el sillón. Sin embrago, para él, entre ir a dar un paseo o rezar, escogería rezar.

Volviendo a su relación con la gente, en respuesta a las peticiones de ayuda o de


asistencia, a las oraciones que le dedicaban los fieles o en sus momentos de encuentro con
ellos, he escuchado a menudo estas palabras saliendo de su boca de manera muy clara:
“Mándame a tu Ángel de la guarda”.

Cada vez que no lograba comprender del todo lo que le decían los fieles mientras él
cruzaba entre ellos, decía siempre: “Mándame tu Ángel de la guarda”.

He escuchado tantas veces esta invitación dirigida a sus devotos que me ha aparecido justo
utilizar estas palabras como título para dichas páginas que tratan del ángel y de Padre Pío.

Un día estaba sentado a su lado en la galería cercana a la celda sobre las dos y media del
mediodía, cuando todos los frailes ya se habían retirado a sus respectivas celdas para su
regular momento de silencio antes de retomar las oraciones de la víspera y ya no quedaba
un solo alma con vida en torno a nosotros, vi como Padre Pío recitaba el rosario, como
siempre con la corona de la mano.

A su alrededor reinaba una paz y una calma tan intensas que me sentí con el valor
suficiente como para acercarme y hacerle algunas preguntas.

En aquellos años solía recibir muchas cartas de personas que pedía consejo a Padre Pío
sobre todo tipo de problemas.

Él no lo sabía porque no solo yo, sino también otros hermanos hacíamos de intermediarios
entre él y sus hijos espirituales, sobre todo cuando la respuesta necesitaba expresamente
su consejo.

Me pareció un buen momento para intercambiar palabras con él. Me aproximé, abrí una
carta y me dirigí a él con mucho respeto diciéndole:

“Padre, la señora B.R. le pide un consejo laboral. Ya tiene un buen trabajo, pero otra
compañía le está ofreciendo mejores condiciones, además de un salario más elevado que le
garantizará una vida mejor. ¿Qué debe hacer?”.

Para mi gran sorpresa, no respondió a la pregunta y simplemente dijo con tono de reproche:

“Sí, hijo mío, déjame solo. Muchacho, ¿no ves que tengo cosas que hacer?”. Confieso que
me sentí muy mal. “Qué extraño – pensé – se sienta a desgranar el rosario y ¡dice que tiene
cosas que hacer! ¡Boh!”.

En silencio y desolado por cómo se había desecho de mí y de mi pregunta, me quedé


concentrado pensando en su extraño “tengo cosas que hacer”, sin estar en absoluto
convencido de que fuese verdad que tuviese otras “cosas que hacer” aparte de rezar el
rosario, operación que podía perfectamente suspender o retrasar y que además no requería
fatiga. De repente, el Padre se dirigió a mí bastante esquivo con estas palabras:
“¿No has visto a todos aquellos ángeles de la guarda ir y venir de un lado para otro desde
mis hijos espirituales hasta mí para traerme sus mensajes?”.

Sin sorprenderme por sus palabras y casi indiferente repliqué:

“Padre espiritual, yo no he visto nada de nada y menos un ángel de la guarda, pero le creo,
porque aconseja diariamente a la gente que le envíe a sus ángeles de la guarda”.

Después de la conversación continué con lo que le estaba notificando. Él fue muy paciente,
gentil y paternal.

Al finalizar, volvió a tomar la corona del rosario entre sus manos y probablemente los
ángeles regresaron. Por la noche, me vinieron a la mente las palabras de Padre Pío, la
galería, el rosario; “¡aquella galería – pensé – qué sagrado lugar! Habría que denominarla
‘la galería de los ángeles’. ¡Quizás, más que Padre Pío, fueron los ángeles quienes se
cansaron de mis preguntas! Sí, pero, ¿los ángeles se enfadan? ¿Y si están enfadados
conmigo? Mala idea pensar en eso, será mejor que me duerma”.

Aquel montón de preguntas me hacían perder tiempo. Además, las más difíciles me hacían
parecer más ignorante de lo que soy.

La interminable procesión de ángeles de la guarda que venían hasta el lugar donde residía
Padre Pío no cesaba ni siquiera al anochecer. Tengo razones de peso para decir esto.

Con frecuencia, bien entrada la noche, después de haberle ayudado a recostarse en su


cama para su breve descanso, me sentaba en el sillón de su celda a la espera de que
Padre Pellegrino viniese a hacer el cambio de guardia para el resto de la noche. Mientras
aguardaba al hermano siempre sentía a Padre Pío rezando el rosario y, en muchas
ocasiones, interrumpió la oración del Ave María con frases que aparentemente no
pertenecían al rezo en sí, como por ejemplo: “Dile que rezaré por ella”.

“Dile que desataré una tempestad de rezos en el Cielo para lograr su salvación”;

“Dile que llamaré en el corazón de Jesús para impetrar esta gracia”;

“Dile que estará presente en mi Misa”;

“Dile que la Virgen no rechazará concederle esta gracia”.

Estas eran las frases más habituales que oía estando sentado en el sillón, ese mismo sillón
en el que él ha exhalado su último respiro la noche del 23 de septiembre de 1968.

No obstante, nunca he escuchado preguntas u otras voces que no fuesen la de Padre Pío.
Tengo que reconocer que por aquel entonces no le daba demasiada importancia a aquellas
expresiones “fuera de contexto”. Estando a su lado y partiendo de la base de que existían
muchos motivos por los cuales no lo podía saber todo de una persona ya extraordinaria, no
me planteaba el porqué de muchas cosas. Algunas veces pensaba que si yo, que caminaba
con los pies en la tierra, cometía errores terrenales, él que, como escribe un amigo,
caminaba por el cielo, seguramente se “perdía” entre asuntos y pensamientos celestiales.

Sólo más adelante, cuando leí los apuntes que había ido tomando P. Agostino durante los
éxtasis de Padre Pío en Venafro, he descubierto la relación del Padre con los ángeles y con
los demás personajes celestiales y he comprendido que siempre ha vivido su vida en un
nivel superior y en unas dimensiones no comunes.

Sólo más adelante, cuando algunas personas comenzaron a escribirme diciendo que por
razones personales habían mandado junto a Padre Pío a sus ángeles de la guarda y que
casi de inmediato se les había concedido el favor perdido, comprendí que aquel era el modo
en que él mismísimo Padre Pío respondía a los diversos ángeles de la guarda. La señora
A.P. me escribió estas líneas: “Padre Alessio, la otra noche sufrí un terrible dolor de
estómago y, temiendo morir, me sentía dominada por la desesperación. No tenía a nadie a
quien dirigirme y como era hija espiritual de Padre Pío le envié a mi ángel de la guarda.
Inmediatamente después aquel malestar se desvaneció y yo me sentía incluso mejor que
antes”.

El señor D.C. me escribió una carta: “Le ruego que transmita mi más sincero
agradecimiento a Padre Pío por la espléndida gracia que me ha concedido la pasada noche:
estaba comiendo alegremente en un restaurante con algunos amigos cuando hacia
medianoche uno de ellos sugirió atracar una joyería. Los demás estaban de acuerdo, así
que para no quedar mal yo también acepté, a pesar de que en realidad no quería hacerlo.
En aquel instante pensé en mi querida mujer y mis maravillosos niños, pero me sentía entre
la espada y la pared. Cuando comprendí que mis amigos estaban decididos a llevar a cabo
la hazaña en la que me vería envuelto también yo, pensé en Padre Pío y le envié
mentalmente a mi ángel de la guarda a que le dijese: ‘Pídele a Padre Pío que me vega a
salvar’. Apenas pronunciar estas palabras, pasó un coche de policía y la banda se dispersó.
Con un profundo suspiro de alivio regresé a casa repitiendo: ‘Gracias, Padre Pío y gracias a
ti también, mi ángel de la guarda, gracias’”.

La intervención fue útil para el señor D.C., para sus amigos ladrones y también para el
joyero, por decirlo de algún modo. Creo además que el Señor D.C. se ha buscado otros
compañeros para su tiempo libre y sus lícitas distracciones. Reflexionando sobre estas
cosas me da por pensar en estos tiempos modernos en los que se pone en duda la
existencia del infierno, del diablo e incluso del propio Creador, ¿quizá ya no resulta nada
especial recordar que, no demasiado tiempo atrás, existía un fraile que se valía de criaturas
angelicales, cuya existencia ponemos en duda, para recibir a “embajadores” de todo el
mundo, para proteger a la gente de los peligros, para convertir a los pecadores y para
traducir otras lenguas? ¿Padre Pío tenía un ángel espléndido? La verdad es que tenía uno
extraordinario, pero si confiamos en las palabras de Padre Pío, debemos aceptar el hecho
de que cada uno de nosotros tenemos a nuestro lado a un amoroso “compañero”, que
siempre está preparado para echarnos una mano en nuestro camino cristiano conforme a la
voluntad divina.

¡Hago constar que estas cartas son tan solo una minúscula parte de las millones de misivas
recibidas procedentes de personas que me informaban de la ayuda que sus ángeles de la
guarda les habían prestado!

[Transcripción de Dominus Est, del libro “Envíame a tu Ángel de la guarda”, de Fr. Alessio
Parente]

*permitida su reproducción mencionando a dominusestblog.wordpress.com

REGRESO AL PASADO. Del libro ‘Padre Pío y las Almas del Purgatorio’

Hacia finales del año 1949, un doctor muy allegado al padre Pío, recibió una carta de una
dama cuya hija se encontraba muy enferma. La niña cuya salud era excelente en un tiempo,
ahora estaba reducida a huesos y piel, y parecía que no había medios humanos para
salvarla. La niña fue encomendada a las oraciones del padre Pío por su madre y ella
también le imploró su bendición.

Esa misma noche que el doctor que recibió la carta, fue a ver al padre Pío: “Traigo una carta
para leérsela padre”, dijo. El padre Pío respondió: “Me la puedes leer en alguna otra
ocasión. Ahora no tengo tiempo”.

Pero esa carta no estaba destinada a ser leída en ese momento. Dentro de pocas horas el
doctor tenía que salir de San Giovanni Rotondo, para atender asuntos urgentes de familia.
Cuando regresó, encontró la misma carta en la mesita de la sala de operación. “Pobre
señora”, pensó. “Realmente tengo que hablar con el padre Pío esta noche”. De hecho esa
misma noche el doctor estuvo en la celda del padre Pío, sentado en su camita. Leyó la
conmovedora carta y le preguntó: “¿Qué debo decirle? ¿Cómo le contestaré?”

– “Fiat”, respondió el padre.

-“¿Qué?

-“Dije: ¡Fiat!”

Déjenme aclararles que la pobre niña estaba al borde de la muerte, cuando la carta fue
escrita. El buen doctor sabía que ya había pasado algún tiempo desde que recibió la carta,
y quedó bastante perplejo por la respuesta del padre. Tal vez pensó que las oraciones, en
ese estado tan avanzado, no tenían ningún provecho. Pero el padre Pío entendió su
disgusto y continuó: “Tal vez no sabes que todavía puedo orar por mi bisabuelo para que
tenga una buena muerte”.
“Pero él murió hace muchos, muchos años”, respondió el doctor.

“Si, también lo sé”, dijo el padre Pío, “pero aun así, puedo orar para que tenga una buena
muerte. Déjame explicarte esto por medio de un ejemplo. Ambos morimos, y
afortunadamente por medio de la bondad y misericordia del señor, estamos obligados a
permanecer en el purgatorio por cien años. Durante estos años estos años nadie nos
recuerda, nadie dice un Requiem o manda decir una misa por la liberación de nuestras
almas. Los cien años pasan. Alguien piensa en el padre Pío que murió hace cien años. Y
alguien se acuerda del doctor y le manda decir algunas misas. ¿Qué dirías de esto?”.

El doctor contestó: “Diría que es… ¡Regreso al pasado!”. “¡No!”, respondió el padre
mordazmente.

“No es regreso al pasado, como dices. Para el señor el pasado no existe; el futuro tampoco
existe. Todo es un eterno presente. ¡Esas oraciones ya han sido tomadas en cuenta, por lo
cual te repito, que aún ahora, puedo orar por una muerte feliz de mi bisabuelo!”. La
conversación termino aquí, y el doctor regresó a su casa en donde su esposa le mostró una
carta que acababa de llegar. Era de la mamá de la niña enferma – la niña de quién hacía
poco había hablado con el padre Pío. Le agradecía con palabras conmovedoras, porque su
hija había empezado a mejorar.

Cuando la carta le fue mostrada al padre Pío, sonrío y dijo: “¡Fiat!”. ¿Realmente piensas que
el Señor necesita tu burocracia? – ¿que alguien tiene que pedir una gracia o favor en un
pedazo de papel y llevárselo al padre Pío?, etc.[1]

Esta es una historia que verdaderamente nos ilustra mucho. Hay una moraleja muy
importante aquí, y ésta es, que debemos orar siempre por los difuntos, aún por aquellos que
han muerto hace muchos años, porque para Dios no hay ni pasado ni futuro, sino que todo
es un eterno presente.

Del libro “Padre Pío y las almas del purgatorio”. P. Alessandro Parente. Edizioni Padre Pio
da Pietrelcina.

*Transcripción de Dominus Est.

[1] Pedriali, G., padre Pío da Pietrelcina. Una figura del nostro tempo, pp. 195-196.

También podría gustarte