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El

Dios
que
sana
•••
Palabras de
esperanza para
tiempos de
enfermedad y
sufrimiento

Johann Christoph Blumhardt


Christoph Friedrich Blumhardt
Prólogo de Rick Warren
El Dios que sana
El Dios que sana
Palabras de esperanza para tiempos
de enfermedad y sufrimiento

Johann Christoph Blumhardt


Christoph Friedrich Blumhardt
Editado por Charles E. Moore
Prólogo de Rick Warren
Traducción de Raúl Serradell

Plough Publishing House


Publicado por Plough Publishing House
Walden, Nueva York, Estados Unidos
Robertsbridge, East Sussex, Reino Unido
Elsmore, Nueva Gales del Sur, Australia
www.plough.com
Título del original en inglés:
The God Who Heals: Words of Hope for a Time of Sickness
Copyright © 2019 por Plough Publishing House
Reservados todos los derechos.
Primera edición en inglés: 2016
Primera edición en español: 2019
Cuando no se indica otra versión de la Biblia,
las citas bíblicas se han tomado de la Nueva Versión Internacional,
© Biblica, 1999, 2015.
Traducción de Raúl Serradell
Fotografía de la cubierta: Wilma Mommsen
isbn 13: 978-0-87486-285-0
Un registro de este libro está disponible
en el catálogo de la Biblioteca Británica.
Datos de catalogación de la publicación
en la Biblioteca del Congreso:
Nombres: Blumhardt, Johann Christoph, 1805–1880, autor.
| Blumhardt, Christoph Friedrich, 1842–1919, autor.
Título: El Dios que sana : Palabras de esperanza para tiempos de enfermedad y
sufrimiento
/ Johann Christoph Blumhardt, Christoph Friedrich Blumhardt ;
Editado por Charles E. Moore; prólogo de Rick Warren; traducción de Raúl
Serradell.
Descripción: Walden, NY : Plough Publishing House, 2019. | Originalmente publi-
cado bajo el
título: The God Who Heals. Words of Hope for a Time of Sickness :
Walden, NY : Plough Publishing House, 2016.
LCCN 2019009926 (print) | LCCN 2019017297 (ebook) | ISBN
9780874862867 (epub) | ISBN 9780874862850 (pbk.)
Temas: Consolación. | Sanación — Aspectos religiosos
— Cristianismo — Meditaciones.
Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados,
y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan
de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encon-
trarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y
mi carga es liviana. (Mateo 11:28–30)
Jesús de Nazaret
CONTENIDO
Prólogo de Rick Warren xi
Introducción de Charles E. Moore xiv

Acudir a Jesús
1 Aquí están las buenas nuevas 2
2 Jesús se preocupa por ti 5
3 Todos son bienvenidos 8
4 Acércate tal como eres 11
5 Jesús lleva nuestras cargas 16
6 Jesús quiere sanar 19
7 Todavía está obrando 22
8 No estás solo 24
9 Jesús lucha por nosotros 27

Confiar en Jesús
10 El momento de rendirse 32
11 La voluntad de Dios es lo mejor 35
12 Por qué Dios espera 38
13 Tu corazón está seguro en él 40
14 Elige la libertad 43
15 Toma tu cruz 45
16 La ayuda viene en camino 47
17 Jesús está ahí, incluso en el infierno 49
18 Nuestra mejor ayuda 52
19 Sigue alabando 56

Dios escucha
20 Ora, en toda situación 60
21 Vuélvete como un niño 62
22 Enfrenta las dudas 65
23 Sabe lo que necesitas, antes de pedirlo 68
24 Puedes alcanzarlo 71
25 Encontrar alegría en el sufrimiento 75
26 Dios te ama 77
27 Guarda mi vida 79
28 Honremos a Dios con nuestros labios 81
29 Dios sabe 83
30 Mantente firme 85
31 Anímate 87
Dios promete sanar
32 Cuando Dios sana 92
33 Dios escudriña lo profundo 96
34 Renovación, día tras día 99
35 Después de ser sanado 102
36 El don que no queremos 105
37 Sanación interior y más 107
38 Dios sana para bien 109
39 Lo más importante de todo 112

Vean lo que Dios puede hacer


40 Nuestro milagroso Salvador 116
41 Quédense quietos, Dios está obrando 119
42 Siempre hay una salida 122
43 Señales y milagros 124
44 Dios de lo imposible 127
45 Milagros increíbles 129
46 Dios es bueno 132
47 Milagros de misericordia 134
48 Se acerca el día 137
La esperanza que es nuestra
49 Luchar para vivir 142
50 Vienen nuevas victorias 145
51 El poder de Satanás se ha roto 148
52 No hay prisión que pueda retenerte 153
53 Enfrentando la eternidad 156
54 Todavía tienes una misión 158
55 El amor de Dios es para siempre 161
56 Hay una corona de la vida 163
57 La muerte no tiene aguijón 166
58 Dios no te desamparará 169
59 La promesa de Dios prevalece 172
60 Ya viene la nueva vida 174
61 Estoy con ustedes siempre 176

Bibliografía 181
Lecturas recomendadas 182
PRÓLOGO
RICK WARREN

E n algún momento de la vida, cada persona expe-


rimentará sufrimiento, dolor, y eventualmente
la muerte. Es algo inevitable. Cuando suceda,
¿cómo vamos a responder? Muchos de nosotros, incluso
los cristianos, luchamos con el propósito de Dios cuando
de repente nos enfrentamos ante una enfermedad
grave o un diagnóstico terminal. Nuestra primera
respuesta es acudir a Dios y pedirle que nos libre del
sufrimiento. Pero ¿qué si su respuesta no es sanarnos
inmediatamente, sino perfeccionarnos por medio del
sufrimiento? Ese tiempo puede poner a prueba nuestra
fe. Pero, si podemos rendir nuestra voluntad a la suya, a
través de ese dolor Dios puede profundizar nuestra fe,
sanar nuestra alma y restaurar nuestra alegría.
En su libro, El Dios que sana, los Blumhardt, padre
e hijo, nos recuerdan que la sanación física no es la

xi
e l dios qu e sa na

suprema respuesta de Dios a la oración. La verdadera


sanación es confiar en Dios aun cuando no podamos
entender. Significa creer en las promesas escritas de su
Palabra, que renuevan nuestra mente y elevan nuestro
espíritu aunque desfallezca nuestro cuerpo. No signi-
fica sucumbir a nuestros temores, sino rendirnos
completamente a Jesús. Cualquiera sea la circunstancia
que estés enfrentando en este momento, este libro de
lecturas diarias te ayudará a enfocarte en una rela-
ción más íntima con Jesús, nuestro único y verdadero
sanador espiritual.
Cuando atraviesas por valles profundos, Dios
está ahí contigo, caminando a tu lado a medida que
experimentas el sufrimiento. Él lo conoce bien, lo ha
experimentado y lo entiende. Como uno que conoce
el máximo sufrimiento, Jesús es nuestro consolador
supremo. En su Primera Carta a los Corintios, el apóstol
Pablo nos dice que así como Dios nos consuela en
nuestras tribulaciones, así también nosotros podemos
consolar a otros. ¿Cómo responderás al sufrimiento en
tu vida? Nuestra fe nos dice que Jesús es la fuente de
victoria en nuestras vidas incluso en medio del sufri-
miento. Eso es porque Dios no desperdicia ningún
dolor. Él puede usar ese dolor para guiarnos en el
camino que quiere que recorramos, para revelar lo que

xii
Prólogo

hay en nuestro interior, para perfeccionarnos, y para


hacernos más semejantes a él. Él es el gran médico que
se especializa en convertir el dolor en bendición.
Abre del todo tu vida a él y conoce a Jesús más íntima-
mente. Sumérgete en estas «palabras de esperanza para
tiempos de enfermedad y sufrimiento», que escribieron
los Blumhardt, y descubre la fortaleza de la sanación
para tu alma. Guarda la palabra de Dios en tu corazón,
rinde tu voluntad y confía en las promesas de Dios. Él te
llevará hasta la eternidad. ¡Tienes su Palabra!

xiii
INTRODUCCIÓN
CHARLES E. MOORE

R ichard Scott, mi amigo y colega pastor,


recién había sido diagnosticado con cáncer
cuando le dijo a nuestra congregación: «Las
personas que enfrentan una enfermedad grave o la
muerte deben preguntarse a sí mismas: “¿Qué voy
a hacer? ¿Voy a permitir que esto me cambie, o voy a
resistir y evitar la voluntad de Dios para mi vida?”».
Tengo que admitir que esas palabras me incomo-
daron. ¿En qué sentido tenía que cambiar mi amigo?
Él era uno de los seguidores de Cristo más humildes
y comprometidos que yo conocía. Además, me habían
enseñado que los que luchaban contra una enfermedad
grave tenían que recuperarse. Solo entonces podrían ser
útiles para Dios, y para cualquier otra persona en ese
caso. Necesitaban consuelo, apoyo y asistencia médica.
Necesitaban que la vida volviera a la normalidad.

xiv
Introducción

Esta fue mi primera reacción. Sin embargo, en


el fondo sabía que lo que Richard decía era verdad.
Anteriormente ya me había cruzado con la cruda
realidad de la muerte, cuando mi esposa fue diagnos-
ticada con cáncer a la edad de cuarenta años. Todo
se detuvo, todo cambió. Dios nos estaba hablando, y
nosotros sabíamos —aunque nunca hablamos sobre
eso—, que su bienestar físico no era lo más importante.
Afortunadamente, mediante la oración, el apoyo de
amigos y la ayuda médica, se recuperó. Pero quizá aún
más importante, a través de esta experiencia difícil Dios
nos concedió un don: algo de lo alto, algo eterno, algo
perdurable entre nosotros y dentro de nosotros que se
ha convertido en nuestro enfoque principal.
En nuestra era científica somos bombardeados con
un mensaje diferente, según el cual el dolor, la enfer-
medad y la muerte son males que se deben resistir a
todo costo. Las maravillas de la medicina moderna se
proclaman como el antídoto para cualquier dolencia
que pudiera afligirnos, y casi siempre existe otro curso
de acción disponible, otro tratamiento prometedor. A
pesar de eso, todos nosotros tenemos que lidiar con
cuerpos que son frágiles y vulnerables a toda clase de
enfermedades, sin mencionar lo inevitable del envejeci-
miento. Y sabemos que tener un cuerpo sano es una cosa;

xv
e l dios qu e sa na

pero otra muy distinta es vivir una vida plena y signi-


ficativa, en paz con nosotros mismos y con los demás.
Luego viene el momento cuando cada uno de noso-
tros tiene que afrontar la eternidad. Cuando esto
sucede, toda nuestra vida se presenta ante nosotros.
Richard lo experimentó cuando fue evidente que
su cáncer era incurable. Sin embargo, a pesar de este
diagnóstico sombrío, vivió como alguien que había
experimentado la sanación de Dios. Una y otra vez
me señalaba, y a muchos otros, a la libertad y paz que
llegan cuando confesamos nuestros pecados y podemos
presentarnos delante de Dios con una conciencia
limpia. «A fin de cuentas, recibimos la sanidad cuando
nos arrepentimos», dijo una vez. En sus últimos días,
parecía más vivo que nunca antes. Había aceptado la
voluntad de Dios y estaba en paz.
¿Cómo llegó Richard a este grado de aceptación
y certeza interior? ¿Y dónde encontró la fuerza para
aferrarse mientras progresaba su enfermedad? Durante
sus últimos meses en la tierra, a menudo acudía a las
reflexiones que ahora tienes en tus manos (que yo le
enviaba a él y a su esposa para que las leyeran después
que las descubrí). Fueron escritas por dos hombres de
una profunda fe, quienes durante sus vidas se preocu-
paron de incontables almas sufrientes. Las selecciones
en El Dios que sana pueden ayudarnos hoy a vivir con

xvi
Introducción

más plenitud y con más propósito, a pesar de nuestro


sufrimiento. Nos muestran lo que más necesitamos en
tiempos de enfermedad.
¿Quiénes son los Blumhardt, cuyas palabras han
ayudado a tanta gente? Johann Christoph Blumhardt
(1805–1880) fue un pastor en Alemania. A temprana edad
se hizo evidente que había sido destinado para ser usado
por Dios. Esto pudo verse en su habilidad para convertir
a la fe a sus compañeros de la infancia y en su trabajo
inicial entre la juventud endurecida. Blumhardt se
encargó de una pequeña parroquia en Möttlingen, una
aldea remota cerca de la Selva Negra. Ahí se encontró
cara a cara con las fuerzas malignas de la enfermedad, la
adicción, las enfermedades mentales y otras aflicciones
que solo pudo atribuir a la posesión demoníaca que
ataba a algunos en su congregación. Cuando el médico
local le preguntó a Blumhardt quién iba a cuidar las
almas de sus pacientes, Blumhardt asumió el desafío
armado con oración, paciencia y persistencia.
Esta batalla espiritual comenzó en serio en 1841,
para una mujer joven llamada Gottliebin Dittus, que
sufría de trastornos nerviosos recurrentes y de varios
otros «ataques» extraños e inexplicables. Blumhardt
se embarcó en una larga lucha de dos años que terminó
en la victoria sobre los poderes demoníacos. Nunca
pudo haber anticipado lo que pasaría después. Casi

xvii
e l dios qu e sa na

de la noche a la mañana, el pueblo de Möttlingen fue


sacudido por un movimiento de arrepentimiento y
renovación sin precedentes. Se devolvió la propiedad
robada, se restauraron los matrimonios rotos, los
enemigos se reconciliaron, los alcohólicos fueron
curados y la gente enferma fue sanada. La aldea entera
experimentó cómo podía ser la vida cuando Dios tenía
la libertad para reinar. ¡Jesús fue victorioso!
Se corrió la voz, y pronto la casa parroquial de
Blumhardt ya no podía acomodar a toda la gente que
acudía en masa en busca de sanación. Eventualmente,
debido a las restricciones impuestas a su trabajo por
sus superiores eclesiásticos, Blumhardt dejó su pasto-
rado y trasladó su ministerio a Bad Boll, un complejo
de grandes edificios que fue construido como un spa
alrededor de un manantial de aguas termales. En Bad
Boll, muchas personas desesperadas y agobiadas con
padecimientos mentales, emocionales, físicos y espiri-
tuales encontraron tranquilamente la sanación y una
fe renovada.
Christoph Friedrich Blumhardt (1842–1919) apenas
tenía un año de edad cuando su padre comenzó su
batalla de oración por Gottlieben Dittus. Sin embargo,
esta experiencia se convertiría en el telón de fondo
de todo lo que experimentaría en la vida. Cuando su
familia se mudó a Bad Boll, tenía diez años de edad.

xviii
Introducción

Con el tiempo, Christoph trabajó junto a su padre y,


después de su muerte, continuó con su misión.
Preocupado por la publicidad que rodeaba a las
sanaciones físicas milagrosas, Christoph se retiró por
completo de la predicación pública. Aunque conti-
nuaba experimentando los poderes sanadores de Dios,
llegó a creer que lo que Jesús y los profetas más querían
era un mundo nuevo: la soberanía de Dios sobre todas
las cosas. Dios quería transformar tanto la persona
interna como la externa, tanto a individuos como a
sociedades enteras.
Ningún otro escritor ha influido más mi fe en
la bondad de Dios y en su poder sanador que los
Blumhardt. Con una valiente confianza en el Dios que
obra milagros y una sencilla aceptación de la voluntad
de Dios en todas las cosas, estos dos hombres nos
impulsan a buscar más allá de nuestra condición física,
a Jesús y a su reino, que sana y da vida tanto al alma
como al cuerpo. Para ellos, la realidad redentora del
amor sanador de Dios no solo nos consuela en nuestra
aflicción, sino que tiene el poder de renovar nuestros
espíritus, concediéndonos la paz que sobrepasa todo
entendimiento. Nos asegura que incluso los remedios
más materiales pueden ser mejorados mediante la
oración, y que, cuando nos rendimos completamente
a la voluntad de Dios, sucederán cosas mucho más

xix
e l dios qu e sa na

grandes. Estas verdaderamente son buenas nuevas,


especialmente para los que conocen de primera mano
las limitaciones de la ciencia médica y la imposibilidad
de una vida libre del dolor.
Por esta razón acudo a los Blumhardt una y otra vez
para recibir valor renovado y una nueva perspectiva.
También he compartido sus reflexiones con amigos y
conocidos, quienes en tiempos de terrible sufrimiento
se sienten carentes de fe y esperanza. Sus palabras nos
recuerdan que a veces solo por medio del sufrimiento es
que llegamos a conocer y comprender el toque sanador
que Dios quiere concedernos. Cuando somos confron-
tados con nuestra mortalidad, Dios quiere liberarnos y
mostrarnos que ni la enfermedad ni la muerte tienen el
poder final.
Confío en que usted como lector encontrará consuelo
en este libro, pero también un desafío a vivir más
plenamente para Dios y más entregado a su voluntad.
También espero que usted pensará en otros que podrían
beneficiarse al leerlo. Solamente en Jesús existe ayuda
real y perdurable. Él es el verdadero sanador, el único
que no solo nos levantará para la vida eterna, sino que
también restaurará todas las cosas. Solo él puede traer
la abundancia de la vida interminable de Dios aquí en
nuestras existencias terrenales.

xx
Acudir a Jesús
1

AQUÍ ESTÁN LAS


BUENAS NUEVAS
Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas,
anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando
toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se
extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que pade-
cían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores
graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos,
y él los sanaba.
Mateo 4:23–24

E xisten dos caras del evangelio de Jesucristo. Por


un lado hay un mensaje de perdón de pecados,
de vida eterna; pero, por el otro, también hay
un mensaje de oposición al sufrimiento humano. No
solamente se proclama el fin del pecado, sino también
el fin del sufrimiento y la muerte. ¡Todo sufrimiento
cesará! Así como el pecado se ha vencido por medio de

2
Acudir a Jesús

la sangre de Cristo, así también el sufrimiento llegará a


su fin en la resurrección. Cuando Jesús realizó señales
y maravillas, estaba proclamando el evangelio contra el
sufrimiento.
Con este evangelio podemos estar seguros de que
cesará la condición miserable de este mundo, así como
tenemos la certeza de la vida eterna. No podemos
separar los dos lados de Cristo. No debemos enfatizar
parcialmente la cruz y el perdón, mientras pasamos
por alto la resurrección y la superación de nuestro
sufrimiento. Una artimaña de Satanás es probarnos y
hacernos vacilar a fin de que el Salvador no reciba la
atención plena y completa.
Ante el anhelo del mundo por la redención, es
evidente que nunca podremos brindar un consuelo
verdadero por medio del evangelio mientras hagamos
énfasis solamente en una cosa —que el Salvador
perdona nuestros pecados—, dejando que el mundo siga
su propio curso. De igual manera, seremos incapaces de
llevar un consuelo verdadero con el evangelio, si repre-
sentamos al Salvador solamente como un obrador de
milagros y proclamamos: «Sean consolados, ustedes
pueden ser sanados por medio del Salvador». Entonces
el arrepentimiento y el perdón serían olvidados por
completo, y ningún cambio fundamental tendría lugar
en las personas.

3
e l dios qu e sa na

Jesús permitió que los enfermos vinieran a él, al


igual que lo hizo con los pecadores. Estaba dispuesto a
perdonar pecados y dispuesto a sanar. Hubo ocasiones
cuando llegaron muy pocos pecadores, solamente gente
enferma. Y Jesús les dio a todos la bienvenida. ¡Oh, que
las naciones escuchen las buenas nuevas! ¡Que vengan
los enfermos y se acerquen los pecadores, todos son
bienvenidos!
Christoph Friedrich Blumhardt

4
2

JESÚS SE
PREOCUPA POR TI
Salió Jesús de allí y llegó a orillas del mar de Galilea.
Luego subió a la montaña y se sentó. Se le acercaron
grandes multitudes que llevaban cojos, ciegos, lisiados,
mudos y muchos enfermos más, y los pusieron a sus pies;
y él los sanó. La gente se asombraba al ver a los mudos
hablar, a los lisiados recobrar la salud, a los cojos andar y
a los ciegos ver. Y alababan al Dios de Israel.
Mateo 15:29–31

G randes multitudes se acercaron a Jesús,


llevaban a los cojos, lisiados, ciegos, mudos,
y los ponían a sus pies, y él los sanaba. Las
noticias de su presencia se difundieron rápidamente.
Por cierto, si alguno de nosotros hubiera estado allí y
hubiera escuchado de la oportunidad de ser liberado de
su aflicción, ¿quién de nosotros no hubiera dado todo
por venir ante Jesús?

5
e l dios qu e sa na

Sin embargo, no siempre fue fácil para los enfermos


llegar ante Jesús. Muchos dependían de la ayuda de
otros. Esas personas deben de haber tenido mucha
compasión y también haber hecho un esfuerzo conside-
rable. ¿Cómo entonces el Salvador no podría recibirlos?
¿Les debería haber mostrado menos compasión solo
porque podrían haber venido ante él por razones
equivocadas?
La compasión solo ve la necesidad de los demás;
omite toda crítica y todo juicio. Jesús nunca les dio
primero un sermón a los enfermos, ni primero examinó
su condición interior; nunca les preguntó qué pecados
habían cometido para merecer esa enfermedad. Esto no
solo hubiera sido cruel, sino que hubiera lastimado aún
más a los enfermos.
¿Por qué entonces somos tan rápidos para juzgar a los
enfermos, examinándolos para averiguar si tienen sufi-
ciente remordimiento o son dignos de que oremos por
ellos? Jesús dijo: «al que a mí viene, no lo rechazo». Por
esta razón, siempre está mal pensar que la enfermedad
es «una bendición disfrazada». ¿Qué es más benéfico
para nosotros: la enfermedad o la salud? El Salvador
ciertamente no piensa que los enfermos estaban mejor
que los sanos, de lo contrario no los hubiera sanado, ni
hubiera ordenado a sus discípulos sanar a los enfermos.

6
Acudir a Jesús

Sí, Dios sabe por qué algunos tienen que sufrir, sin
duda él elige lo que es mejor para ellos. Pero el Salvador
recibe con profunda compasión a cada uno que viene
a él, y rápidamente los ciegos ven, los mudos hablan,
y los cojos reciben pleno uso de sus extremidades.
Recordemos esto. Todos los que vinieron y todos
los que trajeron a los enfermos y lisiados ante Jesús,
tuvieron bastante fe y esperanza. Mucho más de la que
tenemos nosotros. Y en su misericordia infinita Jesús
los sanó a todos.
Johann Christoph Blumhardt

7
3

TODOS SON
BIENVENIDOS
Y el poder del Señor estaba con él para sanar a los enfermos.
Lucas 5:17

D ondequiera que Jesús se quedaba o cami-


naba, un poder fluía de él, para sanar y vivificar
el alma y el cuerpo. Cualquiera que se le acer-
caba con un corazón confiado recibía ayuda. El Señor
del cielo, el Dios de Israel, el poder de este Dios fluía en
Jesús y obraba sanación. ¡Qué maravilloso que el Hijo
de Dios haya aparecido así!
Difícilmente se puede comprender que Dios se haya
acercado tanto a nosotros con semejante bondad. ¡Cuán
evidente era que todo estaba corrompido! ¡Cuánta falta
de temor de Dios había en la tierra! ¡Cuán hipócrita
era la piedad de los que fingían ser devotos! Incluso
hicieron del templo una «guarida de ladrones», lo
convirtieron en un mercado.

8
Acudir a Jesús

Sin embargo, él vino. ¿Y cómo era? Vino no como


alguien que juzga sino como alguien lleno de bondad,
calidez, misericordia y amor. Nadie tuvo que temerle. A
todos se les permitió acercarse, todos los quebrantados
podían tener esperanza, incluso los pecadores y recau-
dadores de impuestos. Todos podían acercarse. Y todos
los que vinieron fueron sanados y satisfechos. Todos
pudieron regocijarse de que el embajador de Dios en
persona los hubiera visitado.
Debido a que el Señor fue tan bondadoso y bueno
con todo el que se le acercaba, demostró que realmente
venía de Dios. ¿Quién podría ser más grande? ¿Puede
haber algo más maravilloso que saber que este hombre
de Nazaret provenía de Dios? ¿Puede alguien más
satisfacer nuestra necesidad más profunda? ¿Podemos
imaginar a alguien que venga del cielo más grande, más
majestuoso y más glorioso que él? Verdaderamente, él
es el único. «Y hemos contemplado su gloria, la gloria
que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de
gracia y de verdad» (Juan 1:14).
Jesús sigue siendo el mismo Salvador hoy en día.
Así que hay esperanza para todos, nadie debe deses-
perarse ni dudar de su paciencia y amor. Sin importar
quién seas, puedes venir. ¡Pero debes acercarte!
Acércate anhelando misericordia y gracia. Entonces
recibirás su bondad en abundancia. Incluso en estos

9
e l dios qu e sa na

tiempos difíciles puedes experimentar su misericordia,


y cuando sea el momento oportuno: «Él les enjugará
toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto,
ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han
dejado de existir» (Apocalipsis 21:4). ¡Alábalo por esa
esperanza inconmensurable!
Johann Christoph Blumhardt

10
4

ACÉRCATE TAL
COMO ERES
Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su
propio pueblo. Unos hombres le llevaron un paralítico,
acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo
al paralítico:
—¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados!
Algunos de los maestros de la ley murmuraron entre
ellos: «¡Este hombre blasfema!»
Como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo:
—¿Por qué dan lugar a tan malos pensamientos? ¿Qué
es más fácil, decir: “Tus pecados quedan perdonados”,
o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepan que
el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para
perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—:
Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Y el hombre se levantó y se fue a su casa. Al ver esto,
la multitud se llenó de temor, y glorificó a Dios por haber
dado tal autoridad a los mortales.
Mateo 9:1–8

11
e l dios qu e sa na

L a historia del paralítico debe recordarnos


nuestra propia condición, porque todos somos
personas quebrantadas. Aun cuando no estemos
lisiados físicamente, todo nuestro ser está quebrantado
por el pecado. Los poderes corruptos de la descompo-
sición carcomen nuestras almas y consumen poco a
poco nuestros cuerpos, sea abiertamente o en secreto,
nos demos cuenta o no. Nuestros espíritus son arras-
trados al cautiverio de las actividades carnales. Muchos
de nosotros apenas podemos mantener a flote nuestras
cabezas. Hemos desperdiciado nuestras vidas o nos
hemos insensibilizado a todo lo de naturaleza superior.
Las cosas divinas nos evaden, y las cosas de valor eterno
escapan de nosotros.
Nos conviene no esperar hasta que el poder de la
muerte y la corrupción tengan un impacto en noso-
tros, como fue el caso del hombre paralítico. Jesús vino
para hacer posible que cada uno de nosotros reconozca
nuestra condición miserable, de modo que al recono-
cerla podamos ser sanados. Pero no debemos ocultar el
hecho de que estamos sufriendo de una manera o de
otra. Que todos estamos sufriendo resulta evidente en
el hecho de que acudimos corriendo cuando llega la
ayuda real, o incluso la ayuda imaginaria, o aun cuando
cualquier tipo de ayuda parece estar en camino. En

12
Acudir a Jesús

cualquier lugar, tan pronto como se construye un


centro para enfermos o discapacitados la gente llega en
multitudes. Pero toda esta ayuda humana palidece en
comparación al poder que tenía Jesús. Cuando tocaba a
las personas, se derramaban poderes vivificadores.
Y ahora, mis amados, dejen que Jesús obre.
Permítanle usar su aflicción para guiarlos hacia la luz.
No ocultes lo que te aflige. Por cierto, a través de Jesús
podemos buscar más a fondo y preguntarnos qué es lo
que nos aflige realmente en lo más íntimo de nuestro
ser. Por medio de Cristo, podemos volvernos a la luz
como seres humanos pobres, débiles y quebrantados,
lisiados una y otra vez, interna y externamente.
No trates de ocultar tu necesidad, ni la ignores con
buena cara. Aun cuando sea toda una hazaña, no te
ayudará ni traerá alabanza a Dios. Más bien debemos
ser como el hombre paralítico y mostrarnos como
somos realmente. No finjamos que somos fuertes, sino
más bien reconozcamos nuestro sufrimiento y pongá-
moslo al descubierto delante de Dios. El Salvador
quiere revelar todo lo malo en nosotros, para que
podamos ser sanados. Solo entonces los que nos rodean
podrán, como los que rodeaban al paralítico, ser llenos
de asombro y alabanza a Dios.

13
e l dios qu e sa na

El hombre paralítico llegó ante la presencia de


Cristo. Nosotros podemos hacer lo mismo, ya sea que
lleguemos por nuestros propios pies, arrastrándonos
hacia él y acercándonos hasta él, o que otros nos hagan
este servicio de amor y nos lleven ante él, quizá sin que
realmente lo queramos. Cientos de poderes están en
operación cuando aparece el Salvador. Lo que está mal
se pone al descubierto y se revela ante los ojos de Dios.
Que bendición es estar ante la mirada de Cristo,
incluso ante la mirada de su juicio. Así fue como el para-
lítico estuvo delante del Señor. Temblaba y se sacudía,
pero su temblor y sacudimiento fue más genuino que
si él se hubiera quedado postrado en cama con orgullo,
dejando que le cuidaran y engañando a todos sus
amigos con su enfermedad, como si fuera el único que
mereciera lástima y no tuviera nada que confesar.
Cuando Jesús entra en escena, la verdad debe salir.
No debemos demandar la compasión humana todo el
tiempo. Además, al final, no podemos ocultar nada;
la mirada de Cristo ve a través de nosotros y discierne
nuestro ser más profundo, todo lo que todavía es oscuro
y pecaminoso.
Jesús nunca es blando con el pecado. No, todo lo
contrario. Habla con palabras severas y corta de tajo su
raíz. Separa el trigo de la paja, juzgando los sentimientos

14
Acudir a Jesús

y pensamientos del corazón. Su gracia destroza nuestra


naturaleza carnal, donde no se permite ocultar nuestra
vergüenza debajo de la capa. Dios revela su amor, pero
solamente cuando venimos bajo el fuego ardiente del
Salvador. No debemos temer esto, porque la justicia de
Dios es una justicia que todo lo hace bien.
Incluso si sentimos que somos pobres y miserables,
no todo está perdido. Si somos honestos, no hay nada
a que podamos aferrarnos. Aun si esto o aquello fue
bueno y justo, admitamos que todavía no era puro.
Lo que más necesitamos es comenzar completamente
de nuevo y venir, quebrantados y necesitados, ante
la presencia de Jesús como juez. No tenemos nada de
qué presumir hasta que él pueda vivir por completo en
nosotros. Solo entonces podemos ser sanados.
Christoph Friedrich Blumhardt

15
5

JESÚS LLEVA
NUESTRAS CARGAS
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y con
una sola palabra expulsó a los espíritus, y sanó a todos los
enfermos. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por
el profeta Isaías: «Él cargó con nuestras enfermedades y
soportó nuestros dolores».
Mateo 8:16–17

L a dimensión de la necesidad y sufrimiento en


el mundo, tanto en tiempos de Jesús como en
los nuestros, difícilmente se puede exagerar.
El Salvador no solamente sanó toda clase de enferme-
dades, sino también liberó a los endemoniados. Hubo
personas que llegaron ante él, estaban fuera de control
y habían causado enorme sufrimiento a sus familiares,
pues un espíritu extraño dentro de ellos los ponía
furiosos, violentos, gritones e incontrolables.

16
Acudir a Jesús

Si ese fue el caso en aquel entonces, solo pensemos


en cuántos llamados enfermos mentales y dementes
existen en la actualidad. Sin embargo, casi nadie se
atreve a llamarlos endemoniados. Aun así, uno no
puede dejar de pensar en el tiempo de Jesús, cuando
muchos endemoniados llegaron ante él. Actualmente
existen miles de personas entre nosotros que están
enfermos de la misma manera.
Sin embargo, leemos cómo Jesús tenía autoridad sobre
los espíritus que oprimían a las personas. Los expulsó
con su palabra. Todo esto —Mateo cita a Isaías—, fue
para cumplir lo dicho por el profeta: «Él cargó con
nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores».
El pasaje en Isaías dice literalmente: «él estaba
cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando
nuestros propios dolores» (Isaías 53:4 DHH). Isaías
habla más de una liberación del pecado, que de la enfer-
medad y las dolencias, sin embargo es significativo que
Mateo hable también de enfermedad, que el Siervo del
Señor quiera llevar todas nuestras aflicciones. Jesús
quitó dolencias y males y de esta forma cargó con nues-
tras enfermedades. Es como si Jesús hubiera hecho
suyos los padecimientos de los enfermos, represen-
tando a los enfermos ante el Padre, quien le había dado
el poder para sanar.

17
e l dios qu e sa na

Algo similar sucede cuando intercedemos unos


por otros, llevamos la enfermedad de los demás en
nosotros como si estuviéramos orando por nosotros
mismos. La intercesión ante Dios es genuina solo
cuando la sentimos muy profundamente unos por
otros y compartimos el dolor del otro; es decir, cuando
tenemos verdadera compasión.
Nuestra vocación es representar a Jesús, que estaba
lleno de misericordia. Todo lo que hagamos debe
hacerse en su nombre y por su Espíritu. «Ayúdense
unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley
de Cristo» (Gálatas 6:2). Pero debemos estar en guardia,
cualquier cosa que hagamos en nuestras propias
fuerzas, incluida la intercesión, no tiene ningún valor.
Ah, que llegue el momento en que tengamos plena-
mente lo que Jesús ha prometido y sellado con su sangre:
el poder de Dios para la salvación que sana todas las
heridas, incluyendo las del cuerpo. Esto se promete a
todos los que lo buscan.
Johann Christoph Blumhardt

18
6

JESÚS QUIERE SANAR


Cuando Jesús bajó de la ladera de la montaña, lo
siguieron grandes multitudes. Un hombre que tenía lepra
se le acercó y se arrodilló delante de él.
—Señor, si quieres, puedes limpiarme —le dijo.
Jesús extendió la mano y tocó al hombre.
—Sí quiero —le dijo—. ¡Queda limpio!
Y al instante quedó sano de la lepra.
Mateo 8:1–3

U n leproso viene ante Jesús con gran confianza


en que puede ayudarlo, aunque la lepra era, en
aquel tiempo, la enfermedad más incurable del
mundo. Esto realmente implicaba hacer algo, deman-
daba mucho. Toda la sabiduría humana queda por
debajo de la sencillez de un hombre tan desdichado.
Este pobre hombre, atormentado y terriblemente

19
e l dios qu e sa na

desfigurado, conocía la grandeza y el poder de Dios.


Cualquiera que piensa de Dios de esta manera se ha
acercado bastante a él. Deberíamos estar llenos de una
santa reverencia al ver a uno de los más desdichados
entre los hombres presentarse ante su Dios con seme-
jante confianza.
«Puedes hacerlo, si estás dispuesto», dijo este
hombre. No es posible que Cristo carezca de poder,
pensaba el hombre. No podía carecer de poder ya que
venía de Dios. Ahora todo dependía de si él quería
usarlo. «Si quieres», significa «Si tienes piedad, si
tienes un corazón compasivo, y deberías tener compa-
sión. Tú puedes hacerlo, si tú quieres. ¿Qué más se
necesita para que me ayudes?». Una manera de pensar
tan noble no puede quedar en la nada.
«Sí quiero —dijo el Señor—. ¡Queda limpio!»
Ahora vean, ¿dónde se ha ido la lepra? Ya no está ahí,
ha desaparecido. Cuando un hombre como este leproso
tiene un corazón tan sencillo, Dios interviene. Quiere
revelarse a sí mismo para que todos puedan confiar en
su grandeza y poder.
Debemos creer que el Señor puede hacer cualquier
cosa si así lo quiere. Pero en el jardín de Getsemaní,
el Señor oró: «no se cumpla mi voluntad, sino la
tuya». Aunque Jesús sabía que tenía que beber la copa

20
Acudir a Jesús

de sufrimiento, sin embargo oró para ser librado. Y


entonces el ángel lo fortaleció. De igual manera, si
oramos fervientemente, puede ser que un ángel nos
fortalezca en silencio para que soportemos todo lo que
tengamos que enfrentar. Y, como sucede con frecuencia,
el Señor puede incluso proveer más de lo que necesi-
tamos, más allá de nuestras expectativas.
Si oramos sin cesar, con una fe sencilla como la de un
niño, y si es la voluntad de Dios, el Señor nos permitirá
ver su gloria revelada en obras y milagros. «Si quieres,
puedes hacerlo» es la oración de todos los que le temen.
Y, en su gran sabiduría, el Señor les dirá: «Sí quiero,
estoy dispuesto».
Johann Christoph Blumhardt

21
7

TODAVÍA ESTÁ
OBRANDO
Me refiero a Jesús de Nazaret: cómo lo ungió Dios con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo anduvo haciendo el
bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él.
Hechos 10:38

J esús no usó ni requirió ninguna formalidad


cuando las personas acudían a él buscando
ayuda. Con una palabra la ayuda estaba dispo-
nible. Tampoco se retiró en algún lugar, en una forma
superior y poderosa, y esperó a que la gente llegara y
pidiera ayuda. Anduvo y llegó a todos los que estaban
desconsolados y en desgracia, a todos los que sufrían
en cuerpo y alma, y los llamó: «Vengan a mí todos
ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré
descanso» (Mateo 11:28). Se ofreció a sí mismo como el
Salvador para ayudar a los que nadie más ayudaría.

22
Acudir a Jesús

¿Ha cambiado algo? ¡Por supuesto que no! Jesús


viajó de lugar en lugar haciendo el bien y sanando,
precisamente para que todas las generaciones poste-
riores pudieran confiar en él, y para que todos los que
son desdichados y afligidos siempre puedan saber a
quién acudir por ayuda. Jesús todavía hace cosas mara-
villosas, anda «haciendo el bien y sanando», aunque
sea de una forma más discreta. Se acerca a cualquiera
en necesidad y sufrimiento a fin de que nosotros,
también, podamos experimentar de primera mano que
él es el único que sabe cómo ayudarnos. Jesús todavía
hoy hace el bien y sana. La pregunta para nosotros es:
¿Acudiremos a él?
Johann Christoph Blumhardt

23
8

NO ESTÁS SOLO
Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha
sido tentado en todo de la misma manera que nosotros,
aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiada-
mente al trono de la gracia para recibir misericordia y
hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la
necesitemos.
Hebreos 4:15–16

H ay momentos en que la vida se vuelve tan


difícil que te sientes incapaz de orar, incluso tal
vez sientas que ya no tienes fe. Parece como si
el Salvador estuviera lejos de ti y que ya no le pertene-
cieras, o que para empezar nunca estuviste en el buen
camino. Es como si estuvieras en el infierno, presa del
temor y de la sensación de estar perdido. Incluso quizá
desearías nunca haber nacido. El dolor es demasiado
grande, el futuro demasiado desesperanzador.

24
Acudir a Jesús

¡Cuánto me encantaría guiarte de tal manera que


todas las tinieblas fueran arrancadas de tu alma! Pero
tal agonía no puede desaparecer de un solo golpe. Para
eso, tenemos que esperar por un tiempo de gracia. Sin
embargo, aun ahora el Salvador puede darte mucho,
pero solamente si permaneces tranquilo y pones tu
esperanza en él. Si permaneces sencillo como un niño
respecto a tu condición, no pensarás que todo está
perdido, aunque escuches voces discordantes dentro de
ti. El Salvador está ahí para consolarte. Y si no puedes
permanecer tranquilo, no te preocupes. El daño no es
irreparable, la incapacidad no es un pecado. El Salvador
te ama, aunque solo puedas suspirar.
Recuerda, Jesús vino en la carne, en tu misma condi-
ción, para que puedas saber que Dios no es indiferente
a tu sufrimiento. Suspiras y lloras, sufres y te lamentas
ante el Salvador. Todo eso está bien, mientras lo hagas
con la actitud correcta. El Salvador no dijo: «Dichosos
aquellos cuya causa es justa», sino dijo: «Dichosos los
pobres en espíritu . . . Dichosos los que lloran» (Mateo
5:3–4). ¡Créelo!
Si no puedes sentir al Salvador, entonces debes creer
todavía más en él. Aquellos para quienes el amor de
Dios está más cerca son precisamente los que no ven y
sin embargo creen (Juan 20:29). Lo mismo es verdad de
aquellos que no sienten y sin embargo creen. El enemigo

25
e l dios qu e sa na

con frecuencia causa estragos en nuestros sentimientos,


pero no puede tocar tu fe. El diablo no puede poseer tu
fe, a menos que te des por vencido.
A veces sentirás que no tienes fe, pero en lo profundo
todavía crees. Cree entonces en tu fe. Las cosas van a
mejorar. Cristo está ahí, aunque esté algo oculto. Ni
siquiera tengas temor del infierno, él también está
ahí. Todo el que suspira y anhela no se perderá. Es por
nuestra causa que Dios revela su gloria. Recuerda, el
Salvador intercede en nuestro favor (Romanos 8:34) y no
puede sino intervenir con su ayuda si tienes un anhelo
en tu corazón.
Johann Christoph Blumhardt

26
9

JESÚS LUCHA
POR NOSOTROS
Allí le llevaron un sordo tartamudo, y le suplicaban que
pusiera la mano sobre él.
Jesús lo apartó de la multitud para estar a solas con
él, le puso los dedos en los oídos y le tocó la lengua con
saliva. Luego, mirando al cielo, suspiró profundamente
y le dijo: «¡Efatá!» (que significa: ¡Ábrete!). Con esto, se
le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y
comenzó a hablar normalmente.
Marcos 7:32–35

E l Salvador está en nuestro medio como uno


que lucha por nosotros. Suspira y mira al Padre
en el cielo, luego clama en voz alta: «¡Efatá!
¡Ábrete!». Tal vez este hombre que vino ante Jesús era
tímido en cuanto a venir ante él. Seguramente habría
estado ansioso cuando el Salvador lo llevó aparte y lo

27
e l dios qu e sa na

tocó, sin entender realmente por qué Jesús hizo esto.


Pero luego, de repente, con ese «¡Efatá!» se le abrieron
los oídos y pudo exclamar: «¡Las noticias son ciertas,
Jesús es el Señor que puede poner fin al pecado y al
sufrimiento. Lo he experimentado. Alabanzas y gracias
sean a Dios!».
Amado, este «¡Efatá!» debe ser la conclusión de
la historia de nuestro mundo. El Salvador está incluso
ahora obrando activamente, convirtiendo el evangelio
que escuchamos en hechos. Pero el Salvador también
debe acercarse personalmente, en secreto, y en secreto
debe orar por nosotros delante del trono de su Padre. Y
finalmente llegará el gran «¡Efatá!» y sacudirá a todo
el mundo.
Por el momento todo está oculto. Cuanto más
grandes son las victorias de Jesús, más se llevan cabo
en secreto. La manera en que el Salvador apartó a este
hombre es un ejemplo de cómo la humanidad entera
será apartada por el Salvador. Secretamente, pero con
profunda pasión, Jesús llevará a la humanidad delante
del trono de su Padre.
Así que nosotros, que somos el pueblo sacerdotal
de Dios, debemos poner a los enfermos a sus pies.
Debemos clamar ante él: «Amado Salvador, tú eres
el Señor. No podemos soportar que tanta gente siga

28
Acudir a Jesús

dioses falsos, porque sabemos que solo tú eres el Señor.


Así que aquí estamos. No te dejaremos en paz, porque
has venido a representarnos delante del Padre celestial
para ayudarnos». Así es como debemos implorarle,
pues es nuestra misión como iglesia.
Oh, amados míos, a menudo estoy muy triste cuando
veo tantos cristianos que ya no llevan gente al Salvador
por causa de sus pecados y su sufrimiento. No debemos
permitir que las puertas del cielo se cierren entre los
pecadores y el Salvador. Las puertas deben perma-
necer abiertas para todos los que sufren, para todas las
personas enfermas. Si no fuera por esto, no sé si podría
creer en el evangelio.
Que esto se establezca firmemente dentro de noso-
tros; entonces ayudaremos a la venida del «¡Efatá!».
Cuanto mayor sea nuestra estima por el que fue cruci-
ficado y resucitó de la muerte, mayor será el «¡Efatá!»
en los últimos días, como cuando Dios dijo en el prin-
cipio: «¡Que exista la luz!». Sí, un día escucharemos:
«¡Efatá! ¡Ábrete!».
Christoph Friedrich Blumhardt

29
Confiar en Jesús
10

EL MOMENTO
DE RENDIRSE
Abel se dedicó a pastorear ovejas, mientras que Caín
se dedicó a trabajar la tierra. Tiempo después, Caín
presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. Abel
también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir,
los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado
a Abel y a su ofrenda, pero no miró así a Caín ni a su
ofrenda. Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo.
Génesis 4:2–5

C uando oramos debemos hacer un sacrificio;


primero tenemos que entregar algo. Esa es la
diferencia entre Abel y Caín. Con su ofrenda
Abel se dio a sí mismo y todo lo que tenía, las porciones
de grasa. Sin embargo, Caín retuvo algo para sí mismo
y esperaba algo por su ofrenda. Hay una gran diferencia
entre los dos.

32
Confiar en Jesús

Podemos hacer una ofrenda con egoísmo, o podemos


hacer una ofrenda con verdadera entrega. También
podemos orar en forma egoísta, o podemos orar con
verdadera rendición. Algunas personas oran pensando
solo en sí mismas, deseando secretamente conseguir
de Dios tanto como puedan. Otros, sin embargo, ni
siquiera piensan en sí mismos y solo desean que Dios
tome posesión de ellos. De nuevo, existe una gran, pero
gran diferencia.
Hay momentos en que la vida escapa a nuestro
control y el temor nos domina. Como Caín, nos estre-
mecemos, oramos y hacemos ofrendas a Dios. Pero solo
lo hacemos para recibir ayuda inmediata para noso-
tros mismos y librarnos del temor. Nos humillamos un
poquito y clamamos: «¡Dios mío, ayúdame!». Pero
después seguimos siendo la misma persona de siempre,
viviendo la vida como de costumbre. Una vez más
tenemos nuestra casa, nuestra salud, nuestro dinero
y posesiones, y podemos buscar nuestro bienestar
por nosotros mismos. Quizá todavía oramos de vez
en cuando, dando gracias: «Dios es bueno, sin él las
cosas no me saldrían tan bien». Pero en todo momento
estamos llenos de egoísmo.
Cuando oramos, lo que se ofrece o sacrifica no es tan
importante. La gente en el Antiguo Testamento podía

33
e l dios qu e sa na

ofrecer un palomino o un buey; resultaba lo mismo.


A Dios no le importaba lo mucho o lo poco que se le
ofrecía. Lo que importaba era si se traía con egoísmo
o con disposición. Y sigue siendo importante hoy si
oramos con egoísmo o con verdadera rendición.
Tengamos cuidado. Dios no quiere nuestras ora­
ciones y ofrendas si surgen solamente del interés propio.
Si no tenemos pasión por Dios y por su reino en la tierra,
nuestra religión es como una capa de yeso superficial
que se volverá a caer. De nada sirve que oremos por
nuestros pequeños problemas, no hace nada por Dios;
sino que mata la oración verdadera, como Caín mató
a Abel. Recibamos la advertencia. Todo depende de si
nos rendimos por completo a Dios. Así que ofrece todo
tu ser a Dios, pues es el único sacrificio que importa.
Christoph Friedrich Blumhardt

34
11

LA VOLUNTAD DE DIOS
ES LO MEJOR
Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: «Hoy o mañana
iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año,
haremos negocios y ganaremos dinero.» ¡Y eso que ni
siquiera saben qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida?
Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento
y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: «Si el
Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.» Pero
ahora se jactan en sus fanfarronerías. Toda esta jactancia
es mala. Así que comete pecado todo el que sabe hacer el
bien y no lo hace.
Santiago 4:13–17

N o debemos decirle a Dios qué hacer. Mucho


menos debemos persistir en orar hasta que
el Señor finalmente nos escuche. Tal «fe»
es resistencia o incluso un acto de desafío al Señor.
Aunque incluyamos las palabras «si es la voluntad

35
e l dios qu e sa na

del Señor» en nuestras oraciones, es una farsa. Si somos


honestos, con frecuencia incluimos esas palabras solo
porque sabemos que se supone lo hagamos. Pero en
realidad no queremos que se cumpla la voluntad de Dios.
Cuando oramos que se haga la voluntad de Dios,
debemos estar interna e incondicionalmente dispuestos
a aceptar su voluntad. No está bien pedir constante y
expresamente que nuestra salud, o la salud de alguien
más, sea restaurada, en especial cuando las condiciones
parecen empeorar cada vez más. Orar sin cesar no le
sirve a nadie, sobre todo a nosotros o a otros que están
enfermos. Solo incrementa nuestra tensión e inquietud,
y entorpece nuestra vida espiritual.
Esto no significa que debemos darnos por vencidos.
A veces Dios permite que las condiciones empeoren
(él sabe por qué) antes de que finalmente nos brinde
ayuda. Lo que quiero decir es que debemos volvernos
más apacibles y resignados en nuestras oraciones por
la sanación y la salud. La voluntad de Dios es lo que
importa. Y la verdadera resignación y sumisión a la
voluntad de Dios pone todo en sus manos, para que su
ayuda, cuando llegue y como venga, pueda venir en los
términos de Dios, no en los nuestros.
También es mejor no hablar demasiado de morir o

36
Confiar en Jesús

no morir. Cada una de nuestras vidas es una niebla.


Aquí debemos volvernos aún más tranquilos y esperar
en silencio por lo que el Señor tenga en mente. Si la
muerte llama a la puerta, debemos preparar nuestros
corazones para la vida o la muerte (Filipenses 1:20–26).
Si alguien que conoces está enfrentando una situación
similar, ayúdale a resignarse y aceptar lo que Dios tenga
en mente. De todos modos, ninguno de nosotros sabe
lo que el mañana traerá. Debemos preparar nuestros
corazones, entonces todo estará bien. Dios imparte su
gracia a los humildes, y de hecho aquellos que son más
humildes y hacen la voluntad de Dios recibirán abun-
dante gracia.
Johann Christoph Blumhardt

37
12

POR QUÉ DIOS ESPERA


Por eso el Señor los espera, para tenerles piedad; por eso
se levanta para mostrarles compasión. Porque el Señor es
un Dios de justicia. ¡Dichosos todos los que en él esperan!
Isaías 30:18

A veces parece como si Dios ya no se preocu-


para por nosotros, como si hubiera olvidado a
su pueblo. Esto fue lo que pensaron y dijeron
los antiguos israelitas. Por mucho que clamaban por
gracia, ninguna ayuda parecía llegar, y su peor destino
era inminente.
Pero el profeta Isaías le dice a Israel que Dios no solo
no ha dejado de tener gracia, sino que anhela ser mise-
ricordioso con ellos. Por mucho que eran impacientes
por su gracia, él estaba impaciente (por así decirlo) de ser
clemente, en realidad anhelaba ser misericordioso. Dios
no fue indiferente hacia ellos, para él fue doloroso tener
que esperar hasta que pudiera volver a revelarles su gracia.

38
Confiar en Jesús

¿Qué significa esto? Si Dios está esperando para ser


misericordioso, debe existir una razón por la que está
esperando, y la razón debe residir en nosotros. Ve algo
en nosotros, algo que no está bien, algo que impide su
gracia. Así que tiene que esperar hasta que sea quitado
ese impedimento. Los israelitas de inmediato buscaron
falsa ayuda en otros lugares: en las naciones vecinas o en
otros dioses. ¿Cómo entonces podría Dios tener gracia
y ayudarlos? Pero Dios seguía deseando mostrarles
misericordia.
En nuestra intranquilidad también probamos miles
de cosas, sin comprender que al hacerlo nos apartamos
cada vez más de Dios. Pero Dios desea bendecirnos,
quiere tener todo nuestro corazón y nuestra total aten-
ción, para que pueda darnos su gracia. Pero cuando
no se lo damos, tiene que esperar, y también nosotros,
tenemos que esperar pero en sufrimiento.
¡Ojalá que ya no hagamos esperar al Señor, para que
pueda traer su gran ayuda que tanto necesitamos con
urgencia! Él está dispuesto y quiere ser misericordioso
con nosotros.
¡Oh Señor, muéstranos tu misericordia! ¡Quita todo
lo que estorbe tu gracia y te impida ser misericordioso
con nosotros! Amén.
Johann Christoph Blumhardt

39
13

TU CORAZÓN ESTÁ
SEGURO EN ÉL
Dame, hijo mío, tu corazón y no pierdas de vista mis caminos.
Proverbios 23:26

E n el fondo, ¿qué quiere el Señor de nosotros?:


nuestros corazones. Actuar o vivir un poco
decentemente aquí y allá, sentirnos bien con
nuestras virtudes y logros, andar por la vida siendo
admirados, nada de esto es lo que el Señor quiere. Dios
quiere tu corazón, te quiere a ti, a tu ser verdadero. Lo
que importa en definitiva es que lo ames a él, que es
misericordioso, y que él tenga todo tu corazón.
El corazón que se esfuerza por el bien busca a Dios.
Tal corazón se hace feliz por el milagro de su gracia.
La gracia de Dios siempre se concede al corazón que lo
busca, y cuando llega el auxilio, tu corazón será inun-
dado con más amor, y te sentirás liberado de todo lo que
te ata y te impide ser auténtico. Serás verdaderamente

40
Confiar en Jesús

gozoso, podrás dar o retener libremente todo lo que


pida el Espíritu. Ya no sentirás la necesidad de compa-
rarte a nada ni a nadie, porque tu amor por Dios, a
quien perteneces, te hará mantenerte firme. Tu corazón
latirá por lo que agrada a Dios, y se dolerá por todo lo
que se haga contra él.
Feliz y seguro es aquel que ha dado todo su corazón
a Dios. Qué simple es esto si solo miramos a Jesús, el
Hijo de Dios y nuestro hermano, cuyo corazón puro se
extiende hacia nosotros.
Si no das tu corazón a Jesús, eventualmente quedarás
desconcertado con lo que la vida te da, especialmente
cuando las cosas andan mal o cuando tengas que sufrir.
No podrás discernir hacia dónde Dios te está guiando.
Y serás tentado a murmurar, quejarte y amargarte. No
solo verás las cosas desde una perspectiva humana, sino
que te arriesgarás a caer en la duda y la incredulidad.
Toda tu bondad, todo tu esfuerzo espiritual, quedará
en la nada.
Dios quiere que te regocijes en su voluntad, así que
acéptala con humildad y agradecimiento. Cuando
posea tu corazón, te guiará, no por las circunstancias
ni por eventos convulsos que te presionan, sino por
su Palabra. Sabrás cómo aceptar lo que Dios te envía,
porque habrás dejado de tener una voluntad indepen-
diente y de actuar por tu cuenta.

41
e l dios qu e sa na

Aprende a darle de nuevo a Dios tu amor y tu corazón


cada día, para que sus caminos, aunque sean duros, no
parezcan extraños ni desagradables. Rinde tu corazón
y deleita tus ojos en sus caminos, sin importar lo que
pueda o no pueda sucederte.
Johann Christoph Blumhardt

42
14

ELIGE LA LIBERTAD
Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de
arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.
Colosenses 3:1

C uando estés abrumado por problemas,


aprende a liberar tu corazón. Aunque estés
sufriendo la enfermedad más terrible, cuando
ya no la puedes soportar, a pesar de que pases el día
entero orando y suspirando, libera tu corazón. Saca la
enfermedad de tu corazón. Pon tu corazón en las cosas
de arriba y verás que Dios reina en tu corazón. Puedes
sobrellevar tu enfermedad a cuestas si lo quieres, pero
no la tienes que cargar en el corazón. Te digo que liberes
tu corazón. Echa fuera el sufrimiento de tu corazón y
toma tu cruz.
No nos dejemos impresionar por la enfermedad.
Porque, después de todo ¿qué es la enfermedad? Si
vivimos en una atmósfera de vida, la enfermedad se

43
e l dios qu e sa na

desvanece como una neblina. Lo experimentamos, una


y otra vez, y también los médicos. Nuestras neblinas
mortales no son tan densas como parecen a primera
vista. Se disipan; en algún momento están allí, luego
desaparecen, y nadie puede decir de dónde vinieron ni
adónde se fueron.
Así que libera tu corazón. Deja que tu cabeza se
preocupe de las pequeñeces, si así lo quieres, pero
Dios el Salvador debe estar en tu corazón. No te dejes
acosar por las insignificancias de que ya no sirves para
nada. Montones de personas están paralizadas porque
permiten que infinidad de cosas pequeñas, especial-
mente sus dolores y malestares, entren en sus corazones.
Mantente libre para que incluso en el sufrimiento
más profundo, en las circunstancias más infelices,
en resumen, en todas las situaciones, puedas servir
gozosamente a Cristo. No dejes que nada confunda
tu corazón, y mucho menos que te confundan pensa-
mientos y preocupaciones sobre ti mismo. Más bien,
sacrifícate a ti mismo de nuevo a Dios en oración y
acción de gracias. De esta manera le darás a Dios la
gloria en la tierra, y él te elevará por encima de todo lo
que te oprime.
Christoph Friedrich Blumhardt

44
15

TOMA TU CRUZ
Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí
mismo, lleve su cruz cada día y me siga.
Lucas 9:23

J esús vino a destruir todas las obras del diablo, y


por eso somos llamados a luchar contra todo tipo
de tinieblas, incluyendo la enfermedad. Pero, ¿qué
implica esta lucha? No significa que automáticamente
pidamos que Dios nos ayude en todas nuestras nece-
sidades y enfermedades. Más bien, primero debemos
dirigirnos a la muerte de Cristo y reconocer nuestra
propia culpa por el pecado y el sufrimiento en el mundo,
incluyendo la enfermedad en nuestros propios cuerpos.
Nuestra prioridad debe ser que Dios entre en nuestras
vidas por derecho propio. En otras palabras, debemos
hacer todo lo que podamos para luchar contra cual-
quier cosa que busca explotar la gracia y misericordia

45
e l dios qu e sa na

de Dios, cualquier cosa que convierta a Cristo, nuestro


Salvador, en nuestro pequeño sirviente. Dios no está
obligado al deber por nosotros. Somos nosotros los
que tenemos que negarnos a nosotros mismos y tomar
la cruz. Es a la gloria de Dios a la que debemos servir,
y debemos estar preparados para renunciar a todo y
volvernos pobres, para que solo Cristo sea exaltado.
Abandonemos cualquier actitud de importunidad
ante Dios y en su lugar busquemos cómo hacer justicia
para su causa. Pon tus propias necesidades a un lado
y haz obras dignas de arrepentimiento, y hazlo con
alegría, sin quejas ni lamentos. Permite que seas
juzgado, cambia radicalmente tu vida interior, y deja
de mirarte a ti mismo y a tus propias necesidades. Más
bien, sacrifícate por el reino de Dios. Sé un celoso por
él, y Dios no dejará que tu vida quede en vergüenza.
Descubrirás que tu sufrimiento y angustia desapare-
cerán por sí solos.
Christoph Friedrich Blumhardt

46
16

LA AYUDA VIENE
EN CAMINO
Encomienda al Señor tus afanes, y él te sostendrá; no
permitirá que el justo caiga y quede abatido para siempre.
Salmo 55:22

N osotros, que somos presionados por preocu­


paciones, temores y aflicciones, debemos
depo­sitar «en él toda ansiedad». En otras pala-
bras, debemos echarlas lejos, dejándoselas a él, para
que el Señor se ocupe de ellas.
Comprendo que no siempre es fácil dejarle todo
al Señor. Tratamos de hacerlo, pero nos quedamos
agobiados. Nuestras preocupaciones todavía nos pesan.
De cierto modo, no creemos ni confiamos lo suficiente,
y tampoco sabemos cómo descargarnos. Oramos,
pero luego actuamos como si no hubiéramos orado.
Decimos: «Señor, Señor, toma esta carga sobre ti»,
pero no dejamos de preocuparnos, y luego dudamos si

47
e l dios qu e sa na

Dios ha escuchado nuestra súplica. Somos hijos incons-


tantes que todavía no nos aferramos a Aquel que no
vemos como si lo hubiéramos visto.
Imagínate llevar una carga tan pesada que apenas te
puedes mover bajo su peso. Por fin encuentras a alguien
que te la quita. ¡Qué libre y ligero te sientes! Así es
como debemos sentirnos cuando hemos rendido algo
a Dios. Dios nos ayudará —esa es su promesa digna
de confianza—, pero solo si como niños ponemos no
únicamente nuestras preocupaciones sino a nosotros
mismos a su cuidado. Él es fiel y no nos decepcionará.
Aunque permita que nos descarriemos, aunque nos
dirija por caminos indirectos, aunque las tinieblas se
hagan más espesas a nuestro alrededor, él tiene cuidado
de nosotros. Siempre nos guía hacia el propósito que
tiene en mente para nosotros.
A veces la paz sencillamente nos elude por largo
tiempo. Pero Dios no permitirá que quedemos sacu-
didos. La ayuda vendrá, y siempre viene a tiempo. Así
que no temas. Permanece firme y fiel delante de Dios.
De esta manera no te desesperarás ni desmayarás.
El que persevera, al final, verá que la demora de Dios
estaba en su favor.
Johann Christoph Blumhardt

48
17

JESÚS ESTÁ AHÍ,


INCLUSO EN
EL INFIERNO
Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el
justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios.
Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que
volviera a la vida. Por medio del Espíritu fue y predicó
a los espíritus encarcelados . . . Por esto también se les
predicó el evangelio aun a los muertos, para que, a pesar
de haber sido juzgados según criterios humanos en lo que
atañe al cuerpo, vivan conforme a Dios en lo que atañe
al espíritu.
1 Pedro 3:18–19; 4:6

D espués de su muerte, Jesús descendió al


infierno, porque incluso en el infierno debe
tener gente que quiera escucharlo. En toda
enfermedad, en todo tipo de tinieblas, también debe
tener gente que quiera escucharlo. Así que no hay nada

49
e l dios qu e sa na

que no pueda sanarse, nada que no pueda liberarse, no


tenemos ninguna razón para perder la esperanza.
Si permites que el Salvador entre en tu situación, sin
importar lo difícil y preocupante que sea, entonces la
redención se hará realidad en ti y por medio de ti. Es
más importante orar: «Señor, tómame en tus manos,
déjame estar bajo tu reinado», que vivir libre del sufri-
miento. Quien tenga esta actitud puede desempeñar
una verdadera función en el reino de Dios.
Tu sufrimiento no es en vano si solo tienes en tu
mente el reino de Dios y estás dispuesto a compartir
la carga de Jesús. Por tanto, abre el camino para que
pueda entrar en tu ser, en tu sufrimiento, y sírvele ahí.
Tendrás que estar involucrado por completo en la lucha,
pero luego el Salvador vendrá. Tendrás que renunciar a
todas las medias tintas y desechar lo que sea tu pseudo-
dios, pseudoayuda, pseudoesperanza o pseudoalegría.
Una esperanza, una fe, una alegría y un amor: ese es
nuestro Padre del cielo, con quien queremos estar.
No asumas que puedes tomar una pequeña ramita
de fe, otra de desesperación, una ramita de alegría y
otra de tristeza, y ponerlas todas juntas en un hermoso
ramo. Eso no tiene nada de sincero. Lo que Dios quiere
es un «¡Aleluya!» de todo corazón. Debemos lanzarnos
en cuerpo y alma, y dejar que nuestro sufrimiento sea

50
Confiar en Jesús

para el honor y la gloria de Dios.


Recuerda, eres un hijo de Dios. Permanece fiel a lo
que eres y a lo que te ha dado. Si te aferras a esta espe-
ranza, entonces en medio de la máxima desgracia y
oscuridad, incluso en la muerte, recibirás fortaleza,
consuelo y la victoria final.
Christoph Friedrich Blumhardt

51
18

NUESTRA MEJOR
AYUDA
Pero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor
en esta tierra de los vivientes. Pon tu esperanza en el Señor;
ten valor, cobra ánimo; ¡pon tu esperanza en el Señor!
Salmo 27:13–14

N o conozco ningún pasaje de la Escritura que


nos obligue a hacer todo lo que esté a nuestro
alcance para prolongar la vida. Incluso si exis-
tiera un pasaje así, nos daría demasiado poder frente
a Dios, quien después de todo es el único dueño de la
vida y la muerte. Sería como si en cierto modo debe-
ríamos forzar la vida por nuestro propio poder. Lo que
la Escritura nos enseña es a ser pacientes y esperar por
la ayuda del Señor.
Tratar de hacer todo lo posible para salvar y
prolongar la vida casi parece una rebeldía. Además,
¿dónde debemos marcar el límite, si estamos obligados

52
Confiar en Jesús

a extender siempre la vida? ¿Qué de los cobardes o


desertores en una guerra? ¿Tendrían justificación de
salvar sus propias vidas? Se requiere que los médicos
arriesguen sus propias vidas y estén dispuestos a visitar
personas incluso con las enfermedades más conta-
giosas. Estarían en un verdadero dilema si se les obliga
a preservar sus propias vidas a toda costa. Seguramente
hay algo en juego mucho más grande que salvar nuestro
propio pellejo.
Por supuesto, no está mal consultar a los médicos;
debemos dejarlos hacer su trabajo, incluso si la precau-
ción lo justifica. Rechazar de plano a los médicos no
solo muestra dureza desamorada hacia su profesión,
sino revela una insistencia exagerada en la fe, que la fe
tiene que lograrlo todo.
Lo que está mal es usar desesperadamente cualquier
medio. Los que recurren con desesperación a cualquier
medio están en riesgo de caer bajo la crítica que recayó
en el rey Asa (2 Crónicas 16:12). Si vamos a usar la ayuda
médica, entonces al menos debemos asegurarnos de
que realmente será benéfica. Solo cuando tengamos esta
seguridad, se justifica que hagamos nuestro máximo
esfuerzo. Pero, intentarlo todo —especialmente si lo
hacemos al azar— es casi un pecado.
Sabemos que la mayoría de los médicos siempre
están dispuestos a dar consejos. Todos prometen

53
e l dios qu e sa na

resultados, aunque se contradigan entre sí. Y si se


contradicen, ¿entonces qué se supone que vamos a
hacer? De hecho, si nos detenemos por un momento
y somos honestos, ¿qué tan confiables son los extrava-
gantes tratamientos humanos a fin de cuentas? ¿De qué
manera nuestra confianza en ellos refleja una actitud
de devoción a Dios? No la considero fe y confianza. El
Señor es el único médico verdadero, y aunque usemos
medios permitidos por Dios, nunca deberíamos darles
demasiada importancia, como si aportaran la ayuda
determinante.
Estamos llamados a esperar en el Señor. De nuevo,
esto no excluye hacer uso de las cosas buenas que Dios
nos provee en su creación. Pero estamos tan acos-
tumbrados a depender de esas cosas, que entonces no
experimentamos la bondad del Señor. Debido a nuestra
falta de fe, ya no vivimos en una época de milagros,
como lo hicieron los apóstoles. Siempre debemos estar
abiertos a lo que la fe pueda hacer. Pero, ¿cómo resulta
posible si vamos hasta los confines de la tierra para
encontrar una cura; si corremos de un doctor a otro;
si consultamos especialistas que viven a cientos de
kilómetros de distancia, incurriendo en gastos exorbi-
tantes; si derrochamos todo tipo de recursos, tiempo y
energía; si incluso en las últimas horas de la vida recu-
rrimos a medidas extremas?

54
Confiar en Jesús

El Señor se retira cada vez más cuando tratamos de


encontrar ayuda en nuestra propia fuerza. Pero, el que
permanece humilde en el lugar que se le ha asignado, y
usa los medios a su alcance, sean grandes o pequeños,
con la fe de que cualquier ayuda real solo puede venir
de lo alto, a tal persona le irá mejor. El que confía en
Dios, el que espera en que él obre, conocerá que el Señor
viene a él, y que su vida será preservada de verdad.
Por tanto, espera en el Señor. Dirige los pensamientos
de tu corazón al tiempo venidero de la salvación, y atré-
vete a orar por un anticipo de este tiempo. Entonces
seguramente encontrarás la mejor ayuda.
Johann Christoph Blumhardt

55
19

SIGUE ALABANDO
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! ¡Cuán bueno es cantar
salmos a nuestro Dios, cuán agradable y justo es alabarlo!
Salmo 147:1

A labar al Señor es bueno. Alabar es agra-


dable y apropiado, mucho mejor que quejarse
o desanimarse. Escucha bien: es bueno cantar
alabanzas. Alabar verdaderamente es adecuado, espe-
cialmente para personas que no son afortunadas y que
tienen muchas razones para estar tristes y angustiadas.
¡Qué conmovedor es escuchar sus alabanzas! Pero, ¿y el
resto de nosotros?
¿Podemos siempre cantar alabanzas? ¿Por qué
siempre comenzamos por quejarnos, resistirnos o
pre­ocuparnos? Sí, hay cosas que nos ponen tristes e
infelices, que producen llanto y dolor, temor y angustia.
No quiero decir que nunca debamos llorar ni lamen-
tarnos. Pero recordemos que aunque estemos afligidos,

56
Confiar en Jesús

podemos exclamar: «¡Alabado sea Dios!». Siempre


podemos pensar en algo alegre. Siempre existe algo
digno de alabanza.
Sin embargo, decir un espontáneo, casi irreflexivo,
«Gloria a Dios» o «Gracias Dios», no es suficiente.
Tenemos que pensar más a fondo en el significado
de esas palabras. Siempre hay algo a lo que podemos
aferrarnos y que nos eleva a nosotros y a los demás. Si
comprendemos esto de manera correcta, la alabanza
quitará la pesada carga de nuestra angustia. Entonces
la atmósfera a nuestro alrededor será buena, agradable
y reconfortante para todos los que nos acompañan en
nuestra aflicción; nuestra solidaridad será realmente
revitalizadora y una alegría.
Preocuparse y lamentarse, comportarse con deses-
peración, solo provoca angustia. Oh, ¡Si tan solo los
que somos abatidos y desdichados pudiéramos alabar
al Señor! Y recuerda, especialmente cuando Dios te ha
dado su gracia y salvación, no des por hecho sus bendi-
ciones, como si Dios estuviera obligado a permitir que
siempre te vaya bien. Semejante actitud desagrade-
cida es insensible, y los que te rodean simplemente se
apartarán de ti. No. Aprende a alabar a Dios, al menos
cuando tengas razones obvias para hacerlo.
Si somos capaces de decirles a todos con franqueza
y con un corazón alegre que alabamos a Dios y le

57
e l dios qu e sa na

damos gracias por toda su bondad, si representamos


y proclamamos a nuestro amoroso y misericordioso
Dios, entonces seremos de gran consuelo para muchas
personas. Nos olvidaremos de nuestra propia cruz y
nos alegraremos con los que alaban a Dios. Entonces
podremos cantar canciones de alabanza desde el fondo
de nuestros corazones. ¡Cuán bueno, cuán agradable es
alabar al Señor!
Johann Christoph Blumhardt

58
Dios escucha
20

ORA, EN TODA
SITUACIÓN
Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios
en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes
en Cristo Jesús.
1 Tesalonicenses 5:16–18

P ablo no se refiere aquí al contenido de nuestra


oración, sino simplemente nos manda que
oremos, y que lo hagamos en todas las circuns-
tancias. ¿Por qué entonces pensamos tanto antes de
acercarnos al Padre? ¿Por qué primero intentamos de
todo lo que la gente recomienda y nos metemos en toda
clase de dificultades antes de acudir a Dios en oración?
¿Está mal orar al Salvador cuando resulta apro-
piado ser sanado por los hombres? ¿Por qué debería
considerarse a la oración como una presunción cuando
únicamente estamos cumpliendo lo que se nos ha

60
Dios escucha

mandado hacer? ¿No sería más presuntuoso resistirnos


a un mandamiento directo del Señor? Algunos temen
que podrían ser liberados de su actual enfermedad solo
para ser afligidos por otra peor. ¿Acaso eso significa que
el Padre celestial les da a sus hijos piedras en lugar de
pan, serpientes en lugar de pescado (Lucas 11:12)? Otros
afirman que el sufrimiento es necesario. Es cierto, pero
¿no es también importante experimentar la ayuda del
Señor? ¿No es la ayuda de más beneficio para el corazón
que cualquier sufrimiento? ¿Quién se ha convertido
alguna vez por medio del puro dolor?
Cualquiera sea la voluntad de Dios, aceptemos
de buena gana lo que nos da y soportemos lo que no
quiera quitarnos. Pero oremos. Solo el Señor es quien
debe hacer la obra. Y él sabe cuanto podemos soportar
(1 Corintios 10:13). Si no responde de inmediato nuestras
oraciones, asume, como aprendió Pablo, que su gracia
es suficiente para ti. Lo más importante es someterse a
la voluntad de Dios. Cuando lo hagas, será más fácil, y
poco a poco el Señor hará ligera tu carga.
Por tanto, con un espíritu sencillo encomienda todo al
Señor, para que él haga lo que quiera. Si lo haces en todas
las circunstancias, descubrirás que es el mejor camino.
Johann Christoph Blumhardt

61
21

VUÉLVETE COMO
UN NIÑO
Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se
les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca,
encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes,
si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un
pescado, le da una serpiente? Pues si ustedes, aun siendo
malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más
su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que
le pidan!
Mateo 7:7–11

A lgunas personas, incluidos los cristianos,


creen que no tenemos necesidad de milagros.
Pero entonces también podríamos descartar
del todo el reino de Dios. Si Dios ya no puede prevalecer
en esta tierra, si ya no tiene poder en nuestras vidas coti-
dianas, si lo único que cuenta es nuestro conocimiento

62
Dios escucha

y esfuerzo, entonces también podríamos olvidarnos del


reino de Dios.
Si ya no puedo vivir en una relación de hijo con mi
Padre celestial, poniendo en sus manos las circunstan-
cias de mi vida, cuando tengo que acudir a toda clase
de gente diciéndoles: «¡Ayúdame!»; entonces Dios ya
no gobierna en la tierra. Si la iglesia ya no puede orar
con sencillez, como el niño que le pide algo a su padre,
entonces el reino de Dios se reduce a nada. El gobierno
de Dios da lugar a obras prácticas en la tierra. Y gloria a
Dios, nuestra misión es demostrar el gobierno de Dios
y dar testimonio de él.
Así que dejemos a un lado nuestras inquietudes y
preocupaciones y comprometámonos con confianza
a hacer la voluntad de Dios. Entonces estaremos
seguros que dondequiera que Jesús esté, ahí es donde
pertenecemos. Nadie debe abrigar dudas, sencilla-
mente debemos avanzar confiados como un niño. Si
sabes que perteneces a Jesús, entonces atrévete a algo.
Encomienda todo en las manos de Dios y descubrirás
que algo nuevo, algo fresco comienza a tomar forma
dentro de ti.
No trates de tomar el control, sino acércate como un
niño al Padre, entonces te darás cuenta de las maravi-
llas, sanidades y bendiciones que están ocurriendo a

63
e l dios qu e sa na

tu alrededor. Entonces tendrás la fortaleza cuando el


camino esté despejado. No trates de ocuparte de ante-
mano con toda clase de remedios y soluciones, de modo
que Dios tenga que enmendar tras de ti los errores que
has cometido. No, busca lo que Dios está haciendo, y
una vez que veas el camino, comienza a seguirlo.
Christoph Friedrich Blumhardt

64
22

ENFRENTA LAS DUDAS


Entonces los apóstoles le dijeron al Señor: —¡Aumenta
nuestra fe!
Lucas 17:5

C uando nuestra fe es escasa, debemos pedir


por lo que nos falta. Debemos clamar, como
el padre del joven que estaba poseído: «¡Sí
creo! . . . ¡Ayúdame en mi poca fe!» (Marcos 9:24). Sin
embargo, la petición por más fe no es suficiente. El que
desea orar por más fe debe preparar su alma para ella.
Debe apartarse de todo lo que interfiera con el poder de
la fe. Debe serenarse, poner en orden sus pensamientos,
su espíritu y todas sus facultades. También debe unirse
en espíritu con su propia gente y no debe estar destro-
zado ni devastado en su interior. Entonces será efectiva
la oración por más fe. La fe será concedida de lo alto y
encontrará una puerta para entrar al corazón.

65
e l dios qu e sa na

En este pasaje los discípulos habían recibido poder


para expulsar a los espíritus impuros, sanar a los
enfermos y realizar muchas obras en el nombre del
Señor. Necesitaban dones para hacer todo esto, y
aunque habían logrado muchas cosas, hubo períodos y
momentos en los que carecían de estos dones; en otras
palabras, no estaban seguros de que algo realmente
sucedería cuando invocaran el nombre del Señor. Por
esta razón le pidieron a Jesús: «Aumenta nuestra fe
para que tengamos el poder que necesitamos cuando
hablemos en tu nombre».
¿Cómo lo aplicamos a nosotros mismos? ¿Podemos
también orar por más fe? Quizá sí, tal vez no. Lo impor-
tante es que cuando oremos por más fe, nunca debemos
hacerlo simplemente por nosotros mismos. Cuando
oramos por más fe, estamos pidiendo que algo mucho
más grande sea dado a la iglesia. Esa es nuestra obliga-
ción y nuestro deber: «Aumenta la fe de la iglesia, del
pueblo de Dios, y especialmente de tus siervos, para que
experimenten de nuevo la auténtica fe apostólica». Esa
debería ser nuestra oración.
Resulta trágico que muy poca gente en la iglesia se
atreva a hacer algo en fe, y cuando lo hacen, piden muy
poco. Por eso ocurren muy pocas cosas que dan gloria
al nombre de Jesús. A menos que tengamos fe, todo lo

66
Dios escucha

demás es inútil. Necesitamos con urgencia que nuestros


corazones sean impactados una vez más, porque necesi-
tamos la fe más que nunca. Aunque debemos dejar que
el Señor le dé fe a quien quiera, nuestra preocupación
debe ser que sucedan milagros en la iglesia otra vez.
Porque ahí dentro reside oculta la gloria y el poder de
Cristo. Así que oremos por más fe, pero no oremos sola-
mente por nosotros mismos.
Johann Christoph Blumhardt

67
23

SABE LO QUE
NECESITAS,
ANTES DE PEDIRLO
Al orar, no hablen sólo por hablar como hacen los gentiles,
porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus
muchas palabras. No sean como ellos, porque su Padre
sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan.
Mateo 6:7–8

M uchas personas piensan que sus oraciones


no sirven si no se expresan con suficiente
claridad, o no explican con exactitud lo que
quieren decir, o no se pronuncian con bastante fuerza
ante Dios con la debida seriedad. Pero, cuando esto
sucede, la oración se convierte en algo tan exagerado
que incluso nuestro Salvador lo prohíbe.
Obviamente, Jesús no desea desanimarnos al orar.
Su punto es que cuando oremos tengamos un sentido
de proporción. Una vez que hayamos orado debemos

68
Dios escucha

permanecer tranquilos. Tenemos que ser como el agri-


cultor que ha sembrado su semilla. La ayuda vendrá
cuando permanezcas tranquilo en fe. También en tu
enfermedad o con otras necesidades, aprende a perma-
necer tranquilo y busca el reino de Dios.
Podemos expresar nuestras necesidades al Padre
con pocas palabras, sin hacer un drama, y descansar
seguros de que Dios ya sabe lo que necesitamos y lo
que hará para ayudarnos. No tenemos que explicar
con muchos detalles nuestras peticiones al Señor, ni
tratar de asegurarnos de que sepa nuestras necesidades.
Dios conoce incluso los asuntos más insignificantes
y los lleva directo a su corazón. Podemos acudir a
él mirando hacia el cielo, sin pronunciar palabras, o
lo podemos hacer incluso cuando oramos por algo
concreto y tangible, o por algo que específicamente nos
preocupa. Tal vez comprendamos, que lo que pensá-
bamos que necesitábamos, en realidad no es necesario,
y que podemos encontrar una salida justo en medio de
las condiciones actuales.
Esto no significa que simplemente dejemos que
sucedan las cosas, como si todo llegara por cuenta
propia sin que lo deseáramos. Tampoco debemos
lanzar una petición breve y apresurada a los pies del
Señor. Cuando lo hacemos, perdemos muy fácilmente
de vista a Dios, asumiendo que todo viene a nosotros

69
e l dios qu e sa na

sin su ayuda, y nos olvidamos de darle gracias. Luego


dejamos de tener un corazón creyente y como conse-
cuencia dejamos de ser verdaderos hijos de Dios.
Jesús dijo: «Antes de que se lo pidan». Por tanto,
necesitamos darle a conocer nuestras peticiones, de
lo contrario no recibiremos muchas cosas que nos
podría haber dado. A Dios nunca le desagrada cuando
venimos ante él con nuestras peticiones más sinceras.
Un hijo verdadero pide por todo, sabiendo que Dios está
dispuesto a escucharlo. Debemos traer todas nuestras
cargas y necesidades ante él, porque por lo menos esto
nos ayuda a estar mucho más conscientes de que Dios
es quien da todas las cosas.
Dios siempre tiene en mente nuestros intereses. Él
recibe nuestras diversas necesidades con preocupación
paternal, esperando con entusiasmo que vengamos
ante él. No nos ha olvidado. Y cuando somos tentados
a pensar que lo hace, con mucha más razón debemos
recordar que todo lo sabe y cuida de nosotros. De hecho,
sabe mucho más de nosotros y nuestras necesidades que
nosotros mismos. La oración simple y confiada es sufi-
ciente para conmover su corazón, te concede algo de la
plenitud de su compasión, y te salva de toda clase de
temores y dificultades.
Johann Christoph Blumhardt

70
24

PUEDES ALCANZARLO
Jesús se fue con él, y lo seguía una gran multitud, la cual
lo apretujaba. Había entre la gente una mujer que hacía
doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho
a manos de varios médicos, y se había gastado todo lo que
tenía sin que le hubiera servido de nada, pues en vez de
mejorar, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús,
se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto.
Pensaba: «Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré
sana.» Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de
que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción.
Al momento también Jesús se dio cuenta de que de
él había salido poder, así que se volvió hacia la gente y
preguntó:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
—Ves que te apretuja la gente —le contestaron
sus discípulos—, y aun así preguntas: “¿Quién me ha
tocado?”

71
e l dios qu e sa na

Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver


quién lo había hecho. La mujer, sabiendo lo que le había
sucedido, se acercó temblando de miedo y, arrojándose a
sus pies, le confesó toda la verdad.
—¡Hija, tu fe te ha sanado! —le dijo Jesús—. Vete en
paz y queda sana de tu aflicción.
Marcos 5:24–34

U na pobre mujer había sufrido mucho durante


doce años, en ese tiempo había consultado
a muchos médicos, quienes le causaron más
sufrimiento, a pesar de haber gastado en ellos todo lo
que tenía. Afortunadamente, en algún momento la
mujer escuchó acerca de Jesús y fue a verlo.
Esta sufrida mujer tocó el manto de Jesús. De inme-
diato, Jesús sintió que un poder salía de él, y preguntó
sorprendido: «¿Quién me ha tocado la ropa?». El
corazón compasivo de Jesús debe haber sido tocado al
punto que quería revelar la fe mostrada en este simple
acto: la verdadera fe de esta mujer. Jesús la miró direc-
tamente. La mujer, sabiendo lo que le había sucedido, se
acercó temblando de miedo, arrojándose a sus pies. De
repente desapareció toda timidez y reserva, y le confesó
a Jesús toda la verdad.
Este incidente muestra cómo Jesús es uno de noso-
tros, realmente uno de nosotros, no alguien a quien

72
Dios escucha

debemos temer con asombro por su divinidad, sino


alguien que por amor nos permite tocarlo. Él no se
coloca por encima de nosotros, sino que en su infi-
nita compasión irradia su gloria y majestad divinas.
Recordemos esto: nuestro Salvador no está lejos.
La mujer se atrevió a tocar el manto de Jesús sin su
conocimiento. Cuántos más pudieron también haberse
beneficiado del poder de Jesús en esta forma. Cuántos
más deben haber venido ante él con debilidad, sin
aliento, medio enfermos, con toda clase de malestares
menores; y regresaron a casa fortalecidos, renovados y
con plena salud. Recibieron la sanación no porque Jesús
estuviera consciente de su necesidad, sino sencillamente
porque él era su hermano. Nosotros también podemos
encontrar la sanación cuando nos reunimos juntos en
amor verdadero con Jesús en medio de nosotros.
«Tu fe te ha sanado», le dijo Jesús a la mujer. Sí, fue
su fe. ¡Mira lo que la fe puede hacer, incluso por los más
humildes! «Vete en paz y queda sana de tu aflicción»,
le dijo Jesús. ¡Con cuánta felicidad, alegría y bendición
regresó esta mujer a su casa!
No olvidemos que por medio de nuestra fe en Jesús
(cuando esta fe es parte de una vida vivida en él),
podemos experimentar algo de este poder. ¡Qué bende-
cidos y alegres pudiéramos estar si lo alcanzáramos
y lo tocáramos, a quien es nuestro hermano! Si solo

73
e l dios qu e sa na

tuviéramos más fe, incluso en las cosas más simples.


Entonces la mano del Señor se manifestaría mucho
más a menudo. ¡Oh que pudiéramos acudir con mayor
prontitud a nuestro amado Salvador!
Johann Christoph Blumhardt

74
25

ENCONTRAR ALEGRÍA
EN EL SUFRIMIENTO
Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador
de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó
la cruz, menospreciando la vergüenza que ella signifi-
caba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta
oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen
ni pierdan el ánimo.
Hebreos 12:2–3

Q uizá te encuentres terriblemente mal, y al


mismo tiempo luchas con emociones difíciles
o con condiciones nerviosas. Te confundes
con facilidad y estás abrumado con grandes angus-
tias y temores, con el resultado de que todo tu cuerpo
se siente débil y pesado. Entre más te esfuerzas por
encontrar la lucidez, más confuso pareces sentirte.
Todo parece desvanecerse ante ti, incluso el sentir la
presencia del Señor.

75
e l dios qu e sa na

Cuando tu espíritu se oscurece de esta manera, es


importante permanecer tranquilo y sereno. No debes
ponerte demasiado ansioso cuando suceda, incluso
cuando te sientas cada vez peor físicamente. Recuerda,
los poderes de las tinieblas siempre están activos,
tratando de desviarnos a la desesperación, alejándonos
de nuestro verdadero destino. Ninguno de nosotros es
inmune por completo a tales ataques. Pero, si te preo-
cupas demasiado en ellos, solo empeoras las cosas.
Más bien, prepárate para estar firme en la noche y
la oscuridad. Cambia la noche en día manteniendo tu
vista en el Salvador, que es el victorioso definitivo, el
primero y el último. Con Jesús, siempre regresa la luz
del día. Considera que él enfrentó mucho más de lo que
tú enfrentarás jamás. Y cuando sepas de alguien más
que está especialmente bajo ataque, dale la certeza de
tu intercesión, que siempre es de gran ayuda.
Cuando ores, espera por el tiempo venidero cuando
el gran victorioso, el pionero y perfeccionador de la fe,
irrumpirá en la noche en favor de todas las naciones.
Entonces todos los hijos de Dios vivirán en la luz y
serán realmente libres: «Así que si el Hijo los libera,
serán ustedes verdaderamente libres» (Juan 8:36). Todo
depende de si lo amamos totalmente, así que seamos
pacientes con una esperanza alegre.
Johann Christoph Blumhardt

76
26

DIOS TE AMA
Yo reprendo y disciplino a todos los que amo.
Apocalipsis 3:19

E l Señor disciplina a los que ama. Por tanto,


cuando tenemos que sufrir es un error pensar
que Dios ya no nos ama. Esa manera de pensar
traiciona los caprichos de nuestros corazones y nuestro
amor propio. Qué pasa si un niño que es castigado le
dice a su madre: «¡Ahora veo que me odias y ya no me
aguantas!». ¡Que tontería!
Cuando las cosas salen mal, por ejemplo si te
enfermas, o si tus oraciones no tienen una respuesta
inmediata, no pienses que Dios te ha rechazado.
Semejante pensamiento proviene del maligno. Si te
sucede una dificultad es precisamente porque significas
algo para el Salvador. Él te ama.
Por esta razón no debemos atormentarnos con toda
clase de acusaciones. Por cierto, podemos torturarnos

77
e l dios qu e sa na

de manera totalmente insana y exagerada en cuanto a la


culpa y el pecado. No todas las aflicciones son un castigo
por el pecado. Al igual que Pablo, quizá tengamos un
aguijón en la carne para que no nos volvamos presun-
tuosos. Reconocer tu propia pequeñez también es una
señal de que el Salvador te ama. Al igual que Job, quizá
todavía tengas que demostrar tu firmeza en la fe. Pero
esto, también, es una señal del amor del Salvador, que
te considera digno; por medio de ti quiere mostrarle
al maligno que todavía hay personas pacientes y fieles
aquí en la tierra, aunque tengan que padecer una gran
cantidad de sufrimiento.
Por tanto, sin importar lo que tengas que sufrir,
nunca dudes del amor de Dios. Y recuerda: Dios
no desprecia al corazón quebrantado y arrepentido
(Salmo 51:17).
Johann Christoph Blumhardt

78
27

GUARDA MI VIDA
Presérvame la vida, pues te soy fiel. Tú eres mi Dios, y en
ti confío; ¡salva a tu siervo!
Salmo 86:2

D avid clama a Dios con gran necesidad. Una


y otra vez nos encontramos clamando a
Dios. Las cosas pueden enredarse con tanta
desesperación que estamos tentados a darnos por
vencidos. Que fácil es para nosotros pensar que Dios
no sabe cómo ayudarnos. Cuando esto sucede, todo
está perdido, y ya no queremos orar. Ahí es cuando
nos rendimos a la desesperación. Pero todo depende
de que creamos y confiemos en que Dios puede hacer
lo que parece imposible.
David puso su confianza en Dios, pensó en sí mismo
como un «siervo del Señor», se mantuvo dispuesto a
servir a la causa de Aquel que era capaz de realizarla.
Puesto que David era un siervo, no dependía de él.

79
e l dios qu e sa na

Simplemente exclamó: «¡No sé qué hacer, estoy deses-


perado y al límite de mi capacidad. Pero tú, Oh Señor,
sabes cómo hacerlo!».
Rara vez actuamos de esa manera. Queremos ser
dueños de nosotros mismos. Queremos manejarlo todo
por nuestra cuenta y en nuestros propios términos.
Queremos tener el control y, cuando las cosas no salen
como deseamos, nos enojamos y nos amargamos.
Debido a que fallamos en rendir todas las cosas a Dios,
a su misericordia y su fortaleza, todo resulta al revés
y nos quedamos en la ruina. Es como si prefiriéramos
golpear nuestras cabezas contra la pared en lugar de
permanecer tranquilos y orar humildemente: «¡Oh
Dios mío, por favor ayúdame!».
David, el rey, se postró ante los pies del Señor. David,
el siervo, confió plenamente en Dios para lograr lo que él
mismo era incapaz de hacer. Él sabía que con Dios todo
es posible y que Dios escucha nuestras oraciones y se
preocupa por ellas. Esto es a lo que debemos aferrarnos
con firmeza, con fe. Porque ciertamente recibiremos su
ayuda si, como David, podemos exclamar: «¡Dichosos
los que en él buscan refugio!» (Salmo 2:12).
Johann Christoph Blumhardt

80
28

HONREMOS A DIOS
CON NUESTROS
LABIOS
El Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el
nombre del Señor!
Job 1:21

T odo lo que Job poseía le fue quitado, inclu-


yendo a sus hijos e hijas. Pero pudo exclamar:
«¡Bendito sea el nombre del Señor!». Es
difícil decir si Job entendía plenamente lo que estaba
diciendo, pero esta expresión de alabanza muestra la
completa sumisión que tenía hacia Dios. Al final, esa
fue suficiente para Dios. Satanás fue derrotado desde el
mismo comienzo.
¿Qué podemos aprender de esto? De seguro una
cosa: entre más grandes sean los planes de Dios,
más sorprendentes y más incomprensibles serán las
cosas que pasarán. Si Job nos enseña algo es que nos

81
e l dios qu e sa na

muestra lo importante que es tener una fe sencilla,


que cuando Dios golpea fuerte siempre tiene en mente
algo tremendo y bueno. Creamos en esto, ya sea que lo
comprendamos o no.
Amado amigo, no importa lo que estés confrontando,
lo mejor es hacer siempre lo mismo que Job y alabar a
Dios. Nunca pienses que Dios comete errores, o que no
puede obrar de cierta manera, o que no honra a los que
lo siguen fielmente. ¡Ten cuidado! En el momento que
empiezas a acusar a Dios, ya has comenzado a extra-
viarte del camino. Debes ser muy cuidadoso de no
caer más bajo, no sea que termines abandonando por
completo a Dios. Solo piensa en cuánto agradamos a
Satanás cada vez que nos resentimos y nos resistimos a
la voluntad de Dios. Piensa en cuán avergonzado debe
estar Dios mismo por causa de nosotros.
No olvides que nuestra fidelidad siempre será
puesta a prueba. Pasamos la prueba solamente si
damos honor a Dios en todas las cosas y acudimos a
él con reverencia y mansedumbre sin importar lo que
haga. Cuando lo hacemos, Satanás queda derrotado y
tenemos segura la victoria.
Johann Christoph Blumhardt

82
29

DIOS SABE
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en
ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá. Mi
Padre es glorificado cuando ustedes dan mucho fruto y
muestran así que son mis discípulos.
Juan 15:7–8

D ios sabe por qué no siempre hace lo que le


pedimos. Pero existen miles de deseos por
los que sencillamente no tenemos razón para
pensar que deban convertirse en realidad. Pablo quería
ser liberado del mensajero de Satanás, pero el Señor
le dijo: «Te basta con mi gracia» (2 Corintios 12:7–9).
Tenemos que vernos como almas necesitadas.
Las promesas sobre la oración no se dan de manera
superficial. Así que, aunque Dios no nos responda,
todavía permanece firme y fiel a su promesa. Y responde
a la oración, pero en el fondo quiere ver frutos en aque-
llos que oran. Solo entonces va a recibir la gloria por

83
e l dios qu e sa na

lo que ha hecho. Entonces la alabanza que le debemos


—que a menudo hace tanta falta— le será dada. Ya
que se nos permite pedir por lo que deseamos, nuestras
oraciones deben enfocarse en algo más elevado, apun-
tando al reino de Dios y su cumplimiento.
A fin de cuentas, el Señor, de una forma o de otra,
llevará a cabo todo lo que le hemos pedido. Cualquiera
que le pide es apreciado por él, porque el que se acerca
a Dios permanece más cerca que el que no le pide. Dios
toma en cuenta cada oración sincera. Pero su respuesta
a menudo es distinta de lo que esperamos. Aun así con
frecuencia nos responde de tal manera que debemos
asombrarnos y adorar.
Aunque todavía hay mucho que hace falta en todo
lugar, esperemos con paciencia por el gran tiempo de
gracia que está por venir, que no dejará de manifes-
tarse. Entonces se manifestará la misericordia de Dios,
con tanta fuerza que todos seremos transformados. Por
tanto, sigamos orando. Los ángeles llevarán tus peti-
ciones al Padre, y su recompensa no dejará de cumplirse.
Johann Christoph Blumhardt

84
30

MANTENTE FIRME
Si se mantienen firmes, se salvarán.
Lucas 21:19

C uando todo está de cabeza, cuando las tinie-


blas parecen alzarse con la victoria, y cuando
no vemos salida alguna, recuerda: paciencia,
paciencia, paciencia. Espera en el Señor, que puede
cambiar todo, que puede hacer que todo salga bien, y
que al final será victorioso.
Si no podemos mantenernos firmes ahora, segura-
mente nos resultará mucho más difícil en la angustia
del tiempo venidero. La paciencia es la «cura» más útil
para la vida interior y exterior. Por tanto, no te deses-
peres, no pierdas el ánimo, aunque todos los caminos
estén cerrados. Persevera, incluso cuando tengas que
pasar por necesidades extremas. Lánzate con confianza
en los brazos del Salvador, aférrate a él y sigue confiando
y esperando en que revelará su gracia y misericordia.

85
e l dios qu e sa na

Tener una paciente esperanza revela que tienes


fe. Si tu paciencia no es puesta a prueba de vez en
cuando, ¿cómo sabrás si tienes o no una confianza real?
Sométete a la disciplina del Señor y tu fe será vindicada
de verdad.
Sí, mucha gente aparenta ser muy creyente, pero la
fe puede crecer fuerte solo cuando tenemos que luchar
con la paciencia. La convicción no significa mucho
si no tenemos un corazón confiable. En este sentido
la paciencia es la manifestación externa de la fe. Y si
vamos a ser salvos por la fe, entonces tendremos que
aprender a perseverar. La perseverancia paciente y la
fidelidad siempre van juntas (Apocalipsis 13:10).
Así que mantengámonos firmes y perseveremos ante
cualquier dificultad, perseverando en todo sufrimiento
y bajo cualquier cruz. Siempre tomemos en cuenta que
la tribulación va a venir, no dejará de presentarse. Pero
también cobremos vida al armarnos del poder de la
perseverancia, para que podamos mantenernos firmes
cuando llegue la tribulación. Al mantenernos firmes
seguramente ganaremos la vida.
Johann Christoph Blumhardt

86
31

ANÍMATE
En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo
he vencido al mundo.
Juan 16:33

N uestro deseo más fuerte y más natural es


librarnos del sufrimiento y la enfermedad lo
más rápido posible. A menudo nos encontramos
orando: «Quítame esta aflicción. Danos días buenos,
para que todo pueda volver a estar bien con nosotros».
Pero Dios no puede darnos siempre días buenos. En este
mundo tendremos aflicciones, pero más importante,
Jesús debe tener personas que le ayuden a sobrellevar el
sufrimiento del mundo, y que no se desalienten ante la
angustia y el sufrimiento.
El Salvador mismo nos muestra el camino, llevando
su cruz por causa de Dios y de su gloria. Dios se glori-
fica cuando Jesús siendo inocente lleva los pecados del

87
e l dios qu e sa na

mundo —nuestros pecados—, y demuestra abierta-


mente en su propio cuerpo lo pobre y abandonados que
todos hemos llegado a ser, y cuánto estamos a merced de
la muerte y la destrucción. Por esa razón el Salvador no
duda en clamar: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
desamparado?» (Mateo 27:46). Este debe convertirse
en nuestro mayor infortunio: que este mundo rebelde
sea también abandonado por Dios; pero, a diferencia
de Jesús, siga su propio rumbo. El Salvador suspira a
Dios por ello.
¿Acaso nos conmueve esto? ¿Quién de nosotros
suspira por Dios? ¿Quién se duele por el daño que le
hemos hecho y que continuamos haciéndole a Dios y
a su causa? Sí, suspiramos y oramos, pero ¿no suspi-
ramos y oramos principalmente solo por nosotros
mismos y nuestras propias necesidades? Tenemos muy
poco corazón para Dios. Pero eso es lo que debería
dolernos. Nuestro anhelo debe ser honrar solamente a
Dios, como el Salvador lo hizo, y hacerlo con nuestro
sufrimiento. Solo será posible si estamos imbuidos
con el sufrimiento y la muerte del Salvador, y solo si,
como él, sentimos en nosotros el pecado y la necesidad
del mundo.
Cuando sufrimos por el mundo y nos ponemos
en las manos de Dios, entonces podemos actuar

88
Dios escucha

verdaderamente en fe. Tal fe dará fruto, no para noso-


tros en primer lugar, sino para Dios y su reino. Entonces
Dios puede hacer grandes milagros. Y después, cuando
sea el momento, también veremos lo que hemos ganado.
Christoph Friedrich Blumhardt

89
Dios promete sanar
32

CUANDO DIOS SANA


Con majestad, cabalga victorioso en nombre de la verdad,
la humildad y la justicia; que tu diestra realice gloriosas
hazañas.
Salmo 45:4

C uando Dios usa su regla de verdad y justicia la


tierra cruje con milagros. Los milagros de Dios
siempre se relacionan con la verdad y la justicia.
Por esa razón sus obras nunca son eventos extraños que
nos desconciertan y nos hacen preguntarnos qué signi-
fican en realidad. Siempre existe la luz, siempre hay
un significado en los milagros de Dios, siempre tienen
un valor moral. En lugar de suplicar por milagros, por
tanto, debemos orar: «Amado Dios, haz que solo la
verdad y la justicia reinen en nuestra casa, sí, y en nues-
tros corazones; no nos dispenses, sino sigue adelante».
Entonces no habrá falta de milagros. Lo que necesita
hacerse se hará.

92
Dios promete sanar

Cuando enfrentamos dificultades encaramos un


dilema: no saber qué hacer; pero no debemos afrontar
el problema donde surge la dificultad y tratar de reme-
diarlo allí. No. Necesitamos analizar lo que está detrás
para ver si hay algo que está mal y orar para que el
Señor ponga orden. Quizá descubramos algo falso,
algo que no podemos quitar con nuestra propia fuerza.
Solo Dios puede hacerlo. Aférrate con firmeza a esta
verdad y descubrirás que tus heridas serán sanadas, y
que lo que está mal externamente en tu vida también
desaparecerá.
¡Cuanta falsedad todavía permanece oculta en noso-
tros, cuanto autoengaño y presunción! En la superficie
las cosas parecen bastante normales. Pero la aflicción
física, al final, es el resultado de la perversión en nues-
tras vidas. Esto no significa que todo problema o toda
enfermedad sea el resultado directo del pecado. Sino
que el sufrimiento y la enfermedad están relacionados
con el todo. Somos como una cadena, y nuestras dolen-
cias comunes dan sus frutos, al igual que los pecados
individuales. Las cosas serían diferentes si realmente
viviéramos conforme a la verdad y la justicia.
Todo el mundo quiere la ayuda médica, quieren ser
sanados, pero ¿quién de verdad se interesa en Dios? No
queremos ser verdaderamente purificados. En cuanto a

93
e l dios qu e sa na

mí, no deseo ver un solo milagro en alguien si no resulta


en una restauración interior.

Durante toda mi vida con frecuencia he estado grave-


mente enfermo, y en cada ocasión el Señor quiso
hablarme precisamente en las circunstancias de mi
enfermedad. El momento en que pude asumir el dolor
con gozo, agradecer al Señor por ello, y permitir que
fluyeran los rayos de la gracia divina, los dones y las
bendiciones de Dios se derramaron continuamente
sobre mí en fe. Rápidamente el dolor perdió terreno
y fui capaz de concentrarme con libertad en el Señor,
estaba alegre y feliz, y el sufrimiento se disipó como
una nube frente al sol. En otras palabras, durante años
he recibido bendiciones inexplicables al estar enfermo.
Mucha de la gente enferma que ha venido a mi casa ha
tenido la misma experiencia.
Hace varios años me fracturé la mano. En aquel
momento no sabía que estaba fracturada, pero el dolor
era tan fuerte que tuve que recostarme. Una vez que
me pude calmar de nuevo, puse mi mano sana sobre la
enferma, y literalmente le agradecí a Dios durante dos
horas completas, dejando que fluyeran el poder y la
bendición de Dios. Le agradecí por permitirme, solo y sin

94
Dios promete sanar

interrupciones, aceptar sus palabras de vida y centrarme


de nuevo en él. Mientras hacía esto sentí que mi llamado
estaba siendo fortalecido espiritualmente, al mismo
tiempo el dolor que sentía fue disminuyendo más y más.
En esas dos horas recibí más fortaleza, más sanación de
Dios de lo que puede expresarse con palabras.
Unas semanas después, un cirujano llegó a nuestra
casa. Cuando examinó mi mano, comentó que había
sido fracturada en dos partes, pero que evidentemente
había sido sanada muy bien como si hubiera estado
enyesada por cuatro semanas. Esto me convenció
mucho más de que durante esas dos horas de oración,
en las que no hice más que dar gracias a Dios, el Señor
mismo sanó mi mano.
Por casi treinta y cuatro años, esta ha sido mi actitud
hacia la enfermedad: asumirla con gozo y acción de
gracias. Cada vez que he estado gravemente enfermo, el
Señor me ha enseñado cosas importantes. He aprendido
que el dolor no tiene que ser una carga. Por el contrario,
me ha enseñado a estar tranquilo, a calmar mi alma, y
acudir al Señor y pedirle: «Señor, ¿qué quieres de mí
ahora?». Y Dios siempre hace claro lo que tengo que
dejar, el pecado que debo abandonar, y cómo debo arre-
pentirme con todo mi corazón.
Christoph Friedrich Blumhardt

95
33

DIOS ESCUDRIÑA
LO PROFUNDO
Después de esto Jesús lo encontró en el templo y le dijo:
—Mira, ya has quedado sano. No vuelvas a pecar, no
sea que te ocurra algo peor.
Juan 5:14

T oda persona que sufre anhela recibir ayuda,


pero ¿cuántos de nosotros deseamos una nueva
vida? Nuestras necesidades humanas no deben
cegarnos al Salvador; no deben privarnos de ver la
nueva y grande realidad que Dios nos da en Cristo.
Por supuesto, es natural que seamos impulsados
a acudir al Salvador debido a nuestros problemas, en
especial cuando hemos agotado todas las demás solu-
ciones. Pero ¿quién de nosotros acude al Salvador
debido a su pecado? Esto debería hacernos humildes.
Desde el mismo principio Dios quiso hacernos detestar
nuestro pecado, no nuestro dolor. Deberíamos anhelar

96
Dios promete sanar

estar en un mundo nuevo, ser libres del pesado manto


del pecado que ahora nos envuelve.
El gran médico lucha por nuestra fe, no solo por
nuestra salud. ¿Lo entiendes? Dios realiza milagros
entre nosotros para que podamos nacer de nuevo, no
solo por causa de una o dos personas sino por muchos.
Los milagros son, y estoy tentado a usar una expresión
fuerte, obras dolorosas para el Salvador. Porque si solo
nos hicieran felices en nuestra vida terrenal entonces no
se habría ganado nada.
Debemos meditar en esto más a fondo. Piensa en
lo agobiados que estamos con la muerte espantosa y la
crudeza del mal, todo por causa del pecado. Y aun así
fallamos en dedicar nuestras energías para llegar hasta
la raíz de nuestra necesidad. En lugar de eso, miramos
por encima el sufrimiento más cercano desde la super-
ficie de angustia de la vida humana y la llevamos al
Salvador. «Ayúdame con esto, entonces volveré a ser
feliz.» ¡Como si eso pudiera ayudar! ¡Como si eso
pudiera hacer una diferencia en nuestra naturaleza
humana! Aun si el Salvador sanara hoy a cientos de
miles de enfermos, ¿ayudaría realmente a la huma-
nidad? Dentro de diez, veinte o treinta años todo sería
olvidado otra vez, y todo volvería a como estaba. La
sanación externa por sí sola no nos ayuda, el poder de
Dios llega a un nivel mucho más profundo.

97
e l dios qu e sa na

¡Oh, si solo pudiéramos abrir nuestros ojos! ¡Si


solo pudiéramos ver que con Jesús podemos vencer
por completo el sufrimiento del mundo por medio de
su nombre! ¡Oh, que pudiéramos ver que en él se ha
ganado la gran victoria sobre el mundo del pecado!
Si solo pudiéramos olvidar nuestra necesidad a la luz
de la miseria de nuestro pecado y, con los ojos de la
fe, confiar en Aquel que nos perdonará y liberará, y al
mundo entero, de todo mal.
Christoph Friedrich Blumhardt

98
34

RENOVACIÓN, DÍA
TRAS DÍA
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por
fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos reno-
vando día tras día.
2 Corintios 4:16

D ebemos alegrarnos cada vez que alguien se


recupera, especialmente después de haber
orado por él. Pero nuestra alegría no debe ser
porque la persona se recuperó. Existen muchos que
sufren enfermedades hasta el final de sus vidas, así que
¿por qué este no? Más bien, debemos alegrarnos porque
vemos que el Salvador ha hecho algo por una persona
particular, que el corazón de esta persona ha cambiado
y está reavivada con un nuevo anhelo.
Quiero decir a todos los que sufren. Sí, ora para que
el Señor tome las cosas en sus manos, él quiere que
tengas esperanza, pero no considera que la recuperación

99
e l dios qu e sa na

sea lo más importante. El Salvador mismo estuvo


enfermo. Dijo: «Estuve enfermo y me visitaste».
¿Alguna vez pensaste en eso? ¿Alguna vez pensaste que
debe haber gente enferma para que el Salvador pueda
morar en ellos?
A menudo me siento débil, miserable y enfermo,
todo lo que puedo hacer es moverme a rastras. Por
fuera siento que me estoy consumiendo. Sin embargo,
sigo adelante. Una y otra vez recibo nuevas manifes-
taciones de la bondad de Dios, obras de Dios que me
renuevan interiormente y me permiten continuar. Lo
más importante es que Jesús está presente en nuestra
enfermedad. Así que, amigos míos, velen por que Jesús
tenga la libertad de obrar en ustedes. Su anhelo debe
ser que Jesús obre algo en ustedes, y mucho más impor-
tante, que a través de ustedes alcance a otros.
Cada vez que seamos atacados por la enfermedad,
nuestra primera oración no debe ser: «¡Señor, sáname,
quiero ser sanado!», sino «Señor Jesús, lleva a cabo lo
que quieras conforme a tu voluntad. Aceptaré tranqui-
lamente en fe lo que tú decidas, tal y como viene». Ora,
para evitar que el mal tenga su victoria, para evitar que
dominen las tinieblas. En todo el dolor y sufrimiento
que pueda ocurrirte, incluso en medio de la muerte y
la angustia que provoca, busca al Señor y a los deseos

100
Dios promete sanar

de su corazón. Esta debe ser nuestra petición más


profunda y apremiante.
Si tomas esta actitud, experimentarás algo del reino
de Dios. Sabrás como nunca antes lo has sabido de
dónde proviene tu ayuda. Crecerás con tanta fuerza
que serás capaz de vencer todo obstáculo. Los muros
de Jericó caerán y las montañas serán removidas. Ya
no te impresionará ningún poder terrenal, sea bueno o
malo. Lo único que llenará tu corazón será lo que viene
de lo alto.
Christoph Friedrich Blumhardt

101
35

DESPUÉS DE SER
SANADO
Un día, siguiendo su viaje a Jerusalén, Jesús pasaba por
Samaria y Galilea. Cuando estaba por entrar en un
pueblo, salieron a su encuentro diez hombres enfermos
de lepra. Como se habían quedado a cierta distancia,
gritaron:
—¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Al verlos, les dijo:
—Vayan a presentarse a los sacerdotes.
Resultó que, mientras iban de camino, quedaron
limpios.
Uno de ellos, al verse ya sano, regresó alabando a Dios a
grandes voces. Cayó rostro en tierra a los pies de Jesús y le
dio las gracias, no obstante que era samaritano.
—¿Acaso no quedaron limpios los diez? —preguntó
Jesús—. ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo ninguno
que regresara a dar gloria a Dios, excepto este extranjero?
Levántate y vete —le dijo al hombre—; tu fe te ha sanado.
Lucas 17:11–19

102
Dios promete sanar

A migos míos, déjenme preguntarles. Si fueras


uno de los diez leprosos, cómo te sentirías
si Dios te dijera: «¡Queda limpio!», y luego
quedaras limpio. ¿Qué pasaría si fueras liberado del
pecado y la vergüenza y sintieras vida nueva dentro de
ti? ¿Te alegrarías o estarías avergonzado? ¿Le negarías
a Dios la oportunidad de decirte: «Queda sano de tu
sufrimiento»? ¿Te rehusarías a permitirle hacerte un
bien? Y ahora pregunto: ¿Qué si yo, o alguien más, te
dijera semejante cosa? ¿Acaso responderías: «Eso es
imposible, cómo puede alguien esperar esta clase de
cosas»?
La ayuda de Dios se recibe con mucho más frecuencia
de lo que estamos dispuestos a admitir. Pero muchos de
nosotros somos como los nueve leprosos, no somos como
el samaritano que regresó a alabar a Dios. Vemos cosas,
incluso señales milagrosas, pero no le damos la honra a
Dios. Escuchamos cosas y aun así no caemos de rodillas.
Somos demasiado autosuficientes para decir: «Señor,
mi Dios y mi Salvador, solo tú puedes ayudarnos».
¿Te das cuenta de que Jesús puede en realidad
estar justo en medio de nosotros y al mismo tiempo
ser discretamente dejado al margen? Podemos expe-
rimentar algo en lo interior, incluso la sanación, y
alegrarnos por ello, pero luego lo guardamos en nues-
tros bolsillos y ya no pensamos más en eso. Parece que

103
e l dios qu e sa na

hay algo humano en nosotros que siempre se imagina


ser grande y sabio. Y luego la misma cosa que deseamos
se nos resbala entre las manos. Dejamos caer aquello
que tanto deseamos, por temor de alguna opinión o
reacción humana. Podríamos aceptar al Salvador como
el que nos ayuda, pero tememos mencionar su nombre
y nos quedamos callados.
Si no tenemos el valor de testificar lo que Jesús puede
hacer, entonces podemos ir a la iglesia tanto como
queramos y creer en todas las doctrinas correctas,
pero seguiremos siendo obstáculos para la obra de
Dios en la tierra. Podemos hablar del Salvador todo
lo que queramos, pero ¿de qué sirve si no es honrado?
Podemos ser sanados y aun así morir y perecer en nues-
tros pecados. Solamente cuando alabamos a Dios ante
los hombres Dios entrará en nuestro mundo. Entonces,
como en el caso del samaritano, se podrá decir que
nuestra fe nos ha sanado.
Christoph Friedrich Blumhardt

104
36

EL DON QUE
NO QUEREMOS
El Señor me ha castigado con dureza,
pero no me ha entregado a la muerte.
Ábranme las puertas de la justicia
para que entre yo a dar gracias al Señor.
Son las puertas del Señor,
por las que entran los justos.
¡Te daré gracias porque me respondiste,
porque eres mi salvación!
Salmo 118:18–21

D ios no puede ayudarnos a menos que primero


nos humille. Por eso David agradece a Dios
tanto por humillarlo como por salvarlo. ¿Cómo
podemos esperar alguna ayuda de Dios, alguna atención
especial, cualquier clase de sanación, si nuestro corazón
es orgulloso, si no le hemos permitido ponernos bajo

105
e l dios qu e sa na

sus alas como pobres pecadores, sabiendo que somos


insignificantes y necesitados?
Seamos sinceros: no merecemos la ayuda de Dios.
Somos declarados culpables debido a las muchas cosas
que nos han alejado de él. Dios dispone las cosas bien,
pero lo hace para arrinconarnos mediante todo tipo de
necesidades y preocupaciones. Nos humilla hasta que
aprendamos humildemente a entregarnos en sus brazos
y permanecer con arrepentimiento delante de él.
Cada aflicción que viene a nuestro encuentro nos
humilla. Nos hace sentir que no podemos permanecer
por nuestra cuenta. Entonces comprendemos que
estamos en las manos de otro, que no somos personas
que podemos vivir sin la ayuda de los demás. Eso es lo
que mucho nos gustaría ser como humanos. Cuando
estamos en dificultades, tenemos que humillarnos y
clamar por ayuda. Entonces Dios puede ayudarnos.
Por esa razón debemos agradecer a Dios cada vez
que seamos abatidos y humillados. Cuando Dios nos
humilla, su propósito es bendecirnos. Así que seamos
agradecidos y humillémonos de una vez.
Johann Christoph Blumhardt

106
37

SANACIÓN INTERIOR
Y MÁS
Por tanto, ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman
también ustedes la misma actitud; porque el que ha
sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado, para vivir el
resto de su vida terrenal no satisfaciendo sus pasiones
humanas sino cumpliendo la voluntad de Dios.
1 Pedro 4:1–2

S i deseamos felicidad y salud pero no conver-


sión, estamos en el camino equivocado. El don
de sanación no será de ningún beneficio sin el
arrepentimiento. Un don divino de sanación nunca se
manifestará si no está precedido por el arrepentimiento,
por el clamor que dice: «¡Señor, quita la maldición bajo
la cual gemimos!». El Salvador no está interesado en
participar en el juego de enfermarnos para después
sanarnos otra vez. Si eres humillado, arrepiéntete, eso
es lo que debes buscar.

107
e l dios qu e sa na

Por supuesto, no hay nada de malo en querer estar


sano, pero pregunto: ¿qué vamos a hacer con nuestra
salud si no consideramos de antemano quiénes somos
y qué quiere Dios que seamos? Oh, cuántas aflicciones
podrían evitarse si prestáramos más atención a la
dimensión interna. El Señor Jesús es por cierto nuestro
ayudador y sanador, pero en última instancia lo es de
nuestra alma. Resulta mucho mejor ser purificado que
ser sanado, porque en todo lo que hace es nuestra alma
lo que el Señor busca. Si le permites tener tu corazón,
también experimentarás su bondad en lo exterior,
porque cuando se perdona el pecado, la sanación fluye
por sí misma, y todo lo demás saldrá bien.
Que el Señor ponga todo sobre un fundamento dife-
rente entre nosotros. De seguro lo llevará a cabo si lo
deseamos en fe.
Johann Christoph Blumhardt

108
38

DIOS SANA PARA BIEN


Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para
el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de
acuerdo con su propósito.
Romanos 8:28

C uando trabajé como maestro en la Casa de


la Misión en Basilea, tuve una fiebre alta, y
el médico me diagnosticó viruela. La noche
siguiente, aunque estaba calmado y tranquilo, luché
con el Señor, mirando seriamente hacia arriba. En algún
momento después de medianoche, me pareció que una
mano me frotaba suavemente de la cabeza a los pies,
y de repente me sentí bien y libre. Sin embargo, como
estaba tan debilitado tuve que quedarme en cama otra
semana.
Justo durante ese tiempo tuve que luchar continua-
mente con pensamientos hostiles hacia una mujer que
trabajaba en la casa. Siempre había sido buena conmigo,

109
e l dios qu e sa na

pero ahora sus defectos me molestaban. Mi actitud


crítica afectó toda la intensidad de mis oraciones y
me robó la serenidad mental. Me enojé mucho y me
aborrecí por como estaba. Oré intensamente para que
el Señor me quitara esos terribles pensamientos y me
diera paz. Pero no sirvió. Era como si estuviera viviendo
en un infierno de malos pensamientos.
Finalmente, decidí ser paciente y soltarme en mi
interior. Ya no lucharía con esos pensamientos y senci-
llamente confiaría en Dios. No tardó mucho antes de
que desaparecieran todos los malos pensamientos, y
los buenos tomaron su lugar. Aprendí algo muy impor-
tante de todo esto: no es bueno pelear mucho contra sí
mismo, es mejor dejar atrás tu naturaleza carnal y no
alimentarla.
Hay momentos en que debido a la enfermedad
sucede algo nuevo. En todas las cosas Dios puede obrar
el bien. Pero permíteme también decir que no conozco
un pasaje en la Escritura que nos enseñe que la enfer-
medad misma nos ayuda a liberarnos del pecado. En sí
misma y por sí misma, la enfermedad no tiene ningún
poder redentor. De hecho, algunos de los peores
pecados pueden surgir cuando uno está terriblemente
enfermo. Todos hemos conocido personas enfermas
que se han vuelto insoportables, impulsadas por una

110
Dios promete sanar

actitud áspera y despiadada. Es horrible ver su amor


propio, orgullo espiritual, presunción y sobrevalora-
ción de sí mismas, una mente dogmática y una falsa y
exagerada piedad. Y luego ver cuanta necesidad y tris-
teza les causan a aquellos que los cuidan.
Ninguno de nosotros está libre del pecado debido
al sufrimiento. Y aun así Dios a menudo elige la
enfermedad para disciplinar a su pueblo, para que se
conviertan. Justo en medio de la enfermedad física,
con frecuencia nos muestra su gracia y nos aparta de
una vida de pecado. Esto es muy cierto, nunca debemos
suponer que la enfermedad por sí misma facilita el
camino al cielo. La enfermedad debería volvernos a
Dios y guiarnos a la cruz. La enfermedad puede ser
algo bueno, pero solo si permitimos que Dios la use
para conquistar el pecado, para el bien. Porque, cuando
su cruz gobierna en nuestros corazones, puede sanar y
liberarnos realmente y ya no caemos presa del pecado.
Johann Christoph Blumhardt

111
39

LO MÁS IMPORTANTE
DE TODO
Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.
Mateo 6:33

C on frecuencia la enfermedad me ha impulsado


a buscar un silencio más profundo, buscar de
nuevo el camino al que Dios quiere guiarme.
La gente supone que después que me recupere, reanu-
daré otra vez mis actividades como de costumbre. Pero
los tiempos y llamados cambian, y no agradamos a
Dios al aferrarnos a los viejos hábitos. En lugar de eso,
debemos prestar atención a las señales que nos mues-
tran nuevos caminos.
Ahora que estoy enfermo, necesito distanciarme un
poco, tomar distancia de mi propia personalidad. Creo
que el propio Salvador se manifestará aún más por sí
mismo si tomo distancia. Lo veo como un paso adelante

112
Dios promete sanar

en mi relación con aquellos cercanos a mí. Lo que debe


ser más importante es el reino y la autoridad de Dios.
Por mi parte, ahora ya no siento la necesidad de
interceder de alguna manera especial por la salud
de otros. Todavía voy a orar, pero lo más importante
por lo que quiero orar es que irrumpa algo del reino
de Dios. Nuestra comunión no se basa en si Dios nos
sana o no físicamente. No, estamos unidos porque nos
regocijamos en el Salvador y en la manifestación de su
reino. Por esto vivimos, y por esto estamos dispuestos
a renunciar a todo. Cualquiera que busca primero y
primordialmente el reino de Dios recibirá todo lo que
realmente necesita.
Cuando intercedemos por los demás, debemos
mantener nuestra vista en el reino de Dios, con plena
alegría y confianza, pensando no en nosotros mismos
sino en los intereses de Jesucristo. Tenemos que dejar
de venir ante Dios buscando ayuda para nuestras
necesidades meramente materiales. De nuevo, nuestra
comunión es mucho más importante a los ojos de Dios,
y mucho más valiosa que todo lo que podríamos esperar
conseguir por medio de la intercesión (1 Juan 1:1–4). La
sanación es una cosa, pero lo que el Salvador quiere es
gobernar con más libertad entre nosotros.
Por tanto, temblemos ante lo que Dios quiere
hacer. Necesitamos prepararnos para cualquier cosa,

113
e l dios qu e sa na

en especial si Dios decide tomar algo de nosotros. A


menudo Dios toma una senda que es diferente de lo que
pensamos o esperamos. Seamos callados, especialmente
en tiempos de enfermedad, entonces obtendremos algo
que viene directamente de Dios y que sirve a su reino.
Christoph Friedrich Blumhardt

114
Vean lo que Dios
puede hacer
40

NUESTRO MILAGROSO
SALVADOR
Entonces les tocó los ojos y les dijo:
—Se hará con ustedes conforme a su fe.
Y recobraron la vista. Jesús les advirtió con firmeza:
—Asegúrense de que nadie se entere de esto.
Pero ellos salieron para divulgar por toda aquella región
la noticia acerca de Jesús.
Mateo 9:29–31

A Jesús no le agradó cuando la gente hizo un gran


escándalo sobre sus milagros. Siempre tuvo en
mente algo más que el milagro mismo. Cuando
Jesús realizó un milagro, lo que más le importaba era
que despertaría un sentimiento profundo y piadoso.
Sus actos de misericordia fueron señales de algo más
grande, algo más allá de lo temporal. Él tocaba el inte-
rior de la persona.

116
Vean lo que Dios puede hacer

Jesús en definitiva quiere seguidores, personas que


están empoderadas por él y se enfrentan cara a cara con
verdaderos sentimientos divinos por el reino de Dios. Sí,
sus milagros manifestaban más que el poder de Dios, no
con ciertos fenómenos de sacudimiento terrenal, sino
con cierta clase de simplicidad, una cualidad que podía
guiar el alma más a fondo. Fueron tan sencillos que a
menudo sucedían antes de que cualquiera realmente se
diera cuenta. De hecho, en ocasiones nadie vio que suce-
diera algo extraordinario. Sin embargo, Jesús, movido
por la compasión, despertó el amor en la gente, el mismo
amor que les había mostrado a ellos. Todas sus palabras
y obras salieron directo de su corazón y tocaron los cora-
zones de la gente, que respondieron alabando y dando
gloria a Dios. En resumen, su mano sanadora hizo
visible para todos la gloria y el amor de Dios.
En este sentido, Jesús tuvo que ser un milagroso
Salvador, que por el poder de Dios promovía la reden-
ción de todos los pueblos y toda la creación. Y Jesús
sigue siendo nuestro milagroso Salvador. Sin sus obras
portentosas no es más que un maestro. Pero nosotros
lo conocemos como nuestro Señor. ¡Oh, que este evan-
gelio pueda ser vivido y proclamado con plenitud!

117
e l dios qu e sa na

Los milagros más grandes de Dios no son aquellos


que le suceden a la gente enferma. Esos no son tan
importantes. De mucho mayor importancia es que
veamos cosas que le suceden a los sanos, que veamos
cambios en las vidas de las personas y en la condición
del mundo. ¿En qué milagros realizados por Dios estoy
pensando? Por ejemplo, cuando ya no se disparan
armas en la guerra. ¿Crees que es posible? Semejante
pensamiento parece hacer reír a todos. Pero, ¿acaso
milagros como este no sucedieron en Israel (Josué 5:13–
6:27)? Obras similares son las que necesitamos hoy más
que otra cosa, para que todo sea tomado por completo
de nuestras manos y puesto en las manos del Viviente.
Por supuesto, cuando algo viene de Dios, llegará en el
momento oportuno y a la manera de Dios. Lo que nece-
sitamos es que la realidad de Dios entre de nuevo en
nuestras vidas.
Johann Christoph Blumhardt

118
41

QUÉDENSE QUIETOS,
DIOS ESTÁ OBRANDO
En el arrepentimiento y la calma está su salvación, en la
serenidad y la confianza está su fuerza, ¡pero ustedes no
lo quieren reconocer!
Isaías 30:15

E l profeta Isaías habló en una época cuando el


pueblo de Dios estaba en grave peligro ante
enemigos invasores. Uno puede imaginar el
tremendo disturbio, conmoción y confusión que hubo
cuando fueron presa de enemigos asesinos, vengadores,
sedientos de sangre y depredadores.
En situaciones tan desesperadas, es natural que
nos volvamos intranquilos hasta el punto de la locura
y clamemos con miedo. Pero Isaías le dice al pueblo
de Dios que se tranquilicen y se calmen, que tengan
paciencia y esperanza. Aquellos que aprenden a confiar

119
e l dios qu e sa na

y a serenarse en medio de la aflicción encontrarán la


salida y recibirán ayuda. Sus ojos estarán más abiertos,
sus sentimientos más sobrios, y encontrarán una
pequeña abertura por donde puedan librarse, que no
hubieran podido ver mientras se alteraban con impa-
ciencia y furia en su desesperación.
En una ocasión vi avispas en un viñedo. Había
pequeñas botellas blancas colgando de los tallos,
estaban abiertas por arriba y cubiertas con azúcar o
miel. Las avispas, atraídas por lo dulce, se perdieron y
quedaron atrapadas en las botellas. ¿Por qué? Porque
una vez adentro se volvieron tan frenéticas mientras
seguían tratando de escapar por el vidrio. Podemos
decir que perdieron la cabeza, pues olvidaron la aber-
tura de arriba, donde fácilmente hubieran encontrado
la salida. Pero ninguna pudo salir, todas perecieron
dentro de cada botella. Entonces pensé, así es como
actuamos en nuestra intranquilidad. Nos damos de
topes contra la pared y no vemos cómo nuestro agitado
espíritu nos ciega ante lo que Dios está haciendo, como
consecuencia perdemos nuestro camino sin más culpa-
bles que nosotros mismos. Un corazón intranquilo y sin
paz está en peligro de perderlo todo.
Al volvernos tranquilos, dice el profeta, seremos
fuertes. Un espíritu apacible se levanta y contempla a

120
Vean lo que Dios puede hacer

Dios, de quien viene la confianza y el valor. Entonces


podemos atrevernos a pensar: «Aunque no pueda
hacer esto o aquello, Dios sí puede». Somos capaces de
visualizar de nuevo quién es Dios, cuál es su plan para
la humanidad, y cómo quiere que todos los pueblos sean
salvos por medio de Jesucristo. Tales pensamientos
seguramente nos darán la fortaleza y el valor interior, y
a través de su Espíritu, algo de su entendimiento y paz.
¡Oh, qué tiempos todavía nos esperan, cuando
realmente necesitaremos las palabras del profeta! No
perdamos más tiempo para volvernos de inmediato a
Dios con esperanza. Él nos brinda su ayuda en muchas
cosas, en todo, pero debemos volvernos apacibles para
ver a Dios obrando.
Johann Christoph Blumhardt

121
42

SIEMPRE HAY
UNA SALIDA
Tú me has librado de la muerte, has enjugado mis
lágrimas, no me has dejado tropezar.
Salmo 116:8

D avid había estado en peligro mortal, casi


condenado a muerte. Pero Dios lo libró. Por eso
alaba a Dios por guardarlo de tropezar.
Si nosotros —en nuestra angustia y necesidad—, no
podemos ver la salida, es probable que nuestros pies
comiencen a tropezar y perdamos el ánimo. Estaremos
tentados a caer en desaliento, desesperación y murmu-
ración contra Dios, quizá hasta el punto de no creer en
Dios y su promesa. Incluso tal vez caigamos en caminos
falsos y pecaminosos, tomando las cosas en nuestras
propias manos, entonces de seguro vamos a tropezar.
Eso es muy peligroso. Si no resistimos cuando nuestra

122
Vean lo que Dios puede hacer

fe se pone a prueba, nos arriesgamos a tambalear al


borde de la muerte eterna.
Pero el Señor es bueno y no permitirá que seamos
tentados más allá de nuestras fuerzas. Antes de que
realmente tropecemos, siempre nos da un cambio,
una salida. David mismo lo experimentó. Dios lo sacó
de todos los peligros. Y nosotros, también, podemos
experimentarlo. Sin duda, seguirán llegando luchas y
tentaciones. Pero nunca nos faltará la ayuda y el consuelo
de nuestro Dios fiel. Las señales de ayuda del Señor nos
darán tiempos de regocijo y paz una y otra vez.
Johann Christoph Blumhardt

123
43

SEÑALES Y MILAGROS
Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia
de sus discípulos, las cuales no están registradas en este
libro. Pero éstas se han escrito para que ustedes crean que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su
nombre tengan vida.
Juan 20:30–31

C uando el Padre del cielo hace algo, debemos


prestar toda la atención. Pero hoy, cuando se
lleva a cabo un milagro, lo envolvemos y lo
metemos en nuestro bolsillo, y lo guardamos para noso-
tros. Por esa razón ya no hay bendición en eso, y los que
nos rodean no quieren saber nada al respecto.
Cuando vemos una señal, sin importar dónde o
de qué clase, todo nuestro ser debería estar lleno de
alabanza a Dios. Si tenemos una fe que nos inunda de
amor y compasión por nuestro mundo; si aprendemos

124
Vean lo que Dios puede hacer

—por medio de las señales y milagros que Dios nos


da— a tener paciencia con los pecadores, a practicar
la gentileza con nuestros amigos y vecinos; si, en lugar
de apropiarnos de la experiencia, nos ponemos a los
pies del mundo y decimos: «Soy tu esclavo, tu siervo.
Voy a servirte y a guiarte»; si somos humildes en vez
de sentirnos importantes; si las señales y milagros nos
ayudan a convertirnos en verdaderos creyentes en lugar
de ser religiosos; entonces el bien triunfará, y podremos
dar lugar a más señales y milagros. Esa es la voluntad
del Padre celestial y debe ser el resultado de una señal.
He visto a familias enteras acercarse al Salvador por
medio de un milagro, haciendo posible que Cristo haga
más en ellos. Pero esto tiene que suceder mucho, pero
mucho más a menudo. Toda persona que experimenta
realmente una señal, por la que el Padre celestial hace
algo bueno, debe convertirse en una nueva persona.
Deben creer de verdad, y luego todo su ser será lleno
con bendiciones divinas.
En cuanto a la sanación, lo más importante es que
algo de Dios se manifieste en esta pobre tierra. Aférrate
a eso y nunca lo pierdas. Si has sido sanado por medio de
un milagro, pero todavía sigues rindiéndote a las cosas
terrenales, ¿de qué sirvió? Si caes mortalmente enfermo
y el Salvador te sana, y tú lo das por hecho, pensando

125
e l dios qu e sa na

solo en tu familia y tu negocio, ¿de qué sirvió? Mira


hacia arriba, levanta tus ojos al cielo, ahí está tu premio.
Cuando experimentamos señales y milagros, algo debe
cambiar en nosotros.
Acudamos al Salvador en nuestra necesidad y
clamemos ante él: «¡Señor, ayúdanos!». Pero también
debemos escucharlo. Y cuando hayamos recibido su
ayuda, hagamos la voluntad de Dios. Dejemos que
Jesús nos arranque de nuestros caminos terrenales para
que podamos tener vida en su nombre.
Christoph Friedrich Blumhardt

126
44

DIOS DE LO IMPOSIBLE
¿Acaso hay algo imposible para el Señor?
Génesis 18:14

A braham iba a tener un hijo, aunque él y su


esposa Sara ya estaban bastante viejos. Pero el
Señor le aseguró: «¿Acaso hay algo imposible
para el Señor?» (Génesis 18:14). Algo similar le sucedió
a María, dos mil años después. Ella, también, casi no
podía creer que iba a concebir un hijo. Pero el ángel le
dijo: «Porque para Dios no hay nada imposible» (Lucas
1:37). Jesús mismo lo dijo cuando les explicó a sus discí-
pulos que para un hombre rico era difícil entrar al reino
de los cielos. Desconcertados, los discípulos le pregun-
taron: «¿quién podrá salvarse?»; Jesús les respondió:
«Para los hombres es imposible . . . mas para Dios todo
es posible» (Mateo 19:23–26).
A través de sus propias obras, Jesús demostró que
nada es imposible para Dios. Hizo obras poderosas

127
e l dios qu e sa na

que eran imposibilidades humanas. De esta forma le


dio a nuestra fe una dirección completamente nueva.
Convirtió el agua en vino, multiplicó una pequeña
porción de panes y pescados al dar gracias, resu-
citó a Lázaro de la muerte. Milagros auténticos que
muchas de nuestras mentes lúcidas actuales no pueden
comprender. Pero, para los que creen, Jesús nos muestra
el amor de Dios y que él puede hacer lo que nos parece
imposible.
Esta certeza de fe debe continuar hoy. No necesi-
tamos esperar que sucedan grandes milagros en todas
partes. Pero, si es necesario, Dios puede hacer lo impo-
sible. Esta es la clase de Dios al que servimos, y él quiere
que nosotros lo mostremos.
Así como Dios creó el cielo y la tierra de la nada, así
también puede crear ahora algo de la nada. Todavía
puede convertir el agua en vino, multiplicar los
alimentos y resucitar muertos. Así es nuestro Dios. Su
reino no estará completo hasta que surja nuevamente
una gran multitud que crea que Dios puede hacer hasta
lo imposible. Dios quiere hacer algo que solo él puede
hacer. Y lo hará otra vez, porque solo él puede poner fin
a todos los suspiros y gemidos de la creación.
Johann Christoph Blumhardt

128
45

MILAGROS INCREÍBLES
Mientras el hombre seguía aferrado a Pedro y a Juan,
toda la gente, que no salía de su asombro, corrió hacia
ellos al lugar conocido como Pórtico de Salomón. Al
ver esto, Pedro les dijo: «Pueblo de Israel, ¿por qué les
sorprende lo que ha pasado? ¿Por qué nos miran como
si, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho
caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y
de Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado
a su siervo Jesús».
Hechos 3:11–13

M uy poca gente comprende cómo Dios puede


obrar y cómo puede poner las cosas en orden
aquí en la tierra. Solo vemos las cosas desde
el punto de vista natural. Nuestra perspectiva educada
nos impide ver los milagros.
A pesar de nuestra perspectiva moderna, creo que es
muy difícil que alguien no se ponga sumamente feliz,

129
e l dios qu e sa na

aunque solo lo haga en el secreto de su corazón, si le


sucede un milagro. No lo rechazaría, si de repente se
recupera de una enfermedad incurable. No, con gusto
exclamaría: «¡Es un milagro que esté bien otra vez!».
Así es como lo siente en el fondo la mayoría de la gente.
En todas partes hay personas que anhelan un Salvador
que haga precisamente estas cosas, para las que tiene
poco tiempo la llamada medicina moderna.
Todos sabemos que existen ciertas situaciones en
las que nos encontramos desvalidos por completo,
situaciones en las que todos los poderes humanos
conocidos no sirven de nada. Por eso la fe no se puede
desarraigar de nuestras vidas. No importa cuanta agua
nuestro mundo sofisticado derrame sobre el fuego de
la fe, nuestro anhelo de creer brota de una forma o de
otra. La fe surge, aunque no le abramos paso, en espe-
cial la fe, que está sedienta de señales de Dios más allá
de nuestra expectativa y comprensión. Si esta sed no se
satisface, la gente recibe el impulso de un poder notable
y misterioso para salir a buscar.
Piensen en la multitud de peregrinos que viajan
a Tréveris (Alemania) para ver la santa túnica, que
se dice posee poderes milagrosos. Amados amigos,
el impulso que mueve a millares para ir a Tréveris es
básicamente el mismo impulso que motivó a los diez

130
Vean lo que Dios puede hacer

leprosos a acudir ante Jesús. Aunque la meta no es la


misma, el poder que los impulsa a todos es el mismo:
una sed de algo que no podemos ver ni comprender,
pero que simplemente necesitamos.
Una de las mayores tragedias que hoy enfrentamos
es que ya no creemos en milagros. No en milagros insó-
litos o producidos por la ciencia, sino en los milagros
que llevan a la gente a Jesús, milagros causados por una
verdadera palabra de Dios. ¿Creemos que podemos
ser liberados de la enfermedad y la muerte? ¿Creemos
que también podemos ser liberados de la confusión
inherente a nuestra naturaleza, del pecado y de las nece-
dades de nuestras esperanzas y ambiciones? ¿Creemos
que esto es posible? ¿O no es posible o es nada más que
una mentira?
Christoph Friedrich Blumhardt

131
46

DIOS ES BUENO
Den gracias al Señor Todopoderoso, porque el Señor es
bueno, porque su amor es eterno.
Jeremías 33:11

S ería demasiado ignorante de nuestra parte


pensar que Dios estaba solo y aislado de los
miles de millones de almas aquí en la tierra.
Él es el Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos.
Comanda grandes regimientos y envía a sus siervos
para ayudarnos. Puede llamar a uno y decirle: «Ve con
tal y cual persona», y a otro: «Tú ve con aquel», y así
sucesivamente. Tiene siervos para cada uno de noso-
tros, aunque necesite muchos, hay más que suficientes.
Dispone de bastantes siervos para que pueda preparar
todo para lograr la gran victoria.
Es misericordioso, y con su ayuda siempre podemos
aprender algo bueno de todo lo que enfrentamos en

132
Vean lo que Dios puede hacer

la vida, aun cuando también haya mucho que no sea


bueno. Su voluntad es hacer el bien, pero solo es nuestro
pecado lo que lo estorba. Nuestra voluntad humana, que
se reafirma en sí misma, es el pecado más grande. Pero
puede y será vencida. Aunque Dios permita ahora este
o aquel mal, un día será diferente. La muerte y la enfer-
medad serán vencidas y derrotadas, ya que su derecho a
existir solo dura mientras el pecado esté presente.
Al final, Dios reinará en todos y sobre todos con su
gracia y su bondad. Por eso podemos orar: «Líbranos
del mal», porque en realidad significa: «Haznos el
bien por siempre». Podemos esperar que el Dios de los
ejércitos nos libre del mal en este momento, y cuanto
más oramos de manera sencilla, más rápido llegará la
liberación.
Que podamos orar de esta manera, con la abso-
luta certeza de ser escuchados, es algo tan grande
que debemos dar gracias al Señor Todopoderoso.
Aunque exista mucho mal y adversidad, la bondad de
Dios quiere alumbrar sobre nosotros una y otra vez,
y un día prevalecerá. Todos los poderes del enemigo
incluso ahora están siendo quebrantados y destruidos.
Así que no tenemos alternativa sino agradecer al Dios
Todopoderoso, porque él es bueno.
Johann Christoph Blumhardt

133
47

MILAGROS DE
MISERICORDIA
Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su
propio pueblo. Unos hombres le llevaron un paralítico,
acostado en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo
al paralítico:
—¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados! . . . 
—se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma
tu camilla y vete a tu casa.
Y el hombre se levantó y se fue a su casa. Al ver esto,
la multitud se llenó de temor, y glorificó a Dios por haber
dado tal autoridad a los mortales.
Mateo 9:1–8

E l hecho de que Jesús sanó al paralítico con la


sola palabra debe convencernos de que también
tiene autoridad para perdonar pecados. El que
es capaz de sanar, perdona. Por eso los milagros de
Jesús son únicos y significativos.

134
Vean lo que Dios puede hacer

Debemos recordar que las enfermedades, espe-


cialmente las que tienen un carácter demoníaco, son
la consecuencia del pecado y la rebelión. Si se deben
eliminar nuestras dolencias, la maldición del pecado
tendrá que ser destruida; y lo ha sido. Dios escucha
las oraciones de pecadores que son humildes y se
arrepienten; les ayudará a vencer su sufrimiento. La
restauración de la salud que ocurre en una forma más
natural sin duda también es una señal del amor de Dios.
Dios derrama su gracia sobre todos: «Él es bondadoso
con los ingratos y malvados» (Lucas 6:35). Pero esto no
significa que sus pecados sean perdonados. Dios nos
puede rescatar de la muerte, pero el pecado todavía
puede permanecer.
Cada vez que Jesús sanaba, Dios mismo estaba
presente —el poder que creó algo de la nada—, y el
pecado fue destruido. Por esta razón no es posible que
la persona a la que Dios se acerca siga siendo el mismo
pecador que antes. Cuando Dios sana en forma mila-
grosa, en el mismo momento desaparece todo lo que
nos separa de él. Somos liberados del pecado y reafir-
mados en la gracia de Dios.
Por esta razón solo los que tienen fe en Cristo, aque-
llos que lo reconocen como Hijo de Dios, están en
condiciones de recibir gracia y perdón. Donde Jesús no
encuentra fe, no puede realizar milagros (Mateo 13:58;

135
e l dios qu e sa na

Marcos 6:5–6). Pero cualquiera que se acercaba a él con


una fe sencilla recibía ayuda. Muchas veces Jesús dijo:
«Tu fe te ha sanado».
En la actualidad la sanación y el perdón no coinciden
necesariamente. Esperamos por la plenitud del tiempo
cuando el Espíritu será derramado sobre todas las
naciones. Sin embargo, por medio de Cristo, el único
que «lleva los pecados del mundo», se ha establecido
un camino nuevo y eterno. Jesús les dio a sus discí-
pulos autoridad para sanar y perdonar pecados (Juan
20:21–23). Su don de gracia —completo con poderes de
lo alto— ahora se concede a todos los que aceptan su
muerte reconciliadora. ¡Qué misericordia la que Dios
nos ha mostrado! Incluso ahora podemos experimentar
la sanación y el perdón de pecados. Regocijémonos y
veamos lo que Dios puede hacer.
Johann Christoph Blumhardt

136
48

SE ACERCA EL DÍA
La noche está muy avanzada y ya se acerca el día. Por
eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongá-
monos la armadura de la luz.
Romanos 13:12

L a noche casi ha terminado; y ya se acerca el día.


Aun así, no parece como si el día estuviera cerca.
Nuestros pies todavía caminan en pecado, nues-
tras manos no logran hacer nada bueno. A nuestro
alrededor hay miles y miles de personas que están
sumergidas en el fango de la corrupción. Mueren en
masa. Parece que no hay día sobre la tierra. Pero nuestra
fe lo demanda, nuestro amor a Dios, nuestra esperanza
en Dios lo demanda, por eso decimos: a pesar de todo,
la noche se aproxima a su fin, ya casi empieza el día.
Esto fue lo que sucedió cuando Jesús nació: el día llegó.
¿Qué es el día? El día es el amor de Dios. Y el amor
de Dios desvanece todo lo malo, todo lo sórdido, todo

137
e l dios qu e sa na

lo que representa desesperación. El amor incluso vence


la muerte. Pero tiene que ser un amor divino que ame
también a los enemigos; un amor que no rechace a nadie
ni a nada; un amor que avance con determinación en
medio de todo, como un héroe, y no será insultado,
despreciado ni rechazado; un amor que avance por el
mundo con el yelmo de la esperanza en su cabeza.
No hemos sido muy valientes para proclamar este
amor: que Jesús nació y que todos los seres creados son
amados en verdad. No nos hemos atrevido por la simple
razón de que estamos demasiado satisfechos. Es como
si disfrutáramos ser pecadores. Pero en realidad nadie
disfruta ser un pecador. Todos gimen bajo el peso de
su pecado. Cada persona moribunda está sufriendo y
suspirando.
El amor de Dios avanza con valentía entre nosotros
los pecadores, que gemimos en la muerte. El amor de
Dios, que se volvió plenamente humano, se derrama en
nuestros corazones. Jesús quiere que nosotros y toda la
gente conozca que él es el amor ilimitado de Dios. Con
este amor quiere ser la llama por la que seremos purifi-
cados. Porque solo el amor nos recibe en su juicio. Es el
amor que quiere liberarnos de todo lo que nos esclaviza
y nos hace infelices.

138
Vean lo que Dios puede hacer

Agradezcamos al Padre del cielo que en Jesús ha


llegado el día. Que este día —ya comenzado— se mani-
fieste en tu vida. Lucha por la resurrección y la vida, aun
si te encuentras en terrible dificultad, temor y angustia.
Con agradecimiento en tu corazón, deja que la luz del
amor de Dios irradie los rayos de un nuevo día.
Christoph Friedrich Blumhardt

139
La esperanza que es nuestra
49

LUCHAR PARA VIVIR


Cuando ustedes eran esclavos del pecado, estaban
libres del dominio de la justicia. ¿Qué fruto cosechaban
entonces? ¡Cosas que ahora los avergüenzan y que
conducen a la muerte! . . . Porque la paga del pecado es
muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en
Cristo Jesús, nuestro Señor.
Romanos 6:20–21, 23

C uando llega la muerte, no estamos tratando


solamente con un organismo enfermo. Las
habilidades humanas pueden ayudar aquí y
allá, y nuestra responsabilidad es hacer lo mejor que
podamos, como un jardinero hace su máximo esfuerzo
para asegurarse de que sus plantas no se destruyan.
Pero las personas que no piensan más allá de esto no
entienden la enfermedad ni la muerte. La enfermedad
es parte de la obra de la muerte, y la muerte es a fin de
cuentas una consecuencia del pecado.

142
La esperanza que es nuestra

La destrucción de cualquier clase es un desorden. No


pertenece a la vida. No hay nada natural en la enfer-
medad, nada benéfico; es algo opresivo y contrario a
la vida. En el análisis final, la muerte es un castigo, un
poder punitivo. ¡Es un enemigo, de hecho, el último
enemigo!
Por eso Jesús llama a su iglesia a luchar contra las
fuerzas de la muerte. No es de sorprender que los hospi-
tales y hogares para ancianos se hayan originado en la
comunidad cristiana. No nos atrevemos a abandonar
a los que están enfermos y moribundos. Un doctor
que una vez conocí estaba muy feliz por la ayuda de
la ciencia médica. Eso me puso feliz, porque promover
la vida pertenece a nuestra dignidad y llamado
humanos. Jesús no dijo: «No te molestes por lo que
te pasa en la vida». No, él se llama a sí mismo la resu-
rrección y la vida. «El que cree en mí vivirá, aunque
muera» (Juan 11:25).
Por tanto, vive y resiste al espíritu de la muerte.
Ten valor, no importa lo mucho que tengas que sufrir.
Protesta contra la muerte. ¡Tu misión humana es vivir!
El juicio contra nuestra vida ahora se ha levantado por
medio de Cristo. A través de él puede fluir la vida eterna
en nosotros, y podemos vencer nuestra existencia caída.
Esta vida temporal, bajo la maldición de la muerte, ya
no necesita jugar al tirano.

143
e l dios qu e sa na

En nuestra existencia terrenal como pobres humanos


tenemos que andar por la tierra de la muerte. Estamos
impregnados de su veneno por todos lados. Pero Jesús
quiere ponernos a salvo en medio de todas las regiones
de la muerte, en todas las sendas en las que fácilmente
podemos volvernos temerosos, en especial cuando
somos difamados y perseguidos por aquellos que no
entienden. Amados amigos, seamos verdaderos lucha-
dores, luchadores en quienes Jesús pueda depositar algo
sin temor de ser malentendido. Cristo es el primero y el
último, que murió y volvió a la vida. Aférrense a esto,
mis amados amigos: ¡el Salvador murió y volvió a la
vida otra vez, y ustedes también lo harán!
Christoph Friedrich Blumhardt

144
50

VIENEN NUEVAS
VICTORIAS
Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque,
si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en
cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes.
Juan 16:7

J esús tuvo que partir hacia su Padre en el cielo,


lejos de sus discípulos, quienes habían dejado
confiadamente todo para seguirlo. Tuvo que
partir, de lo contrario no podría haberles enviado a su
verdadero ayudador: el Espíritu Santo. Si lo meditamos
un poco, comprenderemos que para los discípulos fue
mucho más importante recibir al «Abogado» que
fomentar su relación personal con Jesús. Para llegar a
ser lo que Dios tenía en mente, tuvieron que prescindir
de su Señor.

145
e l dios qu e sa na

Y esto también es verdad para nosotros. El contacto


personal con Jesús es maravilloso, pero no podemos
depender exclusivamente en él para cambiar nuestros
corazones. Pablo escribió que preferiría morir para estar
con Cristo, pero que necesitaba quedarse y trabajar por
los hermanos (Filipenses 1:23–24). Cuando las cosas se
ponen difíciles, muchos de nosotros quisiéramos partir
hacia el cielo, pero estamos pensando solo en nosotros
mismos, no en lo que todavía hay que hacer por el Señor
y su reino.
Estar en casa con Cristo no es lo más importante.
Debemos estar listos, justo donde estamos, para luchar
y llevar las alegres noticias de Cristo a las naciones.
Debemos orar por una renovada fortaleza en nuestra
debilidad, por nuevo vigor en la enfermedad, y por
nuevas victorias en la tentación, en lugar de querer
darnos por vencidos y estar con el Señor. Porque es
precisamente en nuestra debilidad donde el Señor
es más poderoso (2 Corintios 12:7–10). Así que aun lo
más insignificante que hagamos puede tener una gran
importancia. Algún día nos sorprenderemos de lo
mucho que el Señor valora la fidelidad de su pueblo,
especialmente en su debilidad.
Por tanto, no nos apresuremos a irnos de aquí con
todos nuestros anhelos, sino más bien oremos por un

146
La esperanza que es nuestra

tiempo de gracia, por trabajo, y también por mucha


fortaleza de lo alto. Hagámoslo tanto como nos sea
posible, sin resistir al Señor. Entonces, cuando nos
llegue el tiempo de partir, estaremos listos con mucho
más alegría para ir con el Señor.
Johann Christoph Blumhardt

147
51

EL PODER DE SATANÁS
SE HA ROTO
Un sábado Jesús estaba enseñando en una de las sina-
gogas, y estaba allí una mujer que por causa de un
demonio llevaba dieciocho años enferma. Andaba encor-
vada y de ningún modo podía enderezarse. Cuando Jesús
la vio, la llamó y le dijo:
—Mujer, quedas libre de tu enfermedad.
Al mismo tiempo, puso las manos sobre ella, y al
instante la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.
Indignado porque Jesús había sanado en sábado, el jefe
de la sinagoga intervino, dirigiéndose a la gente:
—Hay seis días en que se puede trabajar, así que
vengan esos días para ser sanados, y no el sábado.
—¡Hipócritas! —le contestó el Señor—. ¿Acaso no
desata cada uno de ustedes su buey o su burro en sábado,
y lo saca del establo para llevarlo a tomar agua? Sin

148
La esperanza que es nuestra

embargo, a esta mujer, que es hija de Abraham, y a quien


Satanás tenía atada durante dieciocho largos años, ¿no se
le debía quitar esta cadena en sábado?
Cuando razonó así, quedaron humillados todos sus
adversarios, pero la gente estaba encantada de tantas
maravillas que él hacía.
Lucas 13:10–17

A quí leemos de una mujer que caminaba en


condición encorvada. Estaba tan encorvada
que apenas podía mirar hacia arriba. Lucas dice
que su padecimiento provino de un espíritu de enfer-
medad con el que Satanás la mantuvo atada durante
dieciocho largos años.
Es sorprendente que Satanás pueda desempeñar un
papel directo en la deformación de un cuerpo. ¿Acaso
el poder de Satanás llega hasta eso? ¿Es posible que el
príncipe de las tinieblas tenga una participación activa
en algo que de otra manera podríamos entender en
términos naturales? Sí, y debemos tratar de comprender
mejor hasta dónde se puede extender la autoridad de
las tinieblas. Esta sola cuestión, amados amigos, es
suficiente para alarmarnos. Pero no debemos olvidar
a Aquel que aplastó la cabeza de la serpiente y perma-
nece victorioso sobre Satanás, que también aparece en

149
e l dios qu e sa na

nuestro texto. Por eso, no tenemos que limitarnos al


sombrío dominio de las tinieblas. De hecho, tenemos
todas las razones para adorar a Aquel que nos ha libe-
rado de las tinieblas y nos ha guiado hacia la luz.
La Escritura nos dice que el poder de la muerte
pertenece al diablo (Hebreos 2:14–15); «Desde el prin-
cipio éste ha sido un asesino» (Juan 8:44). El diablo
claramente tiene que ver con la muerte. ¿Quién envió
el fuerte viento que desplomó la casa que aplastó a los
hijos de Job? ¿Quién afligió a Job con llagas repug-
nantes? ¿Acaso esto no revela el poder de Satanás?
Satanás todavía sigue tomando parte en las enferme-
dades corporales.
La muerte no fue parte del plan original de Dios,
tampoco la enfermedad, que causa la muerte. La enfer-
medad es solo el comienzo de la muerte. Casi podemos
decir que con cada nueva enfermedad algo muere en
nosotros. La enfermedad mata a una persona poco a
poco, despojándola de sus facultades, una tras otra,
hasta que al final expira el último aliento de vida. Poco
a poco, el espíritu de la muerte nos lleva a la tumba, aun
cuando no seamos afligidos por ninguna enfermedad
particular.
Oh, amados míos, seguramente debemos suspirar
por toda la decadencia que plaga nuestro mundo. Hasta

150
La esperanza que es nuestra

que experimentemos la redención de Dios, podremos


ver en realidad el abismo a nuestros pies. Hasta que
quedemos atónitos por todo lo que se demanda de noso-
tros —atrapados como estamos por tantas ataduras
infernales— podremos ver en acción la gloria de Dios.
La misericordia de Dios nos protege de ser plenamente
conscientes de la condición en que estamos. Incluso
la Escritura solo nos da indicios de lo dominante que
es el espíritu de las tinieblas, para que no perdamos el
ánimo y nos quedemos desconsolados. Jesucristo vino
para destruir las obras del diablo (1 Juan 3:8). Siempre
debemos aferrarnos a esto.

Nuestro texto del Evangelio nos muestra que Jesús es


capaz de romper las ataduras satánicas. Puso sus manos
sobre la mujer y dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfer-
medad». Esto demuestra, como todo lo que el Señor
hizo por los enfermos y los endemoniados, que él era
el Esperado que podía pisotear serpientes (Lucas 10:19).
¿Quién es este Jesús? ¿Quién era? Por su inquebran-
table resistencia, Jesús desacreditó por completo los
poderes de las tinieblas. Satanás hizo su mayor esfuerzo
con Jesús, torturándolo hasta derramar su sangre y,
finalmente, mediante sus siervos, clavándolo sobre una

151
e l dios qu e sa na

cruz. Pero con paciencia y con fe en su Padre celestial,


Jesús venció a Satanás. «Él fue traspasado por nuestras
rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él
recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus
heridas fuimos sanados» (Isaías 53:5). ¡Sí, sanados!
Debido a la cruz, Satanás ya no puede atar a la
gente de la misma manera que antes. Por eso, cuando
nos ataca, podemos resistirlo y vencerlo en el poder de
Cristo. Cualquiera que lucha contra el espíritu de las
tinieblas con fe y determinación puede ser liberado del
aguijón de la muerte. La victoria está ganada.
Nuestro Señor ahora se sienta a la derecha de Dios y
ha recibido dones para darnos a nosotros. Lucha desde
arriba y lo hará hasta que haya puesto a sus enemigos
como estrado de sus pies; hasta que sean desarraigados
todos los espíritus de enfermedad y todos los poderes
que nos deforman y destruyen, en el cuerpo o en el
alma. Hasta que toda la creación, todos los cielos y la
tierra, puedan regocijarse. Oh, ¡quién podrá concebir
la magnitud de esta conquista, la cual heredamos tan
pronto como creemos en Jesús y en su victoria!
Johann Christoph Blumhardt

152
52

NO HAY PRISIÓN QUE


PUEDA RETENERTE
Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea
que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos
vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos,
pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados;
derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos,
siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús,
para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a
la muerte por causa de Jesús, para que también su vida
se manifieste en nuestro cuerpo mortal. Así que la muerte
actúa en nosotros, y en ustedes la vida.
2 Corintios 4:7–12

D ios necesita combatientes por su reino que


perseveren en las buenas y en las malas.
Necesita personas cuyos espíritus estén en el
cielo, aunque sus vidas estén extremadamente afligidas

153
e l dios qu e sa na

y sometidas a toda clase de tormentos en la tierra.


¿Acaso Dios quiere fastidiarnos? No, por supuesto que
no, nos quiere usar, usarnos como soldados para revelar
la vida de Jesús aquí en la tierra.
Cuando sufras tribulación, toma en cuenta que debes
hacerlo de tal manera que no solo sea una victoria para
ti, sino una victoria sobre el sufrimiento en general. Esto
es lo que he experimentado con epilépticos, con ciegos,
cojos, sordos, y en general entre los llamados enfermos
incurables. Les digo: Alégrate de que estás así. Ahora
bien, trae algo de la muerte y resurrección de Jesús a
tu situación, a tu prueba, tu necesidad, tu muerte, al
dominio de lo incurable que todavía vemos delante de
nosotros. Trae algo de Cristo a tu condición. Entonces
ayudarás a conseguir la victoria para el mundo entero.
Para decirlo claramente, si nadie está dispuesto a
sufrir enfermedad, si nadie está dispuesto a asumir los
dolores de la muerte de Cristo, ¿cómo seremos victo-
riosos sobre la muerte? Si siempre estamos gimiendo y
resentidos porque no somos tan saludables como quisié-
ramos, ¿entonces de qué le servimos a Dios? ¿Cómo
puede revelarse en nuestro cuerpo la vida de Jesús?
Todos tendremos que pasar por el camino de la
muerte, pero también podemos andar en el camino de
la resurrección. Por tanto, sométete a la muerte, aunque

154
La esperanza que es nuestra

algo de ti parezca destruirse para siempre. Deja que se


destruya. Pero no temas, aunque sufras en espíritu y
tengas que comprender lo débil que eres. El resucitado
puede impregnar tu debilidad para que puedas estar
más vivo que mucha gente orgullosa que, con toda su
salud y fortaleza, se pavonean con despreocupación y
jactancia por la vida.
Cuando tengas que padecer enfermedad, en espe-
cial alguna que sea humanamente incurable, mantente
tranquilo, reflexiona y recuerda a Aquel que murió
y volvió a la vida. ¡Regocíjate! Haz uso de tu aprisio-
namiento y clama al Señor en fe. Entonces él estará a
tu lado. Serás más feliz en tu prisión que aquellos que
andan por las calles con buena salud.
Ah, amigos míos, el Salvador quiere ayudarnos en
todas las vicisitudes de la vida. Recuerda, nuestra tribu-
lación solo dura «diez días» (Apocalipsis 2:10), es decir,
poco tiempo. Aunque pueda estar en peligro tu vida, sé
fiel. Entonces recibirás el poder de la vida, no solo en el
sentido de que vivirás, sino que tendrás fortaleza, justo
donde estás, para servir a la vida más allá de ti mismo.
Tu fidelidad en verdad tendrá un significado eterno.
Christoph Friedrich Blumhardt

155
53

ENFRENTANDO
LA ETERNIDAD
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque
por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos
renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros
y efímeros que ahora padecemos producen una gloria
eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento.
Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya
que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve
es eterno.
2 Corintios 4:16–18

T ú vas hacia el cielo, al Salvador. Comparado


con muchos otros que se quedan en este mundo
lleno de lágrimas y aflicción —aunque estén
sanos—, vas a ser envidiado. Mientras tanto, apro-
vecha al máximo tu herencia en el cielo mientras
tengas todavía vida aquí en la tierra. No te vuelvas

156
La esperanza que es nuestra

malhumorado y triste, sino sé feliz en el Señor, que te


ama por toda la eternidad. Sé agradecido y dale gracias
porque ha dispuesto tu alma y te ha preparado.
Puede ser que tengas que soportar todavía más
tu sufrimiento. Quizá estés temeroso de que la lucha
pueda tornarse más difícil y dolorosa. Pero no te preo-
cupes. Fija tu mirada no en lo que se ve, sino en lo que
no se ve. Aprende a vivir un día a la vez, así como lo
haría un niño, que piensa solo en el próximo momento
y no se preocupa de nada más. Comparado con la eter-
nidad, tus tribulaciones son ligeras y momentáneas.
Tienes que volverte por completo como un niño. Eso es
lo que el Salvador quiere, porque solo puede usar niños.
Por favor piensa a fondo en esto. Trata de convertirte
en nada, sé un pecador, y busca solamente su gracia.
Solo esto cancelará las deudas que todavía se tengan
contra ti. Si te sumerges por completo en su gracia,
encontrarás un gozo perdurable. Aun los obstáculos
más pequeños saldrán a la luz y serán removidos. Eso
aliviará tu dolor y te hará mucho bien. Entonces podrás
decirle a tu Salvador: «Eres tan bueno». Encomienda
todo a la autoridad silenciosa del Espíritu Santo, quien
puede hablar mejor que tú o que yo. Créelo, el destino
de Dios para ti es un regreso victorioso.
Johann Christoph Blumhardt

157
54

TODAVÍA TIENES
UNA MISIÓN
Por eso mantenemos siempre la confianza, aunque
sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos
alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista. Así que
nos mantenemos confiados, y preferiríamos ausentarnos
de este cuerpo y vivir junto al Señor. Por eso nos empe-
ñamos en agradarle, ya sea que vivamos en nuestro
cuerpo o que lo hayamos dejado.
2 Corintios 5:6–9

T oda persona debe llegar al punto donde pueda


venir sola delante del Señor en paz y tranqui-
lidad, donde pueda poner su mirada en él con
mucho más confianza, para que, cuando llegue el
momento de partir, la unión con él sea serena y sin
preocupaciones. Jesús siempre se acerca más cuando
más nos desprendemos de las cosas de este mundo,
cuando aprendemos a aceptarlo todo con tranquilidad.

158
La esperanza que es nuestra

Mientras habitemos en el cuerpo, nuestra preocu-


pación debe ser que el Salvador pronto pueda tener
misericordia de todo el sufrimiento humano, ya sea
que vivamos o no para verlo, aun cuando implique más
trabajo para nosotros. Por eso, deja que te conviertas
en una pobre alma cuyo enfoque sea la venida del
Señor, de uno que suspira con compasión, anhelando
que el Salvador cambie pronto todas las cosas. Cuando
te entregas a esto, tienes una misión maravillosa. Tus
suspiros no serán en vano. Esto te preparará también
para un lugar en el cielo, capacitándote para ayudar en
las tareas que tendrás cuando estés allí. Seguramente
tendrás una misión, mientras el Salvador todavía tenga
trabajo por hacer.
Aunque te vayas debilitando, recibirás la certeza de
que perteneces al Salvador para siempre. Eso te conso-
lará y, a pesar de todas las dificultades que todavía
tengas que enfrentar, te dará un gozo santo. Está del
todo bien anhelar a tu Salvador y pedirle que acorte tu
sufrimiento, o más bien, que acelere tu preparación para
que nada pueda impedir tu regreso victorioso. Este es
el objetivo de mis oraciones por ti. El amado Salvador,
que te ha dado tanto, hará su parte y te responderá
con misericordia. «Dios dispone todas las cosas para
el bien de quienes lo aman» (Romanos 8:28), y cuando

159
e l dios qu e sa na

llegues al cielo, te sorprenderás de lo maravilloso que


han sido los propósitos del Señor.
Si piensas que has tenido poca oportunidad de
servir a tu Salvador, recuerda que los combatientes
también se necesitan en la eternidad, así como Cristo
mismo sigue siendo un abogado en nuestro favor (1 Juan
2:1). Recibirás tu encargo y te regocijarás en él. Solo
mantente firme y permite que se quite de ti todo lo que
pudiera estorbarte. El Espíritu de Dios seguirá obrando
en ti si te sometes voluntariamente a su voluntad. Su
consuelo radica precisamente en su amor paternal. Que
la gracia de Dios en Cristo Jesús habite en ti hasta tu
último suspiro.
Johann Christoph Blumhardt

160
55

EL AMOR DE DIOS
ES PARA SIEMPRE
Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni
los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir,
ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en
toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos
ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
Romanos 8:38–39

P ablo escribe que absolutamente nada, sea triste,


impactante o desconcertante, debe hacernos
dudar del amor de Dios. El amor de Dios es
como una roca firme e inconmovible. Nada puede sepa-
rarnos del amor de Dios.
La idea principal de nuestro pasaje se basa en las
palabras «estoy convencido». Esta esperanza segura,
esta inquebrantable confianza en Dios por medio de
Cristo, nunca se nos puede arrebatar. A través de Cristo

161
e l dios qu e sa na

tenemos la certeza de que nada puede hacernos dudar


del amor de Dios. Por mucha tribulación que experi-
mentemos, por mucho que suframos con Cristo, mucho
más seremos sus hijos amados. Tener certeza de esto,
esa es la fe.
Por esta razón, quien conozca a Cristo correcta-
mente, en especial su cruz, puede afirmar como Pablo:
Dios me ama, sea que viva o que muera. Dios me ama,
aunque estén en mi contra los ángeles de Satanás, o los
principados y poderes de las tinieblas. Dios me ama,
aunque sea atacado por sus enemigos. Dios se ocupará
de ellos cuando sea el momento oportuno. De todos
modos, Dios me ama. Ya sea que padezca tribulación
en el presente, o que me depare en el futuro, o que sea
atacado por los poderes de arriba o de abajo, Dios me
ama. No importa qué o quién quiera dañarme, o que
realmente lo haga, Dios me ama; y puedo aferrarme a
esta certeza: ¡Dios me ama!
Johann Christoph Blumhardt

162
56

HAY UNA CORONA


DE LA VIDA
Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias. El que salga vencedor no sufrirá daño alguno de
la segunda muerte.
Apocalipsis 2:10–11

C uando llegamos a estar sanos se han acabado


nuestros mejores días. Esto es porque nuestros
días difíciles se pueden convertir en días de
lucha. Cuando estamos enfermos, tenemos la oportu-
nidad de clamar al Señor de manera especial, de luchar
junto a él en su sufrimiento. Nos mantenemos por
completo con él en contra del sufrimiento del mundo.
Podemos clamar, mirar hacia el cielo —alertas y expec-
tantes— y orar de verdad: «Venga tu reino, hágase tu
voluntad» (Mateo 6:10). Cuando lo hacemos, somos
mucho más útiles al reino que aquellos que felizmente

163
e l dios qu e sa na

disfrutan de días buenos. ¿No es verdad que los días


buenos a menudo producen casi nada: un corazón
deprimido y un espíritu desganado? Pero en los días de
enfermedad, si acudimos a Dios, pueden ayudarnos a
convertirnos en ciudadanos del cielo.
La corona de la vida ya nos está esperando, se puede
sentir algo de la eternidad, algo de Dios se ha hecho
evidente en la tierra. La corona ya está ahí, el bien que
otros sienten obra aun con más poder entre nosotros.
Todos sabemos que un día un bebé príncipe llevará una
corona. Aunque no es más que un niño, sus siervos se
inclinarán ante él y mantendrá alejados a sus enemigos.
De la misma manera, ya que somos hijos de Dios,
somos vencedores que recibiremos la corona. Estamos
rodeados por siervos de Dios: ángeles y potestades
de Dios que interceden por nuestra protección. Y el
enemigo tiene que rendirse.
Para experimentarlo tenemos que estar justo al lado
de Jesús. No nos atrevemos a dar un paso sin que él vaya
con nosotros. Sin él no podemos permanecer fieles ni
siquiera por un momento. Pero con él podemos atre-
vernos a resistir la muerte. Eso es algo muy profundo
y muy difícil, pero podemos hacerlo con la fortaleza de
Dios. Y debemos atrevernos por causa de los demás. En
todas nuestras debilidades, Dios quiere que acerquemos

164
La esperanza que es nuestra

la vida eterna a nuestra existencia mortal, a pesar de


estar sujetos a la muerte. De este modo podemos
contribuir a acelerar el tiempo cuando será destruido
el enemigo final.
De esta forma la segunda muerte —los dolores de
la muerte en la eternidad— no podrá dañarnos. Ah,
amados amigos, esta segunda muerte es seria y de grave
significado para todos nosotros. Pero no temamos, el
Señor nos ayudará a permanecer fieles. Es una promesa.
Y aun si ya estamos cautivos por la muerte y el infierno,
aun si estamos aprisionados y subyugados que difícil-
mente podemos ver la luz de la vida, recordemos que
Cristo tiene la última palabra sobre todos los que apre-
cian su nombre.
Que el Señor bendiga nuestra vida juntos, que él
con su Espíritu visite a todos los que están enfermos,
para que puedan vencer los males que les acosan y no
pierdan el ánimo.
Ah, amado Salvador, danos la corona de la vida, no
por nuestra causa, sino por causa de aquellos que por
tu gloria deben también recibir vida. Danos una corona
de vida a todos los que en este pobre mundo anhelan
ser tus discípulos. Señor, danos más valor, y que seamos
más alegres. No nos desesperemos. Amén.
Christoph Friedrich Blumhardt

165
57

LA MUERTE
NO TIENE AGUIJÓN
Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo
del tiempo; y ahora lo ha revelado con la venida de nuestro
Salvador Cristo Jesús, quien destruyó la muerte y sacó a
la luz la vida incorruptible mediante el evangelio.
2 Timoteo 1:9–10

P or medio de Cristo la muerte ha perdido su


poder y por medio de él nos levantaremos de la
muerte en el tiempo señalado. Dice: «¿Dónde
está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón?» (1 Corintios 15:55).
Pero ¿cómo fue destruida la muerte, y cómo fue dada
a luz realmente la vida y la inmortalidad? Todos noso-
tros hemos de morir y todos tendremos que padecer los
terrores de la muerte. Entonces ¿de qué manera ahora
es distinto? Para empezar, para los que creemos, auque

166
La esperanza que es nuestra

tengamos que morir, la muerte es diferente de lo que


era antes de conocer a Jesús. Nuestro Salvador dice:
«El que cree en mí vivirá, aunque muera» (Juan 11:25).
Y Apocalipsis dice: «Dichosos los que de ahora en
adelante mueren en el Señor» (Apocalipsis 14:13).
Cuando lo piensas, en realidad nadie ha visto nunca
la muerte. Solamente vemos morir y la descomposi-
ción del cuerpo, pero no la muerte. Y créeme, la muerte
implica mucho más que morir. Si resulta muy mal para
el cuerpo después de la muerte, ¿cómo será para el alma,
de la que se origina la muerte del cuerpo?
En el Antiguo Testamento leemos sobre el Hades, el
mundo de los muertos. La descripción del mismo no
es una imagen muy bonita. David dice: «En la muerte
nadie te recuerda; en el sepulcro, ¿quién te alabará?»
(Salmo 6:5). ¿Quién sabe cuánto poder tenía la muerte
sobre la pobre humanidad incluso después de la muerte,
antes de la venida de Cristo?
Pero en Cristo ahora las cosas son diferentes; es
decir, las cosas son diferentes para los que han aceptado
el evangelio. De hecho, por medio de Cristo ha ocurrido
un cambio total en relación con la muerte. Cristo vino
«para destruir por medio de la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14
RV). Cristo ha destruido a la muerte y ha traído vida e
inmortalidad.

167
e l dios qu e sa na

¿Qué sucede con la muerte? Podemos decir con


confianza que los que mueren en el Señor experi-
mentan el poder de la muerte solo en la tierra, pero no
en el mundo más allá. De hecho, a través de la muerte,
llegan a nosotros la vida y la inmortalidad. La luz viene
a nosotros —una luz celestial—, precisamente cuando
se extingue la luz en esta tierra. Por tanto, podemos
decir: «Muerte, ya no tengo nada que ver contigo.
Ya no puedes fastidiarme ni acosarme. Estoy libre
de ti, aunque todavía tenga que esperar el día de la
resurrección».
Jesús fue muerto en el cuerpo, pero hecho vivo en
el Espíritu (1 Pedro 3:18). La muerte ya no tuvo más
poder sobre él, y la muerte ya no tiene poder sobre los
que mueren en Cristo, aun cuando deban esperar por
el día de la resurrección. Nosotros que pertenecemos
al Señor podemos alegrarnos cuando cerramos nues-
tros ojos y vemos al gran victorioso que ha destruido el
poder de la muerte. Lo veremos, y los que nos rodean lo
verán, cuán triunfante el alma que parte se apodera de
la vida venidera.
Johann Christoph Blumhardt

168
58

DIOS NO TE
DESAMPARARÁ
Como a las tres de la tarde, Jesús gritó con fuerza:
—Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”)
Mateo 27:46

A labado sea Dios, que Jesús pasó por el valle


de sombra de muerte por nosotros! Y para
él fue mucho más sombrío de lo que podría
ser para cualquier ser humano. Se sintió abandonado
incluso por Dios, pero en su abandono todavía pudo
clamar: «¡Dios mío, Dios mío!».
¿Comprendes lo importante que es no permitir que
te sientas abandonado por nuestro amado Señor en la
hora del desamparo? Nuestro Salvador clamó: «¡Elí,
Elí!». La palabra hebrea se forma de «El», que signi-
fica «Dios», e «í», que significa «mí», que se escriben

169
e l dios qu e sa na

juntas como un solo punto o marca. Pero con este


pequeño punto Jesús se aferró a la línea que conectaba
con el corazón de su Padre. Piensa en la fe como una
semilla de mostaza y recuerda lo que podemos lograr
con ella, de acuerdo con la promesa del Señor.
Con profunda angustia Jesús luchó en su camino a
la fe. Al hacerlo se convirtió en nuestro Salvador. Por
tanto, debemos considerar «a aquel que perseveró
frente a tanta oposición por parte de los pecadores,
para que no se cansen ni pierdan el ánimo» (Hebreos
12:3). Debido a que pasó por el valle de la muerte,
también nos puede guiar para atravesarlo. «Aun si voy
por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque
tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta»
(Salmo 23:4).
Nuestra agobiada conciencia quiere privarnos de
su consuelo. ¡Eso sí que lo pone difícil! Pero Cristo
derramó su sangre por nosotros. Así que aun nuestra
mala conciencia ya no tiene que quitarnos el valor,
siempre y cuando nos aferremos a él. «Tu vara y tu
cayado me infundirán aliento.» ¡Qué tremenda vara
de pastor puede ser Jesús para nosotros!
Mientras vamos en nuestro peregrinaje aquí sobre la
tierra, la senda constantemente atraviesa por una nece-
sidad mortal. Consolados por la propia lucha de Jesús,

170
La esperanza que es nuestra

prosigamos nuestro camino con serena tranquilidad,


aunque seamos agobiados, atormentados y atacados de
muchas maneras. Él es nuestra bendita esperanza (Tito
2:13). Aferrémonos a él —crucificado y resucitado—,
a todo costo. Vamos a tomarlo como una vara para
andar y un cayado para apoyarnos. Y sigamos siempre
adelante. Él nos guía hacia la gloria de su reino.
Johann Christoph Blumhardt

171
59

LA PROMESA DE DIOS
PREVALECE
Al probar Jesús el vinagre, dijo:
—Todo se ha cumplido.
Luego inclinó la cabeza y entregó el espíritu.
Juan 19:30

E n la Biblia la muerte no es solo una cuestión de


ser trasladado al más allá. No, la muerte es un
espíritu, que entra cuando no sabemos adónde
acudir, cuando estamos desconsolados y desesperados.
La muerte viene a nosotros cuando somos atrapados
en la marcha del tiempo, en las cosas de este mundo,
cuando no podemos ver más que el pasado, o más allá
del dinero, la casa o la tierra: eso es muerte.
Por esta razón la cuestión más importante de la vida
es: ¿hemos cumplido nuestra misión en la tierra? Si lo
hemos hecho, podemos morir con alegría. Por eso Jesús

172
La esperanza que es nuestra

dijo: «Todo se ha cumplido». No haberlo cumplido,


¡pues eso es la muerte!
Jesús también dijo: «El que cree en mí, no morirá,
aunque enfrente a la muerte. Lo llenaré de plenitud,
porque puedo cancelar sus limitaciones. Yo soy la
resurrección y la vida. Lo que comencé en la tierra lo
completaré con los lisiados y los cojos, los ciegos y los
sordos. Para cualquiera que cree en mí y vive en mí, hay
vida, que crece hacia la eternidad. ¡Tu hora ha llegado,
la muerte se acabó!».
La tristeza radica en nuestro fracaso en llegar a
la plenitud. Nos lamentamos porque arrastramos
tanto que dejamos a medias. Pero Dios enjugará esas
lágrimas de nuestros ojos. Perdonará nuestros fracasos,
enmendará de nuevo lo que esté roto y nos dará un
nuevo comienzo. Lo que no pudimos terminar, él lo
completará por nosotros, si eso es nuestro verdadero
anhelo. Esta es la promesa de la resurrección. Lo que
Adán y Eva no lograron en el paraíso, se cumplirá, y lo
que hemos fallado en hacer, será completado. Siempre
hay esperanza.
Christoph Friedrich Blumhardt

173
60

YA VIENE
LA NUEVA VIDA
El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas
todas las cosas!».
Apocalipsis 21:5

E l anhelo del mundo entero apunta hacia el


día cuando Cristo hará nuevas todas las cosas.
Sí, todo, sin excepción, todo será una nueva
creación.
Si quieres participar en esto, primero tendrás que
entregar tu propia vida. Tu vida tendrá que pasar, para
decirlo de alguna manera, por el taller de reparaciones,
aun si tienes temor de que todo tenga que desarmarse
como una vieja máquina. La Biblia dice: «¡Nuevas
todas las cosas!». Esto significa que también tendrás
que sacrificar lo que es bueno —o lo que a ti te parece
bueno—, sobre todo a lo que te has acostumbrado.
Todo tiene que pasar por el taller de reparaciones.

174
La esperanza que es nuestra

Debes rendir el mundo entero a Dios, con alegría,


por completo, cada día y en todas las circunstancias.
Mientras retengas áreas de tu vida —aunque sean
buenas—, no serán renovadas. Debes rendir todo a
Dios antes de que pueda hacerlo nuevo.
Y cuando por fin toda la voluntad de Dios, su buena,
agradable y perfecta voluntad, resida en tu corazón, y
cuando la voluntad de Dios sobre la tierra corresponda
a su voluntad en el cielo, entonces se realizarán los
milagros más grandiosos.
Christoph Friedrich Blumhardt

175
61

ESTOY CON USTEDES


SIEMPRE
Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin
del mundo.
Mateo 28:20

A medida que pasa el tiempo quizá te sientas débil


y desanimado por la naturaleza efímera de todo
lo que te rodea. Es posible que no sepas si de la
noche a la mañana permanecerá lo que más amas. En
ese momento es cuando Dios mismo se hace presente.
Él está contigo. «¡Estoy con ustedes siempre!»
La presencia de Dios es nuestra fe. Debemos vivir
en ella. Dios está con nosotros, está cerca de nosotros,
nunca estamos solos. Aunque tu destino parezca oscuro
y difícil, aunque apenas puedas ver hacia adelante, sin
embargo, no estás solo. El Salvador te ha unido a sí
mismo, algo nuevo te llenará. Un poder vendrá sobre
ti, una fuerza y una esperanza para triunfar sobre cada

176
La esperanza que es nuestra

carga que tengas que llevar.


Cada uno de nosotros está en una lucha hasta la
muerte, una lucha dolorosa. La cuestión es: «¿Cómo la
vamos a soportar?». Todos somos como un angustiado
mundo lleno de tormentas y ataques, de dolor profundo
y punzadas de muerte. Muchas veces apenas podemos
respirar. ¡Pero alégrate! Esta lucha diaria es una victoria
diaria. Seguramente te encontrarás rodeado de ángeles
grandes y poderosos, y la victoria de tu Salvador se les
revelará a ti y a los que te rodean.
«Estoy con ustedes siempre», ¡Que esta palabra sea
tu fortaleza y tu consigna! ¡Siempre! Que la presencia de
Dios esté viva en ti. ¡Alégrate! Se te ha permitido expe-
rimentar las buenas nuevas de que Dios está contigo.
Dios siempre está presente, el mismo poder que puede
redimir a todos los que se abren a él.
«Estoy con ustedes todos los días», ¿Qué días? Con
frecuencia nos sentimos solos. Nuestros días se vuelven
tan oscuros que a veces ni siquiera podemos pensar en
Dios. Nos desanimamos por todas las cosas necias que
hemos hecho. Pero incluso los días más oscuros son
días que Dios te ha dado, recuérdalo. Cada día que has
vivido pertenece a tus días. Todos esos años, horas y
momentos transcurridos que parecen desperdiciados,
todas tus experiencias, todas tus alegrías, todo lo que
te da el valor para vivir, todo lo que te deprime, te

177
e l dios qu e sa na

entristece, todo eso pertenece a tus días. Pero es en esos


mismos días y horas que entra tu amado Salvador. Si
alguno de esos días se ha ensuciado, él los limpiará. Si
son oscuros, hará resplandecer su luz sobre ellos para
que puedas alegrarte otra vez. También en tus días
felices, observa, él está presente. Él está junto a ti todos
los días. Tal vez no lo has notado, pero él ha estado y
está contigo durante todos tus días. ¡Todos tus días
están en sus manos, también tus días futuros!
Cuando miras retrospectivamente tu vida, puede
haber cosas de las que estás avergonzado. Pero, de
seguro Jesús estaba contigo. Él penetra en todos tus
días, incluso desde el primer día de tu vida (Salmo 139).
El espíritu redentor de Jesús siempre ha estado obrando
en tu vida, incluso cuando mucho de ella haya estado
mal. Dios ha estado contigo. ¡Él llega hasta todos tus
días! Tu vida entera ha sido, de una forma o de otra,
iluminada por su presencia.
¿Puedes comprender que incluso ahora, en tu pobre
y humilde cuerpo, puedes experimentar la presencia
del Salvador? Dondequiera que estés, lo que sea que
puedas o no hacer, siempre puedes representar al
Salvador. Toda tu vida y lucha, todos tus dolores y
victorias, pueden dar testimonio del Salvador. Cuando
recibes consuelo el mundo entero se consuela. Cuando
se perdonan tus pecados, hay esperanza para el mundo

178
La esperanza que es nuestra

entero. Cuando vences la agonía de la enfermedad y


de la muerte, entonces la misericordia del Salvador se
extiende a muchas, muchas personas. «Recuerda, estoy
contigo siempre, estoy contigo todos los días»: Este es
el evangelio.
En algún lugar de este mundo las tinieblas, el sufri-
miento, las cadenas y grilletes que aprisionan a la gente,
deben romperse. Quizá tú has sido escogido para estar
atado, para que las cadenas que atan a mucha más gente
puedan romperse. Tal vez sea tu turno ser abatido.
Recuerda, el consuelo que recibes puede consolar
a otros. O quizá la muerte está a tu puerta, incluso
entonces la esperanza de la resurrección puede reve-
larse por medio de ti. En todo esto, Dios mismo vendrá
a ti, Jesús se te acercará muy personalmente. Él se ha
unido a ti, pase lo que pase.
¡Por lo tanto, no temas! Cualquiera sea tu lucha, y
lo que sea que tengas que luchar ahora, aunque sea una
pequeñez, es importante para la eternidad. El poder
de Jesús puede obrar por medio de ti y fluir hacia los
demás. Permanece como un siervo dispuesto, de este
modo portarás el sello de su obra.
Todas las largas horas de espera, todas las cargas
que te agobian y atormentan, todos los poderes de las
tinieblas que no entiendes pero sientes a menudo, toda
inquietud: ¡todo esto llegará a su fin! La eternidad

179
e l dios qu e sa na

seguramente se acercará a ti. Dios mismo te sacará de


todas las eventualidades del tiempo, de todo lo que no
proviene de él, y te llevará a su misma presencia. Los
poderes eternos del amor vendrán con mucha tranqui-
lidad, y cuando lo hagan difícilmente podrás imaginar
lo grande de los poderes de Dios. Un mundo nuevo
estará delante de tus propios ojos.
Christoph Friedrich Blumhardt

180
BIBLIOGRAFÍA
La compilación de la antología en inglés, que sirvió de
base para esta versión española, fue realizada sobre las
siguientes fuentes en alemán:

Blumhardt, Christoph Friedrich, y Johann Christoph


Blumhardt: Eine Auswahl aus seinen Predigten,
Andachten und Schriften. R. Lejeune, ed., 4 vols.,
Zúrich: Rotapfel Verlag, 1925–1932.

— Hausandachten für alle Tage des Jahres. Berlín: Furche


Verlag, 1926.

— Vom Reich Gottes. Eugen Jäckh, ed., Berlín: Furche


Verlag, 1925.

— Von der Nachfolge Jesu Christi. Eugen Jäckh, ed., Berlín:


Furche Verlag, 1923.

Blumhardt, Johann Christoph: Gesammelte Werke:


Schriften, Verkündigung, Briefe. Paul Ernst, Joachim
Scharfenberg, Gerhard Schäfer, y Dieter Ising,
eds., 14 vols., Gotinga: Vandenhoeck & Ruprecht,
1968–2001.

181
LECTURAS
RECOMENDADAS
Los siguientes libros se pueden adquirir en

Plough Publishing House


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Estados Unidos
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Reino Unido
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Australia
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Oraciones vespertinas para cada día del año


Christoph Friedrich Blumhardt
Estas oraciones llenas de fe le ayudarán a acudir a Dios y
experimentar su cercanía al final de cada día.

En busca de paz
Apuntes y conversaciones en el camino
Johann Christoph Arnold
¿Dónde podemos encontrar paz para la mente y el corazón,
con nosotros mismos, con los demás y con Dios? Esa paz
existe, pero demanda una incesante búsqueda que solo se
mantiene por una visión y compromiso.

182
No tengas miedo
Cómo superar el temor a la muerte
Johann Christoph Arnold
Historias de personas ordinarias, hombres, mujeres y niños,
que encontraron la fortaleza para conquistar sus temores
más profundos.

La riqueza de los años


Encontrar paz y propósito en la edad
Johann Christoph Arnold
¿Por qué debería ser gratificante el envejecimiento?
Estas historias muestran que a pesar de las pruebas que
vienen con la avanzada edad, la vida puede tener una
nueva dimensión de significado y propósito.

Discipulado
Vivir para Cristo en la lucha cotidiana
Johann Heinrich Arnold
A veces sensible, a veces provocativo, pero siempre alentador,
Arnold guía a los lectores a llevar una vida a semejanza de
Cristo, en medio de las presiones y tensiones de la
vida moderna.

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