Riveros, M (2018), Estilos de Apego y Otras Implicancias.
Riveros, M (2018), Estilos de Apego y Otras Implicancias.
Riveros, M (2018), Estilos de Apego y Otras Implicancias.
La teoría del apego se define como la tendencia de las personas a desarrollar lazos afectivos
significativos por parte de los bebés y sus cuidadores principales. Esta tendencia natural e
inicial en la vida se va traduciendo en las conductas que van desarrollando los niños para
conseguir proximidad de las figuras de apego, ya sea en momentos de dificultad, miedo o
ansiedad (Bowlby, 1998, 2003).
Si el bebé percibe peligro o se siente angustiado por alguna razón, generalmente buscará
cercanía, proximidad o los brazos de su cuidador, es decir una zona de confort y refugio. En
ese momento de tensión donde él bebé experimenta inseguridad se manifiesta el llanto
como conducta de protesta ante la ansiedad de separación. (Bowlby, 1998, 2003; Fonagy,
& Target 2011; Lecannelier, 2006).
Se espera que el cuidador reaccione con una disposición cercana y receptiva ante el llanto
del bebe, que el infante pueda percibir a un otro amable y cálido. Una vez que el bebé se ha
calmado, se siente protegido y seguro, comenzará el momento de la exploración. De esta
manera, el cuidador del bebé sirve como una base segura para la exploración del bebé,
logrando así un equilibrio entre el apego y la exploración (Bowlby, 1998, 2003;
Lecannelier, 2006).
Cuando él bebe siente amenaza o peligro, éste intentará evitar o escapar de esa sensación,
desplegando una serie de comportamientos progresivos: cómo el llanto, aferramiento,
levantar los brazos, traslado físico, entre otros, los cuales le ayudarán acercar al cuidador.
Si los esfuerzos son exitosos y el infante logra un grado de proximidad y contención, el
sistema de apego se desactiva. Importante mencionar que, si la figura de apego está lo
suficientemente disponible y no se requiere inmediatamente ninguna otra acción de
búsqueda, el sistema se mantiene desactivado, sin embargo, el sistema de apego continúa
supervisando la situación para detectar un posible cambio (Bowlby, 1998, 2003).
Las figuras de apego ofrecen dos disposiciones relacionales: un refugio de seguridad donde
se puede acudir en momentos de peligro o angustia, y una base segura para la exploración
en situaciones de certidumbre o nivel reducido de peligro. Es relevante mencionar que el
elemento activador del sistema de apego es la inseguridad, ante lo cual se espera que las
figuras de apego actúen accesibles y receptivas para propiciar espacios de seguridad,
consuelo y comodidad, reduciendo así la inseguridad y el miedo intenso o crónico que
pueda experimentar un infante (Bowlby, 1998, 2003).
Cuando una persona confía en que la figura de apego estará disponible para él o ella
siempre que lo desee, no obstante, puede suceder el efecto contrario, el cuidador no tiene un
acceso receptivo y oportuno, sea cual fuese la situación, la dinámica de apego cobra
distintas incidencias en las personas, por lo tanto, al estar matizada de emociones y
vivencias cómo la ansiedad, pena, rabia y alegría el espacio intersubjetivo se tiñe de una
intencionalidad compartida (Bowlby, 1998, 2003).
El vínculo afectivo de la relación de apego se experimenta como amor o un sentirse amado
o amada, la figura de apego brinda un refugio de seguridad en presencia de amenaza, y una
base segura para la exploración en la ausencia de peligro. Es una relación de comodidad y
seguridad, donde otro individuo se percibe como más fuerte y sabio, por ende, la
interacción entre estos dos individuos unidos facilita una especie de impregnación al
compartir muchos aspectos de sus vidas. Así, por ejemplo, cuando los apegos de los padres
se desvanecen en la adolescencia para ser reemplazados por vínculos entre iguales, es más
preciso pensar en términos de una menor impregnación del vínculo parental que en un
debilitamiento de éste vínculo (Fonagy, & Target 2011; Lecannelier, 2006).
La calidad de los vínculos que los cuidadores establecen hacia los infantes, hace que estos
construyan un cierto estilo de apego, siendo en gran medida la conducta parental la que
origina las diferencias individuales en los niños y niñas. Este patrón inicia su formación
durante la experiencia del niño en situaciones relevantes durante el primer año más o menos
de vida (Bowlby, 1998, 2003).
La variable crucial en la formación del vínculo parece ser el grado en que las madres son
confiables y sensible a los comportamientos de apego de los bebés. Por lo tanto, las madres
de los bebés seguros se caracterizan por responder de manera sensible y apropiada a las
señales de angustia que el infante realiza para intentar ganar y mantener la proximidad. Las
madres de los bebés evitativos son consistentemente lo opuesto, rechazan los intentos de
sus bebés por ganar proximidad y no estar disponibles psicológica o físicamente cuando se
les pide. Las madres de los bebés ansiosos o ambivalente se caracterizan por la
insensibilidad a las señales del bebé, que están disponibles de manera inconsistente cuando
se desea la proximidad, se puede añadir en éste patrón que las madres manifiestan
conductas intrusivas en momentos inapropiados, estas madres tienden a rechazar los
intentos del bebé de ganar proximidad y en gran medida tratan de evitar el contacto físico
con el bebé (Bowlby, 1998, 2003).
Relevante mencionar que el número de figuras de apego que puede tener un infante es
reducido, y esto se puede observar que el niño cuando necesita ayuda o solucionar un
problema entre varios familiares cercanos, el niño elegirá al cuidador con quien ha
establecido el vínculo de incondicionalidad, es decir su refugio seguro. Por otra parte, se
habla que las figuras de apego tienen una jerarquía y no son intercambiables para el infante
(Bowlby, 1998, 2003; Kirkpatrick, 2005).
Aunque el comportamiento de apego y las diferencias individuales en la organización de
los seres humanos, se observa con mayor facilidad en la infancia y la niñez temprana, el
sistema de apego permanece activo desde la cuna hasta la tumba (Bowlby, 1998, 2003).
Debido a la maduración cognitiva y el curso del desarrollo, sé estima que la disponibilidad
y capacidad de respuesta de las figuras de apego que son significativas, o bien la falta de
ellas, se internalizan y se generaliza hacia algún otro. La expresión del apego se vuelve
menos visible debido a la maduración cognitiva y emocional que experimentan los adultos
(Bowlby 1998, Granqvist, 2002; Granqvist, Mikulincer, Gewirtz, & Shaver, 2012)
Más allá de lo que se puede observar en la primera infancia, el apego se puede comprender
no solo en forma de comportamiento físico, sino también en términos de sesgos cognitivos,
representaciones simbólicas y procesos lingüísticos relacionados con
la figura de apego. En un inicio las formas de comportamiento que producen el ajuste
psicológico en la relación de apego entre el niño y su cuidador transita desde el contacto
físico, visual o vocal, el niño logra tranquilidad si la figura de apego se encuentra dentro de
su radio de movimiento. En la edad adulta los comportamientos de regulación se han
modificado debido la internalización del patrón de respuesta, siendo útil una llamada
telefónica, correo electrónico, o encuentros ocasionales, no obstante, en momentos de alto
estrés será necesario un contacto próximo para desactivar el sistema de tensión (Bowlby,
1998, 2003; Granqvist, 2002; Granqvist et al. 2012).
Para que una persona sea reconocida como figura de apego Ainsworth (1985) resumió
cinco características definitorias que son ampliamente reconocidas:
1. El bebé busca la proximidad con el cuidador, particularmente cuando está asustado o
alarmado.
2. El cuidador proporciona cuidado y protección, es decir brinda refugio para satisfacer la
función de seguridad en el infante.
3. Él bebe experimenta una sensación de seguridad, específicamente se desarrolla la
función de base segura.
4. La amenaza de separación causa ansiedad en el infante.
5. La pérdida de la figura de apego causaría dolor e inseguridad en el bebé.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICA.
Bowlby, J. (1988). A secure base: Parent-child attachment and healthy human development. NY:
Basic Books
Bowlby, K. (2003). Vínculos Afectivos: formación, desarrollo y pérdida. Madrid: Morata
Cassidy, J. (1999). The nature of the child's ties. In J. Cassidy & P. R. Shaver (Eds.),
Fonagy, P., & Target, M. (2011). Apego, Trauma y Psicoanálisis. El lugar de encuentro entre
psicoanálisis y neurociencias: ¿Por qué nos hacemos esto? Revista mentalización, 1, 1-30.
Granqvist, P. (2002). Attachment and Religion: An Integrative Developmental Framework.
Universitatis Upsaliensis. Comprehensive Summaries of Uppsala Dissertations from the Faculty of
Social Sciences, 116, 1- 94.
Granqvist, P., Mikulincer, M., Gewirtz, V. & Shaver, P. (2012). Experimental findings on God as
an attachment figure: Normative processes and moderating effects of internal working
models. Journal of Personality and Social Psychology, 103 (5), 804-818.
Lecannelier, F. (2006). Apego e Intersubjetividad: Influencia de los vínculos tempranos en el
desarrollo humano y la salud mental. Santiago de Chile: LOM.