Catequesis Sobre La Confirmación Hoy

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CONFIRMACIÓN

El sacramento de la confirmación es uno de los siete sacramentos que administra la


Iglesia Católica (también celebrado en otras denominaciones cristianas). Está
considerado entre los sacramentos de iniciación cristiana siendo recibido en segundo
lugar después del bautismo) o después de la Penitencia y la Eucaristía)

Contenido: 1 Orígenes 2 Desarrollo del rito 3 Elementos teológicos 3.1 Materia 3.2 Signos 3.3 Forma 3.4 El ministro
3.5 El sujeto 3.6 Preparación 4 Teología del sacramento 4.1 Sentido del término confirmación 4.2 Necesidad 4.3
Efectos

La confirmación: un nuevo Pentecostés para los bautizados


En el camino de la iniciación cristiana un paso esencial y necesario es el de la
confirmación. Por este sacramento los bautizados reciben la efusión plena del Espíritu
Santo con el que ya fueron consagrados el día de su bautismo, para ayudarles a madurar
y crecer como cristianos.
La confirmación es, pues, para los bautizados un nuevo Pentecostés. Como en su día con
los Apóstoles, reunidos en el cenáculo con María, el Espíritu Santo, por la imposición de
manos del obispo y la unción con el Crisma, configura a los bautizados más plenamente a
Jesucristo y les vincula más perfectamente a la Iglesia, confirmándoles en la misión de
ser, en medio del mundo, testigos de la muerte y resurrección del Señor Jesús, y
apóstoles de su evangelio, que han de anunciar con valentía y sabiendo dar razón de su
esperanza a cuantos se lo pidan (cfr. 1 Pe 3,15).

ORÍGENES: La imposición de manos era un rito ya consagrado en el Antiguo Testamento e


indicaba una bendición o confería funciones especiales. También el uso de unción con aceite con
intención de santificar. De hecho la unción con crisma forma parte también de los sacramentos de
la ordenación sacerdotal y la Unción de los enfermos, y que Cristo significa el Ungido.

En la Iglesia Ortodoxa se denomina crismación, es decir unción con el crisma. En latín se


denominó mucho tiempo consignatio.

DESARROLLO DEL RITO

Al inicio de la Iglesia católica, cuando se daban largos períodos de catecumenado, los tres
sacramentos de la iniciación cristiana eran recibidos conjuntamente. Hay testimonios
escritos desde Hipólito y su narración de la liturgia hacia el 215 (en su tratado sobre la
tradición apostólica) para la distinción de dos unciones, una dependiente del bautismo y
otra posterior tras la vestición y dentro de la Iglesia. Era conferida por el obispo.

El rito católico actual consiste en que el confirmando, junto con su padrino, se acercan al
obispo o a la persona capacitada por éste para impartir dicho sacramento, quien haciendo
la señal de la cruz en la frente del confirmando con crisma, pronuncia la siguiente frase:
"[nombre], Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo" el confirmando responde
"Amen”, y la paz esté contigo", a lo que el confirmando responde "y con tu espíritu"

En las Iglesias orientales, tanto católicas como ortodoxas, suele administrarse la


confirmación inmediatamente después del bautismo, que viene a completar. En la Iglesia
latina rige la misma práctica cuando el bautizando ha alcanzado ya el uso de razón en el
momento de recibir el bautismo.
ELEMENTOS TEOLÓGICOS

Materia
En tiempo de los apóstoles, al parecer, era la imposición de manos acompañada por una
oración. Pero la idea de la unción también se abrió paso en el Nuevo Testamento. Desde
el siglo III tanto la imposición de manos como la unción son parte del rito.

A la hora de explicar la relación entre la imposición de manos y la unción con el crisma,


existen variadas interpretaciones. Aunque Pablo VI fijó ambos ritos, se indica que el
necesario para la validez del sacramento es sólo la unción. El crisma se prepara con
aceite de oliva mezclado con perfume. No se admite aceite animal o mineral.

Signos
- La imposición de las manos como invocación del Don del Espíritu Santo. - La crismación
unida a las palabras "Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo "que es el rito
esencial de la confirmación. Es el gesto eficaz que confiere el Don del Espíritu Santo, y es
el signo de nuestra participación en la misión de Cristo, profeta, sacerdote y rey y
servidor. - La signación, unida a la crismación, expresa el carácter indeleble con que
hemos sido marcados al recibir la unción del Espíritu, como fruto de la Cruz de Cristo.
Forma
Ha experimentado grandes variaciones a lo largo de la historia. En todos los ritos las
fórmulas expresan directa o indirectamente el doble efecto de la confirmación, a saber, el
carácter y la gracia.
El ministro
En la Iglesia latina el ministro ordinario de la confirmación es el Obispo; pero también
administra válidamente este sacramento el presbítero dotado de facultad por el derecho
universal o por concesión peculiar de la autoridad competente. El canon 885 indica cuáles
son los presbíteros que tienen esa facultad por el derecho universal.

En las Iglesias orientales, incluso las católicas, el ministro ordinario es el presbítero, que
usa óleo santo consagrado por el obispo o por el patriarca (cánones 693-694 del Código
de Cánones de las Iglesias Orientales).

El sujeto
En la Iglesia latina "el sacramento de la confirmación se ha de administrar a los fieles en
torno a la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra
edad, o exista peligro de muerte o, a juicio del ministro, una causa grave aconseje otra
cosa" (Código de Derecho Canónico, canon 891). Como es sabido, se presume que quien
tiene cumplidos los siete años tiene uso de razón (canon 96 § 2).

Preparación
El proceso normal de catequesis en una parroquia puede durar entre uno y cuatro años,
dependiendo del contenido. En éste se pueden destacar temas como la Iglesia, María, los
sacramentos, la Biblia, los evangelios, la oración, la Eucaristía, el perdón, la resurrección,
etc. La Iglesia Católica requiere, si el confirmando ha alcanzado la discreción, que su
formación incluya al menos el conocimiento del Padre nuestro, el Ave María, el credo y los
diez mandamientos. El confirmando debe encontrarse en estado de gracia (sin pecado
mortal), pero, aunque es ilícito recibirlo en pecado, el sacramento es válido, si bien sus
efectos sacramentales (los dones del Espíritu Santo) no se disfrutan hasta que se obtiene
la absolución.
Teología del sacramento
En este sacramento, al confirmando, tras recibir una catequesis previa si tiene edad
suficiente, se le pide que acepte de forma libre y consciente las promesas y renuncias
realizadas en el bautismo, normalmente por sus padres y durante su primera infancia.

Tiene por fin que el confirmando (el que es confirmado) se fortalezca con los dones del
Espíritu Santo, completándose la obra del bautismo. Los siete dones del Espíritu Santo,
que se logran gracias a la confirmación, son: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza,
ciencia, piedad y temor de Dios. El sacramento pretende lograr en el fiel un arraigo más
profundo a la filiación divina, que se una más íntimamente con su Iglesia, fortaleciéndose
para ser testigo de Jesucristo, de palabra y obra, ya que por él será capaz de defender su
fe y de transmitirla, lo que por el sacramento se compromete a hacer activamente.

Sentido del término confirmación


La teología católica considera errónea la concepción según la cual la confirmación es la
ocasión para que el cristiano acepte voluntariamente formar parte de la Iglesia, una vez
alcanzada la madurez personal y tras un bautismo normalmente producido en los
primeros días de vida. El término no alude a que el confirmando confirme su adhesión a la
fe, sino a que es confirmada su admisión en el seno de la Iglesia por el obispo. La
pertenencia a la Iglesia se firma irremisiblemente en el momento del bautismo y sólo cesa
por la excomunión, aunque ni siquiera ésta borra los efectos del bautismo.

Necesidad
La confirmación perfecciona la gracia recibida por el bautismo y el carácter sacramental
que otorga desarrolla el sacerdocio común al que pertenece el fiel.

Aunque el código de derecho canónico indica que los «fieles están obligados a recibir ese
sacramento en el tiempo oportuno» (cf. canon 890), su no administración no condiciona la
validez del bautismo ni la del matrimonio aunque sí la del orden sacerdotal.....

Efectos
De acuerdo con el Catecismo de Juan Pablo II, los efectos de la confirmación son: -
introducción más profunda en la filiación divina - unión más firme con Cristo - aumento de
los dones del Espíritu Santo - perfección mayor de nuestro vínculo con la Iglesia.

“De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión plena del Espíritu
Santo, como fue concedida en otro tiempo a los apóstoles el día de Pentecostés”
(Catecismo, 1302).

El Catecismo continúa así su explicación: “Por este hecho, la Confirmación confiere


crecimiento y profundidad a la gracia bautismal” (Id., n. 1303).

Además, la Confirmación tiene también otro efecto: “imprime en el alma una marca
espiritual indeleble, el ‘carácter’, que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano
con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su testigo (cf.
Lucas 24, 48-49)” (Id., n. 1304).

“El ‘carácter’ perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y el


confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente, y como en virtud de
un cargo (quasi ex officio).
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

I. NOCION

La confirmación es el “don del Espíritu Santo”, y, por ello, un nuevo Pentecostés. Como
sacramento de la consagración en la iniciación cristiana, acaba el bautismo y prepara
normalmente para la plena comunión eclesiástica en la eucaristía. Estos tres
sacramentos de la iniciación cristiana, nos comunican la acción salvífica del Padre, en
el Hijo, por su Espíritu, y deben ser estudiados en su unidad orgánica.

II. LA CONFIRMACIÓN, SACRAMENTO DE LA NUEVA LEY

Este sacramento, como todos los otros, fue instituido por Jesucristo, pues sólo Dios
puede vincular la gracia a un signo externo. Existen repetidas predicciones de los
profetas relativas a una amplia difusión del Espíritu divino en los tiempos mesiánicos
(cfr. Is 58,11; Ez 47,1; Joel 2,28) y conocemos el reiterado anuncio por parte de Cristo
de una nueva venida del Espíritu Santo para completar su obra (cfr. Jn 14,16.26;16,13-
15; 1Jn 2,3). Los Apóstoles, hacen constar la institución de un sacramento distinto del
bautismo, para conferir la plenitud del Espíritu (cfr. Hch 8,14 - 17; 19,6; Heb 6,2; Tim
4,14).

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La confirmación perfecciona la gracia


bautismal; es el sacramento que da el Espíritu Santo para enraizarnos más
profundamente en la filiación divina, incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más
sólido nuestro vínculo con la Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a
dar testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras.” CEC 1316

III. EL PROBLEMA SOBRE LA CONFIRMACIÓN.

Básicamente se ha venido planteando lo siguiente:


1. si el bautismo confiere el Espíritu Santo, ¿por qué es necesaria la confirmación?,
2. ¿es la imposición de las manos (o de la mano) o la unción con el santo crisma lo
que confiere el sacramento de la confirmación?;
3. si inicialmente estaban unidos el bautismo y la confirmación, ¿por qué se
separaron?

Algunos teólogos actuales opinan que la mayor parte de los estudios sobre la
confirmación no llegan a convencernos, pues muy frecuentemente se abordan los
problemas en una perspectiva demasiado estrecha. Desde comienzos de la edad
media los teólogos escolásticos se esforzaron en definir la naturaleza propia de la
confirmación en oposición al bautismo y eventualmente también a la eucaristía, por el
análisis de los frutos de este sacramento.

Este método se basa en “axiomas” de una teología sacramental excesivamente


pobre, en la cual los sacramentos son considerados con demasiada exclusividad
como “instrumentos de la gracia” y no se acentúa suficientemente que ellos son
“misterios salvíficos de la Iglesia” y, además, se establecen diferencias excesivas
entre las gracias llamadas “sacramentales”, sin resaltar que hay una sola fuente
primigenia de toda gracia, sea sacramental o no lo sea.
Teniendo en cuenta que toda gracia está necesariamente contenida en la presencia
salvadora de la Trinidad y, por tanto, ha de ser entendida como una realidad salvífica
que desciende del Padre, según la imagen del Hijo y por la virtud perfectiva del
Espíritu, la actividad propia de los sacramentos en general y de la confirmación en
particular ha de ser considerada como algo inseparable de esta dinámica amorosa
de las tres personas divinas, tal como está atestiguada visiblemente y realizada
sacramentalmente en la oración litúrgica de la Iglesia.

Hay que partir del hecho de que la confirmación es uno de los tres sacramentos de la
iniciación cristiana, que juntos constituyen la plenitud de la existencia cristiana y por
tanto deben ser estudiados en su unidad orgánica puesto que nos comunican la
acción salvífica del Padre, en el Hijo, por su Espíritu. Por otra parte, respecto de la
confirmación, el NT y la tradición, lo mismo litúrgica que teológica, presentan una
armonía notable en relación con el hecho central de que este sacramento nos
confiere ante todo el “don del Espíritu” y esta verdad debe guiar nuestra reflexión
más que ninguna otra y llevarnos a los dominios de una teología sacramental,
eclesiástica y trinitaria.

3.1. LOS DATOS DE LA REVELACIÓN

3.1.1. La Escritura.

No es suficiente fundar nuestro estudio sobre la confirmación en los escasos textos de


los Hechos que atestiguan probablemente la existencia de un rito todavía muy
rudimentario en el tiempo apostólico: oración, imposición de manos, don del Espíritu
Santo, atestiguado también por el carácter carismático de la Iglesia primitiva (Hch 8, 12-
17; 19,1-7; Heb 6,2 es menos seguro). Una teología bíblica de la confirmación se apoya
necesariamente en la teología del dinamismo salvífico del Espíritu Santo como don
mesiánico del Señor resucitado (Jn 19,30), comunicado corporativamente a la Iglesia
naciente (Hch 2,1-47), universalmente a las naciones (Hch 10 - 11,18: Pentecostés de
los gentiles) e individualmente a cada fiel (p. Ej., Hch 1,7-8 : tema central del libro de
los Hechos). Deberemos seguir la Escritura allí donde se remonta hasta el misterio de
la encarnación como misión del Padre y tipo de nuestra nueva existencia. En efecto, en
el bautismo de Juan, Cristo fue entendido y consagrado como profeta y Mesías; él
predicó, hizo milagros y oró, murió (Heb 9,14) en y por la virtud del Espíritu (cfr. Lucas).

Es evidente que la actividad propia del Espíritu sostiene y mueve toda la existencia
cristiana desde el nacimiento de la fe. I. de la Potterie, recogiendo una tradición muy
antigua, ha hecho ver que la “unción del cristiano” no tiene significación ritual, sino
espiritual, guardando una relación de analogía con la unción de los profetas en el AT y
la unción profética de Cristo (Lc 4,18; Hch 4,27; 10,38; Heb 1,9). Pablo la considera en
su relación con el sello del bautismo, mientras Juan descubre su influencia en todo el
desenvolvimiento de la vida cristiana por la fe que precede (1Jn 5,6), acompaña (Jn 19,
34.35) y sigue (3,5) a la recepción del bautismo cristiano. Esta fe es “confirmada” por el
Espíritu. Si es menester renacer por el agua del bautismo, también hemos de renacer
por el espíritu, es decir, por la fe en la palabra (Jn 3,5; 19,35; 1Jn 5,6-8). Esta doctrina
corresponde perfectamente a la de los sinópticos sobre la necesidad de la fe para la
salvación eterna.
El Espíritu es también la fuente de nuestra caridad, anima nuestra oración, es la fuente
de los carismas por los que “edifica” la Iglesia y la consagra como templo de Dios en la
“comunidad”. El es verdaderamente el alma de toda existencia cristiana. Por la fe está
ya presente en el bautismo y en la eucaristía, tradición que la Iglesia antigua conservó
en la práctica de la epíclesis.

Esta doctrina muy rica y matizada no impide al NT distinguir el bautismo de la


confirmación. El bautismo está puesto en relación únicamente con la salvación, la
remisión de los pecados, la nueva creación, la entrada en la Iglesia y, sobre todo, con
la pertenencia a Cristo. La confirmación, por lo contrario, está referida únicamente al
“don del Espíritu”, cuya naturaleza queda definida ante todo por la experiencia del
primer Pentecostés. Sería, sin embargo, equivocado querer separar estos sacramentos
como dos entidades distintas. Es evidente que, para la Iglesia primitiva, forman juntos
un solo rito de iniciación (Hch 10, 44-48). Teológicamente, dependen ambos del
misterio inicial del bautismo de Cristo en el Jordán (Jn 1, 19-34). Por lo demás, sobre
todo para Pablo, la vida cristiana es inseparablemente vida en Cristo y en el Espíritu.

III.1.2. La tradición.

El texto esencial, siempre citado por la Tradición occidental, a favor de la confirmación,


es el episodio de los fieles de Samaría, que han recibido el bautismo de manos del
diácono Felipe y a los que Pedro y Juan imponen las manos. “Desde su llegada, oraron
por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo, porque todavía no había descendido
sobre ninguno de ellos, sino que sólo habían sido bautizados en nombre del Señor
Jesús. Entonces los apóstoles les impusieron las manos y ellos recibieron el Espíritu
Santo.” (Hch 8,15.16)

Para un cierto número de exegetas modernos, Lucas no tiene en consideración el


bautismo o siquiera el don del espíritu, sino la Iglesia en su unidad, constituida por la
única comunidad apostólica de Jerusalén. Se trata en esta ocasión de integrar a
todos los individuos o grupos flotantes en la Una Sancta. La visita apostólica
incorpora a los discípulos bautizados por Felipe, venidos de la disidente Samaría, a
la comunidad de Jerusalén, que ha recibido el Espíritu y la misión de darlo.

Lucas parece desviar el relato en el sentido de su eclesiología: describe una Iglesia


idealizada en la que no hay sitio para las comunidades no integradas, en la que Dios
mismo dirige la misión hacia los paganos y la inaugura, pero siempre en conexión
con Jerusalén. El autor muestra, frente a las resistencias judías, que Dios sanciona la
manera de obrar de la Iglesia.

La separación entre el bautismo y la imposición de manos puede explicarse, en


consecuencia, por las preocupaciones de Lucas, que son mostrar la libertad
soberana del Espíritu y la apostolicidad de la Iglesia de Jerusalén: de Jerusalén
vienen los profetas, de Jerusalén viene la salvación.

Así pues, parece difícil apoyarse en los Hechos para afirmar un sacramento del
Espíritu separado del bautismo. Si no, ¿cómo explicar el silencio de Pablo y de Juan,
el silencio de los tres primeros siglos, la ausencia de una denominación propia y la
tradición de la unidad, que se ha mantenido en Oriente?
En vez de apoyarse en un texto aislado y separado de su contexto, ¿no habría
motivo para buscar el vínculo que existe entre el Espíritu y la Iglesia, entre el papel
del Espíritu y el misterio de la salvación? La teología de la confirmación habrá de
gestarse partiendo de esta reflexión, enraizada en el cuarto Evangelio y en el
conjunto de los escritos de Lucas y de Pablo.

En los orígenes cristianos, el rito de iniciación, cualquiera que sea su nombre, abarca
el baño de agua y la comunicación del Espíritu. Si el rito del baño es materialmente
invariable, no sucede lo mismo con el don del Espíritu; aquí el rito no está precisado
con igual nitidez. Para el don del Espíritu, no hay que poner en el mismo plano el
efecto y el rito. El efecto es primordial y constante, el rito es secundario y mutable.

Desde el siglo III la multiplicación de las conversiones, el crecimiento del número de


bautismos, la mortalidad infantil, colocan a la Iglesia ante un dilema:

- o delegar el poder ordinario del obispo en los sacerdotes, que hasta entonces
bautizaban con el obispo, incluido el rito que sella el bautismo, a riesgo de expresar
menos claramente la unidad visible de la comunidad eclesial;

- o reservar la consumación (unción o imposición de manos) al obispo, jefe de la


Iglesia local, a riesgo de romper la unidad sacramental.

La primera solución fue adoptada por Oriente y España; la segunda por Roma.

Oriente.

En Oriente, los textos canónicos, litúrgicos y mistagógicos atestiguan a la vez la


unidad de la iniciación bautismal y una cierta fluidez de los elementos que la
componen (unciones, signación, imposición de manos). La Didascalia de los doce
apóstoles nos proporciona el documento más antiguo. En ella, el bautismo
comprende una unción iniciada por el obispo sobre la cabeza, con la imposición de
manos, y terminada por el diácono o la diaconisa. Sigue a la inmersión bautismal con
la invocación trinitaria y no se hace mención de ningún rito posbautismal

En términos generales, desde los primeros tiempos, Oriente ha venido confiriendo los
sacramentos de iniciación de la vida cristiana en un solo rito, y su preocupación es
subrayar la unidad de toda la iniciación y la acción continua del Espíritu Santo a lo
largo de toda la celebración.

Occidente.

El primer testimonio nos llega no de Roma, sino de África. Tertuliano nos ofrece una
descripción de la iniciación cristiana. La inmersión bautismal va seguida de una
unción con el santo crisma, que expresa la identificación del bautizado con Cristo,
ungido por su Padre. La celebración se termina con la imposición de la mano. Esta
comprende, además de una plegaria, la imposición de la mano del obispo, con una
bendición, en forma de señal de la cruz, sobre la frente. Lo propio de la ceremonia,
que no comprende crismación, es hacer que el Espíritu Santo descienda y tome
posesión del bautizado, reconquistando la sede de su posesión primitiva.
Cipriano cubre una etapa más. Distinguiendo el baño de agua, que hace renacer en
la Iglesia, de la imposición de la mano, que da el Espíritu, habla de “uno y otro
sacramento”, lo cual puede significar, simplemente, uno y otro rito. Pero tiende a
distinguir el baño, cuyo efecto es negativo - la remisión de los pecados - , de la
imposición de la mano, que da el Espíritu. Cipriano aun cuando mantiene la unidad
de la acción bautismal, atribuye un efecto particular a uno y a otro rito.

Hipólito describe la liturgia bautismal como sigue: el obispo inicia la acción bautismal
con la bendición de los dos aceites: el del exorcismo y el de la acción de gracias. Hay
que anotar que la Tradición presenta el bautismo como una concelebración del
obispo con presbíteros y diáconos. Al salir del baño, los bautizados reciben una
unción del aceite de acción de gracias, de manos de un sacerdote. Una vez que se
han vestido, los neófitos son conducidos al interior de la iglesia, donde se halla el
obispo. Este les impone la mano, primero colectivamente haciendo la invocación:
“Señor Dios, tú has hecho a tus servidores dignos de recibir la remisión de los
pecados por el baño de regeneración del Espíritu Santo. Envíales tu gracia, para que
te sirvan según tu voluntad. Pues tuya es la gloria, Padre, Hijo, con el Espíritu Santo
en la Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.”

Sigue una segunda unción sobre la cabeza, con imposición de las manos, y con la
fórmula: “Yo te unjo con el óleo santo en el Señor, Padre todopoderoso, Cristo Jesús
y el Espíritu Santo”. Terminada la unción, el obispo da el beso de paz. Hasta este
momento, los neófitos pueden participar en la plegaria del pueblo.

En el siglo IV, el rito milanés del bautismo comprende como ritos postbautismales: la
unción de la cabeza, el lavatorio de pies y la invocación del Espíritu por
consignación.

IV. La separación del bautismo y la confirmación.

IV.1. Antes de la Edad Media. Al contrario de Oriente, la Iglesia de Roma reserva el


sello del Espíritu al obispo, jefe de la Iglesia local. Pero las Iglesias occidentales
estuvieron lejos de adoptar uniformemente esta práctica, ni siquiera en Italia. En la
Galia, el concilio de Riez del año 439, autoriza al sacerdote que bautiza a confirmar.
En España, desde el siglo IV y hasta finales del XI, los documentos atestiguan que
los presbíteros administraban la confirmación cuando bautizaban en ausencia del
obispo, o incluso en presencia de éste, con su mandato.

Más que de diferir el bautismo, se introduce el uso de bautizar a los niños, sin
esperar a la imposición de manos del obispo.

Las razones son múltiples: mortalidad infantil, bautismo en las clínicas, multiplicación
de las parroquias rurales sin pilas bautismales, etc.

Lo cierto es que la separación entre bautismo y confirmación aparece como una


“evolución secundaria”, limitada geográficamente; no se introduce en la Iglesia
occidental sin dificultades ni vacilaciones, debidas, a la vez, a la distribución de los
ritos de una y otra parte (¿dónde empieza uno y acaba el otro?) y a la voluntad de
explicar la intervención episcopal. Estas dificultades se reflejan en el concilio de
Orange, del año 442, que descarta la doble crismación, practicada en Roma y su
área, para limitarse a la crismación bautismal efectuada por el sacerdote con el
crisma bendecido por el obispo.

Los términos “confirmar” y “confirmación”, que empiezan a imponerse en la Galia, en


los concilios de Riez y de Orange, no expresan un rito caracterizado sino la
intervención terminal del obispo.

V.2. La Edad Media

La separación progresiva de la confirmación respecto del bautismo obliga a dotar a


aquélla (a la confirmación) de una estructura litúrgica autónoma, cuando no es dada
durante la vigilia pascual o pentecostal. El obispo la utiliza en su iglesia, en el curso
de la semana pascual o durante sus visitas pastorales, que empiezan a multiplicarse
a tal efecto.

En la época carolingia, la imposición de la mano aparece junto con la consignación


de la frente. El sacramentario gelasiano acreditó el doble rito de la imposición de la
mano con la unción del santo crisma, pero Santo Tomás no menciona ya la
imposición de manos puesto que afirma que la crismación ha reemplazado a dicha
imposición, lo cual ha pasado al Decreto a los armenios.

Inocencio VIII (1485), al adoptar el pontifical de Durando de Mende (+ 1296), el


Rationale divinorum officiorum (por obra del cual se implanta la “bofetada” en la
mejilla), hace desaparecer la imposición de manos, como lo atestiguan los concilios
de Florencia y de Trento. Ésta vuelve con Benedicto XIV, León XIII y el actual
Derecho canónico, e incluso tiende a constituirse nuevamente en el rito esencial.

Si las fluctuaciones y las mutaciones en el rito no parecen inquietar a los maestros de


la escolástica, la institución y la eficacia de la confirmación los ponen visiblemente en
aprietos. Alejandro de Hales y Buenaventura hacen remontarse la institución al
concilio de Meaux (845), en tanto que Santo Tomás busca el origen en las Escrituras.

La enseñanza relativa a los efectos del sacramento descubre nuevas dificultades. Si


la enseñanza sobre el carácter sacramental es universalmente atestiguada desde
Guillermo de Auvernia y Pedro Lombardo, no sucede lo mismo cuando se trata de
delimitar los efectos. Amalario de Metz (+850) había afirmado que la confirmación
confería después de la muerte una mayor gloria en el cielo.

La primera escolástica ve en la confirmación sobre todo el aumento de la gracia y la


fuerza para luchar. Este tema es repetido por toda la teología medieval, que insiste
en el hecho de que el sacramento da aptitud para confesar valerosamente la fe y
hace de ello un deber. San Buenaventura comparte esta opinión y santo Tomás ve
en este sacramento lo que lleva al bautizado a la edad adulta de la vida cristiana.

IV.3. La Edad Moderna

Los reformadores rechazaron la confirmación en términos enérgicos. Todos están de


acuerdo en reconocer que no puede tratarse de un sacramento. Lutero escribe:
“buscamos los sacramentos instituidos por Dios y no hallamos ningún motivo para
contar la confirmación entre los sacramentos. Para fundamentar un sacramento, es
necesario, ante todo, tener una promesa divina por la cual la fe esté sometida a una
obligación. Pero en ninguna parte leemos que Cristo haya formulado una promesa
relativa a la confirmación, aunque Él mismo impusiese las manos a muchas
personas.” Este texto de Lutero muestra, por lo menos, que él conservó como rito
característico de la confirmación la imposición de manos.

Calvino, a su vez, rechaza la confirmación: “la cual ni siquiera puede nombrarse sin
ultrajar el bautismo”, pero reconoce una instrucción cristiana por la cual los niños, o
aquellos que hubiesen pasado la niñez, viniesen a exponer la razón de su fe ante la
Iglesia.

El concilio de Trento vino a dar cierta respuesta a los cuestionamientos que


proponen los reformadores respecto a la confirmación. Afirmó que no es necesaria
con necesidad de salvación, pero no se pronunció acerca de su estructura o de sus
efectos.

V. El Magisterio.

El primer texto conciliar que distingue netamente la imposición de manos del obispo y
el bautismo, administrado por el sacerdote, pertenece al concilio de Elvira (Dz 52). Y
al de Arles, del año 314, el primero relativo al bautismo de los herejes (Dz 53).

En Oriente, el concilio de Laodicea (hacia el 363), en el canon 48 afirma: “es


necesario que quienes han sido bautizados, sean, después del bautismo, ungidos
con el crisma celestial y hechos partícipes del reino de Cristo”.

Inocencio II establece una especie de equivalencia entre la crismación y la


imposición de manos. Y explica el término “confirmación” por el hecho de que ésta
concede el Espíritu Santo, (Dz 419).

El concilio de Lyon, en 1274, afirma que la confirmación es uno de los siete


sacramentos de la Iglesia (Dz 465), afirmación recogida por el Decreto a los
Armenios (Dz 695), el cual precisa que la materia es el crisma bendecido por el
obispo (Dz 697).

El concilio de Trento define que:

_ la confirmación es uno de los siete sacramentos (Dz 844),

_ es dada por medio del crisma (Dz 872),

_ el obispo es el ministro ordinario de la misma (Dz 873).

Finalmente, el concilio Vaticano II afirma: “El sacramento de la confirmación hace


más perfecta la vinculación con la Iglesia, y quienes lo reciben son enriquecidos con
la fuerza especial del Espíritu Santo y obligados así más estrictamente a difundir y a
defender la fe, con la palabra y con la acción, como verdaderos testigos de Cristo”.
Lumen Gentium 11.
Además el concilio Vaticano II no habla ya del obispo como ministro ordinario, sino
originario, para tener en cuenta a las Iglesias orientales, según dijo la comisión
preparatoria.

VI. Teología de la confirmación.

Para elaborar una teología de la confirmación necesitamos tener en cuenta tres


problemas: 1. Espíritu Santo e Iglesia, 2. Espíritu Santo y bautismo, y 3. bautismo y
confirmación.

VI. 1. Espíritu santo e Iglesia. La Iglesia es creación y don del Espíritu. En ella, el
Espíritu da y se da, en la Palabra y en los sacramentos. Y no da ni se da al individuo
sino en la medida en que da y se da a la Iglesia, por cuya mediación da y se da a los
nuevos miembros.

El Espíritu da y se da libremente. Se sujeta a los sacramentos, pero la Iglesia no


puede sujetarlo sin caer en el pecado de magia. El pecado de Simón el Mago fue
precisamente querer disponer del Espíritu e imaginar que los apóstoles disponían del
Espíritu en vez de lo contrario. El Espíritu habita en la Iglesia y en cada uno de sus
miembros libremente, sin identificarse ni a la una ni a los otros, sino construyéndolos
juntamente como un templo de piedras vivas que Él viene a habitar. La Iglesia es,
pues, el edificio del Espíritu, da testimonio, por fuera, del Espíritu que la habita por
dentro. Así, el templo del Espíritu se edifica mediante el concurso de todos sus
miembros.

En Pablo y en Juan, la Iglesia nace a raíz de la resurrección de Cristo, y el Espíritu


es dado el día de Pascua, pues Él se da en el misterio pascual, que es manifestación
del Espíritu.

En el apóstol Pablo, el Espíritu es dado no para unas acciones excepcionales, sino


para transformar la existencia misma de los fieles. Sin el Espíritu no hay vida nueva,
sin el Espíritu no hay comunidad escatológica, sin el Espíritu no hay Iglesia
misionera, porque sin Él no existe ni Iglesia ni misión. Al resucitar a Cristo, el Espíritu
pone los cimientos de una nueva creación, de la que Cristo es el primogénito y los
cristianos hermanos suyos. Cipriano dice “Así, la Iglesia entera aparece como el
pueblo unido con la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

VI.2. Espíritu Santo y bautismo. Toda la iniciación bautismal, desde su preparación


hasta su consumación, es obra del Espíritu. Nada se opera fuera de Él: olvidar esto
sería caer en una concepción mágica del sacramento.

Un recurso a las fuentes bíblicas permite descubrir en el cuarto Evangelio que el


Espíritu da, en el bautismo de agua, remisión de los pecados, nueva creación, vida
eterna. La teología patrística no perdió nunca de vista este principio fundamental,
puesto vigorosamente en evidencia después del concilio de Nicea.
Lo que distingue el bautismo cristiano del bautismo de Juan Bautista, no es que en él
el don del Espíritu se añada a la inmersión, como podría hacerlo creer cierta
presentación, sino que él opera toda la obra de la justificación y de la creación nueva,
ya se trate de la Iglesia o de cada uno de sus miembros. San Ambrosio dice:
“sobreviniendo a la fuente bautismal o sobre los que se presentan al sacramento,
opera en éstos verdaderamente la obra del nuevo nacimiento”.

Operando la obra salvífica, la acción del Espíritu señala la unidad y la progresión de


las profecías a la realidad, de los acontecimientos evangélicos a su prolongación
sacramental. Las sucesivas invocaciones, que imploran a Dios o al Espíritu en cada
rito, son una confesión de la fe que discierne al Espíritu que da y se da.

En la persona de Cristo, el Espíritu, que había abandonado a los hombres cuando


pecaron, es devuelto en el nuevo Adán a toda la raza adánica. Incorporados al
cuerpo de Cristo por el bautismo, los cristianos son ungidos a su vez y “marcados en
el corazón con el sello del Espíritu que nos es dado como arras” (2 Cor 1, 21.22) .
Para los Padres griegos, se trata de la infusión directa de la vida divina increada: el
Espíritu se da.

Esta consagración es la obra conjunta de la Trinidad entera: el Padre es el Unctor (el


que unge), el Hijo es el Unctus (el ungido), y el Espíritu es la Unctio (la unción). Para
los Padres griegos sobre todo, poco importa que la crismación haya relevado a la
imposición de manos (después de haberla acompañado, sin duda), pues los santos
óleos, que introducen a Jesucristo, suplen a la mano.

VI. 3. Bautismo y confirmación.

La obra del Hijo y la del Espíritu corresponden a sus personas distintas, y no se


confunden. El Evangelio muestra que la acción redentora de Cristo confiere a la
creación aptitud para recibir el Espíritu. Esto se realiza en dos tiempos: Cristo quita el
obstáculo, y en lo sucesivo se efectúa la efusión del Espíritu sobre toda carne. El
Pentecostés no es la prolongación sino la consecuencia de la Encarnación.

No es Cristo quien envía el Espíritu, como para que lo reemplace: Cristo pide a su
Padre, a quien debe su misión, que lo envíe “en su nombre”, en cumplimiento de un
mismo designio de salvación. Es necesario que aquellos que han de recibirlo “lleven
el nombre” de Cristo, sean bautizados en su nombre, renovados en el misterio de su
muerte y de su gloria, y que sean incorporados a su cuerpo para recibir el Espíritu.

La obra y la misión de Cristo, recibidas de su Padre, conciernen a toda la raza


humana, que Él recapitula en su encarnación; la obra del Espíritu, por el contrario,
consumando la de Cristo, sella la comunidad, uniéndola, a toda ella como a cada uno
de sus miembros, a las tres personas divinas. Cristo viene a ser la imagen única
apropiada a la naturaleza común de la humanidad; el Espíritu Santo confiere a cada
persona creada a imagen de Dios la posibilidad de realizar la semejanza en la
naturaleza común. Uno presta su hipóstasis a la naturaleza; el Otro da su divinidad a
las personas.

Cristo construye la unidad de su cuerpo en y por medio del Espíritu, y el Espíritu se


comunica a todos los miembros de aquél en y por medio de Cristo.
Unidos en una misma celebración, bautismo y confirmación deben poner de
manifiesto el desarrollo histórico incluido en la plenitud ontológica de la iniciación.
Separados cronológicamente, bautismo y confirmación deben manifestar su unidad
fundamental, y el cristiano debe descubrir que son teológicamente inseparables. La
dualidad no está en Dios sino en la percepción del hombre, que es lento para
descubrir en el análisis de los componentes la unidad del misterio cristiano.

VII. HISTORIA TEOLOGICO - LITURGICA DE LA CONFIRMACIÓN.

1. Orígenes. El suceso de Pentecostés. (Hch 2,1-4) “Al llegar el día de Pentecostés,


estaban todos reunidos en un mismo lugar, de repente vino del cielo un ruido como el
de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron
sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en otras lenguas , según el Espíritu les concedía expresarse”.

El día de Pentecostés corresponde al número cincuenta después de Pascua y fue


primeramente la fiesta de la siega (Ex 23,14 ss), y después se convirtió en la fiesta
de la renovación de la Alianza (2Cro 15,10-13).

Según algunos testimonios neotestamentarios, la donación del Espíritu Santo no está


ligada a ningún rito. Baste recordar el suceso de Pentecostés, lo que ocurre a
Cornelio y a su familia (Hch 10,44) y el papel que desempeña el Espíritu en la
actividad misionera y en el desarrollo de la Iglesia primitiva (Hch 2,7-41; 4,8-31;
10,14-17; 15,2-4; 20,23).

Sin embargo, otros textos del Nuevo Testamento atestiguan la existencia de un rito
que confiere el Espíritu Santo. (Se trata, en concreto, de Hch 8,4-20; 19,1-7 y Heb
6,1-6).

Independientemente del modo de explicar la relación entre bautismo y confirmación,


es indudable que, según Hch 8,4-20 y 19,1-7 sobre todo, existe un rito de imposición
de manos, al que acompaña una oración epiclética, que es realizado por los
Apóstoles después del bautismo y a través del cual se recibe al Espíritu Santo, como
complemento del bautismo y en orden a una especial vivencia cristiana, tanto
testimonial como profética.

Estas dos clases de testimonio no implican que sea distinto el Espíritu santo que
reciben los Apóstoles en Pentecostés y que Pedro promete en su discurso a los
aspirantes al bautismo, y el que se otorga con la imposición de manos; se trata, más
bien, de dos hechos distintos pero complementarios entre sí: el bautismo es la
primera donación del Espíritu y la confirmación la donación plena; unidos
representan la completa y total cristificación del creyente, es decir, su total y
completa incorporación a la vida cristiana.

De los textos bíblicos anteriores se desprende:

- Que la iniciación a la vida cristiana durante los primeros años del cristianismo
consta de dos ritos: ablución e imposición de manos.
- No existe un término específico para designar al segundo sacramento de la
iniciación.

- A la plenitud de la vida cristiana se la llama bautismo o iluminación.

2. Los primeros rituales.

A) Tertuliano.

Tertuliano describe un esquema de iniciación que coincide con las más primitivas
fuentes de Oriente y Occidente: ablución, unción posbautismal e imposición de
manos del obispo. Este esquema iniciativo no incluye la crismación. El Espíritu Santo
toma posesión de aquellos sobre quienes se impone las manos con una oración
epiclética.

B) La “Tradición Apostólica”.

En la Tradición Apostólica (principios del siglo III) los ritos se han ampliado como
sigue:

a) Ablución bautismal

b) Crismación posbautismal que realiza un presbítero con la fórmula “Yo te unjo con
el óleo santo en el nombre de Jesucristo”.

c) Imposición de manos del obispo sobre todos los neófitos, mientras dice esta
oración: “Señor, que les has hecho dignos de obtener la remisión de los pecados por
el baño de la regeneración, hazles dignos de ser llenados del Espíritu Santo y envía
sobre ellos tu gracia, para que te sirvan según tu voluntad, pues a Ti es la gloria,
Padre e Hijo con el Espíritu Santo, en la santa Iglesia, ahora y por los siglos de los
siglos”.

d) Crismación en la frente con imposición de manos sobre la cabeza, realizada por el


obispo, con esta fórmula: “Yo te unjo con el óleo santo, en Dios, Padre todopoderoso,
y en Jesucristo y en el Espíritu Santo”

e) Ósculo (beso) de paz, mientras el obispo dice “el Señor esté contigo” y el neófito
responde “y con tu espíritu”.

3. Los sacramentarios. (siglos V al VIII)

A) Sacramentario Gelasiano - Antiguo. Esquema:

a) ablución bautismal.

b) Unción crismal que realiza el presbítero con la fórmula: “Dios omnipotente, Padre
de Nuestro Señor Jesucristo, que te regeneró por el agua y el Espíritu Santo y te
perdonó todos tus pecados, te unja con el crisma de la salvación en Jesucristo,
Señor Nuestro, para la vida eterna” R. “Amén”.
c) Imposición de manos del obispo sobre los neófitos con la fórmula: “Dios
omnipotente, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste a tus hijos por el
agua y el Espíritu y les perdonaste todos sus pecados: envía sobre ellos el Espíritu
Santo Paráclito y concédeles el Espíritu de sabiduría e inteligencia , el Espíritu de
consejo y de fortaleza, el Espíritu de ciencia y de piedad; llénalos del Espíritu de
temor de Dios, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, con el cual vives y reinas,
Dios, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”. R. “Amén”.

d) Unción con crisma en la frente en forma de cruz, con la fórmula: “El signo de
Cristo para la vida eterna”. “Amén”.

e) La paz: “La paz sea contigo”. R. “Y con tu espíritu”.

En el Gelasiano subsiste la íntima conexión entre la confirmación y el bautismo, del


que es perfección y confirmación. Hay un clara distinción entre los ritos de la
imposición de manos y la unción que realiza el obispo. El efecto del sacramento
consiste en conferir el Espíritu Santo septiforme (la plenitud del Espíritu) para vivir
una nueva vida sobrenatural en la Iglesia.

B) Sacramentario Gregoriano.

Este sacramentario concuerda sustancialmente con el Gelasiano. No obstante, no se


advierte una clara distinción entre la crismación y la imposición de manos; y deja la
impresión de que ambas se realizan simultáneamente.

4. Los Pontificales.

Como consecuencia de la multiplicidad de casos en los que la confirmación se


confiere separada del bautismo, tiene lugar una reorganización del segundo rito de la
iniciación cristiana, la cual afecta sobre todo a los ritos introductorios y conclusivos.

Los principales documentos que atestiguan esta praxis son los Pontificales Romano-
Germánico, de la Curia del siglo XII; de Durando, (siglo XIII) y el vigente hasta la
promulgación del Ordo Confirmationis.

A) El Pontifical Romano-Germánico. (siglo X)

a) Imposición de las manos del obispo sobre los confirmandos con la oración
“Omnipotente Dios...” del sacramentario Gregoriano.

b) Inquisición del nombre.

c) Unción crismal en la frente en forma de cruz y “Te confirmo en el nombre del


Padre y del Hijo y del Espíritu santo”.

d) La paz.

e) Recitación sálmica.
f) Oración posconfirmatoria que alude a la colación del Espíritu Santo por medio de
los sucesores de los Apóstoles, y a la permanente inhabitación del Espíritu en
quienes lo reciben: “Oh Dios, que concediste a tus Apóstoles el Espíritu Santo y
quisiste que por ellos y sus sucesores se lo trasmitieran a los demás fieles; mira
benigno nuestro humilde ministerio y concede que, la venida del mismo Espíritu
Santo, perfeccione con su inhabitación, como templos de su gloria, los corazones de
quienes hemos ungido con el santo crisma y marcado con el sello de la cruz”.

B) El Pontifical de la Curia del siglo XII.

Este pontifical deja constancia de que se usa el mismo ritual para los infantes y para
los mayores, con la diferencia de que los primeros son llevados en brazos de los
padrinos al obispo y los segundos “ponen su pie en el de su padrino” en el momento
de la confirmación. Este gesto de origen germánico significa que alguien toma
posesión de otro como cosa suya, con lo cual se indica que el padrino se hace cargo
del confirmado para su educación espiritual.

El esquema ritual es sustancialmente idéntico al del Pontifical Romano- Germánico.

C) El Pontifical de Durando.

Este pontifical es más extenso y completo aunque concuerda sustancialmente con


los dos anteriores:

a) Monición episcopal.

b) Purificación del pulgar de la mano derecha del obispo

c) Recitación de la fórmula “El Espíritu Santo sobrevenga sobre vosotros y la virtud


del Altísimo os guarde del pecado”. R.“Amén”.

d) Imposición de manos sobre los confirmandos.

e) Presentación de cada confirmando por su padrino e inquisición del nombre.

f) Unción crismal en la frente, haciendo una triple cruz con esta fórmula: “N. Yo te
signo con la señal de la cruz y te confirmo con el crisma de salvación en el nombre +
del Padre y + del Hijo y + del Espíritu Santo para que recibas la plenitud del mismo
espíritu y consigas la vida eterna”. R. “Amén”.

g) Bendición en forma de cruz.

h) Rito de la paz. El pontífice da una suave bofetada en la mejilla del confirmado,


mientras le dice: “La paz sea contigo”.

i) Antífona.

j) Oración posconfirmatoria (como la del pontifical Romano - Germánico).

k) Bendición final.
D) Pontifical anterior a 1971. El “De confirmandis” del pontifical Romano.

a) Los infantes son conducidos al pontífice por sus respectivos padrinos. Los
mayores ponen su pie encima del de su padrino (aunque ya se había generalizado el
uso de sustituir ese gesto por el de poner el padrino la mano derecha encima del
hombro derecho del confirmando).

b) Fórmula “el Espíritu Santo venga sobre vosotros y la fuerza del Altísimo os proteja
del pecado”. R. “Amén”

c) Imposición de manos.

d) Inquisición del nombre.

e) Crismación en la frente en forma de cruz.

f) La paz: suave bofetada en la mejilla y “la paz sea contigo”.

g) Antífona.

h) Oración posconfirmatoria.

i) Bendición final.

5. El actual “Ordo confirmationis”.(OC)

A) La Constitución “Divinae consortium naturae”.(DCN)

El 15 de agosto de 1971, Pablo VI publicó la constitución apostólica Divinae


consortium naturae, una de cuyas finalidades específicas era determinar la esencia
del nuevo rito de la confirmación. En ella se establece que en adelante “el
sacramento de la confirmación se confiere mediante la unción del crisma en la frente,
que se hace con la imposición de la mano, y mediante las palabras recibe por esta
señal el don del Espíritu Santo”.

La imposición de manos sobre los confirmandos pertenece a la integridad del rito


sacramental. Esta Constitución es sólo aplicable a la Iglesia latina y aclara que la
confirmación aunque ha sido instituida por Cristo en su esencia, es de institución
eclesiástica en su concreción. Cfr. CEC # 1288.

B) El “Ordo Confirmationis”. (OC)

El 22 de agosto de 1971 se promulgó la edición típica del Ordo confirmationis. Este


Ordo ha sido elaborado de acuerdo con las indicaciones de la Constitución conciliar
Sacrosanctum Concilium (SC) de la instrucción Inter Oecumenici y de la Constitución
Divinae consortium naturae.

El nuevo Ordo presenta la Confirmación como sacramento de la iniciación cristiana


íntimamente vinculado con el Bautismo y la Eucaristía. Desde el punto de vista ritual
es muy sencillo en la parte esencial, en consonancia con los datos históricos
primitivos; sin embargo ha incorporado elementos rituales de épocas más tardías.

Cuando la confirmación se confiere dentro de la misa, la estructura ritual es la


siguiente:

Ritos introductorios.

- Los mismos que los de la Misa con pueblo.

Liturgia de la palabra.

Lecturas de la Misa del día o del Leccionario propio, con salmo responsorial y canto
de aclamación al Evangelio.

Sacramento de la Confirmación.

- Presentación de los confirmandos.

- Homilía.

- Renovación de las promesas del bautismo.

- Imposición de manos. Monición.

- Oración.

- Momentos de silencio.

- Oración con las manos extendidas sobre los confirmandos.

- Crismación en la frente con la fórmula: N, recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo.

- Oración de los fieles.

Liturgia eucarística.

-Como en la misa ordinaria con pueblo.

Rito de conclusión.

Como en la misa ordinaria con pueblo. (Puede usarse una fórmula especial de
bendición solemne o la Oración sobre el pueblo).

Cuando la confirmación tiene lugar fuera de la misa, la estructura del rito es la


siguiente:

Rito de entrada.
- Canto.

- Procesión de entrada y reverencia al altar.

- Saludo del obispo.

- Oración.

Liturgia de la palabra.

- Primera lectura: Is 11,1-4a (u otra del AT)

- Segunda lectura: Hch 1,3-8 (u otra del NT)

- Salmo responsorial, canto apropiado o silencio.

- Tercera lectura: Lc 4,16-22 (u otro Evangelio).

Liturgia del sacramento.

- Presentación de los confirmandos.

- Homilía.

- Renovación de las promesas del bautismo.

- Imposición de manos. Monición.

- Oración.

- Instantes de silencio.

- Oración con las manos extendidas sobre los confirmandos.

- Crismación en la frente con la fórmula: N. Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo.

- Oración de los fieles.

- Recitación de la Oración Dominical.

Rito de despedida.

- Fórmula especial de bendición solemne o la

- Oración sobre el pueblo.

- Canto
VIII. EXPLICACIÓN DEL RITO DENTRO DE LA MISA.

A) Contexto eucarístico.

Desde el punto de vista teológico la confirmación debe ser seguida por la Eucaristía,
ya que en ésta culmina la iniciación cristiana.

Esta vinculación es muy evidente cuando los niños son confirmados en la misa de su
primera comunión y cuando los adultos reciben en la noche pascual los tres
sacramentos de la iniciación.

Se emplea una misa específica de confirmación, excepto los domingos de Adviento,


en la Cuaresma y Pascua y en las solemnidades, los miércoles de ceniza o uno de
los días de semana santa. Por otra parte el código de derecho canónico (CIC)
permite que se tenga fuera de la misa por una causa “justa y razonable”.

B) Partes del rito.

El rito consta de siete partes íntimamente relacionadas entre sí y que forman una
unidad . Su dinámica es progresiva y culmina en la Eucaristía, por lo tanto exige
respetar el ritmo de cada parte, facilitando así la comprensión del sacramento y la
participación activa y fructuosa.

a) Ritos introductorios

Los ritos introductorios comprenden el recibimiento del obispo, la monición de


entrada, el introito o antífona de entrada y la colecta.

Recibimiento del obispo. El obispo es representante de Cristo y cabeza de la Iglesia


local, ministro no sólo ordinario sino originario de la confirmación. A través de su
ministerio se actualiza Pentecostés y los fieles reciben el don del Espíritu, por lo cual,
el recibimiento del obispo es de gran importancia, ya que él es el instrumento a
través del cual recibirán los confirmandos el Espíritu de Cristo.

Monición de entrada. Ésta presenta la confirmación como un sacramento de la


Iglesia, representada en la comunidad cristiana allí congregada, como el sacramento
de la donación plena del Espíritu, por parte de Cristo, a través de su ministro, para la
madurez y crecimiento del cristiano.

Antífona de entrada. Los dos textos que se utilizan ven la confirmación como el
sacramento de la donación del Espíritu. Ez 36,25-26; Rom 5,5; 8,11

Colecta. La misa de confirmación presenta cuatro oraciones, con la misma idea pero
distintas perspectivas:

1ª. La donación del Espíritu Santo es una realidad permanente que nos convierte en
templos de su gloria.
2ª. En la donación del Espíritu Santo se cumple una promesa divina y una realidad
que convierte al cristiano en testigo valiente del Evangelio de Cristo.

3ª. La donación del Espíritu Santo tiene una dimensión eclesiológica, en cuanto que
posibilita que la Iglesia alcance su plenitud.

4ª. De inspiración joánica, relaciona la donación del Espíritu Santo con la plena
inteligencia del misterio de Cristo.

b) La liturgia de la Palabra.

El fin principal de la liturgia de la Palabra es avivar la fe de los presentes en el don


del Espíritu que los confirmandos van a recibir, y conectar el rito sacramental con la
misma persona del Señor Resucitado, de ahí que las lecturas deban elegirse
pensando no sólo en los confirmandos, sino también en los demás fieles, sobre todo
en los padres y padrinos. El leccionario contiene cinco perícopas del AT, doce de los
Hechos y Cartas paulinas y otras doce de los Evangelios Sinópticos y de san Juan

Antiguo Testamento. De las perícopas del AT tres son isayanas (Is 11,1-4; 42,1-3;
61,1-3 a .6 a .8 b . 9). La primera habla del Mesías Rey, sobre quien reposa el
Espíritu de Dios para realizar la tarea del nuevo y gran David; según ella, la
confirmación es el momento sacramental privilegiado de la efusión del mismo
Espíritu, que comunica al bautizado sus dones multiformes. La segunda se refiere al
Siervo de Yahweh que realiza una misión profética y real por estar poseído del
Espíritu de Dios; la Confirmación comunica ese mismo Espíritu. La tercera es una
profecía sobre Cristo como gran ungido por el Espíritu de Dios para anunciar una
nueva y definitiva liberación de los pobres de Yahweh; por la confirmación el
bautizado es ungido por el mismo Espíritu, que lo vincula a su misión, es decir, lo une
más estrechamente a la Iglesia.

Las lecturas de Joel 2,23 a -26. 30 a y Ez 30,24,28, completan el cuadro de lecturas


del AT. En la de Ez se anuncia la nueva y definitiva restauración de Israel, desterrado
por sus infidelidades, gracias a diversas intervenciones especiales de Dios, entre las
que destaca la donación y recepción de “un espíritu nuevo”, es decir, del Espíritu de
Dios. La perícopa de Joel anuncia que el Espíritu no será exclusivo de los profetas,
porque el Pueblo de Dios será enteramente profético, gracias a que a todo él se le
concederá el Espíritu.

Hechos y Cartas. Las lecturas de los Hechos consideran la Confirmación como el


sacramento que confiere el Espíritu. La donación del Espíritu se realiza para dar
testimonio (Hch 1,3-8) y reforzar la condición cristiana de los bautizados (Hch
8,1.4.14-17). La Iglesia, que lo ha recibido de Cristo, se lo concede a todos los
bautizados (Hch 2,1-6.14.22 b-23.32.33) mediante la imposición de las manos (Hch
19, 1b - 6 a). A veces el Espíritu se comunica antes del bautismo, como en el caso
de Cornelio, para indicar a la Iglesia su vocación universal (Hch 10, 1.33.34.37 - 44).

Las lecturas paulinas ven la donación del Espíritu en orden a vivir la caridad (Rom
4,1.2.5-8), la filiación divina (Rom 8, 14-17), la comunión con Dios y la consiguiente
fraternidad cristiana (Rom 8,26.27), la madurez en la fe y la moral evangélica (Gal
5.16.17.22 - 23 a . 24), la libertad responsable y el ejercicio ordenado de los carismas
(Ef 1, 3 a . 4 a . 13 - 19 a). Es también el Espíritu quien confiere sus dones en orden
al crecimiento eclesial (1Cor 12, 4 - 13) y armoniza la multiplicidad y unidad de los
carismas (1Ef 4, 1 - 6).

Evangelios. Las lecturas evangélicas se distribuyen de este modo: tres de Mateo,


una de Marcos, tres de Lucas y cinco de Juan.

Según las lecturas de Mateo, el confirmado ha de ser testigo e irradiación del Espíritu
de las bienaventuranzas (Mt 5, 1 - 12 a), incluso con la entrega de la propia vida (Mt
16, 24 - 27). La confirmación es también el sacramento de los frutos del Espíritu (Mt
25, 14 - 30).

El texto tomado de Mc (1, 9 - 11) narra el bautismo del Señor en el Jordán, después
del cual Cristo es ungido oficialmente y se manifiesta públicamente su posesión del
Espíritu. Este texto y el de Pentecostés son básicos en la confirmación cristiana, que
aparece así como una donación permanente del Espíritu después de recibir el
bautismo.

Las perícopas lucanas consideran la confirmación como el sacramento de la


donación del Espíritu en orden a que los fieles realicen su misión profética Lc (4, 16 -
22) y sean testigos existenciales y proféticos de la Palabra de Dios Lc (8, 4 - 10 a. 11
b. 15) . La confirmación aparece también como el sacramento de la revelación plena
del Padre y del Hijo, gracias a la donación del Espíritu Santo que realizan los dos (Lc
10, 21 - 24).

Para Juan, Cristo comunica el Espíritu, fruto de su resurrección, a los que creen en
Él (Jn 7, 37 b - 39), para que conozcan toda la verdad y den testimonio (Jn 14, 15 -
17) ante el mundo (Jn 15, 18 - 21) y posean fuerza y luz para la salvación personal y
eclesial (Jn 14, 23 - 26) y poder para transformar el mundo (Jn 16, 5 b - 7.12.13 a).

c) Presentación de los confirmandos.

Después del evangelio, si las circunstancias lo permiten cada confirmando es


llamado por su nombre y sube al presbiterio acompañado de ser posible, del padrino.
El responsable catequista testifica que los candidatos están suficientemente
preparados para recibir la confirmación.

d) La Homilía.

La homilía tiene tres puntos de referencia: las lecturas proclamadas, los que han sido
interpelados por ellas y la mediación que el homileta debe realizar para que se
realice el paso de la palabra al rito.

El ritual presenta el texto de una homilía que puede ser leída íntegramente. Su
contenido es tan rico que constituye una verdadera síntesis teológico - litúrgica del
sacramento. Tiene cinco partes:

- el Espíritu Santo y los Apóstoles

- el Espíritu Santo y los sucesores de los Apóstoles


- la comunicación del Espíritu en la Confirmación y sus efectos

- explicación del significado de la parte esencial del rito

- preparación para la renovación de las promesas bautismales

Los elementos esenciales del rito, es decir, la crismación y la imposición de manos


deben ensamblarse en las lecturas.

e) Renovación de las promesas bautismales

La SC 71, pedía explícitamente que en la revisión del rito confirmatorio se tuviera en


cuenta la inclusión de la “renovación de las promesas bautismales” y que este rito
debía situarse antes de la celebración del sacramento con la finalidad de acentuar la
relación de la confirmación con los otros sacramentos de la iniciación cristiana. El
ritual ofrece varios formularios: dos de carácter genérico y tres específicos: para
niños, adolescentes y jóvenes.

El primer formulario de tipo genérico es una reproducción casi literal del que se
encuentra en el rito del bautismo, aunque incluye una referencia explícita al don del
Espíritu Santo que confiere la Confirmación y a su identidad con el Espíritu que
recibieron los Apóstoles el día de Pentecostés. Por otra parte, se refiere a los
confirmandos y no a los padres y padrinos como ocurre en el bautismo. El segundo
formulario genérico incluye, en su parte central, el texto anterior, pero se abre con
unas preguntas relativas al compromiso de luchar contra el pecado y vivir la caridad,
y concluye con unas interrogaciones sobre la imitación de Cristo y el apostolado.

f) Imposición de las manos.

En Oriente, la imposición de manos desapareció enseguida, considerando la


crismación como el elemento esencial de la confirmación. En Occidente, en cambio,
coexistieron durante algún tiempo la imposición de manos y la crismación. Más aún,
cuando ésta pasó a primer plano, no se renunció a ver incluida en ella la imposición
de manos, mostrando así que la sustitución del rito apostólico no se vio como una
completa abrogación sino como una transposición nominal.

En el rito actual existe la clásica imposición de manos de la liturgia romana sobre


todos los confirmandos antes de la crismación y aunque no pertenece a la esencia
del rito sacramental hay que tenerla en gran consideración, ya que forma parte de la
perfecta integridad del mismo rito y favorece la mejor comprensión del sacramento.
Bien explicado, este rito sirve para conectar con el rito apostólico.

La monición ofrece un doble formulario: el primero relaciona Pentecostés y


Confirmación y explica el significado bíblico-litúrgico de la imposición de las manos;
el segundo se refiere a la donación del Espíritu Santo a través de un rito, realizado
inicialmente por los Apóstoles y ahora por sus sucesores, los obispos. La oración
subsiguiente tiene carácter introductorio de la oración epiclética; en ella se pide que
Dios derrame el Espíritu Santo sobre sus hijos de adopción y les convierta, mediante
la unción espiritual, en imagen perfecta de su Hijo.
Fórmula y gesto de la imposición de manos. El obispo (y los sacerdotes que lo
acompañen), realiza una imposición de manos común sobre todos los elegidos,
mientras dice la oración “Dios todopoderoso ...”

En el gesto que acompaña esta oración se ha restaurado la praxis más primitiva. En


los sacramentarios del siglo VIII la rúbrica decía: “les impone las manos”; en el
Pontifical Romano Germánico se lee: “elevando y poniendo la mano sobre la cabeza
de todos”; en el Pontifical de la Curia del siglo XII la rúbrica es: “impone la mano
sobre la cabeza de cada uno”; en el Pontifical de Durando dice: “elevando y
extendiendo las manos sobre la cabeza de los confirmandos”; en el Pontifical
Romano más reciente también se decía: “extendiendo las manos hacia los
confirmandos”. El Ordo actual dice que el obispo y los presbíteros, si confieren el
sacramento, “imponunt” sus manos. El rito, por tanto, consiste en imponer, no en
extender las manos.

g) La crismación . La Constitución Divinae consortium naturae no deja lugar a dudas:


“el sacramento de la confirmación se confiere mediante la unción del crisma en la
frente, que se hace con la imposición de la mano, y mediante las palabras: recibe por
esta señal el don del Espíritu Santo”. La crismación es, por tanto, parte esencial del
sacramento. Por eso, en el desarrollo del rito debe aparecer como su elemento
culminante. Mientras se realiza la crismación, el ministro pronuncia la fórmula antes
indicada.

En la elección del texto han primado dos criterios: la brevedad y la transparencia


respecto a los efectos del sacramento. La fórmula del sacramentario Gelasiano: “la
señal de Cristo para la vida eterna” salvaba el primero criterio, pero en ésta no
aparecía con suficiente claridad que la donación del Espíritu fuese el principal efecto
de la confirmación. En cambio la fórmula oriental: “por este signo de doy el Espíritu
Santo” reunía las condiciones de claridad y expresividad, además de ser una fórmula
muy antigua. Ésta se incorporó muy pronto a la liturgia bizantina, de donde la tomó el
Ordo Confirmationis, añadiendo la introducción “N. Recibe” con el fin de resaltar la
influencia del ministro en la eficacia del sacramento. De este modo queda claro que
el sacramento no confiere de modo mecánico la donación del Espíritu, sino mediante
la acción de Cristo a través de su ministro, que le hace presente y operante.

En cambio, se ha conservado el gesto bastante antiguo de la iglesia romana de ungir


la frente en forma de cruz. Cabe mencionar que la Tradición de la iglesia, tanto
oriental como occidental, tiene la creencia de que la Unción ocupa el lugar de la
imposición de manos que realizaban los Apóstoles.

h) La oración de los fieles. Las peticiones las formula un diácono, un ministro o uno
de los confirmados. Existen dos formularios, en los dos se ruega por los
neoconfirmados, por sus padres y padrinos, por la Iglesia universal y por las
necesidades del mundo. En la introducción y conclusión del primero se menciona
expresamente al Espíritu Santo y se relaciona la confirmación con Pentecostés,
gracias al ministerio del obispo. La conclusión del segundo formulario relaciona
confirmación con bautismo y testimonio.
j) Otros ritos complementarios. Pueden señalarse: la presentación individual de cada
candidato antes de la crismación, el llamamiento personal del ministro a cada
confirmando y la fórmula de la paz.

C. La liturgia eucarística.

Terminada la oración de los fieles comienza la liturgia eucarística, que se desarrolla


como de costumbre; sin embargo el ritual contiene varios textos para las oraciones
sobre las ofrendas y poscomunión y para la bendición final.

Los textos de la oración sobre las ofrendas son tres. El primero pone de relieve que
la donación del Espíritu Santo es fruto de la Cruz, y que la Eucaristía es estímulo y
fuerza para cumplir los compromisos adquiridos en la confirmación.

Para la oración poscomunión también existen tres formularios. Los dos primeros se
refieren a los sacramentos de la confirmación y de la Eucaristía e insisten en el
testimonio existencial y profético de los confirmados. El tercero se refiere a la
comunidad cristiana y pide para ella el espíritu de caridad.

Al final de la misa se bendice al pueblo no con la fórmula ordinaria sino con una
especial, que consta de tres partes, cada una de las cuales concluye con el amén del
pueblo. La bendición del Padre se fundamenta en la filiación divina recibida en el
bautismo; la del Hijo, en su promesa acerca de su presencia permanente en la
Iglesia; y la del Espíritu Santo, en su donación a los fieles.

IX PRINCIPALES NOVEDADES DEL NUEVO “ORDO CONFIRMATIONIS”

A) El sujeto.

Para recibir la confirmación se requiere estar bautizado y no confirmado; y, en el


supuesto de que el confirmando tenga uso de razón, estar “en gracia,
convenientemente instruido y dispuesto a renovar las promesas bautismales”. Si
coincidiesen la preparación al Matrimonio y a la Confirmación, permanece invariable
el principio de que los confirmandos han de recibir fructuosamente el sacramento; de
tal modo que, si se prevé que esto no va a ser posible, el Ordinario del lugar puede
retrasar la confirmación, si lo juzga oportuno. En caso de peligro de muerte, debe
hacerse una conveniente preparación espiritual, en la medida de lo posible.

La edad del candidato. La praxis eclesial no ha sido uniforme y todavía es diferente


en Oriente y Occidente.

Por lo que respecta a la liturgia romana, la Tradición Apostólica dice explícitamente


que los tres sacramentos de la iniciación se confieren tanto a los adultos como a los
niños, sean éstos de corta edad o lactantes. Esa praxis siguió vigente durante el
tiempo en que la iniciación cristiana se realizaba en una única celebración litúrgica.

Cuando se separaron el bautismo y la confirmación, los confirmandos eran


predominantemente niños. Hacia los siglos XIII-XIV, y con mayor intensidad en los
siguientes, la confirmación se difería hasta los siete años, época de la discreción,
fuera del caso de necesidad. León XIII en 1894 insistió en que se recibiera hacia los
siete años y antes de la primera comunión.

El Ordo Confirmationis recoge la praxis antigua y moderna, al establecer que los


adultos, “a la vez que reciben el Bautismo, sean admitidos a la Confirmación y a la
Eucaristía,..., mientras que los niños serán confirmados hacia la edad de los siete
años”, pero deja a las Conferencias Episcopales la determinación de una edad más
tardía por motivos verdaderamente pastorales. En caso de necesidad los niños
deben ser confirmados aunque no tengan uso de razón con tal de que hayan recibido
el Bautismo.

El Código de Derecho Canónico (CIC) establece que la confirmación se confiera al


llegar la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra
edad. El mejor criterio lo proporciona el NT que presenta la donación del Espíritu
Santo no como consecuencia de su madurez cristiana sino como requisito previo
para descubrir la verdad total del misterio de Cristo, imbuirse del espíritu misionero y
universalista y llenarse de fortaleza para ser testigos del Resucitado con la palabra y
con la vida, y sufrir incluso el martirio.

Quizá sea oportuno resaltar más la realidad teológica de la confirmación que su


aspecto antropológico, tomando más conciencia de que el Espíritu Santo no es un
premio o una conquista sino la efusión gratuita de la acción salvífica y misericordiosa
de Dios, que opera, silenciosa pero eficazmente, en quien la acoge con apertura y
docilidad de corazón.

B. El ministro.

El rito de la imposición de manos que confiere el Espíritu Santo, aparece en la Iglesia


primitiva como ministerio reservado a los Apóstoles (Hch 8,14-18; 19,1-7). Durante
los tres primeros siglos, es el obispo, como jefe de la iglesia local, a quien
corresponde reconocer a los nuevos miembros de la comunidad y, como signo de la
presencia apostólica en él, bautiza e impone las manos o unge (segunda unción) a
los bautizados, asistido por los presbíteros; y cuando éstos bautizan y hacen la
primera unción posbautismal, él se reserva la imposición de manos y la crismación.

A partir del siglo III hay que distinguir entre la praxis de Oriente y Occidente. En
Oriente, la multiplicación de las iglesias rurales y la unidad de toda la iniciación
cristiana motivó que los presbíteros confiriesen la confirmación por delegación
permanente de su obispo, por lo que eran considerados ministros ordinarios del
sacramento. En Occidente varía según épocas e iglesias locales. En España, por
ejemplo, el concilio de Elvira (ca. 300) determinó que confirmara el obispo; mientras
que el concilio toledano del año 400 estableció que los presbíteros podían conferir el
sacramento en ausencia del obispo o estando él presente, si lo autorizaba.

En África y Roma, en cambio, el ministro ordinario es el obispo. Más aún, Roma


intervino enérgicamente cuando los presbíteros intentaron confirmar. Durante el siglo
XIII, la Santa Sede concedió con facilidad a los presbíteros misioneros la facultad de
confirmar a los neófitos, si resultaba difícil la presencia del Administrador Apostólico.
El 14 de septiembre de 1946, Pío XII otorgó a los párrocos y otros sacerdotes,
expresamente mencionados, la facultad de confirmar en peligro de muerte. El Código
de Derecho Canónico dice que el obispo es el ministro ordinario y que pueden darse
ministros extraordinarios por indulto apostólico si la necesidad lo requiere.

C. El padrino.

Las primeras noticias sobre el padrinazgo aparecen en el siglo VIII-IX en donde se


prohíbe ejercer el padrinazgo a los padres y pecadores públicos. En una rúbrica del
siglo IX y después en el Pontifical Romano-Germánico se prescribe que el
confirmando ponga su pie en el pie derecho del padrino en el momento de la
confirmación, a no ser que por su corta edad deba ser sostenido en brazos.

El Ordo Confirmationis dice que si los confirmandos son niños, les acompañe uno de
los padrinos o uno de los padres y que, en el momento de la crismación, el que
presenta al confirmando coloca su mano derecha sobre el hombro de éste y dice al
obispo el nombre del presentado.

Número.

En cuanto al número, la Iglesia prefirió siempre que cada confirmando tuviese su


propio padrino y rechazó el abuso de que uno fuese padrino de muchos, tolerándolo
únicamente en caso de verdadera necesidad.

Naturaleza.

El Código actual pone el acento en la responsabilidad posbautismal del padrino, al


decir que a él corresponde procurar que se comporte (el confirmando) como
verdadero testigo de Jesucristo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al
sacramento.

Requisitos.

El sujeto hábil para ejercer el padrinazgo ha sufrido un cambio muy importante, pues,
de la prohibición de ejercerlo quienes lo habían hecho en el bautismo, se ha pasado
a recomendar que el padrino del bautismo sea también el de la confirmación. Con
este cambio se quiere destacar la íntima conexión existente entre bautismo y
confirmación.

El CIC establece que:

Para que alguien pueda ser admitido como padrino, es necesario que: 1. haya sido
elegido por quien va a confirmarse o por sus padres o por quienes ocupan su lugar, o
a falta de éstos, por el párroco o ministro y que tenga capacidad para esta misión e
intención de desempeñarla.

1. Haya cumplido 16 años, a no ser que el obispo diocesano establezca otra edad, o
que por causa justa, el ministro considere admisible una excepción.

2. Sea católico, esté confirmado, haya recibido ya el santísimo sacramento de la


Eucaristía y lleve, al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión que
va a asumir.
3. No esté afectado por una pena canónica legítimamente impuesta o declarada.

4. No sea el padre o madre de quien se ha de confirmar

X. CONCLUSIÓN

La exposición del bautismo y de la confirmación ha permitido descubrir la fe


inalterable de la Iglesia a través de las vicisitudes de los siglos. Las confesiones de
fe, ya hablen explícitamente del bautismo -como la de Nicea, por ejemplo- o no,
presiden la administración del bautismo y ligan la iniciación cristiana al mensaje
evangélico y a la economía de la salvación. En la teología sacramental, bautismo y
confirmación descubren un triple aspecto: bíblico, eclesial y escatológico.

El cristiano es bautizado “en nombre de Cristo” o en nombre de las tres personas


divinas. Una u otra fórmula expresan la fe bautismal, cristológica o trinitaria. Así se
abren paso dos perspectivas complementarias. En la primera, Cristo es el centro
focal partiendo del cual es posible descubrir al Padre que lo envía y al Espíritu que
prolonga la acción del Padre. Esta perspectiva no se opone a la fórmula trinitaria,
sino que conduce a ella y la revela. La gracia de Cristo permite descubrir “la ternura
del Padre” y “la comunión del Espíritu”.

Hay que añadir que la fe bautismal se apoya en Cristo resucitado, en el Señor. El


cristiano es bautizado en este misterio, pues este misterio pascual revela la acción
del Padre “que resucitó a Jesús de entre los muertos y lo sentó a la derecha del Dios
(cfr. Gál 1,1; Col 2,12; 1Pe 1,21), desde donde él envía su Espíritu para que realice
el reino mesiánico. He ahí lo que el cristiano descubre y confiesa en “el baño de
regeneración” (Tit 3,5).

Este carácter crístico de toda la revelación no lo encontramos solamente en el


bautismo. Lo volvemos a ver en las anáforas eucarísticas, lo cual pone de relieve la
unidad y la continuidad entre bautismo y eucaristía. Unidad que la tradición antigua y
la liturgia oriental expresan administrando bautismo-confirmación-eucaristía en una
misma celebración. Ello permite percibir la unidad y la consumación de los tres
sacramentos en el mysterion fidei, corazón de toda la vida sacramental.

Liturgia y pensamiento orientales inician así a los fieles en el misterio de Dios


presentándolo en la unidad de las personas, preferentemente a la unidad de
naturaleza. La ventaja de esta presentación de la economía de la salvación es
expresar la sinergia divina en acción, en la que todo nos viene del Padre, por medio
de Cristo, gracias al Espíritu, que actúa en nosotros y conduce toda la creación a su
término.

Del estudio sacramental en general, y del bautismo y de la confirmación en particular,


se desprende una segunda conclusión: el carácter eclesial de ambos sacramentos.
Por la iniciación cristiana, el neófito forma parte del pueblo de Dios, de la nación
santa, del sacerdocio regio. Esto se cumple de una vez para siempre en el bautismo,
y en lo sucesivo se prolonga y se consolida en el sacramento eucarístico, tanto para
el cuerpo entero como para cada uno de sus miembros.
La integración en la Iglesia pone en evidencia la acción del Espíritu, que construye la
Iglesia. A él le está confiada, “en el curso de los últimos tiempos”, la consumación de
la economía salvífica. Su misión empieza con la resurrección de Jesús: el Resucitado
llama al Espíritu y le confía a los suyos y a aquellos que se reunirán en torno al
colegio apostólico.

Esta acción del Espíritu se expresa a través de toda la red sacramental. Él da su


eficacia a la “materia” del sacramento. Por eso la liturgia no opera ninguna acción
sacramental sin invocación o epíclesis al Espíritu. Éste es invocado no solamente
sobre el agua y el crisma, sino sobre el pan y el vino. Su acción realiza el cuerpo de
Cristo, en su unidad y su catolicidad, como afirman y expresan las anáforas
eucarísticas. Es patente que el apóstol Pablo aplica a la acción del Espíritu el mismo
término koinonía (2Cor 13,13), comunión, como para expresar la perfecta simetría de
acción entre la eucaristía y el Espíritu Santo.

La Iglesia es obra del Espíritu, y no es Iglesia sino en la medida en que es obra del
Espíritu; y cada fiel no realiza en plenitud el misterio de su fe bautismal sino en la
medida en que en él se cumple la obra del Espíritu que intercede, opera, santifica y
realiza.

San Pablo presenta el Espíritu, infundido en el momento del bautismo, como una
presencia, un don, un principio inmanente y constructivo. El Espíritu es el principio y
el agente de la creación nueva, que se desarrolla a imagen de Cristo resucitado,
primicias del mundo nuevo. Desde Tertuliano, los Padres se complacen en
establecer el paralelo entre las dos creaciones, la del universo y la del bautismo. El
Espíritu que se cierne sobre las aguas es la profecía de la obra vivificadora y
santificadora del Espíritu, que lleva la creación entera y a cada uno de los bautizados
a su trasformación y a su transfiguración.

Pablo aplica al Espíritu la imagen de la consignación o la sphragis, que expresa, a la


vez, que el Espíritu viene a tomar posesión del neófito y que, en éste, lleva el plan
salvífico a su consumación. Tal es el tercer aspecto. Las imágenes paulinas de
“arras” y de “primicias” ponen en evidencia el carácter escatológico de su acción y de
la economía de la salvación.

La gracia bautismal se presenta como un anticipado depositado por el cual Dios se


compromete a realizar plenamente sus promesas, hasta la consumación de las
mismas. La teología siria describe el bautismo como el retorno al paraíso. Vivido en
la fe y la espera, el estado edénico se realizará plenamente al término del camino

La resurrección de Cristo, en quien somos bautizados, es el punto de partida y el


término de este proceso, pascual y escatológico a la vez. La acción del Espíritu
transforma al neófito en imagen del Resucitado. Largo y doloroso parto del hombre
regenerado -y del cosmos a su imagen- a la vida del Espíritu, que transforma, unifica
y reúne.

El hombre entero, hasta en la resurrección de su carne -y la humanidad en su


totalidad- es llamado a participar en la gloria de Cristo. Bautismo y confirmación
emprenden este itinerario escatológico, La gracia bautismal comunica la vida de
Cristo glorificado, pero ésta permanece invisible, “oculta con Cristo en Dios” (Col 3,
3.4). Por eso “nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos
igualmente en nuestro propio interior, aguardando con ansiedad una adopción filial:
la redención de nuestro cuerpo. Pues con esta esperanza fuimos salvados” (Rom
8,23.24), y por tanto regenerados. Pero en la parusía, “cuando se manifieste Cristo,
también nosotros nos manifestaremos juntamente con Él, en gloria” (Col 3,4).

BIBLIOGRAFÍA

El bautismo y la confirmación. A. Hamman. Editorial Herder. Barcelona, 1970

Iniciación a la liturgia de la Iglesia. José Antonio Abad - Manuel Garrido OSB.


Ediciones Palabra S.A. Madrid, 1988

Sacramentum Mundi - Enciclopedia Teológica. AA.VV. Editorial Herder Barcelona,


1982

CATEQUESIS SOBRE LA CONFIRMACIÓN


Autor: Excmo. Sr. Obispo Javier Navarro Rodríguez
INTRODUCCIÓN CATEQUESIS SOBRE CONFIRMACION
El diálogo que Dios entabla con nosotros por medio de los sacramentos es un diálogo
transformador, vivificante. A quienes toman en serio ese diálogo, se les va transmitiendo
la vida de Dios. Debemos cuidar, fortalecer y nutrir esa vida, poderosa en sus raíces, pero
frágil y amenazada constantemente.

El sacramento de la confirmación es para cada fiel cristiano la plena investidura de una


misión a favor de la Iglesia y del mundo.

Podemos llamar cristiano adulto a quien sabe a asumir sus responsabilidades en el seno
de la Iglesia y toma parte activa en la edificación del Reino de Dios. Por la efusión del
Espíritu Santo, el creyente que ha recibido el sacramento de la Confirmación hace un altar
en cualquier actividad de su vida diaria. Sobre ese altar él se une al sacrificio de Cristo
para introducir en el mundo el amor del Padre. Así, el Espíritu se manifiesta en el cristiano
a través del testimonio activo y lo hace progresar hacia la Eucaristía, culmen del misterio
pascual, con las manos ricas en dones de alabanza.

Por la Confirmación, el Hijo encarnado de Dios nos comunica la misma misión que el
Padre le dio a El: dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para hacer visible en este mundo
su amor infinito.

PRESUPUESTOS PASTORALES A TOMAR EN CUENTA


La Confirmación es un sacramento íntimamente unido al del Bautismo.
Es una especie de desdoblamiento de éste para significar de qué se trata de un bautismo
en el mismo Espíritu con el que fue ungido Jesús. ¨ El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres (Lc. 4, 18). La unción
de Jesús, en continuidad con la unción de los reyes del Antiguo Testamento, le capacita
para ser el defensor y el salvador de los pobres (ver Sal 72, 1-75). El comunica su mismo
Espíritu a los Apóstoles en Pentecostés (ver He 2, 4). Y ellos, a la vez, lo comunican a los
creyentes.

Es tarea de la catequesis el subrayar esta conexión bautismal de la Confirmación.

El sacramento de la Confirmación implica la participación activa en la dinámica


comunitaria y misionera de la Iglesia.

Esto implica que la comunidad sea capaz de hacerle un lugar al confirmado, de reconocer
la acción del Espíritu Santo en él, de darle voz y responsabilidades en el interior de la
comunidad, de escucharle y valorar sus aportaciones.

Participación en el compromiso misionero, que exige que la comunidad no esté cerrada


sobre sí misma, sino que viva abierta al mundo para que el don de Dios, que hay en ella,
llegue a la vida de todos.

El sacramento de la Confirmación comunica en plenitud al Espíritu Santo, que es el


Espíritu de los tiempos nuevos y ahora debemos ser testigos de Cristo en la Iglesia y el
mundo.
Se trata del Espíritu que impulsó a Jesús a anunciar el Evangelio a los pobres y a liberar a
los cautivos. No se puede reducir la acción de este Espíritu a un ámbito intimista e
individual. Su ámbito de acción es la realización en la historia del Reino que Jesús
anunció, y hace surgir comunidades en que la justicia y la comunión no son sólo la
promesa de un futuro, sino una realidad presente y creciente. Todo lo que hay de justo y
de bueno en la Iglesia, procede de la acción de ese Espíritu.

El Espíritu Santo impulsa una praxis nueva a favor de la justicia, tanto en el bautizado-
confirmado como en la comunidad eclesial.

Los signos que confirman la presencia de la vida nueva de Dios en el mundo son las
obras de la justicia al servicio del amor. Obras que nacen del Espíritu de Jesús que
impulsa a la construcción del Reino.

Es muy conveniente que se haga una fuerte promoción en torno al sacramento de la


Confirmación.
Sobre todo durante 1998 en que, como preparación al Gran Jubileo de la Encarnación,
reflexionaremos de manera especial en torno a este sacramento.

Es un tiempo oportuno para preparar a quienes por distintas circunstancias se han


rezagado (jóvenes y adultos) en la celebración de su confirmación, por lo que las
comunidades parroquiales pueden realizar diversas acciones para integrarlos a grupos de
catequesis en vistas a la celebración de este sacramento, ya que todos los fieles estamos
obligados a confirmarnos en la edad oportuna (ver CDC 890).

La Confirmación se administrará en la edad de la adolescencia.

Es muy importante el hacer eco a la práctica pastoral de los obispos de la Región Pastoral
de Occidente quienes ya no administran este sacramento a niños, aspecto que en nuestra
diócesis se expresaba desde hace tiempo en las conclusiones del II Sínodo Diocesano
(ver II SDG disposición 21) y que en varias ocasiones nuestro Cardenal y Arzobispo nos
ha invitado a celebrar después de los 12 años de edad.

Las parroquias organizarán una adecuada y consciente catequesis sobre la confirmación.


Las comunidades parroquiales deberán organizar cursos de catequesis sobre la
Confirmación en los que los futuros confirmados sean convenientemente instruidos (ver
CDC 889.2; II SDG disposición 21), en esta catequesis la responsabilidad de los fieles
sean bien preparados y se confirmen en la edad señalada es, principalmente, de los
padres de familia y los sacerdotes, sobre todo los párrocos (ver CDC 890), quienes se
apoyarán en el equipo de catequistas de la comunidad (ver CIC 1309).

Dicha preparación para la confirmación debe tener como meta conducir al cristiano:
a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su
acción, sus dones y sus llamadas, a fin de asumir las responsabilidades apostólicas de la
vida cristiana (ver CIC 1309).

A fin de suscitar en el confirmado:

El sentido de la pertenencia a la Iglesia, tanto universal como parroquial (ver CIC 1309).
“Es de desear que se realice una preparación profunda a este sacramento, que permita a
los que lo reciben renovar las promesas del bautismo con plena conciencia de los dones
que reciben y de las obligaciones que asumen. Sin una larga y seria preparación,
correrían el riesgo de reducir el sacramento a pura formalidad, o a un rito meramente
externo, o, incluso correrían el peligro de perder de vista el aspecto sacramental esencial,
insistiendo unilateralmente en el compromiso moral” (Papa Juan Pablo II, Audiencia
General, 1-IV-92).

Solemnizar la celebración del sacramento de la confirmación: “realizarla como un


Pentecostés parroquial”.

La Confirmación se celebrará de ordinario en la propia parroquia a la que pertenezca el


confirmado y con la participación de la comunidad cristiana. (ver II SDG disposición 13).
En una comunidad real y personalizada, donde se conocen los rostros y los nombres de
los confirmados y se tiene la capacidad de integrarlos en sus tareas evangelizadoras.

Es conveniente aprovechar la riqueza de los formularios para la celebración de la


Confirmación, elegir los signos que parezcan más adecuados, resaltar y organizar en
conjunto con los que se confirmarán con sus papás y padrinos el desarrollo de la
celebración.

La conexión del bautismo con la confirmación se expresa, entre otras cosas, por la
renovación de las promesas bautismales. y su celebración dentro de la eucaristía
contribuye a subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.

La celebración de la confirmación conviene realizarla como un Pentecostés parroquial. Es


nacer de nuevo a la vida de Dios y Para Dios.

Metodología
Siendo adolescentes los destinatarios preferenciales de ésta catequesis , el ideal es
seguir una metodología dinámica, motivadora, experiencial, participativa, transformadora y
que los lleve a la integración con la comunidad parroquial. Llegar a una auténtica
experiencia de Cristo y de su Iglesia, en la que predomine un ambiente de acogida, ya
que algunos de los muchachos han estado parcialmente alejados de un proceso de
educación en la fe.

Las sesiones siguen los pasos metodológicos que actualmente se practican en la


catequesis de nuestra Diócesis que trata de responder al llamado que nos hace el
documento de Santo Domingo en su número 119. VEAMOS, PENSEMOS, ACTUEMOS Y
CELEBREMOS. En este caminar metodológico ha de integrarse el crecimiento de la fe en
el proceso del crecimiento humano que muy fuertemente experimenta una persona
durante su adolescencia.

“La Iglesia con su palabra y su testimonio debe ante todo presentar a los adolescentes y
jóvenes a Jesucristo en forma atractiva y motivante, de modo tal que sea para ellos el
camino, la verdad y la vida que responde a sus ansias de realización personal y sus
necesidades de encontrar sentido a la misma vida”.

Lleno de Esperanza pongo en sus manos éstas “Catequesis sobre la confirmación”. En


ellas se encuentran los esfuerzos por lograr a las puertas del tercer milenio, una
catequesis que nos lleva a acompañar el crecimiento de los creyentes hacia una madurez
en la fe y hacia una clarificación de su identidad cristiana.

En este año jubilar que la Iglesia entera ha dedicado al Espíritu Santo y en que también
celebramos un caminar diocesano, a lo largo de 450 años, confiamos nuestros trabajos
por lograr una catequesis que atienda todas las edades y circunstancias de la vida de los
creyentes, a Jesucristo Nuestro Señor, a Nuestra Señora de Zapopan y a nuestros Beatos
y Mártires. Que ellos nos acompañen siempre en éste caminar hacia el Señor.
ACRAMENTODELACONFIRMACIÓNEN

ELPROCESODELAI NICIACIÓNC RISTIANA


1. Necesidad de la fe y los sacramentos en la vida cristiana
A. La misión de Cristo: anunciar y realizar el plan de Dios
Jesús, enviado por el Padre para llevar a cabo el plan de la redención, no se limitó tan
solo aanunciar la buena noticia del Reino, a hablarnos de Dios como Padre de todos los
hombres y a proclamar la redención y el perdón de los pecados. Jesús, con su
encarnación, y, sobre todo, con su
muerte y resurrección, nos rescató de la condena merecida por nuestros pecados, nos
sentó con Él a
la derecha del Padre en el reino celestial, nos convirtió en ciudadanos del cielo, y nos dio,
por
último, el Espíritu Santo, convirtiéndonos así en verdaderos hijos de Dios y en miembros
de su
Cuerpo, animado por el mismo Espíritu que lo resucitó de la muerte.
B. La misión de la Iglesia: anunciar la salvación y celebrar los sacramentos de la
salvación
Por todo ello, cuando Jesús envió a sus discípulos para proclamar el evangelio, no solo
les dio poder
para predicar y enseñar en su Nombre cuanto Él nos había comunicado por voluntad del
Padre, sino
que también les dio poder para bautizar en su Nombre. Es decir, les dio poder para que,
en su
Nombre, los hombres pudieran recibir el perdón de los pecados, la adopción como hijos
de Dios, la
incorporación al Cuerpo de Cristo como miembros suyos, y la transformación de su ser
natural en
una nueva criatura, la que nace del agua y del Espíritu; porque el Espíritu viene a habitar
en los
bautizados convirtiéndolos en templos vivos suyos e, igualmente, en miembros de la
Iglesia: pueblo
de Dios, cuerpo de Cristo y esposa y templo del Espíritu Santo.
C. Necesidad de la fe y de los sacramentos
Desde que los Doce recibieron esta misión, encomendada por el Señor resucitado, la
Iglesia ha
entendido que es necesaria tanto la fe en la predicación y la enseñanza de los Apóstoles,
que fueron
enviados por Jesús al igual que Él lo fue por el Padre, para que todo el que crea en Él
como el
Señor, como el Mesías, como el Hijo de Dios, alcance la salvación y la vida eterna en su
Nombre
(cfr. Jn 20,31); como que es necesaria igualmente la celebración del bautismo que, como
el nuevo
nacimiento del que Jesús le habló Jesús a Nicodemo (cfr. Jn 3,5), nos da parte en la
herencia del
Hijo Único de Dios y nos hace miembros de Cristo, sacerdote, profeta y Rey; al tiempo
que nos
regala el don del Espíritu Santo y sus siete dones para vivir no ya según la carne, sino
según la
voluntad de Dios, y caminar por esta vida como miembros de su Pueblo, aguardando y
esperando la
participación plena en su Reino de verdad, de justicia y de paz.
2
D. La fe: don de Dios y respuesta del hombre al Dios que se revela
La fe, como bien sabemos, no solo es respuesta de los hombres al Dios que se revela,
sino también
y contemporáneamente, es una gracia por la que «Dios se adelanta y ayuda, junto con el
auxilio
interior del Espíritu Santo, y que mueve el corazón [de los hombres], y lo dirige a Dios;
abre los
ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (Dei Verbum 5).
2. Bautismo, confirmación y eucaristía: configuran el ser cristiano, su vocación y
misión en la iglesia y en el mundo
A. El bautismo: sacramento de la fe
El bautismo, por un lado, necesita y requiere la fe y, por otro, el bautismo mismo nos da la
gracia
necesaria para poder dar el salto de la fe, que, sin duda, supera con mucho nuestras
capacidades
humanas. Así, la práctica del bautismo de niños subraya esa dimensión de la gracia con
la que Dios
se nos anticipa y ayuda para poder creer en Él y en la predicación de su Iglesia; mientras
que, en la
práctica del bautismo de adultos, se percibe con mayor claridad que la fe es la respuesta
que los
hombres dan (siempre iluminados por la gracia del Espíritu Santo) al Dios que se revela.
— Necesidad del catecumenado
En uno y otro caso se necesita un verdadero catecumenado, para que tanto los
bautizados como los
catecúmenos, sean educados en la fe y puedan llegar a profesarla de forma consciente y
plena, y a
vivirla en todas las dimensiones y facetas de su existencia como miembros activos de la
Iglesia,
representada en cada una de las comunidades que la integran.
Todos en la Iglesia, los sacerdotes, los padres, los padrinos y la comunidad cristiana son
responsables de que cuantos reciben el bautismo, o se preparan para recibirlo, sean
ayudados a
crecer en la fe mediante una catequesis adecuada a su edad y a su condición, y gracias,
asimismo, a
la celebración de los misterios de la fe, que son verdaderos acontecimientos de salvación
para
cuantos participan debidamente en ellos; pues, gracias a ellos, se transmite, se alimenta y
crece la fe
de los creyentes, mientras dura su peregrinación por esta tierra.
B. La confirmación: un nuevo Pentecostés para los bautizados
En el camino de la iniciación cristiana un paso esencial y necesario es el de la
confirmación. Por este sacramento los bautizados reciben la efusión plena del Espíritu
Santo con el que ya fueron consagrados el día de su bautismo, para ayudarles a madurar
y crecer como cristianos.
La confirmación es, pues, para los bautizados un nuevo Pentecostés. Como en su día con
los Apóstoles, reunidos en el cenáculo con María, el Espíritu Santo, por la imposición de
manos del obispo y la unción con el Crisma, configura a los bautizados más plenamente a
Jesucristo y les vincula más perfectamente a la Iglesia, confirmándoles en la misión de
ser, en medio del mundo, testigos de la muerte y resurrección del Señor Jesús, y
apóstoles de su evangelio, que han de anunciar con valentía y sabiendo dar razón de su
esperanza a cuantos se lo pidan (cfr. 1 Pe 3,15).
C. La eucaristía: fuente y cima de la vida cristiana
— La eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la eucaristía
Si, como hemos dicho, la confirmación vincula a los bautizados de una forma más
perfecta con la
Iglesia, la celebración eucarística, en cuanto convocación que reúne a los bautizados para
visibilizar
que son el Pueblo de Dios, les hace sentir y experimentar que en verdad son auténticas
piedras vivas
de ese edificio espiritual que es la Iglesia. Y, además, puesto que la Iglesia es el Cuerpo
de Cristo,
al recibir sacramentalmente en la eucaristía al mismo Cristo, los que comulgan quedan
más
íntimamente unidos a Él, fundamento y cimiento único de la Iglesia, y, por tanto, más
íntimamente
unidos los unos a los otros, que son miembros de su Cuerpo.
— En la eucaristía los bautizados y confirmados ejercen plenamente el sacerdocio
común
Si la confirmación perfecciona nuestra participación común en el único sacerdocio de
Jesucristo,
recibida por el bautismo, es en la celebración de la eucaristía donde los fieles ejercen
plenamente su
sacerdocio, pues por Cristo, con Él y en Él, ofrecen toda su existencia al Padre,
presentándole el
fruto de sus trabajos y sus esfuerzos para dominar y transformar el mundo y la creación,
según su
voluntad.
— La eucaristía, motor y alimento constante de la vida cristiana
Si la confirmación, por último, reviste a los bautizados de una fuerza especial y les
convierte en
testigos auténticos de Jesucristo y defensores de la fe y de la Iglesia, la participación en la
eucaristía
acrecienta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, de manera que podamos ser y
actuar, en
medio del mundo, como valientes testigos de Jesucristo y de su evangelio. Nos hace ser,
asimismo,
signo de esperanza para los hombres, nuestros hermanos, e instrumentos válidos para
que el amor
de Dios llegue a todos, especialmente a los más pobres y necesitados, los predilectos del
Padre
celestial.
— La eucaristía, cima y fuente de la iniciación cristiana
La eucaristía es, pues, el sacramento con el que la iniciación cristiana llega a su término.
Lo que no
significa que la vida cristiana se detenga; al contrario, en la eucaristía Cristo mismo se nos
da como
viático para perseverar en el camino, mientras peregrinamos por este mundo con la
esperanza de
alcanzar un día la vida eterna, la que se nos prometió en el bautismo al profesar la fe de
la Iglesia y
recibir el agua del nuevo nacimiento.
3. Necesidad de mantener la unidad en la iniciación cristiana
Como vemos, los tres sacramentos de la iniciación cristiana sirven para colocar los
cimientos que en
adelante permitirán que, quienes los han recibido, puedan caminar en la vida como hijos
de la luz y
como miembros del pueblo de Dios, colaborando con la ofrenda de sus vidas al plan de
salvación
4
diseñado por el Padre, realizado por el Hijo, Jesucristo, y plenificado por la efusión del
Espíritu
Santo en Pentecostés.
Además, estos tres sacramentos ponen en marcha un proceso que se ha de prolongar
necesariamente
a lo largo de toda la vida.
_ En primer lugar, porque la fe recibida en el bautismo, confirmada por el sacramento del
Crisma y
alimentada frecuentemente por la eucaristía, es una fuerza que ha de dinamizar y
estimular a los
cristianos hacia el ideal de justicia y de santidad al que Cristo llamó a sus discípulos: «sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).
_ Y, en segundo lugar, porque el don de la vida divina que se nos comunica por medio de
los
sacramentos de la iniciación cristiana, es una fuerza que ha de impulsar un proceso
(personal y
eclesial) de transformación constante, que nos hace pasar del hombre viejo al hombre
nuevo, de
nuestra antigua condición carnal al hombre espiritual, que ya no sigue las apetencias de la
carne,
sino que se deja conducir y guiar por el Espíritu de Dios, y que da fruto de buenas obras
para
gloria de Dios Padre (cfr. Gal 5,16-26).
_ Dicha transformación, en tercer lugar, supone asimismo un permanente combate, pues,
por una
parte, aunque por el bautismo somos hechos hijos de Dios, miembros de Cristo y templos
del
Espíritu, sin embargo, queda en nosotros, como secuela del pecado original, la
concupiscencia, a
la que hemos de resistir con la ayuda de la gracia; y, por otra, hemos de ser conscientes
de que el
ambiente exterior, las circunstancias sociales y culturales, y las seducciones mundanas
distorsionan tantas veces la mirada del creyente, que se hace imprescindible, como decía
Jesús
en el evangelio, estar vigilantes y atentos, para que los engaños del mundo presente no
nos
hagan sucumbir a la tentación y nos aparten del camino que lleva a la Vida (cfr. Mt 26,41).
Por eso los tres sacramentos son necesarios e irrenunciables, no cabe escindir unos de
otros, ni
separarlos; y, consecuentemente, es más que conveniente que esta unidad y ordenación
mutua se
ponga de manifiesto tanto en las enseñanzas que se transmiten en la catequesis, como
en el modo y
el momento de celebrar cada uno de los tres sacramentos.
Dificultad de percibir la unidad de la iniciación cristiana en la práctica pastoral
Hemos de decir que, por desgracia, no es fácil percibir la unidad y la ordenación mutua de
los
sacramentos de iniciación, sobre todo:
_ Cuando cada uno de los sacramentos se vincula y se celebra en un momento diferente
de la vida
de los individuos
_ Cuando las catequesis que preparan a su respectiva celebración están desconectadas
entre sí:
_ cuando la catequesis del bautismo no plantea la necesidad de la confirmación y de la
eucaristía;
5
_ cuando la preparación a la celebración de la eucaristía no parte de la realidad del
bautismo y
de la necesidad de la confirmación;
_ cuando la llamada catequesis de confirmación no se conecta con el bautismo ya
recibido ni
tiene suficientemente en cuenta que la plenitud de la iniciación cristiana es la celebración
de
la eucaristía.
_ Cuando es tanta la distancia en el tiempo entre la celebración del bautismo, de la
primera
eucaristía y de la confirmación.
Ciertamente la pastoral de la iniciación cristiana se ha pretendido plantear desde el
notable
paralelismo que cabe establecer entre el desarrollo evolutivo de la vida humana
(nacimiento,
infancia, adolescencia-juventud) y, respectivamente, bautismo, primera comunión y
confirmación.
Sin embargo, aunque dicho planteamiento tenga su propia razón de ser, conviene no
olvidar que la
dinámica de la iniciación cristiana responde fundamentalmente al plan de Dios y al modo
de
realizarse en la historia, y en cada persona, su designio de salvación. De ahí que los tres
sacramentos de iniciación respondan, antes que nada, a la lógica propia de la economía
de la
salvación y al cumplimiento de la voluntad del Padre en cada uno de sus hijos, a los que
Dios llama
cuando quiere, y como Él quiere, a participar de su vida divina, congregándolos, por
medio de su
Hijo Jesucristo, en un solo Pueblo como miembros de su Iglesia; les concede asimismo el
don de su
Espíritu y les da parte en el banquete de la Eucaristía, como anticipo, anuncio y prenda
del banquete
del reino celestial.
Desde este punto de vista, hay que desechar que la confirmación sea el sacramento de la
madurez,
equiparando falsamente edad adulta de la fe con edad adulta del crecimiento natural. Ya
que, como
decía santo Tomás de Aquino, y tal y como recoge el Catecismo de la Iglesia Católica,
«incluso en
la infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual, pues la vejez
honorable no
es la que dan los muchos días, ni se mide por el número de los años; de hecho
numerosos niños,
gracias a la fuerza del Espíritu Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta
derramaron la sangre por Cristo» (CCE 1308-1309).
4. La singularidad del sacramento de la confirmación en el proceso de iniciación
cristiana
El hecho de insistir en la necesaria y progresiva conexión de los sacramentos de
iniciación, no ha de
ser obstáculo para que se pueda percibir la singularidad de cada uno de ellos. Algo que
es fácil de
captar en el modo como se administran en la iglesia occidental, dado que se reciben en
celebraciones separadas.
Lo propio del sacramento de la confirmación, como ya hemos señalado, es que lleva a la
perfección
el don de Dios que todo cristiano recibe en el bautismo. Y, puesto que es un don de Dios,
necesariamente hay que subrayar la primacía de la gracia, que nunca será merecida,
pues la
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recibimos única y exclusivamente porque el Señor es bueno y misericordioso. Ahora bien,
dado que
Dios ha creado a los hombres libres y con capacidad para decidir responsable y
autónomamente,
también es necesario que el don de Dios encuentre un terreno bueno y preparado, de
modo que
germine y dé fruto abundante para mayor gloria del Padre que está en los cielos.
De hecho, es muy importante reconocer que será Dios mismo quien, con su gracia, o sea,
con la
especial asistencia del Espíritu Santo, dispondrá los corazones de sus hijos y les
capacitará para dar
una respuesta generosa, confiada y valiente, transformándoles, como transformó a los
apóstoles en
el día de Pentecostés: y de cobardes y temerosos, les convirtió en animosos y decididos
evangelizadores que anunciaron a Jesucristo con obras y palabras; y de estar encerrados
en el
cenáculo por miedo a los judíos, les empujo para que se pusieran en camino hasta llegar
a los
confines de la tierra; y de estar dispersos y abatidos como ovejas que no tienen pastor, a
formar con
ellos un solo pueblo que comparte una misma fe, una misma esperanza y un mismo
corazón.
Así pues, el Espíritu Santo viene sobre los confirmados con la gracia de sus siete dones
para dar
plenitud al bautismo. Por eso la Iglesia enseña que el sacramento de la confirmación (cfr.
CCE
1303-1305):
— Introduce a los bautizados más profundamente en la filiación divina.
— Les une más firmemente a Cristo.
— Aumenta los dones propios del Espíritu Santo.
— Hace más perfecto el vínculo de los bautizados con la Iglesia.
— Y concede una fuerza especial para difundir y defender la fe mediante la palabra y las
obras
como verdaderos testigos de Cristo, para confesar pública y valientemente su Nombre y
no sentir
jamás vergüenza de la cruz.
5. La catequesis de confirmación
En función de lo que es el sacramento de la confirmación, pastoralmente habremos de
asegurar que
la preparación y la participación en él se viva y se entienda como parte integrante del
proceso de
iniciación cristiana que todo bautizado está llamado a completar.
A. Itinerarios posibles
La normativa canónica universal señala que la administración de la confirmación se haga
“en torno
a la edad de la discreción, a no ser que la Conferencia Episcopal determine otra edad”
(CIC 891).
La Conferencia Episcopal Española, por decreto del 25 de noviembre de 1983, fijó “como
edad para
recibir el sacramento de la confirmación, la situada en torno a los catorce años, salvo el
derecho del
Obispo diocesano a establecer cuál es la edad de la discreción a que hace referencia el
canon 891”.
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A tenor de los principios del Derecho Canónico, y dada la realidad plural de situaciones y
de los
modos como se realiza la iniciación cristiana, los itinerarios más frecuentes, dentro de los
cuales se
sitúa la preparación para el sacramento de la confirmación, son los siguientes:
Primer itinerario: itinerario de iniciación cristiana de niños que concluye con la
celebración de la primera eucaristía y en el que previamente se ha recibido el
sacramento de la confirmación.
_ Esta modalidad, teológicamente bien fundada y de notable valor ecuménico, posibilita
seguir
el itinerario sacramental del bautizado y situar el sacramento del Espíritu dentro de la
dinámica de la preparación a la primera eucaristía.
_ Aparece así más definida en su relación con el bautismo y con la eucaristía, tal y como
se
mantiene en la tradición común a las iglesias orientales y occidentales, especialmente en
la
iniciación cristiana de adultos.
_ Hay que evitar, no obstante, que la iniciación quede reducida a la etapa de la infancia y
de la
preadolescencia.
_ «En la hipótesis de la celebración de la Confirmación antes de la Primera Comunión,
para
recoger los aspectos positivos que la experiencia hoy habitual ha tenido, se puede
proponer
que, al término de las etapas catecumenales de la adolescencia y de la juventud, se haga
una
celebración con la renuncia y profesión de fe bautismales, de forma destacada, en medio
de la
comunidad y a una con ella, en la noche pascual o en la solemnidad de Pentecostés,
clausurando así el tiempo de Pascua» (IC 98).
Segundo itinerario: itinerario de iniciación cristiana de niños que concluye con la
celebración del sacramento de la confirmación.
_ Esta modalidad ha permitido que la catequesis de infancia adquiera un verdadero
sentido
catecumenal y no de mera preparación a la primera comunión.
_ Es un modo práctico para que la catequesis no se vea reducida a los primeros años de
la
infancia, sino que se vea más bien como un proceso que ha de ayudar a configurar
básicamente en los niños la personalidad del creyente. De lo cual cabe esperar una
perseverancia mayor en la vida de la Iglesia y en la formación permanente de los
cristianos.
_ Da ocasión para que los padres, responsables de la iniciación cristiana de sus hijos,
colaboren
activamente en la catequesis de los niños y puedan, de este modo, hacer también ellos un
proceso catecumenal adaptado a sus circunstancias.
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Tercer itinerario: itinerario para adolescentes y jóvenes que reciben el sacramento de la
confirmación y completan así la iniciación cristiana comenzada durante su infancia.
_ Esta modalidad, asumida mayoritariamente en la práctica pastoral de las últimas
décadas, ha
servido para resaltar la decisión personal de seguir a Jesucristo y configurarse con Él y
con el
evangelio de forma coherente y seria.
_ Ha servido también para fomentar el sentido vocacional de la vida cristiana y la
asunción de
unos compromisos apostólicos serios y maduros, al tiempo, que ha favorecido una
inserción
más consciente y madura en la vida de la Iglesia por parte de los adolescentes y los
jóvenes.
_ Teniendo cuidado de evitar algunas deformaciones teológicas y pastorales que se han
dado
en la preparación al sacramento de la confirmación, esta modalidad se presenta como
una
opción llena de sentido y de valor pastoral, especialmente para aquellos que por
diferentes
motivos abandonan el proceso de la iniciación cristiana en la edad de la infancia. Al
tiempo
que se presenta como una ocasión excepcional para cuantos necesitan una reiniciación, o
bien
porque no recibieron en su momento las catequesis oportunas y con un claro sentido de
iniciación cristiana, o bien porque su fe se ha debilitado, desdibujado y perdido y ven
conveniente reavivarla y reafirmarla con un proceso catequético de verdadera inspiración
catecumenal.
B. Objetivos
Sea la modalidad que sea, la preparación y la celebración del sacramento de la
confirmación ha de
plantearse como la forma de completar el don y la gracia del bautismo, y como
sacramento que nos
vincula más perfectamente a la Iglesia y que nos convierte en auténticos testigos de
Cristo, que han
de extender y defender la fe con sus obras y palabras (cfr. LG 11).
El itinerario, por tanto, deberá responder a estos objetivos:
_ Ofrecer, sin silencios ni omisiones, una síntesis básica de la fe que profesamos en el
Credo, tal y
como fue confesada el día del bautismo por los padres y padrinos del neófito.
_ Recordar, sin miedos, los aspectos esenciales y fundamentales de la vida cristiana: lo
que
celebramos en los sacramentos y en la liturgia de la Iglesia; la moral por la que se debe
regir y
guiar nuestra vida, tal y como se resume en los mandamientos y en el sermón del monte;
y los
aspectos más importantes de la oración y la espiritualidad cristianas.
En este sentido, será muy importante que las catequesis ayuden a hacer la síntesis entre
vida y
celebración litúrgica; entre fe y moral; entre compromiso y espiritualidad cristiana. De
manera
que los confirmandos vivan y sientan todas y cada una de las dimensiones de la
experiencia
creyente como si se tratara de una fuente única, que da unidad a toda la existencia: lo
personal y
lo familiar; lo profesional y lo socio-comunitario, lo festivo y lo serio, lo espiritual y lo
material,
lo cotidiano y lo extraordinario, etc.
9
Es muy importante, asimismo, tener en cuenta que una catequesis de estas
características, al
trasmitir la enseñanza moral de la iglesia, deberá despertar y fortalecer el sentido de la
conciencia moral y de la necesidad de la conversión a lo largo de toda la vida; conversión
que
tiene su expresión culminante en el sacramento de la reconciliación y de la penitencia.
_ Iniciar específicamente en la participación activa y responsable de los bautizados, y más
especialmente de los confirmados, en la vida y la misión de la Iglesia.
En consecuencia, será necesario plantear lo esencial y lo común de la vocación cristiana,
como
vocación universal a la santidad, y, desde ahí, la vocación específica que a cada uno de
los
bautizados le hace el Señor, para contribuir a la transformación del mundo según el plan
de Dios,
y a la edificación de su Cuerpo, que es la Iglesia, poniendo al servicio de todos los dones
y
carismas que del Señor ha recibido.
Será muy importante, igualmente, que las catequesis sirvan para suscitar una adhesión
cordial y
sincera de los confirmandos a la Iglesia, una y única de Jesucristo, visible e invisible a la
vez;
santa, pero necesitada de purificación continúa en sus miembros; celestial y, al mismo
tiempo,
terrena; cuya meta es el Reino, pero que tantas veces se siente atraída por las
seducciones del
mundo presente. Esta iglesia que está asentada sobre el cimiento de los apóstoles y que
es
católica, por voluntad del mismo Jesucristo.
_ Disponer y abrir a los que se preparan a recibir por el sacramento de la confirmación el
don del
Espíritu Santo, para que con su fuerza y con el auxilio de sus dones tengan la valentía de
anunciar y dar testimonio de Jesucristo y del evangelio, siendo sal y luz del mundo y
aceptando
y asumiendo, al mismo tiempo, ser signo de contradicción, como lo fue Jesús y lo fueron
los
profetas antes que Él.
Los confirmandos deben tener, igualmente, conciencia clara de que la necesidad del
anuncio del
evangelio puede llevarles a dejar su tierra, su patria, su familia y sus amigos, para
sembrar la
semilla del Reino en cualquier rincón de este mundo; pues son muchos los que aún no
han oído
hablar de Jesús y también a ellos nos envía el Señor.
_ Por último, estas catequesis han de ayudar a los confirmandos a vivir y a celebrar la
Eucaristía,
de forma más consciente, activa y plena. Pues, tal y como consideran la Tradición y la
Liturgia,
la confirmación está específica y directamente ordenada a la Eucaristía, ya que es en este
excelso sacramento en el que quedamos definitivamente configurados con Cristo y con su
entrega para la salvación del mundo.
Para conseguir estos objetivos, como siempre, convendrá adaptarnos a la situación y
condiciones de
los destinatarios, respetando sus capacidades según la edad, cultura, condiciones de
salud, situación
social, etc. Sin olvidar, en ningún momento, que el que nos llama a vivir y a caminar en la
santidad
según el Espíritu Santo, también nos dará la fuerza y la voluntad para llevarlo a cabo.
Porque, el
10
don de Dios, si bien se adapta al hombre, asimismo lo eleva muy por encima de sus
capacidades
naturales hasta divinizarlo.
C. Pasos
Además de un itinerario catequético, son necesarios algunos pasos, propios del proceso
catecumenal, que han de ir marcando las etapas del itinerario:
_ Rito de acogida. En el que los catequizandos manifiesten su deseo de continuar y
completar su
proceso de iniciación cristiana, al tiempo que acogen los signos mediante los cuales la
Iglesia
expresa su desvelo maternal y su intención de interceder, acompañar y posibilitar que el
don de
la vida divina alcance toda su plenitud en cada uno de sus hijos y miembros.
_ Escrutinios y entrega del Símbolo. Este paso y la celebración correspondiente deben
servir
para que los catequizandos se vean fortalecidos y ayudados para afrontar las dificultades
concretas que se encuentran de cara a vivir conforme a la fe de la Iglesia;
experimentando, al
mismo tiempo, que no están solos sino que cuentan con el sostén y el apoyo de toda la
comunidad creyente.
_ Escrutinios y entrega del Decálogo. Con estos ritos se pretende que los
catequizandos tomen
conciencia de que la vocación a la santidad requiere la voluntad firme, por parte de los
bautizados, de colaborar con la acción de la gracia, que nunca nos ha de faltar, en la
lucha contra
el pecado. Es importante, pues, que conozcan y reconozcan que la libertad del ser
humano está
herida y que es necesario, por tanto, estar alerta y vigilar para no caer en la tentación, ni
dejarnos
seducir por el mal en sus muchas manifestaciones. A tal fin es muy importante insistir y
valorar
mucho la celebración frecuente del sacramento de la penitencia y de la reconciliación.
_ Escrutinios y entrega del Padrenuestro. La iniciación a la oración y a la vida espiritual
cristiana es parte esencial e irrenunciable del proceso de iniciación cristiana. Pues lo
mismo que
no hay vida sin espíritu, tampoco puede haber vida cristiana sin oración y una vida
espiritual
seria. Así pues, aunque colocada en último lugar de las dimensiones de la fe que se han
de
cultivar en el proceso de iniciación cristiana, es, sin embargo, la más básica y esencial.
Por
tanto, la iniciación a la oración y a la vida espiritual cristianas deben estar presentes y
llenar de
contenido todos y cada uno de los pasos y momentos del itinerario. La fe que profesamos
en el
Credo debe ser interiorizada por medio de la oración, ya que es en la oración donde de
verdad
vivimos de la fe y la ponemos en juego. Lo que celebramos en los sacramentos debe ser
el
alimento esencial de nuestra vida espiritual; y nuestra vida espiritual es lo que nos ha de
ayudar
a participar de forma consciente, activa y plena en la vida litúrgica de la Iglesia, fuente y
culmen
de la vida cristiana.
En el proceso de iniciación cristiana es más que aconsejable que los catequizandos se
habitúen a
participar en jornadas de retiro y de ejercicios espirituales; a tener asimismo momentos
intensos
de oración ante el Santísimo; a participar y celebrar la oración de la Iglesia, rezando la
Liturgia
11
de las Horas; y, sobre todo, a tomar parte en la celebración dominical de la eucaristía y a
recurrir
siempre que sea necesario y con cierta frecuencia al sacramento de la reconciliación.
_ Celebración del sacramento de la confirmación y participación plena en la
eucaristía. Como
todo itinerario es lógico que tenga su meta. Mas será muy importante que los que han
sido
iniciados comprendan que, aunque el proceso de iniciación concluye, no concluye, en
cambio, el
caminar. Al contrario, se ha de continuar creciendo y madurando en la vida de fe hasta
alcanzar
la plena configuración con Cristo, que quiso quedarse entre nosotros, especialmente en el
sacramento de la eucaristía, como viático que nos da fuerza y vigor para el camino de
cada día
aquí en la tierra y que nos prepara y nos conduce a la patria del cielo.
Convendrá que la preparación inmediata a la confirmación se haga en el contexto de un
retiro
espiritual o unos ejercicios espirituales, en los que los catequizandos disciernan con
calma su
situación personal y se dispongan a recibir del mejor modo posible el don del Espíritu
Santo.
_ Catequesis mistagógicas. Una vez recibidos los sacramentos de iniciación, es
necesario
profundizar en el sentido de los ritos, las oraciones y los gestos sacramentales para tomar
conciencia del don recibido y vivir conforme a él. Al mismo tiempo, la comunidad cristiana
acoge con alegría a cuantos han completado la iniciación cristiana y se siente renovada y
rejuvenecida por la acción de Dios, que no deja de engendrar y dar a luz nuevos hijos en
las
entrañas maternales de la Iglesia.
6. La celebración de la confirmación
A. El obispo, ministro de la Confirmación
El sacramento de la confirmación lo administra el obispo, como sucesor de los Apóstoles,
para
que los confirmandos perciban mejor que quedan sacramentalmente más vinculados a la
Iglesia y
que son constituidos de forma más perfecta en apóstoles y testigos del evangelio.
El obispo diocesano puede conceder facultad a uno o a varios presbíteros determinados,
para que
administren este sacramento.
Es necesario que estos presbíteros, o bien tengan un ministerio o cargo peculiar en la
diócesis, a
saber: sean vicarios generales o episcopales, o arciprestes. O bien sean párrocos del
lugar en que
se administra la confirmación, o párrocos del lugar al que pertenecen los confirmandos, o
presbíteros que han trabajado especialmente en la preparación catequética de los
confirmandos.
B. Celebración dentro de la misa
Por lo general, la confirmación ha de tener lugar dentro de la celebración de la Eucaristía,
pues
así se pone de manifiesto de forma más evidente y clara, la conexión entre ambos
sacramentos y,
además, que la Eucaristía es la verdadera culminación del proceso de iniciación cristiana.
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— La liturgia de la Palabra
En esa Eucaristía, los confirmandos han de escuchar atentamente la Palabra de Dios,
pues ella es
el principal instrumento como el Espíritu hace escuchar su voz en el corazón de los fieles
y les
guía y conduce hasta la verdad completa, tal y como prometió Jesús.
— Los ritos de la confirmación
1. La renovación de las promesas bautismales
Con este rito se subraya la vinculación de ambos sacramentos y se pone de manifiesto
que son,
junto con la eucaristía, los sacramentos de la fe.
2. La imposición de manos
Es el gesto que desde el tiempo de los apóstoles significa la comunicación del Espíritu
Santo. Por
eso, en el rito romano el obispo extiende las manos sobre todos los que van a ser
confirmados y
pide al Padre que derrame su Espíritu sobre ellos y los llene con sus dones: don de
sabiduría e
inteligencia, don de consejo y fortaleza, don de ciencia y de piedad, don de su santo
temor.
La imposición de manos en la confirmación es un signo más que ayuda a comprender el
significado de este sacramento y tiene, por tanto, su importancia; sin embargo, hay que
dejar
claro que el rito sacramental esencial es el de la imposición de la mano que realiza el
obispo
cuando, con ella, unge en la frente a quien confirma.
3. El rito de la Unción con el Crisma
El rito de la unción con el aceite significa la consagración del que es ungido. Dios toma
posesión de su persona y le hace entrega del don del Espíritu Santo, haciendo de ella otro
Cristo.
Además, por la unción de la confirmación, el bautizado recibe un sello, una marca
indeleble, que
indica su pertenencia total a Cristo. El ungido con el crisma está al servicio de Cristo para
siempre y cuenta asimismo con su protección para el combate en esta vida y para ser
recibido en
las moradas eternas.
El crisma con que se unge a los confirmandos, lo consagra el Obispo en la misa crismal
del
jueves santo en presencia de todos los sacerdotes de su presbiterio y del pueblo fiel.
La unción con el crisma en el rito latino la hace el obispo en la frente del candidato,
imponiéndole al mismo tiempo la mano en la cabeza y diciéndole: «Recibe por esta señal
el don
del Espíritu Santo».
4. El Beso de la Paz
El obispo besa al recién confirmado y le desea la paz.
Este beso significa, al mismo tiempo, la comunión eclesial del confirmado con el obispo y
con
todos los fieles.
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C. Necesidad y deber de los bautizados de recibir el sacramento de la confirmación
El Catecismo dice que todo bautizado aún no confirmado, puede y debe recibir este
sacramento.
Y, citando el Código de Derecho Canónico, habla incluso de la obligación por parte de los
fieles
bautizados de recibirlo y que, en caso de peligro de muerte, un bautizado que no
estuviera
confirmado debe serlo, al tiempo que recibe la unción de los enfermos y el viático (cfr.
CCE
1306-1308; CIC can. 891; 893,3).
7. Los catequistas_
Durante el proceso de iniciación cristiana y mientras dura la catequesis, los catequistas
tienen un
papel relevante y una responsabilidad singular.
En ellos confía la comunidad cristiana para que ayuden a progresar a los catecúmenos y
catequizandos en el camino de la conversión y de la fe.
Por eso se les pide:
_ Que sean ejemplo de fe viva para los catecúmenos y catequizandos, sobre todo, con su
modo de
actuar.
_ Que sepan transmitir con gozo y con valentía la fe de la Iglesia, para que los
catecúmenos
puedan profesarla responsablemente y recibir así con fruto los sacramentos de la
iniciación
cristiana.
_ Que alimenten su vida con la oración constante, con la celebración frecuente de los
sacramentos
y que mantengan una vinculación cordial y efectiva con la comunidad eclesial en cuyo
nombre
trasmiten la fe.
_ Que estén lo suficientemente formados en el conocimiento de los fundamentos de la fe
cristiana,
así como en los medios pedagógicos y en los lenguajes más adecuados para transmitir la
fe en el
momento actual.
_ Que tengan la suficiente madurez humana y social para llevar a cabo la tarea de la
catequesis y
cuanto conlleva, sabiéndose adaptar a la mentalidad y el lenguaje de los destinatarios,
pero
cuidando, al mismo tiempo, una transmisión íntegra de la fe de la Iglesia.
«El catequista ha de estar en condiciones de poder animar eficazmente un itinerario
catequético
en el que, mediante las necesarias etapas, anuncie a Jesucristo, dé a conocer su vida,
enmarcándole en la historia de la salvación, explique los misterios del Hijo de Dios, hecho
hombre por nosotros, y ayude, finalmente, al catecúmeno o al catequizando a identificarse
con
Jesucristo en los sacramentos de iniciación» (DCG 235).
_ Este apartado supone todo lo que se dijo en el folleto número 9 de formación catequistas: Catequistas al
servicio de la
iniciación cristiana.
14
«Los catequistas, especialmente los que preparan a los adolescentes y los jóvenes para
recibir el
sacramento de la Confirmación, ejercen una función eclesial relevante, ya que también
ellos son
transmisores de la fe de la Iglesia, y no simplemente unos animadores o monitores que
coordinan
y acompañan el trabajo del grupo» (IC 44).
Para el desempeño de estas tareas y para favorecer una realización de las mismas que
sea
espiritual y cristianamente constructiva es muy importante garantizar tanto una formación
básica
e inicial, buena y sólida, como, asimismo, un acompañamiento personal permanente y
una
formación continua que permita a los catequistas crecer día a día y santificarse en el
ejercicio de
este ministerio al que se han sentido llamados por Dios.
Tanto el obispo de la diócesis, como los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas
deben estar
dispuestos a dedicar sus principales desvelos al cuidado y atención de la catequesis y,
sobre todo,
de los catequistas.
8. Los padrinos
Como en el bautismo, la elección del padrino 1 debe estar motivada por un deseo sincero
de asegurar
que el candidato a recibir los sacramentos, en su proceso de iniciación cristiana, cuente
con la
presencia cercana de un pariente, de un amigo o de cualquier miembro de la comunidad
convenientemente designado, que le ayude en su formación y su vida cristianas y que sea
para él un
modelo y referencia concretas para seguir y perseverar en el camino de la fe.
Por eso, en principio, y a no ser que haya alguna razón que aconseje lo contrario, el
padrino, o la
madrina, o ambos, deberían ser los mismos que ya lo fueron en el bautismo. De este
modo, se
percibe con mayor claridad la vinculación entre bautismo y confirmación. No obstante, el
confirmando tiene la facultad de elegir un padrino propio para la confirmación. En
cualquiera de los
casos, el candidato elegido debe ser una persona “espiritualmente idónea” y debe tener
estas
cualidades2:
— Una madurez suficiente para cumplir con esta función. Según el Código de Derecho
Canónico,
ha de tener cumplidos los dieciséis años, aunque el obispo diocesano puede establecer
otra edad
(CIC 871,2).
— Ha de ser católico, estar confirmado y haber recibido ya la eucaristía. Además, ha de
llevar una
vida congruente con la fe y con la misión que va a asumir. Si se trata de una persona no
católica
solo puede ser admitido junto con el padrino católico, y exclusivamente en calidad de
testigo del
bautismo.
1 «Téngase un solo padrino, o una sola madrina, o uno y una» (CIC 873).
2 Cfr. CIC 874.
15
— No ha de estar afectado por ninguna pena canónica.
En cuanto a las obligaciones que los padrinos adquieren con respecto a sus ahijados,
podríamos
resumirlas en tres:
— Ser ejemplo cercano de vida creyente para su ahijado.
— Darle un apoyo eficaz para que asuma gradualmente las obligaciones y compromisos
que
adquirirá ante Dios y la Iglesia con la confirmación.
— Ayudarle de forma concreta y eficaz, dándole aliento y estímulo, sobre todo, en los
momentos de
mayor dificultad, que inevitablemente el confirmando encontrará a lo largo de su vida.
Es, pues, conveniente que los confirmandos se tomen muy en serio la elección de quién o
quiénes
serán sus padrinos, procurando huir de cualquier formalismo o compromiso social, o
pensando que
se trata tan solo de una figura decorativa o de una cuestión de mero trámite.
16
SegundaParte
L O S M AT E R I A L E S C AT E Q U É T I C O S D I O C E S A N O S :
SERÉISMISTESTIGOS
1. Materiales para completar la Iniciación Cristiana de adolescentes y jóvenes
La delegación diocesana de catequesis de Madrid ha elaborado estos nuevos materiales,
cuya
finalidad es ofrecer un itinerario que sirva para acabar el proceso de iniciación cristiana de
adolescentes y jóvenes, que lo interrumpieron o no lo completaron a lo largo de su
infancia.
Por ello, estos materiales pretenden, como señala el Directorio General para la
Catequesis,
propiciar una viva, explícita y operante profesión de fe. Se trata, pues, de facilitar a los
adolescentes
y jóvenes una formación orgánica y sistemática de la fe en sus aspectos más básicos y
esenciales, es
decir, en lo nuclear de la experiencia cristiana y en los valores evangélicos más
fundamentales (cfr.
DGC 63-68).
Como tantas veces ha insistido la Iglesia en estos últimos años, de lo que se trata, ni más
ni menos,
es de poner los cimientos del edificio espiritual del cristiano, para que, posteriormente, se
puedan ir
construyendo otras plantas. Se busca, en consecuencia, ayudar a estos jóvenes y
muchachos para
que configuren su personalidad humana según el modelo y la persona de Cristo y como
miembros
de la comunidad cristiana, de la Iglesia, a la que se incorporaron por el bautismo y de la
que quieren
llegar a ser piedras vivas y sólidas por el don del Espíritu Santo, que recibirán con la
confirmación.
2. Destinatarios
_ Principalmente estos materiales han sido pensados para aquellas personas que, tras la
Primera
Comunión o inmediatamente después, abandonaron su proceso de Iniciación Cristiana, y
lo
quieren retomar y completar siendo ya adolescentes o jóvenes.
_ Pero también pueden servir para personas adultas que piden recibir el sacramento de la
confirmación, ya que en su momento no lo recibieron.
_ Por último, estos materiales serán útiles, con las debidas y necesarias adaptaciones,
para la
formación permanente en la fe de los adolescentes y jóvenes que completaron su
iniciación
cristiana durante la infancia y que, por tanto, ya están confirmados. Y es que, aunque el
temario
sea prácticamente idéntico, sin embargo, el modo de tratarlo y la amplitud de los
contenidos
varía de forma considerable a como fueron tratados cuando eran aún niños.
3. Etapas y principales ritos del itinerario
Hablamos de un itinerario, o sea, de un camino en el que hay etapas, pasos y también
una meta. Las
etapas básicamente son cuatro, jalonadas por los respectivos pasos que vamos a señalar.
Y la meta
17
es la culminación del proceso de iniciación cristiana, que supone haber recibido tanto las
catequesis
como los tres sacramentos de la iniciación: bautismo, confirmación y eucaristía.
_ La primera etapa consiste en que los adolescentes o jóvenes se planteen y se
pregunten por la
solidez de la fe que recibieron de niños, al tiempo que se abren a la necesidad de recibir
el
Espíritu Santo, convirtiéndose así en auténticos discípulos de Jesucristo y piedras vivas
de la
Iglesia, puestos al servicio del plan de salvación.
_ Paso: Celebración de acogida en el catecumenado
_ La segunda etapa busca poner los sólidos cimientos de la fe de la Iglesia, para que
estos
jóvenes, no solo conozcan la Tradición viva que Jesús confió a los Apóstoles, sino, sobre
todo,
para que aprendan a vivir conforme a la fe recibida, que es la única que nos salva y nos
hace
verdaderamente felices.
_ Paso: Celebración de la entrega del Símbolo
_ La tercera etapa consiste básicamente en acoger los mandamientos y las
bienaventuranzas
como camino de felicidad, válido para todo hombre. Un camino en el que es bueno
asimismo
reconocer y luchar contra las resistencias que el corazón tiene para seguir la vía del bien,
de la
verdad, de la bondad y la justicia; y, también, contra las inclinaciones que le seducen y le
apartan de la senda que lleva a la vida eterna.
_ Pasos: Celebración de la entrega del Decálogo y celebración de los Escrutinios
_ La cuarta etapa trata de preparar y disponer a los adolescentes o jóvenes a celebrar de
forma
consciente y plena el sacramento de la confirmación, conociendo bien y asumiendo el don
que
gratuitamente Dios nos regala por medio de su Hijo Jesucristo: el Espíritu Santo. Este
Espíritu
les consagrará para una tarea y una misión bien concretas: el apostolado, el anuncio del
evangelio, dar signos de la llegada del Reino de Dios, la participación en la vida litúrgica
de la
Iglesia, los compromisos y tareas al servicio de la comunidad eclesial y de la sociedad, en
la que
han de situarse conscientes de que han sido llamados a ser luz del mundo y sal de la
tierra, etc.
_ Paso: Celebración del sacramento de la confirmación
4. Núcleos temáticos
Atendiendo a los criterios que acabamos de presentar, estos materiales han sido divididos
en cuatro
bloques:
_ El primer bloque: catequesis introductorias
Es un conjunto de tres temas preparatorios, que ayudará a los catequizandos a recordar
lo que
recibieron de la fe durante su catequesis infantil, al tiempo que se les plantea la necesidad
de la
Iglesia en el plan de salvación diseñado por Dios; y, por tanto, la necesidad asimismo de
que
ellos se incorporen a la Iglesia de forma activa, consciente y madura. De este modo,
superadas
18
las dificultades que en su momento les enfriaron o les apartaron de la vida cristiana, ahora
se
dispongan a recibir plenamente el don del Espíritu Santo el día de su confirmación y se
conviertan consecuentemente en verdaderos y valientes apóstoles de Jesucristo y
miembros vivos
de su Iglesia.
_ El segundo bloque: catequesis sobre el Credo
Está formado por catorce catequesis sobre los artículos del Credo, gracias a las cuales
paulatinamente serán conducidos al conocimiento básico de todo aquello que Dios quiso
revelar
a los hombres de sí mismo y de su plan de salvación, tal y como ha sido resumido en el
Credo.
Con estos temas, se busca también que la fe ilumine la existencia de los catequizandos y
les
capacite, al mismo tiempo, a saber dar razón de su esperanza a quien se lo pida.
_ El tercer bloque: la moral y la espiritualidad cristianas
Con estas catequesis se trata de inculcar en los catequizandos las actitudes básicas de
Jesús,
nuestro Señor, para que siguiéndole e imitándole, sean transformados interiormente por la
acción
del Espíritu Santo y lleguen así a dar fruto abundante para gloria de Dios Padre.
_ El cuarto bloque: la vocación cristiana y la celebración de la confirmación
Está formado por cuatro catequesis sobre la consagración bautismal, la vocación
cristiana, la
vocación al ministerio sacerdotal y la vida consagrada, y una quinta sobre los diferentes
ritos y
signos de la celebración de la confirmación.
Con estas catequesis se pretende que los catequizandos se planteen su vocación
cristiana y estén
abiertos a la llamada que Dios les pueda hacer para servir al mundo y a la Iglesia en los
diferentes estados que existen dentro del pueblo de Dios: sacerdotes y consagrados.
También se busca que se preparen del mejor modo posible a celebrar el sacramento de la
confirmación.
5. Las celebraciones
_ La acogida en el catecumenado
Con esta primera celebración se intenta que los catequizandos caigan en la cuenta de
que no solo
ellos se comprometen a seguir con seriedad un proceso que les lleve a completar su
iniciación
cristiana, sino que también la Iglesia, madre y maestra en la fe, se compromete a
transmitirles
íntegramente la fe salvadora y a educarles en todas las dimensiones de su personalidad,
para que
puedan profesar la fe de forma madura y consciente.
_ Celebración de la entrega del Símbolo
Esta celebración, precedida por los escrutinios correspondientes, ha de servir para que
los
catequizandos experimenten cómo, con la ayuda de la gracia y con la mediación de la
Iglesia,
19
podrán ir conformando su vida de acuerdo a la fe que han recibido en la catequesis, al
tiempo
que aprenden a superar las dificultades que habitualmente surgen a lo largo del camino
de la vida
cristiana, especialmente en aquellos que se toman en serio vivir conforme a la luz de la
verdad,
tal y como nos ha sido revelada.
_ Celebración de la entrega del Decálogo
Al recibir el Decálogo, los catecúmenos aceptan asimismo el camino de felicidad que
Dios,
nuestro Padre, propone a los hombres, a los que creó para que estuvieran con Él
sentados a su
mesa en el reino celestial. Se trata de un camino que no es fácil, debido a que la
concupiscencia,
consecuencia del pecado original, nos lleva a endurecer nuestro corazón y a revelarnos
una y otra
vez contra la voluntad de Dios, de quien desconfiamos como desconfiaron nuestros
primeros
padres en el paraíso. De ahí la necesidad de prepararnos para combatir y luchar, con la
ayuda de
la gracia, de manera que, siguiendo a Jesucristo, camino, verdad y vida, alcancemos la
eterna
bienaventuranza, que Él consiguió para todos nosotros, los que somos de Cristo.
_ Retiro espiritual antes de la confirmación
Aunque no se trate propiamente de una celebración o de un paso del itinerario
catecumenal,
queremos señalar la importancia de este retiro espiritual: con él se busca que, a lo largo
de un día
entero, dedicado a la oración y a la reflexión, los catequizandos recuerden y profundicen
en el
sentido de su bautismo, puedan comprender mejor los signos y ritos del sacramento de la
confirmación, y, por último, se les ayude a reflexionar sobre la eucaristía como fuente y
cima de
la vida cristiana.
6. Propuestas metodológicas
Como los otros materiales que la delegación diocesana ha ofrecido para el itinerario
infantil de
iniciación cristiana, también éstos quieren servir fundamental y primordialmente a los
catequistas,
pues son ellos los responsables en primera persona de la entrega viva de la fe de la
Iglesia a los
catequizandos.
Lo que más nos ha preocupado, por tanto, es ofrecer a los catequistas un instrumento
eficaz que les
ayude, en primer lugar, a orientar estas catequesis en la clave de la iniciación cristiana.
En segundo
lugar, que cuenten con propuestas sencillas y claras de cómo desarrollar y proponer los
diferentes
temas. Y, por último, que tengan claro cuáles son los contenidos básicos y fundamentales
que han
de transmitir, siendo creativos y, al mismo tiempo, fieles a la fe de la Iglesia y a esa
Tradición viva
que viene desde la generación apostólica.
La estructuración de los temas, los puntos que contienen, las sugerencias que se les
hacen a los
catequistas para el desarrollo de las diferentes sesiones, son solo propuestas, y, como
tales han de
ser tomadas.

En función de sus catequizandos y de las posibilidades físicas y materiales en las que


tiene que dar
las catequesis, cada catequista, ayudado por otros catequistas y por el sacerdote
responsable de la
catequesis, deberá discernir el método a seguir, el ritmo que deberá imprimir al proceso
según la
situación de los catequizandos, así como los lenguajes más adaptados a su mentalidad y
necesidades.
21
ÍNDICE

Primera Parte: La confirmación en el proceso de Iniciación Cristiana


1. Necesidad de la fe y los sacramentos en la vida
cristiana...........................................................1
A. La misión de Cristo: anunciar y realizar el plan de
Dios .....................................................1
B. La misión de la Iglesia: anunciar la salvación y celebrar los sacramentos de la salvación
.1
C. Necesidad de la fe y de los
sacramentos ..............................................................................1
D. La fe: don de Dios y respuesta del hombre al Dios que se
revela........................................2
2. Bautismo, confirmación y eucaristía: configuran el ser cristiano, su vocación y misión en
la
iglesia y en el
mundo...................................................................................................................2
A. El bautismo: sacramento de la
fe .........................................................................................2
— Necesidad del
catecumenado ..............................................................................................2
B. La confirmación: un nuevo Pentecostés para los
bautizados...............................................2
C. La eucaristía: fuente y cima de la vida
cristiana ..................................................................3
— La eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la
eucaristía ...................................................3
— En la eucaristía los bautizados y confirmados ejercen plenamente el sacerdocio
común ..3
— La eucaristía, motor y alimento constante de la vida
cristiana ...........................................3
— La eucaristía, cima y fuente de la iniciación
cristiana ........................................................3
3. Necesidad de mantener la unidad en la iniciación
cristiana........................................................3
4. La singularidad del sacramento de la confirmación en el proceso de iniciación
cristiana..........5
5. La catequesis de
confirmación ....................................................................................................6
A. Itinerarios
posibles ...............................................................................................................6
B.
Objetivos ..............................................................................................................................8
C.
Pasos...................................................................................................................................1
0
6. La celebración de la
confirmación ............................................................................................11
A. El obispo, ministro de la
Confirmación .............................................................................11
B. Celebración dentro de la
misa............................................................................................11
— La liturgia de la Palabra .............................................................................................12
— Los ritos de la confirmación.......................................................................................12
1. La renovación de las promesas
bautismales ..................................................................12

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