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EL PODER DELOS MASONES

POR SERGIO OCAMPO MADRID


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EL PODER DELOS MASONES

Una venda en los ojos, un lazo en el cuello, el hombro izquierdo por fuera
de la camisa y el pie derecho apenas cubierto por una alpargata de fique.
El hombre camina inseguro y se adivina que está nervioso. Va
custodiado por un grupo en atavíos de ceremonia, con gorros de fieltro
como de turco viejo y delantales de faena, a la usanza del albañil
medieval. Avanzan por esos sótanos donde el frío sobrecoge y no se
escucha nada diferente al traqueteo de los zapatos de cuero. Es la hora
del crepúsculo y ya campea la oscuridad.
Finalmente lo dejan en una suerte de mazmorra a la que debe entrar con
la espalda muy arqueada pues la puerta de acceso tiene apenas un
metro con veinte. Alguien la cierra. Él se retira el vendaje y en la
penumbra se enfrenta a un espectáculo macabro. Las paredes están
tapizadas con lápidas y losas mortuorias. Aquí y allá hay letreros
intimidantes sobre la vanidad, la envidia, la ira… Cada pecado capital
tiene su nicho. Y en el centro del recinto hay un ataúd que contiene una
momia amortajada a medias y con una expresión dolorosa en la cara. El
ambiente se llena de una bruma pesada y el frío se intensifica pues el
viento ha empezado a soplar. En la pared derecha suena la madera de
un sarcófago que se está saliendo de su bóveda.
“Si tu alma siente pavor, no prosigas”, reza un cartel que se ubica justo
encima del único asiento en este sitio desolador.
Unos 3.000 colombianos han vivido esta experiencia escalofriante y
pasaron la prueba, con lo cual ingresaron en la orden masónica. El rito
puede tener unos setecientos años, y por medio de su simbolismo se va
de la oscuridad a la luz, se acepta humilde cuán efímera es la existencia
humana y se entra a esa hermandad universal misteriosa, vilipendiada
durante siglos, perseguida por reyes y príncipes, excomulgada 19 veces
por los papas desde 1738 y prohibida por algunos gobiernos.
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Y aún así, este grupo esotérico muestra en sus archivos una lista muy
larga de miembros ilustres que poco parecen tener en común. Hay allí
hombres de guerra como Napoleón y Churchill; pero también pacifistas
plenos como Gandhi y Luther King; padres fundadores como Bolívar,
Washington y Juárez; genios de la música universal como Mozart, Bach
y Beethoven, o de las letras como Shakesperare y Göethe. También
están Sigmund Freud, Walt Disney, Cantinflas, dos de los tres
astronautas que fueron a la Luna por primera vez, y cuatro de los últimos
cinco presidentes de Estados Unidos, incluido Obama.
Si hubiera que arriesgar una definición de la masonería habría que decir
que es una organización mundial de carácter secreto, exclusivamente
de hombres, en la búsqueda de un conocimiento superior, intelectual y
metafísico, que se agrupa en logias con símbolos y ritos herméticos que
los acercan a los arcanos de la antigüedad pagana. Tienen unos códigos
de conducta sometidos a las leyes y a la institucionalidad de cada país
donde funcionen, y se consideran hermanos en solidaridad y en el
objetivo de avanzar hacia la perfección individual y social.
“Somos básicamente una fuerza moral –dice Cesáreo Rocha, masón
grado 33, venerable maestro de la gran logia de Colombia de 1975 a
1979, y ex gobernador del Tolima–. Aplicamos como normas la
tolerancia y la no aceptación de ningún dogma. La condición absoluta
para ser masón es creer en algún Dios, llámelo como lo quiera llamar.
Por eso uno de nuestros símbolos son las letras A.L.G.D.G.A.D.U. que
significan A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo. Una de las
mentiras que se cuenta sobre nosotros es que somos ateos”.
En Colombia, el inicio de esta organización se ubica en la gesta de
independencia con Bolívar y Santander a la cabeza. El siglo XIX y la
primera mitad del XX fueron su edad dorada en lo referente a cercanía
con el poder. Así, entre sus cuentas aparecen 42 presidentes desde
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José Miguel Pey hasta Alberto Lleras Camargo, incluidos Darío


Echandía y Eduardo Santos. También, un hombre que estuvo cerca de
serlo: Horacio Serpa. Jorge Eliécer Gaitán logró ser admitido pero fue
asesinado un mes después, y a Carlos Lleras Restrepo también le
dieron el visto bueno antes de llegar al poder, pero doña Cecilia de la
Fuente, su esposa, se declaró en desacuerdo y el político prefirió
declinar antes que tener líos familiares. César Gaviria nunca lo ha sido,
pero su padre y su abuelo sí, e inclusive están enterrados de pie, como
corresponde a los librepensadores.

Mientras que países como Chile o Argentina y la mayoría de


latinoamericanos tienen una sola Gran Logia, en el país hay seis que
agrupan a 76 logias. La más numerosa funciona en Bogotá, tiene
alrededor de mil miembros registrados en ocho departamentos y se
denomina Gran Logia de Colombia. Las demás están en Cali,
Cartagena, Barranquilla, Bucaramanga y Cúcuta. Hubo una en Santa
Marta pero fue declarada irregular hace cuatro años, y una en Montería
que se dispersó. ¿Y Medellín?, ¿Por qué Medellín no cuenta con una
gran logia, y los dos grupos que existen allí dependen de Bogotá?
“La masonería en Antioquia ha sido muy complicada por la estructura
profundamente católica de la sociedad paisa y por el conservatismo”,
responde Luis Eduardo Botero, masón grado 33, ex magistrado del
Consejo Nacional Electoral hasta hace tres años y uno de los dos únicos
antioqueños que en 87 años han sido venerables maestros de la Gran
Logia de Colombia. El otro paisa en ese cargo, que es la cabeza máxima
de la masonería, es el ex ministro y ex congresista Jorge Valencia
Jaramillo, quien lo ocupa en la actualidad.

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Exceptuando Antioquia, donde la hermandad tuvo serios problemas con


la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo XX, con amenazas de
obispos y cruzadas en su contra que lograron casi desaparecerla y
volverla clandestina, y sin contar algunos ataques duros de Laureano
Gómez en los años cuarenta, la masonería colombiana no ha sido
particularmente perseguida ni señalada. Los únicos casos de
hostigamiento o algo similar en tiempos recientes se dieron con la
expulsión hace cinco años de dos profesores de la Universidad La Gran
Colombia, regida por José Galat, un conservador ultramontano. Los dos
docentes eran masones de la Gran Logia de Colombia. Un año después,
en ese mismo claustro fue nombrado como profesor Guillermo Montoya
Ocampo, maestro masón, pero cuando las directivas se enteraron de
eso no le permitieron posesionarse.
Pero si hay una universidad enemiga, también hay una profundamente
amiga: la Universidad Libre tiene un fuerte acervo masónico desde su
fundación en 1922 por iniciativa del general Benjamín Herrera, masón
grado 33. “No puede decirse que la universidad sea de la orden, pero sí
comparte la filosofía de librepensamiento y antidogmatismo que están
en la esencia de la masonería”, admite el rector Nicolás Zuleta. De los
39 rectores que ha tenido el plantel en 87 años, 25 han sido masones,
incluido Zuleta.
La cercanía de esta institución con la logia es tan estrecha que en el
museo de la universidad, sede de La Candelaria, funciona una gran sala
masónica a la que se accede cruzando unas columnas jónicas de piedra
como las que debe tener todo templo de la hermandad. Allí pueden verse
los monogramas primordiales del esoterismo masón: el
A.L.G.D.G.A.D.U., y el S.F.U. (Salud, Fuerza y Unión). Con este último
se saludan entre ellos en un protocolo gestual tan discreto que nadie
nota, pero que se constituye en una clave para identificarse en cualquier
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lugar del mundo. También se aprecian los distintos ornamentos del


ceremonial: el mandil (delantal de trabajo), el collar del grado 33, el fez
(gorro cónico), la banda bordada en hilos de oro, el mallete (martillo)
para abrir y finalizar las sesiones.
Si bien en Colombia, la organización ha disfrutado de una relativa
tranquilidad a lo largo de un siglo, en el resto del planeta las cosas han
sido a otro precio. Casi desde su nacimiento oficial en 1717 comenzó a
construirse una leyenda negra que les atribuye poderes alquímicos y
ocultos, vínculos con el satanismo, ritos que implican sacrificios de
bebés e inclusive participación en un gran complot mundial para acabar
con los sistemas religiosos y políticos y retornar al hombre a la
naturaleza y a la razón.
En un barrido por Internet es posible hallar señalamientos que van desde
la condena a muerte al rey Luis XVI de Francia por un tribunal masón,
hasta la participación de astrólogos de la logia en la planeación de la
caída de las torres gemelas, pasando por unos supuestos simbolismos
masónicos en el crimen contra John F. Kennedy, el asesinato del
archiduque Francisco Fernando que detonó la primera guerra mundial,
y la teoría de que Jack el destripador era un masón enloquecido al
servicio de la reina Victoria.
En la década de los años ochenta, Italia fue sacudida con el escándalo
de la quiebra del Banco Ambrosiano, propiedad del Vaticano, y el
asesinato de Roberto Calvi, su presidente. Y detrás de los crímenes
estaba un grupo siniestro denominado P2, de la masonería irregular.
Hace 15 años fue asesinado Jesús Posadas Ocampo, cardenal de
Guadalajara, y Carlos Salinas, mandatario de México, acusó a los
masones de ser los responsables.

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“Eso ocurre por dos cosas –explica Julio Roberto Galindo, masón grado
32 y miembro de la Academia Colombiana de Historia–. Por un lado, el
hermetismo y el uso de símbolos ayudan a alimentar fábulas. Por el otro,
la presencia numerosa de masones (como individuos más que como
logias) en episodios importantes, a veces actuando contra tiranías,
despotismos, regímenes opresivos, nos ha ganado muchos enemigos.
Hasta Bolívar, que era masón, nos proscribió al descubrir que en la
conspiración septembrina había trece masones”.
El contradictor número uno de la hermandad ha sido el catolicismo.
Luego del Concilio Vaticano II y debido a las posturas liberales de los
papas Juan XXIII y Paulo VI, en los años sesenta y setenta, se pensó
que el Vaticano había levantado la excomunión de casi tres siglos. Sin
embargo, un documento del 26 de noviembre de 1983, firmado por el
cardenal Jozeph Ratzinger (futuro Benedicto XVI) cuando era prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, confirmó que “los fieles
que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de
pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”.
La masonería, por su lado, no considera incompatible ser católico y
masón. El ex magistrado Botero, por ejemplo, acepta que es bautizado
y en ocasiones va a la iglesia. “No comulgo, pero por respeto al
catolicismo que cree que no debo hacerlo”, afirma él.
Inclusive, en los registros de la Gran Logia de Colombia aparecen
inscritos dos sacerdotes católicos en ejercicio que son masones activos
y cotizantes. “Es seguro que si sus obispos se enteran van a tener
problemas”, asegura un miembro que pide reserva de su nombre.
La sede de la Gran Logia de Colombia es una enorme casa de los años
veinte ubicada en la calle 18 con carrera quinta, que perteneció al
fundador de Bavaria, Leo Kopp (masón 33), y donde vivió unos años el
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ex presidente Alfonso López Pumarejo. Contiguo hay un viejo edificio


blanco donde funcionan ocho templos, en cuatro plantas. El principal es
imponente, con su piso de parqué ajedrezado, las banderas de las 46
logias integrantes, un atril de madera con una Biblia en el centro y sobre
ella una escuadra y un compás, símbolos fundamentales de la
organización. Al fondo, una especie de sitial de honor sobre un dosel
(como un trono) donde preside el venerable gran maestro. Arriba de su
cabeza, un escudo con un ojo enmarcado en un triángulo perfecto, el
antiquísimo signo esotérico de la divinidad que todo lo ve, símbolo
presente también en el billete de un dólar.
La forma en que están organizados los masones mundialmente es una
intrincada red de jerarquías en las que se va ascendiendo a través de
dos grandes etapas. La primera se llama simbolismo y está compuesta
por tres grados: aprendiz, compañero y maestro. El grueso de la
hermandad se queda en este trayecto que es la masonería básica,
aunque el título de maestro es la gran aspiración de todo iniciado.
Inclusive el ritual para llegar a este nivel puede ser aún más
espeluznante que el de la primera iniciación, ya que el hermano debe
yacer un rato en un féretro y salir de él como hombre nuevo, como
alguien que murió a lo que era.
Luego del simbolismo viene una segunda fase que se denomina
‘Escocismo’ pues proviene del llamado Rito Escocés Antiguo y
Aceptado. Esta va del grado cuarto hasta el 33, que es el máximo. El
ascenso se produce con el paso de los años por medio de un complejo
sistema de méritos que se obtienen básicamente por estudios y trabajos
presentados ante el grupo y por la constancia de permanecer en la logia
y asistir sagradamente a las reuniones. Es un camino de conocimiento
y de inmersión profunda en los misterios de la orden, que casi nunca
dura menos de veinte años.
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En los templos hay actividad todos los días con las reuniones semanales
de las distintas logias que operan en la ciudad. Para poder conformar
una de estas se requiere que mínimo existan siete masones de grado
tres. Los miembros restantes pueden ser hasta 50 personas de grados
uno y dos. Algunos de los nombres de esas logias son Cosmos 50,
Murillo Toro, Estrella del Tequendama, Amistad, Forjadores de Igualdad,
Tomás Cipriano Mosquera, Pitágoras 28, Hermética 25, Juan el
Bautista, Caballeros Hermes Trimegisto, Filantropía Bogotana. Hasta
comienzos de 2000 hubo una integrada solo por extranjeros que se
llamaba Welcome Lodge.
¿Qué se hace en esos encuentros? “Se analizan problemas nacionales
e internacionales, se discute, se presentan trabajos de investigación y
ensayos. Lo único que está excluido es tratar de política proselitista o de
convicciones religiosas”, asegura Cesáreo Rocha. El rigor del protocolo
en estas reuniones es draconiano, al punto de que un aprendiz no puede
hablar si no se le permite y no puede pedir la palabra directamente si no
a través de intermediarios. Nadie puede ausentarse ni siquiera al baño
sin autorización del maestro. El silencio es norma extrema.
Aunque en Colombia hay 90 masones grado 33, por estatutos sólo
pueden existir 33 con carácter activo. Ellos conforman el Supremo
Consejo Colombiano del Grado 33. Los demás que ostentan el mismo
nivel se denominan honorarios y están a la espera de que alguna de las
33 sillas quede vacía para adquirir el derecho de pertenecer al Consejo.
La sede del Escocismo queda en el barrio La Soledad, en la calle 39 con
carrera 21. Su presidente es Hugo Melo quien recibe el título de
Soberano Gran Comendador. Si bien cada logia es autónoma y nadie
se puede inmiscuir en sus asuntos internos, sí existe una forma indirecta
de autoridad y sujeción. Cada logia debe estar adscrita a una gran logia
y esta debe estar reconocida por la Gran Logia de Inglaterra, la madre
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de toda la masonería básica. Si no es reconocida se considera irregular,


o sea por fuera de la orden. El escocismo, por su parte, tiene una casa
madre en Washington, donde opera el Supremo Consejo Sur de Estados
Unidos.
El 24 de junio de cada año hay elecciones masónicas para elegir al
maestro de cada logia y al gran maestro de cada gran logia. Como
buenos colombianos, a menudo son muchos los que quieren mandar y
esto ha generado refriegas importantes y tensiones en las
hermandades. Algunas, inclusive, han terminado en rupturas.

La más conocida en los últimos tiempos fue la que ocurrió en


Barranquilla hace tres años. Allí, David Name, miembro del cuestionado
clan político, se presentó a elecciones para repetir como gran maestro y
fue derrotado. No aceptó la decisión y optó por montar su propio grupo
luego de arrastrar a varios integrantes de la Gran Logia Nacional de
Colombia (no confundir con la Gran Logia de Colombia, que es la de
Bogotá).
Después de un proceso breve, él y sus seguidores fueron declarados
irregulares, pero Name consiguió el reconocimiento del Gran Oriente
Francés, que es una logia masónica universal de otro rito y considerada
espuria por la de Inglaterra. La discrepancia no se detuvo ahí. A finales
de 2007, la comunidad del barrio Villa Santos en Barranquilla se opuso
a la construcción de una sede masónica en un terreno que hasta
entonces era un parque. El alcalde anterior, Guillermo Hoenigsberg (hoy
en la cárcel), a través de sospechosos movimientos legales, logró
cambiarle el uso a esa zona verde para volverla urbanizable y cederla a
la cofradía de Name.

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Frente a eso, Ramiro Arteta, gran maestro de la gran logia, tuvo que
romper su silencio para aclarar por comunicado que la agrupación
metida en el lío del parque no es de la masonería regular. En un párrafo
dice textual: (nuestra logia) “no participa en procedimientos que
eventualmente vayan en contra del ordenamiento legal de nuestra
República o en contra de los intereses de la comunidad”. Aunque no lo
mencionó, obviamente se refería a la hermandad de Name.
Con todo, el cisma más profundo de la masonería colombiana se produjo
en Bogotá en 1983, también por razones electorales internas. En este
caso el enfrentamiento fue de alto nivel porque se dividió el Supremo
Consejo del Grado 33 que terminó enfrentado con la Gran Logia de
Colombia. La fractura empezó a contagiar varios sitios del país y se
organizaron logias irregulares en el Eje Cafetero y en Barranquilla
coordinadas por los masones grado 33 que terminaron expulsados.
“Como la ruptura era entre los escocistas hubo que apelar a Washington
–cuenta Gustavo Medina, grado 33–. Un total de 217 masones
colombianos viajó a Panamá citado por el Supremo Consejo Sur de
EE.UU. Allí se reunieron en plena zona del canal, todavía en manos
norteamericanas. Todos tuvimos que renunciar previamente a los
grados que teníamos y allí de nuevo nos los asignaron”.
Sin embargo, ninguno obtuvo el grado 33 que se perdió por los perjuicios
de la pelea. En junio, se protocolizó en Washington el fin del cisma y la
mayoría de los grados 33 obtuvo nuevamente su antigua jerarquía. Hubo
otra vez reconocimiento de regularidad para el escocismo colombiano.
Otro proceso que significó un fuerte remezón para la orden se produjo
en la década de los noventa y tuvo como protagonista el famoso proceso
8.000. Por estatutos, todo masón que se vea involucrado en procesos
judiciales y llegue hasta la etapa de juzgamiento debe ser separado del
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grupo. Con el 8.000 terminaron saliendo de la masonería Fernando


Botero Zea, Eduardo Mestre, David Turbay y Alberto Santofimio. Poco
después y por otras razones que incluyeron condena por estafa, Carlos
Alonso Lucio también fue separado de la logia.
El caso Santofimio ha sido complejo por las consecuencias negativas
que ha debido soportar la masonería. En noviembre del año pasado, por
ejemplo, cuando el político tolimense fue absuelto por el asesinato de
Luis Carlos Galán, una columna del periodista Héctor Rincón dejó
sugerido que tras la libertad de Santofimio estaba la logia, en particular
el magistrado del Consejo de la Judicatura Hernando Torres Corredor,
a quien señalaba de masón.
“Eso no lo hacemos nosotros. En el mundo profano cada quien responde
por sus culpas –asegura el ingeniero Córdoba, actual secretario de la
Gran Logia de Colombia e hijo de un tataranieto de José María Córdoba,
héroe de Ayacucho–. Además, para ese momento Santofimio ya no
hacía parte de la masonería, y en nuestros registros no aparece el señor
Hernando Torres”.
El actual vicepresidente, Francisco Santos Calderón, manifestó su
profundo interés en ingresar a la hermandad. Lo hizo hace unos meses
durante el descubrimiento de un busto de su tío bisabuelo, Eduardo
Santos, en la casa de la Gran Logia de Colombia. La masonería se
mostró complacida de recibirlo y es probable que la entrada se verifique
en las postrimerías de este Gobierno. Ahora hay miembros activos como
Carlos Restrepo Piedrahíta, uno de los juristas más importantes del siglo
XX en Colombia y el abogado Antonio José Cancino, famoso por haber
defendido a Ernesto Samper en el proceso 8.000, el general Luis
Ernesto Gillibert y general Édgar Peña, ambos ex comandantes de la
Policía, el general Camilo Zúñiga, ex comandante de las Fuerzas
Militares. El único general activo en la masonería es Freddy Padilla de
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León, pero hace parte de la masonería irregular, o sea de la disidencia


formada por David Name en Barranquilla.
A punto de agotar la primera década del siglo XXI, y ya sin la
clandestinidad ni el riesgo de terminar en la pira, los masones siguen
dando de qué hablar, de qué especular, de qué imaginar. Eso les
mantiene un rescoldo de magia en un mundo que se quedó sin misterios.

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