Ebook El Poder de Los Masones1 PDF
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Una venda en los ojos, un lazo en el cuello, el hombro izquierdo por fuera
de la camisa y el pie derecho apenas cubierto por una alpargata de fique.
El hombre camina inseguro y se adivina que está nervioso. Va
custodiado por un grupo en atavíos de ceremonia, con gorros de fieltro
como de turco viejo y delantales de faena, a la usanza del albañil
medieval. Avanzan por esos sótanos donde el frío sobrecoge y no se
escucha nada diferente al traqueteo de los zapatos de cuero. Es la hora
del crepúsculo y ya campea la oscuridad.
Finalmente lo dejan en una suerte de mazmorra a la que debe entrar con
la espalda muy arqueada pues la puerta de acceso tiene apenas un
metro con veinte. Alguien la cierra. Él se retira el vendaje y en la
penumbra se enfrenta a un espectáculo macabro. Las paredes están
tapizadas con lápidas y losas mortuorias. Aquí y allá hay letreros
intimidantes sobre la vanidad, la envidia, la ira… Cada pecado capital
tiene su nicho. Y en el centro del recinto hay un ataúd que contiene una
momia amortajada a medias y con una expresión dolorosa en la cara. El
ambiente se llena de una bruma pesada y el frío se intensifica pues el
viento ha empezado a soplar. En la pared derecha suena la madera de
un sarcófago que se está saliendo de su bóveda.
“Si tu alma siente pavor, no prosigas”, reza un cartel que se ubica justo
encima del único asiento en este sitio desolador.
Unos 3.000 colombianos han vivido esta experiencia escalofriante y
pasaron la prueba, con lo cual ingresaron en la orden masónica. El rito
puede tener unos setecientos años, y por medio de su simbolismo se va
de la oscuridad a la luz, se acepta humilde cuán efímera es la existencia
humana y se entra a esa hermandad universal misteriosa, vilipendiada
durante siglos, perseguida por reyes y príncipes, excomulgada 19 veces
por los papas desde 1738 y prohibida por algunos gobiernos.
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Y aún así, este grupo esotérico muestra en sus archivos una lista muy
larga de miembros ilustres que poco parecen tener en común. Hay allí
hombres de guerra como Napoleón y Churchill; pero también pacifistas
plenos como Gandhi y Luther King; padres fundadores como Bolívar,
Washington y Juárez; genios de la música universal como Mozart, Bach
y Beethoven, o de las letras como Shakesperare y Göethe. También
están Sigmund Freud, Walt Disney, Cantinflas, dos de los tres
astronautas que fueron a la Luna por primera vez, y cuatro de los últimos
cinco presidentes de Estados Unidos, incluido Obama.
Si hubiera que arriesgar una definición de la masonería habría que decir
que es una organización mundial de carácter secreto, exclusivamente
de hombres, en la búsqueda de un conocimiento superior, intelectual y
metafísico, que se agrupa en logias con símbolos y ritos herméticos que
los acercan a los arcanos de la antigüedad pagana. Tienen unos códigos
de conducta sometidos a las leyes y a la institucionalidad de cada país
donde funcionen, y se consideran hermanos en solidaridad y en el
objetivo de avanzar hacia la perfección individual y social.
“Somos básicamente una fuerza moral –dice Cesáreo Rocha, masón
grado 33, venerable maestro de la gran logia de Colombia de 1975 a
1979, y ex gobernador del Tolima–. Aplicamos como normas la
tolerancia y la no aceptación de ningún dogma. La condición absoluta
para ser masón es creer en algún Dios, llámelo como lo quiera llamar.
Por eso uno de nuestros símbolos son las letras A.L.G.D.G.A.D.U. que
significan A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo. Una de las
mentiras que se cuenta sobre nosotros es que somos ateos”.
En Colombia, el inicio de esta organización se ubica en la gesta de
independencia con Bolívar y Santander a la cabeza. El siglo XIX y la
primera mitad del XX fueron su edad dorada en lo referente a cercanía
con el poder. Así, entre sus cuentas aparecen 42 presidentes desde
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“Eso ocurre por dos cosas –explica Julio Roberto Galindo, masón grado
32 y miembro de la Academia Colombiana de Historia–. Por un lado, el
hermetismo y el uso de símbolos ayudan a alimentar fábulas. Por el otro,
la presencia numerosa de masones (como individuos más que como
logias) en episodios importantes, a veces actuando contra tiranías,
despotismos, regímenes opresivos, nos ha ganado muchos enemigos.
Hasta Bolívar, que era masón, nos proscribió al descubrir que en la
conspiración septembrina había trece masones”.
El contradictor número uno de la hermandad ha sido el catolicismo.
Luego del Concilio Vaticano II y debido a las posturas liberales de los
papas Juan XXIII y Paulo VI, en los años sesenta y setenta, se pensó
que el Vaticano había levantado la excomunión de casi tres siglos. Sin
embargo, un documento del 26 de noviembre de 1983, firmado por el
cardenal Jozeph Ratzinger (futuro Benedicto XVI) cuando era prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, confirmó que “los fieles
que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de
pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión”.
La masonería, por su lado, no considera incompatible ser católico y
masón. El ex magistrado Botero, por ejemplo, acepta que es bautizado
y en ocasiones va a la iglesia. “No comulgo, pero por respeto al
catolicismo que cree que no debo hacerlo”, afirma él.
Inclusive, en los registros de la Gran Logia de Colombia aparecen
inscritos dos sacerdotes católicos en ejercicio que son masones activos
y cotizantes. “Es seguro que si sus obispos se enteran van a tener
problemas”, asegura un miembro que pide reserva de su nombre.
La sede de la Gran Logia de Colombia es una enorme casa de los años
veinte ubicada en la calle 18 con carrera quinta, que perteneció al
fundador de Bavaria, Leo Kopp (masón 33), y donde vivió unos años el
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En los templos hay actividad todos los días con las reuniones semanales
de las distintas logias que operan en la ciudad. Para poder conformar
una de estas se requiere que mínimo existan siete masones de grado
tres. Los miembros restantes pueden ser hasta 50 personas de grados
uno y dos. Algunos de los nombres de esas logias son Cosmos 50,
Murillo Toro, Estrella del Tequendama, Amistad, Forjadores de Igualdad,
Tomás Cipriano Mosquera, Pitágoras 28, Hermética 25, Juan el
Bautista, Caballeros Hermes Trimegisto, Filantropía Bogotana. Hasta
comienzos de 2000 hubo una integrada solo por extranjeros que se
llamaba Welcome Lodge.
¿Qué se hace en esos encuentros? “Se analizan problemas nacionales
e internacionales, se discute, se presentan trabajos de investigación y
ensayos. Lo único que está excluido es tratar de política proselitista o de
convicciones religiosas”, asegura Cesáreo Rocha. El rigor del protocolo
en estas reuniones es draconiano, al punto de que un aprendiz no puede
hablar si no se le permite y no puede pedir la palabra directamente si no
a través de intermediarios. Nadie puede ausentarse ni siquiera al baño
sin autorización del maestro. El silencio es norma extrema.
Aunque en Colombia hay 90 masones grado 33, por estatutos sólo
pueden existir 33 con carácter activo. Ellos conforman el Supremo
Consejo Colombiano del Grado 33. Los demás que ostentan el mismo
nivel se denominan honorarios y están a la espera de que alguna de las
33 sillas quede vacía para adquirir el derecho de pertenecer al Consejo.
La sede del Escocismo queda en el barrio La Soledad, en la calle 39 con
carrera 21. Su presidente es Hugo Melo quien recibe el título de
Soberano Gran Comendador. Si bien cada logia es autónoma y nadie
se puede inmiscuir en sus asuntos internos, sí existe una forma indirecta
de autoridad y sujeción. Cada logia debe estar adscrita a una gran logia
y esta debe estar reconocida por la Gran Logia de Inglaterra, la madre
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Frente a eso, Ramiro Arteta, gran maestro de la gran logia, tuvo que
romper su silencio para aclarar por comunicado que la agrupación
metida en el lío del parque no es de la masonería regular. En un párrafo
dice textual: (nuestra logia) “no participa en procedimientos que
eventualmente vayan en contra del ordenamiento legal de nuestra
República o en contra de los intereses de la comunidad”. Aunque no lo
mencionó, obviamente se refería a la hermandad de Name.
Con todo, el cisma más profundo de la masonería colombiana se produjo
en Bogotá en 1983, también por razones electorales internas. En este
caso el enfrentamiento fue de alto nivel porque se dividió el Supremo
Consejo del Grado 33 que terminó enfrentado con la Gran Logia de
Colombia. La fractura empezó a contagiar varios sitios del país y se
organizaron logias irregulares en el Eje Cafetero y en Barranquilla
coordinadas por los masones grado 33 que terminaron expulsados.
“Como la ruptura era entre los escocistas hubo que apelar a Washington
–cuenta Gustavo Medina, grado 33–. Un total de 217 masones
colombianos viajó a Panamá citado por el Supremo Consejo Sur de
EE.UU. Allí se reunieron en plena zona del canal, todavía en manos
norteamericanas. Todos tuvimos que renunciar previamente a los
grados que teníamos y allí de nuevo nos los asignaron”.
Sin embargo, ninguno obtuvo el grado 33 que se perdió por los perjuicios
de la pelea. En junio, se protocolizó en Washington el fin del cisma y la
mayoría de los grados 33 obtuvo nuevamente su antigua jerarquía. Hubo
otra vez reconocimiento de regularidad para el escocismo colombiano.
Otro proceso que significó un fuerte remezón para la orden se produjo
en la década de los noventa y tuvo como protagonista el famoso proceso
8.000. Por estatutos, todo masón que se vea involucrado en procesos
judiciales y llegue hasta la etapa de juzgamiento debe ser separado del
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