Antenor Dal Monte - El Mazo
Antenor Dal Monte - El Mazo
Antenor Dal Monte - El Mazo
Los propósitos y fines político-sociales están definidos por nuestro lema de Libertad,
Igualdad y Fraternidad: ideales que, como la Fe, la Esperanza y la Caridad en la
Masonería primitiva, constituyen la meta de nuestra lucha en el campo social,
pretendiendo con ello construir, en la Tierra, un estado ideal de justicia, en el cual la
sociedad humana alcance la perfección que la conduzca a la ansiada felicidad, y el hombre
logre el poder consciente de llegar a ser el dueño y señor de su propio destino. Estos fines
político-sociales, son el eslabón que une a la Masonería con el mundo profano; y aunque
parezcan de poca importancia comparados con los otros, son en realidad el fundamento
esencial de la Orden. Así como un hombre puede tener elevados pensamientos y nobles
sentimientos sin beneficio alguno para la sociedad en que vive si no se traducen en obras
nobles y elevadas, así los fines y propósitos inciáticos y filosóficos de la Masonería sólo
adquieren un real valor y logran toda su grandeza cuando se ponen al servicio de los fines
político-sociales. Por eso el masón debe tener presente que es su actuación en el mundo
profano y en su vida de relación los que establecen la medida exacta de sus valores
masónicos.
Considerando estos fines polìtico-sociales de la Masonerìa, se ha pretendido negarle a èsta
la justificaciòn de su vigencia en el mundo moderno, argumentando que hay instituciones
internacionales que persiguen idènticos propòsitos con mayores posibilidades de èxito.
Descubrir la falacia de esta afirmaciòn es muy simple: han sido los masones quienes
provocaron la creaciòn de dichas Instituciones, y son ellos los que mantienen el
entusiasmo para que las mismas continùen sus luchas y logren penosamente sus
conquistas. Si desapareciera la Masonerìa desaparecerìa la fuente de la cual emanan las
fuerzas morales sostenedoras de esas Instituciones. Lamentablemente vivimos en un
mundo en el cual la ignorancia, la mentira y la ambiciòn son los señores dominantes de
una sociedad esclavizada por los dogmas y las tiranìas polìticias y religiosas, y por la
supersticiòn y el fanatismo; en una sociedad de señores y plebeyos, ricos y pobres, negros
y blancos, donde predominan los bajos intereses que provocan el egoìsmo y hasta el odio
de unos para con los otros. Tenemos que convenir, entonces, mis Hermanos, la
imprescindible necesidad de la vigencia de la Masonerìa en èsta nuestra sociedad
moderna, en la que nuestros principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad son, en la
actualidad tan sòlo un ideal sostenido por muy pocos; pero un ideal maravilloso que el
hombre deberà conquistar en la alborada de una civilizaciòn superior, de una civilizaciòn
que estè cimentada en los valores eternos del espìritu humano.
Si examinamos los antiguos principios de Fe, Esperanza y Caridad, podemos comprobar el
riesgo que correrìan los de Libertad, Igualdad y Fraternidad si los dejàramos al arbitrio del
mundo profano sin la atenta vigilancia de la Masonerìa para que no pierdan su verdadero
sentido. En efecto: aquellos antiguos principios que son fundamentales para dignificar al
hombre, fueron tergiversados por las religiones reveladas y por ello abandonados por la
Masonerìa para su lucha externa, pero mantenidos como sìmbolos vivos para su enseñanza
interna. La Fe se convirtiò en fè eclesiàstica, pregonada por el clero; fe dogmàtica en lo
desconocido, sòlo concebible por la supersticiòn y la ignorancia. La Esperanza, utilizada
para crear en el hombre la utópica ilusiòn de poder recibir favores y grandezas de
potencias ultraterrenas, ajenas a los propios valores del espìritu humano. Y la Caridad
envilecida, mercantilizada y disminuìda hasta el relajamiento moral de confundirla con la
degradante limosna.
Esto es lo que ha hecho el oscurantismo religioso con nuestros viejos principios; y ya ha
comenzado su acciòn corruptora con nuestros principios modernos, arrogàndose su
paternidad. Parecerìa necesario señalar aquì que el antagonismo existente entre la
Masonerìa y la Iglesia pudiera considerarse tambièn como uno de los propòsitos polìtico-
sociales de nuestra Instituciòn. Sin embargo, es sabido que no està entre los propósitos de
la Masonerìa el ataque y la lucha contra la religiòn. Lo que combaten los masones -y lo
hacen como consecuencia de sus propósitos de crear un mundo mejor en el que el hombre
alcance un estado de perfecciòn intelectual y moral que haga posible el reino fraterno de la
Libertad - es la supersticiòn, la ignorancia, el fetichismo, la mentira, y en fin, todo eso que
parece ser patrimonio del clero religioso, dogmàtico y farsante, que envilece las mentes
infantiles de un vulgo temeroso al que exigen tributos y al que amenazan con las
reacciones fatales de un Dios vengativo y perverso.
Y digo lo que combaten los masones y no lo que combate la Masonerìa porque es
necesario hacer una distinciòn substancial entre los unos y la otra. Hemos escuchado
muchas veces dentro y fuera de nuestros Talleres al plantearse problemas de esta
naturaleza, la siguiente pregunta: ¿Què hace la Masonerìa?. O si no: ¿Por què la
Masonerìa no sale a la calle?.
Yo me he sentido asombrado ante la ingenuidad de esas preguntas, porque no estàn
formuladas por niños escolares, sino que la formulan hombres: hombres que han sido
iniciados. Parecerìa que les cuesta comprender a nuestros Hermanos que la Masonerìa
hace lo que todas las instituciones de enseñanza. La Masonerìa hace masones como la
Facultad de Medicina hace mèdicos, o la de Arquitectura arquitectos. Que la Masonerìa
està siempre en la calle, que nunca dejò de estar en la calle, y que el dìa que deje la calle
su cometido fundamental se pierde. Asì como la Facultad de Arquitectura hace arquitectos
y està siempre en la calle por medio de esos arquitectos que edifican las construcciones
materiales que embellecen las ciudades, asì la Masonerìa hace masones cuyo deber es
realizar en la calle las obras no materiales que embellecen la vida espiritual de los pueblos.
Si los masones no cumplen su cometido como lo cumplen los arquitectos, y dejan que el
pueblo siga viviendo en las taperas y pocilgas de una pobreza moral e intelectual
decepcionante, habrà fracasado la Masonerìa porque no supo hacer masones dignos; pero
los verdaderos fracasados habremos sido nosotros los masones. Creo que es de
fundamental importancia comprender esta responsabilidad: comprender que la Masonerìa
triunfa o fracasa segùn sean nuestas acciones o nuestra conducta en el mundo profano. La
Masonerìa no nos dice que pregonemos nuestra condiciòn de masones ni el grado que
poseemos ni el cargo que ocupamos; porque nada de eso nos da autoridad verdadera ante
nadie. La Masonerìa nos dice que nuestra autoridad ante Hermanos y profanos, no la
podemos medir por joyas ni mandiles que sòlo son sìmbolos, sino que ella surge natural y
verdaderamente de nuestras virtudes y de nuestros talentos.
Quiere decir que para cumplir sus fines la Masonerìa forma Masones. No pretende que
èstos sean fanàticos ni locos ni santos; pretende que los masones sean hombres libres,
ilustrados; hombres de un recto sentido de la moral y del deber, hombres que, por esa
autoridad emanada de sus virtudes y talentos, sean guìas, maestros, lìderes, conductores de
los pueblos hacia una civilizaciòn superior que dignifique nuestra raza y que haga realidad
sus postulados. Pretende ademàs que el masòn sea un verdadero filosòfo; y para que ea un
filòsofo constructivo, pretende que sea un Iniciado.
Los propòsitos y fines filosòficos estàn determinados por:
a) El ideal que sirve de fundamento a la Orden: la Fraternidad universal.
b) La bùsqueda de la Verdad sobre la base de un gnosticismo puro.
c) La pràctica de las virtudes.
El fundamento de la Fraternidad universal sin distinciòn de razas, creencia, sexos, castas o
color de los seres humanos, està cimentado por un ideal superior de amor, de altruìsmo, de
tolerancia y de concordia, que son las bases esenciales para que el hombre alcance la
felicidad sobre la Tierra. Se dice que la verdadera religiòn serà aquella que logre que los
hombres lleguen a amarse unos a los otros. Sin embargo, la filosofìa del ideal masònico
no se conforma solo con la fraternidad emocional, sino que pretende la fraternidad
espiritual de los hombres, dado el vìnculo que los une desde su orìgen hasta su destino.
La investigaciòn de la Verdad es, fuera de toda duda, el trabajo màs elevado de la mente y
el corazòn humano. Para comentar esta investigaciòn de la Verdad, la Masonerìa infunde
en el Aprendìz la duda filosòfica y le hace comprender que el primer paso por el sendero
de la investigaciòn es el amor a la verdad por la verdad misma. Dicen nuestros maestros
que la adhesiòn incondicional a la verdad es el culto por el cual estàn ligados los
verdaderos masones. Trabajar constantemente por alcanzar la percepciòn clara y directa
de la verdad, eliminando todo dogmatismo, todo prejuicio, toda vana ilusiòn y todo lìmite,
que obstaculice la libre investigaciòn, es el trabajo filosòfico esencial del obrero masón,
sabiendo de antemano que la verdad absoluta està fuera de nuestro alcance; que no puede
ser revelada por nadie, y que si alguien llegara a comprenderla sòlo podrìa lograrlo por sì
mismo y dentro de sì mismo. Sòlo existen verdades relativas, cuyas luces nos señalan el
derrotero espiritual que debemos seguir para alcanzar el Sol de la verdad. Y para andar
por este derrotero espiritual sin desviaciones ni errores, la Masonerìa establece la base de
un gnosticismo puro.
Los filosòsofos que formularon y enseñaron la Gnosis, surgieron como tales en los tres
primeros siglos de la era cristinaa, estableciendo la doctrina filosòfica religiosa que se
conoce la el nombre de "gnosticismo" y creando la Gnosis -que literalmente se traduce
como Conocimiento- para determinar el objeto de sus investigaciones. Este conocimiento
es el conocimiento espiritual y sagrado que los indos denominaban Gupta-Vidya y que
solo podìa alcanzarse por medio de la Iniciaciòn.
Parecerìa ser que desde los vagos de la màs remota antigüedad, todos los sabios y todas las
escuelas iniciàticas practicaron el gnosticismo puro, como lo hicieron tambièn los
cabalistas, los hermèticos, los alquimistas, los rosicrucianos, y las escuelas gnòsticas que
tuvieron orìgen en la filosofìa de Alejandrìa. De cualquier manera, el gnosticismo es el
conocimiento logrado por la trazòn trascendente, es decir: logrado por la razòn iluminada
por la Sabidurìa. Seguramente, al estudiar nuestros rituales deberemos detenernos para
profundizar este concepto del que no me atrevo a dar una definiciòn concreta y terminante.
La pràctica de las virtudes es vivir de cuerdo con la moral universal, elevando al propio ser
hasta los más altos planos de perfecciòn humana, ya que la virtud -en el màs aplio sentido
del vocablo- indica la potestad del hombre para obrar con integridad de ànimo y bondad de
vida, creando en sì el hàbito y la disposiciòn del alma para actuar siempre por el recto
sendero que lo dignifica.
Estos son, señalados a grandes rasgos, los propòsitos filosòficos de la Masonerìa tal como
yo la entiendo. Pero debo expresar una vez más que si bien es cierto mi limitada
comprensiòn los hace aparecer limitados en este trabajo, ellos no estàn limitados ni para
mì ni para los otros hermanos, porque no existe ni puede existir lìmite para la
investigaciòn de la Verdad.
Veamos ahora los propósitos iniciàticos de la Masonerìa.
La palabra Iniciaciòn significa comenzar a conocer los primeros fundamentos o principios
de una ciencia. La Iniciaciòn Masónica inicia al hombre en los conocimientos del Arte
Real, y lo admite en los sagrados misterios enseñados por los hierofantes o sabios
sacerdotes de los Templos de la antigüedad. El Arte Real es la ciencia regia de la
sabidurìa a la cual se llega por el triple sendero, a la vez intelectual, moral y empìrico, que
permite al hombre el conocimiento integral de los misterios y secretos de la Naturaleza.
Este conocimiento es tambièn triple para el Iniciado: el de sì mismo, el de sus semejantes,
y el de Dios. Es decir: es un conocimiento integral, sìntesis de todo conocimiento, y no
puede adquirirse separadamente porque el uno depende del otro y por el uno se conoce al
otro y viceversa.
Los sagrados misterios estàn velados por las alegorìas heliolìticas de nuestros ritos, y
representan la verdad interna, oculta y espiritual del drama que se desarrolla en la
conciencia o en la psiquis o en el alma humana cuando èsta es iluminada por la Sabidurìa.
El propòsito de la Iniciaciòn es que el neòfito alcance la maestrìa, es decir: que llegue a
ser maestro de sì mismo. Dice A. Fesant: "Nadie puede alcanzar las sublimes regiones
donde moran los Maestros sin haber pasado antes por la angosta puerta de la Iniciaciòn; la
puerta que conduce a la vida perdurable. Para que el hombre se halle en condiciones de
cruzar los umbrales de dicha puerta ha de haber llegado a tan alto grado de evoluciòn que
para èl deje de tener el menor interès todo cuanto pertenece a la vida terrena, salvo el
poder servir con toda abnegaciòn al maestro y ayudar a la evoluciòn de la humanidad aùn
a costa de los mayores sacrificios personales."
Como vèis, mis hermanos, para mì, el propòsito iniciàtico de la Masonerìa es el de hacer
de cada masòn un hombre sabio; sabio en pensamientos, sabio en sentimientos, sabio en
experiencias. Es decir: tres veces sabio, como Hermes. Eso no quiere decir que los
masones alcancemos esa sabidurìa ni con los años ni con los grados ni con las iniciaciones
ceremoniales en las cuales seamos actores dentro de nuestros Templos. Eso quiere decir
que la Masonerìa ofrece al masòn las posibilidades de lograr la Sabidurìa, pero lograrla
por sì mismo, por su propio esfuerzo, sometiendo a su espìritu a una dinàmica permanente
que le obliga a producir en sì mismo el fuego sagrado que destruya, icinerando, los errores
de cuyas cenizas surja -como en el mito del ave Fènix- una nueva conciencia
perfeccionada y purificada por el Fuego.
En mi concepto, pues, la Iniciaciòn va dirigida preferentemente al alma y al espìritu
humano. A la psiquis y al "nous", al inconsciente y al consciente. Dicho de otra manera:
va dirigida a ese espìritu vivificador o alma animadora que aparece como eslabòn que une
el cuerpo individual al espìritu universal y que es, en sì mismo, el pensador, el intelecto, el
ego o verdadero yo individual que puede permanecer estàtico para una vida vegetativa y
sedentaria, o que puede desarrollarse por la evoluciòn y el perfeccionamiento hasta
alcanzar los planos superiores del hombre espiritual.
Y es en esos planos o estados de conciencia donde nos encontramos con los grandes
misterios y secretos de la Naturaleza, que la Masonerìa no devela al masòn descorriendo
un cortinaje, pero que por la Iniciaciòn, por los sìmbolos, por el ritual, por la pràctica y por
el estudio del Arte Real, puede el masòn por sì mismo llegar a develar. Parecerìa ser èste
el misterioso abismo que separa al hombre de Dios; por eso la Masonerìa propone
conocer al hombre conociendo a Dios, o conocer a dios conociendo al Hombre.
Desde la màs remota antigüedad parece haber sido èste el problema crucial de los grandes
pensadores, de los grandes maestros, de los grandes filòsofos: penetrar los laberìnticos
caminos que conducen a las secretas potencias constitutivas del ser, desentrañar los
misterios de la vida y de la muerte, descubrir el secreto del destino del hombre, conocer el
pasado, saber el presente y preconcebir el futuro. Como ya he dicho ese conocimiento no
es un conocimiento intelectual que pueda revelarse por libros, escritos o palabras, sino que
ademàs de intelectual es emocional y empìrico, por lo cual es inefable. Para superar este
obstàculo casi insalvable, los grandes iniciados nos han transmitido la revelaciòn de la
verdad por medio de sìmbolos, alegorìas, leyendas o paràbolas, que conservamos un poco
alteradas en nuestros rituales de Iniciaciòn, pero que mantenemos puras en el plano
espiritual de sus interpretaciones sin dejarlas caer -como han hecho las religiones
reveladas- hasta el fetichismo, al ponerlas en manos de un vulgo supersticioso e ignorante.
¿Què es el alma? ¿Què es el espìritu? ¿Què la Mente? ¿Què el ego? ¿Què la conciencia?
¿Què el inconsciente?. Para todo ello hay en el conocimiento iniciático una contestaciòn
adecuada, una contestaciòn simbòlica que han comprendido pero que no han podido
expresar mediante el idioma corriente ni los sabios de la antigüedad ni los sabios de ahora.
El año pasado uno de los Hermanos de mi Logia nos diò una conferencia sobre el libro
"Psicologìa y Alquimia" de Jung. Hago esta referencia porque Jung es un iniciado en
nuestros augustos Misterios y una verdadera autoridad cientìfica. Sus libros nos ponen en
contacto con un estudioso lleno de ansias por el conocimiento, en profundidad y lejanìa,
del pensamiento humano, de su gènesis y desenvolvimiento, de la inmortalidad de sus
conquistas, verdades o creencias.
Con una cultura extraordinaria, històrica, mitològica, filosòfica, religiosa y psicològica, es,
este sobreviviente de los tres grandes iniciadores del psicoanàlisis, una de las figuras de
màs prestigio de la actual psiquiatrìa. A pesar de haber sido inicialmente uno de los
discìpulos de Freud, su pensamiento està profundamente influenciado por Bergson. Él
mismo manifiesta que su concepto de la lìbido es paralelo al del elàn vital y dice que su
mètodo constructivo corresponde al mètodo intuitivo de Bergson.
El libro de referencia da la impresiòn de ser un libro iniciàtico. Ya el psicoanàlisis de por
sì, o màs bien la psicologìa profunda, tienen mucho de misterio. Ese ahondar en los pozos
a veces sin fin del espìritu humano, no parando hasta la vida caòtica, en la cueva oscura y
hùmeda del horno materno, y màs allà, mucho màs allà todavìa hasta los confines
remotìsimos del hombre primitivo, es cosa de iniciados. Es, pues, evidente, que Jung, para
esta investigaciòn, ha recurrido a sus conocimientos de Iniciado, estudiando con la
Masonerìa, todas las religiones en sus contenidos màs profundos, y especialmente la
filosofìa hermètica de los antiguos alquimistas. Y seguramente fueron tambièn sus
conocimientos de iniciado los que le permitieron ver con la mayor claridad, las notorias
diferencias que existìan entre las concepciones de Freud y las de Adler.
Para Freud, extravertido, era el porvenir hacia donde dirigìa el neuròtico su flecha; con
sentido teològico pretendìa exlicar el por què de los actos, pensamientos, inhibiciones,
conversiones, fobias, compulsiones, etc. Para Adler, intravertido, interesaba el pasado, el
por què; y explicaba por el complejo de inferioridad, por la voluntad de poderìo, la
rebeliòn viril. Asì, Jung viò los dos tipos psicològicos: el extravertido dirigiendo sus
vivencias hacia el exterior y el porvenir, y el introvertido hacièndolo hacia el interior y el
pasado; y comprendiò que con las opuestas concepciones de los dos maestros, cada uno
encontraba la parte de la verdad que buscaba; asì en un mismo paciente uno ve intenciòn,
objeto; y el otro razòn y sujeto. Comprendiò tambièn que quien quisiera conocer la
verdad debìa seguir los dos caminos simultànemante, es decir: unir los opuestos.
Como no es mi propòsito hablar de psicoanálisis, sino de masonerìa, hago notar
simplemente a mis Hermanos, la semejanza de las investigaciones realizadas por unos y
por otros. Claro que la Masonerìa no se detiene en el conocimiento de inconsciente o del
subconsciente como lo harìa el psicoanalista, porque el propòsito de la Masonerìa -como el
de la Alquimia- es el de transmutar. La Masonerìa pretende transmutar en consciente el
subconsciente, hacer del plomo de la ignorancia, oro de la sabidurìa; lograr el elixir de
larga vida, alcanzar el cubo de la perfecciòn o piedra filosofal. Esa es la obra magna del
Arte Real: unir los opuestos sin confundirlos; es decir: conciliar los antagonismos por el
ternario, concebir la quintaesencia por el conocimiento de los cuatro elementos, y aplicar
la ley del septenario al dominio de la realizaciòn.
En fin, mis Hermanos: liberar el espìritu de cualquier tiranìa, formar pensadores sabios
que se eleven por encima del comùn de la gente, encontrar la palabra perdida que nos
descubra la verdad, unir el cielo y la tierra, en esta pobre y maravillosa mezcla de espìritu
y materia que es el hombre, es la finalidad iniciàtica de la Masonerìa; y es el trabajo en
que estamos empeñados desde siglos atrás.
Todo estudio es apasionante; y parece estar en la mèdula misma del hombre, el disponer
todas sus facultades para lo que se presenta como su labor especìfica: la de hacer luz en lo
oscuro, la de convertir su ignorancia en Ciencia. Quizà sea esa la transformaciòn
alquìmica por excelencia; la que es capaz de producir el oro del saber a partir del plomo
de la ignorancia.
Sí; todo estudio es apasionante.
Pero hay uno que lo es de una manera sobresaliente: el del hombre -esa paradojal criatura
que somos, hecha de una sombra que està siempre àvida de luz, rara mezcla de credulidad
y agudeza, de profundidad y altura.
Quizá el estudio de lo humano toma su particular encanto en el hecho de que no todo lo
ignoto se encuentra hacia el lado de la extraversiòn, y en que hay un inmenso campo
inexplorado que se tiende hacia lo interior.
El hombre quiere saber.
Necesita saber.
Pero sobre, todo, se encuentra precisado de conocer los ìntimos resortes de su
comportamiento.
Porque si no sabemos dònde estàn los hilos que nos mueven, entonces podemos ser fàciles
presas de aquello instintivo. O de aquellos de afuera que lo conocen.
Ciertamente la elecciòn entre ser tìtere o titiritero, entre ser jugador o pieza en el tablero de
la vida, tiene una sola respuesta.
Es desde este ángulo -el humano- que mantiene su vigencia el estudio de la filosofìa de los
alquimistas.
Y es desde ese ángulo que lo atacaremos.
En ese tren de ideas cabe preguntarse què fue lo que arrastrò a las mentes europeas màs
brillantes a la empresa alquìmica durante el largo perìodo que va de la caìda del Imperio
romano hasta muy entrado el siglo XVII.
¿Ambiciòn, como creen algunos?
Decididamente, NO. Lejos de enriquecerse, los alquimistas indoctos que intentaron la
fabricaciòn de oro, se empobrecieron. En ese aspecto, la historia de la Alquimia es una
larga lista de fracasos. Ademàs, ¿es razonable suponer que pudo la ambiciòn engañar
durante tanto tiempo y sin ninguna recompensa material a tantos brillantes cultores como
tuvo?
Los verdaderos alquimistas no se engañaron.
"Nuestro oro no es el vulgar", enseñaba Alberto el Grande. Por lo demàs la fortuna
metàlica no tiene atractivo màs que para los muy chatos -y queremos creer que aùn èstos
estàn movidos por otros estìmulos màs nobles y hondos. Que el conquistador y el
colonizador -y su versiòn reducida, el inmigrante- se mueven por razones històricas para
ellos desconocidas, y que en su caso, la ambiciòn no desempeña otro rol que el secundario
de justificar la locura ante la razòn.
Pero los alquimistas no eran conquistadores; eran hombres de ciencia. Y con èstos, lo que
juega no es la ambiciòn sino la atracciòn del Misterio, de lo Desconocido.
Hay una poesìa en la bùsqueda cientìfica -poesìa que los Alquimistas supieron captar y
explotar como nadie, haciendo de la suya una ciencia del Misterio. Una que no se puede
comprender ni practicar aparte del contexto de enigmas, aforismos, paradojas y figuras tan
sugestivas como tenebrosamente atractivas que son su "materia" y vehìculo.
En una ocasiòn decìamos que el simbolista -el que posee el vocabulario del lenguaje del
alma- no se llama a engaños respecto a lo que està detràs de todas estas bùsquedas y
empresas. Y no se engaña porque sabe que "el Misterio" y tèrminos parecidos, son
tecnicismos que se refieren al mundo del alma, y en consecuencia no ignora que en su
atracciòn por lo desconocido, lo tenebroso, lo peligroso, lo prohibido, etc., el hombre se
busca a sì mismo aunque suponga persigue logros diferentes.
Los alquimistas fueron hombres de ciencia -pero tenìan de èsta un enfoque muy diferente
al nuestro-. En primer lugar, su ciencia no apuntaba ùnicamente a la investigaciòn de la
materia exterior, sino que se hundìa en la del alma.
Los alquimistas eran quìmicos sin duda, y en ese terreno hicieron notables aportes al
conocimiento de la Materia. Pero por poco versado que se estè en el lenguaje simbòlico,
quien lea los escritos que dejaron, advertirà que tambièn se ocuparon del hombre como
individuo y como conjunto. Y no de una manera paralela, sino como parte -quizà
principal- de su ciencia. O mejor, de su arte, como ellos gustaban llamarla. Del arte de las
Transformaciones.
La nuestra es una era de parcializaciones, de especializaciones. Pero en los tiempos de los
alquimistas, todo saber era total. Para el Alquimista, el mundo entero era un hecho
quìmico, una vivencia quìmica. Los minerales, vegetales y animales, eran cuerpos
quìmicos; y el hombre, el Compuesto de los compuestos. En consecuencia, podìa ser
tratado -beneficiado-como tal.
Este era el enfoque.
Pero la Alquimia no era Quìmica propiamente dicha.
Los alquimistas no trazan una separaciòn neta entre el sujeto y el objeto, entre el mundo
interior y el exterior. Las pasiones del ànimo son venenos -morbos- que se contagian; las
virtudes del alma son medicinas -fermentos- que se proyectan. Y tanto en el contagio
como en la proyecciòn hay lo que ellos llamaron "multiplicaciòn de la materia original".
Por supuesto que el manejo de estos morbos y medicinas y la provocaciòn y control de sus
reacciones sobre el sujeto o la masa, no es Quìmica tal como hoy se entiende, sino màs
bien una psicologìa operativa.
Ademàs, y en relaciòn con el hombre, la alquimia no investiga la composiciòn de su
cuerpo como tal, sino màs bien la del alma -cuya espiritual substancia debe ser levantada,
por asì decirlo, de su ataud de carne y llevada a su àurea perfecciòn, a su gloriosa libertad,
a su luminosa realizaciòn. Tampoco eso es quìmica, sino màs bien religiòn.
Por ùltimo, mientras la Quìmica es puramente empìrica, la Alquimia es bàsicamente
filosòfica. En sus operaciones, el adepto marcha conociendo de antemano su objetivo y
las etapas de la obra. Su trabajo no es tanto encontrar la verdad en la Materia, sino
interpretar correctamente el escrito que lo guìa. ¿Quièn llamarìa Ciencia a una tal
pragmàtica?
Se dice que la Alquimia era una ciencia "secreta" que sus cultores pretendìan ocultar por
todos los medios. Pero esta idea contrasta chocantemente con la abundante
documentaciòn dejada por todos los adeptos, en la que no se oculta el deseo de difusiòn
que los inflamaba.
Es que, como decìamos recièn, la Alquimia no es tanto un saber secreto como una ciencia
DEL "secreto", un arte DEL "misterio", una gimnasia del Alma -y de ahì las fòrmulas
enigmàticas y la oscura jerga en que se la transmite-. No se puede mostrar la oscuridad si
se enciende la luz, y de ahì la necesidad del acertijo. En èste, lo que vale no es la soluciòn
sino el misterio; y lo que suelta la luz del entendimiento (que es lo que se busca) es el
esfuerzo por penetrarlo. Hay, en el empleo del enigma como fòrmula didàctica, una
finalidad gimnàstica que no se puede pasar por alto. Decìa al respecto Enricus
Madathanas: "Si ellos (los adeptos) hubieran descripto su materia de una manera
claramente inteligible ponièndola al alcance de cualquiera, ello hubiera constituìdo un
robo, no la revelaciòn de un Misterio".
Pero la necesidad de ser enigmático no impidió a los alquimistas señalar con toda claridad
la índole de su "Materia Prima". Así Norton dice: "Nobles autores y hombres de gran
fama, llamararon Microcosmos a nuestra piedra porque sin duda está compuesta como este
mundo que hollamos: de calor y de frío, de humedad y sequedad, de dureza y blandura, de
liviandad y pesadez, de rugosidad y suavidad, de cosas estables mezcladas con otras
móviles y flotantes; de todos los opuestos acertadamente combinados por el orden de
Dios". Y Ripley: "En los libros de los filósofos quien así lo desee, podrá ver que nuestra
Piedra es el Mundo menor", o sea: el Microcosmos, el Hombre.
Lo que más simpático nos resulta en los alquimistas, es que aunque fueron exquisitos
místicos, en ningún momento se apartaron del mundo, sino al contrario. Y cuanto más
leemos sus escritos, tanto más claro aparece que la materia de su arte es el Hombre, y que
el objetivo perseguido es la transformación -la elevación- de la vida humana. Una
transformación que se mide en términos de libertad y luminosidad de concierncia; y en
capacidad realizadora. Y que no se limita al hombre como individuo, sino que en lo que
los adeptos lllamaron su "Gran Obra" se extiende a todo el género humano.
La alquimia es un cultivo del hombre.
Una ciencia de su Misterio.
La Materia alquímica es el hombre; y la herramienta y el procedimiento, es la agitación
por el símbolo, la confrontación por el enigma, y la necesidad de resolverla.
El proceso se cumple en dos etapas.
Primero la "Obra Menor"; luego, la "Mayor".
Primero, la preparación de la Tintura, la Medicina, el polvo de proyección -que luego se
multiplicará al ser vertido sobre el mundo en la "Obra Mayor"-
Primero, la producción del fermento: la "levadura"; y luego la crisopeya masiva, que es el
soñado ideal. "Si tuviésemos suficiente polvo de proyección -dice Artephius- podríamos
teñir de oro el mundo entero".
Quizá por esto -porque los alquimistas nunca tuvieron polvo de proyección suficiente para
cumplir acabadamente su Gran Obra-, es que insisten en que la cosa comienza en una
búsqueda: la de la materia prima de la Obra, la del hombre -los Hombres aptos para ser
convertidos en tintura, en fermento-. "Nuestra Materia está en todas partes y en ninguna"
dicen; y agregan: "es necesario buscarla con sagacidad".
De manera que el Hombre, sí; más no cualquier hombre.
Porque como decía aquel chusco: "Todos los hombres somos iguales, pero hay algunos
que son más iguales que otros".
Y no TODO el hombre. Por lo menos, NO sus superfluidades terrosas, sino su esencia.
Su esencia rectificada.
Los nombres que los Alquimistas dieron a su Materia Prima son altamente ilustrativos.
Por ejemplo, la llamaron Lapide Philosophorum.
Piedra filosofal, decimos nosotros; pero ellos, los adeptos, nunca dijeron Petra, sino
LAPIDE. Y una lápida es una piedra especial. Una que sirve para grabar un epitafio o
una inscripción que se desea hacer perdurable.
Es precisamente esa inscripción -ese epitafio- lo que da a la losa su carácter de lápida.
En una ocasión señalábamos que la voz Lápida viene del sánscrito LAP, que significa
hablar.
En el mismo idioma, lipi quiere decir Escritura, alfabeto, grabador, grabar, etc., y de ahí la
denominación de lipika que el mito puránico aplica a los escribas encargados de registrar
las acciones de los hombres.
En su acepción restringida, la Lápide de los filósofos -la losa blanca sobre la que se
grabará el epitafio- es el discípulo o acólito en el que el adepto ha de dejar grabado su
testamento viviente; y es también el buril -el Maesto- y su enseñanza. En una acepción
aún menos lata, la "lapide philosophorum" que es necesario buscar como base de la Obra,
es la fórmula o escrito alquímico que ha de guiar el proceso.
Al respecto, podemos citar a Van Helmont. Dice: "Una vez me dieron la cuarta parte de
un grano envuelto en un papel, lo proyecté sobre ocho onzas de azogue calentado en un
crisol, y de golpe toda la materia dejó de ser fluída y se solidificó, volviéndose algo así
como un terrón amarillo".
En el lenguaje del símbolo, el grano original que venía "envuelto en papel", alude a algún
escrito alquímico. El azogue -el Mercurio- sobre el que se proyectó la fórmula, es la
mente del operador; y el crisol -el crisol de ceniza- es su cráneo. La "materia fluída" es el
pensamiento cuyo fluir cesa de golpe al iluminarse la mente con la comprensión del
significado.
En la cita, aparece otro de los nombres de nuestra Materia: Azogue o Mercurio -cuerpo
cuyas propiedades físicas lo convierten en un excelente símbolo de la materia mental.
En efecto, como líquido, no tiene forma propia, pudiendo adoptarlas todas; se divide y
reúne sus partículas con la velocidad del pensamiento; es el digestor y solvente de todos
los metales; y sobre todo, es el material con el que se confeccionan los espejos, esos
extraños instrumentos que nos abren las puertas de los ámbitos donde existen las formas
independizadas de toda dimensión y substancia. No se olvide que la separación artificial
de la forma y la materia -la abstracción- y la ulterior digestión de la primera, es una
operación imprescindible para toda transmutación. Y esa separación es una función
mercurial -mental- porque la Mente es el Gran Digestor.
Experimentalmente hablando, la operación alquímica de transmutación procede por
polarización o radicalización de la masa, y por la crisis del conflicto que resulta de tal
polarización. No importa cual sea la índole de la masa o materia sobre la que se opera:
individuo o colectividad, el proceso de transformación sigue el mismo esquema, y el
Mercurio es el agente y el medio.
Hay una analogía más entre el comportamiento del mercurio metálico y los procesos de
mutación humana.
El envenenamiento por Mercurio se caracteriza por fuertes temblores. "Tiembla como un
azogado", se dice; y ese temblor es representativo del que acompaña las crisis de
transformación, sean sociales o anímicas: emocionales, sicológicas o místicas.
Para que no quedara duda de que el Mercurio es, entre los alquimistas, emblemático de la
substancia intelectual, ahí está el nombre que le dieron. Porque nosotros decimos Azogue,
pero ellos dijeron Azoth, y esa es una voz que está acuñada con la primera y última letra
de los alfabetos latino, griego y hebreo: A, alfa, zeta, omega y tav, y aún el menos
práctico en el lenguaje simbólico podrá ver sin dificultades la relación entre el nombre
Azoth y el Alfabeto, que es la substancia en la que el Mercurio, la mente, el pensamiento,
desciende hasta el nivel sensorial.
De aquí en adelante, las descripciones que los alquimistas hacen de su Piedra, ya no nos
resultarán oscuras sino maneras literarias de decir. Veamos algunas.
El Manual Cosmopolita comenta: "Ella está a la vista de todos y nadie puede vivir sin
ella; todos la poseen; todos se sirven de ella, pero pasa despercibida". Morienus, en sus
diálogos con el rey Khalid dice: "Oh Rey, te descubriré la verdad. En su juego creador,
Dios te ha dotado de esa cosa tan maravillosa; y dondequiera estés, ella te acompañará;
no puedes separarte de ella... ¿Buscas la Mina de nuestra Piedra?. Pues...tú eres esa Mina,
porque ella se encuentra en ti pronta a descubrirte la Verdad; sólo de ti depende el tomarla
y recibirla. Quien busque otra piedra para su obra se engañará".
En otro lugar, leemos: "Nada hay más común en el mundo que esa cosa misteriosa. Ella
está por igual en la casa del rico que en la del pobre, con el que viaja como con el que
permanece; y si uno la nombrara por su verdadero nombre, los ignorantes exclamarían :
¡Mentira!, al tiempo que los prudentes quedarían perplejos. Esa lápida habla, y no la oís.
¡Oh asombro, cuánta sordera!"
Con lo dicho se hace claro el significado del conocido verso latino "Lucerna Salis":
"Una cosa hay en el mundo, que se encuentra en todas partes.
Que no es Tierra, ni Fuego, ni Aire, ni Agua, pero que no carece de estos elementos.
Que tampoco puede ser convertida en Fuego, Agua, Aire o Tierra, y sin embargo contiene
su naturaleza.
Es capaz de enrojecer y de blanquear; es caliente y es fría; húmeda y seca; y puede
diversificarse de mil maneras.
Solamente los sabios la conocen, y la llaman su Sal.
Al oir que ellos la extraen de su Tierra, muchos se han arruinado, porque la tierra ordinaria
nada tiene que ver con esto. Ni tampoco la sal común sino más bien la sal del mundo.
De ella se hace aquella Medicina..."
Las citas podrían prolongarse sin término; pero no agregaríamos nada a lo que creemos
está ya suficientemente fundamentado: que en relación con la aurificación del Hombre, el
Mercurio alquímico (el digestor, el agente transformador) es la Mente, como por lo demás,
a la vista está. ¿Qué hay hecho o deshecho que no lo haya sido primero en la mente y por
el pensamiento?
Pero así como el Mercurio tal como lo produce la Naturaleza es una gleba inútil, así
también la mente inculta.
En ese sentido -en la preparación de la Mente como agente digestor- los alquimistas trazan
un paralelo entre el procedimiento para beneficiar el Mercurio y el de la preparación de la
Piedra, o sea: la Mente, cuyo cultivo no limitan a un llenado y clasificación de
información, como es el caso de lo que de ordinario llamamos Cultura, sino que cala más
hondo y abarca fórmulas productoras de estados "místicos" (extáticos) de conciencia, de
cuya provocación a voluntad hace una técnica.
"La Materia de los Filósofos -dice Alberto el Grande-, es un agua viscosa como el
mercurio que se extrae de la tierra. La Naturaleza obra sobre esa materia quitándole su
principio terroso y añadiéndole el azufre de los filósofos, que no es el azufre del vulgo
sino uno invisible, tintura de rojo. Para decir verdad, es el espíritu del vitriolo romano".
En los tiempos en que Alberto escribía, se creía que el cinabrio (sulfuro de mercurio) se
descomponía espontáneamente en el seno de la Tierra; y también que el mercurio así
naciente, combinándose con otros azufres, producía a su vez los demás metales, incluso el
oro y la plata.
Aunque esta teoría ya no sea aceptable para la Química, no deja de ser verdad que la
Cultura, especialmente la que, como entre los alquimistas, va más allá de lo puramente
cortical, obra sobre el sujeto depurándolo de sus terrosidades y ordinarieces. Y sigue
siendo verdad que cuando un "Mercurio" así refinado se combina con algún ideal superior
-una Tintura de Rojo- se convierte en una materia alquímica transformadora y
perfeccionante.
Alberto se esfuerza en ser preciso: "Para decir verdad, es el espírito del Vitriolo Romano",
dice; y cualquiera que esté un poco informado respecto a la jerga de los adeptos, sabe que
Vitriol es sigla de "Visita Interiora Terrae, et Rectificando Invenies Occultum Lapidem".
La visita al interior de la Tierra constituye, por supuesto, una invitación a la introspección.
Pero además de la visita al Hades, la frase alude al descenso a la cripta iniciática, la toma
de contacto con la tradición secreta que es la "tintura Roja" por excelencia. Alberto, que
era cristiano, asimila ésta con su propio esquema religioso. Por eso dice "vitriolo romano"
como podía haber dicho "los Misterios de la Fe".
En el mito de la resurrección de Osiris se dice lo mismo con otras palabras: no hay
revivificación si no se reúnen los dispersos restos del Dios asesinado. Pero esa búsqueda y
esa recomposición no es labor de cualquier Pérez, sino tarea de Isis (la Tradición Secreta),
de Toth (el Maestro de Artes y ciencias), de Anubis (el sacerdote embalsamador,
conocedor de las cosas del mundo del alma) y de Horo (el iniciado-hijo, el propio esfuerzo
del Candidado). Si no se conjugan esos cuatro ingredientes no hay verdadera
transformación del sujeto.
Pasilio Valentín (Doce Claves de la Filosofía) ilustra la índole de este V.I.T.R.I.O.L.
En esta lámina aparecen dos series de símbolos: una en la parte superior, dispuesta en
círculo alrededor de un cáliz; otra en la parte inferior, dispuesta en cuadrado con el
emblema de la Tierra por centro. La unión entre una y otra esfera, la celeste y la terrena,
el mundo de arriba y el de abajo, está dado por el "círculo del Mercurio", que es el punto
alrededor del que gira la Gran Obra de Transformación.
La serie de la parte superior alude a las etapas de la Obra. Es lo que sucede en la
superficie, lo visible, lo exotérico. La serie de la parte inferior alude a lo que ocurre
subcorticalmente; lo invisible, lo "esotérico". Representa lo que podríamos llamar "la
Fraternidad de los Adeptos", que extiende su corporalidad (todo cuadrado significa
"cuerpo") en forma de Cadena que, por descontado, no debe entenderse como ligadura de
esclavitud sino como lazo de amistad.
Los ángulos de éste cuadrado están marcados: arriba, por el "círculo del Mercurio", el de
los "Filósofos", los teóricos del formidable proceso de mutación, que son los que
establecen el nexo entre el mundo de arriba y las estructuras ideales subterráneas que
circundan la Tierra con su áurea, emblemática Cadena. Estructuras que están
representadas en los demás ángulos del cuadrado, por el "León que tiende su garra", el
"águila bicéfala", y la "Estrella de la Mañana".
"León" es emblema del Sol, de luz; pero tendiendo su garra representa una de las formas
de esa Hermandad de Obreros que, según se dice, está ocupada desde tiempo inmemorial
en promover la civilización ciudadana. El águila bicéfala que Valentín coloca como
opuesta y complementaria a la "garra del León", es un emblema demasiado conocido para
que sea necesario explicarlo en detalle. Águila es emblemática del alto vuelo del
pensamiento filosófico, y bicéfala, alude a las tradiciones de Oriente y Occidente. Los
Iniciados Filosóficos de Oriente y Occidente complementan la labor de los constructores
de "la garra del león".
En cuanto a la Estrella de la Mañana aparece en una relación complementaria similar en
relación con el Círculo del Mercurio.
Esta estrella es Venus, el "lucero del alba", que anuncia la aparición del nuevo Sol. A uno
y otro lado, aparecen dos círculos que contienen: uno, siete piedrecitas blancas, siete "alba
lapidem" emblemáticas de los cónclaves herméticos, y otro, con dos anillos
representativos de las bodas alquímicas entre el adepto y su "Madre" la Tradición Secreta.
Es a impulso de todo ello que cada vez más visiblemente va adelantando el proceso de la
Gran Mutación. El Viridarium Chimicum (obra del siglo XVII), describe esa Gran Obra
en sus diversos aspectos.
El "Blanco" del fondo y del centro, representa la Meta. C.G. Jung, que comenta esta
lámina, señala que ese significado está asegurado por la llave que lo corona. Sin embargo,
se trata de un falso blanco, porque los arqueros están de espaldas a la Realidad, y el lugar
donde han colocado el blanco y lo que creen es la Clave no es sino un cementerio estéril.
Así se comportan muchos.
Uno de los arqueros está sentado sobre un cubo, tradicional emblema de la Tierra, la
Materia.
Quizá sea un "hombre de ciencia". Es el que da en el blanco, aunque sea falso; las flechas
de su compañero ni siquiera arriman.
El segundo tirador está colocado sobre un cilindro, representativo según se puede deducir,
de lo "espiritual ma non tropo", ya que en el cilindro, lo redondo, el emblema de lo
infinito, va en un solo sentido. Es un cilindro, no una esfera. Este tirador al falso blanco,
quizá sea un "teósofo".
Pero la escena verdadera se desenvuelve a espaldas de ambos.
Allí, el cementerio ya no es un erial sino un campo de labor. Hay un ángel con un cetro y
una trompeta que llama al despertar. Un cadáver reposa su cabeza sobre un haz de trigo al
que se le han sacado las espigas, y los granos de su cosecha son sembrados por un
labrador. Es que en estas materias, como en tantas otras, se siembra lo que otro segó.
A espaldas del sembrador, los pájaros (los pensamientos, las almas de los hombres) se
alimentan de la semilla; pero no la comen toda, y alguna fructifica. Por eso vemos, en el
centro de la lámina, una tumba abierta de la que surge una gran cosecha de trigo y un
resucitado.
Ciertamente, la "obra de Resurrección" se cumple a espaldas de muchos arqueros que
apuntan hacia falsos blancos. Y lo sepamos o no, todos intervenimos en ella. La cuestión
está en saber qué representamos: si tiradores a equivocados blancos, si pájaros que creen
que el sembrador volea la simiente con el solo propósito de alimentar sus buches, o si
sembradores, únicos que en realidad están en la cosa.
Y si lo último, conviene saber qué clase de semilla sembramos; si de ciencia o de
ignorancia, si de libertad o de esclavitud. Porque según la siembra será la cosecha.
IV - La Iniciación Masónica
Escribía Osvaldo Wirth en su revista:
"La Francmasonería es una institución moderna en cuanto a su organización, que no se
remonta sino al 1717, fecha de la constitución en Londres de la Gran Logia Madre, de la
que más o menos directamente derivan todos los cuerpos masónicos del mundo.
Lo que entonces nació fue una confraternidad que se afirmaba como universal, y que debía
estar abierta a todos los hombres de reconocida moralidad, sin distinción de religión,
opinión política, nacionalidad, raza, o posición social. Esta asociación tenía por finalidad
lograr que sus adheridos se quisieran a pesar de todo cuanto podía diferenciarlos. Su deber
era estimarse mutuamente y esforzarse en comprenderse aunque los distanciara su manera
de pensar o de expresarse.
Alegóricamente, la Francmasonería aspiraba a remediar la confusión de los idiomas que
dispersó a los constructores de la Torre de Babel. Su objeto era formar masones capaces
de entenderse de un polo al otro, para edificar juntos un templo único donde vendrían a
fraternizar los sabios de todas las naciones. Este edificio no se inspira en modo alguna en
el capricho humano. No es una Torre destinada a desafiar el cielo en su orgullo, sino un
santuario cuyo plano concibió el Gran Arquitecto del Universo.
La Francmasonería tiene buen cuidado en no definir al Gran Arquitecto, dejando toda
latitud a sus adeptos para que se hagan del mismo una idea de acuerdo con su fe o con su
filosofía. Los Francmasones abandonan la teología a los teólogos, cuyos dogmas levantan
apasionadas discusiones cuando no conducen a las guerras o a la persecución más inicua.
Al dogmatismo rígido e intransigente, la tradición masónica opone un conjunto de
símbolos coordinados lógicamente de manera a explicarse unos por otros. Los espíritus
reflexivos se encuentran de tal suerte solicitados a descubrir por sí mismos los misterios a
que alude el simbolismo. Algunas someras indicaciones le marcarán la senda a seguir,
pero no se comunica al neófito más que la primer letra de la Palabra sagrada; debe saber
por sí mismo adivinar la segunda; su instructor le revela luego la tercera, a fin de que
pueda encontrar la cuarta, y así sucesivamente.
Este método es muy viejo. Su propósito es formar pensadores independientes deseosos de
llegar por su propio esfuerzo a discernir la verdad. Nada les inculca ni se les pide acto de
fe alguno respecto a cualquier revelación sobrenatural. Del lejano pasado donde tiene fijas
sus raíces espirituales, la Francmasonería no ha heredado creencias determinadas ni
doctrinas concretas, y sí solamente sus procedimientos de sana y leal investigación de la
Verdad.
Por lo tanto, al pedir la admisión en la Francmasonería, no puede ser cuestión de esperar la
comunicación de estos hechos misteriosos que tanto intrigan a los aficionados a la ciencia
oculta. Los francmasones se interesan individualmente en todos los conocimientos
humanos; pero la Francmasonería se abstiene en absoluto de enseñar nada en cualquier
orden de ideas. No tiene por misión resolver los enigmas que se presentan a la mente
humana y no se declara en favor de ninguna de las teorías explicativas de los hechos
sensoriales. Indiferente a toda suposicion arriesgada, se coloca por encima de los
sistemas cosmogónicos formulados ora por las religiones, ora por las escuelas de filosofía.
Lo que preconiza, es ese prudente positivismo que toma por punto de partida en todas las
cosas lo comprobable.
En el curso de sus viajes simbólicos, el neófito sale siempre del Occidente en donde se
levanta la fachada de la objetividad, o sea: la fantasmagoría de las apariencias que
perturban nuestros órganos. Todo concluye aquí par el materialista que cree inútil buscar
algo más. Pero muy distinta es la convicción de los espíritus propensos a la meditación,
que se niegan a atenerse al aspecto superficial de las cosas y su ambición es profundizarlo
todo. Para estos espíritus, aspirantes a la Iniciación, todo cuanto afecta nuestros sentidos
constituye un enigma que podemos descifrar. Buscan el significado del espectáculo que
les ofrece el mundo y se lanzan en suposiciones por demás arriesgadas.
Al penetrar de esta manera en la tenebrosa selva de las quimeras con tanta complacencia
descrita en las novelas caballerescas, el pensador se ve obligado a combatir todos los
monstruos de su propia imaginación. Ha de abrirse paso a través de la inextricable maraña
de las concepciones mal paridas para alcanzar penosamente el Oriente de donde brota la
luz.
Por otra parte, al salir de las tinieblas de la noche, la luz matutina les dejar discernir
solamente lo absurdo de las teorías preconizadas para explicar lo inexplicable.
Convencido de su impotencia para penetrar el misterio de las cosas, emprende el regreso
hacia Occidente siguiendo ahora el camino del Mediodía.
No es ya un sendero sembrado de obstáculos, apenas marcado en las espesuras de la
oscura selva del Norte; llena de rocas y falta en lo absoluto de vegetación, la región sur no
brinda el menor abrigo al peregrino que avanza bajo los ardientes rayos de un sol
implacable. Una luz cruda ilumina los objetos que encuentra a su paso y que ve tal como
son, sin que pueda formarse ninguna ilusión respecto a ellos.
Lllegado otra vez al Occidente, juzga entonces de diferente manera lo que afecta a sus
sentidos. El eterno enigma le parece menos impenetrable, pero más punzante aún.
Irritado, no puede permanecer por largo tiempo en estado contemplativo; su espíritu
trabaja y otra vez le tenemos entregado a las conjeturas; pero ya media una prudente
desconfianza, y las extravagancias del principio se han trocado en hipótesis más sólidas.
Vuelve a empezar el periplo que sigue indefinidamente; partiendo siempre en el mismo
sentido; de Occidente en dirección al Norte para regresar luego de Oriente por la vía del
Mediodía. Cada vez resulta menos áspero el camino por más que abunden los obstáculos.
Hay que trepar por unas montañas, transitar por llanuras llenas de peligros, cruzar ríos de
impetuosa corriente, explorar desiertos abrasadores y sondear abismos volcánicos. Tales
son las pruebas que hay que soportar. No simbólicamente ni en la imaginación, sino en su
verdadero significado, o sea "en espíritu y en verdad", con el objeto de que la venda de
nuestra ignorancia vaya adelgazándose para caer por fin de nuestros ojos cuando termina
nuestra purificación mental.
Luego se tratará de alcanzar la luz entrevista y viajar con ese propósito, imitando al Sol en
su aparente revolución diaria.
Tal el proceso tradicional de la iniciación masónica. Es la enseñanza por el silencio. Nada
de palabras que puedan faltar a la verdad; solamente actos (hechos) que nos llamen a la
investigación. No encontramos aquí una doctrina explícita; únicamente un ritual por
medio del que vivimos lo que debemos aprender. Ningún dogma; solamente unos
símbolos.
No es éste un método al alcance de las muchedumbres que piden soluciones hechas y
siguen gustosas a quien las engaña (por cierto que de buena fe en la mayoría de los casos).
La característica de la Iniciación, de la verdadera, es su absoluta sinceridad. No engañar a
nadie: he aquí su constante y principal preocupación. Por eso mismo resulta amarga y
desilusionante. Quien la posee comprende que no sabe nada; el sabio observa un silencio
modesto y se guarda de erigirse en pontífice.
Si el Iniciado pide la luz es tan sólo para poder cumplir mejor con la tarea que le incumbe,
y rechazando toda curiosidad indiscreta no pierde el tiempo en querer profundizar
misterios que por su propia naturaleza son insondables. Empezando siempre por lo
conocido (Occidente) se va instruyendo sin precipitación y no teme examinar de nuevo lo
que le ha parecido cierto.
Asimismo, se resiste a perderse en estériles especulaciones y acepta únicamente las que
tienen como finalidad la acción. El trabajo es, a su modo de ver, la justificación de su
propia existencia. La función crea el órgano y no somos más que instrumentos
constituídos en vista de una tarea que debemos cumplir.
Apliquemos, pues, toda nuestra inteligencia en discernir lo que de nosotros se espera; y
esforcémonos en trabajar bien. Trabajar bien es vivir bien, y vivir bien es sin duda alguna
el ideal que nos propone la vida. Se trata de aprender la teoría para luego ejercitarnos en
la práctica del Arte de Vivir.
Este es el objetivo esencial de la iniciación masónica."
Hasta aquí, Osvaldo Wirth.
Este artículo de nuestro gran hermano plantea numerosísimos temas y da motivo a
muchísimas derivaciones. Veamos algunos.
Sabiamente señala Wirth que la primer labor del Aprendiz es la de asimilarse al medio. Y
aquí es donde la mayoría fracasa.
Es que tal asimilación no es fácil.
Al ingresar a un aula cualquiera, debemos esperar encontrarnos con condiscípulos de
diversas extracciones pero unidos por una equivalente ignorancia, y con ideas muy
dispares y vagas de cual es la enseñanza que allí se imparte. Algunos inteligentes y
aprovechados, otros díscolos; unos con condiciones de cabecillas, otros signados con el
sello de la medianía. Y lo mismo ocurre en relación con el ambiente iniciático. Pero hay
una diferencia: mientras en el aula profana se sabe perfectamente quién es el instructor y
entonces nadie se engaña sino a sabiendas al tomar sus lecciones de los condiscípulos
ignorantes, en la iniciática no aparece ningún "instructor"; no hay sino condiscípulos,
aunque algunos de éstos se arroguen las ínfulas de la función y estén más que dispuestos,
ansiosos de impartir doctrina y dar explicación.
Y eso desorienta.
Decía un viejo hermano: Hay cosas que hacemos mal y otras que hacemos bien; pero hay
algo en lo que nos destacamos y es en la fabricación de ruidos. Si alguien se queda entre
nosotros, es muy tonto o es muy bueno. Los demás...disparan.
Tenga paciencia pues el Aprendiz y haga oídos sordos a las "instrucciones" de los alumnos
de segundo o tercer año que se comiden a enseñarle. En ésta Escuela no se imparte
doctrina; lo único que aquí se proporciona es ambiente y labor. El primero está dado por
los a menudo bullangueros condiscípulos, que si bien se suponen han sido seleccionados
en función de su moralidad, corazón filantrópico y amor a la verdad, en realidad están a
nivel de la calle o casi.
La segunda consiste en aprender a comprenderse y estimarse con ESOS hombres. En
cuanto al "instructor", éste está sustituído por un sistema simbólico cuyo significado (se
nos dice) hemos de aprender a desentrañar por nosotros mismos y letra a letra.
La cosa es sin duda insólita. Dice bien Wirth que "la Francmasonería aspira a remediar la
confusión de los idiomas que dispersó a los constructores de la Torre de Babel...(pero no
intenta ser una construcción) destinada a desafiar al cielo en su orgullo"
En la jerga de los adeptos, la Iniciación se compara con la "búsqueda de la Palabra
Perdida", que es Conocer, pero también es Conocernos (esto es: a nosotros mismos y unos
con otros).
La Palabra que busca la Iniciación no es tanto la de la Ciencia como la de la comunicación
del hombre consigo mismo y con su próijmo, con su orígen y con su destino. Y la práctica
de una fraternidad sin fronteras, y el esfuerzo por extenderla todo a lo largo y a lo ancho
del mundo no dejar de ser una gimnasia conducente. No solo porque nadie podrá jamás
"encontrarse a sí mismo" si fracasa en encontrarse con los demás, sino porque el Templo
de la Fraternidad es la Obra que se propuso aquel Creador que llamamos Comienzo,
puesto que nos hizo gregarios.
El aprender a fraternizar con nuestros camaradas no es algo intrascendente; y como
decíamos, la mayoría fracasa porque no es capaz de encontrar (de encontrar-se) su lugar en
un heterogéneo conglomerado donde evidentemente hay más egoísmo que virtud y más
chatura que vuelo.
Dicen: "¿Qué vamos a hacer ahí? ¿Qué vamos a aprender? ¿Qué me van a enseñar quienes
son más ignorantes que yo mismo, y en cuanto a espiritualidad son más indigentes?, y se
apartan. Pero se equivocan. Porque la heterogénea chatura y mediocridad que ven y a la
que se les ha invitado a ingresar (y a elevar al elevarse en el interior de su masa) no es otra
cosa que el fiel reflejo, la perfecta medida del propio aspirante. Y también la exacta
muestra de la Humanidad a la que los Iniciados se proponen servir.
Quienes consideran que las filas que los reciben son demasiado poco par ellos...sepan
desde el principio que son ellos los "demasiado poco" para la Fraternidad, y que
inútilmente recorrerán primero todas las Logias y luego todos los grupos humanos. Nunca
más encontrarán un lugar para sí, y cada día recogerán el testimonio de su propia
pequeñez. Quienes son incapaces de servir a la Humanidad en el grupo humano donde la
Orden quiso colocarlos, sepan desde ya que carecen del elemento básico indispensable -La
Filantropía- y que la Hermandad no toma aprendices sino par emplearlos en ESA
filantrópica obra.
No se engañe nadie. Allí hay mucho que aprender. Porque si bien no hay doctrina, hay
enseñanza, como por ejemplo la de la Igualdad. Es que contrariamente a lo que piensan
los que se suponen superiores o por lo menos diferentes al común denominador del grupo
humano que se les ofrece como "puerta de entrada", es ESE común denominador lo que
les permitirá una vez encontrado y aceptado, sumarse a la Fraternidad, que ese es el
ultérrimo objetivo iniciático. Mientras alguien se sienta "diferente" o "apartado" no
adelantará un solo paso en la Iniciación.
Dice bien el artículo que comentamos: la Obra de la Masonería no se inspira en el
capricho humano, no es una Torre de Presunción, sino un santuario cuyo plano concibió el
Arquitecto que nos hizo gregarios. Y bien señala que la Masonería se cuida muy mucho
de definir a este "Arquitecto" abandonando la teología de los teólogos.
Por lo demás, los Iniciados no asimilan este Arquitecto con el "Dios" personal de los
doctores de la iglesia y el vulgo, sino más bien con aquel Logos (Palabra) que es la forma
comunicante y creadora del Espíritu; en consecuencia sus Misterios son los inefables
arcanos de ese Verbo.
Más como la Masonería no enseña estos Misterios como cuerpo de doctrina sino que los
explicita mediante un sistema simbólico que la comporta en sus multívocos
aspectos...hemos de ir aprehendiéndola por nosotros mismos letra a letra.
Por lo demás, hablar de Verbo y Palabra es nombrar la función consciente. En el
respectivo simbolismo esta función se asemeja a la Luz, y su cultura o cultivo se asocia
con el periplo del Sol. Occidente, el lugar de la muerte, se asocia con la realidad concreta
que al retener la conciencia en la ilusión de su realidad, la "mata". El Oriente, en cambio,
es emblemático del despertar del sueño, del renacer del entendimiento tras la noche. En
términos filosóficos, la objetividad (el Occidente) es el mundo de los significados, y la Luz
(el Oriente, la conciencia) lo es del Conocedor, que es el que da los Nombres.
El camino, entonces es el de la búsqueda del Nombre. O por lo menos, eso parece ser.
Porque desde que el mundo es mundo siempre hubieron espíritus para quienes la
Naturaleza (y el ánimo) es una especie de enigma que necesita ser resuelto; y desde
tiempo inmemorial se ha venido buscando en la imaginación lo que la razón parece
impotente para dar. Pero el procedimiento no ha llevado sino a la formación, más allá de
lo objetivo (en el plano de los Nombres), de una impenetrable selva llena de monstruos
aterrorizantes y pavorosas fantasías.
Sin duda la ciencia materialista ha desbrozado una arte del terreno; y en él se mueve.
Pero al mismo tiempo ha establecido un límite, y en él se queda. Para ella la Realidad es
siempre explicable; y fuera de lo explicado y lo por explicar no hay nada. En
consecuencia, cree conocer cuando explica, o en el mejor de los casos, cuando al explicar
su explicación demuestra la realidad experimental de sus supuestos. Así es como el
materialista supone que avanza en conocimiento a medida que se extiende en la
explicación de la zona en que trabaja...aunque a veces no deja de advertir que a medida
que progresa, "lo inexplicado" aumenta y se extiende en lugar de disminuir. Además...¡Se
lleva cada susto cuando el contenido del alma invade su demarcación!
¿Qué hay más allá de la artificial frontera? ¿Por qué no se puede ensanchar "el círculo de
la Luz" en latitud y profundidad hasta que incluya y en consecuencia destruya "lo oscuro"
en lugar de aumentarlo?
Este es el terreno que pisa el Iniciado cada vez que parte de Occidente hacia Oriente.
Muchos se pierden, sin embargo, en la maraña; pero el accidente ocurre porque
abandonando la guía iniciática el postulante escucha las voces que lo asedian desde los
ruidos del exterior. Se pierde porque "hace trampas" y en lugar de ir a la conquista de la
luz por las buenas y siguiendo el camino evolutivo, accede a retroceder al pensamiento
prelógico, el del hombre primitivo, que no es "solar" sino "lunar", que no es racional sino
"mágico".
Pero la Iniciación verdadera y sus adeptos ni se quedan en la explicación ni se pierden en
la fantasía.
Los Iniciados salen, es cierto, de "lo concreto"; pero lo hacen siguiendo el "camino de la
Luz", el del Sol, que es diferente al que transitan las ciencias que han venido a ser
llamadas "ocultas".
Los Iniciados no niegan la utilidad práctica de las ciencias concretas y humanas, ni el
hechizo creador de la imaginación estética. Pero se sienten arrebatados por otro enigma y
buscan otra belleza: la de la Conciencia misma, que, según intuyen no es únicamente una
función gnosci-creadora, sino la esencia de su ser. Parecen preguntarse: "¿Qué es "eso"
que se despierta en nosotros cuando nace el sol y se apaga a la noche con el sueño?" Y
para averiguarlo, no proceden como el "científico" que convierte el Sujeto en un Objeto -
una Materia- separada e independiente del sujeto que la investiga. Ellos procuran la
penetración de la fuente en sí misma. Es a ese efecto que se dice que "abandonan el
Occidente (la búsqueda de la explicación) y marchan hacia Oriente en procura de la
desconocida cuna del Sol.
Aquí es donde se marca claramente la diferencia entre unos y otros buceadores de "lo
desconocido", el Profano y el Iniciado.
Bien es verdad que ambos abandonqn la realidad concreta (esa producción del "maldito
encantador que nos persigue" del que hablaba Quijote). Pero en tanto que unos lo hacen
para ponerse al servicio de los monstruos y gigantes creados en el correr de las edades por
las formas imaginativas (lunares) del pensamiento, los otros se abren paso a mandobles,
como el Sol, conociéndolos como opositores y combatiéndolos por todos los medios. Que
si una cosa es ver molinos donde en realidad hay gigantes, otra es tomar a éstos por
realidades que deben aceptarse, y otra todavía y muy diferente es advertir que se trata de
enemigos que es necesario combatir. No se forjó la ciencia cultivando los zarzales del
terreno que pisaba, sino desbrozándolo. Y lo mismo con la cultura del alma.
Por supuesto que cada cual es libre de elegir su camino y sumarse al bando que mejor le
cuadre. Pero, ¿sería mucho pedir que lo hiciese de un manera franca y auténtica y
levantando valientemente sus propios estandartes y no cobijándose bajo banderas ajenas?
Sirva quien quiera a la Materia (los molinos) pero hágalo en nombre de la ciencia y
denomínese científico, no Iniciado. Y póngase quien lo desee al servicio de la lógica
onírica y haga horóscopos o astrología o cultive la necrolatría espírita o la taromancia;
pero hágalo bajo la bandera de los Labán y NO bajo la de los Iniciados. Porque si bien
éstos ven los gigantes que están disfrazados de molinos, NO los sirven sino que los
combaten por enemigos del progreso humano, ya que constituyen una supervivencia de los
mecanismos mentales de la humanidad arcaica.
¿Triunfa el adepto en su empeño de bañarse en la "fuente de la Luz"? No, si por victoria se
entiende el logro definitivo de aquella. Sí, si por tal se tiene la que se alcanza en términos
de progresiva liberación de la mente de las mil conceptualizaciones obsesivas que la
aprisionan.
Para el adepto de la iniciación verdadera no hay logro definitivo; y todo se resuelve en un
contínuo volver a empezar. Porque si cada "viaje" en procura de la Luz se traduce en la
destrucción de algunos de los fantasmas que impiden ver las cosas tal cual son...estas
"cosas tal cual son" siguen siendo una "realidad concreta" esencialmente insatisfactoria, y
generando nuevas aventuras.
Y de nuevo. Si el objetivo es si no la caída definitiva sí la atenuación del "velo de la
ignorancia" que cubre la visión, vea cada cual si lo está logrando en sus andanzas por "lo
desconocido" o si por el contrario vuelve de éstas cargado con nuevas "explicaciones" que
aumentan el espesor y opacidad de su propia venda.
Madurez y des-ilusión van siempre de la mano.
Quizá sea por eso que no todos se adaptan y prefieren envolverse en nuevas ilusiones, en
las que toman refugio cada vez que las circunstancias le quitan alguna de las que posee.
Pero el que siendo de buena pasta ha tenido la inmensa felicidad de haber sido iniciado en
la forma, no debería perder el tiempo en vanas especulaciones "esotéricas", sino que
debería aplicar su pensamiento a discernir inteligentemente cuál es la acción libertadora
(para sí mismo, y para los demás) que de él espera la Hermandad que lo ha recibido, y a la
que debe procurar pertenecer no sólo en la forma, sino también de hecho y por derecho.
V - El Contrato de Trabajo
Transcribimos un artículo de O. Wirth:
Al animal le basta dejarse vivir y obedecer los impulsos de su naturaleza. Sus
determinaciones son automáticas y no tiene necesidad de deliberar sobre sus actos. El
mismo estado de cándida ignorancia se encuentra también en el niño, no despierto aún a la
conciencia que le permitirá discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Con el
discernimiento nace la responsabilidad y ésta nos impone ciertos deberes. Estos a su vez
van tomando más y más incremento a medida que se desarrolla nuestra inteligencia.
Quien comprende más perfectamente, está obligado a conducirse de diferente manera que
el bruto que está dotado solo de instinto.
Desde que el Iniciado pretende penetrar ciertos misterios que escapan al vulgo, su
comprensión abarca mucho más y le es, por tanto, necesario someterse a obligaciones que
no son tan indispensables para el común de las gentes. Para lograr la Iniciación, entonces,
necesitamos conocer estas obligaciones especiales y comprometernos por adelantado a
conformarnos escrupulosamente a las mismas. ¿Cuáles son, pues éstas?
En primer lugar, se exige de todo candidato a la Iniciación, la estricta observancia de la ley
moral. Hay que entender por esto que el futuro iniciado debe observar una conducta
irreprochable y gozar de la estima de sus conciudadanos. Por otra parte, la moral humana
no tiene reglas absolutas y sufre variaciones según el ambiente; y, por tanto, todo Iniciado
debe conformarse a los usos corrientes de la sociedad. Su deber primordial es vivir en
buena armonía con sus conciudadanos y observar escrupulosamente las leyes que regulan
la vida en común.
El Iniciado no se das dará pues, de superhombre desdeñoso de la moral ordinaria, ni se
considerará eximido de ninguna de las obligaciones que pesan sobre el hombre
sencillamente honrado. Lejos de querer aligerarse de la carga normalmente impuesta a
todos, se conforma en aumentarla en proporción de sus fuerzas morales e intelectuales.
La Iniciación no nos instruye de balde, ni siquiera para el gusto de instruir. Ilumina a
quien quiere trabajar, a fin de que el trabajo pueda llevarse a cabo. Empecemos por
aceptar un trabajo; luego demos prueba de celo y constancia en su cumplimiento, y
tendremos entonces derecho a la instrucción necesaria. Pero nada recibirá quien no tenga
previo derecho a ello.
De nada sirven las trampas en esta materia; y quien no merece la instrucción, no la recibe.
Podrá sin duda alguna, imaginarse haber aprendido; pero en este caso no será sino el
miserable juguete del falso saber de los charlatanes del Misterio. La verdadera Iniciación
no busca deslumbrar a la gente con un brillo ficticio; es austera y nadie la puede lograr sin
antes haberla buscado en la pureza de su corazón. Al candidato se le pregunta: "¿Dónde
fuísteis preparado para ser recibido como masón?; y debe responder: "En mi corazón". En
efecto, debe uno estar bien resuelto al sacrificio anónimo y no desear otra recompensa que
la satisfacción de colaborar a la Magna Obra.
En verdad, no puede aspirar el hombre a más elevada satisfacción, ya que por su
participación en la Magna Obra tiene conciencia de "divinizarse". Desanimalizar la
criatura consciente para hacerla divina: he aquí el resultado al que tiende la Iniciación, y,
por tanto, lo menos que se puede exigir del postulante es que observe en la vida una
conducta irreprochable y sepa permanecer honrado en el lugar, por modesto que sea, que
ocupa entre sus conciudadanos. Deberá justificar sus medios de existencia, la lealtad de
sus relaciones, y no se admitirá que se burle el prójimo ni que trate a la ligera sus
promesas hechas bajo el imperio de la pasíón. Sufrir honradamente las consecuencias de
sus actos sin esquivar cobardemente sus resultados, es consquistar la simpatía de los
Iniciados y merecer su ayuda para sortear las dificultades.
Una vez satisfechas las condiciones previas de moralidad, garantizadas por el buen
renombre del candidato, su primera obligación formal concierne la discreción. Debe
comprometerse a guardar silencio en presencia de los profanos puesto que la Iniciación
confía secretos que no deben ser divulgados.
Se trata en primer lugar de un conjunto de tradiciones que no deben caer en el dominio
público. Son, en su mayor parte, señas convencionales por medio de las cuales se
reconocen entre sí los Iniciados. Resultaría deshonroso el divulgarlas; y todo hombre
pundonoroso debe guardar los secretos que le han sido confiados.
Además, el indiscreto resultaría culpable de impiedad a tal punto que los "verdaderos
misterios" no le podrían ser revelados en manera alguna.
En efecto, los pequeños misterios convencionales son sencillamente los símbolos de
secretos mucho más profundos, y debe el Iniciado descubrirlos de conformidad con el
programa de la Iniciación. Estamos ahora muy distantes de las palabras, actitudes, gestos
o ritos más o menos complicados. Todo cuanto afecta nuestros sentidos no puede en modo
alguno producir el "verdadero secreto" y nadie lo ha divulgado jamás, por ser de orden
puramente espiritual. A fuerza de profundizar, el pensador concibe lo que no llegará a
penetrar nadie sin observar cierta disciplina mental. Esta disciplina es la de los Iniciados.
Por medio de las alusiones simbólicas pueden comunicarse entre sí sus secretos; pero nada
absolutamente podrá entender quien no esté preparado para comprenderlos. Por otra parte,
nada hay tan peligroso como la verdad mal comprendida, y de aquí la obligación de callar
impuesta a los que saben.
Enseñar progresivamente, de acuerdo con las reglas de la Iniciación; o de lo contrario
callar. Sobre todo, cuidar de no hacer alarde del saber. El Iniciado es siempre discreto;
nunca pontifica; huye del dogmatismo, y se esfuerza en toda circunstancia y en todo lugar
para encontrar una verdad que sabe a conciencia no posee.
Bien al contrario de las comunidades de creyentes, la Iniciación no impone artículo alguno
de fe y se limita a colocar al hombre frente a lo comprobable, incitándolo a adivinar el
enigma de las cosas. Su método se reduce a ayudar al espíritu humano en sus esfuerzos
naturales y espontáneos de "adivinación racional". Opina, además, que el individuo
aislado se expone a un fracaso al aventurarse con temeridad en el dominio del Misterio.
Esta exploración es peligrosa; el camino está erizado de obstáculos y a ambos lados
abundan los abismos. Quien emprenda solo el viaje, corre el riesgo de detenerse muy
pronto; pero hay que tener en cuenta que nadie quedará abandonado a sus propias fuerzas,
si merece asistencia, por ser la mutua ayuda el deber de los Iniciados.
Tened pues las creencias que mejor os parezcan, pero sentíos solidarios de vuestros
semejantes. Tened la firme voluntad de ser últiles, de desarrollar vuestra propia energía
para invertirla en bien de todos. Sed completamente sinceros con vosotros mismos en
vuestro deseo de sacrificio, y entonces tendréis derecho a que los guías que aguardan en el
lugar sagrado vengan a dirigir a los legítimos impetrantes.
Pero es necesario dejarse guiar con confianza y docilidad, fortalecido por esta sinceridad
que impone el respeto y también lleva consigo responsabilidades de mucha gravedad. Se
establece un verdadero pacto entre el candidato y sus iniciadores: si llena éste los previos
requisitos, deben ellos dispensarle su protección y preservalo de los tropiezos que pudieran
apartarlo del camino de la Luz.
Tened bien en cuenta que los guías permanecen invisibles, y se guardan de imponerse.
Nuestra actitud interna puede atraerlos, y acuden a la llamada inconsciente del postulante
deseoso de soportar las cargas que impone la Iniciación. Todo depende de nuestro valor,
no para sufrir unas pruebas meramente simbólicas sino para sacrificarnos sin reservas.
No puede uno iniciarse leyendo, ni asimilándose doctrinas, por sublimes que sean. La
Iniciación es esencialmente operante; requiere gente de acción y rechaza a los curiosos.
Es preciso consagrarse a la Magna Obra y querer trabajar para ser aceptado como
Aprendiz en virtud de un contrato tan formal en realidad como si llevara estampada
nuestra firma.
Las obligaciones contraídas con el punto de partida de toda verdadera Iniciación.
Guardémonos, por tanto, de llamar a la puerta del Templo sin haber antes tomado la
decisión de ser de entonces en adelante un hombre diferente, dispuesto a aceptar deberes
mayores y más imperativos que los que se imponen a la mayoría de los mortales. Todo
fuera ilusión y engaño al querer ser iniciado gratuitamente sin pagar de nuestra alma el
privilegio de ser admitido a entrar en fraternal unión con los constructores del gran edificio
humanitario cuyo plano ha trazado el G:.A:.D:.U:.
No nos extenderemos en mayores comentarios al artículo que acabamos de transcribir.
Solamente señalaremos un par de puntos.
Tiene razón el H:. Wirth: el Iniciado es un hombre libre. O más precisamente: un liberto
por precio al que no le son ya permitidos "los vicios de los esclavos". Además, puesto que
se ha pagado por él, tiene ciertas obligaciones.
La verdad es que si no fuera porque los hechos demuestran una y otra vez que algunos
individuos moralmente débiles logran abrirse paso hasta nuestras Logias, parecería
innecesario señalar que únicamente aquellos cuya conducta tiene por base la moralidad
más estricta, logran alcanzar la iniciación verdadera.
Se dirá: ¿Pero es que hay dos Iniciaciones, una "de prueba" hecha con elementos de
utilería y otra "real" que solamente se acuerda a los que pasaron la zaranda? No; de
ninguna manera. La Iniciación es una sóla; y es como el Sol, cuyo calor siendo el mismo
para todos, se convierte en deliciosa fruta en la higuera y en mortal veneno en la cicuta.
Lo mismo con la Iniciación, de la que cada cual produce según es su propia naturaleza;
unos dulzura, otros vacuidad, otros perdición; y éstos no tardan de ser apartados de hecho.
Por lo demás, la Iniciación no hace otra cosa que "admitir a las pruebas" a quien esté
dispuesto a enfrentarlas. Es el triunfo sobre éstas (que de ninguna manera son "simbolicas
sino reales y bien reales) lo que otorga la Iniciación.
De cualquier manera, y aunque nuestras precauciones fallen a menudo, no debemos dejar
se tomarlas porque un mal Hermano no solamente se daña a sí mismo, sino que también
perjudica a la Hermandad, sobre la que primero proyecta su propio deshonor, y luego al
sentirse rechazado, también sus babas.
Dice bien el H:. Wirth: la Iniciación ni nos instruye de balde ni lo hace por gusto, sino a
precio de sacrificio y para emplearnos en SU obra (no la "nuestra" sino la suya). Y de
nada sirven las trampas. Es un contrato; un verdadero contrato cuyas cláusulas no pueden
evadirse; un CONTRATO DE TRABAJO.
Emplea nuestro Hermano una expresión que hoy por hoy está desmonetizada:
"divinizarse", pero la relaciona con la participación en la Creación entendida como Obra
de Arquitectura. El que participa en esta obra se asimila al Creador. ES el creador, el
Arquitecto. Quizá aquel Abí-rom (nombre que significa "matador del padre") y sus
compinches no hubiera necesitado conspirar ya que le había sido dado colaborar en la
Obra. Quizá por conspirar perdió definitivamente la posibilidad de SER Maestro y quedó
condenado para siempre a simularlo.
Wirth perteneció a una generación que creía en la existencia "tras el velo" de Maestros
Desconocidos que se harían presentes tan pronto como el aspirante diese muestras de estar
apto. "Cuando el discípulo está pronto, el Maestro aparece", decían. Así es, sin duda,
aunque no a la manera soñada por aquellos Hermanos; porque el Maestro, está siempre:
en el corazón, la mente, la voluntad y las manos de todo Artista. De cualquier manera es
cierto: La Iniciación es esencialmente operante. Ningún arte puede aprehenderse en
libros, sino obrando.
La luz física, la del Sol, es la que al término de la noche nos descubre y hace ver las cosas.
Pero es la del entendimiento lo que hace que esa visión sea inteligible. No es ante el
fenómeno solar en sí mismo que se asombra el que compuso el recién mencionado verso,
sino ante ese "maravilloso, salutífero, omnisciente" espíritu de Luz que es la Inteligencia.
La cual despierta junto con el día y en adelante siempre está inquieta, yendo y viniendo
curiosa. También nosotros podemos, pues, al contemplar el prodigio del Entendimiento,
decir sin ninguna violencia: "Que sea Ella y no las sombras de la ignorancia o la ambición,
lo que nos conduzca hacia nuestro Destino".
La frase de Arjuna alude a lo mismo. Porque oculta bajo el áureo disco del Sol hay otra
Luz capaz de mostrarnos las verdades de la Ciencia, el camino del Deber y las ocultas vías
del alma. A esa segunda Luz (que en reliadad es la luz primera), algunos la llaman
VEREO.
Esa es la visión de la Luz que tienen los Iniciados. Visión que nace y se nutre del sombro
del hombre ante sí mismo.
Porque consciente de su fragilidad como criatura, el hombre no alcanza a comprender por
qué milagro alienta en él una mente capaz de conocer y de crear, de hablar y de escuchar.
Y no únicamente las cosas, ruidos y voces naturales, sino las procedentes de otros ámbitos,
inquietantes y terribles, sublimes y exaltados, donde viven los recuerdos y los muertos, los
miedos y las furias, los demonios y los dioses, el pasado y el futuro.
Porque hay cosas y voces naturales: la rama que se rompe, el arroyo que canta, el lobo
que aúlla, el niño que llora en la noche. Pero a causa de que tiene entendimiento, éstas
cosas y éstas voces conducen al hombre a presentir, a temer, a añorar, a esperar... O sea: a
entrar en el mundo de lo subjetivo que es no solamente el de los dioses sino también, lo
intuyen, el suyo propio. Hay música y hay canto en lo que se escucha; y promesas; y
amenazas. Pero también hay un milagro. Porque el hombre puede él mismo producir
ruidos que cantan, sonoridades que dicen cosas y en las que se puede volar...
Sí. El ritmo y cadencia del habla es águila de poderosas alas, capaz de arrebatarnos y
conducirnos hasta las más altas cumbres de la pura estética y aún más allá. Y tenemos por
muy cierto que antes de que alguien diese forma a Pegaso ya éste tenía sus jinetes; porque
no fue David el primero que con arrobado asombro exclamó: "¿Qué tiene el hombre para
que hayas querido habitar con él en la tierra?
El símbolo con el que se representa la carrera del Sol, con sus solsticios y equinoccios es
el de la Cruz.
Tiempo hubo alguna vez, o hubo entendimiento, para el que el mito del Sol-que-vuelve no
estuvo separado de la idea de Logos. Porque ambos son Luz, ambos Intermediarios,
ambos Creadores, Formadores, Vivificadores; ambos estetas.
Se cantan himnos a Agni; y en el verso está presente el compás y la medida del Verbo.
Sin duda aquí y allí se confunde el emblema con la realidad, lo cual es hasta cierto punto
absolutamente comprensible, porque la idea filosófica del "camino circular de la Luz" no
puede ser captada en toda su grandeza sino en el transporte místico o poético; y no todos
los espíritus tienen esas alas, ni antes ni ahora. Eso explica que el hombre primitivo
objetivara el culto en el Sol o en el Fuego; y por las mismas, que el hombre de hoy
"racionalice" una vivencia para él incomprensible y la convierta en conceptos y etiquetas.
Pero aún en la materialidad de esos cultos y esas nociones está el símbolo; y éstos tienen
la particularidad de dar su mensaje por encima de los entendimientos. Un mensaje que es
del alma y para el alma, y que si no llega a las mentes a menos que éstas alcancen la
diafanidad necesaria, no deja de penetrar en los corazones. No se necesita y hasta estorba
ser filósofo para sentir el regocijo de las celebraciones solares. Y es precisamente ese
regocijo lo que vale como elemento positivo, unificador, fraternizante, igualitario, dador
de esperanzas, y NO la explicación sesuda.
La Rosa-Cruz es una de las tantas versiones del drama del Logos crucificado: del espíritu
de luz que, como el Sol, sigue un camino circular sujeto al ir y al venir, al nacimiento y la
muerte, al día y la noche, a la actividad y el reposo.
Se nos ocurre que no fue por azar que quien lo forjó eligió la rosa y no el jazmín para
representar su idea.
El signo que Constantino hizo bordar en su lábaro y que está formado por las letras griegas
Xi y Ro tiene el mismo significado de la Rosa-Cruz y puede ayudarnos a comprender a
ésta. Porque Rosa es Ro-Xa, Ro-Ja...
En otro lugar decíamos que aunque diferentes entre sí todas las lenguas humanas guardan
estrecho parentezco; y que éste se pone en evidencia en las raíces primitivas de las
palabras.
Las palabras sirven par nombrar cosas; y éstas responden a aquellas. Decimos "jazmín" y
la imagen y hasta el perfume de esa flor se hace presente en nuestra mente; y si
supiésemos cómo se llaman los contenidos arcaicos del alma, esto es: cómo se llamaron
en la lengua bárbara que a ellos está ligada, ya no estarían olvidados y podríamos traerlos
a la memoria. Y puesto que las raíces primitivas de las palabras modernas SON las de
aquella lengua ancestral, es en ellas donde podemos encontrar lo que significan para el
arcaico trasfondo al que apelan los símbolos.
A falta de la lengua primera de la que todas son ramas, podemos recurrir a aquellas que
más se les acercan. Estamos hablando del sánscrito y el hebreo.
En hebreo RAH es raíz que significa Ver, Aparecer, etc.; y ROSCH se traduce como
Principio. Encontramos esa raíz en nuestra voz Razón (que hace aparecer el
conocimiento), especialmente en el sentido de Relacionar (que era el significado primitivo
de la voz Logos: Ratio). En el mismo idioma RA significa sonido tumultuoso, tRUeno,
RUido, etc., como lo recogen nuestros idiomas en esas palabras, en RAyo, etc. También
en sánscrito RU significa RUido, RUmor, RUgido, como lo retienen nuestras lenguas en
esas palabras.
Hay un aspecto "maligno" en esta RO, porque en hebreo RA significa separar, y alude al
"otro", a la contraparte, al alter-ego; y por extensión al Mal como contrapuesto al Bien.
Igualmente en sánscrito RU es el destructor, el separador, el Rudrá que personifica la
tercer actividad (destRUctora) de la Trimurti brahmánica.
Entonces, RO es el hacha que parte y separa el sonido vocal para articularlo como
lenguaje. Es la Razón que analiza y hace aparecer las particularidades del conocimiento.
Es el poder que hace efectivo el "esfuerzo por hablar". En fin: RO es el poder creador
(finitizador) del Verbo.
KSI es raíz sánscrita que indica destrucción, lo mismo que la XI griega.
De manera que el Xi-Ro de Constantino, lo mismo que el emblema de la Rosa-Cruz, son
signos que se refieren al Verbo, la Palabra, que es el Maestro de la Humanidad (puesto que
es por ello que ésta desarrolló todas sus ciencias y artes).
En aquella ocasión decíamos que hay que tener muy mala vista para no advertir la
presencia de "la voz" en nosotros; pero que es necesario ser ciego para no ver que la
sagrada tenencia está casi siempre nublada por la ignorancia, emporcada por la mentira y
prostituída por la ambición y los bajos instintos de la criatura animal que también somos,
al punto de que el único Maestro que ha tenido y puede tener la Humanidad, lo único que
puede sacarlo de la esclavitud y darle la libertad, el bienestar y la vida verdadera...con
harta frecuencia no es sino un lamentable montón de inmundicia y podredumbre.
Sí; nuestro Maestro está "podrido".
Podrido hasta los huesos.
Pero se levantará. Y es a la esperanza de su retorno que es el de la Luz, la Paz, la
Armonía, la Prosperidad, el Trabajo, etc., que alude la celebración del solsticio invernal.
"Así como fue levantada la serpiente en el desierto, así tendrá que ser levantado el hijo del
"hombre", dicen los Evangelios, y la frase se interpreta como alusiva a la crucifixión de
Jesús. Pero esotéricamente (mitológicamente) la idea de crucifixión está ligada a la del
renacimiento, que se entiende es el de la Luz del Mundo.
Pitón siempre fue emblema del aspecto "maligno" del Verbo, porque se apega y arrastra
por la Tierra. Es la mentalidad materialista. Y el símbolo de ella en la Cruz, representa su
regeneración, su elevación, su exaltación "en la Cruz". Es que al igual que el sol celeste,
también "lo que habla" puede seguir "el camino de la Luz" que se tiende desde esta tierra a
la patria hiperbórea, quizá para volver, como el Sol, a ayudar a los hombres en una nueva
jornada de labor.
El emblema de la página siguiente es de orígen cabalístico. Pero no fue el hebreo el único
pueblo en concebir la idea y darle esa forma. Otros pueblos, muy distintos y muy
distantes, también lo hicieron. Por ejemplo, encontramos la misma figura de la serpiente
crucificada en América: en Palenque.
Ya no se trata aquí de una invocación a la Luz para que venga a dar su calor a la Tierra,
sino de confundirse con ella, de ser la Luz Misma y no un simple objeto por aquella
iluminado. La idea implica la de incorporación del sujeto a las filas de los Prometeos,
cuyo magisterio no consiste en autoiluminarse con la luz que logran, sino en encender con
ella a los hombres. Porque el verdadero Maestro no es el que mucho brilla, sino el que
enciende muchos fuegos, como los que prendieron nuestros antepasados en las laderas
para calentar la Tierra y dar luz a la larga noche.
No nos encontramos hoy al nivel mental y evolutivo de cuando aguardábamos el retroceso
de los hielos o encendíamos fogatas al comienzo del año agrícola; y quizá la de Janos
represente mejor que ninguna otra figura la indole de nuestra actual esperanza: una que
sin cerrar los ojos al ayer contempla de frente el mañana. Como aquella Isis de Menphis la
humanidad alza hoy sus brazos hacia la aurora que apunta y dice al Sol: "Ven a mí..." Y
ciertamente el destino-niño ya ha dado sus primeros, inseguros pasos.
Porque como nuestros lejanos progenitores también nosotros esperamos; y la Tierra sigue
como entonces ansiosa de todas las preñeces: para los vientres, para los surcos, para las
mentes. Los cultores de las artes esperan el despertar de la urgencia creadora que se
plasma en sonoridades, colores y formas; los de las ciencias, el rayo intuitivo que conduce
al descubrimiento; y la humanidad en general, el amanecer de un nuevo día en su Destino,
que deseamos sea de paz y de amor, y de libertad igualitaria y fraterna.
Algunos de los que contemplan la aurora de un día no se quedan a gozar los frutos de la
jornada sino que entran en la Noche, porque esa es la Ley. Más si dejaron tras ellos alguna
luz, no se desvanecen.
Dice la leyenda que los Maestros nunca mueren sino que se convierten en estrellas para
continuar iluminando a la humanidad. Y podemos tenerlo por muy cierto, ya que lo que
en su conjunto guía la brújula del género humano y constituye su Oriente Eterno, es la
suma de la luz que dejaron los Maestros que partieron.
Es a esa Luz, sol verdadero, oro y riqueza de la Tierra, y no a algún fuego sideral, que
invocan los hombres, lo sepan o no, en sus actos de recordación y afirmación de fe y
esperanza.
Y he aquí que en la noche que se ha hecho diáfana ya están sonando las campanitas de
plata que anuncian el nacimiento del Hijo del Hombre. Ya podemos decirnos por lo bajo
unos a otros con Tagore: "¿No oís sus pasos en la noche? El viene, él viene; él siempre
viene..."
IX - El lenguaje universal de los gestos (Charla ofrecida en la Log:. "El Fenix" al Or:.
Del Vall:. de Buenos Aires)
No es necesario señalar la índole primitiva de los gestos ya que en los animales preceden
cuanto puede entenderse como lenguaje (como en el perro que mueve la cola por un
mecanismo que difícilmente reconoceremos como intencionado sino más verosimilmente
de una manera instintiva y mecánica). En algunos, sin embargo, el gesto presenta ya las
características del "decir", como cuando el gorila demuestra su enojo no solamente
mediante gruñidos, sino batiéndose el pecho.
Estrechándonos las manos vacías expresamos la mutua amistad; levantando la derecha
palma adelante damos un saludo de paz que todo el mundo entiende, cubriéndonos los ojos
manifestamos el sentimiento de horror; llevando la diestra palma afuera sobre la frente,
pedimos protección; poniéndola sobre el corazón, fidelidad; corriéndola como cuchillo
sobre la garganta significamos "que me maten si soy mentiroso"; aplaudiendo, aprobamos,
etc.
No se trata de fórmulas limitadas a los pueblos llamados primitivos. Los gestos aparecen
también entre los altamente civilizados, cuya pintura y escultura, mientras no decayó en la
mera descripción naturalista, hizo amplio uso del mismo para expresar estados de ánimo y
mensajes de toda índole. El saludo romano, el puño crispado y otros ademanes
adquirieron incluso la jerarquía de señales de reconocimiento entre grandes grupos
humanos. Tampoco se trata de formas de expresión de lo puramente instintivo y animal,
porque el del gesto es idioma que no solamente sabe de las exquisiteces del alma y el
vuelo del espíritu y lo emplean los Dioses del antiguo Egipto, la India y el Yucatán, sino
que también conoce los esoterismos de los ritos iniciáticos de cuyas ocultas reconditeces
es, a menudo, la única expresión.
En parte, el lenguaje de los gestos se aprende por tradición (zafia, familiar, religiosa o
iniciática), pero en parte es innato. Nadie necesita enseñar al niño a batir palmas para
expresar alegría, o a patear el piso para hacer saber su decidida oposición. El levantar los
brazos al cielo en impetración de auxilio, ¿es un gesto innato o adquirido y transmitido?
¿Es espontáneo o recibido el de llevarnos los dedos a los labios para pedir que se haga o
mantenga silencio? Puede sin duda ser convencional que un gesto determinado se adopte
como "signo de reconocimiento" en un círculo; pero a menudo se trata de un ademán que
en sí mismo es innato y cuyo significado es de conocimiento universal. Podrá alguien ver
un parentezco entre el gesto del sacerdote que hace la señal de la Cruz y el del napolitano
que cerrando el puño combate el "mal de ojo" insertando el pulgar entre el índice y el
mayor; pero siempre queda la duda de si el papel de la Religión fue el de crear o el de
respaldar, al coincidir con él, el gesto natural, y de si no será el acto religioso lo que toma
fuerza en el trasfondo arcaico donde se asientan éstos.
Lo que importa para este artículo no es la existencia del lenguaje de los gestos, que damos
por probada. Tampoco importan sus remotas raíces, que reconocemos arcaicas. Lo que
interesa es la índole "mántrica" de los mismos, y su propiedad de ser "alimentos del
ánimo". Porque sostenemos que los gestos no son meras alegorías para interpretar, sino
mecanismos piscológicos aptos para actualizar e individuar las latencias anímicas que
responden a ellos.
Acabamos de afirmar que los gestos poseen índole "mántrica", y esta palabra reclama una
explicación.
Mantra es un verso de una Escritura que sirve de instrumento de meditación o como
oración, fórmula propiciatoria o evocativa. El pensamiento mitológico a menudo
personifica a estos versos, a los que considera una especie de "ente": un Dios.
Por definición, entonces, el Mantra es una locución que no pertenece al lenguaje racional.
No es un producto de la mente, sino de la inspiración poética; o mejor dicho: profética.
No surgen del intelecto como respuesta a los cómos, por qués y para qués que plantea el
raciocinio, sino que proceden del lenguaje que brota espontáneo en forma de narrativa. El
gesto instintivo pertenece por derecho propio al lenguaje espontáneo. Es "narrativa".
Mantra es una palabra formada por apócope de Manana, que significa pensar y Trana:
sacar afuera. Amantrana se traduce como "llamar y hacer salir". Y bien: nadie puede
dudar que los gestos zafios son instrumentales para "llamar y hacer salir" la ordinariez
latente de cualquiera que se ponga a practicarlos. ¿Por qué no lo serán también pero en un
sentido más refinado, los de la gentileza y la espiritualidad, que son tan arcaicos y
naturales como los primeros?
Las Escrituras hindúes han tabulado innumerables gestos de esa índole, que llaman
"mudras", y que emplean en los actos rituales o en la danza, que también es ritual.
"Mudra" significa actitud; pero en otra acepción, Mudra significa cereal tostado, o sea:
alimento. Y bien: los gestos "alimentan el ánimo" como cualquiera puede ver; y usados
repetidamente durante largos lapsos, sirven para incorporar a la persona que los practica,
el significado que comportan.
En otra palabra: los gestos son instrumentos de individuación.
En relación con las propiedades que acabamos de llamar "mántricas" y "mídricas" de los
gestos, es obvio que éstas se ven facilitadas por la frecuencia con que se los ejecuta, la
intención o ánimo con que se los carga, y el grado de contenido mental que el ejecutante
posee del significado del ademán que realiza en el momento en que lo hace, y que el gesto
es tanto más efectivo cuanto más clara y consciente sea la intención de su ejecutante. A la
inversa, el poder disminuye en la misma medida en que se los hace de una manera
descuidada o mecánica, o atribuyéndoles significados mentales diferentes al que les es
natural y propio.
Entonces, y a todos los efectos prácticos, importa conocer ese significado. Esto es: el
natural.
No es difícil determinar el significado de un gesto cualquiera. Por supuesto que tratándose
de un lenguaje ultra-racional, no se arriba a ello por la "interpretación" sino por la
introspección, o sea: practicándolos al tiempo que se atisba introspectiva e
inteligentemente la índole del flujo anímico que provocan. Asimismo es útil investigar
con qué estado de ánimo los asociaron los pintores y escultores que los emplearon en sus
obras, o sea: viendo qué "dicen" los personajes de su arte.
Algunos gestos demuestran menos claramente que otros su índole natural.
Hay ademanes que, por lo elaborados, parecen haber sido creados o por lo menos
combinados artificialmente. Si fuera sí, sería lógico que tales sofisticaciones apareciesen
en determinada época o lugar y que la extensión del gesto siguiera los movimientos de las
migraciones humanas. Pero contrariamente a lo que podríamos suponer, los gestos
complicados aparecen por doquiera y no con menos frecuencia que los más simples.
Hay un gesto que J. S. M. Ward ("The Sign Language of the Mysteries"-Easkerville Press-
Londes-1928) llama "de preservación" y que consiste en apoyar una mano sobre el
corazón al tiempo que se alza la otra formando un ángulo recto con el codo. Este ademán
cuya complejidad no permite pensar en un origen totalmente natural, aparece siempre con
el mismo significado en lugares remotos entre los que no puede pensarse exista relación
directa.
La observación más elemental descubre que los gestos que hemos llamado mántricos -
especialmente los iniciáticos- están relacionados con ciertas partes del cuerpo que
universalmente se asocian con funciones psico-emocionales: la garganta, órgano de la
expresión; el corazón, asiento del "yo"; la cabeza, órgano del pensamiento; el plexo solar,
que se asocia con la voluntad; los labios, puerta del recinto interior, etc.
El llamado "signo gutural" está, sin duda, relacionado con la muerte. No solo con la física,
sino con la espiritual. Todos comprendemos su significado, y sabemos que "perder la
cabeza" implica la del autocontrol y el ser juguete de las fuerzas ambientales. En el libro
egipcio de los muertos, el difunto defiende su cabeza ante Osiris: "Soy el grande, hijo del
Grande; soy el fuego hijo del Fuego al que se le entregó la cabeza luego de degollado. No
se le arrebató la cabeza a Osiris; así, pues no se arrebate la de Osiris-Ani. Me trabé a mí
mismo; me he hecho a mí mismo total y completo; renové mi juventud: soy Osiris, dueño
de la eternidad..." Y en otro pasaje: "Los huesos de mi nuca y de mi espalda los reunió,
para mí, el Guardían que estableció el vínculo (entre cabeza y cuerpo, entre alma
intelectual y vehículo) el día de la rasura del cabello (el del nacimiento) cuando yacía
inerme en el seno de mi madre. El divino Set y la asamblea de los dioses trabaron los
huesos de mi nuca y de mi espalda (cuando mi Iniciación). ¡Que nada los separe!
¡Hacedme fuerte! La diosa Nun juntó (luego de mi muerte) los huesos de mi nuca y de mi
espalda, y ahora están como antes cuando presencié el nacimiento de las formas visibles
de los inmortales..."
En un relieve maya, el sentido es claro: "Perderás la cabeza si tus palabras son falsas".
Por supuesto que el gesto gutural como soporte de un juramento, tiene asimismo el
significado inverso: "Pierda yo la cabeza si soy infiel". Leemos que en Nyasa la fórmula
del juramento entre los Yaos es: poniendo la mano izquierda sobre la tumba del padre al
tiempo que con la derecha se hace la señal gutural.
En relación con el corazón, el repositorio de la emoción y el sentimiento, hay
innumerables ademanes, simples y combinados. La diestra sobre el pecho es uno de ellos.
"Te guardo en el corazón", parece decir. Técnicamente, este gesto se llama "de Fidelidad"
y se explica como emblemático de la guarda de nuestros secretos del ataque de los
insidiosos.
La galantería lo ha empleado. Lo han utilizado los caballeros frente a las damas. Pero el
significado no ha variado: fidelidad y guarda de los secretos íntimos. Está asociado con la
cabeza y su protección, ya descubriéndola e inclinándola al tiempo de llevar el sombrero al
corazón, ya haciendo el doble gesto de Preservación (mano abierta palma afuera a la
frente, y enseguida bajándola al corazón).
En el mismo sentido se combina una mano (generalmente la derecha) sobre el corazón y la
otra levantada, en ángulo recto, palma adelante. Esta parte (la mano levantada en ángulo
recto palma adelante) significa "dame tiempo". La tradición dice que cuando Josué
peleaba la batalla del valle de Josabat oraba en esa postura para detener el sol, y disponer
el tiempo para vencer al enemigo.
Volviendo a la mano sobre el corazón, emblema de Fidelidad, el gesto se combina a
menudo con el ademán de desgarrarse el pecho y arrancarse la víscera vital. "Que me sea
arrancado el corazón si soy infiel" es el significado del mismo, aunque en ocasiones
aparece como queriendo decir "toma mi corazón".
Si perder la cabeza es una gran desgracia, no lo es menos la del corazón.
El corazón y el pecho se consideran asiento de la autoconciencia. Del "yo". El "hombre
sin corazón" es un nadie en el mundo del espíritu.
De nuevo, el libro egipcio de los muertos se preocupa porque el difunto no lo pierda.
¡Esté conmigo mi corazón en la casa de los corazones! ¡Esté conmigo mi pecho en la casa
de los pechos! ¡Est´conmigo mi corazón, o no saborearé los pasteles de Osiris en la ribera
oriental de la lago de las flores, ni tendré embarcación para bajar por el Nilo, ni otra para
subir, ni conseguiré navegar Nilo abajo en tu compañía! Ojalá (teniendo corazón) hable
allí mi voca, y mis piernas caminen y mis brazos sean capaces de derribar a mi enemigo.
Abranse para mí (teniendo corazón) las puertas del cielo, y separe Seb, el jefe de los
dioses, de par en par mis mandíbulas, despegue mis ojos cerrados y me haga extender las
piertas; y que Apu dé firmeza a mis mulos para que pueda tenerme en pie. Que Sejet me
incorpore para que logre ascender al cielo y tenga mando en la casa del espíritu de Ptah.
Con mi corazón entiendo. He conseguido dominio sobre mi corazón, y con él domino mis
piernas y manos y puedo hacer lo que mi espíritu quiere. Mi corazón no se quedará
pegado a mi cuerpo a la entrada del mundo subterráneo, sino que penetraré en él en paz, y
en par saldré...
¡Salve, arrebatador de corazones! ¡Salve tú que hurtas los corazones y los transformas
según las acciones del hombre! ¡Que no perjudique a mi corazón lo que he hecho!
¡Gloria a vosotros, oh señores eternos y perennes! ¡No arrebatéis el corazón de Osiris-Ani!
¡Acallad las palabras maliciosas que contra él se pronuncien, porque este corazón es del
Osiris Ani victorioso, y pertenece a Thoth, el de los muchos nombres, el poderoso cuyas
palabras son sus miembros. El corazón de Osiris Ani se renovó en presencia de los
inmortales (los Iniciados); sobre su corazón ganó poder y no le reprendieron (los Iniciados
Mayores) por sus actos. Así alcanzó poder sobre sus miembros (las palabras: los
miembros de Thot). (A éste Osiris Ani, el difunto) le obedece su corazón; es su señor y
jamás se desprenderá de él. Yo, el escriba Osiris-Ani, vencedor apacible, triunfador en el
hermoso Amenti y en el monte de eternidad, te ordeno que me obedezcas en el mundo
subterráneo.
¡Salud, dios León! (el león es emblemático del corazón. Del señorío sobre el corazón) Lo
abominable (que había) en mí quedó sobre el tajo divino (en el ara sacrificial). No se
lleven los belicosos dioses de Annu este corazón mío. ¡Salve tú que amortajas a Osiris y
que has visto a Set! ¡Salve tú (corazón de Osiris Ani! que tornas de quebrantarle y de
destruirle delante de los poderosos! Se humilla este corazón mío y llora en presencia de
Osiris. Por mí suplica. Yo le dí, le ordené, los pensamientos que debe tener en la casa de
Usej-hra, y por él llevé arena a la entrada de Jemennu. ¡No me arrebaten el corazón!...
¡Retrocede, mensajero! ¿Vienes en busca de este corazón mío vivo? Pues no lo recibirás.
Así que avanzo, los dioses aceptan mis ofrendas y todos se desploman de bruces en sus
lugares..."
¡Mi corazón, mi madre! ¡Mi corazón, mi madre! ¡Mi corazón de mi existir en la Tierra!
¡Que nada se oponga en el Juicio; que nada me sea contrario en presencia de los príncipes
y soberanos, ni se me perjudique ante los dioses... y aunque haya de confundirme con la
tierra y éste en la parte recóndita del cielo, dejadme permanecer y no muera, y sea por
siempre y para siempre."
Gran desgracia es perder la cabeza; pero mucho mayor desdicha es la pérdida el corazón,
morada del Maestro: único ser verdadero.
La diestra es la mano de la acción.
Que las acciones preserven el asiento de Toth. Este es el sentido de este gesto.
Que tengamos el tiempo necesario para ello es el de su complemento.
En el lenguaje de los gestos hay asimismo numerosos ademanes mántricos, como el de
"angustia" o más precisamente, el de "alivio en la angustia" que consiste en pasarse los
dorsos de ambas manos por la frente como enjugándose el sudor. Corresponde al Justo
perseguido por las fuerzas confabuladas en su contra. Pero quizá el más frecuente sea el
de "socorro", relacionado con la muerte, o con el peligro de muerte. Lo vemos a menudo
sobre las tumbas. Es el conocido de arrojar las manos al cielo, palmas adelante. Es
siempre un signo de desesperación: un desesperado pedido de auxilio. No necesitamos
destacar que este esto ha sido reconocido universalmente.
En la iconografía, cuando uno de los personajes de un diálogo se lleva uno o dos dedos a
la frente, el imaginero quiso significar: "¡Pues mira que eres inteligente!" Se dice que es
un ademán de saludo a quien se reconoce como maestro de artes y ciencias.
No ha de confundirse este gesto con el de recordación (consistente en golpearse la frente
con la palma de la mano derecha), que es signo de lamentación. El arte egipcio asoció éste
gesto con el luto.
Tampoco se lo ha de confundir con la señal de reverencia, que es sumamente parecida.
Podríamos continuar con este artículo indefinidamente porque el lenguaje de los gestos es
muy rico. Pero no estamos haciendo un "diccionario de gestos" sino señalando que éstos
son elementos mántricos de un lenguaje del ánimo, con los que, ya se sumplementa la
expresión oral, ya se demuestra o alimenta un sentimiento. A menudo, también son
instrumentos aptos para hacer aflorar aquel que representan.
Por supuesto que los gestos pueden utilizarse como "santo y seña". Culaquier palabra del
diccionario puede serlo, y los ademanes son elementos del lenguaje. Son "palabras".
Pero de ninguna manera son solamente eso; y como "signos de reconocimiento" van más
allá de lo corrientemente admitido.
Por ejemplo: si se me pide que demuestre por signos que soy guarango, puedo hacerlo
mediante algún gesto. Pero los guarangos dan estas señales sin que uno se lo pida. Y lo
mismo con los gestos iniciáticos.
Si se me pide que demuestre por signos que soy Aprendiz, puedo hacerlo mediante un
gesto; pero los Aprendices que lo son de verdad dan señales de serlo sin que uno se lo
pida, porque a permanencia andan rectamente estando a plomo con todos, y en todo
momento su palabra es niveladamente fraterna y está rectamente equilibrada.
Y lo mismo con las demás categorías o "grados", cada uno de los cuales tiene sus señales
propias. Pero lo importante es que la señal externa alimenta la recordación y el
afloramiento de la cualidad interior en la misma proporción en que, al hacer el ademán
tenemos conciencia del significado.