Contrato de Agencia Comercial Jurisprudencia

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CONTRATO DE AGENCIA COMERCIAL

SENTENCIA 1999-01889 DE 01 DE DICIEMBRE DE 2011 CORTE SUPREMA DE


JUSTICIACONTENIDO:

CONTRATO DE AGENCIA COMERCIAL. NATURALEZA, CARACTERÍSTICAS ESENCIALES QUE


LA DEFINEN Y ANÁLISIS JURISPRUDENCIAL. LA AGENCIA MERCANTIL ESTÁ LIGADA A LA
NOCIÓN DE EMPRESA, EL AGENTE ES INDEPENDIENTE EN LA MEDIDA EN QUE
DESARROLLE LA LABOR DE PROMOCIÓN Y EXPLOTACIÓN ENCARGADA POR EL
AGENCIADO A TRAVÉS DE UNA ACTIVIDAD ECONÓMICA ORGANIZADA, VALE DECIR, DE
“UNA EMPRESA”.TEMAS ESPECÍFICOS:CONTRATO DE AGENCIA COMERCIAL, AGENTE
COMERCIALSALA:CIVILPONENTE:MUNAR CADENA, PEDRO OCTAVIOREVISTA
JURISPRUDENCIA Y DOCTRINA N°:484 DE ABRIL DE 2012, PG.632

Sentencia 1999-01889 de 1º de diciembre de 2011

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

SALA DE CASACIÓN CIVIL

Ref.: Expediente 11 001 3103 016 1999 01889 01

Magistrado Ponente:

Dr. Pedro Octavio Munar Cadena

EXTRACTOS: «Consideraciones:

1. La industrialización de la producción creó en el empresario la necesidad de implementar distintas


estrategias para conquistar masivamente el mercado. En un comienzo se preocupó por organizar, mantener
y acrecentar su propia red de comercialización a través de empleados o subordinados, a los que vinculaba
bajo distintas alternativas de prestación y remuneración de servicios; posteriormente, siguiendo esquemas
de especialización, optó por acudir a otros empresarios autónomos, cuya función era justamente servir de
intermediarios para conquistar y mantener una franja del mercado, bajo diferentes modalidades
contractuales de colaboración.

En ese último esquema negocial está enmarcado, entre otros, el contrato de agencia comercial, en virtud del
cual un comerciante asume, en forma independiente y de manera estable, el encargo de promover o
explotar negocios de otro comerciante (empresario nacional o extranjero), en un determinado ramo y
dentro de una zona prefijada en el territorio nacional, como representante o agente de este, o como
fabricante o distribuidor de uno o varios productos del mismo (C. de Co., art. 1317).

De esa definición y, en general de las normas que regulan esa especie de pacto, se colige que sus notas
distintivas son las siguientes:

1.1. De un lado, la labor de promoción y mediación que corresponde al agente, toda vez que este cumple
una función intermediadora entre terceros y el agenciado en la celebración de contratos, rol que satisface
en la medida que consiga ofertas de negocios y las comunique al empresario para que este decida si los
celebra o no, o, de ser el caso, cuando la agencia se ejerce conexa con la representación, el agente
conseguirá y perfeccionará directamente tales negocios. Claro está, que esa gestión debe estar enderezada
a conquistar, conservar, ampliar o recuperar clientela para el agenciado, quien está obligado a remunerar
esa actividad, aún en el caso de que “el negocio no se lleve a efecto por causas imputables al empresario, o
cuando éste lo efectúe directamente y deba ejecutarse en el territorio asignado al agente, o cuando dicho
empresario se ponga de acuerdo con la otra parte para no concluir el negocio” (art. 1322 ibídem).

Esa tarea de promoción comprende ordinariamente varias etapas que “van desde la información que ofrece
a terceros determinados o al público en general, acerca de las características del producto que promueve, o
de la marca o servicio que promociona, hasta la conquista del cliente; pero no solo eso, sino también la
atención y mantenimiento o preservación de esa clientela y el incremento de la misma, lo que implica
niveles de satisfacción de los consumidores y clientes anteriores, receptividad del producto,
posicionamiento paulatino o creciente; en fin, tantas aristas propias de lo que hoy se conoce —en sentido
lato— como 'mercadeo'''; de ahí que “lo determinante en la agencia comercial no son los contratos que el
agente logre perfeccionar, concluir o poner a disposición del agenciado, sino el hecho mismo de la
promoción del negocio de éste, lo que supone una ingente actividad dirigida —en un comienzo— a la
conquista de los mercados y de la potencial clientela, que debe —luego— ser canalizada por el agente para
darle continuidad a la empresa desarrollada —a través de él— por el agenciado, de tal forma que, una vez
consolidada, se preserve o aumente la clientela del empresario, según el caso.” (Cas. Civil, oct. 20/2000, Exp.
5497).

Esta corporación también ha sostenido que el agente en el desempeño de su función contractual “puede no
solo relacionar al empresario con clientes o consumidores de sus productos, sino inclusive actuar como su
representante, como fabricante o como distribuidor, pero en uno y otro evento estas actividades del agente
tienen que estar inequívocamente acompañadas de la actividad esencial consistente en la promoción o
explotación de los negocios del empresario” (Cas. Civil, oct. 31/95, Exp. 4701).

De suerte, pues, que el agente debe asumir una postura activa y encaminada a estimular la obtención e
incremento de la clientela y que responda a la necesidad del empresario de cubrir un mercado con
permanencia, en forma estable, lo que sólo se logra mediante una consistente labor de promoción e
intermediación, cuya ejecución demanda de una organización propia, esto es, distinta de la empresa que
auxilia con su actividad.

En síntesis, el cumplimiento de la comentada labor envuelve multiplicidad de conductas, que habrán de


mirarse en cada caso concreto de cara a los demás elementos de la mentada convención a efecto de
determinar si constituyen o no verdaderos actos de promoción. Por lo demás, el hecho de que el agente
tenga o no facultades para representar al empresario en nada desvirtúa que exista o no un contrato de
agencia comercial conforme se infiere de lo dispuesto en el artículo 1320 del Código de Comercio.

1.2. De otro lado, debe tratarse de una actividad desarrollada por cuenta de otro, en la medida que el
agente no gestiona los negocios para sí mismo, sino para el empresario que le confirió el encargo de
promocionarlos o explotarlos. De ahí, que la clientela obtenida acreciente a este último y los efectos
económicos de la aludida actividad repercutan directamente en su patrimonio, por lo que hace suyas las
consecuencias benéficas o adversas que arrojen tales operaciones, mientras que el agente solo asume los
peligros de su propia gestión, pues, por lo general, su remuneración dependerá de los negocios celebrados,
y por ello, si no se perfecciona ninguno, sufrirá los gastos de promoción sin obtener utilidad.
En el punto, la jurisprudencia de esta corporación ha sostenido que “aunque en la definición no esté
expresado de manera contundente que el encargo que asume el comerciante independiente por el contrato
de agencia, es el de promover o explotar negocios que han de ser realizados en beneficio exclusivo del
empresario,los que éste ha de celebrar directamente si al agente no se le dio la facultad de representarlo, es
lo cierto que estas características surgen de lo dispuesto en los artículos 1321 y 1322 del Código de
Comercio, donde se estatuye, sin perjuicio de la independencia de que goza, que el agente debe ceñirse, al
ejecutar el encargo, a las instrucciones que le haya dado el empresario a quien debe rendir 'las
informaciones relativas a las condiciones del mercado en la zona asignada y las demás que sean útiles a
dicho empresario para valorar la conveniencia de cada negocio'; que el agente tiene derecho a la
remuneración pactada 'aunque el negocio no se lleve a efecto por causas imputables al empresario o
cuando éste lo efectúe directamente ... o cuando dicho empresario se ponga de acuerdo con la otra parte
para no cumplir el negocio', todo lo cual indica Que el agente conquista, reconquista, conserva o amplía para
el empresario y no para él mismo, la clientela del ramo,y que los negocios que para este fin promueva o
explote deben ser definidos directamente por el empresario, o por el agente actuando a su nombre, si para
ello tiene facultad” (Cas. Civil, dic. 2/80).

No hay duda, entonces, que el agente comercial, mediante su labor de “promover o explotar” los negocios
del agenciado, acredita los productos y marcas de éste, generándole un intangible de un aquilatado valor
económico que, inclusive, podrá subsistir aún después de haber expirado el contrato, esto es, que el
proponente podrá seguir beneficiándose económicamente de la labor realizada por aquel, cuestión que
justifica el reconocimiento de la prestación e indemnización contemplada en el artículo 1323 del estatuto
mercantil.

1.3. El agente debe obrar con independencia y autonomía, como comerciante que es y, por ende, asume el
encargo sin estar subordinado al agenciado; por supuesto que dirige su actividad comercial, sin que para el
efecto esté ligado con el empresario mediante relación laboral o jurídica que, en general, menoscabe su
autonomía en la dirección y manejo de la misma. Esa independencia lo faculta para diseñar los métodos de
trabajo, designar sus propios empleados, decidir si ejecuta el encargo directamente o por medio del
personal a su servicio; en fin, para adoptar las decisiones que competan con el cumplimiento del encargo
confiado. No obstante, el agenciado puede impartir ciertas instrucciones al agente (C. de Co., art. 1321),
relativas a las condiciones del encargo, sin que por ello se desfigure la autonomía que caracteriza el
contrato. Además, el precitado precepto impone al agente el deber de informar al empresario sobre las
condiciones de mercado en la zona asignada y las demás que resulten útiles para valorar la conveniencia de
cada negocio.

De manera, pues, que el agente asume el deber de organizar “la promoción y explotación” de los productos
del empresario, en forma autónoma y haciéndose cargo de los riesgos y gastos de esa actividad, sin que
éstos le sean reembolsados por aquel, salvo estipulación en contrario (art. 1323, Ibídem). Cuestión distinta
ocurre con las fluctuaciones en el mercado de los precios de los productos y/o servicios que promociona,
pues, en principio, éstas no afectan al agente.

1.4. Del mismo modo, debe tratarse de un encargo estable, consistente en conquistar o ampliar un mercado
en beneficio del empresario, cometido que solo se logra en la medida que esa actividad sea desarrollada en
forma permanente, continuada y sucesiva.

Dicha estabilidad comporta, por un lado, que el encargo del agente no esté limitado a la celebración de
determinado contrato del empresario sino que esté afectado a la promoción del negocio del empresario en
general; y, por la otra, que el agente despliegue la labor encargada con cierta continuidad, ya que solo así
satisfará el objeto de la susodicha convención, esto es, la conquista de un mercado formación y
mantenimiento de una clientela.

En ese orden de ideas, es evidente que la labor del agente comercial es particularmente amplia, puesto que
está enderezada a la promoción de los negocios del empresario, de modo que demanda múltiples conductas
como anunciar sus productos o servicios, visitar clientes potenciales y reales, prestar asesorías, acreditar
marcas, hacer demostraciones, en fin lo que apunta a conquistar y mantener una clientela; de ahí que no se
concibe que una labor de esa naturaleza pueda desarrollarse esporádicamente, sin la constancia propia que
implica asumir un conjunto de obligaciones de ese talante. Por esa razón resultan de singular importancia en
el contrato de agencia comercial “las cláusulas que establecen un plazo de duración, pues ellas, amén de
brindar el vínculo contractual frente a terminaciones intempestivas, le otorgan estabilidad a la relación, no
sólo en beneficio del agente, sino también del agenciado” (Cas. Civil, feb. 28/2005, exp. 7504).

Empero, la estabilidad no se opone a una vigencia temporal del contrato, conforme se infiere de las
prescripciones del artículo 1320 ejusdem, según el cual deberá estipularse el tiempo de duración de los
poderes o facultades conferidas al agente, lo que de suyo excluye los encargos ocasionales o esporádicos,
mas no la delimitación temporal del contrato. Además, de acuerdo con el artículo 1324 ídem, el pacto en
cuestión termina por los mismos motivos que el mandato (art. 1324, ídem), entre ellos, por la expiración del
término (C.C., art. 2189, num. 2º en concordancia con el C. de Co., arts. 2º y 822).

Sobre la mentada característica, señaló la Corte que “tan cara es la estabilidad al contrato de agencia
mercantil, que no obstante ser una especie de mandato, no es posible finiquitarlo por causa de la revocación
que haga el agenciado (C. de Co., arts. 1279 y 1330), toda vez que se trata de un negocio jurídico que
interesa a ambos contratantes. De allí que el legislador, de una parte, se hubiere ocupado de establecer las
'justas causas para dar por terminado unilateralmente el contrato' (C. de Co., art. 1325), y de la otra, que
haya establecido el derecho de una 'indemnización equitativa' a favor de aquella parte —agente o agenciado
— a quien se 'revoque o dé por terminado unilateralmente el contrato, sin justa causa comprobada' (inc. 2º,
art. 1324 ib.), previsiones estas que no solo develan que la estabilidad no es un mero enunciado teórico, sino
que, de paso evidencian también que no se trata de una característica absoluta y, por ende, infranqueable,
pues habrá casos en que, pese al plazo de duración que inicialmente haya sido acordado para el
agenciamiento, podrán los contratantes ponerle fin a la relación negocial, si se presenta una de las
especiales y excepcionalísimas circunstancias que —ex lege— habilitan la terminación” (Sent. Cas. Civil., feb.
28/2005, exp. 7504).

En conclusión, el contrato de agencia mercantil, por antonomasia, es un negocio jurídico de duración, lo cual
presupone que la intención de las partes cuando acuden a ese tipo contractual, no es la de que esa
negociación se agote en un exiguo lapso o luego de la conclusión de una determinada gestión, porque lo que
con él busca el agenciado es obtener la estrecha cooperación del agente en la intermediación de sus
productos, en aras de conquistar un mercado.

Este rasgo distingue la agencia de otros tipos contractuales, en que el vínculo es esporádico como acontece
con el corretaje, pero tal elemento también es común a otros contratos de intermediación como por
ejemplo al de concesión o distribución que, por sus connotaciones, demandan una cierta estabilidad y, por
contera, relativa permanencia en el tiempo.

1.5. La promoción o explotación de negocios en un determinado ramo y dentro de una zona prefijada del
territorio nacional. La definición legal del contrato en cuestión, señala que el agente ejerce el encargo —
promoción y explotación— en “un determinado ramo y dentro de una zona prefijada en el territorio
nacional”, elemento que resulta fundamental para efecto de aplicar la exclusividad que en favor de aquel
prevé el artículo 1318 del C. de Co., según el cual “salvo pacto en contrario, el empresario no podrá servirse
de varios agentes en una misma zona y para el mismo ramo de actividades o productos"; igualmente, la
fijación de ese territorio permite imponer al agenciado el reconocimiento de una remuneración a favor del
otro contratante cuando aquel efectúa directamente negocios en el marco territorial' fijado a éste para
desplegar la actividad encomendada (art. 1322 Ibídem).

2. Esas reflexiones se traen a colación porque resultan útiles para sopesar el cargo formulado al fallo
opugnado, en el que la censura le recrimina al sentenciador no haberse percatado de que el material
probatorio denunciado como indebidamente apreciado muestra que la actora gestionó la promoción y venta
de pautas publicitarias de la accionada en “forma independiente y autónoma”, presupuesto estructural de la
agencia comercial que el juzgador ad quem no encontró acreditado. Ciertamente, el tribunal concluyó que
entre las partes en contienda no existió un contrato de agencia comercial, por cuanto echó de menos la
independencia del agente, elemento que, a su juicio, presuponía que éste obrara bajo su propia cuenta y
riesgo mediante una actividad económica organizada, esto es, “su propia empresa”, la cual debía constituir
para el desarrollo del encargo agenciado, cuestión que no encontró acreditada, pues advirtió que la propia
actora manifestó no haber conformado empresa alguna para ejercer su labor de intermediación, amén que
no halló ninguna prueba que permitiera presumir que aquella ejercía el comercio (C. de Co., art. 13).

Inclusive, para el fallador ad quem el aludido elemento de la agencia mercantil está ligado a la noción de
empresa, en cuanto estimó que el agente es independiente en la medida en que desarrolle la labor de
promoción y explotación encargada por el agenciado a través de una actividad económica organizada, vale
decir, de “una empresa”, elucidación esta que, sea oportuno resaltarlo de una vez, ningún reparo le mereció
al recurrente, ya que en el único cargo que formuló al fallo opugnado en modo alguno discutió esa
concepción de la autonomía e independencia que caracteriza el negocio jurídico debatido, la que, al margen
de que sea o no acertada, se torna intocable para la Corte, en virtud de la naturaleza eminentemente
dispositiva del recurso de casación.

La verdad es que la censura circunscribió al plano probatorio su discrepancia con la decisión, pues plantea
que los elementos de juicio que denuncia como indebidamente apreciados acreditan que la actora, en su
calidad de comerciante, ejecutaba su gestión de intermediación mediante una organización empresarial. Por
tanto, la demostración de esa acusación implica que de la prueba aflore inequívocamente esa condición.

3. Desde luego, el recurrente para sacar avante el cargo propuesto debe mostrar que del material probativo
emerge “con absoluta nitidez” la autonomía con que la demandante promocionaba la venta de la pauta
publicitaria de la Revista Aló (claro está, bajo el entendimiento dado por el tribunal a dicho elemento de la
agencia comercial), por la sencilla razón de que cuando la imputación formulada al fallo es la comisión de un
yerro fáctico —causal 1ª, vía indirecta—, como aquí acontece, su demostración presupone, entre otras,
exigencias que la inferencia probatoria atacada sea abiertamente contraria al contenido objetivo de los
medios de persuasión, lo cual comporta que solo se estructurará en la medida en que sea tan notorio que a
simple vista se manifieste, sin mayor esfuerzo o raciocinio, o, en otros términos, de tal magnitud que resulte
ostensiblemente contrario a la evidencia del proceso.

Este requisito se explica porque, por una parte, no es el litigio mismo la materia sobre la que opera el
recurso de casación —hipótesis en que constituiría una tercera instancia, no prevista por la ley— , sino la
sentencia impugnada, a efecto de que por la Corte se decida, dentro de los límites trazados por la censura, si
aquella está ajustada o no a la normatividad sustancial; y, por la otra, porque el juzgador de instancia goza
de una discreta autonomía para apreciar los medios demostrativos, según los dictados de la sana crítica, es
decir, está bajo el apremio de enjuiciarlas con soporte en el sentido común, la lógica y las reglas de la ciencia
y de la experiencia.

Por esa razón, la Corte de vieja data ha explicado que “el error de hecho se estructura cuando el juicio
probatorio del sentenciador es arbitrario o cuando la única ponderación y conclusión que tolera y acepta la
apreciación de las pruebas sea la sustitutiva que proclama el recurrente; por el contrario, si la conclusión a la
que llegó el ad quem, luego de examinar críticamente el acervo probatorio se halla dentro del terreno de la
lógica y lo razonable, en oposición a la que del mismo estudio extrae y propone el censor en el cargo, no se
genera el yerro de facto con las características de evidente y manifiesto, por cuanto en dicha situación no
hay absoluta certeza del desatino cometido por el fallador en la providencia motivo de impugnación” (Cas.
Civil, mar. 11/99), posición reiterada en múltiples fallos (v. gr. Cas. Civil, feb. 14/2001, feb. 23/2001, mayo
4/2009, jun. 28/2011, entre otras).

4. Pues bien, los medios de persuasión acusados no evidencian, de manera irrefragable, la autonomía del
agente en los términos exigidos por el sentenciador, toda vez que de ellos no aflora inequívocamente que la
actora ejecutara la actividad comercial que le encomendó la sociedad accionada —intermediación en la
venta de la pauta publicitaria de la Revista Aló—, en forma independiente y por conducto de su propia
organización empresarial.

4.1. En efecto, ninguna confesión del referido rasgo característico del negocio jurídico debatido puede
deducirse de la réplica a los hechos 6 y 8 de la demanda, porque la situación fáctica allí aceptada por la
demandada, atendiendo el principio de la indivisibilidad de la declaración, no le genera consecuencias
adversas a la misma, en virtud de la explicación que allí efectuó con relación a la naturaleza jurídica de la
convención ajustada con la actora y que hace parte de la respuesta.

En efecto, la demandante en el hecho 6º del escrito introductor del litigio afirmó “durante el tiempo que
duraron las relaciones contractuales, las partes entendieron que la señora Gertrudis de Saportas actuaría en
forma independiente, utilizando su propia sede, y asumiendo sus propios gastos de funcionamiento,
incluyendo el pago de sus empleados, y así lo hicieron hasta que terminó el contrato en el mes de diciembre
de 1996”, y la contraparte al replicar tales hechos manifestó “es cierto por ser una carga adquirida por la
demandante y propia del contrato de corretaje comercial corrido entre las partes” (destaca la Sala).

Y en el hecho 8º, la actora expuso: “El objeto fundamental del vínculo contractual era la promoción que
debía hacer la demandante de los negocios de venta de publicidad de las revistas que hacía circular la
demandada, para lo cual aquella desplegaba las siguientes actividades: 8.1. Hacía los contratos con los
clientes potenciales interesados en pagar por los espacios publicitarios en las revistas publicadas por la
demandada. 8.2. Comunicaba a esos clientes las condiciones comerciales y los requisitos determinados por
Multirevistas Editores S.A. para la venta de esos espacios publicitarios”, y frente a esos hechos la accionada
respondió: “8. Es cierto, tal era el objeto del contrato de corretaje comercial celebrado entre las partes, de
acuerdo con la cláusula primera. 8.1. Es cierto, tal era la obligación de la actora en desarrollo del objeto de
(sic) corretaje comercial, pero no tenía representación de la demandada. 8.2. Es cierto, era una obligación
en desarrollo de la cláusula tercera del contrato de corretaje comercial”.

Obsérvese que la opositora aceptó los hechos antes transcritos, asignándoles una naturaleza distinta a la
atribuida por su adversario, pues los enmarcó dentro del contrato de corretaje. Esa explicación de la
situación fáctica admitida guarda una íntima conexión con esta, al punto que hace parte de la respuesta
dada por aquella, de ahí que deba apreciarse en su integridad, conforme puede colegirse de las
prescripciones del artículo 200 del Estatuto Procesal Civil; de suerte, pues, que la accionada no admitió los
hechos en la forma alegada en la demanda —numerales 6º y 8º, sino calificándolos con las adiciones
reseñadas, circunstancia que impide tener por confesado lo que en realidad no se declaró. Verdaderamente,
el precitado artículo 200, dispone que “la confesión deberá aceptarse con las modificaciones, aclaraciones y
explicaciones concernientes al hecho confesado, excepto cuando exista prueba que lo desvirtúe. Cuando la
declaración de parte comprenda hechos distintos que no guardan íntima conexión con el confesado,
aquellos se apreciarán separadamente”. En consecuencia, debe decirse sin rodeos, que la indivisibilidad de
la confesión se predica en cuanto exista una íntima conexidad entre lo que se confiesa y lo que se adiciona o
agrega.

Esta corporación, en la sentencia proferida el 1º de octubre de 2004 —Exp. 7560—, refiriéndose a la


precitada norma asentó que: “consagra, de manera apodíctica, la —llamada— indivisibilidad de la confesión,
de cuya lectura se desprende que el fundamento toral de la anunciada inescindibilidad descansa en la
íntima, amén de acerada conexidad existente entre lo que se confiesa y lo que se adiciona o agrega (plus). Y
más adelante expuso que la confesión “puede ser simple, cualificada o compuesta —entre otras
clasificaciones— “, explicando que “tiene lugar la primera, cuando el confesante se limite, simple y
llanamente, a declarar el hecho que le perjudica, sin formular aclaraciones y explicaciones (aditivos), de
suerte que como lo explicita el profesor Antonio Rocha, ella 'Consiste en reconocer sin salvedades la
afirmación del adversario'. Hay confesión cualificada, por su parte, “... cuando las explicaciones dadas por el
confesante guarden íntima relación con el hecho reconocido como cierto, no solo por su naturaleza sino
también por el tiempo de su ocurrencia, hasta el punto de integrar una unidad jurídica que el principio de la
lealtad procesal impide dividir, a fin de que quien la provocó no pueda prevalerse únicamente de lo que ella
le beneficia', y se materializa la compuesta, '... por la ausencia de íntima conexidad entre lo que se confiesa y
lo que se agrega. Como el hecho agregado es aquí distinto y separado del reconocido, la falta de relación
íntima permite dividirlos, ya que el primero tiene origen distinto al del segundo, en frente del cual el
confesante asume el deber de probar su defensa' (Cas. Civil, ene. 29/75, no publicada)”. Agregó la Corte en
el fallo en comento que “la confesión simple, por su propia naturaleza, se torna inescindible, el criterio
diferencial consagrado en el artículo antes transcrito, de la indivisibilidad o divisibilidad de la confesión,
deviene predicable de la cualificada y de la compuesta, según el caso, siendo la primera, por regla general,
indivisible, al paso que de la última no podrá pretextarse tal calidad”, Así mismo, la Sala en la providencia
reseñada sostuvo que “ (...) la ratio de la indivisibilidad de la confesión cualificada, radica en dos puntuales
circunstancias: la primera, en que el hecho confesado es uno solo (unicidad confesional), con todas las
'modificaciones, aclaraciones y explicaciones' que han sido expuestas por el declarante, que aluden '... a una
cierta forma de presentar el hecho: este desde luego, no se traza por el absolvente de una manera escueta,
o sea, en los mismos términos por los que el preguntante averigua, sino que le introduce un matiz o faceta
diferente. La descripción tiene que corresponder al hecho del que se trate, solo que sus notas distintivas no
son, en su totalidad, las que afirma la contraparte' (CCVIII, 113); y la segunda, en que sería injusto y
arbitrario, de cara a la anunciada unidad del hecho declarado, aceptar únicamente la parte que desfavorece
o perjudica al declarante y no la que lo beneficia, o pueda llegar a beneficiarle, en la medida en que sirva de
explicación causal. Al fin y al cabo, si ha de darse credibilidad al dicho del confesante, esto es, en su justa
extensión explicativa, ha de aceptarse, in toto, su declaración, en orden a extraer de ella determinadas
secuelas jurídicas, pues “... mal se procede al separar lo inseparable, para entender como veraz sólo aquello
que grava al confesante y negarle credibilidad a cuanto lo favorece. En lo filosófico ello entraña notable
injusticia y en lo probatorio constituye grave error (Cas. Civil, feb. 26/2001, Exp. 5861)”.

4.2. Tampoco los demás elementos de juicio revelan contundentemente que la actora contara con una
elemental organización empresarial para ejecutar de manera autónoma la actividad de intermediación en
cuestión, esto es, la labor de ofertar las pautas publicitarias de la sociedad accionada. Por el contrario, varias
de ellas atestan hechos que bien pueden interpretarse como indicativos de que la demandante hacía parte
de la organización de la empresa accionada, pruebas que resultan suficientes para calificar de razonable la
decisión recurrida.

En efecto, la comunicación fechada 27 de septiembre de 1990, dirigida a la actora por el gerente de la


Revista Aló, da cuenta de que ésta encomendó la venta de la pauta publicitaria a aquella desde el 6 de
septiembre de 1990 y reseña los términos de esa convención. Así, refiere que las partes convinieron: a) el
pago de una comisión como remuneración por esa labor y el porcentaje de esa retribución; b) que el cobro
de las facturas estaría a cargo de “Intermedio Editores S.A.”, pero su valor le sería descontado a la
demandante de la comisión si no eran canceladas en el término de 90 días; c) que la revista se reservaba la
discrecionalidad en la asignación de clientes y no reconocía exclusividad del manejo de los contactados por
la demandada; d) que la revista le entregaba un listado de clientes; e) que aquella debía rendir
periódicamente informes sobre la gestión comercial realizada; f) que la revista podía asignar otra persona o
entidad para atender la promoción de la pauta publicitaria; y g) que la actora debía ajustarse a las tarifas y
descuentos fijados por la revista para la venta de la pauta publicitaria.

Al proceso fueron incorporadas las órdenes de publicación que obran en el cuaderno 1 (fls. 1 a 4, 9 a 12, 19 a
21, 27, 28, 36 a 49, 43 a 45, 51, 58, 65, 67 a 69, 71, 73 a 77, 84 a 89, 108, 119, 120, 131 a 137, 141, 142, 151,
154 a 161, 163 a 171), en el cuaderno 3 (fls. 10, 18, 24, 75, 84 a 86, 93, 102 a 104, 111 a 113, 140 a 143, 150
a 159, 161 a 164, 166, 189 a 196, 200 a 202, 204 a 207, 220 y 221) y en el cuaderno 6 (fls. 25 a 31), las cuales
datan de 1989, 1990, 1991, 1992, 1993, 1994, 1995 y 1997, y fueron diligenciadas en papelería de la Revista
Aló - Intermedio Editores, cuyos logos y NIT aparecen allí impresos, junto con su dirección y teléfonos,
además, tienen un sello en tinta que dice “Gersamedios Cra. 13 Nº 78 - 51 of. 202 teléfono 2366568 y están
firmados por el ejecutivo de la empresa contratante de la pauta publicitaria que en ellos solicitó publicar.

En la página de contenido de los ejemplares de las revistas aportadas al expediente aparece relacionado el
personal encargado de las diferentes secciones, incluyendo la de publicidad; así, en este acápite de las
ediciones nums. 129-1993, 107-1992, 142-1993, 181-1995, 154-1994 señala “Gertrudis de Saportas carrera
13 Nº 78-51, of. 202 Tel. 2366568”; en el de las ediciones nums. 45-1989, 193-1995 218-1996 y 168-1994 a
parece “ejecutivos de publicidad. Gertrudis de Saportas, tel. (...)”; y en las ediciones números 69-1990, 84-
1991 y 59-1990 figura “Gersamedios. Gertrudis de Saportas. TeI. 2361261, Bogotá”.

Las misivas suscritas por los ejecutivos de Mercurio Comunicación Publicitaria S.A. (fl. 16, cdno. 6), MC CNN
Erickson(sic) (fl. 17, cdno. 6), Medio de Colombo Suiza (fl. 18, cdno. 6), Corferias (fls. 145 a 147, cdno. 2) y
Época Publicidad (fl. 1, cdno. 3), todas aportadas en original, fueron dirigidas por éstos a la “Revista Aló. At.
Gertrudis de Saportas”. En la primera, el cliente refiere adjuntar el material publicitario para editar en la
próxima edición; en la segunda, su autor señala las condiciones en que debe efectuarse la publicación; en la
tercera, Corferias confirma la negociación por canje durante 1996, y señala los eventos en los que
participará la revista y las publicaciones que debe realizar como contraprestación; y en la última carta le
solicitan presentar toda la facturación pendiente antes del 15 de diciembre de 1995.

Las comunicaciones adosadas a la demanda, en original, fueron suscritas por la actora como ejecutiva de
ventas e impresas en la papelería de la accionada, pues figura el logo de la Revista Aló y de Multirevistas
Editores S.A., como también la dirección y teléfonos de su sede en Bogotá y Cali. En la carta que obra a folio
19 del cuaderno 6, la actora presenta una cotización de avisos de publicidad; en la incorporada en el folio 20
manifiesta a Corferias: “con la presente estamos ratificando nuestro interés de participar en las siguientes
ferias, con la modalidad de canje publicitario en nuestras revistas quincenal y especiales (Aló, Carros,
Computadores y Casa). (...); en la misiva dirigida a Corona formula una oferta de publicación de pautas
publicitarias en los términos allí referidos (fl. 21, cdno. 6); en la que envió a J. Walter Thompson refiere
anexar copia del valor acordado con Colpapel por la venta de publicidad (fl. 22, cdno. 6); en la que remitió a
Colmena le formula una oferta de venta publicitaria indicando los términos de la misma; y en la que obra a
folio 24 del cdno. 6 presenta a Percos S.A. una cotización de servicios de publicidad.

Las facturas cambiarias de compra y venta, cuyas copias fueron incorporadas en la diligencia de exhibición
(fls. 300 a 334, cdno. 6), aparecen libradas por Multirevistas Editores S.A. y el formato contiene, entre otras,
una casilla denominada “vendedor” en la que figura como tal “Gersamedios - Gertrudis de Saporta
indicando que a esa vendedora le corresponde el código 14.

En la experticia, los peritos con base en los documentos contables y financieros suministrados por la
demandada determinaron, por una parte, el monto total facturado por las ventas de espacios publicitarios
efectuadas por la actora, durante el período comprendido entre 1989 y 1996, el cual ascendió a
$134.335.069; y, por la otra, el valor cancelado a la señora Liévano de Saportas, por concepto de comisiones
reconocidas como retribución por las ventas realizadas en el lapso referido.

De los referidos elementos probativos se colige que la demandante diligenciaba las órdenes de publicidad y
las respectivas facturas en la papelería de la sociedad accionada, como también las comunicaciones que
remitía a los clientes, las que suscribía como ejecutiva de ventas de la misma; además, que la revista en
varias ediciones anunció a la señora Liévano de Saportas como ejecutiva de publicidad y que los
compradores dirigían sus misivas a la “Revista Aló. At. Gertrudis de Saportas”.

Obsérvese que ninguno de esos hechos es manifiestamente revelador de que la demandante ejercitara la
actividad encomendada por la accionada, esto es, la oferta y venta de sus pautas publicitarias, en forma
autónoma, vale decir, que contara con una infraestructura física y una adecuada organización de recursos y
factores para su ejecución.

Así las cosas, lo cierto es que dentro del contexto probatorio acusado no es factible tildar de absurda la
conclusión a que arribó el juzgador ad quem, esto es, la falta de autonomía e independencia de Gertrudis
Liévano de Saportas en la ejecución de la labor encomendada por la revista accionada, ni hay manera de
afirmar que ella contraría flagrantemente el contenido objetivo del acervo probatorio, pues la verdad es que
resulta lógico razonar de esa manera, si se tiene en cuenta, por un lado, que los actos que aquella
desplegaba en desarrollo de su gestión los legalizaba como si fueran de la Revista Aló, en cuya papelería los
asentaba; incluso algunos los suscribía como “ejecutiva de ventas” de ésta —ofertas y cotizaciones dirigida a
la clientela—; por el otro, el hecho de que la sociedad accionada la anunciara como ejecutiva de publicidad
en los ejemplares de su revista y que los clientes en sus comunicaciones la identificaran como miembro de la
Revista Aló, desdicen de la condición anotada.

Ciertamente, según los documentos incorporados al expediente, la actora diligenciaba en la papelería de la


Revista Aló las órdenes de publicidad, las ofertas de la pauta publicitaria que formulaba a los clientes y las
cotizaciones de los servicios de publicidad, cuestión que bien puede interpretarse como una muestra de
dependencia de aquella de la empresa cuyo producto ofertaba, pues no permite identificar al agente como
una persona distinta al agenciado, sino, por el contrario, ligada a él.

Otro tanto acontece con el hecho de que la revista en los ejemplares aportados relacione a la señora
Liévano de Saportas como ejecutiva de publicidad, circunstancia que puede dar a entender que hacía parte
del equipo de trabajo de la empresa accionada, ya que allí no se especifica que fuese anunciada como una
comerciante independiente encargada de la promoción publicitaria. Ni es manifiestamente equivocado
pensar que aquella hacía parte de la empresa accionada, porque los clientes dirigían las cartas a la “Revista
Aló. At. Gertrudis de Saportas”, en las que, por ejemplo, adjuntaban el material para editar o señalaban las
condiciones en que debía realizarse la publicación.

Si bien es cierto que las partes pactaron como remuneración de la gestión el pago de una comisión, también
lo es que esa retribución no es necesariamente indicativa de las relaciones contractuales en que existe
autonomía, como afirma el censor, puesto que en las de carácter laboral en que la subordinación es de su
esencia, también ello es posible, al punto que es catalogada como salario, conforme lo ha decantado la Sala
Laboral de esta corporación, pues, en reiteradas decisiones, ha sostenido:

"de conformidad con el artículo 127 del Código Sustantivo del Trabajo, en la forma como fue modificado por
el artículo 14 de la Ley 50 de 1990, se entiende por salario 'no sólo la remuneración ordinaria, fija o variable,
sino todo lo que recibe el trabajador en dinero o en especie como contraprestación directa del servicio, sea
cualquiera la forma o denominación que se adopte, como primas, sobresueldos, bonificaciones habituales,
valor del trabajo suplementario o de las horas extras, valor del trabajo en días de descanso obligatorio,
porcentajes sobre ventas y comisiones(se destaca), (...) Usualmente, cuando se pacta un salario por
comisión por ventas, el resultado del mismo está supeditado a la actividad que en tal sentido realiza el
trabajador. En otras palabras, la causación depende, en principio, de las ventas que haga el trabajador
directamente, de manera que si éste no las efectúa, no habrá lugar al pago de las comisiones que se hayan
pactado. Desde luego, lo anterior no obsta para que el empleador, dentro de su autonomía contractual,
pueda reconocer a su servidor comisiones por ventas no realizadas directamente por éste, sino por un grupo
bajo su mando, que en especiales situaciones beneficie al asalariado con comisiones sobre ventas para las
cuales no sea necesaria la actividad directa del empleado, casos en los cuales es necesario ubicar la fuente o
cualquier documento suscrito por las partes” (Sent. jul. 10/2006, Exp. 27325, criterio reiterado en el fallo de
24 de febrero de 2010, Exp. 33790, entre muchos otros).

De modo, pues, que de cara a la situación fáctica en comento, no es irrazonable deducir la ausencia de
autonomía en la gestora de la promoción y venta de las pautas publicitarias de la empresa accionada, pues,
itérase, ella no refleja de manera irrebatible una independencia entre aquella y esta, y, por el contrario,
permite pensar que la señora Liévano de Saportas hacía parte de la organización de la Revista Aló.

Por lo demás, la acusación formulada al resto de los documentos relacionados en el cargo como
indebidamente apreciado se torna irrelevante, por cuanto para la época en que fueron incorporados al
proceso y juzgados carecían de valor probatorio por tratarse de copias informales. En todo caso, si se deja
de lado esa consideración, la verdad es que esas pruebas refieren los mismos hechos de que dan cuenta los
documentos atrás analizados, los que, como quedó dicho, no permiten calificar de absurda la inferencia del
tribunal sobre la carencia de autonomía e independencia de Gertrudis Liévano de Saportas para realizar la
actividad encomendada por la empresa demandada, por los motivos antes expuestos.

Así las cosas, es patente que el censor lo que pretendió fue oponer su propio criterio al del sentenciador,
disputa en la que, desde luego, no podía aspirar salir victorioso a pesar de la agudeza que pueda tener su
razonamiento, por la sencilla razón de que clausurado el debate probatorio en las instancias, la sentencia allí
proferida queda revestida por una presunción de acierto y legalidad, la cual en el terreno de los hechos solo
cederá ante la demostración de un yerro ostensible, amén de trascendente, el que en verdad no se
vislumbra en este caso.

Conforme a lo discurrido, el cargo no se abre paso,


Decisión

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, administrando justicia en
nombre de la República de Colombia y por autoridad de la ley, NO CASA la sentencia proferida el 29 de
enero de 2010, por la Sala Civil - Familia del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Cúcuta, dentro del
proceso ordinario promovido por Gertrudis Liévano de Saportas frente a la sociedad Multirevistas Editores
S.A.

Condenar en costas al recurrente. Fijar como agencias en derecho la suma de seis millones de pesos
($6.000.000) m/cte. (CPC, art. 392, reformado por el art. 19 de la L. 1395/2010).

Notifíquese».

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