Brujería en España
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Mucho hay que chupar, Capricho nº 45, de Francisco de Goya. "Tres brujas bien
arropadas, más la cesta de niños para devorar, nos recuerda aquella parte del Auto
[del proceso de las Brujas de Zugarramurdi de 1610] que relata cómo Miguel de
Goiburu y las brujas más ancianas... llevaban consigo cada uno una cestilla que
tenía asa para traer al aquelarre cadáveres y comerlos en banquete, acompañados de
Satán".1
La brujería en España es el relato del alcance que tuvo en España la brujería y de
la persecución a la que fueron sometidos supuestos brujos y brujas y que, en contra
de lo que suele creerse, corrió a cargo fundamentalmente de las autoridades y
tribunales civiles, que veían en ellos un atentado contra el orden público y se
mostraban sensibles, según Joseph Pérez, "a la presión social que ve en las brujas
criminales y acólitos de Satán".2 La Inquisición española, por su parte, desempeñó
un papel secundario y, según Pérez, "se mostró más bien indulgente con las brujas"
pues raramente aplicó la pena de muerte —al considerarlas más víctimas que
criminales—, a diferencia del durísimo trato que recibieron judeoconversos y
protestantes. Según Henry Kamen, la razón de la benevolencia de la Inquisición
estribó en que no consideraba a brujos y brujas cristianos verdaderos sino personas
"cuya ignorancia era explotada por el diablo".3
La consecuencia de todo ello, según Pérez, es que "en España no encontramos nada
parecido a la fobia que se apoderó de Europa en los siglos XVI y XVII, y que llevó
a la hoguera a cientos, y hasta a miles de desgraciadas".4 Lo mismo afirma Henry
Kamen —"España se salvó de los furores de la histeria popular contra las brujas, y
de la quema de estas en una época en que esto prevalecía en Europa"— pero recuerda
que los tribunales civiles ordenaron la ejecución de muchas brujas, aunque se
desconoce su número exacto,5 "ya que la represión de la superstición era aceptada
como una función normal del Estado" —como lo demuestra que "la mayor parte de las
persecuciones por brujería en Navarra y el País Vasco se iniciaron en tribunales
seglares"—.6
Índice
1 Edad Media
1.1 Siglos XIII y XIV
1.2 Siglo XV
1.3 «La Celestina»
2 Siglos XVI y XVII
2.1 La Inquisición y la brujería en el siglo XVI
2.2 El proceso inquisitorial de las brujas de Zugarramurdi (1609-1610)
2.3 Las consecuencias del proceso de las brujas de Zugarramurdi
2.4 Las brujas en la literatura del Siglo de Oro
3 Siglo XVIII
3.1 La Ilustración y la brujería
3.2 Goya y las brujas
4 Referencias
5 Bibliografía
6 Véase también
Edad Media
Siglos XIII y XIV
El escepticismo inicial de la Iglesia católica sobre la realidad de la brujería
plasmado en el Canon Episcopi7 —corroborado en la Alta Edad Media por numerosos
testimonios de eclesiásticos que denuncian como ilusiones las creencias sobre las
brujas, condenándolas como cultos paganos—8 cambió en la segunda mitad del siglo
XIII, pasándose de la visión de la brujería como una superstición o como el
resultado de ilusiones demoníacas, a pensar que los que la practicaban lo que
pretendían era establecer pactos con el diablo. A partir de entonces la creencia en
las intervenciones directas del diablo en la vida del hombre se hace más evidente,
más repetida, como nunca antes en la historia medieval. El papa Juan XXII —que
vivía en continuo temor de ser asesinado por secretas sectas diabólicas, lo que le
llevó a torturar y mandar a la hoguera al obispo de su ciudad natal y a su médico
de cámara—9 consulta a los teólogos y promulga la bula Super illius specula de 1326
que decreta la realidad de los hechos y crímenes que se atribuían a las brujas, lo
que suponía equiparar la brujería a la herejía. Así, a partir de entonces las
prácticas mágicas son consideradas "un gran peligro para el género humano al
desafiar los lazos de obediencia, al suscitar la rebelión, convirtiéndose también,
como la herejía, en un crimen de lesa majestad humana y divina, justificando el
procedimiento más duro, más excepcional, puesto que es la majestad misma la que
aparece amenazada por este crimen atroz".10
Precisamente la palabra bruxa aparece por primera vez en la segunda mitad del siglo
XIII en un vocabulario latino-arábigo reproducido en un códice catalán, como
término equivalente al de súcubo o demonio femenino. Más tarde aparece el aragonés
broxa cuyo campo semántico lo comparte con fetillero, envenenador, adivino,...
siempre con un sentido muy negativo, pues todos ellos cometen crímenes... a dios
muy horribles, como se dice en las Ordinaciones y Paramientos de la ciudad de
Barbastro de 1396, por lo que serán "preso o presa por los iurados de la dita
ciudat".11
Siglo XV
Más lejos fue el dominico castellano y obispo de Cuenca, Lope de Barrientos, quien
se pregunta "qué cosa es esto que dicen, que hay mujeres, que se llaman brujas, las
cuales creen e dicen que de noche andan con Diana, deesa de los paganos, cabalgando
en bestias, y andando y pasando por muchas tierras y logares, e que pueden... dañar
a las criaturas", a lo que se responde: que nadie ha de tener "tan gran vanidad que
crea acaescer estas cosas corporalmente, salvo en sueños o por operación de la
fantasía". Y para demostrarlo recurre a los argumentos del sentido común. Así
escribe, por ejemplo, que nadie puede creer que una mujer pueda salir de una casa
por una grieta, por un agujero de la pared o por una chimenea, porque con lo
"luengo, ancho o rondo" de los cuerpos, no pueden pasar. Así concluye que creer en
todo eso "no viene sino por falta de juicio".18
«La Celestina»
Sin embargo, Julio Caro Baroja no considera a Celestina un personaje híbrido entre
bruja y hechicera, sino que la propone como ejemplo de esta última. Según Caro
Baroja la diferencia fundamental entre ellas estribaría es que las brujas habrían
desarrollado su actividad en un ámbito predominantemente rural mientras que las
hechiceras, conocidas desde la antigüedad clásica, habrían actuado en la ciudad.
Ejemplo de las primeras sería la sorgina, de la brujería vasca, y de las segundas
Celestina. De ella dice que, aunque el autor "dibujó su espléndido personaje
tomando elementos de la literatura latina, de Ovidio, de Horacio, etc." sus rasgos
coinciden "con los que aparecen enumerados en los procesos levantados a las
hechiceras castellanas por los tribunales inquisitoriales [de Toledo y de
Cuenca]".22
Sin embargo, la Monarquía Hispánica constituye "un caso absolutamente único en toda
Europa" pues frente a la "locura brujeril imperante" el Consejo de la Suprema y
General Inquisición se convirtió en un "bastión de sensatez, prudencia y
racionalidad" y no permitió "que se quemara una sola bruja" en las nueve
"complicidades de brujas" en las que intervino entre 1526 y 1596.26 Según Joseph
Pérez,27
da la impresión de que, para la mayoría de inquisidores, la brujería es una
cuestión de ignorancia. Algunos habitantes de los valles del País Vasco o de
Navarra carecen totalmente de instrucción religiosa; en vez de perseguir a unas
pobres mujeres, lo que hay que hacer es instruir al pueblo, acabar con los restos
de paganismo y enviar misioneros que hablen la lengua del país. En el fondo, las
brujas son más dignas de lástima y de atención que de castigo. En 1554, el
[inquisidor general] Valdés va aún más lejos: está convencido de que los casos de
brujería son simples imposturas, ya que es posible hacer confesar cualquier cosa a
las brujas; en la mayoría de los casos, lo que hay que hacer es enviarlas a casa.
Se comprende, vistas estas recomendaciones, por qué España participó menos en la
caza de brujas que el resto de Europa.
La Inquisición y la brujería en el siglo XVI
La Inquisición española tardó en ocuparse de la brujería. En el tribunal de
Valencia entre 1478 y 1530 sólo hay registrados seis casos. El primero fue el de un
canónigo de Teruel relajado al brazo seglar en 1482, y el segundo el de una mujer,
también en Teruel, entregada al brazo secular dos años después.6 La primera
sentencia de muerte que pronunció la Inquisición en relación con este tema data de
1498 cuando el tribunal de Zaragoza quemó a una bruja —siguiendo la costumbre
medieval de que las brujas debían arder en la hoguera— a la que siguió otra en 1499
y tres en 1500. Los dos casos siguientes tuvieron lugar en Toledo en 1513 y en
Cuenca en 1515. En esta última ciudad el miedo fue alimentado con historias de
niños "que fueron heridos o muertos por los xorguinos y xorguinas [brujos y
brujas]". A partir de 1520 es cuando comienza a ser frecuente la aparición en los
autos de fe de casos de magia, sortilegio y brujería, aunque se mantenía cierta
incredulidad sobre lo que se decía de las brujas. Como afirmó un teólogo en 1521:
el sabbath "era una delusión y no podía haber ocurrido, así que la herejía no venía
a caso".28
La junta nombrada por Manrique estaba integrada por diez miembros —seis teólogos y
cuatro juristas, entre los que se encontraba el futuro inquisidor general Fernando
de Valdés—19 que tenían que decidir concretamente sobre si las brujas realmente
asistían al Sabbat. Seis votaron afirmativamente —"convencidos de que el demonio
realmente tiene poder para realizar lo que explican las brujas"—19 y cuatro que
"van imaginariamente".30 En la primera parte del informe se decía:31
Todos los más juristas de este Reyno an dubdado e por mexor decir an tenido por
cierto que no ay bruxas, porque ellas confiesan en sus confesiones que van en
cuerpo y en anima en un instante por diversas partes y lugares en gran distancia de
tierra a los coniuros o deleites que el demonio les haze, como pareze por las
confesiones de tan diversos procesos que los inquisidores y otros jueces seglares
an enviado…
La junta decidió que si las autoridades probaban que el homicidio confesado por una
bruja se había cometido realmente, entonces la jurisdicción correspondía a los
tribunales civiles. Pero en general la junta, que estaba reunida en Granada para
tratar un asunto más importante —la conversión de los moriscos—, se preocupó más de
educar a las brujas que de castigarlas. Así por ejemplo acordó por unanimidad, al
referirse al País Vasco, que "a de aver mucho cuidado de hacerles algunos sermones
en su lengua", o sea, en euskera.32 El obispo de Mondoñedo, fray Antonio de
Guevara, sugirió los siguientes remedios:3
El primero, que se pongan predicadores por aquellas partes, los quales declaren al
pueblo el herror en que an estado las dichas bruxas y como an sido engañadas del
demonio… El segundo, que los ynquisidores y los jueces seglares procedan con mucha
diligencia… El quarto, que se suplicase a su Magd. que mande reducir Su Santidad a
observancia aquellos monasterios claustrales de aquella tierra, porque aya
predicadores y personas religiosas y celosas que enseñen y desengañen a las
personas simples de aquellas montañas
En esta misma línea se expresó el teólogo Alfonso de Castro en su Adversus haereses
(1534) en la que se refería a "Navarra, Vizcaya, Asturias, Galicia y otras partes
donde la palabra de Dios pocas veces ha sido predicada. Entre estas gentes hay
muchas supersticiones y ritos paganos, solamente por causa de la falta de
predicadores".33 Concretamente escribió:3
En la región de Cantabria llamada Navarra, y en Vizcaya, se descubrió entre la
gente de la montaña muchas supersticiones e idolatrías, en tan gran intensidad que
el diablo en forma de macho cabrío era abiertamente adorado por ellos. Se descubrió
que esto había sido practicado en secreto por ellos durante muchos años… Lo mismo,
pero no con tanta intensidad, fue descubierto en otras montañas de España, en
Asturias y en Galicia y en otras, donde la palabra de Dios raramente había sido
predicada. Entre ellos hay muchas supersticiones y ritos paganos, por la única
razón de la falta de predicación.
La primera consecuencia de la junta de Granada de 1526 fue una carta del 14 de
diciembre de ese mismo año que la Suprema envió a los tribunales de distrito con
instrucciones para abordar "el negocio de la secta de brujos", en las que, según
Carmelo Lisón, "la Suprema desmonta de un golpe el andamiaje mítico brujesco y
coloca el «negocio de la secta» en registro razonable y demostrable: hay que hacer
diligencias para cerciorarse, basarse en hechos concretos, no en fantasías, buscar
la veracidad, no conformarse con lo que puede ser un engaño ilusorio". En las
instrucciones se decía:34
que por el dicho y confesión de algunas destas personas no se deben [subrayado en
el original] prender ni condenar otras personas contra quien digan sus dichos,
fasta que se hagan diligencias y aberiguaciones, çerca destos errores que se
mandaron [por el Consejo y] las que ahora parece que se deben hacer.
Con todo cuydado los Inquisidores hagan las diligencias y Averiguaciones que sean
necesarias destas personas que han ydo ó ban a juntarçe con las otras... si van
Realmente, como ellas lo confiesan, ó si en aquellas mismas noches, que confiesan
que van a aquel lugar, y están con el cabrón, si se quedan en sus casas sin salir
de ellas, lo qual se podrá saber de otras personas de las mismas casas
Sin embargo, hubo muchos inquisidores que estaban convencidos de la realidad de la
brujería, como un tal Avellaneda que investigó un nuevo brote en Navarra en 1527-
1528, y que tuvo una parte muy activa en la represión llevada a cabo por el Consejo
Real de Navarra que ordenó la ejecución de cincuenta personas por brujería.31 Para
probar la realidad de las brujas Avellaneda contó que había realizado un
experimento con una ante veinte testigos. En la medianoche de un viernes le pidió
que se untara con los ungüentos que utilizaba para acudir al aquelarre e invocara
al demonio. Según Avellaneda el demonio apareció y la condujo por el aire desde una
ventana muy alta hasta el suelo, a la vista de todos, y cuando uno de los testigos
al ver lo que estaba pasando se santiguó y pronunció el nombre de Jesús la mujer
desapareció. Fue capturada por el inquisidor tres días después a varias leguas de
distancia.35
V.Sª ha de creer que este mal es gl. por todo el mundo, y para conocer si ai bruxo
o bruxa en esas partes mandará Vra. S.ª rrescibir información si algunos panes se
pierden al tiempo que están en flor, y si quedan alguna cabeças si tienen un grano
como de pimienta y si en tocándole se hace polvo, y si donde esto se halla ai
algunas criaturas ahogadas o cuerpos de sapos. Tenga V.Sª por cierto y averiguado
que donde esto se halla ai bruxos y bruxas
Hacia 1530 hubo dos nuevos brotes de brujería en Cuenca y en Toledo. En la primera
ciudad los encausados por la Inquisición confesaron acudir a aquelarres volando
tras invocar a Belcebú y untarse con ungüentos. Allí el demonio, con ojos bermejos
y encendidos, les ordena el robo y la matanza de criaturas y les promete todo tipo
de placeres y riquezas a cambio de renegar de su fe cristiana. Los encarcelados por
el tribunal de Toledo también confesaron que acudían a aquelarres presididos por
Belcebú en forma de macho cabrío, de otro animal o de mozo vestido de negro o
encarnado.37
La consideración de las brujas más como víctimas que como criminales fue
desarrollada también por Pedro Ciruelo en su libro Reprobación de las
supersticiones y hechicerías publicado en 1530 y que conocerá muchas reediciones.
"El autor —según Joseph Pérez— pretende ofrecer explicaciones naturales para las
historias extraordinarias. Admite que algunas prácticas tienen un origen
sobrenatural e implican un pacto con el diablo. No obstante, Ciruelo recomienda a
los magistrados que sean indulgentes con las supersticiones del pueblo".38 Una
posición similar es la que defiende el dominico y profesor de la Universidad de
Salamanca Francisco de Vitoria quien afirmó por esas mismas fechas que "apenas se
puede creer, en verdad, que esas mujeres sean transportadas por los aires a parajes
solitarios para reunirse con los demonios". "Lo que sucede a las brujas es que al
quedarse sin sentido e inmóviles creen que han sido llevadas por los aires y que
han visto, obrado y experimentado cosas que nunca sucedieron en realidad [quae
nunquam fuerunt in rei veritati]".39
A mediados del siglo XVI la "fiebre brujeril" procedente del Pirineo vasco-navarro
llega a Galicia, aunque allí no alcanza la virulencia vasca. Como todavía no se
había instalado la Inquisición, la persecución de las brujas inicialmente corrió a
cargo de las autoridades y tribunales civiles que encarcelaron a muchas. Aunque hay
que tener en cuenta que, según Carmelo Lisón Tolosana "la bruja gallega reviste
características regionales propias" pues "se trata más bien de hechiceras o
curanderas y adivinas que se sirven de fórmulas, conjuros e invocaciones (a veces
al demonio) para adivinar o sanar a sus clientes". "El mito [de la bruja satánica]
no aparece conformado todavía en la brujería gallega del siglo XVI. [...] [La bruja
gallega] arranca poder al demonio, al que fuerza a aparecer, a cambio de un pacto
no sólo voluntario sino iniciado por ella. Quiere saber, pronosticar el futuro,
curar, adquirir riqueza, es bruja fáustica, individualista, no aquelárrica".43
Cueva de Zugarramurdi donde se reunían los brujos y las brujas para celebrar el
aquelarre.
El proceso inquisitorial más grave y de mayor trascendencia contra la brujería fue
el que instruyó el tribunal de la Inquisición de Logroño y que culminó en un auto
de fe celebrado el domingo 7 de noviembre de 1610 en el que se aplicaron penas muy
duras: de los 29 acusados de brujería seis fueron quemados vivos y cinco en efigie
porque habían muerto en prisión.48 Según Joseph Pérez, "si lo comparamos con los
centenares de ejecuciones que se producen al mismo tiempo en territorio francés, al
otro lado de los Pirineos, este veredicto puede parecer clemente. En España resulta
escandaloso".49
No he hallado certidumbre ni aun indicios de que [se pueda] colegir algún acto de
brujería que real y corporalmente haya pasado. […] Y así también tengo por cierto
que en el estado presente, no sólo no les conviene nuevos edictos y prorrogaciones
de los concedidos, sino que cualquier modo de ventilar en público estas cosas, con
el estado achacoso que tiene, es nocivo y les podría ser de tanto y de mayor daño
como el que ya padecen. No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se
comenzó a tratar y escribir de ellos.
Este memorial de Salazar confirmaba un informe anterior de abril de 1611 encargado
por el inquisidor general a Pedro de Valencia en el que éste afirmaba que en los
hechos de Navarra había un fuerte componente de enfermedad mental: "Se deve
examinar lo primero si los reos están en su juicio o si por demoníacos o
melancólicos o desesperados"; su conducta "parece más de locos que de ereges y que
se debe curar con açotes y palos más que infamias ni sambenitos". Finalmente
Valencia aconsejaba: "Búsquese siempre en los hechos cuerpo manifiesto de delito
conforme a derecho, y no se vaya a probar casso muerte ni daño que no ha
acontecido".54
De las obras literarias del siglo XVII Julio Caro Baroja destaca aquellas que
abordaron en tono burlesco y satírico el tema de la brujería difundiendo así el
escepticismo sobre la realidad de las brujas, especialmente entre las clases
cultas.58 También las destaca Carmelo Lisón que llega a una conclusión más
rotunda:59
La literatura en general y el teatro en particular narcotizan las notas satánicas
de la bruja vasco-navarra y la esfuman en simple ironía y diversión placentera en
unas pocas décadas. De esta manera el entremés sustituye al Auto de fe. [...] De
esta forma, y poco a poco, la figura de la bruja quedó reducida a un pelele
carnavalesco en un teatro de guiñol, a un espantapájaros hueco en un campo sin
fruto
Uno de los primeros en retratar a las brujas con humor fue Cervantes en El coloquio
de los perros. Uno de los perros describe los hábitos de una bruja andaluza que
había sido su ama, y que le había contado que había estado "en un valle de los
Montes Pirineos, en una jira" de la que le decía:60
..[vamos] muy lejos de aquí, a un gran campo, donde nos juntamos infinidad de
gente, brujos y brujas, y allí nos da de comer [el Diablo] desabridamente, y pasan
otras cosas, que, de verdad, y en Dios y en mi ánima, que no me atrevo a contarlas,
según son sucias y asquerosas, y no quiero ofender tus castas orejas
Francisco de Quevedo en el capítulo primero de El Buscón el protagonista alude de
forma burlesca a su madre que era alcahueta, bruja y hechicera. Más sarcástico aún
se muestra Quevedo en el entremés La endemoniada fingida -en el que un amigo y el
marido de la supuesta endemoniada, disfrazados de demonios, apalean a un viejo que
pretendía seducirla haciéndose pasar por exorcista— o en El aguacil alguacilado,
como lo muestra el siguiente fragmento:61
Mas dejando esto, os quiero decir que estamos [los demonios] muy sentidos de los
potajes que hacéis de nosotros, pintándonos con garras sin ser averruchos; con
colas, habiendo diablos rabones; con cuernos, no siendo casados... Remediad esto,
que poco ha que fue Jerónimo Bosco allá, y preguntándole por qué había hecho tantos
guisados de nosotros en sueños, dijo que porque no había creído nunca que había
demonios de veras.
Abundan las obras teatrales en las que se muestran enredos en los que participan
demonios, duendes, brujas, hechiceras, espíritus, astrólogos o endemoniados, como
en el Entremés de los diablillos de Francisco de Castro o Duendes son alcahuetes y
el espíritu foleto de Antonio de Zamora. En el Entremés famoso de las brujas de
Moreto y en el Entremés de las brujas de Francisco de Castro, se llegan a parodiar
hasta los aquelarres.62
Luis Vélez de Guevara en el El Diablo Cojuelo (1641) hace decir a don Cleofás, en
lo alto de la torres de San Salvador de Madrid:60
Buelve allí y mira con atención cómo se está untando una hipócrita a lo moderno
para hallarse en una gran junta de Brujas que ay entre San Sebastián y
Fuenterrabía, y a fe que nos aviamos de ver en ella si no temiera el riesgo de ser
conocido del Demonio que haze el cabrón, porque le di una bofetada a mano abierta
en la antecámara de Lucifer sobre unas palabras mayores que tuvimos...
Siglo XVIII
La Ilustración y la brujería
Con la Ilustración desaparece la obsesión por la brujería y en el siglo XVIII
tienen lugar las últimas sentencias en las que alguna mujer es condenada por bruja.
En Inglaterra y en Escocia en 1722, en Francia en 1746, en Alemania en 1775, en
Suiza en 1782 y en Polonia en 1793.24
Además, en la segunda mitad del siglo XVIII se difundieron libros que, en tono
humorístico como Memorias de la gitana Pepilla la Ezcurripia o con un enfoque más
serio como Las brujas de Cándido María Trigueros, combatieron la creencia en brujas
y en general en toda clase de supersticiones, lo que contribuyó a que se
considerara de buen tono no creer en brujerías. Así a principios del siglo XIX
"creer en brujas" es considerado como propio de los reaccionarios que todavía
defienden el absolutismo —y también de gente crédula y de pocas luces—.67 Así, en
uno de los Diálogos satíricos de Francisco Sánchez Barbero el personaje de
Floralbo, representante de las ideas conservadoras, dice:68
Julio Caro Baroja también ha destacado la influencia que seguramente tuvo en Goya
la edición crítica que hizo su amigo Leandro Fernández de Moratín de la relación
del proceso de Logroño sobre las brujas de Zugarramurdi, pero según el historiador
y antropólogo vasco, "Goya dio un paso más adelante que Moratín" ya que "intuyó
algo que hoy día vemos claro, a saber: que el problema de la Brujería no se aclara
a la luz de puros análisis racionalistas... sino que hay que analizar seriamente
los oscuros estados de conciencia de brujos y embrujados para llegar más allá". Así
Goya "nos dejó unas imágenes de tal fuerza que en vez de producir risa nos producen
terror, pánico".70
Además de los seis cuadros de brujerías que pintó para el gabinete de la duquesa de
Osuna —entre los que destaca el famoso El aquelarre—, Goya trató el tema de la
brujería singularmente en dos momentos: en la serie de grabados titulada Los
Caprichos (su primera edición data de 1799 pero fue retirada enseguida porque Goya
fue denunciado a la Inquisición, debido a su patente hostilidad hacia el tribunal
como lo muestra el último grabado que se titula Ya es hora que, según Caro Baroja,
"parece una alusión a la hora en que inquisidores y frailes dejen de actuar en el
país") y en las Pinturas Negras (cinco de ellas aluden a la creencia en brujas: la
755, conventículo campestre; la 756, dos brujas volando; la 757, cuatro brujas por
los aires; la 761, aquelarre; y la 762, bruja comiendo con su familia).71
Alrededor de una cuarta parte de la colección de grabados de Los Caprichos está
dedicada a la brujería y "cuyos subtítulos reproducen a veces lemas de los
ilustrados o condensaciones populares recogidas por aquéllos". Para Goya, como para
Moratín y el resto de ilustrados, "la brujería es vieja, fea, celestinesca,
repugnante e hipócrita. En las caras brujeriles violentamente retorcidas, en sus
repulsivas y desgarradas muecas, en sus deformes bocas abiertas y expresiones
infrahumanas adivinamos al agente de Satán", afirma Carmelo Lisón.72