BLOCH-FEBVRE - Sobre La Historia
BLOCH-FEBVRE - Sobre La Historia
BLOCH-FEBVRE - Sobre La Historia
En esta selección de textos nos interesa seguir abordando el concepto de Historia, ya dentro del campo
científico. La Historia se constituye como ciencia social a mediados del Siglo XIX y, también en esos
años, comienza a ser una disciplina que es enseñada en las universidades y en las escuelas. Este
proceso se conoce como profesionalización de la disciplina.
Pero será en las primeras décadas del Siglo XX en que la ciencia histórica se complejice y, retomando
tradiciones previas, se convierta en una ciencia social con algunas características que llegan hasta la
actualidad. La renovación en el concepto de Historia- es decir su definición, su objeto de estudio y su
método- tiene un núcleo central en Francia y en dos historiadores que nos interesa estudiar: Marc
Bloch y Lucien Febvre.
A continuación, les proponemos un recorrido por distintos apartados de dos obras centrales:
Introducción a la Historia, escrita por Marc Bloch siendo prisionero de un campo de concentración
nazi y luego fusilado en 1944, y publicada por primera vez en 1949; y Combates por la Historia,
escrita por Lucien Febvre en 1956.
La historia es la ciencia del hombre, ciencia del pasado humano. Y no la ciencia de las cosas o
de los conceptos. Sin hombres ¿quién iba a difundir las ideas? Ideas que son simples elementos entre
otros muchos de ese bagaje mental hecho de influencias, recuerdos, lecturas y conversaciones que
cada cual lleva consigo. ¿Iban a difundirlas las instituciones, separadas de aquellos que las hacen y
que, aun respetándolas, las modifican sin cesar? No, sólo del hombre es la historia, y la historia
entendida en el más amplio sentido (…)
La historia que es, por definición, absolutamente social. En mi opinión, la historia es el estudio
científicamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas creaciones de los hombres de
otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades extremadamente variadas y, sin
embargo, comparables unas a otras (el postulado es de la sociología); actividades y creaciones con
las que cubrieron la superficie de la tierra y la sucesión de las edades.
…en la definición se habla de hombres. Los hombres son el objeto único de la historia, de una
historia que se inscribe en el grupo de las disciplinas humanas de todos los órdenes y de todos los
grados, al lado de la antropología, la psicología, la lingüística, etc; una historia que no se interesa por
cualquier tipo de hombre abstracto, eterno, inmutable en su fondo y perpetuamente idéntico a sí
mismo, sino por hombres comprendidos en el marco de las sociedades de que son miembros. La
Historia se interesa por hombres dotados de múltiples funciones, de diversas actividades,
preocupaciones y actitudes variadas que se mezclan, chocan, se contrarían y acaban por concluir entre
ellas una paz de compromiso, un modus vivendi al que denominamos Vida.
(…) En una palabra, el hombre de que hablamos es el lugar común de todas las actividades que
ejerce y puede interesarse más particularmente por una de éstas, por su actividad, por sus actividades
económicas, por ejemplo. Con la condición de no olvidar nunca que esas actividades incriminan
siempre al hombre completo y en el marco de las sociedades que ha forjado. Eso es, precisamente, lo
que significa el epíteto “social” que ritualmente se coloca junto al de “económico”. Nos recuerda que
el objeto de nuestros estudios no es un fragmento de lo real, uno de los aspectos aislados de la
actividad humana, sino el hombre mismo, considerado en el seno de los grupos de que es miembro.
(pp. 38-41)
Febvre, Lucien (1971), Combates por la Historia, Ariel, Barcelona.
Plantear un problema es, precisamente, el comienzo y el final de toda historia. Sin problemas no
hay historia. Ahora bien, recordad que si bien no he hablado de “ciencia” de la historia, lo he hecho,
en cambio, de “estudio científicamente elaborado. Y estas dos últimas palabras no las he pronunciado
para hacer bonito. “Científicamente elaborado”: la fórmula implica dos operaciones, las mismas que
se encuentran en la base de todo trabajo científico moderno. Plantear problemas y formular hipótesis.
Dos operaciones que ya a los hombres de mi edad se denunciaban como las más peligrosas. Porque
plantear problemas o formular hipótesis era simplemente traicionar. Hacer penetrar en la ciudad de
la objetividad el caballo de Troya de la subjetividad… (pp. 42-43)
Febvre, Lucien (1971), Combates por la Historia, Ariel, Barcelona.
Sobre el conocimiento indirecto, las fuentes, la escritura, el papel del investigador… el problema
del método histórico
El historiador se halla en la imposibilidad absoluta de comprobar por sí mismo los hechos que
estudia. Ningún egiptólogo ha visto a Ramsés. Ningún especialista en las guerras napoleónicas ha
oído el cañón de Austerlitz. Por lo tanto, no podemos hablar de las épocas que nos han precedido sino
recurriendo a los testimonios. Estamos en la misma situación que un juez de instrucción que trata de
reconstruir un crimen al que no ha asistido; en la misma situación del físico que, obligado a quedarse
en cama por la gripe, no conoce los resultados de sus experiencias sino por lo que de ellas le informa
el mozo del laboratorio. En una palabra, en contraste con el conocimiento del presente, el
conocimiento del pasado será necesariamente "indirecto".
Que haya en todas estas observaciones una parte de verdad nadie se atreverá a discutirlo. Exigen,
sin embargo, que las maticemos considerablemente.
Supongamos que un jefe de ejército acaba de obtener una victoria. Inmediatamente trata de
escribir el relato de ella. Él mismo ha concebido el plan de la batalla. Él la ha dirigido. Gracias a la
pequeña extensión del terreno (…) pudo ver cómo se desarrollaba ante sus ojos el combate casi
completo. Estemos seguros, sin embargo, de que sobre más de un episodio esencial tendrá que
remitirse al informe de sus tenientes. Así, tendrá que conformarse, como narrador, con seguir la
misma conducta que observó unas horas antes en la acción. ¿Qué le será más útil, sus propias
experiencias, los recuerdos de lo que vio con su catalejo, o los informes que le llevaron al galope sus
correos o ayudantes de campo? Un conductor de hombres rara vez considera que su propio testimonio
es suficiente. Pero conservando nuestra hipótesis favorable, ¿qué nos queda de esa famosa
observación directa, pretendido privilegio del estudio del presente? (pp. 42-43)
(…) Si se piensa un poco se ve claramente por qué razones la impresión de este alejamiento entre
el objeto del conocimiento y el investigador ha preocupado con tanta fuerza a muchos teóricos de la
historia. Es que ellos pensaban ante todo en una historia de hechos, de episodios; quiero decir en una
historia que, con razón o sin ella (…), concede una extremada importancia al hecho de volver a
registrar con exactitud los actos, las palabras o las actitudes de algunos personajes que se hallan
agrupados en una escena de duración relativamente corta, en la que se juntan, como en la tragedia
clásica, todas las fuerzas críticas del momento: jornada revolucionaria, combate, entrevista
diplomática… (p. 44)
(…) Pues bien, hay muchos otros vestigios del pasado que nos ofrecen un acceso igualmente
llano. Tal es el caso de la mayor parte de la inmensa masa de testimonios no escritos, y también de
buen número de testimonios escritos. Si los teóricos más conocidos de nuestros métodos no hubieran
manifestado una indiferencia tan sorprendente y soberbia por las técnicas propias de la arqueología,
si no hubieran estado obsesos en el orden documental por el relato y en el orden de los hechos por el
acontecimiento, sin duda habrían sido más cautos y no habrían condenado al historiador a una
observación eternamente dependiente. En las tumbas reales de Ur, en Caldea, se han encontrado
cuentas de collares hechos de amazonita. Como los yacimientos más próximos de esta piedra se hallan
situados en el corazón de la lndia en los alrededores del lago Baikal, ha sido necesario concluir que
desde el tercer milenio antes de nuestra era las ciudades del Bajo Éufrates mantenían relaciones de
intercambio con tierras muy lejanas. La inducción podrá parecer buena o frágil. Cualquiera que sea
el juicio que nos formemos de ella, debemos admitir que se trata de una inducción de tipo clásico; se
funda en la comprobación de un hecho y no interviene el testimonio de una persona distinta del
investigador. Pero los documentos materiales no son en modo alguno los únicos que poseen este
privilegio de poder ser captados así de primera mano. El pedernal tallado por el artesano de la Edad
de Piedra, un rasgo del lenguaje, una regla de derecho incorporada en un texto, un rito fijado por un
libro de ceremonias o representado en una estela, son otras tantas realidades que captamos y que
explotamos con un esfuerzo de inteligencia estrictamente personal. Para ello no necesitamos recurrir
a ningún intérprete, a ningún testigo. (pp. 45-46)
(…) La diversidad de los testimonios históricos es casi infinita. Todo cuanto el hombre dice o
escribe, todo cuanto fabrica, cuanto toca puede y debe informarnos acerca de él. Es curioso darse
cuenta de cómo las personas extrañas a nuestro trabajo calibran imperfectamente la extensión de esas
posibilidades. Continúan atadas a una idea muy añeja de nuestra ciencia: la del tiempo en el que
apenas si se sabía leer más que los testimonios voluntarios. (pp. 53-55)
Bloch, Marc (1952), Introducción a la historia, México, Fondo de Cultura Económica.