Puig, Manuel. The Buenos Aires Affair
Puig, Manuel. The Buenos Aires Affair
Puig, Manuel. The Buenos Aires Affair
Madre e hija
Gladys Hebe tenía predilección por la nombrada vecina, quien le había
deparado inolvidable emoción al llevarla un domingo al Delta, y en casa de
la misma comía todo lo que le ponían en el plato y dormía la siesta sin
protestar, lo cual no sucedía en su propia casa. Las tías y la abuela estaban
celosas y se alegraron cuando la vecina debió trasladarse con su marido,
veedor de aduana, al nuevo nombramiento en Paso de los Libres. Gladys
Hebe tenía entonces cuatro años y cuando su madre la retaba porque no
comía, se ponía a llorar pensando sin decirlo que durante la excursión al
Delta había comido sentada en las faldas de la vecina, lo cual por otra parte
se debió a que no le habían comprado el boleto correspondiente, haciéndola
pasar por bebé de brazos. Gladys Hebe llamaba a la vecina en sueños
solamente, porque de lo contrario su madre le lanzaba miradas acres.
A los cinco años fue enviada al Jardín de Infantes «Pulgarcito», de
gestión privada. La maestra le enseñó una poesía y la niña la aprendió con
mayor rapidez que sus compañeros. Clara Evelia no se enteró de esto hasta
que la maestra la felicitó un día que la doméstica no pudo ir a buscar a la
niña a la salida de clase. Clara Evelia estaba sorprendida porque la niña sé
había siempre negado a aprender con ella aun la más corta de las poesías.
Una vez llegadas a casa la madre pidió a la hija que le recitara. Gladys se
resistía, la madre la amenazó con escribirle a la antigua vecina y decirle que
no volviera más a Buenos Aires porque la niña había muerto. La niña recitó,
Clara Evelia dijo que esa maestra era un «caballo» y que los ademanes que
le había enseñado eran de «caballo». La niña la miró desafiante y le dijo
que la maestra recitaba mejor que Clara Evelia porque era más linda. Por
primera vez se le ocurrió comparar las manos de la maestra, delgadas, color
rosa pálido, de uñas pulidas pero cortas y sin esmalte, con las manos de su
madre, de oscuros dedos mate manchados de tabaco y uñas largas arqueadas
pintadas de rojo bermellón. Clara Evelia se puso a llorar. La niña veía llorar
a su madre por primera vez y nunca logró olvidar las gotas negras de
rimmel que caían por sus mejillas.
Al año siguiente Gladys ingresó en el primer grado de la escuela pública
«Paula Albarracín de Sarmiento», a pesar de tener un año menos de lo
reglamentario. Desde entonces hasta sexto grado fue la mejor alumna de su
división. La madre solo intentó una vez hacerla participar en los recitales de
fin de curso que realizaba con sus alumnos, cuando Gladys todavía no había
cumplido los siete años; se trataba de una poesía larga escenificada, acerca
de una dama patricia que bordaba con su hija la primera bandera argentina.
El propósito de Clara Evelia era demostrar que niñas pequeñas podían
memorizar y por ende tomar lecciones de declamación. El recital tuvo lugar
en el cinematógrafo «Taricco» de la Avenida San Martín, alquilado
expresamente para un día miércoles a las 18 horas. La primera parte se
desarrolló sin mayores tumbos, los olvidos de letra fueron disimulados
hábilmente por los niños participantes. Cuando se levantó el telón para dar
comienzo a la segunda parte madre e hija se hallaban en el escenario,
sentadas en sendas sillas, con un mantel entre manos haciendo las veces de
bandera. La niña comenzó el diálogo con voz estrangulada por el miedo, la
madre continuó con profesionalismo consumado. La niña continuó su parte,
alabando las puntadas que daba su madre en el paño patrio con manos
habilísimas. Mientras la madre decía la réplica siguiente, Gladys, como si
alguien le hablara al oído, oyó una pregunta «¿podía el personaje
representado por su madre bordar bien a pesar de tener las manos oscuras y
las uñas como un ave de rapiña?». De repente en la sala se produjo un
silencio inusitado: Gladys había olvidado la letra. Su madre se hizo cargo
de la réplica de la niña y siguió con la propia: un nuevo silencio, Gladys no
lograba recordar su parte. De ahí en adelante Clara Evelia dijo el texto de
ambos personajes. Caído el telón Gladys corrió a la letrina de los camarines
y se encerró. Los demás participantes se desenvolvieron impecablemente y
llegado su turno Clara Evelia, sobreexcitada por el incidente, actuó con
vehemencia mayor a la acostumbrada y halló tonos nuevos para ciertos
pasajes dolorosos de la autora chilena Gabriela Mistral, cuyo poema
«Esterilidad» cerraba el programa.
Padre e hija
La inclinación de Gladys por el dibujo se manifestó desde los primeros
grados. Iba a la escuela por la mañana y después hacía rápidamente sus
deberes para estar libre a las cuatro de la tarde y escuchar la novela de
Radio Belgrano con la doméstica. Se instalaban en la cocina y en un
cuaderno Gladys copiaba desde las cuatro y media hasta la hora de cenar los
dibujos de la sección Chicas, de la revista humorística «Rico Tipo» que su
padre compraba todos los jueves. Gladys pensaba que su padre —a quien
tanto le gustaban los «budines», según su expresión— estaría contento si
ella cuando grande lograba ser como una chica del «Rico Tipo». Eran
invariablemente altísimas muchachas bronceadas de breve cintura, talle
mínimo, flotante busto esférico y largas piernas carnosas. El rostro era
siempre pequeño, de nariz muy respingada, largos cabellos lacios con las
puntas levantadas y gran mechón, casi tapándole uno de los ojos verdes,
grandes y almendrados que ocupaban la mayor parte del rostro. Gladys
ansiaba que llegara el jueves así podía hacer nuevas copias de la página
dedicada a Chicas, sentía una gran alegría al comenzar cada copia
minuciosa si bien hacia la mitad de cada trabajo se sentía algo avergonzada
de dibujar siempre lo mismo.
Pero los cuadernos seguían llenándose de la misma chica en posturas
diferentes, hasta que un día decidió dibujar solamente caras que ocupasen la
página entera, como se lo sugiriera su nueva amiga, la compañera de banco
del Liceo Nº 3, al que acababa de ingresar en ese mes de marzo de 1947. La
compañera se llamaba Fanny Zuckelmann y había reaccionado con una
mirada de desprecio cuando Gladys le mostró sus copias del «Rico Tipo».
Fanny al día siguiente llevó a clase el cuaderno de dibujos de su hermana
mayor, aventajada alumna de una escuela privada de bellas artes. Gladys se
sintió humillada y no sabiendo cómo superarse empezó a dibujar una serie
de caras de actrices, segura de lograr un mejor resultado que el obtenido por
la hermana de Fanny en un retrato de la actriz cinematográfica Ingrid
Bergman realizado con lápices de colores. Gladys dibujó en primer término,
pese a que no era una de sus favoritas, a Vivien Leigh, por considerarla la
única actriz de parejo prestigio con Ingrid Bergman. Pero no lograba acertar
en el parecido y todos los intentos se frustraban: difícilmente se reconocía
el modelo.
Ocultó todo a Fanny, lo cual no evitó un nuevo choque con su
compañera antes de terminar el primer mes de clases. Fanny le preguntó
qué libro estaba leyendo, Gladys respondió que a la noche escuchaba radio
en la cocina hasta que sus padres se llevaban el aparato al dormitorio para
escuchar los noticiosos. Fanny le preguntó si conocía a Hermann Hesse,
Thomas Mann y Lion Feuchtwanger. Gladys los oía nombrar por primera
vez y trató de no hacerlo notar. Forrado por Fanny como libro de texto,
«Demian» de Hermann Hesse impresionó a Gladys hasta quitarle el sueño y
durante esas horas de insomnio llegó a la conclusión de que no solo ella era
desgraciada sin razón, Demian también. Siempre le habían dicho que tenía
que estar agradecida de haber nacido en un hogar como el suyo, donde no
faltaba nada: tenía comida, techo, ropa y estudios, mientras otros niños de
su edad carecían de todo. A «Demian» siguió una larga serie de novelas
europeas contemporáneas que permitió a Gladys identificarse con
numerosas criaturas afectadas por el mal del siglo: la angustia de existir,
como le explicó Fanny, quien había escuchado conversaciones al respecto
en casa de su primo, violinista de la Orquesta Sinfónica Municipal.
Una mañana Gladys entró a clase con la vista baja, Fanny le dio un
codazo porque no la había saludado y Gladys al decir «hola» mostró sus
dientes delanteros tomados por un aparato de ortodoncia. Debía llevarlo
cuatro años, hasta después del baile de quince; necesitaba desahogarse y
con lágrimas en los ojos se aventuró a una confesión, le contó que cada día
que pasaba se agravaba su angustia de existir. Fanny, como robada de
vocabulario e ideas propios, reaccionó burlona: le dijo que según el
psicoanálisis la angustia no provenía de ser sino de no ser como
pretendíamos, «vos tenés angustia porque no tenés los dientes derechos
cómo yo», y le mostró una homogénea fila de dientes cortos y amarillentos.
Gladys vio que eran cortos y amarillentos pero no encontró coraje para
devolverle la ofensa, permaneció callada.
El sábado siguiente Fanny festejó su cumpleaños con un chocolate y
concurrieron a su casa familiares y amigos; Gladys fue la única compañera
de clase invitada. Durante la reunión conoció finalmente a la hermana
mayor de Fanny, llamada Buby, de dieciséis años, muchacha gruesa y poco
agraciada. Gladys pidió que le mostrara todos sus dibujos y grabó en su
mente la dirección de la escuela, escrita con letra redondilla en la hoja de
encabezamiento de cada cuaderno. Siempre que Fanny le había hablado en
clase de esa hermana que estudiaba bellas artes, Gladys la había imaginado
bella y artística, entendiendo por artística a una muchacha sensible,
soñadora y siempre en pose armoniosa, descalza y semicubierta por velos.
Gladys nunca había concebido la posibilidad de inscribirse en una escuela
de bellas artes porque no se sentía capaz de llenar esos requisitos
personales. El lunes siguiente Fanny durante la clase le dijo que la familia
la había hallado demasiado tímida para su edad, y durante el recreo,
mientras Fanny leía apurada una lección, Gladys contó verazmente a otras
niñas que el departamento de Fanny era muy pequeño, lo cual obligaba a
que la hermana mayor durmiera en la sala y Fanny en el mismo dormitorio
de sus padres.
El jueves siguiente Pedro Alejandro D’Onofrio llegó de vuelta del
trabajo con el nuevo número de «Rico Tipo», como de costumbre. Gladys
se lo sacó de la mano y miró la página de Chicas, ocupada por un solo
chiste a toda página: dos amigos de apariencia elegante y donjuanesca
estaban por dar vuelta a una esquina donde los esperaban las dos jóvenes
con quienes tenían cita, una atractiva y la otra contrahecha y barbuda. Uno
de los amigos le decía al otro que su hermosa novia había prometido traer a
otra amiga no menos hermosa. El padre de Gladys volvió a reírse al
recordar el chiste y dijo: «el pobre tipo tiene que cargar con el loro».
Cuando alguien designaba a una mujer fea con esa expresión Gladys se
sentía involucrada, cosa que también le sucedía con el sustantivo solterona.
Cuando alguien pronunciaba esas palabras Gladys miraba en otra dirección.
En ese momento apareció su madre y arrancó la revista de la mano de la
niña, «¡basta de leer porquerías agobiada todo el día!», exclamó, y se quejó
al marido de que Gladys se pasaba el día con la columna vertebral
arqueada, caída de hombros y hundida de pecho, «a pesar de todas mis
recomendaciones no quiso anotarse en el equipo de pelota al cesto, y mirala
cómo está, flaca y verde, y ahora se quiere anotar en una escuela de dibujo
para agobiarse más todavía». A continuación Gladys oyó lo que siempre
había temido oír de labios de su padre, pero oyó la frase antes de ser
pronunciada, como si alguien se la hubiese dictado al oído. Todo sucedió en
pocos segundos, el padre pareció leer la frase telepáticamente en el
pensamiento de su hija y articuló en voz alta las palabras temidas: «Tenés
que hacer caso a mami, porque papi no quiere tener una hija loro».
Vocación
El Instituto «Leonardo da Vinci» funcionaba desde las tres de la tarde
hasta las doce de la noche. Gladys se anotó en dibujo dos veces por semana
y a mediados de año se anotó también en escultura. Para compensar esas
horas que pasaría encorvada sobre el papel o la masa plástica sus padres
decidieron anotarla en un club deportivo, adonde concurriría sábados y
domingos en compañía de la madre. El padre no se anotó porque esos días
prefería dedicarlos a la pesca. Clara Evelia se valió de una acaudalada
alumna para hacerse recomendar en el Club Barrancas, de carácter
exclusivo y por lo tanto de difícil ingreso. Gladys en cambio quería entrar
en el mismo club de Fanny, uno de los más grandes de la ciudad, pero Clara
Evelia no quiso porque según ella estaba lleno de judíos. Durante el primer
mes madre e hija concurrieron todos los sábados y domingos: iban después
de almorzar, recorrían las dependencias y uno a uno veían frustrarse sus
intentos de integración a grupos. Clara Evelia decidió comprar la raqueta y
el equipo de tenis para Gladys el mes siguiente, para anotarla en las clases
que se daban los sábados. Mientras tanto esperaba pacientemente que su
alumna socia apareciera un día con la familia y la presentase a otros socios.
El encuentro tuvo lugar el quinto fin de semana de asistencia
consecutiva y madre e hija por primera vez tomaron el té acompañadas. El
sábado siguiente la alumna no concurrió al club y tampoco su familia. Clara
Evelia e hija pasaron junto a la mesa de un grupo al que habían sido
presentadas por la alumna pero no fueron invitadas a sentarse. Ocuparon
una de las mesas pequeñas y pidieron té con tostadas. El mes siguiente pasó
sin que se concretase la compra del equipo de tenis.
Durante los meses de frío llovió varias veces en fines de semana y Clara
decidió que hasta el verano no volverían al club, ya para entonces
funcionaría la pileta de natación y no tendrían necesidad de compañía para
pasar un momento agradable.
Los progresos de Gladys en la escuela de bellas artes fueron, por el
contrario, rápidos e indiscutibles. Especialmente sus modelados en arcilla
llamaron la atención. Sus lecturas nocturnas se redujeron considerablemente
y los desplantes de Fanny la hallaron menos vulnerable. Llegado el verano
no quiso interrumpir las lecciones pero al mismo tiempo se inscribió en las
clases de natación del club, que se impartían a grupos seleccionados por
estatura, donde sorprendentemente se hizo amiga de otras niñas de su
grupo: a menudo era invitada a mesas grandes donde tomaban refrescos los
más jóvenes. Su madre prefería quedarse en casa. Años después Gladys
habría de recordar ese período —verano de 1948— como el más feliz de su
vida.
A fines de marzo se iniciaron sus menstruaciones, dolorosas e
irregulares. En abril el Instituto «Leonardo da Vinci» inició el año
académico y desde la primera clase Gladys no pudo quitar los ojos de
encima a un nuevo alumno de dibujo. El joven tenía dieciocho años, llevaba
el pelo desacostumbradamente largo con viril impertinencia y sus facciones
eran regulares y sensitivas. Se destacaban los ojos celestes y rasgados.
Desde el primer día Gladys se esmeró en su trabajo para llamar la atención
del joven, pero no lo logró hasta que coincidieron también en los turnos de
modelado. Allí no podía pasar inobservada porque los elogios del profesor
caían demasiado a menudo sobre ella. A fin de año el profesor decidió
presentar trabajos para el Salón de Otoño venidero. El joven concurrió con
un gigantesco Ícaro y Gladys con una cabeza de niño de tamaño natural.
Gladys deseaba que el joven ganara el premio y también deseaba ganarlo
ella para concitar la admiración de él. Cuando vio los trabajos expuestos en
el salón pensó que su trabajo pasaría inadvertido y concentró toda su
expectativa en la premiación del Ícaro. Así se lo hizo saber al joven. Este la
invitó a tomar un refresco en un bar y Gladys tuvo la casi certeza de que
con los años lograría el amor del joven.
El premio fue otorgado en marzo de 1949 y Gladys resultó ser la
ganadora más joven que se registraba en la historia del premio: catorce
años. Gladys fue abrazada por su madre. Clara lloraba y sus lágrimas
corrían ennegrecidas por el rimmel. Gladys buscó entre la concurrencia
otros ojos, celestes, rasgados y sin afeites. Los encontró, pero el joven la
miró brevemente sin saludarla y, desdeñoso, dio vuelta la cara en otra
dirección.
Primeros bailes
La primera compañera del liceo que cumplió quince años dio una fiesta
en su casa y Gladys fue invitada, pero los jóvenes presentes la consideraron
muy niña para sacarla a bailar. No obstante pasó un momento agradable
hablando con el hermano mayor de la agasajada y su novia. El tema de
conversación fue las novelas «Contrapunto» de Aldous Huxley y «Las
cabezas trocadas» de Thomas Mann. Cuando la pareja se retiró, Gladys
quedó sola sentada en su silla y debió esperar en esa posición una hora
hasta que su padre pasó a buscarla.
Durante ese año escolar y el siguiente Gladys vio multiplicarse el
número de jóvenes pretendientes que esperaban a sus compañeras a la
salida de clase. Tenía la impresión de que se generaban espontáneamente,
aparecían un día en la vereda donde el día anterior no había habido nada,
como hongos o yerba mala. Gladys mantenía la apariencia de una niña de
escuela primaria, y, en efecto, era uno o dos años menor que sus
compañeras, además de sietemesina.
Sexualmente hubo tres episodios importantes durante su prolongada
adolescencia. El primero tuvo lugar en el Instituto «Leonardo da Vinci»,
cuando un modelo varón sustituyó a la acostumbrada modelo mujer del año
anterior. El día de su primera sesión, Gladys había llegado a clase crispada
por la curiosidad, tomó su lugar acostumbrado y estaba preparando los
materiales de trabajo cuando el muchacho entró en la clase y empezó a
desvestirse. Gladys bajó la vista, el piso de madera formado por tablones se
veía seco y sin color pero recién barrido. El muchacho era retacón pero
atlético, de fuerte musculatura y un órgano sexual de dimensiones fuera de
lo común. Gladys miró al modelo, ya subido en su tarima y tomando la
posición que le indicaba el profesor. Este había puesto al alumnado en
antecedentes de la inexperiencia del muchacho, se trataba de alguien con
mucha necesidad de trabajo, esposa enferma en el hospital y un niño de
meses. Gladys había creído hasta entonces que todos los hombres tenían el
pene pequeño como las estatuas griegas. El terror y la excitación la
sacudieron fuertemente, sus glándulas actuaron a una velocidad nueva.
Pensó en el terrible dolor que significaría ser poseída por un hombre.
El segundo acontecimiento sexual señalado tuvo lugar el año siguiente,
a raíz de una conversación mantenida con Fanny. Esta ya contaba con
dieciséis años de edad y cierto día durante la clase de química empezó a
llorar cuando el profesor la calificó con un cero por no saber la lección.
Gladys se extrañó porque Fanny no daba importancia a las notas y en el
recreo le preguntó qué le ocurría. Fanny le contó que en la casa se oponían
a su noviazgo con un joven católico y que ella ya no lo podía dejar porque
durante ese año todos los sábados a la tarde se había entregado a él a la
salida del cine, Gladys sintió que el patio de baldosas del colegio era de
tablones como la sala del Instituto «Leonardo da Vinci», y que se volvía
oblicuo, hasta que los tablones desaparecían bajo sus pies y ambas caían en
un abismo negro: Gladys imaginó la profunda herida de la carne de Fanny,
lo único visible era la herida blanca y rosada como el tocino, en ese abismo
negro donde se escuchaba correr un río que no se veía, y que podía ser rojo
sangre. Cuando a su vez Gladys cumplió los dieciséis años dedujo que su
virginidad también estaba en peligro porque Fanny la había perdido a esa
edad, y tenía miedo de regresar a su casa sola, debido a las calles oscuras
que debía atravesar de vuelta del Instituto.
Poco después se registró el tercer suceso: una compañera del Instituto le
propuso salir con su festejante y un amigo de él. Gladys aceptó con agrado
porque la compañera le merecía confianza. La aparición del desconocido la
terminó de tranquilizar, era un joven delgado y débil como ella misma.
Tomaron el té en una confitería del centro y después fueron a caminar por
las plazas de Retiro. Gladys propuso sentarse en el sector iluminado donde
había bancos de piedra. La amiga propuso a su vez que Gladys se quedara
allí con su acompañante mientras ella iba con el suyo hacia la zona
despoblada cercana al puerto. Gladys no quiso quedarse sola con el
festejante y tampoco abandonar a su amiga: prefirió correr el riesgo de
adentrarse en la zona oscura. La amiga caminaba varios pasos adelante, de
repente se detuvo sonriendo y pidió que aumentaran la distancia que dividía
una pareja de otra. El acompañante tomó la mano a Gladys, ella no la retiró.
Caminaron algunos metros más en dirección opuesta hasta que Gladys se
detuvo, para no alejarse de la amiga. El joven la besó de sorpresa. Gladys
mantuvo la boca cerrada y miró hacia donde estaba la otra pareja. El joven
con otro movimiento sorpresivo la abrazó y la atrajo hacia sí. Gladys sintió
que el miembro del joven estaba erecto, descargas nerviosas desagradables
le sacudieron el cuerpo y se soltó. Siguió media hora de discusiones,
después de lo cual llegaron al acuerdo de que Gladys se dejaría besar si el
muchacho no la abrazaba. Durante todo ese tiempo Gladys vigiló de lejos a
su amiga, para su tranquilidad notó que el ruedo de la falda nunca había
ascendido, si bien ambos se estrujaban y parecían una sola sombra
recortada contra el farol. En cuanto a los avances de su festejante, Gladys
no debió preocuparse de ello en el futuro, porque nunca más la invitó a
salir.
Conciencia política
El 15 de setiembre de 1955 una revolución derrocó al régimen de Juan
Domingo Perón. Gladys no había ido a clase por temor a tumultos
callejeros, se levantó tarde y pidió a la doméstica —esta servía en casa de
su madre desde hacía pocos meses, últimamente no duraban las personas de
servicio porque Clara acostumbraba dosificar la comida— que le preparara
un café. La doméstica le sirvió un pocillo y no pudiendo contener más el
llanto fue corriendo al cuarto de servicio. Gladys se compadeció de la
muchacha y fue a decirle —sin atinar a otra cosa— que el nuevo gobierno
no abandonaría a la clase trabajadora, por el contrario, traería progreso y
bienestar al país. La muchacha siguió llorando sin contestar nada. Gladys se
preguntó a sí misma por qué estaba tan contenta de la caída de Perón:
porque era un régimen fascista, se contestó, y era preciso recordar lo que
Hitler y Mussolini habían sido capaces de hacer en el poder. Gladys además
estaba contenta porque sin Perón no había riesgo de que otra vez cerraran la
importación de revistas de modas y películas, y su madre no tendría más
problema con el personal de servicio. Y se detendría la inflación.
Formación profesional
En cuanto a su formación profesional, Gladys continuó haciendo
progresos técnicos, pero una pronunciada tendencia a respetar los cánones
clásicos, e incluso una complacencia inconsciente en copiar a artistas
consagrados, fueron minando su posibilidad de expresión personal. Según
sus detractores, esta fue la razón principal por la cual en 1959 se la nombró
ganadora de la beca anual para proseguir estudios de perfeccionamiento en
Estados Unidos durante quince meses. Gladys contaba por entonces
veinticuatro años de edad. El pedido de la beca había sido su razón de vivir
durante los dos años siguientes a su graduación y estaba segura de que si la
ganaba todos sus problemas se resolverían: en Estados Unidos, como
extranjera, su personalidad se tornaría misteriosa y atractiva, y en alguna
recepción mundana conocería a un impetuoso director de orquesta
sinfónica, húngaro o austríaco, y posiblemente a un novelista inglés,
desencadenándose así un inevitable drama triangular. Su imaginación
siempre prefería personalidades europeas, en general prófugos de algún
conflicto trágico como la segunda guerra mundial.
Alicia Bonelli nunca había simpatizado con EE. UU. pero se había
abstenido de hacer comentarios adversos al viaje hasta que este se concretó.
Entonces sí desaprobó el proyecto y dijo a Gladys que EE. UU. era el pulpo
que ahogaba a Latinoamérica, y consideraba una traición ir a estudiar allí.
Gladys respondió que ese país era la cuna de la democracia. Alicia replicó
que si fuera negra no pensaría lo mismo. Gladys no quiso seguir discutiendo
y se preguntó a sí misma cómo Alicia podía simpatizar con la URSS,
habiendo tales evidencias en contra como los libros «La noche quedó atrás»
de Jan Valtin y «Yo elegí la libertad» de Víctor Kravchenko, además de la
película «La cortina de hierro» con Gene Tierney y Dana Andrews.
En el extranjero
A su llegada, Washington estaba cubierta de nieve. La ciudad resultaba
el perfecto marco para los sueños que había concebido. La casa donde se
alojó era un bonito chalet de dos plantas, su cuarto miraba al pequeño patio
donde jugaban los nietos de la pareja propietaria, cuando venían de visita
los domingos. El resto de la semana Mr. y Mrs. Ellison recibían pocas
visitas y el silencio de la casa era apenas enturbiado por un lejano rumor de
voces que provenía del televisor. Gladys no introdujo ningún cambio en la
decoración de su cuarto porque le agradaba el carácter impersonal de esos
muebles típicos de modesto hotel de los años treinta: superficies lisas y
adornos escuetos. Gladys halló también de su agrado el trato afectuoso pero
distante de los dos ancianos y nunca debió darles explicaciones si algún
sábado a la noche o domingo a la tarde permanecía sola en su cuarto.
Gladys no logró interesarse en las clases teóricas del Virginia Center for
the Arts y tampoco se decidió a gastar el dinero necesario para adquirir los
implementos de trabajo. La excitación que le causaban las visitas a museos
—adonde tenía libre acceso— colmaba sus diarias aspiraciones de
renovación. Su plan maduró muy pronto; solicitaría, la visa de residente
para permanecer en el país una vez terminado el curso, y buscaría trabajo.
Por ello redujo al mínimo su presupuesto y rehusó salir con compañeros del
sexo opuesto ya que los gastos eran compartidos, y ellos gustaban de
locales de expendio alcohólico, un lujo prescindible. Gladys preveía que le
tomaría algún tiempo conseguir empleo.
Integración al medio
En la clase de Historia del Arte trabó amistad con una alumna oyente de
cincuenta años de edad, que le recordó mucho a Alicia. Las cartas de esta
llegaban todos los jueves y Gladys las contestaba puntualmente. Mary Ann
Hacker era el nombre de la alumna oyente, y Gladys pronto se encontró
repitiendo por carta a Alicia las mismas palabras que decía a Mary Ann, ya
fuese en clase o en el departamento que la nueva amiga ocupaba con su
esposo Ralph. Se trataba de un matrimonio sin hijos, Ralph trabajaba de
nueve a cinco en la sección publicitaria de una compañía importante y Mary
Ann cuidaba de la casa y realizaba sus trabajos en cerámica, sugeridos por
el psicoanalista que la había atendido cuando Mary Ann debió abandonar su
empleo a causa de una fuerte depresión nerviosa. Ralph no se oponía a
ninguna decisión de su esposa, temeroso de un posible desborde histérico, y
acogió con sumo agrado la aparición de Gladys, con quien su esposa
conversaba largamente dejándolo libre para leer el diario, resolver
crucigramas y mirar la proyección por TV de series de acción. Terminada la
beca, Gladys obtuvo con el patrocinio de Mary Ann el permiso de
residencia que tanto ansiaba. Dicho patrocinio consistía en una carta de la
ciudadana donde garantizaba la honestidad de la muchacha y se hacía
responsable de su conducta.
Tiempos difíciles
De vuelta a Washington Gladys halló dificultades para retomar su ritmo
habitual de vida. La molestaba sobre todo el insomnio arrastrado desde
Buenos Aires y se resistía a tomar calmantes por temor a crear un hábito. El
único aliciente fue la noticia de una separación temporal entre Bob y
esposa.
El día 29 de noviembre de 1962 tuvo un disgusto en la oficina debido a
un error suyo, cometido por distracción, que costaría a la firma un
embarazoso atraso con un cliente, y al caminar rumbo a su domicilio vio las
primeras vidrieras navideñas de la temporada: se aproximaban las fiestas
familiares máximas. Un repentino llanto histérico la sacudía y no lograba
contenerlo, tomó una calle lateral y caminó varias cuadras para
desahogarse. Decidió no ir a casa de Mary Ann como había planeado
porque esta la notaría alterada y nuevamente le aconsejaría ponerse en
tratamiento con un psicoanalista, o al menos probar su misma marca de
píldoras para dormir; Gladys no había podido contarle muchos de sus
pesares últimos debido a la insistencia de Mary Ann en recurrir a los
remedios apuntados. La resistencia de Gladys a los tratamientos
psicoterapéuticos tenía una razón fundamental: en su plan de ahorro para
comprar una propiedad inmobiliaria no entraban los gastos prescindibles.
Cuando el llanto amainó estaba relativamente cerca de su casa pero,
como si alguien le hablase al oído, Gladys obedeció una orden: tomar un
taxi, puesto que su cuerpo se había enfriado y podía constiparse, uno de sus
constantes temores. Si en ese momento hubiese retomado su ruta habitual
de peatón, habría encontrado en la avenida a un viejo conocido: el apuesto
autor del Ícaro. El muchacho estaba de paso por Washington —solo y
acuciado por problemas de toda índole— donde sabía que residía Gladys, a
la que habría visto con gusto de haber conocido su domicilio.
Ya en su casa Gladys preparó un sandwich de atún y tomate, llenó un
vaso de leche y dio las buenas noches a los dos ancianos de la casa.
Encendió la televisión y vio dos películas de la década del cuarenta que no
lograron interesarla. A medianoche no había logrado todavía conciliar el
sueño, le dolía la cabeza y no podía aceptar la idea de ver una tercera
película. Recorrió con la vista por enésima vez los contornos de los muebles
en la oscuridad, la asaltaron las ideas de siempre —sus compañeros
triunfantes y casados— a las que se sumaba la humillación del error
descubierto ese día en la oficina. De un salto se incorporó y encendió el
aparato de televisión. Pero la luz plateada le hería la retina y el dolor de
cabeza fue en aumento. Decidió abrigarse bien y salir a la calle para
caminar unas cuadras con el propósito de calmar sus nervios. El barrio de
chalets, con jardines que se prolongaban a veces hasta los árboles añosos de
la vereda, estaba sumido en el silencio y la oscuridad. Gladys aspiró el aire
fresco y sintió un alivio instantáneo. Caminó hasta la esquina para dar la
vuelta a la manzana. La detuvo una mano fuerte que le tapó la boca. Gladys
solo veía el brazo que enfundado en una manga de cuero negro la retenía
brutalmente por la cintura. A través de la ropa sentía el miembro erecto, el
asaltante la empujó dentro del jardín de una casa particular y la amenazó
con una cachiporra recubierta de pinchos: no debía gritar. Gladys tumbada
en el pasto prometió callarse. Él estaba embozado, de pie se bajó los
pantalones y le mostró el miembro. Gladys notó que era mucho más
pequeño de lo que había imaginado como tamaño común a todos los
hombres, y al descubrirse el hombre el rostro ella vio que la boca era
desdentada y la mirada perdida y demencial. Gladys instintivamente gritó,
con todas sus fuerzas. El hombre la golpeó en un ojo con la cachiporra y el
alarido de dolor proferido por Gladys consiguió asustar al asaltante, quien
huyó al ver que se encendían luces en la casa.
Los cuidados médicos costaron a la joven sus ahorros e incluso contrajo
una deuda para llevar a cabo la segunda intervención de cirugía plástica,
muy satisfactoria según los amigos de la paciente. El golpe de la cachiporra
le había roto el hueso que forma el arco de la ceja. El párpado izquierdo
también había sido desgarrado y el globo ocular había quedado destruido.
Gladys rechazó la colocación de un ojo de vidrio y el cirujano logró que el
párpado pareciera cerrado pero no hundido. La accidentada decidió llevar
permanentemente anteojos oscuros muy grandes, y cuando su jefe la envió
a Nueva York para asistir a Bob durante la estadía de un industrial
sudamericano en esa ciudad, la muchacha tomó además otra decisión.
Nueva York
Gladys actuaba estimulada por la noticia de la nueva ruptura de Bob y
esposa después de una corta reconciliación. Al cabo de una cena de
negocios, en el segundo día de su misión neoyorkina, Gladys propuso a Bob
que subiera a su cuarto cuando el joven la acompañó hasta la puerta del
hotel. Bob aceptó y cuando estaban en el cuarto la besó con aprensión;
Gladys temblaba. Bob le pidió que no dijera nada en la oficina, pero al
notar que Gladys seguía temblando de tal manera le preguntó por qué tenía
tanto miedo. Gladys quedó callada. Bob le preguntó si era virgen. Gladys
asintió y el joven se despidió diciendo que al día siguiente hablarían del
tema.
Sola en su cuarto Gladys seguía temblando. Apretó el timbre de los
camareros y apareció un anciano obeso quien a esa hora no pudo complacer
el pedido de un whisky doble. Gladys debió bajar al bar del hotel en la
planta baja. En la barra había un caballero de mirada bondadosa y
vestimenta impecable: cuando el encendedor de Gladys falló se acercó a
ella y le preguntó si no trabajaba en las Naciones Unidas. Gladys se sintió
tentada de mentir y respondió que sí. El caballero le habló de sus viajes a
México por negocios y del frío intenso que debía soportar en Chicago, su
ciudad de residencia. Cuando Gladys se levantó, el caballero la acompañó
hasta la puerta de su cuarto. Una vez allí le tomó la mano y se la besó con
ternura. Gladys sintió que algo se descongelaba dentro de su pecho, y de ese
pedazo de hielo que le pareció llevar bajo las costillas manaban lágrimas
abundantes; entraron, el caballero la sentó en sus rodillas y la cobijó en sus
brazos largos de raza sajona. Empezaron a sentir calor, el caballero quitó
algunas de las prendas de Gladys y la recostó, con su vista disminuida pero
vigilante Gladys seguía todos los movimientos del caballero. Este apagó la
luz, se quitó las propias prendas y terminó de desnudar a la muchacha, la
cual en ese momento se sentía agotada e incapaz de reaccionar.
Al día siguiente ni Bob ni Gladys, al encontrarse para almorzar con el
industrial sudamericano, sacaron el tema de la virginidad femenina, y dos
semanas después la muchacha presentó su renuncia a la compañía de
Washington para trasladarse con carácter definitivo a la ciudad de Nueva
York, donde había conseguido un empleo similar. Alquiló un departamento
pequeño y dos veces por mes se vio con su amigo de Chicago quien pronto
demostró tener similitudes sorprendentes con Mary Ann en lo referente a su
total confianza en los tratamientos psicoanalíticos. Gladys se sorprendió
también al notar que su goce sexual era muy limitado, ya que nunca
alcanzaba la culminación necesaria, pero temía hacerlo saber a su amigo
porque adivinaba la respuesta: un tratamiento psicoanalítico lo arreglaría
todo. Pocos meses después el caballero fue enviado a Texas por un período
de diez meses y gentilmente propuso a Gladys seguirlo, ya que su esposa
permanecería en Chicago con el resto de la familia. Gladys consideró que el
trastorno de mudarse y buscar un nuevo empleo no tendría una recompensa
valedera y prefirió permanecer en Nueva York.
Dos semanas después notó que pese al relativo éxito de sus encuentros
con el caballero de Chicago, su organismo se había habituado al ataque de
un cuerpo masculino y por la noche ciertos recuerdos, por ejemplo los
cunnilingus de que había sido objeto, le quitaban el sueño reproduciéndole
el mismo tipo de insomnio sufrido en Washington cuando recordaba el éxito
de sus compañeros de estudio argentinos.
Problemas nerviosos
Desde entonces hasta su vuelta a la Argentina cuatro años después,
Gladys tuvo relaciones sexuales con seis hombres en el siguiente orden: 1)
Francisco o Frank, mozo de cuerda de la firma donde trabajaba, un joven
mulato portorriqueño casado y padre de tres hijos; 2) Bob, su exjefe de
Washington; 3) Lon, un pintor de raza negra a quien conoció durante una
arriesgada excursión solitaria a un teatro off-Broadway; 4) Danny,
estudiante de Historia en la Universidad de Washington, de paso por Nueva
York para las fiestas de Pascua, y portador de un regalo de Mary Ann; 5)
Ricardo, mexicano desocupado que Gladys conoció en Acapulco durante
sus vacaciones; 6) Pete, el marido de una vecina de piso.
Los motivos que llevaron a Gladys a esos acoplamientos fueron los
mencionados a continuación. 1) A Frank —o sea el mozo de cuerda— la
atrajo el hecho de hallarse imprevistamente sola con él en un sótano de la
empresa y la necesidad de colmar el vacío dejado por el primer amante,
siendo preciso señalar que hasta un rato antes de estar abrazándolo no había
pensado que tal cosa podía suceder. Era viernes a la tarde y ambos habían
debido permanecer después de hora para ultimar un envío urgente a
Sudamérica. Gladys escribía las facturas y las etiquetas bilingües mientras
Frank preparaba el embalaje. Sus conversaciones previas a esa tarde nunca
habían durado más de cinco minutos, pero a las 19:30 juntos debieron
comer algo para reponer fuerzas y Frank la convidó con cerveza; momentos
más tarde Gladys alcanzó a gozar de un orgasmo pleno por primera vez en
su vida, deduciendo ya en su casa que el buen resultado se había debido a la
falta de expectativa, e incluso le volvió a la memoria una máxima de sus
compañeras de bachillerato, «los bailes más divertidos son los
improvisados».
2) A Bob —o sea el exjefe—, la atrajo el cúmulo de cualidades ya
apuntadas. Se habían encontrado casualmente por la Quinta Avenida,
después de meses sin verse, y la muchacha, para tornarse más deseable, le
contó que se había casado, «de lo contrario te invitaría a casa para estar
tranquilos y hablar», a lo cual Bob contestó que los sábados a la mañana no
había nadie en su oficina. Para Bob ella lucía cambiada en esa mañana,
segura de sí misma, mejor vestida —en efecto, había decidido gastar más
dinero en su arreglo personal—, e incluso interesante detrás de sus enormes
gafas negras, a lo que cabe agregar que la impresión de Bob era veraz: la
muchacha tenía otro aspecto desde que su objetivo en la vida —a partir de
lo ocurrido con Frank— era repetir aquel momento de goce, en brazos, por
supuesto, de alguien que le ofreciera un futuro. Ante Bob la joven de treinta
años se había prometido a sí misma representar el papel de aventurera
indiferente, pero al encontrarse semidesnuda en un sofá del despacho de su
exjefe —quien practicó un hábil juego con uñas y yemas de los dedos en el
sexo de la muchacha—, ella dio rienda suelta a sus emociones y confesó
entre abrazos, besos y caricias todo su amor del pasado. Gladys se había así
entregado totalmente por primera vez en su vida y calculaba que bastaría
muy poco para desencadenar el saludable éxtasis físico, pero
desafortunadamente no le bastó lo muy poco recibido pues el desempeño
del joven fue deficiente dada su extremada brevedad, aquejado como estaba
Bob de «ejaculatio praecox» en todas sus prestaciones.
3) A Lon —o sea el pintor negro—, la atrajo el sensual físico africano y
la posibilidad de hablar de arte, sumados al misterio de su existencia
bohemia. Se vieron regularmente una vez por semana durante un año hasta
que el joven se molestó por la reticencia de Gladys para preparar comida,
en el departamento de la muchacha, y en base a víveres que ella compraba
una vez por semana en el supermercado y guardaba en la heladera con el
firme propósito de hacerlos durar siete días. Además un desacuerdo había
insidiado la relación desde el comienzo, al mostrarle Gladys algunos de sus
dibujos de años atrás y descartarlos él como convencionales. Lon educó a
Gladys sexualmente y la acostumbró a una satisfacción física periódica.
4) A Danny la atrajo su prometedora condición de estudiante, abierta a
todas las posibilidades de triunfo; la llegada del muchacho fue sorpresiva y
el regalo de Mary Ann muy apreciado, un pañuelo de seda hindú.
Entablaron conversación con facilidad, él quería saber a qué espectáculos y
museos convenía asistir. Gladys dominaba la materia, el muchacho se
sorprendió ante tanto conocimiento, le expresó su admiración, lo cual
indujo a Gladys a hablar de su olvidada actividad artística. Al muchacho,
por su parte, ese tema lo llevó a contar que él a veces posaba para
dibujantes de la Universidad por su torso desarrollado, si bien tenía malas
piernas, algo combas. Sentía un irrefrenable deseo de desvestirse, le
excitaba sobremanera estar en una habitación con una mujer de más edad y
preguntó a Gladys si podía quitarse la camisa para que ella opinara sobre
sus cualidades plásticas. Gladys asintió, él se quitó la camisa y se paseó por
el cuarto, le dijo que la admiraba por sus vastos conocimientos artísticos.
Repentinamente tomó una mano de Gladys y la llevó a su bíceps izquierdo
para que ella apreciara su dureza, Gladys ante todo pensaba que ese
jovencito tenía toda la vida por delante, y que bien guiado podría realizar
una carrera brillante pues contaba con una cualidad evidente: sabía escuchar
y todo le interesaba, el arte, el deporte, las ciencias históricas. Con Danny
consiguió Gladys en un único encuentro su más satisfactoria relación hasta
esa fecha, pues unió atmósfera amorosa, y perspectivas de un futuro feliz, a
un acto físico pleno. El único momento desagradable del breve episodio
tuvo lugar al proponer el muchacho una visita al Museo de Arte Moderno:
Gladys se negó y dio como explicación que «no piso más los museos y las
galerías porque me deprimen».
5) A Ricardo —o sea el mexicano— la atrajo la apostura y el arte
seductor del joven, quien le hizo creer en un enamoramiento fulminante por
parte de él. El mexicano reemplazaba al guía que debió llevar a un grupo
heterogéneo de turistas en una recorrida de clubes nocturnos llamada
«Acapulco by night», y se alegró de que Gladys hablase castellano y lo
ayudase a entenderse con el resto del lote. Le contó que no tenía trabajo,
que había empezado la carrera de medicina y no había podido seguir por
problemas económicos. También le habló largamente de su ilusión de
emigrar a EE. UU. donde podría trabajar y estudiar al mismo tiempo.
Gladys estaba decidida a tener con él una aventura de vacaciones pero no
previó la posibilidad de enamorarse, por el contrario, estaba en contra de la
prolongación del idilio, con engorros tales como carteo, citas para el año
siguiente, etc. A pesar de ello, Ricardo en pocos días logró convencerla de
que dependía emocionalmente de ella y Gladys vivió así por primera vez en
su vida todas las alternativas de un amor —aparentemente— correspondido.
Los quince días de Acapulco colmaron todas sus aspiraciones románticas y
los dos meses siguientes de separación le hicieron concebir esperanzas
ilimitadas de feliz reencuentro.
Cuando los trámites empezaron a demorarse, los insomnios y la firme
decisión de no frecuentar a otros hombres amenazaron su estabilidad
nerviosa. En efecto, cada noche al acostarse no podía evitar la irrupción de
recuerdos eróticos que la excitaban y le impedían dormirse, todo ello si no
mediaba una dosis —pequeña— de somníferos. Cuatro meses después la
solicitud patrocinada por la muchacha para la inmigración de él a EE. UU.
—depositaría una fianza de mil dólares— recibió respuesta negativa del
consulado estadounidense sito en Acapulco debido a malos antecedentes del
candidato. El segundo y último viaje de Gladys a Acapulco, ocho meses
después, por un fin de semana, le demostró que la relación había terminado
puesto que cuando ella propuso quedarse a vivir en México —ya que él no
podía entrar en EE. UU.— el joven se opuso, además de mostrarse de
compañía esquiva.
De vuelta en Nueva York Gladys intentó reanudar relaciones con el
pintor Lon, pero este en el ínterin se había casado; durante el fin de semana
siguiente Gladys voló a Washington con el pretexto de visitar a Mary Ann
y, cuando se citó con el estudiante Danny, este apareció acompañado por la
novia.
6) A Pete —o sea el vecino—, la atrajo la necesidad angustiosa de
olvidar la traición de Ricardo. Habían pasado semanas sin que se le
presentasen oportunidades de conocer otros representantes del sexo
opuesto, cuando cierto día en que había faltado a su trabajo bajó al sótano
para lavar ropa en el electrodoméstico a monedas y entabló conversación
con un vecino. Gladys recordó que se trataba de uno de los inquilinos más
descorteses y malhumorados del inmueble, a quien temía encontrar en el
ascensor, pero la conversación se desenvolvió rápida y amena; el vecino —
todo el día encerrado en su departamento haciendo traducciones mientras la
esposa trabajaba en una oficina— contaba con gracia su lucha contra el
alcohol, por ejemplo la tentación que lo asaltaba de cruzarse a un bar, más
de una vez, durante su larga jornada de trabajo con la sola compañía de un
texto de lengua extranjera y dos diccionarios; al despedirse preguntó a
Gladys si no lo invitaría a un trago único en su departamento, y ella
contestó que desafortunadamente debía salir en seguida.
Al día siguiente el vecino tocó a la puerta de la muchacha y ella no pudo
menos que abrir, se debatía entre el deseo de tener compañía y el temor a
una complicación desagradable con un vecino casado; tomaron una medida
de whisky e hicieron el amor. Pero en las visitas sucesivas —una o dos
semanales— el vecino fue multiplicando dichas medidas y desplazando su
principal objetivo de placer; una mañana yendo hacia el trabajo Gladys
encontró en el ascensor a la esposa del vecino, esta la abordó, le dijo que
tratara de no tener alcohol en su casa, la saludó con fatigada tristeza y
desapareció. Gladys escondió el whisky, y durante la siguiente y última
visita del vecino este le pidió disculpas por su mal comportamiento, miró el
estante donde descansaban habitualmente whisky y soda —la botella
ansiada había desaparecido— y se despidió pocos minutos después con
embarazo.
Por entonces Gladys descubrió que los calmantes livianos que la habían
ayudado durante los largos meses de espera consular ya no le hacían efecto.
Particularmente la afectaba ver por la calle parejas jóvenes y apuestas en
actitud cariñosa cuando volvía por las tardes a su departamento,
perfectamente caldeado por el servicio central de calefacción. Lo hallaba
limpio, ordenado, ya que no pudiendo dormir más allá de las cinco de la
mañana se ocupaba en acomodar todo hasta que llegaba la hora de ir a la
oficina.
Pero durante ese invierno la situación se fue agravando, la falta de horas
de sueño le producía jaquecas crecientes y tuvo que aumentar la dosis de
calmantes, si bien la cantidad necesaria para hacerla descansar toda la
noche le producía somnolencia durante el resto del día y en la oficina debía
hacer esfuerzos penosos para concentrarse. Se vio obligada a pedir
frecuentes licencias; encerrada en el departamento trataba de recuperar
fuerzas descansando y mirando televisión. En primavera debió internarse
por temor a que la crisis nerviosa continuara y la obsesión de arrojarse por
la ventana la condujese a un acto que repudiaba.
Poco después, y por consejo médico, su madre llegó a Nueva York
procedente de Buenos Aires y convenció a la muchacha de volver a su país.
De Buenos Aires fueron directamente a Playa Blanca, pequeña localidad
balnearia donde Clara Evelia había obtenido en préstamo una casa de
amigos pudientes por tiempo indefinido. Corría el mes de mayo de 1968.
IV
Oficial inglés: (a bordo del expreso Shangai-Pekín) Tú has cambiado.
(distante, mirando por la ventanilla los paisajes fugitivos) ¿Se me
Marlene Dietrich:
ve menos atractiva?
Oficial inglés: No… te hallo más hermosa que nunca.
Marlene Dietrich: ¿En qué he cambiado?
Oficial inglés: No lo sé… pero me gustaría explicártelo.
Marlene Dietrich: Pues bien… he cambiado de nombre.
Oficial inglés: Te has casado.
(irónica y amarga) No… hizo falta más de un hombre para
Marlene Dietrich: transformarme en (acaricia las plumas negras de su tocado)…
Shangai Lily.
Oficial inglés: (con despecho mal disimulado) Conque tú eres Shangai Lily.
La notoria Flor Blanca de la China. Habrás oído lo que se dice de
Marlene Dietrich:
mí y, lo que es peor aún… lo habrás creído.
Los titulares y partes de textos que el oficial leyó sin prestarles atención
fueron los siguientes: 1) «ÚLTIMAS BAJAS DE ESTADOS UNIDOS — Saigón, 7
(UP) — Más de 30 helicópteros norteamericanos fueron derribados o
sufrieron accidentes en Vietnam del Sur en las últimas dos semanas,
pereciendo por lo menos 49 militares aliados en esos desastres, según se
informó hoy en…» 2) «RECRUDECE LA TENSIÓN EN IRLANDA DEL NORTE —
Belfast, 7 (UP) — Los protestantes desoyeron hoy las exhortaciones del
nuevo primer ministro James Chichester Clark y anunciaron que efectuaran
manifestación este fin de semana contra el otorgamiento de mayores
derechos civiles a la minoría católica de Irlanda del Norte para la…» 3) «NO
ABRIRÁ LA OEA SUS PUERTAS AL COMUNISMO — RECHAZÓSE UNA PROPUESTA DE
CHILE PARA INVITAR A LAS REUNIONES A PAÍSES ROJOS — Washington, 7 (UP)
— Chile propuso hoy “abrir las puertas de la Organización de los Estados
Americanos, OEA, a los países del área socialista”, pero fue derrotada en su
esfuerzo en ajustada votación como lo…» 4) «SEVERA ACUSACIÓN RUSA
CONTRA PEKÍN — Moscú, 7 (UP) — La Unión Soviética acusó hoy al
máximo dirigente de China comunista, Mao Tse-tung, de utilizar la
“revolución cultural” china para preparar militarmente a su nación para una
nueva guerra mundial. Una serie de artículos difundidos por la prensa
soviética acusan a Mao de instaurar una sucesión “monárquica” en el
partido comunista chino y de utilizar “las armas soviéticas destinadas a
Vietnam del Norte” contra sus opositores políticos cuando…» 5)
«ESTUDIANTES DE LA PLATA GANÓ POR 3-1 — Se jugó anoche en la capital de
la provincia el segundo partido semifinal por la Copa Libertadores de
América entre los equipos de Estudiantes de La Plata y de Universidad
Católica, de Santiago de…» 6) «ENTREVISTA ENTRE NIXON Y ROCKEFELLER —
Washington, 7 (UP) — La Casa Blanca informó hoy que el presidente
Richard M. Nixon tiene planeado entrevistarse este fin de semana con el
gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, antes de que este inicié su
misión de estudio por 23 países latinoamericanos a comenzar el…» 7)
«FINALIZÓ LA REUNIÓN DE LOS GOBERNADORES — EL MINISTRO DEL INTERIOR
LOS EXHORTÓ A TRABAJAR POR LA TRANSFORMACIÓN DEL PAÍS — Alta Gracia
(Córdoba) (De un enviado especial) — Con la asamblea realizada ayer, que
comenzó a las 9:10, presidida por el primer mandatario de la Nación,
teniente general Juan Carlos Onganía; las exposiciones del ministro del
interior, doctor Guillermo Borda; del secretario de Estado del Consejo
Nacional de Desarrollo (CONADE), doctor José María Dagnino Pastore, y del
asesor de la provincia de Buenos Aires, almirante Muro de Nadal,
finalizaron las deliberaciones de la Tercera Conferencia de Gobernadores
que desde el lunes último estaba reunida en el Sierras Hotel de esta ciudad.
Según se informó se cumplió sin mayores modificaciones el programa
adelantado el martes a la noche por el doctor Díaz Colodrero a los
periodistas, es decir, hubo una exposición del…»
VI
Has hecho un gran trabajo como directora de este Asilo. Has
Abogado: solucionado muchos problemas. Pero ahora surge otro. El matrimonio
Eldridge… quiere al pequeño Sam.
(sus ojos bondadosos se vuelven duros como el cristal) No. A ese niño
Greer Garson:
le devolví yo la vida, me quiere ¡y me pertenece!
Sí, tú le devolviste la vida. Pero él necesita un hogar, una casa normal,
Abogado: con padres que considere suyos. Este no es un hogar, es una
institución.
(apasionada) Entonces me iré de aquí, dejaré el Asilo. He encontrado
Greer Garson: padres para miles de criaturas ¡ahora quiero un niño para mí! Quiero a
Sam. Aquí está mi renuncia al Directorio.
Escucha, el día que tu marido murió, me dijo algo que nunca te conté.
Me dijo que él creía que Dios te había quitado a tu propio hijo en tu
Abogado: juventud para que miles de chicos sin hogar pudieran saber lo que era
el cariño… (va hacia la puerta) En fin, tu marido tal vez se equivocó
(sale sin coraje para mirarla de frente).
(está anonadada por el golpe asestado, pero trata de rehacerse y sube
al cuarto donde duerme el pequeño huérfano, lo despierta y lo
Greer Garson: estrecha en sus brazos sedientos de cariño) Mi bien, de ahora en
adelante… quiero que me llames mamá, no tía. Tú y yo… nos iremos
de aquí. Tendremos muy pronto un hogar de verdad, juntos.
Niño: ¡Oh, tía… mamá! ¿nosotros dos solos?… ¿una casa con verja y todo?
(plena de esperanzas) ¡Una casa con verja y todo! (se oye el timbre de
la puerta de calle, luego la voz temblorosa de la señora Eldridge en el
salón, preguntando por la directora del Asilo. Esta siente que todo está
Greer Garson:
en peligro ¿se permitirá tal acto de egoísmo?, ¿esa verja que había de
separar del mundo a ella y el pequeño no existe?, ¿nunca existió, ni
existirá?).
Padre e hijo
Leopoldo Druscovich hijo vio a su padre prácticamente por primera vez
cuando contaba siete años de edad, estaba almorzando como de costumbre a
las once y media de la mañana para entrar a clase una hora más tarde y la
ausencia de sus dos hermanas esa mañana había redundado en un menú
dictado por él mismo a la doméstica: dos huevos fritos con papas fritas,
indigestos según Amalia. La puerta se abrió, entraron padre y tío seguidos
de las muchachas. Los dos hombres se habían afeitado la tarde anterior en
Mendoza y tenían la barba ya algo crecida, las ropas provinciales estaban
ajadas, los ojos enrojecidos por la vigilia en un vagón de tren, el aliento
cargado, y al abrazar al niño por entre el saco, el chaleco y la camisa
percudida escapaban ráfagas de sudor axilar.
Habían de estar todos reunidos hasta las cuatro de la tarde, hora en que
el señor Druscovich debía internarse en un sanatorio para tratar su fuerte
angina de pecho; al niño se le permitió faltar al colegio. El padre lo miró en
lo hondo de las pupilas como buscando la serpiente oculta que había picado
a la desaparecida, y le preguntó qué quería ser cuando llegara a grande. El
niño respondió que quería ser aviador y casarse con Olga. El padre
respondió entonces que entre hermanos no había casamiento y el pequeño
Leo, como lo llamaban en casa, repitió un gesto que había observado en
chicos más grandes del colegio cuando decían «me caso con tu hermana,
que es más baquiana». El gesto consistía en formar un aro con el pulgar y el
índice de una mano y atravesarlo con el índice rígido de la otra mano. El
niño nunca había pronunciado esa frase anteriormente, pero sintió como si
alguien se la dictase al oído y no resistió la tentación de repetirla, sin tener
idea de lo que significaba todo ello. El señor Druscovich alzó la voz, ordenó
al niño no decir semejante cosa nunca más. El niño no comprendía el
porqué de esa orden y repitió que él se iba a casar con Olga. Amalia notó la
cólera de su padre y dio una fuerte bofetada al niño para hacerlo callar.
Durante el almuerzo de sus mayores a Leo se le permitió ir a la vereda.
Leo salió y vio pasar por enfrente a una mujer con delantal blanco. Era una
de las maestras de su escuela. Leo pensó que ella podía verlo y contarle a su
maestra que cierto niño había faltado a clase sin estar enfermo.
Inmediatamente subió al departamento, pero a pocos pasos del comedor se
detuvo, oyó que en la mesa hablaban de él. Las muchachas contaban al
señor Druscovich las anécdotas más notorias del niño, y se reían con afecto,
pero Leo se sintió humillado ante la complicidad de hermanas y padre.
Entre otras cosas comentaban que: a) evidentemente Leo sería buen
comerciante porque las muñecas y demás juguetes viejos de sus hermanas
desaparecían periódicamente y Leo aparecía con soldaditos de plomo,
pelotas desinfladas, revólveres de cebas, todo en base a canjes realizados en
la acera o la plaza; b) un amigo de la casa —Amalia prefirió no aclarar que
era su festejante— había enseñado a Leo a soltar golpes y atajarlos, y en
una ocasión en que Olga había intentado abofetear al niño este no solo se
había atajado sino que con fuerza había colocado su puño cerrado en el
estómago de la hermana, cortándole la respiración; c) a Leo se le decía que
debía portarse bien porque en Mendoza su padre veía a su madre muerta
que bajaba del cielo y le podía contar todo, a lo que el niño un día respondió
que si la madre bajaba un día del cielo a Buenos Aires, él le iba a pedir que
lo llevara para ver de cerca los aviones que volaban.
Algo más tarde Amalia regañó a la doméstica por haberle dado huevos
fritos al niño que vomitaba en el baño. Antes de salir rumbo al sanatorio
Amalia acostó a Leo y le puso una bolsa de agua caliente en los pies. Olga
quedó encargada de cuidarlo. Antes de salir, el padre besó al niño con
ternura y en voz baja le dijo que los hombres podían decir malas palabras,
pero nunca delante de las mujeres, y le guiñó el ojo. Leo no entendía nada
de lo que se le decía, en lo único que podía pensar era en que todos habían
de salir y él se quedaría jugando con Olga.
Olga y Leo
Olga tenía quince años y conocía todos los juegos imaginables, pensaba
Leo. Había un juego que lo divertía mucho más aún que el de los fantasmas.
Era un juego que tenía lugar de noche cuando Olga acostaba a Leo, o de
día, si el pequeño estaba en cama enfermo. El juego consistía en lo
siguiente: Olga decía «había una vez una hormiguita que iba paseando,
paseando…» y con las yemas de sus dedos índice y mayor tamborileaba
desde la muñeca hasta la axila del niño y allí le hacía cosquillas, el niño se
contorsionaba y ambos reían, pero la culminación del juego venía después,
cuando Olga empezaba a tamborilear por el pie del niño e iba subiendo por
la rodilla, donde hacía una pausa, para después continuar el ascenso por el
muslo hasta llegar a la rosada ingle infantil donde los tamborileos se
multiplicaban y Olga exclamaba «… y la hormiguita encontró un ratoncito
y asustada se escapó…», a lo cual seguían cosquillas en la barriga, «… pero
después la hormiguita volvió y vio que no era un ratoncito, era una
campanita, y empezó a tirar de la campanita, tilín, tilín…», y Olga tironeaba
del diminuto miembro viril, haciendo reír convulsivamente al niño.
Leo esperó pacientemente que su hermana terminara de hablar por
teléfono con una compañera de liceo que la ponía al tanto de lo acontecido
en su día de ausencia a clase. Olga colgó el tubo y fue a mirarse al espejo
del baño. Leo la llamó a jugar. Olga respondió que jugarían a leer cuentos.
Sin saber por qué Leo enrojeció y dijo que quería jugar a la hormiguita.
Olga respondió negativamente, porque su papá se enojaría. Leo no se animó
a insistir, sintió en la boca rastros de jugo gástrico y en vez de retener la
materia fecal que repentinamente bajaba por su intestino, temblando de
rabia cedió al impulso incontrolable de evacuar en la cama. Olga se negó a
limpiarlo, y mientras la doméstica cambiaba las sábanas Leo le contó, que
su hermana no quería jugar más a la hormiguita. La doméstica riendo le
propuso que él le tirara de la campanita a Olga, y Leo corriendo fue hacia la
adolescente e intentó subir la mano por debajo de la falda. Olga se apartó y
le dijo que era un niño bocasucia y desobediente, por eso ella no jugaría
más con él.
Cuando Amalia llegó más tarde no contestó a ningún saludo y fue
corriendo a su cuarto a llorar. Los médicos se habían referido a la salud de
su padre en términos poco alentadores, pero el niño creyó que su hermana
lloraba porque él se había portado mal. Más tarde, ya de noche, en su cuarto
del sanatorio el señor Druscovich se remordía por haber dejado tanto
tiempo solas a sus hijas —las había encontrado vestidas con poco recato a
su parecer, y demasiado pintadas— y clamaba en silencio por la ayuda de
su esposa muerta, necesitaba de su consejo, mientras que en el
departamento Amalia lloraba desconsolada a causa del diagnóstico y Leo
lloraba arrepentido de su desobediencia. Olga y la doméstica dormían.
Al día siguiente Leo espió por la cerradura del baño y vio a Olga
desnuda por primera vez, solo a la doméstica se animó a comentarle el
hecho. «Olga tiene una plantita», la doméstica se reía a carcajadas y lo
contó a las hermanas. Amalia enojada dijo a Olga que como castigo ese fin
de semana no le daría dinero para el cine y que si los veía jugar una vez más
lo contaría todo a su padre. Olga descargó su rabia en una fuerte bofetada a
Leo. Amalia a su vez dijo al niño «la tenés merecida, con el pobre papá
enfermo grave y vos te seguís portando mal. Ay, Leo, vos sos muy chiquito,
pero todos tenemos que rezar para que papá se salve». El señor Druscovich
volvió a Mendoza una semana después y falleció en casa del hermano, a
consecuencia del cáncer de tráquea descubierto durante su internación.
Problemas de adolescencia
a) Leo dejó de comulgar a los catorce años, cuando le dio vergüenza
hablar durante la confesión de sus masturbaciones.
b) Por su desarrollo prematuro era uno de los más fuertes de la clase y
su sola presencia imponía respeto. Además, por el tamaño de su órgano
sexual era admirado y celebrado por sus compañeros, quienes lo obligaban
a exhibirse cada vez que llegaba un nuevo inscripto al colegio. Leo también
tenía fama de protector de los más débiles, por eso nadie comprendió su
reacción cuando un compañero enclenque, y muy apreciado por él, durante
un recreo en broma dijo que la joven profesora de Historia había perdonado
el aplazo por estar «caliente» con Leo. Este le pegó una fuerte trompada, sin
motivo aparente. Arrepentido se fugó del colegio y por ello casi fue
expulsado.
c) A los dieciséis años con compañeros de clase fue a una obra en
construcción donde los esperaba una prostituta y su empresario. Era la
primera vez que Leo iba a tener relaciones sexuales y se cohibió cuando
llegó junto a la mujer; salió de la habitación y pidió al empresario que le
devolviera el dinero, a lo cual el hombre se negó maltratando de palabra a
Leo: para estupor de sus compañeros el muchacho no reaccionó ante el
atropello y se retiró con la cabeza gacha.
d) Ese mismo año un compañero de clase llevó a Leo a la reunión en
casa de un exprofesor de la facultad —cesante por su filiación socialista—,
durante la cual se hicieron apasionadas acusaciones de nazista al gobierno
del General Perón, recién electo. Leo halló fundamentadas dichas
acusaciones y frecuentó esas reuniones semanales durante cierto tiempo, si
bien le preocupaba su imposibilidad de concentrarse en lo que se discutía.
e) A los 18 años entró a la Facultad de Arquitectura. Durante las clases
tenía dificultad en seguir la exposición del profesor y no lograba tomar los
apuntes completos. A pesar de sus esfuerzos en plena clase solía distraerse
y temía que el motivo fuese la masturbación que no lograba evitar cada
noche. Se acostaba y la erección se adelantaba al pensamiento: el
pensamiento era casi siempre el mismo, cierto incidente en un gimnasio del
Ministerio de Educación. Había sucedido el año anterior, él se había
retrasado haciendo ejercicios de barra y había entrado a la ducha cuando ya
todos sus compañeros habían partido; se dio cuenta de que había olvidado
el jabón cuando ya estaba desvestido, miró por el piso y no encontró ningún
resto. Pensó que a pocos pasos estaba la ducha de las alumnas, desierta. Se
arriesgó a cruzar el pasillo. Encontró un trozo semiderretido de jabón
blanco. Además en un rincón yacía un bolso olvidado. Cedió a la curiosidad
y lo abrió, contenía un equipo femenino de gimnasia escolar. Se oyeron
pasos, la puerta había quedado abierta y una jovencita entró desprevenida.
Ambos quedaron inmóviles, la jovencita miró el rostro de Leo y contra su
voluntad descendió la mirada hasta el miembro viril. En seguida salió y
desde afuera pidió con voz ahogada que le alcanzara el bolso. Leo tenía ya
el miembro erecto. No sabía si salir y mostrarse a la joven o si sacar tan
solo el brazo por la puerta entrecerrada. Dudó un instante, pegando su
cuerpo contra la pared. Entreabrió la puerta y sacó el brazo con el bolso.
Los pasos de la joven se oyeron rápidos y huidizos. Pero Leo todas las
noches volvía a sentir la mirada de la muchacha sobre su miembro y no
podía perdonarse a sí mismo el haberla dejado escapar. Se revolcaba en la
cama arrepentido y para calmarse imaginaba de muchas maneras diferentes
el desarrollo de la escena, la cual terminaba invariablemente en una
sangrienta desfloración. Leo cerraba los ojos y al rato su semen se mezclaba
en el pensamiento con la sangre de la muchacha.
f) Las exigencias de la Facultad eran mucho mayores que las del colegio
nacional y un día Leo decidió pedir ayuda para completar los apuntes a la
salida de clase. Se trataba de una muchacha que ya lo había mirado varias
veces por los pasillos, no era por cierto la más linda del curso, vestía
pobremente, tenía la figura algo pesada y dientes con manchas verdosas. A
quien Leo codiciaba era a Carola, la más atractiva y elegante, una
muchacha de dinero, pero se acercó a quien le había dado muestras de
interés y pidió ayuda para completar los apuntes de esa mañana. Decidieron
alguna vez estudiar juntos en casa de ella. Ese día Leo venció el asco que le
daban los dientes de Susana, que así se llamaba, y la besó. La abuela estaba
en la otra pieza, pero Leo intentó de todos modos levantarle la falda. Susana
le ordenó que se fuera, Leo se levantó para irse y Susana riendo burlona le
dijo que volviera a sentarse junto a ella. «Veo que sos un buen chico»,
agregó Susana y Leo le pegó fuertemente en la mejilla con el revés de la
mano, llevado por un impulso que no comprendía. Susana empezó a
murmurar insultos, entre sollozos contenidos para no alarmar a la abuela.
Leo se le arrojó encima y empezó a besarla con furia. Más lo insultaba
Susana y más deseo sentía él: tomó por la fuerza una mano de la muchacha
y la puso sobre su miembro erecto. Le alzó las faldas. Susana aferró sus
calzones para impedir que se los bajara. Leo enardecido abrió tres botones
de la bragueta y colocó su órgano entre los muslos de Susana. Así llegó el
orgasmo. Este simulacro de acto sexual se repitió varias veces sin mayores
variantes, hasta que un día al entrar en casa de Susana y comprobar que
estaban los dos solos Leo sintió un raro desagrado. Se sentaron a estudiar y
la maniobra de siempre recomenzó: con sorpresa Leo. palpó que Susana no
tenía calzones. Inmediatamente su erección amainó. Se sintió mal y fue al
baño a vomitar. Al salir del baño vio que Susana estaba acostada en la cama
de la abuela. Susana habló con voz melosa: «Quiero ser tuya, Leo. Abuelita
se fue a ver una parienta enferma en Mercedes y no vuelve hasta mañana».
Leo se desnudó junto a Susana pero no logró la erección. A medianoche se
despertó y pudo penetrar a Susana. Sintió desprecio por ella al terminar el
acto, y se prometió a sí mismo no volver a verla.
Juventud de Leo
Al día siguiente la repulsión fue reemplazada por el deseo habitual y
mientras estudiaban Leo puso su mano por debajo de los calzones de
Susana. Por miedo a la abuela debieron salir a la calle y en una vereda
oscura volvieron a fornicar, de pie.
Al volver Leo a su casa —el mismo departamento donde seguía
viviendo con Amalia, Olga y el marido de esta— encontró a su cuñado solo,
leyendo el diario bajo la lámpara de la sala. El nombrado contó a Leo que
las hermanas habían ido juntas al cine y le estaba por decir el nombre de la
película cuando notó en el pantalón del joven manchas blancuzcas. Lo
reprendió por descuidado, ya que esas manchas habrían revestido un
carácter verdaderamente obsceno ante los ojos de las hermanas. Leo en
seguida fue al baño, se quitó los pantalones y frotó las manchas con un
cepillo humedecido; la reprimenda de su cuñado en vez de molestarlo hizo
que su sensualidad se volviera a desatar, y esta vez mucho más fuertemente
que junto a la muchacha en la calle oscura. Leo se volvió a poner los
pantalones, pero la erección no desaparecía. Su miembro marcaba una recta
por debajo del pantalón. El muchacho esperó un momento pero la situación
no cambiaba, y no podía detener el desfile de imágenes eróticas que
pasaban por su mente: la muchacha del vestuario, Carola, las muchachas
desnudas de los documentales cinematográficos «Sífilis, el infierno del
sexo» y «Cómo se nace y cómo se muere». Ante la imposibilidad de pasar
junto a su cuñado en esas condiciones volvió a bajarse los pantalones y se
masturbó sumergido en un vaho caliente que brotaba de su piel. Al alcanzar
el orgasmo imaginó que la abuela de Susana abría la puerta cancel del
zaguán donde la pareja estaba fornicando, y debido a la sorpresa Leo sacaba
su miembro de la vagina para espanto de la anciana que miraba dicho objeto
como un arma del diablo. Apagado el orgasmo Leo tuvo la impresión de
haber gozado plenamente por primera vez en su vida, y decidió que la
vagina de Susana había sido la fuente de su satisfacción. Al día siguiente
Leo concurrió a la reunión semanal en casa del profesor socialista y su
compañero habitual le dijo que estaba harto de oír hablar tanto sin poder
pasar a la acción. El compañero se despidió porque iba a visitar a una
prostituta para aplacar su enojo. El compañero estaba llegando a la esquina
cuando Leo lo alcanzó; juntos entraron al departamento que ocupaba el
portero de un edificio nuevo, administrador de la prostituta era el mismo
portero. Primero pasó al dormitorio el amigo, quince minutos más tarde
Leo. La prostituta tenía un aire de cansancio y desaliño, le pidió a Leo que
terminara pronto porque tenía prisa. Cuando Leo la penetró empezó a
quejarse y acusarlo de bruto, «todos se creen que las putas tienen una
cacerola ¿no sabés que una puta puede ser estrecha?». Leo se enardeció, la
prostituta volvió a urgirle que no demorara. Leo terminó de introducirle el
miembro mediante un empujón seco y ella empezó a chillar de dolor y a
pedirle que fuera más suave. Leo atinó solamente a redoblar su brutalidad y
la mujer trató de desligarse. Forcejeando Leo alcanzó un orgasmo pleno
como el de la noche anterior en el baño. Se vistió embargado por una nueva
felicidad y abrazado con su amigo fueron a tomar una gaseosa al bar de la
esquina.
El domingo siguiente Susana le telefoneó extrañada por la ausencia del
muchacho. Le hizo saber que la abuela había ido a Mercedes nuevamente;
Leo se dirigió de inmediato a su casa. Susana le abrió la puerta y fueron sin
trámite alguno al dormitorio. La muchacha no ofrecía la menor resistencia,
Leo la penetró sin dificultad. De pronto su erección amainó y pese a todas
las tentativas esa tarde no fue posible completar el acto. Leo no fue nunca
más a casa de Susana.
El siguiente domingo, 4 de octubre de 1949, la muchacha lo llamó pero
Leo hizo decir que no estaba, solo en su cuarto intentó retomar el texto que
estudiaba cuando una erección repentina se lo impidió. A la media hora
salió rumbo al departamento de la prostituta. Debió esperarla largos
minutos pues ella había ido a visitar un pariente internado en el hospital.
Cuando la mujer volvió se negó a atenderlo. Leo salió a la calle sin poder
responder una sola palabra, su deseo era insultarla pero tenía una laguna
total en la cabeza. Iba a tomar el subterráneo con rumbo a su casa pero se
detuvo, como si alguien le hablase al oído y le indicase caminar en vez unas
cuadras para calmar los nervios. Leo obedeció, no bajó al subterráneo, pero
nada en la calle parecía ayudarlo, la moda de las faldas ajustadas —
marcando el trasero— que adoptaban las transeúntes no le permitía pensar
en otra cosa.
Había caminado doscientos metros por esa avenida cuando un sujeto
rubio de caminar delicado se dio vuelta repetidas veces para mirar a Leo.
Con aire distraído miraba cada vez el suelo y raudamente después la
bragueta del muchacho. Este no pudo reprimir una nueva erección, subió a
un colectivo. El sujeto también. El colectivo estaba lleno, el sujeto se pegó
al cuerpo de Leo. Este bajó y el otro también. Leo repentinamente se dio
vuelta y con mal tono le preguntó qué quería. El otro le dijo que si Leo no
se enojaba él le podía succionar el miembro: Leo no pudo contener una
sonrisa de alivio ante la cercanía de una descarga sexual. El sujeto tomó
coraje y dijo que también se dejaría penetrar, si así le proporcionaba más
goce. Caminaron en silencio algunos minutos, se presentó un baldío oscuro,
cercano a la casa de Leo. En un momento que no pasaba nadie entraron,
Leo abrió su bragueta y sacó el miembro erecto. El sujeto empezó a
succionar. Leo se separó y le pidió que se bajara los pantalones. El sujeto se
negó porque el miembro era muy voluminoso. Leo le agarró un brazo con
toda su fuerza y le repitió la orden. El sujeto se bajó pantalones y
calzoncillo. Leo trató de penetrarlo. El otro se debatía y trataba de soltarse.
En un momento consiguió desprenderse y se tocó el esfínter: mostró sus
dedos ensangrentados a Leo. Este le pidió que se diera vuelta, esta vez
tendría más cuidado. El sujeto se negó. Leo le rogó que se diera vuelta. El
otro entonces empezó a correr con los pantalones semicaídos por entre los
altos yuyos hacia la salida. A mitad de camino tropezó y cayó. Leo se le
echó encima y lo inmovilizó. De un solo golpe le introdujo la mitad del
miembro. El sujeto no pudo reprimir un alarido de dolor, Leo interrumpió
sus movimientos. Esperaron unos minutos en silencio, ambos temerosos de
que un policía viniera atraído por el grito. Leo no pudo contenerse y
recomenzó el vaivén, tapando la boca del otro con una mano. El sujeto se
debatía. Leo comenzó a sentir su placer en aumento, le acarició el pelo de la
nuca. El otro no soportó más el tormento e hincó los dientes con todas sus
fuerzas en la mano que lo amordazaba. Leo desesperado de dolor por el
mordisco que no cedía vio un ladrillo al alcance de su mano y se lo aplastó
contra la cabeza. El otro aflojó la presión de los dientes y Leo prosiguió el
coito, la estrechez del conducto anal le proporcionaba un deleite nuevo, en
seguida le sobrevino el orgasmo, murmurando «decime que te gusta,
decime que te gusta». No obtuvo respuesta, el sujeto echaba espuma por la
boca. Él placer de Leo, ya en las vetas supremas, se empañó muy pronto
falto de un ulterior rechazo por parte del otro. Salió despavorido, en la
bragueta tenía manchas de sangre, se quitó el saco y lo llevó en la mano
para cubrirse. Entró a un bar y buscó el número de la Asistencia Pública.
Cuando estuvo seguro de que nadie lo oía llamó y ahuecando la voz avisó
que había un herido en el baldío de Paraguay al 3300.
Al volver a su departamento encontró al cuñado escuchando radio en la
sala, con el volumen muy bajo para no molestar a los demás, trasmitían un
partido de fútbol nocturno. Leo estaba evidentemente alterado y su cuñado
le preguntó si tenía «líos con alguna pibita». Leo asintió. El cuñado
respondió que «el hombre que se deja basurear por una mujer está listo. No
dejes que te manejen nunca, aunque un pelo de concha tira más que una
yunta de bueyes». Leo se retiró sin contestar. Las pesadillas lo asaltaron
toda la noche. A la mañana siguiente entre las noticias policiales del diario
figuraba el caso de un amoral encontrado en fin de vida en un baldío, por
aparentes motivos de hurto. Nunca apareció crónica referente a la captura
del culpable. Tampoco se publicó la noticia de la muerte de la víctima.
Actividades políticas
Al año siguiente, un compañero de Facultad informó a Leo sobre una
manifestación en la que se planeaba protestar por la reciente cesantía de un
profesor que en clase se había declarado contrario al Presidente, General
Perón. Leo se sintió solidario y de ese modo entró en contacto con
miembros del Partido Comunista. El muchacho admiraba la valentía de sus
compañeros y trató de unirse a la organización, si bien le pareció encontrar
resistencias. Estas eran reales, algunos de los afiliados desconfiaban de Leo
por su físico sobredesarrollado, que les hacía pensar en un agente de la
policía secreta. La insistencia del muchacho logró vencer la desconfianza y
al tiempo le fueron encomendadas misiones menores.
Pocos meses después, en circunstancias comprometedoras, fue apresado
por la policía: dos individuos vestidos de civil lo habían seguido desde la
puerta de la imprenta donde se imprimían panfletos antigubernamentales.
Leo se percató e intentó despistarlos cuando ya era tarde. La policía quería
ante todo descubrir el lugar donde los panfletos serían depositados por Leo,
y al no lograr que el muchacho inadvertidamente los llevara hasta allí lo
sometieron a torturas. La sesión tuvo lugar en una comisaría del barrio sur,
el cuarto era pequeño. Leo alcanzó a ver un camastro, una mesa con radio,
una especie de caña y un cable arrollado, en seguida cayó al suelo a
consecuencia de un puñetazo en el vientre que sin proferir palabra le aplicó
uno de los policías vestido de civil. La radio a todo volumen trasmitía
animadas canciones del litoral. Durante la segunda sesión se le amenazó
con aplicar la picana eléctrica en la ingle, y el acusado contestó en seguida a
las preguntas que se le habían estado formulando. Echado en el camastro,
desnudo, con las comisuras de los labios ensangrentadas, los párpados
ennegrecidos, Leo claudicó ante el terror de quedar sexualmente inválido.
Cuando vio que uno de los agentes volvía a enrollar el cable, Leo pensó si
el sujeto del baldío antes de morir habría sufrido tanto como él. Se preguntó
si con la tortura recién infligida habría ya pagado en parte por el crimen
cometido, y se respondió a sí mismo que ahora además de asesino era
delator, las lágrimas fluyéndole gruesas como gotas de glicerina. Fue
sintiendo un alivio creciente, pensó en la satisfacción que los mártires
cristianos habrían experimentado en medio de sus peores sufrimientos. Los
compañeros denunciados lograron de todos modos escapar, pues al notar el
retraso de Leo se fugaron encontrando refugio en el interior del país. Uno
de ellos habría de tener figuración política tiempo después. La reticencia
que encontró Leo entre sus compañeros de militancia al volver a la Facultad
hizo que cesaran sus relaciones con el partido.
Actividades laborales
1951 — Después de abandonar la Facultad de Arquitectura por su
dificultad creciente para concentrarse en el estudio, Leo entró como
ayudante de diagramación en una revista de fotonovelas e historietas, por
recomendación de un amigo de Olga, su hermana menor. A los pocos meses
descubrió por indiscreción de una secretaria —dejó a su alcance libros de
contabilidad— que allí en realidad se encontraba como aprendiz sin sueldo
y que el dinero cobrado provenía del bolsillo de Olga. Leo perdió control de
sus nervios, abordó a su hermana y la acusó de humillarlo. Ella respondió
que de ese modo había querido proporcionarle un oficio ya que no había
sido capaz de terminar una carrera universitaria. Se acercó a Leo y lo
acarició, «tuvimos que hacerte de madre, y las madres a veces nos
equivocamos». Leo sintió la caricia como el roce de un bicho viscoso: su
hermana había obrado bien, él lo comprendía, pero ello no impedía que su
caricia le resultase repulsiva.
Leo se fue de la casa ese mismo día y se instaló en una modesta pensión
con clientela del interior. Se trataba de jóvenes de ambos sexos, procedentes
del litoral y del norte. Venían a trabajar a las fábricas nuevas —abiertas en
base a créditos del gobierno de Perón—, escapando ellos a los magros
sueldos agrícolas, y ellas a la desocupación que en sus tierras solo se
evitaba entrando en el servicio doméstico. En la pieza había dos camas, su
compañero ya estaba durmiendo cuando la dueña de la pensión introdujo a
Leo, pero se despertó y entablaron conversación, se trataba de un albañil
correntino. Leo le contó que estaba sin trabajo y el compañero contestó que
en su obra había vacantes para peones sin especialidad. A la mañana
siguiente se presentó y trabajó allí dos meses, como si se tratase de un
entrenamiento gimnástico. En cuanto a la pensión, allí se produjo una
situación favorable a Leo puesto que los provincianos eran mayoría y el
porteño minoría —tan solo Leo—, lo que los llevó a adoptar al minoritario
y protegerlo. En la mesa le servían el mejor trozo de carne de puchero, al
baño lo dejaban pasar primero cuando había mucha gente esperando turno,
y otras amabilidades similares. El muchacho se sintió íntimamente
conmovido.
La simplicidad de Aureliano, su compañero, también le resultó
beneficiosa, ya que tenía preocupaciones muy diferentes, por ejemplo
mandar dinero a Corrientes para su madre enferma y cuatro hermanos
menores. Leo consideró que esos eran problemas reales y no los propios.
Cuando cobró la segunda semana de trabajo sintió el impulso de darle una
parte a Aureliano, pero decidió guardar el excedente para un caso de
enfermedad y postergar el regalo para la semana siguiente. Antes de
cumplirse ese plazo, de un departamento vecino a la obra pidieron a
Aureliano hacer un arreglo en el balcón y Leo se desempeñó como
ayudante. Aureliano le dijo que con ese dinero inesperado se iba a dar un
gusto: llevaría una prostituta al cuarto, la había visto hacía tiempo y no la
podía olvidar. La mujer los visitó la madrugada del jueves. Leo esperaba en
el patio oscuro y silencioso de la pensión. Aureliano salió radiante de
felicidad y le dijo que la prostituta lo encontraba muy buen mozo y le
prestaría sus favores por pocos pesos. Leo entró, la muchacha era atractiva
y le dijo «estoy podrida de cabecitas negras, a vos te cobro la mitad, o lo
que tengás». Leo sufrió dificultades de erección y no pudo alcanzar el
orgasmo. Dos días después cobró la tercera semana y no hizo a Aureliano el
regalo previsto.
La semana siguiente tuvo un altercado con otro pensionista por motivos
políticos; Leo se había cuidado de no manifestar su antiperonismo, pero
estaba nervioso y dijo que la clase dirigente necesitaba preparación y el
gabinete de Perón era improvisado. Leo creyó que el incidente estropearía
la buena relación con el grupo pero a los pocos días todo estaba olvidado.
En cambio otro episodio, aparentemente sin importancia, tuvo mayores
consecuencias: una de las muchachas pensionistas, roja de vergüenza le
puso cierta mañana una carta en la mano. En la misma se declaraba
enamorada y le daba cita en su pieza a medianoche, pues sus dos
compañeras tenían horario nocturno en una fábrica. Leo no apareció, por
temor a que el encuentro fuera poco satisfactorio y ella lo comentara a los
demás. Pocos días después Leo salió del baño y una muchacha que esperaba
lo miró con gesto agrio y le dijo que «algunos se creen quién sabe qué, que
los otros no valen nada y pueden esperar una hora». Leo noto que en el
grupo femenino la hostilidad crecía, temió que el fenómeno se propagara al
sector masculino y a fin de mes se mudó a una pieza de inquilinato, donde
no tenía contacto obligatorio con los vecinos. También abandonó la obra en
construcción y buscó otro trabajo.
1952 — Previa afiliación obligada al Partido Peronista entró como
diagramador en un diario oficialista de la tarde. Allí conoció a un dibujante
que lo introdujo al ambiente de los artistas plásticos, netamente
antiperonista, pues era la convicción general que «Perón se sirve del pueblo
ignorante para cumplir sus propósitos ególatras de poderío». Dos años
después sobrevino una denuncia al respecto y ambos quedaron cesantes.
Ciertos aspectos de la vida íntima de Leo en el ínterin habían entrado en
una faz estacionaria.
Faz estacionaria
De sus experiencias había deducido que los goces sexuales menos
conflictuados los lograba con prostitutas, a las que evitaba ver por segunda
vez. Prefería en ellas la actitud desconfiada que adoptaban en una primera
cita, mientras que le repugnaba la aceptación lasciva que expresaban en un
reencuentro. Pero este sistema presentaba dos inconvenientes, era caro y
llevaba tiempo encontrar constantemente caras nuevas. Por ello Leo trató de
reducir los encuentros a uno semanal.
En una primera etapa buscó mujeres los sábados, pero pronto descubrió
que ese día estaban más solicitadas y los precios por ende subían. Los
miércoles era más fácil, las encontraba y las llevaba tarde a su cuarto,
además era un modo de dividir la semana laboral en dos partes. Iba a
buscarlas a estaciones ferroviarias o a la zona de los bares portuarios. Pero
esos siete días tardaban en pasar, a la noche no podía dormir, erecciones
implacables lo mantenían insomne hasta que su orgullo cedía y se
masturbaba, cosa que según él solo le estaba permitido a un adolescente.
Trató de evitar el hábito, y para ello comenzó a anotar en una libreta sus
masturbaciones. Se propuso pasar dos noches entre una eyaculación y otra,
pero no pudo. Se conformó con caer en la tentación día por medio —
viernes, domingos y martes— aunque detestaba el efecto posterior, a la
mañana siguiente le atacaban indefectiblemente dolor de cabeza y depresión
anímica. Los domingos se quedaba en su cuarto y comenzaba la
masturbación ya al despertarse, pero cuando sentía el orgasmo muy
próximo interrumpía la acción e iba a almorzar a la calle, después volvía y
retomaba el acto, alargándolo hasta las cuatro o cinco de la tarde: lo
importante era eyacular una sola vez, porque dos veces le producía jaquecas
decididamente insoportables. Finiquitado el trámite, hacia las seis, se
encontraba con algún amigo para ver un espectáculo o iba solo, retirándose
a dormir antes de medianoche. La alternativa era siempre la misma, cine o
teatro. Si no tenía compañía para esa tarde desechaba la idea de ir al teatro
porque lo humillaba estar solo en los entreactos, siendo su temor máximo
que lo sorprendiera allí algún conocido. En cambio yendo al cine podía
tomar la precaución de entrar a la sala cuando ya las luces estaban
apagadas, y se levantaba de la butaca unos momentos antes de terminada la
proyección; desde la última fila de platea leía la palabra fin. El hecho de ser
visto solo en una sala de espectáculos para Leo constituía una condena:
quien no tenía compañía los domingos había fracasado en la vida.
Su hermana mayor
En su primer día de desocupación, al quedar cesante como diagramador
del diario, Leo decidió visitar a Amalia, su hermana mayor, en el sanatario
donde estaba internada. Llegó al segundo piso decidido a no hablar de su
despido para evitar preocupaciones a la enferma. En el pasillo la hermana
menor lloraba sostenida por los brazos del marido: Amalia, 38 años de edad
y soltera, estaba en peligro de muerte, a la simple operación de apéndice
había sobrevenido una embolia. Leo fue a la capilla del sanatorio y rezó
después de muchos años que no lo hacía, lloró largamente pidiendo morir él
en lugar de Amalia, y por primera vez desde el día de la tortura policial
alcanzó una total calma de espíritu, una sensación de justicia, entregado ya
a la muerte de todo corazón. Esa misma noche Amalia superó la crisis que
se suponía fatal y Leo se sintió algo contrariado por la buena noticia. Se
percató de la dualidad del sentimiento y se avergonzó de sí mismo.
1955 — Después de meses desocupado, Leo entró como redactor y
experto gráfico en una agencia de publicidad. Nuevamente Olga había
intervenido con sus amistades influyentes. Allí se encontraba cuando cayó
el gobierno de Perón. Leo sintió un inmenso júbilo al pensar que aquellos
policías torturadores ya no tenían más poder. Pero al rato recordó las
palabras de otro detenido —«juro que el día que caiga Perón, y que va a
caer por más cabecitas de mierda que lo vayan a defender, ese día voy a
venir a esta comisaría para hacer justicia con mis propias manos»—, y
sintió piedad por los policías, estaba decidido a ir él a la comisaría y
avisarles del peligro que corrían. Una celebración con champagne en la
agencia lo detuvo.
Nueva fase
Cierto aspecto de la vida íntima de Leo, en el ínterin, había entrado en
una nueva fase. Un compañero de la agencia le habló de un bar elegante
donde se encontraban a la hora del té mujeres de pequeña y alta burguesía
—algunas de ellas casadas—, dispuestas a pasar un momento agradable en
compañía masculina sin especulación pecuniaria. La operación se efectuaba
de mesa a mesa mediante miradas, al rato salían por separado y el encuentro
se producía finalmente en la vereda. El éxito de Leo fue inmediato y
sostenido. Evitaba el segundo encuentro con excusas y, si el muchacho
volvía a ver a alguna de sus conquistas, con un saludo seco evitaba
cualquier complicación.
Regreso de Europa
En base a sus importantes ahorros, el exfuncionario Leopoldo
Druscovich abrió una galería de arte en Buenos Aires y poco después la
vendió porque le aburría la parte mercantil de la empresa. Además de ese
modo podría dedicar todo su tiempo a una revista de informaciones donde
estaría a cargo de la sección de artes plásticas. Se trataba de su primer
desempeño como redactor.
Estado civil
Leo cumplió los 31 años, ya de vuelta en su país, sin haber tenido nunca
una relación sexual que fuese al mismo tiempo afectiva. Por eso ante la
insólita estabilidad de sus relaciones —espaciadas, es preciso acotar— con
la señorita Amalia Kart, diagramadora de la revista, Leo decidió casarse
esperanzado en poner fin a sus trastornos sexuales. Estos consistían en el
perturbador accidente de siempre: su erección cedía durante el coito y no
alcanzaba el orgasmo.
Poco tiempo después de casado, el accidente —que nunca se había
producido durante meses de esporádicas relaciones premaritales— se
produjo por primera vez con su esposa. A la semana siguiente se repitió y
un mes después la dificultad se tornó crónica. Ella al principio colaboró
aportando paciencia y ternura, pero llegó un momento en que sus nervios no
resistieron la prueba: era de mañana, un oportuno resfrío de Leo había
servido de excusa para cancelar durante varios días los encuentros sexuales,
y cuando la esposa quiso incorporarse para tomar su bata Leo la agarró de
atrás con brutalidad haciéndola caer sobre la cama. Lo que siguió ella no
habría de perdonárselo nunca, porque su actitud esquiva desencadenó
insultos, empellones, forcejeos, un escupitajo, rodillazos y un golpe de puño
que le quebró el canino superior izquierdo. Al ver la sangre Leo detuvo la
agresión y quedó jadeando echado en la cama. Ella se arrastraba por el
suelo en dirección al cuarto de baño. La amenazó: «si no decís lo que
pensás en este momento te voy a dar una patada en el estómago». Ella, en el
suelo, titubeó y después arriesgó una contestación: «impotente, sos un
impotente». Él quiso cumplir la amenaza de patearla pero sus miembros no
respondían, se sentía paralizado por esas palabras. La esposa se vistió
mientras él miraba fijo los cables que iban del velador y el ventilador al
tomacorriente. Ella salió.
Al aeropuerto de Ezeiza fueron a despedirla sus padres cuando,
indemnizada con los seis mil dólares que guardaba Leo en el banco,
emprendió un largo viaje por Europa, donde se afincó.
A partir del infeliz suceso, Leo vio totalmente interrumpidas sus
relaciones sexuales. Volvió a la masturbación, como terreno más seguro, y
solamente cuando el hastío de la soledad le impedía eyacular recurría a una
prostituta —aunque ese tipo de profesional por entonces le producía
repulsión en la Argentina, donde hablaban castellano como él— para que le
practicara un felacio calmante.
CURRICULUM VITAE
(formulario que retiró la artista plástica María Esther Vila para presentar a
la Comisión Organizadora de la Muestra Interamericana, a realizarse en
San Pablo durante el mes de julio de 1969).
Nombre:
Lugar y fecha de nacimiento:
Estado civil:
Domicilio:
Estudios:
Antecedentes artísticos:
Premios:
Obras propuestas para la Muestra de San Pablo:
Fecha de presentación del presente informe:
15 de mayo de 1969
La oficina del Departamento de Policía ya descrita.
El oficial acaba de colocar sobre su mesa de trabajo el diario de la tarde
recién aparecido, abierto en la sección de noticias policiales. Su asistente,
de pie, mira también el diario, por encima del hombro del superior. Suena el
teléfono, el asistente atiende por el aparato que le corresponde, colocado
sobre el escritorio más pequeño. En seguida avisa a su superior que se trata
de la misma mujer que días atrás había solicitado asesoría psiquiátrica. El
oficial pide a su asistente que grabe la conversación y se dispone a atender
la llamada por su propio teléfono. El asistente no logra poner en
funcionamiento el magnetófono y sin perder más tiempo abre un cuaderno y
empuña una lapicera para tomar nota taquigráfica de la conversación. El
oficial da la señal de conformidad y empieza a hablar. Durante la
conversación repetidas veces deja caer la vista sobre los titulares del diario
—«Quemó la casa con la amiga adentro», «Fracasó un asalto y un maleante
resultó muerto», «Audaz asalto en Rosario: roban 4 millones», «Detenidos
en Tucumán», «Cuatro sádicos menores», «Crimen del estanciero»,
«Quitóse la vida tras envenenar a sus dos hijos», «Menú completo», «El
operativo en Tucumán», «Un grupo extremista asaltó un banco en Villa
Bosch», «Informe sobre un grupo de extremistas»— y parte del texto que
sigue a cada titular pero sin concentrarse en la lectura, prestando atención
solo a su interlocutora. La versión taquigráfica tomada es la siguiente:
—Hola
—Ud. no acordar mí
—Acordar
—Muy preocupada
—Hablar confianza
—Recordar hablarle mi conocido, violento, considerar peligroso
—Sí
—Ahora datos precisos
—Venir aquí inmediato perder tiempo, nosotros ayudar posible
—No necesidad yo ir, datos alarmantes, puedo teléfono, Uds. decidir
después hacer qué querer
—No, Ud. aquí, todo simplificar
—No, tiempo perder, vida persona juego, hombre peligroso, yo no más
responsabilidades, vida peligro correr
—Decir nombre hombre, ya
—Yo contar sucedido, no imaginado, Ud. encontrar nombre, no delatar
sangre fría, ser amigo enemigo después
—Hablar
—Hombre ya otro crimen, hace años
—Seguir
—Él casar 63 después relaciones prematrimoniales mujer 2 años,
siempre dificultad llevarse bien gente, nunca poder convivir nadie, mujer
trabajar redacción revista, buena prematrimonial, miedo convivencia
recordar siempre miedo peleas cuando joven, que perder control lastimar
gente compañero colegio, violencia antiviolencia
—No interrumpir
—Esto delatar
—¿Preso peleas?
—No, pero no estar segura
—Seguir, él haber casado
—Buena prematrimonial, amistad esta mujer, compromiso no, libres,
pacto fidelidad nada, eso esperanzar, animado buen signo animar casar,
trabajar juntos revista, pero convivencia, hombre nervioso, imposible vivir
alguien 24 horas día irritar, poner loco
—¿Cómo todo esto Ud.?
—Porque él contar, yo dar cuenta es así
—Seguir
—Pocos meses, contactos matrimoniales mal empezar otra mujer,
corista, con relación física, esta mujer especie cómo decir, mantenida, casi
prostituta recibir otros hombres dinero, mayores, dinero y entrevistas mi
amigo entorpecidas ir venir otro señor, que pagar cuentas
—¿Cómo llamar él?
—No coraje, consulta no ser delación, yo llamar él X, facilitar
comprensión, X empezar sentir atado, carnalmente esta mantenida, no
tolerar frustración no verla ella ocupada otro amante, día timbre casa sin
avisar no encontrar
—¿Esposa saber otra mujer?
—Sí, X contar todo, separar esposa, ella dejar redacción ir vivir Europa,
vivir Europa sola mejor morir, querer volver, X quedar Buenos Aires,
obsesión mantenida aumentar estar solo, un día ir casa sin avisar no
encontrar, portero cómplice no dar dato, X sobornar portero verdad, portero
contar mantenida dar orden no dejar entrar X porque tomar miedo X celoso
posesivo, detalle importante, hacer amor X marcas cuerpo mantenida y
amante oficial percibir, suerte Ud. este momento no ver porque poner
colorada
—Yo no escandalizar, seguir
—Esa noche X guardia frente casa mantenida situada barrio calles
árboles oscuras
—Perdón ¿cómo X contar Ud.? ¿cuándo?
—Ya días empezar contar, amenazas contra otra mujer todavía no
nombrar, ayer ir su despacho encontrar enfermo pedir acompañara casa,
temor pero lástima, acostar preparar té caliente, contar historia, según X
nunca saber nadie
—X mantenida puerta calle, continuar
—Sí, ella llegar taxi X abordar, mantenida decir no ver X porque miedo
porque vida organizada y X complicaciones, preocupación no distracción,
X abrazarla pero mantenida desprenderse tocar desesperación timbre
portero, X sentir avergonzado salir correr llegar esquina doblar aflojar paso,
una cuadra allí notar alguien seguir, una mujer, exesposa
—¿No estar Europa?
—Sí pero volver incógnito esos días llamar redacción después casa sin
dar nombre temor rechazada, no poder encontrar última tentativa ir casa
mantenida ver allí vereda agazapado una fiera deseo, no animar acercar, ella
testigo escena X mantenida, preferir no intervención hasta X salir correr,
entonces ella seguir hasta alcanzar
—¿Ella no miedo?
—No evidente enamorada, X decir ella únicamente acostumbrada
cuerpo X, evidente ella no poder olvidar volver para relaciones, caminar
empezar acariciar calles oscuras X nervioso después escena mantenida,
hablar nada miedo tocar temas no ofender sentimiento mutuo incluso,
repente X decir mejor no tocar, despedir allí, ella tomar mano llevar
mejillas mendigar caricia, X repulsión modo ella rebajar orgullo deseo, ella
abrazar fuerza, pocos pasos un baldío sumido oscuridad, X debatir
excitación física y repulsión, ella separar X y entrar baldío, matorrales altos
cubrir, él no resistir seguir, ella arrojar suelo desabotonar ropa, X de pie
mirar empezar desvestir, empezar amor, él apasionado pero silencio, repente
ella desligar cuerpo, ella pedir él decir querer ella, él no decir, él abrazar
nuevo, ella negar cuerpo volver pedir declaración, él tomar fuerza intentar
continuar acto ella debatir él superioridad fuerzas dominar, ella gritar él
asustar soltar, inmóviles momento él miedo algún vigilante ronda oír entrar
baldío, pasar segundos ella acomodar ropa él también vestir esperar
momento si alguien venir baldío pero silencio total nadie oír nada, ella
aprovechar levantar querer correr salir tropezar algo caer suelo, él alcanzar
volver sujetar ella vestida él rasgar ropa volver poseer, ella amenazar gritar
él atar jirón vestido boca completo descontrol ella zafar mordaza amenazar
gritar, él ladrillo alcanzar mano ella forcejear él querer aplastar ladrillo
contra cara fuera sí, ella aflojar brazos terminar quitar ropa, él amordazar
nuevo esta vez nudos más fuerza deseo destrucción o sea autodestrucción,
ella no mover, él poseer nuevo, ella no resistencia ni modo alguno tener
ojos abiertos muy nada más, terminar acto él quitar mordaza, mujer no
respirar, haber asfixiado
—¿Qué hacer cadáver?
—Cuidar nadie ver buscar auto volver baldío, cargar cuerpo viajar horas
delta, arrojar cuerpo sitio fuerte correntada
—¿Nadie ocupar mujer desaparecida?
—Nadie saber llegada país, él contar todo revivir pesadilla volver morir
gozar aliviar dormir terminar relato llorar convulsivo, todo tiempo durar
confesión cabeza mis rodillas como chico, yo levantar preparar té ya
preparar otra taza mi llegada él furioso rechazar, ahora calmo aliviado,
colocar almohada debajo cabeza, él tirado sofá volver cocina él sofá
sonrisa, tazas té pedir segunda taza, fumar uno sacar coche acompañar casa
hablar nada todo caminar sonrisa, puerta casa besar frente, volver su casa
tener sueño
—Hombre muy peligroso, deber dar nombre
—Llamar Leopoldo Trescovich
—Deletrear
—D David R Rosa U único S Susana C Carlos O Osvaldo V Victoria I
Ignacio C Carlos H Homero (aquí comunicación fin interlocutora colgar
tubo).
Los textos del diario que el oficial leyó sin prestarles atención fueron
los siguientes: 1) QUEMÓ LA CASA CON LA AMIGA ADENTRO — Santa Fe, 15
(de nuestro corresponsal) — Un irascible sujeto, tras una discusión, intentó
eliminar a su compañera incendiando la casa. Abelardo García, argentino,
de 45 años, luego de un altercado con su concubina Ernestina R. de Peralta,
argentina, 50 años, cerró las puertas y ventanas de la vivienda precaria que
ambos ocupaban en Yatay 3457, y luego de rociarla con combustible le
prendió fuego y huyó. Felizmente algunos vecinos… 2) FRACASÓ UN ASALTO
Y UN MALEANTE RESULTÓ MUERTO — Sarandí — Dos individuos irrumpieron
en la perfumería ubicada en Laprida 2378, propiedad de Ignacio Prado, y
amenazaron a este con sendos revólveres. Mientras realizábase esta
operación y los malvivientes pasaban a las dependencias privadas y se
apoderaban de joyas y dinero, recibióse en la comisaría 4a una llamada
telefónica anónima, por lo que una comisión policial salió para el local
situado a ocho cuadras del lugar donde desarrollábanse los hechos, y arribó
cuando los dos individuos aprestábanse a retirarse. Sorprendidos por la
policía, los dos malhechores retrocedieron y comenzaron a disparar contra
los agentes. Estos repelieron la agresión y uno de los delincuentes cayó
mortalmente herido al… 3) AUDAZ ASALTO EN ROSARIO: ROBAN 4 MILLONES
— Tuvieron que dominar a unos 100 empleados — Rosario, 15 (de nuestro
corresponsal) — Alrededor de las 10:40 de esta mañana, cuatro hombres y
dos mujeres cometieron un atraco en los establecimientos Persano y Cía.,
ubicados en Av. Jujuy 1800 llevándose 4 millones de pesos moneda
nacional, tras lo cual se dieron a la fuga, sin que hasta el momento hayan
podido ser localizados. A la hora indicada los autores del hecho
descendieron en el lugar al que habían arribado en un coche taxi modelo
Chevrolet 1964, chapa R. A. 3075, penetrando rápidamente en el edificio.
Dos de ellos vestían uniforme de la policía provincial, usaban chapas de la
Policía Federal y portaban metralletas, en tanto una de las mujeres llevaba
peluca rubia… Los individuos se apoderaron del dinero y abandonaron
luego el local ascendiendo nuevamente al taxi en el que habían llegado.
Antes de hacerlo repartieron profusamente volantes escritos con tinta roja y
firmados por un Comando de Acción Revolucionaria Popular «Liliana
Raquel Gelin», donde se dice, entre otras cosas, que «hay que expropiar al
oligarca Persano para que sus bienes vuelvan al pueblo que él mismo…» 4)
DETENIDOS EN TUCUMÁN — Tucumán, 15 (de nuestro corresponsal) —
Fueron detenidas, tras espectacular persecución, dos personas que el 12 de
diciembre pasado asaltaron la estación local de NX5, Radio Güemes, y
despojaron de su arma y uniforme al agente que la custodiaba. Se trata de
Emma Laura Schultze, argentina, de 25 años, estudiante, y de Raúl Arturo
Rauch, de igual nacionalidad y 26 años, también estudiante universitario.
La mujer tenía captura recomendada por ser activa participante de una
célula subversiva, y el hombre estuvo en prisión por integrar una guerrilla
que actuó en Orán, provincia de Salta. Se les secuestraron numerosas
armas, incluida la del policía asaltado, y se busca a otros cómplices que…
5) CUATRO SÁDICOS MENORES — Con la detención de sus autores, que
resultaron ser cuatro menores de 17, 16, 15 y 17 años, la policía de Bella
Vista aclaró un grave delito privado cometido en perjuicio de una mujer de
26 años, en la madrugada del 2 del actual. En esa fecha, la víctima, cuyo
nombre reservamos por razones obvias, denunció que encontrándose en
casa de una pareja amiga, a las 4 de la madrugada llegó a la finca un auto en
el que viajaban cuatro muchachones, amigos de la pareja, e invitaron a los
tres a que los acompañaran a visitar a un amigo en la localidad de Moreno.
Aceptada la invitación, emprendieron el viaje en dos autos. En uno la pareja
y otro amigo, en el otro —un Fiat— la denunciante y los cuatro
muchachones. Efectuada la visita emprendieron el regreso a Bella Vista,
pero en la ruta 5 al salir de Moreno, perdieron de vista al otro rodado. El
conductor desvió el vehículo hacia una calle de tierra, deteniéndose
posteriormente y ordenando que todos bajaran. Ya en el suelo, los
muchachones atacaron a la mujer y luego de golpearla, la despojaron de sus
ropas y la sometieron a vejámenes mediante amenaza de muerte. La policía
detuvo a los depravados y secuestró el vehículo utilizado para… 6) CRIMEN
DEL ESTANCIERO — Un Avión y una Mujer, Claves del Misterio — Mar del
Plata, 15 (de nuestro corresponsal) — En un marco de lógica reserva, se
desarrolla la investigación que se practica en la órbita policial y de los
servicios de seguridad del Estado, con el fin de aclarar los móviles reales
del asesinato del hacendado Antonio Romano, de 53 años, quien fue
ultimado en su estancia de 16 000 hectáreas, ubicada en Mar Chiquita, por
el joven estudiante de abogacía Norberto Crocco, argentino, de 28 años, con
domicilio en la Capital Federal. Especialistas de los servicios de seguridad
del Estado intervienen en la investigación porque se está afirmando la
convicción de que se está ante un suceso derivado de un plan trazado por
una organización política extremista. En efecto, por sobre el hermetismo de
los funcionarios a cargo de la dilucidación del enigmático hecho de sangre,
ha trascendido que se considera que el objeto de los terroristas era perpetrar
un atentado en la base de lanzamientos de cohetes de la Fuerza Aérea,
instalada sobre la Laguna de Mar Chiquita; posiblemente, el objetivo que
debía alcanzar Crocco era volar el polvorín de la base, con lo que se creía
lograr un «impacto» sensacional en la opinión pública. Y Crocco habría
llegado a la estancia de Romano porque este empresario y hacendado era la
única persona —además de los militares— que tenía acceso a la base.
Poseía una llave que le permitía el ingreso y este privilegio era
consecuencia de la confianza que se le tenía, que partía desde la fecha en
que Romano prestó toda su colaboración a la Aeronáutica militar, cuando se
realizaba la construcción de la… 7) QUITÓSE LA VIDA TRAS ENVENENAR A SUS
DOS HIJOS — Berazategui — En una precaria finca de la quinta colonia Del
Carmen, Edelmira Barraza de Pintos hizo ingerir sulfato de nicotina a sus
hijos Antonio Eufrasio y Froilán Pedro Pintos. Cuando se produjo el deceso
de los niños la mujer tomó la misma droga que también le causó la muerte.
En el escenario de la tragedia la policía halló una carta en la cual la mujer
detalla los motivos que… 8) MENÚ COMPLETO — Un Comando Repartió
Carne Gratis y Otro Hizo una «Donación» de Leche — Córdoba (de nuestra
agencia) — Ayer, la leche; hoy, la carne, y mañana ¿qué? Los habitantes de
un barrio de emergencia recibieron un reparto gratuito de carne, a primera
hora de la mañana de ayer. Apenas clareaba cuando fuertes bocinazos
alborotaron a los habitantes del barrio Güemes, una villa de emergencia. Al
grito de ¡carne gratis para todos! desde un camión se convocaba a la gente
que no tardó en volcarse junto al vehículo, donde un comando extremista
comenzó el reparto del producto… Sánchez conducía el camión de reparto
de carnes, que pertenece al frigorífico «Albini», cargado de varias reses
para distribuir entre su clientela cuando a la altura del kilómetro 3, camino a
San Roque, cuatro individuos que descendieron de un automóvil Fiat 1500,
a los que se unió después otro individuo, que iba en bicicleta, le
interceptaron el… 9) EL OPERATIVO EN TUCUMÁN — En otro operativo
realizado en Tucumán, por tres hombres y una mujer, fue asaltado el
trasportista de un tambo que llevaba 220 cajones de leche, repartiendo
luego el producto en una villa de emergencia junto a las vías ferroviarias,
allí donde… 10) UN GRUPO EXTREMISTA ASALTÓ UN BANCO EN VILLA BOSCH —
En un operativo de tipo comando, que demandó solo cinco minutos, ocho
hombres y una mujer, que se identificaron como integrantes del grupo
extremista denominado Montoneros, asaltaron ayer de tarde la sucursal
Villa Bosch del Banco de Hurlingham S. A. Tras herir a un oficial de
policía que se hallaba de consigna, redujeron a alrededor de veinte clientes
y a seis empleados y se apoderaron de… 11) INFORME SOBRE UN GRUPO DE
EXTREMISTAS — Córdoba — Se conoció en esta ciudad el informe elevado a
la superioridad por personal de la Seccional 10a de Policía, relacionado con
las actividades de la organización clandestina FAR (Fuerzas Armadas
Revolucionarias), que ejecutó en esta capital diversos hechos, entre ellos el
cruento asalto a la sucursal Fuerza Aérea del Banco de la Provincia de
Córdoba. El extenso informe señala que como consecuencia del fracaso de
un operativo realizado por el FAR contra la sucursal Quilmes del Banco de
la Provincia de Buenos Aires, la dirección nacional de la organización
subversiva dispuso el traslado a esta ciudad de uno de sus integrantes
(identificado a raíz del frustrado atraco), quien asumió la personalidad de
Jorge Pedro Camalot y se radicó en Castelar 833, en compañía de la
llamada Laura Susana Kait (cuya verdadera identidad era Raquel Gelin).
Ambos se dedicaron a la tarea de reclutar elementos para constituir células
locales de la organización. Los nuevos adeptos recibieron como nombres de
batalla los seudónimos de…
XI
(imperativa mujer otoñal, se pasea nerviosamente por la sala de su
mansión sureña, pocos años después de la guerra de Secesión, mientras
su marido enfermo la mira desde la silla de ruedas) Ya sabes que por
algo me casé contigo. Y el motivo al final resultó ser este,
(pausadamente) No era lo que yo pretendía, pero ahora debo
conformarme. Nunca lo tuve muy claro, aunque (su marido se lleva
angustiosamente la mano a la garganta) era fácil prever que tú morirías,
antes que yo. Pero lo que nunca se me ocurrió es que enfermarías del
Bette Davis:
corazón tan pronto y tan gravemente. Soy una mujer de suerte, Horacio,
siempre he tenido suerte (el marido con dificultad acerca la silla de
ruedas a la mesa donde está el remedio). Y seguiré teniendo suerte (el
marido la mira, parece faltarle el aire, extiende la mano para alcanzar el
pequeño frasco medicinal, lo destapa, el frasco escapa de su mano
temblorosa, cae al suelo y se hace pedazos; ella no se mueve, su marido
se asfixia lentamente; ella lo mira sin moverse hasta estar segura de que
ha muerto, después se levanta para pedir auxilio a la servidumbre).
Autopsia Médico-Legal
Lugar: Baradero
Fecha: 22 de mayo de 1969
Nombre: desconocido
Filiación: Sexo masculino, accidentado en ruta 9, manejaba automóvil,
vuelco, automóvil será traído por grúa en el día de mañana posiblemente
documentos dentro automóvil, abandonado zanja l4km de esta localidad.
Duración médica: cadáver de hombre joven, en rigidez generalizada,
piel blanca, cabello castaño, abundante en cabelludo: escaso panículo
adiposo.
Por palpación y percusión el examen exterior del cadáver revela:
heridas traumáticas en el rostro profundas, cortantes y sangrantes; una de
ellas en el labio superior con hemorragia de encías; gran hematoma con
escoriaciones en la piel a nivel de la región frontal derecha; otro del mismo
tamaño y forma a la altura del hueso temporal. Múltiples contusiones en la
pierna derecha, fractura del fémur en su porción media, de la rótula y
huesos que forman la garganta del pie.
Por escisión de los tejidos, solo en base a bisturí corto, de hoja convexa,
por apertura profunda de piel y músculos se establece lo siguiente:
desprendido el cuero cabelludo mediante una hemisección se observa un
hematoma a la altura del hueso parietal.
Dada la herida posterior craneana, sin extraer la masa encefálica se
observa una fractura de la base del cráneo continuada hasta el hueso
temporal. En la masa encefálica hay múltiples estallidos de vasos
sanguíneos. Efectuado un pequeño corte vertical de la masa encefálica, se
verifican exudados hemorrágicos.
Por la cara externa del muslo se efectúa una amplia y profunda incisión
en busca de la fractura ósea. Se comprueba esta junto a un gran foco
hemorrágico circular.
Referencias omitidas en la autopsia médico-legal
Después de la muerte el cuerpo humano sufre modificaciones de
carácter general para edades y razas, salvo en el caso de ciertas
enfermedades que alteran las condiciones corrientes. En el cuerpo de
Leopoldo Druscovich se verificaron las modificaciones de carácter general.
Corazón: ya dentro de las primeras horas después de la muerte la rigidez
se inicia en el corazón; comienza en el ventrículo izquierdo, el cual se vacía
casi totalmente, y el derecho en la mitad de su contenido; en la primera hora
y media inmediata a la muerte, la sangre del corazón se conserva líquida,
después sobreviene la coagulación.
Sangre: después de la muerte, se coagula la sangre dentro de los vasos;
en los casos de asfixia la sangre permanece líquida; luego emigran las
bacterias intestinales a la sangre, donde se multiplican.
Cerebro: los procesos de desintegración postmortal evolucionan muy
rápidamente en el cerebro, se los reconoce por la aparición de un color gris
verdoso en cavidades llenas de gas.
Cavidad bucal: las modificaciones más importantes son las producidas
por la desecación al quedar abierta la boca; también se producen
impresiones dentarias en la lengua determinadas por la rigidez cadavérica
de los músculos masticadores.
Dientes y maxilares: los dientes son muy resistentes, por lo cual sirven a
menudo para el reconocimiento de los cadáveres; el aire y una humedad
grande favorecen su desintegración.
Esófago y faringe: ante todo la presencia de impurezas debida al paso
del contenido del estómago, que ocurre durante la agonía y especialmente al
transportar los cadáveres.
Bronquios y laringe: ídem, pese a tratarse de órganos no del aparato
digestivo sino del respiratorio.
Pulmones y pleura: también a las cavidades pulmonares y pleurales
puede llegar el contenido estomacal, después de la muerte por dos
mecanismos distintos: el reblandecimiento ácido del pulmón se extiende
hasta la pleura y aparato digestivo, y destruyéndolos permite el paso del
contenido estomacal a la cavidad pulmonar, o bien se produce primero el
reblandecimiento cadavérico del esófago con perforaciones en la pleura. En
tales casos se encuentra un líquido pardusco de olor ácido.
Hígado: al cortarlo, sale espontáneamente o por presión sangre de color
rojo sucio con burbujas procedentes de conductos vasculares. Las burbujas
gaseosas pueden producirse en cantidad variable, adquiriendo el órgano
aspecto esponjoso, o desprendiendo espuma de su superficie de sección.
Estómago: sus válvulas de entrada y salida se contraen hasta cerrarse; al
comenzar la relajación, se relajan esas válvulas y también los esfínteres. El
contenido gástrico puede vaciarse poco a poco hacia la cavidad bucal, sobre
todo si se cambia la posición de los cadáveres; pronto sigue la autodigestión
del estómago, por efecto del propio jugo o ácido gástrico segregado antes
de la muerte, de modo que bajo su efecto la mucosa adquiere una
transparencia especial, hasta que desaparece; la submucosa también se
infiltra y va cambiando colores hasta que finalmente también se reblandece
el tejido muscular y la pared se desgarra espontáneamente o al menor
contacto; el contenido se vierte en la cavidad peritoneal y sigue
desarrollando su acción digestiva, sobre todo en el tejido adiposo.
Intestino: las paredes del intestino, distendidas por la formación
postmortal de gases, aparecen delgadas y pálidas; los gases se acumulan en
las partes altas del intestino, en cambio la sangre desciende a las partes
profundas, acumulándose sobre todo en la pelvis, que adquiere por esto una
coloración azulada.
Aparato genital masculino: la musculatura de la cavidad donde está
alojado el semen experimenta también la rigidez cadavérica, por lo que su
contenido pasa a la uretra y puede verterse por el pene.
Músculos: poco después de la muerte, a las dos o cuatro horas,
comienza la rigidez cadavérica, es decir un acortamiento y una rigidez de
los músculos. Se atribuye a una imbibición de los tejidos consecutiva a la
formación de ácidos.
Esqueleto: no experimenta modificaciones de importancia; la propia
putrefacción de la médula ósea comienza relativamente tarde.
XV
(la célebre danzarina ha tenido un gran éxito esa noche al
frente de su ballet; de vuelta en su suite del Grand Hotel de
Berlín quiere compartir su alegría pero el esperado huésped no
ha llegado; es tarde, la orquesta del salón principal, pisos abajo,
Greta Garbo:
se acaba de retirar) La música ha callado… ¡qué silencio el de
esta noche! Nunca se hizo un silencio tal en el Grand Hotel…
(mira un ramo enviado por admiradores) Esas flores me
recuerdan funerales ¿a ti no, Suzette?
La fiel acompañante: Son simples calas, Madame, calas.
Suzette… por favor llama al cuarto del Barón (la acompañante
Greta Garbo:
marca el número, el teléfono llama pero nadie contesta).
La fiel acompañante: No contesta, Madame.
(ignorando que su amante el Barón von Geigern desde el día
anterior yace asesinado en ese otro cuarto del hotel) Insiste,
Greta Garbo: Suzette, insiste… (para sí) Ven a mí, querido… yo te necesito.
Anoche no pude dormir, esperándote. Estaba tan segura de que
vendrías a mí…