(Guardianes de Las Sombras 04) Cuando La Pasión Se Encuentra - Julie Kenner

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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Al Staff Excomulgado: Nelly Vanessa por la
Traducción, Mdf30y por la Corrección de la
Traducción, Alatariel, Leluli, Pily1 y Yorky-d por la
Corrección, AnaE por la Diagramación y Laavic por
la Lectura Final de este Libro para El Club De Las
Excomulgadas…

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas,


que nos acompañaron en cada capítulo, y a
Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos
acompañan siempre. A Todas….

¡¡¡ Gracias!!!

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El Club de las Excomulgadas

Aviso Excomulgado

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


El Club de Las Excomulgadas ha
realizado este proyecto de fan traducción Sin
Ánimo De Lucro Alguno.

Está hecho por Fans para Fans, Siendo


su Distribución Complemente Gratuita.

No ha tendido en ningún momento el


objetivo de quebrantar la propiedad
intelectual del autor o reemplazar el original.
Su Único fin es incentivar y entretener con la
lectura en nuestro idioma.

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disfrutando de estas grandes novelas.

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El Club de las Excomulgadas

Argumento

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Tiberius es un vampiro dedicado a la protección de su especie y de los secretos
del mundo de las sombras. Ahora, mientras su búsqueda para convertirse en jefe de la
Alianza está a su alcance, una nueva y demoledora amenaza le pone una prueba
definitiva. Es una pesadilla de proporciones siniestras: un oscuro complot para provocar
el exterminio en masa de humanos y de habitantes las sombras por igual. Y que obliga a
Tiberius a ir hacia la mujer que amó y perdió, a la amante que aún desea pero de la cual
no se fía.

Caris fue la compañera de Tiberius durante siglos, hasta que una fatídica misión
cambió eso para siempre. Sus torturados secretos la llevaron a los brazos de su rival,
pero la desesperación la ha traído de vuelta. Mientras un arma de destrucción masiva
nueva y terrible está a punto de ser liberada, Tiberius y Caris aprovechan el poder de su
amor inmortal y apasionado.

Pero, ¿será suficiente para combatir las devastadoras posibilidades y a un


enemigo despiadado con la ambición de destruirlos a todos?

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Uno

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Francia, 1720

La casa abandonada se levantaba en un claro a quince kilómetros de Marsella.


En el interior, Caris y Tiberius aguardaban noticias de Richard, las horas pasaban tan
lentamente que Caris temía tirar de su cabello con frustración.

—Algo le ha pasado —dijo de espaldas a su amante—. Nos equivocamos acerca


de él. La enfermedad se lo ha llevado. —El pensamiento se arrancó través de ella. Había
sido sugerencia suya el enviar a uno de los hombres de más confianza de Tiberius a la
ciudad portuaria donde la plaga estaba circulando a través de la población como un
reguero de pólvora. Habían creído que Richard sería inmune a la muerte Negra, porque
ya había sobrevivido a la peste dos veces, aunque muchos amigos habían muerto a su
lado. Los vampiros habían enfermado y luego se desvanecieron en polvo como si
hubieran sido apuñalados con una estaca.

Su preocupación la mantenía en movimiento, y se paseaba por la pequeña


estructura, entrando y saliendo de los rayos lunares que pasaban a través del techo en
ruinas.

En la ventana, Tiberius se volvió para mirarla.

Como siempre, ella fue golpeada por la inmutable belleza de su rostro. No era
femenino, sino resistente y fuerte, con ojos oscuros que veían todo y anchos hombros
sobre los que había invitado al peso del mundo. Esta noche, ese peso era muy elevado.

—Él estará aquí —dijo Tiberius. Extendió la mano hacia ella, que se acercó a él,
dejando que sus brazos la engulleran, apretando su mejilla contra su pecho. Incluso
después de más de doscientos años, era su toque lo que la calmaba lo mejor posible. Sus
labios calmaban sus temores, y su cuerpo la hacía sentir viva, a pesar de que la vida se
había escapado de sus venas hacía mucho tiempo.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Y si no pudo encontrarlo? Tenemos que matarlo. —El mundo había estado
atormentado el tiempo suficiente por las criaturas más viles. Los habitantes de las
Sombras creían que este era el último superviviente híbrido, y que necesitaba morir. El

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horror tenía que terminar.

—Lo encontraremos. Y yo lo mataré. Esa no es la cuestión. —Él le levantó su


barbilla y la miró a los ojos—. La única pregunta para esta noche es cuándo se producirá
esa feliz circunstancia. Richard nos traerá noticias de nuestro destino.

Ella asintió, sombría. Los humanos no podían entender la enfermedad horrible


que aparecía siglo tras siglo, pero los habitantes de las Sombras sí. Los vampiros como
ella y Tiberius. Los hombres lobo. Los Genios, para-demonios y todas las demás
criaturas que los humanos temían y por las que oraban que fueran sólo mitos y
pesadillas.

Ellos no lo eran. Eran reales.

¿Y los híbridos? Aunque raros, ser una mezcla de vampiro y hombre lobo era
realmente una criatura sacada de las pesadillas. Temidos y odiados incluso entre las
propias criaturas de las Sombras, un híbrido traía la destrucción con su tacto y la
desolación con su aliento. La muerte Negra. La plaga. Cómo quisieras llamarla, siempre
terminaba igual. Llagas supurantes. Con una tos seca. Y con una lenta y tortuosa
muerte, que llenaba a pueblos enteros con puertas marcadas con una X negra y roja de
recuerdos silenciosos de que la plaga había llegado para los de dentro.

Caris apretó la mano en la espalda de Tiberius.

—¿Crees que éste cambió la forma a propósito? —preguntó—. ¿Crees que


quería destruir Marsella?

Tiberius le acarició el pelo.

—No lo sé. Pero me temo que la respuesta es sí.

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El Club de las Excomulgadas
—Esta vez, lucharé a tu lado.

Cada vez que él salía a la batalla, ella sentía como si los pájaros dejaran de trinar

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y las mareas detuvieran su eterna atracción.

—No.

—¿No soy fuerte? ¿No soy capaz? Incluso cuando era una humana, dijiste que
tenía una fuerza poco frecuente para una mujer. —Se habían conocido después de que
ella se dispusiera a rescatar a su hermano Antonio de las garras de un hombre lobo
particularmente vil, sin darse cuenta de que Tiberius tenía ya su lealtad jurada a su
familia y se había propuesto hacer lo mismo. La había encontrado disfrazada de
muchacho, luchando contra un singular y desagradable puñado de humanos.

Sus labios se curvaron en una sonrisa de orgullo.

—Ya seas humana o vampiro, eres excepcional.

—Entonces, ¿por qué me rechazas? ¿No me entrenaste como a un guerrero?


¿No he luchado ya a tu lado muchas veces?

—Hemos hablado de esto antes, Caris. Cometí un error. Eres mi corazón y mi


alma. Me entiendes más que lo que cualquier mujer lo ha hecho o alguna vez podrá
hacerlo. Y no puedo perderte. —Agarró sus manos con fuerza con esas últimas palabras,
con sus ojos tan profundamente clavados en los de ella que no pudo dejar de ver el
miedo y el remordimiento.

Menos de cincuenta años antes habían luchado uno al lado del otro en un palacio
abandonado. Ella había ignorado que un tapiz pudriéndose en su espalda escondía un
pasaje secreto, y cuando un hombre lobo irrumpió a través de él con una estaca, casi fue
su final.

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Afortunadamente, él no había tomado su corazón, pero ella había caído, con
abundante sangre manando de la herida mientras sus fuerzas la abandonaban
lentamente.

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Por primera vez había visto al demonio de Tiberius, a la criatura depravada con
la que cada vampiro luchaba por mantener enterrada para no verse obligado a hacer
poco más que desgarrar y matar. Ella lo había visto... y había sido una cosa terrible de
verdad. Él se había movido con la velocidad nacida de milenios, y había estado sobre el
hombre lobo en un segundo, con su puño a través de la caja torácica del weren 1, su
mano levantando un corazón que aún latía.

Ella podía recordar su olor, mientras se arrodillaba sobre ella, cubierto con la
sangre del hombre lobo. Un olor áspero, enfado mezclado con terror que nunca antes
había experimentado, ni nunca lo experimentaría. El terror de él. No por el lobo, sino
por perderla.

Él se había desgarrado su propia carne y ella había bebido, y sólo cuando había
estado seguro de que estaba curada su demonio se había desvanecido en el fondo y sus
ojos se habían aclarado, por lo que fue Tiberius a quien ella vio, y no a su demonio
interior.

Después de eso, ya no luchó a su lado.

En alguna batalla, sí, si eran tomados por sorpresa.

Pero ella no se quedaba en las misiones. Él tenía a su Kyne para eso.


Hombres. Hermanos por lealtad si no por sangre.

Ella era su mujer, su amante, su amiga y su confidente. Era su asesora política y


su estratega. Su mano derecha en todo, excepto en una parte de su vida. Lo que debería
haber sido suficiente. Debía haber aceptado voluntariamente.

1
El término Weren designa a la raza de cambiaformas, que puede ser de diversos tipos (lobo, tigre, león,
etc...). El término hombre lobo se usa para referirse a un Weren que se transforma en lobo. Se utilizan
indistintamente, a menos que el weren se transforme en otro animal.

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Pero no podía. Su propio demonio gritaba por una pelea, y eran las batallas lo
que lo mantenían abajo, fácilmente controlado. Sin eso, se estimulaba y la roía pidiendo
su liberación.

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Sin eso, ella se estaba perdiendo una gran parte de su vida juntos. No lo toleraría
más. Él tal vez aún no lo había aceptado, pero esta vez, Caris lucharía a su lado.

Como para acentuar su determinación, la puerta reventó con una ráfaga de


viento. Ella se dio media vuelta, espada en mano, y vio a un gato negro saltar por la
puerta y luego transformarse en Richard, que estuvo delante de ellos con una herida
sangrante en su hombro.

—Habla —dijo Tiberius mientras se movía a su lado—. ¿Viste al híbrido?

—No, pero me encontré con muchos werens en la ciudad. Están bien, pero
huyen de todos modos. El poder del híbrido proviene de una maldición y creen que su
supervivencia está contaminada. —No se sabía mucho sobre cómo un híbrido era
creado, y lo poco que se sabía era una mezcla de realidad y mito. Se decía que había
comenzado con una pelea entre dos guerreros hermanos que habían asesinado a un
tercer hermano para robarle su poder. Una vez hecho eso, los dos se habían convertido
en los fundadores del mundo de las Sombras... en el primer vampiro y en el primer
hombre lobo. Pero la sangre del tercero se había filtrado en el suelo, y desde el interior
de la tierra, los maldijo para que no encontraran la paz.

Como una manifestación física de esa maldición, cualquier criatura que fuera
una mezcla weren-vampiro tenía sangre que quemaba la carne.

Por otra parte, al cambiar a lobo, el híbrido enviaba una enfermedad al mundo de
la que sólo los vampiros o los hombres lobo se salvaban, pero la especie que sobrevivía
dependía enteramente de la naturaleza subyacente del híbrido en cuestión.

Era esa inmunidad peculiar lo que era la parte verdaderamente cobarde de la


maldición. Los vampiros eran inmunes a la enfermedad causada por un hombre

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lobo original, mordido y convertido por un vampiro. Y los hombres lobo eran inmunes a
la enfermedad causada por un vampiro original, mordido y cambiado por un weren.
Pero, cómo alguno era cambiado en primer lugar era un misterio. Porque en la medida

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en que los habitantes de las Sombras sabían, la transición vampírica era fatal para un
hombre lobo, y los vampiros no podrían sobrevivir a la transición forzada sobre ellos
por el mordisco de un weren.

—¿Así que no hay noticias del híbrido? —preguntó Caris.

—Por lo que cuentan, la suerte me sonrió —dijo Richard—. Me encontré con un


weren escondido mientras el híbrido pasaba. Oyó por casualidad a la bestia
murmurando. El híbrido viaja esta noche hacia Cluny.

Tiberius asintió, absorbiendo la información.

—¿Tu hombro?

—Cortesía de Faro Lihter —dijo Richard—. Al parecer se sintió ofendido de que


no estuviera ya muerto.

—¿Y los vampiros? —preguntó Caris.

—Todos muertos. Excepto yo. No sé por qué, pero si hay un Dios, le doy las
gracias. —Se movió, centrándose intensamente en Tiberius—. Lihter estaba alabando a
la bestia que lo hizo, diciendo que estaba claro ahora cuál de los hermanos antiguos
tenía la fuerza verdadera. Dijo que no podía esperar el día en que todos los vampiros
fueran polvo y el orden del mundo pudiera ser restaurado.
—Miró con tristeza su hombro—. Ahí fue cuando me distraje de mi misión. Estoy feliz
de decirte que él se ve peor.

—Buen chico —dijo Tiberius.

—Hay más —dijo Richard—. Después de Cluny, el híbrido tiene la intención de


continuar hacia Londres. Y, Tiberius, creo que está loco. No esperó a la luna llena de
Marsella. No esperará en Londres.

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Al lado de Caris, Tiberius se puso tenso, con su mano yendo automáticamente a
su espada. Londres era el centro de la comunidad vampírica, y lo había sido desde la
fundación de Londinium por los romanos. La población de vampiros era la más alta de

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toda Europa, y todos los representantes vampíricos de la Mesa de la Alianza tenían su
hogar allí.

Caris apretó la mano de Tiberius.

—Esta es tu oportunidad. Ya tienes el cargo de Gobernador en los tres


territorios. Derrota a esa criatura antes de que pueda infectar Londres, y la gente exigirá
que te sientes en la mesa de la Alianza. Sabes que Tomas no levantará ni un dedo.

El representante vampiro actual de la Alianza era una babosa engreída, que


huiría despavorido en lugar de luchar para salvar a su gente, para luego culpar de su
cobardía a otros. Cuanto más rápido Tiberius pudiera derrocarlo, mucho mejor.

Ella se dio cuenta por sus ojos que Tiberius ya había pensado en eso.

—Vete. —Le dijo a Richard—. Llévate a Caris contigo. Aliméntate si es


necesario para recuperar tu fuerza, pero vete a toda velocidad a Londres. Cuéntales las
noticias. Y diles que detendré al animal antes de que alcance la ciudad.

—No iré —dijo Caris.

—Lo harás —insistió Tiberius.

—No. —Cruzó los brazos y miró abajo—. No me esconderé en Londres


mientras tú luchas por tu vida, por todas las vidas. Yo lucharé a tu lado, Tiberius, y no
puedes detenerme.

Él dio un paso hacia ella, con su rostro duro como lo había visto antes.

—Creo que puedo.

Era un punto justo.

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—Tal vez. Pero te llevaría tiempo. Me dijiste que no sucumbirías a esta
enfermedad, y por lo tanto debo asumir que lucharás con sigilo. Si vas a estar seguro,
entonces yo también lo estaré. Es de suponer que no sepa que sus murmullos fueron

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escuchados por el weren. Tenemos el factor sorpresa de nuestro lado.

—La tarea recae sobre mi cabeza —dijo Tiberius.

—Lo hace. —Estuvo de acuerdo—. Y cuando se realice, yo estaré a tu lado.


Incluso si tengo que abandonar a Richard y dar media vuelta para ayudarte.

Él no estaba feliz, eso era obvio. Y se quedó de pie durante dos minutos
completos antes de volverse finalmente hacia Richard.

—Vete —dijo.

Richard no perdió el tiempo. Asintió hacia Tiberius y Caris, y luego desapareció


en la noche, presumiblemente para alimentarse antes de apresurarse a casa.

—¿Entonces has aceptado que lucharé a tu lado?

Un músculo en su mandíbula se estremeció.

—Aceptar, no. Pero estoy resignado a la realidad de la situación.

Ella sonrió alegremente.

—Eso es suficiente por ahora.

—¿Estás bien alimentada? Tenemos que transformarnos si queremos llegar a


Cluny a toda velocidad.

Lo estaba, y cambiaron a vencejos de colas bifurcadas, unas elegantes aves con


una velocidad increíble.

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Aun así, estaban lejos de Cluny. En el momento en que llegaron a la ciudad,
tenían menos de una hora para localizar y matar a la criatura antes de tener que buscar
refugio por la salida del sol.

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—¿A dónde? —preguntó ella—. ¿Y cómo le reconoceremos? —Era una buena
pregunta. Si el híbrido se transformaba, lo conocerían por la forma humanoide con la
que se desplazaría sobre cuatro patas, con extremidades alargadas y un hocico lobuno.
También lo sabrían porque ambos estarían muertos, víctimas de su mera existencia.

—El olor de los dos, weren y del vampiro debe estar en él —dijo Tiberius—.
Eso, y el olor de la muerte que todavía se aferrará a él desde Marsella.

—¿Debemos separarnos?

Él negó.

—Estoy resignado a tenerte aquí, pero te quedarás a mi lado. Debemos hacer una
primera parada, pero luego nos dirigiremos a la abadía. Tal vez busque la redención por
lo que está a punto de hacer.

Era una buena conjetura. Cluny no se presentaba en la ruta directa a Londres.


Así que si el híbrido tenía que venir aquí, era probablemente por una razón. Y Cluny
tenía la abadía más famosa.

Se detuvieron por primera vez en una pequeña casa cerca de la abadía donde los
monjes les daban refugio a los viajeros. Entraron con sigilo, encontrando una ballesta y
una navaja debajo de la cama de un soldado dormido, salieron en silencio. Esa era la
parte desafortunada de transformarse al viajar. Sus armas no se podían transformar con
ellos.

—La abadía es enorme. ¿Cómo vamos a encontrarlo?

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—Estará en la torre central —dijo Tiberius con su voz tan firme como su
mandíbula—. Tiene el deseo de sentirse pequeño, para que cuando se mueva para matar,
pueda probar que es poderoso después de todo.

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Lo tomó de la mano y tiró de él a un alto, luego le dio un beso suave en la
mejilla. Él le había hablado de los horrores de su juventud y sabía que lo habían dejado
con una comprensión de la locura que podía derivar tanto en poder como en
servidumbre.

A veces la profundidad de la comprensión de eso la asustaba. A veces la


desconcertaba.

Pero cuando entraron en la torre central, algo de lo que habían hablado quedó
claro para ella. La habitación era enorme, el techo llegaba más alto que cualquiera que
jamás hubiera visto, como si tratara de llegar a Dios mismo. Incluso con todo su poder,
incluso con su inmortalidad mirando hacia atrás sobre ella, se sintió tan pequeña y débil
como una niña.

—Ven —dijo Tiberius, tirando de ella hacia un arco—. Queremos verlo antes de
que él nos vea a nosotros.

Apenas se habían metido a la sombra de un arco cuando el sonido revelador de


pisadas se hizo eco. Se puso tensa, con la incertidumbre de si sería el híbrido o un
monje moviéndose por la abadía antes de los maitines.

Supo la respuesta muy pronto, al oler a la criatura, incluso antes de verla.

Sin tener una estaca recubierta de plata, tenían que actuar con rapidez. Una
flecha de madera a través del corazón mataría a un vampiro, pero no a un híbrido. Su
plan era que Caris le disparara a través del corazón, justo cuando Tiberius corría hacia
delante para cortarle la cabeza. Si su puntería era buena, el disparo al corazón al menos
evitaría que cambiara, aunque Tiberius todavía se vería obligado a hacerle frente a la
sangre contaminada y a la increíble fuerza del híbrido.

Se movió más cerca... más cerca...

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Preparó la ballesta, sintiendo cómo Tiberius se ponía rígido a su lado.

—Tranquila. —Le susurró, con su tono de voz tan bajo que sólo ella podía oírlo

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—. No dispares a menos que estés segura de tu tiro.

Esperar era algo doloroso, como una serpiente enrollándose con fuerza alrededor
de su pecho. Y cuando el híbrido finalmente llegó a su alcance, estaba aún más cerca de
lo que había previsto. Ajustó su objetivo, dijo una oración en silencio, y dejó que la
flecha volara. Era como si hubiera puesto en marcha a Tiberius también. Él voló desde
el arco, levantando su espada.

Y entonces todo sucedió tan rápido que pareció aturdir a su mente, moviéndose
en cámara lenta. La flecha penetró y el híbrido aulló, un sonido dolido, horrible que se
hizo eco a través de la enorme torre. Tiberius saltó, pero no había contado con que el
híbrido haría lo mismo. Sus piernas eran poderosas, y subió de un salto sobre Tiberius.

Aunque el empuje hacia arriba de su espada atrapó el muslo de la bestia mientras


saltaba sobre el vampiro, esa herida le causó pocos daños a la bestia ya herida.

Aterrizando frente a Caris, esta retrocedió alejándose, deseando su cuchillo y


tratando desesperadamente de cargar otra flecha a pesar de saber que no serviría de
nada. Estaba demasiado cerca, y su sangre vil era bombeada, por lo que las ropas de él
humeaban y se desintegraban. A pesar de que ella lo esquivó a la izquierda, supo que era
inútil, y se preparó para el dolor de la fusión, de la carne quemada.

Pero no llegó. En cambio, sintió el dolor de una patada en las costillas, mientras
Tiberius la empujaba para que saliera del camino, tomando el golpe en su lugar.

Él gritó en agonía mientras la sangre del híbrido quemaba la camisa en su


espalda, cortando cicatrices profundas que ya tenía de sus años en las minas y en el
anillo de gladiadores.

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A medida que rodaba a la seguridad y miraba hacia arriba, ella lo vio ejecutar
una vuelta perfecta, levantando su espada, con una mueca en su rostro de dolor y
determinación.

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Y entonces la cabeza del híbrido estuvo en el suelo, con su cuerpo cayendo.

Tiberius se puso sobre él, como Perseo con la cabeza de la Gorgona.

—Ya está hecho —dijo, y luego se derrumbó a su lado.

Ella corrió hacia él, echándole a un lado del charco de sangre que se extendía,
después ayudándolo a darse la vuelta para poder sacarlo de su ardor y de la ropa
quemándose, calmando su espalda con agua bendita del altar.

—Mi amor —dijo él, mientras agarraba su mano en la suya—. Está muerto.
El último híbrido está muerto, y nosotros sobreviviremos.

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Capítulo Dos

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Hoy en día

—Así que tenemos un problema en el frente para-demonio —Tiberius estaba


hablándole al humano que estaba sentado en su oficina, pero no estaba mirando al
hombre. En lugar, miraba por la ventana, al tráfico de Piccadilly Circus.

Una buena metáfora para la humanidad, pensó.

No importaba lo mucho que corrieran, no importaba lo duro que trabajaran, el


final llegaba igualmente. Para la mayoría, de todos modos. Él había sido humano una
vez, también. Pero eso había sido hace mucho tiempo.

El humano se aclaró la garganta.

—Si por un problema quieres decir que no hay forma en la tierra verde de Dios
de que Drescher Bovil te dé ni la hora del día, y mucho menos su voto para presidente
de la Alianza, entonces sí, señor, tienes un problema.

Tiberius apretó los labios, luchando contra el impulso de sonreír antes de darse
la vuelta. Admiraba a los humanos en conjunto... a su arte, su literatura, su ciencia.

Como si en cada creación estuvieran haciéndole autostop a la muerte colectiva


con sus narices y con su agarre por alguna marca difícil de alcanzar para la
inmortalidad.

Había una fuerza en la humanidad que admiraba, que recordaba incluso después
de más de dos mil años.

Sí, como grupo, los humanos eran de lo más notables.

Individualmente, sin embargo, tenía que admitir que muchos lo irritaban.

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Gracias a Dios, que el que estaba sentado en su oficina había demostrado ser una
excepción.

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Por lo que sabía, Severin Tucker no había producido ningún arte o literatura que
resonara más allá de su vida. No había hecho ningún apasionado discurso, no había
luchado con valentía en ninguna guerra.

Pero a diferencia de otros humanos que Tiberius había encontrado desde la


llegada de la era industrial, Tucker no había respondido de inmediato agachándose y
besándole el trasero, de acuerdo con cada palabra, ni se había acobardado por el miedo,
tanto que hasta bostezaba.

Era un cambio agradable.

Eso, sin embargo, no era un hecho que tuviera la intención de compartir, y


cuando se volvió para mirar a Tucker, el hombre sólo vio la calma practicada de
Tiberius. La fachada de un gobernante, el equilibrio de un antiguo. Tucker veía a un
líder, no a un amigo. Tiberius se había asegurado de ello.

—Si hay un problema, tenemos que lidiar con él. Y como los miembros de la
Alianza votarán sobre el nuevo presidente en exactamente diez días, necesitamos
hacerle frente a eso pronto.

—¿Nosotros? —preguntó Tucker. Estaba tumbado en una silla, con las piernas
extendidas frente a él y con un bloc de notas electrónico brillando en su mano—. No
vayas allí, señor. Cuando asumí esta tarea, hablamos de las reglas. De información
solamente. No de empujar para el cambio. Estoy dispuesto a hurgar en sus cabezas y a
hacer que me digan lo que normalmente mantendrían en secreto, pero en realidad no
voy a cambiar lo que están pensando. Pensé que eso estaba claro.

Tiberius estudió el rostro del hombre.

—¿Irías en contra de mi orden directa?

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Tucker se empujó en la silla, enderezando su relajada postura. Su garganta se
movió al tragar, pero para darle crédito ningún temor se mostró en su rostro.

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—Sí. Sobre eso, sí, lo haría.

—Bien.

—Oh. —La frente Tucker se arrugó—. Bueno, todo bien, entonces.

—Ahora dime, de qué otra cosa te has enterado. ¿Bovil hará una reclamación de
la presidencia él mismo?

—Me temo que no. Está lanzando su peso detrás de Lihter. —Tucker se encogió
de hombros—. Ya sabes que Lihter no es susceptible a mi particular talento. —Agregó
Tucker, refiriéndose a Faro Lihter, el nuevo representante de la Alianza Therian. Los
Therians incluían a todos los weren, pero su líder solía ser un hombre lobo, y el último
representante era uno particularmente desagradable que fácilmente le arrebató la
posición Alfa a su anterior líder herido, Gunnolf.

Una vez, Tiberius se había lamentado de la caída de Gunnolf del poder, por no
hablar del terrible daño que le había causado. Había habido un momento en que habían
trabajado juntos, Tiberius había llegado incluso a olvidar la naturaleza de la bestia
weren y a superar su desconfianza inherente por esa especie.

Pero ahora...

Ahora ya no mantenía ni una pizca de caridad para el lisiado weren. La bestia


con la que Caris ahora compartía su cama.

Caris.

El bolígrafo que había estado sosteniendo se rompió en su mano, y le forzó a


salir de sus pensamientos.

Ahora no era el momento de pensar en la elección que ella había hecho o en el


amor que había perdido.

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El Club de las Excomulgadas
—Tienes razón, por supuesto —dijo Tiberius—. Lihter, sin duda, es un reto para
mí.

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—De acuerdo. Por supuesto. Pero sobreviviste a la masacre de Sergius. Lo que
comenzó como un baño de sangre se convirtió en oro político para ti.

Era una manera arrogante de discutir las ramificaciones políticas de las lesiones
de Gunnolf, de las horribles muertes del anterior para-demonio y de los representantes
Genios de la Alianza, pero el resultado final era que Tucker tenía razón.

Tiberius había permanecido de pie después de la masacre, y eso le había dado la


apariencia de fuerza y estabilidad, con los activos útiles para un líder.

Activos que tenía la intención de explotar.

Su ansia de poder había pulsado a través de él desde el día en que había sido
arrancado de los brazos de su madre y enviado a las minas de las canteras.

Y esa ambición le había quemado, incluso más profundo, cuando lo habían


lanzado a la arena y obligado a luchar contra sus amigos, para matarlos con el fin de
garantizar su propia supervivencia.

Había sido humano entonces, pero su ambición no había desaparecido con el


cambio. En todo caso, se había hecho más fuerte. Antes, había sido sólo un hombre, y
uno débil en eso. Ahora era inmortal. Tenía la fuerza, el tiempo y la paciencia. Como
humano, habría necesitado varias vidas para subir desde la suciedad en la que había sido
lanzado.

Como inmortal, tenía todo el tiempo necesario.

Estaba cerca. Tan cerca que podía contar los obstáculos que quedaban con una
mano. Y uno de ellos se llamaba Drescher Bovil. Ese problema tendría que ser
manejado, rápidamente y con poca fanfarria. Pero no, como Tucker había señalado, por
el humano.

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El Club de las Excomulgadas
El intercomunicador zumbó sobre su escritorio, gracias a Dios interrumpiendo
sus pensamientos.

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—Lucius Dragos está aquí, señor. —La señora Todd, su secretaria, anunció.

Tiberius asintió hacia Tucker, confirmándole que habían terminado, entonces le


dijo a la señora Todd que dejara entrar a Luke. Los dos hombres, uno vampiro y el otro
humano, se asintieron el uno al otro al cruzarse en la puerta.

Ninguno sonrió.

—Es el perro faldero de Ryan Doyle —dijo Luke, con las palabras saliendo
antes de que la puerta se hubiera cerrado totalmente detrás de Tucker. Sin lugar a dudas,
Tucker le repetiría esa evaluación a Doyle, un para-demonio con el que Luke había
tenido repetidos roces. Sin duda, eso era lo que Luke quería que hiciera.

—Hasta que le deje suelto —dijo Tiberius—. Tucker es mi perrito faldero.


Hasta ahora ha demostrado ser a la vez hábil y leal.

—¿Ha sido útil?

—Ha sido muy eficaz en las zonas donde nosotros no hemos podido —dijo
Tiberius. Como vampiros, Luke y Tiberius tenían la capacidad de obligar a la mente
humana. Pero no poseían tal influencia sobre otras criaturas de las Sombras.

—Estoy seguro de que lo ha sido —dijo Luke mientras Tiberius miraba su


rostro. Para alguien aparte de él no habría revelado nada. Pero Tiberius había llevado a
Luke través de la Transición, el ritual para controlar al demonio que vivía en todos los
vampiros. Le había entrenado. Infiernos, lo había domado. Y confiaba a diario tanto en
la fuerza de Luke como en su integridad.

—No lo apruebas —dijo Tiberius.

—No.

21
El Club de las Excomulgadas
—¿Importa tanto? ¿Espectros de engaño, los Genios y los para-demonios? Ryan
Doyle es un para-demonio. No me digas que no te meterías con su mente en cualquier
posibilidad que tuvieras.

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—Doyle es un imbécil —dijo Luke—. Y no es la cuestión. La Alianza tiene un
propósito, Tiberius, y ha funcionado bien desde después del Gran Cisma — añadió,
refiriéndose a la época oscura en la historia después de los que habitantes de la Sombras
hubieran provocado la caída de esa gran civilización humana de Roma. La historia los
había llamado bárbaros, pero habían sido merodeadores, guerreros de las Sombras que
habían marcado el comienzo de la Edad Media, ya que habían luchado entre ellos,
vampiros en contra werens, y todos los demás habían caído en la línea, levantando sus
espadas en el baño de sangre. Había pasado muchos años antes de que la Alianza fuera
restaurada.

—Si la Alianza permanece en su curso —continuó Luke—, la unidad que


proporcione deberá ser real, no el resultado de la manipulación.

—Crees que no estoy de acuerdo. —Tiberius se permitió a sí mismo la más


pequeña de las sonrisas—. Yo que pensaba que me conocías mejor que eso.

Un indicio de alivio brilló en los ojos de Luke.

—Estás utilizando a Tucker para obtener información —dijo él—. No para


manipularles.

—Tucker es mis ojos y oídos — le confirmó Tiberius—. No lo ha hecho y no


manipulará a nadie a actuar en contra de ellos mismos. —Tomó una botella de cristal
del aparador y sirvió dos vasos de whisky—. No estoy interesado en manipular el libre
albedrío. Pero no tengo ningún problema con que él les sugiera que abran la boca y
revelen sus lealtades, sus debilidades y sus preocupaciones. — Le pasó un vaso a Luke
—. ¿Eso viola tu código?

—No. —La respuesta fue simple y directa, y sostenía un mundo de alivio.

22
El Club de las Excomulgadas
—Cuando uno aspira a vivir dentro de la burbuja que es la política, se debe
aceptar el valor del espionaje. El espionaje es una palanca. Estoy usando a Tucker para
que me ayude a mover el mundo.

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—¿Y qué has averiguado?

—Que estoy en buena posición —dijo Tiberius—. Pero no lo suficiente.

Luke asintió, y supo que su amigo lo entendía. El mundo de las Sombras era uno
de jerarquías, gobernado por el poder y por la longevidad y, sí, por la crueldad. La
comunidad fae podría tener el poder, pero con una tendencia a guardárselo para sí
mismos, igual que los trolls, los dragones y criaturas similares que no podían moverse
con facilidad en el mundo de los humanos. Como resultado, la política del poder caía
más directamente sobre los Genios, los para-demonios, vampiros, y en los de la
Therians.

Tiberius necesitaba asegurarse todo lo posible de que el mayor número de esas


criaturas influyentes estuvieran detrás de él.

—Los Genios están conmigo —Continuó Tiberius—. Pero Drescher Bovil


representa un problema.

—El para-demonio. ¿Busca la presidencia?

—Lo que es peor. Está lanzándole su apoyo a Lihter.

—Eso es peor —coincidió Luke—. Diez días es mucho tiempo. Podría persuadir
a los demás de cambiar su lealtad. Los rumores en la calle es que Lihter hará todo lo que
pueda para arañar su camino a la cima de la cadena alimenticia.

—Sí. Es un problema que debe ser tratado. —Se volvió lejos de Luke y se movió
para quedarse de pie frente al Monet que había adquirido a inicios del siglo
XX. Él se había reunido con el artista, admiraba su capacidad de mirar el mundo y ver
cada elemento con tanta claridad, y después asegurarse de que todas las piezas
funcionaran juntas para crear un impresionante conjunto orgánico. Era una

23
El Club de las Excomulgadas
habilidad que servía también en la política y en la batalla como lo hacía en el arte, y una
que Tiberius se esforzaba por emular.

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El cuadro estaba colgado sobre una estantería de roble achaparrada, con la
madera antigua pulida y engrasada hasta que había estado tan lisa como el cristal.
Volúmenes de Kant, Descartes, Aristóteles y demás llenaban los estantes. En la parte
superior, estaba abierta una copia de Sun Tzu, El Arte de la Guerra.

Tiberius puso su mano suavemente sobre la página.

—Un guerrero victorioso gana primero, antes de iniciar la guerra.

—No hay ninguna garantía de que el reemplazo de Bovil no lanzará su peso


hacia ti —dijo Luke, con su comentario revelando que entendía la dirección de los
pensamientos de Tiberius.

—No hay nada seguro —coincidió Tiberius—. Pero aún así trataremos de apilar
las probabilidades a nuestro favor.

—¿Y Lihter?

—Me encantaría acabar con el hijo de puta —admitió Tiberius—. Pero no es


factible.

—De acuerdo —dijo Luke—. Serías el primer sospechoso en cualquier atentado


contra la vida de Lihter. Y esa es una complicación que no necesitamos. No con las
elecciones tan cerca. —Luke se levantó, con expresión dura—. ¿Quieres que me
encargue de manejar el asunto?

—No —Tiberius se acercó a su escritorio, presionando el intercomunicador, y


encargándole a la señora Todd que le pusiera en comunicación con Bael Slater, otro
vampiro entre los kyne.

—¿Señora Todd? —Luke le preguntó después de que hizo clic colgando—.


¿Qué pasó con Aretha?

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El Club de las Excomulgadas
—Tuvimos un malentendido —dijo Tiberius—. Pensó que porque le di la
bienvenida a mi cama, también le daría la bienvenida a mi vida.

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Se había culpado por la interpretación errónea de la situación de la joven
vampiro.

Había buscado compañía y ella siempre se la había dado. Cuando se negó a


repetir su actuación la noche siguiente, ella se había molestado.

Siendo ese el término cortés para destrozar un Picasso y amenazar con estacarlo
con el borde del marco.

Había decidido evitar malentendidos en el futuro mediante la eliminación de la


tentación. La Sra. Todd había sido convertida por su hijo a la edad de ochenta y siete.
Era eficiente, rápida, y ni lo más mínimo atractiva para él. Ni ella se sentía atraída por
él, para el caso.

Era el escenario perfecto.

—Slater cuidará del tema del para-demonio —dijo Luke, volviendo al negocio
en cuestión—. Pero no puedo creer me llamaras simplemente como una caja de
resonancia.

—Hay algo de lo que necesito que te ocupes.

—Lo que necesites.

—Debido a que el weren sigue siendo mi principal debilidad, necesito saber lo


que mi enemigo está planeando, antes y después de que la presidencia sea determinada.

—¿Quieres saber lo que está pasando en la cabeza de Lihter?

—Exactamente.

—¿Tucker?

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El Club de las Excomulgadas
—Desafortunadamente, no. Tenía la esperanza de que Tucker pudiera ayudar,
pero Lihter no es susceptible a la particular habilidad del humano. Lo intentamos. Pero
no hemos podido.

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—Y eso te deja con una falta de información sobre lo que está pasando en el
campamento del weren.

—Tal vez no. Hay un hombre. Un hombre lobo. Ya me ha proporcionado


suficientes fragmentos de información para demostrarme que tiene el potencial de ser un
recurso extremadamente valioso.

—Quieres que me reúna con él —dijo Luke—. Bastante simple. ¿Cuándo y


dónde?

—En Zermatt —dijo Tiberius, refiriéndose a la acogedora ciudad suiza que por
tradición era territorio neutral, tanto del mundo humano como del de las Sombras—.
Esta noche. Y no irás solo. Me estarás acompañando.

Como era de esperar, Luke se vio sorprendido.

—Han pasado unos pocos cientos de años desde que sentiste la necesidad de
supervisar mis misiones.

—Hay circunstancias. Dice que tiene información valiosa sobre Lihter, y está de
acuerdo en ser una fuente continua. Pero a cambio de un favor.

Luke levantó la ceja.

—Un informante con destreza para la negociación. Suena como que tendrás las
manos llenas.

—Su hija ha sido raptada. Tiene razones para creer Lihter se la llevó.

—¿Por qué Lihter la querría?

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El Club de las Excomulgadas
—Dice que no lo sabe. Obviamente no le creo, pero hasta que nos veamos en
persona, hasta que él confíe en que la traeré de vuelta, dudo que me lo diga.

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—Entonces, ¿quién es él?

—Su nombre es Cyrus Reinholt. Durante años, vivió en París. Tenía su propia
casa, pero con acceso sin trabas al Château 2 —añadió Tiberius, refiriéndose a la antigua,
enorme mansión que los werens utilizaban como su ubicación central.

—¿Tiempo pasado?

—Actualmente se encuentra en la clandestinidad.

—Por Lihter —dijo Luke, asintiendo—. Si se ha llevado a su hija, eso sugiere


que Reinholt tiene algo que Lihter quiere. ¿Alguna idea de lo que es?

—Todavía no. Una vez más, espero que la situación sea mucho más clara
después de nuestro encuentro.

Luke asintió.

—Teniendo en cuenta que está escondido, dudo que su información sea útil.

—Una preocupación válida —admitió Tiberius—. Pero supongo que tendrá al


menos alguna información que pueda utilizar. Y posiblemente, acceso a otras fuentes.

—Tienes otra forma, lo sabes.

Tiberius oyó el toque de duda en la voz de Luke, y su cabeza se levantó.

—No —dijo con firmeza—. No la tengo.

—Maldita sea, Tiberius. La puedes usar. Infiernos, deberías usarla.

A Ella. Caris.

2
Castillo en Francés. Se deja en el original porque el nombre del castillo es Château Du Lupe.

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El Club de las Excomulgadas
Dentro de él, su demonio se retorció y se giró. Había tenido miles de años para
aprender a mantener a su demonio reprimido, cómo controlarlo en lugar de que él lo
controlara. Y sin embargo, desde el momento en que había conocido a Caris, el control

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nunca había sido completo. Cada vez que ella había estado en peligro, el conocimiento
no sólo lo había rasgado en mil pedazos, sino que lo había amenazado con liberar a su
demonio con la misma dinámica maltratada de furia que su voluntad cada vez que se
acordaba de los oscuros días de abusos del amo de esclavos, Claudio.

Y ahora que Caris era ella misma una weren, justo como Claudio había
sido...

Apretó los puños, luchando contra la bestia para que diera marcha atrás. Amor y
odio. ¿Los poetas no decían que eran como Janus? ¿Dos caras, pero en última instancia
lo mismo? Ciertamente, en él estaban en el mismo centro, ambos le traían la más
primitiva de las emociones, y no podía pensar ni en Caris, ni en Claudio, sin ser víctima
de la paliza de su demonio.

—No —dijo lentamente, obligándose a sí mismo a calmarse. A mantenerse en


control, como había aprendido tan bien a hacer—. Por supuesto que no. No la usaré.

—Ella te ha traicionado al estar con Gunnolf —dijo Luke—. No puede ser feliz
ahora que él está fuera y Lihter dentro. Si le aplicas la justa presión, podría ser una
ventaja.

—Ella no tomará parte en nada de esto —dijo Tiberius, manteniendo la emoción


de su voz plana cuando mantenía el recuerdo en su cabeza. La verdad era que ella no lo
había traicionado... no como Luke creía, de todos modos. Pero ahora no era el momento
de decirle la verdad sobre los secretos de Caris. En cuanto a Tiberius se refería, ese
momento nunca llegaría.

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El Club de las Excomulgadas
—Probablemente quiere a Lihter fuera tanto como nosotros. —Continuó Luke
—. No importa lo que haya hecho, no importa lo que hay entre vosotros dos, ella sigue
siendo un vampiro.

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—No —dijo Tiberius, con su voz llevando el peso de la finalidad—. Ella ha
llevado a un hombre lobo a su cama. Sus lealtades están en otra parte.

Un músculo en la mandíbula de Luke se movió, y luego asintió, sólo con la más


leve inclinación de cabeza.

—Es tu elección. No te lo mencionaré de nuevo.

—Bien —dijo, y lo decía en serio. Valoraba el silencio de Luke, pero sabía que
no serviría de nada. Porque sin importar cuánto deseara alejarla, Caris estaba encerrada
en sus pensamientos, y luchaba contra su recuerdo todos los días solo, llorando por lo
que una vez habían compartido, y sabiendo que se había perdido para siempre.

Y cuando uno era inmortal, para siempre duraba mucho tiempo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Tres

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El bar Alpine estaba oscuro, tan oscuro que era difícil ver los rostros de los
hombres y mujeres acurrucados alrededor de las mesas altas o inclinándose contra la
barra de siglos de antigüedad, en busca de una bebida, de un buen momento o de ambos.

Caris estaba en las sombras más profundas, de regreso en el rincón más alejado,
más allá de la diana y del escenario del karaoke en la que un hombre alemán graznaba
“Help!”, una canción de los Beatles, en un inglés roto.

Él abrió los brazos, girando sus caderas, y destrozado el coro. Caris se encogió, y
en un momento de rara caridad esperó que no hubiera venido a echar un polvo, porque
ninguna mujer en el bar parecía lo suficientemente borracha como para llevárselo a casa.
Y eso decía mucho, ya que la mayoría de las personas en el pequeño bar olían a sexo, a
lujuria y a puro calor animal. Tanto era así, que de hecho, el poder de su pasión parecía
aferrarse a ella, haciendo que su piel ardiera y creciera su hambre.

Pero no había venido por sexo. Había venido por algo totalmente diferente.

Caris había venido a matar.

Poco a poco, recorrió los rostros de los hombres de la barra, en busca del de la
foto. La oscuridad no constituía un obstáculo para su visión sobrenatural. Se suponía
que debía estar en Zermatt esta noche, aunque no sabía dónde. Pero Zermatt era un
pueblo pequeño, y ella era exhaustiva, la imagen de su rostro en el expediente ya estaba
grabada en su mente.

Hasta que había recibido esa información del investigador que había contratado,
nunca había visto su cara. Durante su cautiverio él había tenido cuidado de ocultar sus
rasgos y de disimular su olor.

30
El Club de las Excomulgadas
La primera vez que había visto su foto, se sorprendió por lo manso que parecía.

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Ella lo conocía mejor. De acuerdo con el expediente, el nombre del weren era
Cyrus Reinholt. Por todo lo que contaba era un hombre lobo normal, pero antes de haber
sido mordido, había sido científico en Alemania. Ella se acordó de las inyecciones, de la
manera científica en que su captor había grabado sus reacciones. Por favor. Permíteme
finalmente encontrar al correcto.

Durante diecinueve años, había seguido tantas pistas potenciales, sólo para
descubrir que había estado acechando a la presa equivocada.

Esta vez, sin embargo...

Por los dioses, esta vez tenía que estar en lo correcto.

Una pista más falsa y temía que se rompería. Orion le había dicho una y otra vez
sobre que simplemente debería dejar de hacerlo. Que lo guardara. Que tirara la toalla y
todos los demás cursis refranes de darse por vencida, porque matar al que le había hecho
esto a ella no cambiaría nada. Pero no podía. No lo haría.

Eso significaría que él habría ganado.

El hecho era que se había llevado su vida perfecta y la había roto en pequeños
pedazos. El hecho era que la había convertido en algo nuevo. En algo vilipendiado. En
algo tóxico.

Y eso era inaceptable. Había un precio por el dolor.

Esta noche, él iba a aprender lo pesado que podía ser el precio de su dolor.

Una por una, examinó las caras del bar, haciendo caso omiso de los dos
vampiros rubios encorvados en un rincón. No estaba interesada en otros vampiros. No
esta noche.

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El Club de las Excomulgadas
Dejó que sus ojos pasaran por encima de las mujeres, centrándose sólo en los
hombres. En la amplitud de sus pechos. En el corte de sus hombros. Buscando a un
hombre con cuerpo voluminoso, con el mismo pelo negro y bigote fino reflejado en la

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foto del expediente.

Él no estaba allí.

Maldita fuera todo, él no estaba allí.

Con una serie de maldiciones quemándole la lengua, se dio la vuelta. Tal vez
estaba en otro bar. Tal vez estaba de excursión en el maldito Matterhorn.

Tal vez el universo estaba jugándole una gran y desagradable mala pasada a
ella.

No importaba, pensó mientras un hombre se deslizaba delante de ella, en


dirección a la barra.

Ella sabía que él vendría a Zermatt. Al final lo encontraría. En última instancia,


ella…

¿Tiberius?

No era él, por supuesto. No era el hombre que una vez había amado con cada
aliento en su cuerpo.

El hombre que había arrancado su corazón y que lo había partido en mil


pedazos.

El hombre frente a ella no era Tiberius.

Pero el pelo medianoche negro y los ojos infinitos habían llamado su atención
con tanta seguridad como Tiberius lo había hecho esa primera noche, cuando lo había
vislumbrado en la casa de su padre, en una oferta extraña de sus servicios como
guerrero. El parecido era sorprendente, y por breves momentos, se

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El Club de las Excomulgadas
le hizo un nudo en la garganta y su pulso ardió en una ira violenta, en guerra con el más
profundo de sus deseos.

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—¿Te puedo invitar una copa? —El hombre frente a ella le preguntó, y cuando
habló la ilusión se desvaneció.

La suya era la voz de un hombre que ligaba a mujeres en los bares.


Definitivamente no era Tiberius.

Ella hizo una pausa, mirándolo lentamente de arriba a abajo, y luego continuó
hacia la puerta.

Él siguió su paso, a su lado a pesar de su desplante. Al parecer, era obstinado o


estúpido.

—Estás sola. —Le dijo.

—Tus poderes de percepción son alucinantes.

Ella siguió caminando.

—Una mujer como tú no debería estar sola.

Se detuvo, después lentamente, se volvió para mirarlo.

—¿Y qué clase de mujer es esa?

—Una hermosa.

—Confía en mí —dijo ella—. La belleza es una enfermedad mortal.

—Lo sé. —La miró intensamente, y ella pudo oler la verdad sobre él. Sabía lo
que era, y maldito sino la excitaba.

La perspectiva de la sangre bromeó en su demonio, la maldad oscura que vivía


más profundo en todos los vampiros, y su hambre creció.

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El Club de las Excomulgadas
El lobo se agitó también. La bestia secreta en su interior. Él la había hecho así, y
ella había venido a matarlo en pago de su pequeño y sucio truco. Por convertirla en una
muerta andante.

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Una extraña en su propio maldito mundo.

Por hacerla una híbrido.

No puedes ir allí, Caris. Ni siquiera lo pienses.

—Quiero lo que me puedas dar. —La miró con ojos muy abiertos y salvajes,
como un yonqui con la mirada fija en un frasco lleno de caramelos de metanfetaminas.

—¿La muerte?

—El subidón. —Su pecho subió y bajó con su aliento, con el olor del deseo
flotando fuera de él. Él se lamió los labios y dio un paso hacia ella—. Sé lo que eres
—dijo, e inclinó la cabeza hacia un lado—. Aliméntate.

Algo primitivo y furioso brotó en su interior.

—No tienes idea de lo que soy —dijo—. No tienes una maldita pista.

—Eres un vampiro.

La palabra la golpeó con la fuerza de una bofetada, y dio un paso más cerca, tan
cerca que podía sentir el calor de su creciente excitación desde su piel pálida como el
hueso.

—No lo soy —dijo—. Ya no.

Lo miró a los ojos oscuros y vio el creciente miedo, un temor que la alimentaba
y la impulsaba, que la preparaba y le rogaba que tomara, que tomara, que tomara.

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El Club de las Excomulgadas
Para vengarse. Contra el hombre que estaba buscando, sí. Pero más contra el
hombre que la había amado hasta el día en que la había desterrado. Quería darle a
Tiberius el gran “Vete a la mierda”. Y ahora... ahora este hombre estaba de pie delante

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de ella. Este hombre, a la espera de que ella tomara su sangre, su vida...

Luchó contra eso, luchó de nuevo.

No ahora. No cuando estaba de cacería.

—Vete. —Le dijo, poniéndole la palma de su mano contra su pecho y


empujándolo lejos—. Búscate un juego menos peligroso que jugar.

Él se fue, corriendo a las sombras de la barra para encontrar otra compañera de


juegos.

Ella sacudió la cabeza, clasificando sus pensamientos, trazando un plan. Iría al


bar de al lado, después, al siguiente si tenía que hacerlo. Encontraría a su presa.

Había venido a esta ciudad con un propósito, y no tenía intención de distraerse.

Ni siquiera por los malditos recuerdos de Tiberius.

Le tomó un tiempo navegar a través de la multitud, con la gente aplastándose


junta, con sus ardientes alientos calentando el aire, con el olor a sudor de sus cuerpos
debajo de los suéteres gruesos jugando con sus sentidos. Hizo una pausa para tomar una
copa en el bar y buscar en la multitud a su presa. Él no estaba allí, pero la humanidad se
presionaba a su alrededor, y el olor de ello tanto se burlaba como la entristecía. Había
sido humana una vez también, pero Tiberius había cambiado todo eso. Le había
prometido un para siempre y ella le había creído.

Había sido una tonta.

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El Club de las Excomulgadas
Ella salió por la puerta, y el frío del aire le picó las mejillas y le refrescó sus
pensamientos. Comenzó a caminar por la calle hacia el pub de al lado, con la nieve
crujiendo bajo sus pies.

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Un grito desgarró la noche como si se hiciera eco de su propia necesidad de
desgarrar y destruir. Se dijo que debía ignorarlo... no era su problema.

Pero el olor del miedo impregnó el aire.

Lo que estaba sucediendo, estaba cerca. Y, maldito fuera todo, ella ya se dirigía
en esa dirección.

Los encontró en el callejón detrás del bar...los dos vampiros y el tipo idiota con
los ojos de Tiberius. Uno de los vampiros se apoyaba perezosamente contra la madera
tosca de la pared mientras el otro sostenía al humano en una burla de abrazo de amante,
con sus dientes hundidos profundamente en la carne del hombre.

Comenzó a alejarse, no estaba con la Coalición de Cumplimiento Sobrenatural3.


No era su trabajo detener a los vampiros que corrían por ahí alimentándose de los
humanos, incluso de los idiotas que habían estado pidiendo problemas. Especialmente
no de los tarados que le recordaban a Tiberius. Y, ¿no había algún tipo de justicia dulce
en ver la vida arrastrada fuera de él?

Miró por un segundo, respirando el olor del miedo, el aroma de la muerte.


Ella observó, y luego maldijo.

Maldito fuera todo.

Tres grandes zancadas y estuvo justo delante de ellos.

—Es curioso —dijo en una declaración hacia el que sus colmillos estaban
enterrados en la carne—. Él no se parece a una fuente permitida.

3
En el original: “Preternatural Enforcement Coalition”, a partir de ahora aparecerá o traducido o
abreviado como PEC.

36
El Club de las Excomulgadas
—No es tu asunto, niña —dijo el de la boca libre—. No a menos que estés
interesada en compartir.

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Se enfrentó a él, llevándose la mano a la cadera, empujando el cuero de su
abrigo atrás, revelando el cuchillo que llevaba habitualmente allí.

—No creo que nos hayan presentado —dijo ella—. Soy Caris.

—¿Caris?

De hecho, lo vio tragar, y se tuvo que morder una sonrisa. Al parecer, su


reputación valía algo aún aquí en el Matterhorn.

—Debes irte si quieres vivir.

No tuvo que repetirlo. El que había estado en la pared se separó y salió


corriendo.

El otro dejó caer al humano, se limpió la sangre de los labios con el dorso de la
mano, luego salió del callejón, con sus ojos fijos en ella como si pudiera saltar sobre él
con maldad.

Cualquier otra noche, y ella podría haber hecho sólo eso.

El humano se desplomó en el suelo, con la mejilla apoyada en un fango de nieve


sucia.

Ella podía oír su pulso, débil pero constante.

Se alejó, dejándolo en el frío, pero tomó su móvil y pidió a información que la


conectaran con la taberna. Le dijo al camarero que le respondió que había un hombre
sangrando en el cuello en el callejón. Sólo sería su pequeña contribución caritativa del
día.

Hizo una pausa para mirar arriba y abajo de la calle Bahnhofstrasse. Levantó la
barbilla, y olfateó el aire frío como de costumbre. No esperaba nada...

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El Club de las Excomulgadas
hasta el momento su suerte no había sido precisamente estelar y se sorprendió al captar
un perfume.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Áspero. Animal.

Weren.

No necesariamente el que cazaba, no podía conseguir tener esperanzas todavía.


Pero se dio la vuelta a la izquierda, siguiendo el olor a la colina, a través de las
serpenteantes calles y, finalmente, fuera de la aldea y hasta una ruta de senderismo en
las montañas. Aminoró el paso, cautelosa. ¿Estaría entrando a una trampa? ¿O Reinholt
había llegado a los árboles para cambiar? ¿Para retozar y cazar? A su izquierda, vio una
señal que apuntaba hacia una zona de picnic. El olor era más fuerte ahora, incluso a
pesar de que la nieve empezaba a caer en serio, y aumentó su ritmo, dándose cuenta de
que él le estaba ganando.

Detrás del manto de nubes la luna colgaba pesada en el cielo, no llena, sino
creciente e iluminada, y el animal dentro suyo empezó a saborear la caza. Podía sentir al
lobo creciendo en su interior. Podía sentir que le rogaba salir, sobre todo ahora que
estaba en el borde, que casi la dulce venganza estaba sobre ella.

A diferencia de un weren normal, ella no cambiaba al salir la luna en las noches


de luna llena. La parte de su vampiro peleaba eso. Pero se trataba de una ventaja de sólo
unas pocas horas. Aún así, esas horas la habían ayudado a mantener su secreto cuando
había estado viviendo con la manada. Una vez que ellos cambiaban, no les importaba
ella, y podía escabullirse a una celda especial sellada y cerrarla.

Ahora, sin embargo, la luna estaba a días de estar totalmente llena, y tenía
control sobre el lobo.

Hacía mucho tiempo que el lobo había estallado cuando no había luna llena.

Pero a pesar de que estaba atrapado, todavía clamaba por la liberación. Igual que
su demonio.

38
El Club de las Excomulgadas
Clamando por sangre y cargada de recuerdos, no quería hacer nada más que
matar.

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Se movió en silencio, siguiendo el camino en torno a un bosquecillo de árboles y
luego deteniéndose de pronto cuando entró al pequeño claro... él estaba allí, de pie junto
a una mesa de picnic cubierta de nieve. Y aún no se había dado cuenta de que ella estaba
detrás suyo.

Llevó la mano a su cuchillo. Tenía un arma, también. Un revólver escondido


discretamente en la parte de atrás de su cintura. Cinco balas de plata. Eran suficientes
para matar a un hombre lobo, pero se trataba de una muerte que Caris quería hacer con
sus manos, no con una pistola. Y definitivamente no con sus colmillos, la idea de su
boca cerrada sobre ese montón de carne la hacía sentirse enferma. En sus fantasías,
había considerado cortarse a sí misma y dejar que el ácido de la sangre que él le había
dado cortara y quemara a través de su cuerpo. Habría justicia poética allí, pero todavía
no lo deseaba.

No, para esta matanza, quería una navaja. Un movimiento rápido a través de su
garganta, cara a cara para poder ver su expresión y ver como él comprendía que había
llegado el momento de pagar por sus pecados. Había riesgo, lo sabía. Si Reinholt veía su
rostro antes de morir, un demonio perceptor podría sacarle esa imagen. Pero el clima se
estaba volviendo más duro, y sabía que Suiza no tenía a ningún demonio perceptor entre
el personal. Pasarían horas antes de que el cuerpo fuera encontrado. El clima era su
aliado. Y por lo que quería valía la pena el riesgo.

Dio un paso adelante, sin preocuparse más de ser sigilosa. Quería una pelea. La
ansiaba, de hecho. Su demonio quería jugar. Y siempre y cuando el weren terminara
muerto, estaría más que feliz de dejar que el demonio saliera y estirara las piernas.

Pero en ese momento, Reinholt se volvió, y un parpadeo de alegría pasó a través


de ella mientras veía el reconocimiento y el miedo en sus ojos.

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El Club de las Excomulgadas
Se puso tensa, pero no lanzó la estocada. No se movió hacia adelante, no atacó, y
por una fracción de segundo, se preguntó sobre su vacilación. Este era el weren que
había estado buscando. El hijo de puta que había destruido su vida, su amor.

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En su interior, el demonio gruñó deseando sangre. Su cuerpo ardía en deseos de
saltar, el lobo dentro de ella quería arrancar, destruir.

Aún así, sin embargo, no se movió, y mientras que la sangre que hervía en su
cabeza se calmaba, se dio cuenta del por qué. No era la muerte lo que deseaba... no de
inmediato. Eran respuestas.

—¿Por qué?

La pregunta salió como un susurro, pero sabía que él la había oído. Aun así, no
le contestó.

—Dime lo que quiero saber, y tal vez te deje vivir. —Era una mentira que no se
arrepentía de decir.

—¿Dejarme vivir? —Él llegó a su abrigo y sacó un arma. No era algo que ella
generalmente temiera, pero este era el único hombre en todo el mundo que sabía qué
tipo de bala le haría daño. Balas de madera recubiertas en plata. Un arma diseñada para
matar o bien a un vampiro, o a un hombre lobo. O a los dos.

—Tú. —Él sostuvo la pistola quieta. Su dedo se movió al gatillo, y en ese mismo
instante, ella se movió hacia el lado. La bala sonó, quemando a través de la piel de la
manga de su abrigo, cortando la carne de su brazo y haciendo una línea de color carmesí
que burbujeó y quemó el cuero de su chaqueta.

La había lastimado, pero no la había matado.

Lo había jodido a lo grande allí.

Ella volvió a caer en la nieve, rodó, y cuando se acercó, tuvo su propia arma en
sus manos.

40
El Club de las Excomulgadas
En la parte posterior de su mente, registró pisadas, moviéndose más rápido que
las de un humano, pero no podía preocuparse por eso ahora. Él se estaba preparando
para disparar una nueva ronda, y esta era una cuestión de supervivencia. Le disparó a la

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cabeza, y se tambaleó hacia atrás, con un pequeño y limpio agujero en su cráneo. Ella se
puso de pie, apuntándole, y disparándole otra en su corazón, tirándolo al suelo.

El hombre al que había venido a matar estaba muerto, pero de alguna manera no
se sentía mejor.

Se irguió, ignorando el dolor de su brazo y el olor pútrido del ácido carcomiendo


el cuero. Alguien se acercaba. Tenía que irse.

Y entonces oyó su nombre, y su corazón se estremeció en su pecho.

—¡Caris! —dijo él de nuevo.

Ella se dio la vuelta, sin querer, pero obligada para ver su rostro. Porque conocía
esa voz. Conocía a ese hombre. Y cuando lo miró, le quitó el aliento.

—Maldita sea, Caris, ¿qué diablos has hecho?

Ella se obligó a sonreír, dando una imagen de control calmado hacia el exterior a
pesar de que en el interior estaba temblando.

—Hola, Tiberius —dijo—. Ha pasado mucho, mucho tiempo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Cuatro

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Tiberius había oído los disparos mientras se transformaba de niebla a su forma
corpórea. No se había molestado en esperar por Luke, sino que se había lanzado a través
del claro a la pequeña zona de picnic que Reinholt había escogido como punto de
encuentro.

Había llegado en cuestión de segundos, pero incluso en ese corto tiempo, había
sabido que iba a ser malo.

¿Cómo no podría serlo? Un tiroteo. Su informante probablemente estaría muerto


o herido.

Y sin embargo nunca ni una sola vez comprendería lo horrible de la realidad que
se enfrentaría a él.

Caris.

De pie justo frente a su informante, con una pistola en la mano, con una herida
en el brazo. Y Reinholt tenía un agujero en la cabeza.

Ahora ella le sonreía, tratando de actuar como si no hubiera pasado nada inusual.
Al diablo con eso.

—Santo Dios, Caris. ¿Qué has hecho?

—Lo que tenía que hacer.

—No —Le espetó, no pudiendo evitar la ira en su voz—. No evadirás mis


preguntas. Quiero respuestas, y las quiero ahora. —Detrás de él, Luke salió a través de
los árboles.

Caris sonrió.

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El Club de las Excomulgadas
—Espera un momento —dijo quitándose la chaqueta después, sosteniéndola
contra su pecho para cubrirse una parte de su brazo. Al principio, Tiberius no estuvo
seguro de por qué había hecho eso. Luego se dio cuenta de que estaba escondiendo su

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herida, y la porción de su chaqueta que había sido quemada por el ácido que había
fluido de la herida.

Se puso tenso. Sabía desde hacía años lo que era, pero ver la verdad otra vez de
manera tan inesperada lo sacudió. Acomodó sus facciones con una máscara de calma,
pero conocía mejor a Caris. Ella había visto su reacción.

Todo lo que podía esperar era que Luke no lo hubiera hecho.

Como si hubiera reconocido sus pensamientos, Caris le dio una amplia sonrisa.

—Lucius. Bienvenido a la fiesta. —Lanzó una rápida mirada a Tiberius—. Bien.


Esta pequeña reunión ha sido muy divertida, pero creo que me pondré en camino.

Se movió dando un paso al costado, pero Tiberius aceleró hacia adelante y la


tomó del brazo. Ella se quedó inmóvil, después lo miró a los ojos. Con un solo
movimiento, deliberado, tiró del agarre de su brazo, y hubo algo tan frío en ese gesto,
tan definitivo, que él sintió el hielo en su interior hacer crack.

—Caris, los disparos. La policía humana llegará pronto, igual que la PEC.
Tenemos que irnos.

—Exactamente lo que quería hacer —dijo ella—. Tú eres el que me detuvo.

—Tuve mis razones.

Ella lo miró con una expresión desafiante que él conocía muy bien.

—Estoy esperando.

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El Club de las Excomulgadas
—Cyrus Reinholt era mi informante —dijo él—. Me acabas de causar más que
un pequeño inconveniente.

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—Siento mucho molestarte.

A pesar de todo, él no pudo evitar sonreír. Siempre había sido buena con las
disculpas y era reconfortante saber que algunas cosas no habían cambiado.

Un fuerte chasquido sonó desde más allá de la hilera de árboles, como si alguien
hubiera pisado una ramita. Tiberius miró a Luke, quien asintió rápidamente, luego se
escabulló para comprobar.

Tiberius se volvió a Caris.

—Cómo iba diciendo, mataste a mi informante. ¿Estás trabajando para Lihter?


—No lo podía creer, pero tenía que preguntárselo.

Su risa pareció genuina.

—No del todo.

—¿Por qué, entonces? Quiero saber por qué Reinholt está muerto.

Sus ojos eran fríos, de un hielo esmeralda.

—Hay un montón de cosas que deseo, Tiberius. Justo ahora, la más urgente es
volver a casa.

—Iremos a Londres.

—Londres y casa no van juntos. ¿O es que lo has olvidado?

Él no lo había hecho, por supuesto. Lo recordaba todos los días.

—Tendré mis respuestas, Caris. De una forma u otra. —El ceño de ella subió—.
Tenemos el tiempo limitado hasta que alguien nos descubra —agregó —. Tenemos que
irnos ahora.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Qué vas a hacer, Tiberius? ¿Tirarme por encima del hombro? Soy más fuerte
ahora. He estado entrenando, trabajando sobre el terreno. —Sonrió dulcemente, y luego
miró deliberadamente hacia arriba a la luna, a menos de una semana de estar llena—. De

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hecho, creo que sería justo decir que, ahora mismo, soy tan fuerte que probablemente
podría incluso capturarte.

Él no se inmutó, a pesar de que sabía que probablemente tenía razón. Él podría


tener la fuerza de dos mil años para cogerla, pero ahora ella tenía la fuerza de dos
especies, y era poderosa en verdad.

—¿O estás amenazándome con hacerme daño de alguna otra manera? ¿Tal vez
tienes la intención de compartir mis secretos?

Él la miró a los ojos, dándole el más mínimo movimiento de cabeza, consciente


de que con sus sentidos vampíricos, Luke todavía podía oírlos incluso a pesar de que ya
no se encontraba cerca.

Y aún Luke, su amigo más antiguo en el mundo, no sabía la verdad acerca de lo


que era ella.

—Pero no quisiste decir eso, ¿verdad? Después de todo, hiciste una promesa de
protegerme una vez. ¿O la has olvidado? Considerando todas las cosas, sin duda creo
que lo has hecho.

—Hay otros a los que les debo protección también —dijo, hablando con cuidado
—. Y nunca he fallado en protegerte de cualquier daño.

—¿No? A pesar de todos esos años protegiéndome... a pesar de negarte a


dejarme trabajar del lado de los kyne... a pesar de trabajar muy duro para mantenerme a
salvo y protegida, me lastimaste más de lo que cualquier otra persona ha logrado.

Él no pudo hablar. Todo lo que decía era cierto, y sin embargo no había tenido
elección. Si se enfrentaba a esa decisión de nuevo, no haría nada diferente. A pesar de
que le había matado tomarla, había salvado miles de vidas cuando la había

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El Club de las Excomulgadas
enviado lejos después de que hubiera regresado a Londres como un híbrido. A todos los
vampiros en su corte. Infiernos, él había salvado a cada criatura de Londres, humana y
de las Sombras.

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Él era un líder, un protector. Y eso significaba que tenía que tomar decisiones
imposibles.

La elección verdaderamente difícil habría sido matarla. Pero eso era algo que
había sido incapaz de hacer.

—Tienes razón, por supuesto —dijo él, y su acuerdo pareció sorprenderla—.


Pero no cederé. Y no me importa si las respuestas llegan fácilmente o con una gran
dificultad.

—¿No te importa? No te creo.

Había un pequeño alivio sutil del tono de su voz, y él lo igualó. Esta era una
tregua que estaban negociando, y con eso por lo menos estaba familiarizado.

—Tienes razón, una vez más. Me gustaría mucho tomar la vía fácil. Le

tomó un momento, pero ella asintió.

—Muy bien. ¿Londres? No me gustaría negarte la ventaja de jugar en casa.


Y como por el momento no tengo un hogar, parece la elección más lógica.

Las palabras lo sorprendieron. Tiberius sabía que Lihter había desterrado a


Gunnolf de París, pero Tiberius había asumido que Caris habría viajado con el antiguo
líder weren a Escocia.

Ahora, sin embargo, no era el momento para preguntas.

—Londres. —Él estuvo de acuerdo.

—Está bien. Nos encontraremos allí. Antes del amanecer. —Ella lo miró con
una expresión indescifrable—. Te doy mi palabra. —Y entonces se fue,

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El Club de las Excomulgadas
corriendo entre los árboles con una velocidad increíble, para levantarse sobre la
cubierta de hojas como un sólido cuervo negro.

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Tiberius se quedó un momento mirando el cielo. Entonces oyó el movimiento
detrás de él.

Se volvió para ver a Luke emerger entre los árboles.

—¿Oíste?

Luke asintió.

—Pero siento que deberías haber publicado un libro de códigos antes de esa
conversación.

—Hay mucha historia entre nosotros.

—¿Crees que fue prudente dejarla viajar por su cuenta?

—¿Viste a la velocidad a la que nos dejó? No estoy seguro de que tuviera


opción. —Es más, no la quería alrededor mientras consideraba cómo lidiar con las
consecuencias de la muerte de Reinholt. Había hablado con sinceridad cuando había
dicho que ella lo había perjudicado en serio.

—Se ha hecho más fuerte en las últimas dos décadas —dijo Luke—. No estás
sorprendido, ¿no? Tiene bastante fama ahora.

Tiberius asintió. Sabía acerca del trabajo sobre el terreno de Caris, sabía que su
nombre incitaba miedo.

—Se ha convertido en algo un poco como tú. —Le dijo a Luke. Era la única cosa
que siempre había querido, luchar a su lado. Y en un primer momento lo había hecho.
Pero entonces él casi la había perdido, y después de eso se lo había prohibido. ¿Cómo
iba a arriesgarla en la batalla cuando perderla lo hubiera destruido?

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El Club de las Excomulgadas
Y entonces había sido él quien la destruyó.

El mundo estaba lleno de ironías.

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—¿Vendrá? —Le preguntó Luke.

Tiberius asintió.

—Lo hará.

Luke pareció dudar, pero Tiberius estaba seguro. A pesar de su velocidad y


fuerza, no la habría dejado irse si no hubiera estado seguro. Pero la conocía bien, a pesar
de todo. Ella no querría a Tiberius ni a sus hombres buscándola. Más importante aún,
cuando Caris daba su palabra, no la rompía.

—Tenemos que irnos —dijo Luke.

Tiberius negó.

—Yo me iré. Necesito que te quedes. A menos que Caris sólo haya tropezado
con él, y decidido matar a un perfecto extraño, es seguro asumir que Reinholt debió
haberle dicho a alguien de sus planes sobre encontrarse conmigo.

—Lo que significa que tu nombre saldrá cuando los locales investiguen.

—Y si no estoy aquí, o mi representante, habrá aún más preguntas. Vuelve a la


ciudad, vuelve aquí después de que el cuerpo sea descubierto. Averigua lo que puedas,
diles que Reinholt me iba a proporcionar información acerca de Lihter.

—Disparo el centro de atención sobre el weren.

Tiberius medio sonrió.

—No veo ninguna razón para no hacer su vida lo más difícil posible. Pero no
digas nada sobre el secuestro. —En ese momento, frunció el ceño. Reinholt se suponía
que tenía más detalles al respecto. Ahora la chica estaría a la misericordia de Lihter, y la
tarea de rescatarla sería mucho más difícil.

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El Club de las Excomulgadas
—Es posible que la culpa que estás lanzando hacia Lihter no sea una ficción
—dijo Luke.

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—¿Crees que Caris está mintiendo? ¿Qué realmente fue enviada por Lihter?

—No podemos descartar la posibilidad.

—Yo puedo —dijo Tiberius. Por mucho que ahora despreciara a Gunnolf, el
anterior líder weren, este tenía un núcleo de moralidad. Lihter, sin embargo, siempre
había sido peligroso. Caris nunca se alinearía con él por gusto.

Se podría decir por la expresión de Luke que su lugarteniente no compartía su


certeza.

—Mantén tus ojos y oídos abiertos. —Le dijo Tiberius—. Quiero saber si tienen
alguna razón para sospechar de Caris. —Le dio una palmada a su amigo en el hombro
—. Nos vemos en Londres.

—Buena suerte —dijo Luke, que no era su comentario habitual de separación.


Bajo estas circunstancias, sin embargo, Tiberius lo apreció. Es más, tenía la sensación
de que iba a necesitarla.

*****

Gabriel Casavetes miró hacia abajo mientras la turista americana debajo de él,
¿Sally? ¿Jenny?, gemía, se retorcía y hundía las uñas en su espalda.

—Más fuerte, cariño. Estoy tan cerca.

Él obedientemente bombeó más fuerte, tratando de borrar todo de su cabeza,


tratando simplemente de disfrutarlo un poco. Era joven, era hermosa, era sensible.

Y todo lo que estaba haciendo era pasar a través de los movimientos.

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El Club de las Excomulgadas
Debajo de él, ella se arqueó hacia arriba, con sus músculos contrayéndose, y él
bombeó mientras gritaba, lloraba y, básicamente sacudía toda la maldita habitación con
su orgasmo. Entonces ella se dejó caer, con su brazo por encima de sus ojos, con su

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respiración húmeda y pesada.

—Oh, sí, eso fue increíble. —El brazo se movió y ella lo miró—. Fue increíble,
¿no?

—La tierra se movió —dijo él. Se salió y se dirigió hacia el cuarto de baño.

—Oh, vamos regresa. La nena quiere acurrucarse.

Vaciló, contento de estar de espaldas a ella, porque la vacilación le dio la


oportunidad de hacer rodar los ojos y preguntarse en qué diablos había estado pensando
al haberla invitando a subir a su habitación. No era porque estuviera tentado a volver y
acurrucarse.

Continuó, cerrando la puerta del baño detrás de él. Con un poco de suerte, saldría
en un minuto y encontraría que ella había captado la indirecta, conseguido vestirse, y se
habría ido.

En su lugar, abrió la puerta y tuvo una imagen de la turista desnuda, tirando de la


colcha a un lado, acurrucada en sus sábanas de color verde oscuro.

Ella dio unas palmaditas en el lugar a su lado.

—La segunda ronda.

—Tentador —dijo él, preguntándose qué habría en la televisión.

—Consigue traer tu lindo y pequeño trasero suizo aquí.

—En realidad, soy de Texas.

Su ceño se levantó con eso, y su sorpresa golpeó su estimación de ella con una
muesca hacia abajo, lo que hizo más profundos sus números negativos. Él

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El Club de las Excomulgadas
había dicho y’all4 por amor a Cristo. ¿De verdad creía que se había criado a la sombra
de Matterhorn?

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Si ella estaba avergonzada, sin embargo, lo disimuló bien. Se sentó, con sus
amplios pechos balanceándose.

—Bueno, eso nos convierte en vecinos. ¡Yo soy de Phoenix!

—Creo que te olvidaste de Nuevo México —dijo, pero ella lo ignoró, la


geografía básica al parecer estaba por debajo de ella. Nota para mí mismo, pensó, no
más hablar con las mujeres mientras bebo.

Por otra parte, se había mudado a este iceberg de ciudad para escapar. Porque
quería una vida aburrida, una existencia fácil. Y esta mujer era tanto aburrida como
fácil.

¿Qué quería decir eso? ¿Ten cuidado con lo que pides?

—¿Oíste eso? —dijo ella, mientras el fuerte aviso llenaba la habitación. Él le


dijo un silencioso gracias a quien lo estuviera llamando, después, cogió su móvil de la
mesilla de al lado de la cama. El identificador de llamadas mostró “Everil”, y Gabriel no
creía que alguna vez hubiera sido más feliz de escuchar a esa zalamera excusa de
compañero.

—Soy yo. ¿Qué pasa?

—Los humanos atraparon uno —dijo Everil, con su voz alta y nasal raspando los
ya gastados nervios de Gabriel—. Un homicidio real y auténtico.

El pequeño fae parecía muy entusiasmado ante la perspectiva. Gabriel no


compartía su entusiasmo.

—¿Supongo que hay una razón por la que me estás contando esto?

4
N.T: es una abreviación de you all, que se utiliza en algunos estados de Estados Unidos.

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El Club de las Excomulgadas
—Los humanos lo atraparon, pero es nuestra jurisdicción. La víctima es un
hombre lobo. Parece que murió hace un par de horas. Al parecer alguien oyó disparos,
pero no lo denunció. No se dio cuenta de lo que había oído, supongo, hasta que algunos

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adolescentes decidieron salir a tener una sesión de caminata nocturna. Encontraron el
cuerpo, y entonces nuestro testigo se acercó cuando vio a la policía. —Estaba hablando
a mil por hora, obviamente, emocionado como la mierda por estar en medio de una
verdadera investigación de Homicidios—. Me dirijo a la escena ahora mismo. Koller
hará su cosa de enlace y solucionará el problema con los peces gordos de la Polizei5 —
agregó, refiriéndose a Benjamin Koller, el subdirector de la División de la unidad 12, de
crímenes violentos.

—Recuerda lo que hablamos. Asegúrate de que la escena se conserve. Estos


chicos no tienen mucha experiencia en homicidios. No quiero ningún error de novato
destruyendo evidencias.

—Ya lo tienes, compañero —dijo, y luego gorjeó—. Maldita sea, pero esto es
emocionante.

Gabriel cerró el teléfono con una sacudida de cabeza. Emocionante, no sería su


elección de palabras. Pero mientras miraba a la mujer en la cama, tuvo que admitir que
“fortuito” y “conveniente” se adaptaban bastante bien.

La luz de la luna se derramaba desde el cielo, la nieve en las montañas había


aumentado y la imagen de la escena era en tonos de gris y negro. Era una vista
impresionante y hermosa.

Gabriel apenas se dio cuenta.

Encontró la escena con bastante facilidad. Incluso sin las instrucciones


demasiado detalladas de Everil, el camino hacia la zona de picnic era lo suficientemente
obvio, después de haber sido bien pisoteado por las autoridades, tanto humanas como de
las Sombras. Frunciendo el entrecejo, se apresuró hacia adelante, con miedo de que los
estúpidos hubieran estropeado la escena del crimen.

5
Policía en alemán

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El Club de las Excomulgadas
Fue un placer descubrir que el área alrededor de la víctima había sido acordonada con
cinta de „Escena del crimen‟. Gabriel hubiera preferido un perímetro amplio, pero ya
era demasiado tarde.

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Eso era lo que sucedía cuando el homicidio llegaba al paraíso... se cometían
errores y las pruebas se perdían.

Se acercó a la escena, inhalando con profundidad. Gracias a la mitad perro del


infierno, del lado de su madre, su sentido del olfato estaba tan bien afinado como
cualquier criatura de las Sombras. Pero si el asesino había dejado un aroma distintivo,
había sido enmascarado por toda la actividad. Más que eso, a menos que estuviera
familiarizado con el olor del sospechoso, la captura de un aroma apenas importaba.

Hizo una pausa fuera de la cinta y miró abajo a la víctima. Hombre. Delgado.
Razonablemente alto. Parecía estar en sus cuarenta y tantos años, aunque si él fuera
weren podría con la misma facilidad estar en sus cuatrocientos. La misma biología que
modificaba también reparaba su estructura celular todos los meses y sanaban sus células
mientras envejecían. Un buen truco, en realidad.

Un agujero de bala había penetrado en el cráneo de la víctima, y otro había


agujerado su pecho. Ahora la nieve alrededor de su cabeza y torso estaba manchada de
rojo, dando la extraña impresión de un ángel caído con sus alas de color carmesí y halo.

Vio a Everil a un lado, hablando con un hombre alto que olía a humano. Gabriel
levantó su mano, señalando a su compañero, que se apresuró hacia él, con su rostro y
actitud de remilgada importancia.

—Lo tengo todo bajo control.

—Entonces, ¿por qué los humanos todavía están aquí?

Era difícil imaginar la ya mala cara de Everil apretándose más, pero de alguna
manera, el fae se las había arreglado para que eso pasara.

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El Club de las Excomulgadas
—Existen procedimientos. Toman su tiempo.

—Tiempo es lo que no tenemos —dijo Gabriel—. Las imágenes sólo duran

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algún tiempo.

Everil parpadeó, con su expresión en blanco. Gabriel se tragó una maldición y


trató de sacar paciencia de su suministro rápidamente agotado. No había pedido como
compañero a Everil, había pedido una nueva misión en cada oportunidad que había
tenido, y sin embargo, estaban atrapados juntos como el pegamento.

—Un demonio perceptor —dijo Gabriel—. Consigue las imágenes. Resuelve el


crimen. ¿Te suena de algo?

Dos parpadeos de los ojos negros de gran tamaño.

—No tenemos a ningún demonio perceptor en el personal.

Uno. Dos. Tres. Gabriel no se molestó en contar hasta diez.

—Entonces solicita un préstamo a otra división. No te preocupes. —Lo


interrumpió—. Yo manejaré la situación.

—Hazlo —dijo Everil con un oficioso asentir de cabeza. Como si convocar a un


perceptor hubiera sido todo idea suya.

Él se escabulló y Gabriel sacó su teléfono. Le llevó tres segundos ponerse en


contacto con Koller y poner la solicitud en marcha. Con suerte, el perceptor
rápidamente conjuraría un agujero de gusano y llegaría en diez minutos. Sabía que en la
actualidad dos trabajaban para la PEC: Armand Ylexi, que estaba destinado a Berlín, y
Ryan Doyle, de la División 6 en Los Ángeles

En el momento en que terminó la llamada, Everil estaba de espaldas, esta vez


acompañado por un vampiro alto con una cicatriz por un corte en su mejilla derecha.

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El Club de las Excomulgadas
—Dice que llegó a Zermatt para una reunión con la víctima —dijo Everil—.
No me ha dicho su nombre todavía, sin embargo.

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—Lucius Dragos —dijo Gabriel. Los ojos de Everil se abrieron, y dio un paso
atrás. Dragos, Gabriel estaba feliz de verlo, parecía divertido—. Si tenía una reunión
prevista, ¿adivino que puede identificar a nuestra víctima? ¿Nos ahorraría un poco
tiempo?

—Nunca conocí al hombre en persona, pero organizó una reunión con Tiberius
en este lugar —dijo Dragos.

—¿Y dónde está Tiberius?

—Si sabe quién soy, también sabe que a menudo represento a Tiberius.

—Me parece justo. ¿Quién es el hombre?

—Cyrus Reinholt.

Gabriel negó.

—¿Lo debería conocer?

—¿Eres weren?

—Mitad perro del infierno y mitad humano —dijo Gabriel. Junto a él, la cara
demacrada Everil mostró el ceño fruncido.

—No hay razón para que lo conociera, entonces. Es un weren, obviamente. Era
una reunión preliminar. Se puso en contacto con Tiberius actuando como un posible
informante.

—¿Se ofreció a espiar a Lihter? —dijo Gabriel—. ¿Por qué?

—Esa era una de las preguntas que tenía previsto hacerle.

Gabriel asintió, luego se volvió hacia Everil.

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El Club de las Excomulgadas
—Esto pone a Lihter en la parte superior de nuestra lista de sospechosos. —
Dragos estaba en la lista también, por supuesto. Por lo menos hasta que su historia fuera
confirmada. Pero Gabriel no tenía intención de hablar de eso—. Veamos si el perceptor

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puede darnos algo más con lo que trabajar.

—¿Convocaste a un perceptor? —Le preguntó Dragos. Su expresión cambió


entonces, así tan sutil que Gabriel dudaba que nadie, excepto él se hubiera dado cuenta.
Pero Dragos no estaba feliz con la idea de que llegara un perceptor. De hecho, si Gabriel
tuviera que precisar, podía decir que parecía irritado. Y eso era interesante.

—Deberá llegar en cualquier momento —dijo Gabriel, con los ojos en la cara de
Dragos.

Una pausa, entonces:

—Bien pensado.

—¿Pero?

Ahora la sonrisa Dragos llegó fácil.

—A menos que quieras hacerle frente a las inevitables consecuencias de policías


humanos suizos atestiguando la llegada de un demonio perceptor por un agujero de
gusano, te sugiero que despejes a los humanos.

—Estamos trabajando en eso —dijo Gabriel, disparándole una mirada de reojo a


Everil, que, de hecho, se suponía que estaba trabajando en eso—. La PEC puede tener
jurisdicción exclusiva conforme a nuestro acuerdo con la Polizei suiza. Pero se necesita
tiempo. Desafortunadamente no tienen a ningún vampiro en su personal. Nadie con
algún tipo de habilidades de persuasión, en realidad, así que no hay manera fácil de
convencer a los humanos de que hay otro lugar en el que necesitan estar.

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El Club de las Excomulgadas
Dragos asintió, obviamente, sólo escuchando a medias mientras contemplaba la
escena.

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—Pero tú eres un vampiro...

Dragos se volvió, sorprendido.

—Lo soy.

—Estás aquí. Eres un vampiro. Y... — añadió Gabriel, dando un paso hacia él—,
estoy seguro que debes querer al asesino de tu informante atrapado tanto como nosotros
en la División 12.

Dragos no dudó. Era inocente o muy, muy bueno. Teniendo en cuenta lo que
sabía del vampiro, Gabriel no estaba a punto de tachar ninguna de las posibilidades.

—Estaré feliz de ayudar —dijo—. Por cierto, ¿a quién convocaste?

—Al que estuviera más cerca —dijo Gabriel—. Es probable que a Ylexi. No
debe tomarle mucho tiempo llegar de Berlín.

—No, no debería —dijo Dragos, y la pizca de irritación que Gabriel había visto
antes se desvaneció.

Junto a ellos, Everil se movió nerviosamente de un pie al otro.

—Gabriel, no creo…

—Es un homicidio —dijo Gabriel, cortándolo—. Y, técnicamente, estoy situado


por encima de ti. —Se volvió hacia Dragos—. Hazlo.

Y así lo hizo Dragos.

Gabriel lo vio desaparecer en la multitud. Vio cómo el equipo de forenses


examinaba el cuerpo. Con el personal protegiendo la escena. Un hervidero de

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El Club de las Excomulgadas
actividad, tal y como se suponía que debería ser, y él volvió dentro sumergiéndose por
completo en ese mundo tanto si quería como si no.

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Que maldito, jodido desastre.

Capítulo Cinco
Ella estaba corriendo, con la espesura del bosque a su alrededor. Estaba en el
corazón de él ahora, donde las brujas construían sus casas de pan de jengibre y se
comían a los niños pequeños para el desayuno.

Un problema.

Se estaba gestando a su alrededor. Grueso y pesado.

Tenía que correr más rápido, buscar con mayor

insistencia. Pero no lo hizo. No podía.

El sueño la había atrapado de buena manera ahora.

Esta era su misión personal, y no podía fallar. Tenía que encontrar al traidor.
Tenía que demostrar que podía volver a estar activa en el trabajo. Que podía ser kyne
por sus actos y no por su unión.

Él se enfadaría, por supuesto.

Tiberius. Su compañero. Su amigo.

Su amor.

Durante años, se había negado a enviarla a trabajos sobre el terreno, y ese


pequeño punto fue la creación de un nudo de discordia entre los dos. Había cedido una
sola vez, cuando había cazado al híbrido en Francia, pero ella casi se había bañado en
el ácido de la bestia. Al final, habían sobrevivido y Tiberius había sido aclamado como
un héroe, levantado para sentarse en la mesa de la Alianza, y ella había sido elogiada
como su compañera y consejera.
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El Club de las Excomulgadas
Pero nunca más la había dejado cazar.

Su demonio le pinchaba por liberarse en la batalla. Este día, demostraría su

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valía. A su alrededor, el bosque resonó con vida.

El viento susurraba entre las hojas, con su música como su himno. Los animales
autóctonos miraban con ojos brillantes, testigos de la inevitable captura del traidor.
Había sido lo suficientemente inteligente como para escapar de ella por un tiempo,
pero lo había encontrado. Estaba cerca de él.

Las ramas dobladas y las huellas ligeras en el polvo de nieve declaraban que la
brecha entre ellos se estaba cerrando.

Su sonrisa fue fina y determinada.

Eres mío. Eres todo mío.

Un fuerte chasquido sonó a su izquierda, y se congeló momentáneamente confundida.


Su presa estaba delante y, a su derecha... estaba segura. Entonces, ¿qué había oído?

¿Un animal?

Olfateó el aire, atrayendo el fuerte y picante aroma verde de las agujas de pino,
el olor de la maleza en descomposición. Había algo más, también. Un almizcle que
colgaba pesado en el aire. Un olor salvaje que no lograba reconocer.

Una trampa.

La palabra rebotó a través de ella, desgarrada por un instinto profundamente


enterrado. Pero había llegado demasiado tarde: la flecha atravesó su hombro mientras
aún era corpórea, y de repente su capacidad de cambiar desapareció. Hematita.

La maldita punta de la flecha era de hematita.

Dentro de ella, el demonio gritó, saliendo a la superficie por la combinación


embriagadora de ira y miedo.

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El Club de las Excomulgadas
Ella lo dejó subir, utilizando su fuerza para acelerar sus acciones, y confiando
en que no se elevaría tanto y tan rápido como para que la atravesara, dejando al
demonio a su cargo en lugar de a Caris misma.

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Avanzando tan rápido como pensaba, se alcanzó de nuevo para quitar la flecha,
pero el ángulo no era bueno. En lugar de liberar la cosa, se limitó a romper su eje. La
Punta metálica estaba todavía dentro de ella, y no había manera de que saliera.

Se obligó a mantener la calma, a mantener su enfoque para poder conservar su


cabeza. Si querían su muerte, una flecha de madera a su corazón habría sido el camino
a seguir. Eso significaba que tenía una oportunidad. Su atacante la quería con vida,
ella no tendría el mismo reparo. Quien pusiera una flecha en ella era hombre muerto.

Lástima que no tuviera un enemigo al cual combatir.

Por encima de ella, una bandada de pájaros se alejó con un batir de alas y graznó.
Era hora de que ella hiciera lo mismo.

Echó a correr. La hematita en su hombro la aminoró algo, minando su fuerza,


pero no tanto para que no pudiera luchar con ella. Tenía que hacerlo.

En el momento en que Caris escuchó el suave silbido de la red al ser liberada


de su anclaje en los árboles, fue demasiado tarde. Los hilos de hematita se anudaron y
apretaron a su alrededor, haciéndola tropezar. Atándola.

Luchó, con su demonio gruñendo mientras trataba de rasgar la tela que la


había capturado, pero no sirvió de nada. Su fuerza se desvanecía con la presencia de
tanta hematita, y su captor se acercaba. Alto y vestido de uniforme. Con su rostro
oculto por una máscara. El cuerpo deforme bajo su ropa holgada.

Frente a ella, él levantó su arma... un arma tranquilizante. El temor la atravesó,


una emoción que no había sentido con tanta fuerza en siglos. Ella no hizo mucho con la
sensación que tenía ahora, y se mordió el interior de la mejilla para evitar rogar.
Rogarle no sería bueno, y no estaba a punto de mostrarle debilidad.

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El Club de las Excomulgadas
Él disparó, y no había a dónde ir.

El dardo penetró en su pecho, justo por encima de su seno, y el mundo comenzó a

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girar.

Su atacante se acercó y la miró con frío cálculo en sus ojos de tonos grises. Ella
respiró por la nariz, probando el aire, tratando de atrapar su olor, pero él había
enmascarado más que su cara, y sólo olió el embriagador aroma de la tierra.

—¿Blaine? —susurró ella, obligándose a dar el nombre del traidor mientras la


realidad se disolvía debajo de ella.

—No —respondió una voz de hombre—. Ahora duerme.

Caris se sacudió, lo que obligó a su mente a aclararse. Tiberius era a la última


persona que esperaba ver en esa montaña, y su cercanía la había dejado fuera de juego.
Dolor mezclado con un anhelo desesperado. Sus emociones iban a donde no tenían por
qué ir. Ella debía haberle superado. Debería odiarlo, como todo lo que una vez había
odiado de sí misma. Más, incluso.

Así que ¿por qué diablos todavía hacía que su sangre ardiera?

Deja de pensar en eso.

Un buen consejo, y lo estaba intentando. Excepto que no estaba funcionando. Su


mente estaba en todas partes. En la cima de la montaña. Con Tiberius.

En el pasado.

Apretó los puños una vez más, tratando de obligar a sus pensamientos a no
volver a esas semanas, cuando había sido cambiada.

A no volver a cuando Tiberius la había desterrado. Cuando la había mirado con


tal horror en sus ojos. Lo odiaba por no haber tenido la fuerza de matarla,

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El Club de las Excomulgadas
aunque quería matarlo por no haber tenido los cojones de dar un paso adelante y
ayudarla.

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Él había escogido la política, a su gente sobre ella, y la herida la había cortado
profundamente. Todavía lo hacía.

Se estremeció.

Su palabra. ¿Por qué demonios le había dado a Tiberius su palabra?

Debería haberle dicho que de ninguna manera, que se fuera al demonio, haberse
olvidado de él.

Pero no lo había hecho, y ahora se paseaba por el Puente peatonal Tower,


observando el flujo del Támesis bajo ella.

La mansión estaba a pocos kilómetros al sur y el amanecer se acercaba


rápidamente.

Tenía que ir. Pero de alguna manera no podía hacer que sus pies se movieran en
esa dirección.

Todo era tan confuso en lo que a Tiberius se trataba. Durante mucho tiempo se
había dicho que lo odiaba. Que la había traicionado y a su amor, y que había destruido
todo.

Pero haberlo visto de nuevo...

Ella se abrazó, sacudiendo la cabeza para aclarar sus pensamientos, frustrada


porque su piel todavía se estremecía con el sonido de su voz, y su garganta todavía se
cerraba cuando decía su nombre.

Verlo otra vez de manera tan inesperada le había mostrado la verdad, y fuerte.
No lo odiaba. En realidad no. Esa emoción se la había reservado para ella misma, al
menos al principio. Por lo que era. Por lo que había hecho.

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El Club de las Excomulgadas
Cerró los ojos, apretando los puños contra el dolor, el arrepentimiento y la
culpa.

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La rapidez con que la vida podía dar la vuelta. Por siglos, ella y Tiberius habían
estado unidos.

Pero entonces su arrogancia se había metido en medio.

Ella había salido a probarle que estaba equivocado y que era una guerrera.
Que podía capturar a un traidor fugitivo. Había sido una tonta.

Y esa elección los había destruido a ambos.

Reinholt la había capturado, no porque fuera la mujer de Tiberius, o porque


fuera Caris, o porque fuera alguien en particular en absoluto. Sino porque necesitaba a
una mujer. Porque necesitaba un vampiro. Y ella había estado en el lugar equivocado en
el momento equivocado.

La había atrapado, la había torturado y la había cambiado.

—Ya basta —dijo Caris en voz alta, apoyándose contra la barandilla del puente,
con el deseo de que el viento azotara los recuerdos de su mente.

Pero se quedaron, y no los forzaría a regresar ahora.

Había escapado de Reinholt, como una dolorosa bruma, pero lo había


conseguido. Había corrido por el bosque aturdida, ocultándose cuando había sentido que
el lobo la sobrepasaba, transformándose en niebla cuando había podido. Cuando había
llegado a Londres, había ido directamente a Tiberius, y había visto el alivio en sus ojos
mientras ella se precipitaba en su dormitorio.

El aire entre ellos había estado cargado, y ella había podido sentir la necesidad
de él, su deseo. Lo había apartado, sin embargo. Sintiendo al lobo debajo de su piel,
pidiendo su liberación, y temiendo que la pasión le traería perderse a sí misma, y que
eso sería la muerte de Tiberius.

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El Club de las Excomulgadas
Incluso más que eso, sin embargo, había temido que si él supiera la verdad no la
desearía. Los werens eran viles para él. Habían abusado de él, en cuerpo y alma, y
mientras que no quería que la viera de esa manera, sabía que no podía acostarse con él

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sin decirle la verdad.

Temía que él pudiera verlo en sus ojos. Temía que se fuera de la habitación, y
que pasaran horas, posiblemente incluso días, antes de que él acudiera y le dijera que no
importaba.

Que la amaba y siempre lo haría.

Había temido todo eso... pero no había temido por lo que había sucedido
realmente.

—¿Está en ti, entonces? —Le preguntó, después de que se obligó a decirle la


verdad—. ¿El lobo?

Ella asintió.

—Puedo sentirlo, tirando de mí. —Ella pensó en lo que él pasó a manos del vil
hombre lobo Claudius—. Sigo siendo yo. —Había insistido—. Todavía soy Caris.

Ella había alcanzado su mano, pero sus dedos sólo la habían rozado alejándose
cuando él se levantó.

—¿Y te cambió? ¿El lobo salió?

Ella asintió.

—En la luna llena. Mi captor... me mantuvo en un sótano. Sin nadie alrededor.


No he infectado a nadie, te lo juro.

—¿Y desde la luna llena? ¿El cambio ha llegado a ti?

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El Club de las Excomulgadas
Ella dudó. Lo había hecho, y había corrido a una caverna, esperando como el
infierno que nadie viniera. Con la esperanza de perderse en los sinuosos túneles, incapaz
de escapar y correr a un pueblo cercano. Había tenido suerte. Realmente no sabía si

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volvería a tener la misma suerte de nuevo.

Él estaba mirándola, con expresión dura.

—Caris. Has aprendido a controlarlo ¿verdad? —Ella pensó que había oído un
toque de esperanza en su voz, pero que había sido sepultado, muy debajo de un
estoicismo duro. Ella trató de ignorarlo, pero no pudo. Su voz tan tranquila la hacía
temer, temer tanto, y con el miedo había venido el lobo.

—No lo he hecho. —Ella le admitió—. Pero puedo aprender. Puedo sentir el


control dentro de mí, pero está desplazado fuera de mi alcance. Por favor, Tiberius, lo
que necesito…

—¿Qué? —Su palabra fue cortante.

—Ayuda.

La había mirado entonces, con los ojos tan llenos de amor que se había sentido
más segura de lo que nunca había estado en su vida. Sólo después de una eternidad él
habló.

—Ven. —Le dijo—. Sé lo que hay qué hacer.

No tomó su mano, sino que la llevó de regreso a su oficina. Giorgio Dane estaba
allí, un kyne recién reclutado. Un joven que había luchado al lado de Tiberius, en una
batalla reciente con Gunnolf y sus hombres.

Giorgio los miró, confundido, mientras entraban. Caris estaba igual de


confundida.

—Qué… —Ella comenzó mientras Tiberius rodeaba su escritorio y abría un


cajón. Y luego, porque él se movió tan rápido, porque ella tenía su guardia baja y
porque nunca lo habría esperado del hombre que amaba, él logró sacar una pistola

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El Club de las Excomulgadas
y dispararle un dardo tranquilizante antes de que incluso tuviera tiempo de reaccionar.

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—Lo siento. —Le dijo, mientras Giorgo sorprendido se ponía de pie—. No
puedo arriesgarme a que cambies. No aquí. No con cientos de vampiros en la mansión.
Giorgio te llevará a Bélgica. A la casa de seguridad.

Había tratado de hablar, pero las palabras no habían querido salir.

—Te amo. —Le había dicho él, y el mundo se había vuelto negro.

Ahora, ella apretó las manos alrededor de la barandilla del puente Tower, y
luego cerró los ojos con fuerza, alejando los recuerdos de pesadilla que seguían.

Frente a ella, el horizonte estaba empezando a brillar. No había tiempo para los
recuerdos ahora. No había tiempo para esa Caris. La chica que no tenía control.

Esa chica se había ido. Ella era fuerte ahora.

Había aprendido a controlarse. Había aprovechado el poder de las dos especies


dentro de ella, y sabía cómo mantener a ambos donde pertenecían.

Era una guerrera, y lo había sido durante dos décadas.

Y una guerrera podría enfrentarse a Tiberius, sin perder los nervios. Un

guerrero podría hacerlo... así que ella también.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Seis

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Tiberius se paseó a lo largo de su oficina de Londres, preguntándose por qué
diablos no había llegado todavía.

Había ido a la montaña de Zurich como niebla, después había hecho que uno de
los empleados para-demonios en la División 12 lo transportara de regreso a Londres por
el agujero de gusano. Todo el viaje había durado menos de dos horas. Era de suponer
que Caris hubiera llegado por una ruta menos directa.

Aún así, estaba empezando a temer que su confianza hubiera estado fuera de
lugar. Que estuviera tratando de pagársela cabreándole.

Hasta el momento estaba funcionando.

Lo realmente frustrante era que no era su tardanza lo que lo tenía en el borde,


sino la expectativa de volver a verla.

Maldito fuera todo, habían pasado casi dos décadas.

Tendría que haber sacado a la mujer de su sangre para este momento.

Nunca.

La familiar escena salió de la parte trasera de su mente, y la reconoció de


inmediato.

Él estaba hablando con ella.

—Eres mi corazón y alma, Caris. —Le había dicho—. Y siempre lo serás. —Su
risa lo había cubierto, tan refrescante como un arroyo burbujeante.

—Lo lamentarás algún día. —Ella había bromeado—. Échame a un lado.


Despídeme.

Él la había tirado firmemente a su abrazo, y luego la había besado fuerte.

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El Club de las Excomulgadas
—Nunca —Susurró, después de que sus labios hubieran sellado la

promesa. Había querido decirle eso, también. Infiernos, todavía lo quería

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decir.

¿Sería difícil volver a verla cuando entrara a través de su puerta?

Por supuesto, pero igual que todo el dolor, habría placer, también, y estaría
mintiendo si dijera que la anticipación no lo estaba matando.

Podría mentirle a otros acerca de eso, pero con su propio corazón sólo podía ser
sincero.

Haberla visto en Zermatt le había dolido. Verla en su casa lo lastimaría aun más.
Pero había sobrevivido a un dolor insoportable, y podía sobrevivir a esto. Tenía que
hacerlo. Tenía que averiguar lo que ella estaba haciendo. Necesitaba entender por qué
no le dijo una mierda de Reinholt. ¿Sería personal? O, Dios no lo quiera, ¿estaría
trabajando para Lihter?

Su mano se posó en una pesada estantería que estaba junto a la ventana, y se dio
cuenta de que había abierto una pequeña caja de madera de cerezo, mientras había
estado perdido en sus pensamientos. Sostuvo un marco en miniatura en su mano, con el
cristal empañado después de tantos años, la fotografía ahora tenía años y estaba
desvanecida.

Aun así, los ojos de ella brillaban, resplandecientes e inteligentes.

Se le oprimió el pecho, esta vez con pesar.

Había sido su compañera, su confidente. La única persona en la que había


confiado por encima de todos los demás. La única persona que nunca había dejado su
lado mientras él había ascendido en la Alianza. Quien había entendido su ambición y lo
había apoyado. Lo había apoyado a él.

Ella era también la única persona que sabía la dolorosa verdad sobre su pasado.
Acerca de su juventud cuando había sido maltratado y abusado bajo una mano weren.

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El Club de las Excomulgadas
No había ninguna mujer que pudiera tomar su lugar en su vida. Se había
arrancado su propio corazón cuando la había desterrado, pero incluso en esa pequeña
piedad, había fallado. Debió haberla matado. ¿Cómo pudo hacer otra cosa después de lo

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que le había sucedido a Giorgio?

Forzando su mano a permanecer estable, levantó la foto, una vez más mirando
sus ojos, unos ojos que ahora le parecían tristes y llenos de reproche.

Su mano se cerró, más y más fuerte hasta que el cristal se agrietó bajo la presión,
y arrojó el marco a través del cuarto, y vio después que el cristal se hacía añicos contra
la pared.

Dejó caer su mano.

No se sentía mejor.

Disgustado consigo mismo, cruzó la habitación, con el vidrio quebrándose


debajo de sus zapatos mientras llegaba al desastre y se inclinaba para coger la fotografía
de entre los fragmentos.

En el otro extremo de la habitación, la puerta hizo clic al abrirse y la señora


Todd asomó la cabeza.

—Escuché una… oh —Frunció el ceño ante el desastre que lo rodeaba—.


Está todo…

—Está bien.

—Oh. —Ella se aclaró la garganta—. Hay una escoba y un recogedor en el


interior de su armario. Voy a ir a buscarlos... —Se calló, y luego se ocupó de poner
orden en el suelo. Tiberius la miró, sintiéndose más tonto con cada movimiento de la
escoba.

—¿Hay algo más? —preguntó él.

Ella levantó la cabeza desde donde estaba agachada en el suelo.

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El Club de las Excomulgadas
—Hay alguien aquí para verlo.

—Señora Todd, ¿se acuerda que le mencioné que estaba esperando a alguien?

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—Por supuesto, señor.

—Entonces, tal vez podría haber anunciado su presencia antes.

—Oh. Cierto. Por supuesto, señor.

Él obligó a su temperamento a estar bajo control. Estaba en el borde en eso


momento, y lo sabía.

No le haría ningún bien a nadie si lo descargaba en la señora Todd.

—¿Quién es? —Su voz sonó espesa de anticipación, y sólo esperó que su
secretaria no lo hubiera notado.

Caris, diría ella. Y él con calma asentiría y le diría que dejara pasar a la
mujer.

—Es el señor Dragos, señor.

Una extraña mezcla de alivio y decepción se apoderó de él.

—Está bien. Que entre.

Luke entró y se sentó en el sofá.

—Tengo una hora antes de una sesión informativa, y después tengo que estar en
el aeropuerto. Mi avión me está esperando, y quiero llegar a casa.

—No te culpo. —Tiberius se inclinó contra de su escritorio—. Entonces,


¿cuáles son las noticias de Zermatt?

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El Club de las Excomulgadas
—Llevaron a un perceptor —dijo Luke—. A Ylexi, de Berlín —agregó—. El
retraso en el descubrimiento del cuerpo trabajó a nuestro favor. No vio nada.

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Tiberius asintió, aliviado.

—Bien. —Necesitaba sus propias respuestas en cuanto a por qué ella había
matado a Reinholt. Las respuestas serían muy difíciles de conseguir si era el centro de
una investigación criminal. Por no hablar de que estar huyendo por asesinato, no le
sentaba nada bien a él por muchas razones.

—¿Alguna otra evidencia en la escena que pudiera llevar de nuevo hacia


ella?

—Nada. Parece que estamos bien.

—Excelente. —Luke empezó a levantarse—. Sólo una cosa más.

Luke se sentó de nuevo.

—Hazle a Koller una llamada desde el aeropuerto. Quiero que la División 12 sea
retirada del caso. Estamos poniendo a un grupo de trabajo de la Alianza en ello. Si
Koller tiene algún problema con eso, me puede llamar directamente.

Luke miró a Tiberius con cuidado.

—Entendiendo la necesidad de tratar con ella primero, para entender lo que hizo
y por qué. Pero ¿dónde está el beneficio de un grupo de trabajo?

—Tuvimos suerte con el perceptor. Fuimos afortunados con las evidencias de la


escena. Pero un potencial informante de la Alianza fue asesinado, y eso justifica un
grupo de trabajo de la Alianza. La División 12 no necesita estar jugando en esta caja de
arena.

Los ojos de Luke se estrecharon sólo ligeramente.

—¿Por qué la estás protegiendo?

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El Club de las Excomulgadas
—Te aseguro que estoy protegiendo mis propios intereses también. —Era un
testimonio de su amistad por lo que Tiberius le respondía algo. Como lugarteniente, la
pregunta de Luke cruzaba la línea de la insolencia. Como amigo, era justa.

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Luke se levantó y se dirigió hacia la puerta.

—Te llamaré si tengo algo. De lo contrario, llámame si me necesitas.

—Dale a Sara mis mejores deseos —añadió Tiberius, en referencia a la esposa


de Luke. Con su nombre, los ojos de Luke se iluminaron y el rostro del guerrero se
ablandó con una sonrisa.

Tuvo que sonreír también, al ver salir de su amigo. Una vez, había visto esa
mirada en su rostro... por saber que un amor tan puro nunca podría ser destruido.

Lo había sido, sin embargo. La desgracia y las circunstancias habían conspirado


contra ellos, y al final del día, la había lastimado. Y a su vez, ella lo había herido.

Y ambos de esos acontecimientos eran algo que una vez había pensado
imposible, sobre todo debido a que había estado obligado moralmente a ayudarla
incluso antes de que se conocieran, una obligación impuesta en él, cuando un anciano lo
había salvado de morir en las calles.

Tiberius había sido humano entonces, un príncipe arrancado de su madre. Un


futuro rey vendido a la esclavitud, para que su primo heredara el trono en lugar de él.

Tiberius no había recordado nada de eso, sin embargo. Sólo conocía el dolor, el
abuso y las horas en la arena, para luchar contra sus amigos.

Hecho para matar.

Había sido la única vida que conocía, los años antes de haber sido arrancado de
su madre a la tierna edad de cuatro años no eran nada más que un vago

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El Club de las Excomulgadas
recuerdo, reemplazado por el dolor, el tormento y el conocimiento horrible que tenía de
él. Que era propiedad del hombre que lo tenía, una vil criatura llamada Claudius.

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Habían esperado que muriera rápidamente, pero los había sorprendido. Se había
visto obligado a trabajar primero en las minas, para luego ir al cuadrilátero a medida que
ganaba edad y fuerza. Había matado a su primer hombre a la edad de once años, y esa
muerte le había concedido su supervivencia.

Su amo había decidido entrenarlo, y durante años había vivido en el cuadrilátero


de entrenamiento, golpeado cuando lo había hecho mal, golpeado menos brutalmente
cuando no lo hacía. Había averiguado el secreto de Claudius cuando tenía quince años...
el amo era un hombre lobo, y uno malditamente muy brutal en eso.

En verdad, Tiberius no estaba sorprendido ni en shock. Para entonces, toda la


emoción había sido despojada de él. Sólo sabía que Claudius era un monstruo. La nueva
revelación de que era un hombre lobo en realidad no cambiaba nada. Los golpes se
volvieron más atrevidos, más feroces, más insoportables, mientras Tiberius se hacía
mayor, como si Claudius y los entrenadores temieran la creciente fuerza de Tiberius, y
sin embargo querían esa moneda que su presencia podría ordenar en el cuadrilátero, por
lo que simplemente no lo habían matado.

Cuando por fin llegó la libertad, había estado envuelta en su propia clase de
pesadilla.

Claudius había ido a él por la noche, esta vez no para pegarle, sino para usarlo. Y
eso Tiberius no lo acataría. Luchó, sin importarle que los guardias de Claudius lo
destriparan seguro. Perdió su mente en el cuerpo a cuerpo, sólo sabiendo que no podía
permitir que Claudius le tomara eso, esa parte final de él. Que lo violara. Que lo
manchara. Si lo hacía, Tiberius sabía que su humanidad se perdería, y llegaría a ser tan
monstruo como su amo.

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El Club de las Excomulgadas
Se había dejado caer a un frenesí, combatiendo y luchando, dando golpes y
patadas. No hubo movimientos practicados allí, sólo una bestia salvaje demasiado
tiempo encadenada en una jaula. Y cuando explotó, lo hizo con extraña furia.

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Cómo había salido del complejo, no lo sabía. Aún más, cómo no había sido
descubierto mientras yacía desmayado en una zanja era tanto un misterio, como un
milagro. Pero escapar era lo que había hecho, aunque no a los brazos cálidos de la
seguridad. Había escapado a un desastre, sólo para morir de hambre y de sed, y aunque
había deambulado por un camino cubierto de arena por tres días, no había visto a
viajeros que pudieran ofrecerse para consolarlo.

Se había acostado en el suelo y se había preparado para morir. Y lo siguiente que


vio fueron esos ojos... los ojos de Caris, aunque no tenía forma de saber eso todavía.

El anciano que se había arrodillado delante de él era su antepasado, y aunque


Tiberius creyó al principio que era un espejismo, el viejo demostró ser muy humano. Su
nombre era Horatius, y le atendió las heridas lo mejor que pudo, pero Tiberius no se
había curado. En su lugar, en su lecho de muerte, con la cabeza en el regazo del anciano,
su historia había estado en sus resecos labios. Le contó todo a Horatius, incluyendo su
sed de venganza, y la forma en que lo había mantenido vivo mucho más allá del punto
de quiebre de otro hombre.

Cuando terminó, creía que su tiempo en esta tierra había terminado. Pero la
sangre seguía corriendo por sus venas y sus pulmones aún atraían aliento, aunque
desigual y doloroso.

Horatius se había levantado entonces, y había mirado el sol como si rezara.


Nunca se enteró de lo que había pedido, pero el viejo se encorvó, y suavemente lo subió
a su carro. Mientras Tiberius se deslizaba dentro y fuera de la conciencia, hicieron el
largo viaje al pueblo donde Horatius dejó a Tiberius al cuidado de la única criatura
sobre toda la tierra que podía salvarlo... Magnus, un vampiro.

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El Club de las Excomulgadas
El vampiro no lo había cambiado inmediatamente, pero había alimentado con su
sangre a Tiberius, restaurado su salud aun cuando Horatius lo observaba. Y esa misma
noche, Tiberius hizo el juramento de proteger a Horatius y a su familia, porque le debía

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al anciano una deuda que nunca en verdad podría devolverle.

A lo largo de los años, Magnus continuó dándole de comer sangre,


fortaleciéndolo. Y al cabo de cinco años, le dijo lo que había averiguado sobre su
herencia. Sobre su sangre real, y sobre su primo quien lo había traicionado. Dándole una
elección, ya fuera que Magnus lo podría ayudar a volver a la vida de la que había sido
desterrado, o podría concederle a Tiberius el don de la inmortalidad.

Tiberius había aceptado eso último sin vacilación. El mundo de los hombres casi
lo había destruido. No tenía ningún deseo de volver.

Dentro del mundo de las Sombras, sin embargo, quería poder. Y venganza.

—Mata a Claudius —dijo Magnus con calma—. No me opondré a ese plan. Pero
no construyas tu futuro sobre la venganza. La sangre de los líderes corre por tus venas,
pero estás entrando en un nuevo mundo donde tales cosas no importan. Será tu carácter
y no tu sangre la que te levantará. Lidéralos, Tiberius. Has sufrido mucho, y ese es tu
regalo para las masas. Tú puedes guiar, porque entiendes lo que es estar sin voz. Es tu
privilegio y tu deber. Dirige a los vampiros, y luego lidera al mundo.

Y así, Magnus lo había cambiado. Y exactamente un año más tarde, él se había


alejado al desierto, y Tiberius nunca había oído hablar de él de nuevo.

Magnus lo había salvado, alimentado su propósito, dándole la fuerza para


encontrar su destino.

Horatius había compartido su propia fuerza, le había mostrado la bondad común,


y en última instancia había conducido a Tiberius al abrazo del amor.

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El Club de las Excomulgadas
Qué irónico que, en definitiva el choque de ese deber y de ese amor le hubiera
hecho perder lo que valoraba más en todo el mundo. Caris.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Un golpe seco sonó en la puerta, rápido y apremiante, sacándolo de sus
pensamientos.

—¡Adelante!

La puerta se abrió y la señora Todd se apresuró a entrar.

—¿Está bien, señor? He estado llamando y llamando.

—Estoy bien. ¿Qué sucede?

—Es Caris, señor. El guardia sólo avisó desde la puerta. Entró en el recinto.

Por horas la había estado esperando, y sin embargo ahora que estaba aquí la idea
de verla otra vez le pesaba. Le dolía el corazón al verla. Al recordar lo que una vez
habían tenido y las razones por las que ya no formaba parte de su vida.

Pero ese era el hombre en él hablando.

El político necesitaba saber por qué ella había matado a Cyrus Reinholt.

¿Y el hombre? El hombre dobló su mano alrededor de la fotografía, y contó los


segundos hasta verla de nuevo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Siete

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La mansión se veía igual que siempre. Enorme. Pesada. Inglesa.

Era gigantesca, conteniendo tanto un nivel residencial como alas de oficinas, por
no mencionar los salones de baile para el entretenimiento y la recreación y las
instalaciones de entrenamiento. Un poco de auto-contenido paraíso poblado por más de
trescientos vampiros incluidos invitados y personal permanente.

Había pasado un tiempo desde que Caris había caminado por los pasillos con
libertad. Cuando ella había sido la que miraba a los extraños y se preguntaba si podrían
traer caos a su mundo.

Ella no quería extender el caos. Sólo quería salir como el infierno fuera de este
lugar que una vez no podía haber imaginado dejar.

—Esta será nuestra casa ahora —le había dicho Tiberius cuando habían
caminado triunfantes a través de las puertas después de su victorioso regreso a Londres
tras la muerte del híbrido. Tomas había concedido su posición, y Tiberius y Caris se
habían mudado.

Había sido la que lo había ayudado a decorar las salas públicas. La que había
lanzado los podridos sofás de Tomas, sustituyéndolos con bonitas mesas y sillas
talladas, caras en ese tiempo, que ahora no tenían precio. Cosas importantes ocurrirán
dentro de estas paredes, el decorador había anunciado, y así había sido. Realmente así
había sido.

En aquel entonces, ella había tenido mano en esas decisiones.

Daba grandes zancadas a través de las puertas dobles que daban a la oficina de
Tiberius con impunidad, siempre bienvenida por su sonrisa, siempre atraída a su lado. Él
le había pedido su opinión, había buscado su consejo, y confiaba en ella por encima de
los otros.

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El Club de las Excomulgadas
Pero eso había sido hace mucho tiempo.

Ahora Caris tenía una escolta. Ahora los vampiros la pasaron a la sala y se

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burlaban susurrando y llamándola traidora.

Antes, los recuerdos felices que la habían envuelto, habían sido provocados por
algo más que el olor de los pasillos. Ahora esos recuerdos de felicidad estaban
englobados bajo una nube oscura.

Él le había disparado. La había noqueado.

Y la había enviado lejos de ese lugar que una vez había amado tanto.

Obligó a sus pasos a mantenerse aun cuando caminaba junto a su guardia,


concentrándose en levantar los pies en alto y ponerlos abajo.

Tratando de mantener su mente vacía de todo excepto la necesidad física de


moverse hacia el pasillo.

No estaba funcionando.

Las cosas que quería olvidar estaban presionándose contra ella. Los recuerdos
estaban retorciéndose como nubes negras. Dándole vueltas.

Cazándola.

Y mientras caminaba, esos oscuros recuerdos se la tragaban, tan profundos y


negros como el grasoso, turbio mar de dolor por el que había nadado mientras tomaba
su camino de regreso a la conciencia de hace muchos años.

Había estado temblando. Una pesadilla arremolinándose dentro de su cabeza, y


había despertado en un aterrorizado estado, confundida, asustada, con su demonio
turbulento y el lobo queriendo liberarse.

Había luchado desesperadamente para tirar de él, para evitar el cambio, pero
no podía. El lobo quería salir, e incluso toda su fuerza vampírica no podía contenerlo.

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El Club de las Excomulgadas
Ya viene. Ella cambió. Su cuerpo cambió, se empujó, se arrancó de su control,
con sus músculos estirándose, alargando sus huesos. Con un dolor tan nítido que
parecía vivo.

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A su lado, Giorgio gritó, y sus ojos se abrieron de golpe. Ella se dio cuenta
demasiado tarde de lo que significaba que él estuviera allí y no podía hacer nada al
respecto, incluso si se hubiera dado cuenta a tiempo. El cambio la tenía, y ella era
demasiado nueva como para haber ganado algún tipo de control en su estado weren.

Ella respiró, y la plaga se echó sobre él.

Él también lo sabía. La agarró del brazo, tirando de ella hacia la cámara de


contención para meterlos a ambos al interior. A medida que se retorcía y gruñía en el
suelo, tratando de forzar al lobo a retirarse, él dio unos golpecitos en un teclado con
código, encerrándolos. Dio un paso hacia ella, pero él ya era inestable.

Ella miraba a través de una neblina cambiante cómo su pelo aparecía y le


sangraba la nariz. Mientras su boca se volvía negra.

En el momento en que el lobo estuvo en retirada y fue Caris de nuevo, estaba


delirando. Y para el tiempo en que Tiberius llegó a la casa de seguridad y se asomó por
la ventana de la sala de contención, Giorgio era polvo.

Caris miró hacia arriba, con su pecho apretado con auto-compasión y lamento,
sólo para encontrarse con los ojos horrorizados de Tiberius.

—Yo no… Cuando me desperté. No pude…

Su garganta era gruesa, su mente no podía procesar lo que había hecho. Lo que
había llegado a ser.

—Él tenía una familia —dijo Tiberius, midiendo las palabras que se filtraban a
través del intercomunicador.

Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba guardando una
explosión.

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El Club de las Excomulgadas
—Yo… yo puedo aprender. Puedo controlarlo. —Sintió las lágrimas caer por su
rostro—. Sólo necesito tiempo.

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Sus ojos se encontraron y se sostuvieron, y pareció como si todo el tiempo en el
mundo pasara entre ellos. Luego meneó la cabeza.

—Luchaste con el último híbrido a mi lado, Caris. Sabes exactamente por qué
tuvimos que acabar con él.

—Por favor.

No estaba segura de lo que estaba pidiendo, porque en ese momento creía que
estaba en lo cierto. Miró el montón de polvo que había sido Giorgio, y supo que, sí, ella
merecía morir.

Pero este era Tiberius, el hombre que se suponía la protegería. La salvaría,


incluso cuando no podía ser salvada. Era el hombre que se suponía que la amaba,
incluso cuando ella no se amaba a sí misma.

Y sin embargo, él se quedó allí y le dijo que podría destruir al mundo.

—¿Sabes lo que es esta sala? —le preguntó.

Ella lo sabía, por supuesto. Había ayudado a supervisar el equipo que la había
diseñado. Uno de los tristes hechos de la vida política en el mundo de las Sombras era
la necesidad ocasional de mantener a un cautivo. Y cuando los cautivos tenían la
capacidad de transformarse a niebla, salas herméticas eran requeridas a menudo.

Más que eso, las habitaciones a veces necesitaban características adicionales.


Tal como la capacidad para incinerar.

Para destruir completamente a un enemigo sin que quedara ningún rastro. Ni


siquiera polvo.

Giorgio los había arrastrado a esa habitación y los había encerrado.

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El Club de las Excomulgadas
Ahora Tiberius estaba en el exterior con la capacidad de activar la
incineradora o abrir la puerta.

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—Lo sé —dijo.

—Te amo —dijo él con la voz quebrada.

—Pero no hay segundas oportunidades —dijo ella.

—No para algo como esto. No puedes regresar. No puedo correr el riesgo. Hice
un juramento para proteger a mi pueblo, Caris. Ya lo sabes.

Ella apretó sus manos, con sus ojos yendo al montón de polvo mientras se
preparaba para el dolor del fuego. Para la muerte que se merecía.

—Lo sé.

Él apretó la mano en el cristal, y ella vio su propio tormento reflejándose en sus ojos.

Quería odiarlo por lo que estaba a punto de hacer, pero no podía. Todo lo que
podía era adormecerse.

—Lo siento —dijo él.

Ella cerró los ojos mientras él daba un puñetazo en el código. Pero no hubo
fuego. No hubo dolor.

Y cuando abrió los ojos, él se había ido.

Se puso de pie con cautela. La puerta de la cámara estaba abierta.

Entendió entonces que sus palabras no habían sido una condena, sino una
advertencia. Aprender a controlarse, eso era lo que le había estado diciendo. O la
mataría él mismo.

—¿Caris? ¿Señorita Caris?

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El Club de las Excomulgadas
Las palabras la sacaron de los inoportunos recuerdos, y Caris vio el pelo gris del
vampiro con ojos saltones y una sonrisa de abuela. Estaba de pie junto a una puerta,
haciendo un gesto hacia Caris.

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—Tiberius la verá ahora —dijo mientras abría la puerta. Correcto. Por supuesto.

Caris levantó la barbilla y se recordó que estaba controlada ahora. Era


fuerte.

Potente. Y estaba allí porque quería, no porque hubiera sido convocada. Era

una guerrera.

Infiernos, era Caris.

Correcto.

Con un rápido movimiento, Caris pasó junto a la recepcionista sin decir una
palabra, después cruzó el umbral a otro mundo por completo. A diferencia de la antesala
con antiguo calor, esa habitación era fría y crujiente.

Cromo y superficies de vidrio, electrónica brillante. Y

el olor de la esterilidad era brutal.

La única pista del Tiberius que había conocido estaba en las paredes, ricas,
vibrantes impresionistas obras que le daban un muy necesario color en el entorno
austero.

Él había estado frente a la ventana cuando ella entró, y no se había girado


todavía.

Lo cual, francamente, la desesperaba.

Se aclaró la garganta, pero el sonido salió desvalido, en lugar de molesto.

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El Club de las Excomulgadas
Vio la forma en que sus hombros se pusieron rígidos antes de que él se volviera
lentamente, y ella se obligó a mirarlo. A ese pelo negro medianoche, el que una vez
había sentido tan suave bajo sus dedos. A su mandíbula patricia, que había utilizado sus

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labios para acariciarla. Y en los ojos onyx, su mirada era tan firme y estoica. Sus ojos
que no le revelaban nada a nadie, que una vez hace mucho tiempo, le habían dicho todo
lo que había querido saber.

Se encontró con esos ojos ahora, fríos e inescrutables, y se dio cuenta que ella
estaba de pie con su mandíbula apretada tan fuerte como sus puños. Deliberadamente,
trató de relajarse.

—Gracias por abrir finalmente tu lugar sagrado —dijo, pintando sus palabras
gruesas con sarcasmo—. Estaba empezando a pensar que habías olvidado que me habías
invitado.

—¿Invitado? ¿Tenías la impresión de que podrías declinar cortésmente?

Se puso tensa, después se mordió su respuesta instintiva, que era más que una
maldición colorida, una palabra y un asalto en contra de su paternidad.

Ahora realmente no era el momento de entrar en eso con él.

—¿Con mucha cortesía?—Repitió ella con inocencia—. Creía que me conocías


mejor.

Su sonrisa fue rápida y genuina y derritió un poco el hielo entre ellos.

—Gracias por venir.

—Oh. —Cambió su peso, siendo desarmada por su tono conciliador—. No hay


de qué. Supongo que debería disculparme por matar a tu soplón. No se trataba de ti.

—Aún así, me causaste un poco de molestias.

—Sí, me lo dijiste. Estoy toda rota por eso.

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El Club de las Excomulgadas
Tiberius se alejó de la ventana, rodeando su escritorio hasta que estuvo de pie
delante de este. Se recostó contra el mismo y la consideró a ella. Se veía a la vez casual
y comandante en jefe, algo que siempre había admirado en él, y algo que sabía le servía

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bien en el mundo de las Sombras y de la política. En un momento podía estar charlando
con alguien como su mejor amigo, al minuto siguiente podía cortarle la cabeza.

Ella miró a su alrededor y luego se movió a uno de los sillones bajos de cuero.
Se hundió en él, y luego con los ojos fijos en Tiberius, casualmente subió los pies en
alto sobre el vidrio de la mesa de café.

—Entonces, me tienes aquí. ¿De qué vamos a hablar?

—Tengo unas cuantas sugerencias. Por ejemplo, que me digas que no estás
trabajando para Lihter, y sin embargo el mismo día en que está programado el
encontrarme con un hombre lobo dispuesto a revelar los secretos del círculo íntimo de
Lihter, el hombre lobo se muere. Y de la mano de una mujer de alto rango en el círculo
weren.

—Maldita sea, Tiberius, no lo maté por Lihter. Lihter me importa un trasero de


rata. Lo maté porque…

No. Ella cerró la boca. No, no iría allí.

—¿Por qué?

—¿Sabes qué? Olvídalo. Ya te dije que no tiene nada que ver contigo. Y
renunciaste a tu derecho a preguntarme eso cuando me desterraste.

Se encogió, deseando no haber dicho absolutamente nada. Debido a que era el


quid de todo, ¿no? Él se había lavado las manos de ella cuando había caminado lejos de
la casa de seguridad, y su indiferencia había sido como un cuchillo en su corazón.

—Nunca lo olvidé —dijo él.

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—¿No? Claro que lo sentiste al final.

—Te fuiste con los weren. —Sus palabras fueron planas y duras—. Te uniste

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a ellos.

La ira se acurrucó en su interior.

—Maldita sea, Tiberius. Yo no fui con Claudius. Fui con Gunnolf. Fui con un
weren. Con alguien que me enseñara cómo controlar los trucos nuevos y emocionantes
y las tribulaciones de mi cuerpo. —Se inclinó—. ¿Y qué diablos iba a hacer? Dejaste
perfectamente en claro que no era ya uno de los tuyos. Supongo que eso me hacía uno
de los suyos. —Se inclinó más cerca, consiguiendo llegar justo a su cara—. Una Weren.

Un tic en su mejilla fue la única señal de que su compostura había sido


comprometida.

—Exactamente —dijo él finalmente—. Te pusiste del lado de los weren. Y ahí


radica el problema. Porque Reinholt se había ofrecido como espía.

—Por el amor de Cristo. ¿Crees realmente que intervendría como la chica


mediadora para Lihter? ¿Realmente me conoces tan poco?

—No —dijo él—. No lo creo.

—Oh. —La rapidez y la certeza de su respuesta la sorprendió—. Bien, tienes


razón.

Ella se puso de pie y se acercó a la ventana que él había abandonado


anteriormente. En el exterior, podía ver un débil resplandor púrpura en el horizonte.

El amanecer se avecinaba. Frunció el ceño. En la parte trasera de su mente,


debió haber sabido que no tendrían tiempo para terminar la conversación antes de la
mañana, pero no fue sino hasta ahora, de pie en su oficina, que las ramificaciones de esa
realidad la golpearon. Hoy tendría que permanecer en el ala

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El Club de las Excomulgadas
de los huéspedes. La idea la hizo estremecerse con una mezcla de nostalgia y, sí, de anticipación.

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A pesar de todo, había echado de menos el lugar.

Él se movió a su lado, y tuvo que esforzarse para concentrarse en sus palabras y


no en la conciencia de su cercanía y en el aire que colgaba grueso entre ellos.

— Puedo no creer que estés trabajando con Lihter, pero Reinholt está todavía
muerto, y mi capacidad para conseguir información de inteligencia sobre la comunidad
weren se ha visto gravemente comprometida.

—La vida está llena de inconvenientes.

Él hizo una pausa, y ella tuvo la sensación de que estaba debatiendo algo.

—Necesito tu ayuda, Caris.

—Yo te pedí ayuda, una vez —dijo ella—. En esta misma sala, de hecho.

—Caris...

—Me rechazaste de plano. Me echaste. Elegiste a tu preciosa política sobre mí y


me dejaste para encontrar mi propia maldita ayuda.

Lo vio inmutarse. Vio pesar coloreando sus ojos.

—¿Qué? —Aumentó su presión, incapaz de evitar el incremento de su ira


suprimida, el daño que estaba inundándola de nuevo ahora que él estaba de pie justo en
frente de ella—. ¿Vas a decirme que tomaste la decisión equivocada? ¿Qué te
arrepientes de todo y que lo harías de manera diferente si pudieras?

—No. —La palabra fue suave, pero le picó como una bofetada—. No haría nada
diferente. Volviste a una ciudad de vampiros sin la capacidad de controlar el cambio.
Con mis vampiros. Con mi pueblo. Con mi responsabilidad. ¿Me

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arrepiento de la decisión que tomé? No. ¿Lamento que mi elección te haya lastimado?
Lo lamentaré hasta el final de mis días.

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El aire entre ellos se volvió más grueso. Quiso echarse contra él, gritarle que más
le valía que se arrepintiera. Que no sólo había acabado lastimándola, que la había
destruido y todo lo que había creído que era verdad acerca de ellos dos. Del mundo.
Pero no podía. Si hablaba de eso, temía derretirse, y aunque podría estar dispuesta a
decirle que había pateado como la mierda a su corazón, no estaba a punto de
demostrárselo.

—Es el amanecer —dijo ella.

—Eso significa que tenemos todo el día por delante de nosotros para discutir
este asunto.

—Dame un cuarto y hablaremos más tarde.

Al principio no estaba segura de que le iba a responder. Después asintió, con su


movimiento extrañamente formal.

—Por supuesto —dijo—. Y hablaremos, Caris. Hay cosas que tengo que saber, y
eres la que me va a ayudar a descubrirlas.

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Capítulo Ocho

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A Gabriel Casavetes no le gustaba el frío... nunca le gustó. Le preguntaba a casi
todo el mundo por qué era eso, y la respuesta siempre era la misma: a los perros del
infierno les gusta estar calientes. Su hábitat natural era muy, muy caliente, después de
todo.

Tal vez fuera así, pero Gabriel nunca había estado en el infierno. No en un
infierno mitológico, ni de cualquier otra dimensión que pasara por ser especialmente
eso, ni de un bien meditado lugar.

Gabriel había estado lo más cercano a El Paso.

Ahora que lo pensaba, a lo mejor había puesto un pie en el infierno, después de


todo.

Ahora estaba aquí, fumando y moviendo sus pies para mantener el calor mientras
esperaba a que Everil saliera de la tercera taberna en la que había estado desde la puesta
del sol.

Ambos habían pasado la noche en la montaña, hablando con el perceptor, quien


no había visto nada, y flotando cerca de los chicos forenses, exhortándolos a sacar
conclusiones en base a las huellas y pruebas de seguimiento. Pero la nieve había
cubierto las huellas, y no habían encontrado ningún rastro decente.

Lo que dejaba a Gabriel en la irritante posición de ser un investigador, sin mucho


que investigar.

—Entonces, ¿cuál será nuestro siguiente paso?— había preguntado Everil , y


Gabriel había tenido que admitir que tendrían que confiar en la larga tradición del
trabajo en el terreno.

—¡Maravilloso! ¡Maravilloso! —Everil había sido tan vertiginoso que


prácticamente había aplaudido, y sus alitas que habían estado ocultas debajo de una

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chaqueta habían revoloteado invisibles, pero habían hecho un extraño ruido de raspado
que Gabriel encontró increíblemente molesto.

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—Entonces, ¿qué primero?

—Dormir. —Había dicho Gabriel, y a pesar de la decepción de Everil, había


insistido.

Él no era de ninguna utilidad para nadie, y mucho menos para los muertos, si no
podía pensar, por lo que tenía que tomarse unas pocas horas de descanso y luego se
despertaría con un plan.

Había pensado en salir solo, pero no podía dejar a su emocionada, aunque cursi,
pareja enfrentarlo solo. Así que había llamado a Everil y le había descrito su curso de
acción.

Zermatt no era una ciudad con asesinatos, no de humanos ni de habitantes de las


Sombras. Y sin embargo, anoche un soplón weren había terminado muerto y un grande
de la Alianza había llegado a la ciudad.

Eso sugería que los Grandes estaban en marcha. Y en la experiencia de Gabriel,


los Grandes tendían a no hacer la cosecha por sí mismos.

—Así que piensas que el asesino llegó de fuera de la ciudad.

—Creo que es muy probable.

—Zermatt recibe una gran cantidad de turistas —dijo Everil, y, por desgracia, el
pequeño estaba en lo cierto.

—Esperemos que este turista se haya dado a conocer. Tenemos dos


posibilidades. O nuestro asesino conocía el punto de encuentro, o el asesino sólo sabía
que Reinholt estaría en la ciudad.

Everil asintió con seriedad. Tan serio, de hecho, que Gabriel se sorprendió un
poco cuando sacó una libreta y empezó a tomar notas.

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—Entonces, ¿qué escenario estamos esperando?

—El segundo —dijo Gabriel. Y luego, porque fue poseído de repente por el

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espíritu de su maestra de tercer grado, añadió—: ¿Sabes por qué?

La frente de Everil hizo un ceño, con sus pequeñas orejas puntiagudas


retorciéndose.

—¿Por qué entonces el asesino tendría que buscarlo?

—Lo tienes todo.

Y como Zermatt era, para bien o para peor aún, un pesado establecimiento
turístico, las tabernas parecían la mejor apuesta para el inicio de sus investigaciones.
Habían ido a las dos primeras juntos, pero con esta tercera, Everil había querido entrar
solo para poner a prueba su investigación recién perfeccionada.

Y así fue como Gabriel se había encontrado parado en el frío fuera de la taberna
con el extraño nombre de Lone Star, preguntándose qué demonios estaba pasando allí.

Dio otra calada a su cigarrillo y consideró entrar. Decidió no hacerlo, sin


embargo. Que Everil probara suerte. El detective junior estaba ciertamente lo
suficientemente deseoso.

Gabriel se quedó por otros noventa y siete segundos, y luego dejó caer el
cigarrillo, aplastándolo en la blanca nieve con la punta de su bota, y se dirigió hacia la
entrada de la taberna.

Everil merecía una oportunidad, seguro, pero Gabriel se estaba congelando el


trasero.

Igual que todos los bares de la calle Bahnhofstrasse, la taberna estaba oscura y
con madera, arreglándoselas para ser a la vez atmosférica y acogedora. Dándoles a los
turistas humanos una sensación de estar en un lugar diferente, una probada de

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algo más que sólo la necesidad de beber, de esquiar y de joder que los había atraído a
esta pequeña ciudad turística en primer lugar.

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Desde detrás de la barra, Tex miró hacia arriba, después Gabriel lo saludó otra
vez.

—¿Lo mismo? —preguntó el expatriado en roto alemán.

Por protocolo, porque tan pocas veces tenía que hacerlo en esa tranquila ciudad,
Gabriel mostró su tarjeta de identificación.

—Bueno, mira eso —dijo Tex, cambiando a su nativo Inglés—. El pequeño


Gabe es un adulto ya. ¿Cómo es que nunca me dijiste que eras policía? Y los dos del
mismo gran estado.

—¿Tienes algo ilegal en el pub?

—Mierda, no.

—Entonces no tenías por qué saberlo, ¿verdad?

Por la expresión de Tex, estuvo menos que encantado con esa explicación, pero
sabía que era mejor presionarlo.

—No eres el único jugando a los policía aquí esta noche.

—No creí que lo fuera.

Se deslizó en uno de los taburetes, después golpeó el mostrador. Cuando lo de


siempre apareció, tomó un largo trago, después, miró a su alrededor, en busca de Everil.

—¿Adónde fue?

—Pienso que está en el lavabo, pero estoy pensando ahora que se deslizó por la
parte trasera. Probablemente quería ver la escena del crimen.

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Gabriel ladeó la cabeza.

—¿Cuál crimen?

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—Un tipo fue apuñalado allí anoche. Iba a llamar a la policía, honestamente,
pero él me pidió que no lo hiciera.

Gabriel sólo estaba medio escuchando. Aunque inusualmente en Zermatt, los


crímenes humanos no eran de su jurisdicción.

—¿Apuñalado?

—Pinchazos, en realidad. Dos pinchazos en el cuello. Como si algún idiota lo


hubiera hecho barbacoa con un tenedor.

Eso llamó la atención de Gabriel. Y explicaba la desaparición de Everil.

—El otro policía que estaba aquí, ¿le dijiste acerca de eso?

Tex miró a Gabriel.

—Vosotros dos sois policías. ¿Por qué no se lo preguntas?

—Es mi compañero, y lo haré. ¿Por qué no me lo dices ahora?

—Compañero, ¿eh? —Tex se encogió de hombros—. Es un extraño. Tiene un


aura rara. —Tex era tan humano como se podía, y Gabriel dudaba que pudiera ver un
aura aún si una se acercaba y le daba una bofetada.

—¿Eso es un hecho? ¿Y cómo es mi aura?

Tex resopló.

—Gabe, si te dijera acerca de la extraña mierda flotando a tu alrededor,


probablemente no seguiríamos siendo amigos.

—¿Somos amigos ahora?

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—Sigo esperándolo.

Gabriel tomó otro sorbo para ocultar su sonrisa.

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Había trabajado duro para no hacer amigos en Zermatt, pero si lo hubiera
hecho, Tex habría estado alto en la lista.

—Así que le dijiste a Everil sobre el ataque en el callejón. ¿Qué más?

—No mucho. Sólo el nombre de la víctima, eso es todo.

—¿Conocías a la víctima?

—Por supuesto. Jenson Graham. Turista, pero viene aquí por lo menos dos
veces al año. Gran esquiador.

—¿Los médicos se lo llevaron al hospital?

—Sí, estaba sangrando bastante.

—¿Alguna idea de quién lo apuñaló? —preguntó Gabriel, con la esperanza de


tener suerte.

—Eso no lo podría decir. Aunque si tuviera que suponerlo, diría que fue con el
novio de la chica.

—¿Qué chica?

—Aunque ahora que lo pienso, ella no parecía como si estuviera con un


hombre.

—Cuéntame —dijo Gabriel, apoyando los codos en la barra.

—No hay mucho que decir. Jenson estaba ligándosela, ya sabes.

—¿Cómo era ella?

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—Cabello corto y oscuro. Ojos verdes. Actitud. La vi. No le presté mucha
atención. —Hizo una pausa—. Está bien, eso no es exactamente cierto. La chica estaba
caliente. Pero fue una noche ocupada.

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—¿Algo más?

Tex se encogió de hombros.

—Realmente no sé qué estás buscando.

Por desgracia, tampoco Gabriel lo sabía.

—¿La has visto alrededor antes?

—No puedo decir que sí. Lo hubiera recordado.

—¿Pagó con tarjeta de crédito?

Tex lo consideró.

—En efectivo. Y apenas se bebió una.

—¿Alguien más nuevo vino anoche?

—Sí, claro. Somos muy amigables con los turistas cuando vienen, Gabe. Ya lo
sabes.

Gabriel lo sabía. Pero había estado esperando que estuvieran en una racha de
buena suerte.

—Gracias. —Se bajó del taburete de la barra.

—¿Eso es todo? —Tex sonó decepcionado, como si hubiera esperado que


Gabriel le hubiera entregado información y no lo hubiera hecho. Humanos.

Gabriel deslizó la bebida medio vacía con las manos lejos de él.

—Ponla en mi cuenta.

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Se fue antes de que Tex pudiera hacerle notar que no tenía una cuenta.

Everil no fue difícil de encontrar. Estaba sobre sus manos y rodillas en el

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callejón y miró hacia arriba mientras Gabriel se acercaba.

—Hubo algo punzante aquí —dijo, con sus ojos negros y anchos.

—El humano sobrevivió, sin embargo. Tex dijo que el chico fue atacado con un
tenedor de barbacoa.

Gabriel esperó unos segundos para rematar el chiste, y cuando no llegó


respuesta, se dio cuenta de que su pareja estaba seria.

—Ah, ¿Ev? Creo que el atacante probablemente fue un vampiro. Con dos
puntiagudos dientes. —Hizo colmillos con sus dedos para demostrárselo. Los ojos de
Everil se hicieron aún más amplios.

—¡Oh! ¡Muy bien!

Se puso de pie, levantó la nariz al aire, olfateando.

—Sí —dijo—. Tendría que haberlo captado antes. Vampiro.


Definitivamente vampiro.

—No me di cuenta de que los faes tuvieran un agudo sentido del olfato.

Everil se puso de pie recto, y luego dio una respiración sacando su pecho hacia
fuera.

—¿Hola? Mitad weren.

—¿Sí? —Gabriel miró de cerca a su compañero, pero no vio las señales.


Debe haber sido un gen recesivo.

—Hablé con Tex. Los doctores se llevaron a la víctima de inmediato. Vamos a


verla al hospital. Incluso si no lo ingresaron, deben tener una dirección.

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Al final resultó que aún estaba allí, sentado en un abarrotado centro de
emergencia a la espera de que le dieran el alta.

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Gabriel mostró su placa, diciendo que trabajaba para la Interpol, y una enfermera
los llevó a una habitación privada. Graham pasó, inquieto.

—Entonces, ¿debo llamar a mi embajada? Es decir, no hice nada malo. Soy la


víctima, ¿verdad?

—Por lo que sabemos —dijo Gabriel—. Estamos interesados en quién le hizo


esto.

—Oh. Correcto. Fue una pelea, saben. Con algunos chicos. Lugareños.
Hemos, ya saben, tenido roces antes.

—¿Lugareños? —Gabriel encontró los ojos de Everil. Dudaba que los lugareños
hubieran echado a Reinholt lejos.

—Sí. Yo… no nos llevamos bien. Creo que finalmente tomé el camino
equivocado y decidieron que, ya saben. Hacerme un poco de lío.

—¿Nombres?

Graham les dijo, y Everil los escribió en su PDA. Unos segundos más tarde,
asintió.

—Los tengo. Son lugareños, muy bien.

Le pasó el PDA a Gabriel, quien miró el archivo. Vampiros, sí, pero los
alborotadores básicos. No del tipo que probablemente va tras algo grande, y su actual
teoría operativa era que este asesinato estaba relacionado con algo grande.

—Así que son locales —dijo Gabriel—. Dime sobre la chica. ¿Alguna vez la
viste antes?

—¿Chica?

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—A la que estabas ligando en el bar. De ojos verdes. De pelo corto y oscuro.
Con buena apariencia.

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—Oh. Ella. Correcto. —Graham se movió en su asiento—. ¿Está en problemas?

—Podría estarlo. Tú también puedes estar en problemas, si no me dices lo que


quiero saber.

De nuevo él se movió.

—Ah, infiernos. Muy bien, miren. Ella era una perra, ¿no? Quiero decir, sí, yo,
eh, intenté ligar con ella. Pero me rechazó con frialdad. Aunque luego, cuando estaba en
el callejón y esos chicos tenían toda la zona en peligro conmigo, ella fue la que los hizo
salir como el infierno de allí. —Se encogió de hombros—. Así que, ya saben, supongo
que se la debo.

—Y los hombres en el callejón, ¿sólo decidieron que tu cuello parecía el mejor


para apuñalar?

Más movimiento, y no se encontró con los ojos de Gabriel.

—Extraño, ¿no?

Gabriel alzó las cejas. Había visto eso antes. Los humanos a quienes les gustaba
bajar y ensuciarse con la multitud de vampiros.

—Así que ella te salvó de un vampiro. ¿Estaba hablando con algún otro
vampiro? ¿Hablando con alguien más en el bar?

—¿Qué? —Los ojos del turista se ampliaron y se vio excesivamente inocente,


como si estuviera tratando de sólo no ser demasiado duro—. ¿Vampiro? Quiero decir,
guau. Eso es una locura. Ustedes son…

—No somos policías normales. Y a menos que quieras ser una alta prioridad en
mi oficina de radar, y no quieres, me dirás todo lo que puedas acerca de la chica.

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—No vamos a, ya sabes...— Él se apagó, y luego hizo un movimiento de
cuchillo por su garganta.

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—Hoy, no.

No era común para los humanos saber sobre los de las Sombras, pero no era algo
inaudito. Mientras Graham se quedara fuera de los callejones oscuros con vampiros
hambrientos, estaría bien.

—No hay mucho que decir. Quiero decir, es un vampiro, también. Me di cuenta.
Una vez que aprendes acerca de ellos, puedes descubrirlo. Ella seguro como el infierno
no quería que yo lo supiera, sin embargo. La llamé vampiro y casi me mordió la cabeza.
—Se encogió de hombros—. No era esa cabeza la que quería que me mordiera, pero ella
no estuvo interesada.

—¿En qué estaba interesada? —preguntó Gabriel.

—No lo sé. Probablemente en un amigo. Estaba buscando en el lugar. Y

allí se ponía interesante.

—¿Se encontró con alguien?

—No lo sé. Me dijo que me largara. Así que me largué.

Gabriel se levantó.

—Muy bien, señor Graham. Creo que eso lo involucra.

Tenía la dirección del hombre y su número de teléfono, por si acaso, y se le dijo


que podría irse tan pronto como el hospital lo dejara en libertad.

—Sólo una cosa más—añadió, antes de que él y Everil salieran—. ¿De


casualidad supo su nombre?

—No —dijo Graham —. Pero ella se lo dijo a los vampiros que me tenían.
Juro que casi se orinaron en los pantalones.

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—¿Es un hecho? Entonces, ¿cuál era?

—Caris. Ella sólo dijo que era Caris.

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—¡Caris! —dijo Everil cuando estaban bajo el toldo del centro de emergencias
—. Estabas en lo correcto. Esto es grande.

Gabriel frunció el ceño. Everil no estaba exagerando.

—Ella es la mujer de Gunnolf —continuó Everil—. Y solía ser la de Tiberius.

—Lo sé —dijo Gabriel, casi llegando a hablar en un gemido—. Estamos


caminando directamente a una tormenta de mierda política.

Everil asintió con entusiasmo.

—Cálmate, compañero —dijo Gabriel—. Jugaremos este cerca del chaleco. Si


hacemos denuncias o solicitamos una orden de arresto antes de que hayamos construido
un caso, los dos podríamos experimentar algunas consecuencias graves.

—De acuerdo. Consecuencias. Correcto.

—Habrá muchos ojos en este caso. Dragos estaba allí para una reunión, a
Reinholt le pusieron una trampa por ser un soplón weren. Y Caris está implicada hasta
el fondo con los werens.

Everil negó.

—Ya no. Era la mujer de Gunnolf. No creo que sea cercana a Lihter.

—Probablemente no—reconoció Gabriel—. Pero desde mi punto de vista, nadie


sabe con quién está aliada ahora. Y Lihter podría simplemente estar tirando con
facilidad de sus cuerdas, tanto como cualquiera.

Se contuvo, dándose cuenta de que ya estaba poniendo teorías juntas.

99
El Club de las Excomulgadas
Mierda. No se había mudado a Zermatt para dejarse enredar en un Gran Jodido
Caso.

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La última vez que lo había manejado había terminado con una chica inocente
frita.

Y eso era algo que no le gustaría repetir.

Pero lo quisiera o no, estaba atascado. No había encontrado el caso. El caso lo


había encontrado a él.

100
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Nueve

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La siguiente vez que fuera a Memphis, Bael Slater esperaba que fuera la versión
americana. Las pirámides estaban bien y elegantes, pero el aire seco del desierto lo
irritaba, y cuando estabas directo bajo él, ¿cuál era el punto de Memphis si no podía ver
Graceland?

En este momento, por supuesto, el punto era encontrar a Drescher Bovil.


Buscar. Matar. Irte como el infierno de nuevo a casa.

Normalmente, se tomaría un poco más de tiempo con la tarea, pero Tiberius


había insistido en la urgencia de la cuestión. La votación de la Alianza sería muy pronto,
y el nuevo representante para-demonio necesitaba tiempo para ponerse en el trabajo,
instalarse, y tomar la decisión correcta acerca de por quién votar.

Pero todo eso significaba que el viejo representante para-demonio necesitaba ser
retirado de la ecuación.

Afortunadamente, Bovil no era particularmente popular incluso con su propia


especie, y no le había tomado demasiado esfuerzo a Slater saber dónde estaba esta
noche, escondido en un hotel de cinco estrellas con un desfile constante de prostitutas
humanas.

Por el momento, Bael estaba agachado en el pasillo fuera de la habitación del


hotel de Bovil. El guardia junto a la puerta estaba colgando hacia adelante en su silla,
muy probablemente porque Slater le había roto el cuello. Ya se había encargado del de
las cámaras de seguridad, de modo que no era un problema.

Y aunque le hubiera gustado deslizarse en el cuarto como niebla debajo de la


puerta, la habitación había sido reforzada con hematita.

Al parecer Bovil utilizaba mucho este nido de amor en particular.

Malo, por lo que correspondía a hacer la misión de Slater mucho más difícil.

101
El Club de las Excomulgadas
Bueno, con esas precauciones era más difícil culpar a la comunidad vampiro.

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De acuerdo a su fuente, los hombres de Slater habían revisado a cada chica en
busca de armas, grabadoras, móviles, o algo más en el vestíbulo. Una vez que fueron
absueltas, se les dio un código de cinco dígitos y se les dijo que lo memorizaran. El
código funcionaba con el teclado de la puerta. Y no había otra manera de entrar. Slater
había buscado en el guardia por si acaso, pero no había encontrado ninguna tarjeta, ni
ninguna clave tradicional, o algún número garabateado convenientemente en su cuerpo.

Las chicas eran la única forma de entrar.

Así que ahora esperaba.

El ascensor sonó, y Slater situó su atención al lado del guardia desplomado. Las
puertas se abrieron y una humana rubia y menuda salió. Se lamió los labios, acomodó
sus hombros, y se dirigió directamente hacia él.

—¿Código? —exigió él.

Ella bajó la mirada hacia el guardia en la silla, con el rostro con un signo de
interrogación.

—Él está de descanso —dijo Slater—. Nos turnamos. ¿Código?

—Cinco, dos, cinco, tres, uno.

Slater asintió, como si estuviera satisfecho.

—Está bien. Levántese para la inspección.

—Pero yo…

—Levántese para la inspección.

102
El Club de las Excomulgadas
Ella se puso de pie recta, con los ojos muy abiertos, y él dio un puñetazo en el
código. El seguro hizo clic, la puerta se abrió, y la hizo pasar al interior con un
movimiento de su brazo.

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Había charlado con el recepcionista antes y se había enterado de la disposición
de las suites. Había esperado que Bovil estuviera en uno de los dos dormitorios de la
parte de atrás y que el vestíbulo y el área de la sala estuvieran vacíos. Estaba en lo
cierto.

Hizo una conjetura, asintió hacia el dormitorio a la derecha, y le dijo a la chica


que lo siguiera. Luego se colocó frente a la puerta, sólo para mostrarse. Esperó hasta
que pudo oír gemidos y crujidos de los resortes de la cama. Luego se dirigió a la puerta
de la habitación, la abrió y evaluó la escena: Bovil estaba en la parte superior de la
prostituta, bombeando sus sesos, con la espalda, por no mencionar el trasero
directamente en el campo visual de Slater.

Maldita sea, pero le estaba haciendo esto fácil.

Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó el pica-hielo que había


guardado allí.

Dos pasos rápidos y estaba en la cama.

Un movimiento más económico y tenía su brazo alrededor del cuello del para-
demonio. Con la otra mano, presionó el extremo del pica-hielo contra de la oreja
derecha de Bovil.

—Tengo un mensaje —dijo mientras Bovil se paralizaba, a pesar de que no sabía


si lo oía sobre los gritos de la muchacha. Y entonces no le importó, porque sabía
malditamente bien que Bovil no podría oírlo una vez que el pica-hielo penetrara en su
oído, por no hablar de su cerebro.

El para-demonio se relajó y Slater dejó caer el cuerpo.

—Seguridad de mala calidad, amigo. Realmente deberías estar avergonzado.

103
El Club de las Excomulgadas
En la cama, la chica se estremeció.

—Confía en mí —le dijo Slater—. No habría sido bueno contigo. — Sacó un

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fajo de billetes de su bolsillo—. Considera esto una propina. Mantén la boca cerrada, y
creo que es justo decir que te lo has ganado. ¿Lo captas?

Asintió, con el miedo aferrándose a ella como su perfume Dimestore.

—Vete —dijo él, y ella salió por la puerta antes de que su voz se desvaneciera.

—Buena chica —murmuró mientras sacaba el cuchillo y retiraba la cabeza de


Bovil, sólo para estar seguro. No se podía ser demasiado cuidadoso con los para-
demonios.

Había aprendido eso de una manera dura.

El timbre de un teléfono interrumpió su intento de limpiar su cuchillo en la


colcha. Miró de vuelta y lo encontró en el suelo junto a la cama, el identificador de
llamadas decía lectura privada.

Contestó, con su voz deliberadamente baja y áspera.

—¿Qué?

—Señor —dijo con voz entrecortada—. Señor, estaba en lo cierto. Todos esos
rumores. Son ciertos. Algo pasa con Lihter. Está trabajando en algo grande.

El orador hizo una pausa, y Slater se debatió sólo un momento antes de decidir si
insistirle a su suerte. Rascó la boquilla, simulando estática.

—Cuéntame.

Demasiado. La persona que llamaba lo sabía.

Oyó un grito de asombro, y luego un clic.

104
El Club de las Excomulgadas
Y esa, Slater pensaba, era su señal para irse.

*****

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—Señor, han llegado.

Faro Lihter se volvió mientras el Doctor Honas Behar corría hacia él, con el
sudor brillando en su frente. Se lo limpió con la manga de su crujiente bata, luego hizo
una mueca.

Lihter sonrió.

—¿Nervioso, Doctor?

—Estas criaturas ni siquiera se supone que existan más. Tener la oportunidad de


estudiar a una... —Se calló, y Lihter tuvo la clara impresión de que estaba literalmente
repleto de placer—. Pero, señor, la cámara. No he tenido la oportunidad de probarla.

—¿Cree que lo traería a un laboratorio que no tuviera lo suficiente para sus


propósitos? ¿Crees que me pasaría años desarrollando este complejo sin asegurarme de
que todo es perfecto?

—No, no. No era mi intención insultarlo. Yo sólo…

Lihter levantó la mano.

—Ella vendrá.

Behar se quedó en silencio, mientras Lihter ladeaba la cabeza, escuchando el


sonido de las pisadas de su equipo en el largo tramo de escaleras que conducía desde la
superficie hasta la gruesa puerta de metal. Saboreó el momento.

—¿Sabe cuántos años he esperado por este momento?

—Yo... No, no lo sé.

105
El Club de las Excomulgadas
—Yo estaba allí, en Marsella, justo en medio del último brote de la peste.

—¿Estaba allí?

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—Caminé por la destrucción con mi cabeza bien alta. Era un dios caminando en
el valle sombreado de la muerte, y supe entonces lo que haría. Capturaría al híbrido.
Utilizaría al híbrido. Y repoblaría el mundo de la forma en que debería ser. —Se
encontró con los ojos de Behar—. De la forma en que lo haremos.

—¡Señor!

Pudo ver reflejada su propia pasión en los ojos del médico, y sonrió.

—Desafortunadamente, mi plan me ha tomado más tiempo del que esperaba.


Tiberius puso una pequeña torcedura en eso cuando mató a la última híbrido en Cluny.

—¿A la última? —Behar lanzó ojos hacia la puerta—. Pero…

—La última —confirmó Lihter—. En ese momento, de todos modos. Esa será
nuestra primera pregunta para nuestra invitada. Cómo llegó a ser una nueva híbrido en
un mundo sin híbridos. Una criatura creada de algo que no se podía hacer. Es un
misterio, y uno que ni yo ni mi equipo hemos podido resolver.

Behar era una adición relativamente nueva al equipo, se había unido tan sólo una
década atrás. Sin embargo, por siglos, Lihter había estado reuniendo werens afines a su
alrededor, estableciendo diversas tareas destinadas a un único objetivo: la creación de
un nuevo híbrido.

No había sido un trabajo fácil. Lihter había pasado años investigando textos
antiguos, tratando de aprender cómo se hacía un híbrido. Había encontrado una sola
pista, una transcripción de una historia transmitida dentro de una familia. Un guerrero
vampiro del siglo tercero se había tropezado con una mujer, quien le suplicó que la
matara.

106
El Club de las Excomulgadas
Según la versión de la historia del guerrero, él se había negado en un primer
momento. Pero entonces la mujer lo había amenazado con mostrar al lobo allí en medio
del foro romano. Y entonces él había dicho que lo haría. Pero primero tenía que

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responder a una sencilla pregunta: ¿Cómo? ¿Cómo había sido creada?

Pero la mujer no lo sabía. Había sido un vampiro, y una noche se encontró con
un hombre lobo merodeando en lo profundo de un bosque. Habían luchado, y de alguna
manera ella había perdido sus sentidos. Recordó la tortura y el dolor. Y cuando volvió
en sí misma plenamente, sabía que había caído bajo la maldición, y que lo que una vez
se había creído como rumor estaba vivo dentro de ella. No tenía ninguna explicación en
cuanto a cómo, y asumió que debió haber ocurrido por arte de la magia oscura.

No podía decirle nada más al guerrero, y él había cumplido su promesa. En ese


momento, allí mismo, le clavó una estaca a través de su corazón y después le cortó la
cabeza.

En el momento que descubrió el documento, Lihter deseó que el guerrero le


hubiera podido preguntar unos pocos detalles más. Y esperó que tal vez el guerrero de
hecho hubiera averiguado el secreto, contando la verdad en otros lugares. Por ello
comenzó una búsqueda sistemática de todos los documentos firmados por el guerrero
vampiro.

El proceso había sido largo y tedioso, pero sabía que iba a tener éxito. Lihter
tenía confianza y paciencia, y había empezado a construir ese edificio, incluso antes de
tener la primera idea de cómo crear a un híbrido.

Su confianza y preparación valieron la pena. Hace once meses, su investigación


había tomado un giro extraordinario. Había estado leyendo la colección de una pequeña
biblioteca en Perú, cuando se había encontrado con algo particularmente interesante: no
era el único siguiendo el rastro de los híbridos.

Había otro.

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El Club de las Excomulgadas
Otro investigador estaba revisando los mismos libros. Otro erudito seguía los
mismos caminos.

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Lihter había cambiado su plan. Detuvo la búsqueda del guerrero y en su lugar
comenzó a buscar al investigador.

Eso no le había llevado mucho tiempo. El investigador se había tomado algún


trabajo para ocultar su identidad, pero no mucho. Después de sólo unas pocas preguntas
y sobornos, Lihter pudo conseguir el nombre de Cyrus Reinholt.

Y quiso la suerte que Reinholt pasara a ser un hombre lobo. Un hombre lobo
que vivía en París y era un invitado frecuente en el Château.

Con todo, las estrellas estaban alineadas a favor de Lihter.

Su plan había sido simple. Fabricar una garantía de incumplimiento y llevar a


todos los werens con acceso al Château delante de un Suero de la Verdad.

Pero, al parecer, Reinholt se había enterado del plan y había salido corriendo.

Había sido de lo más inoportuno. Por lo menos hasta que Lihter se había
enterado de que Reinholt tenía una hija. Y los niños significaban ventaja.

Se las había arreglado para secuestrar a la perra. Un arreglo sencillo y simple,


que había resultado no ser tan fácil, después de todo.

Porque durante el transcurso del rapto, ella había salido herida, y su sangre había
destruido a uno de sus hombres.

Sangre ácida.

El sello distintivo de un híbrido.

Todo había caído en su lugar, Reinholt había encontrado la respuesta a la


investigación, y había hecho a su propia hija un híbrido. Terrible para que un padre

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El Club de las Excomulgadas
lo hiciera, en realidad, y Lihter no sentía culpa por alejarla de tal excusa de padre sin
valor.

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Pero la chica era suya ahora. Sus años de investigación habían sido fascinantes,
sin duda.

Y todavía le gustaba mucho tener los secretos de Reinholt a su disposición.

Ninguno de eso, sin embargo, era crítico ya.

La muchacha era su arma.

Y tenía la intención de usarla bien.

Y pronto.

El estruendo de pisadas se detuvo afuera de la pesada puerta de acero, y oyó el


constante bip bip del código de seguridad de doce dígitos que era ingresado. A su lado,
Behar se puso rígido, con la anticipación coloreando su rostro como una máscara. Lihter
se sentía la misma manera. El día en que la chica había sido detenida en Frankfurt,
Lihter había estado en París, frente a las tareas del día a día que lo ocupaban como
representante Therian en la mesa de la Alianza, lo que le garantizaba que no estaba
ligado directamente a la desaparición de la chica.

Ahora estaban en el pequeño laboratorio de Liechtenstein que tan bien había


cuidado y construido en secreto en los últimos años. Ni siquiera había visto a la chica
todavía. Su inesperado premio. Su gloriosa recompensa.

El momento sería inolvidable.

La puerta se abrió, y cuatro de sus hombres de más confianza entraron, llevando


cada uno la esquina del almohadón sobre el que la chica estaba inconsciente.

—¿Utilizaron suficientes tranquilizantes? —preguntó Lihter—. Su resistencia


será tan anormalmente alta como su fuerza.

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El Club de las Excomulgadas
—Podría noquear a cinco elefantes de circo con la dosis que le dimos.

Ella yacía en el almohadón, con los brazos a su lado, con los ojos cerrados. Su

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mano estaba llena de cicatrices donde se había cortado, pero ya se estaban empezando a
sanar. A excepción de las diez correas de hematita que cruzaban su cuerpo y de la sonda
IV de alimentación en la parte posterior de su mano, podría haber estado simplemente
durmiendo pacíficamente.

—Hermosa —dijo Lihter, después le acarició la cara. Era joven, sólo tenía
dieciocho años, y en reposo, se veía tan inocente como si fuera mortal.

—Quitadla las correas y la IV y ponedla en la sala —dijo.

Echó un vistazo a Behar.

—¿Cuánto tiempo tomará para que el medicamento se vaya?

—Sin una mejor comprensión de su fisiología, no puedo estar seguro, pero estoy
adivinando que cuatro o cinco horas.

Lihter asintió, luego miró a Rico, su mano derecha.

—Haz un diagnóstico completo en el sistema. Asegúrate de que todas las rejillas


de ventilación estén abiertas y selladas correctamente.

—Lo haré —dijo Rico.

El teléfono de la consola, de línea fija, comenzó a sonar. Lihter hizo un gesto


para que lo contestara y luego esperó con impaciencia a que Rico terminara.

—Señor.

—También quiero que confirmes que todos los equipos de monitoreo están
calibrados. Haremos la primera prueba tan pronto como se despierte.

—Por supuesto, pero, señor, nuestro teléfono encriptado ha sido puesto en


peligro.

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El Club de las Excomulgadas
Las cejas Lihter se elevaron.

—¿Ah sí?

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Rico asintió hacia la línea fija.

—Ese era su tipo en la Alianza.

Una realidad frustrante, pero casi paralizante.

—Asegúrate de que todos en el equipo no usen sus comunicaciones móviles.


Sólo líneas fijas. Si desobedecen, mueren. Esta operación es demasiado importante
como para ponerla en peligro.

—Sí, señor. Por supuesto.

Lihter asintió despidiéndolo, luego se movió hacia la cámara hermética, con sus
sesenta centímetros de muros de plexiglás grueso. Una sencilla silla plegada estaba
frente a él, y tomó asiento. No importaba cuánto tiempo tuviera que esperar. Él sería lo
primero que vería cuando ella se despertara.

Y una vez que lo hiciera, le diría a la chica todo acerca de los maravillosos
planes que tenía para ella.

111
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diez

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El olor de Caris se demoró en la oficina de Tiberius, poniéndolo en el borde,
entrando en sus pensamientos. En su sangre.

Con gran esfuerzo, volvió su atención para localizar a la chica secuestrada.

Le había hecho una promesa a Reinholt de ayudar a su hija, y era una promesa
que Tiberius pretendía conservar.

Metió la mano en el trabajo y Caris lentamente desapareció de su mente,


sustituida con notas acerca de contactos, clientes potenciales, cualquiera que pudiera
haber conocido a Reinholt o a la chica.

Una de las pocas piezas sólidas de información que Reinholt le había


proporcionado era que la chica era un vampiro, un hecho que había levantado la frente
de Tiberius.

—Lo sé —había dicho Reinholt cuando habían hablado por teléfono—. Es muy
inusual. Pero ya ves, es por esa razón por la que acudí a ti. A diferencia de muchos de
los míos, no desconfío de los vampiros. Y—agregó—, no creí que fueras a permitir que
uno de tu clase fuera tomado por Lihter. No si puedes hacer algo para evitarlo. Por
favor, señor. Por favor, ayuda a mi Naomi.

—¿Cómo es que eres un weren y ella

no? Él vaciló, y luego contuvo el

aliento.

—Su madre, era humana. Nos enamoramos, tuvimos una hija.

—¿Y la niña no fue weren?

—Es... es... no siempre se transfiere. Ella era humana, hermosa y vibrante.

—Y entonces fue convertida.


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El Club de las Excomulgadas
Esta vez la pausa fue tan larga que Tiberius temió que la conexión se hubiera perdido.

—Sí.

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—Y ¿de qué le serviría la chica a Lihter?

—Yo… Yo… Por favor, por favor, tienes que encontrarla. Él... él se la llevó
para llegar a mí. Porque me fui. Pero yo no lo sabía. No sabía lo que quería.

—¿Qué quieres decir?

Pudo oír la respiración Reinholt suavemente.

—Oí rumores de que Lihter se había comprometido con la Pitonisa. Todas las
personas con acceso al Château serían probadas. Por lealtad. Yo huí.

—¿Has estado vendiendo los secretos de Lihter?

—¡No! ¡No! He sido más que fiel. Comando mi propio negocio. Pero hay cosas
que tengo en mi cabeza. Cosas que no quiero compartir.

—¿Y pensaste que una Pitonisa revelaría esas cosas?

—Sin lugar a dudas. Así que me fui. Nunca pensé que a Lihter le importaría. No
estaba bajo ninguna sospecha. No corrí, pero tampoco hice publicidad de a donde fui.
Y cuando dejó mensajes para mí para que volviera a París, los ignoré.

—Y por eso se llevó a Naomi para conseguir tu atención.

—Sí. Sí, por favor, tienes que ayudarme.

Tiberius sostuvo el teléfono en silencio considerando las palabras del weren.


Creía que Reinholt temía por su hija. Creía que Reinholt se había ido para evitar a la
Pitonisa. Pero esa no era la historia completa. Había cosas que no se habían dicho, las
verdades estaban torcidas, y era en el silencio donde realmente estaba la historia.

—¿Por qué no me dices todo?

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El Club de las Excomulgadas
Reinholt se quedó sin aliento.

—Yo… Por favor. Hay... cosas que debes saber. Y cuando nos encontremos, te

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lo contaré todo. Te juro por mi vida que sabrás la verdad, pero por favor, por favor no
me hagas hablar de ello ahora. No cuando puede haber otros oídos.

Tiberius vaciló. El miedo en la voz de Reinholt era tan real que casi podía
captar el olor de eso, incluso a través de la línea telefónica. Pero ¿Temería por su hija,
o tendría miedo de Lihter, el hombre lobo al que estaba dispuesto a traicionar?

—Nos encontraremos —dijo Tiberius—. En caso de que estés en lo cierto


acerca de los otros oídos, estableceremos un tiempo y lugar más tarde. Estaré en
contacto. Mientras tanto, dime lo que puedas acerca de la desaparición de tu hija. Tal
vez para el momento en que nos encontremos tenga noticias.

—Entonces ¿Me vas a ayudar? —Su voz se sacudió con alivio.

—Ayudaré a tu hija.

—Gracias, gracias.

—¿De dónde fue tomada?

—De Frankfurt. Estaba en camino a Austria para visitarme. Tengo...tenía... una


casa de seguridad, allí. Me llamó desde el Zeil —dijo, refiriéndose al distrito de
compras de Frankfurt—. Me dijo que tenía la intención de ir de compras antes de
tomar su tren, a mi Naomi le encanta comprar.

—¿Qué te hace pensar que Lihter la secuestró?

—Una vez más, esa parte te la debo informar en persona. Pero ten en cuenta que estoy
seguro.

No había sido una respuesta satisfactoria, pero aunque Tiberius intentó conseguir
más información, Reinholt se había negado a hablar. Tiberius no iría tan lejos como para
negarse a ayudarlo, creía que la chica estaba realmente en peligro,

114
El Club de las Excomulgadas
pero ahora deseaba haberlo amenazado. Podría haber sabido más. Porque ahora estaba
empezando de la nada, excepto de Frankfurt, del conocimiento de que la chica era una
compradora poderosa, y la foto que Reinholt le había enviado por mensaje de texto.

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Maldita sea.

Había hecho circular la foto con sus contactos en Frankfurt, pero decidió no
llamar formalmente a la PEC para buscar a la chica desaparecida.

Reinholt había estado preparado para proporcionarle información de carácter


político. Era mejor considerar este asunto de la Alianza y de los vampiros. Los agentes
de la PEC eran sin duda competentes, pero había algunas cosas que estaban tan
políticamente cargadas que eran investigadas mejor en casa.

Frunció el entrecejo, pensando en Caris. Le había ordenado a Luke iniciar un


grupo de trabajo sobre todo para protegerla. Pero la verdad era que tendría que haber
hecho lo mismo, sin importar quien había sido el asesino de Reinholt.

Caris. Había dejado a sus pensamientos recaer en ella, y ahora dominaba su


mente de nuevo. Maldita sea.

Su teléfono sonó, una bienvenida interrupción, y la voz de la señora Todd llenó


la habitación.

—Es el Señor Slater, señor. Dice que es importante.

—Está hecho —dijo Slater Bael tan pronto como Tiberius tomó la llamada.

—No tenía ninguna duda. Podrías haber esperado para informarme en persona.

—Hay más. Intercepté una llamada. El teléfono de Bovil estaba sonando, y


parecía grosero no contestar.

—Cuéntame.

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El Club de las Excomulgadas
—Al parecer Lihter estaba en los radares para-demonios, también. No podría
decir con quién estaba hablando, y el maldito ID6 y el GPS fueron bloqueados, pero el
mensaje fue bastante claro. Averigüé que Lihter estaba planeando algo. Algo grande.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—Eso encaja —dijo Tiberius. Reinholt debió haberse enterado también, y estaba
dispuesto a comerciar con Lihter por la seguridad de su hija.

—¿Puedes conseguir todos los detalles?

—Lo intenté. La llamada se cortó. Tengo que asumir que hice un trabajo menos
que estelar para hacerme pasar por Bovil.

Tiberius le hizo a Slater unas cuantas preguntas más, terminada la llamada, su


mente se llenó de estrategia y de teoría. La urgencia corría en él con fuerza.

Se puso de pie y se dijo que iría con Caris ahora porque el tiempo era esencial.

Lihter estaba tramando algo. Las elecciones eran en menos de diez días. Y la
chica podría estar en grave peligro.

Todas las razones eran válidas, pero ninguna superaba a la verdad fundamental,
subyacente: simplemente quería verla de nuevo, y la retendría durante tanto tiempo
como pudiera.

Cuando encontró a Caris, ella estaba de pie en la ventana de la gran sala azul, al
lado del escritorio de roble, mirando el cielo a través del cristal protector. Él hizo una
pausa, mirándola. Llevaba una chaqueta de cuero negro y pantalones vaqueros sencillos,
excepto que no había nada de simple en la forma en que abrazaba sus curvas. Curvas
que él había conocido íntimamente y todavía podía recordar esa sensación.

6
Identificador de llamadas

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El Club de las Excomulgadas
Metió las manos en los bolsillos de sus propios pantalones, rechazando los
recuerdos de ella, de su pasado. Se dio cuenta con un sobresalto que estaba viendo a la
mujer, no a la weren, no a la híbrido.

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Se quedó en silencio, consciente de que debía caminar adelante, decir algo,
anunciar su presencia en la habitación. Pero a pesar de que odiaba admitirlo incluso para
sí mismo, no quería que este momento se rompiera. Así que en vez de eso, simplemente
la observó. Su mano pálida, apretada contra el vidrio. Su pelo negro reluciente.

Ella estaba inmóvil, excepto por su pecho, que subía y bajaba. Se preguntó
vagamente si tenía que respirar ahora, y maldijo la pregunta ya que sólo le recordaba
que esto los separaba más que la extensión de la habitación. Mucho más.

—Si tienes algo que decir, entonces dilo. —Ella le habló a la ventana, sin
molestarse en darse la vuelta—. De lo contrario, estoy ansiosa por salir de aquí.

—Te lo dije, necesito tu ayuda con algo. Necesito tu acceso al mundo


weren.

—¿Es cierto? ¿Y sólo esperas que te ayude a cambio de nada? Pensé que me
conocías mejor.

Ella se volvió. Un músculo tembló en su mejilla, pero se mantuvo estable, el


momento se creció entre ellos, y en ese instante él casi... casi..........pudo olvidar.

Ella apartó la mirada, y el momento se hizo añicos.

—¿Por nada? —dijo él—. Yo no diría eso. Mataste a mi informante, Caris.


Me lo debes.

Esta vez, cuando ella se volvió, sus ojos ardían.

—¿Sabes qué, Tiberius? Jódete. Oh, espera. Ya no me dedico a eso. Y eso


también significa que no te debo nada. Ni ayuda, ni explicaciones, ni nada.

117
El Club de las Excomulgadas
—Me temo que no estoy de acuerdo en ese punto.

Ella se mantuvo firme.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—Sí, he pensado que podrías. Así que he estado pensando en eso. ¿Quieres mi
ayuda? Bien. Pero hay algo que debes hacer por mí.

Su frente se levantó.

—Creo que estás confundida sobre quién le debe a quién.

—Te aseguro que no lo estoy.

—¿Qué es lo que quieres, Caris?

Más le valía sólo satisfacer su capricho y seguir adelante con eso.

—Quiero que nombres gobernador del territorio escocés a Gunnolf. Que


transfieras tu autoridad a él.

Le tomó un gran esfuerzo no reírse en voz alta.

—Eso nunca sucederá.

—Entonces creo que hemos llegado a un callejón sin salida.

Por el momento, al menos, tenía que estar de acuerdo. Era hora de intentar una
táctica diferente.

—La Alianza se hará cargo de la investigación del asesinato, Caris.

Ella levantó la vista, con expresión alarmada.

—A la luz de la polémica política del puesto de Reinholt, he arreglado que un


grupo de trabajo sea creado y jurisdiccionado para ser transferido de la División 12 de la
Alianza.

—Eres un hijo de puta. ¿Cómo puedes…

118
El Club de las Excomulgadas
—Un grupo de trabajo que no, repito no, encontrará ninguna conexión contigo.
Un grupo de trabajo que, francamente, en última instancia será detenido.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Ella lo miró fijamente, con su rostro blanco y sus pensamientos escondidos
detrás de una bien educada fachada. La esquina de su ojo se arrugó, como si algo
desagradable zumbara cerca.

—¿Por qué hiciste eso? —dijo ella con voz baja, medida. Y era peligrosa.

—Sabes por qué.

Ella negó.

—No.

—Hice una promesa, y veré que se cumpla.

—Te libero de tu promesa.

—Tu padre lo intentó una vez. La rechacé igual. La promesa no te la hice a ti, y
honraré mi palabra a Horatius.

—No quiero que mires por encima de mi hombro. No te quiero en mi vida.


Renunciaste a ese derecho cuando me desterraste. Él

se puso rígido, con sus palabras medidas.

—Para estar en tu vida, sí. Para protegerla, nunca.

—Juraste proteger a mi familia de cualquier daño. No de las consecuencias de


nuestras propias acciones.

—Te mantendré a salvo.

La conocía lo suficientemente bien como para reconocer la furia en sus ojos.


Ella dio un paso hacia él.

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El Club de las Excomulgadas
—No me mantendrás para nada.

—No recuerdo que hubieras sido así de exasperante cuando estábamos

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juntos.

Una pequeña sonrisa jugó en su boca, y la tensión entre ellos disminuyó.

—Soy una obra en progreso —dijo ella—. Dinámica.

—Lo eres en verdad.

—Y todavía no te debo nada, y te aseguro que no me debes nada.

—Sabes que eso no es cierto.

—Esta conversación ha terminado.

—¿Qué sabía Reinholt de los planes de Lihter?

Dio un paso hacia él, moviendo sus caderas y poniendo su sonrisa. Se veía sexy
como el infierno e igual de peligrosa.

—Puedes detener el interrogatorio ahora. Acostúmbrate a la idea de que no


siempre conseguirás lo que quieres.

Ella comenzó a acechar a su lado, y él extendió la mano y la agarró del


brazo.

—Lo siento. Eso no es algo a lo que me vaya a acostumbrar.

Ella se apartó y levantó la mirada hacia él, con los ojos en llamas, con esa
fiereza que una vez había admirado ahora dirigida hacia él.

—¿Por qué demonios debería ayudarte? Me iré de aquí al atardecer.


Mientras tanto, fuera de mi habitación.

—Quédate. Caris, es importante.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se erizó, pero se mantuvo firme. Estaba a sólo unos centímetros de
distancia, y aun después de tantos años, el olor de ella era dolorosamente familiar.

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Todo, es decir, excepto el lobo.

El lobo.

Siempre, estaba el maldito lobo.

Él dio un paso atrás. Y luego desvió la mirada.

Como si sintiera su debilidad, ella se acercó.

—¡Vaya! Muchas gracias por la invitación. Tu hospitalidad es abrumadora.


¿Cómo es posible rechazarla? —Casualmente sacó su teléfono del bolsillo de su
chaqueta y lo levantó—. Probablemente debería llamar a Gunnolf. Le dije que vendría.
A estas alturas, probablemente estará preguntándose si me cortaste el cuello —dijo las
palabras suavemente, y su falta de humor lo dejó helado.

La miró fijamente, con la mención casual de Gunnolf borrando cualquier hilo


persistente de la mujer a la que una vez había amado y dejó sólo a la guerrera de pie
delante de él. Bien. No quería a la mujer en su cabeza. Ahora no.

Ya no.

—¿Deseas tener a Gunnolf por toda Escocia? No sucederá. Pero en los


Highlands... Si me ayudas, si tenemos éxito, lo consideraré.

El hecho de que no hubiera despedido profundamente su sugerencia de abdicar


en toda Escocia era testimonio de su preocupación por las actividades de Lihter y la
necesidad de inteligencia sólida. Y, sí, del deseo de tener a su lado a Caris de nuevo,
aunque sólo fuera para una misión.

La había desterrado a causa de la política.

121
El Club de las Excomulgadas
Porque era un gobernante que tenía la obligación de proteger a su pueblo, sin
importar lo que le costara. La había dejado vivir por amor. Y aún así, la había perdido.

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Pero ahora era la política la que podría ponerlos juntos de nuevo. Sería un tonto
si no explotaba la oportunidad.

Por otra parte, tal vez era un tonto porque esperaba hacer eso mismo.

Caris dio un paso hacia un lado, con su postura como un depredador rodeando a
su presa.

—¿Considerarlo? Es todo acerca de la política, ¿no es así? Pero contigo, siempre


lo es. Debería saberlo mejor que nadie.

—Admiraste mi compromiso una vez. Incluso compartiste mi ambición.

—Soy una mujer diferente ahora —contrarrestó ella—. Pensé que ya habíamos
establecido eso.

—Diferente, pero no tonta. Quieres algo, quiero algo. Ojo por ojo.

La más pequeña de las sonrisas tocó sus labios mientras levantaba una ceja.

—¿Ojo por ojo? —repitió, con sus ojos inclinados hacia su entrepierna, con su
movimiento tan rápido que él dudó incluso de que lo hubiera hecho, y se obligó a no
reaccionar. La conexión entre ellos todavía estaba allí, y él no era el único que lo sentía.

Pero dadas las circunstancias, no estaba seguro de si eso era bueno o muy
malo.

Ella se dio la vuelta.

—¿Los Highlands?

—La oferta está sobre la mesa.

122
El Club de las Excomulgadas
—¿Y cómo hago para ganar esa preciosa recompensa?

—Reinholt. Necesito saber lo que había averiguado sobre Lihter. Lo que vino a

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decirme a Zermatt.

—Vaya, ¿Eso es todo?

—En realidad, no. Su hija ha sido secuestrada. Por Lihter. Hice la promesa de
encontrarla. Tú me vas a ayudar.

—¿Y todo lo que me estás ofreciendo es los Highlands? —Tiberius no dijo nada
—. Estás operando bajo un concepto erróneo si crees que puedo simplemente bailar un
vals en París y salirme con los bienes de Lihter. Los weren no confían en mí. Incluso
aquellos que le son leales a Gunnolf. Para ellos yo era sólo un vampiro. Sólo la puta de
Gunnolf.

Su voz estuvo llena de indignación al decir lo último, y por primera vez él fue
golpeado por la posibilidad de que la transición desde su mundo al de Gunnolf no
hubiera sido tan limpia como se había creído.

Ella se estremeció, como si estuviera atrapando los recuerdos.

—No soy la ayuda que necesitas.

—Quizás no —dijo—. Pero en este momento, eres la única ayuda que tengo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Once

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Tan pronto como la puerta se cerró detrás de él, Caris se dio cuenta de que
podía respirar de nuevo.

Antes, su cuerpo parecía congelado. Tieso.

Como si estuviera en la piel de otra, incapaz de moverse en la forma en que


quería.

Ahora la tensión había desaparecido, pero en el lugar de la Caris que conocía, la


mujer que estaba de pie en la habitación estaba rota de alguna manera.

Le había dicho que lo pensaría, pero sabía que aceptaría. Se dijo que no quería.
Que solo estaba de acuerdo por lo de la chica. Pero no era cierto. Maldición, estaba
interviniendo porque quería.

Porque quería estar cerca de Tiberius, incluso aunque sólo fuera en una misión.

Había regresado deseando odiarlo, lo odiaba. Había pensado que después de


venir aquí lo odiaría aún más.

Pero no lo hacía. Había visto pesar en sus ojos. Sólo un rastro, sólo un parpadeo,
pero eso había arrasado con ella como un trozo de cristal. Y esa sola mirada le había
dicho más que todas las palabras que habían circulado.

El Tiberius que una vez había conocido nunca hubiera mostrado debilidad ante
el enemigo. Y sin embargo, incluso después de todo lo que había pasado entre ellos, se
la había mostrado a ella.

Cerró los ojos, deseando que sus pensamientos se calmaran. Estaba allí,
trabajaría con él. No podía cambiar eso. Ya no era su amante. No había cambiado eso,
tampoco.

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El Club de las Excomulgadas
Pero se había equivocado en una cosa. Todos estos años había asumido que él ya
no estaría protegiéndola. Que la promesa que le había hecho a su antepasado Horatius
no significaba nada para él nunca más, no después de lo que ella le había hecho a

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Giorgio.

Él la había desterrado, y eso la había cortado como un cuchillo. Pero cuando la


había dejado vivir, había asumido que había sido la última concesión a su promesa.
Había creído que se había lavado las manos de ella, de su promesa, de toda la familia
De Soranzo.

Pero eso no era cierto en absoluto. Él había creado esta fuerza de tareas para
protegerla. Incluso después de todo, estaba cuidándola.

Alargó la mano para mantener el equilibrio, no le gustaba la forma en que la


realidad estaba cambiando bajo sus pies. Había formado y pulido el odio a lo largo de
los años, pero ahora lo estaba encontrando agrietado, con sus capas empezando a
despegarse.

Esa no era una realidad que quisiera examinar.

Porque odiar a Tiberius era fácil. Si ese odio se erosionaba, no estaba segura de
sí podría soportar el dolor.

Cerró los dedos alrededor de su teléfono, deseando escuchar la voz de Gunnolf.


Era difícil creer que había llegado a depender tanto de su amistad.

La primera vez que había ido a él, medio esperaba que la fuera a matar. Ella era
un vampiro, después de todo. Al menos en lo que a él concernía. Era la compañera de
Tiberius, y Tiberius no había hecho la vida más fácil para los werens, o para Gunnolf en
particular.

Pero él le había concedido una audiencia privada, algo que había deseado, pero
que no había estado esperando realmente.

—Si esto es una trampa, muchacha, no caminarás fuera de aquí con vida.

125
El Club de las Excomulgadas
Él la había mirado con dureza, entrecerrando los ojos, con su pelo como una
melena de fuego. Recordó que no debería tener miedo. ¿Por qué debería tenerlo? Ya
era una híbrido, ya había matado a un hombre. Ya había perdido a Tiberius. Nada

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podría ser peor que eso.

—No es una trampa —dijo—. Y confía en mí cuando te digo que entre los dos,
no saldrías vencedor.

—¿Es eso cierto?

—Así es. Y una vez que escuches mi historia, entenderás por qué.

Para su crédito, él se había sentado y escuchado cuando ella había hablado,


diciéndole de su plan para demostrarle a Tiberius que podía ser un activo en el terreno.
Contándole cómo había seguido al traidor, y cómo su plan había salido tan
completamente mal.

Cuando terminó, él se levantó y caminó lentamente a su alrededor.

—¿No me crees?

—Hay olor de lobo en ti. Lo que dices puede ser

verdad. Ella se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.

—¿Quieres que te lo demuestre? Confía en mí, es mucho más fácil dejar que el
lobo salga que mantenerlo encerrado. Incluso cuando no hay luna llena, el esfuerzo
casi me mata.

—Y si sucumbes, matarás a muchos otros.

—No a ti —dijo ella.

—No, no a mí. Tampoco a los de mi clase. —Él se quedó en silencio por un


momento, mirándola—. Dices que él te desterró.

Ella se puso tensa, con sus manos apretadas a su lado mientras luchaba con
ambos, con su enojo y con su lobo.

—Lo hizo.
126
El Club de las Excomulgadas
La miró a los ojos.

—Si hubieras sido una de las mías, yo hubiera hecho lo mismo. Y él fue un gran

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tonto por haberte dejado vivir.

Ella le devolvió la mirada, igual de dura.

—Lo hizo —ella estuvo de acuerdo—. Y creo que lo odio por eso.

Ese era el meollo de todo. De su ira con Tiberius. Él la había dejado vivir
porque la amaba o porque se lo debía. Pero la vida venía con los recuerdos horribles
de Giorgio. Recuerdos que ella no quería y de los que no podía escapar.

Podría odiar a Tiberius, pero se odiaba más a sí misma.

Por un momento él no dijo nada, y temió que fuera a despedirla. Pero entonces
él asintió y se levantó.

—Te ayudaré. Pero no aquí.

Le dijo dónde reunirse con él, en una cueva aislada, lejos de la ciudad. Era una
ubicación que él utilizaba cuando los suyos eran castigados, y ya estaba completa con
cadenas, grilletes y otros dispositivos para asegurarse de que no fuera a escapar. Ella
había vacilado en un primer momento, hubiera sido fácil para él haberla asesinado.

Por supuesto que ella se había sometido, porque una parte de ella quería morir.

Había anhelado ponerle fin a una vida en la que ya no pertenecía ni al mundo


ni a Tiberius, por lo que le había permitido ponerle los grilletes, y entonces se había
dejado ir con lo que había estado aguantando durante tanto tiempo. Al lobo. A la
bestia. Que se escapó de ella, fuerte, rápido y oh, tan doloroso.

No podía recordar nada de ese cambio, pero cuando hubo recuperado sus
sentidos, Gunnolf estaba sonriéndole, limpiando su frente con un trapo húmedo.

127
El Club de las Excomulgadas
—Nadie debe saberlo —dijo—. No puedes matar a los de mi clase, pero puedes
asustarlos. Más que eso, sin embargo, hay algunos entre los míos que te provocarán.

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—¿Qué me provocarán? ¿Con qué fin?

—Con este fin —dijo él, señalando la habitación—. Para hacerte cambiar. Para
hacer que seas peligrosa.

—Y para matar a los vampiros. —Asintió poco a poco, comprendiendo—. ¿Y tú?

—No dudaría en matar a un vampiro si se pusiera en mi camino, personal o


políticamente. Pero no arriesgaría vidas humanas para hacerlo. Y no usaría a un
inocente como un arma.

Ella pensó en Giorgio.

—No soy inocente.

—Tal vez. Pero en este asunto, lo eres. —Él la miró duro—. No lo ves así. Tal
vez nunca lo harás. Pero puedo hacer que el dolor disminuya. Y puedo enseñarte a
controlar el cambio.

Él sonrió.

—¿Dices que Tiberius no dejó que fueras a la batalla con él? Yo digo que serás
mi guerrera más fuerte. Vendrás a vivir conmigo. Y después de un mes en el terreno
tendrás el control. Y la culpa que sientes se desvanecerá en un lamento.

—Pero acabas de decir que no podemos decirle a tu gente la verdad. ¿Qué


posible explicación podría tener para mudarme al Château?

—No estarás en el Château, muchacha. Sino en mi cama. Creo que mi gente


verá los beneficios de la inteligencia de tener a la ex mujer de Tiberius a mi lado.

Ella había negado con la cabeza lentamente.

—Yo… No… Has sido muy amable, pero… Yo no…

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El Club de las Excomulgadas
Su carcajada había cortado su tartamudez de palabras.

—Ni yo, muchacha. Otra es la que tiene mi corazón.

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—Pero entonces, ¿por qué?

—Ella no tiene ningún amor por Francia, ni necesidad de una Alianza política.
Mi Moira permanece en los Highlands. Es el lugar a donde pertenece. Y por ahora, yo
pertenezco a este lugar.

—Pero has estado en Francia durante

siglos. Sus hombros subieron y bajaron.

—Un abrir y cerrar de ojos para criaturas como nosotros. Nos encontraremos
otra vez, Moira y yo. Hasta entonces, cumpliré con mi deber para con mi pueblo.

Caris se acordó de sus palabras ahora, y la golpeaban incómodamente contra la


elección de Tiberius. Él había cumplido con su deber para con su pueblo, también,
sacrificándola muy en la forma en que Gunnolf había sacrificado a Moira. Moira, sin
embargo, había tomado la decisión con él.

No había sido fácil meterse en la vida en el palacio weren. Excepto por Gunnolf,
los weren nunca la habían aceptado plenamente. Casi había rechazado su oferta, pero
cuando él había señalado que el olor weren estaba sobre ella, había sabido que
realmente no tenía otra opción.

Era un vampiro con un olor a weren, y necesitaba una razón para esa otra
anomalía aparte de la verdad. Y así, la ficción de la relación con Gunnolf había nacido.

No, la relación no había sido ficción. Él se había convertido en uno de sus


mejores amigos. Pero no había habido nada más entre ellos.

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El Club de las Excomulgadas
Eso, sin embargo, era una verdad que ambos guardaban con cuidado, porque en
la medida en que creían que era la mujer de Gunnolf, llevaba una capa adicional de
protección.

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Por otra parte, al asumir ese papel, ella estaba protegiendo a Moira también.
Cualquier enemigo que tratara de llegar a Gunnolf para ir tras la mujer que amaba iría
tras Caris. Su verdadero amor se quedaría segura y aislada en los Highlands.

Era un arreglo perfecto, excepto cuando ella pensaba en Tiberius. Él no sabía la


verdad, y ellos sabían que no era seguro decírselo. Ella era una criatura que podía
destruir a los vampiros con nada más que una ráfaga de rabia, y Tiberius lo sabía.

Había intentado creer que él no la mataría, que si hubiera querido matarla lo


habría hecho, no sólo la habría echado.

Pero no podía estar segura. Había elegido a su gente sobre ella, y sabía el daño
que ella podría traerle. Él podría cambiar de opinión. Decidir que su muerte era la única
manera de asegurar su seguridad. Como la mujer de Gunnolf, su muerte seguramente
instigaría una guerra. Gunnolf era su protector y su amigo. Una línea de defensa contra
el hombre al que una vez había amado.

Un hombre, si era sincera consigo misma, a quien todavía amaba.

—Eres una tonta —susurró.

Ella agarró el teléfono apretado con su mano.

Quería llamar a Gunnolf ahora.

Quería que su voz baja le recordara que Tiberius la había desterrado. Que
cualquier suavidad que viera en él ahora no estaba destinada a ella.

Quería decirle todas esas cosas, pero no marcó el teléfono. Porque en el fondo,
tenía miedo de que él sólo se quedara en silencio.

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El Club de las Excomulgadas
Que la hiciera llegar a sus propias decisiones.

Y que a ella no le gustara lo que veía cuando miraba profundamente lo que

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realmente estaba pasando en su corazón y en su cabeza.

Además, si hablaba con él le diría sobre su táctica para ganarle el territorio


escocés.

Y eso era algo que quería mantener cerca de su pecho. Si no podía conseguirlo,
él nunca lo sabría. Pero si lo lograba, sería una agradable sorpresa para el hombre que
una vez la había salvado.

—Al diablo —susurró, y luego arrojó su teléfono sobre el escritorio.

No tenía ni quería un título en psicología. No era del tipo de persona que


analizaba, reflexionaba o desmenuzaba los motivos. Era el tipo de persona que actuaba,
y eso... eso era lo que le había jodido su cabeza. Porque en este momento, no estaba
actuando. En este momento, estaba esperando. Y le enfadaba que no hubiera nada que
pudiera hacer para cambiar ese status quo.

Y para empeorar las cosas, estaba esperando en la habitación azul. ¿Sería


intencional? Se preguntó. ¿Tiberius le habría pedido a la señora Todd que la pusiera
aquí, en las habitaciones de invitados a las que se habían retirado tantas veces cuando la
carga de trabajo había tomado un asiento en las llamas del deseo? Se habían escapado
de su oficina, tomando consuelo en esta habitación. Lo había tirado en la cama y su
boca había tapado la de ella, abandonado el mundo con la necesidad desesperada de
encontrarse el uno al otro.

Se acordaba de todo. De cada toque, de cada beso, de cada caricia. Y había sido
aquí.

Pero eso había sido hacía casi veinte años, y la habitación había cambiado, los
muebles que ella había adquirido habían sido cambiados por piezas más prácticas.
Incluso las paredes eran de un azul más intenso, y los brillantes lienzos de Mondrian a
los que había sido tan inclinada habían sido sustituidos por los más

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El Club de las Excomulgadas
sombríos de Wyeth, dándole a la habitación una atmósfera casi soñolienta donde una
vez había sido tan vibrante que prácticamente había zumbado.

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Se preguntó cómo de rápido había cambiado las cosas después de que la hubiera
desterrado, porque eso había pasado sin duda girando con velocidad. Reinholt la había
mantenido durante más de un mes, y la habría mantenido, sin duda, más tiempo o la
habría matado si no hubiera escapado.

Se presionó los dedos en las sienes y maldijo en silencio. De verdad necesitaba


salir de esa sala. No quería pensar, quería golpear. Golpear y sacar sus frustraciones.

Golpeó el aire una vez, dos veces, y decidió que era hora de quemar un poco de
la mierda que se movía dentro de ella. Se dirigió hacia la puerta. Esperaba que la idea de
Tiberius de re-decorar no hubiera eliminado o cambiado el gimnasio.

Más importante aún, pensó mientras se movía al lado de la puerta, esperaba que
no hubiera puesto a un guardia de la puerta de su habitación.

Hizo una pausa, alcanzando la madera mientras escuchaba por movimientos


afuera.

Lo oyó, y se tragó una maldición. Realmente había asignado un guardia.


¿No era esto lo más jodido…

El olor.

Poco a poco, sin hacer ruido, se acercó más, con su mentón hacia arriba, con
las aletas de su nariz abriéndose mientras respiraba.

Ella lo sabía... lo conocía.

Tiberius estaba allí, más allá de la puerta.

Con cuidado, se acercó más, con su sangre latiendo en sus venas, algo de la
emoción que no quería nombrar barrió sobre ella.

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El Club de las Excomulgadas
¿Deseo? No podía ser. ¿Ira? Quizás. ¿Curiosidad?

Poco a poco, llevó la mano a la madera.

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Ella podía sentirlo... una emoción primitiva. Dolor e ira, pero también anhelo.
Y, sí, ese toque de lamento. Por un momento, su garganta se apretó, y se dio cuenta de
que estaba mirando la manija de la puerta, esperando a su vez, maldiciéndose porque
ella quería.

Y entonces lo maldijo cuando no lo hizo.

Rápidamente, tiró de su mano, odiando haber revelado la más mínima debilidad


hacia él, y sin importarle en absoluto que su debilidad hubiera sido la suya también.

Él encontraría una manera de darle la vuelta.

Siempre lo hacía, después de todo.

Frustrada, se dirigió de nuevo hacia el escritorio. De ninguna manera saldría de


la habitación, no con él justo afuera de la puerta.

Estaba a punto de ceder a la tentación y llamar a Gunnolf cuando el teléfono


sonó. Lo tomó, vio que era Orion, y respondió.

—Acabo de escuchar —dijo él—. ¿Dónde estás?

—¿Escuchar?

—Acerca de... —Él vaciló, y eso fue todo lo que ella necesitó saber. Había oído
hablar del homicidio de Reinholt.

—No lo digas.

—¿Soy un idiota? —replicó él.

133
El Club de las Excomulgadas
Tuvo que sonreír. Richard Erasmus Orion III era su sobrino, primo, algo así
como eso. Fuera lo que fuese, era un billón de veces lejano. El punto era, que era de la
familia. De la única familia que le quedaba, para el caso.

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Después de que hubiera sido arrancado del mundo de los humanos por Nikko
Leviathin y reclutado para trabajar como médico forense para la PEC en Los Ángeles,
ella había visto una oportunidad.

Había hecho algo de investigación y se había enterado de que su formación


médica estaba atada a una significativa cantidad de investigación y desarrollo.

No había nada noble en su reintroducción con su familia, lo había buscado por


medios puramente egoístas, interesada sólo en lo que él pudiera hacer por ella.

Después de cuatro días con él... cuatro días de llegar-a-conocerle-


cautelosamente, cuatro días de que la mirara con los ojos de su hermano hace tiempo
fallecido, cuatro días de temor porque ella estuviera cometiendo un terrible error, le
había dicho la verdad. Le había hablado del hombre que la había capturado.

Quien la había torturado. Quien la había cambiado. Y

le había contado lo que había llegado a ser.

En lugar de rechazarla, traicionándola a la PEC informando sobre ella siendo una


híbrido... realmente la había ayudado.

Nunca lo habría imaginado, pero junto a Gunnolf, su mejor amigo y confidente


en estos largos años oscuros desde Tiberius, Orion se había convertido en eso también.

Un humano. Y uno que trabajaba en la PEC, por cierto.

—No puedo hablar ahora —dijo ella.

—¿Dónde estás? Y ¿estás bien?

134
El Club de las Excomulgadas
—Estoy con Tiberius.

El silencio colgó largo y pesado. Finalmente, Orion se aclaró la garganta.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—Entonces te lo vuelvo a preguntar, ¿estás bien?

Quiso darle una profunda respuesta. Algo que ilustrara cómo no estaba de bien.
Pero las palabras no salieron.

—Claro —dijo simplemente, y sabía que no lo había engañado cuando él


maldijo suavemente en voz baja.

—Como en el infierno. ¿Qué puedo hacer?

—Lo mismo de siempre, nada se puede hacer.

—Caris…

—Te lo juro. Estoy bien. —Ella forzó algo de jovialidad en su voz—. De hecho,
tengo trabajo.

—¿Eh?

Ella se echó a reír.

—Resulta que Tiberius necesita mi ayuda. Parece que se quedó sin un


informante y quiere mi visión de la comunidad weren. Lihter está tramando algo. Y hay
una chica secuestrada.

—¿Realmente vas a trabajar con él? Orion

sonaba positivamente sorprendido.

—Lo haré en verdad.

—¿Por qué?

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El Club de las Excomulgadas
Le habló de su oferta para conseguirle a Gunnolf los Highlands, y él se rió
apreciativamente.

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—No es una mala maniobra. Pero, ¿por qué estás realmente haciéndolo?

—¿Qué quieres decir? —Maldijo en silencio, sabiendo exactamente lo que


quería decir.

—Me has hablado mucho de Gunnolf. Y si crees que él se preocupa por ser
señor en los Highlands ahora que tiene a Moira de nuevo, estás loca. Será una ventaja
agradable si lo consigues, seguro. Pero no es lo suficientemente grande para que hagas
un trueque por ello. —Bueno, él realmente no la conocía demasiado bien—. Entonces,
¿qué está pasando?

Se encogió de hombros, aunque él no podía verla.

—Lihter barrió a Gunnolf. Quiero la oportunidad de arruinárselo. Lo deseo


mucho. Y si tengo que trabajar con Tiberius, entonces que así sea.

Eso era verdad, pero tenía que admitir para sí que había más que eso.

Durante casi veinte años, el Château en París había sido su casa, pero ya no era
bienvenida allí, no con Gunnolf fuera. Y el único otro hogar que había conocido había
estado al lado de Tiberius, y durante siglos su casa había estado dentro de esos muros.

Había estado aterrorizada de volver. Asustada de que su ira se acercara


sigilosamente a ella. Pero no era ira, era melancolía. Este lugar había sido su hogar, y a
pesar del dolor, a pesar de los recuerdos, se sentía bien estar de vuelta.

En este momento, no tenía otro lugar a donde ir.

Y si quedarse aquí significaba que podría ayudar a Tiberius a perjudicar a Lihter,


entonces tanto mejor.

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El Club de las Excomulgadas
No compartiría nada de eso con Orion, aunque apostaría que el perceptivo
humano ya lo sabía.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—Escucha —dijo él, como para probar su punto—. Cualquier cosa que
necesites, ya sabes, ¿verdad? Me puedes llamar cuando quieras. No te preocupes por la
diferencia horaria ni nada.

—Eres un príncipe entre los humanos.

—Nah. Eso es para lo que sirve la familia.

—Lo sé —dijo ella—. Y te lo agradezco.

—Escúchate, toda sentimental.

—Sentimental mi culo —dijo ella, esta vez con un toque de advertencia en su


voz, pero sólo lo hizo reír.

—Por lo menos eres un culo caliente —dijo él con un gruñido.

—Soy tu prima, pervertido.

—Tía, creo, y estoy bastante seguro de que hemos superado el nivel de


consanguinidad que hace ese tipo de cosas ilegales.

—En ese caso, la respuesta es simplemente no. Y no te burles de mí o mi mal


genio volverá.

—Ve a trabajar un poco —dijo él—. Golpea a algún lacayo desprevenido o algo
así.

—Realmente me conoces demasiado bien —dijo ella antes de colgar.

Se dio cuenta cuando tiró el teléfono en la cama de que lo decía en serio, y que la
sonrisa en sus labios era genuina. Orion y Gunnolf, un humano y un hombre lobo. La
última vez que había estado de pie en esa habitación nunca hubiera creído

137
El Club de las Excomulgadas
que las dos personas de las que dependería en la mayor parte del mundo serían muy
contrarias a ella misma.

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Al menos las cosas nunca eran aburridas.

Y, sí, necesitaba un entrenamiento.

Se dirigió hacia la puerta, vacilante mientras se acercaba.

¿Tiberius todavía andaría por ahí?

Apretó la mano contra la puerta, pero no sintió nada más que la madera caliente
contra su palma. Cerró los ojos, sintiéndose hueca de repente.

Se había ido, y maldito si no se había llevado parte de su alma con él.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Doce

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Caris tiró fuerte los puños, golpeando la bolsa en una rápida secuencia de dos.
No llevaba guantes, y se sentía bien sudar y ensuciarse. Golpear los recuerdos.

Sacar sus frustraciones en un maldito saco de boxeo.

Por fin había abierto la puerta, esperando ver a Tiberius al final del pasillo,
mirándola de la forma en que ella lo hacía con él.

No había estado allí, sin embargo.

Se había dicho que no le importaba, y que estaba feliz de que no hubiera estado
cerca. No quería verlo, no quería hablar con él. La hacía sentirse vulnerable, y eso era
algo que no había sentido en años.

No le gustaba.

Demonios, había estado en esta misma sala donde Tiberius le había hablado de
Blaine. De un traidor.

Un maldito vampiro bastardo que se había convertido en soplón para los werens.
Tiberius pretendía enviar a uno de los Kyne tras él.

Los hombres. Los guerreros.

Había sostenido su lengua, pero tuvo un plan por su cuenta. Y el recuerdo de


aquel momento se apoderó de ella, la forma en que Tiberius la había estrechado, con sus
cuerpos desnudos en la piscina. La forma en que ella había presionado la palma en su
cara, memorizando sus ojos y prometiéndose silenciosamente que regresaría. Habían
hecho el amor, rápido y fuerte, ambos desesperados el uno por el otro. Y después lenta y
dulcemente. Él no sabía lo que ella estaba pensando, por supuesto, pero había disfrutado
de la presión de su cuerpo contra el de ella, saboreando el momento hasta que había
salido al mundo a matar por su amante.

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El Club de las Excomulgadas
¡Smash! ¡bam!

Golpeó la bolsa llena de arena de nuevo una y otra vez. Buscaba el agotamiento.

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Trataba de cerrar su mente. No quería esos recuerdos, no ahora. No la forma en que se
había sentido en sus brazos, y segura como el infierno no de la forma en la que se había
sentido en el bosque, con Blaine en frente y ella persiguiéndolo.

Una y otra vez, atacó, golpeando más y más fuerte hasta que no estaba pensando
ni en la bolsa ni en el gimnasio.

Hasta que no fue más que puños y recuerdos, tratando muy fuerte de agotar su
cuerpo y conseguir que su mente dejara de girar, que dejara de girar.

Intentando dejar de recordar.

Pero era inútil.

Nunca era de ninguna utilidad.

Los recuerdos siempre venían.

Ella se despertó en una celda de piedra, con la mente pesada y difusa. Sabía
que el tiempo había pasado, pero no tenía ningún sentido. ¿Había estado cautiva
durante una hora?
¿Un año?

Poniendo toda su energía en su escasa tarea, luchó contra las cadenas que
ataban sus muñecas y tobillos a la pared, pero no sirvió de nada.

—Es hematita, por supuesto. —La enmascarada cara de su captor apareció en


la pequeña, prohibida ventana en la puerta de metal—. No te molestes en luchar. Sólo
minarás la poca fuerza que te queda. —Sus palabras eran como si él la hubiera
invitado a tomar el té en lugar de torturarla.

Él abrió la pesada puerta. Se abrió hacia el interior con un gemido hueco.

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El Club de las Excomulgadas
—Si esto sigue así de bien, te liberaré muy pronto.

—¿Cuándo? —gruñó ella.

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Como si fuera por reflejo, él miró hacia el cielo.

—Muy pronto.

Un rayo de pánico brotó de su interior, junto con un hambre tan intensa que
todas las células de su cuerpo parecieron escurridas y secas. Ella había estado bien
alimentada antes de haberse ido de caza, y la profundidad de su hambre le daba una
idea de cuánto tiempo había pasado desde que había probado la sangre.

—Me mantuviste encadenada aquí por semanas.

—No te preocupes. Aún no has agotado tu bienvenida. Ahora sé una buena


chica y no te muevas. —Él sacó la pistola tranquilizante—. No quiero tener que hacer
esto más de una vez.

—No —dijo—. Ya me tienes encadenada. No me obligues a dormir, también

—No te preocupes, querida —dijo al tiempo que se despedía—. No hay


tranquilizantes aquí.

Sus palabras enviaron un terror frío a través de ella, y concentró toda su


energía en arrancar las cadenas de la piedra. No fueron de ningún uso. La fuerza
vampírica que una vez había acariciado y en las que se había basado se habían ido.
Privada de sangre y sujeta por la hematita, su cuerpo estaba incluso más débil que el
de una mujer humana.

El dardo atravesó su piel, y ella gritó, llorando de dolor y rabia.

Él había dicho la verdad: no era un dardo tranquilizante. Era hematita.

De alguna manera él la había convertido en metal líquido, y ahora corría por


ella, rasgándola desde su interior, por lo que se mareó y se sintió enferma. Haciendo
que el mundo nadara con colores oscuros que cambiaron a un rojo ardiente mientras
su demonio aullaba y
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El Club de las Excomulgadas
rugía, buscando luchar. Anhelando una matanza. Pero estaba atrapada, atada, y el
enemigo sólo bailaba fuera de su alcance.

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Trató de hablar, trató de maldecir, gritar y despotricar, pero la hematita estaba
plenamente en su sistema ahora, haciendo su trabajo en su cuerpo, en su mente. El
mundo se apartó de ella mientras el entumecimiento escalofriante de la derrota se
apoderaba de su cuerpo, y se deslizaba hacia el oscuro abrazo del dolor. La abrazaba,
le daba de comer, la mantenía. Tirando de ella, acunándola y manteniéndola hasta
que…

Algo cambió.

Caris abrió los ojos, sintiendo su realidad retorcerse a su alrededor como una
acogedora manta. Todavía estaba atada, pero el dolor había disminuido a un latido
sordo en su interior. Durante días, él había estado inyectándola varias veces hasta que
el pequeño concepto de tiempo que había permanecido dentro de ella se había
desvanecido por completo.

¿Estaba regresando él ahora? ¿O el tormento realmente había terminado?

Y si era así, ¿qué significaba eso? No se había aferrado a la ilusión de que iba a
dejar que se fuera. Tampoco se aferraba a la promesa de Tiberius de que vendría a
salvarla. La habría buscado... gran parte de su corazón estaba seguro de ello.

Pero él había fracasado.

Él le había fallado, y ahora estaba sola. Sola y, maldita sea, temerosa.

El miedo se doblaba a través de ella, y estaba tensa, esperando que el demonio


dentro se levantara.

En el pasado, siempre había golpeado como una serpiente cuando el miedo o la


ira le habían estallado dentro, prendiéndose a las emociones crudas y utilizándolas
como puntos de apoyo para subir a la superficie de lo que la hacían ser Caris. Para
asumir el control. Para controlar y para tener rabia.

Se había defendido una vez con la ayuda de Tiberius... llamando al numen y


desterrado al demonio de nuevo a las profundidades de su alma. Él le había dado la
fuerza
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El Club de las Excomulgadas
para luchar de nuevo cuando había intentado escapar de su alma unida a su prisión, y
durante siglos ella había mantenido a Caris, con el mal en su interior sin ningún
derecho sobre su personalidad o sobre sus acciones.

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Si lo intentaba de nuevo ahora, sabía que no tendría la fuerza para luchar.

¿Sería el propósito de su captor? ¿Debilitarla para que el demonio pudiera


hacerse cargo? ¿Para volverla una renegada?

Si era así, él había ganado. Ella estaba escurrida. Era una concha. Con sus
emociones finas como el papel, capaz de ser cortada con nada más sustancial que una
brisa.

Esperó, temiendo lo inevitable.

Sabía con certeza absoluta que el demonio se levantaría, esta vez con toda su
fuerza y poder. Y la mujer que había luchado tan fuerte por permanecer estaría perdida
para siempre, atrapada en el interior de las paredes silenciosas, con sus puños
golpeando contra una fuerza más allá de su control y un poder que ya no tenía fuerzas
para superar.

*****

Su pelo voló salvaje a su alrededor. Su cuerpo brillaba por el sudor. Y sus brazos
y puños se movían a una velocidad que desafiaba la vista, tan rápido que era una falta de
definición, incluso con la visión entusiasta de Tiberius.

Él observó, sin quitar la mirada mientras Caris golpeaba el saco de boxeo


brutalmente, con su rostro contraído, moviendo los labios como si estuviera hablando
consigo misma, instándose a sí misma, narrando una matanza en su mente.

Era una luchadora nata. La forma en que se movía, su velocidad y agilidad. En


esos primeros días él la había entrenado, había luchado con ella. Y una y otra vez se
había sorprendido por su habilidad poco común.

Había tomado eso de ella, y egoístamente también. Había tenido tanto miedo de
perderla que la había forzado a renunciar a algo que estaba claramente en

143
El Club de las Excomulgadas
su núcleo. Le había permitido entrenarse, sí. Pero no salir al terreno como ella había
querido. Había estado demasiado cerca para ver la verdad de lo mucho que ella tanto
deseaba y necesitaba pelear, y al final, la había perdido de todos modos.

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Ahora era demasiado tarde. El daño ya estaba hecho. Le había negado lo que ella
había necesitado, y Gunnolf la había dejado marchar a la batalla. Tiberius odiaba
todavía más al weren por ello. Y, sí, se odiaba a sí mismo también.

Llevaba un sujetador deportivo y pantalones cortos que mostraban la curva de su


trasero, y su cuerpo estaba cubierto por una fina capa de sudor. ¿Cuántas veces antes la
había encontrado así, superando sus frustraciones? La había tomado en sus brazos, y la
había dejado encontrar una manera más agradable de trabajar a través de sus asuntos.

No podía hacer eso ahora, aunque no podía negar el endurecimiento de su cuerpo


probando que lo deseaba.

Empujó a un lado sus pensamientos, centrándose sólo en ella. En sus puños. En


la bolsa. Tiberius no sabía lo que estaba brutalizando en su cabeza, pero por la furiosa
intensidad de sus golpes, podría aventurar una respuesta.

Alguien le había hecho esto a ella, algún sucio weren apestoso había desgarrado
su carne, había violado su cuerpo. Algún lobo Therian anónimo y vil había
transformado a Caris y al hacerlo, el hijo de puta la había destruido.

Y en su mente, Caris lo estaba castigando.

¡Bam, pow, bam!

Caris maltrató un poco más de la bolsa, y Tiberius la observó celosamente.


Quería una pieza del bastardo, también. Quería golpearlo y romperlo. Quería mirar esos
ojos weren y ver quien la había herido. Y Claudius, el weren que había atormentado a
Tiberius todos esos largos años atrás. Quería que sus caras nadaran ante sus ojos,
ensangrentados y maltratados mientras la vida era drenada de ellos.

144
El Club de las Excomulgadas
Detente.

Maldita sea, detente. Su pasado se elevaba a su alrededor. Los recuerdos que se

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habían mantenido abajo durante milenios se estaban asomando, arrastrándose en sus
pensamientos como enredaderas que se aferraban y cada vez que él la arrancaba otra
arremetía, serpenteando alrededor de él y negándose a dejarlo ir.

Ella.

Ella los había sacado, con su proximidad arremolinándose a su alrededor con una
intensidad que hacía mucho tiempo había conquistado. Si la alejaba, desterraría los
recuerdos también. Tenía que hacerlo.

Si iba a mantener su cabeza mientras se acercaba el día de las elecciones, debía


enviarla lejos.

—Caris.

Ella no respondió, sólo detuvo su asalto.

—Caris.

Aún así, nada.

Esta vez, se acercó a ella y luego golpeó suavemente su hombro. Ella dio un
golpe, salvaje, y arremetió contra él. Le tomó el puño antes del contacto, pero el golpe
fue más fuerte de lo que había previsto y se tambaleó hacia atrás, llevándosela con él.
Cayó contra él, y ambos cayeron al suelo, de espaldas a la lona, con su cuerpo sobre él
por lo que se bañó del olor de ella.

Una vez más, los recuerdos se apoderaron de él, pero esta vez no fueron viles,
aunque eran igual de dolorosos. Los recuerdos de esta sala. De esta estera. Infiernos, el
recuerdo de esta posición, de ella lanzándolo hacia abajo a medida que practicaban, y de
él más que dispuesto a ser lanzado cuando practicaban técnicas de lucha, incluso si
perdía el control.

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El Club de las Excomulgadas
Había extrañado eso, la había extrañado a ella. A la Caris a la que solía
amar.

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Ella se quedó allí un momento, con su boca un poco abierta por la sorpresa, con
su pecho subiendo y bajando. Luego se enderezó, cabalgando en él ahora, con sus
piernas a cada lado de sus caderas y su trasero encontrándose firmemente con su
entrepierna.

Se movió, el más mínimo de los movimientos, y él se tragó un gemido. Sus ojos


se redujeron sabiéndolo y ella se movió de nuevo, con una presión sensual deliciosa.
Una tomadura de pelo erótica.

Un aviso de lo que una vez había tenido, y lo que ya no existía.

—Bájate.

Su frente se levantó, con su boca arqueándose con coquetería.

—¿Qué me baje? He recibido lo mejor del gran Tiberius. ¿De verdad crees que
dejaría la ventaja tan fácilmente? —se retorció diabólicamente, y su cuerpo, su cuerpo
que conocía su toque, cómo se sentía y su olor tan íntimamente como propio, respondió,
con su pene endureciéndose, con su sangre ardiendo.

No.

En un instante, él le dio la vuelta, ganando el borde que había reclamado para sí


mismo. Pero pudo ver el conocimiento en sus ojos. Ella había sentido el efecto que
había tenido sobre él, y aunque podría haber tomado la ventaja, ambos sabían que ella
ganaría.

Se levantó de encima de ella, se puso de pie cuando ella se echó hacia atrás en el
tatami, apoyada en los codos. Ella le devolvió la mirada, suave e inocente. Sin embargo,
la conocía mejor. Era dura y malvada, y la suavidad que veía ahora era sólo una ilusión.

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El Club de las Excomulgadas
Una vez, había visto a la mujer real sin vigilancia debajo de la fachada, pero
Caris sabía que no debía mostrarse a sus enemigos.

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Y Tiberius sabía que no debía contarlo a él entre sus amigos. No más.

—Levántate.

—Estoy perfectamente cómoda.

—Está bien. Quédate allí abajo. Pero vine a decirte que te puedes ir.

No había venido a decirle eso en absoluto. Pero su reacción a ella sugería que
realmente era la mejor decisión.

Ella frunció el ceño cuando se puso de pie.

—¿Irme? Como en…

—A casa. De regreso con él.

—¿Qué pasa con tu inteligencia? ¿Y la chica?

—No es tu problema.

Lo miró fijamente.

—Hace unas horas lo estabas haciendo mi problema.

—Un hecho sobre el que te quejaste en voz alta. Te estoy haciendo un favor.
Encontraré otra fuente. Como dijiste, apenas estás con Lihter.

—Estoy más dentro que tú.

La miró, de pie, con el sudor brillando sobre ella, con su cabello fuera de su
cara y con los ojos abiertos.

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El Club de las Excomulgadas
En ese momento, quiso más que nada tocarla. Fue un impulso con el que luchó y
con el que seguiría luchando. Una batalla que sería más fácil ganar cuando ella se fuera.

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—¿Por qué estás discutiendo sobre esto? Realmente no querías quedarte.

—Ah, pero realmente quiero los Highlands.

—Para tu precioso Gunnolf.

Ella sonrió con dulzura.

—Está bien. Vete, y los Highlands serán tuyos.

Podía decir por su expresión que ella no había estado esperando eso.

—¿Estás generoso hoy? Pero creo que me quedaré de todas maneras.

Casi gruñó con frustración.

—Maldita sea, Caris. ¿Por qué?

Ella se encogió de hombros.

—Tal vez he cambiado de opinión. Tal vez estoy un poco enfadada con Lihter
por todo lo que le ha hecho a Gunnolf. Tal vez quiero ayudarte a descubrir lo que está
haciendo. —Ella sonrió, tan dulce e inocente—. O tal vez no soporto dejar tu lado. Es
tan cálido y acogedor y agradable aquí.

—Maldita sea, Caris. No jugaremos este juego.

—Bien. Entonces estamos de acuerdo. Me quedo. Te ayudaré.

—No. Aprende cuándo retirarte con gracia.

—¿Yo? Tal vez necesitas aprender a aceptar graciosamente ayuda cuando la


ayuda se te ofrece.

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El Club de las Excomulgadas
Se levantó, luego se dirigió hacia él, con toda su fuerza y determinación.

—Tal vez no estoy del todo con Lihter, pero he pasado casi veinte años con los

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werens. ¿O lo habías olvidado? No —añadió mirando sus ojos—. Veo que no lo has
hecho. —Su nariz se arrugó—. ¿Es eso ira lo que huelo? ¿Asco? ¿Me odias tanto que
no permitirás que te ayude? —Inclinó la cabeza hacia un lado—. O tal vez tienes miedo
de que saque al lobo y destruya tu precioso París.

—No harías eso.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque te conozco. Porque has aprendido a controlarlo.

—Entonces dime, Tiberius. ¿Por qué no me puedo quedar? ¿Por qué rechazas mi
ayuda?

No tenía intención de contestar. Había jugado en la política lo suficiente para


saber cómo poner en su cara sólo lo que quería mostrar. Podía encontrar palabras
bonitas que ocultaran la verdad. Y sin embargo, no lo hizo.

En cambio, le dijo la verdad.

—Porque duele, Caris. Me duele mirarte. Saber que has estado en brazos de otro
hombre, y que yo te llevé hasta allí.

Se le quedó mirando, con la boca ligeramente abierta y frunció el ceño. Él

se dio la vuelta.

—Me fijé en ti. Miré a Giorgio. Y al demonio, Caris, a mi demonio. Se quemó.


Se enfureció, quemó y se arrancó de mí como si no tuviera más de dos mil años.

—Por mí.

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El Club de las Excomulgadas
—Por mí —la corrigió él—. Porque dejé que eso sucediera. Se suponía que debía
protegerte, y sin embargo no pude encontrarte. Te busqué, y no estabas, y cuando
regresaste vi los estragos que mi fracaso habían causado.

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—¿Y por eso me enviaste lejos?

—Te alejé para no perderme a mí mismo. Hubiera fracasado. Y le fallé a mi


gente al haberte permitido vivir. Demonios, eras peligrosa. Y no había ningún escenario
en el que hubieras podido quedarte.

—Me dijiste que aprendiera a controlarlo. Lo hice. Pero tú nunca fuiste tras
de mí.

Lo dijo como un hecho natural, pero él oyó la recriminación.

—¿Cómo podría hacerlo? Tú estabas con Gunnolf.

Ella no dijo nada, luego ladeó la cabeza.

—¿Porque que yo fuera weren te disgustaba? ¿O porque no había manera de que


un vampiro representante de la Alianza pudiera estar con una mujer que una vez se
había acostado con Gunnolf?

—Por ambos —dijo. Y entonces, antes de que pudiera cerrar la boca y guardarse
la verdad, continuó—. Pero lo que realmente duele es que hubieras encontrado consuelo
con Gunnolf. El hecho de que te hubiera ayudado, cuando lo único que hice fue hacerte
daño. Infiernos —añadió—, es tanto mi culpa como la tuya que Giorgio esté muerto.

Ella negó.

—No. Esa fui yo.

—Y yo te drogué. Te despertaste asustada. Traicionada. —Cerró los ojos.


Recuperándose—. Eso pesa mucho sobre mí.

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El Club de las Excomulgadas
Ella esbozó una media sonrisa.

—Podrías tratar de golpear el saco de boxeo. Te aseguro que ayuda.

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Se obligó a relajarse, a perder la tensión a la que los recuerdos lo habían
encadenado.

—Oh, Caris. Es por eso que quiero que te vayas. Porque te miro ahora, y no
puedo escapar de la simple verdad. Que lo que ha pasado entre nosotros no puede
cambiarse. Y cuando estás cerca, las heridas se abren de nuevo.

La observó mientras hablaba, mirando su cara, inmóvil como el hielo. Y luego


se volvió alejándose, con su estoicismo cortándolo tanto como su lengua afilada
posiblemente.

—¿Reinholt se volvió contra Gunnolf? ¿Fue por eso que lo mataste?

Ella negó.

—No.

—Entonces, ¿por qué?

Ladeó la cabeza.

—Te vuelve loco que no te diga exactamente lo que quieres saber, ¿no es así?

—Es bastante irritante, sí.

Se rió de eso, y la tensión se difuminó sólo un poco.

—Maldita sea, Tiberius —dijo—. ¿No podemos sólo hablar con el PMS y acabar
con eso?

—No es tan satisfactorio como la explicación que estaba esperando.

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El Club de las Excomulgadas
Dio un paso hacia ella, viendo el fuego en la llamarada de sus ojos cuando eligió
mantenerse firme y no retroceder.

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Entre ellos, el aire crujía y provocaba, con el producto de su deseo luchando
contra su voluntad de quedarse. Él podía sentirlo, con el olor grueso sobre ella. Era
embriagador. Intoxicante. Y los recuerdos que traía eran peligrosos.

Él apretó los puños, luchando con las ganas de ver si su piel era tan suave como
recordaba.

—Cuéntamelo —dijo—. Dime lo que Reinholt era para ti.

Ella respiró, con sus hombros subiendo incluso cuando su cabeza se hundía, sus
ojos se dirigieron al suelo. Cuando los levantó de nuevo, eran tan duros como las
esmeraldas, con su expresión igualmente pedregosa.

—¿Qué era para mí? No era nada para mí. Nada y todo, todo en uno.

Tiberius negó, no comprendiendo.

—Maldita sea, Tiberius. ¿No lo entiendes? Es el que me hizo esto. Es el único


que me hizo como soy ahora.

Él dio un paso atrás, con sus inesperadas palabras golpeándolo con la misma
fuerza con la que ella había maltratado el saco de boxeo.

—Él me atrapó. Me torturó. Me mantuvo y me mató de hambre y me llenó de


tranquilizantes. Me inyectó hematita líquida. ¿Tienes idea de lo mucho que duele? ¿La
tienes? —Se acercó a él mientras lo decía, y vio el modo en que sus ojos brillaron, con
sus lágrimas amenazándolo—. Me hizo una híbrido. Me destruyó. A mi vida. A nuestras
vidas. Y ahora tienes el descaro de quedarte allí y preguntar por qué lo maté. —Metió
un dedo con fuerza en su pecho—. Bien, vete a la mierda, Tiberius. Vete a la mierda.

—Caris —susurró él, y eso fue todo lo que le tomó. Sus lágrimas cayeron en
serio, y ella comenzó a apartarse. Él extendió la mano, deteniéndola—. No.

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El Club de las Excomulgadas
Ella levantó la vista hacia él, con sus ojos húmedos por las lágrimas, con su
rostro tan suave y angustiado como había estado cuando le había pedido que la ayudara
a rescatar a su hermano Antonio todos esos largos años atrás.

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—Él hizo esto —susurró ella—. Y él…

Pero entonces ella se quedó callada porque su boca estuvo sobre la de ella,
besándola, abrazándola. Quería absorber el dolor, borrar el dolor, y maldita fuera si no
lo dejaría. Ella abrió su boca para él, con sus dedos tomándolo. Sus familiares gemidos,
la dulzura de sus curvas se apretaron contra él. Y entonces…

Nada.

Fuertes manos estuvieron contra su pecho, empujándolo lejos. Y allí estaba ella,
con los ojos desorbitados, sacudiendo la cabeza.

—No—susurró—. No.

—Caris.

Él trató de llenar la palabra con su disculpa, pero no había nada que pudiera
borrar la angustia que veía en su rostro.

—Este no es… no —dijo ella de nuevo, esta vez con más firmeza—. Maldita
sea, Tiberius, ¿no lo entiendes? Te odio. Me lastimaste, y te odio.

—No lo haces —dijo—. Quieres hacerlo, tienes motivos para ello, pero no me
odias.

—Sí, lo hago —insistió ella—. Lo hago. De verdad…

Pero no terminó. No pudo, porque una vez más, su boca se cerró sobre la de ella,
con las palmas de sus manos contra su cara, con los dedos en su pelo.

Ella lo golpeó, con sus puños empujándolo hacia atrás, pero no se obligó a dejar
su beso. A pesar de toda su fuerza, le dejó que la capturara.

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El Club de las Excomulgadas
Él deslizó sus manos hacia abajo, agarrándole la espalda, tirando de ella hacia él.
Su boca se abrió, con sus puños quietos mientras sus manos se aplanaban. Abrió la boca
debajo de él, con su boca caliente y su lengua exigente.

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Él no se hacía ilusiones acerca de lo que esto significaba, de lo que ella quería,
incluso lo que él quería. Todo lo que sabía era que en este momento, en este instante,
tenía que tenerla. Tenía que calmarla. Tenía que calmarse.

En este momento ambos necesitaban perderse el uno en el otro. Las


recriminaciones podrían venir después. Ahora no había nada, excepto necesidad, deseo
y un fuego tan caliente que podía quemar eliminando el dolor y los recuerdos,
volviéndolos cenizas.

Por ahora, eso tendría que ser suficiente.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Trece

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Su mente era un torbellino. Quería golpear sus puños contra él. Patear, golpear
y empujarlo lejos.

Pero no lo hizo. No podía. Porque su toque, oh, cómo había extrañado su


toque.

Este era Tiberius, el hombre cuyas manos la habían excitado, cuyo cuerpo le
había pertenecido a ella, cuya boca la había provocado.

Cuya decisión la había desterrado.

No.

Se separó, moviendo los brazos en medio hacia arriba y fuera, y rompió su


agarre sobre ella mientras retrocedía, respirando con dificultad, con su cuerpo preparado
para luchar, preparado para hacer mucho más que eso.

—No —dijo ella.

Él dio un paso hacia ella.

—Está todo sobre ti, sabes. El olor del deseo. Del sexo.

Ella negó.

—Ya no te deseo más —le mintió—. Tengo un amante, o, ¿no has oído?

Él extendió la mano y la agarró por los brazos con una velocidad increíble.
Podría haberlo esquivado, pero no lo había estado esperando, y se encontró presionada
con fuerza contra su pecho.

—No lo menciones. Ahora no. No en mi casa.

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El Club de las Excomulgadas
—Es mi vida, Tiberius. No estás tomando más las decisiones. —Estaba teniendo
problemas para concentrarse. Su cuerpo estaba allí, y su piel era tan consciente, como si
cada célula se hubiera abierto y cantara. Él tenía razón, estaba empapada de deseo. Ella

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sabía lo debía hacer, debía alejarse. Volver a su habitación. Tomar una ducha fría. Hacer
algo.

Pero lo que quería hacer estaba justo allí frente a ella. Lo

que quería era mostrarle lo que se estaba perdiendo.

A grandes rasgos, ella envolvió la mano alrededor de la parte trasera de su


cabeza.

—¿Quieres una ronda? ¿De eso se trata?

—Eso más o menos lo resume todo.

—¿Ponernos todo calientes y sudorosos por los viejos tiempos? —Ella rozó su
boca sobre la suya, arrastrando sus labios a su oído. Le mordisqueó su oreja—.
¿Quieres follar conmigo, Tiberius? ¿Quieres follar conmigo porque no puedes más?

Él no respondió. No con palabras, de todos modos.

Sin embargo, en un rápido movimiento tuvo sus labios bajo los suyos, con su
lengua dura y exigente.

Comenzó a derretirse contra él, pero no sería suficiente. Tenía que permanecer al
mando. Tenía que ser la voz cantante en este pequeño juego.

Deliberadamente, ella le devolvió el beso, mordisqueando su labio inferior con


tanta fuerza que lo hizo sangrar. Ella lo probó, metálico, salado y masculino. Más que
eso, ella sabía de la necesidad de él.

No había secretos en la sangre, y la medida de su deseo la llenó. Cualquier otra


cosa que pudiera haber entre ellos, el anhelo era real, y ella se dejó ir un poco,

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El Club de las Excomulgadas
perdiéndose en el placer de los brazos de este hombre cuyo cuerpo una vez había
conocido, así como el suyo propio.

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No, no se perdería.

Estaba a cargo aquí. Y mientras deslizaba su mano hacia abajo y acariciaba su


pene, enorme y duro en sus pantalones, no pudo dejar de pensar en lo agradable que
sería ser una mujer con poder.

—Quítatelos —dijo ella, con sus dedos trabajando en su botón. Trabajó


febrilmente, sacándole los pantalones aún cuando él le arrancaba el sujetador deportivo
por encima de su cabeza, dejándola vestida sólo con los pequeños pantalones cortos de
nylon. Ya húmeda de sudor, y ahora llena de deseo también.

—Caris —dijo, con su voz tan áspera como ella nunca lo había escuchado. Él
deslizó la mano por entre sus muslos, acariciándola. Enviando al placer rebotando a
través de ella, Dios, ella estaba tan lista, y tuvo que luchar y pelear fuerte para no
correrse en ese momento. Pero la proximidad de ese placer, era como el lobo debajo de
su piel. Algo peligroso sólo a la espera de estallar.

Había aprendido a controlar al lobo, pero maldita sea, no quería controlar


esto.

—Más —susurró, antes de que pudiera detenerse a sí misma, y luego sus manos
estuvieron en sus caderas, y él le estaba arrancando sus pantalones cortos. Su carne se
estremeció, mientras un rayo crepitaba e iba hacia abajo. Su toque era su recuerdo y la
perfección.

Y ella lo había extrañado horriblemente.

Una viga de soporte se extendía desde el techo hasta el suelo, y la puso contra
ella, con sus manos acariciándola, jugando con ella, haciéndola desear más de lo que
debería, y no lo quería ahora, no con él.

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El Club de las Excomulgadas
Y sin embargo, ¿con quién más? Este era Tiberius, el hombre que había traído su
cuerpo a la vida.

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Querido Dios, quería que le hiciera eso otra vez.

Como si sus pensamientos fueran deseos, él estaba de rodillas, con sus manos
tomando su trasero, cerrando la boca sobre su duro pezón.

Succionó, y ella se arqueó hacia atrás, gimiendo, desesperada por más, por el
dulce dolor del intenso placer que su contacto podría traerle.

Su lengua la lamió, jugando y agitando su pezón duro como una roca, mientras
su cuerpo se estremecía bajo sus cuidados. Poco a poco, sensualmente, una mano se
deslizó hacia su muslo. Su dedo la encontró, caliente y resbaladiza, y le acarició el
clítoris con movimientos dulces, sensuales, llevándola más y más cerca, luego
reduciendo el ritmo hasta que ella fue un montón fundido de frustración, con sus
caderas girando por la necesidad.

Dejó un rastro de besos por su vientre. Con su lengua superando a su dedo por el
premio, ella gentilmente abrió más las piernas, y luego él remontó la punta de su lengua
sobre su hinchado clítoris.

El temblor que sacudió su cuerpo fue tan fuerte, tan rápido y duro, que tuvo que
apoyarse a la viga de soporte de modo que no se cayera.

Pero no la llevó a la cima, no hizo que se corriera. Ese era sólo un anticipo de
sus próximas acciones.

Él murmuró algo que no pudo entender, luego se abrió camino por su cuerpo,
llevando rayos de placer a su paso. Se levantó, luego inclinó su boca sobre la de ella,
con su sabor aún persistente en los labios. Tiró de ella cerca, con un movimiento áspero,
presionando sus cuerpos con fuerza de tal forma que ella sintió cada centímetro de su
cuerpo, incluyendo la dura longitud de su pene.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se agachó, con su mano rodeándolo, acariciándolo suavemente, luego más
fuerte mientras él gemía.

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Lo besó profundamente, pasando sus piernas por la longitud de él presionada
entre sus muslos, con sus caderas moviéndose, jugando y atormentándolo mientras la
fricción de su piel contra su suave terciopelo, masculino la volvía absolutamente loca.

Se sentía bien volverlo loco.

—¿Aún conmigo? —preguntó ella.

Él hizo un sonido bajo y gutural.

—No me digas que es todo lo que tienes.

La risa de ella se le escapó involuntariamente, y la cubrió para besarlo de nuevo.


Se dijo que no iba a pensar en cómo la hacía sentir, los recuerdos que le traía de vuelta.

Este era Tiberius. Y con Tiberius allí estaba lo bueno, y estaba lo malo. Y eso
era sólo la forma en que era. Este no era sexo maquillado. Este era sexo duro.

Y estaba muy bien disfrutarlo.

Él tenía las manos sobre sus hombros, con su cuerpo fuerte mientras la presión
de su pasión crecía.

—Basta de estar de pie —gruñó él, y la empujó hacia atrás, con fuerza, sobre la
alfombra.

Ella cayó extendida, y se encontró mirándolo. Él estaba ahí, con su cara frente a
ella, con sus ojos oscuros brillando con posibilidades peligrosas.

159
El Club de las Excomulgadas
—Bésame —exigió ella, pero en lugar de buscar sus labios, su boca se cerró otra
vez en su pezón. El placer se mezcló con el dolor, corriendo a través de ella, haciéndola
girar y retorcerse mientras luchaba por algo difícil de alcanzar.

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Mientras luchaba para no suplicarle que nunca dejara de tocarla.

Con sus labios y dedos él exploró cada centímetro de ella, acariciando puntos
dulces, mordisqueando zonas blandas. Por lo general volviéndola salvaje.

Sus dedos bailaban en su contra, sumergiéndose entre sus piernas, jugando y


haciendo de ella una pelota, haciéndola anhelar ese enfrentamiento final, y al mismo
tiempo haciendo que ella nunca quisiera correrse en este pedacito de cielo que podría
seguir y seguir.

Él conocía su cuerpo tan bien. Durante cientos de años, había sido de él, su
instrumento era su cuerpo, y estaba claro que no lo había olvidado.

La tocaba, haciendo resonar pulsos a través de su cuerpo, tan intensos que no


tuvo más remedio que aferrarse a él y cabalgarlo.

Y luego sus labios estuvieron sobre los de ella otra vez, cálidos y exigentes.
Maltratando. Tomando.

Reclamando.

Reclamando.

Esta se suponía que era su fiesta, y sin embargo, de alguna manera la jugada se
había dado la vuelta.

Eso era algo que podía remediar inmediatamente.

—Tiberius—susurró, con voz soñadora. Y entonces, antes de que pudiera


preguntar lo que quería, ella pasó un brazo y una de sus piernas alrededor de él y le dio
la vuelta.

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El Club de las Excomulgadas
Se sentó a horcajadas sobre él, riendo, con la sensualidad lenta sustituida por una
demanda fuerte y rápida.

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No le importaba. Y por la expresión de su cara, a él tampoco.

Entre sus piernas, su erección se movió, dura y lista. Ella se agachó, lo acarició y
luego lo guió hasta ella. Él era terciopelo bajo sus dedos, y ella lo deseó. Tenía que
tenerlo.

Y así, con el susurro de una sola palabra “Tiberius” ella se empaló sobre él,
arqueó la espalda, y se deleitó en el placer del contacto de este hombre.

****

* Tiberius pensaba que perdería la cabeza.

Se aferró a ella mientras lo montaba, con sus cuerpos balanceándose juntos.


Duro y caliente. Exigente e intenso.

Había entendido que ella estaba teniendo sexo, nada más. Pero también había
visto la suavidad debajo. La veía ahora en la pasión de su cara.

La sentía en la caricia de sus dedos. Incluso en sus movimientos salvajes y


empujes de unión, no sólo de sexo, sino de ellos.

Se había ido a la cama con Gunnolf, pero estaba de nuevo en sus brazos. En los
de él. Se había perdido en su piel suave, en su cuerpo sensible. Cerró los ojos, con sus
suaves gemidos llevándolo cerca del borde.

Lo había tomado hasta la empuñadura y estaba en lo más profundo de su ser, con


su cuerpo tan cerca, tan unidos, que no estaba seguro de dónde se detenía él y
comenzaba ella.

Lo único que quería era quedarse perdido dentro de ella. Quería que este
sentimiento durara. Deseaba las ráfagas salvajes de sus cuerpos estrellándose

161
El Club de las Excomulgadas
juntos, pero también deseaba los trazos suaves y lentos de hacer el amor, con los
toques, las caricias y piel contra piel.

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—Más fuerte —exigió él, y de buena gana ella le obedeció—. Bésame —
insistió, y también lo obedeció, inclinándose para que sus pechos rozaran su pecho
desnudo, y luego cerrando su boca sobre la suya, tirando de él hacia arriba hasta que los
dos quedaron sentados, ambos conectados, unidos como una estatua antigua.

—Quiero más—susurró ella cuando él rompió el beso—. Lo quiero todo.

Ella se salió de él, y gimió en protesta, debido a que su salida definitivamente no


encajaba con su definición de todo. Pero entonces lo empujó de espaldas de nuevo.
Todavía estaba a horcajadas sobre él, pero se movió más alto, después guió su mano
para que su dedo se deslizara dentro de ella.

—Sí—susurró ella—. Tócame.

Él obedeció de buena gana, jugando y haciéndole cosquillas, sintiendo, y luego,


cuando ella se apartó y se acercó más, saboreando mientras se sentaba gloriosamente
sobre él.

Él se dio un festín con ella, deleitándose con cada pequeño temblor de placer
hasta que, finalmente, los tics se sumaron a una explosión y ella gimió con verdadera
pasión y se desplomó a su lado. Él se dio la vuelta y pasó sus dedos por encima de su
piel desnuda, hermosa, pero ella los empujó lejos.

—Todavía no. No he terminado contigo.

Ella se arrastró hacia abajo, hasta llegar a sus pies, luego pasó sus manos a lo
largo de sus piernas mientras se abría camino hasta su duro pene como el acero.

—Dulce—dijo ella, y le dio una tentativa y pequeña lamida que casi lo envió por
el borde.

162
El Club de las Excomulgadas
Lenta, metódicamente, probó cada centímetro de él, con tanta pericia que él se
quedó en el borde del abismo. Cuando terminó eso, ella esbozó una sonrisa maliciosa, y
luego tomó su pene con la totalidad de su boca.

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Él gimió, empujándose involuntariamente hasta encontrarse con ella, su cuerpo
se tensó y apretó mientras lo chupaba y succionaba.

—No más —rogó—. Te deseo, Caris. Quiero estar dentro de ti.

Ella se aflojó sobre él, lo miró a los ojos y dijo en un tono de voz que por sí solo
fue suficiente para lanzarlo por encima del límite:

—Yo, también.

Sus palabras fueron como una droga, y él pasó sobre ella, con sus manos
explorando cada centímetro de ella. Pasó sus dedos entre sus muslos, deslizándolos
sobre la piel suave, y susurró todo lo que le iba a hacer en su oído.

Su cuerpo se estremeció y tembló. La acarició y tocó, poniéndola incluso más


húmeda, más abierta para él.

Y entonces, cuando ninguno de los dos podía soportarlo más, se inclinó sobre
ella, aguantó su peso en sus brazos, y se metió dentro.

Sus manos tomaron su trasero, y ella tiró de él hacia sí, levantando las caderas en
una demanda silenciosa de que fuera más rápido, más fuerte. Ella inclinó la cabeza hacia
atrás y gimió.

—Más fuerte. Tiberius, más profundo.

Él lo hizo. Demonios, no podía parar. Era como si ella fuera una droga, y él
fuera completamente adicto.

La había echado de menos. El calor de su cuerpo, el sonido de su voz. El sólo


hecho de tenerla a su lado.

163
El Club de las Excomulgadas
Y esto. Oh, por los dioses, había extrañado esto.

La sintió apretarse a su alrededor, con pequeños espasmos creciendo en algo más

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grande, y empujó más fuerte. Debajo de él, ella corcoveó mientras sus cuerpos se
movían juntos y, después cuando pensaba que no podía aguantar más, ella explotó
debajo de él, y su orgasmo se lo llevó a él también, su cuerpo tembló por el puro placer
de perderse dentro de ella.

Se quedaron uno al lado del otro, con sus dedos acariciando distraídamente la
curva de la cadera de ella.

El silencio pesaba todavía cómodo entre ellos, pero después de un momento, ella
lo rompió.

—Ha sido maravilloso—dijo.

—Lo fue, ¿no?

Ella se dio la vuelta en sus brazos, luego se enfrentó a él, con expresión
seria.

—Fue... nostálgico.

Él levantó una ceja.

—¿Lo fue?

—Por los viejos tiempos.

—Estoy bastante seguro de que algunos de esos trucos eran nuevos.

—Tiberius, fue genial, pero no creo…

—Crees que fue un error.

Ella vaciló.

164
El Club de las Excomulgadas
—Creo que no deberíamos hacerlo otra vez.

Esa era una respuesta diplomática, y se obligó a no analizarla demasiado cerca.

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Ella estaba en lo correcto, después de todo. Probablemente no deberían hacer esto de
nuevo.

—Es que tienes razón—dijo ella—. El pasado no se puede cambiar. Hay historia
entre nosotros que no sé si alguna vez podamos superar realmente. Pero...

Hubo una vacilación en su voz que le hizo levantar la vista.

—¿Sí?

—Es que hay cosas bastante reales entre nosotros sin ti creyendo esas cosas
incorrectas.

—¿Por ejemplo?

—Nunca he compartido la cama de Gunnolf.

—Yo oí lo contrario. —Tiberius habló con cautela, preguntándose cuál sería el


objetivo de eso.

—Estaba destinado para que lo pensaras —dijo—. No sólo tú. Todos. Pensamos
que era mejor si todos creían...—Su voz se desvaneció—. Sin embargo, fue, él es, un
amigo.

Tiberius oyó la acusación tras la confesión, Gunnolf había estado ahí para ella
cuando él no lo estuvo.

Y en ese momento, la verdad de alguna manera dolió incluso más que cuando
había creído que ella había corrido directamente a los brazos de otro hombre.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Catorce

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—¿Sellos?—Preguntó Lihter.

—Verificado.

—¿Evaluadores de la calidad del aire?

—Verificado.

—¿Los grilletes?

—Registrados y doblemente comprobados.

Lihter miró de reojo a su médico, quien logró dar un medio encogimiento de


hombros.

—Si lo que hemos escuchado acerca de los híbridos es verdad, ella resultará
excepcionalmente fuerte.

El médico tenía razón, por supuesto. Pero la había atado a la camilla metálica
con ataduras de hematita en muñecas y tobillos, junto con correas de malla de hematita
sobre el pecho, cintura, y muslos.

—Ella está segura —dijo—. Doctor, ¿estás listo?

—Lo estoy —dijo Behar, y Lihter oyó la propia excitación en la voz del doctor.
Estaba todavía aturdido del descubrimiento de que la hija de Reinholt era un híbrido.
Era como si el destino le hubiera sonreído, un don silencioso para demostrarse que
estaba en el camino correcto. El universo le estaba dando un vigoroso gesto de
aprobación.

—Entonces vamos a empezar.

Behar ajustó algunos diales en el panel mando de delante, después utilizó un


joystick para maniobrar una máscara sobre la boca y nariz de la chica. Hecha de

166
El Club de las Excomulgadas
plástico maleable, la máscara se conectaba a un tubo estéril que se enrollaba en su
camino a otra cámara sellada.

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Detrás de ellos, Rico y el resto del equipo de apoyo estaban reunidos, todos
mirando a través de la pared de vidrio de quince centímetro de espesor. Lihter y Behar
estaban parados justo ante esa pared, separados sólo por la longitud de la mesa de
control que Behar ahora operaba.

—Cargando —dijo el médico.

—La potencia está casi completa… y ahora.

El doctor tiró del interruptor y la electricidad corrió a través de los cables ocultos
en la mesa de metal donde la joven estaba atada. Estaba desnuda, y su cuerpo empezó a
chisporrotear dondequiera que el metal tocaba su carne. Ella se tensó y se tambaleó,
pero no había ningún sitio donde ir, así que realmente no fue mucho espectáculo. No por
el primer minuto más o menos.

El tranquilizante había estado a punto de desaparecer, y ahora la electricidad


cumplió su función, por lo que la joven plenamente tuvo conciencia y dolor.

Lihter la miró, incapaz de evitar su sonrisa mientras ella gritaba, se sacudía, y


golpeaba la mesa cargada de electricidad fluyendo a través de ella, con su piel tan frita
que en realidad le salía humo.

—Cambia —susurró él—. Maldita sea, puta, cambia.

Ella no pudo haber oído, no a través del cristal, no a través del dolor, pero volvió
la cara hacia él. Con sus ojos salvajes cegados por la agonía. Y aún no pudo evitar la
sensación de que ella estaba mirando directamente hacia él. Que estaba desafiándolo
deliberadamente.

Zorra.

Se abalanzó sobre los controles y aumentó la electricidad, haciendo que la aguja


fuera a la zona roja.

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El Club de las Excomulgadas
—¡Señor! Vas a freírla. Si ella muere…

—¡Tranquilo! —Espetó, sosteniendo la esfera.

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Mirando. Mirando...

Después las cosas se pusieron interesantes.

El cuerpo podía tener una apariencia de una chica humana, pero estaba muy lejos
de eso. Naomi Reinholt era un vampiro. Era también un hombre lobo.

Naomi Reinholt era una híbrido y en el momento en que se transformara en el


lobo, grandes cosas se suponía que sucederían. Grandes y terribles cosas.

Y entonces empezó. El cambio de su cuerpo. El alargamiento de sus huesos.


Con su pelo grueso frunciendo su piel y asomándose a través de ella.

Detrás de la máscara, la chica gritó y gritó, hasta que de pronto no fue la chica
gritando, sino un lobo. Un atrapado e impotente lobo atado porque Lihter había querido
que así fuera. Porque él era el que tenía el dominio sobre la chica. Porque él era el que
había atrapado a la híbrido y el que la domaría. Quien tomaría la maldición que hacía
estragos cuando el vampiro y el weren se encontraban, y la cambiaría en su beneficio.

Volvió a bajar el número de la electricidad de nuevo. Behar estaba en lo


correcto. No podía arriesgarse a dañar su arma.

—¡Probadlo! Rápido. ¡Probad el aire!

Behar ya estaba en ello, por supuesto. Detrás de ellos, Rico y los demás hombres
se movieron más cerca, con sus ojos en la chica. En el primer híbrido que cualquiera de
ellos hubiera visto nunca.

En el arma que Lihter podría aprovechar para darle luz a su nuevo mundo.

168
El Club de las Excomulgadas
Él se volvió hacia Behar, en silencio deseando que se moviera más rápido.
Necesitaba la noticia. Necesitaba escuchar en voz alta cómo se había extraído la
infección de su cuerpo. Como ella era una bomba ambulante que podría borrar a

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humanos, vampiros, y al resto del mundo. Los werens serían los únicos que se
mantendrían.

Los werens y unos pocos selectos serían inmunes o salvados. Esclavos perfectos
en una nueva sociedad.

—No está ahí —dijo Behar con voz tensa, confundido—. Nada. Los
controladores aéreos no encuentran nada.

—¿Qué? —Lihter se volvió hacia él, sorprendido—. ¿Qué quieres decir con
nada?

—El aire está limpio. No hay infección. Ni plaga.

—Pero ella es un híbrido —dijo Lihter—. Su sangre es jodidamente ácida.

—¿Tal vez esto es algo que su padre descubrió en su investigación? ¿Habéis


localizado al padre? —preguntó Behar.

—Todavía no —admitió Lihter—. Pero puse mis antenas en todas mis fuentes.
—Afortunadamente, tenía un número de soplones dentro de las diversas divisiones de la
PEC. Reinholt podía haberse escondido, pero no podía ocultarse para siempre, sobre
todo debido a que, sin duda, estaría buscando a su hija.

Por el momento, sin embargo, las maquinaciones de la investigación no


significaban nada para él.

Lo único que importaba era la chica. Y ella no se estaba comportando como él


había esperado en absoluto.

—No entiendo esto. —Behar retorcía las perillas frenéticamente, comprobando


doblemente las lecturas—. Tal vez su padre la curó. Tal vez…

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El Club de las Excomulgadas
—Maldito hijo de puta… —Se interrumpió, tomando un largo y profundo
suspiro—. ¿Estás seguro?

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—Los instrumentos, todos…

—A la mierda con los instrumentos. ¿Tú. Estás. Seguro?

—Estoy seguro —dijo Behar.

Lihter respiró, luego otra vez. Se

obligó a sí mismo a calmarse.

Había esperado siglos por este momento. Podía esperar un poco más.

—Muy bien —dijo—. Cuando la chica esté de vuelta en sí misma, ella y yo


tendremos una pequeña conversación. Necesito respuestas, y tengo la sensación de que
ella es quien me las dará.

*****

—Entiendo perfectamente lo que estás diciendo, pero es absolutamente


inaceptable —Benjamin Koller habló con firmeza en el teléfono, con sus dedos
golpeando su escritorio y sus ojos en Gabriel.

El subdirector de la unidad de la División 12 de delitos violentos podía tener un


aspecto tranquilo, pero Gabriel lo conocía lo suficiente como para saber que Koller
estaba increíblemente cabreado.

A Gabriel, por otra parte, no le importaba una mierda. Había pensado que se
había limpiado las manos de homicidios cuando se había trasladado a la División
Congela Tu Trasero Fuera. Y si la Alianza quería el caso, entonces de acuerdo. Le diría
al investigador de la Alianza lo que había averiguado hasta el momento, después se
podría ir a casa, dormir un poco y pasar el resto de la semana investigando denuncias de
trolls adolescentes que re-decoraban las pistas de esquí durante la noche, lo que hacía a
esas pistas peligrosas para los humanos.

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El Club de las Excomulgadas
Se movió incómodo frente al escritorio de Koller. Eso era lo que quería, maldita
sea. Dejar ir este caso. Soltarles el problema de los soplones muertos y de una jodida
asesina de vampiros a los representantes de la Alianza para que se lo dieran a otra

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persona.

Diablos, sí.

Pero si eso era lo que quería, ¿por qué no podía sacar la cara de la víctima de su
cabeza?

No es tu problema ya, Gabriel.

Koller tocó un botón en su teléfono, cambiando la llamada al altavoz.

—...no te estoy quitando de esta jurisdicción, Koller. La Alianza está


manteniendo la muerte de Reinholt tranquila y cambiará el asunto a un grupo de trabajo.
—La voz ronca pertenecía a Morag Crill, el representante de la Alianza para los
terrestres, y gobernador del territorio suizo.

El hombre era un troll, literalmente, y aunque Gabriel se dijo a sí mismo que no


tenía problemas con el resultado, todavía no podía creer que Crill se inclinara sobre la
División 12 llevándola hasta la…

—Somos perfectamente capaces de manejar la investigación —dijo Koller, con


su voz razonable aunque su expresión no lo era. Parecía a punto de estallar. Y cuando un
para-demonio explotaba, todos en la vecindad necesitaban mirar hacia afuera—. El
agente Casavetes ha manejado numerosos homicidios. Es excepcionalmente
competente.

Gabriel hizo una mueca. Tal vez había sido competente una vez. Pero se había
mudado aquí, así que no tenía que serlo más. A su lado, Everil se movió, aparentemente
afectado por que su competencia no se hubiera tomado en cuenta también.

171
El Club de las Excomulgadas
—La capacidad no es el problema —dijo Crill—. Resulta que Reinholt es un
tema candentemente político. Y a la Alianza le gusta tener su dedo sobre los botones, no
en un jefe de sección de la PEC.

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—¿Y qué representante inició el grupo de trabajo? —Le preguntó Koller, a pesar
de que, sin duda, conocía la respuesta tan bien como Gabriel: Tiberius.

—Ya está hecho, Benjamin —dijo Crill—. Déjalo estar. —La llamada terminó
con un clic, y Gabriel vio cómo Koller gruñía, luego tiraba hacia arriba el auricular
antes de golpear de nuevo hacia abajo con él.

El teléfono se rompió.

—Presentaré mi informe —dijo Gabriel, diciéndose a sí mismo que se sentía


aliviado—. Y te requisaré un nuevo teléfono.

Empezó a empujarse fuera de su silla.

—Al diablo con eso —dijo Koller, deteniéndolo—. Un asesinato de alto perfil se
llevó a cabo en mi ciudad bajo mi vigilancia. De ninguna manera dejaré ir este caso.

Gabriel se dejó caer hacia atrás.

—Señor...

Las cejas de Koller se alzaron difusas.

—¿Quieres decir que no? ¿Se lo asigno a otro agente?

—No, señor —dijo Everil—. Este es un asunto de la División 12. Debe


permanecer en la División 12.

Gabriel no podría cantar una canción feliz ante la idea de trabajar con su oh-
linda-pareja, pero en este caso, tuvo que estar de acuerdo.

172
El Club de las Excomulgadas
Un hombre estaba muerto, y tanto como Gabriel no quería dejarse atrapar de
nuevo en un homicidio, estaba malditamente seguro de que esto sería un embrollo
político si la Alianza se hacía cargo.

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O cualquiera de ellos le daba un empujón a Caris hacia un verdugo sin tirar más
evidencias de la que Gabriel había encontrado ya, o ella se escaparía, protegida de las
acusaciones de asesinato en virtud de la persona con la que se hubiera acostado.

No sabía en qué dirección irían las cosas, pero tampoco era igualmente
inaceptable. Se había mudado a Zermatt para evitar el homicidio, no para pretender que
no existía. Y seguro como el infierno no se había mudado aquí para ver a los políticos
pisotear un caso.

Miraría hacia otro lado por un montón de cosas.

Pero en esta no. Maldito fuera todo, en esta no.

—Estamos dentro —dijo—. Ya tenemos algunas pistas sólidas.

Koller cabeceó.

—Extraoficialmente. La Alianza no se enterará de nuestra investigación hasta


que tengamos evidencia suficiente para el juicio. Desean crear un grupo de trabajo, está
bien. Nuestra investigación correrá en paralelo. Por ley tenemos jurisdicción doble.
Ejerceré tal competencia en secreto. —Los miró a ambos—. Señores, id a trabajar.

*****

Caris estaba en la ducha y dejó que el agua corriera desde arriba, deseando que
pudiera lavar los pensamientos de su cabeza. El deseo. Y el arrepentimiento.

¿En qué había estado pensando?

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El Club de las Excomulgadas
Por otra parte, esa no era una pregunta del todo justa. Sabía exactamente lo en
qué había estado pensando. Había estado pensando en Tiberius.

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En su toque. En sus manos.

Había estado pensando en que a pesar de toda la ira que aún hervía dentro de
ella, quería tocarlo. No. Era a causa de esa ira. Él podría desterrarla, pero ella no podía
hacer lo mismo con él. Pero podía usarlo. Podía tomar lo que quisiera, extraer placer de
sus caricias, vencer al demonio cayendo ella misma en sus brazos.

Sexo enfadado. ¿Qué cliché era ese?

Pero, maldita sea, le había parecido una gran idea en el momento. Y no había
estado enfadada.

No, sino que había estado... confundida.

Ahora venían las pequeñas mentiras. No a Tiberius, sino a sí misma.


Susurros que le decían que disfrutara. Que eso era sólo una jodida, y nada más.

Las mentiras en las que decía que nada importaba, que lo único que él era para
ella era su dolor y el pasado.

Las mentiras que susurraban, mientras se arremolinaban en torno a ella, diciendo


que podía manejarlo. Que había sido fría, que lo había usado. Que no había sentido nada
en absoluto. Sólo deseo. Y, ciertamente, ni un indicio del amor que una vez había
abrumado su corazón cada vez que lo miraba.

Había abierto una puerta al acostarse con él, y ese había sido un error muy
grande. Era tiempo de cerrarla inmediatamente. Firme y rápidamente.

Porque si no lo hacía, la apuñalaría en el corazón de nuevo. Y esta vez, no creía


poder sobrevivir.

174
El Club de las Excomulgadas
Frunció el ceño ante el pensamiento. Si estaba tan preocupada por los portazos,
¿por qué diablos le había contado acerca de Gunnolf? Un caso para los libros de
psicología.

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Con un gemido, rodó la cabeza. Dudaba que el agua caliente pudiera lavar los
pensamientos que surgían a través de su mente, pero con un poco de suerte, podría
trabajar para soltarlos un poco de su cuello.

Por supuesto, la última vez que se había duchado aquí había sido en
circunstancias similares. Sólo que no lo habían hecho en el suelo del gimnasio, sino en
la cama. Y ella no había estado sola en la ducha, sino que él había estado allí, tocándola,
acariciándola, acariciando cada centímetro de ella.

Basta ya.

Frustrada, cerró el agua y luego salió de la ducha y tomó una toalla blanca y
esponjosa. Se secó, después la envolvió alrededor de su cuerpo como un pareo antes de
abrir las puertas dobles que conducían a la suite para dejar entrar un poco de aire fresco.
Estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse a la sauna cuando se quedó inmóvil. Él
estaba de pie en la puerta, una figura oscura envuelta en las sombras.

Su mano agarró la toalla, en una reacción instintiva.

—No me di cuenta que vendrías —dijo ella—. No capté tu olor.

—No lo pretendí —dijo Tiberius. Levantó la mirada, y ella siguió su mirada,


observando las rejillas impares, cóncavas que se alineaban en el techo de la oficina—.
Filtración olfativa. A menudo permiten a los embajadores utilizar esta suite. Las rejillas
de ventilación permiten que yo y mis hombres nos podamos acercar con sigilo. Hemos
escuchado accidentalmente algunas conversaciones muy interesantes de esa forma.

—Práctico—dijo ella.

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El Club de las Excomulgadas
—Hay muy pocos que no piensan así —dijo, dando un paso hacia adelante,
moviéndose hacia la luz.

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Se había duchado también, y parecía vibrante y al mando, con pantalones negros
y una almidonada camisa blanca.

—Sí —dijo ella—. Eres muy cuidadoso.

—Mucho —dijo—. Vine a hablar de negocios. Tengo un poco de información


que vamos a perseguir.

—¿Vamos? —Su voz había sonado demasiado apretada, igual que la suya. Por
otra parte, ¿cómo podría sonar natural cuando tenía que exprimir las palabras alrededor
del elefante gigante de pie en el centro de la habitación? En el que ambos pensaban,
pero que ninguno quería mencionar.

Bueno, tal vez él tenía razón. Era mejor pensar en lo que había pasado entre ellos
como un error.

Un estallido por los viejos tiempos. Un enorme error de juicio.

Ahora era el momento para el profesionalismo.

Ahora era el momento de ser frío.

Por la forma en que sus ojos estaban dirigidos al lugar donde su mano agarraba
la toalla en su seno, sin embargo, tenía la sensación de que él aún no había entrado en
línea del plan profesional. Bueno, estaba bien. Él podría aprender por las malas.

—¿Y bien? —dijo mientras le daba la espalda—. ¿Información? —Se dirigió al


cuarto de baño y dejó caer la toalla en un deliberado y rápido movimiento, plenamente
consciente de que él podía ver todo, y desde todos los ángulos, por los espejos que
cubrían todas las paredes.

176
El Club de las Excomulgadas
Él no dijo nada, y ella sonrió. Mezquino, tal vez, pero se sentía bien torturarlo.
Ella estaba sufriendo, después de todo. Y tenían razón sobre la miseria amorosa en
compañía.

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Miró por encima del hombro.

—¿Tiberius? ¿Te has quedado dormido ahí atrás?

Él dio un paso adelante y se apoyó en la puerta del baño, mirándola con valentía.
Si se había sentido atormentado en absoluto, en realidad no lo estaba demostrando.

—Lo siento. Estaba disfrutando de la vista.

Ella se dio la vuelta, deseando ocultar su ceño fruncido, pero por supuesto, su
ceño estaba allí mismo para que él lo viera, en vivo y en directo a través de los cuatro
espejos, junto con una serie de reflejos propagándose en el infinito.

—La información —dijo ella. Se puso el sujetador enfrentándolo mientras lo


hacía. Fría y casual a pesar de que el aire entre ellos era denso por el olor del deseo. De
él, y sí, de ella también. Estaba atrapada, infiernos, no podía evitarlo. Pero los dos
estaban ignorándolo.

Casualmente, se inclinó a recoger sus pantalones vaqueros. Simplemente otro día


en la oficina...

—Lihter está involucrado en algo grande. Algo que tiene a los para- demonios
peleando.

Ella se quedó helada.

—¿Ese es el cotilleo?

—Esa es la palabra de Slater.

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—¿De Slater? —Ella escuchó el placer en su voz y lo bajó una muesca.
Siempre le había gustado Bael, pero ahora no era el momento—. ¿Qué consiguió?

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—Interceptó una llamada destinada a Bovil. Su soplón estaba llamando a Bovil
para darle la primicia, pero cortó la llamada poco antes de que Slater pudiera conseguir
los detalles.

—Así que ahí es donde se inicia —dijo Caris—. Encontrar al soplón y


cortésmente pedirle que comparta sus secretos. Lo que ha averiguado, y cómo lo hizo.

—Ese es el plan —dijo Tiberius. Se movió para sentarse en la cama, frente al


cuarto de baño, donde ella pasaba un peine por su pelo. La situación era tan familiar que
hizo que le doliera el corazón, se dio la vuelta, y luego fue al lavabo y salpicó un poco
de agua en su rostro. Si era inteligente, le diría que saliera de su habitación. En cambio,
se volvió y se enfrentó a él. Sólo negocios, sin embargo. Ella podía manejar sólo
negocios.

—¿Tienes alguna pista sobre la persona que llamó?

—Todavía no —dijo Tiberius—. Slater está en eso. Alguien cercano a Bovil.


Nadie más tendría su número del móvil.

—¿Y Reinholt? Necesitas hablar con sus amigos. Ver si puedes averiguar lo que
sabía acerca de la operación de Lihter.

—Pondré a Luke en eso. Y tengo un número de agentes averiguando su pasado.

—¿Por qué no me dejas hacer eso? Sé un poco acerca de sus antecedentes.

—Pásale lo que puedas a Luke... —Ella le lanzó una mirada dura—


...entresacando cualquier cosa que se relacione contigo siendo un híbrido.

—¿No sería más fácil para mí tomarlo sola ahora?

178
El Club de las Excomulgadas
Él sonrió.

—Probablemente. Pero pensé que tú y yo podríamos hacer un viaje de compras.

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A Frankfurt.

—¿A Frankfurt? —repitió.

—Ahí es donde Naomi estaba cuando fue secuestrada. La hija de Reinholt


—añadió, aclarándoselo—. Lihter debe haber sabido que estaría allí. Lo más probable
es que haya dejado una pista.

—Y Frankfurt tiene una población weren alta —dijo ella.

—Un montón de hombres lobo que se mantienen fieles a Gunnolf. —Estuvo de


acuerdo—. O al menos eso me han dicho.

—Quieres que use mis contactos. Ver si hay algún rumor acerca de Lihter.

—Así es, por cierto. Ella

asintió lentamente.

—Puedo hacer todo eso por mi cuenta. Ir, salir, y volver a informar.

—Puedes. —Estuvo de acuerdo—. Pero quiero que lo hagas a mi lado.

—¿No confías en mí?

Él se acercó y la agarró por los brazos, con el contacto rebotando a través de


ella.

—Confío en ti. —Habló suavemente, y vio la forma en que sus labios formaron
las palabras, odiándose a sí misma por pensar en esos labios haciendo más que
simplemente hablar—. Confío en ti —repitió él—. Te quiero a mi lado.

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El Club de las Excomulgadas
—Oh. —Su cabeza le dio vueltas a sus palabras tanto como a la sensación de sus
manos sobre su piel desnuda. El calor parecía burbujear entre ellos, un calor que no
tenía nada que ver con el vapor que aún permanecía en la habitación.

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No.

Se liberó de su abrazo y se apresuró a ponerse la camisa, agradecida por el


momento en que cubrió su rostro, aunque sólo pudiera reclamar unos pocos segundos
como suyos.

—No creo que sea una buena idea —dijo cuándo deslizó su cabeza a través de la
parte superior de la camiseta. No lo miró, sin embargo. Aunque no estaba segura de si
ella quería viajar a Frankfurt con él o algo totalmente diferente.

—Probablemente no —dijo él—. Pero esa es la manera en que vamos a jugar. —


La miró fijamente—. ¿Vas a pelear conmigo sobre esto?

Ella cuadró los hombros.

—Esto no es… Esto no cambia nada. Sobre lo que te dije en el gimnasio, quiero
decir. —Eso había sido un error. Estaba segura de ello. Pero a menos que él estuviera de
acuerdo, ella temía que fuera un error que se repetiría.

Él asintió, despacio y cuidadosamente, y ella sintió una cinta incómoda de


decepción doblándose en su estómago.

—Entiendo —dijo. Se acercó a la puerta. Se detuvo en el umbral y se volvió


hacia ella—. Caris…

—¿Sí?

Una pausa, mientras ella pensaba que se ahogaría en ella.

—Recoge tus cosas —dijo—. Y encuéntrame en el hangar. Nos vamos en una


hora.

180
El Club de las Excomulgadas
Y entonces se fue, y ella se quedó mirando cómo lo hacía.

No era lo que había querido decir, estaba segura de eso. Pero estaba bien. Ella

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estaba aquí. Estaba trabajando con él. Y aunque no había desaparecido, el dolor en su
corazón se había levantado un poco.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Quince

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Luke dejó su móvil de nuevo en la mesilla y tiró de Sara cerca. Las ventanas
estaban cerradas con las persianas y dibujaban el último pedazo del sol de California.
En el exterior, el oleaje del Pacífico latía con fuerza, y podía oír el pulso de las olas en
la otra parte tranquila casa.

Sara suspiró y besó su pecho, luego levantó la cabeza para mirarlo.

—Déjame adivinar—dijo—. Tienes que salir corriendo en alguna misión


salvajemente exótica.

Él se rió entre dientes.

—No estoy seguro de lo exótico, pero sí, tengo cosas que hacer.

—Pero Tiberius te acaba de enviar a casa. —Había pregunta y acusación en su


tono—. Deberíamos escabullirnos como Petra y Nick hicieron.

Luke se echó a reír.

—Ellos no se escabulleron —dijo. Petra y Nick se habían ido a un viaje por el


mundo, viajando en aviones atestados y en trenes, codeándose con las masas.

Anteriormente condenada a no poder tocarlo, Petra estaba ahora en el mejor


momento de su vida, al menos de acuerdo a los correos electrónicos de Nick.

—Nick lo planeó todo, y Tiberius sabe exactamente donde está por si surge
algo.

Sara hizo una mueca.

—Acabo de tener la mala suerte de enamorarme de uno de los hombres de


Tiberius que recibe todas las llamadas.

182
El Club de las Excomulgadas
—Desafortunadamente para ti —dijo, tirando de ella para un beso, uno que ella
devolvió con igual entusiasmo.

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—Por lo menos te envió a casa por un poco de tiempo. —Su sonrisa fue
pequeña, pero auténtica—. Has pasado por mucho últimamente. —Ella llevó una mano
a su mejilla—. Te echo de menos.

Él cubrió su mano con la suya.

—La Alianza pronto escogerá a un nuevo presidente, y estas tareas pronto


habrán terminado. —Había estado muy ocupado últimamente comprobando los
informes de inteligencia, reuniéndose con varios lugartenientes de los demás
representantes, tratando de evaluar si sus líderes estaban siendo honestos con Tiberius
sobre la forma en que tenían la intención de votar.

Era el negocio de la política. Y mientras que estaba mucho más cómodo con una
espada que con la diplomacia, tenía que admitir que encontraba esta incursión en la
arena política como vigorizante. Y estaba seguro de que Sara valoraba el hecho de que
sus misiones últimamente tendieran a recopilar información, no a realizar asesinatos
políticos.

—Y entonces será hora de volver a lo de siempre —dijo ella, como si hubiera


leído sus pensamientos.

—Lo será —dijo él. Sintió el familiar endurecimiento en sus entrañas. Sara
conocía mejor que nadie su papel en la Alianza. A menudo intervenía donde el sistema
había fallado. Acababa con los asesinos que, por cualquier razón, la PEC no podía
enjuiciar. Y, sí, acababa con algunos de los que la PEC nunca se enteraba, peligrosos
habitantes de las Sombras con ambiciones políticas. Si Tiberius lo ordenaba, Luke hacía
el trabajo.

Como fiscal, Sara se mantenía firme en el lado del sistema, y el olor de


vigilancia parapolicial que cubría su obra no iba de acuerdo con ella. No al principio.
No cuando se habían enamorado.

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El Club de las Excomulgadas
Aceptó lo que él hacía porque lo amaba, y porque se daba cuenta de que el
mundo no estaba pintado en blanco y negro.

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Ella lo entendía ahora. Pero eso no significaba que le gustara.

Esperó a que ella saliera de la cama y cogiera una bata, una señal de que la
conversación la había perturbado. No lo hizo, sin embargo. En su lugar, se deslizó más
cerca de él, y luego presionó su mejilla contra su pecho. Él se relajó, con su cuerpo
perdiendo la tensión que no se había dado cuenta que había estado creciendo durante el
momento. Ella era su corazón, su alma. Y sin embargo, aún temía que ésta fuera la
cuestión que rompería el amor que los mantenía juntos. Hoy, por lo menos, ese miedo
era infundado.

—Entonces, ¿qué tienes que hacer?

—Slater interceptó una llamada. Los para-demonios se enteraron de algo grande


que Lihter estaba haciendo.

—¿Qué?

—Eso es lo que esperamos averiguar. Tiberius asume que es lo mismo que


Reinholt le iba a contar.

—Pero Reinholt está muerto.

—Con un poco de suerte, encontraré alguna pista en su casa o averiguaré algo


relevante cuando hable con sus amigos.

Ella se incorporó para mirarlo mejor, sosteniendo la sábana sobre sus pechos
desnudos. Una buena idea, ya que de lo contrario, estaría demasiado distraído para
sostener una conversación inteligente.

—Parece una posibilidad remota.

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El Club de las Excomulgadas
—Así es. Pero es necesario. Caris mató a Reinholt. Tenemos que averiguar lo
que sabía de alguna manera, y esta nueva información de Slater hace que sea más
urgente.

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—¿Asumo que Slater hablará con los para-demonios?

—Asumes correctamente. Y Tiberius y Caris tratarán de localizar a los


secuestradores de la chica. Saben que fue raptada en Frankfurt.

—¿Está trabajando con Caris? —Sonó alarmada—. Ella estuvo con Gunnolf por
veinte años, ¿no?

—Lo estuvo —dijo Luke. Tenía su propias dudas sobre si Tiberius estaba
pensando con esa mente brillante y analítica.... o con algunas otras partes de su cuerpo
—. Me aseguró que tiene la situación bajo control.

Sara sonrió.

—¿En serio? —Se levantó y se puso la bata antes de presionar el botón para
abrir las persianas eléctricas. Se deslizaron en un abrir silencioso, revelando una vista
impresionante del océano pintado de púrpura y naranja con el sol desapareciendo bajo el
horizonte—. Así que, ¿cómo puedo ayudarte?

—No queremos la participación de la PEC. No todavía.

—Lo entiendo. Soplón político y muerto es igual a cuestión política. Sin


embargo, este asunto está tirando de mi marido de nuevo. Me gustaría acelerar el
proceso. ¿Puedo?

Él lo pensó y asintió.

—Puedes. Tiberius me enviará una copia de un informe del investigador


asignado a Caris. Pero enumera sólo una dirección en París, y no identifica ni parientes
ni amigos.

—Quieres que haga un barrido sobre el hombre.

185
El Club de las Excomulgadas
—Si no te importa. Direcciones. Familia. Matrimonios y uniones. — Algunos
habitantes de las Sombras seguían la tradición de casarse con su pareja, otros se
limitaban a unirse. Pero incluso las uniones informales deberían aparecer en una

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verificación de antecedentes—. Le dijo a Tiberius que su esposa era humana. Dudo que
haya algo allí, pero se puede hurgar en el sistema humano, también.

Ella se arrastró sobre la cama, con su bata cayendo abierta mientras se subía a
horcajadas sobre él. Entonces se inclinó y le susurró al oído:

—Todo eso depende. ¿Qué obtengo a cambio?

Le acarició la espalda desnuda, tirando de ella delante de él mientras lo


hacía.

—No te preocupes —le murmuró mientras le daba un beso suave sobre sus
labios—. Estoy seguro de que podemos pensar en algo.

*****

La luz brilló en el intercomunicador, y Lindy Kruger agradecida se quitó los


auriculares. Había pasado la última hora escuchando la charla marcada por el ordenador,
yendo poco a poco a través de ella para determinar si las conversaciones móviles acerca
de las bombas y de las explosiones eran de niños hablando de videojuegos, de parejas
discutiendo sobre las últimas películas, o de terroristas planeando el siguiente ataque.

Hasta el momento, no había pasado a través de algo horroroso.

Bueno para el mundo, pero hacía su trabajo menos emocionante de manera


significativa.

Apretó el botón para activar el comunicador.

—¿Qué pasa?

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El Club de las Excomulgadas
—Tienes a alguien que quiere verte. Dice que es de Seguridad Nacional.

—¿En serio? —Eso era raro. Lindy estaba estacionada en la Embajada de

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Estados Unidos en Egipto como analista de la CIA. Una gran cantidad de agentes de la
Compañía habían pasado por sus puertas, pero los chicos de Seguridad Nacional tendían
a quedarse en casa, en Estados Unidos—. ¿Cuál es su nombre?

—Bael Slater.

Lindy sonrió. Tal vez su trabajo estaba a punto de tomar un giro interesante
después de todo. Porque mientras ella oficialmente podría trabajar para la CIA, tenía un
trabajo no oficial, también. Uno del que sólo el director y el presidente sabían. Lindy
Kruger trabajaba con vampiros, con hombres lobo y todo tipo de extrañas criaturas que
ella solía creer que realmente no existían.

Y lo hacían. Había conocido a un montón de ellos. Y era totalmente irónico que


lo que la había llevado a este lado fabuloso de su trabajo era sus días de chica- mala
como una hacker. La CIA había averiguado acerca de sus travesuras y la había
reclutado.

La habían rehabilitado también. O al menos así era la historia.

—Que entre —dijo, esperando no parecer demasiado ansiosa.

Él pasó por la puerta en un minuto. El corpulento vampiro tenía un cuerpo lo


suficientemente grande como para ser la estrella defensiva en un equipo de fútbol de la
NFL, y sus ojos podían convencer a una mujer de desprenderse de sus ropas, incluso sin
utilizar esos trucos de compulsión de vampiros.

Su sonrisa era peligrosa, y la más pequeña inclinación de su cabeza fue la


invitación para caer en sus brazos para besarlo.

Ella se apartó con un suspiro.

—Dime que estás aquí por diversión y no por negocios.

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El Club de las Excomulgadas
Él le dirigió una sonrisa fácil.

—Lo siento, chica. Tal vez la próxima vez.

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—Sólo es mi suerte. ¿Qué necesitas?

—Estoy tratando de localizar a alguien.

Ella asintió.

—Ya que estás aquí, ¿supongo que habló por un móvil?

—Yo contesté la llamada. No se dio cuenta, y empezó a hablar. Dijo que Lihter
estaba en algo malo. Necesito saber quién se encontraba en el otro extremo de la
llamada.

—¿Eso es todo lo que dijo? ¿“Malo”?

—Más o menos.

—Jesús, Slater. Mi sistema no tiene ni siquiera algo marcado “Malo”.

—Es una señal para Lihter.

Él tenía razón en eso. Ella había introducido un subprograma para sacar toda la
basura relativa a los actores clave en el mundo de las Sombras.

—Dime que es suficiente para hacer una búsqueda —dijo él.

—Si no tienes otra palabra clave, será lento, pero sí. Puedo hacerlo.

—Tengo la hora de la conversación.

—Eso ayudará. Podemos reducir los parámetros.

—Y una vez que encontremos la llamada, ¿puedes buscar marcadores de


voz?

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El Club de las Excomulgadas
—Claro—dijo—. Pero sólo se conseguirá una coincidencia si la persona que
llama se encuentra ya en el sistema.

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Por su expresión, era obvio que él ya había pensado en eso.

—El tipo tenía el número de teléfono del móvil de Bovil. Estaba marcado como
importante.

Los ojos de Lindy se agrandaron.

—¿Respondiste al móvil de Drescher Bovil?

La expresión de Slater fue dura.

—Parecía poco probable que él lo fuera a responder por sí mismo. Lindy, esto
queda entre nosotros.

—Por supuesto. —Ella no tenía ninguna ilusión sobre el tipo de trabajo que
Slater hacía. Y a pesar de que se suponía que técnicamente era neutral, su puesto estaba
destinado a ayudar a todos los habitantes de las Sombras y no sólo a los vampiros, y
siempre había pensado que Bovil era una especie de gusano.

Ella echó un vistazo a la pared de los ordenadores y a los equipos de grabación


de alta tecnología.

—Tendré que programar la búsqueda. Después dejaremos que el sistema haga


su trabajo.

—¿Cuánto tiempo llevará eso? Ella

sacudió la cabeza, pensando.

—Ya que sabes la hora aproximada, podemos tener suerte. ¿Una hora? ¿Tal vez
dos?

Él sonrió, lento y lobuno, y luego pasó los dedos por su brazo. Lindy se
estremeció.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Es eso así? —preguntó él—. En ese caso, tal vez debamos cerrar la puerta.

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*****

—Aquí —dijo Everil, señalando por la ventanilla del diminuto Volkswagen que
habían alquilado—. Ese es el desvío para el Château.

Gabriel miró hacia el camino polvoriento, bastante seguro de que nadie había
llevado un coche allí en siglos.

—¿Estás seguro?

—He estado aquí antes —dijo Everil.

Gabriel le lanzó una mirada de soslayo.

—¿Porque eres parte weren?

Everil olió.

—Por un caso, en realidad. Tuve que interrogar a algunos werens —agregó, y


luego se sentó derecho en esa actitud, auto-afectada que tenía—. Aunque para responder
a tu más amplia pregunta, sí. Muchos werens locales vienen al Château. Había sido
utilizado como sala de reunión durante siglos y su biblioteca es algo sin igual.

—¿Es un hecho? —Gabriel se dio la vuelta y mantuvo el coche lento. El camino


era áspero. Nada como la infraestructura de París, y los sistemas de autopistas francesas.

Esto era selva virgen hasta el final.

Pero su pequeña excusa quejumbrosa de socio tenía razón, y en sólo unos pocos
kilómetros, alcanzaron el Château du Lupe, una centenaria mansión detrás de un césped
descuidado, y de crecidos y gruesos árboles que se extendía por cuatro

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El Club de las Excomulgadas
acres en cada dirección. Una valla de hierro oxidado rodeaba la propiedad, con púas
encima de cada poste de la cerca, para desalentar a los visitantes.

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La sombría atmósfera hacía bien su trabajo, y durante años, los humanos habían
evitado el Château, ninguno siquiera había llegado a darse la vuelta en el largo camino
empedrado. En los cercanos suburbios parisinos, los humanos susurraban entre ellos que
estaba embrujada. Que demonios caminaban allí, y que cualquier persona que entrara
sería encontrada desgarrada, inmersa en una pesadilla infernal que haría parecer a Clive
Barker7 como una película de Disney Channel.

Gabriel sabía que era una reputación que los hombres lobo, quienes habían
ocupado el Château, se habían esforzado en fomentar durante mucho tiempo. Los
rumores y susurros mantenían a los humanos lejos, dándole a las criaturas de dentro la
tan necesaria privacidad. En alguna ocasión, alguien no familiarizado con la reputación
del Château había llegado demasiado cerca de la valla y echado un vistazo a uno de los
weren, en plena forma lobo, en celo por el bosque que rodeaba la antigua mansión.

Pero esos incidentes nunca llegaron a nada.

Si el humano sorprendido hubiera informado a un amigo o a un camarero local


que una criatura salvaje estaba suelta a las afueras de París, le darían unas palmaditas
amablemente en la cabeza y le dirían que París tenía todo tipo de fantasmas y duendes.
Si el humano denunciaba el incidente a la policía, él se aseguraría de que la
investigación fuera cerrada inmediatamente, y el asunto fuera prontamente olvidado una
vez que el humano se hubiera ido.

Todo lo cual probablemente explicaba por qué había tomado tanto tiempo para
que cualquiera pudiera contestar el intercomunicador cuando Gabriel lo había hecho
sonar en la caseta del guarda.

7
Es un autor, director y diseñador de videojuegos de fantasía y horror.

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El Club de las Excomulgadas
—Esta es una propiedad privada —respondió por fin una voz, a través del
crepitar curtido del altavoz.

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—Gabriel Casavetes y Torq Everil. División 12. Tenemos que hablar con Faro
Lihter.

La pausa duró lo suficiente como para que Gabriel empezara a pensar que nadie
iría.

Entonces la puerta se abrió lentamente. Gabriel lanzó una mirada hacia Everil,
que estaba sentado rígido y mirando al frente.

—Muy bien —dijo él, y aceleró.

El camino de entrada serpenteaba a través de árboles y ajardinados arbustos y


finalmente los dejó en una cochera que se extendía desde la puerta de entrada a través
de la calzada.

Un weren uniformado marchó hacia ellos mientras Gabriel salía del coche.

—¿Identificación?

Gabriel mostró su placa y Everil hizo lo mismo.

El weren escudriñó las insignias, después miró Everil.

—¿Torq?

Everil se erizó, y luego se movió nerviosamente.

Gabriel resistió el impulso de empujar duro en sus costillas. Un policía nunca


mostraba sus nervios. Primera lección al investigar. El policía siempre estaba a cargo.

—He oído ese nombre. —El weren continuó.

—Yo...yo he estado aquí en un caso antes.

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El Club de las Excomulgadas
Eso pareció satisfacer al oficial. Se dirigió hacia la puerta.

—Seguidme.

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Fueron escoltados por la exuberante mansión a una sala de estar directamente
sacada de la época victoriana, con muebles tapizados de terciopelo y una acogedora
chimenea. Una mujer joven con un traje de sirvienta tradicional pasó con un carrito de
té con ruedas. Fue todo lo que Gabriel pudo hacer para no levantar las cejas y resoplar.

Detrás de ella, otra mujer entró, ésta en un traje pantalón de lino.

—¿Cómo puedo ayudarles?

—Tenemos que ver a Lihter —dijo Everil—. Fuimos muy específicos acerca de
tener preguntas para él.

Gabriel le lanzó a su compañero el tipo de mirada que estaba diseñada para


matar, pero nunca logró hacer el trabajo.

—Mi compañero es un poco demasiado ansioso. Estamos investigando un


asesinato. La víctima es un hombre lobo. Tenemos la esperanza de conseguir alguna
información sobre su pasado.

Por supuesto que estaban esperando hacer más que eso, pero Gabriel nunca
mostraba su mano a un sospechoso. Y Lihter era sin duda un sospecho en esta
investigación. Era mejor concentrarse en la víctima, reunir información, y volver si
fuera necesario.

Gabriel había repasado ese plan de ataque con Everil cuando se habían asociado
primero, otra vez en el avión a París, y finalmente en la cola para recoger su coche de
alquiler. Con optimismo había esperado golpear el plan en su gruesa cabeza de fae. Y
esperaba que Everil no diera algún otro paso en falso y arruinara la investigación.

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El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto —dijo la mujer. Tomó asiento—. Soy el ama de llaves. Delia
Schnell. Debería poder ayudaros.

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Everil se echó hacia adelante, como si estuviera tratando de memorizar su
rostro.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajado aquí en la mansión?

—Vine con el Sr. Lihter. Cuando se mudó, yo también lo hice.

Eso pareció satisfacer a Everil, y se echó hacia atrás, con expresión satisfecha.
Gabriel no tenía idea de lo que estaba haciendo, y no estaba seguro de que le importara.
Sólo quería llegar al meollo de la cuestión.

—¿Conocía a Cyrus Reinholt?

—No muy bien —dijo—. Era invitado frecuente en el Château, sin embargo.

—Si venía a menudo, ¿por qué no lo conocía?

—Para ser honesta, sólo lo reconocí después de que se nos informó de su


muerte. Al Château son notificadas todas las muertes en el mundo weren, por supuesto.

—Por supuesto.

—Parte de mi responsabilidad es la de transmitir información con respecto a las


muertes weren al Sr. Lihter. Como no reconocí el nombre, miré en nuestro sistema y me
enteré de que en realidad pasó un poco de tiempo aquí.

—¿Sus visitas fueron durante el mandato de Lihter? ¿O antes, con Gunnolf?

—Con ambos —dijo ella—. Sus visitas nunca fueron largas, y nunca socializó.
Lo siento, pero no creo que nadie aquí pueda darle mucha información sobre el hombre.

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El Club de las Excomulgadas
—De acuerdo, le agradezco su tiempo. —Se levantó como si se fuera a ir,
haciendo caso omiso de la expresión de sorpresa en la cara de su compañero. Dio un
paso hacia la puerta, luego se detuvo—. Oh, sólo una cosa más. Oí que un vampiro solía

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vivir aquí en el château.

Su rostro se tensó, como si acabara de decir algo desagradable.

—Oyó correctamente.

—¿Ella está por ahí?

—Y ¿cómo se relaciona ella con la muerte del Sr. Reinholt?

—Creemos que…

—No sabemos que ella lo haga. —Gabriel dijo en voz alta sobre su pareja
demasiado ansiosa—. Pero he oído algunos rumores que sugieren que Reinholt se
llevaba mejor con los vampiros que con los weren habitualmente. Pensé que si alguien
en la mansión había charlado con él sería ella.

A su lado, Everil se removió en su silla.

—Ya veo. —Delia esbozó una sonrisa, pero negó con la cabeza—. Lo siento,
pero me temo que ya no vive aquí. Se fue cuando Gunnolf lo hizo.

—Así que ¿ella no es cercana a Lihter?

No lo habría creído posible, pero su rostro se tensó aún más.

—No. Ella definitivamente no lo es.

Él asintió.

—Así es. Bien, gracias por su tiempo.

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El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto. —Les acompañó hasta la puerta y fueron entregados al criado
uniformado, que los miró con ojo de águila mientras se metían de nuevo en el pequeño
coche y se dirigía hacia la unidad.

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Gabriel esperó a que estuvieran de vuelta en la carretera principal, luego miró a
Everil.

—Entonces, ¿qué averiguamos?

—Ni una cosa —dijo él, sonando particularmente insolente—. Tal vez si le
hubiéramos dicho la teoría de que Caris estaba trabajando para Lihter...

—Sí, estoy seguro que se habría abierto completamente. Mira, Ev, el truco en la
investigación es sacar la información de hilo en hilo. Intenta tirar de la manta entera a la
vez, y todo acabará hecho jirones.

Everil frunció el ceño.

—Pero no tenemos nada con lo cual trabajar.

—Infierno si no lo tenemos. Sabemos que no hay manera de que Lihter haya


enviado a Caris a ocuparse de Reinholt.

Everil asintió, pensativo.

—Sí, sí. Por lo tanto, si ella estaba trabajando para alguien, debió haber sido
Gunnolf.

—Desde luego, encabeza la lista —dijo Gabriel.

—Pero ¿por qué querría Gunnolf muerto a Reinholt?

—No tengo idea. Pero tendremos que tirar de esa línea.

—¿Así que iremos a Escocia?

Gabriel asintió lentamente.

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El Club de las Excomulgadas
—Creo que es posible que tengamos que hacerlo. ¿Cómo vamos con la
información sobre el resto de ella?

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Había puesto a Everil a cargo de rastrear los contactos de Caris. Vampiros o
werens con los que ella había pasado el tiempo. Los confidentes que había hecho a lo
largo de los años. Quería hablar con todos.

Nunca se sabía de dónde llegaría un poco de información clave.

—Tengo poca más de la que tenía hace apenas unas horas. Iba a escribirla en el
hotel y re-enviártela.

Gabriel se volvió hacia su compañero.

—Creo que el enfoque conversacional nos servirá igual de bien.

—Cierto. Seguro. —Everil se aclaró la garganta—. Bueno, ya sabes que ella fue
íntima de Tiberius por un montón de siglos. Entonces ella cambia, lo traiciona y se
dirige al Campamento de Gunnolf.

—¿Por qué?

—¿Eh?

—¿Por qué lo traicionaría?

—Eh. —La boca Everil colgó abierta—. Yo…

—Cálmate, no es un examen sorpresa. Pero podría ser relevante. Tenemos que


hacer algunas investigaciones. Veremos si podemos entenderlo. Puede que hayan
pasado veinte años, pero teniendo en cuenta la esperanza de vida con la que estamos
tratando, esa no es historia antigua.

—Así es. Lo tengo. Eh, hay otro tipo. Un humano.

—¿Pasa el tiempo con un humano?

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El Club de las Excomulgadas
—Al parecer, está en su árbol genealógico. Su nombre es Orion.

Gabriel frunció el ceño, tratando de recordar por qué ese nombre le sonaba

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familiar.

—¿Richard Erasmus Orion? ¿El médico forense de la División 6?

—Ese es el tipo. ¿Lo conoces?

—Nuestros caminos se han cruzado. —Le gustaba Orion. El humano era


exhaustivo e inteligente—. Buen trabajo. Puede que tengamos que hacerle al señor
Orion una visita. Podría ser que sepa algo acerca de la deserción de nuestra sospechosa
al campo weren.

—¿Crees que nos lo diría?

—No lo sabremos hasta que se lo preguntemos.

Después de eso, se quedaron en silencio unos cuantos kilómetros, hasta que el


chirrido del móvil de Gabriel llenó el coche. Gabriel no reconoció el número, pero
contestó con la esperanza de que uno de los weren del Château hubiera oído hablar de
su visita y llamara con información por “debajo de la mesa”.

No fue el caso. En su lugar, la persona que llamaba era Peter Dietz, ex agente de
la PEC que ahora era investigador privado y que Gabriel conocía desde sus días de
Texas.

—¡Gabe, amigo! Oí que estás en la ciudad.

—Mierda, tío. Oíste mal. Estoy en París.

Peter se rió entre dientes.

—Eso es lo que quiero decir. París es mi campo de juegos en estos días. Se


supone que debo estar en Zurich mañana. Acabo de llamar a tu oficina para

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El Club de las Excomulgadas
localizarte. Ver si querías venir a la gran ciudad. Me dijeron que estabas aquí en mi
rincón del mundo. ¿Pasarás la noche aquí?

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—Eso parece.

—Dime dónde te quedarás. Te invitaré a tomar una copa.

—Invítame a dos —dijo Gabriel con una sonrisa—. Y tenemos un trato.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dieciséis

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Incluso por la noche, la zona bullía de compradores y turistas corriendo a lo
largo, sin prestar atención a los dos vampiros que se movían a través de la multitud,
mirándolo todo y esperando que alguna idea saltara hacia ellos.

—Esto es ridículo—dijo Caris finalmente.

Mirar los escaparates con las fabulosas chaquetas de cuero estaba bien y era
bueno, pero no estaba ayudándolos a localizar a la chica.

—¿Qué esperabas encontrar? ¿Ayudadme escrito con sangre y firmado con una
N?

—Tenía la esperanza de volver sobre los pasos de la muchacha. Lo que nos


podía dar una idea de quien se la había llevado. Y a dónde.

La miró de arriba abajo

—Eres mujer.

—Gracias por notarlo.

—¿Dónde irías tú?

—¿Aquí?— Ella miró alrededor de la calle, un poco desconcertada. Caris nunca


se había considerado a sí misma una chica femenina. Aun cuando había sido humana,
había estado más interesada en enseñarle a pelear y montar a sus hermanos que en hacer
labores de aguja y cepillarse el cabello.

A pesar de ello, tenía que reconocer que había algo decididamente decadente
sobre el Zeil, que daba ganas de hacerse con dinero en efectivo y comprar toda la ropa
fabulosa que llenaba los escaparates de vidrio. Una vez había oído que la zona era
conocida como la Quinta Avenida de Alemania, y no podía negar la exactitud de esa
evaluación.

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El Club de las Excomulgadas
—No estoy segura —admitió—. Todo es tan abrumador.

—Naomi tenía que coger un tren, y era un vampiro. Eso significaba que estuvo

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aquí por la noche, con una cantidad limitada de tiempo para comprar antes de tener que
ir a la estación.

—Él dijo que le encantaba ir de compras, también, ¿verdad? Así que


probablemente era una de esas compradoras poderosas. De las mujeres que ves en la
Quinta Avenida y Rodeo Drive.

—Una suposición razonable.

—Así que querría hacer sólo una parada de compras. —Se volvió y señaló la
estructura de diez pisos que se alzaba a una manzana de distancia—. La Zeilgalerie.

No era una apuesta segura, pero era una buena, y se apresuraron en esa
dirección, luego entraron en el único centro comercial. Igual que en el museo
Guggenheim, no había escaleras, sólo una rampa inclinada para que pudieran caminar y
hacer compras, pasear y comprar. Era de cromo, vidrio y brillante, y Caris podía ver
cómo alguien con un fetiche comercial podría perderse aquí durante horas. Aun así...

Se volvió a Tiberius.

—Todavía estamos tambaleándonos. Habría estado buscando moda. Tenemos


una foto. ¿Deberíamos dividirnos y empezar a hablar con las dependientas?

Él asintió, pero fue un gesto distraído.

Estaba mirando por la ladera.

—Puedo ver tres cajeros automáticos sólo desde aquí.

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El Club de las Excomulgadas
—Excepto que no hizo uso de ellos —dijo Caris. Ya habían comprobado sus
tarjetas de crédito y débito. Ninguna había sido utilizada en Frankfurt. Ninguna había
utilizado en la semana, en realidad.

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—No, pero mira la colocación de las máquinas. —Ella lo hizo y de inmediato
vio de lo que estaba hablando.

—El ángulo de los cajeros automáticos. Sus cámaras deben cubrir al menos tres
o cuatro escaparates.

—Y mira —agregó él, señalando el techo donde las propias cámaras de


seguridad del centro comercial barrían el área—. Tedioso, pero podríamos tener suerte.
¿Por qué no me pongo en contacto con los bancos y tú contactas con la seguridad del
centro comercial? Con un poco de suerte, uno de nosotros la verá.

—Creo que podemos hacerlo más eficazmente. Teniendo en cuenta la colocación


de las máquinas y de las cámaras, me sorprendería si el centro comercial no requiriera a
los diferentes bancos alimentar las imágenes de vigilancia a través de la seguridad del
centro comercial.

—Así que tenemos que poder comprobar ambas en la oficina de seguridad.

—Todo lo que tenemos que hacer es convencer a uno de los guardias de


seguridad para que nos dé acceso —dijo ella, luego sonrió—. Afortunadamente, puedo
ser muy persuasiva.

Encontraron la oficina de seguridad en el sótano.

Un oficial calvo estaba sentado detrás de un escritorio estéril, y frunció el ceño


hacia ellos, mientras se acercaban.

—Nos gustaría ver el material de archivo de seguridad —dijo Tiberius en


perfecto alemán.

El oficial soltó un bufido.

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El Club de las Excomulgadas
—Estoy seguro de que le gustaría.

Caris esperó a que Tiberius obligara al oficial, pero no lo hizo. En cambio, con

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mucha calma y educadamente pidió ver al jefe de seguridad.

—Estamos buscando una chica desaparecida —dijo cuando llegó el jefe. Un


hombre corpulento con ojos pequeños y brillantes, y manchas de sudor manchando sus
axilas.

—¿Sois de la policía?

—No —respondió Tiberius—. Pero es importante. El

jefe miró de reojo al oficial.

—Vuelva con un policía. Hasta entonces…

—No haremos eso —dijo Tiberius, capturando los ojos del jefe—. Verá,
tenemos un poco de prisa.

—Prisa. Ya veo. —Asintió el jefe—. Si tiene prisa, entonces por supuesto.


Le ayudaremos en todo lo que podamos.

La sonrisa de Tiberius fue fina y ligeramente triunfante.

—Es muy amable.

—¿Eh? —En la mesa, el oficial estaba mirando entre los dos como si estuviera
asistiendo a un partido de tenis—. Señor, las reglas. No puedo dejar que…

Tiberius desvió su penetrante mirada al oficial.

—Puede hacerlo, y lo hará. Y les aseguro, apreciaremos la ayuda.

—Correcto. Bien, seguro. Todo lo que podamos hacer.

Tiberius señaló hacia la puerta.

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El Club de las Excomulgadas
—¿Vamos?

Él y Caris siguieron al jefe de seguridad al interior, luego se acomodaron en las

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sillas del sistema de vigilancia mientras él se apresuraba a avanzar hasta la máquina y
programar el día adecuado. Como regla general trataba de no influir en los humanos.
Especialmente ahora que ella se había vuelto cercana de Orion, sólo parecía grosero de
alguna manera. Pero tenía que admitir que cuando realmente lo necesitaba, el truco
había funcionado muy, muy, muy bien.

Desafortunadamente, después de hojear horas de filmación, ella estaba


empezando a pensar que tan útiles como los humanos podían ser en general, hoy no
estaban dando sus frutos.

Y entonces vio a la chica.

—¡Alto! —Se inclinó, con el dedo tocando la pantalla.

La cámara había captado a Naomi saliendo de una tienda de ropa interior, y


aunque alguien cruzaba delante de ella, el vislumbre de su rostro fue suficiente para que
Caris supiera que había encontrado a la chica adecuada.

—Siga adelante fotograma a fotograma —ordenó Tiberius al humano. Él


obedeció, y vieron como Naomi salía de la tienda y se volvía hacia la derecha, bajando
por la pasarela con pendiente del centro comercial.

Salió del marco.

—Mierda—dijo Caris.

—¿Cuál es la próxima cámara que la captaría? —preguntó Tiberius.

El jefe de seguridad jugueteó con algunos mandos, y el monitor se ajustó en una


línea de visión diferente. El código de tiempo era el mismo, y después de cuatro
segundos dando clicks, Naomi entró en el foco.

Esta vez, vieron a dos hombres detrás de ella.

204
El Club de las Excomulgadas
La siguieron fuera del enfoque, y todavía la seguían cuando la cámara siguiente
la captó.

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—¿Weren?

Caris negó.

—No los conozco, y no puedo decirlo desde aquí.

En la pantalla, Naomi se detuvo en el ascensor para los niveles de aparcamiento.


Los dos hombres se quedaron detrás de ella, con el rostro totalmente inexpresivo.

Caris se sintió tensa. Se llevarían a la chica, estaba segura de ello, y no había una
maldita cosa que Caris pudiera hacer al respecto.

Ya había pasado. Todo lo que podían hacer era encontrarla... y esperaba poder
ayudarla.

A su lado, Tiberius se dirigió al jefe de seguridad.

—Ha sido de gran ayuda. Ahora, si pudiera poner la grabación del garaje...

*****

Luke se detuvo afuera de la casa de campo austriaca, moviendo sus fosas nasales
mientras probaba el olor del aire circundante. Atrapó rastros persistentes tanto de
hombre de lobo como de vampiro, pero no había nadie por allí ahora. Ni habitante de las
Sombras, ni humano.

Ya había comprobado la casa de Reinholt en París, sólo para encontrarla vacía y


estéril.

Tan estéril, de hecho, que había concluido que no era más que un accesorio.
Una dirección local para los curiosos.

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El Club de las Excomulgadas
Afortunadamente, Sara había podido descubrir esa dirección austriaca en el
laberinto de la bases de datos de la PEC.

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—No está en su archivo actual —le dijo—. La encontré en una referencia
cruzada. Hubo algún tipo de perturbación allí una vez, unos dieciocho años atrás. Pero
eso es todo. Ni siquiera puedo estar segura de que Reinholt alguna vez la poseyera, y
mucho menos que todavía lo haga.

Había añadido que los registros de impuestos de propiedades no habían ayudado,


tampoco. Por alguna razón, la cabaña no estaba registrada. Por todos los intentos y
propósitos, no existía. La única prueba de que era real y sólida era algún vago
testimonio en un caso de décadas de antigüedad, y el hecho era que Luke estaba de pie
en el porche delantero.

Esa historia bastante dudosa era lo que había hecho que Luke creyera que era
exactamente donde tenía que estar.

La puerta estaba cerrada, pero esa no era mucha barrera. Le dio una patada, sólo
para descubrirse a sí mismo en otro espartano salón. Entró en la habitación, buscando
algo que pudiera revelar alguna pista sobre quién era Reinholt y lo que estaba haciendo.
Pero no había nada.

Sólo las alfombras, los muebles, y el olor a abandono. Reinholt no había estado
en esa casa durante semanas.

Sin embargo, Luke se movió por el lugar metódicamente, revisando todos los
cajones, mirando cada trozo de papel. Dando unos golpecitos en las paredes, en busca
de cajas fuertes ocultas, y retirando las alfombras en busca de trampillas.

No esperaba encontrar una, sin embargo, y por eso se sorprendió cuando abrió la
puerta de la despensa y se dio cuenta del plano.

La cocina estaba en el centro de la casa, sin paredes con una exposición exterior,
por lo que el boceto no tenía sentido. Entró en la despensa y presionó las estanterías, con
movimientos lentos y cuidadosos. Tenía un número de pasadizos

206
El Club de las Excomulgadas
secretos construidos en su casa de Beverly Hills, y sabía un poco acerca de cómo ocultar
un pestillo de resorte. Pero a pesar de su experiencia, le tomó unos cinco minutos
encontrar la manera de hacer que la pared trasera de los estantes se abriera.

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Quien había construido el lugar había sido a la vez inteligente y cuidadoso.

La puerta abierta dejó una estela de aire fresco, y Luke se encontró a sí mismo
mirando hacia abajo sobre un conjunto de escaleras que descendían a la oscuridad. No
era un obstáculo para su visión sobrenatural, sin embargo, y bajó las escaleras con
cuidado, despacio, buscando trampas, con sus sentidos en alerta esperando un ataque o
sabotaje.

No había nada.

Llegó a la planta del sótano de hormigón rápidamente y encontró un interruptor


para las luces. Lo encendió, y dos hileras de luces en el techo iluminaron la habitación
estéril excepto por una gruesa puerta de metal en la pared del fondo.

Se acercó a ella, luego miró a través de la pequeña ventana enrejada. Como en el


resto de la casa, no había nadie en la habitación contigua.

Esa habitación, sin embargo, no estaba vacía.

Luke intentó abrir la puerta y se encontró con que el pestillo cedió con bastante
facilidad. Abrió la puerta y entró, inmediatamente sintió que sus fuerzas comenzaban a
desvanecerse. Hematita. El hormigón del suelo estaba mezclado con hematita.

No sólo eso, sino un conjunto de esposas y cadenas para los tobillos estaban
atornillados a la pared. Se acercó a ellos, con una rápida inspección que confirmó que
las cadenas y grilletes también eran de hematita.

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El Club de las Excomulgadas
Sabía de vampiros que se ataban ellos mismos con hematita. Su amigo Sergius,
de hecho, se había encerrado así cuando sentía que su demonio empezaba a estar fuera
de control.

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Pero la única razón por la que un weren tuviera una habitación así sería tener a
un vampiro cautivo.

Luke frunció el ceño, pensando en el otro interesante pedazo de información que


Sara le había proveído: Reinholt le había dicho a Tiberius que su compañera era
humana. Y sin embargo, Sara había encontrado una referencia a una ceremonia de unión
entre él y un vampiro. La ceremonia de entrega había tenido lugar hace unos veinticinco
años.

Sara había tratado de rastrear otras direcciones de Reinholt mediante la búsqueda


de la dirección de la mujer vampiro.

Una buena idea, y Luke agradeció el esfuerzo.

Pero no había dado resultado. De hecho, en cuanto a lo que Sara podía decir, la
mujer vampiro prácticamente había desaparecido. Inocente, tal vez.

Pero mientras Luke miraba alrededor de la habitación con hematita, no pudo


evitar pensar que la desaparición de la vampiro creaba una pregunta muy interesante:
¿qué demonios había estado haciendo Reinholt?

*****

—Santa mierda —dijo Peter, mirando alrededor del interior del hotel Le Bar en
el Four Seasons George V en París—. La División 12 debe tener una cuenta de gastos
mejor que la mía.

—¡Ja! —dijo Everil.

—Me hospedo aquí —admitió Gabriel—. Él lo hace un poco más abajo.

—¿Es cierto?

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El Club de las Excomulgadas
—Una de las ventajas de una educación en el West Texas —dijo Gabriel—.
Oro Negro. Té de Texas.

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Y mientras que había sido conocido en ocasiones siendo generoso con su cuenta
bancaria desbordante, no había dado una patada en lo que al alojamiento de Everil se
refería.

*****

Peter se recostó en una silla tapizada de rojo, luego levantó su whisky y bebió un
buen y largo trago.

—Estoy contento de haberte encontrado. He querido comprobarte. Ver cómo


estabas.

—¿Oíste hablar de todo eso?

Peter se encogió de hombros.

—No los detalles. Sólo que algo salió mal con uno de tus casos.

—¿Qué salió mal? —preguntó Everil.

—¿Quieres hablar de ello?— Peter continuó, ignorando a Everil.

—Demonios, no —dijo Gabriel, mientras los ojos saltones de Everil se


entrecerraban para concentrarse.

Había sido uno de esas historias de homicidios-saliendo-mal que siempre


parecían estar unidos a otra historia sobre un policía cambiando la forma en que
trabajaba o renunciando a la placa por completo.

Gabriel no había renunciado a la insignia, o tal vez lo había hecho. Estaba


seguro como el infierno que había estado tratando de deslizarse cuando se había
solicitado el traslado a Zermatt.

Un homicidio que había salido mal. Sí, eso lo resumía bastante.

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El Club de las Excomulgadas
No es que la parte de homicidio en sí hubiera salido mal. No, la víctima, un tal
Arturo Hernández, había terminado tan muerto como un muerto podía estar, una bala de
plata había sido puesta a través de su corazón weren-gato y su cabeza había sido

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golpeada con una daga de plata sólo para estar seguro. Había sido la investigación la
que había salido mal.

Tan mal... aunque por los números había salido completamente bien. El asesino
había sido encontrado. El asesino había sido procesado. El asesino había sido
condenado a muerte.

Sí, se veía muy bien en el expediente del teniente Gabriel Casavetes. Él había
llamado la atención de los altos mandos, y ¿por qué no? Arturo era un gran problema en
la comunidad weren local, y en torno a la frontera con México, los Therians,
especialmente los hombres gato, eran los reyes. La muerte de Arturo había sacudido a
El Paso hasta la médula, y cuando Gabriel había arrastrado a Jillian Taylor a la sala de
interrogatorios había sido un maldito héroe.

Había salido de allí con un montón de evidencias de siete millas de alto que
demostraban sin ninguna duda razonable de que ella había matado al hijo de puta.

Y había estado tan malditamente orgulloso de sí mismo por haberle puesto los
puntos sobre las íes.

Qué montón de mierda.

Ella lo había matado bien. Pero había tenido una maldita buena razón. Toda una
vida de razones. De abusos. Y de tortura. Pero Gabriel no había seguido esas
direcciones. Había seguido a la víctima, había alineado al sospechoso, y se había
acomodado siguiendo con varios por allí.

Una convicción fácil y Jillian había sido decapitada por sus crímenes. Ella había
muerto... y mientras el abuso y la tortura empezaron a salir a la luz, parte de Gabriel
había muerto, también.

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El Club de las Excomulgadas
Había hecho su trabajo al pie de la letra, y al hacerlo, se había jodido regiamente.

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—Hey, hey, Gabriel —dijo Peter—. No quise enviarte penosamente por el carril
de los recuerdos.

Gabriel hizo un gesto con la mano.

—No. Estoy bien. ¿Y qué hay de ti? ¿Alguna historia de guerra?

Peter tomó otro sorbo de whisky mientras lo consideraba.

—Diablos, ojalá. Es lo mismo de siempre, viejo.

—¿Estás aquí por un caso?

—Reuniendo evidencias. Nada digno para escribir a casa. —Terminó su escocés


—. Aunque, ahora que me tienes pensando, tengo una historia. Une tu rincón del
mundo, que es lo que me hizo pensar en ello.

—Está bien —dijo Gabriel, terminando su ginebra y señalándole a la camarera


para otra ronda—. Entretenme.

—Esta chica loca. Bonita, quiere que compruebe totalmente los jodidos
antecedentes.

—¿De quién?

—No hay causa o razón por lo que puedo ver. Aparte de que son hombres lobo.
Todos y cada uno de ellos. Debo haber hecho decenas para ella. Una de la más reciente
fue un infierno de cosa. Me da esos parámetros, donde el tipo estaba en un año
determinado, si tiene algún tipo de experiencia educativa o laboral. Y si los tienen,
entonces los encuentro para ella. Darle su domicilio, la cosa completa,
¿de acuerdo?

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El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto. —La nuca de Gabriel le hormigueó. La alcanzó para frotársela,
pero la extraña sensación no desapareció—. Entonces, ¿qué pasó?

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—Resulta que el tipo ha pasado a la clandestinidad —dijo Peter.

—¡No puede ser! —Eso salió de Everil, quien estaba apoyado adelante,
bebiendo su Sprite.

—Hace que sea difícil para mí, ¿no? Quiero decir, no me pagarán hasta que
encuentre al tipo. Y dejarme deciros, debo haber saltado a través de más aros de lo que
ha tenido un circo, pero así fue. Lo encontré. Podría estar en la clandestinidad, pero me
enteré de dónde iba a estar. Sólo un par de noches atrás, también. Zermatt. En esa
hermosa ciudad…

El hormigueo se había convertido en una completa sensación premonitoria.


Los detalles eran demasiado similares. Tenía que ser Caris.

Y si lo era, significaba que Gabriel era el más afortunado hijo de puta en el


mundo.

—¿Cuánto tiempo hemos sido amigos, Peter?

Su ceño se frunció mientras su amigo lo calculaba mentalmente.

—No lo sé. Por mucho tiempo.

—¿Alguna vez te he pedido un favor?

—Las probabilidades son buenas de que lo hayas hecho.

—No lo he hecho —dijo Gabriel—. Confía en mí en eso. Pero te pediré uno


ahora.

Peter se movió, viéndose interesado.

—Está bien... ¿Qué necesitas?

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El Club de las Excomulgadas
—Tengo que hacerte una pregunta. Extraoficialmente. La chica para la que
estás cazando al hombre lobo, ¿es Caris?

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—Oh, joder hombre —dijo Peter—. Sabes que no puedo responder a esa
pregunta.

—No hay problema —dijo Gabriel con la más pequeña de las sonrisas—. Ya lo
hiciste.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diecisiete

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—Señor. —Rico lo llamó, la palabra apenas registrándose en Lihter, que se
paseaba, frustrado, tratando de encontrar una forma de evitar lo inevitable. En la manera
de solucionar este maldito lío de mierda.

¿Cómo diablos podía no ser tóxica?

¿Cómo diablos podía ser su sangre ácida y no estar en sus poros filtrándose
como la peste?

La perra estaba todavía inconsciente, aparentemente el nivel de electricidad


había cumplido su función en ella, por lo que ni siquiera podía hacerle sus preguntas.

Necesitaba a Reinholt. Necesitaba a su padre, maldita sea, y a pesar de que había


puesto antenas en todos sus contactos de la PEC antes de que le hubiera llegado la
brillante idea de raptar a la chica, aún no había oído ni una cosa maldita.

—Señor —Esta vez le llegó.

Lihter se volvió y arremetió a su lugarteniente.

—¿Qué?

Rico levantó el teléfono.

—División 12, señor. Su contacto.

Lihter casi no tomó la llamada. Los fae de la División 12 eran una vergüenza
para la población weren. Un medio weren sin ni siquiera una característica que mostrar.
Sin capacidad para cambiar. Ni fuerza. Ni músculos. Y la criatura era condenadamente
molesta, también.

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El Club de las Excomulgadas
Pero estaba decidido a ganarse el camino al Château, y Lihter estaba igualmente
determinado a utilizarlo siempre que el pequeño cretino se permitiera ser utilizado.

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—Everett, ¿no?

—Everil, señor. —Fue la respuesta alta, nasal.

—Hizo circular una petición recientemente. Usted estaba tratando de localizar a


Cyrus Reinholt. Y yo tengo noticias.

Lihter inclinó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba a los cielos. Había dejado
de creer hace mucho tiempo en ningún dios sino excepto en sí mismo, pero
¿y el universo?

Bien, él podría ser una perra cruel. Hoy en día, la perra estaba sonriendo.

—¿Dónde está?

—Uh, bueno, en realidad, está muerto.

La sangre de Lihter se le heló.

—¿Quieres repetir eso?

—Está muerto, señor. Homicidio. En Zermatt. Estoy destinado allí.


¿Recuerda? Por lo menos hasta que usted pueda conseguir que me transfieran a la
División 18 en París.

—Muerto. —El hombre que sabía cómo hacer un maldito híbrido estaba muerto.
Tomó una silla y la lanzó al otro lado de la habitación, rompiéndola en astillas metálicas
y delgadas—. ¿Quién? ¿Quién coño hizo eso?

—Es por eso que estoy llamando. Es… bueno, estamos todavía trabajando en
ello. No quise llamar antes, por si nos habíamos equivocado, pero ahora parece bastante
seguro, y…

215
El Club de las Excomulgadas
—¿Quién fue?

—Caris, señor. Ya sabe, de…

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—Conozco a Caris —dijo Lihter, apenas capaz de pronunciar las palabras más
allá de sus dientes apretados—. Cuéntamelo.

—¿Contarle? ¿Contarle qué, señor?

—Dime por qué diablos crees que ella lo mató. ¿Qué evidencia tienes?

—Oh, bien, por un montón de razones. —Y empezó a recitarlas de un tirón. Ella


había estado en Zermatt. Ella había estado buscando a alguien. Y por años, había estado
buscando sistemáticamente entre los hombres lobo. Había encontrado a docenas, pero
este era al parecer al único que había matado—. Todavía estamos recabando pruebas.

—¿Qué hay del motivo?

—Um, bien, ni idea, señor. —Se aclaró la garganta—. ¿Quiere… quiere que lo
mantenga informado?

—Sí —dijo Lihter, pensando en lo mucho que le gustaría aplastar la vida de la


puta vampiro por arruinar sus planes—. Eso me gustaría mucho.

*****

El Café Chirac parecía la típica cafetería de la Rive Gauche8, con decenas de


estudiantes ocupando las mesitas de fuera. Esta noche caía una ligera lluvia y los
estudiantes estaban en el interior, donde el ambiente era húmedo, ruidoso y lleno de
humo.

Caris fácilmente se empujó más allá de los humanos hasta que llegó al último
asiento de la barra que rodeaba el área del camarero. Un estudiante flaco y americano
estaba sentado allí, siendo evidente su extranjerismo por la boina que

8
N.T: Rivera Izquierda del Sena.

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El Club de las Excomulgadas
llevaba sólo un poco con demasiado garbo, con el cigarrillo de clavo que había
encendido, pero que no había fumado, y por la forma en que escribía en un diario,
buscando en cada minuto más o menos para remojarse con un poco más de ambiente.

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—Muévete —dijo Caris.

Él se retorció en su asiento, alzó la vista hacia ella, y sonrió.

—¿Por ti? Creo que preferiría quedarme —dijo el hombre, con su acento puro de
Brooklyn.

Tiberius dio un paso detrás de él.

—Muévete.

Esta vez el chico se volvió, lo miró, y se fue de allí tan rápido que provocó una
brisa.

Caris frunció el ceño hacia Tiberius.

—Yo estaba manejándolo.

Él se rió entre dientes.

—Hacemos un buen equipo.

Caris no se molestó en responder. Sólo se deslizó en el asiento vacante del tipo.


Después de un momento, vio a uno de los camareros, un alto veinteañero con una perilla
y una esbelta rubia a su lado. Ella estaba metiendo una cuchara en la espuma de un café
con leche y luego se volvió, vio a Caris, y le guiñó un ojo al de la perilla. Entonces ella
salió de detrás de la barra y desapareció entre la multitud. Un momento después, un
pequeño panel de madera de la pared detrás de Caris se abrió, y Caris entró, con
Tiberius pisándole los talones.

217
El Club de las Excomulgadas
El café, con toda su parte delantera como legítimo establecimiento normal,
también pasaba a ser un remedo de bar en la trastienda, un lugar subterráneo donde la
población local de las Sombras llegaba para beber, fumar y pelearse ocasionalmente.

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Y puesto que se trataba de París, la gente tendía a ser werens. Lo cual era
probablemente la razón por la que las cabezas se habían vuelto mientras los dos
vampiros se movían a través de la llena habitación. O eso, o estaban admirando la buena
apariencia de Tiberius y se ganaban su sonrisa.

—¿Lo ves? —Le preguntó Tiberius.

—Todavía no —dijo Caris mientras miraba alrededor, tratando de otear al


hombre lobo que habían visto en el video de seguridad del centro comercial.

Después de haber visto a Naomi tomar el ascensor, Tiberius había hecho que el
jefe de seguridad pusiera las imágenes del garaje de aparcamiento. Dos hombres lobo la
habían agarrado, pero Caris conocía a uno. A Cody. Un pequeño llorón weren que solía
pasar el rato en el Château, dispuesto a hacer cualquier cosa para cualquiera.

Ella oyó el pitido del teléfono de Tiberius, y lo vio dar un paso a un lado para
tomar la llamada mientras continuaba buscando en la habitación a Cody.

—Sabía que no eras más que una puta oportunista. —El insulto, en colorido
francés, provenía de un escuálido weren que cuidaba una cerveza en una mesa cercana.
Se detuvo, y luego se volvió para mirarlo fijamente a los ojos. Él no se inmutó, pero,
obviamente, sus dos amigos, que obviamente tenían un CI 9 alto, deslizaron sus sillas
hacia atrás.

—¿Tienes algo que decirme en la cara?

—Eso es malditamente correcto, puta. —El weren se levantó, tambaleándose un


poco—. Fuiste toda cálida y acogedora con Gunnolf cuando

9
N.T: Coeficiente Intelectual.

218
El Club de las Excomulgadas
estuvo en su apogeo. Pero ahora que Lihter ha asumido el control, te vas corriendo a la
Banda del Colmillo. Siempre supe que no eras nada más que una puta oportunista. —
Escupió, y un pegote de eso aterrizó en su mejilla.

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Su cuerpo se tensó, con su furia creciente.

—Si fuera oportunista —dijo ella—, entonces ¿por qué rayos no estoy en la
cama de Lihter?

—Porque él no quiere a las vampiras sucias y putas. No es un traidor a nuestra


especie como lo era Gunnolf. —Dio un paso vacilante hacia ella—. ¿Crees que fue la
pierna de Gunnolf lo que lo derribó? No fue eso. Fuiste tú.

Eso fue todo. Ella atacó, golpeando un puñetazo en el intestino de él, y cuando
se dobló para tomar aire, ella subió su rodilla y se la clavó en las bolas. Él aulló,
comenzando a caer, y ella agarró la parte trasera de su camisa, lista para lanzar al
insolente bastardo a través de la habitación, excepto que otro weren se había adelantado
y estaba bloqueando su camino.

Maldita sea. ¿Acaso la gente no tenía modales en estos días?

El chico nuevo en la pelea había traído juguetes, y movió su cuchillo hacia ella,
con su boca cortada en una mueca.

—Disfrutaré esto, vampiro. Deberías haber sabido que no serías bienvenida aquí
nunca más.

—Lo siento —dijo ella—. No recibí el memorándum.

Él se lanzó, y ella se dio la vuelta, manteniendo su mano en el primer weren


usándolo como ariete para derribar la espalda del segundo tipo. Él se fue dando tumbos,
chocando contra una mesa y con las jarras de cerveza que se derramaron. Los dos weren
allí sentados empujaron sus sillas hacia atrás y se quedaron de pie mientras su segundo
atacante se deslizaba por el ahora resbaladizo suelo y caía sobre su trasero sin valor.

219
El Club de las Excomulgadas
Su némesis se tomó por primera vez el tiempo para volverse superior sobre ella,
y salió de su posición encogida con un cuchillo en la mano, con su cara todavía
contorsionada por el dolor.

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—No seas tonto —le dijo. Pero lo fue.

Ellos siempre lo eran.

Él se dirigió aprisa hacia ella, y ella se movió con vampírica velocidad,


desarmándolo incluso mientras giraba sobre él.

Su cuchillo estaba ahora en la garganta de él, y ella presionó la cuchilla


firmemente contra su piel.

—¿Afilaste esto últimamente? ¿Crees que podría cortarte si deslizo mi muñeca?

Él se tensó en sus brazos, pero al parecer había ganado unos cuantos puntos de
coeficiente intelectual, porque fue lo suficientemente inteligente como para no decir
nada. Ella empujó el cuchillo apretándolo, lo suficiente como para dejar una delgada
línea de sangre creciente, y luego lo tiró, incluso cuando lo empujaba hacia adelante.

—Vete —dijo ella—. Ahora.

Una vez más el crédito de su inteligencia fue cada vez mayor, y él hizo lo que le
había dicho, corriendo por la puerta con su amigo, y deteniéndose sólo el tiempo
suficiente como para dispararle una mirada asesina desde la puerta.

—Yo también te amo —dijo ella, y meneó sus dedos diciéndole adiós. A unos
metros de distancia, Tiberius estaba casualmente apoyado contra el lado de una cabina
vacía, con su teléfono en el bolsillo.

—Gracias por la ayuda —dijo ella.

—¿Necesitabas ayuda? Te veías perfectamente capaz desde donde estaba.

220
El Club de las Excomulgadas
Ella lo miró duro.

—Siempre lo fui.

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Ella vio la chispa vieja de discusión en sus ojos, y se maldijo en silencio.
Ahora realmente no era el momento. Ella se encogió de hombros.

—De dónde yo vengo es de buena educación ayudar a una chica a derribar a su


enemigo —dijo ligeramente.

Él asintió, aceptando su tregua.

—¿Lo intentamos otra vez? —Él hizo un giro lento alrededor del bar,
observando todos los rostros weren que estaban mirando hacia ellos con expresiones
que sugerían que realmente preferirían estar en otro lugar—. ¿Qué tal una señal? ¿Cómo
una palabra de seguridad para decirme cuándo quieres que salte?

—Buena idea. ¿Qué tal bastardo?

Él presionó un dedo en su barbilla como si estuviera considerándolo.

—Pegadiza, pero no estoy seguro de que capte la esencia de mí.

Ella se echó a reír, y rápidamente se dio la vuelta, no queriendo que viera su


rostro. No queriendo que se diera cuenta de que ni por un segundo lo había dejado pasar
a través de las grietas.

Detrás de ella, él se movió hacia delante, con pasos firmes y planos en el suelo
de madera.

—¿Nuestro chico? —preguntó él, por suerte todo negocios.

—Todavía no lo he visto.

Ella dio un paso, con la intención de irse. Este no era el único bar en el cual los
lugareños se colgaban dentro.

221
El Club de las Excomulgadas
Entonces se detuvo. Porque allí estaba él, sentado en el bar. Un weren flaco, con
gafas.

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Lo señaló con el dedo, luego ladeó la cabeza hacia el pasillo que conducía a la
parte trasera, a una puerta y al callejón.

—Mierda, Caris —dijo él.

—No te quejes, Cody. No es halagador.

—¿Qué te he hecho a ti?

—Estoy segura de que puedo pensar en algo. —Ella se acercó—. Podemos hacer
esto dentro o fuera. Elige.

—Me matarían si hablo contigo. ¿Crees que quiero que todos piensen que soy
leal a Gunnolf? O peor —añadió, levantando la vista hacia Tiberius—, ¿a él?

Ella hizo un puño y lo golpeó duro en la cara, rompiendo su nariz.

—¡Mierda!

Lo agarró del brazo y tiró de él fuera del bar.

—Ahora sabrán que no te gusto —dijo ella, y lo arrastró por el pasillo. Tan
pronto como llegaron al callejón, Caris estrelló a Cody contra la pared de ladrillo—
. ¿Dónde está él? —Exigió ella—. ¿Dónde está Lihter?

—Bien, caramba, caramba, Caris. Cuando él y yo estábamos tomando el té en la


mansión el otro día, me dio una copia de su agenda semanal. Déjame comprobarla por
ti.

Ella fue directa hacia su cara, trabajando duro para aferrarse a su control. La luna
era creciente, y en el interior, el lobo estaba subiendo. Y en ese momento, quería
desquitarse con alguien.

De verdad, de verdad lo deseó.

222
El Club de las Excomulgadas
—No te hagas el tonto conmigo.

—Mierda, no me lo hago. No sé dónde está. ¡Lo juro!

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—¿Dónde le llevaste a la chica?

—¿Cuál chica?

—Frankfurt. Zeilgalerie. ¿Te suena algo?

—¿Eso fue por Lihter? Mierda.

—Entonces, ¿dónde está?

—Honestamente, no lo sé. Sólo me contrataron. A mí y a Jacob.

—Está bien. ¿Dónde está Jacob?

Los ojos de Cody se agrandaron.

—Está muerto. Santa puta mierda, ella lo mató.

Caris lanzó una mirada inquisitiva hacia Tiberius.

—¿Naomi mató a tu compañero?

—No era mi compañero. Los dos fuimos contratados, ¿sabes? Nunca habíamos
trabajado juntos antes. Se supone que era algo simple de agarrar. ¡Mira lo que la perra
me hizo! —Se rasgó la camisa, y Caris vio la fea cicatriz en su abdomen, como si su
carne hubiera sido quemada.

Ella dio un paso atrás, con el miedo mezclado con su creciente poder de lobo.
No. No podía ser...

—¿Cómo la conseguiste? —preguntó ella, con voz tensa.

—La sangre de la perra —dijo él—. Quema jodidamente.

223
El Club de las Excomulgadas
A su lado, Tiberius se puso rígido. Ella hizo lo mismo. Esto era malo. De
repente, se había vuelto real, realmente malo.

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—¿Por qué? —Le preguntó Caris.

—¿Cómo diablos voy a saberlo? Ella es una especie de demonio que nunca
conocí antes. Tal vez estaba tomando algunos medicamentos raros. Todo lo que sé es
que se cortó su propia muñeca y quemó la cara de Jacob, luego se las arregló para
apuñalarlo en el corazón con una estaca de plata. Consiguió un pedazo de mí, también,
antes de que me las arreglara para tranquilizarla.

No sabía lo que ella era. Pero Caris lo sabía. Mierda, Caris sabía exactamente lo
que Naomi era.

—¿Dónde está ella ahora?

—No lo sé.

—Maldita sea, Cody, ¡realmente estás tentando mi paciencia!

—¡De verdad no lo sé!

—Basta. —Tiberius agarró al weren y lo hizo girar hasta que cayó al suelo,
mientras él se agachaba. Hizo que Cody se abriera encima de su pierna, y presionó sus
hombros y caderas—. ¿Cuánto valoras tu columna vertebral, weren? —Le preguntó.

—Por favor, por favor—gritó Cody—. Fui el sicario. ¿Qué? ¿Crees que Lihter
me llamaría para compartir la gran noticia? ¡Ni siquiera sabía que la perra quemaba!

—¿Quién te contrató? —Preguntó Caris.

—No me acuerdo, quiero decir, ¡sí me acuerdo! ¡Sí! —dijo mientras Tiberius
aplicaba presión—. Se llama Duggin. Le entregamos la chica a él.

224
El Club de las Excomulgadas
—¿Dónde? —preguntó Tiberius.

—A las afueras de Munich. Él tiene una casa. No sé lo que hizo con ella

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después. Juro que no lo sé.

Ella miró su cara, y luego a Tiberius, quien asintió.

—Está bien. Aprecio la información.

Tiberius la miró a los ojos, y luego rompió la columna del weren. Se levantó, y
el cuerpo sin vida de Cody cayó al suelo.

—No sabía lo que era ella —dijo Caris.

—Pero es una historia demasiado buena para que no se extienda. ¿La mujer con
ácido en la sangre? Alguien lo podría escuchar. Y alguien más inteligente que él lo
sabría.

—Y habría pánico —dijo ella con dureza—. Créeme. Lo entiendo. ¿Cómo no iba
a hacerlo? —Lo miró a los ojos—. Soy lo que asusta al mundo. Caray, soy la que te
asustó incluso a ti.

—Eres un arma, Caris —dijo Tiberius—. O podrías ser utilizada como una.

Ella lo miró fijamente, sin saber a dónde quería llegar con eso.

—Sí, claro. Supongo. Una herramienta caminante de una guerra biológica.


Pero…

—Slater llamó —dijo Tiberius—. Siguió al lugarteniente de Bovil. El rumor en


la calle es que Lihter ha conseguido un arma.

Las palabras se dispararon a través de ella, con su efecto casi doloroso.

—Naomi —susurró—. Él extenderá la plaga por el mundo.

225
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Dieciocho

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Un híbrido. La peste.

Querido Dios, ¿cómo podía ser cierto?

Dentro de ella, el demonio y el lobo lucharon por el poder, los dos peleando por
la voluntad que era de Caris, sólo Caris.

Ella caminó por el callejón, sin preocuparse por que Tiberius estuviera
mirándola. Tenía que concentrarse. Tenía que controlarse.

Habían pasado años desde que había llegado a estar tan cerca de dejar salir al
lobo cuando no había luna llena. En luna llena, no tenía otra maldita opción.

Pero Gunnolf le había enseñado. Maldita sea, sabía qué hacer.

Pateó un bote de basura y lo envió a volar.

Lucha. Golpea.

Pega. Gánale.

Pero no había nada con que pelear, y no había nadie a quien golpear. No,
excepto a Tiberius, y oh, Dios...

—Caris… —Estaba justo en frente de ella.

—No —dijo ella—. Tengo que… tengo que…

Ve al revés. A un lugar de paz. Cálmalos, no alimentes su rabia.

—No puedo. No puedo. —Le dijo a las voces en su cabeza. Estaba caminando
en círculo, muy consciente de que Tiberius estaba mirándola. Bien consciente de que
debía parecer un monstruo y que él correría. Que la dejaría aquí.

226
El Club de las Excomulgadas
Que malditamente la abandonaría una vez más.

—Caris —dijo de nuevo, esta vez agarrando su hombro—. ¿Qué necesitas?

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—Tengo que pelear —dijo—. No. No. —Eso no estaba bien. Si peleaba, sólo se
haría más grande. Esta vez era diferente, se preocupaba más que por ella misma—. No.
Necesito calmarlo.

—¿Cómo? ¿Cómo puedo ayudar?

—¿Ayudar?

Esa sola palabra detuvo sus pies.

—Sí. Ayudar. ¿Qué puedo hacer?

Ella miró su cara a través de la bruma de su lucha. Pasó el chasquido del lobo y
el gruñido del demonio. No había repugnancia en sus ojos. Ni recriminación. Ningún
miedo.

Sólo calor. Por ella.

En su interior, el demonio se movió, calmándose muy ligeramente.

—Yo...yo necesito concentrarme. ¿Puedes sentarte conmigo?

No esperó una respuesta. Por supuesto que él haría lo que ella necesitara. Se dejó
caer en el suelo y se sentó en la posición del Loto en el asfalto duro.

Él se sentó frente a ella. Extendió sus manos, y ella las tomó.

Y entonces cerró los ojos y se concentró, moviendo sus pensamientos hacia su


interior. Encontrando las partes que despreciaba, pero que nunca había podido cortar
para sacarlas: al lobo, al demonio. Habló con ellos. Les susurró. Les dijo que se
calmaran. Les dijo que ella estaba a cargo.

Y a pesar de todo, Tiberius le sostenía las manos y le daba su fuerza.

227
El Club de las Excomulgadas
No sabía cuánto tiempo le tomaría, pero sabía que no importaba. Él la ayudaría
en esto.

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Y se quedaría con ella hasta el final.

*****

A medida que la limusina alquilada aceleraba hacia el sector privado del


aeródromo, Tiberius le ladró órdenes en su teléfono a Luke y a Slater, a ambos de los
cuales tenía en conferencia. Tenía el cristal de aislamiento arriba por lo que el chofer no
podía oír, pero había puesto el teléfono en altavoz y Caris se inclinaba hacia adelante,
aferrándose a cada palabra.

Había vuelto en sí misma de nuevo, con su lobo calmado y su demonio bajo


control.

Había estado aterrorizado cuando la había visto de esa manera, con su propio
demonio elevándose por el miedo.

Y no era miedo a la infección. No, su preocupación era puramente por ella. Que
después de haber mantenido ese control firmemente durante tantos años, lo pudiera
perder tan violenta y rápidamente que confundiera su cabeza, minara su confianza. Eso
podría hacer que ella huyera de él y que volviera a Gunnolf por el tipo de ayuda que
Tiberius simplemente no era capaz de darle.

No quería que se fuera, se daba cuenta.

No estaba del todo seguro de qué hacer con esa revelación, por lo que por el
momento la escondió lejos y simplemente disfrutó del hecho de que su salida no era un
problema. Ella no necesitaría correr hacia Gunnolf. Había luchado por sí misma.

—Luché. —Le había dicho ella después—. La lucha es el único camino para
ganar. Esa es una de las razones por las que hice tanto trabajo en el terreno para
Gunnolf. Debido a que en las batallas mantenía al lobo controlado.

228
El Club de las Excomulgadas
—No peleaste en el callejón.

—Has estudiado suficiente filosofía para saber que no todas las peleas son con

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los puños.

Él tuvo que reconocer el punto.

Ella había tomado su mano y la había apretado entonces.

—No podría haberlo hecho sin tu fuerza. Gracias.

—No hay necesidad —dijo él—. Pero de nada.

Ella no había liberado su mano, y él no había querido tirar de la suya para


liberarla. Así que torpemente había utilizado su mano izquierda para llamar al coche.

Una vez en la limusina, había llamado a Luke y a Slater.

Había hablado con los dos sólo unos pocos minutos antes, cuando él y Caris se
encontraban en el bar. En ese momento, las noticias de Slater sobre el arma de Lihter
habían eclipsado el informe de Luke sobre la casa con los grilletes de hematita de
Reinholt y las noticias de la extraña compañera vampiro de Reinholt. La noticia del
arma se mantenía como la máxima prioridad.

—Quiero al Kyne, quiero seguridad en la Alianza, y quiero a cada división de la


PEC buscando al hijo de puta. Hemos confirmado el rumor de que ha adquirido un
arma. Está armado, y está listo, y podría usarla en cualquier momento. No tenemos el
lujo del tiempo en esto. Pero es necesario trabajar extraoficialmente. Reducir la
probabilidad de que Lihter sepa lo que sabemos. Nos moveremos en silencio pero
rápido, y tal vez tengamos suerte.

—Así será —dijo Luke a través del altavoz.

—Mantendremos a los werens fuera del circuito, al menos durante tanto tiempo
como sea posible.

229
El Club de las Excomulgadas
—Bien. Y aunque creemos que está en Europa, no podemos estar seguros.
La búsqueda tiene que ser global.

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—Entendido —dijo Slater.

—¿Qué arma ha adquirido? —Luke preguntó.

Tiberius vaciló.

—A un híbrido.

Oyó silbar a Slater.

Tiberius miró a Caris, que estaba sentada rígida, con las manos apretadas a su
lado.

—Esa información es para vuestros oídos solamente. Si se corre la voz de que


un híbrido anda por ahí, habrá pánico.

—Entendido.

—Se supone que ha desarrollado algún sistema para soltar la toxina —dijo
Tiberius—. Tal vez tiene a humanos cautivos que va a infectar y a soltar en lugares
poblados. Tal vez ha averiguado la manera de meter la mierda en latas de aerosol. No lo
sabemos.

—Podría soltarlo en cualquier momento —dijo Luke.

—Pero no lo hará —dijo Caris—. Todavía no.

—¿Por qué demonios no? —preguntó Luke.

—Porque todas las historias sobre los híbridos dejan una cosa clara: el virus está
en su punto más infeccioso durante la luna llena.

—Así que probablemente está esperando —dijo Slater.

230
El Club de las Excomulgadas
—Es una buena apuesta —dijo Caris—. Aunque no se puede contar con
ello.

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—Tres días —dijo Luke—. Hay una Luna llena en tres días.

Caris encontró los ojos de Tiberius.

—Sí —dijo ella—. Lo sé.

La limusina entró en el campo de aviación y pusieron fin a la llamada. El avión


era privado, un jet propiedad de la Alianza, y Tiberius ya les había dado el plan de
vuelo. Apenas eran menos de las dos de la mañana y había viento de cola, por lo que
llegarían a Munich en aproximadamente cuatro horas, y tendrían un par de horas de
oscuridad para localizar a Duggin antes de que tuvieran que encontrar un refugio para el
día.

Era en momentos como ese cuando Tiberius sentía la debilidad de su especie. El


maldito sol. La compensación por la fuerza y la potencia transformadora. Había vivido
con esa realidad por miles de años. Hoy se daba cuenta de qué pesada carga podía ser.

—Lo que me parece tan increíble —dijo él, mientras se acomodaban en sus
asientos en el pequeño avión—. Es que haya convertido a su propia hija en un híbrido.

Caris negó lentamente.

—Tal vez no lo hizo.

Tiberius miró su rostro. Estaba tenso, como si estuviera conteniendo una


explosión.

—¿De qué hablas?

—No creo que él haya vuelto a su hija un híbrido —dijo—. Creo que convirtió a
su esposa.

231
El Club de las Excomulgadas
—No entiendo —dijo Tiberius.

Caris se pasó los dedos por el pelo.

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—Luke habló sobre los registros de la mujer desaparecida, ¿no? Cerca de...
¿Qué…? ¿Veinte años? ¿Dieciocho?

Tiberius había transmitido esa información a Caris mientras esperaban a la


limusina.

—Así es. ¿Y?

—Fue cuando me capturaron y experimentaron conmigo. Y el experimento


funcionó. Eso significa que estaba dispuesto a convertir la teoría en una práctica.

—¿Crees que convirtió a su esposa dieciocho años atrás?

—Así es. Cuando me hizo… cuando me mantuvo cautiva, me dijo que tenía que
hacerlo bien. Que yo estaba ayudándolo. Que eso lo hacía por amor. —Se estremeció,
como si algo se arrastrara vilmente por su columna.

—Entonces, ¿cómo Naomi se convirtió en un híbrido? —Tenía la sensación de


que ella sabía la respuesta, y el pensamiento le dolió.

—Creo que ella nació de esa manera.

Tiberius ladeó la cabeza.

—Te sigo —admitió—. Pero hay un problema. Las mujeres vampiro no pueden
quedarse embarazadas.

—No —dijo Caris—. No pueden. —Levantó su mano—. Tengo una idea sobre
eso, también. Pásame el teléfono.

Lo hizo, y ella marcó, y luego empujó el botón para poner el teléfono en


altavoz. Después de un momento, una voz reconocida por Tiberius respondió:

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El Club de las Excomulgadas
Orion. Un humano en el árbol genealógico de la familia de Caris. Un descendiente de
Horatius. El último descendiente humano, en realidad.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—Estoy con Tiberius —dijo Caris—. Necesitamos tu ayuda.

—Por supuesto. Claro. Espera. —Un sonido pesado resonó a través del teléfono,
junto con voces ilegibles. Un club de algún tipo. Hubo una pausa, y unos pies se
arrastraron, y luego el ruido de fondo se aclaró—. Lo siento. Estoy fuera ahora. Más
tranquilo. ¿Qué pasa?

—Reinholt —dijo Caris—. Tengo una teoría. Necesitamos tu ayuda para darle
forma.

—Uh. Está bien.

—¿Puedo tener hijos?

Tiberius la miró boquiabierto. Por el silencio al otro extremo del teléfono,


asumió que Orion estaba haciendo lo mismo.

—Puedes… ¿eh?

—Es una pregunta simple. ¿Puedo tener un hijo?

—Oh. Bien, guau. Es, uh, ¿Hay algo que debería saber?

—Orion.

—Bien. Claro. Bueno, he hecho pruebas con tu sangre, Caris, pero nunca he
hecho ese tipo de examen. Pero pensemos en ello. Cuando fuiste convertida en vampiro,
moriste. Y eso significa que los óvulos también murieron.

—Es por eso que las vampiros no se pueden quedar embarazadas.

—Exactamente —dijo él.

233
El Club de las Excomulgadas
—Pero los hombres vampiros pueden engendrar un hijo —dijo Tiberius—.
Conozco a varios que han dejado embarazadas a mujeres humanas. Sus hijos son
dhampires, poseedores de la fuerza, pero sin la inmortalidad o la alergia al sol.

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—Eso es porque los hombres funcionan diferente a las chicas —dijo Orion—
. Una niña nace con todos los óvulos que siempre tendrá. Los chicos hacen esperma
todo el tiempo. Así que si un hombre es convertido en vampiro, ese lote de esperma
muere. Pero cuando sangre fresca fluye a través de él, es como si su cuerpo fuera
devuelto a la vida, ¿no? Y un vampiro que ha sido alimentado recientemente puede
tener un buen suministro de fuerte y sano esperma.

—Está bien —dijo Tiberius. Miró a Caris—. Sigue adelante.

—Eso es más o menos todo. Chicas vampiro, no bebés. Chicos vampiros,


bebés.

—Mi pregunta fue acerca de mí —dijo Caris.

—Bien, tú eres un enigma, ¿verdad? Comenzaste como vampiro, pero luego


fuiste convertida en weren, también. Y lo que pasa con la biología de los weren es que
sus células se reparan. Así es como pueden cambiar de nuevo y seguir adelante sin que
sus cuerpos se desgasten. Y es por eso que son esencialmente inmortales. Pero no son
inmortales. Aunque sus vidas son tan largas que bien podrían serlo.

—Así que estás diciendo que mis óvulos podrían haberse regenerado.

—Estoy diciendo que es posible. No hay manera de saberlo con certeza sin
tomar una muestra, pero no me sorprendería. Así que, ¿por qué? ¿Estás haciendo un
poco de planificación familiar? Porque, honestamente, tienes problemas que resolver
antes de dar ese tipo de paso.

—Orion.

—Bien. Lo siento. Sólo buscaba aligerar un poco el tema. —Se aclaró la


garganta—. ¿Así que hemos terminado?

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El Club de las Excomulgadas
—Sí —dijo Caris.

—No. —Lo interrumpió Tiberius—. Orion, Caris no es la única híbrido.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Lihter ha encontrado a otra.

—Santa Mierda.

—Esa es una evaluación justa, sí. Necesito saber si se ha hecho algún progreso
en una cura. En una vacuna. Lo que sea. Si Naomi cambia… si la toxina sale… será
muy malo.

—Nada en concreto —dijo Orion. Desde su asiento, Caris estaba mirando


fijamente a Tiberius, su cabeza estaba inclinada y sus ojos entornados. Él miró a otro
lado, centrándose en las palabras de Orion—. Pero creo que tengo alguna pista de unos
documentos de la PEC en España. Algo realmente interesante de la Edad Media.

—Cuéntame.

—Entonces la peste estaba azotando, ¿verdad? Y todos estos vampiros


muriéndose. Los humanos, también, ¿verdad? Y ahí hay un hombre, que está muy mal.
Con las úlceras abiertas, y todo el tinglado. Y esperando en cualquier momento caer
muerto.

—Ya que me estás contando esta historia, supongo que no lo hizo.

—Así es. Fue convertido. Un vampiro llegó, todo infectado y supurando. E hizo
todo lo de la mordida, con la rutina de chupar. Así que nuestro humano muere, ¿no?

—Orion, ¿hay un punto en esta historia? —Caris preguntó.

—Escucha. El humano muere, y entonces despierta unas horas más tarde


como vampiro.

—¿Y luego qué? —preguntó ella—. ¿Hizo poof?

235
El Club de las Excomulgadas
Como los humanos, los vampiros infectados sufrieron con la Muerte Negra, con
las heridas abiertas y con la horrible decoloración. A diferencia de los humanos, no
dejaban cadáveres hediondos cuando morían. Se desintegraba en montones de polvo.

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—No sólo no hizo poof, sino que él fue quien escribió la historia.

Tiberius se sentó un poco más derecho mientras las palabras de Orion daban en
el blanco.

—¿Estás diciendo que todos los vampiros se estaban muriendo por la peste, pero
este recién cambiado no lo hizo?

—Exactamente.

Caris miró del teléfono a Tiberius y se encogió de hombros.

—¿Y?

Orion suspiró, largo y tenso.

—Él sobrevivió, Caris. Durante un período de tiempo estuvo muerto, y luego


sobrevivió a la peste. Y ¿en qué estoy gastando todo mi tiempo libre?

—Tratando de encontrar una manera de curarme —dijo ella, aunque sus ojos
estaban fijos en Tiberius mientras hablaba—. O una manera de vacunar o curar al
mundo.

—Exactamente.

—Y eso es como una pista.

—No es como una pista. Es una pista. Él murió, y algo acerca de ese proceso le
dio la capacidad para combatir al virus cuando se le despertó. Es impresionante.

—Has hecho un buen trabajo Orion —dijo Tiberius—. Sigue trabajando. Ya


sabes dónde encontrarme. En cualquier momento, de día o de noche.

236
El Club de las Excomulgadas
—Lo tengo —dijo Orion, luego cortó la llamada. Y Tiberius quedó frente a
Caris, que lo miraba con algo parecido al shock.

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—¿Has estado en contacto con Orion?

—Está en tu línea familiar. Me tomo mi obligación en serio.

—Has vigilado a los humanos de la familia antes sin ponerte en contacto con
ellos —dijo ella—. ¿Has estado hablando de sus investigaciones con él? ¿Su
investigación acerca de mí?

—Todo esto es parte de vigilarte, de cuidarte —dijo él—. Pero para responder a
tu pregunta concreta, no. No he estado discutiendo la investigación con él. Lo he estado
financiando.

*****

Las palabras de Tiberius se curvaron alrededor de ella, aferrándose a ella como


una manta caliente. Quería acercarla, deleitarse en eso. Y sin embargo, al mismo
tiempo, ese calor, esa protección, iba en contra de todo lo que había creído durante casi
veinte años. Se trataba de un cambio incómodo en la realidad.

Pero no podía negar el hecho de que le gustaba la forma en que esta nueva
realidad se sentía.

Cuando había luchado contra el cambio en el callejón, temió que él la rechazara


por ser ella. Por lo que era. Por el duro recordatorio de que la sangre weren ahora fluía a
través de ella, especialmente teniendo en cuenta su pasado, cómo él había sufrido a
manos de Claudius. Pero no había habido ninguna repugnancia. En su lugar, él se había
concentrado en ayudarla. Y cuando todo hubo acabado, la emoción primitiva en su
rostro había sido de orgullo.

La había humillado.

—¿Gunnolf te enseñó eso? —Le había preguntado en el callejón.

237
El Club de las Excomulgadas
—Lo hizo. Él me enseñó mucho. Yo estaba perdida, y él me trajo de vuelta.
—Tan pronto como las palabras fueron dichas, ella deseó poder tomarlas de regreso.
Recordarle el tiempo que había pasado con su enemigo parecía imprudente. Y sin

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embargo, una vez más, él la sorprendió, diciéndole que sólo se alegraba de que hubiera
tenido a alguien que hubiera podido ayudarla a salir adelante.

Él estaba lleno de sorpresas últimamente. No era menos de la bomba que


acababa de dejar caer sobre la investigación de Orion.

—¿Todo este tiempo? —preguntó ella, necesitando estar segura de que entendía
—. ¿Has estado financiando la investigación de Orion por todos estos años?

—¿De verdad crees que la PEC estaba pagando por ello?

—Yo...yo nunca había pensado en ello.

—Lo hice—dijo él—. Hice un juramento de protegerte, Caris. Como un híbrido


estás intrínsecamente en peligro.

Ella se lamió los labios, con esa cobija caliente empezando a relajarla.

—Por supuesto. Tu juramento.

—No —dijo él, tomando su mano. Ella miró sus dedos entrelazados, después,
retrocedió a sus ojos—. El juramento existe, sí. Y no voy a romperlo. Pero incluso si no
te debiera ese vínculo, habría hecho esto por ti.

—¿Por qué? —Tuvo que forzar la voz a través de sus labios porque tenía miedo
de hacer la pregunta.

—Eres el amor de mi vida —dijo él, con las palabras como un puño alrededor de
su corazón—. El amor puede ser interrumpido. Puede romperse. Incluso puede ser
traicionado. Pero no puede borrarse.

238
El Club de las Excomulgadas
No confiaba en sí misma para hablar. En lugar de eso asintió. Sus palabras la
habían conmovido, no lo podía negar. Pero todavía no estaba segura de si quería sentirse
conmovida. Él la había cortado profundamente cuando la había desterrado, y ella había

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alimentado esa herida durante años. Eso no podía desaparecer de golpe. Ni siquiera
estaba segura de querer que sucediera.

Poco a poco, ella tiró de su mano libre.

Él esperó un instante, y luego retiró la suya también.

Ella se dio la vuelta, con miedo de que su rostro revelara demasiado.

—¿Con cuántos piensas que él probó antes que yo? —preguntó ella.

—Docenas, por lo menos —dijo él sin vacilar. Como siempre, él la entendía con
una extraña conciencia—. Tal vez aún más. Es innegable que hacer un híbrido es difícil.
Si hubo alguna vez un cuerpo de conocimiento sobre cómo se hace, se ha perdido hace
mucho tiempo.

—Bastardo.

—Tuviste tu venganza —dijo él—. Para ti, y para ellos.

Ella asintió, recordando con placer la forma en que Reinholt había caído. La
forma en que había manchado la nieve. Se volvió hacia Tiberius.

—Te pedí disculpas en Londres por haber matado a tu soplón. No lo decía en


serio. Lo quería muerto, y me alegro.

—Lo sé —dijo él, y hubo un amago de sonrisa en sus labios. Él juntó las palmas,
luego llevó sus dedos bajo su barbilla. Lo había visto hacer eso muchas veces antes, y
sabía lo que significaba.

—Estás pensando en algo. ¿En qué?

—Quiero que bebas de mí.

239
El Club de las Excomulgadas
Eso no era lo que ella había estado esperando.

—¿Perdón?

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—Ya me oíste, Caris.

Así había sido. Pensó en cerrar su boca sobre su muñeca. De la intimidad del
estar conectados así. Del sabor de él, del olor.

Ella se estremeció.

—¿Por qué?

—Él secuestró a un híbrido. Tú eres un híbrido.

—Ah, ¿hola? No estoy en condiciones de conseguir ser secuestrada en este


momento. Por no hablar del hecho de que creo que un híbrido es suficiente, incluso para
un psicópata mal inclinado en la destrucción del mundo. Y no olvidemos el hecho de
que nadie sabe que soy un híbrido, y menos Lihter.

—Todas cosas buenas —dijo Tiberius—. Pero no llegué a donde estoy hoy por
no prepararme por lo peor.

—¿Y dónde es eso exactamente?

—Lo sabes perfectamente bien.

Ella se echó hacia atrás.

—Así es. Política.

—Estás enfadada porque crees que elegí mi puesto político sobre ti.

—Tú mismo me dijiste que lo habías hecho.

—Así es. Pero eso no fue todo.

Ella se movió para poder mirarlo más directamente.

240
El Club de las Excomulgadas
—Cuéntame.

—Juré proteger a mi gente, pero Caris, tú eras una de esas personas, también. Te

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fallé.

—No, tú…

—Por favor. Para bien o para mal, sentí como si te hubiera fallado. Al mismo
tiempo, estaba enfadado, enfadado contigo por salir corriendo por tu cuenta. Con tu
atacante, por haberte transformado. Con el mundo. Tuve que tomar una decisión. Y la
única información que tenía vino del pasado. De los híbridos que cazamos. De las
plagas que azotaron la tierra.

—Y por eso me desterraste.

—Y debí haberte matado. —Su boca se detuvo en una pequeña mueca—.


¿Ves la ironía? Te desterré para poder salvar a mi pueblo. Y sin embargo, te dejé en
libertad. Si no hubieras estado tan afectada podías haber caminado de regreso a Londres
y habernos destruido a todos.

—Nunca habría hecho eso.

—Y yo lo sabía. Incluso en mi conmoción e ira, sabía que no tenías intención de


matar a Giorgius. Que estabas horrorizada por lo que había pasado. Y que encontrarías a
alguien que pudiera enseñarte a controlarlo. —Él tenía razón. Él tenía toda la razón—.
Y por eso te dejé ir. Te di al mundo, y encontraste a alguien que te ayudó. Estoy muy
agradecido con Gunnolf, y sin embargo nunca lo odié más de lo que hice cuando te
tomó.

Ella se lamió los labios.

—Esa es una mezcla complicada de emociones.

—Suenas sorprendida. ¿Estás sugiriendo que soy superficial?

Ella se echó a reír.

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El Club de las Excomulgadas
—No, en absoluto. —Ladeó la cabeza para mirarlo de nuevo, un nuevo
pensamiento se le ocurrió—. Todo el tiempo que estuvimos juntos, yo estuve allí
contigo persiguiendo la pelota política.

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—Estuviste. Echo eso de menos.

—Sí, bueno, nunca podremos conseguir eso de nuevo. No tendrías una


oportunidad en el infierno de conseguir el voto vampiro con una traidora que
supuestamente dormía con Gunnolf a su lado.

Podía decir por su expresión que decía la verdad. Una verdad que dejó un
agujero repugnante en su estómago. Porque era cierto. Y él era un político. Un líder
nato. Y eso significaba que se encontraban en un callejón sin salida sólido como una
roca.

Pero ella lo pensaría más tarde. Porque pensar en ello ahora sólo conduciría a su
locura.

—¿Qué dijiste acerca de la política?

—Oh. Claro. Estuve allí contigo, y me contaste las historias sobre tu herencia y
tu sangre real. Y entiendo cómo te identificas con las personas que representas debido a
tus años en la mina. Pero acabo de darme cuenta hoy del propósito.

—¿Qué quieres decir?

—Lihter —dijo ella simplemente—. Él es la razón por la que la Alianza necesita


a hombres como tú. A hombres con una conciencia y un código. Porque sin ti para
sostener la primera línea, él se iría profundo y más profundo hasta que tarde o temprano
los Lihters se hicieran cargo y estaríamos viviendo en el infierno.

—En las Edades Oscuras, en realidad. Fue antes de tu tiempo, pero acabas de
describir con precisión lo que pasó. Tomó muchos siglos y a muchos hombres

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El Club de las Excomulgadas
decididos sacarnos de esos momentos horribles. Como dices, los hombres de mi
posición son los vigilantes. La primera línea de defensa.

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Ella sonrió.

—Eso es muy noble.

Él la miró a los ojos, sosteniéndoselos, y ella sintió su aliento engancharse.

—Bebe —dijo él—. Si sucede lo peor, quiero poder encontrarte.

—Te das cuenta de que simplemente puedes rastrear mi móvil —bromeó ella—.
Vosotros, los vampiros, siempre viviendo en el pasado. Conseguid tecnología.

—Tomaré nota de ello.

—¿No puedes encontrarme ya? He bebido de ti antes.

—He tratado —dijo—. Tal vez la hematita que te inyectó te hizo algo. Tal vez
sea la parte weren de ti. Pero mi capacidad de seguirte ha sido bloqueada.

—¿Lo has intentado? —Probablemente debería dejar de estar sorprendiéndose,


pero no podía evitarlo.

—Caris —dijo él suavemente—. Nunca dejé de amarte.

Ella tragó, sus palabras la calentaban.

No obstante, no fueron una sorpresa. Y eso la calentó también.

—Si es la hematita, probablemente no funcionará. Y todavía soy weren. Así que


no tiene sentido.

—No lo sabremos hasta que lo intentemos. Por favor —dijo, y oyó un verdadero
dolor en su voz—. No puedo perderte. No de esa manera.

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El Club de las Excomulgadas
Lo miró a los ojos, y vio en ellos arrepentimiento y miedo al devolverle la
mirada.

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—Muy bien —dijo ella, y luego levantó su muñeca a su boca.

Ella mordió, saboreando el sabor de su sangre, bebiendo profundo de su esencia.


Él gimió, y usó su mano libre para tirar de ella cerca. Se fundieron juntos, y ella supo
que había tomado suficiente. Debía detenerse.

Pero no quería. Porque había verdad en su sangre. Y estaba el dolor y el lamento


de Tiberius.

Pero también había amor. Puro y simple y que salió para abrazarla.

244
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Diecinueve

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Lihter accionó el interruptor de intercomunicación en la consola,
permitiéndole a él y a Naomi tener una pequeña y encantadora charla.

—¿Te das cuenta de que estás haciendo las cosas muy difíciles para mí?

—Realmente… no… importa...

La voz de la muchacha era baja y ronca, y Lihter tuvo que esforzarse para
oírla.

—Habla, chica. Esta es una conversación, no una fiesta de compasión.

—Jódete.

—¿Qué fue eso? ¿Quieres un poco más de esto? —Se paró y caminó a lo largo
de la consola.

Vio que sus ojos se abrían. Igual que una pequeña rata de laboratorio, se había
imaginado de dónde venía el zumo.

—No —dijo ella, y esta vez estuvo allí con más fuerza en su voz. Buena
chica.

—Háblame de tu padre. Fue muy malo por haberte convertido.

—¿Convertirme?

—Eres un híbrido, ¿no es así?

—Sí. Pero…

—Pero, exactamente. ¿Por qué no llevas la infección?

—Yo...yo no lo sé.

245
El Club de las Excomulgadas
Estaba solo en el laboratorio, y por un momento pensó en llamar al médico. Pero
se trataba de un momento íntimo. Sólo él y la chica. Aún podía ser su arma. No había
renunciado a ella todavía. Y estaba disfrutando de este momento de tranquilidad con

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ella.

—¿Estás diciendo que tu padre no te transformó en un híbrido?

—No a mí.

—Entonces, ¿cómo fue que tú…?

—Nací de esta forma.

Él se puso de pie.

—¿Naciste? ¿Tu madre?

—Por favor… por favor, déjame ir.

Él puso la mano en el interruptor.

—¿Te acuerdas de la electricidad? ¿Te acuerdas de cómo se siente?

Ella tragó, con su rostro flojo. Su espíritu estaba menguando, lo que era una
pequeña lástima. Pero como ella era inútil para él ahora, rápidamente se estaba
deslizando más allá de que le importara.

—Ahora dime —dijo—. ¿Tu madre fue un híbrido?

—Yo… Ella... Sí.

Esto se estaba poniendo mejor y mejor.

—Y, ¿dónde está mamá?

—Murió cuando yo nací.

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El Club de las Excomulgadas
Lihter apretó la mano con tanta fuerza que casi rompió el joystick de la consola.
¿Por qué su suerte seguiría siendo así de miserable?

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—¿Y cómo fue que tu madre se convirtió en un híbrido?

—Mi padre… él...él la convirtió.

—¿Lo hizo? ¿Y sabes cómo?

—No. —La palabra fue un susurro. Aun así, eso cortó a través de él.

—¡Zorra!—Dijo—. ¡No me estás ayudando! ¿Estás tratando de morir?


¿Quieres que te mate?

Gruesas lágrimas salieron de sus ojos.

—No. Por favor. Todo lo que sé es que hizo experimentos. Querían un hijo, pero
ella era un vampiro, por lo que experimentaron.

—Podría haberla matado.

—Usó a otras chicas. Y...y supongo que finalmente descubrió cómo funcionaba.

—Lo hizo —dijo Lihter—. Por supuesto que lo hizo. Y luego naciste. Un círculo
maravilloso de vida. —La miró fijamente—. ¿Los nombres de esos experimentos?

—No lo sé. Te juro que no lo sé.

Él la creyó. Pero sólo para estar seguro, subió el voltaje y le preguntó de nuevo.
Después de nuevo.

Dejó de hacerlo cuando ella se desmayó.

Un híbrido. Probablemente creada unos diecinueve años atrás, justo antes de que
Naomi fuera concebida.

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El Club de las Excomulgadas
Una mujer.

Vampiro en un principio. Capturada y convertida.

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Peligrosa.

Y, probablemente, muy enfadada.

Se levantó, la súbita comprensión poniéndolo de pie.

Apretó el dedo en el botón del intercomunicador y gritó para que Rico y el


médico bajaran.

—Caris —dijo él cuando llegaron—. Caris. Dicen que mató a Reinholt. Este
es el por qué.

Behar lo miró sin comprender.

—¿No os dais cuenta? Es tan obvio. Hace veinte años, ella deja a Tiberius y se
va con el weren. Es fuerte como la mierda, o eso dicen las historias. Y es sospechosa de
matar a un hombre que experimentó en vampiros femeninas, en un esfuerzo para
convertirlas en híbridos.

Miró a Behar.

—¿Eh? ¿Eh?

Behar frunció el ceño ligeramente, obviamente dándole vueltas a la información


en su cabeza.

—Suena posible...

—¿Posible? Y una mierda. Tiene perfecto sentido.

—¿Cómo se supone que iremos por ella? — Rico preguntó—. Está con Tiberius.
Y, como dijiste, es fuerte como la mierda.

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El Club de las Excomulgadas
—Ese no es un problema. —Lihter puso una mano en el hombro Rico y se
inclinó—. Déjame decirte exactamente qué hacer...

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*****

—El sol se levantará pronto—dijo Caris.

Tiberius asintió. Sabía muy bien que se estaban quedando sin tiempo.

Estaban en un coche alquilado, yendo a través de calles polvorientas a las


afueras de Munich hacia la dirección que habían encontrado de Duggin. Pero los dos
estaban tensos, en el borde, empujados hacia adelante por el tiempo. Asustados por la
chica. Diablos, con miedo por todo el mundo.

—¿Y si no sabe dónde está Lihter? —preguntó ella.

—Sabrá algo —dijo Tiberius—. Y seguiremos esa pista y luego la siguiente y la


siguiente.

La miró, y supo lo que ella estaba pensando: seguir pistas podría tomar
demasiado maldito tiempo.

—Tendremos otra pista pronto. —Le había ordenado eso a todas las divisiones
de la PEC, y los analistas estaban peinando las charlas de los móviles buscando
cualquier palabra clave que se pudiera referir a Lihter. Tenía la esperanza de que
tendrían algo pronto—. Lo encontraremos —dijo—. Y lo detendremos.

Unos cuantos giros y vueltas, y llegaron a su destino. Se detuvo y apagó el


motor.

—Aquí, esta es la dirección.

La casa en cuestión estaba atrás de la calle, una casa de piedra destartalada y escondida
detrás de arbustos altos y de una valla de seguridad de hierro.

—Movámonos —dijo ella, y salió del coche.

249
El Club de las Excomulgadas
La siguió rápidamente. Con la noche terminando, tendrían que quedarse en la
casa, lo que sería ideal porque este lugar resultaba ser la guarida secreta Lihter y estaban
pateando la mierda de él, o volver al coche y conducir a un estacionamiento

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subterráneo. De cualquier manera, el reloj seguía corriendo.

Conseguir entrar fue bastante fácil, los dos cambiaron a niebla para ir a través de
la valla, luego manteniendo esa forma mientras viajaban hacia la campana de
ventilación de la cocina.

No era el más elegante de los puntos de entrada, pero tenía la ventaja de ser
tranquilo y efectivo.

—Bonita cocina —dijo Caris—. Acero inoxidable. Encimeras de piedra.


Amplia.

—Demasiado oscura —replicó Tiberius, mirando de reojo.

Ella sonrió.

—Eso es lo que hace Home Depot10.

Se quedó cerca de ella, mientras revisaban el resto de la casa, pasando a través


de una enorme sala de estar que tenía dos paredes totalmente de vidrio. Una gran vista
de las colinas, pero apenas amistosas para un vampiro.

Continuaron por los pasillos traseros, luego por las escaleras hacia el sótano. Por
un momento Tiberius tuvo esperanzas, pero por lo que podían decir estaba
completamente vacía.

Y en ninguna parte del lugar captaban ninguna esencia de humano. Incluso el


olor weren era tan débil como para ser casi indetectable.

—Tal vez maté a Cody demasiado rápido —dijo Tiberius—. Creo que el gusano
nos mintió.

10
Empresa americana de mejoras para el hogar y productos de construcción.

250
El Club de las Excomulgadas
—Su historia cuadraba, sin embargo. Este lugar es propiedad de un Mazin
Duggin.

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—Quien desafortunadamente no está en casa, y quien no dejó convenientes
pistas garabateadas en servilletas a la vista.

—Odio cuando los chicos malos no cooperan de esa manera. Él

le tendió la mano.

—¿Vamos a revisar arriba otra vez?

Se dirigieron al piso de arriba cuando una ligera vibración sacudió la casa.


Tiberius apretó la mano plana contra la pared. Pisadas.

Llamó la atención a Caris, la vio asentir en reconocimiento. Lo había sentido,


también.

Siguieron subiendo las escaleras, deteniéndose junto a la puerta del sótano.


Esperaron, escuchando mientras el weren se movía dentro.

Y entonces, cuando sólo hubo silencio, lentamente abrieron la puerta y entraron


en el largo pasillo. Se separaron, moviéndose con tácita comprensión, igual que lo
habían hecho durante siglos. Siglos cuando habían sido tan cercanos que terminaban las
frases del otro y leían los pensamientos del otro.

Él había extrañado eso. Infiernos, la había echado de menos.

—Lo encontré —llamó Caris.

Se apresuró hacia la voz y los encontró a los dos en una simple cocina. Caris
podría ser un infierno de luchadora, pero los ataques de Duggin y sus paradas le
demostraron a Tiberius que Lihter había hecho un gran esfuerzo para entrenar a sus
hombres.

Aun así, Duggin no era rival para Caris.

251
El Club de las Excomulgadas
Ella esquivó sus golpes, fácilmente torciendo su brazo detrás de él, después
asegurándolo en su lugar contra la encimera de la cocina, con su cuerpo apretado contra
su brazo retorcido.

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Cualquier pensamiento de moverse fue borrado por el pie que ella mantenía
apretado contra su pecho y por el cuchillo que tendió hacia él con su mano libre.

Su otra mano estaba aferrada a la isla, lo que garantizaba su equilibrio mientras


mantenía su posición.

No pudo evitar sonreír. Realmente era una mujer extraordinaria.

—Lihter —dijo ella mientras se acercaba—. ¿Dónde está él?

—¿Qué diablos te hace pensar que lo sé? —gruñó Duggin.

Tiberius golpeó al weren en el pecho, rompiéndole algunas costillas.

—Me temo que esa es la respuesta equivocada.

—Que te jodan. —La réplica del weren no fue particularmente amable, pero
dadas las circunstancias era de esperarse.

Tiberius lo golpeó de nuevo, esta vez en la sien. El weren aulló de dolor.

—¿Dónde? —exigió Tiberius. Se había movido al frente y Caris se había


desplazado hacia atrás. Tiberius había llenado el hueco, y ahora sostuvo el cuchillo de
Caris en la garganta del bastardo, con su propio cuerpo presionado tan cerca del
apestoso hombre lobo que Duggin no tenía a dónde ir. Él se acercó un poco más, y vio
como el hombre lobo hacía una mueca de dolor por su muñeca presionada más fuerte
contra la encimera de granito.

Un empujón, y le rompió el hueso. El aullido de dolor del weren llenó la casa, y


Tiberius sonrió, lento y fácil.

—¿Dónde está Lihter? —dijo.

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El Club de las Excomulgadas
Esta vez, Duggin le escupió en la cara. Y eso, francamente, fue el colmo.

De repente Tiberius ya no estaba viendo a Duggin sino a Claudius. No los

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vaqueros ni la camiseta del weren, sino a un monstruo con el atuendo de un noble. Un
bastardo vil armado con una varilla de bronce y un látigo. Atacando. Cortando carne.
Golpeando. Demoliendo huesos.

Su cuerpo rompiéndose, quemándose. Con el dolor entrando en olas al rojo de


negro y rojo, tirándolo hacia atrás, acercándolo al abismo. Arremetió contra eso.
Tomando. Luchando.

—¡Tiberius!

El hueso se rompió debajo de su puño mientras él regresaba a sí mismo. El


weren delante de él fue Duggin otra vez, Claudius se perdió en la niebla de los
recuerdos.

—No nos podrá decir nada si lo matas.

El rostro de Duggin estaba casi irreconocible.

Hinchado, roto y rebosante de sangre.

—Vamos —dijo ella, con la mano en su hombro. Suavemente, lo echó hacia


atrás—. Retrocede un poco.

Él se relajó, y eso fue un error.

Duggin saltó del granito, utilizando el momento para arrancar una estaca de
madera del alféizar de la ventana. La empujó hacia adelante, capturando a Tiberius justo
en el pecho…

Justo en el corazón.

253
El Club de las Excomulgadas
Tiberius cayó, el mundo se volvió gris a su alrededor. Podía ver, pero no podía
moverse. Sólo podía yacer allí, con el cuerpo muerto, con la estaca sobresaliendo, y con
el mundo continuando a su alrededor.

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Caris gritó y saltó por Duggin, quien tenía un cuchillo en la otra mano. Él atacó,
cortando a Caris en la palma mientras lo hacía.

—Zorra —exclamó Duggin—. ¡Tu novio está muerto! —Y ese fue su segundo
error, porque incluso mientras Caris hacía una mueca de dolor, saltó hacia el weren y
apretó su ensangrentada mano contra su cara.

Ácido.

La carne de Duggin chisporroteó y ardió, y su grito de angustia fue como algo


fuera del infierno.

Caris mantuvo su mano apretada contra él, sin inmutarse por sus gritos.

—¿Dónde? —exigió—. ¿Dónde está el cuartel general de Lihter?

—En una montaña —dijo—. Eso es todo lo que sé. Te lo juro.

Con su mano sana, lo agarró del cuello.

Su mano ensangrentada se movió a su entrepierna.

—¡No! —exclamó—. No sé dónde. ¡Lo juro! Sólo se lo dijo a gente del más alto
nivel. Ese no soy yo. Por el amor de Dios, ese no soy yo.

—¿Dónde entregaste a la chica?

—¡En el aeropuerto! La embalé en una caja y la puse en un vuelo de carga.


Sólo hice lo que me dijeron que hiciera. Te lo juro. ¡Te lo juro!

Ella saltó a Duggin y dio un paso atrás.

—¿Ves lo fácil que es ser cooperativo?

254
El Club de las Excomulgadas
Duggin en realidad estaba asintiendo cuando Caris movió el mortal cuchillo de
cocina directo a su corazón, y luego usó esa misma arma para cortar su cabeza.

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Eso fue todo lo que Tiberius vio antes de que la fría muerte se lo llevara.
Oscuridad, nada.

Y entonces...

La cara de Caris encima de la suya, la estaca que había estado en su corazón


ahora en su mano.

—Es una maldita buena cosa que seas tan viejo. —Ella sonrió. Con más de dos
milenios tras él, Tiberius había cambiado físicamente.

A diferencia de los vampiros más jóvenes, simplemente perforar su corazón no


lo mataría. O bien, técnicamente, sí lo mataría. La muerte, sin embargo, no duraría, y
entre más profunda fuera la estaca, más completa sería la muerte y más largo lo que
tardaría en recuperarse.

Un vampiro anciano únicamente moría de verdad por una estaca, sólo convertido
en polvo, cuando el órgano fuera penetrado por completo, con una herida de entrada y
salida.

Duggin no había logrado eso.

Tiberius miró su mano.

—¿Estarás bien?

Sin mediar palabra, ella le dio la espalda, después hurgó a través de los cajones
de la cocina hasta que encontró uno lleno de agarraderas y toallas. Dobló una agarradera
y la presionó sobre la herida, luego torció una toalla alrededor de ella como un vendaje.
Ninguno dijo una palabra mientras él daba un paso más para ayudarla a atarla en su
lugar.

255
El Club de las Excomulgadas
Por un momento, la tela se desinfló y burbujeó, con los hilos de poliéster
reaccionando al ácido en su sangre. Entonces la reacción disminuyó mientras su cuerpo
se curaba y la sangre dejaba de fluir. Se apartó de él, deliberadamente no mirándolo a

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los ojos, y él quiso atacar. Arrancar la maldita encimera. Golpear al weren que yacía
muerto en el suelo.

Más que nada, quería matar a Cyrus Reinholt.

Pero Caris ya lo había hecho por su cuenta.

Caris.

Ella ya había salido de la cocina, y la imagen de su cara, torturada, avergonzada,


humillada, parecía arder en su cerebro.

Esta no era la primera vez, ella había sido así hace casi veinte años, por lo que
¿cuántas veces se había cortado? ¿Cuántas veces se habría visto obligada a ocultar una
herida?

Quiso abrazarla y calmarla.

Quería decirle que estaría bien. Que sin importar qué, todavía era Caris en el
interior.

Pero se dio cuenta con profunda tristeza que alguien ya le había dicho todas esas
cosas. Gunnolf.

Y si eso le dolía, no tenía a nadie a quien culpar sino a sí mismo.

*****

Caris estaba de pie delante de la ventana de la sala de estar cuando la encontró.


Se mantuvo de espaldas a él, pero podía ver su reflejo en el cristal, y más allá el gris
pálido que marcaba la salida del sol.

—Buena pelea —dijo él.

256
El Club de las Excomulgadas
—Es lo que he estado haciendo durante años. Trabajo en el terreno. El trabajo
pesado. —Lo miró a los ojos en el reflejo—. Y soy buena en eso.

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—Lo eres —dijo, y sus palabras la sorprendieron—. Lo eres. Me equivoqué al
evitarte hacerlo.

—Yo…— ella se interrumpió, sin saber qué decir.

—Eres una luchadora, Caris. Siempre lo has sido. Es una de las cosas que más
me gustaba de ti, una de las cosas que me atrajeron de ti. La forma en que te negabas a
aceptar la negativa de tu padre a mandar a sus tropas tras de tu hermano. La forma en
que atacaste a los hombres de la taberna cuando te encontré. Por años peleaste a mi
lado, y no te quiero en ningún otro lugar.

—Y luego me hiciste detenerme.

—Lo hice. Estaba tan aterrorizado de perderte que no me permití ver todo de ti.
Y luego te perdí de todos modos. —Hizo una pausa—. Lo siento verdaderamente.

Ella se volvió para mirarlo.

—Gracias por eso.

—Debemos irnos.

Ella asintió hacia la ventana, y las rayas de color rosa ahora se estaban
coloreando de gris.

—No creo que podamos.

—Este lugar sin duda podría tener cerramientos en las ventanas. Cortinas, tal
vez.

—Oh, por favor. Persianas. O persianas eléctricas.

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El Club de las Excomulgadas
—Propuesta costosa para todas aquellas ventanas. Pero nos lo podemos permitir
—dijo él.

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—Cierto. —Ella se dirigió fuera de la habitación. No se podían ir ahora, pero era
necesario encontrar un lugar que no fuera invadido por la luz solar.

Estaba a mitad de las escaleras cuando él tiró de ella para que se detuviera.
Se volvió para mirarlo de nuevo, y vio la diversión en sus ojos.

—Como en los viejos tiempos —dijo él.

—Excepto que nunca miramos propiedades en el interior, en las colinas.


Sólo en la playa.

—A ti te gusta el agua.

—Sí —dijo ella—. ¿Te acuerdas…? —Se cortó con un movimiento de cabeza.
Sería mejor no ir allí.

—¿La casa a las afueras de Niza?

—Sí —dijo. Al parecer, él estaba dispuesto a ir allí—. La piscina. —Habían


nadado desnudos en la piscina, sin darse cuenta de que cuando la agente de bienes raíces
había dicho que se iba, sólo había querido decir por diez minutos más o menos.

—Por primera vez en mucho tiempo tuve el impulso de matar a un humano.

—Tú la convenciste de irse, sin embargo. Fuiste el más educado.

—Asusté a la pobre mujer mortalmente —dijo Tiberius—. Pero tuvimos el sitio


para nosotros durante toda una noche. —Se reunió con los ojos de Caris—. Tenemos
esta, también.

—No hay piscina. Y no es por la noche.

258
El Club de las Excomulgadas
—Podemos hacer que lo sea. —Ella tiró de él una vez más, instándolo a subir las
escaleras y entrar en el baño principal. Había una enorme ducha con cabezal múltiple a
un lado de una bañera de jardín—. Agradable —dijo, abriendo el agua en la bañera y

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luego abriendo la ducha también.

Se apartó de él y lo miró maliciosamente mientras se quitaba la ropa.

—Bonito cuarto de baño —dijo—. Me encantan los accesorios. Y todas las otras
comodidades.

—Ja —dijo ella, y entró en la ducha—. ¿Vienes?

—Por supuesto.

Se deslizó junto a ella y agarró el jabón, haciendo espuma, deslizándola en sus


cuerpos juntos.

—Y aquí nosotros pensando que el estar atrapados en una casa durante el día
sería algo malo —dijo ella.

Sus labios se separaron en pregunta, pero ella no supo qué preguntar. Había
esperanza colgando allí. Esperanza, consuelo y un hogar. Porque ahí era donde estaba
ahora. Había vuelto a casa en sus brazos, pero era sólo una ilusión, y si esperaba
demasiado sólo saldría lastimada.

—Yo... —empezó a decir, pero él la interrumpió, con su boca cerrándose sobre


la de ella, borrando sus recuerdos, sus miedos. Dejando sólo la sangre profunda de su
deseo para perderse. Para dejarse llevar y olvidar todo lo que estaba sucediendo. Todo
lo que había ocurrido antes. Para estar simplemente con este hombre de nuevo, con el
hombre al que amaba, sí, que amaba y al que siempre había amado. Y siempre lo haría.

Con cuidado, se apartó y tuvo un poco de emoción y satisfacción femenina


recorriendo su columna cuando vio la frustración en su rostro porque ella había roto el
beso.

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El Club de las Excomulgadas
—Caris…

—No —susurró—. Me gusta esto. Deseo esto. Se siente maravilloso. Tus labios,

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tus brazos. Se siente como que tenemos una oportunidad. —Presionó un dedo en sus
labios, por si acaso pensaba contestarle—. No es que sea como si fuera antes… sé que
nunca podremos llegar allí de nuevo. Pero igual podemos trabajar juntos de nuevo, estar
juntos de nuevo. Fuiste mi mejor amigo por más de quinientos años, y por mucho que te
odié, estaría mintiendo si no te dijera que te extrañé.

—Y yo a ti.

—Pero, Tiber… Sé... yo... no quiero que pienses que espero más. Sé lo que es
esto.

—¿Y qué es? —preguntó él.

—Sexo muy caliente.

Él se echó a reír, tal como había querido que hiciera, y la hora de la verdad fue
desactivada. Pero estaba allí, y eso era bueno. Porque Caris sabía la realidad cuando la
veía, y la realidad de Tiberius, era que no podía estar con ella.

No para siempre. Ya no. No cuando cada vampiro que él gobernaba creía que lo
había traicionado yéndose a los brazos de Gunnolf.

Pero por ahora...

Lo miró, luego lo besó, lo que obligó a su mente a no ir a lugares a los que no


debería. A no desear cosas que no podía tener y que no debería querer. En ese momento,
lo tenía. Su toque, su compañía. Y eso era suficiente. Tenía que serlo.

—Hazme olvidar —dijo ella, deslizando sus manos alrededor de su espalda y


presionándose contra él. Sintió su pene endurecerse, sabiendo que él deseaba esto tanto
como ella, y ya que tenían todo el día, tenía la intención de hacerlo durar tanto tiempo
como fuera posible.

260
El Club de las Excomulgadas
Duggin podría haber sido un idiota, pero tenía buen gusto con el jabón, y ella se
enjabonó las manos con el tentador aroma de vainilla, y luego lo pasó por encima de él,
frotando, jugando, mientras él hacía lo mismo con ella, haciendo que se acumulara el

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calor, haciéndolo querer crecer.

Y después de un rato ella abandonó todo eso del pasado y simplemente le


rogó.

Él no dudó, y cuando ella apoyó las palmas a la baldosa frías, se deslizó detrás
de ella, con sus cuerpos encajando, con las manos sobre sus pechos, con su rodilla
yendo a sus piernas abiertas. Y entonces, dulce cielo, estuvo dentro de ella, llenándola,
y ella no quiso que terminara.

Él deslizó una mano por su vientre, con su mano probándola, jugando con ella, y
llevándola más y más alto hasta que no pudo soportarlo más y se hizo añicos en sus
brazos, luego se hundió, dependiendo de su fuerza para sostenerla.

—Demasiado rápido —murmuró ella.

—Sólo es el comienzo —replicó él.

La bañera estaba llena, y ella cerró la ducha, después lo sacó de la cabina y lo


metió abajo en el calor lánguido de la bañera.

Se sentó a horcajadas sobre él, con sus piernas, con su cuerpo húmedo y
necesitado.

Él estaba dentro de ella, llenándola, tirando de ella en una bruma sensual llena
de cientos de recuerdos, de las miles de veces que habían hecho esto antes.

¡Dios mío, cómo lo había echado de menos!

Había habido un momento en el que había luchado, y fuerte, para estar juntos.
Recordaba haber hecho el amor con él así, suave y dulce.

261
El Club de las Excomulgadas
Recordó a su padre corriendo, llegando tan lejos como para matar a Tiberius
para mantenerlos apartados.

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Igual que el intento de Duggin, no había tenido éxito.

¿Cómo podía haberlo hecho cuando estaban destinados a estar juntos? Y


finalmente, después de diecinueve años estaban de vuelta otra vez. Incluso si no podía
durar, al menos ella estaba en sus brazos de nuevo. Al menos se sentía viva una vez
más.

—Caris —murmuró él, y se dio cuenta que estaba pensando demasiado. Ella no
quería pensar. No quería hacer nada más que sentir.

Sus manos estaban sobre ella, con su pene dentro de ella.

—Sí —susurró. Extendió las manos sobre su espalda, sintiendo las cicatrices del
pasado grabadas en su piel.

Deslizó sus manos hacia abajo más lejos, extendiendo más las piernas, sintiendo
el pulso de agua en olas a su alrededor mientras lo montaba, más y más profundo, una y
otra vez, hasta que estuvo escalando una pared de placer y él estuvo llegando para
lanzarla por encima. Cerca, tan cerca y todo lo que tenía que hacer era agarrar y
entonces, sí.

Dios mío, sí.

Su cuerpo se sacudió con la fuerza del orgasmo, y cabalgó a través de él con


ella, atrayéndola, volviéndola loca, llevándola al lugar donde el placer se fusionaba con
el dolor.

Y luego su cuerpo se relajó en sus brazos.

La atrajo hacia sí y la acarició y la besó, sosteniéndola, tirando de ella hacia


abajo hasta que estuvo envuelta en agua caliente y en la fuerza de sus brazos.

262
El Club de las Excomulgadas
El mundo estaba desmoronándose su alrededor. Un loco andaba suelto, un
híbrido preparado para infectar al mundo. Pero en este momento ella no estaba asustada.

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En ese momento, estaban juntos.

Y juntos, podían hacer cualquier cosa.

263
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinte

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Tiberius no podía recordar alguna vez haberla deseado más. El gusto de ella.
Su tacto. Su olor.

Había estado muriéndose de hambre desde hace casi dos décadas, y ahora quería
perderse en el festín de ella.

Ella había sido su vida, su corazón. Y luego le había sido arrancada. Peor aún, él
había sido quien la había arrancado.

Y sin embargo, allí estaba, suave contra él, acariciando sus labios, con sus
manos en su pelo, y no podía creer que tuviera tanta suerte.

Tal vez habría mucho que pagar al final, pero en estos momentos no le
importaba. No había estado con la mujer que amó en casi veinte años.

Que amaba.

Se había dicho que ya no la amaba, no de esa manera. ¿Cómo podría hacerlo


después de todo?

Pero lo hacía. Y nada importaba excepto la mujer que estaba tocando. Y si él no


podía tener amor ahora, entonces el recuerdo vivo en sus brazos era la siguiente mejor
cosa.

—Caris —susurró, aliviado cuando ella llevó las manos a su cara y le dio un
beso con entusiasmo.

—Ahí estás —dijo ella—. Pensé…

—¿Pensándolo bien?

—Nunca. —Una pequeña sonrisa tiró de la comisura de su boca.

—Bien.

264
El Club de las Excomulgadas
Se secaron y se movieron a la cama, todavía envueltos en toallas gruesas de
Duggin. Él estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero tapizado, y ella se
deslizó sobre sus rodillas, a horcajadas sobre él. Él tuvo que luchar de nuevo contra un

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gemido.

—Tramposo —dijo ella con una sonrisa, con los ojos tan sabihondos como
siempre habían sido—. Continúa y déjalo ir. Te prometo que no lo diré. —Siempre
había bromeado con que ella podía leer su mente, especialmente cuando estaban en la
cama. Era bueno saber que parecía como si todavía pudiera hacerlo.

—¿Dejarlo ir? —dijo en un tono igual de burla—. ¿Tan pronto? —Él tomó su
mano, deslizándola abajo entre sus cuerpos hasta que su palma tomó su entrepierna. Esa
vez lo hizo gemir, tanto por la forma en que su cuerpo se endureció como por la forma
en que sus labios se abrieron eróticamente, como si ella estuviera imaginando el estarlo
probando.

Esperaba que no fuera sólo su imaginación por mucho tiempo.

Ella se echó hacia atrás, con sus ojos buscando su cara. Quería mantener su
mirada, perderse en ella. Decirle de alguna manera con sus ojos lo que esto significaba
para él, más que Sexo Realmente Caliente. Era lo que había deseado durante años, pero
que no podía tener. No en ese momento. Ni siquiera ahora.

En lo que a su pueblo se refería, después de todo, ella era una traidora. Y no


respetarían a un líder que se acostaba con la mujer que lo había traicionado.

¿Pero por el momento? Por el momento, era suya. Y él era de ella, también.

Él la atrajo hacia sí y la besó con fuerza, con la boca abierta, exigente. Quería
perderse a sí mismo en el sabor de ella. Quería nada excepto su boca contra la suya, su
piel contra la suya.

Él deslizó sus manos debajo de su toalla, disfrutando de la suavidad de su piel


contra las palmas de sus manos, deleitándose en sus suaves gemidos cuando la toalla
cayó de ella, dejándola frente a él con sólo su piel caliente y húmeda.

265
El Club de las Excomulgadas
Cerró su boca sobre su pezón, con una mano extendida a través de su espalda
mientras ella se arqueaba contra él, entregándose por completo a su boca.

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Recordaba el sabor de ella: como dulce vino, como ambrosía, como Caris. Jugó
con su pezón en su lengua, sintiendo que se endurecía, sintiendo su rigidez, captando la
esencia de su deseo levantándose en torno a los dos mientras ella se movía y se retorcía
en su regazo, como si sus atenciones en su pecho fuera una línea directa con su clítoris.

Mantuvo la mano en su espalda, pero deslizó la otra hacia abajo, sintiendo su


suavidad y humedad, toda resbaladiza y haciéndole señas para que se deslizara en su
interior, para explorar cada centímetro de ella.

Lo hizo, jugando con su clítoris mientras ella suspiraba, gemía y hacía todos los
sonidos suaves de los que él se había acordado tan bien, no deteniéndose incluso cuando
ella le dijo que era demasiado, rogándole que esperara. No lo hizo, no podía. No cuando
podía sentir su ajuste a su alrededor, no cuando su cuerpo estaba tenso con el placer, y
ciertamente no cuando ella se había perdido, yéndose sobre el borde y temblando en sus
brazos.

—Ahí vas —susurró él.

—He estado allí ya —murmuró ella—. ¿O lo habías olvidado?

Su cuerpo se tensó.

—Te aseguro que no lo he hecho.

—Esta vez, quería ir allí contigo.

—Lo harás —le prometió él.

Ella tiró de él cerca, besándolo de nuevo, tomando el liderazgo ahora, mientras


lo acomodaba y se subía a horcajadas sobre él. Rozó sus labios contra los suyos, con
caricias suaves. Después, más duro, más exigente.

266
El Club de las Excomulgadas
Lo exploró con sus labios y dedos, deslizándose por su cuerpo, saboreándolo,
haciéndolo gemir, poniéndolo aún más duro.

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Lo tomó y lo acarició, volviéndolo desesperado. Y cuando ella cerró su boca
sobre él, pensó que iba a explotar en ese mismo momento.

No lo hizo. Ella era experta en jugar y bromear. En la construcción y en la


anticipación. Y cuando por fin ella se abrió camino de vuelta por su cuerpo para besarlo
otra vez, él estaba más allá de preparado para ella. Él le dio la vuelta, con sus propias
manos explorándola. Encontrando todos sus suaves lugares. Su cintura, sus muslos.

La besó en la barbilla, acariciándole el hombro.

—Haré el amor contigo. Te haré temblar bajo mi mano. Te haré correrte.

—Sí —susurró ella, y pudo sentir el deseo rodando hacia fuera de ella en olas,
con el olor de su excitación volviéndolo salvaje.

—Quiero olvidar, Caris. Quiero olvidar que no podemos tener más de esto. Que
lo que una vez tuvimos no podrá ser nunca otra vez. Quiero lavarlo de mi mente, al
menos por un rato. Y quiero hacer eso perdiéndome en ti. ¿Quieres hacerme ese
pequeño favor?

Ella tragó, luego consiguió una pequeña y coqueta sonrisa.

—Claro, supongo —bromeó—. Si se trata de algo importante para ti.

—Lo es —dijo. Y luego se acostó junto a ella, la abrazó, y se perdió dentro de la


única mujer que había amado.

*****

Caris se estiró, prácticamente ronroneando mientras los brazos de Tiberius se


envolvían apretadamente alrededor de ella. Por lo menos durante un tiempo, el mundo
se había escabullido.

267
El Club de las Excomulgadas
Era difícil creer que no hacía mucho tiempo ella ni siquiera podía haber
imaginado este momento.

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Un enorme muro había subido entre ellos desde hace casi veinte años, y ella
había sabido que se quedaría allí para siempre. Todavía estaba allí, de hecho. Pero a
veces la gente encontraba una forma de ir sobre la pared. El dolor se desvaneció, la ira
se atenuó. Y el entendimiento se elevó.

Había deseado tanto que él fuera tras ella, pero nunca ni una vez había vuelto a
él. Había dejado que eso cargara sobre él, a pesar de haberle dicho durante siglos que
ella era capaz de llevar el gran peso y la lucha contra las peleas duras. Ella se había
retirado de esa, contenta de quedarse con Gunnolf, cálida y protegida, y lamiendo sus
heridas, superando sus frustraciones en el campo.

Y aunque él no había ido por ella, envuelto sus brazos a su alrededor y la había
llevado al paraíso, tampoco le había dado la espalda como ella había creído. Sino todo
lo opuesto. Había seguido protegiéndola, aún honrando la promesa que le había hecho a
Horatius.

Buscando una cura. Cuidando su espalda.

Excepto que él no había hecho esas cosas porque estuviera obligado con ella.

Las había hecho porque la amaba.

Él la amaba. Siempre lo había hecho. Y, ella se daba cuenta ahora, siempre lo


haría.

Pero el amor no siempre ganaba, y siempre y cuando él fuera un representante de


la Alianza o fuera elegido presidente, ella no podría estar a su lado. La Política era el
sacrificio, y si había una única cosa que lamentaba de amarlo, era que, en cuanto a
Tiberius se refería, el pueblo siempre sería lo primero.

A su lado, él se movió, con su mano acariciando perezosamente su brazo.

—Estás pensando profundamente —dijo él.

268
El Club de las Excomulgadas
—Lo hago —confesó.

—Cuéntame.

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—Estoy celosa —dijo.

Él se movió para sentarse.

—¿En serio? ¿De quién?

—De todo el mundo —dijo—. Porque te tienen a ti, y yo no puedo. Él

tomó su mejilla, con sus ojos muy serios.

—Me tienes —dijo—. Siempre me tendrás.

Él se inclinó para rozar sus labios sobre los de ella, pero antes de que las cosas
pudieran ponerse interesantes de nuevo, sonó el teléfono. Ella esbozó una media
sonrisa.

—La carga de ser tan condenadamente importante.

—Es un trabajo sucio. —Estuvo de acuerdo, y luego respondió la llamada—.


Es Luke —dijo, luego cambió el teléfono al altavoz.

—La vigilancia móvil valió la pena. Lindy en la oficina egipcia interceptó una
conversación cifrada entre Lihter y uno de sus lugartenientes. Un tipo llamado Rico. Al
parecer, moverán a la chica.

Caris se sentó.

—¿Cuándo?

—A las siete de la mañana —dijo Luke—. A Zurich. Pero eso no es todo. Lihter
no estará manejando la transferencia real. Al parecer, se irá a Sri Lanka para reunirse
con un biólogo acerca de un sistema de suministro de toxinas en el aire. Ha contratado
un avión en Viena. Sabemos dónde estará y cuándo.

269
El Club de las Excomulgadas
—Eso es increíble —dijo Caris después de que colgaran—. Iré a Zurich y
conseguiré a Naomi. Tú toma un grupo y dirígete a Viena.

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—Luke puede tomar ese punto. Yo voy contigo.

—¿Estás loco? —preguntó ella.

—No me arriesgaré a perderte.

—¿Cuál es el riesgo? Soy un híbrido, ¿recuerdas? No puede hacerme daño. A ti,


sin embargo, ella podría matarte. Así que me perdonarás si prefiero tenerte arrastrándote
a Austria.

Observó su cara. Él no estaba feliz, pero estaba claro que sabía que ella tenía
razón.

—Es Lihter —dijo ella, sólo para empujar esa última parte sobre el borde—.
Piensa en lo que está haciendo. Piensa en lo que está planeando. Tienes que ser el que lo
derribe. —Tomó su mejilla—. Haz eso, y sabes que serás elegido presidente. Será
aplastante.

—Reuniré a un equipo weren de la PEC y de la Alianza de seguridad —dijo


él.

—Uno, eso llevaría demasiado tiempo. Específicamente solicitaste que ningún


weren trabajara en este caso, y no hay tiempo para conseguirlo rápidamente. Dos, puedo
ayudar a la chica. Entiendo lo que está pasando. Y tres, si después de todo lo que hemos
pasado juntos crees que voy a alejarme de una pelea sólo porque estás un poco
nervioso...—Le empujó el pecho con la punta del dedo—
. Piensa de nuevo, amigo.

Para su alivio, él sonrió.

—Tienes razón. La guerrera necesita una batalla.

—Ella lo hace —dijo Caris—. Realmente la necesita.

270
El Club de las Excomulgadas
Y eso ni siquiera era una exageración.

El temor por la chica y la furia hacia Lihter había brotado tanto dentro de ella

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que Caris tenía miedo de que fuera a explotar si no podía liberar algo de ella. Debido a
que Tiberius se dirigiría a capturar al malo de la película, más sexo no era una opción. Y
eso dejaba a la pelea.

Una opción perfectamente adecuada, en opinión de Caris, pero mucho menos


divertida que desnudarse.

—Todavía enviaré un equipo. A dos francotiradores. Vampiros, pero con trajes


especiales para materiales peligrosos.

Ella puso los ojos en blanco.

—Creo que eres sobre protector.

—Probablemente lo soy.

Ella le dio un beso en los labios.

—Está bien. Te amo de todos modos.

—¿Tendrás cuidado? —Le preguntó él.

—Siempre. ¿Y tú?

—Haré lo que haga falta para regresar a ti —dijo él, y como ella no pudo discutir
eso, se derritió en sus brazos y le dio el tipo de beso que le demostró hasta qué punto
quería que volviera a su lado sano y salvo.

*****

Richard Erasmus Orion III jugueteó con el botón de su prístina bata blanca de
laboratorio.

—Así que, eh, ¿sois de la División 12? ¿No está eso muy lejos de aquí?

271
El Club de las Excomulgadas
—No nos importa —dijo Gabriel, con los ojos puestos en los nerviosos dedos de
Orion—. Me imagino que entre más kilómetros de viajero consiga, mejor.

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—Cierto. Cierto. —Orion logró una risa falsa y volvió a jugar con el botón. O
era culpable de algo, o conocía a alguien que era culpable de algo, o era el civil más
nervioso que Gabriel había conocido—. Así que, eh, ¿qué puedo hacer por vosotros?

En el camino a Los Ángeles, Gabriel había considerado como manejar a Orion.


Había planeado ser sutil. Extraer información era un proceso lento y delicado.

Ahora que veía cómo se retorcía y lo nervioso que estaba Orion, Gabriel estaba
pensando que la rutina del policía bueno/policía malo funcionaria bien. En realidad,
interpretar al viejo y malo policía debería estar muy bien.

—¿Estás relacionado con el vampiro conocido como Caris?

¡Plink! Un botón en la bata de laboratorio de Orion pareció desprenderse y salió


volando por la habitación.

—Eh, sí. Ella es mi... algo. Eso se complica después de tantas generaciones.
Pero, sí. Estamos relacionados.

—¿Sois muy cercanos vosotros dos? —Ya había sacado los registros del
teléfono móvil de Orion y visto docenas de llamadas a Caris.

—Oh. Bueno. Ya sabes.

—En realidad, no lo sé. Es por eso que te lo estoy preguntando.

—Cierto. —Otra risa nerviosa—. Lo siento. Soy una rata de laboratorio más o
menos. Hablar con policías me pone nervioso.

—¿En serio? ¿Por qué? ¿Has hecho algo malo?

272
El Club de las Excomulgadas
—¿Qué? ¡No!

—¿Lo ha hecho Caris? —Le preguntó Everil, aparentemente decidiendo que

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quería jugar al poli malo, también.

—¿Algo malo? ¿Qué podría haber hecho ella mal?

—Oh, no lo sé —dijo Gabriel—. Olvidado pagar una multa de aparcamiento. No


haber devuelto a su biblioteca libros atrasados. Acechar a decenas de weren-lobos en
todo el mundo. Asesinado a uno en Zermatt. Ya sabes. Lo de siempre.

Había mantenido sus ojos en Orion, mientras hablaba, y vio la forma en que el
color desapareció del rostro humano. La forma en que su nuez de Adán se balanceó al
tragar. La forma en que cinco gotas de sudor salieron de su labio superior.

—No sé de qué estás hablando —dijo Orion.

—¿En serio?—Gabriel acarició su barbilla—. ¿Dijiste que vosotros dos erais


cercanos?

—Sí. Quiero decir, sí. Si Caris estuvo involucrada en algo extraño, yo lo sabría.
Y no lo ha estado. No ha participado en nada extraño. Ni extraño ni malo.

—¿Estás seguro?

Orion asintió vigorosamente.

—Sí, claro. —Extendió la mano y agarró un frasco de dulces con la forma de


una mano—. ¿Un tootsie Roll?

Gabriel tomó uno, se puso de pie, moviendo la cabeza para que Everil hiciera lo
mismo.

273
El Club de las Excomulgadas
—Esto ha sido de gran ayuda. Siempre es bueno ser capaz de poner la teoría a
descansar.

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—Correcto —dijo Orion—. Por supuesto. Eso tiene sentido. Me alegra de haber
podido ayudar.

—Si pensamos en otra cosa, estaremos en contacto.

—Sí, hacerlo. —Tocó el teléfono en su escritorio—. Simplemente no dudéis en


llamar. No hay necesidad de venir hasta aquí.

Pero había habido necesidad. Gabriel necesitaba ver la cara de Orion.


Porque se lo había dicho todo.

*****

—Ese fue un excelente progreso —dijo Koller, mientras Gabriel y Everil se


sentaban frente a él.

Habían conseguido que uno de los miembros del personal para-demonio de la


División 6 abriera un agujero de gusano, y si bien no había sido el viaje más agradable
para volver a Suiza, tenía la ventaja de ser rápido.

—Oportunidades, acceso. Planificación. La tiene en la ciudad en busca de un


hombre. Podemos exigir que tu amigo PI11 entregue sus registros. —Koller cerró la
carpeta de archivos—. Señores, estoy impresionado.

—Gracias, señor —dijo Gabriel—. Obviamente todavía tenemos trabajo que


hacer. En particular, quiero concretar el motivo.

—Por supuesto. Por supuesto. Pero todo eso puede venir después de emitir la
orden de detención.

Gabriel frunció el ceño.

11
Investigador privado

274
El Club de las Excomulgadas
—No creo…

—¿Qué? —Koller se inclinó, con el pliegue de encima de su nariz

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profundizándose como siempre cuando estaba molesto.

—Creo que es mejor esperar hasta que tengamos el caso. Como ha dicho.

—Tenemos el caso. El motivo no es un elemento del crimen. Contamos con más


que suficientes pruebas para arrestar, y probablemente suficientes para condenarla. Haré
que la orden sea publicada hoy. Si no nos movemos en esto, el grupo de trabajo podría
hacerlo. Y no quiero forzar a una fuerza de tareas a intervenir para reclamar el crédito
por la resolución de un crimen en mi jurisdicción. ¿Entendido?

—Sí, señor —dijo Gabriel.

—Absolutamente, Señor Koller, señor —Everil contestó.

—Bien. Ahora vosotros dos rastrear a nuestra sospechosa. La quiero en custodia


dentro de cuarenta y ocho horas.

—¿Cómo vamos…? —Everil comenzó, pero Gabriel le llamó la atención y


negó. Lanzó una rápida mirada hacia su jefe.

—No se preocupe. Ya he descubierto eso.

Había tomado la iniciativa de poner un rastro en su teléfono ya. Su intención no


había sido utilizar su teléfono como un dispositivo de rastreo para localizarla, había
estado esperando reunir más pruebas, pero al menos estaba preparado. De hecho, la
información vendría en el mismo momento a su propia PDA y mostrarías sus
coordenadas GPS cada vez que hiciera una llamada.

Materia práctica, la tecnología. Y el mundo de las Sombras siempre tenía los


mejores gadgets primero.

275
El Club de las Excomulgadas
Ella no había hecho muchas llamadas, sin embargo. De hecho, la única que había
grabado perfectamente había sido a Orion. Pero, lo que era especialmente interesante
acerca de la llamada era el hecho de que se originó en Londres, en las coordenadas GPS

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exactas de la mansión de Tiberius.

Gabriel no estaba seguro de lo que quería decir, pero estaba absolutamente


seguro de que quería decir algo. Tarde o temprano, averiguaría los detalles.

Podía ser que la arrestaran ahora, pero él no le daría tregua a la investigación.


Antes de que este caso fuera a juicio, había decidido saber todo lo que había que saber
sobre Caris.

La arrestaría ahora porque su jefe se lo había ordenado. Pero no tendría otra


Jillian en las manos.

No podría soportarlo.

276
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintiuno

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—¿Ha habido alguna charla adicional?

Tiberius preguntó, hablando en el auricular que usaba para comunicarse con su


equipo, una invención humana que los habitantes de las Sombras habían adoptado.

Siglos antes, habrían utilizado telepatía de las Sombras para transmitir


información entre los diversos miembros de un equipo de asalto. Este método era
mucho menos engorroso.

—¿Alguna indicación de que Lihter sepa que tenemos un plan de intercepción?

La estática crepitó en su oreja.

—Nada —dijo Slater—. Estamos avanzando según lo previsto.

Según sus fuentes de inteligencia, Lihter tenía programado salir de un aeródromo


vienés privado a las siete de la mañana. Tiberius y su equipo habían estado en su
posición durante dos horas, llegando mucho antes del amanecer. Ahora los vigilantes
estaban colocados en las esquinas oscuras dentro del hangar. Tiberius y Luke estaban en
el mismo avión, habiendo obligado al piloto y al copiloto humanos a cooperar.

Inteligencia sugirió que Lihter había contratado un jet operado por un humano
para poder moverse sin llamar la atención de los habitantes de las Sombras. Pocos de su
clase volaban en aviones comerciales. En su lugar, usaban aviones privados operados
por otros habitantes de las Sombras, asegurándose de que sus necesidades únicas fueran
satisfechas durante el vuelo.

Desafortunadamente, no había habido ninguna noticia acerca de cuanto personal


viajaría con Lihter. Tiberius suponía que irían cuatro: delante, detrás, y a

277
El Club de las Excomulgadas
ambos lados. Presumiblemente un guardia entraría el primero en el avión para
comprobarlo. Examinaría la cabina, encontraría a los pilotos felices y sonrientes,
después, examinaría el resto del jet. Eso saldrían bien también, porque Luke y Tiberius

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se esconderían en el sistema de ventilación del aeroplano en forma de neblina.

Había un riesgo, por supuesto, de que el guardaespaldas esparciera algún tipo de


hematita atomizada en la cabina del jet, pero ambos Tiberius y Luke consideraban ese
riesgo mínimo, sobre todo porque Lihter había discutido sus planes de viaje a través de
una línea cifrada que, por cuanto los weren sabían, permanecía segura.

Cuando el hombre hubiera aprobado la situación del jet, le haría una señal a
Lihter para que entrara.

Y esa sería también la señal para Tiberius y Luke.

Se materializarían, moviéndose en forma inmediata para un ataque contra el


hombre y Lihter.

Iban por una captura, no por una matanza, y Tiberius había previsto que el asalto
se llevara a cabo de forma rápida y limpia.

Mientras tanto, el equipo en el hangar se habría movido dentro también,


capturando el personal de seguridad y proporcionándoles apoyo adicional.

Después todos celebrarían un trabajo bien hecho.

Hasta ahora, sin embargo, las cosas no se estaban moviendo como estaba
previsto.

—Debería estar aquí ahora —dijo Tiberius.

—Entendido —dijo Slater—. Todavía hay tiempo para que llegue a bordo y esté
en el aire para su hora programada de salida. Tal vez sólo esté atrapado en el tráfico.
Espera… espera. Tenemos un contacto visual.

278
El Club de las Excomulgadas
—¿Es nuestro hombre?

—Eso parece. Es un SUV. Cristales tintados. Coche alquilado, así que no se

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pueden comprobar las placas.

—¿Su dirección?

—Directo al hangar —dijo Slater.

—Tiene que ser nuestro hombre.

—Quietos. Haré una señal cuando el equipo se está acercando al jet.

—De acuerdo.

Tiberius miró a Luke, y los dos se mantuvieron en silencio, esperando el sonido


de las pisadas en la escalera desplegable como su señal para transformarse en niebla.
Pero no hubo ninguna.

—Tiberius. Tenemos un problema —dijo Slater—. Creo que deberías romper tu


cubierta y venir aquí abajo.

—¿Qué sucede?

—Es difícil decirlo. Pero no es Lihter, de eso estoy absolutamente seguro.

No, Tiberius tuvo que estar de acuerdo, sin duda que no lo era. El único
ocupante del todoterreno negro era un tal señor Alfred Delaney, el muy humano y muy
confundido CEO12 de una cadena de restaurantes de comida rápida.

Caris.

Sacó su móvil y marcó el número rápidamente, pero no obtuvo respuesta. Les


marcó a los dos francotiradores que había enviado con ella. No hubo respuesta allí,
tampoco.

12
N.T: Director ejecutivo.

279
El Club de las Excomulgadas
Trampa. Habían caído en una maldita trampa.

—Voy a tomar el avión —le dijo a Slater, dispuesto a no dejar que el miedo lo

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tomara. Esa era la forma de cometer errores.

Metódico. Calculado. Eso sería lo que tendría a Caris de regreso.

Y su primer cálculo era llegar a Zurich tan rápido como fuera posible.

—Hay luz del sol —dijo Slater—. Las ventanas del jet no están tratadas.

—Mantendré las persianas abajo —dijo Tiberius—. Pero me iré. Consigue un


coche con vidrios polarizados para que me espere en Zurich. Haz que la radio de la
torre te dé el número del hangar.

—Lo haré —dijo Slater—. ¿Y Tiberius? Buena suerte.

*****

El estacionamiento estaba justo en el medio de Zurich, lleno de coches y de


humanos y con tanto movimiento que Caris pudo ver por qué lo habían elegido para
hacer el intercambio de una chica secuestrada.

Tenía a los dos francotiradores, a Jeph y a Carr, agazapados en un nivel superior,


mirando a través de la barandilla a la plaza de aparcamiento debajo de donde un
pequeño Audi se había estacionado.

Habían llegado en un todoterreno especialmente diseñado con vidrios tratados


para mantener alejados los efectos nocivos de la luz del sol. El garaje estaba cerrado en
su mayoría, por lo que aunque era de día, estarían seguros.

Los francotiradores tenían trajes especiales, blancos y voluminosos. Esperaba


que no consiguieran quedar atrapados en las cámaras de seguridad humanas. Porque si
lo eran, Caris estaba segura de que alguien llamaría por algún tipo de amenaza
terrorista.

280
El Club de las Excomulgadas
Caris se agachó, tratando de conseguir un mejor ángulo mientras el Audi se
estacionaba.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—Eso es —dijo—. Un dado peludo, un pequeño monstruo verde colgando del
espejo. —Esa había sido la señal, al menos de acuerdo con la conversación cifrada que
los hombres Tiberius habían captado.

—El chofer saldrá, dejará la llave detrás de la rueda trasera, y saldrá como el
infierno de allí.

La chica estaba en el maletero, presumiblemente drogada, porque ¿por qué otra


cosa podría estar tan tranquila?

Como había esperado, la puerta del lado del chofer se abrió, y un hombre lobo
tatuado salió. Caminó detrás del coche, y luego tiró una llave hacia abajo al suelo.
Aterrizó con un ruido que resonó en el garaje.

—Voy a entrar —dijo Caris—. Cubridme.

Se movió rápidamente hacia el coche, después se agachó para agarrar la llave.


Miró alrededor, no vio a nadie, y con cuidado colocó la llave en la cerradura.

Se volvió hacia Jeph y Carr, ahora detrás de ella en las sombras, vio el gesto
sutil de sus cabezas. Estaban en una sólida posición.

Si algo saltaba de ese maletero para atacarla, con suerte estarían allí para
derribarlo. Suponiendo que no pudiera manejarlo ella primero.

Poco a poco, giró la llave. Lentamente, levantó la tapa del maletero.

Vio una manta, y la desprendió.

Vio el pelo de Naomi primero, y le dijo una palabra suave, intentando calmarla.

281
El Club de las Excomulgadas
La palabra murió en sus labios, mientras tiraba de la manta el resto del camino.
Porque la chica en el maletero estaba muerta, con su cabeza cortada de su cuerpo y una
daga de plata atascada en su corazón.

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Caris se dio la vuelta, porque no quiso ver.

Porque no quería saber que le habían fallado a esa pobre chica.

Mientras lo hacía, su teléfono comenzó a sonar. Ella lo alcanzo, pero al mismo


tiempo oyó el distintivo thwap, thwap de una pistola tranquilizante.

Cayó al suelo, con los ojos mirando hacia Jeph y Carr. Estaban en el suelo,
ambos tumbados. O tranquilizados o muertos.

Tiberius. Oh, Dios. ¿Qué le habría pasado a Tiberius?

El plan de Lihter tenía que haber sido una trampa, también. Tenía que advertirle,
pero tenía que salir de allí primero. No podía salir al sol, pero podía ocultarse en el
edificio, y ellos tendrían un infierno de un tiempo para encontrarla como niebla.

Sólo que no funcionó. No

se pudo transformar.

Y a medida que volvía la cabeza, tratando de entender por qué, se dio cuenta de
que los tres coches al lado de ella estaban pintados en el mismo extraño color azul.

Los coches habían sido pintados con hematita y su cercanía estaba interfiriendo
con sus habilidades.

Él era inteligente, tenía que admitirlo.

Pero eso fue lo último que pensó.

282
El Club de las Excomulgadas
Porque el siguiente dardo tranquilizante se la llevó, y cayó de bruces contra el
asfalto.

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*****

—¿Qué diablos quieres decir con que ha desaparecido?

Tiberius gritó en el teléfono. Le había ordenado a un equipo de la División 12 ir


hasta el aparcamiento de inmediato, y ahora estaba lleno de genios, para- demonios y
otras criaturas que no tenían ningún problema para trabajar durante las horas de la luz
del día.

Tiberius estaba todavía en el avión, y el hecho de que fuera tan condenadamente


impotente en ese momento lo estaba volviendo loco. Terminó de escuchar la inútil
perorata sobre la forma en que la PEC estaba haciendo todo lo que podía.

Luego colgó el teléfono de golpe y se volvió hacia Luke.

—Ellos la tienen.

—Lo siento mucho.

—La chica estaba en el maletero. Estaba muerta.

Luke asintió.

—Entendí mucho de tu lado de la conversación. Tiberius, vamos a recuperarla.


Y la buena noticia es que no tenemos que preocuparnos por la amenaza más grande.
Podemos enfocar todos nuestros recursos en Caris.

—¿La amenaza más grande?

—El híbrido —aclaró Luke—. Está muerta. El arma biológica Lihter ya no


existe más.

283
El Club de las Excomulgadas
Tiberius cerró los ojos. Debido a que probablemente tendría que hacer ahora lo
que debería haber hecho antes.

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—La amenaza no ha terminado, Luke. De hecho supongo que la amenaza es
peor que nunca.

Luke le miró a través de sus párpados entrecerrados.

—¿Qué quieres decir?

—Caris es un híbrido. Reinholt la convirtió hace casi veinte años. Yo la desterré,


y se fue a vivir con Gunnolf. Ocultándose a plena vista, como dicen.

—Oh. —Su amigo asintió lenta, diplomáticamente—. Bien, eso explica muchas
cosas. Y tienes razón. Tenemos que encontrarla. Y pronto. La luna llena saldrá esta
noche a las diez, y si no podemos encontrar a Caris para entonces creo que será justo
suponer que la Peste Negra se extenderá por Europa de nuevo.

—No —dijo Tiberius—. Vamos a detener esto.

Tenían que hacerlo. Porque al detenerlo salvarían a Caris, y no había manera de


que Tiberius evitara hacer eso.

—Estoy a favor de detenerlo —dijo Luke—. Pero hemos estado buscando a


Lihter durante días. Los hombres no han dejado ni un rastro.

—Lo hizo ahora —dijo Tiberius—. Tiene a Caris. Luke

frunció el ceño, y luego sonrió con comprensión.

—Sangre. Hiciste que bebiera de tu sangre.

—Lo hice en realidad —dijo Tiberius. Y luego cerró los ojos y se echó hacia
atrás y trató de sentir a Caris ardiendo dentro de él.

284
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintidós

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La puerta de metal se abrió, dando paso a un rayo de luna que anuló la
oscuridad de la celda e iluminó a Caris, todavía atada a la pared. Ella volvió la cabeza
hacia un lado, el brillo era doloroso después de la prolongada oscuridad.

Se obligó a mirar. Una criatura estaba allí, su silueta de forma corpulenta


contra el astro naciente de la luna llena.

Hombre Lobo.

Ocurrió en un instante, el reconocimiento de lo que había en la puerta, y luego


la realización de que ya no estaba en la puerta, sino a su lado, con sus garras
desgarrando su ropa, con sus dientes hundiéndose en su carne, en su hombro. En su
mente, ella luchó. Con ira contra la bestia y lo rasgó en pedazos con sus propias manos
desnudas. En la realidad, estaba atrapada, encadenada a una pared, con su cuerpo tan
débil por la falta de sangre y la infusión de hematita que incluso el demonio aullando
dentro parecía débil y lento.

El olor de su propia sangre la bañó, y mientras su visión se desvanecía, vio que


manchaba el suelo. La vio hundirse en la piedra. Se fue.

Vacío.

Ella había sido drenada a nada más que una concha. No estaba muerta, sin
embargo. Había muerto un largo tiempo atrás. Ahora, así, le daría la bienvenida a la
verdadera muerte, pero su naturaleza vampiro se aferraba a la existencia, y por eso se
quedó allí, con la carne colgando de los huesos, con su cuerpo colgado del muro de
piedra. Un cadáver, descarnado, crudo y solo.

Una vez más, el tiempo no tenía significado. Ella flotaba, con su mente como
único refugio. Horas, días, años. Tal vez sólo unos minutos. No tenía ningún concepto,
ningún marcador en el que pudiera medir el tiempo. Se entendía aún menos de lo que
había entendido cuando había caminado sobre la tierra como un ser inmortal.

285
El Club de las Excomulgadas
Simplemente era, a diferencia de ella, quién no lo era.

Y luego vino la sangre. Dulce, cálida y metálica, que goteaba sobre sus labios,

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después en su garganta, y desde algún lugar en los vastos túneles y cavernas de su
mente, el ser que Caris era la probó. La absorbió. Se convirtió en ella.

Sangre.

Regresó más de ella. No toda a la vez, pero era suficiente y la ayudó a


comenzar. Suficiente, sin embargo, por lo que poco a poco volvió en sí misma. La tierra
comenzó a girar de nuevo, y el tiempo comenzó a tener significado. La espera entre las
visitas de sangre era dolorosamente interminable. Pero entonces él vendría, el que la
había destrozado.

El que la estaba salvando. Él vendría e inclinaría el más pequeño de los viales en su


boca.

Dulce, dulce sangre.

Un día, ella se dio cuenta de que podía hablar.

—¿Por qué? —preguntó, con la sangre todavía persistente en los labios. La


palabra salió como un graznido, pero pudo decir que él le había entendido. Todavía no
podía abrir los ojos, pero podía oírlo. Sentirlo. Y no se había ido. Estaba de pie frente
a ella.

De pie y respirando.

—¿Sabes lo que pasa cuando un vampiro es mordido por un hombre lobo?

Obviamente ella lo sabía. Si el vampiro era débil, el hombre lobo le desgarraba


a jirones y dejaba un cadáver arrugado en el suelo. Si el vampiro era fuerte, le
arrancaría la maldita cabeza y seguiría su camino feliz. Lástima que el encuentro
hubiera pasado cuando ella había estado débil.

—No —dijo ella—. No estoy segura de que lo sepa.


286
El Club de las Excomulgadas
—Asumiendo que el ataque se produzca durante una luna llena, el vampiro se
infecta con el virus weren.

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Ella tragó, pensando en sí misma. Pensando en

Tiberius. Abrió los ojos, parpadeando contra la luz

de las velas.

—¿Estás diciendo que cambiaré?

—El vampiro seguirá viviendo en él, o en ella —dijo, continuando como si


incluso no la hubiera oído—. Los días pasarán. Semanas. Y a lo largo de todo ese
tiempo la tierra rotará sobre su eje y se moverá en órbita alrededor del sol.

—No estoy interesada en una lección de astronomía.

—Otra luna llena, será inevitable. Y cuando llegue, el vampiro morirá.

Él la miró, y pese a la máscara que todavía llevaba, vio su ceja elevarse, como
si silenciosamente estuviera desafiándola a ser sarcástica ahora. Ella se quedó en
silencio.

—La naturaleza básica del vampiro se deriva de la muerte, la del hombre lobo
de la vida. ¿Tal vez conozcas la mitología? Dos hermanos, los padres de nuestras
razas, maldecidos por el tercer hermano, a quien asesinaron por su poder. Es algo más
que un cuento para dormir, sabes. Los vampiros y los hombres lobo son enemigos
malditos, y su carne no se unirá. Trata de mezclar a los dos, y distorsionarás a la
naturaleza misma. El resultado natural es la aniquilación.

Su pecho se había estrechado con sus palabras.

Si era verdad o no, por lo que podía oír en su voz él lo creía.

—¿Hiciste todo esto sólo para matarme? ¿Por qué no acabas de clavar una
estaca en mi corazón?

Su risa fue baja y sin humor.


287
El Club de las Excomulgadas
—¿Matarte? Hice todo esto para salvarte. Y no sólo a ti. Lo hice por amor.
Porque debo hacer lo correcto.

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—Pero… —pensó sobre todo lo que él acababa de decir. Entonces se dio cuenta
de que sólo había una explicación posible —. No —dijo ella, con un firme movimiento
de cabeza—. No puedes hacer eso. Es imposible. Todo lo que acabas de decir me
demuestra que es imposible.

Su rostro enmascarado se movió hacia arriba, con los oscuros ojos encontrando los
suyos.

—Pronto, serás más de lo que eras antes, o estarás

muerta. Se fue entonces, con sus palabras aún

resonando en su celda.

Híbrido. Querido Dios, él estaba tratando de hacerla un híbrido.

Ella no podría sobrevivir a eso. No habría más híbridos.

¿Los habría?

Cerró los ojos y se obligó a permanecer calmada. La suposición no importaba.


Sabría la verdad muy pronto. Le había prometido que cuando saliera la luna, estaría o
bien convertida o muerta. No importaba lo que ella pensara de él, por eso, estaba
segura de que él decía la verdad.

Todos los días, él le traía más

sangre. Todos los días, su fuerza

crecía.

Y todos los días, temía la esfera brillante de la luna madurando en la pequeña


ventana de su celda.

*****
288
El Club de las Excomulgadas
La estática crujió por encima de ella, y Caris se dio cuenta de que venía de los
altavoces incorporados en el techo. Después de un momento, el crepitar se detuvo y
escuchó una voz excesivamente alegre, santurrona.

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—Caris, Caris, qué placer.

—Si quieres ser civilizado —dijo ella—, podrías considerar desatarme. —


Estaba atada por todas partes. Brazos, pecho, cintura. Realmente no era bueno. La
propia camilla estaba hecha de hematita, lo que le impedía cambiar a niebla.

—Estamos muy contentos de tenerte como miembro de nuestra pequeña familia.


En serio. Es un honor estupendo, y vamos a celebrarlo programando tu primera
actuación para esta noche cuando salga la luna. Por supuesto, recientemente tuve que
inutilizar a otro híbrido que no estuvo a la altura de mis expectativas de toxicidad. Así
que estoy seguro de que entenderás si te hago pasar una pequeña prueba.

Se obligó a permanecer estoicamente en silencio.

No tenía idea de dónde estaba, y tampoco lo sabían Tiberius o los demás.

Sólo podía esperar que hubieran encontrado alguna pista en la estructura del
estacionamiento que los condujera aquí, pero, honestamente, era un poco dudoso.

Por supuesto, estaba la sangre.

Se animó un poco al pensarlo, recordando el sabor de la sangre de Tiberius en su


lengua. La emoción de sentir su deseo cruzar sus labios. Deseaba que estuviera allí
ahora. Quería ver a Lihter morir. Quería que Tiberius pusiera sus brazos alrededor de
ella.

Pero desear y querer no era cómo funcionaban las cosas. Sabía eso muy
bien.

Y la única manera de sobrevivir era cuidar de eso ella misma.

289
El Club de las Excomulgadas
Ella podía hacer eso.

—¿Caris? Estás siendo extremadamente grosera. Te dije que te haría un pequeño

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examen sorpresa primero.

Continuó ignorándolo mientras examinaba la habitación. Vio una especie de


carril en el suelo, y lo que parecía ser una pista para su camilla. Podía ver su reflejo en
el cristal. Ella, la camilla, el espacio de abajo.

Debajo de ella, como en un hospital, había una bolsa blanca llena,


presumiblemente, con su ropa. Cuan extrañamente pintoresco.

Había esperado un arma, pero no vio ninguna. Aunque teniendo en cuenta lo


atada que estaba, no habría sido de mucho uso.

Por otra parte, ella era un arma.

—Ahora no te preocupes. —Lihter estaba diciendo—. Estoy seguro de que


pasarás. Pero lo mejor es comprobar esas cosas antes de tiempo, ¿no crees?

Una vez más, no respondió, estaba demasiado ocupada retorciendo las muñecas
para ver si había una forma en la que pudiera maniobrar para que la correa pudiera
cortar su piel. Todo lo que necesitaba era un poco de sangre. Después de eso, el ácido
haría el truco.

Comenzó a retorcerse, luego se congeló cuando entendió que la propia camilla


había comenzado a moverse, y se dio cuenta de que estaba siguiendo las vías
electrónicas fuera de la celda. La camilla se deslizó a través de una serie de cámaras de
aire hasta otra celda, ésta vacía. Pero en la celda junto a ella, pudo ver a tres personas:
un hombre, una mujer y un niño.

—Veamos qué tienes, ¿de acuerdo? —dijo Lihter, con su voz una vez más,
saliendo como hojalata a través de los altavoces.

Y luego la camilla pareció encenderse, con la electricidad quemándola, con el


dolor tan intenso que no pudo soportar el calor que aumentaba a su alrededor

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El Club de las Excomulgadas
hasta que no pudo pensar, no pudo moverse, no pudo hacer otra cosa que gritar y gritar
para que se detuviera.

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Pero no se detuvo. Nunca se detuvo.

Siguió y siguió y siguió.

Y entonces el lobo estuvo allí, despedazando, con su demonio luchando para


mantenerlo abajo. Pero la luna estaba demasiado cerca de ser llena, y el dolor era
demasiado grande, y su cuerpo estaba cambiando, convirtiéndose en el lobo, y Lihter
estaba ganando y el lobo estaba ganando…

…Y luego, con un final violento el lobo surgió, y Caris se perdió en la bruma de


la naturaleza.

*****

Lihter vio como el lobo en la celda se retorcía en la camilla, logrando darle la


vuelta a un lado, pero no logrando liberarse de las correas.

—Hermoso. —Se volvió hacia Behar, que estaba junto a él, operando los
controles de la consola—. ¿No te dije que encontraría a otro híbrido? Una lección de
vida para ti —dijo, y luego señaló al otro lado de la habitación a Rico—. Establece
objetivos razonables y puedes completarlos. Ahora —dijo, volviéndose hacia Behar—,
vamos a asegurarnos de que estamos en lo correcto acerca de esto.

—Encendiendo el corredor aéreo ahora.

En la celda, un orificio de ventilación se abrió, conectando la celda de Caris a la


ocupada por los humanos que Rico le había entregado ese mismo día. Una familia
agitada y aterrorizada, con el padre golpeando las paredes mientras la madre consolaba
al niño.

Una familia que había salido de la autopista en busca de una estación de servicio
y encontrado la muerte en su lugar.

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El Club de las Excomulgadas
Pobres. Pero su sacrificio soportaría una causa tan noble.

—Ahora —dijo Lihter, y mientras Rico iba hacia atrás para ver mejor, Behar

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


encendió la succión, tirando el aire fuera de la celda de Caris y a la cámara de los
humanos. Al principio, no pasó nada, y Lihter apretó los puños a su lado, temiendo que
se tratara de otro fiasco. Que estaría condenado a no encontrar a un híbrido tóxico.

—Se propaga más fácilmente por contacto —dijo Behar—. Y los humanos
tienden a albergar la infección más tiempo que los habitantes de las Sombras antes de
mostrar síntomas. Pero no te preocupes... sí —señaló una pantalla digital—. Algunos de
los virus se transfieren a las células de los humanos.

La celda era pequeña, pero aún pareció necesitar una eternidad.

Lihter se paseó, mirando.

El reloj hizo clic a mediodía. Luego, las dos y cinco. Dos y diez.

—Maldita sea. ¿Esto va a funcionar o no?

Y luego la niña estornudó.

Soltó la mano de su madre lo suficiente como para limpiarse la boca y luego


agarró a su madre de nuevo. La madre la recogió. Besándola.

Y entonces la madre estornudó.

Los ojos de la niña se pusieron rojos. Le comenzó a gotear la nariz.

Preocupado, el padre fue a verla.

Él apretó las manos en su cara, tocando su frente. Luego miró hacia el techo, a
la salida de aire. El padre lo sabía, Lihter se dio cuenta.

Sabía que la muerte estaba sobre él.

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El Club de las Excomulgadas
Lihter miró el espectáculo un poco más tiempo: los gritos, los delirios. Y
después, lo reconfortante.

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Pero ya sabía lo que ocurriría en el tercer acto.

Ellos morirían.

Lihter no se molestó en mirar. Tenía planes que finalizar.

A las cinco y cuarto el espectáculo había terminado, y no quedaba nada en la


celda, sino las conchas de los seres humanos muertos.

Había sido una prueba de funcionamiento excepcional.

Esta noche tendrían a más humanos para infectar y luego lo soltaría de nuevo en
los concurridos aeropuertos mundiales, en las estaciones de tren, en los centros
comerciales. Esta noche se abrirían las rejillas de ventilación. Esta noche se soltaría el
infierno en la tierra, y después de haber hecho su camino por el globo, sólo los weren
quedarían de pie.

Aleluya.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veintitrés

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Tiberius había llegado tan lejos como había podido con la sangre.

Ella estaba allí, en algún lugar en lo profundo de esas montañas en


Liechtenstein.

Sabía que estaba en un radio a su alrededor, podía sentirlo.

Más que eso, podía sentir su miedo, y eso estaba a punto de matarlo al no poder
encontrar el camino hacia ella.

—¿Qué más podemos hacer? —le preguntó Luke. Todos alrededor de ellos, el
equipo que habían activado, y durante la última hora había estado haciendo un examen
físico de búsqueda en la pequeña sección de la ladera de la montaña que había llamado a
su sangre.

—¿Firmas térmicas?

—No a través de la piedra. No sé si están en lo profundo.

—¿Un móvil?

Luke levantó la ceja.

—¿Crees que lo tiene? ¿Crees que estará encendido? Si yo la hubiera


secuestrado, lo habría arrojado por la ventana.

—Pero no lo hiciste —dijo Tiberius, agradecido por el pedacito de esperanza de


que su potencial secuestrador descuidadamente podría haber dejado—. Ella lo tenía —
continuó él—. Jeph lo oyó sonar antes de que fuera secuestrada. Si llegó a la montaña,
no lo sabemos. No es probable que lo tenga con ella ya. Pero incluso si se encuentra en
un armario de almacenamiento, si está ahí podemos conseguir acercarnos.

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El Club de las Excomulgadas
—Estoy en ello —dijo Luke, luego se fue para emitir las órdenes a los
individuos de tecnología.

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


Mientras tanto, Tiberius y el resto del equipo se desplegó por toda la zona, como
hormigas, en busca de cuevas, de puertas ocultas.

De cualquier cosa que respondiera a la pregunta de cómo Tiberius podía sentir la


presencia de Caris, en un gran pedazo de piedra vieja.

Luke se volvió.

—Su teléfono no está encendido. Alguien podría activarlo, por lo que podremos
cazarlos, pero no estoy conteniendo la respiración.

—Diablos.

Esa era la esperanza a la que él se había aferrado. Que pudieran localizar el


teléfono y estrechar su búsqueda. Y ahora esa esperanza había muerto, pero estaría
maldito si se rindiera. Le hizo señas a uno de los agentes, que se apresuró a su lado.

—Tráeme el mapa de la red de búsqueda.

El agente obedeció, y Tiberius estudió el mapa, señalando las áreas marcadas,


incluyendo las que sólo había sido exploradas visualmente, y aquellas que había sido
examinadas con detectores de metales.

—Pasad el detector de metales por aquí —dijo él, señalando una zona rocosa.

—Señor, buscamos allí. No sería factible…

—Hazlo.

Vio como el equipo se ponía en acción, esperando que no estuviera gastando un


tiempo precioso. El agente tenía razón, por supuesto. El acceso a una cámara

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El Club de las Excomulgadas
oculta probablemente estaría en un lugar más accesible. Pero si él hubiera sido el
diseñador de una cámara secreta…

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


—¡Señor!

Él se apresuró. El detector de metales estaba sostenido sobre una enorme roca


que emitía un alto sonido.

Miró a Luke, quien asintió, y el equipo se abalanzó para examinar la roca.


Excepto que no era una roca.

Era una puerta y usaron ácido para deshacer tranquilamente la cerradura.


La abrieron y se asomaron a un laberinto de pasillos serpenteantes.

—Dividíos —les dijo a sus hombres—. Id rápido, pero en silencio. Mantened


vuestros sistemas encendidos buscando la señal de Caris. Es poco probable, pero tal vez
tengamos un golpe de suerte con su teléfono.

Uno de los genios del equipo asomó la cabeza dentro, miró a su alrededor y
dijo:

—Uno muy bueno espero. Porque sin mapa, no hay forma de que encontremos
ninguna mierda en ese laberinto.

—Estás equivocado —dijo Tiberius—. Los encontraremos. Los encontraremos,


porque tenemos que hacerlo.

En silencio, sin embargo, temía que el genio tuviera razón.

*****

No se habían molestado en levantar su camilla, ahora Caris yacía de lado, con su


cordura volviendo a ella, con el lobo yéndose. Al menos por unas horas más.

La salida de la luna estaba cerca, y el lobo no se había ido muy lejos.

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El Club de las Excomulgadas
Francamente, eso estaba cabreando a su demonio.

Bien. Ella lo quería enojado. Quería ser dura, estar furiosa y ser mortal. Caris

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estaba tan acostumbrada a luchar contra su demonio para que retrocediera pero tendría
que obligarse a dejarse ir. En ese momento no quería luchar contra él. Quería que
estallara.

Quería que matara.

Tanto poder dentro de ella, y nunca había podido recurrir a ello. No quería que el
demonio se hiciera cargo, enviándola a un horrible y oscuro lugar. Tampoco quería al
lobo que despreciaba, cuya sola presencia era mortal.

Pero Lihter la estaba usando ahora, y eso no era algo que Caris tomara
amablemente.

¿Lihter quería que ella fuera su maldita arma?

Que lo intentara malditamente.

La celda de al lado estaba atestada de humanos. Lihter los había estado


empujando allí todo el día. Pobres, humanos perdidos a los que intentaba infectar y
enviar al mundo, utilizando su maldición, usándola a ella, para conseguir sus propios
beneficios políticos. Era un hijo de puta y un cobarde, y de alguna manera ella lo
destruiría.

Por desgracia, todavía estaba un poco confundida sobre cómo, pero estaba
segura que matarlo entraría en el juego de alguna manera.

Esa parte es la que estaba esperando.

Una vez más miró a su alrededor.

La nueva celda era alargada, el muro a su derecha era de metal mientras el de su


izquierda era translúcido. La pared detrás de ella era de hormigón y parecía que la de
delante estaba hecha de plexiglás. Tenía un sistema de bloqueo de aire y

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El Club de las Excomulgadas
de filtración por lo que una persona podría simplemente ir a través de un sistema de
filtros y de ventiladores sin tener que tocar, y presumiblemente contaminar, una puerta.

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Su punto de vista era un poco raro. La camilla se había caído de lado, pero
debido a que estaba atada tan fuertemente, estaba en un ángulo recto con respecto al
suelo. La bolsa debajo de la camilla estaba delante de ella, y vio un toque de negro y
plata que se asomaba de la bolsa.

Su teléfono.

Como en un sueño regresaron sus palabras a Tiberius: puedes rastrear mi


móvil.

Ella había estado medio bromeando, pero era verdad que él podría hacerlo. Para
el caso, podía ser la única manera, puesto que aún no podía saber si las maquinaciones
en las que Reinholt la puso cuando la cambió harían imposible formarse su vínculo de
sangre.

Sólo que estaba en una camilla, y por lo menos a un brazo de distancia.

Y no tenía brazo. O lo tenía, pero era inútil, ya que estaba a su lado y unido al
armazón.

Pero aún así tenía el ácido.

Lo había intentado antes, sin éxito, pero había sido interrumpida. Más aún, había
estado en un ángulo diferente. Ahora, su peso estaba en su muñeca, haciendo que la
correa cortara aún más su piel.

Si ella se retorcía. Si lograba retorcerse un poco más. Y

entonces olió la tela quemada.

Fusión de metal.

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El Club de las Excomulgadas
No era una gran cantidad de ácido, pero estaba allí, en la correa, y si tiraba más
duro tal vez podría…

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


¡Lo hizo!

Su brazo estaba libre, y lo extendió, estirándose, con sus dedos sin llegar a
tocarlo totalmente. Tomó aire, tratando de reunir toda la fuerza, después sacudió su
cuerpo en un esfuerzo por moverse de la camilla.

Lo hizo. A menos de dos centímetros.

Pero tal vez fuera suficiente.

En el exterior, oyó las pisadas frías y eficientes de Lihter.

Vamos, vamos...

Sus dedos rozaron. Falló.

Otra oportunidad... y ¡sí! Lo consiguió.

Se deslizó hacia él y apretó el botón de encendido hasta que oyó a Lihter


gritándole instrucciones a uno de sus lacayos.

El teléfono se encendió, y apretó acelerada el botón de marcar. Al mismo


tiempo, el idiota llamado Rico le quitó el teléfono de su mano, lo agarró, luego lo apagó.

—Tsk, tsk… —dijo Lihter—. Pero es bueno saber que tienes agallas. Esa es una
cualidad admirable.

—Que te jodan —dijo ella, lo que era muy pobre, pero estaba pensando más en
si la llamada había tenido tiempo de conectarse, que en la mejor manera de insultar a su
loco secuestrador.

—Bien, me encantaría charlar toda la noche, pero mira la hora. —Tocó la esfera
de su reloj de pulsera—. Diez en punto. Salida de la luna. Tu lobo saldrá un

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El Club de las Excomulgadas
poco más tarde, ¿me entiendes? No te preocupes. Vamos a ayudarte con eso. — Ladeó
la cabeza, luego le sonrió—. ¿Estás descansando querida? Te concederé que la camilla
de costado es menos cómoda, pero teniendo en cuenta que este es nuestro gran día, no

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV


quería correr ningún riesgo.

Se acercó a la consola, y luego habló por un micrófono, llamando a su equipo.


Cuando todos estuvieron en su lugar, Lihter volvió a sonreír.

—Bien. Empecemos, ¿de acuerdo?

Abrió la boca para maldecir, pero lo que salió en cambio, fue un grito. Él había
dicho que aceleraría el proceso, y subió el voltaje en su pequeña mesa. Ella pasó de nada
a abrasarse, con el dolor sacudiéndose horriblemente en un abrir y cerrar de ojos.

Una vez más, el lobo se levantó, y una vez más ella luchó, pero sabía que
perdería. Maldita sea todo, no podía perder. Pero su demonio no era rival para la fuerza
del lobo. Este se reunió en su interior. Se congregó, gruñó y se echó hacia atrás.

Y mientras el lobo se apoderaba de ella, vio algo que, finalmente, por vez
primera, le dio esperanza.

Vio a Tiberius saltar en la habitación.

*****

Tiberius miró a través del cuarto, una camilla detrás de una pared de vidrio, el
cambio llegando a ella.

Vio al lobo emergiendo, extremidades largas, pelo haciendo erupción. Pero no


era un hombre lobo para él. Era Caris. Era suya. Y el bastardo que le había hecho eso
era hombre muerto.

300
El Club de las Excomulgadas
A su alrededor, el equipo ya se había desplegado, lanzándose uno a uno contra
los hombres de Lihter delante de las celdas de cristal llenas de humanos inocentes.

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Luke estaba dirigiendo a ese equipo, una cosa salvaje, una máquina de combate.

Otros agentes irrumpieron en el laboratorio, en dirección a la consola, pasando


de mano en mano trajes hazmat13 mientras los soldados weren de Lihter eran obligados a
retroceder.

Tiberius ignoró todo.

Marchó directamente por el medio como si estuviera caminando a través del


maldito Mar Rojo.

Justo al otro lado de la habitación, hacia él.

Faro Lihter.

El weren lo vio venir, y tuvo el descaro de sonreír. Uno de sus idiotas lacayos
decidió moverse en modo protector, agarrando una silla mientras lo hacía y golpeando
el suelo. La silla se destrozó, y el lacayo se apresuró hacia Tiberius, con una estaca en la
mano, con el lobo emergiendo mientras se echaba hacia delante.

Perfecto.

Con toda la velocidad que más de dos milenios le habían podido dar, Tiberius
agarró el brazo del tipo, arrancó la estaca de su mano y a propósito la introdujo en su
propio cinturón, casualmente arrancando la cabeza del weren.

Luego se volvió a Lihter con una sonrisa y siguió caminando.

Para crédito de Lihter, el weren comenzó a verse un poco nervioso.

13
Trajes de protección para el manejo de materiales peligrosos.

301
El Club de las Excomulgadas
Tan nervioso, de hecho, que se dio la vuelta y corrió hacia la esclusa de aire.
También era perfecto.

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Tiberius lo siguió, y cuando lo hizo, Luke se abrió paso a través del laboratorio,
con dirección a la consola para poder apagar las vías aéreas entre Caris y los seres
humanos no infectados.

Tiberius no les prestó atención, Luke lo haría. Sólo estaba interesado en Lihter.
En Lihter, quien pensaba que era tan hábil para ocultarse allí con el virus.

No lo suficiente. No lo suficientemente bueno.

Tiberius sonrió. Hasta ahora, Lihter estaba actuando completamente predecible.


Esperaba que se mantuviera de esa forma.

Tiberius siguió al weren dentro, sintiendo el silbido del aire en torno a él, oyó la
risa de Lihter, llamándole tonto.

Y entonces vio en los ojos la conciencia de Caris.

La vio en el lobo. Vio a Caris y su demonio luchar para traer de vuelta el lobo a
lo profundo de ella. A pesar de la luna llena.

¿Podría hacerlo?

Vio la determinación en sus ojos, y en ese mismo momento, su apuesta estuvo


en la mujer, no en el lobo.

Sin embargo, vio el miedo en sus ojos. Por él.

No tenía tiempo de tranquilizarla. Estaba demasiado concentrado en su presa.


Más que eso, no estaba del todo seguro de que sobreviviera a esto.

Pero tenía que intentarlo. Por Caris. Por el mundo.

Frente a él, Lihter no estaba haciendo la única cosa que podría darle una
oportunidad de lucha. No se había molestado en traer a su propio lobo. Hacer eso

302
El Club de las Excomulgadas
habría significado no poder hablar. Y Tiberius podría decir que Lihter,
previsiblemente, tenían algunas cosas que quería decir.

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—Adelante, entonces —dijo Tiberius.

—¿Qué?

—¿Hay algo que quieras decirme? —Lihter estaba dando vueltas, con sus
piernas empezando a sentirse un poco débiles. El virus era fuerte. Ella era fuerte. Sí. Tal
vez su brillante plan no era tan brillante después de todo...

—Estás muerto, Tiberius. Crees que eres inteligente, pero en el segundo en que
atravesaste el bloqueo del aire, moriste. Ella es tóxica. Y ahora tú estás infectado.

—Puede que tengas razón —dijo Tiberius—. Pero creo que podré vivir lo
suficiente para verla matarte.

Él corrió hacia adelante y luego, llegó al lado de Caris antes de que Lihter
incluso tuviera tiempo de girar.

Ella había conseguido quemar una correa, y él comenzó a trabajar en el resto de


las hebillas y correas en la camilla. Su perfume lobuno lo envolvió, por lo que su
demonio se levantó. Con ira por lo que Reinholt le había hecho. Por lo que Lihter le
estaba haciendo ahora.

Era el momento de pagar el precio.

—¿Qué... haces? —Ella estaba luchando, obligando a las palabras a salir


mientras trabajaba en las hebillas cerca de sus pies—. El… demonio... fuerte... yo...
puedo... luchar... no seas... estú... pido.

—Sinceramente espero no serlo —dijo él, luego se dio media vuelta mientras
ella soltaba un horrible lamento, un aullido de furia mezclado con terror puro.

303
El Club de las Excomulgadas
Lihter estaba allí, agarrando la estaca que Tiberius había puesto en su cinturón,
y luego hundiéndolo en línea recta en el corazón de Tiberius.

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Él cayó, con la estaca llevándolo hacia abajo, el grito de Caris resonó en su
oído.

Y lo último que vio antes de que el mundo se volviera negro fue al lobo que era
Caris saltando de la mesa y tirando a Lihter al suelo.

*****

—¡No!

El grito de Caris salió como un aullido, porque el lobo estaba dirigiendo el


espectáculo. Pero el horror de ver la caída de Tiberius había rasgado directo hasta la
esencia de ella y ella se agarró a eso, tomó el control, tomó al demonio, tomó toda la
fuerza que venía de ser un híbrido.

Ella se arrastró a través de la oscuridad del lobo. Más y más alto, hasta que lo
controló, en lugar de que él la controlara a ella.

Se sentía extraño, con su cuerpo alargado, con sus músculos más apretados, pero
se sentía poderosa, también.

Y en ese momento ella era la poderosa.

Sobre el suelo, Lihter cambió. Tiberius había agarrado al weren cuando había
caído, y ambos estaban en el suelo. Tiberius yacía tan quieto como la muerte, pero
Lihter se movía, arañando su camino de regreso a sus pies.

Fuera de la celda, dos de sus hombres corrieron hacia la esclusa de aire.

—¡No! —gritó Lihter—. ¡Permaneced fuera!

304
El Club de las Excomulgadas
Ellos no le hicieron caso y entraron corriendo, y Caris aprovechó la oportunidad
para explorar a la criatura que era ahora. La fuerza, la velocidad y la habilidad que tenía,
pero que nunca había podido utilizar.

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Los usó, y estuvo al lado de ellos en un abrir y cerrar de ojos. Con una porción
de sus garras, arrancó la suave carne de sus vientres. Después los agarró, uno en cada
mano, y los hizo girar como si fueran el juguete de un niño.

Luego dejó que volaran.

Se estrellaron contra el muro de hormigón, ambos fuera de combate.

Eran weren, por lo que no se infectarían. Era una pena. Pero se ocuparía de eso
más tarde, de alguna manera igualmente satisfactoria.

Volvió su atención a Lihter, dejando ir un poco más a su demonio. No había


logrado sacar completamente al lobo. Todavía estaba allí, aún se conservaba en su
cuerpo, todavía llenaba su sangre.

Pero lo había hecho retroceder considerablemente, y había un gran poder en el


equilibrio que había encontrado. Se preguntó si llamaba a su lado vampiro durante la
luna llena, ¿podría evitar el cambio completo?

Miró fijamente a Lihter.

—Supongo que debo darte las gracias —dijo. Su voz era áspera, pero tenía una.
La parte de ella que era vampiro había aguantado, equilibrando al lobo. Haciéndola más.
Ella era realmente alguien a tener en cuenta por primera vez, por única vez, porque
nunca podría dejarse ir así a propósito. No con la peste.

¿Pero con Lihter alrededor? Bien, ese no era realmente un problema. Y ella
conseguiría el máximo provecho de eso. Lo destruiría.

—Tengo algunas habilidades locas aquí —continuó—. Hubieras tenido la


oportunidad de explorarlas si no hubieras intentado joderme.

305
El Club de las Excomulgadas
—Nunca saldrás de aquí —dijo Lihter—. Todos ellos, saben lo que eres.
¿Crees que te dejarán vivir?

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—No lo sé —dijo ella—. Pero sé que no te permitiré sobrevivir a ti.

Ella se movió y estuvo a su lado.

Bajó la voz, poniéndose cerca de su cara.

—Te daré una opción. Entrégate a la PEC. O bien, cuenta hasta tres y rasgaré tu
corazón.

La expresión de su rostro fue poco menos que de repulsión.

—¿No? Pues bien, lo decidiré por ti. —Ella se estiró de nuevo, lista para
empujar su brazo hacia adelante.

Él chilló.

—¡No! ¡No! ¡Me entregaré!

—Buen chico —dijo—. Has hecho la elección correcta.

Ella esperó un instante, saboreando la idea de él en una celda de la PEC, pero no


fue suficiente.

No para el lobo. No para el demonio.

—Lo siento —dijo, mientras perforaba su caja torácica—. Pero realmente te


quieren muerto.

*****

Con la cabeza de Tiberius acunada en su regazo, Caris miró a través de la pared


del vidrio de su celda, viendo como Luke examinaba los mandos y diales en la enorme
consola.

306
El Club de las Excomulgadas
—Ahora —dijo él—. El aire está limpio.

Gracias a Dios.

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Ella había estado desde la salida de la luna, hasta su puesta, abrazándolo, con su
pecho apretado por el miedo de que ella se hubiera equivocado, de que él se hubiera
equivocado.

Sus manos temblaban mientras tomaba la estaca todavía incrustada en su


pecho.

—Por favor —susurró mientras la arrancaba.

Era una tontería, lo sabía. Él todavía estaba allí, no había cenizas, no se había
ido, por lo que la estaca no podría haber penetrado completamente su corazón. Y sin
embargo, había estado muerto, si no, la plaga se lo habría llevado.

¿Y si la muerte lo impidiera?

—Tiberius —presionó un beso en su frente—. Tiberius, por favor. Por favor,


despierta.

Él no se movió.

Miró a Luke, frenética.

—¿Podría ser el virus? ¿Qué sí lo han infectado después de todo?

—No lo sé —dijo Luke.

—¡Entonces, consigue a Orion en el teléfono! —le espetó, y de inmediato se


arrepintió—. Lo siento —dijo—. Estoy tan…

Él se movió.

—¡Tiberius!

307
El Club de las Excomulgadas
Él se movió en sus brazos, y ella parpadeó lágrimas de alivio.

—Maldita sea —dijo ella—. ¿Tienes alguna idea de lo asustada que estaba? No

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vuelvas a hacerme algo así de nuevo. Si hubiera salido mal, yo… —se estremeció—.
Podría haber estado en un error. El vampiro en la historia de Orion moría mientras era
humano. ¿Y si esa hubiera sido la diferencia crucial?

—Lo sé —admitió él—. Pero tuve que tomar el riesgo.

—¿Por qué?

—Por ti —dijo Tiberius. Miró de reojo la celda ahora vacía—. No lo hubieras


podido manejar si hubieras infectado a los demás. Si hubieras infectado al mundo.

Una ola de amor la abrumó.

—No habría sido por mi culpa —susurró ella.

—Hubiera sido de Lihter. —Y eso era verdad, y ella sabía que era verdad. Pero
al mismo tiempo, Tiberius tenía razón. Ella no habría podido manejarlo. La carga que
tenía era bastante dura de llevar. Al menos no tendría que llevarla sola.

Apretó sus manos entre las suyas.

—Gracias.

Su sonrisa fue toda la respuesta que necesitó.

—¿Está despejado? ¿Podemos irnos?

Desde fuera de la celda, Luke asintió.

—Está bien. Salid de ahí.

308
El Club de las Excomulgadas
Se pusieron de pie y comenzaron a caminar fuera del aire contaminado. Ella se
quedó inmóvil, sin embargo, al ver la puerta del laboratorio abriéndose y a dos hombres
entrando.

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Uno era bajo, con el paso desgarbado de un hada. El otro alto y apuesto, de tez
oscura y ojos inteligentes. Dos oficiales uniformados caminaban a su lado, con el rostro
tenso e ilegible.

Ella miró a Tiberius y vio que él había apretado la mandíbula. Al parecer no le


estaba gustando este desarrollo más que a ella.

El hombre alto se acercó, luego sacó una placa y se dirigió a ella.

—Soy el agente Gabriel Casavetes, y por el poder que me confiere la División


12, estoy aquí para arrestarte, Caris de Soranzo, por la violación del Quinto Pacto
Internacional y por el asesinato de Cyrus Reinholt. ¿Entiendes?

Ella echó un vistazo a Tiberius, que parecía francamente estar asesinándose a sí


mismo.

—El asesinato de Cyrus Reinholt es un asunto de la Alianza —dijo él—.


Pensé que había dejado muy claro que un grupo de trabajo había sido designado.

—Y estaremos encantados de compartir nuestras evidencias —dijo Casavetes—.


Pero como estoy seguro que sabe, cuando un asesinato está involucrado, la doble
jurisdicción se puede reclamar.

A su lado, Tiberius se puso tenso, y Caris pudo sentir una explosión. Ella tomó
su mano y la sostuvo con fuerza. Había sabido cuando le había disparado a Reinholt que
esto podría llegar, y aunque no estaba particularmente interesada en pensar que podría
ser ejecutada, de salir de este mundo y de Tiberius para siempre, había hecho lo que
tenía que hacer. Había matado al hombre que la había destruido.

309
El Club de las Excomulgadas
Y no importaba cuán terrible fuera el precio que ahora tenía que pagar, no se
volvería atrás, incluso si pudiera hacerlo.

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El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticuatro

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—Me importa un carajo si él está en la maldita luna —gritó Tiberius en el
teléfono—. Busca a Nicholas Montegue y tráelo de regreso aquí ahora.

Estaba en una sala de conferencias de la División 12 de la sede en Zurich,


mientras paseaba con Everil observándolo. La pareja del fae, Gabriel, también estaba
allí, pero no había dicho ni una palabra.

Apenas bajaba la cabeza como si no tuviera ni una maldita cosa que ver con
ninguna de las tonterías que estaban pasando en esa habitación.

—¡Maldita sea! —Aulló Tiberius, después, golpeó la mesa con tanta fuerza que
rompió la madera.

No era uno de sus mejores días, ni uno de sus momentos más diplomáticos.

No le importaba. Todo lo que le importaba justo entonces era Caris. Nicholas era
su abogado, su consejero legal, y Tiberius lo necesitaba allí en ese momento. Pero
incluso con Nick en el caso, no sería suficiente. Maldita sea, ella no debería haber sido
detenida en primer lugar.

—¿Cómo carajo me pudiste hacer esto? —le preguntó a Everil, poniéndose justo
en su cara, dejando que el demonio se moviera lo más lejos que podía.

El fae dio un paso atrás, pero cuando habló, sus palabras fueron fuertes y
medidas.

—Ella asesinó a un hombre. Lo mató a sangre fría.

—¿A sangre fría?

—Ella lo persiguió. Lo encontró en un oscuro bosque. Puso una bala en su


cabeza. —El fae asintió vigorosamente—. Tenemos la evidencia. Toda se suma.

311
El Club de las Excomulgadas
—La evidencia —repitió Tiberius—. Para probar que lo hizo, ¿no?

—Sí, señor.

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—¿Qué hay de la evidencia que demuestra el por qué?

Los ojos del fae cortaron hacia Gabriel, pero el perro del infierno no levantó la
vista.

—Nosotros… nosotros no necesitamos pruebas del motivo. No es un elemento


del crimen. Ella mató. Ella paga. Así es como funciona. ¡Ese es el fundamento de todo
el sistema!

—¿Hay un cerebro en tu cabeza, o simplemente una grabadora? No me hables


sobre lugares comunes o teorías o líneas del manual de detectives. Se trata de una mujer
de verdad a la que arrestaste. Una mujer con un pasado. Una mujer con motivos. ¿De
verdad me estás diciendo que ni siquiera examinaste esos motivos antes de lanzarla en
una celda?

—Tenemos la intención de explorar esa cuestión durante la entrevista —dijo


Everil—. Ese es un método perfectamente adecuado para más interrogatorios. —Él
tragó con fuerza—. Pero nuestra investigación sugiere que vincula su condición de
híbrido…

Tiberius pateó una silla, esta vez porque el discurso del fae le recordó esa
palabra sobre que el estado híbrido de Caris ya se había filtrado fuera de la PEC. Se
había extendido como un reguero de pólvora, y no había manera de que lo contuviera.

De ninguna manera podía salvarla de eso. De lo que la gente iba a pensar de


ella.

Pero si no podía salvarla de eso, aún podría salvarla de un juicio. Y lo haría.


Incluso si tuviera que asegurarse de que esos dos perdieran sus puestos de trabajo en el
proceso.

312
El Club de las Excomulgadas
—Ah —dijo Everil, mirando la silla.

Tiberius se volvió hacia él con calma.

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—Adelante.

—Así es. Bien, creemos que una investigación más a fondo demostrará que
Reinholt intentó exponer a Caris como híbrido. Caris, obviamente, no estuvo contenta
con esa idea.

—¿Vosotros pensasteis en todo esto solos?

Everil frunció los labios. Gabriel continuó mirando a la mesa.

—Vosotros dos sois unos idiotas —dijo Tiberius—. Reinholt fue el que la hizo
un híbrido. —Dejó que el anuncio colgara allí por un momento—. Él la capturó. La
torturó. Todo para poder encontrar la manera de hacer un híbrido.
¿Tenéis alguna idea de lo que ella pasó? En caso de habéroslo perdido, una mordida de
hombre lobo normalmente mata a un vampiro. ¿Qué debió hacerle con el fin de debilitar
tanto a su demonio para que ella sobreviviera?

Everil se quedó con la boca abierta, contemplando esa nueva verdad. Gabriel,
por otra parte, levantó la cabeza. Su piel se había vuelto completamente pálida, y
Tiberius estaba seguro que el perro del infierno estaba a punto de vomitar. La puerta se
abrió y Luke entró.

—Se acabó —dijo Luke.

Un miedo paralizante se aferró de Tiberius.

—¿Caris?

—No, no, la elección. —Él miró hacia arriba, y por primera vez Tiberius pudo
ver su expresión, confundida, pero también eufórica—. A la luz de la muerte de Lihter,
la Alianza convocó a una reunión de emergencia. Llevaron a cabo una elección
anticipada.

313
El Club de las Excomulgadas
—Maldita sea —dijo Tiberius—. No me lo dijeron.

Luke continuó, haciendo caso omiso de él.

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—Felicidades, Sr. Presidente. Te lo has ganado.

Tiberius dejó que las palabras se filtraran, esperando un profundo rubor de


placer. Pero no llegó, ¿cómo podía cuando lo único en lo que podía pensar era en su
temor por Caris?

—Pero...pero… —la boca de Everil siguió moviéndose a pesar de que dejó de


hacer ruido.

—¿Qué? —Luke exigió.

—Esas son sólo excusas. Ella cometió el crimen. —Miró de Gabriel a Tiberius
—. Ella lo mató. Tiene que pagar. Esa es la forma en que funciona.

Al otro lado de la habitación, Gabriel se puso en pie.

—Perdónala.

—¿Qué? —preguntó Everil, expresando la misma pregunta que estaba en la


lengua de Tiberius.

Gabriel se puso más erguido y volvió a intentarlo.

—Tienes razón —dijo—. Ella no merece ser juzgada por esto. No se merece ser
ejecutada por esto. No después de lo que recibió. No después de que la torturaron.

—Tal vez deberías haber pensado en eso antes de arrestarla —dijo Tiberius con
frialdad—. Es un asunto de la División 12. Esta no es mi jurisdicción. Está fuera de mis
manos.

—No —dijo Gabriel—. No lo está. El presidente de la Alianza puede emitir un


perdón. Tiberius… Señor Presidente... tú puedes ponerla en libertad.

314
El Club de las Excomulgadas
****

* La batalla del siglo rugía dentro de Caris.

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El miedo, la ansiedad, la culpa. El amor y la nobleza.

A pesar de la soledad. Todos las partes y piezas traqueteaban en su interior.

Volviendo loco a su demonio. Haciendo que el lobo se presionara y se elevara.

Ella no iba a perder el control.

Su celda era pequeña y de vidrio, y más allá de esas paredes se podían oír a sus
compañeros de celda.

Sus burlas y abucheos. ¡Muere, híbrido! ¡Asquerosa, apestosa mestiza! ¡Muerte


al portador!

Podía oírlos, pero no podía verlos. Tenía los ojos cerrados, mirando hacia
adentro.

Tenía al lobo con correa, al demonio también, y estaba usando toda su


concentración para separarlos. Para evitar que se destrozaran, mordieran y atormentaran
uno al otro.

Si los soltaba, sería el final de todo. Perdería el control. Cambiaría.

Y a pesar de que ellos ya lo sabían todo, incluso aunque la celda estaba cerrada
herméticamente y ninguna toxina podía escaparse, no les daría la satisfacción de
presenciar lo que en realidad era. No dejaría que Lihter o Reinholt se alzaran con la
victoria. Controlaría el cambio, maldita sea. Lo hacía, y lo había hecho por años.

Hoy, sin embargo...

315
El Club de las Excomulgadas
Hoy, todos sus temores se empujaban hacia arriba en su contra. Se deslizaban
sobre su piel, provocándola y tomándole el pelo. No hay otra salida, el miedo le
susurraba. Lo has retrasado, pero no puedes escapar de esto. El día que te cambiaron,

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él terminó contigo. Lo sabías. Tiberius lo sabía. Y fuiste demasiado estúpida como
para aceptarlo.

No.

Sí.

El demonio seguía insistiendo. El lobo se mantenía dándole patadas. Eran


fuertes. Estaban determinados.

Estaba perdiendo la batalla...

Y entonces él estuvo allí. Su olor, su toque.

Tiberius le tomó las manos, apretándoselas ligeramente. Ella le devolvió el


apretón, tomando el poder que le estaba dando, compartiendo la fuerza que le ofrecía.
Con él, ella lucharía contra el lobo. No había manera en el infierno de que cambiara
ahora. No había manera en el infierno que el lobo saliera.

Lenta, muy lentamente, la calma se apoderó de ella.

Aún más lentamente, abrió los ojos.

Él le sonreía. Y a pesar del horror de las circunstancias, no pudo evitar


devolverle la sonrisa.

—Gracias.

Él extendió la mano y le acarició la mejilla.

—¿Ha sido duro?

Consideró mentirle, pero ese era Tiberius. No tenía por qué mentirle.

316
El Club de las Excomulgadas
—Ha sido horrible. Todos lo saben —dijo, asintiendo vagamente hacia los
guardias y a los otros prisioneros.

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—Son tontos —dijo él—. Ignorantes insensatos.

Ella negó.

—Eres muy dulce, pero te equivocas. Alguna vez pensamos lo mismo acerca de
los híbridos.

—Entonces éramos ignorantes también.

—Vimos a Marsella morir.

—Vimos a un híbrido que se había vuelto loco destruirla. Tú no estás loca.

Ella esbozó una media sonrisa.

—No. Aunque a veces me enfado un poco.

Él se echó a reír, y luego la ayudó a ponerse en pie.

Sus brazos se cerraron alrededor de ella, cálidos y protectores.

—Mmmm —murmuró—. Permanezcamos así para siempre.

—Está bien —dijo él.

Ella inclinó la cabeza hacia atrás para poder ver sus ojos.

—Es fácil para ti estar de acuerdo, mi para siempre habrá terminado en tan sólo
un día o dos.

Él apretó un dedo sobre sus labios.

—No deberías bromear acerca de esas cosas.

317
El Club de las Excomulgadas
—Tengo que hacerlo. Si dejo que me afecte... —ella se apagó con un
encogimiento de hombros—. Bien, viste lo que me estaba haciendo cuando entraste.

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—A pesar de ello. Y además, tu para siempre es considerablemente mucho más
largo. —Él hizo una pausa lo suficientemente larga para que una sonrisa llegara a sus
ojos—. No serás ejecutada.

Sus cejas se levantaron.

—Tu fe en los conocimientos jurídicos de Nicholas Montegue es admirable.


Pero en realidad maté al hombre. Será difícil zafarse de eso.

—Me parece bien. No crees que Nick es lo suficientemente bueno como para
triunfar. ¿Qué hay de mí?

—¿Tú? —Ella se inclinó hacia delante, tirando de su cuello y mirando dentro de


su camisa—. ¿Tienes una carrera legal escondida ahí sobre la que no sé?
—Cuando él no respondió, ella se inclinó hacia atrás—. En serio, todo está bien. — No
era la verdad exacta, pero era lo suficientemente cerca—. Estoy preparada para esto.
Sabía que era una posibilidad cuando fui tras él. Siempre lo supe, pero valió la pena.

—Estoy de acuerdo —dijo él—. Él merecía morir. Más lento, y mucho más
doloroso de lo que lo hiciste, de hecho. Pero igualmente no serás ejecutada.

Ella lo miró fijamente, tratando de averiguar qué estaba pasando.

—¿Cárcel de por vida?

—No.

Frunció el ceño mientras miraba más intensamente su cara. ¿Serían palabras de


ánimo? ¿Era una broma? Pero no. Era más que eso.

—Tiberius, ¿qué está pasando?

318
El Club de las Excomulgadas
—Has sido perdonada.

—¿Qué? ¿Por quién?

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—Por mí.

—Genial. Tan pronto como me transfieran de la División 12 a la División 6, seré


una mujer libre. En realidad, esa no es una mala idea. Tal vez Nick podría…

—El presidente de la Alianza puede perdonar en cualquier división.

—Bueno, sí, pero… —Y entonces lo captó. Sin previo aviso, se echó en sus
brazos, empujando a los dos hacia atrás—. ¿Estás dentro? Pero, ¿cómo?

—Elecciones anticipadas —dijo él.

Caris le tomó la cara con la mano, una ola de orgullo surgiendo a través de ella.
Esto era lo él había querido. Lo que ellos habían deseado, por tanto tiempo. Más que
eso, era lo que el mundo de las Sombras necesitaba. A un hombre como Tiberius
llevando las riendas.

—Estoy tan orgullosa de ti. —Lo besó, largo y fuerte. Luego se empujó hacia
atrás, sólo para poder mirarlo de nuevo—. Presidente. Guau.

—Caris. —Su voz era grave, y se echó hacia atrás un poco más.

—¿Qué sucede?

Él le tomó las manos, y se las mantuvo apretadas. Asustada por las malas
noticias. Asustada por, bueno, sólo con miedo.

—Te quiero a mi lado —dijo él, y el miedo comenzó a desaparecer—.


Perdimos casi veinte años. No quiero perder ni uno más.

Ella tragó, con la garganta llena de lágrimas, con su corazón apretado en su


pecho.

319
El Club de las Excomulgadas
—Tiberius…

—El mundo ahora sabe que eres un híbrido. El secreto está libre, y no hay razón

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para seguir fingiendo que fuiste a Gunnolf como una traidora. Podemos hacer pública la
verdad, y podrás sentarte a mi lado. —Sus palabras apretaron su corazón—. Puedes
estar conmigo como siempre estuvo designado.

Ella parpadeó, y una lágrima se deslizó por su mejilla.

—Deseo eso. Tanto…

—Bien…

—Pero no quiero esa vida. —Tuvo que empujar las palabras, por temor a que si
no lo hacía, no quisieran salir—. La vida pública. No puedo hacer eso. Ahora no. Ya
no. No con la gente sabiendo lo que soy.

—Eso mejorará —dijo él—. La gente olvidará. Y Orion está muy cerca de
encontrar un antídoto, tal vez incluso una vacuna. Esas cosas te harán menos aterradora.
Eso y el hecho de que has estado caminando durante casi veinte años sin que el mundo
agonizara.

—Las personas no son así, Tiberius. —Ella apretó las manos—. Pero el hecho de
que tú lo creas explica por qué eres tan buen líder. Tienes fe. Yo no. Creo que la gente
me mirará y verá una diana gigante en mi espalda. Y cuanto más esté a tu lado más
estaré frotándolo en sus rostros.

—Caris, yo…

—Por favor, no me malinterpretes. Te amo. Y estoy muy orgullosa de ti. Pero no


puedo estar de pie a tu lado. Estoy pensando en una isla frente a la costa de Nueva
Zelanda es más que suficiente para pasar mis días. Con un montón de playa,
¿sabes?

—No quiero perderte otra vez.

320
El Club de las Excomulgadas
Su sonrisa fue agridulce.

—No tienes por qué perderme. Pero no puedo estar a tu lado. —Apretó sus

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palmas contra su mejilla y lo miró a los ojos—. Eres un líder nato. Es tu oportunidad.
Joder, este es tu sueño. —Sostuvo su mirada por un segundo, aterrorizada de que las
lágrimas vinieran pronto, y que él las viera.

Ella lo abrazó, tomando fuerza de él, porque sabía que tenía que ser así. No
podía estar en el ojo público. Y nunca, nunca le pediría que renunciara.

—Caris… —dijo él, con su voz grave y desesperada.

No dijo nada más, sólo la tomó en un beso largo y lento. Cuando finalmente se
empujó lejos, había pesar en sus ojos. Pero también determinación.

—Ya he presentado el perdón. Te soltarán esta noche en el ocaso. Haré que un


coche te esté esperando. Haz que el chofer te lleve a donde quieras ir.

Ella asintió. Quería que le prometiera que iría a verla, pero eso no era justo para
ninguno de los dos. Tenían que hacer que esto se rompiera. Y esta vez, ella se iba
porque lo amaba.

Él abrió la boca para hablar, pero ella le dio un beso.

—Por favor. No digas nada. Y gracias. Por el perdón, me refiero.

Se levantó y se movió a través de la celda, con la manta envuelta firmemente


alrededor de su cuerpo se puso de espaldas a él. Se quedó allí, inmóvil, hasta que oyó la
puerta de la celda cerrarse y sus pasos desaparecer por el pasillo del bloque de
detención.

Sólo entonces se sentó en el borde de su catre y dejó que esa sola lágrima se
convirtiera en un diluvio.

321
El Club de las Excomulgadas

Capítulo Veinticinco

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—Los discursos están abiertos al público —Luke estaba diciendo—, pero
podemos esperar que la mayoría de los asistentes trabajen en las distintas divisiones.
Pensé que podríamos empezar en París, después esencialmente dar la vuelta al mundo.
Europa, Estados Unidos, Asia, y seguir.

Hizo una pausa, pero Tiberius apenas lo notó.

Morag Crill les había ofrecido el uso del apartamento del gobernador en la parte
superior de la sede de la División 12 para que pudieran repasar los detalles necesarios
para una suave transición de Tiberius al poder. Eran cosas importantes, pero aun así, la
cabeza de este no estaba en el juego.

En cambio, estaba parado ante la ventana cerrada, contando los segundos hasta
que el sol se hundiera tras el horizonte y las persianas se levantaran para dejar entrar la
noche.

Su coche ya estaría en el aparcamiento. Los guardias habrían procesado su


papeleo.

Y en cualquier momento ella sería escoltada hasta el nivel del estacionamiento.

Después de eso... después de eso se habría ido.

—¿Tiberius?

Él salió de sus pensamientos.

—Lo siento. Sí. Iremos país a país. Está bien.

—Genial. ¿Y el discurso? Contamos con el teatro reservado para la medianoche.


Hay tiempo para arreglarlo si hay algo que quieras modificar.

322
El Club de las Excomulgadas
Tomó los papeles que Luke le entregó y miró hacia abajo. En lo que a él
concernía estaba escrito en griego. No era realmente un problema, ya que hablaba y leía
griego, pero…

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—Ella se negó —dijo él, su voz apenas fue un susurro.

—¿Disculpa? —le preguntó Luke—. ¿Qué?

Tiberius arrojó los papeles al escritorio cercano, luego alzó los ojos para
encontrarse con Luke.

—Le pedí que se sentara a mi lado. Que se uniera a mí otra vez. Que regresara al
papel que alguna vez tuvo.

—¿Ella se negó?

Tiberius asintió.

—Lo hizo.

La expresión de Luke se mantuvo sin cambios, las habilidades diplomáticas que


había adquirido a través de los años se estaban mostrando.

—¿La culpas? Ella es, bueno, se destacaría un poco, ¿no?

—¿Supongo que quieres decir, porque es un híbrido, y no porque es


excepcionalmente hermosa?

Luke sonrió.

—Sí. Porque es un híbrido.

—Ella no quiere ser el centro de atención que va junto con la función pública.

—Teniendo en cuenta el temor que rodea a los híbridos, probablemente es


inteligente.

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El Club de las Excomulgadas
Tiberius asintió, dejando que las palabras se hundieran en él.

Luego miró a su amigo.

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—Dime honestamente, ¿la temes?

Luke vaciló sólo un poco, y luego sacudió la cabeza.

—No. Caris es un montón de cosas, y hemos tenido nuestras diferencias. Pero


dices que ha aprendido a controlar el cambio, y yo lo creo. Pero lo que crea y lo que tú
crees no importa. No puede importar. No cuando se tiene que estar un paso por delante
para ser un líder. Lo que importa es lo que el pueblo crea.

—Hablas como un verdadero político.

Luke inclinó la cabeza ligeramente.

—He aprendido un par de cosas en los últimos años.

—¿Y qué si fuera Sara de la que estuviéramos hablando?

—¿Qué quieres decir?

—Si Sara quisiera alejarse del mundo de las sombras. Si creyera que la única
forma en que podría ser feliz fuera mudándose a Fiji a vivir en una cabaña.

—¿En una cabaña?

—En una cabaña confortable —reconoció Tiberius—. A ella le gusta el mar.

—¿Quieres irte con ella?

—Lo haría. —Le dijo a Luke sin dudarlo.

Él ladeó la cabeza, sus ojos se abrieron mirando a Tiberius.

—No estás diciendo que tú…

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El Club de las Excomulgadas
—Debo hacerlo.

—Pero no puedes. Tiberius, has sido elegido presidente. Has estado trabajando

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para ese objetivo por, ¿cuánto tiempo? ¿Miles de años?

—Así es —admitió—. ¿Y sabes por qué?

—Me lo has dicho cientos de veces. Para ayudar a la gente. Para mantener a los
habitantes de las Sombras en control, a las especies cooperando. Para asegurarte de que
los humanos no son objeto de abusos. Para evitar otra Edad Media. Tiberius, has
deseado este trabajo para poder ser la primera línea de defensa contra hombres como
Lihter.

—Todo lo que dices es verdad. Incluso iría más allá al decir que haría un buen
trabajo.

—Por supuesto que sí.

—¿Y por qué no? He nacido para eso. Me dijeron que estaba hecho para liderar.
Me dijeron que estaba en mi sangre. —Miró por la ventana, preguntándose cuándo
aparecería el coche—. Está en mi sangre, Luke. Pero también lo está Caris.

—¿Qué estás diciendo?

—Otro hombre puede dirigirlos. Tal vez podría hacerlo mejor, tal vez no. Pero
otro puede tomar el trabajo. Otro hombre no puede tomar mi lugar al lado de Caris…
Yo no lo dejaría. Tampoco, creo, que ella lo haría. Y sé que ninguna otra mujer puede
llenar su lugar en mi corazón.

Luke lo miró, su silencio hablando en voz alta.

—Soy inmortal, ¿no? —dijo Tiberius, mientras consideraba la idea que había
estado gestándose en su mente—. ¿Quién dice que no puedo volver al poder la próxima
semana, el próximo año, el próximo siglo? Un día Caris se curará. O eso, o el mundo la
aceptará. ¿Crees que ella quiera vivir una eternidad en una playa?

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El Club de las Excomulgadas
—¿Caris? —dijo Luke—. No. Con el tiempo se inquietará. Estaría dispuesto a
apostar en eso.

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—Y quiero estar a su lado cuando lo haga —dijo, dándose cuenta entonces de
que su decisión estaba tomada.

—Pero con las elecciones…

Tiberius levantó una mano, interrumpiéndolo.

—Déjame eso a mí.

—¿Cómo?

—Fácil —dijo Tiberius—. Todo lo que necesito de ti es un pequeño favor...

*****

—Vamos. —El guardia, un ogro, abrió la celda y mantuvo la puerta abierta


mientras Caris salía. Había esperado que Tiberius fuera una última vez para decirle
adiós, pero no lo había hecho, y se dijo que era lo mejor.

Las despedidas eran lo más difícil. Pero tal vez con un poco de tiempo, el dolor
cedería y podría volver a verlo. Tal vez incluso él vendría a su pequeña playa en alguna
parte.

Se la imaginó, una pequeña cabaña cerca del agua.

Con tiempo para leer, para pensar, para relajarse. Una

vez había sonado como el paraíso.

Ahora sonaba solitario.

Con el ogro a su lado, caminó por el largo pasillo, tratando de ignorar las burlas
y los silbidos. Las maldiciones. Los gritos de que era un monstruo, que era tóxica, que
sería la ruina del mundo.

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El Club de las Excomulgadas
Por otra parte, tal vez estar sola fuera bueno.

Cuando llegaron a la salida al estacionamiento, una recepcionista de pelo azul

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levantó la vista desde la pantalla de su ordenador.

—Su coche está esperando. —Le dijo con lentitud, con un fuerte acento inglés.
Indicando las puertas de vidrio opaco—. Justo por allí.

—Gracias. —Caris se dirigió allí, deteniéndose fuera de las puertas.

Libre. Era realmente libre.

Respiró hondo y subió a la parte de atrás de la limusina.

—Aeropuerto. —Mencionó, entonces le dijo al chofer el número de hangar del


avión que habían fletado. Se iría a Escocia primero. Quería decirle adiós a Gunnolf. Y
luego se dirigiría a Nueva Zelanda y a su nueva, excitante vida.

Lástima que no estuviera particularmente emocionada sobre eso. ¿Cómo podía


estarlo, sin Tiberius a su lado?

A medida que la limusina comenzaba a girar hacia la salida, se dio cuenta de


que no importaba mucho. Si estaba sola, una playa era tan buena como otra. Maldita
sea, Tiberius. Quiso gritar maldiciones contra él, pero no podía. Él había estado
apuntando a la presidencia toda su vida. Ella podría estar triste, podía sentir lástima por
sí misma, pero tampoco podía estar otra cosa más que orgullosa.

La limusina se enderezó al llegar al último tramo de la estructura del


estacionamiento antes de la calle. Una pausa mientras el chofer esperaba en la puerta, y
luego se movió de nuevo.

Y luego, con una sacudida brusca, se detuvo.

—¡Ten cuidado! —gritó ella. Casi se había deslizado fuera del asiento, porque él
se había detenido de golpe.

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El Club de las Excomulgadas
Él no contestó, y estaba a punto de abrir la barrera de cristal y decirle siempre
tan cortésmente que vigilara su maldita forma de conducir, pero luego la puerta lateral
se abrió.

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Y ahí estaba Tiberius.

Se llevó la mano a la boca, con su pecho hinchándose con la vista de él.

Él se deslizó en la limusina sin otra palabra, dando un golpe a la separación de


cristal.

El coche comenzó a moverse de nuevo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó mientras él se sentaba a su lado. Muy


cerca de ella, en realidad, lo que sólo lo haría más difícil—. ¿Una despedida de última
hora? Porque es un buen pensamiento, pero no estoy segura de que pueda soportarlo.

—No es un adiós —dijo—. Nunca te diré adiós otra vez.

—No entiendo.

—Renuncié.

—¿Qué? —lo que decía no tenía sentido.

—Renuncié. Nombré a Luke como el presidente interino. Habrá elecciones en


seis meses. Puede funcionar, puede que no.

—No lo entiendo —repitió.

Todo era borroso, como si estuviera escuchando en un sueño, y ella se


despertaría y encontraría que nada era real. Por favor, no dejes que sea un sueño.

—No quieres estar a mi lado mientras soy presidente. Bien. Lo entiendo. No


puedo convencerte de lo contrario, y no lo intentaría. Pero no viviré sin ti, Caris. Y si
eso significa que no sea presidente, entonces no seré presidente.

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El Club de las Excomulgadas
—Pero... pero es todo lo que siempre quisiste.

—Pensé que sí. Una vez. Ahora lo sé mejor. Tú eres todo lo que siempre

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quise.

Ella parpadeó las lágrimas.

—¿Lo has hecho por mí?

—No —dijo, tirando de ella para la clase de beso que demostraba lo mucho que
significaba para él—. Lo hice por nosotros. —Metió su brazo alrededor de ella y ella se
acurrucó cerca—. Han pasado años desde que he estado en Nueva Zelanda. —Le dijo.

Ella inclinó la cabeza para mirarlo.

—Haré una primera parada. Espero que esté bien. —Se lamió los labios—.
Quiero ir a ver a Gunnolf.

Ella observó su cara, buscando alguna señal de que ver al weren, su viejo
enemigo, su rival, lo perturbara. Pero no vio nada excepto su sonrisa.

—Bien —dijo él—. Tengo que darle las gracias correctamente.

—¿Gracias?

—Por ti —dijo—. Por haber cuidado de ti.

Ella parpadeó, luego se dio cuenta de que sus ojos se habían llenado de lágrimas.

—Eso no es todo lo que tienes que hacer —dijo, añadiendo deliberadamente


una broma a su voz—. Me parece que hay algo que le debes. Detuvimos a Lihter,
después de todo.

—Las Highlands —dijo Tiberius—. Así es. Es ciertamente factible. Renuncié a


la presidencia, pero no lo he hecho de los diversos gobiernos aún. Por

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El Club de las Excomulgadas
supuesto, probablemente deberíamos alterar los términos de dicho acuerdo. Sólo un
poco.

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—¿Ah, sí?

Él tomó el control que vigilaba la pantalla de cristal, y luego observó como una
barrera se levantaba para bloquear la visión desde el lado del conductor.

—Si renuncio a las Highlands, creo que me merezco algo a cambio.

—¿Lo haces? —dijo ella, saliendo de sus acogedores brazos—. Bueno, creo
que definitivamente eso se puede arreglar.

Y mientras ella se perdía en las profundidades de su beso, su único pesar era que
el aeropuerto estaba a sólo diez minutos de distancia.

Pero estaba bien. El vuelo, al menos, era largo.

Fin

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El Club de las Excomulgadas
Guardianes De Las Sombras

01- Cuando La Sangre Llama.

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La abogada Sara Constantine está encantada con su
promoción… hasta que descubre que ahora tiene que procesar a
vampiros y hombres lobo.

¿El primer acusado que tratará de meter en prisión? Lucius


Dragos, el sexy extraño con quien compartió recientemente una
explosiva noche de éxtasis.

Cuando Lucius besa a una hermosa mujer sentada a su lado en


el bar, sólo lo hace para evitar la mirada perspicaz del hombre
que está planeando matar. Pero lo que comienza como un simple
beso enciende una pasión que lo consume todo.

Acusado de asesinato, Luke sabe que Sara está decidida a verlo


encerrado, a menos que pueda convencerla que no es un asesino.
Y eso podría significar hacer el último sacrificio.

02- Cuando El Placer Manda.

Siete personas inocentes han sido brutalmente asesinadas en


Los Ángeles, sin embargo, la Alianza de las Sombras no tiene
sospechosos ni rastros. Mientras los cadáveres se comienzan a
apilar, la pelea milenaria entre vampiros y hombres lobo
amenaza con explotar.

Lissa Monroe, una deslumbrante súcubo de carácter fuerte, que


tienta a los hombres a que le entreguen su alma, está de
acuerdo en trabajar de incógnito para la Alianza. Su misión:
infiltrarse en la mente del hombre lobo líder Rand Vincent, un
enemigo feroz que ejerce una poderosa fascinación e influencia
sobre ella. A medida que Los Ángeles se tambalea en el borde
del Apocalipsis, estos dos adversarios deberán unirse para
sobrevivir a un enemigo aún más letal oculto a la vista

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El Club de las Excomulgadas
03 - Cuando Los Malvados Anhelan

Petra Lang fue maldecida para no amar nunca. Un toque de


su piel da rienda suelta a los más viles demonios. Es

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condenada a muerte por las autoridades de las sombras
porque temen que le dé la vuelta a su maldición en contra
de ellos, Petra es rescatada por el vampiro defensor
Nicholas Montegue. A medida que sus cuerpos se funden y
se transforman en niebla, Petra siente un deseo erótico.

Nicholas arriesgó su propia vida para salvar a Petra, sin


embargo, sabe que nunca puede ceder a la atracción
explosiva que siente por ella. Pero el profundo anhelo que
comparten los tienta. Juntos, tendrán que encontrar una
manera de acabar con la maldición. Pero sólo un amor tan
fuerte tiene el poder para vencer tan monstruoso mal.

3.5 - Medianoche

Carissa de Soranzo no descansará hasta que su hermano


más joven secuestrado haya sido liberado del noble Baloch
Fioro, un hombre lobo malvado, que quiere convertir al
niño en la próxima luna llena. Contra los deseos de su
padre, Carissa secretamente busca la ayuda del hombre-
lobo y misterioso cazador Tiberius. Desesperada, se
compromete a hacer cualquier cosa si él salva a su hermano
y ella puede ver en sus ojos lo que eso significa.

Oscuro, fuerte y viril, Tiberius no puede resistir a la


encantadora mujer más hermosa que ha visto en siglos.
Pero en realidad, nunca podrá relacionarse con ella, ya que
es un vampiro. En un intento de atrapar al hombre lobo en
su guarida, Tiberius se da cuenta de que la única
manera de rescatar al hermano de Carissa es revelar lo que realmente es. Pero se arriesga a
perder para siempre a Carissa, sobre todo cuando descubre que ella le ha entregado su corazón a
un vampiro.

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El Club de las Excomulgadas
04 - Cuando La Pasión Encuentra

Tiberius es un vampiro dedicado a la protección de su


especie y de los secretos del mundo de las Sombras.

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Ahora, mientras su búsqueda para convertirse en jefe de la
Alianza está a su alcance, una nueva y demoledora
amenaza le pone una prueba definitiva. Es una pesadilla
de proporciones siniestras: un oscuro complot para
provocar el exterminio en masa de humanos y de
habitantes las Sombras por igual. Y que obliga a Tiberius
a ir hacia la mujer que amó y perdió, a la amante que aún
desea pero de la cual no se fía.

Caris fue la compañera de Tiberius durante siglos, hasta


que una fatídica misión cambió eso para siempre. Sus
torturados secretos la llevaron a los brazos de su rival,
pero la desesperación la ha traído de vuelta. Mientras un
arma de destrucción masiva nueva y terrible está a punto
de ser liberada, Tiberius y Caris
aprovechan el poder de su amor inmortal y apasionado.

Pero, ¿será suficiente para combatir las devastadoras posibilidades y a un enemigo despiadado
con la ambición de destruirlos a todos?

333
El Club de las Excomulgadas
Próximamente
J.K. Beck - Serie Guardianes de las Sombras VI

J. K. Beck - Cuando La Pasión Se Encuentra - Serie Guardianes de Las Sombras IV

Cuando La Oscuridad Está Hambrienta

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