(Guardianes de Las Sombras 04) Cuando La Pasión Se Encuentra - Julie Kenner
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Agradecimientos
¡¡¡ Gracias!!!
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El Club de las Excomulgadas
Aviso Excomulgado
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El Club de las Excomulgadas
Argumento
Caris fue la compañera de Tiberius durante siglos, hasta que una fatídica misión
cambió eso para siempre. Sus torturados secretos la llevaron a los brazos de su rival,
pero la desesperación la ha traído de vuelta. Mientras un arma de destrucción masiva
nueva y terrible está a punto de ser liberada, Tiberius y Caris aprovechan el poder de su
amor inmortal y apasionado.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Uno
Como siempre, ella fue golpeada por la inmutable belleza de su rostro. No era
femenino, sino resistente y fuerte, con ojos oscuros que veían todo y anchos hombros
sobre los que había invitado al peso del mundo. Esta noche, ese peso era muy elevado.
—Él estará aquí —dijo Tiberius. Extendió la mano hacia ella, que se acercó a él,
dejando que sus brazos la engulleran, apretando su mejilla contra su pecho. Incluso
después de más de doscientos años, era su toque lo que la calmaba lo mejor posible. Sus
labios calmaban sus temores, y su cuerpo la hacía sentir viva, a pesar de que la vida se
había escapado de sus venas hacía mucho tiempo.
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El Club de las Excomulgadas
—¿Y si no pudo encontrarlo? Tenemos que matarlo. —El mundo había estado
atormentado el tiempo suficiente por las criaturas más viles. Los habitantes de las
Sombras creían que este era el último superviviente híbrido, y que necesitaba morir. El
¿Y los híbridos? Aunque raros, ser una mezcla de vampiro y hombre lobo era
realmente una criatura sacada de las pesadillas. Temidos y odiados incluso entre las
propias criaturas de las Sombras, un híbrido traía la destrucción con su tacto y la
desolación con su aliento. La muerte Negra. La plaga. Cómo quisieras llamarla, siempre
terminaba igual. Llagas supurantes. Con una tos seca. Y con una lenta y tortuosa
muerte, que llenaba a pueblos enteros con puertas marcadas con una X negra y roja de
recuerdos silenciosos de que la plaga había llegado para los de dentro.
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El Club de las Excomulgadas
—Esta vez, lucharé a tu lado.
Cada vez que él salía a la batalla, ella sentía como si los pájaros dejaran de trinar
—No.
—¿No soy fuerte? ¿No soy capaz? Incluso cuando era una humana, dijiste que
tenía una fuerza poco frecuente para una mujer. —Se habían conocido después de que
ella se dispusiera a rescatar a su hermano Antonio de las garras de un hombre lobo
particularmente vil, sin darse cuenta de que Tiberius tenía ya su lealtad jurada a su
familia y se había propuesto hacer lo mismo. La había encontrado disfrazada de
muchacho, luchando contra un singular y desagradable puñado de humanos.
Menos de cincuenta años antes habían luchado uno al lado del otro en un palacio
abandonado. Ella había ignorado que un tapiz pudriéndose en su espalda escondía un
pasaje secreto, y cuando un hombre lobo irrumpió a través de él con una estaca, casi fue
su final.
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El Club de las Excomulgadas
Afortunadamente, él no había tomado su corazón, pero ella había caído, con
abundante sangre manando de la herida mientras sus fuerzas la abandonaban
lentamente.
Ella podía recordar su olor, mientras se arrodillaba sobre ella, cubierto con la
sangre del hombre lobo. Un olor áspero, enfado mezclado con terror que nunca antes
había experimentado, ni nunca lo experimentaría. El terror de él. No por el lobo, sino
por perderla.
Él se había desgarrado su propia carne y ella había bebido, y sólo cuando había
estado seguro de que estaba curada su demonio se había desvanecido en el fondo y sus
ojos se habían aclarado, por lo que fue Tiberius a quien ella vio, y no a su demonio
interior.
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El término Weren designa a la raza de cambiaformas, que puede ser de diversos tipos (lobo, tigre, león,
etc...). El término hombre lobo se usa para referirse a un Weren que se transforma en lobo. Se utilizan
indistintamente, a menos que el weren se transforme en otro animal.
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El Club de las Excomulgadas
Pero no podía. Su propio demonio gritaba por una pelea, y eran las batallas lo
que lo mantenían abajo, fácilmente controlado. Sin eso, se estimulaba y la roía pidiendo
su liberación.
—No, pero me encontré con muchos werens en la ciudad. Están bien, pero
huyen de todos modos. El poder del híbrido proviene de una maldición y creen que su
supervivencia está contaminada. —No se sabía mucho sobre cómo un híbrido era
creado, y lo poco que se sabía era una mezcla de realidad y mito. Se decía que había
comenzado con una pelea entre dos guerreros hermanos que habían asesinado a un
tercer hermano para robarle su poder. Una vez hecho eso, los dos se habían convertido
en los fundadores del mundo de las Sombras... en el primer vampiro y en el primer
hombre lobo. Pero la sangre del tercero se había filtrado en el suelo, y desde el interior
de la tierra, los maldijo para que no encontraran la paz.
Como una manifestación física de esa maldición, cualquier criatura que fuera
una mezcla weren-vampiro tenía sangre que quemaba la carne.
Por otra parte, al cambiar a lobo, el híbrido enviaba una enfermedad al mundo de
la que sólo los vampiros o los hombres lobo se salvaban, pero la especie que sobrevivía
dependía enteramente de la naturaleza subyacente del híbrido en cuestión.
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El Club de las Excomulgadas
lobo original, mordido y convertido por un vampiro. Y los hombres lobo eran inmunes a
la enfermedad causada por un vampiro original, mordido y cambiado por un weren.
Pero, cómo alguno era cambiado en primer lugar era un misterio. Porque en la medida
—¿Tu hombro?
—Todos muertos. Excepto yo. No sé por qué, pero si hay un Dios, le doy las
gracias. —Se movió, centrándose intensamente en Tiberius—. Lihter estaba alabando a
la bestia que lo hizo, diciendo que estaba claro ahora cuál de los hermanos antiguos
tenía la fuerza verdadera. Dijo que no podía esperar el día en que todos los vampiros
fueran polvo y el orden del mundo pudiera ser restaurado.
—Miró con tristeza su hombro—. Ahí fue cuando me distraje de mi misión. Estoy feliz
de decirte que él se ve peor.
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Al lado de Caris, Tiberius se puso tenso, con su mano yendo automáticamente a
su espada. Londres era el centro de la comunidad vampírica, y lo había sido desde la
fundación de Londinium por los romanos. La población de vampiros era la más alta de
Ella se dio cuenta por sus ojos que Tiberius ya había pensado en eso.
Él dio un paso hacia ella, con su rostro duro como lo había visto antes.
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—Tal vez. Pero te llevaría tiempo. Me dijiste que no sucumbirías a esta
enfermedad, y por lo tanto debo asumir que lucharás con sigilo. Si vas a estar seguro,
entonces yo también lo estaré. Es de suponer que no sepa que sus murmullos fueron
Él no estaba feliz, eso era obvio. Y se quedó de pie durante dos minutos
completos antes de volverse finalmente hacia Richard.
—Vete —dijo.
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Aun así, estaban lejos de Cluny. En el momento en que llegaron a la ciudad,
tenían menos de una hora para localizar y matar a la criatura antes de tener que buscar
refugio por la salida del sol.
—El olor de los dos, weren y del vampiro debe estar en él —dijo Tiberius—.
Eso, y el olor de la muerte que todavía se aferrará a él desde Marsella.
—¿Debemos separarnos?
Él negó.
—Estoy resignado a tenerte aquí, pero te quedarás a mi lado. Debemos hacer una
primera parada, pero luego nos dirigiremos a la abadía. Tal vez busque la redención por
lo que está a punto de hacer.
Se detuvieron por primera vez en una pequeña casa cerca de la abadía donde los
monjes les daban refugio a los viajeros. Entraron con sigilo, encontrando una ballesta y
una navaja debajo de la cama de un soldado dormido, salieron en silencio. Esa era la
parte desafortunada de transformarse al viajar. Sus armas no se podían transformar con
ellos.
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—Estará en la torre central —dijo Tiberius con su voz tan firme como su
mandíbula—. Tiene el deseo de sentirse pequeño, para que cuando se mueva para matar,
pueda probar que es poderoso después de todo.
Pero cuando entraron en la torre central, algo de lo que habían hablado quedó
claro para ella. La habitación era enorme, el techo llegaba más alto que cualquiera que
jamás hubiera visto, como si tratara de llegar a Dios mismo. Incluso con todo su poder,
incluso con su inmortalidad mirando hacia atrás sobre ella, se sintió tan pequeña y débil
como una niña.
—Ven —dijo Tiberius, tirando de ella hacia un arco—. Queremos verlo antes de
que él nos vea a nosotros.
Sin tener una estaca recubierta de plata, tenían que actuar con rapidez. Una
flecha de madera a través del corazón mataría a un vampiro, pero no a un híbrido. Su
plan era que Caris le disparara a través del corazón, justo cuando Tiberius corría hacia
delante para cortarle la cabeza. Si su puntería era buena, el disparo al corazón al menos
evitaría que cambiara, aunque Tiberius todavía se vería obligado a hacerle frente a la
sangre contaminada y a la increíble fuerza del híbrido.
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El Club de las Excomulgadas
Preparó la ballesta, sintiendo cómo Tiberius se ponía rígido a su lado.
—Tranquila. —Le susurró, con su tono de voz tan bajo que sólo ella podía oírlo
Esperar era algo doloroso, como una serpiente enrollándose con fuerza alrededor
de su pecho. Y cuando el híbrido finalmente llegó a su alcance, estaba aún más cerca de
lo que había previsto. Ajustó su objetivo, dijo una oración en silencio, y dejó que la
flecha volara. Era como si hubiera puesto en marcha a Tiberius también. Él voló desde
el arco, levantando su espada.
Y entonces todo sucedió tan rápido que pareció aturdir a su mente, moviéndose
en cámara lenta. La flecha penetró y el híbrido aulló, un sonido dolido, horrible que se
hizo eco a través de la enorme torre. Tiberius saltó, pero no había contado con que el
híbrido haría lo mismo. Sus piernas eran poderosas, y subió de un salto sobre Tiberius.
Pero no llegó. En cambio, sintió el dolor de una patada en las costillas, mientras
Tiberius la empujaba para que saliera del camino, tomando el golpe en su lugar.
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A medida que rodaba a la seguridad y miraba hacia arriba, ella lo vio ejecutar
una vuelta perfecta, levantando su espada, con una mueca en su rostro de dolor y
determinación.
Ella corrió hacia él, echándole a un lado del charco de sangre que se extendía,
después ayudándolo a darse la vuelta para poder sacarlo de su ardor y de la ropa
quemándose, calmando su espalda con agua bendita del altar.
—Mi amor —dijo él, mientras agarraba su mano en la suya—. Está muerto.
El último híbrido está muerto, y nosotros sobreviviremos.
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Capítulo Dos
—Si por un problema quieres decir que no hay forma en la tierra verde de Dios
de que Drescher Bovil te dé ni la hora del día, y mucho menos su voto para presidente
de la Alianza, entonces sí, señor, tienes un problema.
Tiberius apretó los labios, luchando contra el impulso de sonreír antes de darse
la vuelta. Admiraba a los humanos en conjunto... a su arte, su literatura, su ciencia.
Había una fuerza en la humanidad que admiraba, que recordaba incluso después
de más de dos mil años.
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Gracias a Dios, que el que estaba sentado en su oficina había demostrado ser una
excepción.
—Si hay un problema, tenemos que lidiar con él. Y como los miembros de la
Alianza votarán sobre el nuevo presidente en exactamente diez días, necesitamos
hacerle frente a eso pronto.
—¿Nosotros? —preguntó Tucker. Estaba tumbado en una silla, con las piernas
extendidas frente a él y con un bloc de notas electrónico brillando en su mano—. No
vayas allí, señor. Cuando asumí esta tarea, hablamos de las reglas. De información
solamente. No de empujar para el cambio. Estoy dispuesto a hurgar en sus cabezas y a
hacer que me digan lo que normalmente mantendrían en secreto, pero en realidad no
voy a cambiar lo que están pensando. Pensé que eso estaba claro.
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Tucker se empujó en la silla, enderezando su relajada postura. Su garganta se
movió al tragar, pero para darle crédito ningún temor se mostró en su rostro.
—Bien.
—Ahora dime, de qué otra cosa te has enterado. ¿Bovil hará una reclamación de
la presidencia él mismo?
—Me temo que no. Está lanzando su peso detrás de Lihter. —Tucker se encogió
de hombros—. Ya sabes que Lihter no es susceptible a mi particular talento. —Agregó
Tucker, refiriéndose a Faro Lihter, el nuevo representante de la Alianza Therian. Los
Therians incluían a todos los weren, pero su líder solía ser un hombre lobo, y el último
representante era uno particularmente desagradable que fácilmente le arrebató la
posición Alfa a su anterior líder herido, Gunnolf.
Una vez, Tiberius se había lamentado de la caída de Gunnolf del poder, por no
hablar del terrible daño que le había causado. Había habido un momento en que habían
trabajado juntos, Tiberius había llegado incluso a olvidar la naturaleza de la bestia
weren y a superar su desconfianza inherente por esa especie.
Pero ahora...
Caris.
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—Tienes razón, por supuesto —dijo Tiberius—. Lihter, sin duda, es un reto para
mí.
Era una manera arrogante de discutir las ramificaciones políticas de las lesiones
de Gunnolf, de las horribles muertes del anterior para-demonio y de los representantes
Genios de la Alianza, pero el resultado final era que Tucker tenía razón.
Su ansia de poder había pulsado a través de él desde el día en que había sido
arrancado de los brazos de su madre y enviado a las minas de las canteras.
Estaba cerca. Tan cerca que podía contar los obstáculos que quedaban con una
mano. Y uno de ellos se llamaba Drescher Bovil. Ese problema tendría que ser
manejado, rápidamente y con poca fanfarria. Pero no, como Tucker había señalado, por
el humano.
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El intercomunicador zumbó sobre su escritorio, gracias a Dios interrumpiendo
sus pensamientos.
Ninguno sonrió.
—Es el perro faldero de Ryan Doyle —dijo Luke, con las palabras saliendo
antes de que la puerta se hubiera cerrado totalmente detrás de Tucker. Sin lugar a dudas,
Tucker le repetiría esa evaluación a Doyle, un para-demonio con el que Luke había
tenido repetidos roces. Sin duda, eso era lo que Luke quería que hiciera.
—Ha sido muy eficaz en las zonas donde nosotros no hemos podido —dijo
Tiberius. Como vampiros, Luke y Tiberius tenían la capacidad de obligar a la mente
humana. Pero no poseían tal influencia sobre otras criaturas de las Sombras.
—No.
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—¿Importa tanto? ¿Espectros de engaño, los Genios y los para-demonios? Ryan
Doyle es un para-demonio. No me digas que no te meterías con su mente en cualquier
posibilidad que tuvieras.
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—Cuando uno aspira a vivir dentro de la burbuja que es la política, se debe
aceptar el valor del espionaje. El espionaje es una palanca. Estoy usando a Tucker para
que me ayude a mover el mundo.
Luke asintió, y supo que su amigo lo entendía. El mundo de las Sombras era uno
de jerarquías, gobernado por el poder y por la longevidad y, sí, por la crueldad. La
comunidad fae podría tener el poder, pero con una tendencia a guardárselo para sí
mismos, igual que los trolls, los dragones y criaturas similares que no podían moverse
con facilidad en el mundo de los humanos. Como resultado, la política del poder caía
más directamente sobre los Genios, los para-demonios, vampiros, y en los de la
Therians.
—Eso es peor —coincidió Luke—. Diez días es mucho tiempo. Podría persuadir
a los demás de cambiar su lealtad. Los rumores en la calle es que Lihter hará todo lo que
pueda para arañar su camino a la cima de la cadena alimenticia.
—Sí. Es un problema que debe ser tratado. —Se volvió lejos de Luke y se movió
para quedarse de pie frente al Monet que había adquirido a inicios del siglo
XX. Él se había reunido con el artista, admiraba su capacidad de mirar el mundo y ver
cada elemento con tanta claridad, y después asegurarse de que todas las piezas
funcionaran juntas para crear un impresionante conjunto orgánico. Era una
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habilidad que servía también en la política y en la batalla como lo hacía en el arte, y una
que Tiberius se esforzaba por emular.
—No hay nada seguro —coincidió Tiberius—. Pero aún así trataremos de apilar
las probabilidades a nuestro favor.
—¿Y Lihter?
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—Tuvimos un malentendido —dijo Tiberius—. Pensó que porque le di la
bienvenida a mi cama, también le daría la bienvenida a mi vida.
Siendo ese el término cortés para destrozar un Picasso y amenazar con estacarlo
con el borde del marco.
—Slater cuidará del tema del para-demonio —dijo Luke, volviendo al negocio
en cuestión—. Pero no puedo creer me llamaras simplemente como una caja de
resonancia.
—Exactamente.
—¿Tucker?
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—Desafortunadamente, no. Tenía la esperanza de que Tucker pudiera ayudar,
pero Lihter no es susceptible a la particular habilidad del humano. Lo intentamos. Pero
no hemos podido.
—En Zermatt —dijo Tiberius, refiriéndose a la acogedora ciudad suiza que por
tradición era territorio neutral, tanto del mundo humano como del de las Sombras—.
Esta noche. Y no irás solo. Me estarás acompañando.
—Han pasado unos pocos cientos de años desde que sentiste la necesidad de
supervisar mis misiones.
—Hay circunstancias. Dice que tiene información valiosa sobre Lihter, y está de
acuerdo en ser una fuente continua. Pero a cambio de un favor.
—Un informante con destreza para la negociación. Suena como que tendrás las
manos llenas.
—Su hija ha sido raptada. Tiene razones para creer Lihter se la llevó.
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—Dice que no lo sabe. Obviamente no le creo, pero hasta que nos veamos en
persona, hasta que él confíe en que la traeré de vuelta, dudo que me lo diga.
—Su nombre es Cyrus Reinholt. Durante años, vivió en París. Tenía su propia
casa, pero con acceso sin trabas al Château 2 —añadió Tiberius, refiriéndose a la antigua,
enorme mansión que los werens utilizaban como su ubicación central.
—¿Tiempo pasado?
—Todavía no. Una vez más, espero que la situación sea mucho más clara
después de nuestro encuentro.
Luke asintió.
—Teniendo en cuenta que está escondido, dudo que su información sea útil.
A Ella. Caris.
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Castillo en Francés. Se deja en el original porque el nombre del castillo es Château Du Lupe.
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Dentro de él, su demonio se retorció y se giró. Había tenido miles de años para
aprender a mantener a su demonio reprimido, cómo controlarlo en lugar de que él lo
controlara. Y sin embargo, desde el momento en que había conocido a Caris, el control
Y ahora que Caris era ella misma una weren, justo como Claudio había
sido...
Apretó los puños, luchando contra la bestia para que diera marcha atrás. Amor y
odio. ¿Los poetas no decían que eran como Janus? ¿Dos caras, pero en última instancia
lo mismo? Ciertamente, en él estaban en el mismo centro, ambos le traían la más
primitiva de las emociones, y no podía pensar ni en Caris, ni en Claudio, sin ser víctima
de la paliza de su demonio.
—Ella te ha traicionado al estar con Gunnolf —dijo Luke—. No puede ser feliz
ahora que él está fuera y Lihter dentro. Si le aplicas la justa presión, podría ser una
ventaja.
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—Probablemente quiere a Lihter fuera tanto como nosotros. —Continuó Luke
—. No importa lo que haya hecho, no importa lo que hay entre vosotros dos, ella sigue
siendo un vampiro.
—Bien —dijo, y lo decía en serio. Valoraba el silencio de Luke, pero sabía que
no serviría de nada. Porque sin importar cuánto deseara alejarla, Caris estaba encerrada
en sus pensamientos, y luchaba contra su recuerdo todos los días solo, llorando por lo
que una vez habían compartido, y sabiendo que se había perdido para siempre.
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Capítulo Tres
Caris estaba en las sombras más profundas, de regreso en el rincón más alejado,
más allá de la diana y del escenario del karaoke en la que un hombre alemán graznaba
“Help!”, una canción de los Beatles, en un inglés roto.
Él abrió los brazos, girando sus caderas, y destrozado el coro. Caris se encogió, y
en un momento de rara caridad esperó que no hubiera venido a echar un polvo, porque
ninguna mujer en el bar parecía lo suficientemente borracha como para llevárselo a casa.
Y eso decía mucho, ya que la mayoría de las personas en el pequeño bar olían a sexo, a
lujuria y a puro calor animal. Tanto era así, que de hecho, el poder de su pasión parecía
aferrarse a ella, haciendo que su piel ardiera y creciera su hambre.
Pero no había venido por sexo. Había venido por algo totalmente diferente.
Poco a poco, recorrió los rostros de los hombres de la barra, en busca del de la
foto. La oscuridad no constituía un obstáculo para su visión sobrenatural. Se suponía
que debía estar en Zermatt esta noche, aunque no sabía dónde. Pero Zermatt era un
pueblo pequeño, y ella era exhaustiva, la imagen de su rostro en el expediente ya estaba
grabada en su mente.
Hasta que había recibido esa información del investigador que había contratado,
nunca había visto su cara. Durante su cautiverio él había tenido cuidado de ocultar sus
rasgos y de disimular su olor.
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La primera vez que había visto su foto, se sorprendió por lo manso que parecía.
Durante diecinueve años, había seguido tantas pistas potenciales, sólo para
descubrir que había estado acechando a la presa equivocada.
Una pista más falsa y temía que se rompería. Orion le había dicho una y otra vez
sobre que simplemente debería dejar de hacerlo. Que lo guardara. Que tirara la toalla y
todos los demás cursis refranes de darse por vencida, porque matar al que le había hecho
esto a ella no cambiaría nada. Pero no podía. No lo haría.
El hecho era que se había llevado su vida perfecta y la había roto en pequeños
pedazos. El hecho era que la había convertido en algo nuevo. En algo vilipendiado. En
algo tóxico.
Esta noche, él iba a aprender lo pesado que podía ser el precio de su dolor.
Una por una, examinó las caras del bar, haciendo caso omiso de los dos
vampiros rubios encorvados en un rincón. No estaba interesada en otros vampiros. No
esta noche.
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Dejó que sus ojos pasaran por encima de las mujeres, centrándose sólo en los
hombres. En la amplitud de sus pechos. En el corte de sus hombros. Buscando a un
hombre con cuerpo voluminoso, con el mismo pelo negro y bigote fino reflejado en la
Él no estaba allí.
Con una serie de maldiciones quemándole la lengua, se dio la vuelta. Tal vez
estaba en otro bar. Tal vez estaba de excursión en el maldito Matterhorn.
Tal vez el universo estaba jugándole una gran y desagradable mala pasada a
ella.
¿Tiberius?
No era él, por supuesto. No era el hombre que una vez había amado con cada
aliento en su cuerpo.
Pero el pelo medianoche negro y los ojos infinitos habían llamado su atención
con tanta seguridad como Tiberius lo había hecho esa primera noche, cuando lo había
vislumbrado en la casa de su padre, en una oferta extraña de sus servicios como
guerrero. El parecido era sorprendente, y por breves momentos, se
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le hizo un nudo en la garganta y su pulso ardió en una ira violenta, en guerra con el más
profundo de sus deseos.
Ella hizo una pausa, mirándolo lentamente de arriba a abajo, y luego continuó
hacia la puerta.
—Una hermosa.
—Lo sé. —La miró intensamente, y ella pudo oler la verdad sobre él. Sabía lo
que era, y maldito sino la excitaba.
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El lobo se agitó también. La bestia secreta en su interior. Él la había hecho así, y
ella había venido a matarlo en pago de su pequeño y sucio truco. Por convertirla en una
muerta andante.
—Quiero lo que me puedas dar. —La miró con ojos muy abiertos y salvajes,
como un yonqui con la mirada fija en un frasco lleno de caramelos de metanfetaminas.
—¿La muerte?
—El subidón. —Su pecho subió y bajó con su aliento, con el olor del deseo
flotando fuera de él. Él se lamió los labios y dio un paso hacia ella—. Sé lo que eres
—dijo, e inclinó la cabeza hacia un lado—. Aliméntate.
—No tienes idea de lo que soy —dijo—. No tienes una maldita pista.
—Eres un vampiro.
La palabra la golpeó con la fuerza de una bofetada, y dio un paso más cerca, tan
cerca que podía sentir el calor de su creciente excitación desde su piel pálida como el
hueso.
Lo miró a los ojos oscuros y vio el creciente miedo, un temor que la alimentaba
y la impulsaba, que la preparaba y le rogaba que tomara, que tomara, que tomara.
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Para vengarse. Contra el hombre que estaba buscando, sí. Pero más contra el
hombre que la había amado hasta el día en que la había desterrado. Quería darle a
Tiberius el gran “Vete a la mierda”. Y ahora... ahora este hombre estaba de pie delante
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Ella salió por la puerta, y el frío del aire le picó las mejillas y le refrescó sus
pensamientos. Comenzó a caminar por la calle hacia el pub de al lado, con la nieve
crujiendo bajo sus pies.
Lo que estaba sucediendo, estaba cerca. Y, maldito fuera todo, ella ya se dirigía
en esa dirección.
Los encontró en el callejón detrás del bar...los dos vampiros y el tipo idiota con
los ojos de Tiberius. Uno de los vampiros se apoyaba perezosamente contra la madera
tosca de la pared mientras el otro sostenía al humano en una burla de abrazo de amante,
con sus dientes hundidos profundamente en la carne del hombre.
—Es curioso —dijo en una declaración hacia el que sus colmillos estaban
enterrados en la carne—. Él no se parece a una fuente permitida.
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En el original: “Preternatural Enforcement Coalition”, a partir de ahora aparecerá o traducido o
abreviado como PEC.
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El Club de las Excomulgadas
—No es tu asunto, niña —dijo el de la boca libre—. No a menos que estés
interesada en compartir.
—No creo que nos hayan presentado —dijo ella—. Soy Caris.
—¿Caris?
El otro dejó caer al humano, se limpió la sangre de los labios con el dorso de la
mano, luego salió del callejón, con sus ojos fijos en ella como si pudiera saltar sobre él
con maldad.
Hizo una pausa para mirar arriba y abajo de la calle Bahnhofstrasse. Levantó la
barbilla, y olfateó el aire frío como de costumbre. No esperaba nada...
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El Club de las Excomulgadas
hasta el momento su suerte no había sido precisamente estelar y se sorprendió al captar
un perfume.
Weren.
Detrás del manto de nubes la luna colgaba pesada en el cielo, no llena, sino
creciente e iluminada, y el animal dentro suyo empezó a saborear la caza. Podía sentir al
lobo creciendo en su interior. Podía sentir que le rogaba salir, sobre todo ahora que
estaba en el borde, que casi la dulce venganza estaba sobre ella.
Ahora, sin embargo, la luna estaba a días de estar totalmente llena, y tenía
control sobre el lobo.
Hacía mucho tiempo que el lobo había estallado cuando no había luna llena.
Pero a pesar de que estaba atrapado, todavía clamaba por la liberación. Igual que
su demonio.
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El Club de las Excomulgadas
Clamando por sangre y cargada de recuerdos, no quería hacer nada más que
matar.
No, para esta matanza, quería una navaja. Un movimiento rápido a través de su
garganta, cara a cara para poder ver su expresión y ver como él comprendía que había
llegado el momento de pagar por sus pecados. Había riesgo, lo sabía. Si Reinholt veía su
rostro antes de morir, un demonio perceptor podría sacarle esa imagen. Pero el clima se
estaba volviendo más duro, y sabía que Suiza no tenía a ningún demonio perceptor entre
el personal. Pasarían horas antes de que el cuerpo fuera encontrado. El clima era su
aliado. Y por lo que quería valía la pena el riesgo.
Dio un paso adelante, sin preocuparse más de ser sigilosa. Quería una pelea. La
ansiaba, de hecho. Su demonio quería jugar. Y siempre y cuando el weren terminara
muerto, estaría más que feliz de dejar que el demonio saliera y estirara las piernas.
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El Club de las Excomulgadas
Se puso tensa, pero no lanzó la estocada. No se movió hacia adelante, no atacó, y
por una fracción de segundo, se preguntó sobre su vacilación. Este era el weren que
había estado buscando. El hijo de puta que había destruido su vida, su amor.
Aún así, sin embargo, no se movió, y mientras que la sangre que hervía en su
cabeza se calmaba, se dio cuenta del por qué. No era la muerte lo que deseaba... no de
inmediato. Eran respuestas.
—¿Por qué?
La pregunta salió como un susurro, pero sabía que él la había oído. Aun así, no
le contestó.
—Dime lo que quiero saber, y tal vez te deje vivir. —Era una mentira que no se
arrepentía de decir.
—¿Dejarme vivir? —Él llegó a su abrigo y sacó un arma. No era algo que ella
generalmente temiera, pero este era el único hombre en todo el mundo que sabía qué
tipo de bala le haría daño. Balas de madera recubiertas en plata. Un arma diseñada para
matar o bien a un vampiro, o a un hombre lobo. O a los dos.
—Tú. —Él sostuvo la pistola quieta. Su dedo se movió al gatillo, y en ese mismo
instante, ella se movió hacia el lado. La bala sonó, quemando a través de la piel de la
manga de su abrigo, cortando la carne de su brazo y haciendo una línea de color carmesí
que burbujeó y quemó el cuero de su chaqueta.
Ella volvió a caer en la nieve, rodó, y cuando se acercó, tuvo su propia arma en
sus manos.
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En la parte posterior de su mente, registró pisadas, moviéndose más rápido que
las de un humano, pero no podía preocuparse por eso ahora. Él se estaba preparando
para disparar una nueva ronda, y esta era una cuestión de supervivencia. Le disparó a la
El hombre al que había venido a matar estaba muerto, pero de alguna manera no
se sentía mejor.
Ella se dio la vuelta, sin querer, pero obligada para ver su rostro. Porque conocía
esa voz. Conocía a ese hombre. Y cuando lo miró, le quitó el aliento.
Ella se obligó a sonreír, dando una imagen de control calmado hacia el exterior a
pesar de que en el interior estaba temblando.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Cuatro
Había llegado en cuestión de segundos, pero incluso en ese corto tiempo, había
sabido que iba a ser malo.
Y sin embargo nunca ni una sola vez comprendería lo horrible de la realidad que
se enfrentaría a él.
Caris.
De pie justo frente a su informante, con una pistola en la mano, con una herida
en el brazo. Y Reinholt tenía un agujero en la cabeza.
Ahora ella le sonreía, tratando de actuar como si no hubiera pasado nada inusual.
Al diablo con eso.
Caris sonrió.
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El Club de las Excomulgadas
—Espera un momento —dijo quitándose la chaqueta después, sosteniéndola
contra su pecho para cubrirse una parte de su brazo. Al principio, Tiberius no estuvo
seguro de por qué había hecho eso. Luego se dio cuenta de que estaba escondiendo su
Se puso tenso. Sabía desde hacía años lo que era, pero ver la verdad otra vez de
manera tan inesperada lo sacudió. Acomodó sus facciones con una máscara de calma,
pero conocía mejor a Caris. Ella había visto su reacción.
Como si hubiera reconocido sus pensamientos, Caris le dio una amplia sonrisa.
—Caris, los disparos. La policía humana llegará pronto, igual que la PEC.
Tenemos que irnos.
Ella lo miró con una expresión desafiante que él conocía muy bien.
—Estoy esperando.
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El Club de las Excomulgadas
—Cyrus Reinholt era mi informante —dijo él—. Me acabas de causar más que
un pequeño inconveniente.
A pesar de todo, él no pudo evitar sonreír. Siempre había sido buena con las
disculpas y era reconfortante saber que algunas cosas no habían cambiado.
Un fuerte chasquido sonó desde más allá de la hilera de árboles, como si alguien
hubiera pisado una ramita. Tiberius miró a Luke, quien asintió rápidamente, luego se
escabulló para comprobar.
—¿Por qué, entonces? Quiero saber por qué Reinholt está muerto.
—Hay un montón de cosas que deseo, Tiberius. Justo ahora, la más urgente es
volver a casa.
—Iremos a Londres.
—Tendré mis respuestas, Caris. De una forma u otra. —El ceño de ella subió—.
Tenemos el tiempo limitado hasta que alguien nos descubra —agregó —. Tenemos que
irnos ahora.
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El Club de las Excomulgadas
—¿Qué vas a hacer, Tiberius? ¿Tirarme por encima del hombro? Soy más fuerte
ahora. He estado entrenando, trabajando sobre el terreno. —Sonrió dulcemente, y luego
miró deliberadamente hacia arriba a la luna, a menos de una semana de estar llena—. De
—¿O estás amenazándome con hacerme daño de alguna otra manera? ¿Tal vez
tienes la intención de compartir mis secretos?
—Pero no quisiste decir eso, ¿verdad? Después de todo, hiciste una promesa de
protegerme una vez. ¿O la has olvidado? Considerando todas las cosas, sin duda creo
que lo has hecho.
—Hay otros a los que les debo protección también —dijo, hablando con cuidado
—. Y nunca he fallado en protegerte de cualquier daño.
Él no pudo hablar. Todo lo que decía era cierto, y sin embargo no había tenido
elección. Si se enfrentaba a esa decisión de nuevo, no haría nada diferente. A pesar de
que le había matado tomarla, había salvado miles de vidas cuando la había
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El Club de las Excomulgadas
enviado lejos después de que hubiera regresado a Londres como un híbrido. A todos los
vampiros en su corte. Infiernos, él había salvado a cada criatura de Londres, humana y
de las Sombras.
La elección verdaderamente difícil habría sido matarla. Pero eso era algo que
había sido incapaz de hacer.
Había un pequeño alivio sutil del tono de su voz, y él lo igualó. Esta era una
tregua que estaban negociando, y con eso por lo menos estaba familiarizado.
—Tienes razón, una vez más. Me gustaría mucho tomar la vía fácil. Le
—Está bien. Nos encontraremos allí. Antes del amanecer. —Ella lo miró con
una expresión indescifrable—. Te doy mi palabra. —Y entonces se fue,
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El Club de las Excomulgadas
corriendo entre los árboles con una velocidad increíble, para levantarse sobre la
cubierta de hojas como un sólido cuervo negro.
—¿Oíste?
Luke asintió.
—Pero siento que deberías haber publicado un libro de códigos antes de esa
conversación.
—Se ha hecho más fuerte en las últimas dos décadas —dijo Luke—. No estás
sorprendido, ¿no? Tiene bastante fama ahora.
Tiberius asintió. Sabía acerca del trabajo sobre el terreno de Caris, sabía que su
nombre incitaba miedo.
—Se ha convertido en algo un poco como tú. —Le dijo a Luke. Era la única cosa
que siempre había querido, luchar a su lado. Y en un primer momento lo había hecho.
Pero entonces él casi la había perdido, y después de eso se lo había prohibido. ¿Cómo
iba a arriesgarla en la batalla cuando perderla lo hubiera destruido?
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El Club de las Excomulgadas
Y entonces había sido él quien la destruyó.
Tiberius asintió.
—Lo hará.
Tiberius negó.
—Yo me iré. Necesito que te quedes. A menos que Caris sólo haya tropezado
con él, y decidido matar a un perfecto extraño, es seguro asumir que Reinholt debió
haberle dicho a alguien de sus planes sobre encontrarse conmigo.
—Lo que significa que tu nombre saldrá cuando los locales investiguen.
—No veo ninguna razón para no hacer su vida lo más difícil posible. Pero no
digas nada sobre el secuestro. —En ese momento, frunció el ceño. Reinholt se suponía
que tenía más detalles al respecto. Ahora la chica estaría a la misericordia de Lihter, y la
tarea de rescatarla sería mucho más difícil.
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El Club de las Excomulgadas
—Es posible que la culpa que estás lanzando hacia Lihter no sea una ficción
—dijo Luke.
—Yo puedo —dijo Tiberius. Por mucho que ahora despreciara a Gunnolf, el
anterior líder weren, este tenía un núcleo de moralidad. Lihter, sin embargo, siempre
había sido peligroso. Caris nunca se alinearía con él por gusto.
—Mantén tus ojos y oídos abiertos. —Le dijo Tiberius—. Quiero saber si tienen
alguna razón para sospechar de Caris. —Le dio una palmada a su amigo en el hombro
—. Nos vemos en Londres.
*****
Gabriel Casavetes miró hacia abajo mientras la turista americana debajo de él,
¿Sally? ¿Jenny?, gemía, se retorcía y hundía las uñas en su espalda.
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El Club de las Excomulgadas
Debajo de él, ella se arqueó hacia arriba, con sus músculos contrayéndose, y él
bombeó mientras gritaba, lloraba y, básicamente sacudía toda la maldita habitación con
su orgasmo. Entonces ella se dejó caer, con su brazo por encima de sus ojos, con su
—Oh, sí, eso fue increíble. —El brazo se movió y ella lo miró—. Fue increíble,
¿no?
—La tierra se movió —dijo él. Se salió y se dirigió hacia el cuarto de baño.
Continuó, cerrando la puerta del baño detrás de él. Con un poco de suerte, saldría
en un minuto y encontraría que ella había captado la indirecta, conseguido vestirse, y se
habría ido.
Su ceño se levantó con eso, y su sorpresa golpeó su estimación de ella con una
muesca hacia abajo, lo que hizo más profundos sus números negativos. Él
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El Club de las Excomulgadas
había dicho y’all4 por amor a Cristo. ¿De verdad creía que se había criado a la sombra
de Matterhorn?
Por otra parte, se había mudado a este iceberg de ciudad para escapar. Porque
quería una vida aburrida, una existencia fácil. Y esta mujer era tanto aburrida como
fácil.
—Los humanos atraparon uno —dijo Everil, con su voz alta y nasal raspando los
ya gastados nervios de Gabriel—. Un homicidio real y auténtico.
—¿Supongo que hay una razón por la que me estás contando esto?
4
N.T: es una abreviación de you all, que se utiliza en algunos estados de Estados Unidos.
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El Club de las Excomulgadas
—Los humanos lo atraparon, pero es nuestra jurisdicción. La víctima es un
hombre lobo. Parece que murió hace un par de horas. Al parecer alguien oyó disparos,
pero no lo denunció. No se dio cuenta de lo que había oído, supongo, hasta que algunos
—Ya lo tienes, compañero —dijo, y luego gorjeó—. Maldita sea, pero esto es
emocionante.
5
Policía en alemán
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El Club de las Excomulgadas
Fue un placer descubrir que el área alrededor de la víctima había sido acordonada con
cinta de „Escena del crimen‟. Gabriel hubiera preferido un perímetro amplio, pero ya
era demasiado tarde.
Hizo una pausa fuera de la cinta y miró abajo a la víctima. Hombre. Delgado.
Razonablemente alto. Parecía estar en sus cuarenta y tantos años, aunque si él fuera
weren podría con la misma facilidad estar en sus cuatrocientos. La misma biología que
modificaba también reparaba su estructura celular todos los meses y sanaban sus células
mientras envejecían. Un buen truco, en realidad.
Vio a Everil a un lado, hablando con un hombre alto que olía a humano. Gabriel
levantó su mano, señalando a su compañero, que se apresuró hacia él, con su rostro y
actitud de remilgada importancia.
Era difícil imaginar la ya mala cara de Everil apretándose más, pero de alguna
manera, el fae se las había arreglado para que eso pasara.
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El Club de las Excomulgadas
—Existen procedimientos. Toman su tiempo.
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El Club de las Excomulgadas
—Dice que llegó a Zermatt para una reunión con la víctima —dijo Everil—.
No me ha dicho su nombre todavía, sin embargo.
—Nunca conocí al hombre en persona, pero organizó una reunión con Tiberius
en este lugar —dijo Dragos.
—Si sabe quién soy, también sabe que a menudo represento a Tiberius.
—Cyrus Reinholt.
Gabriel negó.
—¿Eres weren?
—Mitad perro del infierno y mitad humano —dijo Gabriel. Junto a él, la cara
demacrada Everil mostró el ceño fruncido.
—No hay razón para que lo conociera, entonces. Es un weren, obviamente. Era
una reunión preliminar. Se puso en contacto con Tiberius actuando como un posible
informante.
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El Club de las Excomulgadas
—Esto pone a Lihter en la parte superior de nuestra lista de sospechosos. —
Dragos estaba en la lista también, por supuesto. Por lo menos hasta que su historia fuera
confirmada. Pero Gabriel no tenía intención de hablar de eso—. Veamos si el perceptor
—Deberá llegar en cualquier momento —dijo Gabriel, con los ojos en la cara de
Dragos.
—Bien pensado.
—¿Pero?
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El Club de las Excomulgadas
Dragos asintió, obviamente, sólo escuchando a medias mientras contemplaba la
escena.
—Lo soy.
—Estás aquí. Eres un vampiro. Y... — añadió Gabriel, dando un paso hacia él—,
estoy seguro que debes querer al asesino de tu informante atrapado tanto como nosotros
en la División 12.
Dragos no dudó. Era inocente o muy, muy bueno. Teniendo en cuenta lo que
sabía del vampiro, Gabriel no estaba a punto de tachar ninguna de las posibilidades.
—Al que estuviera más cerca —dijo Gabriel—. Es probable que a Ylexi. No
debe tomarle mucho tiempo llegar de Berlín.
—No, no debería —dijo Dragos, y la pizca de irritación que Gabriel había visto
antes se desvaneció.
—Gabriel, no creo…
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El Club de las Excomulgadas
actividad, tal y como se suponía que debería ser, y él volvió dentro sumergiéndose por
completo en ese mundo tanto si quería como si no.
Capítulo Cinco
Ella estaba corriendo, con la espesura del bosque a su alrededor. Estaba en el
corazón de él ahora, donde las brujas construían sus casas de pan de jengibre y se
comían a los niños pequeños para el desayuno.
Un problema.
Esta era su misión personal, y no podía fallar. Tenía que encontrar al traidor.
Tenía que demostrar que podía volver a estar activa en el trabajo. Que podía ser kyne
por sus actos y no por su unión.
Su amor.
El viento susurraba entre las hojas, con su música como su himno. Los animales
autóctonos miraban con ojos brillantes, testigos de la inevitable captura del traidor.
Había sido lo suficientemente inteligente como para escapar de ella por un tiempo,
pero lo había encontrado. Estaba cerca de él.
Las ramas dobladas y las huellas ligeras en el polvo de nieve declaraban que la
brecha entre ellos se estaba cerrando.
¿Un animal?
Olfateó el aire, atrayendo el fuerte y picante aroma verde de las agujas de pino,
el olor de la maleza en descomposición. Había algo más, también. Un almizcle que
colgaba pesado en el aire. Un olor salvaje que no lograba reconocer.
Una trampa.
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El Club de las Excomulgadas
Ella lo dejó subir, utilizando su fuerza para acelerar sus acciones, y confiando
en que no se elevaría tanto y tan rápido como para que la atravesara, dejando al
demonio a su cargo en lugar de a Caris misma.
Por encima de ella, una bandada de pájaros se alejó con un batir de alas y graznó.
Era hora de que ella hiciera lo mismo.
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El Club de las Excomulgadas
Él disparó, y no había a dónde ir.
Su atacante se acercó y la miró con frío cálculo en sus ojos de tonos grises. Ella
respiró por la nariz, probando el aire, tratando de atrapar su olor, pero él había
enmascarado más que su cara, y sólo olió el embriagador aroma de la tierra.
Así que ¿por qué diablos todavía hacía que su sangre ardiera?
En el pasado.
Apretó los puños una vez más, tratando de obligar a sus pensamientos a no
volver a esas semanas, cuando había sido cambiada.
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El Club de las Excomulgadas
aunque quería matarlo por no haber tenido los cojones de dar un paso adelante y
ayudarla.
Se estremeció.
Debería haberle dicho que de ninguna manera, que se fuera al demonio, haberse
olvidado de él.
Tenía que ir. Pero de alguna manera no podía hacer que sus pies se movieran en
esa dirección.
Todo era tan confuso en lo que a Tiberius se trataba. Durante mucho tiempo se
había dicho que lo odiaba. Que la había traicionado y a su amor, y que había destruido
todo.
Verlo otra vez de manera tan inesperada le había mostrado la verdad, y fuerte.
No lo odiaba. En realidad no. Esa emoción se la había reservado para ella misma, al
menos al principio. Por lo que era. Por lo que había hecho.
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El Club de las Excomulgadas
Cerró los ojos, apretando los puños contra el dolor, el arrepentimiento y la
culpa.
Ella había salido a probarle que estaba equivocado y que era una guerrera.
Que podía capturar a un traidor fugitivo. Había sido una tonta.
—Ya basta —dijo Caris en voz alta, apoyándose contra la barandilla del puente,
con el deseo de que el viento azotara los recuerdos de su mente.
El aire entre ellos había estado cargado, y ella había podido sentir la necesidad
de él, su deseo. Lo había apartado, sin embargo. Sintiendo al lobo debajo de su piel,
pidiendo su liberación, y temiendo que la pasión le traería perderse a sí misma, y que
eso sería la muerte de Tiberius.
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El Club de las Excomulgadas
Incluso más que eso, sin embargo, había temido que si él supiera la verdad no la
desearía. Los werens eran viles para él. Habían abusado de él, en cuerpo y alma, y
mientras que no quería que la viera de esa manera, sabía que no podía acostarse con él
Temía que él pudiera verlo en sus ojos. Temía que se fuera de la habitación, y
que pasaran horas, posiblemente incluso días, antes de que él acudiera y le dijera que no
importaba.
Había temido todo eso... pero no había temido por lo que había sucedido
realmente.
Ella asintió.
—Puedo sentirlo, tirando de mí. —Ella pensó en lo que él pasó a manos del vil
hombre lobo Claudius—. Sigo siendo yo. —Había insistido—. Todavía soy Caris.
Ella había alcanzado su mano, pero sus dedos sólo la habían rozado alejándose
cuando él se levantó.
Ella asintió.
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El Club de las Excomulgadas
Ella dudó. Lo había hecho, y había corrido a una caverna, esperando como el
infierno que nadie viniera. Con la esperanza de perderse en los sinuosos túneles, incapaz
de escapar y correr a un pueblo cercano. Había tenido suerte. Realmente no sabía si
—Caris. Has aprendido a controlarlo ¿verdad? —Ella pensó que había oído un
toque de esperanza en su voz, pero que había sido sepultado, muy debajo de un
estoicismo duro. Ella trató de ignorarlo, pero no pudo. Su voz tan tranquila la hacía
temer, temer tanto, y con el miedo había venido el lobo.
—Ayuda.
La había mirado entonces, con los ojos tan llenos de amor que se había sentido
más segura de lo que nunca había estado en su vida. Sólo después de una eternidad él
habló.
No tomó su mano, sino que la llevó de regreso a su oficina. Giorgio Dane estaba
allí, un kyne recién reclutado. Un joven que había luchado al lado de Tiberius, en una
batalla reciente con Gunnolf y sus hombres.
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El Club de las Excomulgadas
y dispararle un dardo tranquilizante antes de que incluso tuviera tiempo de reaccionar.
—Te amo. —Le había dicho él, y el mundo se había vuelto negro.
Ahora, ella apretó las manos alrededor de la barandilla del puente Tower, y
luego cerró los ojos con fuerza, alejando los recuerdos de pesadilla que seguían.
Frente a ella, el horizonte estaba empezando a brillar. No había tiempo para los
recuerdos ahora. No había tiempo para esa Caris. La chica que no tenía control.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Seis
Había ido a la montaña de Zurich como niebla, después había hecho que uno de
los empleados para-demonios en la División 12 lo transportara de regreso a Londres por
el agujero de gusano. Todo el viaje había durado menos de dos horas. Era de suponer
que Caris hubiera llegado por una ruta menos directa.
Aún así, estaba empezando a temer que su confianza hubiera estado fuera de
lugar. Que estuviera tratando de pagársela cabreándole.
Nunca.
—Eres mi corazón y alma, Caris. —Le había dicho—. Y siempre lo serás. —Su
risa lo había cubierto, tan refrescante como un arroyo burbujeante.
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El Club de las Excomulgadas
—Nunca —Susurró, después de que sus labios hubieran sellado la
Por supuesto, pero igual que todo el dolor, habría placer, también, y estaría
mintiendo si dijera que la anticipación no lo estaba matando.
Podría mentirle a otros acerca de eso, pero con su propio corazón sólo podía ser
sincero.
Haberla visto en Zermatt le había dolido. Verla en su casa lo lastimaría aun más.
Pero había sobrevivido a un dolor insoportable, y podía sobrevivir a esto. Tenía que
hacerlo. Tenía que averiguar lo que ella estaba haciendo. Necesitaba entender por qué
no le dijo una mierda de Reinholt. ¿Sería personal? O, Dios no lo quiera, ¿estaría
trabajando para Lihter?
Su mano se posó en una pesada estantería que estaba junto a la ventana, y se dio
cuenta de que había abierto una pequeña caja de madera de cerezo, mientras había
estado perdido en sus pensamientos. Sostuvo un marco en miniatura en su mano, con el
cristal empañado después de tantos años, la fotografía ahora tenía años y estaba
desvanecida.
Ella era también la única persona que sabía la dolorosa verdad sobre su pasado.
Acerca de su juventud cuando había sido maltratado y abusado bajo una mano weren.
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El Club de las Excomulgadas
No había ninguna mujer que pudiera tomar su lugar en su vida. Se había
arrancado su propio corazón cuando la había desterrado, pero incluso en esa pequeña
piedad, había fallado. Debió haberla matado. ¿Cómo pudo hacer otra cosa después de lo
Forzando su mano a permanecer estable, levantó la foto, una vez más mirando
sus ojos, unos ojos que ahora le parecían tristes y llenos de reproche.
Su mano se cerró, más y más fuerte hasta que el cristal se agrietó bajo la presión,
y arrojó el marco a través del cuarto, y vio después que el cristal se hacía añicos contra
la pared.
No se sentía mejor.
—Está bien.
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El Club de las Excomulgadas
—Hay alguien aquí para verlo.
—Señora Todd, ¿se acuerda que le mencioné que estaba esperando a alguien?
—¿Quién es? —Su voz sonó espesa de anticipación, y sólo esperó que su
secretaria no lo hubiera notado.
Caris, diría ella. Y él con calma asentiría y le diría que dejara pasar a la
mujer.
—Tengo una hora antes de una sesión informativa, y después tengo que estar en
el aeropuerto. Mi avión me está esperando, y quiero llegar a casa.
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El Club de las Excomulgadas
—Llevaron a un perceptor —dijo Luke—. A Ylexi, de Berlín —agregó—. El
retraso en el descubrimiento del cuerpo trabajó a nuestro favor. No vio nada.
—Bien. —Necesitaba sus propias respuestas en cuanto a por qué ella había
matado a Reinholt. Las respuestas serían muy difíciles de conseguir si era el centro de
una investigación criminal. Por no hablar de que estar huyendo por asesinato, no le
sentaba nada bien a él por muchas razones.
—Hazle a Koller una llamada desde el aeropuerto. Quiero que la División 12 sea
retirada del caso. Estamos poniendo a un grupo de trabajo de la Alianza en ello. Si
Koller tiene algún problema con eso, me puede llamar directamente.
—Entendiendo la necesidad de tratar con ella primero, para entender lo que hizo
y por qué. Pero ¿dónde está el beneficio de un grupo de trabajo?
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El Club de las Excomulgadas
—Te aseguro que estoy protegiendo mis propios intereses también. —Era un
testimonio de su amistad por lo que Tiberius le respondía algo. Como lugarteniente, la
pregunta de Luke cruzaba la línea de la insolencia. Como amigo, era justa.
Tuvo que sonreír también, al ver salir de su amigo. Una vez, había visto esa
mirada en su rostro... por saber que un amor tan puro nunca podría ser destruido.
Y ambos de esos acontecimientos eran algo que una vez había pensado
imposible, sobre todo debido a que había estado obligado moralmente a ayudarla
incluso antes de que se conocieran, una obligación impuesta en él, cuando un anciano lo
había salvado de morir en las calles.
Tiberius no había recordado nada de eso, sin embargo. Sólo conocía el dolor, el
abuso y las horas en la arena, para luchar contra sus amigos.
Había sido la única vida que conocía, los años antes de haber sido arrancado de
su madre a la tierna edad de cuatro años no eran nada más que un vago
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El Club de las Excomulgadas
recuerdo, reemplazado por el dolor, el tormento y el conocimiento horrible que tenía de
él. Que era propiedad del hombre que lo tenía, una vil criatura llamada Claudius.
Cuando por fin llegó la libertad, había estado envuelta en su propia clase de
pesadilla.
Claudius había ido a él por la noche, esta vez no para pegarle, sino para usarlo. Y
eso Tiberius no lo acataría. Luchó, sin importarle que los guardias de Claudius lo
destriparan seguro. Perdió su mente en el cuerpo a cuerpo, sólo sabiendo que no podía
permitir que Claudius le tomara eso, esa parte final de él. Que lo violara. Que lo
manchara. Si lo hacía, Tiberius sabía que su humanidad se perdería, y llegaría a ser tan
monstruo como su amo.
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El Club de las Excomulgadas
Se había dejado caer a un frenesí, combatiendo y luchando, dando golpes y
patadas. No hubo movimientos practicados allí, sólo una bestia salvaje demasiado
tiempo encadenada en una jaula. Y cuando explotó, lo hizo con extraña furia.
Cuando terminó, creía que su tiempo en esta tierra había terminado. Pero la
sangre seguía corriendo por sus venas y sus pulmones aún atraían aliento, aunque
desigual y doloroso.
74
El Club de las Excomulgadas
El vampiro no lo había cambiado inmediatamente, pero había alimentado con su
sangre a Tiberius, restaurado su salud aun cuando Horatius lo observaba. Y esa misma
noche, Tiberius hizo el juramento de proteger a Horatius y a su familia, porque le debía
Tiberius había aceptado eso último sin vacilación. El mundo de los hombres casi
lo había destruido. No tenía ningún deseo de volver.
Dentro del mundo de las Sombras, sin embargo, quería poder. Y venganza.
—Mata a Claudius —dijo Magnus con calma—. No me opondré a ese plan. Pero
no construyas tu futuro sobre la venganza. La sangre de los líderes corre por tus venas,
pero estás entrando en un nuevo mundo donde tales cosas no importan. Será tu carácter
y no tu sangre la que te levantará. Lidéralos, Tiberius. Has sufrido mucho, y ese es tu
regalo para las masas. Tú puedes guiar, porque entiendes lo que es estar sin voz. Es tu
privilegio y tu deber. Dirige a los vampiros, y luego lidera al mundo.
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El Club de las Excomulgadas
Qué irónico que, en definitiva el choque de ese deber y de ese amor le hubiera
hecho perder lo que valoraba más en todo el mundo. Caris.
—¡Adelante!
—Es Caris, señor. El guardia sólo avisó desde la puerta. Entró en el recinto.
Por horas la había estado esperando, y sin embargo ahora que estaba aquí la idea
de verla otra vez le pesaba. Le dolía el corazón al verla. Al recordar lo que una vez
habían tenido y las razones por las que ya no formaba parte de su vida.
El político necesitaba saber por qué ella había matado a Cyrus Reinholt.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Siete
Era gigantesca, conteniendo tanto un nivel residencial como alas de oficinas, por
no mencionar los salones de baile para el entretenimiento y la recreación y las
instalaciones de entrenamiento. Un poco de auto-contenido paraíso poblado por más de
trescientos vampiros incluidos invitados y personal permanente.
Había pasado un tiempo desde que Caris había caminado por los pasillos con
libertad. Cuando ella había sido la que miraba a los extraños y se preguntaba si podrían
traer caos a su mundo.
Ella no quería extender el caos. Sólo quería salir como el infierno fuera de este
lugar que una vez no podía haber imaginado dejar.
—Esta será nuestra casa ahora —le había dicho Tiberius cuando habían
caminado triunfantes a través de las puertas después de su victorioso regreso a Londres
tras la muerte del híbrido. Tomas había concedido su posición, y Tiberius y Caris se
habían mudado.
Había sido la que lo había ayudado a decorar las salas públicas. La que había
lanzado los podridos sofás de Tomas, sustituyéndolos con bonitas mesas y sillas
talladas, caras en ese tiempo, que ahora no tenían precio. Cosas importantes ocurrirán
dentro de estas paredes, el decorador había anunciado, y así había sido. Realmente así
había sido.
Daba grandes zancadas a través de las puertas dobles que daban a la oficina de
Tiberius con impunidad, siempre bienvenida por su sonrisa, siempre atraída a su lado. Él
le había pedido su opinión, había buscado su consejo, y confiaba en ella por encima de
los otros.
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El Club de las Excomulgadas
Pero eso había sido hace mucho tiempo.
Ahora Caris tenía una escolta. Ahora los vampiros la pasaron a la sala y se
Antes, los recuerdos felices que la habían envuelto, habían sido provocados por
algo más que el olor de los pasillos. Ahora esos recuerdos de felicidad estaban
englobados bajo una nube oscura.
Y la había enviado lejos de ese lugar que una vez había amado tanto.
No estaba funcionando.
Las cosas que quería olvidar estaban presionándose contra ella. Los recuerdos
estaban retorciéndose como nubes negras. Dándole vueltas.
Cazándola.
Había luchado desesperadamente para tirar de él, para evitar el cambio, pero
no podía. El lobo quería salir, e incluso toda su fuerza vampírica no podía contenerlo.
78
El Club de las Excomulgadas
Ya viene. Ella cambió. Su cuerpo cambió, se empujó, se arrancó de su control,
con sus músculos estirándose, alargando sus huesos. Con un dolor tan nítido que
parecía vivo.
Caris miró hacia arriba, con su pecho apretado con auto-compasión y lamento,
sólo para encontrarse con los ojos horrorizados de Tiberius.
Su garganta era gruesa, su mente no podía procesar lo que había hecho. Lo que
había llegado a ser.
—Él tenía una familia —dijo Tiberius, midiendo las palabras que se filtraban a
través del intercomunicador.
Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que estaba guardando una
explosión.
79
El Club de las Excomulgadas
—Yo… yo puedo aprender. Puedo controlarlo. —Sintió las lágrimas caer por su
rostro—. Sólo necesito tiempo.
—Luchaste con el último híbrido a mi lado, Caris. Sabes exactamente por qué
tuvimos que acabar con él.
—Por favor.
No estaba segura de lo que estaba pidiendo, porque en ese momento creía que
estaba en lo cierto. Miró el montón de polvo que había sido Giorgio, y supo que, sí, ella
merecía morir.
Ella lo sabía, por supuesto. Había ayudado a supervisar el equipo que la había
diseñado. Uno de los tristes hechos de la vida política en el mundo de las Sombras era
la necesidad ocasional de mantener a un cautivo. Y cuando los cautivos tenían la
capacidad de transformarse a niebla, salas herméticas eran requeridas a menudo.
80
El Club de las Excomulgadas
Ahora Tiberius estaba en el exterior con la capacidad de activar la
incineradora o abrir la puerta.
—No para algo como esto. No puedes regresar. No puedo correr el riesgo. Hice
un juramento para proteger a mi pueblo, Caris. Ya lo sabes.
Ella apretó sus manos, con sus ojos yendo al montón de polvo mientras se
preparaba para el dolor del fuego. Para la muerte que se merecía.
—Lo sé.
Él apretó la mano en el cristal, y ella vio su propio tormento reflejándose en sus ojos.
Quería odiarlo por lo que estaba a punto de hacer, pero no podía. Todo lo que
podía era adormecerse.
Ella cerró los ojos mientras él daba un puñetazo en el código. Pero no hubo
fuego. No hubo dolor.
Entendió entonces que sus palabras no habían sido una condena, sino una
advertencia. Aprender a controlarse, eso era lo que le había estado diciendo. O la
mataría él mismo.
81
El Club de las Excomulgadas
Las palabras la sacaron de los inoportunos recuerdos, y Caris vio el pelo gris del
vampiro con ojos saltones y una sonrisa de abuela. Estaba de pie junto a una puerta,
haciendo un gesto hacia Caris.
Potente. Y estaba allí porque quería, no porque hubiera sido convocada. Era
una guerrera.
Correcto.
Con un rápido movimiento, Caris pasó junto a la recepcionista sin decir una
palabra, después cruzó el umbral a otro mundo por completo. A diferencia de la antesala
con antiguo calor, esa habitación era fría y crujiente.
La única pista del Tiberius que había conocido estaba en las paredes, ricas,
vibrantes impresionistas obras que le daban un muy necesario color en el entorno
austero.
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El Club de las Excomulgadas
Vio la forma en que sus hombros se pusieron rígidos antes de que él se volviera
lentamente, y ella se obligó a mirarlo. A ese pelo negro medianoche, el que una vez
había sentido tan suave bajo sus dedos. A su mandíbula patricia, que había utilizado sus
Se encontró con esos ojos ahora, fríos e inescrutables, y se dio cuenta que ella
estaba de pie con su mandíbula apretada tan fuerte como sus puños. Deliberadamente,
trató de relajarse.
—Gracias por abrir finalmente tu lugar sagrado —dijo, pintando sus palabras
gruesas con sarcasmo—. Estaba empezando a pensar que habías olvidado que me habías
invitado.
Se puso tensa, después se mordió su respuesta instintiva, que era más que una
maldición colorida, una palabra y un asalto en contra de su paternidad.
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El Club de las Excomulgadas
Tiberius se alejó de la ventana, rodeando su escritorio hasta que estuvo de pie
delante de este. Se recostó contra el mismo y la consideró a ella. Se veía a la vez casual
y comandante en jefe, algo que siempre había admirado en él, y algo que sabía le servía
Ella miró a su alrededor y luego se movió a uno de los sillones bajos de cuero.
Se hundió en él, y luego con los ojos fijos en Tiberius, casualmente subió los pies en
alto sobre el vidrio de la mesa de café.
—Tengo unas cuantas sugerencias. Por ejemplo, que me digas que no estás
trabajando para Lihter, y sin embargo el mismo día en que está programado el
encontrarme con un hombre lobo dispuesto a revelar los secretos del círculo íntimo de
Lihter, el hombre lobo se muere. Y de la mano de una mujer de alto rango en el círculo
weren.
—¿Por qué?
—¿Sabes qué? Olvídalo. Ya te dije que no tiene nada que ver contigo. Y
renunciaste a tu derecho a preguntarme eso cuando me desterraste.
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El Club de las Excomulgadas
—¿No? Claro que lo sentiste al final.
—Te fuiste con los weren. —Sus palabras fueron planas y duras—. Te uniste
—Maldita sea, Tiberius. Yo no fui con Claudius. Fui con Gunnolf. Fui con un
weren. Con alguien que me enseñara cómo controlar los trucos nuevos y emocionantes
y las tribulaciones de mi cuerpo. —Se inclinó—. ¿Y qué diablos iba a hacer? Dejaste
perfectamente en claro que no era ya uno de los tuyos. Supongo que eso me hacía uno
de los suyos. —Se inclinó más cerca, consiguiendo llegar justo a su cara—. Una Weren.
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El Club de las Excomulgadas
de los huéspedes. La idea la hizo estremecerse con una mezcla de nostalgia y, sí, de anticipación.
— Puedo no creer que estés trabajando con Lihter, pero Reinholt está todavía
muerto, y mi capacidad para conseguir información de inteligencia sobre la comunidad
weren se ha visto gravemente comprometida.
Él hizo una pausa, y ella tuvo la sensación de que estaba debatiendo algo.
—Yo te pedí ayuda, una vez —dijo ella—. En esta misma sala, de hecho.
—Caris...
—No. —La palabra fue suave, pero le picó como una bofetada—. No haría nada
diferente. Volviste a una ciudad de vampiros sin la capacidad de controlar el cambio.
Con mis vampiros. Con mi pueblo. Con mi responsabilidad. ¿Me
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El Club de las Excomulgadas
arrepiento de la decisión que tomé? No. ¿Lamento que mi elección te haya lastimado?
Lo lamentaré hasta el final de mis días.
—Eso significa que tenemos todo el día por delante de nosotros para discutir
este asunto.
—Por supuesto —dijo—. Y hablaremos, Caris. Hay cosas que tengo que saber, y
eres la que me va a ayudar a descubrirlas.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Ocho
Tal vez fuera así, pero Gabriel nunca había estado en el infierno. No en un
infierno mitológico, ni de cualquier otra dimensión que pasara por ser especialmente
eso, ni de un bien meditado lugar.
Ahora estaba aquí, fumando y moviendo sus pies para mantener el calor mientras
esperaba a que Everil saliera de la tercera taberna en la que había estado desde la puesta
del sol.
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El Club de las Excomulgadas
chaqueta habían revoloteado invisibles, pero habían hecho un extraño ruido de raspado
que Gabriel encontró increíblemente molesto.
Él no era de ninguna utilidad para nadie, y mucho menos para los muertos, si no
podía pensar, por lo que tenía que tomarse unas pocas horas de descanso y luego se
despertaría con un plan.
Había pensado en salir solo, pero no podía dejar a su emocionada, aunque cursi,
pareja enfrentarlo solo. Así que había llamado a Everil y le había descrito su curso de
acción.
—Zermatt recibe una gran cantidad de turistas —dijo Everil, y, por desgracia, el
pequeño estaba en lo cierto.
Everil asintió con seriedad. Tan serio, de hecho, que Gabriel se sorprendió un
poco cuando sacó una libreta y empezó a tomar notas.
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El Club de las Excomulgadas
—Entonces, ¿qué escenario estamos esperando?
—El segundo —dijo Gabriel. Y luego, porque fue poseído de repente por el
Y como Zermatt era, para bien o para peor aún, un pesado establecimiento
turístico, las tabernas parecían la mejor apuesta para el inicio de sus investigaciones.
Habían ido a las dos primeras juntos, pero con esta tercera, Everil había querido entrar
solo para poner a prueba su investigación recién perfeccionada.
Y así fue como Gabriel se había encontrado parado en el frío fuera de la taberna
con el extraño nombre de Lone Star, preguntándose qué demonios estaba pasando allí.
Gabriel se quedó por otros noventa y siete segundos, y luego dejó caer el
cigarrillo, aplastándolo en la blanca nieve con la punta de su bota, y se dirigió hacia la
entrada de la taberna.
Igual que todos los bares de la calle Bahnhofstrasse, la taberna estaba oscura y
con madera, arreglándoselas para ser a la vez atmosférica y acogedora. Dándoles a los
turistas humanos una sensación de estar en un lugar diferente, una probada de
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El Club de las Excomulgadas
algo más que sólo la necesidad de beber, de esquiar y de joder que los había atraído a
esta pequeña ciudad turística en primer lugar.
Por protocolo, porque tan pocas veces tenía que hacerlo en esa tranquila ciudad,
Gabriel mostró su tarjeta de identificación.
—Mierda, no.
Por la expresión de Tex, estuvo menos que encantado con esa explicación, pero
sabía que era mejor presionarlo.
—¿Adónde fue?
—Pienso que está en el lavabo, pero estoy pensando ahora que se deslizó por la
parte trasera. Probablemente quería ver la escena del crimen.
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El Club de las Excomulgadas
Gabriel ladeó la cabeza.
—¿Cuál crimen?
—¿Apuñalado?
—El otro policía que estaba aquí, ¿le dijiste acerca de eso?
Tex resopló.
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El Club de las Excomulgadas
—Sigo esperándolo.
—¿Conocías a la víctima?
—Por supuesto. Jenson Graham. Turista, pero viene aquí por lo menos dos
veces al año. Gran esquiador.
—Eso no lo podría decir. Aunque si tuviera que suponerlo, diría que fue con el
novio de la chica.
—¿Qué chica?
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El Club de las Excomulgadas
—Cabello corto y oscuro. Ojos verdes. Actitud. La vi. No le presté mucha
atención. —Hizo una pausa—. Está bien, eso no es exactamente cierto. La chica estaba
caliente. Pero fue una noche ocupada.
Tex lo consideró.
—Sí, claro. Somos muy amigables con los turistas cuando vienen, Gabe. Ya lo
sabes.
Gabriel lo sabía. Pero había estado esperando que estuvieran en una racha de
buena suerte.
Gabriel deslizó la bebida medio vacía con las manos lejos de él.
—Ponla en mi cuenta.
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El Club de las Excomulgadas
Se fue antes de que Tex pudiera hacerle notar que no tenía una cuenta.
—Hubo algo punzante aquí —dijo, con sus ojos negros y anchos.
—El humano sobrevivió, sin embargo. Tex dijo que el chico fue atacado con un
tenedor de barbacoa.
—Ah, ¿Ev? Creo que el atacante probablemente fue un vampiro. Con dos
puntiagudos dientes. —Hizo colmillos con sus dedos para demostrárselo. Los ojos de
Everil se hicieron aún más amplios.
—No me di cuenta de que los faes tuvieran un agudo sentido del olfato.
Everil se puso de pie recto, y luego dio una respiración sacando su pecho hacia
fuera.
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El Club de las Excomulgadas
Al final resultó que aún estaba allí, sentado en un abarrotado centro de
emergencia a la espera de que le dieran el alta.
—Oh. Correcto. Fue una pelea, saben. Con algunos chicos. Lugareños.
Hemos, ya saben, tenido roces antes.
—¿Lugareños? —Gabriel encontró los ojos de Everil. Dudaba que los lugareños
hubieran echado a Reinholt lejos.
—Sí. Yo… no nos llevamos bien. Creo que finalmente tomé el camino
equivocado y decidieron que, ya saben. Hacerme un poco de lío.
—¿Nombres?
Graham les dijo, y Everil los escribió en su PDA. Unos segundos más tarde,
asintió.
Le pasó el PDA a Gabriel, quien miró el archivo. Vampiros, sí, pero los
alborotadores básicos. No del tipo que probablemente va tras algo grande, y su actual
teoría operativa era que este asesinato estaba relacionado con algo grande.
—Así que son locales —dijo Gabriel—. Dime sobre la chica. ¿Alguna vez la
viste antes?
—¿Chica?
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El Club de las Excomulgadas
—A la que estabas ligando en el bar. De ojos verdes. De pelo corto y oscuro.
Con buena apariencia.
De nuevo él se movió.
—Ah, infiernos. Muy bien, miren. Ella era una perra, ¿no? Quiero decir, sí, yo,
eh, intenté ligar con ella. Pero me rechazó con frialdad. Aunque luego, cuando estaba en
el callejón y esos chicos tenían toda la zona en peligro conmigo, ella fue la que los hizo
salir como el infierno de allí. —Se encogió de hombros—. Así que, ya saben, supongo
que se la debo.
—Extraño, ¿no?
Gabriel alzó las cejas. Había visto eso antes. Los humanos a quienes les gustaba
bajar y ensuciarse con la multitud de vampiros.
—Así que ella te salvó de un vampiro. ¿Estaba hablando con algún otro
vampiro? ¿Hablando con alguien más en el bar?
—No somos policías normales. Y a menos que quieras ser una alta prioridad en
mi oficina de radar, y no quieres, me dirás todo lo que puedas acerca de la chica.
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El Club de las Excomulgadas
—No vamos a, ya sabes...— Él se apagó, y luego hizo un movimiento de
cuchillo por su garganta.
No era común para los humanos saber sobre los de las Sombras, pero no era algo
inaudito. Mientras Graham se quedara fuera de los callejones oscuros con vampiros
hambrientos, estaría bien.
—No hay mucho que decir. Quiero decir, es un vampiro, también. Me di cuenta.
Una vez que aprendes acerca de ellos, puedes descubrirlo. Ella seguro como el infierno
no quería que yo lo supiera, sin embargo. La llamé vampiro y casi me mordió la cabeza.
—Se encogió de hombros—. No era esa cabeza la que quería que me mordiera, pero ella
no estuvo interesada.
Gabriel se levantó.
—No —dijo Graham —. Pero ella se lo dijo a los vampiros que me tenían.
Juro que casi se orinaron en los pantalones.
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El Club de las Excomulgadas
—¿Es un hecho? Entonces, ¿cuál era?
—Habrá muchos ojos en este caso. Dragos estaba allí para una reunión, a
Reinholt le pusieron una trampa por ser un soplón weren. Y Caris está implicada hasta
el fondo con los werens.
Everil negó.
—Ya no. Era la mujer de Gunnolf. No creo que sea cercana a Lihter.
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El Club de las Excomulgadas
Mierda. No se había mudado a Zermatt para dejarse enredar en un Gran Jodido
Caso.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Nueve
Pero todo eso significaba que el viejo representante para-demonio necesitaba ser
retirado de la ecuación.
Malo, por lo que correspondía a hacer la misión de Slater mucho más difícil.
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El Club de las Excomulgadas
Bueno, con esas precauciones era más difícil culpar a la comunidad vampiro.
El ascensor sonó, y Slater situó su atención al lado del guardia desplomado. Las
puertas se abrieron y una humana rubia y menuda salió. Se lamió los labios, acomodó
sus hombros, y se dirigió directamente hacia él.
Ella bajó la mirada hacia el guardia en la silla, con el rostro con un signo de
interrogación.
—Pero yo…
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El Club de las Excomulgadas
Ella se puso de pie recta, con los ojos muy abiertos, y él dio un puñetazo en el
código. El seguro hizo clic, la puerta se abrió, y la hizo pasar al interior con un
movimiento de su brazo.
Un movimiento más económico y tenía su brazo alrededor del cuello del para-
demonio. Con la otra mano, presionó el extremo del pica-hielo contra de la oreja
derecha de Bovil.
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El Club de las Excomulgadas
En la cama, la chica se estremeció.
—Vete —dijo él, y ella salió por la puerta antes de que su voz se desvaneciera.
—¿Qué?
—Señor —dijo con voz entrecortada—. Señor, estaba en lo cierto. Todos esos
rumores. Son ciertos. Algo pasa con Lihter. Está trabajando en algo grande.
El orador hizo una pausa, y Slater se debatió sólo un momento antes de decidir si
insistirle a su suerte. Rascó la boquilla, simulando estática.
—Cuéntame.
104
El Club de las Excomulgadas
Y esa, Slater pensaba, era su señal para irse.
*****
Faro Lihter se volvió mientras el Doctor Honas Behar corría hacia él, con el
sudor brillando en su frente. Se lo limpió con la manga de su crujiente bata, luego hizo
una mueca.
Lihter sonrió.
—¿Nervioso, Doctor?
—Ella vendrá.
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El Club de las Excomulgadas
—Yo estaba allí, en Marsella, justo en medio del último brote de la peste.
—¿Estaba allí?
—¡Señor!
Pudo ver reflejada su propia pasión en los ojos del médico, y sonrió.
—La última —confirmó Lihter—. En ese momento, de todos modos. Esa será
nuestra primera pregunta para nuestra invitada. Cómo llegó a ser una nueva híbrido en
un mundo sin híbridos. Una criatura creada de algo que no se podía hacer. Es un
misterio, y uno que ni yo ni mi equipo hemos podido resolver.
Behar era una adición relativamente nueva al equipo, se había unido tan sólo una
década atrás. Sin embargo, por siglos, Lihter había estado reuniendo werens afines a su
alrededor, estableciendo diversas tareas destinadas a un único objetivo: la creación de
un nuevo híbrido.
No había sido un trabajo fácil. Lihter había pasado años investigando textos
antiguos, tratando de aprender cómo se hacía un híbrido. Había encontrado una sola
pista, una transcripción de una historia transmitida dentro de una familia. Un guerrero
vampiro del siglo tercero se había tropezado con una mujer, quien le suplicó que la
matara.
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El Club de las Excomulgadas
Según la versión de la historia del guerrero, él se había negado en un primer
momento. Pero entonces la mujer lo había amenazado con mostrar al lobo allí en medio
del foro romano. Y entonces él había dicho que lo haría. Pero primero tenía que
Pero la mujer no lo sabía. Había sido un vampiro, y una noche se encontró con
un hombre lobo merodeando en lo profundo de un bosque. Habían luchado, y de alguna
manera ella había perdido sus sentidos. Recordó la tortura y el dolor. Y cuando volvió
en sí misma plenamente, sabía que había caído bajo la maldición, y que lo que una vez
se había creído como rumor estaba vivo dentro de ella. No tenía ninguna explicación en
cuanto a cómo, y asumió que debió haber ocurrido por arte de la magia oscura.
El proceso había sido largo y tedioso, pero sabía que iba a tener éxito. Lihter
tenía confianza y paciencia, y había empezado a construir ese edificio, incluso antes de
tener la primera idea de cómo crear a un híbrido.
Había otro.
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El Club de las Excomulgadas
Otro investigador estaba revisando los mismos libros. Otro erudito seguía los
mismos caminos.
Y quiso la suerte que Reinholt pasara a ser un hombre lobo. Un hombre lobo
que vivía en París y era un invitado frecuente en el Château.
Pero, al parecer, Reinholt se había enterado del plan y había salido corriendo.
Había sido de lo más inoportuno. Por lo menos hasta que Lihter se había
enterado de que Reinholt tenía una hija. Y los niños significaban ventaja.
Porque durante el transcurso del rapto, ella había salido herida, y su sangre había
destruido a uno de sus hombres.
Sangre ácida.
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El Club de las Excomulgadas
lo hiciera, en realidad, y Lihter no sentía culpa por alejarla de tal excusa de padre sin
valor.
Y pronto.
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El Club de las Excomulgadas
—Podría noquear a cinco elefantes de circo con la dosis que le dimos.
Ella yacía en el almohadón, con los brazos a su lado, con los ojos cerrados. Su
—Hermosa —dijo Lihter, después le acarició la cara. Era joven, sólo tenía
dieciocho años, y en reposo, se veía tan inocente como si fuera mortal.
—Sin una mejor comprensión de su fisiología, no puedo estar seguro, pero estoy
adivinando que cuatro o cinco horas.
—Señor.
—También quiero que confirmes que todos los equipos de monitoreo están
calibrados. Haremos la primera prueba tan pronto como se despierte.
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El Club de las Excomulgadas
Las cejas Lihter se elevaron.
—¿Ah sí?
Lihter asintió despidiéndolo, luego se movió hacia la cámara hermética, con sus
sesenta centímetros de muros de plexiglás grueso. Una sencilla silla plegada estaba
frente a él, y tomó asiento. No importaba cuánto tiempo tuviera que esperar. Él sería lo
primero que vería cuando ella se despertara.
Y una vez que lo hiciera, le diría a la chica todo acerca de los maravillosos
planes que tenía para ella.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Diez
Le había hecho una promesa a Reinholt de ayudar a su hija, y era una promesa
que Tiberius pretendía conservar.
—Lo sé —había dicho Reinholt cuando habían hablado por teléfono—. Es muy
inusual. Pero ya ves, es por esa razón por la que acudí a ti. A diferencia de muchos de
los míos, no desconfío de los vampiros. Y—agregó—, no creí que fueras a permitir que
uno de tu clase fuera tomado por Lihter. No si puedes hacer algo para evitarlo. Por
favor, señor. Por favor, ayuda a mi Naomi.
aliento.
—Sí.
—Yo… Yo… Por favor, por favor, tienes que encontrarla. Él... él se la llevó
para llegar a mí. Porque me fui. Pero yo no lo sabía. No sabía lo que quería.
—Oí rumores de que Lihter se había comprometido con la Pitonisa. Todas las
personas con acceso al Château serían probadas. Por lealtad. Yo huí.
—¡No! ¡No! He sido más que fiel. Comando mi propio negocio. Pero hay cosas
que tengo en mi cabeza. Cosas que no quiero compartir.
—Sin lugar a dudas. Así que me fui. Nunca pensé que a Lihter le importaría. No
estaba bajo ninguna sospecha. No corrí, pero tampoco hice publicidad de a donde fui.
Y cuando dejó mensajes para mí para que volviera a París, los ignoré.
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El Club de las Excomulgadas
Reinholt se quedó sin aliento.
—Yo… Por favor. Hay... cosas que debes saber. Y cuando nos encontremos, te
Tiberius vaciló. El miedo en la voz de Reinholt era tan real que casi podía
captar el olor de eso, incluso a través de la línea telefónica. Pero ¿Temería por su hija,
o tendría miedo de Lihter, el hombre lobo al que estaba dispuesto a traicionar?
—Ayudaré a tu hija.
—Gracias, gracias.
—Una vez más, esa parte te la debo informar en persona. Pero ten en cuenta que estoy
seguro.
No había sido una respuesta satisfactoria, pero aunque Tiberius intentó conseguir
más información, Reinholt se había negado a hablar. Tiberius no iría tan lejos como para
negarse a ayudarlo, creía que la chica estaba realmente en peligro,
114
El Club de las Excomulgadas
pero ahora deseaba haberlo amenazado. Podría haber sabido más. Porque ahora estaba
empezando de la nada, excepto de Frankfurt, del conocimiento de que la chica era una
compradora poderosa, y la foto que Reinholt le había enviado por mensaje de texto.
Había hecho circular la foto con sus contactos en Frankfurt, pero decidió no
llamar formalmente a la PEC para buscar a la chica desaparecida.
—Está hecho —dijo Slater Bael tan pronto como Tiberius tomó la llamada.
—No tenía ninguna duda. Podrías haber esperado para informarme en persona.
—Cuéntame.
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El Club de las Excomulgadas
—Al parecer Lihter estaba en los radares para-demonios, también. No podría
decir con quién estaba hablando, y el maldito ID6 y el GPS fueron bloqueados, pero el
mensaje fue bastante claro. Averigüé que Lihter estaba planeando algo. Algo grande.
—Lo intenté. La llamada se cortó. Tengo que asumir que hice un trabajo menos
que estelar para hacerme pasar por Bovil.
Se puso de pie y se dijo que iría con Caris ahora porque el tiempo era esencial.
Lihter estaba tramando algo. Las elecciones eran en menos de diez días. Y la
chica podría estar en grave peligro.
Todas las razones eran válidas, pero ninguna superaba a la verdad fundamental,
subyacente: simplemente quería verla de nuevo, y la retendría durante tanto tiempo
como pudiera.
Cuando encontró a Caris, ella estaba de pie en la ventana de la gran sala azul, al
lado del escritorio de roble, mirando el cielo a través del cristal protector. Él hizo una
pausa, mirándola. Llevaba una chaqueta de cuero negro y pantalones vaqueros sencillos,
excepto que no había nada de simple en la forma en que abrazaba sus curvas. Curvas
que él había conocido íntimamente y todavía podía recordar esa sensación.
6
Identificador de llamadas
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El Club de las Excomulgadas
Metió las manos en los bolsillos de sus propios pantalones, rechazando los
recuerdos de ella, de su pasado. Se dio cuenta con un sobresalto que estaba viendo a la
mujer, no a la weren, no a la híbrido.
Ella estaba inmóvil, excepto por su pecho, que subía y bajaba. Se preguntó
vagamente si tenía que respirar ahora, y maldijo la pregunta ya que sólo le recordaba
que esto los separaba más que la extensión de la habitación. Mucho más.
—Si tienes algo que decir, entonces dilo. —Ella le habló a la ventana, sin
molestarse en darse la vuelta—. De lo contrario, estoy ansiosa por salir de aquí.
—¿Es cierto? ¿Y sólo esperas que te ayude a cambio de nada? Pensé que me
conocías mejor.
117
El Club de las Excomulgadas
—Me temo que no estoy de acuerdo en ese punto.
Su frente se levantó.
Por el momento, al menos, tenía que estar de acuerdo. Era hora de intentar una
táctica diferente.
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El Club de las Excomulgadas
—Un grupo de trabajo que no, repito no, encontrará ninguna conexión contigo.
Un grupo de trabajo que, francamente, en última instancia será detenido.
—¿Por qué hiciste eso? —dijo ella con voz baja, medida. Y era peligrosa.
Ella negó.
—No.
—Tu padre lo intentó una vez. La rechacé igual. La promesa no te la hice a ti, y
honraré mi palabra a Horatius.
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El Club de las Excomulgadas
—No me mantendrás para nada.
Dio un paso hacia él, moviendo sus caderas y poniendo su sonrisa. Se veía sexy
como el infierno e igual de peligrosa.
Ella se apartó y levantó la mirada hacia él, con los ojos en llamas, con esa
fiereza que una vez había admirado ahora dirigida hacia él.
120
El Club de las Excomulgadas
Ella se erizó, pero se mantuvo firme. Estaba a sólo unos centímetros de
distancia, y aun después de tantos años, el olor de ella era dolorosamente familiar.
El lobo.
Ya no.
121
El Club de las Excomulgadas
Porque era un gobernante que tenía la obligación de proteger a su pueblo, sin
importar lo que le costara. La había dejado vivir por amor. Y aún así, la había perdido.
Por otra parte, tal vez era un tonto porque esperaba hacer eso mismo.
Caris dio un paso hacia un lado, con su postura como un depredador rodeando a
su presa.
—Soy una mujer diferente ahora —contrarrestó ella—. Pensé que ya habíamos
establecido eso.
—Diferente, pero no tonta. Quieres algo, quiero algo. Ojo por ojo.
La más pequeña de las sonrisas tocó sus labios mientras levantaba una ceja.
—¿Ojo por ojo? —repitió, con sus ojos inclinados hacia su entrepierna, con su
movimiento tan rápido que él dudó incluso de que lo hubiera hecho, y se obligó a no
reaccionar. La conexión entre ellos todavía estaba allí, y él no era el único que lo sentía.
Pero dadas las circunstancias, no estaba seguro de si eso era bueno o muy
malo.
—¿Los Highlands?
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El Club de las Excomulgadas
—¿Y cómo hago para ganar esa preciosa recompensa?
—Reinholt. Necesito saber lo que había averiguado sobre Lihter. Lo que vino a
—En realidad, no. Su hija ha sido secuestrada. Por Lihter. Hice la promesa de
encontrarla. Tú me vas a ayudar.
—¿Y todo lo que me estás ofreciendo es los Highlands? —Tiberius no dijo nada
—. Estás operando bajo un concepto erróneo si crees que puedo simplemente bailar un
vals en París y salirme con los bienes de Lihter. Los weren no confían en mí. Incluso
aquellos que le son leales a Gunnolf. Para ellos yo era sólo un vampiro. Sólo la puta de
Gunnolf.
Su voz estuvo llena de indignación al decir lo último, y por primera vez él fue
golpeado por la posibilidad de que la transición desde su mundo al de Gunnolf no
hubiera sido tan limpia como se había creído.
—Quizás no —dijo—. Pero en este momento, eres la única ayuda que tengo.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Once
Le había dicho que lo pensaría, pero sabía que aceptaría. Se dijo que no quería.
Que solo estaba de acuerdo por lo de la chica. Pero no era cierto. Maldición, estaba
interviniendo porque quería.
Porque quería estar cerca de Tiberius, incluso aunque sólo fuera en una misión.
Pero no lo hacía. Había visto pesar en sus ojos. Sólo un rastro, sólo un parpadeo,
pero eso había arrasado con ella como un trozo de cristal. Y esa sola mirada le había
dicho más que todas las palabras que habían circulado.
El Tiberius que una vez había conocido nunca hubiera mostrado debilidad ante
el enemigo. Y sin embargo, incluso después de todo lo que había pasado entre ellos, se
la había mostrado a ella.
Cerró los ojos, deseando que sus pensamientos se calmaran. Estaba allí,
trabajaría con él. No podía cambiar eso. Ya no era su amante. No había cambiado eso,
tampoco.
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El Club de las Excomulgadas
Pero se había equivocado en una cosa. Todos estos años había asumido que él ya
no estaría protegiéndola. Que la promesa que le había hecho a su antepasado Horatius
no significaba nada para él nunca más, no después de lo que ella le había hecho a
Pero eso no era cierto en absoluto. Él había creado esta fuerza de tareas para
protegerla. Incluso después de todo, estaba cuidándola.
Porque odiar a Tiberius era fácil. Si ese odio se erosionaba, no estaba segura de
sí podría soportar el dolor.
La primera vez que había ido a él, medio esperaba que la fuera a matar. Ella era
un vampiro, después de todo. Al menos en lo que a él concernía. Era la compañera de
Tiberius, y Tiberius no había hecho la vida más fácil para los werens, o para Gunnolf en
particular.
Pero él le había concedido una audiencia privada, algo que había deseado, pero
que no había estado esperando realmente.
—Si esto es una trampa, muchacha, no caminarás fuera de aquí con vida.
125
El Club de las Excomulgadas
Él la había mirado con dureza, entrecerrando los ojos, con su pelo como una
melena de fuego. Recordó que no debería tener miedo. ¿Por qué debería tenerlo? Ya
era una híbrido, ya había matado a un hombre. Ya había perdido a Tiberius. Nada
—No es una trampa —dijo—. Y confía en mí cuando te digo que entre los dos,
no saldrías vencedor.
—Así es. Y una vez que escuches mi historia, entenderás por qué.
—¿No me crees?
—¿Quieres que te lo demuestre? Confía en mí, es mucho más fácil dejar que el
lobo salga que mantenerlo encerrado. Incluso cuando no hay luna llena, el esfuerzo
casi me mata.
Ella se puso tensa, con sus manos apretadas a su lado mientras luchaba con
ambos, con su enojo y con su lobo.
—Lo hizo.
126
El Club de las Excomulgadas
La miró a los ojos.
—Si hubieras sido una de las mías, yo hubiera hecho lo mismo. Y él fue un gran
—Lo hizo —ella estuvo de acuerdo—. Y creo que lo odio por eso.
Ese era el meollo de todo. De su ira con Tiberius. Él la había dejado vivir
porque la amaba o porque se lo debía. Pero la vida venía con los recuerdos horribles
de Giorgio. Recuerdos que ella no quería y de los que no podía escapar.
Por un momento él no dijo nada, y temió que fuera a despedirla. Pero entonces
él asintió y se levantó.
Le dijo dónde reunirse con él, en una cueva aislada, lejos de la ciudad. Era una
ubicación que él utilizaba cuando los suyos eran castigados, y ya estaba completa con
cadenas, grilletes y otros dispositivos para asegurarse de que no fuera a escapar. Ella
había vacilado en un primer momento, hubiera sido fácil para él haberla asesinado.
Por supuesto que ella se había sometido, porque una parte de ella quería morir.
No podía recordar nada de ese cambio, pero cuando hubo recuperado sus
sentidos, Gunnolf estaba sonriéndole, limpiando su frente con un trapo húmedo.
127
El Club de las Excomulgadas
—Nadie debe saberlo —dijo—. No puedes matar a los de mi clase, pero puedes
asustarlos. Más que eso, sin embargo, hay algunos entre los míos que te provocarán.
—Con este fin —dijo él, señalando la habitación—. Para hacerte cambiar. Para
hacer que seas peligrosa.
—Tal vez. Pero en este asunto, lo eres. —Él la miró duro—. No lo ves así. Tal
vez nunca lo harás. Pero puedo hacer que el dolor disminuya. Y puedo enseñarte a
controlar el cambio.
Él sonrió.
—¿Dices que Tiberius no dejó que fueras a la batalla con él? Yo digo que serás
mi guerrera más fuerte. Vendrás a vivir conmigo. Y después de un mes en el terreno
tendrás el control. Y la culpa que sientes se desvanecerá en un lamento.
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El Club de las Excomulgadas
Su carcajada había cortado su tartamudez de palabras.
—Ella no tiene ningún amor por Francia, ni necesidad de una Alianza política.
Mi Moira permanece en los Highlands. Es el lugar a donde pertenece. Y por ahora, yo
pertenezco a este lugar.
—Un abrir y cerrar de ojos para criaturas como nosotros. Nos encontraremos
otra vez, Moira y yo. Hasta entonces, cumpliré con mi deber para con mi pueblo.
No había sido fácil meterse en la vida en el palacio weren. Excepto por Gunnolf,
los weren nunca la habían aceptado plenamente. Casi había rechazado su oferta, pero
cuando él había señalado que el olor weren estaba sobre ella, había sabido que
realmente no tenía otra opción.
Era un vampiro con un olor a weren, y necesitaba una razón para esa otra
anomalía aparte de la verdad. Y así, la ficción de la relación con Gunnolf había nacido.
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El Club de las Excomulgadas
Eso, sin embargo, era una verdad que ambos guardaban con cuidado, porque en
la medida en que creían que era la mujer de Gunnolf, llevaba una capa adicional de
protección.
Pero no podía estar segura. Había elegido a su gente sobre ella, y sabía el daño
que ella podría traerle. Él podría cambiar de opinión. Decidir que su muerte era la única
manera de asegurar su seguridad. Como la mujer de Gunnolf, su muerte seguramente
instigaría una guerra. Gunnolf era su protector y su amigo. Una línea de defensa contra
el hombre al que una vez había amado.
Quería que su voz baja le recordara que Tiberius la había desterrado. Que
cualquier suavidad que viera en él ahora no estaba destinada a ella.
Quería decirle todas esas cosas, pero no marcó el teléfono. Porque en el fondo,
tenía miedo de que él sólo se quedara en silencio.
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El Club de las Excomulgadas
Que la hiciera llegar a sus propias decisiones.
Y eso era algo que quería mantener cerca de su pecho. Si no podía conseguirlo,
él nunca lo sabría. Pero si lo lograba, sería una agradable sorpresa para el hombre que
una vez la había salvado.
Se acordaba de todo. De cada toque, de cada beso, de cada caricia. Y había sido
aquí.
Pero eso había sido hacía casi veinte años, y la habitación había cambiado, los
muebles que ella había adquirido habían sido cambiados por piezas más prácticas.
Incluso las paredes eran de un azul más intenso, y los brillantes lienzos de Mondrian a
los que había sido tan inclinada habían sido sustituidos por los más
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El Club de las Excomulgadas
sombríos de Wyeth, dándole a la habitación una atmósfera casi soñolienta donde una
vez había sido tan vibrante que prácticamente había zumbado.
Golpeó el aire una vez, dos veces, y decidió que era hora de quemar un poco de
la mierda que se movía dentro de ella. Se dirigió hacia la puerta. Esperaba que la idea de
Tiberius de re-decorar no hubiera eliminado o cambiado el gimnasio.
Más importante aún, pensó mientras se movía al lado de la puerta, esperaba que
no hubiera puesto a un guardia de la puerta de su habitación.
El olor.
Poco a poco, sin hacer ruido, se acercó más, con su mentón hacia arriba, con
las aletas de su nariz abriéndose mientras respiraba.
Con cuidado, se acercó más, con su sangre latiendo en sus venas, algo de la
emoción que no quería nombrar barrió sobre ella.
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El Club de las Excomulgadas
¿Deseo? No podía ser. ¿Ira? Quizás. ¿Curiosidad?
—¿Escuchar?
—Acerca de... —Él vaciló, y eso fue todo lo que ella necesitó saber. Había oído
hablar del homicidio de Reinholt.
—No lo digas.
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El Club de las Excomulgadas
Tuvo que sonreír. Richard Erasmus Orion III era su sobrino, primo, algo así
como eso. Fuera lo que fuese, era un billón de veces lejano. El punto era, que era de la
familia. De la única familia que le quedaba, para el caso.
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El Club de las Excomulgadas
—Estoy con Tiberius.
Quiso darle una profunda respuesta. Algo que ilustrara cómo no estaba de bien.
Pero las palabras no salieron.
—Caris…
—Te lo juro. Estoy bien. —Ella forzó algo de jovialidad en su voz—. De hecho,
tengo trabajo.
—¿Eh?
—¿Por qué?
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El Club de las Excomulgadas
Le habló de su oferta para conseguirle a Gunnolf los Highlands, y él se rió
apreciativamente.
—Me has hablado mucho de Gunnolf. Y si crees que él se preocupa por ser
señor en los Highlands ahora que tiene a Moira de nuevo, estás loca. Será una ventaja
agradable si lo consigues, seguro. Pero no es lo suficientemente grande para que hagas
un trueque por ello. —Bueno, él realmente no la conocía demasiado bien—. Entonces,
¿qué está pasando?
Eso era verdad, pero tenía que admitir para sí que había más que eso.
Durante casi veinte años, el Château en París había sido su casa, pero ya no era
bienvenida allí, no con Gunnolf fuera. Y el único otro hogar que había conocido había
estado al lado de Tiberius, y durante siglos su casa había estado dentro de esos muros.
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El Club de las Excomulgadas
No compartiría nada de eso con Orion, aunque apostaría que el perceptivo
humano ya lo sabía.
—Ve a trabajar un poco —dijo él—. Golpea a algún lacayo desprevenido o algo
así.
Se dio cuenta cuando tiró el teléfono en la cama de que lo decía en serio, y que la
sonrisa en sus labios era genuina. Orion y Gunnolf, un humano y un hombre lobo. La
última vez que había estado de pie en esa habitación nunca hubiera creído
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El Club de las Excomulgadas
que las dos personas de las que dependería en la mayor parte del mundo serían muy
contrarias a ella misma.
Apretó la mano contra la puerta, pero no sintió nada más que la madera caliente
contra su palma. Cerró los ojos, sintiéndose hueca de repente.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Doce
Por fin había abierto la puerta, esperando ver a Tiberius al final del pasillo,
mirándola de la forma en que ella lo hacía con él.
Se había dicho que no le importaba, y que estaba feliz de que no hubiera estado
cerca. No quería verlo, no quería hablar con él. La hacía sentirse vulnerable, y eso era
algo que no había sentido en años.
No le gustaba.
Demonios, había estado en esta misma sala donde Tiberius le había hablado de
Blaine. De un traidor.
Un maldito vampiro bastardo que se había convertido en soplón para los werens.
Tiberius pretendía enviar a uno de los Kyne tras él.
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El Club de las Excomulgadas
¡Smash! ¡bam!
Golpeó la bolsa llena de arena de nuevo una y otra vez. Buscaba el agotamiento.
Una y otra vez, atacó, golpeando más y más fuerte hasta que no estaba pensando
ni en la bolsa ni en el gimnasio.
Hasta que no fue más que puños y recuerdos, tratando muy fuerte de agotar su
cuerpo y conseguir que su mente dejara de girar, que dejara de girar.
Ella se despertó en una celda de piedra, con la mente pesada y difusa. Sabía
que el tiempo había pasado, pero no tenía ningún sentido. ¿Había estado cautiva
durante una hora?
¿Un año?
Poniendo toda su energía en su escasa tarea, luchó contra las cadenas que
ataban sus muñecas y tobillos a la pared, pero no sirvió de nada.
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El Club de las Excomulgadas
—Si esto sigue así de bien, te liberaré muy pronto.
—Muy pronto.
Un rayo de pánico brotó de su interior, junto con un hambre tan intensa que
todas las células de su cuerpo parecieron escurridas y secas. Ella había estado bien
alimentada antes de haberse ido de caza, y la profundidad de su hambre le daba una
idea de cuánto tiempo había pasado desde que había probado la sangre.
Algo cambió.
Caris abrió los ojos, sintiendo su realidad retorcerse a su alrededor como una
acogedora manta. Todavía estaba atada, pero el dolor había disminuido a un latido
sordo en su interior. Durante días, él había estado inyectándola varias veces hasta que
el pequeño concepto de tiempo que había permanecido dentro de ella se había
desvanecido por completo.
Y si era así, ¿qué significaba eso? No se había aferrado a la ilusión de que iba a
dejar que se fuera. Tampoco se aferraba a la promesa de Tiberius de que vendría a
salvarla. La habría buscado... gran parte de su corazón estaba seguro de ello.
Si era así, él había ganado. Ella estaba escurrida. Era una concha. Con sus
emociones finas como el papel, capaz de ser cortada con nada más sustancial que una
brisa.
Sabía con certeza absoluta que el demonio se levantaría, esta vez con toda su
fuerza y poder. Y la mujer que había luchado tan fuerte por permanecer estaría perdida
para siempre, atrapada en el interior de las paredes silenciosas, con sus puños
golpeando contra una fuerza más allá de su control y un poder que ya no tenía fuerzas
para superar.
*****
Su pelo voló salvaje a su alrededor. Su cuerpo brillaba por el sudor. Y sus brazos
y puños se movían a una velocidad que desafiaba la vista, tan rápido que era una falta de
definición, incluso con la visión entusiasta de Tiberius.
Había tomado eso de ella, y egoístamente también. Había tenido tanto miedo de
perderla que la había forzado a renunciar a algo que estaba claramente en
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El Club de las Excomulgadas
su núcleo. Le había permitido entrenarse, sí. Pero no salir al terreno como ella había
querido. Había estado demasiado cerca para ver la verdad de lo mucho que ella tanto
deseaba y necesitaba pelear, y al final, la había perdido de todos modos.
Alguien le había hecho esto a ella, algún sucio weren apestoso había desgarrado
su carne, había violado su cuerpo. Algún lobo Therian anónimo y vil había
transformado a Caris y al hacerlo, el hijo de puta la había destruido.
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El Club de las Excomulgadas
Detente.
Ella.
Ella los había sacado, con su proximidad arremolinándose a su alrededor con una
intensidad que hacía mucho tiempo había conquistado. Si la alejaba, desterraría los
recuerdos también. Tenía que hacerlo.
—Caris.
—Caris.
Esta vez, se acercó a ella y luego golpeó suavemente su hombro. Ella dio un
golpe, salvaje, y arremetió contra él. Le tomó el puño antes del contacto, pero el golpe
fue más fuerte de lo que había previsto y se tambaleó hacia atrás, llevándosela con él.
Cayó contra él, y ambos cayeron al suelo, de espaldas a la lona, con su cuerpo sobre él
por lo que se bañó del olor de ella.
Una vez más, los recuerdos se apoderaron de él, pero esta vez no fueron viles,
aunque eran igual de dolorosos. Los recuerdos de esta sala. De esta estera. Infiernos, el
recuerdo de esta posición, de ella lanzándolo hacia abajo a medida que practicaban, y de
él más que dispuesto a ser lanzado cuando practicaban técnicas de lucha, incluso si
perdía el control.
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El Club de las Excomulgadas
Había extrañado eso, la había extrañado a ella. A la Caris a la que solía
amar.
—Bájate.
—¿Qué me baje? He recibido lo mejor del gran Tiberius. ¿De verdad crees que
dejaría la ventaja tan fácilmente? —se retorció diabólicamente, y su cuerpo, su cuerpo
que conocía su toque, cómo se sentía y su olor tan íntimamente como propio, respondió,
con su pene endureciéndose, con su sangre ardiendo.
No.
Se levantó de encima de ella, se puso de pie cuando ella se echó hacia atrás en el
tatami, apoyada en los codos. Ella le devolvió la mirada, suave e inocente. Sin embargo,
la conocía mejor. Era dura y malvada, y la suavidad que veía ahora era sólo una ilusión.
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El Club de las Excomulgadas
Una vez, había visto a la mujer real sin vigilancia debajo de la fachada, pero
Caris sabía que no debía mostrarse a sus enemigos.
—Levántate.
—Está bien. Quédate allí abajo. Pero vine a decirte que te puedes ir.
No había venido a decirle eso en absoluto. Pero su reacción a ella sugería que
realmente era la mejor decisión.
—No es tu problema.
Lo miró fijamente.
—Un hecho sobre el que te quejaste en voz alta. Te estoy haciendo un favor.
Encontraré otra fuente. Como dijiste, apenas estás con Lihter.
La miró, de pie, con el sudor brillando sobre ella, con su cabello fuera de su
cara y con los ojos abiertos.
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El Club de las Excomulgadas
En ese momento, quiso más que nada tocarla. Fue un impulso con el que luchó y
con el que seguiría luchando. Una batalla que sería más fácil ganar cuando ella se fuera.
Podía decir por su expresión que ella no había estado esperando eso.
—Tal vez he cambiado de opinión. Tal vez estoy un poco enfadada con Lihter
por todo lo que le ha hecho a Gunnolf. Tal vez quiero ayudarte a descubrir lo que está
haciendo. —Ella sonrió, tan dulce e inocente—. O tal vez no soporto dejar tu lado. Es
tan cálido y acogedor y agradable aquí.
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El Club de las Excomulgadas
Se levantó, luego se dirigió hacia él, con toda su fuerza y determinación.
—Tal vez no estoy del todo con Lihter, pero he pasado casi veinte años con los
—¿Cómo lo sabes?
—Entonces dime, Tiberius. ¿Por qué no me puedo quedar? ¿Por qué rechazas mi
ayuda?
—Porque duele, Caris. Me duele mirarte. Saber que has estado en brazos de otro
hombre, y que yo te llevé hasta allí.
se dio la vuelta.
—Por mí.
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El Club de las Excomulgadas
—Por mí —la corrigió él—. Porque dejé que eso sucediera. Se suponía que debía
protegerte, y sin embargo no pude encontrarte. Te busqué, y no estabas, y cuando
regresaste vi los estragos que mi fracaso habían causado.
—Me dijiste que aprendiera a controlarlo. Lo hice. Pero tú nunca fuiste tras
de mí.
—Por ambos —dijo. Y entonces, antes de que pudiera cerrar la boca y guardarse
la verdad, continuó—. Pero lo que realmente duele es que hubieras encontrado consuelo
con Gunnolf. El hecho de que te hubiera ayudado, cuando lo único que hice fue hacerte
daño. Infiernos —añadió—, es tanto mi culpa como la tuya que Giorgio esté muerto.
Ella negó.
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El Club de las Excomulgadas
Ella esbozó una media sonrisa.
—Oh, Caris. Es por eso que quiero que te vayas. Porque te miro ahora, y no
puedo escapar de la simple verdad. Que lo que ha pasado entre nosotros no puede
cambiarse. Y cuando estás cerca, las heridas se abren de nuevo.
Ella negó.
—No.
Ladeó la cabeza.
—Te vuelve loco que no te diga exactamente lo que quieres saber, ¿no es así?
—Maldita sea, Tiberius —dijo—. ¿No podemos sólo hablar con el PMS y acabar
con eso?
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El Club de las Excomulgadas
Dio un paso hacia ella, viendo el fuego en la llamarada de sus ojos cuando eligió
mantenerse firme y no retroceder.
Él apretó los puños, luchando con las ganas de ver si su piel era tan suave como
recordaba.
Ella respiró, con sus hombros subiendo incluso cuando su cabeza se hundía, sus
ojos se dirigieron al suelo. Cuando los levantó de nuevo, eran tan duros como las
esmeraldas, con su expresión igualmente pedregosa.
—¿Qué era para mí? No era nada para mí. Nada y todo, todo en uno.
Él dio un paso atrás, con sus inesperadas palabras golpeándolo con la misma
fuerza con la que ella había maltratado el saco de boxeo.
—Caris —susurró él, y eso fue todo lo que le tomó. Sus lágrimas cayeron en
serio, y ella comenzó a apartarse. Él extendió la mano, deteniéndola—. No.
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El Club de las Excomulgadas
Ella levantó la vista hacia él, con sus ojos húmedos por las lágrimas, con su
rostro tan suave y angustiado como había estado cuando le había pedido que la ayudara
a rescatar a su hermano Antonio todos esos largos años atrás.
Pero entonces ella se quedó callada porque su boca estuvo sobre la de ella,
besándola, abrazándola. Quería absorber el dolor, borrar el dolor, y maldita fuera si no
lo dejaría. Ella abrió su boca para él, con sus dedos tomándolo. Sus familiares gemidos,
la dulzura de sus curvas se apretaron contra él. Y entonces…
Nada.
Fuertes manos estuvieron contra su pecho, empujándolo lejos. Y allí estaba ella,
con los ojos desorbitados, sacudiendo la cabeza.
—No—susurró—. No.
—Caris.
Él trató de llenar la palabra con su disculpa, pero no había nada que pudiera
borrar la angustia que veía en su rostro.
—Este no es… no —dijo ella de nuevo, esta vez con más firmeza—. Maldita
sea, Tiberius, ¿no lo entiendes? Te odio. Me lastimaste, y te odio.
—No lo haces —dijo—. Quieres hacerlo, tienes motivos para ello, pero no me
odias.
Pero no terminó. No pudo, porque una vez más, su boca se cerró sobre la de ella,
con las palmas de sus manos contra su cara, con los dedos en su pelo.
Ella lo golpeó, con sus puños empujándolo hacia atrás, pero no se obligó a dejar
su beso. A pesar de toda su fuerza, le dejó que la capturara.
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El Club de las Excomulgadas
Él deslizó sus manos hacia abajo, agarrándole la espalda, tirando de ella hacia él.
Su boca se abrió, con sus puños quietos mientras sus manos se aplanaban. Abrió la boca
debajo de él, con su boca caliente y su lengua exigente.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Trece
Este era Tiberius, el hombre cuyas manos la habían excitado, cuyo cuerpo le
había pertenecido a ella, cuya boca la había provocado.
No.
—Está todo sobre ti, sabes. El olor del deseo. Del sexo.
Ella negó.
—Ya no te deseo más —le mintió—. Tengo un amante, o, ¿no has oído?
Él extendió la mano y la agarró por los brazos con una velocidad increíble.
Podría haberlo esquivado, pero no lo había estado esperando, y se encontró presionada
con fuerza contra su pecho.
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El Club de las Excomulgadas
—Es mi vida, Tiberius. No estás tomando más las decisiones. —Estaba teniendo
problemas para concentrarse. Su cuerpo estaba allí, y su piel era tan consciente, como si
cada célula se hubiera abierto y cantara. Él tenía razón, estaba empapada de deseo. Ella
—¿Ponernos todo calientes y sudorosos por los viejos tiempos? —Ella rozó su
boca sobre la suya, arrastrando sus labios a su oído. Le mordisqueó su oreja—.
¿Quieres follar conmigo, Tiberius? ¿Quieres follar conmigo porque no puedes más?
Sin embargo, en un rápido movimiento tuvo sus labios bajo los suyos, con su
lengua dura y exigente.
Comenzó a derretirse contra él, pero no sería suficiente. Tenía que permanecer al
mando. Tenía que ser la voz cantante en este pequeño juego.
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El Club de las Excomulgadas
perdiéndose en el placer de los brazos de este hombre cuyo cuerpo una vez había
conocido, así como el suyo propio.
—Caris —dijo, con su voz tan áspera como ella nunca lo había escuchado. Él
deslizó la mano por entre sus muslos, acariciándola. Enviando al placer rebotando a
través de ella, Dios, ella estaba tan lista, y tuvo que luchar y pelear fuerte para no
correrse en ese momento. Pero la proximidad de ese placer, era como el lobo debajo de
su piel. Algo peligroso sólo a la espera de estallar.
—Más —susurró, antes de que pudiera detenerse a sí misma, y luego sus manos
estuvieron en sus caderas, y él le estaba arrancando sus pantalones cortos. Su carne se
estremeció, mientras un rayo crepitaba e iba hacia abajo. Su toque era su recuerdo y la
perfección.
Una viga de soporte se extendía desde el techo hasta el suelo, y la puso contra
ella, con sus manos acariciándola, jugando con ella, haciéndola desear más de lo que
debería, y no lo quería ahora, no con él.
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El Club de las Excomulgadas
Y sin embargo, ¿con quién más? Este era Tiberius, el hombre que había traído su
cuerpo a la vida.
Como si sus pensamientos fueran deseos, él estaba de rodillas, con sus manos
tomando su trasero, cerrando la boca sobre su duro pezón.
Succionó, y ella se arqueó hacia atrás, gimiendo, desesperada por más, por el
dulce dolor del intenso placer que su contacto podría traerle.
Su lengua la lamió, jugando y agitando su pezón duro como una roca, mientras
su cuerpo se estremecía bajo sus cuidados. Poco a poco, sensualmente, una mano se
deslizó hacia su muslo. Su dedo la encontró, caliente y resbaladiza, y le acarició el
clítoris con movimientos dulces, sensuales, llevándola más y más cerca, luego
reduciendo el ritmo hasta que ella fue un montón fundido de frustración, con sus
caderas girando por la necesidad.
Dejó un rastro de besos por su vientre. Con su lengua superando a su dedo por el
premio, ella gentilmente abrió más las piernas, y luego él remontó la punta de su lengua
sobre su hinchado clítoris.
El temblor que sacudió su cuerpo fue tan fuerte, tan rápido y duro, que tuvo que
apoyarse a la viga de soporte de modo que no se cayera.
Pero no la llevó a la cima, no hizo que se corriera. Ese era sólo un anticipo de
sus próximas acciones.
Él murmuró algo que no pudo entender, luego se abrió camino por su cuerpo,
llevando rayos de placer a su paso. Se levantó, luego inclinó su boca sobre la de ella,
con su sabor aún persistente en los labios. Tiró de ella cerca, con un movimiento áspero,
presionando sus cuerpos con fuerza de tal forma que ella sintió cada centímetro de su
cuerpo, incluyendo la dura longitud de su pene.
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El Club de las Excomulgadas
Ella se agachó, con su mano rodeándolo, acariciándolo suavemente, luego más
fuerte mientras él gemía.
Este era Tiberius. Y con Tiberius allí estaba lo bueno, y estaba lo malo. Y eso
era sólo la forma en que era. Este no era sexo maquillado. Este era sexo duro.
Él tenía las manos sobre sus hombros, con su cuerpo fuerte mientras la presión
de su pasión crecía.
—Basta de estar de pie —gruñó él, y la empujó hacia atrás, con fuerza, sobre la
alfombra.
Ella cayó extendida, y se encontró mirándolo. Él estaba ahí, con su cara frente a
ella, con sus ojos oscuros brillando con posibilidades peligrosas.
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El Club de las Excomulgadas
—Bésame —exigió ella, pero en lugar de buscar sus labios, su boca se cerró otra
vez en su pezón. El placer se mezcló con el dolor, corriendo a través de ella, haciéndola
girar y retorcerse mientras luchaba por algo difícil de alcanzar.
Con sus labios y dedos él exploró cada centímetro de ella, acariciando puntos
dulces, mordisqueando zonas blandas. Por lo general volviéndola salvaje.
Él conocía su cuerpo tan bien. Durante cientos de años, había sido de él, su
instrumento era su cuerpo, y estaba claro que no lo había olvidado.
Y luego sus labios estuvieron sobre los de ella otra vez, cálidos y exigentes.
Maltratando. Tomando.
Reclamando.
Reclamando.
Esta se suponía que era su fiesta, y sin embargo, de alguna manera la jugada se
había dado la vuelta.
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El Club de las Excomulgadas
Se sentó a horcajadas sobre él, riendo, con la sensualidad lenta sustituida por una
demanda fuerte y rápida.
Entre sus piernas, su erección se movió, dura y lista. Ella se agachó, lo acarició y
luego lo guió hasta ella. Él era terciopelo bajo sus dedos, y ella lo deseó. Tenía que
tenerlo.
Y así, con el susurro de una sola palabra “Tiberius” ella se empaló sobre él,
arqueó la espalda, y se deleitó en el placer del contacto de este hombre.
****
Había entendido que ella estaba teniendo sexo, nada más. Pero también había
visto la suavidad debajo. La veía ahora en la pasión de su cara.
Se había ido a la cama con Gunnolf, pero estaba de nuevo en sus brazos. En los
de él. Se había perdido en su piel suave, en su cuerpo sensible. Cerró los ojos, con sus
suaves gemidos llevándolo cerca del borde.
Lo único que quería era quedarse perdido dentro de ella. Quería que este
sentimiento durara. Deseaba las ráfagas salvajes de sus cuerpos estrellándose
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El Club de las Excomulgadas
juntos, pero también deseaba los trazos suaves y lentos de hacer el amor, con los
toques, las caricias y piel contra piel.
Él se dio un festín con ella, deleitándose con cada pequeño temblor de placer
hasta que, finalmente, los tics se sumaron a una explosión y ella gimió con verdadera
pasión y se desplomó a su lado. Él se dio la vuelta y pasó sus dedos por encima de su
piel desnuda, hermosa, pero ella los empujó lejos.
Ella se arrastró hacia abajo, hasta llegar a sus pies, luego pasó sus manos a lo
largo de sus piernas mientras se abría camino hasta su duro pene como el acero.
—Dulce—dijo ella, y le dio una tentativa y pequeña lamida que casi lo envió por
el borde.
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El Club de las Excomulgadas
Lenta, metódicamente, probó cada centímetro de él, con tanta pericia que él se
quedó en el borde del abismo. Cuando terminó eso, ella esbozó una sonrisa maliciosa, y
luego tomó su pene con la totalidad de su boca.
Ella se aflojó sobre él, lo miró a los ojos y dijo en un tono de voz que por sí solo
fue suficiente para lanzarlo por encima del límite:
—Yo, también.
Sus palabras fueron como una droga, y él pasó sobre ella, con sus manos
explorando cada centímetro de ella. Pasó sus dedos entre sus muslos, deslizándolos
sobre la piel suave, y susurró todo lo que le iba a hacer en su oído.
Y entonces, cuando ninguno de los dos podía soportarlo más, se inclinó sobre
ella, aguantó su peso en sus brazos, y se metió dentro.
Sus manos tomaron su trasero, y ella tiró de él hacia sí, levantando las caderas en
una demanda silenciosa de que fuera más rápido, más fuerte. Ella inclinó la cabeza hacia
atrás y gimió.
Él lo hizo. Demonios, no podía parar. Era como si ella fuera una droga, y él
fuera completamente adicto.
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El Club de las Excomulgadas
Y esto. Oh, por los dioses, había extrañado esto.
Se quedaron uno al lado del otro, con sus dedos acariciando distraídamente la
curva de la cadera de ella.
El silencio pesaba todavía cómodo entre ellos, pero después de un momento, ella
lo rompió.
Ella se dio la vuelta en sus brazos, luego se enfrentó a él, con expresión
seria.
—Fue... nostálgico.
—¿Lo fue?
Ella vaciló.
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El Club de las Excomulgadas
—Creo que no deberíamos hacerlo otra vez.
—Es que tienes razón—dijo ella—. El pasado no se puede cambiar. Hay historia
entre nosotros que no sé si alguna vez podamos superar realmente. Pero...
—¿Sí?
—Es que hay cosas bastante reales entre nosotros sin ti creyendo esas cosas
incorrectas.
—¿Por ejemplo?
—Estaba destinado para que lo pensaras —dijo—. No sólo tú. Todos. Pensamos
que era mejor si todos creían...—Su voz se desvaneció—. Sin embargo, fue, él es, un
amigo.
Tiberius oyó la acusación tras la confesión, Gunnolf había estado ahí para ella
cuando él no lo estuvo.
Y en ese momento, la verdad de alguna manera dolió incluso más que cuando
había creído que ella había corrido directamente a los brazos de otro hombre.
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Catorce
—Verificado.
—Verificado.
—¿Los grilletes?
—Si lo que hemos escuchado acerca de los híbridos es verdad, ella resultará
excepcionalmente fuerte.
El médico tenía razón, por supuesto. Pero la había atado a la camilla metálica
con ataduras de hematita en muñecas y tobillos, junto con correas de malla de hematita
sobre el pecho, cintura, y muslos.
—Lo estoy —dijo Behar, y Lihter oyó la propia excitación en la voz del doctor.
Estaba todavía aturdido del descubrimiento de que la hija de Reinholt era un híbrido.
Era como si el destino le hubiera sonreído, un don silencioso para demostrarse que
estaba en el camino correcto. El universo le estaba dando un vigoroso gesto de
aprobación.
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El Club de las Excomulgadas
plástico maleable, la máscara se conectaba a un tubo estéril que se enrollaba en su
camino a otra cámara sellada.
El doctor tiró del interruptor y la electricidad corrió a través de los cables ocultos
en la mesa de metal donde la joven estaba atada. Estaba desnuda, y su cuerpo empezó a
chisporrotear dondequiera que el metal tocaba su carne. Ella se tensó y se tambaleó,
pero no había ningún sitio donde ir, así que realmente no fue mucho espectáculo. No por
el primer minuto más o menos.
Ella no pudo haber oído, no a través del cristal, no a través del dolor, pero volvió
la cara hacia él. Con sus ojos salvajes cegados por la agonía. Y aún no pudo evitar la
sensación de que ella estaba mirando directamente hacia él. Que estaba desafiándolo
deliberadamente.
Zorra.
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El Club de las Excomulgadas
—¡Señor! Vas a freírla. Si ella muere…
El cuerpo podía tener una apariencia de una chica humana, pero estaba muy lejos
de eso. Naomi Reinholt era un vampiro. Era también un hombre lobo.
Detrás de la máscara, la chica gritó y gritó, hasta que de pronto no fue la chica
gritando, sino un lobo. Un atrapado e impotente lobo atado porque Lihter había querido
que así fuera. Porque él era el que tenía el dominio sobre la chica. Porque él era el que
había atrapado a la híbrido y el que la domaría. Quien tomaría la maldición que hacía
estragos cuando el vampiro y el weren se encontraban, y la cambiaría en su beneficio.
Behar ya estaba en ello, por supuesto. Detrás de ellos, Rico y los demás hombres
se movieron más cerca, con sus ojos en la chica. En el primer híbrido que cualquiera de
ellos hubiera visto nunca.
En el arma que Lihter podría aprovechar para darle luz a su nuevo mundo.
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El Club de las Excomulgadas
Él se volvió hacia Behar, en silencio deseando que se moviera más rápido.
Necesitaba la noticia. Necesitaba escuchar en voz alta cómo se había extraído la
infección de su cuerpo. Como ella era una bomba ambulante que podría borrar a
Los werens y unos pocos selectos serían inmunes o salvados. Esclavos perfectos
en una nueva sociedad.
—No está ahí —dijo Behar con voz tensa, confundido—. Nada. Los
controladores aéreos no encuentran nada.
—¿Qué? —Lihter se volvió hacia él, sorprendido—. ¿Qué quieres decir con
nada?
—Todavía no —admitió Lihter—. Pero puse mis antenas en todas mis fuentes.
—Afortunadamente, tenía un número de soplones dentro de las diversas divisiones de la
PEC. Reinholt podía haberse escondido, pero no podía ocultarse para siempre, sobre
todo debido a que, sin duda, estaría buscando a su hija.
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El Club de las Excomulgadas
—Maldito hijo de puta… —Se interrumpió, tomando un largo y profundo
suspiro—. ¿Estás seguro?
Había esperado siglos por este momento. Podía esperar un poco más.
*****
A Gabriel, por otra parte, no le importaba una mierda. Había pensado que se
había limpiado las manos de homicidios cuando se había trasladado a la División
Congela Tu Trasero Fuera. Y si la Alianza quería el caso, entonces de acuerdo. Le diría
al investigador de la Alianza lo que había averiguado hasta el momento, después se
podría ir a casa, dormir un poco y pasar el resto de la semana investigando denuncias de
trolls adolescentes que re-decoraban las pistas de esquí durante la noche, lo que hacía a
esas pistas peligrosas para los humanos.
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El Club de las Excomulgadas
Se movió incómodo frente al escritorio de Koller. Eso era lo que quería, maldita
sea. Dejar ir este caso. Soltarles el problema de los soplones muertos y de una jodida
asesina de vampiros a los representantes de la Alianza para que se lo dieran a otra
Diablos, sí.
Pero si eso era lo que quería, ¿por qué no podía sacar la cara de la víctima de su
cabeza?
Gabriel hizo una mueca. Tal vez había sido competente una vez. Pero se había
mudado aquí, así que no tenía que serlo más. A su lado, Everil se movió, aparentemente
afectado por que su competencia no se hubiera tomado en cuenta también.
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El Club de las Excomulgadas
—La capacidad no es el problema —dijo Crill—. Resulta que Reinholt es un
tema candentemente político. Y a la Alianza le gusta tener su dedo sobre los botones, no
en un jefe de sección de la PEC.
—Ya está hecho, Benjamin —dijo Crill—. Déjalo estar. —La llamada terminó
con un clic, y Gabriel vio cómo Koller gruñía, luego tiraba hacia arriba el auricular
antes de golpear de nuevo hacia abajo con él.
El teléfono se rompió.
—Al diablo con eso —dijo Koller, deteniéndolo—. Un asesinato de alto perfil se
llevó a cabo en mi ciudad bajo mi vigilancia. De ninguna manera dejaré ir este caso.
—Señor...
Gabriel no podría cantar una canción feliz ante la idea de trabajar con su oh-
linda-pareja, pero en este caso, tuvo que estar de acuerdo.
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El Club de las Excomulgadas
Un hombre estaba muerto, y tanto como Gabriel no quería dejarse atrapar de
nuevo en un homicidio, estaba malditamente seguro de que esto sería un embrollo
político si la Alianza se hacía cargo.
No sabía en qué dirección irían las cosas, pero tampoco era igualmente
inaceptable. Se había mudado a Zermatt para evitar el homicidio, no para pretender que
no existía. Y seguro como el infierno no se había mudado aquí para ver a los políticos
pisotear un caso.
Koller cabeceó.
*****
Caris estaba en la ducha y dejó que el agua corriera desde arriba, deseando que
pudiera lavar los pensamientos de su cabeza. El deseo. Y el arrepentimiento.
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El Club de las Excomulgadas
Por otra parte, esa no era una pregunta del todo justa. Sabía exactamente lo en
qué había estado pensando. Había estado pensando en Tiberius.
Había estado pensando en que a pesar de toda la ira que aún hervía dentro de
ella, quería tocarlo. No. Era a causa de esa ira. Él podría desterrarla, pero ella no podía
hacer lo mismo con él. Pero podía usarlo. Podía tomar lo que quisiera, extraer placer de
sus caricias, vencer al demonio cayendo ella misma en sus brazos.
Pero, maldita sea, le había parecido una gran idea en el momento. Y no había
estado enfadada.
Las mentiras en las que decía que nada importaba, que lo único que él era para
ella era su dolor y el pasado.
Había abierto una puerta al acostarse con él, y ese había sido un error muy
grande. Era tiempo de cerrarla inmediatamente. Firme y rápidamente.
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El Club de las Excomulgadas
Frunció el ceño ante el pensamiento. Si estaba tan preocupada por los portazos,
¿por qué diablos le había contado acerca de Gunnolf? Un caso para los libros de
psicología.
Por supuesto, la última vez que se había duchado aquí había sido en
circunstancias similares. Sólo que no lo habían hecho en el suelo del gimnasio, sino en
la cama. Y ella no había estado sola en la ducha, sino que él había estado allí, tocándola,
acariciándola, acariciando cada centímetro de ella.
Basta ya.
Frustrada, cerró el agua y luego salió de la ducha y tomó una toalla blanca y
esponjosa. Se secó, después la envolvió alrededor de su cuerpo como un pareo antes de
abrir las puertas dobles que conducían a la suite para dejar entrar un poco de aire fresco.
Estaba a punto de darse la vuelta y dirigirse a la sauna cuando se quedó inmóvil. Él
estaba de pie en la puerta, una figura oscura envuelta en las sombras.
—Práctico—dijo ella.
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El Club de las Excomulgadas
—Hay muy pocos que no piensan así —dijo, dando un paso hacia adelante,
moviéndose hacia la luz.
—¿Vamos? —Su voz había sonado demasiado apretada, igual que la suya. Por
otra parte, ¿cómo podría sonar natural cuando tenía que exprimir las palabras alrededor
del elefante gigante de pie en el centro de la habitación? En el que ambos pensaban,
pero que ninguno quería mencionar.
Bueno, tal vez él tenía razón. Era mejor pensar en lo que había pasado entre ellos
como un error.
Por la forma en que sus ojos estaban dirigidos al lugar donde su mano agarraba
la toalla en su seno, sin embargo, tenía la sensación de que él aún no había entrado en
línea del plan profesional. Bueno, estaba bien. Él podría aprender por las malas.
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El Club de las Excomulgadas
Él no dijo nada, y ella sonrió. Mezquino, tal vez, pero se sentía bien torturarlo.
Ella estaba sufriendo, después de todo. Y tenían razón sobre la miseria amorosa en
compañía.
Él dio un paso adelante y se apoyó en la puerta del baño, mirándola con valentía.
Si se había sentido atormentado en absoluto, en realidad no lo estaba demostrando.
Ella se dio la vuelta, deseando ocultar su ceño fruncido, pero por supuesto, su
ceño estaba allí mismo para que él lo viera, en vivo y en directo a través de los cuatro
espejos, junto con una serie de reflejos propagándose en el infinito.
—Lihter está involucrado en algo grande. Algo que tiene a los para- demonios
peleando.
—¿Ese es el cotilleo?
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El Club de las Excomulgadas
—¿De Slater? —Ella escuchó el placer en su voz y lo bajó una muesca.
Siempre le había gustado Bael, pero ahora no era el momento—. ¿Qué consiguió?
—¿Y Reinholt? Necesitas hablar con sus amigos. Ver si puedes averiguar lo que
sabía acerca de la operación de Lihter.
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El Club de las Excomulgadas
Él sonrió.
—Quieres que use mis contactos. Ver si hay algún rumor acerca de Lihter.
asintió lentamente.
—Puedo hacer todo eso por mi cuenta. Ir, salir, y volver a informar.
—Confío en ti. —Habló suavemente, y vio la forma en que sus labios formaron
las palabras, odiándose a sí misma por pensar en esos labios haciendo más que
simplemente hablar—. Confío en ti —repitió él—. Te quiero a mi lado.
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—Oh. —Su cabeza le dio vueltas a sus palabras tanto como a la sensación de sus
manos sobre su piel desnuda. El calor parecía burbujear entre ellos, un calor que no
tenía nada que ver con el vapor que aún permanecía en la habitación.
—No creo que sea una buena idea —dijo cuándo deslizó su cabeza a través de la
parte superior de la camiseta. No lo miró, sin embargo. Aunque no estaba segura de si
ella quería viajar a Frankfurt con él o algo totalmente diferente.
—Esto no es… Esto no cambia nada. Sobre lo que te dije en el gimnasio, quiero
decir. —Eso había sido un error. Estaba segura de ello. Pero a menos que él estuviera de
acuerdo, ella temía que fuera un error que se repetiría.
—¿Sí?
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El Club de las Excomulgadas
Y entonces se fue, y ella se quedó mirando cómo lo hacía.
No era lo que había querido decir, estaba segura de eso. Pero estaba bien. Ella
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Quince
—No estoy seguro de lo exótico, pero sí, tengo cosas que hacer.
—Nick lo planeó todo, y Tiberius sabe exactamente donde está por si surge
algo.
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—Desafortunadamente para ti —dijo, tirando de ella para un beso, uno que ella
devolvió con igual entusiasmo.
Era el negocio de la política. Y mientras que estaba mucho más cómodo con una
espada que con la diplomacia, tenía que admitir que encontraba esta incursión en la
arena política como vigorizante. Y estaba seguro de que Sara valoraba el hecho de que
sus misiones últimamente tendieran a recopilar información, no a realizar asesinatos
políticos.
—Lo será —dijo él. Sintió el familiar endurecimiento en sus entrañas. Sara
conocía mejor que nadie su papel en la Alianza. A menudo intervenía donde el sistema
había fallado. Acababa con los asesinos que, por cualquier razón, la PEC no podía
enjuiciar. Y, sí, acababa con algunos de los que la PEC nunca se enteraba, peligrosos
habitantes de las Sombras con ambiciones políticas. Si Tiberius lo ordenaba, Luke hacía
el trabajo.
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El Club de las Excomulgadas
Aceptó lo que él hacía porque lo amaba, y porque se daba cuenta de que el
mundo no estaba pintado en blanco y negro.
Esperó a que ella saliera de la cama y cogiera una bata, una señal de que la
conversación la había perturbado. No lo hizo, sin embargo. En su lugar, se deslizó más
cerca de él, y luego presionó su mejilla contra su pecho. Él se relajó, con su cuerpo
perdiendo la tensión que no se había dado cuenta que había estado creciendo durante el
momento. Ella era su corazón, su alma. Y sin embargo, aún temía que ésta fuera la
cuestión que rompería el amor que los mantenía juntos. Hoy, por lo menos, ese miedo
era infundado.
—¿Qué?
Ella se incorporó para mirarlo mejor, sosteniendo la sábana sobre sus pechos
desnudos. Una buena idea, ya que de lo contrario, estaría demasiado distraído para
sostener una conversación inteligente.
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El Club de las Excomulgadas
—Así es. Pero es necesario. Caris mató a Reinholt. Tenemos que averiguar lo
que sabía de alguna manera, y esta nueva información de Slater hace que sea más
urgente.
—¿Está trabajando con Caris? —Sonó alarmada—. Ella estuvo con Gunnolf por
veinte años, ¿no?
—Lo estuvo —dijo Luke. Tenía su propias dudas sobre si Tiberius estaba
pensando con esa mente brillante y analítica.... o con algunas otras partes de su cuerpo
—. Me aseguró que tiene la situación bajo control.
Sara sonrió.
—¿En serio? —Se levantó y se puso la bata antes de presionar el botón para
abrir las persianas eléctricas. Se deslizaron en un abrir silencioso, revelando una vista
impresionante del océano pintado de púrpura y naranja con el sol desapareciendo bajo el
horizonte—. Así que, ¿cómo puedo ayudarte?
Él lo pensó y asintió.
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—Si no te importa. Direcciones. Familia. Matrimonios y uniones. — Algunos
habitantes de las Sombras seguían la tradición de casarse con su pareja, otros se
limitaban a unirse. Pero incluso las uniones informales deberían aparecer en una
Ella se arrastró sobre la cama, con su bata cayendo abierta mientras se subía a
horcajadas sobre él. Entonces se inclinó y le susurró al oído:
—No te preocupes —le murmuró mientras le daba un beso suave sobre sus
labios—. Estoy seguro de que podemos pensar en algo.
*****
—¿Qué pasa?
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El Club de las Excomulgadas
—Tienes a alguien que quiere verte. Dice que es de Seguridad Nacional.
—Bael Slater.
Lindy sonrió. Tal vez su trabajo estaba a punto de tomar un giro interesante
después de todo. Porque mientras ella oficialmente podría trabajar para la CIA, tenía un
trabajo no oficial, también. Uno del que sólo el director y el presidente sabían. Lindy
Kruger trabajaba con vampiros, con hombres lobo y todo tipo de extrañas criaturas que
ella solía creer que realmente no existían.
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El Club de las Excomulgadas
Él le dirigió una sonrisa fácil.
Ella asintió.
—Yo contesté la llamada. No se dio cuenta, y empezó a hablar. Dijo que Lihter
estaba en algo malo. Necesito saber quién se encontraba en el otro extremo de la
llamada.
—Más o menos.
Él tenía razón en eso. Ella había introducido un subprograma para sacar toda la
basura relativa a los actores clave en el mundo de las Sombras.
—Si no tienes otra palabra clave, será lento, pero sí. Puedo hacerlo.
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—Claro—dijo—. Pero sólo se conseguirá una coincidencia si la persona que
llama se encuentra ya en el sistema.
—El tipo tenía el número de teléfono del móvil de Bovil. Estaba marcado como
importante.
—Parecía poco probable que él lo fuera a responder por sí mismo. Lindy, esto
queda entre nosotros.
—Por supuesto. —Ella no tenía ninguna ilusión sobre el tipo de trabajo que
Slater hacía. Y a pesar de que se suponía que técnicamente era neutral, su puesto estaba
destinado a ayudar a todos los habitantes de las Sombras y no sólo a los vampiros, y
siempre había pensado que Bovil era una especie de gusano.
—Ya que sabes la hora aproximada, podemos tener suerte. ¿Una hora? ¿Tal vez
dos?
Él sonrió, lento y lobuno, y luego pasó los dedos por su brazo. Lindy se
estremeció.
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El Club de las Excomulgadas
—¿Es eso así? —preguntó él—. En ese caso, tal vez debamos cerrar la puerta.
—Aquí —dijo Everil, señalando por la ventanilla del diminuto Volkswagen que
habían alquilado—. Ese es el desvío para el Château.
Gabriel miró hacia el camino polvoriento, bastante seguro de que nadie había
llevado un coche allí en siglos.
—¿Estás seguro?
Everil olió.
Pero su pequeña excusa quejumbrosa de socio tenía razón, y en sólo unos pocos
kilómetros, alcanzaron el Château du Lupe, una centenaria mansión detrás de un césped
descuidado, y de crecidos y gruesos árboles que se extendía por cuatro
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El Club de las Excomulgadas
acres en cada dirección. Una valla de hierro oxidado rodeaba la propiedad, con púas
encima de cada poste de la cerca, para desalentar a los visitantes.
Gabriel sabía que era una reputación que los hombres lobo, quienes habían
ocupado el Château, se habían esforzado en fomentar durante mucho tiempo. Los
rumores y susurros mantenían a los humanos lejos, dándole a las criaturas de dentro la
tan necesaria privacidad. En alguna ocasión, alguien no familiarizado con la reputación
del Château había llegado demasiado cerca de la valla y echado un vistazo a uno de los
weren, en plena forma lobo, en celo por el bosque que rodeaba la antigua mansión.
Todo lo cual probablemente explicaba por qué había tomado tanto tiempo para
que cualquiera pudiera contestar el intercomunicador cuando Gabriel lo había hecho
sonar en la caseta del guarda.
7
Es un autor, director y diseñador de videojuegos de fantasía y horror.
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—Esta es una propiedad privada —respondió por fin una voz, a través del
crepitar curtido del altavoz.
La pausa duró lo suficiente como para que Gabriel empezara a pensar que nadie
iría.
Entonces la puerta se abrió lentamente. Gabriel lanzó una mirada hacia Everil,
que estaba sentado rígido y mirando al frente.
Un weren uniformado marchó hacia ellos mientras Gabriel salía del coche.
—¿Identificación?
—¿Torq?
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El Club de las Excomulgadas
Eso pareció satisfacer al oficial. Se dirigió hacia la puerta.
—Seguidme.
—Tenemos que ver a Lihter —dijo Everil—. Fuimos muy específicos acerca de
tener preguntas para él.
Por supuesto que estaban esperando hacer más que eso, pero Gabriel nunca
mostraba su mano a un sospechoso. Y Lihter era sin duda un sospecho en esta
investigación. Era mejor concentrarse en la víctima, reunir información, y volver si
fuera necesario.
Gabriel había repasado ese plan de ataque con Everil cuando se habían asociado
primero, otra vez en el avión a París, y finalmente en la cola para recoger su coche de
alquiler. Con optimismo había esperado golpear el plan en su gruesa cabeza de fae. Y
esperaba que Everil no diera algún otro paso en falso y arruinara la investigación.
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—Por supuesto —dijo la mujer. Tomó asiento—. Soy el ama de llaves. Delia
Schnell. Debería poder ayudaros.
Eso pareció satisfacer a Everil, y se echó hacia atrás, con expresión satisfecha.
Gabriel no tenía idea de lo que estaba haciendo, y no estaba seguro de que le importara.
Sólo quería llegar al meollo de la cuestión.
—No muy bien —dijo—. Era invitado frecuente en el Château, sin embargo.
—Por supuesto.
—Con ambos —dijo ella—. Sus visitas nunca fueron largas, y nunca socializó.
Lo siento, pero no creo que nadie aquí pueda darle mucha información sobre el hombre.
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El Club de las Excomulgadas
—De acuerdo, le agradezco su tiempo. —Se levantó como si se fuera a ir,
haciendo caso omiso de la expresión de sorpresa en la cara de su compañero. Dio un
paso hacia la puerta, luego se detuvo—. Oh, sólo una cosa más. Oí que un vampiro solía
—Oyó correctamente.
—Creemos que…
—No sabemos que ella lo haga. —Gabriel dijo en voz alta sobre su pareja
demasiado ansiosa—. Pero he oído algunos rumores que sugieren que Reinholt se
llevaba mejor con los vampiros que con los weren habitualmente. Pensé que si alguien
en la mansión había charlado con él sería ella.
—Ya veo. —Delia esbozó una sonrisa, pero negó con la cabeza—. Lo siento,
pero me temo que ya no vive aquí. Se fue cuando Gunnolf lo hizo.
Él asintió.
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El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto. —Les acompañó hasta la puerta y fueron entregados al criado
uniformado, que los miró con ojo de águila mientras se metían de nuevo en el pequeño
coche y se dirigía hacia la unidad.
—Ni una cosa —dijo él, sonando particularmente insolente—. Tal vez si le
hubiéramos dicho la teoría de que Caris estaba trabajando para Lihter...
—Sí, estoy seguro que se habría abierto completamente. Mira, Ev, el truco en la
investigación es sacar la información de hilo en hilo. Intenta tirar de la manta entera a la
vez, y todo acabará hecho jirones.
—Sí, sí. Por lo tanto, si ella estaba trabajando para alguien, debió haber sido
Gunnolf.
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El Club de las Excomulgadas
—Creo que es posible que tengamos que hacerlo. ¿Cómo vamos con la
información sobre el resto de ella?
—Tengo poca más de la que tenía hace apenas unas horas. Iba a escribirla en el
hotel y re-enviártela.
—Cierto. Seguro. —Everil se aclaró la garganta—. Bueno, ya sabes que ella fue
íntima de Tiberius por un montón de siglos. Entonces ella cambia, lo traiciona y se
dirige al Campamento de Gunnolf.
—¿Por qué?
—¿Eh?
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El Club de las Excomulgadas
—Al parecer, está en su árbol genealógico. Su nombre es Orion.
Gabriel frunció el ceño, tratando de recordar por qué ese nombre le sonaba
No fue el caso. En su lugar, la persona que llamaba era Peter Dietz, ex agente de
la PEC que ahora era investigador privado y que Gabriel conocía desde sus días de
Texas.
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El Club de las Excomulgadas
localizarte. Ver si querías venir a la gran ciudad. Me dijeron que estabas aquí en mi
rincón del mundo. ¿Pasarás la noche aquí?
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El Club de las Excomulgadas
Capítulo Dieciséis
Mirar los escaparates con las fabulosas chaquetas de cuero estaba bien y era
bueno, pero no estaba ayudándolos a localizar a la chica.
—¿Qué esperabas encontrar? ¿Ayudadme escrito con sangre y firmado con una
N?
—Eres mujer.
A pesar de ello, tenía que reconocer que había algo decididamente decadente
sobre el Zeil, que daba ganas de hacerse con dinero en efectivo y comprar toda la ropa
fabulosa que llenaba los escaparates de vidrio. Una vez había oído que la zona era
conocida como la Quinta Avenida de Alemania, y no podía negar la exactitud de esa
evaluación.
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El Club de las Excomulgadas
—No estoy segura —admitió—. Todo es tan abrumador.
—Naomi tenía que coger un tren, y era un vampiro. Eso significaba que estuvo
—Así que querría hacer sólo una parada de compras. —Se volvió y señaló la
estructura de diez pisos que se alzaba a una manzana de distancia—. La Zeilgalerie.
No era una apuesta segura, pero era una buena, y se apresuraron en esa
dirección, luego entraron en el único centro comercial. Igual que en el museo
Guggenheim, no había escaleras, sólo una rampa inclinada para que pudieran caminar y
hacer compras, pasear y comprar. Era de cromo, vidrio y brillante, y Caris podía ver
cómo alguien con un fetiche comercial podría perderse aquí durante horas. Aun así...
Se volvió a Tiberius.
201
El Club de las Excomulgadas
—Excepto que no hizo uso de ellos —dijo Caris. Ya habían comprobado sus
tarjetas de crédito y débito. Ninguna había sido utilizada en Frankfurt. Ninguna había
utilizado en la semana, en realidad.
—El ángulo de los cajeros automáticos. Sus cámaras deben cubrir al menos tres
o cuatro escaparates.
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El Club de las Excomulgadas
—Estoy seguro de que le gustaría.
Caris esperó a que Tiberius obligara al oficial, pero no lo hizo. En cambio, con
—¿Sois de la policía?
—No haremos eso —dijo Tiberius, capturando los ojos del jefe—. Verá,
tenemos un poco de prisa.
—¿Eh? —En la mesa, el oficial estaba mirando entre los dos como si estuviera
asistiendo a un partido de tenis—. Señor, las reglas. No puedo dejar que…
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El Club de las Excomulgadas
—¿Vamos?
—Mierda—dijo Caris.
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El Club de las Excomulgadas
La siguieron fuera del enfoque, y todavía la seguían cuando la cámara siguiente
la captó.
Caris negó.
Caris se sintió tensa. Se llevarían a la chica, estaba segura de ello, y no había una
maldita cosa que Caris pudiera hacer al respecto.
Ya había pasado. Todo lo que podían hacer era encontrarla... y esperaba poder
ayudarla.
—Ha sido de gran ayuda. Ahora, si pudiera poner la grabación del garaje...
*****
Luke se detuvo afuera de la casa de campo austriaca, moviendo sus fosas nasales
mientras probaba el olor del aire circundante. Atrapó rastros persistentes tanto de
hombre de lobo como de vampiro, pero no había nadie por allí ahora. Ni habitante de las
Sombras, ni humano.
Tan estéril, de hecho, que había concluido que no era más que un accesorio.
Una dirección local para los curiosos.
205
El Club de las Excomulgadas
Afortunadamente, Sara había podido descubrir esa dirección austriaca en el
laberinto de la bases de datos de la PEC.
Esa historia bastante dudosa era lo que había hecho que Luke creyera que era
exactamente donde tenía que estar.
La puerta estaba cerrada, pero esa no era mucha barrera. Le dio una patada, sólo
para descubrirse a sí mismo en otro espartano salón. Entró en la habitación, buscando
algo que pudiera revelar alguna pista sobre quién era Reinholt y lo que estaba haciendo.
Pero no había nada.
Sólo las alfombras, los muebles, y el olor a abandono. Reinholt no había estado
en esa casa durante semanas.
Sin embargo, Luke se movió por el lugar metódicamente, revisando todos los
cajones, mirando cada trozo de papel. Dando unos golpecitos en las paredes, en busca
de cajas fuertes ocultas, y retirando las alfombras en busca de trampillas.
No esperaba encontrar una, sin embargo, y por eso se sorprendió cuando abrió la
puerta de la despensa y se dio cuenta del plano.
La cocina estaba en el centro de la casa, sin paredes con una exposición exterior,
por lo que el boceto no tenía sentido. Entró en la despensa y presionó las estanterías, con
movimientos lentos y cuidadosos. Tenía un número de pasadizos
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El Club de las Excomulgadas
secretos construidos en su casa de Beverly Hills, y sabía un poco acerca de cómo ocultar
un pestillo de resorte. Pero a pesar de su experiencia, le tomó unos cinco minutos
encontrar la manera de hacer que la pared trasera de los estantes se abriera.
La puerta abierta dejó una estela de aire fresco, y Luke se encontró a sí mismo
mirando hacia abajo sobre un conjunto de escaleras que descendían a la oscuridad. No
era un obstáculo para su visión sobrenatural, sin embargo, y bajó las escaleras con
cuidado, despacio, buscando trampas, con sus sentidos en alerta esperando un ataque o
sabotaje.
No había nada.
Luke intentó abrir la puerta y se encontró con que el pestillo cedió con bastante
facilidad. Abrió la puerta y entró, inmediatamente sintió que sus fuerzas comenzaban a
desvanecerse. Hematita. El hormigón del suelo estaba mezclado con hematita.
No sólo eso, sino un conjunto de esposas y cadenas para los tobillos estaban
atornillados a la pared. Se acercó a ellos, con una rápida inspección que confirmó que
las cadenas y grilletes también eran de hematita.
207
El Club de las Excomulgadas
Sabía de vampiros que se ataban ellos mismos con hematita. Su amigo Sergius,
de hecho, se había encerrado así cuando sentía que su demonio empezaba a estar fuera
de control.
Pero no había dado resultado. De hecho, en cuanto a lo que Sara podía decir, la
mujer vampiro prácticamente había desaparecido. Inocente, tal vez.
*****
—Santa mierda —dijo Peter, mirando alrededor del interior del hotel Le Bar en
el Four Seasons George V en París—. La División 12 debe tener una cuenta de gastos
mejor que la mía.
—¿Es cierto?
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El Club de las Excomulgadas
—Una de las ventajas de una educación en el West Texas —dijo Gabriel—.
Oro Negro. Té de Texas.
*****
Peter se recostó en una silla tapizada de rojo, luego levantó su whisky y bebió un
buen y largo trago.
—No los detalles. Sólo que algo salió mal con uno de tus casos.
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El Club de las Excomulgadas
No es que la parte de homicidio en sí hubiera salido mal. No, la víctima, un tal
Arturo Hernández, había terminado tan muerto como un muerto podía estar, una bala de
plata había sido puesta a través de su corazón weren-gato y su cabeza había sido
Tan mal... aunque por los números había salido completamente bien. El asesino
había sido encontrado. El asesino había sido procesado. El asesino había sido
condenado a muerte.
Sí, se veía muy bien en el expediente del teniente Gabriel Casavetes. Él había
llamado la atención de los altos mandos, y ¿por qué no? Arturo era un gran problema en
la comunidad weren local, y en torno a la frontera con México, los Therians,
especialmente los hombres gato, eran los reyes. La muerte de Arturo había sacudido a
El Paso hasta la médula, y cuando Gabriel había arrastrado a Jillian Taylor a la sala de
interrogatorios había sido un maldito héroe.
Había salido de allí con un montón de evidencias de siete millas de alto que
demostraban sin ninguna duda razonable de que ella había matado al hijo de puta.
Y había estado tan malditamente orgulloso de sí mismo por haberle puesto los
puntos sobre las íes.
Ella lo había matado bien. Pero había tenido una maldita buena razón. Toda una
vida de razones. De abusos. Y de tortura. Pero Gabriel no había seguido esas
direcciones. Había seguido a la víctima, había alineado al sospechoso, y se había
acomodado siguiendo con varios por allí.
Una convicción fácil y Jillian había sido decapitada por sus crímenes. Ella había
muerto... y mientras el abuso y la tortura empezaron a salir a la luz, parte de Gabriel
había muerto, también.
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El Club de las Excomulgadas
Había hecho su trabajo al pie de la letra, y al hacerlo, se había jodido regiamente.
—Esta chica loca. Bonita, quiere que compruebe totalmente los jodidos
antecedentes.
—¿De quién?
—No hay causa o razón por lo que puedo ver. Aparte de que son hombres lobo.
Todos y cada uno de ellos. Debo haber hecho decenas para ella. Una de la más reciente
fue un infierno de cosa. Me da esos parámetros, donde el tipo estaba en un año
determinado, si tiene algún tipo de experiencia educativa o laboral. Y si los tienen,
entonces los encuentro para ella. Darle su domicilio, la cosa completa,
¿de acuerdo?
211
El Club de las Excomulgadas
—Por supuesto. —La nuca de Gabriel le hormigueó. La alcanzó para frotársela,
pero la extraña sensación no desapareció—. Entonces, ¿qué pasó?
—¡No puede ser! —Eso salió de Everil, quien estaba apoyado adelante,
bebiendo su Sprite.
—Hace que sea difícil para mí, ¿no? Quiero decir, no me pagarán hasta que
encuentre al tipo. Y dejarme deciros, debo haber saltado a través de más aros de lo que
ha tenido un circo, pero así fue. Lo encontré. Podría estar en la clandestinidad, pero me
enteré de dónde iba a estar. Sólo un par de noches atrás, también. Zermatt. En esa
hermosa ciudad…
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El Club de las Excomulgadas
—Tengo que hacerte una pregunta. Extraoficialmente. La chica para la que
estás cazando al hombre lobo, ¿es Caris?
—No hay problema —dijo Gabriel con la más pequeña de las sonrisas—. Ya lo
hiciste.
213
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Diecisiete
¿Cómo diablos podía ser su sangre ácida y no estar en sus poros filtrándose
como la peste?
—¿Qué?
Lihter casi no tomó la llamada. Los fae de la División 12 eran una vergüenza
para la población weren. Un medio weren sin ni siquiera una característica que mostrar.
Sin capacidad para cambiar. Ni fuerza. Ni músculos. Y la criatura era condenadamente
molesta, también.
214
El Club de las Excomulgadas
Pero estaba decidido a ganarse el camino al Château, y Lihter estaba igualmente
determinado a utilizarlo siempre que el pequeño cretino se permitiera ser utilizado.
Lihter inclinó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba a los cielos. Había dejado
de creer hace mucho tiempo en ningún dios sino excepto en sí mismo, pero
¿y el universo?
Bien, él podría ser una perra cruel. Hoy en día, la perra estaba sonriendo.
—¿Dónde está?
—Muerto. —El hombre que sabía cómo hacer un maldito híbrido estaba muerto.
Tomó una silla y la lanzó al otro lado de la habitación, rompiéndola en astillas metálicas
y delgadas—. ¿Quién? ¿Quién coño hizo eso?
—Es por eso que estoy llamando. Es… bueno, estamos todavía trabajando en
ello. No quise llamar antes, por si nos habíamos equivocado, pero ahora parece bastante
seguro, y…
215
El Club de las Excomulgadas
—¿Quién fue?
—Dime por qué diablos crees que ella lo mató. ¿Qué evidencia tienes?
—Um, bien, ni idea, señor. —Se aclaró la garganta—. ¿Quiere… quiere que lo
mantenga informado?
*****
Caris fácilmente se empujó más allá de los humanos hasta que llegó al último
asiento de la barra que rodeaba el área del camarero. Un estudiante flaco y americano
estaba sentado allí, siendo evidente su extranjerismo por la boina que
8
N.T: Rivera Izquierda del Sena.
216
El Club de las Excomulgadas
llevaba sólo un poco con demasiado garbo, con el cigarrillo de clavo que había
encendido, pero que no había fumado, y por la forma en que escribía en un diario,
buscando en cada minuto más o menos para remojarse con un poco más de ambiente.
—¿Por ti? Creo que preferiría quedarme —dijo el hombre, con su acento puro de
Brooklyn.
—Muévete.
Esta vez el chico se volvió, lo miró, y se fue de allí tan rápido que provocó una
brisa.
217
El Club de las Excomulgadas
El café, con toda su parte delantera como legítimo establecimiento normal,
también pasaba a ser un remedo de bar en la trastienda, un lugar subterráneo donde la
población local de las Sombras llegaba para beber, fumar y pelearse ocasionalmente.
Después de haber visto a Naomi tomar el ascensor, Tiberius había hecho que el
jefe de seguridad pusiera las imágenes del garaje de aparcamiento. Dos hombres lobo la
habían agarrado, pero Caris conocía a uno. A Cody. Un pequeño llorón weren que solía
pasar el rato en el Château, dispuesto a hacer cualquier cosa para cualquiera.
Ella oyó el pitido del teléfono de Tiberius, y lo vio dar un paso a un lado para
tomar la llamada mientras continuaba buscando en la habitación a Cody.
—Sabía que no eras más que una puta oportunista. —El insulto, en colorido
francés, provenía de un escuálido weren que cuidaba una cerveza en una mesa cercana.
Se detuvo, y luego se volvió para mirarlo fijamente a los ojos. Él no se inmutó, pero,
obviamente, sus dos amigos, que obviamente tenían un CI 9 alto, deslizaron sus sillas
hacia atrás.
9
N.T: Coeficiente Intelectual.
218
El Club de las Excomulgadas
estuvo en su apogeo. Pero ahora que Lihter ha asumido el control, te vas corriendo a la
Banda del Colmillo. Siempre supe que no eras nada más que una puta oportunista. —
Escupió, y un pegote de eso aterrizó en su mejilla.
—Si fuera oportunista —dijo ella—, entonces ¿por qué rayos no estoy en la
cama de Lihter?
Eso fue todo. Ella atacó, golpeando un puñetazo en el intestino de él, y cuando
se dobló para tomar aire, ella subió su rodilla y se la clavó en las bolas. Él aulló,
comenzando a caer, y ella agarró la parte trasera de su camisa, lista para lanzar al
insolente bastardo a través de la habitación, excepto que otro weren se había adelantado
y estaba bloqueando su camino.
El chico nuevo en la pelea había traído juguetes, y movió su cuchillo hacia ella,
con su boca cortada en una mueca.
—Disfrutaré esto, vampiro. Deberías haber sabido que no serías bienvenida aquí
nunca más.
219
El Club de las Excomulgadas
Su némesis se tomó por primera vez el tiempo para volverse superior sobre ella,
y salió de su posición encogida con un cuchillo en la mano, con su cara todavía
contorsionada por el dolor.
Él se tensó en sus brazos, pero al parecer había ganado unos cuantos puntos de
coeficiente intelectual, porque fue lo suficientemente inteligente como para no decir
nada. Ella empujó el cuchillo apretándolo, lo suficiente como para dejar una delgada
línea de sangre creciente, y luego lo tiró, incluso cuando lo empujaba hacia adelante.
Una vez más el crédito de su inteligencia fue cada vez mayor, y él hizo lo que le
había dicho, corriendo por la puerta con su amigo, y deteniéndose sólo el tiempo
suficiente como para dispararle una mirada asesina desde la puerta.
—Yo también te amo —dijo ella, y meneó sus dedos diciéndole adiós. A unos
metros de distancia, Tiberius estaba casualmente apoyado contra el lado de una cabina
vacía, con su teléfono en el bolsillo.
220
El Club de las Excomulgadas
Ella lo miró duro.
—Siempre lo fui.
—¿Lo intentamos otra vez? —Él hizo un giro lento alrededor del bar,
observando todos los rostros weren que estaban mirando hacia ellos con expresiones
que sugerían que realmente preferirían estar en otro lugar—. ¿Qué tal una señal? ¿Cómo
una palabra de seguridad para decirme cuándo quieres que salte?
Detrás de ella, él se movió hacia delante, con pasos firmes y planos en el suelo
de madera.
—Todavía no lo he visto.
Ella dio un paso, con la intención de irse. Este no era el único bar en el cual los
lugareños se colgaban dentro.
221
El Club de las Excomulgadas
Entonces se detuvo. Porque allí estaba él, sentado en el bar. Un weren flaco, con
gafas.
—Estoy segura de que puedo pensar en algo. —Ella se acercó—. Podemos hacer
esto dentro o fuera. Elige.
—Me matarían si hablo contigo. ¿Crees que quiero que todos piensen que soy
leal a Gunnolf? O peor —añadió, levantando la vista hacia Tiberius—, ¿a él?
—¡Mierda!
—Ahora sabrán que no te gusto —dijo ella, y lo arrastró por el pasillo. Tan
pronto como llegaron al callejón, Caris estrelló a Cody contra la pared de ladrillo—
. ¿Dónde está él? —Exigió ella—. ¿Dónde está Lihter?
Ella fue directa hacia su cara, trabajando duro para aferrarse a su control. La luna
era creciente, y en el interior, el lobo estaba subiendo. Y en ese momento, quería
desquitarse con alguien.
222
El Club de las Excomulgadas
—No te hagas el tonto conmigo.
—¿Cuál chica?
—No era mi compañero. Los dos fuimos contratados, ¿sabes? Nunca habíamos
trabajado juntos antes. Se supone que era algo simple de agarrar. ¡Mira lo que la perra
me hizo! —Se rasgó la camisa, y Caris vio la fea cicatriz en su abdomen, como si su
carne hubiera sido quemada.
Ella dio un paso atrás, con el miedo mezclado con su creciente poder de lobo.
No. No podía ser...
223
El Club de las Excomulgadas
A su lado, Tiberius se puso rígido. Ella hizo lo mismo. Esto era malo. De
repente, se había vuelto real, realmente malo.
—¿Cómo diablos voy a saberlo? Ella es una especie de demonio que nunca
conocí antes. Tal vez estaba tomando algunos medicamentos raros. Todo lo que sé es
que se cortó su propia muñeca y quemó la cara de Jacob, luego se las arregló para
apuñalarlo en el corazón con una estaca de plata. Consiguió un pedazo de mí, también,
antes de que me las arreglara para tranquilizarla.
No sabía lo que ella era. Pero Caris lo sabía. Mierda, Caris sabía exactamente lo
que Naomi era.
—No lo sé.
—Basta. —Tiberius agarró al weren y lo hizo girar hasta que cayó al suelo,
mientras él se agachaba. Hizo que Cody se abriera encima de su pierna, y presionó sus
hombros y caderas—. ¿Cuánto valoras tu columna vertebral, weren? —Le preguntó.
—Por favor, por favor—gritó Cody—. Fui el sicario. ¿Qué? ¿Crees que Lihter
me llamaría para compartir la gran noticia? ¡Ni siquiera sabía que la perra quemaba!
—No me acuerdo, quiero decir, ¡sí me acuerdo! ¡Sí! —dijo mientras Tiberius
aplicaba presión—. Se llama Duggin. Le entregamos la chica a él.
224
El Club de las Excomulgadas
—¿Dónde? —preguntó Tiberius.
—A las afueras de Munich. Él tiene una casa. No sé lo que hizo con ella
Tiberius la miró a los ojos, y luego rompió la columna del weren. Se levantó, y
el cuerpo sin vida de Cody cayó al suelo.
—Pero es una historia demasiado buena para que no se extienda. ¿La mujer con
ácido en la sangre? Alguien lo podría escuchar. Y alguien más inteligente que él lo
sabría.
—Y habría pánico —dijo ella con dureza—. Créeme. Lo entiendo. ¿Cómo no iba
a hacerlo? —Lo miró a los ojos—. Soy lo que asusta al mundo. Caray, soy la que te
asustó incluso a ti.
—Eres un arma, Caris —dijo Tiberius—. O podrías ser utilizada como una.
Ella lo miró fijamente, sin saber a dónde quería llegar con eso.
225
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Dieciocho
Dentro de ella, el demonio y el lobo lucharon por el poder, los dos peleando por
la voluntad que era de Caris, sólo Caris.
Ella caminó por el callejón, sin preocuparse por que Tiberius estuviera
mirándola. Tenía que concentrarse. Tenía que controlarse.
Habían pasado años desde que había llegado a estar tan cerca de dejar salir al
lobo cuando no había luna llena. En luna llena, no tenía otra maldita opción.
Lucha. Golpea.
Pega. Gánale.
Pero no había nada con que pelear, y no había nadie a quien golpear. No,
excepto a Tiberius, y oh, Dios...
—No puedo. No puedo. —Le dijo a las voces en su cabeza. Estaba caminando
en círculo, muy consciente de que Tiberius estaba mirándola. Bien consciente de que
debía parecer un monstruo y que él correría. Que la dejaría aquí.
226
El Club de las Excomulgadas
Que malditamente la abandonaría una vez más.
—¿Ayudar?
Ella miró su cara a través de la bruma de su lucha. Pasó el chasquido del lobo y
el gruñido del demonio. No había repugnancia en sus ojos. Ni recriminación. Ningún
miedo.
No esperó una respuesta. Por supuesto que él haría lo que ella necesitara. Se dejó
caer en el suelo y se sentó en la posición del Loto en el asfalto duro.
227
El Club de las Excomulgadas
No sabía cuánto tiempo le tomaría, pero sabía que no importaba. Él la ayudaría
en esto.
*****
Había estado aterrorizado cuando la había visto de esa manera, con su propio
demonio elevándose por el miedo.
Y no era miedo a la infección. No, su preocupación era puramente por ella. Que
después de haber mantenido ese control firmemente durante tantos años, lo pudiera
perder tan violenta y rápidamente que confundiera su cabeza, minara su confianza. Eso
podría hacer que ella huyera de él y que volviera a Gunnolf por el tipo de ayuda que
Tiberius simplemente no era capaz de darle.
No estaba del todo seguro de qué hacer con esa revelación, por lo que por el
momento la escondió lejos y simplemente disfrutó del hecho de que su salida no era un
problema. Ella no necesitaría correr hacia Gunnolf. Había luchado por sí misma.
—Luché. —Le había dicho ella después—. La lucha es el único camino para
ganar. Esa es una de las razones por las que hice tanto trabajo en el terreno para
Gunnolf. Debido a que en las batallas mantenía al lobo controlado.
228
El Club de las Excomulgadas
—No peleaste en el callejón.
—Has estudiado suficiente filosofía para saber que no todas las peleas son con
Había hablado con los dos sólo unos pocos minutos antes, cuando él y Caris se
encontraban en el bar. En ese momento, las noticias de Slater sobre el arma de Lihter
habían eclipsado el informe de Luke sobre la casa con los grilletes de hematita de
Reinholt y las noticias de la extraña compañera vampiro de Reinholt. La noticia del
arma se mantenía como la máxima prioridad.
—Mantendremos a los werens fuera del circuito, al menos durante tanto tiempo
como sea posible.
229
El Club de las Excomulgadas
—Bien. Y aunque creemos que está en Europa, no podemos estar seguros.
La búsqueda tiene que ser global.
Tiberius vaciló.
—A un híbrido.
Tiberius miró a Caris, que estaba sentada rígida, con las manos apretadas a su
lado.
—Entendido.
—Se supone que ha desarrollado algún sistema para soltar la toxina —dijo
Tiberius—. Tal vez tiene a humanos cautivos que va a infectar y a soltar en lugares
poblados. Tal vez ha averiguado la manera de meter la mierda en latas de aerosol. No lo
sabemos.
—Porque todas las historias sobre los híbridos dejan una cosa clara: el virus está
en su punto más infeccioso durante la luna llena.
230
El Club de las Excomulgadas
—Es una buena apuesta —dijo Caris—. Aunque no se puede contar con
ello.
—Lo que me parece tan increíble —dijo él, mientras se acomodaban en sus
asientos en el pequeño avión—. Es que haya convertido a su propia hija en un híbrido.
—No creo que él haya vuelto a su hija un híbrido —dijo—. Creo que convirtió a
su esposa.
231
El Club de las Excomulgadas
—No entiendo —dijo Tiberius.
—Así es. Cuando me hizo… cuando me mantuvo cautiva, me dijo que tenía que
hacerlo bien. Que yo estaba ayudándolo. Que eso lo hacía por amor. —Se estremeció,
como si algo se arrastrara vilmente por su columna.
—Te sigo —admitió—. Pero hay un problema. Las mujeres vampiro no pueden
quedarse embarazadas.
—No —dijo Caris—. No pueden. —Levantó su mano—. Tengo una idea sobre
eso, también. Pásame el teléfono.
232
El Club de las Excomulgadas
Orion. Un humano en el árbol genealógico de la familia de Caris. Un descendiente de
Horatius. El último descendiente humano, en realidad.
—Por supuesto. Claro. Espera. —Un sonido pesado resonó a través del teléfono,
junto con voces ilegibles. Un club de algún tipo. Hubo una pausa, y unos pies se
arrastraron, y luego el ruido de fondo se aclaró—. Lo siento. Estoy fuera ahora. Más
tranquilo. ¿Qué pasa?
—Reinholt —dijo Caris—. Tengo una teoría. Necesitamos tu ayuda para darle
forma.
—Puedes… ¿eh?
—Oh. Bien, guau. Es, uh, ¿Hay algo que debería saber?
—Orion.
—Bien. Claro. Bueno, he hecho pruebas con tu sangre, Caris, pero nunca he
hecho ese tipo de examen. Pero pensemos en ello. Cuando fuiste convertida en vampiro,
moriste. Y eso significa que los óvulos también murieron.
233
El Club de las Excomulgadas
—Pero los hombres vampiros pueden engendrar un hijo —dijo Tiberius—.
Conozco a varios que han dejado embarazadas a mujeres humanas. Sus hijos son
dhampires, poseedores de la fuerza, pero sin la inmortalidad o la alergia al sol.
—Así que estás diciendo que mis óvulos podrían haberse regenerado.
—Estoy diciendo que es posible. No hay manera de saberlo con certeza sin
tomar una muestra, pero no me sorprendería. Así que, ¿por qué? ¿Estás haciendo un
poco de planificación familiar? Porque, honestamente, tienes problemas que resolver
antes de dar ese tipo de paso.
—Orion.
234
El Club de las Excomulgadas
—Sí —dijo Caris.
—Santa Mierda.
—Esa es una evaluación justa, sí. Necesito saber si se ha hecho algún progreso
en una cura. En una vacuna. Lo que sea. Si Naomi cambia… si la toxina sale… será
muy malo.
—Cuéntame.
—Así es. Fue convertido. Un vampiro llegó, todo infectado y supurando. E hizo
todo lo de la mordida, con la rutina de chupar. Así que nuestro humano muere, ¿no?
235
El Club de las Excomulgadas
Como los humanos, los vampiros infectados sufrieron con la Muerte Negra, con
las heridas abiertas y con la horrible decoloración. A diferencia de los humanos, no
dejaban cadáveres hediondos cuando morían. Se desintegraba en montones de polvo.
Tiberius se sentó un poco más derecho mientras las palabras de Orion daban en
el blanco.
—¿Estás diciendo que todos los vampiros se estaban muriendo por la peste, pero
este recién cambiado no lo hizo?
—Exactamente.
—¿Y?
—Tratando de encontrar una manera de curarme —dijo ella, aunque sus ojos
estaban fijos en Tiberius mientras hablaba—. O una manera de vacunar o curar al
mundo.
—Exactamente.
—No es como una pista. Es una pista. Él murió, y algo acerca de ese proceso le
dio la capacidad para combatir al virus cuando se le despertó. Es impresionante.
236
El Club de las Excomulgadas
—Lo tengo —dijo Orion, luego cortó la llamada. Y Tiberius quedó frente a
Caris, que lo miraba con algo parecido al shock.
—Has vigilado a los humanos de la familia antes sin ponerte en contacto con
ellos —dijo ella—. ¿Has estado hablando de sus investigaciones con él? ¿Su
investigación acerca de mí?
—Todo esto es parte de vigilarte, de cuidarte —dijo él—. Pero para responder a
tu pregunta concreta, no. No he estado discutiendo la investigación con él. Lo he estado
financiando.
*****
Pero no podía negar el hecho de que le gustaba la forma en que esta nueva
realidad se sentía.
La había humillado.
237
El Club de las Excomulgadas
—Lo hizo. Él me enseñó mucho. Yo estaba perdida, y él me trajo de vuelta.
—Tan pronto como las palabras fueron dichas, ella deseó poder tomarlas de regreso.
Recordarle el tiempo que había pasado con su enemigo parecía imprudente. Y sin
—¿Todo este tiempo? —preguntó ella, necesitando estar segura de que entendía
—. ¿Has estado financiando la investigación de Orion por todos estos años?
Ella se lamió los labios, con esa cobija caliente empezando a relajarla.
—No —dijo él, tomando su mano. Ella miró sus dedos entrelazados, después,
retrocedió a sus ojos—. El juramento existe, sí. Y no voy a romperlo. Pero incluso si no
te debiera ese vínculo, habría hecho esto por ti.
—¿Por qué? —Tuvo que forzar la voz a través de sus labios porque tenía miedo
de hacer la pregunta.
—Eres el amor de mi vida —dijo él, con las palabras como un puño alrededor de
su corazón—. El amor puede ser interrumpido. Puede romperse. Incluso puede ser
traicionado. Pero no puede borrarse.
238
El Club de las Excomulgadas
No confiaba en sí misma para hablar. En lugar de eso asintió. Sus palabras la
habían conmovido, no lo podía negar. Pero todavía no estaba segura de si quería sentirse
conmovida. Él la había cortado profundamente cuando la había desterrado, y ella había
—¿Con cuántos piensas que él probó antes que yo? —preguntó ella.
—Docenas, por lo menos —dijo él sin vacilar. Como siempre, él la entendía con
una extraña conciencia—. Tal vez aún más. Es innegable que hacer un híbrido es difícil.
Si hubo alguna vez un cuerpo de conocimiento sobre cómo se hace, se ha perdido hace
mucho tiempo.
—Bastardo.
Ella asintió, recordando con placer la forma en que Reinholt había caído. La
forma en que había manchado la nieve. Se volvió hacia Tiberius.
—Lo sé —dijo él, y hubo un amago de sonrisa en sus labios. Él juntó las palmas,
luego llevó sus dedos bajo su barbilla. Lo había visto hacer eso muchas veces antes, y
sabía lo que significaba.
239
El Club de las Excomulgadas
Eso no era lo que ella había estado esperando.
—¿Perdón?
Así había sido. Pensó en cerrar su boca sobre su muñeca. De la intimidad del
estar conectados así. Del sabor de él, del olor.
Ella se estremeció.
—¿Por qué?
—Todas cosas buenas —dijo Tiberius—. Pero no llegué a donde estoy hoy por
no prepararme por lo peor.
—Estás enfadada porque crees que elegí mi puesto político sobre ti.
240
El Club de las Excomulgadas
—Cuéntame.
—Juré proteger a mi gente, pero Caris, tú eras una de esas personas, también. Te
—No, tú…
—Por favor. Para bien o para mal, sentí como si te hubiera fallado. Al mismo
tiempo, estaba enfadado, enfadado contigo por salir corriendo por tu cuenta. Con tu
atacante, por haberte transformado. Con el mundo. Tuve que tomar una decisión. Y la
única información que tenía vino del pasado. De los híbridos que cazamos. De las
plagas que azotaron la tierra.
241
El Club de las Excomulgadas
—No, en absoluto. —Ladeó la cabeza para mirarlo de nuevo, un nuevo
pensamiento se le ocurrió—. Todo el tiempo que estuvimos juntos, yo estuve allí
contigo persiguiendo la pelota política.
Podía decir por su expresión que decía la verdad. Una verdad que dejó un
agujero repugnante en su estómago. Porque era cierto. Y él era un político. Un líder
nato. Y eso significaba que se encontraban en un callejón sin salida sólido como una
roca.
Pero ella lo pensaría más tarde. Porque pensar en ello ahora sólo conduciría a su
locura.
—Oh. Claro. Estuve allí contigo, y me contaste las historias sobre tu herencia y
tu sangre real. Y entiendo cómo te identificas con las personas que representas debido a
tus años en la mina. Pero acabo de darme cuenta hoy del propósito.
—En las Edades Oscuras, en realidad. Fue antes de tu tiempo, pero acabas de
describir con precisión lo que pasó. Tomó muchos siglos y a muchos hombres
242
El Club de las Excomulgadas
decididos sacarnos de esos momentos horribles. Como dices, los hombres de mi
posición son los vigilantes. La primera línea de defensa.
—Te das cuenta de que simplemente puedes rastrear mi móvil —bromeó ella—.
Vosotros, los vampiros, siempre viviendo en el pasado. Conseguid tecnología.
—He tratado —dijo—. Tal vez la hematita que te inyectó te hizo algo. Tal vez
sea la parte weren de ti. Pero mi capacidad de seguirte ha sido bloqueada.
—No lo sabremos hasta que lo intentemos. Por favor —dijo, y oyó un verdadero
dolor en su voz—. No puedo perderte. No de esa manera.
243
El Club de las Excomulgadas
Lo miró a los ojos, y vio en ellos arrepentimiento y miedo al devolverle la
mirada.
Pero también había amor. Puro y simple y que salió para abrazarla.
244
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Diecinueve
—¿Te das cuenta de que estás haciendo las cosas muy difíciles para mí?
La voz de la muchacha era baja y ronca, y Lihter tuvo que esforzarse para
oírla.
—Jódete.
—¿Qué fue eso? ¿Quieres un poco más de esto? —Se paró y caminó a lo largo
de la consola.
Vio que sus ojos se abrían. Igual que una pequeña rata de laboratorio, se había
imaginado de dónde venía el zumo.
—No —dijo ella, y esta vez estuvo allí con más fuerza en su voz. Buena
chica.
—¿Convertirme?
—Sí. Pero…
—Yo...yo no lo sé.
245
El Club de las Excomulgadas
Estaba solo en el laboratorio, y por un momento pensó en llamar al médico. Pero
se trataba de un momento íntimo. Sólo él y la chica. Aún podía ser su arma. No había
renunciado a ella todavía. Y estaba disfrutando de este momento de tranquilidad con
—No a mí.
Él se puso de pie.
Ella tragó, con su rostro flojo. Su espíritu estaba menguando, lo que era una
pequeña lástima. Pero como ella era inútil para él ahora, rápidamente se estaba
deslizando más allá de que le importara.
246
El Club de las Excomulgadas
Lihter apretó la mano con tanta fuerza que casi rompió el joystick de la consola.
¿Por qué su suerte seguiría siendo así de miserable?
—No. —La palabra fue un susurro. Aun así, eso cortó a través de él.
—No. Por favor. Todo lo que sé es que hizo experimentos. Querían un hijo, pero
ella era un vampiro, por lo que experimentaron.
—Usó a otras chicas. Y...y supongo que finalmente descubrió cómo funcionaba.
—Lo hizo —dijo Lihter—. Por supuesto que lo hizo. Y luego naciste. Un círculo
maravilloso de vida. —La miró fijamente—. ¿Los nombres de esos experimentos?
Él la creyó. Pero sólo para estar seguro, subió el voltaje y le preguntó de nuevo.
Después de nuevo.
Un híbrido. Probablemente creada unos diecinueve años atrás, justo antes de que
Naomi fuera concebida.
247
El Club de las Excomulgadas
Una mujer.
—Caris —dijo él cuando llegaron—. Caris. Dicen que mató a Reinholt. Este
es el por qué.
—¿No os dais cuenta? Es tan obvio. Hace veinte años, ella deja a Tiberius y se
va con el weren. Es fuerte como la mierda, o eso dicen las historias. Y es sospechosa de
matar a un hombre que experimentó en vampiros femeninas, en un esfuerzo para
convertirlas en híbridos.
Miró a Behar.
—¿Eh? ¿Eh?
—Suena posible...
—¿Cómo se supone que iremos por ella? — Rico preguntó—. Está con Tiberius.
Y, como dijiste, es fuerte como la mierda.
248
El Club de las Excomulgadas
—Ese no es un problema. —Lihter puso una mano en el hombro Rico y se
inclinó—. Déjame decirte exactamente qué hacer...
Tiberius asintió. Sabía muy bien que se estaban quedando sin tiempo.
La miró, y supo lo que ella estaba pensando: seguir pistas podría tomar
demasiado maldito tiempo.
—Tendremos otra pista pronto. —Le había ordenado eso a todas las divisiones
de la PEC, y los analistas estaban peinando las charlas de los móviles buscando
cualquier palabra clave que se pudiera referir a Lihter. Tenía la esperanza de que
tendrían algo pronto—. Lo encontraremos —dijo—. Y lo detendremos.
La casa en cuestión estaba atrás de la calle, una casa de piedra destartalada y escondida
detrás de arbustos altos y de una valla de seguridad de hierro.
249
El Club de las Excomulgadas
La siguió rápidamente. Con la noche terminando, tendrían que quedarse en la
casa, lo que sería ideal porque este lugar resultaba ser la guarida secreta Lihter y estaban
pateando la mierda de él, o volver al coche y conducir a un estacionamiento
Conseguir entrar fue bastante fácil, los dos cambiaron a niebla para ir a través de
la valla, luego manteniendo esa forma mientras viajaban hacia la campana de
ventilación de la cocina.
No era el más elegante de los puntos de entrada, pero tenía la ventaja de ser
tranquilo y efectivo.
Ella sonrió.
Continuaron por los pasillos traseros, luego por las escaleras hacia el sótano. Por
un momento Tiberius tuvo esperanzas, pero por lo que podían decir estaba
completamente vacía.
—Tal vez maté a Cody demasiado rápido —dijo Tiberius—. Creo que el gusano
nos mintió.
10
Empresa americana de mejoras para el hogar y productos de construcción.
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El Club de las Excomulgadas
—Su historia cuadraba, sin embargo. Este lugar es propiedad de un Mazin
Duggin.
le tendió la mano.
Se apresuró hacia la voz y los encontró a los dos en una simple cocina. Caris
podría ser un infierno de luchadora, pero los ataques de Duggin y sus paradas le
demostraron a Tiberius que Lihter había hecho un gran esfuerzo para entrenar a sus
hombres.
251
El Club de las Excomulgadas
Ella esquivó sus golpes, fácilmente torciendo su brazo detrás de él, después
asegurándolo en su lugar contra la encimera de la cocina, con su cuerpo apretado contra
su brazo retorcido.
—Que te jodan. —La réplica del weren no fue particularmente amable, pero
dadas las circunstancias era de esperarse.
252
El Club de las Excomulgadas
Esta vez, Duggin le escupió en la cara. Y eso, francamente, fue el colmo.
—¡Tiberius!
Duggin saltó del granito, utilizando el momento para arrancar una estaca de
madera del alféizar de la ventana. La empujó hacia adelante, capturando a Tiberius justo
en el pecho…
Justo en el corazón.
253
El Club de las Excomulgadas
Tiberius cayó, el mundo se volvió gris a su alrededor. Podía ver, pero no podía
moverse. Sólo podía yacer allí, con el cuerpo muerto, con la estaca sobresaliendo, y con
el mundo continuando a su alrededor.
—Zorra —exclamó Duggin—. ¡Tu novio está muerto! —Y ese fue su segundo
error, porque incluso mientras Caris hacía una mueca de dolor, saltó hacia el weren y
apretó su ensangrentada mano contra su cara.
Ácido.
Caris mantuvo su mano apretada contra él, sin inmutarse por sus gritos.
—¡No! —exclamó—. No sé dónde. ¡Lo juro! Sólo se lo dijo a gente del más alto
nivel. Ese no soy yo. Por el amor de Dios, ese no soy yo.
254
El Club de las Excomulgadas
Duggin en realidad estaba asintiendo cuando Caris movió el mortal cuchillo de
cocina directo a su corazón, y luego usó esa misma arma para cortar su cabeza.
Y entonces...
—Es una maldita buena cosa que seas tan viejo. —Ella sonrió. Con más de dos
milenios tras él, Tiberius había cambiado físicamente.
Un vampiro anciano únicamente moría de verdad por una estaca, sólo convertido
en polvo, cuando el órgano fuera penetrado por completo, con una herida de entrada y
salida.
—¿Estarás bien?
Sin mediar palabra, ella le dio la espalda, después hurgó a través de los cajones
de la cocina hasta que encontró uno lleno de agarraderas y toallas. Dobló una agarradera
y la presionó sobre la herida, luego torció una toalla alrededor de ella como un vendaje.
Ninguno dijo una palabra mientras él daba un paso más para ayudarla a atarla en su
lugar.
255
El Club de las Excomulgadas
Por un momento, la tela se desinfló y burbujeó, con los hilos de poliéster
reaccionando al ácido en su sangre. Entonces la reacción disminuyó mientras su cuerpo
se curaba y la sangre dejaba de fluir. Se apartó de él, deliberadamente no mirándolo a
Caris.
Esta no era la primera vez, ella había sido así hace casi veinte años, por lo que
¿cuántas veces se había cortado? ¿Cuántas veces se habría visto obligada a ocultar una
herida?
Quería decirle que estaría bien. Que sin importar qué, todavía era Caris en el
interior.
Pero se dio cuenta con profunda tristeza que alguien ya le había dicho todas esas
cosas. Gunnolf.
*****
256
El Club de las Excomulgadas
—Es lo que he estado haciendo durante años. Trabajo en el terreno. El trabajo
pesado. —Lo miró a los ojos en el reflejo—. Y soy buena en eso.
—Eres una luchadora, Caris. Siempre lo has sido. Es una de las cosas que más
me gustaba de ti, una de las cosas que me atrajeron de ti. La forma en que te negabas a
aceptar la negativa de tu padre a mandar a sus tropas tras de tu hermano. La forma en
que atacaste a los hombres de la taberna cuando te encontré. Por años peleaste a mi
lado, y no te quiero en ningún otro lugar.
—Lo hice. Estaba tan aterrorizado de perderte que no me permití ver todo de ti.
Y luego te perdí de todos modos. —Hizo una pausa—. Lo siento verdaderamente.
—Debemos irnos.
Ella asintió hacia la ventana, y las rayas de color rosa ahora se estaban
coloreando de gris.
—Este lugar sin duda podría tener cerramientos en las ventanas. Cortinas, tal
vez.
257
El Club de las Excomulgadas
—Propuesta costosa para todas aquellas ventanas. Pero nos lo podemos permitir
—dijo él.
Estaba a mitad de las escaleras cuando él tiró de ella para que se detuviera.
Se volvió para mirarlo de nuevo, y vio la diversión en sus ojos.
—A ti te gusta el agua.
—Sí —dijo ella—. ¿Te acuerdas…? —Se cortó con un movimiento de cabeza.
Sería mejor no ir allí.
258
El Club de las Excomulgadas
—Podemos hacer que lo sea. —Ella tiró de él una vez más, instándolo a subir las
escaleras y entrar en el baño principal. Había una enorme ducha con cabezal múltiple a
un lado de una bañera de jardín—. Agradable —dijo, abriendo el agua en la bañera y
—Bonito cuarto de baño —dijo—. Me encantan los accesorios. Y todas las otras
comodidades.
—Por supuesto.
—Y aquí nosotros pensando que el estar atrapados en una casa durante el día
sería algo malo —dijo ella.
Sus labios se separaron en pregunta, pero ella no supo qué preguntar. Había
esperanza colgando allí. Esperanza, consuelo y un hogar. Porque ahí era donde estaba
ahora. Había vuelto a casa en sus brazos, pero era sólo una ilusión, y si esperaba
demasiado sólo saldría lastimada.
259
El Club de las Excomulgadas
—Caris…
—No —susurró—. Me gusta esto. Deseo esto. Se siente maravilloso. Tus labios,
—Y yo a ti.
—Pero, Tiber… Sé... yo... no quiero que pienses que espero más. Sé lo que es
esto.
Él se echó a reír, tal como había querido que hiciera, y la hora de la verdad fue
desactivada. Pero estaba allí, y eso era bueno. Porque Caris sabía la realidad cuando la
veía, y la realidad de Tiberius, era que no podía estar con ella.
No para siempre. Ya no. No cuando cada vampiro que él gobernaba creía que lo
había traicionado yéndose a los brazos de Gunnolf.
260
El Club de las Excomulgadas
Duggin podría haber sido un idiota, pero tenía buen gusto con el jabón, y ella se
enjabonó las manos con el tentador aroma de vainilla, y luego lo pasó por encima de él,
frotando, jugando, mientras él hacía lo mismo con ella, haciendo que se acumulara el
Él no dudó, y cuando ella apoyó las palmas a la baldosa frías, se deslizó detrás
de ella, con sus cuerpos encajando, con las manos sobre sus pechos, con su rodilla
yendo a sus piernas abiertas. Y entonces, dulce cielo, estuvo dentro de ella, llenándola,
y ella no quiso que terminara.
Él deslizó una mano por su vientre, con su mano probándola, jugando con ella, y
llevándola más y más alto hasta que no pudo soportarlo más y se hizo añicos en sus
brazos, luego se hundió, dependiendo de su fuerza para sostenerla.
Se sentó a horcajadas sobre él, con sus piernas, con su cuerpo húmedo y
necesitado.
Él estaba dentro de ella, llenándola, tirando de ella en una bruma sensual llena
de cientos de recuerdos, de las miles de veces que habían hecho esto antes.
Había habido un momento en el que había luchado, y fuerte, para estar juntos.
Recordaba haber hecho el amor con él así, suave y dulce.
261
El Club de las Excomulgadas
Recordó a su padre corriendo, llegando tan lejos como para matar a Tiberius
para mantenerlos apartados.
—Caris —murmuró él, y se dio cuenta que estaba pensando demasiado. Ella no
quería pensar. No quería hacer nada más que sentir.
—Sí —susurró. Extendió las manos sobre su espalda, sintiendo las cicatrices del
pasado grabadas en su piel.
Deslizó sus manos hacia abajo más lejos, extendiendo más las piernas, sintiendo
el pulso de agua en olas a su alrededor mientras lo montaba, más y más profundo, una y
otra vez, hasta que estuvo escalando una pared de placer y él estuvo llegando para
lanzarla por encima. Cerca, tan cerca y todo lo que tenía que hacer era agarrar y
entonces, sí.
262
El Club de las Excomulgadas
El mundo estaba desmoronándose su alrededor. Un loco andaba suelto, un
híbrido preparado para infectar al mundo. Pero en este momento ella no estaba asustada.
263
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Veinte
Había estado muriéndose de hambre desde hace casi dos décadas, y ahora quería
perderse en el festín de ella.
Ella había sido su vida, su corazón. Y luego le había sido arrancada. Peor aún, él
había sido quien la había arrancado.
Y sin embargo, allí estaba, suave contra él, acariciando sus labios, con sus
manos en su pelo, y no podía creer que tuviera tanta suerte.
Tal vez habría mucho que pagar al final, pero en estos momentos no le
importaba. No había estado con la mujer que amó en casi veinte años.
Que amaba.
—Caris —susurró, aliviado cuando ella llevó las manos a su cara y le dio un
beso con entusiasmo.
—¿Pensándolo bien?
—Bien.
264
El Club de las Excomulgadas
Se secaron y se movieron a la cama, todavía envueltos en toallas gruesas de
Duggin. Él estaba sentado con la espalda apoyada en el cabecero tapizado, y ella se
deslizó sobre sus rodillas, a horcajadas sobre él. Él tuvo que luchar de nuevo contra un
—Tramposo —dijo ella con una sonrisa, con los ojos tan sabihondos como
siempre habían sido—. Continúa y déjalo ir. Te prometo que no lo diré. —Siempre
había bromeado con que ella podía leer su mente, especialmente cuando estaban en la
cama. Era bueno saber que parecía como si todavía pudiera hacerlo.
—¿Dejarlo ir? —dijo en un tono igual de burla—. ¿Tan pronto? —Él tomó su
mano, deslizándola abajo entre sus cuerpos hasta que su palma tomó su entrepierna. Esa
vez lo hizo gemir, tanto por la forma en que su cuerpo se endureció como por la forma
en que sus labios se abrieron eróticamente, como si ella estuviera imaginando el estarlo
probando.
Ella se echó hacia atrás, con sus ojos buscando su cara. Quería mantener su
mirada, perderse en ella. Decirle de alguna manera con sus ojos lo que esto significaba
para él, más que Sexo Realmente Caliente. Era lo que había deseado durante años, pero
que no podía tener. No en ese momento. Ni siquiera ahora.
¿Pero por el momento? Por el momento, era suya. Y él era de ella, también.
Él la atrajo hacia sí y la besó con fuerza, con la boca abierta, exigente. Quería
perderse a sí mismo en el sabor de ella. Quería nada excepto su boca contra la suya, su
piel contra la suya.
265
El Club de las Excomulgadas
Cerró su boca sobre su pezón, con una mano extendida a través de su espalda
mientras ella se arqueaba contra él, entregándose por completo a su boca.
Lo hizo, jugando con su clítoris mientras ella suspiraba, gemía y hacía todos los
sonidos suaves de los que él se había acordado tan bien, no deteniéndose incluso cuando
ella le dijo que era demasiado, rogándole que esperara. No lo hizo, no podía. No cuando
podía sentir su ajuste a su alrededor, no cuando su cuerpo estaba tenso con el placer, y
ciertamente no cuando ella se había perdido, yéndose sobre el borde y temblando en sus
brazos.
Su cuerpo se tensó.
266
El Club de las Excomulgadas
Lo exploró con sus labios y dedos, deslizándose por su cuerpo, saboreándolo,
haciéndolo gemir, poniéndolo aún más duro.
—Sí —susurró ella, y pudo sentir el deseo rodando hacia fuera de ella en olas,
con el olor de su excitación volviéndolo salvaje.
—Quiero olvidar, Caris. Quiero olvidar que no podemos tener más de esto. Que
lo que una vez tuvimos no podrá ser nunca otra vez. Quiero lavarlo de mi mente, al
menos por un rato. Y quiero hacer eso perdiéndome en ti. ¿Quieres hacerme ese
pequeño favor?
*****
267
El Club de las Excomulgadas
Era difícil creer que no hacía mucho tiempo ella ni siquiera podía haber
imaginado este momento.
Había deseado tanto que él fuera tras ella, pero nunca ni una vez había vuelto a
él. Había dejado que eso cargara sobre él, a pesar de haberle dicho durante siglos que
ella era capaz de llevar el gran peso y la lucha contra las peleas duras. Ella se había
retirado de esa, contenta de quedarse con Gunnolf, cálida y protegida, y lamiendo sus
heridas, superando sus frustraciones en el campo.
Y aunque él no había ido por ella, envuelto sus brazos a su alrededor y la había
llevado al paraíso, tampoco le había dado la espalda como ella había creído. Sino todo
lo opuesto. Había seguido protegiéndola, aún honrando la promesa que le había hecho a
Horatius.
Excepto que él no había hecho esas cosas porque estuviera obligado con ella.
268
El Club de las Excomulgadas
—Lo hago —confesó.
—Cuéntame.
Él se inclinó para rozar sus labios sobre los de ella, pero antes de que las cosas
pudieran ponerse interesantes de nuevo, sonó el teléfono. Ella esbozó una media
sonrisa.
—La vigilancia móvil valió la pena. Lindy en la oficina egipcia interceptó una
conversación cifrada entre Lihter y uno de sus lugartenientes. Un tipo llamado Rico. Al
parecer, moverán a la chica.
Caris se sentó.
—¿Cuándo?
—A las siete de la mañana —dijo Luke—. A Zurich. Pero eso no es todo. Lihter
no estará manejando la transferencia real. Al parecer, se irá a Sri Lanka para reunirse
con un biólogo acerca de un sistema de suministro de toxinas en el aire. Ha contratado
un avión en Viena. Sabemos dónde estará y cuándo.
269
El Club de las Excomulgadas
—Eso es increíble —dijo Caris después de que colgaran—. Iré a Zurich y
conseguiré a Naomi. Tú toma un grupo y dirígete a Viena.
Observó su cara. Él no estaba feliz, pero estaba claro que sabía que ella tenía
razón.
—Es Lihter —dijo ella, sólo para empujar esa última parte sobre el borde—.
Piensa en lo que está haciendo. Piensa en lo que está planeando. Tienes que ser el que lo
derribe. —Tomó su mejilla—. Haz eso, y sabes que serás elegido presidente. Será
aplastante.
270
El Club de las Excomulgadas
Y eso ni siquiera era una exageración.
El temor por la chica y la furia hacia Lihter había brotado tanto dentro de ella
—Probablemente lo soy.
—Siempre. ¿Y tú?
—Haré lo que haga falta para regresar a ti —dijo él, y como ella no pudo discutir
eso, se derritió en sus brazos y le dio el tipo de beso que le demostró hasta qué punto
quería que volviera a su lado sano y salvo.
*****
Richard Erasmus Orion III jugueteó con el botón de su prístina bata blanca de
laboratorio.
—Así que, eh, ¿sois de la División 12? ¿No está eso muy lejos de aquí?
271
El Club de las Excomulgadas
—No nos importa —dijo Gabriel, con los ojos puestos en los nerviosos dedos de
Orion—. Me imagino que entre más kilómetros de viajero consiga, mejor.
Ahora que veía cómo se retorcía y lo nervioso que estaba Orion, Gabriel estaba
pensando que la rutina del policía bueno/policía malo funcionaria bien. En realidad,
interpretar al viejo y malo policía debería estar muy bien.
—Eh, sí. Ella es mi... algo. Eso se complica después de tantas generaciones.
Pero, sí. Estamos relacionados.
—¿Sois muy cercanos vosotros dos? —Ya había sacado los registros del
teléfono móvil de Orion y visto docenas de llamadas a Caris.
—Cierto. —Otra risa nerviosa—. Lo siento. Soy una rata de laboratorio más o
menos. Hablar con policías me pone nervioso.
272
El Club de las Excomulgadas
—¿Qué? ¡No!
Había mantenido sus ojos en Orion, mientras hablaba, y vio la forma en que el
color desapareció del rostro humano. La forma en que su nuez de Adán se balanceó al
tragar. La forma en que cinco gotas de sudor salieron de su labio superior.
—Sí. Quiero decir, sí. Si Caris estuvo involucrada en algo extraño, yo lo sabría.
Y no lo ha estado. No ha participado en nada extraño. Ni extraño ni malo.
—¿Estás seguro?
Gabriel tomó uno, se puso de pie, moviendo la cabeza para que Everil hiciera lo
mismo.
273
El Club de las Excomulgadas
—Esto ha sido de gran ayuda. Siempre es bueno ser capaz de poner la teoría a
descansar.
*****
—Por supuesto. Por supuesto. Pero todo eso puede venir después de emitir la
orden de detención.
11
Investigador privado
274
El Club de las Excomulgadas
—No creo…
—Creo que es mejor esperar hasta que tengamos el caso. Como ha dicho.
275
El Club de las Excomulgadas
Ella no había hecho muchas llamadas, sin embargo. De hecho, la única que había
grabado perfectamente había sido a Orion. Pero, lo que era especialmente interesante
acerca de la llamada era el hecho de que se originó en Londres, en las coordenadas GPS
No podría soportarlo.
276
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Veintiuno
Inteligencia sugirió que Lihter había contratado un jet operado por un humano
para poder moverse sin llamar la atención de los habitantes de las Sombras. Pocos de su
clase volaban en aviones comerciales. En su lugar, usaban aviones privados operados
por otros habitantes de las Sombras, asegurándose de que sus necesidades únicas fueran
satisfechas durante el vuelo.
277
El Club de las Excomulgadas
ambos lados. Presumiblemente un guardia entraría el primero en el avión para
comprobarlo. Examinaría la cabina, encontraría a los pilotos felices y sonrientes,
después, examinaría el resto del jet. Eso saldrían bien también, porque Luke y Tiberius
Cuando el hombre hubiera aprobado la situación del jet, le haría una señal a
Lihter para que entrara.
Iban por una captura, no por una matanza, y Tiberius había previsto que el asalto
se llevara a cabo de forma rápida y limpia.
Hasta ahora, sin embargo, las cosas no se estaban moviendo como estaba
previsto.
—Entendido —dijo Slater—. Todavía hay tiempo para que llegue a bordo y esté
en el aire para su hora programada de salida. Tal vez sólo esté atrapado en el tráfico.
Espera… espera. Tenemos un contacto visual.
278
El Club de las Excomulgadas
—¿Es nuestro hombre?
—¿Su dirección?
—De acuerdo.
—¿Qué sucede?
No, Tiberius tuvo que estar de acuerdo, sin duda que no lo era. El único
ocupante del todoterreno negro era un tal señor Alfred Delaney, el muy humano y muy
confundido CEO12 de una cadena de restaurantes de comida rápida.
Caris.
12
N.T: Director ejecutivo.
279
El Club de las Excomulgadas
Trampa. Habían caído en una maldita trampa.
—Voy a tomar el avión —le dijo a Slater, dispuesto a no dejar que el miedo lo
Y su primer cálculo era llegar a Zurich tan rápido como fuera posible.
—Hay luz del sol —dijo Slater—. Las ventanas del jet no están tratadas.
*****
280
El Club de las Excomulgadas
Caris se agachó, tratando de conseguir un mejor ángulo mientras el Audi se
estacionaba.
—El chofer saldrá, dejará la llave detrás de la rueda trasera, y saldrá como el
infierno de allí.
Como había esperado, la puerta del lado del chofer se abrió, y un hombre lobo
tatuado salió. Caminó detrás del coche, y luego tiró una llave hacia abajo al suelo.
Aterrizó con un ruido que resonó en el garaje.
Se volvió hacia Jeph y Carr, ahora detrás de ella en las sombras, vio el gesto
sutil de sus cabezas. Estaban en una sólida posición.
Si algo saltaba de ese maletero para atacarla, con suerte estarían allí para
derribarlo. Suponiendo que no pudiera manejarlo ella primero.
Vio el pelo de Naomi primero, y le dijo una palabra suave, intentando calmarla.
281
El Club de las Excomulgadas
La palabra murió en sus labios, mientras tiraba de la manta el resto del camino.
Porque la chica en el maletero estaba muerta, con su cabeza cortada de su cuerpo y una
daga de plata atascada en su corazón.
Cayó al suelo, con los ojos mirando hacia Jeph y Carr. Estaban en el suelo,
ambos tumbados. O tranquilizados o muertos.
El plan de Lihter tenía que haber sido una trampa, también. Tenía que advertirle,
pero tenía que salir de allí primero. No podía salir al sol, pero podía ocultarse en el
edificio, y ellos tendrían un infierno de un tiempo para encontrarla como niebla.
se pudo transformar.
Y a medida que volvía la cabeza, tratando de entender por qué, se dio cuenta de
que los tres coches al lado de ella estaban pintados en el mismo extraño color azul.
Los coches habían sido pintados con hematita y su cercanía estaba interfiriendo
con sus habilidades.
282
El Club de las Excomulgadas
Porque el siguiente dardo tranquilizante se la llevó, y cayó de bruces contra el
asfalto.
—Ellos la tienen.
Luke asintió.
283
El Club de las Excomulgadas
Tiberius cerró los ojos. Debido a que probablemente tendría que hacer ahora lo
que debería haber hecho antes.
—Oh. —Su amigo asintió lenta, diplomáticamente—. Bien, eso explica muchas
cosas. Y tienes razón. Tenemos que encontrarla. Y pronto. La luna llena saldrá esta
noche a las diez, y si no podemos encontrar a Caris para entonces creo que será justo
suponer que la Peste Negra se extenderá por Europa de nuevo.
—Lo hice en realidad —dijo Tiberius. Y luego cerró los ojos y se echó hacia
atrás y trató de sentir a Caris ardiendo dentro de él.
284
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Veintidós
Hombre Lobo.
Vacío.
Ella había sido drenada a nada más que una concha. No estaba muerta, sin
embargo. Había muerto un largo tiempo atrás. Ahora, así, le daría la bienvenida a la
verdadera muerte, pero su naturaleza vampiro se aferraba a la existencia, y por eso se
quedó allí, con la carne colgando de los huesos, con su cuerpo colgado del muro de
piedra. Un cadáver, descarnado, crudo y solo.
Una vez más, el tiempo no tenía significado. Ella flotaba, con su mente como
único refugio. Horas, días, años. Tal vez sólo unos minutos. No tenía ningún concepto,
ningún marcador en el que pudiera medir el tiempo. Se entendía aún menos de lo que
había entendido cuando había caminado sobre la tierra como un ser inmortal.
285
El Club de las Excomulgadas
Simplemente era, a diferencia de ella, quién no lo era.
Y luego vino la sangre. Dulce, cálida y metálica, que goteaba sobre sus labios,
Sangre.
De pie y respirando.
de las velas.
Él la miró, y pese a la máscara que todavía llevaba, vio su ceja elevarse, como
si silenciosamente estuviera desafiándola a ser sarcástica ahora. Ella se quedó en
silencio.
—La naturaleza básica del vampiro se deriva de la muerte, la del hombre lobo
de la vida. ¿Tal vez conozcas la mitología? Dos hermanos, los padres de nuestras
razas, maldecidos por el tercer hermano, a quien asesinaron por su poder. Es algo más
que un cuento para dormir, sabes. Los vampiros y los hombres lobo son enemigos
malditos, y su carne no se unirá. Trata de mezclar a los dos, y distorsionarás a la
naturaleza misma. El resultado natural es la aniquilación.
—¿Hiciste todo esto sólo para matarme? ¿Por qué no acabas de clavar una
estaca en mi corazón?
Su rostro enmascarado se movió hacia arriba, con los oscuros ojos encontrando los
suyos.
resonando en su celda.
¿Los habría?
crecía.
*****
288
El Club de las Excomulgadas
La estática crujió por encima de ella, y Caris se dio cuenta de que venía de los
altavoces incorporados en el techo. Después de un momento, el crepitar se detuvo y
escuchó una voz excesivamente alegre, santurrona.
Sólo podía esperar que hubieran encontrado alguna pista en la estructura del
estacionamiento que los condujera aquí, pero, honestamente, era un poco dudoso.
Pero desear y querer no era cómo funcionaban las cosas. Sabía eso muy
bien.
289
El Club de las Excomulgadas
Ella podía hacer eso.
Una vez más, no respondió, estaba demasiado ocupada retorciendo las muñecas
para ver si había una forma en la que pudiera maniobrar para que la correa pudiera
cortar su piel. Todo lo que necesitaba era un poco de sangre. Después de eso, el ácido
haría el truco.
—Veamos qué tienes, ¿de acuerdo? —dijo Lihter, con su voz una vez más,
saliendo como hojalata a través de los altavoces.
290
El Club de las Excomulgadas
hasta que no pudo pensar, no pudo moverse, no pudo hacer otra cosa que gritar y gritar
para que se detuviera.
*****
—Hermoso. —Se volvió hacia Behar, que estaba junto a él, operando los
controles de la consola—. ¿No te dije que encontraría a otro híbrido? Una lección de
vida para ti —dijo, y luego señaló al otro lado de la habitación a Rico—. Establece
objetivos razonables y puedes completarlos. Ahora —dijo, volviéndose hacia Behar—,
vamos a asegurarnos de que estamos en lo correcto acerca de esto.
Una familia que había salido de la autopista en busca de una estación de servicio
y encontrado la muerte en su lugar.
291
El Club de las Excomulgadas
Pobres. Pero su sacrificio soportaría una causa tan noble.
—Ahora —dijo Lihter, y mientras Rico iba hacia atrás para ver mejor, Behar
—Se propaga más fácilmente por contacto —dijo Behar—. Y los humanos
tienden a albergar la infección más tiempo que los habitantes de las Sombras antes de
mostrar síntomas. Pero no te preocupes... sí —señaló una pantalla digital—. Algunos de
los virus se transfieren a las células de los humanos.
El reloj hizo clic a mediodía. Luego, las dos y cinco. Dos y diez.
Él apretó las manos en su cara, tocando su frente. Luego miró hacia el techo, a
la salida de aire. El padre lo sabía, Lihter se dio cuenta.
292
El Club de las Excomulgadas
Lihter miró el espectáculo un poco más tiempo: los gritos, los delirios. Y
después, lo reconfortante.
Ellos morirían.
Esta noche tendrían a más humanos para infectar y luego lo soltaría de nuevo en
los concurridos aeropuertos mundiales, en las estaciones de tren, en los centros
comerciales. Esta noche se abrirían las rejillas de ventilación. Esta noche se soltaría el
infierno en la tierra, y después de haber hecho su camino por el globo, sólo los weren
quedarían de pie.
Aleluya.
293
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Veintitrés
Más que eso, podía sentir su miedo, y eso estaba a punto de matarlo al no poder
encontrar el camino hacia ella.
—¿Qué más podemos hacer? —le preguntó Luke. Todos alrededor de ellos, el
equipo que habían activado, y durante la última hora había estado haciendo un examen
físico de búsqueda en la pequeña sección de la ladera de la montaña que había llamado a
su sangre.
—¿Firmas térmicas?
—¿Un móvil?
294
El Club de las Excomulgadas
—Estoy en ello —dijo Luke, luego se fue para emitir las órdenes a los
individuos de tecnología.
Luke se volvió.
—Su teléfono no está encendido. Alguien podría activarlo, por lo que podremos
cazarlos, pero no estoy conteniendo la respiración.
—Diablos.
—Pasad el detector de metales por aquí —dijo él, señalando una zona rocosa.
—Hazlo.
295
El Club de las Excomulgadas
oculta probablemente estaría en un lugar más accesible. Pero si él hubiera sido el
diseñador de una cámara secreta…
Uno de los genios del equipo asomó la cabeza dentro, miró a su alrededor y
dijo:
—Uno muy bueno espero. Porque sin mapa, no hay forma de que encontremos
ninguna mierda en ese laberinto.
*****
296
El Club de las Excomulgadas
Francamente, eso estaba cabreando a su demonio.
Bien. Ella lo quería enojado. Quería ser dura, estar furiosa y ser mortal. Caris
Tanto poder dentro de ella, y nunca había podido recurrir a ello. No quería que el
demonio se hiciera cargo, enviándola a un horrible y oscuro lugar. Tampoco quería al
lobo que despreciaba, cuya sola presencia era mortal.
Pero Lihter la estaba usando ahora, y eso no era algo que Caris tomara
amablemente.
Por desgracia, todavía estaba un poco confundida sobre cómo, pero estaba
segura que matarlo entraría en el juego de alguna manera.
297
El Club de las Excomulgadas
de filtración por lo que una persona podría simplemente ir a través de un sistema de
filtros y de ventiladores sin tener que tocar, y presumiblemente contaminar, una puerta.
Su teléfono.
Ella había estado medio bromeando, pero era verdad que él podría hacerlo. Para
el caso, podía ser la única manera, puesto que aún no podía saber si las maquinaciones
en las que Reinholt la puso cuando la cambió harían imposible formarse su vínculo de
sangre.
Y no tenía brazo. O lo tenía, pero era inútil, ya que estaba a su lado y unido al
armazón.
Lo había intentado antes, sin éxito, pero había sido interrumpida. Más aún, había
estado en un ángulo diferente. Ahora, su peso estaba en su muñeca, haciendo que la
correa cortara aún más su piel.
Fusión de metal.
298
El Club de las Excomulgadas
No era una gran cantidad de ácido, pero estaba allí, en la correa, y si tiraba más
duro tal vez podría…
Su brazo estaba libre, y lo extendió, estirándose, con sus dedos sin llegar a
tocarlo totalmente. Tomó aire, tratando de reunir toda la fuerza, después sacudió su
cuerpo en un esfuerzo por moverse de la camilla.
Vamos, vamos...
—Tsk, tsk… —dijo Lihter—. Pero es bueno saber que tienes agallas. Esa es una
cualidad admirable.
—Que te jodan —dijo ella, lo que era muy pobre, pero estaba pensando más en
si la llamada había tenido tiempo de conectarse, que en la mejor manera de insultar a su
loco secuestrador.
—Bien, me encantaría charlar toda la noche, pero mira la hora. —Tocó la esfera
de su reloj de pulsera—. Diez en punto. Salida de la luna. Tu lobo saldrá un
299
El Club de las Excomulgadas
poco más tarde, ¿me entiendes? No te preocupes. Vamos a ayudarte con eso. — Ladeó
la cabeza, luego le sonrió—. ¿Estás descansando querida? Te concederé que la camilla
de costado es menos cómoda, pero teniendo en cuenta que este es nuestro gran día, no
Abrió la boca para maldecir, pero lo que salió en cambio, fue un grito. Él había
dicho que aceleraría el proceso, y subió el voltaje en su pequeña mesa. Ella pasó de nada
a abrasarse, con el dolor sacudiéndose horriblemente en un abrir y cerrar de ojos.
Una vez más, el lobo se levantó, y una vez más ella luchó, pero sabía que
perdería. Maldita sea todo, no podía perder. Pero su demonio no era rival para la fuerza
del lobo. Este se reunió en su interior. Se congregó, gruñó y se echó hacia atrás.
Y mientras el lobo se apoderaba de ella, vio algo que, finalmente, por vez
primera, le dio esperanza.
*****
Tiberius miró a través del cuarto, una camilla detrás de una pared de vidrio, el
cambio llegando a ella.
300
El Club de las Excomulgadas
A su alrededor, el equipo ya se había desplegado, lanzándose uno a uno contra
los hombres de Lihter delante de las celdas de cristal llenas de humanos inocentes.
Faro Lihter.
El weren lo vio venir, y tuvo el descaro de sonreír. Uno de sus idiotas lacayos
decidió moverse en modo protector, agarrando una silla mientras lo hacía y golpeando
el suelo. La silla se destrozó, y el lacayo se apresuró hacia Tiberius, con una estaca en la
mano, con el lobo emergiendo mientras se echaba hacia delante.
Perfecto.
Con toda la velocidad que más de dos milenios le habían podido dar, Tiberius
agarró el brazo del tipo, arrancó la estaca de su mano y a propósito la introdujo en su
propio cinturón, casualmente arrancando la cabeza del weren.
13
Trajes de protección para el manejo de materiales peligrosos.
301
El Club de las Excomulgadas
Tan nervioso, de hecho, que se dio la vuelta y corrió hacia la esclusa de aire.
También era perfecto.
Tiberius no les prestó atención, Luke lo haría. Sólo estaba interesado en Lihter.
En Lihter, quien pensaba que era tan hábil para ocultarse allí con el virus.
Tiberius siguió al weren dentro, sintiendo el silbido del aire en torno a él, oyó la
risa de Lihter, llamándole tonto.
La vio en el lobo. Vio a Caris y su demonio luchar para traer de vuelta el lobo a
lo profundo de ella. A pesar de la luna llena.
¿Podría hacerlo?
Frente a él, Lihter no estaba haciendo la única cosa que podría darle una
oportunidad de lucha. No se había molestado en traer a su propio lobo. Hacer eso
302
El Club de las Excomulgadas
habría significado no poder hablar. Y Tiberius podría decir que Lihter,
previsiblemente, tenían algunas cosas que quería decir.
—¿Qué?
—¿Hay algo que quieras decirme? —Lihter estaba dando vueltas, con sus
piernas empezando a sentirse un poco débiles. El virus era fuerte. Ella era fuerte. Sí. Tal
vez su brillante plan no era tan brillante después de todo...
—Estás muerto, Tiberius. Crees que eres inteligente, pero en el segundo en que
atravesaste el bloqueo del aire, moriste. Ella es tóxica. Y ahora tú estás infectado.
—Puede que tengas razón —dijo Tiberius—. Pero creo que podré vivir lo
suficiente para verla matarte.
Él corrió hacia adelante y luego, llegó al lado de Caris antes de que Lihter
incluso tuviera tiempo de girar.
—Sinceramente espero no serlo —dijo él, luego se dio media vuelta mientras
ella soltaba un horrible lamento, un aullido de furia mezclado con terror puro.
303
El Club de las Excomulgadas
Lihter estaba allí, agarrando la estaca que Tiberius había puesto en su cinturón,
y luego hundiéndolo en línea recta en el corazón de Tiberius.
Y lo último que vio antes de que el mundo se volviera negro fue al lobo que era
Caris saltando de la mesa y tirando a Lihter al suelo.
*****
—¡No!
Ella se arrastró a través de la oscuridad del lobo. Más y más alto, hasta que lo
controló, en lugar de que él la controlara a ella.
Se sentía extraño, con su cuerpo alargado, con sus músculos más apretados, pero
se sentía poderosa, también.
Sobre el suelo, Lihter cambió. Tiberius había agarrado al weren cuando había
caído, y ambos estaban en el suelo. Tiberius yacía tan quieto como la muerte, pero
Lihter se movía, arañando su camino de regreso a sus pies.
304
El Club de las Excomulgadas
Ellos no le hicieron caso y entraron corriendo, y Caris aprovechó la oportunidad
para explorar a la criatura que era ahora. La fuerza, la velocidad y la habilidad que tenía,
pero que nunca había podido utilizar.
Eran weren, por lo que no se infectarían. Era una pena. Pero se ocuparía de eso
más tarde, de alguna manera igualmente satisfactoria.
—Supongo que debo darte las gracias —dijo. Su voz era áspera, pero tenía una.
La parte de ella que era vampiro había aguantado, equilibrando al lobo. Haciéndola más.
Ella era realmente alguien a tener en cuenta por primera vez, por única vez, porque
nunca podría dejarse ir así a propósito. No con la peste.
¿Pero con Lihter alrededor? Bien, ese no era realmente un problema. Y ella
conseguiría el máximo provecho de eso. Lo destruiría.
305
El Club de las Excomulgadas
—Nunca saldrás de aquí —dijo Lihter—. Todos ellos, saben lo que eres.
¿Crees que te dejarán vivir?
—Te daré una opción. Entrégate a la PEC. O bien, cuenta hasta tres y rasgaré tu
corazón.
—¿No? Pues bien, lo decidiré por ti. —Ella se estiró de nuevo, lista para
empujar su brazo hacia adelante.
Él chilló.
*****
306
El Club de las Excomulgadas
—Ahora —dijo él—. El aire está limpio.
Gracias a Dios.
Era una tontería, lo sabía. Él todavía estaba allí, no había cenizas, no se había
ido, por lo que la estaca no podría haber penetrado completamente su corazón. Y sin
embargo, había estado muerto, si no, la plaga se lo habría llevado.
¿Y si la muerte lo impidiera?
Él no se movió.
Él se movió.
—¡Tiberius!
307
El Club de las Excomulgadas
Él se movió en sus brazos, y ella parpadeó lágrimas de alivio.
—Maldita sea —dijo ella—. ¿Tienes alguna idea de lo asustada que estaba? No
—¿Por qué?
—Hubiera sido de Lihter. —Y eso era verdad, y ella sabía que era verdad. Pero
al mismo tiempo, Tiberius tenía razón. Ella no habría podido manejarlo. La carga que
tenía era bastante dura de llevar. Al menos no tendría que llevarla sola.
—Gracias.
308
El Club de las Excomulgadas
Se pusieron de pie y comenzaron a caminar fuera del aire contaminado. Ella se
quedó inmóvil, sin embargo, al ver la puerta del laboratorio abriéndose y a dos hombres
entrando.
A su lado, Tiberius se puso tenso, y Caris pudo sentir una explosión. Ella tomó
su mano y la sostuvo con fuerza. Había sabido cuando le había disparado a Reinholt que
esto podría llegar, y aunque no estaba particularmente interesada en pensar que podría
ser ejecutada, de salir de este mundo y de Tiberius para siempre, había hecho lo que
tenía que hacer. Había matado al hombre que la había destruido.
309
El Club de las Excomulgadas
Y no importaba cuán terrible fuera el precio que ahora tenía que pagar, no se
volvería atrás, incluso si pudiera hacerlo.
310
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Veinticuatro
Apenas bajaba la cabeza como si no tuviera ni una maldita cosa que ver con
ninguna de las tonterías que estaban pasando en esa habitación.
—¡Maldita sea! —Aulló Tiberius, después, golpeó la mesa con tanta fuerza que
rompió la madera.
No era uno de sus mejores días, ni uno de sus momentos más diplomáticos.
No le importaba. Todo lo que le importaba justo entonces era Caris. Nicholas era
su abogado, su consejero legal, y Tiberius lo necesitaba allí en ese momento. Pero
incluso con Nick en el caso, no sería suficiente. Maldita sea, ella no debería haber sido
detenida en primer lugar.
—¿Cómo carajo me pudiste hacer esto? —le preguntó a Everil, poniéndose justo
en su cara, dejando que el demonio se moviera lo más lejos que podía.
El fae dio un paso atrás, pero cuando habló, sus palabras fueron fuertes y
medidas.
311
El Club de las Excomulgadas
—La evidencia —repitió Tiberius—. Para probar que lo hizo, ¿no?
—Sí, señor.
Los ojos del fae cortaron hacia Gabriel, pero el perro del infierno no levantó la
vista.
Tiberius pateó una silla, esta vez porque el discurso del fae le recordó esa
palabra sobre que el estado híbrido de Caris ya se había filtrado fuera de la PEC. Se
había extendido como un reguero de pólvora, y no había manera de que lo contuviera.
312
El Club de las Excomulgadas
—Ah —dijo Everil, mirando la silla.
—Así es. Bien, creemos que una investigación más a fondo demostrará que
Reinholt intentó exponer a Caris como híbrido. Caris, obviamente, no estuvo contenta
con esa idea.
—Vosotros dos sois unos idiotas —dijo Tiberius—. Reinholt fue el que la hizo
un híbrido. —Dejó que el anuncio colgara allí por un momento—. Él la capturó. La
torturó. Todo para poder encontrar la manera de hacer un híbrido.
¿Tenéis alguna idea de lo que ella pasó? En caso de habéroslo perdido, una mordida de
hombre lobo normalmente mata a un vampiro. ¿Qué debió hacerle con el fin de debilitar
tanto a su demonio para que ella sobreviviera?
Everil se quedó con la boca abierta, contemplando esa nueva verdad. Gabriel,
por otra parte, levantó la cabeza. Su piel se había vuelto completamente pálida, y
Tiberius estaba seguro que el perro del infierno estaba a punto de vomitar. La puerta se
abrió y Luke entró.
—¿Caris?
—No, no, la elección. —Él miró hacia arriba, y por primera vez Tiberius pudo
ver su expresión, confundida, pero también eufórica—. A la luz de la muerte de Lihter,
la Alianza convocó a una reunión de emergencia. Llevaron a cabo una elección
anticipada.
313
El Club de las Excomulgadas
—Maldita sea —dijo Tiberius—. No me lo dijeron.
—Esas son sólo excusas. Ella cometió el crimen. —Miró de Gabriel a Tiberius
—. Ella lo mató. Tiene que pagar. Esa es la forma en que funciona.
—Perdónala.
—Tienes razón —dijo—. Ella no merece ser juzgada por esto. No se merece ser
ejecutada por esto. No después de lo que recibió. No después de que la torturaron.
—Tal vez deberías haber pensado en eso antes de arrestarla —dijo Tiberius con
frialdad—. Es un asunto de la División 12. Esta no es mi jurisdicción. Está fuera de mis
manos.
314
El Club de las Excomulgadas
****
Su celda era pequeña y de vidrio, y más allá de esas paredes se podían oír a sus
compañeros de celda.
Podía oírlos, pero no podía verlos. Tenía los ojos cerrados, mirando hacia
adentro.
Y a pesar de que ellos ya lo sabían todo, incluso aunque la celda estaba cerrada
herméticamente y ninguna toxina podía escaparse, no les daría la satisfacción de
presenciar lo que en realidad era. No dejaría que Lihter o Reinholt se alzaran con la
victoria. Controlaría el cambio, maldita sea. Lo hacía, y lo había hecho por años.
315
El Club de las Excomulgadas
Hoy, todos sus temores se empujaban hacia arriba en su contra. Se deslizaban
sobre su piel, provocándola y tomándole el pelo. No hay otra salida, el miedo le
susurraba. Lo has retrasado, pero no puedes escapar de esto. El día que te cambiaron,
No.
Sí.
—Gracias.
Consideró mentirle, pero ese era Tiberius. No tenía por qué mentirle.
316
El Club de las Excomulgadas
—Ha sido horrible. Todos lo saben —dijo, asintiendo vagamente hacia los
guardias y a los otros prisioneros.
Ella negó.
—Eres muy dulce, pero te equivocas. Alguna vez pensamos lo mismo acerca de
los híbridos.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás para poder ver sus ojos.
—Es fácil para ti estar de acuerdo, mi para siempre habrá terminado en tan sólo
un día o dos.
317
El Club de las Excomulgadas
—Tengo que hacerlo. Si dejo que me afecte... —ella se apagó con un
encogimiento de hombros—. Bien, viste lo que me estaba haciendo cuando entraste.
—Me parece bien. No crees que Nick es lo suficientemente bueno como para
triunfar. ¿Qué hay de mí?
—Estoy de acuerdo —dijo él—. Él merecía morir. Más lento, y mucho más
doloroso de lo que lo hiciste, de hecho. Pero igualmente no serás ejecutada.
—No.
318
El Club de las Excomulgadas
—Has sido perdonada.
—Bueno, sí, pero… —Y entonces lo captó. Sin previo aviso, se echó en sus
brazos, empujando a los dos hacia atrás—. ¿Estás dentro? Pero, ¿cómo?
Caris le tomó la cara con la mano, una ola de orgullo surgiendo a través de ella.
Esto era lo él había querido. Lo que ellos habían deseado, por tanto tiempo. Más que
eso, era lo que el mundo de las Sombras necesitaba. A un hombre como Tiberius
llevando las riendas.
—Estoy tan orgullosa de ti. —Lo besó, largo y fuerte. Luego se empujó hacia
atrás, sólo para poder mirarlo de nuevo—. Presidente. Guau.
—Caris. —Su voz era grave, y se echó hacia atrás un poco más.
—¿Qué sucede?
Él le tomó las manos, y se las mantuvo apretadas. Asustada por las malas
noticias. Asustada por, bueno, sólo con miedo.
319
El Club de las Excomulgadas
—Tiberius…
—El mundo ahora sabe que eres un híbrido. El secreto está libre, y no hay razón
—Bien…
—Pero no quiero esa vida. —Tuvo que empujar las palabras, por temor a que si
no lo hacía, no quisieran salir—. La vida pública. No puedo hacer eso. Ahora no. Ya
no. No con la gente sabiendo lo que soy.
—Eso mejorará —dijo él—. La gente olvidará. Y Orion está muy cerca de
encontrar un antídoto, tal vez incluso una vacuna. Esas cosas te harán menos aterradora.
Eso y el hecho de que has estado caminando durante casi veinte años sin que el mundo
agonizara.
—Las personas no son así, Tiberius. —Ella apretó las manos—. Pero el hecho de
que tú lo creas explica por qué eres tan buen líder. Tienes fe. Yo no. Creo que la gente
me mirará y verá una diana gigante en mi espalda. Y cuanto más esté a tu lado más
estaré frotándolo en sus rostros.
—Caris, yo…
320
El Club de las Excomulgadas
Su sonrisa fue agridulce.
—No tienes por qué perderme. Pero no puedo estar a tu lado. —Apretó sus
Ella lo abrazó, tomando fuerza de él, porque sabía que tenía que ser así. No
podía estar en el ojo público. Y nunca, nunca le pediría que renunciara.
No dijo nada más, sólo la tomó en un beso largo y lento. Cuando finalmente se
empujó lejos, había pesar en sus ojos. Pero también determinación.
Ella asintió. Quería que le prometiera que iría a verla, pero eso no era justo para
ninguno de los dos. Tenían que hacer que esto se rompiera. Y esta vez, ella se iba
porque lo amaba.
Sólo entonces se sentó en el borde de su catre y dejó que esa sola lágrima se
convirtiera en un diluvio.
321
El Club de las Excomulgadas
Capítulo Veinticinco
Morag Crill les había ofrecido el uso del apartamento del gobernador en la parte
superior de la sede de la División 12 para que pudieran repasar los detalles necesarios
para una suave transición de Tiberius al poder. Eran cosas importantes, pero aun así, la
cabeza de este no estaba en el juego.
En cambio, estaba parado ante la ventana cerrada, contando los segundos hasta
que el sol se hundiera tras el horizonte y las persianas se levantaran para dejar entrar la
noche.
—¿Tiberius?
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El Club de las Excomulgadas
Tomó los papeles que Luke le entregó y miró hacia abajo. En lo que a él
concernía estaba escrito en griego. No era realmente un problema, ya que hablaba y leía
griego, pero…
Tiberius arrojó los papeles al escritorio cercano, luego alzó los ojos para
encontrarse con Luke.
—Le pedí que se sentara a mi lado. Que se uniera a mí otra vez. Que regresara al
papel que alguna vez tuvo.
—¿Ella se negó?
Tiberius asintió.
—Lo hizo.
Luke sonrió.
—Ella no quiere ser el centro de atención que va junto con la función pública.
323
El Club de las Excomulgadas
Tiberius asintió, dejando que las palabras se hundieran en él.
—Si Sara quisiera alejarse del mundo de las sombras. Si creyera que la única
forma en que podría ser feliz fuera mudándose a Fiji a vivir en una cabaña.
324
El Club de las Excomulgadas
—Debo hacerlo.
—Pero no puedes. Tiberius, has sido elegido presidente. Has estado trabajando
—Me lo has dicho cientos de veces. Para ayudar a la gente. Para mantener a los
habitantes de las Sombras en control, a las especies cooperando. Para asegurarte de que
los humanos no son objeto de abusos. Para evitar otra Edad Media. Tiberius, has
deseado este trabajo para poder ser la primera línea de defensa contra hombres como
Lihter.
—Todo lo que dices es verdad. Incluso iría más allá al decir que haría un buen
trabajo.
—¿Y por qué no? He nacido para eso. Me dijeron que estaba hecho para liderar.
Me dijeron que estaba en mi sangre. —Miró por la ventana, preguntándose cuándo
aparecería el coche—. Está en mi sangre, Luke. Pero también lo está Caris.
—Otro hombre puede dirigirlos. Tal vez podría hacerlo mejor, tal vez no. Pero
otro puede tomar el trabajo. Otro hombre no puede tomar mi lugar al lado de Caris…
Yo no lo dejaría. Tampoco, creo, que ella lo haría. Y sé que ninguna otra mujer puede
llenar su lugar en mi corazón.
—Soy inmortal, ¿no? —dijo Tiberius, mientras consideraba la idea que había
estado gestándose en su mente—. ¿Quién dice que no puedo volver al poder la próxima
semana, el próximo año, el próximo siglo? Un día Caris se curará. O eso, o el mundo la
aceptará. ¿Crees que ella quiera vivir una eternidad en una playa?
325
El Club de las Excomulgadas
—¿Caris? —dijo Luke—. No. Con el tiempo se inquietará. Estaría dispuesto a
apostar en eso.
—¿Cómo?
*****
Las despedidas eran lo más difícil. Pero tal vez con un poco de tiempo, el dolor
cedería y podría volver a verlo. Tal vez incluso él vendría a su pequeña playa en alguna
parte.
Con el ogro a su lado, caminó por el largo pasillo, tratando de ignorar las burlas
y los silbidos. Las maldiciones. Los gritos de que era un monstruo, que era tóxica, que
sería la ruina del mundo.
326
El Club de las Excomulgadas
Por otra parte, tal vez estar sola fuera bueno.
—Su coche está esperando. —Le dijo con lentitud, con un fuerte acento inglés.
Indicando las puertas de vidrio opaco—. Justo por allí.
—¡Ten cuidado! —gritó ella. Casi se había deslizado fuera del asiento, porque él
se había detenido de golpe.
327
El Club de las Excomulgadas
Él no contestó, y estaba a punto de abrir la barrera de cristal y decirle siempre
tan cortésmente que vigilara su maldita forma de conducir, pero luego la puerta lateral
se abrió.
—No entiendo.
—Renuncié.
328
El Club de las Excomulgadas
—Pero... pero es todo lo que siempre quisiste.
—Pensé que sí. Una vez. Ahora lo sé mejor. Tú eres todo lo que siempre
—No —dijo, tirando de ella para la clase de beso que demostraba lo mucho que
significaba para él—. Lo hice por nosotros. —Metió su brazo alrededor de ella y ella se
acurrucó cerca—. Han pasado años desde que he estado en Nueva Zelanda. —Le dijo.
—Haré una primera parada. Espero que esté bien. —Se lamió los labios—.
Quiero ir a ver a Gunnolf.
Ella observó su cara, buscando alguna señal de que ver al weren, su viejo
enemigo, su rival, lo perturbara. Pero no vio nada excepto su sonrisa.
—¿Gracias?
Ella parpadeó, luego se dio cuenta de que sus ojos se habían llenado de lágrimas.
329
El Club de las Excomulgadas
supuesto, probablemente deberíamos alterar los términos de dicho acuerdo. Sólo un
poco.
Él tomó el control que vigilaba la pantalla de cristal, y luego observó como una
barrera se levantaba para bloquear la visión desde el lado del conductor.
—¿Lo haces? —dijo ella, saliendo de sus acogedores brazos—. Bueno, creo
que definitivamente eso se puede arreglar.
Y mientras ella se perdía en las profundidades de su beso, su único pesar era que
el aeropuerto estaba a sólo diez minutos de distancia.
Fin
330
El Club de las Excomulgadas
Guardianes De Las Sombras
331
El Club de las Excomulgadas
03 - Cuando Los Malvados Anhelan
3.5 - Medianoche
332
El Club de las Excomulgadas
04 - Cuando La Pasión Encuentra
Pero, ¿será suficiente para combatir las devastadoras posibilidades y a un enemigo despiadado
con la ambición de destruirlos a todos?
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El Club de las Excomulgadas
Próximamente
J.K. Beck - Serie Guardianes de las Sombras VI
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