02 Cuando El Placer Manda

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El Club de las Excomulgadas

Agradecimientos

Al Staff Excomulgado: Nelly Vanessa por la


traducción; Mdf30y por la Corrección de la
Traduccion; Puchunga, Xanabel, Zaphira y
Laavic por la Corrección; Nuevamente a Zaphira

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


por la Diagramación y una vez más a Laavic por
La Lectura Final de este Libro para El Club De
Las Excomulgadas…

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que


nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras
Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan
siempre. A Todas….

Gracias!!!

2
El Club de las Excomulgadas
Argumento
Siete personas inocentes han sido brutalmente asesinadas en Los Ángeles, sin
embargo, la Alianza de las Sombras no tiene sospechosos ni rastros. Mientras los
cadáveres se comienzan a apilar, la pelea milenaria entre vampiros y hombres lobo
amenaza con explotar.

Lissa Monroe, una deslumbrante súcubo de carácter fuerte, que tienta a los
hombres a que le entreguen su alma, está de acuerdo en trabajar de incógnito para
la Alianza. Su misión: infiltrarse en la mente del hombre lobo líder Rand Vincent,

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un enemigo feroz que ejerce una poderosa fascinación e influencia sobre ella. A
medida que Los Ángeles se tambalea en el borde del Apocalipsis, estos dos
adversarios deberán unirse para sobrevivir a un enemigo aún más letal oculto a la
vista.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 1

La sombra de la luna caía en el cielo de París, con dedos delgados de oscuras nubes
que oscurecían su débil resplandor.

Sólo el 72 por ciento gibosa iluminada1. No era suficiente para arrancar al lobo en
libertad, pero era más que suficiente para despertarlo.

Hace doce años, Rand no habría conocido la fase lunar de un loco

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marginal. Ahora esas fases ardían en su sangre, con su poder y fuerza cada vez
mayor con la luna.

Dentro, el animal se retorcía, listo para cazar. Listo para poner fin a esto.

No hizo ningún ruido mientras seguía la Avenida des Peupliers hacia la Avenida
Neigre en el Cimetière du Père-Lachaise. A cada lado de él, las casas de los
muertos se levantaban a la luz de la luna, con sus superficies de piedra lisa
brillantes.

Se deslizó en las sombras con los ojos cerrados, dejando que los sonidos de la
noche lo rodearan, que el olor lo encontrara. Había sido soldado antes del cambio,
por primera vez en las calles de Los Ángeles, después en Arabia, en Bosnia, en
Oriente Medio. Un niño que había protegido su territorio. Un soldado que había
tenido como objetivo a los enemigos del Estado.

Seguía siendo un cazador ahora. Un lobo acechando a su presa.

El cambio había intensificado sus sentidos y aumentado su fuerza. Podía verlo


ahora, independientemente del nivel de iluminación, con sus propios ojos en lugar

1
Luna gibosa creciente: una vez pasada la fase de cuarto creciente. La luna va tomando progresivamente día tras día una
forma convexa por ambos lados en su parte luminosa, perdiendo ese lado recto que tenía en la fase anterior.

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El Club de las Excomulgadas
de la óptica nocturna como se había entrenado muchos años atrás. Pero este
enemigo podía hacer lo mismo, por lo que la oscuridad no le daba ninguna ventaja.
Pero la luna seguía siendo su aliada, e incluso con sólo el 72 por ciento, podía
escuchar el suave susurro, podía captar el menor rastro. La caricia del viento sobre
la madera. La carrera de los insectos. El olor de los cuerpos en descomposición.

Allí.

Abrió los ojos, torciendo la cabeza mientras captaba el olor de los para-demonios,
mientras las hojas en descomposición se mezclaban con la mierda. Lo siguió, con la
emoción de la caza ardiendo en su estómago mientras caminaba por la calle

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empedrada y luego por la grava estrecha que era Cahmps Bertolie.

Sus músculos estaban tensos y listos para golpear al bastardo, pero había llevado
armas con él, también. El Ka-Bar estaba enfundado en su muslo. Con una navaja
en la mano. La longitud de alambre que habitualmente llevaba guardado en el
bolsillo desde la semana de antes de su noveno cumpleaños. Eran tan parte de él
como el lobo que se retorcía en su interior.

Se había vestido de negro, con su piel oscura manchada con pintura de camuflaje y
su afeitado cuero cabelludo cubierto por el gorro negro de punto, dejándolo más
que una sombra en la oscuridad. Escuchó el golpe seco de una rejilla abriéndose y
crujiendo y se dio cuenta de que su objetivo había entrado a una de las tumbas.
Rand olió el aire… había perdido el aroma de Zor. En su lugar, sólo olía miedo.

¿Miedo?

Un toque de premonición se trenzó en sus entrañas. Incluso si el para-demonio


sabía que estaba siendo seguido, era demasiado arrogante como para temer a Rand.
Sin embargo, el olor era inconfundible. Se tensó, dándose cuenta con repugnante
garantía de la fuente del miedo.

Una mujer.

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El Club de las Excomulgadas
El hijo de puta había secuestrado a otra mujer.

No había oído que algún Therian parisino hubiera desaparecido, pero esa era la
única explicación. Zor había tomado a otra, y ahora una mujer lobo estaba
atrapada, aterrorizada y probablemente muriendo.

Una rabia fría cortó a través de él, tan intensa que amenazó con superar su razón.
Él la empujó hacia atrás, llamando a su entrenamiento para usar la furia en lugar de
ser utilizado por ella. El olor lo llevó al norte, y se movió en silencio, curvándose
alrededor del monumento hasta que se levantó, de nuevo pegado a la piedra, cerca

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de una puerta de hierro forjado que actuaba como una puerta donde los muertos
descansaban en su interior.

Otro paso, junto con una ligera inclinación de cabeza mientras miraba alrededor de
la esquina, y podía ver en el interior, con su súper visión por lo que era fácil de ver
a la mujer arrodillada.

Sus ojos estaban enrojecidos, con sus labios apretados como si se negara a darle a
Zor la satisfacción de verla llorar.

Alicia.

Él sacudió la cabeza, apartando los recuerdos y concentrándose solamente en el


momento. En Zor. Y en la mujer acurrucada en una jaula. La mujer estaba
desnuda, e incluso desde la distancia, Rand podía ver las ronchas rojas en su
espalda, donde el demonio le había quitado largas tiras de piel. Zor habría quitado
cada centímetro, alimentándose de su dolor hasta que su carne había desaparecido
y había sido hora de matar a la mujer y encontrar a una nueva.

Cinco mujeres. Seis contando a ésta.

Un músculo de su mandíbula se movió. No habría más.

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El Club de las Excomulgadas
Miró su perímetro, al no encontrar señales de Zor, se acercó a la jaula.

—Non2 —la mujer se movió hacia atrás, con los ojos entrecerrados.

—No voy a hacerte daño —dijo Rand en el idioma de la mujer. Estudió su cara,
pero no la reconoció. —Je suis un ami.3

Ella se quedó en la esquina, lo más lejos posible.

Él se agachó y examinó la jaula. Paja cubría el suelo, junto con una manta hecha

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jirones y un plato lleno con comida de perro al lado de un recipiente de agua
estancada. Un solitario bicho de agua se movía por la superficie, alterando una fina
capa de mugre.

Después de un momento de búsqueda, encontró las bisagras ocultas, así como el


cerrojo que mantenía la jaula sellada. Tiró de la puerta, pero ésta no cedió.

Al parecer, debería haber traído su C-4 y un cordón detonante, y dejado el Ka-Bar


detrás. Miró a la mujer. — ¿La clef? 4

Un atisbo de esperanza revoloteó sobre sus neuróticas facciones de guerra. —Je ne


sais pas5.

Mierda. Lo más probable era que Zor mantuviera la llave en su persona. Sin
embargo, recorrió el pequeño habitación, por si acaso.

Nada.

Dos espadas antiguas colgaban en la pared, formando una cruz sobre un ataúd de
piedra. Mientras Rand consideraba la utilidad de las espadas para liberar a la mujer,

2
“No” En francés en el original. Las siguientes palabras, también se encuentran en francés original.
3
“Soy un amigo”
4
“¿La llave?”
5
“No se”

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un nuevo sonido llamó su atención. El roce áspero de piedra contra piedra.

El grito de la mujer —¡Monsieur!6— llenó la cámara mientras Rand giraba hacia su


atacante, con la navaja extendida y apretada en su mano, tan cómodo como una
extensión de su propio cuerpo.

Cortó la camisa del para-demonio y golpeó hacia atrás al bastardo, pero no antes de
que el para-demonio agarrara la empuñadura de su Ka-Bar enfundada en el muslo
de Rand, y se llevara el cuchillo con él cuando se desplomó lejos. Los reflejos de
Zor eran agudos, perfeccionados por su reciente alimentación, y el monstruo saltó
de nuevo a la acción casi de inmediato. Hebras grasosas de pelo blanco puro

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escondieron su rostro mientras se ponía en cuclillas cerca de la abertura del túnel
por la que había llegado.

— ¿Corriendo, Zor? Adelante. No durarás mucho tiempo.

— ¿Contra ti? Apenas tendré que me esforzarme.

—Yo no apostaría el banco —estaba siendo arrogante, y lo sabía. A diferencia de la


mayoría de los weren, Rand no podía convocar intencionalmente el cambio de
fusión de lobo y hombre, alargando su rostro, estirando sus músculos, y
convirtiéndose en el hombre lobo que se parecía a las criaturas de las películas de
horror de su infancia.

Sólo cambiaba con la luna llena, y cuando lo hacía, se perdía por completo, con el
desplazamiento de su cuerpo en la forma de un lobo gris sobrenaturalmente fuerte,
con su mente humana perdida dentro de la mente animal.

Pero a pesar de que no podía cambiar a voluntad, el lobo vivía dentro de él siempre,
como un suministro eléctrico de atracción de la Luna, y esa noche el 72 por ciento
estaría muy bien.

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“¡Señor!”

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El Club de las Excomulgadas
Arrogante o no, Rand sabía que no iba a perder. La bestia que llevaba dentro no se
lo permitiría.

Zor iba a morir esta noche, y Rand saborearía el golpe de gracia.

El para-demonio pareció vacilar, y por un segundo, Rand pensó que Zor saldría
disparado. No lo hizo. En su lugar, atacó con el cuchillo de Rand.

Rand cortó a un lado mientras la bestia se abalanzaba, con la cuchilla cortando la


parte trasera de la camisa de Rand y la carne de su hombro. La herida era profunda
y caliente y picaba como una madre, pero Rand la ignoró. No era el momento, no era

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el problema. En su lugar, se dio la vuelta, quitando su peso de la herida mientras
pateaba hacia arriba y afuera, con su talón interceptando la muñeca de Zor,
obligando al hijo de puta a soltar el cuchillo que se deslizó por el suelo de piedra,
hasta que se perdió en las sombras.

Su propia sangre manchaba la hoja ahora, y Rand podía olerla… cubriendo el


acero, filtrándose en el suelo, empapando su camisa.

Respiró profundamente, con el aroma y el despertar del dolor de él, empujándolo


hacia el lugar negro cálido y familiar, donde nada importaba, excepto la matanza.

Se levantó, decidido a matar al para-demonio en ese momento. El demonio podía


ser mayor y más fuerte, pero Rand estaba seguro de que Zor lo estaba
subestimando. En la antigua mente del demonio, un hombre lobo con apenas doce
años después del cambio no suponía una amenaza.

Efectivamente, la criatura saltó hacia adelante, con sus nervudos músculos


lanzándolo muy alto en el aire. Atacó mientras descendía, con su patada
profundamente interceptando la barbilla de Rand. El golpe envió el cuello de Rand
a romper su espalda, pero no falló, logrando atrapar al animal con su tobillo y
enviándolo a la tierra.

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El Club de las Excomulgadas
Rand presionó su ventaja. Se abalanzó hacia adelante y le dio una cuchillada a
través del intestino del para-demonio, liberando un chorro de moco líquido
amarillento, por donde corrieron delgados hilos de sangre carmesí, juntos pero
separados, como el aceite y el agua.

El olor de la sangre se levantó, y rompió al lobo dentro de Rand y gruñó. Sin


embargo, no sería el lobo el que tomaría a Zor. Sería el hombre, y el animal en su
interior.

Él dio un aliento cercano, caliente en el oído de Zor. —Si pudiera destruirte seis
veces más, lo haría, retorcido hijo de puta —agarró a Zor firmemente alrededor del

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cuello mientras se subía a horcajadas sobre él, aplastando sus rodillas en los
costados de la bestia mientras lo mantenía clavado en el suelo. —Seis muertes
largas y lentas por cada una de las mujeres que torturaste. Seis viajes al infierno y
de regreso. Seis veces verás en mis ojos y sabrás que yo soy el que te tumbó.

—La destrucción de la envoltura mortal no me va a destruir, estúpido animal— Los


ojos de Zor estaban llenos de odio. —Tú, sin embargo, sí morirás.

Su cuerpo parecía a punto de estallar desde dentro, con la fuerza del asalto de Rand
lanzándolo hacia atrás y golpeando la espada de su mano. Zor se puso en pie, más
grande ahora, con todos sus tendones y músculos y piel tensa y apretada, con su
cuerpo como si fuera nuevo. Sus ojos brillaban con un salvaje color naranja, y
cuando le escupió a Rand, la saliva hizo un agujero en la camisa. Ácido.

Bien, mierda.

—El juego ha terminado, Lobo. Es hora de morir.

Él cambió y Rand no tuvo tiempo ni siquiera para preguntarse cómo había perdido
tan rápidamente la ventaja. Sólo pudo reaccionar. Sólo podía confiar en su
entrenamiento y en su fuerza y en la astucia del lobo que tenía dentro. Salió del
camino, golpeando su pecho contra el lado de la tumba bajo las espadas cruzadas.

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Alzó la mano y se agarró de ellas.

Rand no podía ver al demonio detrás de él, pero podía olerlo, podía sentir el
cambio en el aire, y sin pensarlo, extendió los sables a los lados, después los batió
alrededor, con sus brazos en tijera mientras lo hacía. Funcionó. El acero se hundió
en el estómago de Zor, demasiado sordo para cortar todo el camino, pero no
importaba. Rand lo tenía ahora, y usó la fuerza del golpe para noquear al bastardo
hacia atrás.
Zor cayó con los ojos desorbitados por la sorpresa, y sólo tuvo tiempo de recorrerse
hacia atrás y escupió antes de que Rand apretara el pie frente a la criatura,
manteniéndolo inmóvil, y usara la espada como un hacha para cortar la cabeza de

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la criatura.

—Te dije que no apostaras contra mí, pedazo de mierda sin valor.

Sólo después de que la cabeza rodó hacia un lado, con los ojos mirando al vacío, se
dio cuenta de que un poco de spray de su saliva había aterrizado en su rostro. Rand
se acercó y lo limpió, ignorando el olor acre de la carne quemada y se inclinó para
recoger su navaja. Luego se volvió a la mujer, cuyos ojos contemplaban Rand con
una expresión generalmente reservada para los quarterbacks y los MVP7.

—Te voy a dejar salir —dijo Rand. Cuando al buscar en el demonio no pudo dar
con la llave, levantó la cabeza sosteniendo la hoja de su cuchillo en la parte trasera
de la garganta de la bestia, y después utilizó el ácido que se derramó de la glándula
salival para que carcomiera la cerradura.

La puerta se abrió, y él se quitó la camisa y la tiró suavemente a sus pies. Ella se


inclinó lentamente, y luego se la puso en el borde colgándole casi hasta las rodillas.
Se puso de pie en la puerta de la jaula, lo miraba como esperando una señal.

Rand rodó la cabeza a través de la tumba, fuera de la vista. Luego retrajo la hoja.

7
MVP: en el ámbito deportivo, premio que equivale al de “Mejor jugador”

11
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El Club de las Excomulgadas
—Il est fini —se movió hacia la puerta, y luego se volvió a ella cuando se dio cuenta
de que no se había movido.

—Allons-y. Vous etes sure9

Lentamente, muy lentamente, ella se dirigió hacia él, deteniéndose a unos metros
de distancia. — ¿Mon mari? 10

—Encontraremos a tu marido —le prometió Rand. —Vamos a ir ahora mismo.

Sus ojos parpadearon, como si estuviera tratando de sonreír, y llegó a él, queriendo

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comodidad, pero él no era el que se la daría. Le había dado su vida, tendría que ser
suficiente.

Poco a poco, ella bajó la mano.

—Vamos —dijo, y vio sus ojos ensancharse con miedo. En un solo movimiento él
se volvió, escudando su pequeña estructura mientras abría su navaja. Se dejó volar
hacia la puerta de la tumba, sólo para que se hiciera a un lado por el fuerte brazo
del hombre que estaba allí.

— ¿He sido tan pobre líder que buscas tomarme con una navaja en el corazón?—
preguntó Gunnolf. Se agachó para recoger el cuchillo, y luego deslizó los dedos a lo
largo del borde de la navaja, dibujando una fina línea de sangre. —Una hoja de
acero no hará ningún daño permanente a un hombre lobo, muchacho. Sabes eso,
¿no?

—Esa fue una advertencia —dijo Rand inclinando la cabeza, tanto en lo que
respectaba a su líder como para ocultar su divertida sonrisa. —Pero la próxima vez
tal vez no deberías colarte después de una pelea.

8
“Se acabó”
9
“Vámonos. Estás segura”
10
“¿Mi marido?”

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El Club de las Excomulgadas
—Ay, sí. Me tienes ahí —cruzó la habitación de tres largas zancadas, con su
melena salvaje de pelo color rojo vivo más como de un vikingo que de un líder
político. No era que la Alianza de las Sombras fuera una entidad política típica.
Nada en el mundo de las sombras era típico.

Había sido Gunnolf quien lo había encontrado, confundido, enojado y cambiado.


Gunnolf lo había alimentado y protegido. Gunnolf le había enseñado lo que era
ahora… tan animal en el interior como siempre lo había sido en el exterior.

Y había sido Gunnolf quien le había dado a Rand un rol de matanza en este nuevo
mundo, un papel que él entendía y una parte que podía interpretar con facilidad.

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Gunnolf miró a la mujer, que ahora estaba detrás de Rand, aferrada a sus hombros.
— ¿Sabes quién soy yo, muchacha? —Gunnolf le preguntó, suavizando su
compasión en sus rasgos afilados.

La mujer asintió, caminando cerca, buscando la comodidad con Gunnolf que no


había encontrado con Rand. —Oui.11

—Tiene que encontrar a su compañero —dijo Rand rápidamente. —Y necesita un


médico.

—Así se hará —Gunnolf presionó la mano en el hombro de la mujer, y luego miró


el cuerpo de Zor. Rand le dio una sonrisa irónica. — ¿Encontraste al hijo de puta,
entonces?

—Lo hice.

El alfa se volvió lentamente, deteniéndose en la tumba, en la jaula, en el olor rancio


a la muerte y decayendo en una aceptación casual. — Tomaste las cosas en tu
propia mano, ya veo —Gunnolf dijo, diciéndolo claramente. Rand había ido tras
Zor sin la sanción oficial. Sin la participación de la Coalición de Aplicación

11
“Sí”

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El Club de las Excomulgadas
Sobrenatural12, de la organización con jurisdicción sobre todas las criaturas de las
sombras.

—Sí, señor. Querías resolver el problema, y lo resolví.

—Sí —dijo Gunnolf lentamente. —Has hecho bien —hizo una pausa,
acariciándose la barbilla. —Hay otro asunto. Uno delicado.

Rand se puso en posición de descanso, con las manos en la parte baja de la espalda
en una larga práctica de muestra de respeto.

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—No hay muchos a los que pueda poner en esa tarea —dijo dando a la mujer un
rápido vistazo. Rand entendía la abreviatura de su alfa. Se refería al Kyne, un grupo
secreto de guerreros asignados a cada uno de los representantes de la Alianza. —De
los que se lo puedo pedir, eres al que quiero.

—Por supuesto. Lo que necesites —Gunnolf no dijo nada, y la pesada carga de


temor se asentó sobre los hombros de Rand. Negó. —No Oh, mierda, No eso.

—No te lo he preguntado.

Pero lo había hecho. Aún en silencio, Gunnolf le estaba pidiendo hacer lo


imposible. —La respuesta es no.

Gunnolf miró fijamente a la mujer. —Regresemos a la mujer a su manada, y luego


podemos hablar de esto.

Rand cuadró los hombros. —Ahora.

Los hombros de Gunnolf cayeron, y por un momento Rand pensó que había ido
demasiado lejos.

Luego Gunnolf levantó la barbilla, y aunque Rand vio compasión en los ojos de su
12
En el original: “Preternatural Enforcement Coalition”, a partir de ahora, abreviado como PEC.

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El Club de las Excomulgadas
alfa, vio más determinación. Esa no era una petición, sino que una orden.

—Tengo otro trabajo para ti, Rand. Necesito que regreses a Los Ángeles.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 2

Dame algo, maldita sea. Un parpadeo. Un flash. Cualquier maldita cosa.

El agente Ryan Doyle mantuvo los ojos cerrados, con una mano apretada contra la
frente del cuerpo, la otra presionando contra su corazón. Por lo general,
despreciaba su regalo. Hoy había incluso dudado antes de arrodillarse en el cuerpo.
Siete personas, brutalmente asesinadas. Cuellos perforados. Sangre drenada. Y ni
un maldito sospechoso.

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— ¿Algo?

Él se echó hacia atrás sobre sus talones y miró a su compañero. No tuvo que
decirlo, Tucker podía ver la respuesta en su cara.

—Demonios.

Doyle asintió luego se levantó, asintiendo con la cabeza al ME13 y a su equipo


cerca. Era tiempo de dejar hacerse cargo al forense. —Siete cadáveres, y ni siquiera
tienen mierda en ninguna de sus cabezas. —como demonio perceptor, Doyle tenía
la capacidad de arrebatar las últimas experiencias del aura persistiendo en un
cuerpo. Una herramienta práctica para el investigador, especialmente en
situaciones en las que la víctima en realidad veía a su asesino. Sin embargo, la
habilidad no venía sin defectos… la debilidad lo vencía después de que arrancaba
los últimos momentos de una de las cabeza de las víctimas, con el alimento
necesario para conseguir su fuerza de nuevo.

Las almas.

Frunció el ceño. Cada vez que hacía su maldito trabajo, recordaba lo que
era. Lo que siempre sería. Un demonio. Un comedor-de-almas.

13
Siglas de “Medical Examiner”, que significa médico forense.

16
El Club de las Excomulgadas
Mierda.

Esta noche, sin embargo, estaba encantado con pagar ese precio.

Excepto que no había nada allí. Ya era demasiado tarde. Porque una vez que el
aura se desvanecía, se quedaba sin una mierda de suerte.

Las primeras cinco víctimas habían sido un lavado, la policía humana había llegado
a los cuerpos y puesto a prueba la investigación, encontrado menos que nada. No
fue hasta que la víctima número seis fue descubierta diez días antes que uno de los
enlaces humanos del PEC había conseguido una pista y notificado a la División 6.

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En opinión de Doyle, el retraso se calificaba como una metida de pata de la agencia
más importante, pero por lo menos las cosas iban por buen camino ahora. La
jurisdicción había sido oficialmente cambiada, y ahora el caso caía bajo los
auspicios del Departamento de Seguridad Nacional… la agencia dentro de la cual
el brazo estadounidense de la Coalición de la Aplicación Preternatural existía como
una división fuera de los libros que sólo conocían los humanos en determinados
puestos clave.

Doyle miró el cadáver, ahora brillando con las duras luces puestas por los técnicos
de escena del crimen. El médico forense, Richard Erasmus Orión IV, se había
movido junto al cadáver y raspaba muestras de ceniza en frascos de vidrio, que
luego entregó a su asistente, Barnaby. La ceniza había estado en la escena del
crimen en los cuatro últimos lugares, su fuente aún no había sido identificada.
Posiblemente había estado en las primeras escenas, también, pero el cuerpo había
permanecido sin descubrir durante días, y las escenas habían sido contaminadas por
animales también y por el clima en el momento en que los técnicos habían llegado.

—Esto está muy jodido —dijo Tucker.

Doyle metió las manos en los bolsillos. —No es verdad.

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El Club de las Excomulgadas
—Claro como el infierno que se parece a un vampiro muerto —dijo Tucker,
entrecerrando los ojos al cuerpo.

—No es una limpia, sin embargo. Su garganta fue arrancada. La sangre ha


desaparecido.

—La navaja de Occam —dijo Barnaby con ojos de elfo reduciéndose a medida que
escribía en uno de los viales con una Sharpie.

— ¿De nuevo? —Tucker dijo.

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—La respuesta más sencilla suele ser correcta —dijo Orión sin molestarse en mirar
hacia arriba desde el cuerpo. El ME siempre había tenido un cuidado excepcional
de los organismos bajo su custodia, pero esta noche el examen fue más allá de uno
meticuloso. Es comprensible. Las víctimas eran humanas… y también lo era Orión.

Cuidadosamente raspó la suciedad de debajo de las uñas de la víctima con un vial,


después se lo entregó a Barnaby. —Como dijo Tucker, lo más sencillo, la reacción
instintiva es gritar que fue un vampiro. A pesar de que en este caso, la respuesta
simple puede no ser la correcta.

— ¿Ingenuo? —Tucker miró a Doyle y Orión. — ¿Acabas de insultarme?

Doyle hizo caso omiso de su pareja. — ¿Por qué no fueron vampiros? —hasta ese
momento Orión había retenido su informe formal, alegando que sus pruebas no
eran concluyentes. Si el ME finalmente tenía algo sólido, Doyle quería los detalles,
especialmente si el ME le estaba salvando a los chupasangre. A pesar de la línea del
partido sobre cómo la mayoría de los vampiros habían refrenado a su demonio,
Doyle sabía muy bien que en algunos sólo tomaba un poco de empuje para que su
fuerza demonio llegara al superficie. Y un vampiro con su demonio consolidado
era más que capaz de matar a siete humanos. O algo peor.

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El Club de las Excomulgadas
El médico forense no había respondido a la pregunta, así que Doyle lo presionó. —
¿Por qué no pudieron haber sido vampiros? —repitió.

—No he descartado a los vampiros —dijo Orión. Se levantó, se llevó las manos a
su espalda baja y se estiró, con su columna apareciendo mientras dejaba escapar un
suspiro bajo, agradecido, de alivio.

—Desafortunadamente, no puedo descartar nada —su voz era llana, pero su


frustración era tensa, hirviendo justo debajo de la superficie.

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— ¿Por qué diablos no?

—Debido a la evidencia en mi laboratorio, que no puede establecer conclusiones


firmes. Tengo un montón de muestras, y el ADN no me dice absolutamente nada.

Doyle miró a Tucker, que se encogió de hombros. — ¿Contaminado? —Doyle le


preguntó.

—No —dijo Orión. Después, —Tal vez. No es como nada que haya visto antes, y
después de quince años trabajando para el PEC, he visto muchas cosas.

—Bueno, ¿qué diablos estás viendo? —Doyle le preguntó.

—Estamos alcanzando algunas marcas que sugieren que es vampiro —dijo


Barnaby, mirando hacia arriba a los viales que estaba etiquetados. —Pero el resto es
un desastre. Como si fuera algo completamente distinto.

Doyle notó una expresión de suficiencia de los chicos y entrecerró los ojos. —
Tienes una teoría.

—Therians —dijo Barnaby en referencia a las especies amplias de weren, hombres


lobo incluidos, de weren-gatos y similares. Orión negó lentamente, como si

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El Club de las Excomulgadas
estuviera tanto divertido como exasperado con su protegido. —Los Therians no son
más queridos que los vampiros —dijo el forense.

— ¿Qué pasa con los rumores? —el elfo exigió. —Están por toda la calle de que
Gunnolf está detrás de todo esto.

Orión levantó un frasco de cenizas. —Esta es una prueba —dijo. —Los rumores no
son tales.

Barnaby se volvió hacia Doyle como si estuviera buscando un aliado. —Pero eso
tiene que ser, ¿verdad? ¿Gunnolf ha vuelto a las andadas?

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Doyle se quedó en silencio. Había oído los rumores, también, y no los descontaba.
Pero como el ME había dicho, los rumores no eran pruebas.

El elfo frunció el ceño. —No te entiendo. Quiero decir, tiene sentido, especialmente
después de que Gunnolf se retiró hace seis meses. Toda esa mierda de matar un
montón de seres humanos y hacer que apareciera que los vampiros habían
cometidos los hechos. La idea era hacer que la gente pensara que Tiberius no tenía
ningún control en su territorio, ¿no? —preguntó refiriéndose a los vampiros de
enlace para la Alianza y al gobernador del territorio de Los Ángeles. —Así que
todo esto es sólo que él está volviendo a intentarlo.

Doyle se tragó una maldición. Tratar de contener la información en el PEC era


como tratar de tener un rebaño de ninfas. —Gunnolf dio marcha atrás

— ¿Confías en que un hombre lobo mantenga su palabra? —Barnaby preguntó.

Doyle había sido salvado de encajar su punto por la llegada del equipo de
transporte, y Doyle y Tucker dieron un paso atrás mientras Orión y Barnaby
terminaban con el cuerpo y lo preparaban para el viaje a la División. El resto del
equipo forense pululaba en las proximidades… agentes capacitados en enfoque
humano para rastrear evidencias y expertos en búsqueda de los distintos
marcadores que indicaban la muerte por medios sobrenaturales. Doyle les dio su

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El Club de las Excomulgadas
tradicional mirada, recordándoles que si no querían terminar sus vidas con
determinados miembros apartados de sus cuerpos, tendrían que aplicar su 110 por
ciento.

Con el equipo suficientemente aterrorizado, él se apartó y miró alrededor del área,


como si una resolución rápida de ese lío pudiera encontrarse en la hierba o en los
árboles o en el suelo que componía el área dentro de la cinta de la escena del
crimen. Más allá de ese límite, los periodistas flotaban cerca de los uniformadas de
la PEC, que se mantenían de pie y rectos y trataban de parecer seres humanos.

Reconoció a una de las periodistas… una chica pequeña con el pelo corto y una

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recortada expresión de firme determinación. Estaba de pie pegada a la cinta y
movió su mano con su grabadora, e incluso sobre la cacofonía de la escena del
crimen, pudo oírla jurar contra el oficial que Ryan Doyle la conocía y al que no le
importaría hacerle un par de preguntas y ¿No podía por favor sólo dejarla pasar?

A pesar de sí mismo, Doyle sonrió. No tenía idea de quién era la maldita chica,
pero podía haber captado su nombre de alguna parte, y en realidad tenía las bolas
para tratar de convertir ese chisme en información en su provecho. Inteligente, pero
era una lástima que no tuviera nada de maldita suerte.

— ¿Quieres que me deshaga de ellos? —Tucker le preguntó, siguiendo la mirada de


Doyle a los espectadores. Él hizo crujir sus nudillos, y después movió el cuello,
imitando perfectamente a un boxeador preparándose para una pelea. —Puedo
enviarlos a todos por el camino de Disneyland. O con las narices en el muelle de
Santa Mónica. Que lo huelan un par de horas y luego se pregunten qué infiernos
están haciendo. ¿Y cuánto apuestas a que alguien publica algunas fotos de ellos
mientras tanto?

—Tentador— dijo Doyle porque usar el control mental de Tucker que parecía muy,
muy atractivo en ese momento. —Pero… oh jódeme.

— ¿Qué? —Tucker le preguntó luego se volvió en la dirección en que Doyle estaba


mirando y vio a la pareja caminando resueltamente hacia ellos. —Oh.

21
El Club de las Excomulgadas
—De él es de quien puedes deshacerte.

—Pensé que tú y Dragos habían encontrado su lugar feliz.

—Reconocí que no es una plaga que camine sobre la tierra —Doyle concedió sobre
el vampiro que una vez había llamado amigo. —Pero eso no significa que quiera
caminar con él por las margaritas, y te aseguro que no lo quiero en mi maldita
escena del crimen.

—Señores —la mujer con Dragos ni siquiera redujo su paso, sólo señaló para que se

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aproximaran hacia el cuerpo. Doyle no le envidió un vistazo a la víctima. Había
tenido sus dudas acerca de Sara Constantino cuando se conocieron, pero había
aprendido muy pronto que era una fiscal de primera categoría, aunque su
formación inicial había sido en la Oficina del Fiscal de Distrito, en lugar de dentro
de la División. Incluso si hubiera dudado en su gusto con los hombres.

Respecto a eso, sin embargo no le facilitaba tomar su mierda, y él llegó a su codo y


la hizo detenerse. Ella así lo hizo, levantando las cejas en pregunta. Su piel era
pálida, casi transparente, con el brillo etéreo de los años recién cumplidos. Su pelo
negro como el carbón estaba recogido en una coleta práctica, pero algunos
mechones se habían escapado y ahora se enroscaban alrededor de su rostro,
suavizando su expresión sin sentido.

Doyle se centró en Dragos, que se mantuvo de pie junto a su compañera. Sus


palabras, sin embargo, fueron para Sara. — ¿Me quieres decir cuando comenzaste a
arrastrar a tu amante a las escenas del crimen contigo? Que yo sepa, él no estaba
registrado en la División.

—Estás en lo cierto —respondió Dragos, con sus palabras planas y uniformes, pero
enmascarando un indicio fundamental de sorpresa.

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El Club de las Excomulgadas
Doyle quiso darle un puñetazo, y no porque el famoso temperamento de Doyle se
asomara, queriendo patearle el trasero y sacarle nombres. No, en lo que a Lucius
Dragos se refería, pegarle sólo parecía ser la mejor opción sobre la mesa.

Él tomó las riendas. —No estoy en el estado de ánimo para las veinte preguntas —
se enfrentó a Sara. — ¿Qué está pasando?

— ¿Qué piensas? —le espetó. —La división ya no manda más.

Él comenzó a preguntar de qué estaba hablando, pero no fue necesario. La


respuesta vino directamente hacia ellos… una niebla blanca a la deriva sobre la

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hierba de corte bajo, misteriosamente iluminada por la luna que aún no estaba
completa. Mientras Doyle miraba, la niebla pareció levantarse, después tomar
forma, con los suaves y oscuros bordes endureciéndose en la forma fuerte de un
antiguo maestro vampiro. Tiberius era alto y orgulloso, con su pelo tan negro como
sus ojos, y sus ojos tan negros como la noche. Se volvió hacia Doyle, después a
Tucker, y luego a Sara, y luego a Luke. Sólo cuando llegó al último le hizo
brevemente en gesto de reconocimiento.

—Mi señor —dijo Luke y junto a él, Sara inclinó la cabeza.

Doyle no lo hizo. Gobernador o no, Tiberius se había materializado en su escena


del crimen a la totalidad visión de los humanos, y esa mierda era peligrosa. Miró de
nuevo hacia el montón de periodistas, pero vio que cada uno estaba mirando a otra
parte, con su atención claramente desviada.

Doyle sintió de mala gana un tirón de respeto. Como de costumbre, Tiberius tenía
la situación con firmeza bajo control.

El gobernador no dijo nada, sino que pasó junto a Doyle hacia los técnicos que
seguían recorriendo la escena. A medida que el vampiro se acercaba, el equipo se
escabullía. El gobernador se detuvo a una distancia adecuada de la escena, y Doyle
tuvo que darse apoyo para no intervenir como un trasero y contaminar la zona.

23
El Club de las Excomulgadas
Luego Tiberius se volvió y sus ojos fueron muy fríos, como carbón encontrando a
Doyle en la oscuridad. — ¿Eres el investigador asignado a este asunto?

Doyle metió las manos en los bolsillos. —Sí.

Tiberius no se movió, pero su atención se centró en Sara. —Y tú eres la fiscal.

Ella se acercó a Doyle. —Lo soy.

—Diez días —dijo Tiberius con su voz tan fuerte como su expresión. —Espero
respuestas en diez días o rodarán cabezas.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 3

Rand apagó el motor de la Ducati y se echó hacia atrás, con los pies plantados en el
asfalto mientras equilibraba la moto y miraba a través de la calle, al complejo de
apartamentos de color verde vómito.

Jacob Yannew estaba allí. Apartamento 212, compartido con otros cinco Therians.
Una manada de residentes, a diferencia de Rand, que había elegido vivir solo,
vagar solo, cazar solo.

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En ese momento, Rand necesitaba a Jacob solo.

La pequeña mierda era la razón por la que Rand había vuelto a Los Ángeles. —El
diminuto demonio ha mantenido un perfil bajo —Gunnolf le había dicho —…pero
es él quien está diciendo mentiras detrás de mí de nuevo.

Rand tenía la intención de averiguar por qué.

Sacó su teléfono inteligente y abrió el archivo de Jacob que la asistente de Gunnolf


le había transmitido en el camino. Ya había aprendido de memoria las estadísticas
de su objetivo, pero pasó revista a la información de todas formas, la parte de la
acción mecánica era una rutina familiar. Uno cincuenta y siete metros de altura.
Cabello café-ratón. Con un ojo cerrado con cicatrices resultado de una pelea con
cuchillo dos años antes de que lo hubieran cambiado.

Jacob Yannew había vivido en la cuneta antes del cambio, y vivía allí todavía, sus
días estaban dedicados a mendigar en las esquinas de la ciudad ocupada, y sus
noches las pasaba recorriendo la ciudad, chupando licor en los diferentes reductos
Therian. Era un soplón conocido, no por encima del intercambio de información
que había aprendido de su compañero Therian con el PEC… al menos no tanto
como si el precio era justo.

Desafortunadamente, su condición de soplón iba de la mano con una reputación de

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El Club de las Excomulgadas
ser el que sabe. Había comenzado a difundir rumores sobre Gunnolf y los humanos
muertos, y porque era Jacob el que había hablado, los otros Therians le habían
creído y habían extendido los rumores.

Rand lo sabía mejor. Y lo que Rand quería saber era por qué Jacob había
comenzado a arrojar mentiras en primer lugar. Jacob no tenía motivos para guardar
rencor contra Gunnolf, no era que el alfa estuviera al tanto de todos modos. En la
mente de Rand, eso significaba que alguien estaba tirando de la cadena de Jacob.
Esa noche, Rand averiguaría quién.

Encuéntralo, resuelve el problema, y lárgate de LA.

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Miró su reloj y luego pasó la pierna bajándose de la moto mientras la aguja de los
minutos hacía clic en una posición perfectamente vertical, que marcaba las diez de
la noche. Esperó sesenta segundos, luego cruzó la calle al mismo tiempo que Jacob
salía del apartamento por la puerta principal a su viaje tarde en la noche para beber.
Se volvió hacia el norte hacia el cruce de la calle y al bar de la esquina que atendía a
los humanos, pero seguía siendo habitual que fuera la primera parada de Jacob.

Rand cayó un paso detrás de él, con su desprecio aumentando por su presa cuando
Jacob no notó su presencia. Un maldito hombre lobo y no captaba el olor de una
cola. Inútil hijo de puta.

Rand apretó el paso y alcanzó a Jacob a las afueras del bar. Mientras Jacob abría la
puerta, Rand se acercó por detrás y tomó el brazo libre de Jacob con un agarre de
hierro. Con la derecha, apretó la punta de su Ka-Bar en la parte baja de la espalda
del lobo.

—Jacob Yannew —dijo con facilidad. —Entra a mi oficina.

El pequeño weren se puso rígido, pero Rand lo empujó a través de la puerta. Jacob
podía forzarse a cambiar, la mayoría podría convocar a su lobo en cualquier
momento, con la luna sin estar llena no obstante.

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El Club de las Excomulgadas
Pero esto no era un bar Therian, y cambiar frente de los humanos no sería sólo
imprudente y estúpido, sino ilegal. Y Rand no creía que una comadreja como Jacob
tuviera las bolas para enfrentarse al sistema.

—Siéntate —gruñó empujando al weren en una cabina oscura. —Habla.

—Quiero un whisky —dijo Jacob, y Rand tuvo que sonreír. No era exactamente un
hueso duro, pero era algo.

—Quiero salir de este infierno —dijo Rand deslizándose fácilmente en el asiento de


enfrente. —Pero estoy aprendiendo a vivir con la decepción.

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El muy cabrón preparó un montón de flemas y la escupió en Rand. Se libró la cara,
que era bueno para la vida global de Jacob, y aterrizó en una mancha húmeda en su
cuello.

Rand se lo limpió, apartando los ojos de su presa.

— ¿Sabes quién soy?

—Sé que estás en mi cara.

—Estoy con Gunnolf —dijo él, y vio su rostro arrugarse. Y luego, casi
rápidamente, cambió de nuevo a un gruñido de indiferencia.

—Bien por ti— dijo Jacob. —Ahora lárgate de delante.

—Todavía no —se echó hacia atrás en la cabina, con su presa a través de él. —El
rumor de la calle es que tienes una boca grande.

Jacob no dijo nada.

Rand frunció el ceño ante la ironía. —Tal vez la palabra de la calle está mal.

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El Club de las Excomulgadas
—Que te jodan.

Rand se inclinó hacia adelante, apartando los ojos de Jacob. —Has estado
difundiendo rumores sobre Gunnolf y los humanos muertos. Quiero saber por qué.

—No sé de lo que estás hablando.

Rápido como el rayo, Rand levantó el pie de debajo de la mesa, después lo atascó
hacia adelante, cerrando la distancia entre ellos. Su talón golpeó la entrepierna de
Jacob, pero no suave, no hasta que no supiera a donde ir, y las pelotas

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insignificantes de Jacob fueron aplastadas bajo su talón.

Él mantuvo la presión y sonrió tranquilamente, los otros clientes del bar se


mantuvieron ajenos. —Habla —dijo.

—Vas a pagar por esto —se burló Jacob.

Rand movió sus talones, registrando un aumento del dolor en los ojos de Jacob. —
Tal vez— admitió. —Pero hoy no. Habla. O nunca te levantarás de nuevo. Es tu
elección—.

Jacob escupió sobre la mesa, pero eso fue sólo una postura. Efectivamente, frunció
el ceño a la mesa, luego levantó los ojos llenos de malicia oscura para encontrarse
con los de Rand. —Estás aullándole a las sombras, muchacho.

— ¿Lo hago?

—Yo no soy al que deseas.

—Entonces, ¿quién es?

—No lo sé.

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El Club de las Excomulgadas
Rand apretó su talón, y las uñas de Jacob se clavaron en la madera dura de la
cabina.

—Maldita sea, no lo sé. Es viejo. Es un weren. Olía como a humedad y musgo.


Sólo lo vi una vez. Supuse que era un Desterrado —dijo refiriéndose a los Therians
rechazados y obligados a vivir fuera de la forma oficial de comunidad weren,
despojados de sus privilegios junto con su dinero e incluso sus identidades.
Conocidos sólo como Desterrados, las criaturas tenían prohibido interactuar en
ninguna de las sociedades humanas o de las sombras, y cualquier Therian atrapado
interactuando con un Desterrado podría ser él mismo rechazado.

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Al parecer, esa posibilidad no molestaba a Jacob, que simplemente se encogió de
hombros. —El antiguo bastardo pagó muy bien.

— ¿Cuándo lo viste?

—Hace semanas. Arrojó un billete de cien en mi lata cuando estaba trabajando en


Hollywood. Me di cuenta porque ese tipo deja una impresión, y fue el único
Therian que vi ese día. Capté su olor, ya sabes.

— ¿Se quedó? ¿Habló contigo?

—Mierda no. Fue un mensaje escrito en el rostro de Ben. Grandes números negros
todos de graffiti, como en ese billete de cien dólares.

— ¿Qué número?

—De teléfono —Jacob lo recitó. —Dijo que era un teléfono público. Contesté
cuando me llamó. Me dijo lo que quería. Nunca lo vi después de eso.

— ¿Nombre?

—Por supuesto que no.

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El Club de las Excomulgadas
Rand lo consideró, con sus fosas nasales dilatándose al captar el aroma. Había
miedo y sudor, pero nada que sugiriera que Jacob estaba mintiendo. Teniendo en
cuenta que el pequeño weren valoraba sus testículos, Rand pensó que no correría el
riesgo de mentirle.

— ¿Por qué?

Jacob rodó uno de sus huesudos hombros. —Supuse que quería joder a Gunnolf.

Eso lo resume todo. Rand se inclinó hacia atrás, pero no movió el pie. — ¿Y tuvo
un olor de sangre en él? ¿Cuando dejó caer el de Ben Franklin en tu lata?

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— ¿Quieres decir si está matando humanos? No lo sé. No lo creo.

Rand ladeó la cabeza. — ¿Por qué no?

Jacob le miró fijamente a los ojos. —No era el olor de la sangre la que capté en él.
Era el olor de los vampiros.

Fue la revelación más interesante que Rand fue capaz de extraerle, a pesar de diez
minutos más de trituración de bolas en el interrogatorio. Interesante porque los
vampiros y los weren tendían a no mezclarse… al menos no a menos que la mezcla
fuera hecha con la lucha.

—Vete —dijo Rand finalmente, moviendo su bota al suelo. —Y no me dejes ver tu


cara de nuevo.

El rostro de Jacob se arrugó y Rand estaba seguro de que el pequeño weren se


estaba mordiendo de nuevo el deseo ardiente de disparar un chorro de insultos.
Sabiamente, Jacob mantuvo su boca cerrada, luego se fue por la puerta principal.

Rand esperó un momento y luego salió por la parte de atrás, ignorando el hosco
cuestionamiento de las miradas de los humanos que trabajaban en la cocina. Salió a
un callejón, y luego caminó lentamente hasta donde la calle se cruzaba. Se quedó

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El Club de las Excomulgadas
en las sombras, escuchando, y atrapó el sonido característico de las pisadas firmes
de Jacob avanzaba hacia él.

Contuvo el aliento, preparándose, y cuando el weren pasó, Rand dio un paso


silenciosamente hacia él, puso su mano izquierda sobre la boca de su presa, y tiró
del desleal, mentiroso de regreso a las sombras.

Jacob se tensó en sus brazos, como un hombre lobo convocando a su cambio.

Pero no hubo tiempo. El cuchillo de Rand ya estaba en su sien y con un rápido


empuje, lo llevó a casa.

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Jacob cayó al suelo, con un cabo suelto oportunamente atendido. Después Rand se
alejó, con la oscuridad tragándoselo.

No miró hacia atrás.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 4

No había nada notable sobre el Orlando. Un edificio pintado bajo un aburrido tono
gris, cubría dos locales comerciales en una zona al norte del Pico que había logrado
conservar su carácter de mala muerte a pesar de la bonanza económica a su
alrededor. La pintura estaba descascarillada en varios lugares, dejando al
descubierto la parte de abajo de estuco blanco, y las letras del letrero de neón
parpadeando, como si estuviera dando una desaprobación silenciosa.

La fea fachada era exactamente de la forma en que Lissa la querría, con el exterior

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poco atractivo con la intención de desalentar a cualquier persona que no fuera ya
consciente de la naturaleza del negocio en el interior.

La mayor parte funcionaba. Unos pocos humanos vagaban por ahí, adictos en
busca de una dosis, chicos de la universidad jugando a estar espabilados y frescos…
pero la mayor parte de los clientes entraban en las sombras, y entendían lo que
estaba siendo comerciado en el interior.

El edificio, una vez cavernoso se había dividido en secciones distintas, con la sala
principal dividida por la mitad por un arreglo estilo Art Deco que se arqueaba sobre
el escenario en forma de U, que separaba la zona de los bailarines de la barra de
madera de roble acentuados por una clara línea de taburetes de la barra retro. La
esquina norte del edificio había sido partida, luego se dividía en doce salas
pequeñas pero lujosas, cada una cuidadosamente diseñada para poner a los clientes
a gusto.

Las habitaciones del sótano eran más austeras, diseñadas para el sentido práctico y
no para el placer. Aun así, Lissa había dado grandes pasos para asegurarse de que
sus chicas se sintieran cómodas durante la extracción.

Después de todo, quería que sus empleados fueran felices, y quería que sus clientes,
incluso lo fueran más. Lo suficientemente contentos como para volver una y otra
vez. Al final, ella pensaba todo era un negocio… una transacción mutuamente

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El Club de las Excomulgadas
beneficiosa. Los bienes comerciales de algunas personas.

Algunos de los servicios objeto de comercio.

Lissa negociaba almas.

Teniendo en cuenta que ella era un súcubo, el hecho de que estuviera en el negocio
del comercio de las almas apenas era noticia de última hora. Pero como ella sabía,
ninguna otra súcubo había logrado comprar su manera de salir de la corte, el
tribunal de súcubos que era propiedad de un comerciante en particular. Y
ciertamente ninguna otra súcubo se las había arreglado para raspar y arañar su

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camino de ser dueña de una licencia, la fianza, y de la empresa de comercio de
almas más rentable.

Por otra parte, en la medida en que ella sabía, no había otra con las habilidades
particulares de Lissa… un regalo peligroso, y que ella vigilaba muy de cerca, y que
sólo utilizaba cuando tenía que hacerlo. Cuando era importante. Lo que inclinaba
la balanza a favor de sus chicas.

Lissa estaba ahora frente al cristal que cubría toda una pared de su oficina privada y
miraba hacia abajo a Anya, la última incorporación al club. Lissa se había
arriesgado más de lo habitual para conseguir a la chica, y sabía que lo haría de
nuevo si tuviera que hacerlo. La chica estaba pavoneando sus cosas con confianza,
con su encanto hacia arriba y trabajando su magia en los hombres con la boca
abierta de la mesa, que no querían nada más que tener a mano a Anya tanto su
dinero como sus almas.

Lissa recorrió a los cinco hombres más cercanos al escenario… dos para-demonios,
un genio, un weren y un vampiro. Descartó el vampiro y a los para-demonios
inmediatamente. Sus almas estaban enterradas muy profundamente, aferradas a la
parte más oscura del demonio. La semana de Anya había sido bastante estresante.
Esa noche necesitaba un éxito fácil. A un weren, decidió.

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El Club de las Excomulgadas
—Marco —dijo ella, hablando en el micrófono que daba a la oreja de su jefe de
seguridad. —Cuando todo esté listo, dile a Anya que la mesa tres es de ella. Las
habitaciones estarán disponibles cuando esté lista —echó otra mirada hacia la
chica. A pesar de su sonrisa, Lissa no pudo evitar notar la manera preocupada de
que sus ojos se precipitaban a la puerta principal.

Miedo. Anya tenía miedo de que él hubiera venido tras ella.

Lissa se estremeció, comprendiendo el miedo de la chica. Infiernos, la idea le hacía


temblar, también y una vez más se maldijo por no haber sido más cuidadosa. Se
dijo que no lamentaba haberla liberado de las garras del vil Priam, pero la verdad

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era que había dejado que su temperamento y su preocupación por Anya dictaran
sus acciones. Había mejores formas.

Formas más sutiles.

Formas que no podrían potencialmente volver para morderle el trasero.

Lo sabía, pero con Priam había ignorado su propio juicio. Le había dicho lo que
sabía acerca de él… y había exigido a la chica a cambio de su silencio.

Chantaje, puro y simple.

El juego no era nuevo para ella, a diferencia de sus compañeros, cuando Lissa
tomaba un pedazo de alma, también tomaba información. La capacidad venía tan
natural para ella como respirar, y cuando era más joven, había asumido que su don
no era diferente al de cualquier otra persona. Cuando se había dado cuenta de lo
equivocada que estaba, también se había dado cuenta de lo fácil que sería usar su
habilidad especial como una palanca para mover su mundo, para liberarse primero
de la corte, y luego para liberar a las otras chicas. Las chicas que estaban siendo
golpeadas por sus comerciantes u obligadas a tomar tantas almas, que habían
perdido la alegría que venía con capturar el alma y sentir una vergüenza tan fuerte
como el dolor entre sus piernas.

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El Club de las Excomulgadas
La vergüenza no debería estar dentro del territorio de un súcubo. Eran una especie
elevada, deseaban el mando y el respeto. Los súcubos habían tenido reyes y países
en esclavitud, y Lissa se había dedicado a liberarse y a las otras chicas del servicio
de los comerciantes que no entendían ese hecho básico.

Sus demandas se hacían siempre de manera anónima… y siempre en efectivo.


Nunca ofertaba a una chica mediante sostener información explosiva sobre la
cabeza de un comerciante. Pero tomaría dinero de sus distintas marcas, luego se
daría la vuelta y lo utilizaría para comprar la libertad para el mayor número de
chicas que pudiera.

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Con Priam, sin embargo, había usado lo que sabía sobre el comerciante en su
contra directamente, exigiendo a Anya a cambio de su silencio. Había sido una
estúpida, dejando que su temperamento cubriera su razón con su sombra… pero no
había podido evitarlo. No después de ver la forma en que había obligado a Anya a
tomar de un cliente allí mismo, en un estrado en medio de su club, mientras que
otros clientes pagaban por el privilegio de ver.

Una estupidez, una reacción instintiva que lamentaba profundamente. Pero había
funcionado. Priam había traspasado a Anya a Lissa, pero no lo había hecho feliz, y
ahora la chica tenía miedo de represalias. Eso no funcionaría. Lissa estaba
dispuesta a asumir el miedo de ambas. Anya merecía tener por fin paz.

Volvió a hablar por el micrófono. —Dile al equipo de E de la mesa tres que tiene
crédito completo en su cuenta, pero no para realizar la extracción—

En el suelo, vio a Marco tomar el auricular, inclinar su cabeza para mirarla.

—Dilo de nuevo, Gorrión.

—Quiero que Anya mantenga a tantas almas como pueda tomar— aclaró, sabiendo
de primera mano la sensación de paz que venía de absorber y retener una pieza de

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El Club de las Excomulgadas
buen tamaño de alma.

La confusión parpadeó en la cara de Marco, y Lissa entendía por qué.


Normalmente, una chica entretenía al cliente en la sala tomando, tirando trozos de
su alma a ella, mientras los hombres disfrutaban del placer de su compañía.

Más tarde se deslizarían hacia el sótano, donde el equipo E cuidadosamente


retiraría los fragmentos del alma, dejándola únicamente a la chica la alimentación
que la mantendría fuerte y casi inmortal. El cliente pagaría por el privilegio de
acostarse con una de las chicas, pero también tendría crédito de la casa por la
cantidad de alma en licitación.

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Luego Orlando vendería las almas en el mercado abierto, por lo general con un
buen beneficio.

Así, que Lissa le dijera a Marco no hacer que el equipo E realizara la extracción iba
totalmente en contra de su modelo de negocio. Pero en su favor, no le pidió una
explicación.

Orlando era suyo, y el trabajo de Marco era a hacer lo que ella le pedía, sin lugar a
dudas. Era un trabajo que hacía bien.

Hoy a Lissa no le importaba renunciar a algunos beneficios. Anya necesitaba ese


estímulo, ese empujón hacia la euforia, y si Lissa perdía algunos créditos en sus
ganancias y estado de pérdidas, que así fuera.

Mientras observaba el trabajo de Anya, Rhiana, la mejor amiga de Lissa y la chica


más mayor trabajando de planta, inclinó la cabeza hacia la zona oscura de la parte
delantera del club donde la gente tendía a hacer una pausa o se mezclaba antes de
decidirse a ir al bar o a las mesas por el escenario.

Lissa se asomó a la oscuridad y vio de inmediato lo que había preocupado a


Rhiana… dos grupos de hombres cabreados, de pie demasiado cerca para ser

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El Club de las Excomulgadas
amigos, la tensión entre ellos tan gruesa que podía sentirse aún desde su oficina.
Incluso tras el cristal.

Tres vampiros a punto de enfrentar a tres hombres lobo.

No, en su club, no lo harían.

Ella tomó la chaqueta del bastidor de bronce y marfil, y se la puso al cruzar la


puerta, taconeando en el suelo de madera pulida. Teniendo en cuenta que las
guerras de pandillas con frecuencia surgían entre los colmillos y los pelos, los
vampiros metiéndose en la cara de los hombres lobo no era algo bueno.

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En el momento en que llegó al nivel de club, Marco se había movido de su puesto a
unos pocos metros delante de los hombres. No interferiría, sabía que no debía
interferir nunca sin una señal específica, pero su presencia fue suficiente para que
los dos grupos rompieran alejándose. Bien.

Ella miró a su alrededor del club, asegurándose de que la tensión que se había
desatado en esa esquina no hubiera contaminado el ambiente general del lugar. Por
lo que ella podía decir, sin embargo, ninguno de los clientes se había dado cuenta
del problema en desarrollo.

Ninguno, es decir, menos uno.

Él estaba de pie a pocos metros del final de la barra, con el rostro parcialmente
iluminado por la tenue luz que se reflejaba en las botellas de licor que se alineaban
en los estantes de cristal detrás de la barra. Ángulos duros dominaban su rostro, con
la suavidad sólo alrededor de la boca. Su sonrisa debía ser deslumbrante
probablemente, pero la dureza de sus ojos sugería que no sonreía con frecuencia.

Su cuero cabelludo estaba afeitado, con su piel de color chocolate con leche. Y
salvo donde lo tocaba la luz, parecía fundirse con las sombras. Irradiaba misterio y
poder, y teniendo en cuenta los tipos de criaturas que frecuentaban su club, Lissa
tuvo que admitir que eso decía algo.

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El Club de las Excomulgadas
No tenía necesidad de preguntar, ella sabía que él era Therian. No había duda del
lobo en su interior. Estaba ahí, en la forma deliberada en que observaba la
habitación y en la musculosa gracia con la que se movía.
Como si él la sintiera mirándolo, se volvió. Sus ojos se encontraron con los suyos, y
vio a la bestia contenida mirándola con hambre bestial. Se quedó sin aliento,
luchando contra un remolcador placer sensual tan intenso e inesperado que tuvo
que apartar la mirada, y luego limpiar sus húmedas palmas en los pantalones de su
ropa.

La ira podía crear una debilidad en su interior que luchaba con una emoción

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secreta.

Era la naturaleza de un súcubo atraer, y con cada renacimiento, los súcubos eran
entrenados a no sentir lujuria. Un súcubo desea el alma, era su vida, su
alimentación, y su placer más intenso. Ella era un regalo para un hombre, pero era
su alma, no el hombre, lo que agitaba los placeres del súcubo.

Eso al menos, suele ser cierto. En ese momento, sin embargo, era el hombre mismo
quien estaba presionando los botones de Lissa. Y eso hacía al hombre lobo tanto
intrigante como peligroso.

Lissa nunca había evitado los peligros, y ahora levantó la barbilla, con la intención
de encontrar su mirada con la suya propia. Del tipo de regresar con toda la fuerza
de su naturaleza y dirigida para poner a un hombre de rodillas.

Él se fue.

Ella frunció el ceño, con su inesperada ausencia tan preocupante como su presencia
lo había sido.

Intelectualmente, sabía que algunos hombres eran inmunes a la pátina de los


súcubos, pero nunca había conocido a un hombre así, al menos no que ella
recordara. Por lo demás, no había razón para pensar que ese hombre fuera

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El Club de las Excomulgadas
impermeable. Ella no estaba lo suficientemente cerca de él para tener algún tipo de
efecto real, y ni siquiera había intentado pasar encima con sus encantos.

Pero él la había mirado como si hubiera metido el acelerador a fondo… y después


se había alejado.

Ella no quería conocer a un hombre que podría alejarse de ella a pesar de ese calor.

Un hombre como ése era peligroso. Un hombre así podía arrebatarle el correcto
control de las manos.

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Dio unos golpecitos con el dedo en la parte trasera de una silla, deshecha por un
deseo repentino de un cigarrillo, por no hablar de la necesidad de darse la vuelta y
mirarlo.

No.

Tenía un millón de cosas que hacer en su oficina, y ahora era un momento tan
bueno como cualquier otro para iniciarlas.

Determinada, se volvió con la intención de subir las escaleras. En su lugar se


encontró sólo a unos centímetros de él. Se quedó sin aliento, respirando el olor de
él, oscuro, a madera y totalmente masculino.

—Bonito lugar —dijo él mirando sólo a ella.

—Nos esforzamos por mantener a los clientes satisfechos.

Él dio un paso más cerca. — ¿Nos?

Su respiración se atoró mientras él inclinaba la cabeza hacia un lado en ángulo para


mejorar la salvaje calidad que se aferraba a él. Él estaba mirando a su presa. Como
una conquista. Pero ella no era un premio que se ganaba. Ya no. Nunca más.

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El Club de las Excomulgadas
—Tu guardia manejó bien la situación.

Por un momento, ella no entendió, después se dio cuenta que estaba hablando de
Marco desviando la pelea vampiro/hombre lobo. — ¿Amigos tuyos?

—No.

Ella levantó una ceja. —Así que no viniste a cuidar cachorros. ¿Tal vez estás aquí
por la hora feliz?

—Eso depende de lo feliz que me hagas.

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Ella hizo caso omiso de la forma en que sus palabras funcionaron en ella,
pasándole por encima como miel caliente, como llena de dulces promesas. En su
lugar, se obligó a llevarlas a su valor nominal.

Él era un cliente y estaba en su club, y lo que quería era perfectamente claro.


Estaban negociando, y ella podía manejarlo.

Con un gesto amplio, puso su dedo. —Deja que te lleve alrededor. Estoy segura de
que podemos encontrar a una chica que te guste.

Dio un paso, pero él la detuvo, con su mano cerrándose encima de su antebrazo. El


shock de su toque rebotó a través de ella, y se tomó un segundo para ajustar su
expresión antes de volverse hacia él.

—Yo ya estoy complacido —una vez más, sus ojos la tomaron. Esta vez, sin
embargo, viajaron lentamente inspeccionándola tan íntimamente como una caricia.
La mirada caliente se movió por encima de sus senos, lenta, muy lentamente, hasta
sus muslos.

Lissa forzó a su voz a mantenerse estable, decidida a mantener una actitud


profesional.

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El Club de las Excomulgadas
—Me siento halagada, pero yo soy la dueña.

—Sí.

—Tengo una clientela muy limitada.

— ¿En serio?

Él no lo estaba haciendo fácil. Por lo demás, ella no era fácil. Sus muslos se
estremecieron a la espera de algo que no iba a pasar y sintió una gota de sudor

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escurriendo de la parte trasera de su cuello. La alcanzó a limpiar con los dedos
pasando sobre la cicatriz de un cuarto de tamaño justo debajo de la línea de su
cabello, un recordatorio de que en Orlando, ella era la encargada.

Ella enderezó sus hombros. —Tenemos normas, ¿Sr…?

—Rand. Vincent Rand. Y las normas pueden cambiar. Es tu club. Eso es un


beneficio de ser la jefa. Puedes hacer lo que quieras

Él tenía razón. Pero no. Absolutamente no. Y no porque fuera un mal precedente,
y no porque tuviera otro compromiso con un cliente previsto, no lo haría.

No, ella lo estaba rechazando por la forma en que él la hacía sentir.

Sólo por estar cerca de él era como acercarse a una valla de carga eléctrica, como si
su cuerpo pudiera sentir el zumbido del poder, incluso antes de que lo tocara. Él era
tan peligroso como esa cerca, también.
Al tocarlo, ella no sería capaz de dejarlo ir. Se agarraría a él, y su calor le quemaría
directamente.

Eso era lujuria, así de simple, y eso no era aceptable. ¿Y qué si él la miraba con
calor en los ojos? ¿Qué hombre no lo hacía? Por supuesto que la deseaba… su
naturaleza, su razón de ser, sería un objeto de deseo para los hombres. Pero eso no

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El Club de las Excomulgadas
significaba que tuviera que cumplir esos deseos, no cuando otra de sus chicas
serviría a ese propósito bien.

—Estoy haciendo lo que quiero, Sr. Rand— dijo con firmeza. —Vamos a buscar a
otra mujer.

La sorpresa cruzó su rostro, y sintió la emoción de una pequeña victoria. Al parecer


era un hombre acostumbrado a conseguir lo que pedía.

—Te desea a ti —dijo y ella luchó contra una sobrecarga inesperada de placer.

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— ¿Y si yo no te deseo?

Él se llevó una mano a su pecho. —Creo que me partirías el corazón.

Con su sonrisa más seductora en los labios, se inclinó y acarició su mejilla. —


Supongo que tendrás que aprender a vivir con la decepción.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo
Capítulo 5

Lissa empujó al hombre lobo de su mente mientras caminaba a través de la sala,


dando la vuelta al mar de mesas, saludando y besando a modo de saludo, dando a
sus chicas una sonrisa de ánimo cuando pasaba, y mirando en los rincones oscuros.

Se dijo que ella no lo estaba buscando, estaba simplemente confirmando que todo
estaba bien.

Cualquier tensión creciente entre su clientela había sido firmemente aplastada.

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Era pensó, la primera vez que se decía una mentira total.

Frustrada con ella misma, atravesó el centro de la sala hacia las escaleras que
conducían a su oficina. Estaba pasando el escenario cuando oyó un grito agudo, y
se volvió para ver a Anya sentada rígidamente en el regazo de un cliente, con el
rostro pálido y sus ojos tan amplios como un animal capturado en la caza. No por
el weren que la sostenía, sino debido a lo que la chica estaba mirando a través de la
habitación.

Priam.

El para-demonio acechaba hacia ellos, con su enorme cuerpo cortando un camino a


través de la multitud. Su color gris plateado destacaba en picos lacados que
parecían tan fuertes e indomables como el mosaico de escamas que cubría su rostro.
Tenía una nariz plana, como una serpiente, y su nariz temblaba mientras señalaba
con un dedo largo y huesudo a Lissa, y luego sonreía, mostrando los dientes
afilados, grises. —Tú y yo, muchacha. Tenemos que hablar.

—No tengo nada que decirte —dijo ella dando un paso más y obligándose a mirar
hacia arriba y mirarlo a los ojos.

—Oh, hablarás conmigo —dijo. —Vamos a tener una pequeña charla agradable.

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El Club de las Excomulgadas
Desde las sombras, Rand vio como Lissa levantaba la barbilla y se ponía rígida en
la cara del demonio lagarto.

Lissa. Había aprendido su nombre de una tarjeta de negocios cerca de la entrada, y


no había duda de su calidad de propietaria del club.

Había entrado en Orlando sólo para tomar un trago y despejar su cabeza. Había
seguido el teléfono público que el Desterrado misterioso de Jacob había utilizado en
ese barrio, pero la pista había sido un callejón sin salida. El teléfono no le
proporcionaría ninguna nueva información, no había olor qué seguir, y ninguno de

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los vagabundos cerca tenía nada útil que decir.

Había visto el club, captado la esencia de esos en las sombras, y dado un paso al
interior con el objetivo de encontrar whisky y un momento de paz para reunir sus
pensamientos. Una mirada a Lissa, sin embargo, y supo que la paz estaría un largo
tiempo alejada.

Todavía podía sentir las ondas de shock por el golpe sensual a sus intestinos que lo
habían golpeado en el primer momento en que la había visto. Un golpe que se
había establecido bajo y duro mientras había hablado con ella. Su voz había
jugueteado con él, y aunque había tenido cuidado de no revelar nada, había
captado la esencia de su deseo, y se había ido directamente a su pene.
Ella era exquisita, con el pelo dorado y ojos color azul, del color de las cortinas
favoritas de la tía Estelle. Su vida había sido el asfalto y el camuflaje, no azules y
dorados, y quiso estar allí y simplemente mirarla.

Se comportaba con una actitud de mando, a cargo del aire que llenaba el lugar. Él
sabía eso, porque ella le había quitado el aliento.

Había tenido su parte de mujeres exquisitas. Mujeres exóticas en todo el mundo,


algunas humanas, otras no. Las mujeres que había conocido en bares, que lo
habían mirado con lujuria en sus ojos, y las había atraído hacia él, cediendo a la
necesidad de un animal de costumbres.

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El Club de las Excomulgadas
Las mujeres, a pesar de su belleza, no habían hecho nada por él. Lissa sí.

A las otras mujeres las había tomado porque había querido echar un polvo, y
cualquier chica funcionaría.

Con Lissa, él la deseaba. Y el hecho de que no la tenía correctamente, estaba entre


las frustraciones más grandes de su vida.

Sus dedos se morían de ganas de tocarla. De quitarle la ropa y verla desnuda. De


unirse a sí mismo a su persona.

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Un truco. Sólo un truco.

Ninguna parte de lo que sentía era real… nada más que por la forma en que se
había puesto duro.

Pero la simple realidad era que había sido azotado por un súcubo. Ella lo había
engañado en la red de su hechizo y él se había tambaleado. Sabía eso, estaba
completamente seguro de ello. Pero en ese momento, le importaba una mierda.
Llevaría a la mujer a la cama por mucho menos que eso, y cualquiera que fuera la
causa, la deseaba. La ansiaba. Quería su aroma por todo su cuerpo, y el de él sobre
ella. Quería jugar con su carne y aumentar su deseo, llevándola a la orilla para
luego verla estallar.

No ahora, sin embargo. No aquí.

Su rechazo podría haberlo decepcionado, pero al final tuvo que estar agradecido.
Había ido a Los Ángeles por una sola razón: para averiguar quién estaba culpando
a Gunnolf por matar seres humanos. Y por qué.

Aún tenía trabajo que hacer.

—Te ves como un hombre con algo en mente.

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El Club de las Excomulgadas
Una muchacha estaba de pie delante de él sosteniendo una bandeja con dos vasos
vacíos. Igual que la chica de la puerta de entrada, ésta no era un súcubo. La miró,
con su mente siguiendo en su propósito esa noche.

— ¿Quieres una toma? —deslizó la bandeja sobre una mesa, luego sacó un
pequeño PDA. —Jayla tiene una hora libre, y es excepcional en hacer a los
hombres olvidar sus problemas. Al menos por un rato.

—No —sacudió la cabeza, y luego dio un paso adelante, obligándola a volverse


para salir de su camino. —No estoy interesado.

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Excepto que él lo estaba...
No en Jayla, sino en Lissa. En ella, él estaba malditamente interesado.

La camarera sonrió, como si supiera un secreto que él no. —Cuando cambies de


opinión, ven a buscarme. Te haré un lugar —no esperó su respuesta, sólo dio un
paso atrás y se fundió en la multitud.

Él se movió, con el pensamiento de Lissa atrayéndolo, lo que le inquietaba. En el


interior, el lobo se rompía y se estremecía, deseándola.

Se puso de pie en frente del hombre lagarto, con su cuerpo erguido y su expresión
de protección y decisión. La tensión entre ellos se arqueó, y su rostro tenso,
enmascaró su furia.

No es tu problema.

Rand tenía bastante en su plato sin preocuparse por los intereses comerciales de un
súcubo. Tenía que irse. Tenía que saber qué Desterrados estaban al acecho
alrededor de Los Ángeles. Necesitaba ponerse en contacto con su jefe local y reunir
a un equipo de calle.

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El Club de las Excomulgadas
Salió de las sombras y se dirigió hacia la puerta, pasando lo suficientemente cerca
para retomar el hilo de su conversación.

—Debería arrastrar a tu pequeña Anya directamente fuera de aquí —el lagarto


estaba diciendo. —No puedes mantener lo que te llevaste con engaños.

Los ojos de Lissa brillaron peligrosamente. —Ten cuidado con lo que insinúas.

—Yo no insinúo nada —dijo el lagarto.

—Aparentemente no, ya que no tengo ni idea de lo que estás hablando —dijo Lissa

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con valentía, pero Rand sabía que estaba mintiendo. Como obviamente, hacía el
hombre lagarto.

Rand se tensó, con sus músculos en estado de alerta. Miró a su alrededor,


preguntándose dónde infiernos estaba su fuerza de seguridad. Había visto a varios
deambulando por las habitaciones, cuidado de pequeños problemas, con sus negras
camisetas con estampados en blanco de SEGURIDAD haciéndolos difícil pasar
por alto, pero ni uno estaba cerca ahora.

¿Qué mierdas?

Se dijo que no era su problema. Tenía que seguir caminando. No era de seguridad,
y la mujer no era su responsabilidad. Pero se quedó clavado en el suelo, con su
cuerpo negándose a aceptar sus órdenes racionales.

—Sabes muy bien de qué hablo, perra insoportable —el lagarto se tambaleó hacia
adelante, con el rostro contraído, con la mano yendo a su hombro.

Maldita sea.

En un instante, Rand estuvo a su lado, con sus acciones impulsadas por la furia
humana tanto como por el lobo en su interior. Puso un brazo alrededor del cuello
de la lagartija, cortándole el aire. Al mismo tiempo, utilizó su otra mano para

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El Club de las Excomulgadas
agarrar el brazo de la criatura, doblándoselo del hombro de Lissa y girándolo en la
espalda del reptil viscoso.

Luego se inclinó y le susurró al oído del bastardo. —Le sugiero que mantenga las
manos quietas.

Y fue entonces cuando lo oyó, el suave clic de un percutor siendo sacado. Y


después de eso, sintió la presión en frío de un cañón de acero estampando su firma
en contra de su sien.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 6

—Déjalo ir —dijo Lissa. Sostenía el arma firmemente, aliviada de que no se


moviera.

Priam la había asustado, pero siempre y cuando no lo dejara notar, podría aún salir
de eso vencedora.

Rand no obedeció. En lugar de eso volvió la cabeza, ignorando el cañón que había
presionado contra su cráneo, y la miró con los ojos calientes y constantes.

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—Es mi lugar —dijo ella. —Y nadie saca esa mierda de mi lugar, a menos que yo lo
diga. Nadie, excepto yo.

Por un momento, él no hizo nada. Después soltó a Priam, empujando al para-


demonio adelante mientras dejaba caer sus brazos, lo que sugería que el
comerciante reptil era poco más que basura.

Lo era, pensó Lissa, con una evaluación astuta.

Priam volvió a lanzarse hacia el hombre lobo, pero ella cambió el arma más rápido
de lo que él se movió. —Ni siquiera pienses en ello.

Él para-demonio se congeló, con su cara ya fea horrible ahora que la rabia y la


vergüenza lo inundaban. Alrededor de ellos, los clientes del club miraban,
susurrando entre sí. Algunos con miedo, algunos desconfiados, algunos
simplemente disfrutando del espectáculo.

—Lo siento si he interrumpido tu pequeña fiesta —dijo Rand con sus palabras
planas. No se había movido cuando Priam había saltado hacia él, y ahora la miraba
solamente con el mismo calor que había mirado antes. —Pensé que necesitabas
ayuda.

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El Club de las Excomulgadas
—No— le espetó ella, y luego señaló a Marco que estuvo a su lado en
segundos. A diferencia de Rand, él sabía que no debía hacer nada hasta que ella
hiciera una señal para pedir ayuda. Ella bajó el arma de fuego en silencio pasando
la responsabilidad del para-demonio a su jefe de seguridad.

—Escolta a Priam a mi oficina. Podemos terminar nuestra conversación allí.

—Por supuesto —el fornido troll asintió a Priam. —Muévete.

Tan pronto como él para-demonio se fue, ella se relajó. Por unos momentos, al
menos, podía pensar. También podría intentarlo. Rand estaba jugando con su

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cabeza, también, aunque en una forma totalmente diferente.

Bajó la mirada hacia el arma. —Las balas no pueden hacerme daño.

Ella levantó una ceja. —Estas son balas mágicas —sus ojos se abrieron, y ella se
rió, sorprendida por lo encantada que estaba por haberse ganado su reacción. —
Bueno, no son mágicas —reconoció ella. —Fueron hechas especialmente. Balas de
madera cubiertas de plata pura. Matan a la mayoría de los Therians y a todos los
vampiros, y hacen un daño significativo a todos los demás.

—Astuto. ¿Pensaste en eso?

—Lo creas o no, hay un cerebro en la rubia.

—Lo creo —su mirada se mantuvo estable, su atención haciendo que ella se sintiera
caliente y necesitada, de la forma en que se sentía cuando una primera alma se
deslizaba libre y comenzaba a brincar a su alrededor.

—Tienes que irte.

Él no hizo ningún movimiento hacia la puerta.

Ella suspiró. —Está bien. Quédate. Pide una bebida. Prueba un aperitivo. Pero saca

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El Club de las Excomulgadas
ese tipo de mierda de nuevo y verás que ya no serás bienvenido a través de las
puertas delanteras —ella dio una fría sonrisa. —Voy a lamentar la pérdida potencial
de ganancias, pero finalmente lo superaré.

— ¿Pero me gustaría?

Ella contuvo una sonrisa. —De acuerdo. Bien. Gracias por venir a Orlando —las
palabras sonaban estúpidas, y luchó con una mueca de dolor. —Disfruta el resto de
la noche.

Había cosas más urgentes para que ella ocupara su atención en un hombre que

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podía torcer lo que estaba alrededor de ella, haciéndole sentir la fiebre del mismo
deseo que los hombres sentían a su alrededor. Haciéndola perder el sentido y la
razón de la forma en que ellos se sentían cuando estaban en sus brazos.

Comenzó a moverse hacia las escaleras, se detuvo en la base, luchando contra el


impulso de darse la vuelta y mirarlo por última vez. Reunió su fuerza, mantuvo su
enfoque y se marchó con propósito por las escaleras hacia la puerta de su oficina.

En el umbral, titubeó, tratando de decidir cómo iba a jugar eso.

Había cometido un gran error cuando había mostrado su mano con Priam, pero él
no podía posiblemente saber que ella había conseguido su conocimiento acerca de
él de la cabeza de otro cliente. Ese secreto se debería mantener enterrado.

Él estaba más molesto de que hubiera jugado la carta del chantaje, pero podría
manejarlo enojado. Priam tenía mucho que perder también, y un montón de
secretos que quería mantener enterrados.

Eso al menos, hacía todo eso más una negociación y menos un baño de sangre.

Esperaba.

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El Club de las Excomulgadas
Envalentonada, abrió la puerta, e inmediatamente corrió hacia Priam, empujando a
Marco. Su jefe de seguridad no se lo impidió, Marco entendía las reglas.

—Siéntate —le dijo a Priam, señalando una silla.

Él no se sentó, pero se movió a la silla y se paró junto a ella.

Ella hizo como que no le importaba. —Gracias, Marco. Eso es todo.

Él asintió, cerrando la puerta de la oficina firmemente detrás de él.


Lissa se acercó a la ventana con todo el club detrás de ella. Su club.

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—Tenemos mucho de qué hablar —dijo él.

—No tenemos nada de qué hablar. Jódeme, y le diré al PEC exactamente lo que sé.
¿Crees que tu licencia se mantendrá cuando se enteren de lo que has estado
haciendo? ¿Qué has estado sacando almas completas lejos para comerciar en el
mercado negro? ¿Qué has atraído humanos sin saberlo a tu club y tomado sus
almas también?

—Tú mantendrás la nariz fuera de mis asuntos, chica.

Ella luchó contra el impulso de lamerse los labios repentinamente secos. —


Mientras que estés dañando a tus chicas, vas a tener que lidiar conmigo pisando tu
trasero.

—No —dijo él con voz tan baja, calmada y segura que Lissa se puso a temblar. —
Las cosas han cambiado desde ayer.

Con enorme esfuerzo, ella se quedó con la cara pasiva, pero su pulso palpitaba en
contra de la cicatriz en su cuello, como si fuera un recordatorio. Una cicatriz que
había sido una marca, marcada como una de la corte. — ¿Qué cosas?

—Tal vez voy a ser el que irá al PEC. Creo que estarían muy intrigados por tu

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El Club de las Excomulgadas
operación.

—Adelante —dijo ella. —Ojo por ojo. Tú les dices de mí, y yo les digo de ti. Estoy
salvando a chicas abusadas. Tú estás robando todas las almas humanas. ¿Quién
crees que va a terminar en su punto de mira?

Sus labios se hicieron atrás en una parodia de sonrisa. —No entiendes. No es el


hecho de que tengas un esquema ordenado de un pequeño chantaje lo que atraerá
al PEC. Es la forma de conseguir tu información en primer lugar.

El aire de la habitación se espesó. No reacciones. No hagas nada. Sólo juega el juego.

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Ella lo miró, con su mirada tan firme como su respiración. —Ya te lo dije. Supe de
ti de una fuente.

Sus labios se fruncieron en una mueca de desprecio. —Robaste la información—


dijo. —Directo de la fuente de su cabeza.

—No seas absurdo —él no podía saber eso. ¿Cómo podía saber eso?
Pero lo hacía. De alguna manera, había descubierto su secreto.

Su boca se había vuelto completamente seca, y sus dedos temblaban, deseó llegar al
arma que se había enfundado en su chaqueta. Para que ese problema desapareciera.
Pero eso sería un problema para veinte años de comercio, y tanto como ella quería
al hijo de puta muerto, no estaba tan desesperada.

Se acercó, con una expresión llena de amenazas. —Ni se te ocurra mentirme —dijo
él— Te conozco, Lissa —la miró a los ojos, con oscuro propósito— Te conozco.
Elizabeth.

Respira, maldita sea, respira. Pero no podía. Sus pulmones simplemente no estaban
cooperando.

—Creo que te ves mejor de rubia —dijo casualmente. —Aunque el pelo negro

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El Club de las Excomulgadas
carbón contra tu blanca piel solía poner a los hombres de la corte sobre sus rodillas.
Solían mendigar por un momento contigo. Ni siquiera sexo. Sólo un momento.
¿Sabías eso? ¿Te acuerdas?

Ella se quedó en silencio, asqueada por la realidad que estaba poniendo al frente de
ella. Ella había vivido una vez en la corte de Priam. Una vez había sido una de las chicas que
él había usado y había sido víctima de sus abusos.

Aunque el esfuerzo le costó, levantó la barbilla. —Incluso si lo que estás diciendo es


verdad, eso fue hace toda una vida, quizás más de una. No tiene nada que ver con
la actualidad.

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Él no le hizo caso. —Ellos tienen formas, ya sabes. Formas de probar. Maneras de
encontrar qué tipo de dones tienes. ¿Es eso lo que quieres, Elizabeth?

—No sé de lo que estás hablando.

—Por supuesto que sí —él se movió a la ventana y se quedó mirando el club que
tanto apreciaba. —Has creado un establecimiento muy bueno aquí, hija mía. Me
gusta pensar que tal vez un poco de mi visión para los negocios se te contagió,
aunque sólo fuera subliminalmente.

—Si me contagiaste en absoluto, voy a tener que tomar un baño de ácido para
eliminar simplemente el lodo.

—Ay —se volvió hacia ella. —No es tu mejor contestación. ¿Tal vez te he sacudido
más de lo que quieres admitir?

Ella no dijo nada.

—No me di cuenta de que eras tú —dijo él. —Ahora que es tan obvio, me siento
como un tonto. Durante años hemos estado trabajando en la misma ciudad, y por
años has estado a la caza furtiva de chicas de otros operadores en todo el mundo.
Ni siquiera le había dado un pensamiento hasta que llegaste curioseando por Anya

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El Club de las Excomulgadas
—echó la cabeza hacia un lado, como si examinara una pintura.

—Cuando entraste a mi oficina ayer, algo me pareció familiar. Nada concreto, sin
embargo. No entonces. Pero sabías mis secretos, y no pude encontrar la forma en
que lo hiciste. Verás, comparto muy poco con mis socios de negocios, y son leales a
un fallo. Saben que el castigo para los labios sueltos es que su propio barco se
hunda.

—Debe ser muy divertido trabajar contigo.

—Entonces, ¿cómo pudiste haber sabido acerca de mi operación? —continuó. —

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Honestamente, no tenía ni idea. Pero te podía imaginar de pie delante de mí, con
tus ojos azules brillantes como el hielo del Ártico. Eso fue lo que lo hizo, sabes. No
pude quitarme la imagen. Esos ojos, Elizabeth. Esos ojos.

Ella tragó con comprensión. Con cada vida, un súcubo nacía en un cuerpo nuevo.
Su mirada cambiaría… la forma de su cara, el color de su pelo. Pero sus ojos
siempre serían los mismos. Incluso su nombre lo seguiría a través de sus vidas, con
los guardianes de la niebla del nacimiento asegurándose de que el nombre siguiera
la esencia. Había, después de todo, poder en un nombre.

Ella había abandonado su nombre. En algún lugar del camino, había abandonado a
Elizabeth por Lissa. ¿Cuándo? ¿Por qué?

Ella lo había echado a un lado. En ese momento, su nombre era irrelevante. —Así
que me conociste— dijo. — ¿Y qué?

Sabía lo que él iba a decir. Él sabía su secreto, lo había sabido por vidas. Pero ella
tenía que escuchar las palabras. Cuando las dijo, sin embargo, no sintió ninguna
sensación de alivio o reducción de la presión empujándose en su contra. Había
pensado que sería capaz de dar un paso atrás y evaluar de una vez todas las cartas
que estaban firmemente sobre la mesa. Había hecho mal.

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El Club de las Excomulgadas
Sé cómo tomas tus secretos, Elizabeth, le había dicho. Lo sé, porque solías tomarlos de mí.
De nosotros.

Lo que él le había dicho la disgustaba, pero no había sentido en negarlo. Él deseaba


eso. Que ella huyera con miedo. No quería darle la satisfacción. —Si consigues que
la PEC hurgue en mi negocio, te aseguro que te devolveré el favor —había estado
bastante nervioso ante la posibilidad de darle a su Anya. Tal vez aún estaba lo
suficientemente nervioso para negociar.

—No harás eso —dijo él, con la leve sonrisa que sugería la victoria.

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Ella se quedó quieta, no dispuesta a mostrar su derrota a pesar de que sabía muy
bien que había perdido.

—Tienes mucho que perder —continuó él, como si la decisión no hubiera sido
hecha para ella. Apretó palmas de las manos sobre el escritorio y se inclinó. —
Todas las chicas que has intentado muy duro proteger, por ejemplo —su aliento
olía a pescado muerto y leche agria, y ella apartó la cabeza, tratando de no vomitar.

— ¿Crees que el PEC sólo te soltará? —apretó él. — ¿Crees que va a permitirte
mantener este club? Si tienes suerte, serás ejecutada… eso no es un castigo para los
de tu tipo. ¿Y si no tienes mala suerte...? —su voz se fue apagando con un
encogimiento de hombros. —Estoy seguro de que la PEC podría tener a alguien
con tu talento para usarlo. Y estoy seguro de que a cambio de tus servicios podrás
conseguir una manta en tu celda.

Él tenía razón, y ella movió su mano a su cintura, lejos de la pistola, y presionadas


en su escritorio. Después lo miró, sin molestarse en ocultar la repugnancia que
sentía. — ¿Qué quieres?

—Necesito que hagas algo por mí —sonrió fríamente, dejando al descubierto las
filas de afilados dientes. —Por los viejos tiempos.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 7

— ¿Quieres decirme por qué estoy aquí? —preguntó Sara, con los brazos cruzados
mientras miraba de Doyle a Tucker. El callejón detrás del bar humano olía a orines
y a comida podrida, y hasta ahora el para-demonio no le había dado explicaciones.
Como fiscal, Sara no solía visitar las escenas del crimen, y su presencia en las
escenas de los últimos dos muertos humanos reflejaban la seriedad con que la
División estaba tomando esa investigación. Tiberius incluso autorizó el uso de una
vidente de la Alianza, pero la criatura no había podido encontrar ninguna otra
prueba que la División hubiera encontrado.

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Ahora, sin embargo, no estaba mirando un humano muerto. En su lugar, estaba
viendo a un weren muerto. Más específicamente, estaba mirando una sección vacía
de hormigón donde un weren muerto había estado hasta que los técnicos habían
acarreado su cuerpo a la morgue de la División.

Doyle podía ser un dolor a veces, pero no era tonto. Si había arrastrado a Sara, y a
Luke, de Beverly Hills a Sun Valley, había una razón.

—Lo que quiero —dijo Doyle —Es saber por qué está aquí —el investigador
levantó la cabeza hacia Luke, como si Sara necesitara la interpretación. Ella sabía
por qué Doyle estaba enojado.

Sinceramente, ella estaba un poco enfadada, también.

— ¿Por qué piensas tú? Has oído Tiberius. Quiere respuestas, y nombró a Luke
como el enlace de la Alianza para la investigación.

Doyle miró a Luke. —No es divertido.

—Los humanos están muriendo, Doyle —dijo Luke. —Tiberius está preocupado.

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El Club de las Excomulgadas
—A Tiberius le preocupa que si los humanos siguen muriendo, va a parecer como
si no tuviera el control de su territorio.

Sara dio un paso hacia Doyle. —Olvídate de la maldita política. Lo que Luke dice
es correcto. Los humanos están muriendo, y cualesquiera que sean sus motivos,
Tiberius no quiere más muertes humanas en la lista de la PEC. Ni yo —añadió en
silencio desafiando a que Doyle la contradijera.

No lo hizo. Doyle sabía muy bien que ella no tenía ni siquiera un año de distancia
de haber sido humana.

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Por un embarazoso momento, nadie habló. Después Tucker dio un paso adelante.
—Es posible que hayamos tenido una oportunidad —dijo. Su voz era baja, sin su
habitual tinte de sarcasmo, y Sara recordó que Tucker era un humano. Ahora era
aún más humano de lo que había sido.

—Cuéntame.

—Haber interceptado la llamada fue un golpe anticuado suerte. El cuerpo tenía


identificación, el policía humano lo comunicó, y nuestro equipo captó el nombre.
El cuerpo todavía estaba caliente cuando llegamos aquí.

—Estoy escuchando— dijo ella, pero movió su atención a Doyle, y esta vez
se dio cuenta de la fatiga en sus ojos y de la palidez de su piel. Notó también, la
manera en que se apoyaba en la fachada de estuco, no tan casualmente como había
pensado a primera vista. —El vio algo.

—No mucho —dijo Doyle. —Pero suficiente —le tendió una mano, y Tucker le
pasó una botella de agua.

—Necesita una dosis, hombre —dijo Tucker, pero Doyle negó.

—Estoy bien. No hay vayas más profundo.

58
El Club de las Excomulgadas
—Doyle…

—No —tomó un largo trago, y luego continuó. —El nombre de la víctima es Jacob
Yannew. Era un soplón en nuestra nómina, aunque no estaba por encima de pasar
malos rumores si el precio era justo.

—Tuviste una pista de Yannew, tu doble y triple lo comprobaron —añadió Tucker.

—Así que tal vez traicionó a la persona equivocada —dijo Sara. — ¿Has visto
alguna visión de su asesino?

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Doyle negó. —No. Sólo imágenes y emociones de lo que estuvo haciendo
antes. Y un nombre.

— ¿Qué nombre?

La victoria encendió en los ojos de Doyle. —Gunnolf. Estaba cagado de miedo con
el hombre Gunnolf en Los Ángeles.

— ¿En serio? —Sara dijo, echando un vistazo rápido a Luke. —Gunnolf no ha


tenido un hombre en Los Ángeles por un tiempo.

—Hablamos con el camarero —dijo Tucker. —Resulta que este no es un gran


barrio. El propietario mantiene una cámara de seguridad en funcionamiento. Hace
un recorrido de las mesas, y pasó a tomar a nuestra víctima en una charla no muy
amistosa con otro weren.

— ¿Lo has identificado?

—Vincent Rand —dijo Doyle.

—He escuchado el nombre —dijo Luke. —Ha sido la mano derecha de Gunnolf

59
El Club de las Excomulgadas
por más de una década. El rumor es que tiene un talento especial para el trabajo
sucio.

—Tal vez ustedes dos deberían tomarse un café —dijo Doyle.

Luke ignoró la burla. —Trabaja en París.

—Bueno, él está aquí ahora —dijo Doyle.

—He hecho un par de llamadas —dijo Tucker. —Y se ve más y más como si


nuestra víctima le estuviera diciendo a todo aquel que escuchara acerca de cómo a

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Gunnolf mataba a los humanos.

—Y ahora está muerto —dijo Sara. —Interesante. ¿Rand lo habrá callado porque
estaba diciendo la verdad, o porque estaba difundiendo mentiras?

—O alguna otra razón —dijo Tucker.

—Así que traigamos a Rand para interrogarlo —dijo Sara. —Tenemos suficiente
para cargarlo con la muerte de Yannew. Vamos a ver qué más podemos sacar de él.

—No conseguirás mucho —dijo Luke. —No suena como el tipo que simplemente
da la vuelta y habla.

—Odio tener que admitirlo —dijo Doyle a Sara, —pero estoy de acuerdo con tu
chico.

También lo estaba Sara. Ladeó la cabeza y miró a Tucker. — ¿Por qué no


intervienes, das unos pocos giros de tuercas en su cabeza, y lo convences de que
quiere revelar todo?

—Gran trabajo —dijo Tucker. —Y no hay manera de estar seguro que comparta
todo. Si es un hijo de perra de voluntad firme, puede sostener algo a cambio y

60
El Club de las Excomulgadas
nunca lo sabremos.

—Olvídate de Tucker —dijo Doyle. —Por lo demás, olvídate de Rand. Por lo


menos en estos momentos. En cambio, juguemos con él.

— ¿Cómo?

—Enviaremos a alguien que pueda tomar los pensamientos directo de su cabeza.

—Buena suerte con eso —dijo Tucker. —No es un regalo común, y menos aún si
estás mirando a escondidas. Este chico se da cuenta de que una persona está

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hurgando en su cabeza, y todo habrá terminado antes de empezar.

—No te preocupes —dijo Doyle. —He estado pensando. Tengo en mente a alguien.

— ¿Quién es él? —Sara le preguntó.

—No es él. Es ella. Su nombre es Lissa. Y puedo garantizarte que va a cooperar.

61
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 8

Lissa se apoyó en el estuco áspero y levantó la barbilla, con los ojos cerrados,
deseando únicamente sentir la fresca brisa de verano sobre su piel. Anhelaba
desprenderse del hedor persistente de Priam y de la oferta que le había hecho.

El aire acondicionado no cooperaba.

En lugar de comodidad, la brisa llevaba el hedor a basura y a escombros, el


desagradable miasma14 de las cosas que se pudren en los callejones, ocultos a la

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delicada sensibilidad de aquellos que podrían pasar por delante de los edificios.

Como esconderse de los humanos.

Frustrada, apartó el pensamiento. No solía preocuparse por sí misma en el mundo


humano, tenía suficiente con moverse entre las sombras, y ¿para qué? Un alma
humana completa podría suponer ganar una auténtica fortuna en el mercado negro,
pero no era para tomarlo a broma, ni siquiera si esa alma pudiera comprar la
libertad de diez chicas. Hay líneas que no se cruzan, y la idea de tomar un alma
humana era suficientemente mala, el acto de hacerlo la transformaría en la clase de
monstruo sobre el que los humanos hablan en voz baja.

Y susurrarían.

Era consciente de ello, igual que todos en el mundo de las sombras.

Algunas personas sabían la verdad acerca de las sombras, por supuesto, pero no
todos.

La mayoría sólo tenía una idea, un sentimiento. Algo vislumbrado por el rabillo del
ojo.

14
Emanación maloliente que se desprende de cuerpos enfermos, materias corruptas o aguas estancadas y que se consideraba
causante de epidemias e infecciones.

62
El Club de las Excomulgadas
Algo recordado de una pesadilla.

La mayoría de los humanos le tenían miedo a la oscuridad, y se inventaban


historias acerca de lo que se escondía en las sombras. Gremlins y bestias que se
acercarían a ellos en sus camas. Vendrían y robarían sus almas alejándose.

Se estremeció, sabiendo cuál era su temor. Saber que las historias eran ciertas.

Para un humano, ella era el monstruo. Pero en su propio mundo, era... ¿qué?

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La respuesta llegó rápida... una empresaria.

Sonrió ante la idea, porque era cierta. No tenía ningún deseo de sacrificar la vida
que había construido, y odiaba que Priam la hubiera colocado en situación de tener
que protegerse.

Que hubieran cambiado las tornas y ahora la estuviera chantajeando,


amenazándola con llevarla al PEC si no se metía en la cabeza de una persona
determinada y tomaba su alma humana.

Maldito Priam y todos en el infierno.

Por un breve instante, deseó que hubiera alguien a quien acudir en busca de ayuda,
pero desechó la idea casi de inmediato. No había nadie, y desearlo no cambiaría la
situación; a pesar de estar constantemente rodeada de gente, cuando lo necesitaba,
estaba sola, y siempre lo había estado.

Haría lo que debía, y enfrentaría las consecuencias cuando llegaran.

Sus dedos temblaron, anhelando un cigarrillo. No fumaba, pero algunos recuerdos


enterrados profundamente salían a la superficie, llenando su mente con el sabor
picante del tabaco en su lengua, con sus labios apretados alrededor del eje de un
cigarrillo mientras inhalaba, con la sensación del dulce humo llenándola y

63
El Club de las Excomulgadas
calentándola. Deseaba eso ahora... calor interno. En su recuerdo, parecía casi
seguro, reconfortante.

Pero no había fumado en su vida. No porque la Dirección General de Salud lo


advirtiera... cosa que apenas parecía relevante para alguien como ella que seguiría
viviendo de cualquier forma hasta el final de los tiempos, sino porque se negaba a
dejar que sus chicas lo hicieran, queriendo que su aliento y ropa olieran a fresco y
limpio para los clientes.

Sus chicas.

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Todo giraba en torno a sus chicas.

Con un pequeño suspiro, se dispuso a regresar al Orlando’s, a través de la puerta de


servicio de al lado. Dudó, sin embargo, cuando oyó la risa masculina haciéndose
eco en el callejón hacia ella. Hombres jóvenes. Un grupo de ellos fuera
vagabundeando por la noche.

Por el sonido, no podía decir si eran humanos o habitantes de las sombras, y,


aunque
realmente no importaba, algo la obligó a quedarse a observar. Miró hacia el
final del callejón, donde el grupo entraría en su campo de visión. No vio a los
jóvenes, pero mientras fijaba la vista en la calle más allá pasaje y en la construcción
del otro lado, percibió un movimiento en la pared de ladrillo, apareciendo
lentamente en la tenue luz emitida por una señal de tráfico cercana.

Se quedó sin aliento en la garganta, y su cuerpo se apretó con perturbadora


conciencia.

Rand. Sus pezones se levantaron por debajo de la blusa fina, y maldijo el inesperado
deseo que se disparó a través de ella, caliente y rápido, que debilitó sus rodillas.

No comprendía por qué la afectaba como lo hacía, pero sabía que no le gustaba.

64
El Club de las Excomulgadas
No. Eso no era cierto. Sí le gustaba. Eso era lo que aborrecía.

Deliberadamente, se apartó de la pared con intención de cruzar el callejón y pasar


frente a él. No estaba del todo segura de lo que iba a decir... una vez que él saliera,
tendría derecho a presentarse donde le diera la gana, pero quería saber por qué
había elegido estar de pie delante de su club. Insegura sobre lo que le diría, dio otro
paso de todos modos. Y luego otro, y otro, hasta que llegó a detenerse en las
sombras al final del callejón, a pocos metros de donde se cruzaba la acera.

Estaba segura de que había estado observando su aproximación. Las sombras en el


callejón la escondían, pero él era Therian y podía ver bien en la oscuridad. No se

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movió, sin embargo. De hecho, no hizo nada, a excepción de reajustar su posición
contra la pared.

Inexplicablemente frustrada, ella pasó sus dedos por el pelo y dio un paso
hacia adelante, deteniéndose justo frente a la acera y la luz que la bañaba. Esta vez,
sus dudas no tenían nada que ver con Rand. Los jóvenes que había oído antes se
agruparon a su izquierda, sus palabras ahora claras. Sus rostros también, y los
reconoció como el grupo que había estado en el club antes, dándose cabezazos con
los vampiros.

—Deberíamos regresar dentro —decía uno de los hombres al tiempo que Lissa
regresaba a las sombras, sin perder de vista los clientes de su club. —Las mujeres de
allí... quiero decir, maldita sea, son tan calientes. —él volvió la cabeza, con su nariz
haciendo un arco en el aire como si tratara de recuperar el aroma de la noche.

—Mierda, sí, son sexys —dijo otro. —Son casi todas súcubos. Se supone que deben
ser calientes. Incluso si son feas como el trasero de un mono, cualquiera con
cojones pensaría que son calientes. Esa es la cuestión.

— ¿Así que no están realmente calientes? —preguntó el tercero, que era más
pequeño y más delgado que los demás. — ¿Quieres decir que son brujas o algo así,
y que el hecho de que sus caras sean más atractivas que el estiércol y que sus senos

65
El Club de las Excomulgadas
no lleguen hasta su cintura es sólo una ilusión?

En las sombras, Lissa apretó la mano sobre su boca para ocultar una carcajada.

—Gran lupus magnus, Tremaine, ¡eres un soberano idiota! Son sólo chicas, no
arpías o espectros. Y apuesto a que, incluso sin el brillo, son más atractivas que
Sylvia.

El llamado Tremaine siseó. —Mantenla fuera de esto, Gregor.

El primero de ellos soltó un bufido. —Entra, Tremaine. Descúbrelo por ti mismo.

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Luego veremos si todavía cantas alabanzas de Sylvia.

Los otros dos chicos se rieron ruidosamente, aunque Lissa pensó que sonaban un
poco nerviosos. Eran Therians, por supuesto, pero también eran jóvenes. Y
teniendo en cuenta lo cómodos que estaban discutiendo los pormenores del mundo
de las sombras, asumió que todos ellos eran hombres lobo recién nacidos, no
hechos. En su experiencia, estar hecho tendía a hacerte sentir más tenso, incómodo
con tu propia piel, y con frecuencia como si tuvieras que demostrar algo.

Miró a través de la calle y vio que Rand seguía allí. Él, por ejemplo. Apostaría las
ganancias de una semana a que había sido hecho, con el virus weren haciendo
estragos en él. Cambiándolo. Trayéndole un poco de la oscuridad a su alma.

A pesar de que caminaba por el mundo de los humanos a diario, ella nunca había
vivido como una, y por un momento se preguntó cómo habría vivido antes de ser
alejado de todo lo que conocía y empujado al mundo de los cuentos de hadas y de
las pesadillas. Probablemente no sería uno de sus mejores recuerdos.

En la acera, el primer chico le dio un empujón a Tremaine. —Venga, sigamos con


ello.

—Ya basta, Ash— dijo Tremaine. —Estás loco si crees que voy a vender mi alma.

66
El Club de las Excomulgadas
Ash se echó a reír. —Pequeño cobarde, sólo será una parte. Mantienes la mayor
parte de ella, y ni siquiera echas de menos la que perdiste. Y, hombre, vale la pena
—dijo poniendo las manos en la ingle y simulando los movimientos del sexo.

—Es casi como un servicio a la comunidad —agregó Gregor. —No quieres un


chupador de almas vagando por las calles, ¿verdad? ¿Alrededor de tu Sylvia? Han
de tener un lugar para venir a tomar un aperitivo.

—Al diablo con eso —respondió Tremaine. —Te destruyen, ¿sabes? Te chupan
hasta que quedas seco. Puedes perder la cabeza con un súcubo. Se lleva toda tu
alma, y no hay vuelta atrás.

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Incluso en la penumbra, Lissa podía ver a Ash con los ojos en blanco. —Eso es
mentira.

—Es cierto —dijo Tremaine, y Lissa reprimió el impulso de apoyar al pequeño


hombre lobo. Tenía razón, después de todo.

—Qué montón de basura —dijo Ash. —E incluso si fuera cierto, no se les permite
tener un alma. Va en contra de la Alianza.

— ¿Confías en que seguirán las reglas?

Gregor negó. —Mierda, Tremaine, eres un grano en el culo. Y mucho más estúpido
de lo que pareces.

— ¿En serio? —Tremaine dijo, dando un paso amenazador hacia su amigo. —Mira
quién fue a hablar.

—Mejor créetelo —dijo Gregor. —Me vendría bien una ayudita. Ha pasado algún
tiempo. —dio un arrogante paso hacia la puerta, se detuvo al tiempo que ésta se
abrió en sus narices y salió una figura vestida de negro, con hombros anchos, ojos
hundidos, y un rostro tan duro que parecía grabado en piedra.

67
El Club de las Excomulgadas
Un vampiro. Más concretamente, uno de los mismos vampiros con los que los
chicos casi habían peleado antes. Le siguió otro, el más bajo, pero igualmente
impresionante.

Genial. Al parecer, Lissa no había impedido el problema, sólo lo había retrasado.


Lo que, francamente, era una metáfora bastante acertada. Porque a pesar de los
tratados, acuerdos y convenios establecidos después del Gran Cisma, la lucha entre
los werens y los vampiros salía a la superficie con una predecible regularidad.

—Lárguense de aquí —dijo el segundo que salió.

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Los tres hombres lobo machos parecieron envejecer mientras Lissa los miraba,
desapareciendo los bordes suaves de chicos, para ser sustituidos por la cautela dura
de los cazadores.

—Vete a la mierda —dijo Ash dando un paso hacia los vampiros. Gregor y
Tremaine se dispusieron en sus flancos, aunque Tremaine ahora emitía vibraciones
de soldado. Cualquier pensamiento que hubiera tenido con respecto a acostarse con
una de sus chicas desapareció ante la amenaza a su vida. Estaba dispuesto a
defenderse. A muerte, si era necesario.

El vampiro dio un paso adelante, con la boca desfigurada por una sonrisa dura. —
Mira lo que tenemos aquí —dijo con una voz como de ácido sobre papel de lija. —
Algunos cachorros sueltos en la calle. —echó un vistazo descuidado hacia su
compañero. — ¿Tienes un hueso de perro?

Cuando se volvió, el puño de Ash cruzó su nariz. Lissa aspiró ruidosamente, pero
ni los vampiros ni los weren parecían haberla oído. Cruzando la calle, vio a Rand
enderezándose, e incluso desde esa distancia notaba que sus músculos se tensaban y
preparaban, preparado para la pelea a punto de estallar.

68
El Club de las Excomulgadas
Ella la esperaba, también. Teniendo en cuenta su estado de ánimo, no le importaría
repartir unos pocos golpes ella misma.

Se apartó de la pared y fue directamente hacia la luz mientras el primer vampiro


empujaba a Ash. El weren gruñó, y luego se abalanzó sobre el vampiro, que lo
encontró a mitad de camino.

—Mantén tus manos lejos de mí, maldito cadáver andante.

El vampiro se movió más rápido de lo que Lissa pudo ver, girando en un

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movimiento alrededor de Ash y doblando su brazo bajo su cuello. Ella podía ver los
ojos del vampiro, oscuros y peligrosos, con un reflejo en el rostro de la inminente
pérdida de su débil control. —Este es nuestro territorio —dijo el vampiro en voz
baja.

—Tiberius puede ser el gobernador, pero tenemos la libertad de ir donde nos dé la


real gana.

— ¿Estás seguro?— replicó el vampiro bajo. —Si quieres sobrevivir, cachorro,


mueve tu trasero a París y permanece condenadamente lejos de nuestra ciudad.

Los otros dos no intervinieron, al tiempo que sacaban estacas de los bolsillos de sus
abrigos. El vampiro que sostenía a Ash los miró y sonrió. Su compañero se acercó,
con movimientos rápidos y entrecortados, como si estuviera sujetando al diablo, y
una vez lo liberara, sería la destrucción personificada.

Mierda.

No era la única que pensaba así, y con dos aullidos feroces, Tremaine y
Gregor saltaron sobre el vampiro, mientras su compañero caía sobre ellos.

— ¡Hey! —llamó ella, sin ningún efecto. Se moría de ganas de soltar un puñetazo a

69
El Club de las Excomulgadas
alguno de ellos, pero pese a lo que el corazón quería, su cerebro le decía lo
contrario.

Cruzando la calle, Rand se detuvo, mirando.

Ella apretó los dientes, lo ignoró y se concentró en la batalla frente a sí. Se oyó un
grito de dolor, y luego siguió una mano con el puño cerrado, con pelo agarrado
apretado en sus dedos. Mierda, iban a hacerse unos a otros pedazos.

Una vez más, ella sintió la pistola en su cadera. Esta vez, tenía sentido.
Ella se levantó, apuntando hacia el cielo, y disparó.

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Los luchadores se alejaron, con las caras rojas, mostrando los dientes. Se la
quedaron mirando, respirando con dificultad.

—Largaos de aquí —dijo bajando el arma y mirando a cada uno. —Esto dispara
plata— les dijo a los hombres lobo, y luego se dirigió a los vampiros. —Y madera.

El vampiro grande encontró sus ojos y sonrió fríamente, luego dio un paso
amenazador hacia ella. Un escalofrío recorrió su columna, pero no vaciló.

—Lo haré— dijo. —Voy a terminar con todos y cada uno de vosotros si no os vais
condenadamente lejos de mi club. —no tuvo que fingir la seguridad con la que
habló. En ese momento, quiso decir cada palabra que había dicho.

Los labios del vampiro se alzaron en una mueca retorcida por el dolor mientras Ash
daba un puntapié hacia abajo, luego se echaba a correr por la acera con sus amigos.

—Idos —le dijo al vampiro. —Seguidlos o no, la verdad, no me importa. Pero


llevad toda esta mierda lejos de aquí.

El segundo vampiro entrecerró los ojos, pero el alto que había estado sosteniendo a
Ash la miró en silencio, asintiendo. Ella contuvo la respiración hasta que él y su
compañero se dirigieron por la calle en dirección a dónde los weren habían corrido.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se dio la vuelta y encontró a Rand justo detrás de ella.

— ¡Merde!15 —la maldición salió sin pensar.

—Francés— dijo él. — ¿Comment ça va?16—

—No tengo ni idea de lo que acabas de decir. —ella frunció el ceño, preocupada de
haber maldecido en un idioma del que no hablaba nada, luego se giró en dirección
opuesta. —Si me disculpas.

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—Espera —su voz era baja. De mando.

Ella se detuvo, de espaldas a él, y cerró los ojos brevemente en un esfuerzo por
controlar su temperamento. Luego se volvió con calma y se enfrentó a él,
obligándose a no revelar el impacto que su proximidad tenía en sus sentidos.

— ¿Quién diablos te crees que eres?

—Vincent Rand —dijo con su cara plácida, pero detrás de las chispas de diversión
sus ojos eran insondables. —Nos conocemos de antes.

—Tienes razón. —ella miró por encima del hombro en dirección a dónde los
vampiros y los weren habían desaparecido. —Muchas gracias por la ayuda.

Su repentina risa la atrapó con la guardia baja, y cruzó los brazos mientras ella
ajustaba su postura y lo miraba a los ojos con su mirada más dura. — ¿He dicho
algo divertido?

Por la forma en que la esquina de su boca se torció, estaba segura de que la


respuesta era sí. —La última vez que intervine, pusiste una pistola en mi cabeza.

15
“Mierda”
16
“¿Cómo estás?”

71
El Club de las Excomulgadas
—Cierto. —miró hacia abajo a la acera, dispuesta a que no viera su sonrisa.

—Lissa —su voz fue baja. Áspera. Y mientras ella miraba hacia abajo, vio las
brillantes botas de cuero negro dar un paso hacia ella.

Ella tragó, odiando el desvanecimiento de su control. Levantó la cabeza,


obligándose a mantener su expresión en calma.

—No estuviste en ningún peligro —dijo.

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— ¿Y si lo hubiera estado?

Sin vacilar, él afrontó sus ojos, y al hablar se escuchó la verdad en sus palabras. —
Estarían todos muertos.

Su respiración se atoró y cada instinto en su interior le dijo que no le creía. Los


hombres no protegían. Los fuertes capturaban. Controlaban. Y los débiles se
perdían en su brillo.

Este no hizo nada de ello. En su lugar, se levantó y la miró, como si fuera algo que
deseara pero sin atreverse a tomarlo.

— ¿Por qué estás aquí? —le preguntó.

No respondió. En cambio, extendió la mano acariciando suavemente su mejilla con


sus dedos.

Y al fin, después de un momento que pareció durar una eternidad, se volvió,


caminó por la acera, y no miró hacia atrás.

72
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 9

Rand estacionó la Ducati y apagó el motor. Había dejado el Orlando’s pensando


dormir un par de horas, pero en cambio había ido a parar ahí, al cementerio, con
sus pensamientos puestos en Lissa. Se había dicho que no quería saber nada de ella,
pero allí estaba, llenando sus pensamientos y endureciendo sus bolas. Deseaba
hundirse en su interior y sentirla apretarse a su alrededor.

Ella es un súcubo. No hay nada allí. Nada real.

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Lo sabía, ¿verdad? Sabía todo acerca de las ilusiones.

Se bajó de la moto, y se movió a grandes zancadas, haciendo crujir la grava del


estacionamiento bajo sus pies antes de entrar al césped bien cuidado. Pasó en
silencio por el laberinto de caminos, hasta que encontró su tumba. Alicia Rand.
Amada esposa.

Amada. Pasó la yema de su dedo sobre la palabra grabada profundamente en el


mármol. Esa era la primera vez que veía la lápida. Su tía Estelle se había ocupado
de los detalles, mientras que él volvía a su unidad en Bosnia. Ahora se preguntaba
si su tía Alicia pensaba realmente que había sido la amada esposa de Rand, o si la
tía Estelle sabía que en realidad nunca había amado a Alicia, del mismo modo que
ella siempre había sabido que él se había colado de nuevo en Inglewood para pasar
el rato con Rollins y su banda, los Crew.

En su mundo, los hombres no tenían tiempo para el amor. Mataban, o los


mataban.

Infiernos, desde los pañales le habían dicho que ser un hombre significaba proteger
su territorio... con sus puños, con un arma, con lo que fuera necesario.

Había conseguido su primer tatuaje cuando tenía ocho años, una X negra en su
muñeca. Un tatuaje por matar.

73
El Club de las Excomulgadas
Fue Paulie quién no entendió el juego. Paulie, que había robado la mierda del
primo de Rand, Rollins, quien esperaba que Rand solucionara el problema y
destrozara todas sus cerezas con un solo disparo.

Decían que nunca olvidabas tu primer muerto, y era verdad.

Había habido un destello en los ojos de Paulie, con el agujero del calibre 22 en su
frente, y una quietud inquietante en el aire. Rand no comió durante tres días,
porque tenía una piedra en el intestino que no se iba. Pero con el tiempo había
comido, con el tiempo el aire se había movido otra vez. Y al final había vuelto a
matar.

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Con el tiempo, se había hecho más fácil. Mucho más fácil. Y para cuando la bala
de una banda rival había matado a su madre y se había ido a vivir con la tía Estelle,
en Pasadena, había tres X, un juego completo, marcándolo como a un malvado
hijo de puta.
Nadie discutía con Rand.
Era un luchador. Un asesino muy frío, sin corazón para entregar. No con su tía, no
con Alicia, no a nadie.

Era trabajo. Era un asesino. Era el lobo.

En el suelo, a sus pies, las flores se derramaban de un florero volcado. Se inclinó


para recoger una rosa, con los pétalos todavía blandos. Incluso después de todos
esos años, alguien seguía llevando flores a su tumba. Cerró el puño, hundiendo una
espina en su palma. Ella lo había amado, pero nunca entendió por qué. Se había
casado con ella porque era lo que lo que se hacía cuando dejabas embarazada a una
chica, y porque era bonita y se había enamorado totalmente de él.

Había querido amarla, pero no estaba en su sangre.


Se había ido porque en el ejército era donde debía estar, y había entrado fácilmente
en Operaciones Especiales.
Y entonces había recibido la llamada de Rollins y el infierno se había desatado.

Rand había ido a casa a los pocos días de recibir la noticia de la muerte de Alicia,

74
El Club de las Excomulgadas
con sus amigos yendo con pies de plomo alrededor de Rand, que debería sentirse
roto por dentro. Pero no había estado de duelo... no había sentido una maldita
cosa, excepto culpa por su falta de dolor.

No era un hombre. No era un marido. No tenía alma. Era insensible.


Un animal de sangre fría.

Y pocas semanas después de la muerte de Alicia, el mordisco de un hombre lobo


transformaría su cuerpo en la bestia que era realmente.
En su interior, podía sentir el corazón del lobo, cortando y mordiendo, impulsivo y
salvaje. Las cosas que hacían que un hombre terminara muerto si no tenía cuidado,

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y Rand siempre era cuidadoso.

Respiró hondo, volviendo a centrarse. Luchando contra los impulsos del lobo.
Lenta y deliberadamente, se arrodilló y devolvió la rosa a la tumba.

El viento cambió, soplando sobre, sus nervios respondiendo a la vida, con el


cambio. En un acre de muerte, él era lo único vivo.

La persistente imagen volvió a su mente, una melena de rizos rubios, una


nariz patricia, y una actitud que rivalizaba con un sheriff del salvaje Oeste. El calor
se extendió por él, llenando sus extremidades y coloreando su pensamiento.

Empujó a un lado la imagen y presionó sus dedos en la superficie fría y lisa de la


lápida, como si hiciera un homenaje. —No —dijo simplemente.

—No.

—De ninguna jodida manera trabajaré con esa puta —dijo Xeres, tambaleándose a
sus pies mientras la mujer de Gunnolf, Caris, se deslizaba por la puerta de la oficina
de Rand en la parte trasera de Slaughtered Goat17. El dueño del pub, un corpulento
demonio llamado Viggo, se había casado con una prima de Gunnolf tres décadas
antes, y desde entonces había convertido el pub en un lugar de reunión informal de
17
Cabra sacrificada (muy oportuno el nombre, ¿no?)

75
El Club de las Excomulgadas
los Therians en Los Ángeles. El edificio en sí estaba viejo, destartalado, y
escondido en una zona degradada de Van Nuys. Olía a sudor, a cerveza, y a
problemas.

Con todo, Rand se sintió como en casa.

Desde su asiento de detrás del escritorio, Rand perforó a Xeres con una dura
mirada.
—Ella es parte de este equipo —dijo mientras Caris se sentaba, aparentemente
imperturbable por la explosión de Xeres.

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—Ella es un vampiro —replicó Xeres. Como hombre lobo que había sido
encontrado huérfano a la edad de cuatro años, Xeres había crecido dentro del
círculo interno de Gunnolf. Pero había vivido en Los Ángeles el tiempo suficiente
como para que Rand supiera que iba a ser un activo. —Sólo es una puta
chupasangre más.
—Ella es un vampiro —coincidió Rand. —Y está trabajando con nosotros —
mantuvo su voz nivelada y el rostro enmascarado. Caris era la ex amante de
Tiberius, y ahora era la mujer de Gunnolf, un hecho que había levantado un
montón de cejas y no había facilitado nada la relación entre los grupos. Y aunque
Rand no confiaba plenamente en ella, tenía sus usos, especialmente a la luz de la
afirmación de Jacob de que el Desterrado que plantaba los rumores apestaba a
vampiro.

Además, si trabajaba con ella, podría mantener un ojo encima suyo.

Los ojos de Xeres se estrecharon, pero se sentó de nuevo, acompañando el


movimiento con un resoplido de disgusto. —No puedo creerlo —murmuró.

Junto a él, Bixby alzó un delgado hombro. Flaco, con ojos saltones y pastosa piel,
el weren-gato también tenía locas habilidades técnicas. —Parece una mata
vampiros. Podría ser mata vampiros. La chica podría averiguarlo. Tiene los
contactos, ¿no? Por lo tanto, úsalos. Ve por ese camino —sonrió a Rand como un
perro esperando una palmadita de su amo en la cabeza.

76
El Club de las Excomulgadas
—Y ése es sólo un dolor en el trasero —dijo Xeres, levantando el dedo pulgar
hacia Bixby. —Mierda, Rand. ¿Estás dirigiendo una investigación o montando una
compañía de comediantes?

—Y tú estarías como cabeza de cartel, ¿no? — le preguntó Caris, mostrando una


milla de muslo bajo la corta falda de piel al cruzar las piernas.

—Vete a la mierda.

—Tu elocuencia nunca deja de sorprenderme.

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—Basta —dijo Rand. —Todos estáis en esta sala por una razón. ¿Queréis
cuestionarme? Perfecto. Ahí está la puerta. Pero, en esta sala, en este equipo, yo soy
el hijo de puta a cargo.

Captó la mirada de Xeres y esperó a que el enorme hombre lobo discutiera. Xeres
se quedó en silencio, y Rand asintió con satisfacción.

—Bien. Todos sabemos la situación. Siete muertes, con la octava acechando, y el


infierno a punto de desatarse en la Alianza. Llevamos ventaja sobre los
investigadores de la PEC —agregó. — Podemos descartar a Gunnolf. Pero si
queremos asegurarnos de que no me echen de la Alianza, entonces tenemos que
encontrar al asesino real. —les transmitió lo que había sabido de Jacob. —O este
Desterrado que absorbe información es nuestro asesino, o se está aprovechando de
la situación para difundir rumores. Hemos de averiguar cuál de las dos opciones, y
eso significa encontrarlo. —miró a Xeres. —Empieza desde ese punto. Localiza a
todos los Desterrados de Los Ángeles y de los condados circundantes. Revisaremos
todo y los eliminaremos uno por uno.

Xeres ladró una carcajada. —Mierda, hombre. No es como si estuvieran en la


mierda de las Páginas amarillas.

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El Club de las Excomulgadas
—Los encontramos, los entrevistamos —reiteró Rand. —Nadie está totalmente
escondido. En cuanto a ti —continuó, cambiando su atención a Caris, —quiero
que...

—Me centre en el ángulo del vampiro —dijo, interrumpiéndolo.

—Consigue algo ya.

— ¿Realmente crees que los vampiros locales me van a decir algo?

—Creo que todavía tienes amigos —dijo Rand. —Y si no son amigos, son

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conexiones. Puntos de presión. Toma lo que sabes sobre los vampiros locales, y
organízate, haz preguntas, termina con una lista fiable de chupadores de sangre con
los que tengamos que hablar. Y hazlo rápido.

—El vampiro más probable sería un pícaro. Sin embargo, un pícaro no haría
cabriolas alrededor de la ciudad dejando una tarjeta de llamadas grabadas.

Se trataba de un ángulo que Rand ya había considerado. Un vampiro pícaro cuyo


demonio estuviera fuera... un vampiro que matara indiscriminadamente, sin
ninguna conciencia o preocupación por la ley. Un pícaro marcado ya para la
ejecución, después de todo. Y que al demonio no le preocupara nada más que
matar.

Rand pasó una mano sobre su cuero cabelludo. Comprendía a los canallas.
— ¿Hay pícaros conocidos en la zona?

Caris lo miró de manera uniforme. —Eso no es algo que la División publique. El


público en general tiende a ponerse nervioso ante la idea de un pícaro corriendo por
la ciudad.
—Eso no es una respuesta, Caris.

78
El Club de las Excomulgadas
Sus ojos brillaron con irritación. —No lo sé. Sergius era un pícaro cuando se
encontró en Los Ángeles, pero no hay razón para creer que se hubiera quedado.

—Está bien. Pero, ¿hay alguna razón para creer que se ha ido?

Caris no respondió, y Rand se volvió a Bixby, dejando la mirada de Caris,


ordenándole al weren-gato dirigirse a todos los lugares de reunión de otros Therian
en el área de Los Ángeles. A beber.

Se mezclaría. Se fundiría en las sombras. Lo que fuera necesario para que Bixby

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escuchara lo que se decía en los locales. Si un Desterrado había plantado los
rumores de Jacob, tal vez hubiera contratado a otros Therians para difundir el
rumor también. —Y es el punto de partida para el trabajo técnico, también —
agregó. —Xeres o Caris, dejad lo que estéis haciendo y ayudadnos.

—Lo haré, lo haré. Sí, lo haré —dijo él. —Pero, ¿qué pasa si el asesino no es de las
sombras? ¿Y si es sólo un hombre matando humanos?

—Es una posibilidad —dijo Rand. —Sin embargo, la PEC se mantuvo al margen
hasta la sexta víctima. Alguien de la División se tomó su tiempo para decidir que el
asesino era de las sombras, y las probabilidades de que se equivocaran son escasas.
—lanzó una sonrisa difícil a Bixby. —Pero en realidad, acabas de poner el dedo en
la llaga. Estoy investigando esa opción en la PEC. Quiero averiguar qué tipo de
pruebas tienen.

—Buena suerte con eso —dijo Xeres, con una expresión que sugería claramente
que Rand estaba soñando. Los empleados de la división eran conocidos por
mantener la boca cerrada. Sin embargo, sólo se necesitaba una grieta para iniciar
una fuga, y Rand estaba dispuesto a empezar a mover hilos.

Tan pronto como la junta terminó, Bixby siguió a Xeres, murmurando vagamente
peticiones incoherentes de dar un paseo, a lo que Xeres parecía hacer caso omiso.

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El Club de las Excomulgadas
Rand volvió al escritorio, listo para coger las llaves de su Ducati, cuando se dio
cuenta de que Caris todavía estaba en su silla, con las piernas aún cruzadas, su
mirada fija centrada en él.

— ¿Sigues ahí? —le preguntó él.

—Si tienes algún problema conmigo, creo que deberíamos solucionarlo ahora.

Él agarró las llaves y dio un paso hacia la puerta. —No hay problema.

—Maldita sea, Rand, no te alejes de mí.

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Él se detuvo y se volvió hacia ella.

—Suéltalo —dijo ella.

—No hay nada que decir.

Su rostro se endureció. — ¿Te he dado nunca alguna razón para desconfiar de mí?

— ¿A dónde vas?

Ella frunció el ceño y él notó que se inclinaba ligeramente hacia atrás. — ¿Qué?

—Desapareces. A veces por días. Lo hiciste en París, de forma intermitente


durante el último año. Tal vez más. Y he preguntado por ahí... aquí también lo
haces. Es una pregunta simple. ¿A dónde vas?

— ¿Me has estado vigilando?

Él la miró.

Ella sacudió la cabeza, y luego lo señaló con el dedo. —Vete a la mierda —dijo.

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El Club de las Excomulgadas
—Es la maldición weren. Os convierte a todos en una panda de idiotas de bajos
fondos. La próxima vez que estés tan interesado en lo que hago, ten cojones y
pregúntamelo.

—Te lo estoy preguntando.

Tensó un músculo de su mejilla, y desvió su mirada por un breve instante, pero


Rand no pudo decir si porque estaba atrapada o porque estaba frustrada, tampoco
tuvo tiempo para pensarlo, ya que ella se estaba acercando, directamente a su cara.
Olía a fresco y a madera, como un bosque después de la lluvia, con el aroma
tentador como contrapeso con el hielo en su voz. —No es asunto de tu maldita

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incumbencia. Pero no tengo nada que ver con esto.

— ¿Y se supone que porque tú lo dices debo creer eso? ¿Porque te jodes a


Gunnolf?

Ella levantó la mano y le dio una fuerte bofetada en la mejilla. —El objetivo de
esta mierda de equipo es salvar a Gunnolf, así que seguiré. Pero debes aprender a
vigilar tu lenguaje.

—Lo tendré en cuenta.

Ella giró sobre sus talones y salió de la oficina. Él la vio pasar con ojos planos, sin
emociones. No tenía ninguna prueba... sólo una sensación visceral de que ella
estaba escondiendo algo. Por lo que sabía, Caris no tenía ningún motivo para
apuñalar a su pareja, pero algo le pasaba. Algo que estaba decidida a mantener en
secreto. Era una pena que a él le importara una mierda lo que ella quisiera. Había
venido a Los Ángeles para hacer un trabajo. Y si eso significaba meter la nariz en
los asuntos de Caris, entonces eso es lo que haría. Su lealtad era para Gunnolf, no
para la pareja de Gunnolf.

¿Y si su investigación revelaba lo peor? ¿Si resultaba que ella había traicionado a


Gunnolf y estaba de algún modo detrás de los asesinatos? En ese caso, estaría

81
El Club de las Excomulgadas
muerta.

Él no quería especialmente matar a una mujer, incluida una vampiro femenino,


pero si era lo que se tenía que hacer para proteger a Gunnolf y a la comunidad
weren, lo haría sin dudarlo.

Había margaritas en la recepción de la pequeña oficina doméstica en Pasadena.

Margaritas en el escritorio, pinturas florales en las paredes, y una pequeña campana


que colgaba sobre la puerta que había tintineado cuando Rand había entrado a la
tienda. El lugar era estéril y familiar, y tan condenadamente humano que hizo que

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le doliera la cabeza. Incluso el olor le recordaba la sala de su tía Estelle, lo que le
recordaba a la tía Estelle, que le recordaba la vida que había dejado atrás.

Una vida que se remontaba lejos bajo la inspección como de halcón de su tía, a
menos de dos kilómetros de ese lugar.

Una puerta lateral se abrió y una chica entró, vestida con jeans, botas y camisa de
manga larga. Su frente estaba surcada en concentración mientras tecleaba teclas en
su teléfono con los dedos cubiertos por delgados guantes, color gris.

—Sólo un segundo, sólo un segundo —murmuró, al parecer hablando con él, pero
manteniendo sus ojos en el teléfono. Después de una cuantas maldiciones, dio un
gritó un triunfal — ¡Ja! —y lo miró con una amplia sonrisa. —Lo siento. Tenía
que terminar eso.

— ¿Un mensaje de texto?

—Ajedrez en línea. Badboy2682 me jodió la semana pasada, pero descubrió que la


revancha es una mía. —su masa de rizos cortos se balanceó mientras inclinaba la
cabeza hacia un lado. —Así que tú debes ser Rand.

—Y tú debes ser Petra.

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El Club de las Excomulgadas
—En persona.

Esperó que le ofreciera la mano, igual que hubiera hecho su tía Estelle en su
perfecta sala de estar. En cambio, la chica hizo un gesto a una de las sillas pequeñas
en frente de la mesa. Mientras él se sentaba, ella se izó en el escritorio y dejó que
sus piernas colgaran, con sus tacones acariciando la madera de cerezo pulida. Con
todo, la chica era totalmente diferente a como había esperado, y tuvo dificultades
para imaginar a la menuda mujer con ojos grandes y rizos salvajes realmente como
una bruja o una IP18. O teniendo en sus manos la información que la PEC quería
mantener oculta.

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—No me dijiste mucho por teléfono —dijo. —Ahora es el momento.

Él dudó.

Ella sacudió la cabeza, pareciendo exasperada, luego extendió los brazos para
abarcar la habitación. —Trabajo en ambos mundos. Los humanos necesitan algo
para relacionarse. Pese a que puede habérseme ido la mano con el tema de las
flores. —frunció los labios mientras meditaba sobre las brillantes acuarelas
enmarcadas, se encogió de hombros con indiferencia. —Oh, bueno. No es como
que dañe al negocio. —saltó de la mesa y se levantó. —Vamos.

Curioso, él la siguió de vuelta por donde había entrado, y se encontró en un gran


pasillo débilmente iluminado. Un hombre estaba allí, alto y delgado, con una
expresión dura en su mirada fija en Petra.

—Mi guardaespaldas —dijo ella con voz goteando de ironía. —También conocido
como mi hermano. Kiril, te presento a Rand.

Kiril hizo un gesto de saludo, y luego los siguió a un cuarto pequeño, con velas
encendidas. Objetos extraños se alineaban en estantes de vidrio, y antiguos libros...

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Investigadora privada

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El Club de las Excomulgadas
de todo, desde grimorios19 a libros de texto de mitología, se tambaleaban en las
mesas. La habitación olía a hierbas y a humo, con el aire estremecido por la magia
persistente, y Rand luchó contra el impulso de irse. Puede que perteneciera al
mundo de las sombras, pero su papel era uno que entendía, en que se dedicaba a
cosas concretas como la vida y la muerte.

La realidad mágica se trenzaba, haciéndole pensar en los tableros de la Ouija y El


exorcista y esa clase de porquería espeluznante de la que su tía le había dicho una y
otra vez que era como una bofetada en la cara a Dios.

Él hizo una mueca. La Tía Estelle seguramente pensaría que él era una bofetada en

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la cara, también.

— ¿Qué es exactamente lo que quiere hacer mi hermana? — preguntó Kiril.

Él miró al hermano de Petra, con su mente de nuevo en el juego. —Quiero que


consiga información.

—Eso es lo que hago —dijo Petra, sentándose en una silla forrada de terciopelo. Se
inclinó atrás, como si se relajara, pero sus afilados ojos no le dejaron ni una sola
vez.

— ¿Qué tipo de información? —Kiril preguntó.

—Del tipo que la PEC quiere mantener confidencial — dijo Petra. —Me explicó
algo cuando me llamó. Ahora nos dirá el resto. ¿No es así?

Él dio otro vistazo a la habitación, con sus atavíos de magia y con su atmósfera.
Esa mierda podía ponerle los pelos de punta, pero por eso es que había acudido a
ella.

Debido a que caminaba en ese mundo, y ahora tenía que usar todo lo que el mundo
19
Libro de conocimiento mágico escrito entre la Alta Edad Media y el siglo XVIII. Tales libros contienen
correspondencias astrológicas, listas de ángeles y demonios, instrucciones para aquelarres, lanzar encantamientos
y hechizos, mezclar medicamentos, convocar entidades sobrenaturales y fabricar talismanes.

84
El Club de las Excomulgadas
de la sombras tenía para ofrecerle. —Supongo que sí —dijo, y le explicó lo que
necesitaba saber. — ¿Puedes hacerlo? —preguntó él cuando había resumido los
conceptos básicos.

—No es fácil conseguir información que la División quiere mantener en silencio —


dijo. —Y nadie en el gobierno de las sombras quiere rumores sobre quién está
matando a los humanos flotando alrededor. Especialmente con este clima —
agregó. —Es decir, con los Therians y vampiros tan ariscos.

— ¿Ariscos? —repitió él, incapaz de ocultar su diversión.

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Ella se encogió de hombros. —Eso es lo que se ve desde mi punto de vista.

— ¿Qué perspectiva es esa? ¿De una investigadora? ¿De una bruja?

—Un poco de ambas. Más que nada como una humana. Es como ver algo en
South Central.

—Sí —coincidió Rand, conociendo de primera mano lo que quería decir. —Así
es.

—Deberías saberlo — dijo. —Pero has estado muy lejos de Inglewood


últimamente.

Él se estremeció, sus palabras lo tomaron por sorpresa.

—Me gusta saber quién me contrata —dijo ella simplemente.

Él frunció el ceño. Su historia era suya, no para que los investigadores se estuvieran
entrometido.

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El Club de las Excomulgadas
Pero necesitaba un investigador entrometido, y su pasado no era ningún secreto.
Sólo sus misiones en Black Ops20 como un humano y su asignación como Kyne que
había hecho para Gunnolf.

— ¿Me puedes conseguir lo que necesito?

—Por supuesto.

—Te daré una bonificación por rapidez.

—Trabajaré rápido. Y te diré lo que tenga mañana —ella se puso de pie.

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No quedaba nada que decir.

Kiril se apoyó contra la puerta. Según percibía Rand, no había movido ni un


músculo... al menos no hasta que la influencia de la tía Estelle se había hecho
presente y le hizo tender la mano para estrechar la de Petra. En ese momento, Kiril
murmuró, sus ojos entrecerrados mientras él daba un paso adelante. Petra dio un
paso atrás, mirando su mano como si fuera a morderla. Rand dejó caer la mano, y
Petra sonrió. —Creo que vamos a trabajar muy bien juntos —dijo.

No la presionaría. Había vivido en ese mundo el tiempo suficiente para saber que
algunos secretos no era necesario compartirlos. Para cuando estuvo de vuelta en su
Ducati, los secretos de Petra ni siquiera estaban en su mente. En su lugar, estaba
preocupado por los secretos de la PEC, y su esperanza de que para mañana Petra
tuviera algunas respuestas.

En caso que no fuera tan buena como pensaba, Rand tenía un plan de contingencia.
Se alejó de la motocicleta el tiempo suficiente para hacer una llamada a un viejo
amigo que había dejado el círculo íntimo de Gunnolf para ser respetado dentro de
las paredes de la División 6 por sus méritos. Las probabilidades de que su amigo
pusiera en peligro su trasero para proporcionar a Rand información eran escasas,
pero Rand podía ser convincente cuando lo necesitaba.

20
Son operaciones encubiertas, generalmente relacionadas con actividades que son clandestinas y, a menudo fuera
de protocolo estándar militar o incluso en contra de la ley.

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El Club de las Excomulgadas
Estaba a punto de arrancar la moto cuando vio el Wash 'n' Go y se dio cuenta de
que estaba a sólo dos manzanas de Morningstar Drive. La calle de la tía Estelle. Su
antigua calle.

Debería ir a verla. Ella lo había amado después de todo. A pesar de todo lo que era,
su tía verdaderamente lo amaba.

Metió el embrague y encendió la moto, para hacer la corta distancia a la casa.


Parecía la misma de siempre, con la barandilla del porche pintada de amarillo para
que coincidiera con los crisantemos que florecían en las macetas pintadas de vivos

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colores. Su hogar.

Debería subir. Llamar a la puerta. Abrazar a su tía y decirle... ¿Decirle qué?

Esa era la mujer que, literalmente, había arrastrado su trasero fuera del territorio de
las pandillas. Que le había despellejado verbalmente al enterarse de que se había
colado de nuevo para ver a Rollins.

La mujer que le obligaba a hacer gárgaras de jabón si usaba la jerga de las pandillas
a su alrededor, la que le había limpiado la lengua, pero no su costumbre de colarse
de nuevo cada vez que podía. La mujer que lo había castigado, amenazado y
finalmente elogiado cuando se había unido al ejército, tan feliz porque no iba a
terminar como esos animales en las pandillas.

Con esos animales...

Entonces, ¿qué se suponía que iba a decirle? ¿Qué se había convertido exactamente
en lo que el destino había escogido para él? ¿En un animal? ¿O tal vez que vivía en
un mundo sobrenatural ahora? Con demonios y brujas y malditos hombres lobo.

Oh, sí. La haría tan jodidamente orgullosa.

Se había convertido en todo lo que ella no quería que fuera... y algo más.

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El Club de las Excomulgadas
Una sombra se movió detrás de las cortinas. Su tía, quitando el polvo diario. Él
observó un momento más, deseando verla, pero sabiendo que no le gustaría ver al
hombre en que se había convertido. Por lo que ella sabía, él todavía estaba en el
extranjero, a donde el Tío Sam lo había enviado. Lo mejor era dejar que siguiera
pensando eso.

Una punzada de pesar lo atravesó, pero lo enterró bajo el rugido del motor y de la
bofetada del viento en su rostro cuando arrancó por la calle. Aceleró el motor hasta
la carretera, y luego maniobró hacia la costa del Pacífico y rugió pasando Malibú.
Después de un tiempo, hizo un duro cambio de sentido, poniendo el mar a su

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


derecha, y siguió hasta la 10. Cruzó hacia el interior en busca de algo de potencia,
pero la velocidad de la moto no fue satisfactoria. Haber visto la casa de su tía le
había dejado un agujero en el estómago, y necesitaba llenarlo. Necesitaba un
escape. Necesitaba olvidar.

No se dio cuenta que estaba pensando en Lissa, hasta que se encontró a sí mismo
deteniéndose frente a Orlando’s. Entonces se dio cuenta que había estado en su
cabeza todo el tiempo, escondida en su mente, tentándolo con deliciosas promesas.
Y, sí, estaba tentado. La deseaba, claro y simple. Y el que ella lo hubiera plana y
decididamente rechazado no iba a ser suficiente esa noche. Ella era la que él
deseaba, y era la que tendría. Y si la persuasión no funcionaba, entonces el maldito
dinero ciertamente lo haría. Después de todo, Lissa era claramente una empresaria.

Dejó su motocicleta en la acera, haciendo caso omiso de las protestas de la mujer


trabajando en la puerta. —Necesito ver a Lissa.

Ella cambió su ceño fruncido de la moto a él. —Lissa no está en las instalaciones
esta noche.

— ¿Qué? —había venido por ella. Tenía que estar allí.

—No está aquí. ¿Puede ayudarte alguien más? ¿El gerente de planta, tal vez?

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El Club de las Excomulgadas
—No —dijo él. —Nadie más.

Obnubilado, frustrado, y caliente como el infierno, le agradeció a la chica, con su


voz tranquila y constante.

En su interior, sin embargo, no estaba tranquilo.

En su interior, la bestia rugió.

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 10

— ¿Podrías repetir eso? —Nicholas Montegue estaba en el patio de piedra de la


casa de Luke en Malibú, mirando el embravecido mar. Su mente trataba de
procesar palabras de su amigo, pero habían caído como canicas en el suelo,
rodando antes de que pudiera comprender su significado.

—Elizabeth —repitió Luke. —Está viva de nuevo.

—Ya veo. —Nick se dio la vuelta y apretó las manos contra la barandilla, con sus

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emociones en turbulencia. Lissa. ¿Podría ser cierto?

La ira se levantó con furia dentro de él, amenazando con despertar al demonio que
tenía dominado siempre. A lo lejos, las olas de la orilla golpeaban bajo un cielo
lleno de estrellas.

—Pensé que debía decírtelo.

Nick no respondió, su ira tragada por el hambre de un maduro deseo que, aún
después de todos esos años, seguía siendo fuerte a pesar del daño que debería haber
apagado la necesidad hasta convertirla en nada más que un recuerdo.

Su mente viajó al pasado. A París. A los años antes de la revolución. Recordaba la


primera vez que la había visto entre la corte del Barón de Villefort. El vestido de
seda azul celeste abrazaba sus curvas, lo que acentuaba sus pechos y su cintura
pequeña. Estaba de pie en un grupo de hombres, con sus rizos oscuros acariciando
sus pálidos hombros, con las mejillas en flor mientras se ruborizaba en lo que era
sin duda una serie de chistes subidos de tono, no aptos para una dama de su
tiempo, incluso para una dama de la corte.

Él le había pedido bailar. Ella había aceptado. Y había caído bajo su hechizo.

Mientras estaba de pie ahora, mirando hacia el mar, tenía que admitir que el

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El Club de las Excomulgadas
hechizo no había desaparecido.

Cerró los ojos e imaginó su rostro, con sus ojos azules como el Caribe. Incluso
ahora, podía sentir el contacto de sus dedos sobre su piel. Recordó la forma en que
lo hacía reír, y la forma en que se sentaba con él, escuchándolo hablar de su pasión
por las estrellas, de filosofía, de la ciencia de su tiempo. Habían hablado durante
horas, con su rápida comprensión desafiándolo, como un fuego en su mente pese al
incendio que provocaban sus curvas en él.

Por encima de todo, recordó la forma en que ella le había sonreído cuando él le
había dicho que la amaba. Y recordó la manera en que su corazón se había roto y

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


había hecho que su demonio gritara cuando supo que ella había tomado los planes
de su cabeza, para luego venderlos a la misma criatura que él había estado
buscando. Una criatura que había utilizado esos conocimientos para devolverle la
pelota a Nick y a su equipo.

Hubo un baño de sangre, un jodido baño de sangre, y Nick apenas había


sobrevivido. Su equipo no había tenido tanta suerte.

Él no la había matado, aunque su ira casi lo había empujado a eso. No había


podido, y en cambio, se había perdido, con su demonio en aumento. Destruyendo.

Él había matado... oh, sí, había matado. Pero no había dañado a Lissa. Ni siquiera
el demonio podía soportar destruir la única criatura en todo el mundo que había
traído felicidad a Nicholas. Y tanto dolor.

Así que ella había vivido, mientras Nicholas se había hundido profundamente en la
locura de su demonio, más allá de donde nunca había ido, tanto que casi se había
perdido para siempre.

— ¿Nick?

—Había oído que había muerto —dijo con su voz extraña. —Años más tarde me

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El Club de las Excomulgadas
enteré de que ella había muerto pocas semanas después que... después que me perdí
—se volvió hacia Luke. —No sabía que había vuelto a nacer.

— ¿Lo habrías esperado? —la voz de su amigo era suave. De todos los amigos
cercanos a Nick, sólo Luke y Sergius sabían la forma en que ella lo había
traicionado. Y sólo Serge entendía completamente lo que la traición le había
costado.

—No, pero... esto es un shock. —se dio la vuelta, frente a Luke, decidido a
expulsar los recuerdos, para recuperarse. — ¿Ella recuerda?

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—No lo sé. Lo dudo. La mayoría sólo recuerdan fragmentos, ¿no?

Nick se encogió de hombros. Había conocido a las mujeres de la corte del barón,
pero eso no lo convertía en un experto en relación con las múltiples vidas de los
súcubos. — ¿La has visto?

—No. Al parecer es propietaria de un club de comercio de almas. Orlando’s.

—He oído hablar de él —admitió Nick. —No tenía ni idea que fuera de ella. —no
tenía ni idea de que estaba en Los Ángeles, tan cerca como para alcanzarla y
tocarla. Verla. —una banda invisible se apretó alrededor de su pecho, y se volvió
una vez más hacia las violentas olas. — ¿Cómo lo supiste?

—Doyle —dijo Luke con la dureza de su tono de voz reflejando sus sentimientos
por el para-demonio.

— ¿Qué hay de Doyle? —Luke y el para-demonio fueron amigos una vez, y,


después de lo sucedido a Sara, Nick había pensado que lo serían de nuevo.

No exactamente.

—Al parecer frecuenta Orlando’s. Está preparando una operación a su alrededor.

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El Club de las Excomulgadas
Una encerrona para esta noche. Necesitamos su habilidad, Nick. Su particular
destreza.

—Entonces ¿Aún tiene la capacidad, incluso en esta vida?

Luke asintió. —Doyle cree que sí.

— ¿Y la está usando? —su demonio se retorció y dio un viraje, se preguntó a quien


estaría follando, quien sería el nuevo que la habría marcado.

—Sí.

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—Sin embargo, ¿La PEC no la ha detenido? —sus palabras salieron recortadas, y
se dio cuenta de que había cerrado los puños, luchando contra la imagen de ella
que había acudido a su mente.

Una imagen que había tenido por más de dos siglos, que había estado viva en sus
sueños.

—Según Doyle, la han estado observando durante años.

Nick escuchó la compasión en la voz de Luke y lo odió. — ¿Así que la PEC sólo
decidió ignorar sus crímenes? Todavía es un crimen robar información de la cabeza
de un hombre, ¿No?

—Así es. Pero si el conocimiento de la División de ese crimen puede proporcionar


influencia...

—Ellos están esperando —dijo Nick. —Esperando hasta que sea necesario usarla
como informante. Luego, jugarán con los fiscales y la arrestarán amenazándola con
ir a prisión, con esclavizarla, incluso con la muerte. Y una vez que esté temblando
de miedo, le ofrecerán una salida. Haz algo para nosotros, y perdonaremos tus

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El Club de las Excomulgadas
crímenes. Trabaja para nosotros, y borraremos la pizarra.

La sonrisa de Luke fue delgada. —Casi suenas como uno de la defensa.

—Vete a la mierda.

Luke se echó a reír, y Nick realmente sonrió.

No lo admitiría en voz alta... apenas podía confesárselo a sí mismo, pero nunca


había dejado de amarla. A pesar del escozor de su traición, a pesar del frío odio que
había dejado dentro de él, la amaba como no había amado a ninguna otra mujer

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antes o desde entonces.

Y ahora sabía cómo volver a verla.

—Yo la representaré —dijo.

La expresión de Luke se ensombreció. —No creo que esa sea una buena idea.

—No recuerdo haber solicitado opiniones sobre el asunto.

—Nicholas…

—No. Ella está a punto de ser arrestada, acusada y amenazada con ir a la cárcel.
Está a punto de que se le pida que haga algo para la PEC, y aunque no me has
dicho qué es, espero que no sólo sea peligroso, sino necesario. Esta mujer está a
punto de hacer algo que la División no puede ver con sus propios recursos. Hay
valor en eso, y no dejaré que la sorprendan, o la representen incompetentemente.
Yo estaré allí, Luke. Voy a proteger sus intereses.

—Tiberius no lo permitirá.

—Al diablo con Tiberius.

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El Club de las Excomulgadas
Luke ladeó la cabeza.

Nick suspiró. —Tiberius estará de acuerdo, estoy seguro.

—Se te ha asignado que busques a Sergius.

No había reproche en las palabras de Luke o en su tono, pero Nick se encogió, no


obstante.

—Durante seis meses recorrí todo este maldito mundo. He perseguido rumores,
sombras y rastros de los cadáveres. No he encontrado nada. —el fracaso se lo

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comía. Después de la traición de Lissa, Serge había sido el que había peinado el
campo, siguiendo el rastro de la destrucción de Nick. Había sido Serge quien había
arriesgado la salida de su propio demonio volátil para capturar a Nick obligándolo
a ir a la Detención. Serge había sido quien había permanecido al lado de Nick
durante cuatro meses en el frío de una cabaña alpina, sin irse hasta que Nick fuera
él mismo de nuevo, aún tierno por la traición de Lissa, pero sin mirar la oscuridad
de las fauces de la locura.

—Espero que él esté ahí, Luke, para que me ayude, lo espero. Pero en este
momento, me temo que nuestro amigo esté muerto. O algo peor.

Luke miró hacia los lados. —Entonces, ¿tienes miedo también por él?

Nick asintió y suspiró. —No tengo ninguna prueba. Ni siquiera una pizca de
evidencia. Infiernos, ni siquiera tengo alguna prueba que esté aquí en Los Ángeles,
pero sabes tan bien como yo que si alguien en este mundo puede hacerse
desaparecer, es Serge.

—Crees que podría estar matando a los humanos.

—Creo que no podemos ignorar la posibilidad. Su demonio está en la superficie,


Luke. No hay forma de que esté realizando un bonito cuadro. —Nick pensó en los

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El Club de las Excomulgadas
humanos muertos, cada uno acostado en una tumba fría porque Nick no había
podido encontrar a su amigo.

—Si tienes razón… —dijo Luke, —entonces Serge realmente caerá bajo en la
valoración de la PEC.
—Lo sé. — Aunque Tiberius hubiera asignado a Nick para traer a Sergius de
regreso, él habría aceptado el trabajo para poder ayudar a su amigo a controlar su
demonio, a luchar de nuevo para que volviera a la oscuridad, y luego, esperaba
convencer a Tiberius para que retirara la orden de ejecutarlo. Pero ahora, con el
gobierno de Tiberius en la cuerda floja, estaba condenadamente seguro que no
habría indulto.

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Luke no dijo nada, simplemente se quedó mirando las espumosas olas del Pacífico.

—Tiberius estará de acuerdo —dijo Nick con más fuerza este momento. Como si
la firmeza pudiera hacer que así fuera.

—Ella te traicionó, Nick. Te traicionó de la más horrible de las formas. ¿Por qué
demonios estás haciendo esto?

Nick miró hacia la espuma del mar. —Incluso los culpables requieren
representación.

— ¿Por qué haces esto? —Luke repitió, sin creer la mierda de Nick.

Las olas golpeaban contra la playa, y Nick sintió algo caliente desplegándose
dentro de él. Brasas de deseo. Un toque de emoción. —Porque puedo.

96
El Club de las Excomulgadas

Capítulo 11

Por mis chicas, Lissa se recordó mientras el hombre...Claude, ponía sus manos sobre
sus pechos desnudos. Esto es para protegerme a mí misma, a mí club, y a mis chicas. Se
sentó a horcajadas sobre el humano y se obligó a fingir disfrutar mientras sus
manos acariciaban su trasero.

Por lo general, no tenía que fingir. Había placer en el sexo, aunque nada

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comparable a tomar un trozo del alma, con el hermanamiento sublime de las cintas
suaves alrededor y a través de ella. Nada igualaba la alegría exquisita que la
embargaba cuando los bits de un alma bailaban a lo largo de su piel y se deslizaban
a través de sus poros.

¿Cómo podía algo igualar eso? Ciertamente no la mera unión de dos cuerpos.

Pero tan cruda como dicha unión podía ser, no podía negar la dulzura que
acompañaba al acto. El sensual roce de los cuerpos, de los toques y de las caricias
que traían una satisfacción deliciosa.

Pero era un placer físico, nada más. No estaba del todo segura de cómo“más”se
sentiría, pero en las películas clásicas adoraba poder ver la chispa en los ojos de los
personajes. Una adoración y conexión que se basaba en algo más que un
acoplamiento físico. Quería experimentar eso. Tener ese “más”en sus manos y
cuidarlo. No podía, sin embargo. Ella lo sabía. Eso era amor, y los súcubos no
estaban conectados de esa manera.

Se inclinó, con la espalda arqueada y sus manos trazando su espalda y su cuerpo se


estremeció con el placer.

Ella ahogó un suspiro.

97
El Club de las Excomulgadas
Hoy podía únicamente seguir el procedimiento, esperando el momento en que el
alma se liberaba y el éxtasis genuino de la toma se extendiera a través de ella.

Priam esperaba que ella lo cogiera todo. Esa había sido su petición. Se suponía que
Lissa tomaría toda el alma de Claude, junto con la información en su cabeza. Haz
eso, y Priam te dejará en paz.

Lissa no creía al demonio ni por un minuto.

Si ella tomaba el alma completa de Claude, entonces Priam tendría un arma más en

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contra de ella... y sería una malditamente potente.

Así que Lissa le había dicho a Priam que accedería a sus condiciones, pero no lo
había dicho en serio.

Tomaría un pedazo de alma de Claude... ¿por qué no? Tomaba pedazos de almas
todo el tiempo.

Por lo general, las tomaba con el consentimiento, pero no era como si fuera a
perjudicar al humano.

Los humanos vivían con el alma destrozada todo el tiempo y no se daban cuenta
siquiera. Y cada vez que tomaba un pedazo de alma, ella podía obtener la
información de su cabeza, y Claude nunca sabría que había sido robado.

Sin embargo, ¿toda? De ninguna manera. De ninguna jodida manera.

Y cuando viera a Priam una vez más, sería la que estaría a cargo. Claude todavía
tendría su alma, Priam no tendría nada nuevo para sostener sobre su cabeza, y ella
sabría que no habría nueva información en su contra que él pudiera utilizar en
futuras malditas peticiones.

Su plan debería funcionar.

98
El Club de las Excomulgadas
Tenía que funcionar.

Debajo de ella, Claude se quejó, muy cerca de correrse.

Gracias a Dios por eso.

A veces, si llevaba más tiempo del previsto retirar el alma de un cliente, trataba de
encontrar la dulzura de la intimidad con su propia imaginación, sustituyendo al
hombre debajo de ella con un hombre sin rostro que había entrado recientemente
en sus fantasías. Un hombre desconocido que podía ponerla de rodillas únicamente

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con una mirada, y cuyo toque tenía el mismo placer que el hermanamiento de un
alma.

Bajo de ella, el hombre se retorció, con pequeños gemidos de placer levantándose a


su encuentro. Ella arqueó la espalda y otra vez contuvo el aliento, esperando que
estuviera gozando, cuando en realidad quería escapar a los brazos de su fantasía.

Podía verlo en su mente, una figura oscura y sin rostro. Sin embargo, de alguna
manera sabía que él la estaba mirando con esa intensidad sensual. Él se movió
hacia adelante, y por primera vez, ella captó un destello de sus ojos, tan cafés que
eran casi negros, y unos labios llenos que habían sido diseñados para el placer de
una mujer.

Sus hombros eran anchos, su piel como café tocado con un poco de crema, sus
brazos apretados y fuertes. Y aunque se acercó a ella en su mente, sabía que no
llegaría tan lejos como para salir de las sombras. El hombre de su fantasía nunca lo
hacía, manteniéndose siempre en la oscuridad, con su cara oculta, incluso cuando
la tocaba, incluso cuando se doblaba para darle un beso.

Él hacía eso ahora, con la cara hacia adelante doblándose en su imaginación, pero
esta vez, las sombras se escabulleron mientras sus facciones se deslizaban hacia la
luz.

99
El Club de las Excomulgadas
Rand.

Se quedó sin aliento.

— ¡Oh, sí! —exclamó el hombre debajo de ella.

Ella lo ignoró mientras Rand sonreía en su mente, lento y sensual y lleno de


promesas decadentes.

Quiso darle la espalda. Quiso escapar de la realidad ineludible que él se había


metido en su piel limpia y profundamente. Los hombres la anhelaban, no al revés.

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El pánico aceleró su pulso. La mano de hierro hermética que había guardado
durante tanto tiempo su control se había aflojado, y si se le escapaba algo más del
mundo que tanto le había costado reconstruir todo se echaría por tierra.

Y sin embargo allí estaba ella, perdiéndose en el éxtasis. Podía sentir las manos de
Rand en sus pechos, con sus pulgares acariciando sus pezones. A ella cediendo en
el placer, arqueando la espalda, deseando más. Quería sus manos por todas partes.
Quería sus labios en su piel. Con un hormigueo de electricidad recorriendo su
cuerpo con poco más que la caricia de un dedo.

Él podía darle eso.

Se estremeció ante la idea, sabiendo de alguna manera que el toque de Rand podría
llenarla de maneras que nunca había experimentado, ni siquiera de igual forma que
la emoción de un alma gentil enroscándose a su alrededor, con sus filamentos de
color naranja vibrantes acariciándola, llenándola. Poniéndola caliente. Llevándola
cada vez más alto en el tipo de éxtasis que había vivido sólo en sueños.

En su mente, sus labios se encontraron con los suyos, con su boca caliente y
exigente.

— ¡Oh, sí, nena! —gritó el hombre, pero en su mente, era las manos de Rand las

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El Club de las Excomulgadas
que la tocaban.

Con los dedos de Rand acariciándola. Con su cuerpo vibrando, no de sexo, sino
por lo que venía, para lo que ella había sido creada. Para la extracción del alma...

Un gemido llenó la habitación, y la imagen de Rand se desvaneció, empujada a un


lado por el poder de la construcción en su interior, creciendo, llenándola,
tomándola. Y entonces allí estuvo, el susurro del alma del hombre aumentando los
finos filamentos de hilo alrededor de ellos. Más delgados de lo que había previsto,
como algodón de azúcar estirado hasta el límite, pero aún vibrante, aún alma, y ella
inclinó la cabeza hacia atrás y se empujó de sus brazos, llevándolo con ella, con los

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ojos cerrados mientras utilizaba su mente para ver el modo en que los hilos se
trenzaban y entrelazaban alrededor de ella, acariciando su piel desnuda, uniéndose
y mezclándose hasta que fue más de lo que había sido antes. Exquisita.

Era en momentos como este, en la toma, que ella realmente disfrutaba lo que era.
Había vida ahí. Alegría. Y a través del velo del alma podía ver toda la belleza del
mundo.

Bajo ella, el cuerpo del hombre se estremeció, con el último placer esforzándose por
responderle. —Ya casi llego —susurró ella, mientras apretaba las palmas de sus
manos en su frente... convocando el truco oscuro que la hacía tan diferente de todos
sus compañeros. A medida que lo hacía, el hombre bajo ella cambió, y se dio
cuenta de que las deliciosas hebras anaranjadas se decoloraban, perdiendo su
forma. Si ella tomaba sus pensamientos, tendría que tomar el resto de su alma, y no
podía hacerlo. Incluso teniendo una pizca de su consentimiento, era ilegal; si atraía
el alma entera, la pena en virtud del Pacto era la muerte.

El miedo picó sobre ella. Una criatura sin alma estaba destrozada. Sería mala.
Algunos simplemente quedaban huecos. Vacíos, solitarios y llenos de
desesperación. Sin embargo, algunos eran poco menos que malvados.

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El Club de las Excomulgadas
Al demonio con Priam y sus secretos, pensó, tratando de salir. Pero el hombre
apretó su control sobre sus caderas y bombeó. Ella se tragó una maldición, con
pánico mortal, y lo intentó de nuevo.

Claude no estaba dispuesto a renunciar al premio... estaba cerca y era fuerte, y


estaba determinado.

El sudor estalló en gotas por su rostro rojo, con los filamentos de color naranja de
su alma agitándose a su alrededor, en busca de Lissa. Ella se retorció, tratando de
no ser de la criatura que era, pero no había forma de detenerlo... si él se corría, su
alma se deslizaría dentro de ella.

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— ¡Alto! ¡Maldita sea, tienes que parar! —pero ahora era sordo. Sordo y
bombeando hasta el éxtasis sexual, y no preparado para dejarla ir. Agarró con
fuerza sus caderas y la tumbó de lado, atrapándola debajo de él y bombeando,
bombeando, sin detener su bombeo. Su alma era poco más que jirones ahora. Si él
realmente se venía, lo perdería todo, y nadie creería que había tratado de detenerlo.
Lo venció, pero su control era como de hierro. Estaba dejando su maldita
humanidad y no lo sabía, y un terror frío y helado se resbaló por su piel. Lo único
que quería era salir de allí. Irse y olvidar que nunca había…

—Oh, sí, nena, ¡A la mierda, sí, sí, sí!

— ¡No! —ella arañó su camino debajo de él, mientras los últimos restos de su
alma se envolvían en ella. Todo había terminado.

Ella se arrastró libre, respirando con dificultad, con el terror por completo como
una sombra de dulzura de su alma aún filtrándose en sus poros.

— ¿Dónde demonios te crees que vas? —Claude estaba allí, de pie sobre ella, y
luego su mano se estrelló hacia abajo, golpeándola con fuerza a través de la mejilla
y dejándola de lado. Ella abrió la boca, mirando los ojos planos, muertos cuando él
le pateó con fuerza el estómago. Ella se acurrucó, abrazándose las rodillas, medio

102
El Club de las Excomulgadas
protegiéndose mientras convocaba a la fuerza sobrenatural que por lo general fluía
a través de ella después de la toma de un alma.

Pero no había ninguna fuerza. Su alma era demasiado delgada para darle poder, y
ella tendría que luchar por su cuenta.

—Debería matarte ahora mismo, debería… —gritó él, y ella buscó su mirada,
tratando de encontrar algo a su alcance que pudiera usar como arma. Algo que
detuviera al psicópata que acababa de crear.

Nada.

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Lo escuchó detrás de ella y se puso tensa con el siguiente golpe. Le agarró el pie y
tiró de él hacia abajo. Correría. Tenía que salir pitando de allí. Eso funcionaría.
Tenía que hacerlo.

Excepto que nunca tuvo la oportunidad de intentarlo. El golpe no llegó.


En cambio, escuchó la puerta abriéndose y cerrándose con un golpe. Poco a poco,
ella se movió y luego se sentó.

La habitación estaba vacía. Las ropas del hombre también habían desaparecido.

Contuvo el aliento, haciendo un esfuerzo para concentrarse. Se arrastró en su salida


del trance. Había hecho lo mismo por decenas de chicas. Tenía un negocio de
éxito, y nadie se metía con ella porque todos sabían que se defendería.

Pues bien, hoy no sería diferente. Sería capaz de conseguir el maldito control.

Se puso su vestido, hablando para sí misma a través de los escalones. Brazo, brazo,
cierre. Ahora zapatos. Ahora bolso.

Se alisó el pelo, luego se movió hacia el espejo para comprobar su maquillaje.

Vio que las lágrimas corrían por su rostro, y por primera vez, fue consciente que

103
El Club de las Excomulgadas
había estado llorando.

Detenlo.

Secó las lágrimas con el dorso de la mano para después utilizar su pulgar a fin de
secarse el rímel que manchaba la sensible piel bajo de sus ojos.

Después de un poco más de limpieza, decidió que se veía aceptable. Iría a la


recepción y se encontraría con Priam. No era su plan original, pero esperaba que
funcionara. Realmente tenía el alma entera de Claude... y muy bien la utilizaría
para negociar con el demoníaco hijo de puta y sacarlo de su vida.

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Finalmente lista, abrió la puerta de la habitación y se encontró mirando a la cara
familiar de un larguirucho para-demonio.

Un escalofrío de miedo serpenteó por su espalda mientras trataba de recordar de


qué lo conocía.

Lo afrontó, al tiempo que intentaba esbozar una brillante sonrisa. Intentó


traspasarlo, pero se colocó frente a ella, bloqueando su camino. —Si me disculpa,
voy un poco tarde.

—No puedo —dijo él sacando una billetera de cuero fino de su bolsillo. La abrió,
revelando la insignia de plata brillante de un investigador de la PEC. —Soy el
Agente Ryan Doyle. Y tenemos que hablar ahora mismo, Lissa.

104
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 12

Sara observó a la mujer a través del cristal de un solo sentido. Había esperado que
Lissa tuviera miedo. Que hubiera estado encerrada en sí misma, o rogara por
asesoría, o gritara que ella no debía estar allí.

El súcubo no hacía nada de eso. Durante las últimas dos horas, no había hecho
nada, excepto sentarse erguida y recta, con las manos cruzadas delante de ella en la
maltratada mesa de metal. Una o dos veces, había mirado hacia el cristal, como si
pudiera ver a Sara de pie. Nada se había movido en su expresión, pero Sara veía

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una fuerza que admiraba.

No quería admirarla. La mujer robaba almas después de todo. Y, sí, Sara podía
beber sangre ahora, pero las almas... bien, eran almas. Ahora estoy en el territorio de
los sueños. La esencia de la vida, el tipo eterno de vida.

Entonces, ¿cómo diablos podía esta mujer acabar tomándolas?

—Estás todavía aferrándote a las viejas creencias del mundo —dijo Luke a su lado.

Estaban solos en la antesala, y se apoyó en él, con sus ojos todavía en Lissa. Puso
su brazo alrededor de ella y la atrajo hacia sí.

—Mis pensamientos no serán sólo míos nunca más —dijo.

La besó en la parte superior de la cabeza. — ¿Eso te molesta?

Ella inclinó la cabeza hacia atrás, y luego le sonrió. —No.

—El comercio de almas ha existido desde el principio de los tiempos. Sin eso, las
criaturas como Doyle serían mucho más que un peligro para los humanos de lo que
ya son. Y los súcubos necesitan almas, también. No para comida, sino…

105
El Club de las Excomulgadas
— ¿Para qué?

—Ellos viven, mueren, renacen. Las almas alargan sus vidas. Suficientes almas, y
un súcubo podría convertirse en esencia inmortal, igual que nosotros.

Inmortal. Ella lo había deseado... deseaba a Luke y todo lo que significaba, pero
todavía era nueva, y tenía mucho a qué acostumbrarse.
—Pero para tomarlas, aunque sea para regalar... —se interrumpió,
estremeciéndose. —Estamos hablando acerca de almas, Luke. Almas.

—Cualquier persona, incluso los que estamos en las sombras, puede

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voluntariamente renunciar a su alma. La tragedia puede desgarrarla. El amor puede
expandirla. No es algo constante. Puede ser compartida. Desgastada. Atesorada. Y
mientras se le permita, puede crecer. —le rozó la mejilla. —Siento tu alma dentro
de mí siempre.

Su garganta se sintió gruesa. —Luke.

—Pero como en todo, hay reglas, y tomarlas sin el permiso es un crimen. Y tomar
el alma entera es imperdonable.

—Conozco la ley, Luke no estoy hablando de eso. Estoy…

—Hablando como un humano. Lo sé. Pero no eres más un ser humano.

—No —admitió ella, luego apretó su mano. —Pero todavía me siento como si lo
fuera.

Los brazos se apretaron alrededor de ella, ciñéndola, ofreciéndole amor, apoyo y


comprensión. Ella cerró los ojos, aceptando lo que él estaba dispuesto a darle,
después los abrió de nuevo cuando se oyó el chasquido de la puerta. Doyle entró,
seguido por Nick, y Sara se deslizó de los brazos de su marido y de nuevo a su
papel de fiscal.

106
El Club de las Excomulgadas
—El chico maravilla aquí dice que va a representar a la demandada.

— ¿Lo hará? —Sara cruzó los brazos sobre su pecho y sonrió. —Esto va a ser
igual que en los viejos tiempos.

—Excepto que mi cliente no enfrentará un tribunal. Será un modelo de


cooperación.

— ¿Ella sabe eso? Por lo demás, ¿lo conoce?

—Lo hará pronto.

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— ¿Podemos empezar a movernos? —Doyle le preguntó.

— ¿Preferirías que yo la entrevistara? —Sara le preguntó.

— ¿Por qué? — Doyle le preguntó. —Va a ser mi CI21.

—Las cosas han cambiado —dijo Sara. —Cuando hablamos por primera vez
sobre usarla como informante confidencial, dijiste que estaba sujeta a chantaje. —
pensó en el informe que había recibido hacía menos de una hora de los dos oficiales
que habían seguido la marca de Lissa desde el hotel. Reprimió un estremecimiento,
sin poder sacar de su mente las imágenes que los oficiales le habían enviado a su
teléfono. —Lo que hemos averiguado, lo cambia todo.

— ¿Y qué acabas de averiguar? —le preguntó Nick, volviendo la vista de ella a


Doyle.

Sara le lanzó una mirada fría. —Necesitarás saberlo, Nicholas. Y hasta que ella
formalmente haya aceptado tus servicios, no necesitas saberlo.

21
Acrónimo de Confidential Informan (Informante confidencial)

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El Club de las Excomulgadas
—Lo único que cambia es nuestro punto de presión —insistió Doyle,
cómodamente haciendo caso omiso de Nick. —Ella cooperará ahora. Ni se te
ocurra dudarlo.

Tenía razón, pero eso no significaba que a Sara le gustara. —Aún así... ella es un
súcubo. Y tú un hombre. —miró a Luke, con la esperanza de que él la apoyara. —
Realmente creo que yo debería ser quien entrara.

Doyle soltó un bufido. —Te voy a conceder que es condenadamente hermosa, pero
soy inmune a una cara bonita.

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—Ella es más que una cara bonita —dijo Sara. —Maldita sea, Doyle, esto no es
una…

La mano de Luke se apoyó en su hombro, silenciándola tanto a ella como a sus


suaves palabras.

—Doyle también es un roba-almas. Lo que le da ventaja para tratar con los


súcubos.

—Ya veo —dijo ella, aunque realmente no lo hacía. — ¿Y tú? —preguntó


volviendo su atención a Nick. —No tienes poder de decisión, por lo que en
realidad no eres mi problema, pero ¿estás dispuesto a bailarle a una mujer que
puede volverte del revés?

—Eso no será problema —dijo Nick, con expresión cerrada.

Frunciendo el ceño, ella miró a Luke, que negó una fracción de pulgada.

Sara asintió a la puerta. —Es tu fiesta. No cruces las líneas, Doyle —agregó con
una rápida mirada hacia Nick. —Su abogado juega duro.

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El Club de las Excomulgadas
Los nervios de Lissa estaban aniquilados. El Agente Doyle la había entregado a
algún administrador, que la había sacado con alguien uniformado, quien la había
llevado sin ceremonias a esa sala de entrevistas. No estaba esposada a la mesa, pero
tampoco era libre de irse. Lo sabía. Había intentado abrir la puerta.

Sin embargo, nadie le había dicho por qué estaba allí.

Al principio, había estado enferma de miedo. Pero una vez que se había instalado
en el asiento trasero de esa monstruosidad que Doyle llamaba coche, se dio cuenta
de que esto no podía ser por el alma de Claude. No existía ninguna maldita manera
que la División pudiera saber que había tomado todo de él. Después de todo, las

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almas no estaban equipadas con pequeños dispositivos de seguimiento y la gente de
la PEC no se pasaba el día siguiéndolos en un gran tablero verde.

¿Tal vez sabían acerca de su plan de chantaje? ¿Tal vez Priam la había delatado
después de todo? No lo sabía, y estaba casi a punto de volverse loca por la
especulación cuando la luz encima de la puerta cambió de rojo a verde y el agente
Doyle se paseó con una carpeta bajo el brazo, seguido por otro hombre. Le prestó
poca atención al segundo varón, porque, finalmente, recordó de qué conocía a
Doyle. —Has ido a Orlando’s — dijo ella. —Ahora te reconozco.

—Tengo cuenta abierta desde hace mucho tiempo —confirmó.

Ella se recostó en su silla. —Al parecer tengo que prestar más atención a quién
autoriza mi personal tener cuentas privilegiadas. —se volvió hacia el otro hombre,
un vampiro, y muy fácil de ojos. Como Doyle, había algo familiar en él, pero
estaba convencida de que nunca había puesto un pie en su club.

— ¿Quién eres tú?

—Nicholas Montegue. Tu defensor.

El pelo de la parte trasero de su cuello le picó, pero forzó una réplica casual. —Es
curioso. Creo que no recuerdo haber contratado a un abogado.

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El Club de las Excomulgadas
—Confía en mí, me querrás retener.

—Confía en mí —replicó ella. —Tomo mis propias decisiones cuando es mi


trasero el que está en peligro.
Doyle sacó una silla, la giró y se sentó a horcajadas. —Contrátalo o despídelo, no
me importa. Pero ahora tenemos que hablar. Si quieres un consejo, sigue con este
tipo; puedes despedirlo después. O puedes renunciar a tu derecho a un abogado;
dilo y lo echamos.

Ella se pasó la lengua por los dientes. — ¿Y si quiero a un abogado, pero no a este?

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—no tenía ninguna razón para rechazar a Montegue, pero sentía un malestar
persistente a su alrededor. El toque de un recuerdo, un sentimiento. Algo fuera de
su alcance.

—No hay problema —dijo Doyle de pie y retrocediendo, con una estudiada
expresión de completa cooperación en su larguirucho rostro. —Haré que traigan
un teléfono. Seguro que estarás cómoda esperando aquí otro rato hasta que
aparezca tu defensor. —inclinó su cabeza hacia la puerta, con los ojos fijos en
Montegue. —Parece que has sido rechazado, amigo mío.

—Lissa...
Ella no dijo nada, presenciando cómo los hombres se miraban. Fijó la vista en el
vaso, preguntándose quién estaría fuera, viendo el espectáculo en el interior. El
Show de Lissa en esa pequeña sala de cemento, con sus paredes grises y cámaras
ocultas.

Cada minuto que ella pasaba ahí era un momento en que no estaba en su club
promocionando su empresa y la economía capitalista. El mundo la necesitaba. Sus
chicas la necesitaban.

Doyle abrió la puerta, haciéndole un gesto a Montegue para que saliera. Ella
extendió una mano, deteniéndolo.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Por qué? — dijo ella. — ¿Por qué debería quedarme contigo?

Montegue la miró, sólo la miró, y su mirada duró casi más de lo que era cómodo.
—Porque yo soy el mejor.

Estaba segura de que no era lo que había planeado decir, pero ella no pudo
recriminárselo, ya que durante su indecisión fue consciente de la verdad: lo
conocía. No de esta vida, sino del pasado. No lo recordaba... no tenía ni idea de
quién era o de cómo lo conoció, pero estaba segura de que tenía razón.

Ella se lamió los labios, y luego asintió. —Está bien. Por el momento, al menos,

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seré representada por el Sr. Nicholas Montegue —.

Doyle cerró la puerta con un golpe, y luego regresó a su silla. —Me alegro de que
lo hayamos solucionado. Una carga menos sobre mis hombros, seguro.

Ella echó un vistazo a Montegue, que permanecía de pie. —Me gustaría saber por
qué estoy aquí.

—Los cargos, Doyle. Mi cliente tiene derecho a saber exactamente por qué la
trajiste aquí. Y… —agregó con una repentina dureza, —por qué la estás reteniendo
aquí.

— ¿Exactamente? — Doyle repitió. —Bueno, exactamente, la trajimos por


veintisiete cargos de extorsión, todas ellas en violación del Pacto Internacional de la
Convención.

Ella tragó, sin ser totalmente capaz de creer lo que estaba escuchando. —
¿Veintisiete?

—Hemos estado observándote durante mucho, mucho tiempo, Lissa —dijo Doyle,
con su tono calmado mientras sus palabras hacían trizas todas las fantasías de que
ella había estado operando tan bien bajo el radar.

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El Club de las Excomulgadas
Él hizo crujir los nudillos. —Un pequeño negocio ordenado que tienes ahí.
Reuniendo información, chantajeando a unos pocos maleantes, ayudando a esas
pobres muchachas.

Ella abrió la boca para defender sus acciones, pero su discurso de maleantes y
chicas pobres se quedó en su lengua. Era mejor callar y ver hacia dónde iba.

—Interesante —dijo Montegue.

— ¿Qué?

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—Dices que la has estado vigilando durante mucho tiempo, pero ahora decides
detenerla. —se puso de pie detrás de Lissa, con las manos en la parte trasera de la
silla. —Esto no es sobre lo que ha hecho, sino sobre lo que quieres. Así que pon tu
oferta sobre la mesa, agente, y mi cliente decidirá si está dispuesta a jugar o no.

Lissa luchó para no sonreír. Al parecer, realmente había elegido al mejor.

Doyle se encogió de hombros. —Tal vez simplemente no nos sentimos con ganas
de molestarla antes. La División no arresta por todos los crímenes, y tomamos
declaraciones en una gran cantidad de casos. —se puso en pie. —Estás en lo cierto,
sin embargo. Una disculpa parece el camino a seguir en estos casos. Para los otros,
en cambio…

— ¿Qué otros? —Montegue preguntó, mientras Lissa se ponía rígida, con el miedo
que había comenzado a desvanecerse corriendo de regreso.

Doyle había estado sosteniendo una carpeta. Ahora la arrojó sobre la mesa. Se
mantuvo cerrada, pero los papeles interiores se salieron, con los bordes de unos
pocos asomándose. Un borde blanco en torno a algo gris, como de fotografías.
Lissa tragó, de repente con un miedo terrible de lo que estaba dentro de esa carpeta.

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El Club de las Excomulgadas
Doyle cabeceó hacia la mesa. —Tengo que admitir que no nos esperábamos esto
—levantó la cabeza para mirar a Lissa. —Fuimos al hotel a por ti, teníamos una
orden por los veintisiete cargos, muy fina y pulida en mi bolsillo. Te traeríamos, te
sentaríamos, pensé que tendríamos una pequeña charla agradable. Y entonces,
mientras estabas aquí, y yo estaba por ahí poniendo todos mis patos en orden, nos
enteramos de esto. —le dio un toque sólido a la carpeta.

—Tengo que decirte que no dudé ni por un segundo de que estarías dispuesta a
cooperar con nosotros, pero no estaba tan seguro. —miró hacia el espejo y la que
estaba allí encerró su mirada con Lissa con interés. —Ahora todos sabemos muy

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bien que vas a ser muy cooperativa. Muy cooperativa.

Ellos lo sabían. No había otra explicación. Sabían lo que le había hecho a Claude.

Montegue, sin embargo, no. —Si quieres cooperación, te sugiero que olvides el
misterio y nos digas los hechos — dijo. —Mi cliente no está dispuesta hacer nada
por ti sólo porque le guste oírte.

La leve sonrisa de Doyle olió a victoria. —Nuestros cargos finales —le dijo a
Montegue. Él abrió la carpeta, y luego pasó la mano por la pila de papeles,
extendiéndolos efectivamente. Lissa se apretó el estómago mientras miraba la serie
de imágenes horribles de cuerpos ensangrentados, con la saliva formándose en su
boca. Querido Dios, se estaba sintiendo mal.

Se volvió y descubrió que Montegue se había acercado aún más. Le sujetó la


cabeza, y ella aceptó el gesto de buena gana, apoyando la frente contra su muslo.
Sus dedos se entrelazaron en su pelo, con gesto tranquilizador, y ella se quedó allí,
respirando profundamente por la boca, esperando a que le pasaran las náuseas.

—Olivia Perkins —dijo Doyle con voz monótona mientras señalaba con su dedo
índice una fotografía que mostraba a una chica pequeña. —Estrangulada con un
cordel de la cortina. Fue la que murió más fácil.

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El Club de las Excomulgadas
Su mano se movió a la siguiente imagen. —Timothy Perkins. Degollado. En un
verdadero desastre, sin embargo. El muchacho tenía doce años aunque parecía
mayor. Quiso defenderse. No le hizo ningún bien. —su dedo se movió a la
siguiente.

—Amanda Perkins. Embarazada. Apuñalada en el pecho. No se puede ver en la


foto por toda la sangre, pero su corazón fue arrancado —quedaba una foto. —
Claude Perkins… ¿Creo que lo conoces? Se puso una bala en la cabeza. Me gustaría
pensar que fue por remordimiento tras matar a su familia, pero no sé si una criatura
sin alma es capaz de sentirlo. Creo que el hijo de puta sólo estaba afectado.

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Lissa abrió la boca, deseando decir algo, queriendo gritar que eso no era real, que lo
había visto hacía solo unas horas, y no podría haber hecho eso. Pero sabía que no
era cierto. Ella había tomado su alma, y Claude Perkins no sería del tipo
sonámbulo el resto de su vida. Sería violento y duro, y sin alma no había nada que
contuviese la violencia dentro.

Ella cerró los ojos.

—Es duro de ver, ¿no? Es difícil saber que jugaste un papel en ello. Que corrió a su
casa después su oh-tan-agradable encuentro contigo, y sin pensarlo siquiera un
segundo, asesinó a toda su familia. ¿Sabes que mató al perro, también? No se ve en
esta foto. Tal vez debería traerte otra.

—Cuidado — dijo Montegue.

Doyle entrecerró los ojos mientras hablaba con Montegue. —Ese es nuestro cargo
final. La extracción completa del alma de un ser humano. Es una violación de clase
5, y se castiga con la vida en la cárcel. —confirmó Doyle mirándola fijamente a los
ojos. —No hay ejecución para un súcubo. Eso sería muy parecido a un renacer.

Las paredes parecieron estrecharse, la temperatura aumentó. Aún llevaba el vestido


negro sin mangas, y sintió una sola gota de sudor bajando de su axila hasta la

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El Club de las Excomulgadas
cintura. Abrió la boca, pero la encontró demasiado seca para hablar, y lo intentó de
nuevo.

—Me gustaría un momento para hablar con mi abogado. —miró los ojos de
Doyle... ojos oscuros, cansados de ver demasiado. —Sin grabaciones.

Doyle se puso de pie. —Ey, si eso es lo que quieres, está hecho. —se detuvo en la
puerta y la miró de nuevo. —Cometiste un pequeño gran error, pero me gustas.
Igual que tu establecimiento. Orlando’s es el único club de comercio de almas del
que puedo salir sin sentir que tengo una capa de suciedad sobre mí. Quiero
ayudarte con esto. Te lo aseguro.

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Ella tragó y se preguntó si estaba jugando a ser el poli bueno, para luego hacer el
otro papel.

La puerta se cerró, dejándola sola con Montegue.

Él tomó la silla y se sentó frente a ella, luego se reclinó hacia atrás de forma casual,
como si hubieran acabado de cenar y estuvieran esperando a que el camarero
llegara con el brandy. —Soy tu defensor, no importa lo que haya pasado —dijo.
—Pero para representarte mejor, necesito saber la verdad. Todo. Hay un acuerdo
en alguna parte sobre la mesa. Uno fantástico, seguro, que hará que todo se vaya.

Ella le dio la vuelta a las fotos. —Nada hará que desaparezca.

—Tienes razón —dijo él con voz más suave. —Y nada traerá a esa familia de
regreso. Sin embargo, podemos evitarte la pena de cadena perpetua. Para ello, sin
embargo, necesito toda la munición. Y eso significa todos los hechos. ¿Entiendes
eso?

Ella asintió. No se lo quería decir, quería mantener todo cerrado en una caja, pero
no era ingenua. Sabía cómo funcionaba eso. Y sí, quería llegar a un acuerdo. El
mejor que Montegue pudiera conseguir.

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El Club de las Excomulgadas
—Hay otro comerciante. Priam. Él es quien me tendió la trampa con Claude —
contuvo el aliento. —Me amenazó. A mi club. A mis chicas.

— ¿Cómo?

Ella se lo dijo. —No sabía que su alma estaba tan delgada, lo juro. Y cuando me di
cuenta y traté de detenerme… —se interrumpió, recordando la forma en que
Claude se había aferrado a ella, sin dejarla pasar, sin permitirle liberarse. —Él no
me dejó —dijo simplemente.

— ¿Por qué Priam te quería con Claude? —preguntó, aunque algo en su tono le

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hizo pensar que ya sabía la respuesta.

Ella dudó un momento y luego dijo la verdad. —Priam quería que yo entrara en su
cabeza. Claude no era el mejor de los hombres —añadió con los ojos una vez más
en las fotos. —Priam quería toda la basura.

— ¿Por qué?

—Chantaje, supongo.

— ¿Y puedes hacer eso? ¿Entrar en la cabeza de alguien? —no parecía


sorprendido.

—Sí.

—Ellos lo saben, Lissa, —dijo él, con sus palabras enfriándola. —Por eso estamos
aquí, hablando, en vez de en una celda en espera de tu juicio.

—Tengo miedo —admitió ella.

—Lo sé. —Montegue se puso de pie. —Saldré y hablaré con ellos un momento.

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El Club de las Excomulgadas
Ella frunció el ceño. —Diles que arresten a Priam. He tomado un alma entera. Él
ha tomado decenas.

—En realidad, me dijeron que ya están en eso. No creo que haya sido detenido sin
embargo. ¿Y tú? ¿Hay algo que necesites en este momento? ¿Alguna persona con la
que debas ponerte en contacto?

Inexplicablemente, pensó en Rand.

Miró hacia abajo en la mesa. —No —dijo. —No hay nadie.

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Él se fue y regresó unos minutos más tarde, seguido por Doyle.

Doyle se sentó a horcajadas sobre la silla. —Hay una manera fácil de salir de esto,
Lissa. Limpiar tu nombre. Retirar los cargos.

Ella le echó un vistazo a Montegue, apenas pudiendo creer lo que Doyle estaba
diciendo.

—Escúchalo.

Ella contuvo el aliento. —Estoy escuchando.

— ¿Eres consciente de los asesinatos? ¿De los humanos que aparecen muertos, con
las gargantas perforadas y los cuerpos drenados?

Ella miró a los dos hombres. — ¿Qué tiene eso que ver conmigo?

— ¿Has escuchado algo?

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El Club de las Excomulgadas
—Nada. —se encogió de hombros. —Trato de evitar chismes. No hay mucho
mercado para los rumores.

—Es mi trabajo pensar en ello —dijo Doyle. —Seguir todas las pistas, todas las
vías. Sin embargo, para llegar a la verdad, tienes que ir a la fuente. Debes saberlo
mejor que nadie.

Sus mejillas se sonrojaron, pero sostuvo la mirada. Ya sabían lo que podía hacer.
Por otra parte, su habilidad era la razón por la que le habían ofrecido un acuerdo.
— ¿Y?

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—Así que si quiero saber lo que el weren están haciendo, mi mejor opción es
acercarme a su líder.

—Estoy segura de que vosotros dos haréis grandes y buenas migas.

—Claro. Soy un tipo bastante agradable. Pero el tiempo es esencial, y pienso que
tú podrías hacer incursiones más rápido de lo que yo sería capaz.

—Avances —repitió ella.

—Como he dicho, hemos estado observándote durante un tiempo. —se dio unos
golpecitos en su cabeza. —Bonito talento que tienes ahí. Ponlo en buen uso, y
puedo hacer que los cargos desaparezcan.

Su entusiasmo por salir de la División como una mujer libre chocó con el miedo de
lo que querían que hiciera. — ¿Con su líder, has dicho? ¿Quieres que entre en la
cabeza de Gunnolf? ¿Estás loco?

—No de Gunnolf —dijo Doyle. —Él está en París. Estamos interesados en uno de
los hombres de Gunnolf. Acaba de llegar a la ciudad. Tenemos razones para creer
que sacó a uno de sus propios hombres para difundir rumores de que Gunnolf está

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El Club de las Excomulgadas
detrás de los asesinatos. Queremos saber por qué.

Ella se lamió los labios. —Se están preguntando si mata porque los weren dicen la
verdad, o porque estaba difundiendo mentiras.

Doyle se tocó la nariz. —Chica inteligente. Calculamos que nuestro chico está aquí
para echar un vistazo, y queremos saber lo que sabe.

Ella se recostó en su silla. —Increíble. Sólo me están amenazando con cargarme


por entrar a la cabeza de la gente. ¿Y ahora quieren que lo haga por la PEC?

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—Si quieres debatir sobre dilemas morales —dijo Doyle, —saldré de la habitación
y tú y Montegue podéis tener uno aquí. Él es un jodido erudito. Yo sólo quiero
detener a un asesino.

Ella se pasó las manos por el pelo, y luego miró a Montegue.

—Es un buen negocio —dijo, y miró los ojos de Doyle. —Pero queremos más. Si
lo hace tendrá inmunidad, por todos los delitos anteriores también. Borrón y cuenta
nueva a partir del momento en que lo haga.

—Puedo lidiar con eso —dijo Doyle.

— ¿Lissa? —Montegue preguntó. —No vamos a mejorar.

—No es que haya pequeños cajones en la cabeza de la gente... no puedo abrir el


apartado marcado como Asesinatos Humanos. No podría encontrar nada en
absoluto. Tendré que intentarlo más de una vez. Y cada vez que lo intente, tengo
que tomar un poco de su alma.

—Supongo que tendrás que trabajar rápido. ¿Aceptas?

No había ningún argumento que pudiera esgrimir, ninguna guerra que pudiera
pelear. Ellos tenían todas las cartas, y si quería mantener a sus chicas a salvo y a

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El Club de las Excomulgadas
ella misma en el mundo, en lugar de en la cárcel, entonces lo único que podía hacer
era estar de acuerdo.

—Parece que me tienen por las pelotas — dijo. — ¿Quién es él?

—Su nombre es Rand —dijo Doyle mientras Lissa ahogaba un grito de asombro.
—Vincent Rand.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 13

—Ella no se acuerda de mí —dijo Nick cuando Luke y él se deslizaron a través de


la oscuridad del túnel Red Line, buscando alguna señal de Serge en los kilométricos
subterráneos.

— ¿De verdad esperabas que lo hiciera?

Nick examinó la pregunta. —No — dijo. —Le envidio eso.

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Luke se detuvo, entornando los ojos mientras lo miraba. Nick se alejó, intentando
evitar que su amigo viera su expresión a pesar de saber que aún en la oscuridad
podía ver con absoluta claridad. Todo en el túnel, y cada pensamiento en la cara de
Nick.

También se conocían demasiado.

Siguió caminando, explorando la oscuridad con la mirada, en busca de Serge. —


¿Te acuerdas de nuestros años en Europa?

Luke se rió en voz baja, y sostuvo un poco de diversión. —Recuerdo algunos años
mejor que otros —dijo. Nick asintió con comprensión. El demonio de Luke había
salido fuerte y poderoso, y, para Lucius Dragos, gran parte del pasado se perdía en
una neblina de color rojo sangre.

—Pasé muchos años en busca de la inmortalidad —dijo Nick. —Era lo que quería
antes del beso oscuro de la señora, y después, seguí buscando, queriendo
perfeccionar lo que ya tenía. Tuve mentores brillantes, hombres que son venerados
aún hoy en día, y cuya mente todavía no puedo comprender en su totalidad.

—En este momento, es tu mente la que no llego a percibir.

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El Club de las Excomulgadas
Nick reprimió una sonrisa. Las sutilezas de la alquimia no tenían ningún interés
para Luke. —Encuentro irónico que, en muchos aspectos, Lissa ahora tenga lo
que quiero.

—Lissa muere, Nick. Una y otra vez.

—Pero renace —dijo. —Y sin recuerdos dolorosos.

— ¿Preferirías haberla olvidado? —

Nick dudó, recordando las profundas heridas de su corazón, heridas que aún le

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dolían. Si pudiera, ¿borraría esos recuerdos y sanaría las heridas, sabiendo que iba a
eliminar también buenos momentos?

—Quizás no —admitió.

—Mantén los buenos recuerdos —dijo Luke. —Pero deja ir a la mujer.

Nick asintió, pero no dijo nada. Ese era el verdadero truco, ¿no?

—Estamos casi en la estación Vermont —dijo Luke después de caminar en silencio


por un tiempo. — ¿Seguimos adelante o paramos?

—Nos detendremos por ahora —dijo Nick. — ¿Notaste algo raro en este tramo?

—Que no hay ratas —dijo Luke inmediatamente.

—Ni personas sin hogar —ambos sabían lo que significaba.


Serge había estado ahí, y no hacía mucho tiempo.

Pronto Nick lo encontraría.

Qué haría si resultaba que su amigo estaba realmente matando humanos…

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El Club de las Excomulgadas
Acerca de eso, todavía no estaba seguro.
—Ep, chico soldado, trae tu trasero aquí.

La voz baja y dura vino de detrás suyo, y Rand se giró, con su gruñido muriendo en
la garganta cuando vio a Frank J. Murray sentado en la cabina circular del
Slaughtered Goad, con una ninfa del bosque acurrucada en su regazo.

El hombre lobo lo había visto venir, había movido a la chica y se había levantado,
avanzando un paso para enfrentarse a Rand.

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—Creí haberte dicho que nunca me llamaras así —dijo Rand.

—Y yo creí haberte dicho que me importaba una mierda.

Se detuvieron por un momento, cada uno mirando al otro. Detrás de Murray, la


ninfa se movió nerviosa en la cabina, dirigiendo la mirada repetidamente hacia la
puerta.

Un hombre lobo en una mesa cercana se movió en su silla, y un weren-gato en otra


mesa dejó su bebida y atravesó el cuarto.

Un latido. Y luego otro. Hasta que, finalmente, Rand no pudo soportarlo más.

—Murray, hijo de puta —dijo con una sonrisa. — ¿Cómo diablos estás?

—Bien —dijo Murray, dándole una palmada en el hombro. —Maldita sea, fue
bueno recibir tu llamada. Levántate, nena le dijo a la ninfa mientras ladeaba la
cabeza hacia el banco. —Mi amigo va a unirse a nosotros. Hace tiempo que no nos
vemos, demasiado.

—Han pasado, ¿qué? ¿Seis años?

—Más o menos —dijo Murray. — ¿Recuerdas Estambul? ¿A las gemelas?

123
El Club de las Excomulgadas
Rand se rió entre dientes. Había comenzado la noche con la gemela pelirroja, para
despertar por la mañana con la morena, y entre medias había estado con las dos, y
al mismo tiempo. Ahora ni siquiera podía recordar sus nombres, pero al tiempo,
estaba condenadamente seguro que habían suavizado la noche.

Levantó la mano, haciendo señas a Joe, el camarero, para que una de las chicas les
llevara una ronda más.

—Dime, ¿cómo va la vida en la gran ciudad? —le preguntó. Había conocido a


Murray en Europa, sólo unas pocas semanas después de haber comenzado con las

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misiones especiales para Gunnolf, cuando la muerte de Alicia todavía estaba en
carne viva y la rabia de haber sido maldecido todavía fresca. Murray no era Kyne...
no era parte del equipo de élite que cada uno de los líderes de la Alianza
controlaba, pero era un maldito hombre lobo sólido, y bueno en una pelea.

También era, esperaba Rand, un recurso potencial, pero sabía que no debía mostrar
su mano demasiado pronto. Lo harían suavemente.

A diferencia suya, Murray había sido hombre lobo desde su nacimiento, con un
padre weren y una madre humana, y su lado humano significaba que tenía un
sentido de lo que Rand había perdido.

— ¿Puedes creer que estoy trabajando para la división? —le preguntó Murray. Él
echó una risa. —Después de todos mis años como agente libre, me tienen dentro.

—Oí que te habías vuelto respetable —dijo Rand mientras una de las chicas, Mia,
ponía las cervezas sobre la mesa.

—Jamás —dijo Murray, una declaración que Rand no creía. Murray no había
sido nunca mojigato. Y si bien nunca había sido capturado violando la ley, sabía
cómo doblarla. —Pero el trabajo da la ilusión de respetabilidad. —le dio a la ninfa
un apretón.

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El Club de las Excomulgadas
—Y yo estoy en la División de la RAC, Reconocimiento y captura, y el uniforme
hace que las mujeres se vuelvan tan resbaladizas como algas marinas. —la ninfa se
rió. —Son los chicos grandes quienes consiguen los mejores premios.

—Tenemos que hablar —dijo Rand. —Acerca de tu trabajo. De lo que haces. Me


interesa.

La cabeza de Murray se inclinó ligeramente. — ¿Piensas volverte respetable tú


también?

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—Jamás —dijo Rand, haciéndose eco de su amigo. —Tengo otra cosa en mente.

— ¿En serio? — Le palmeó el trasero a la ninfa. —Ve y consíguete una amiga,


cariño. Alguien dispuesta a acurrucarse a pesar de la cara fea de este muchacho. —
él le dio a Rand una sonrisa malvada.

—Bien, entonces salgamos en una cita doble.

Rand no dijo nada mientras la chica se deslizaba fuera de la cabina. No se veía


feliz, pero entendía la situación, la conversación había cambiado y ella no era
bienvenida.

El beneficio de la cabina de la esquina trasera era su aislamiento, pero Murray bajó


la voz de todos modos. —Tú me llamaste, hermano. Suéltalo.

—Necesito conocimientos —dijo Rand. —De alguien con tu ubicación única.

— ¿Y eso? —se tomó lo que quedaba de su cerveza. — ¿Qué tipo de información


estás buscando?

—Mierda interesante bajando a Los Ángeles en estos días.

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El Club de las Excomulgadas
—De los humanos muertos —dijo Murray. —Malo en todos los aspectos.

—Eso es. Estaría bien saber que la PEC tiene una mano en eso. Que están
avanzando en la investigación.

— ¿De veras? —preguntó Murray, la voz con tono exasperado.

— ¿No estás en ese entorno?

—Ese nudo está apretado como el trasero de una virgen. Tiberius se encarga de

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ello personalmente, y el equipo de investigación habla para su camiseta. —miró a
Rand a los ojos. —Y no hay un maldito hombre lobo en el equipo.

— ¿Así que los rumores son ciertos? ¿Realmente creen que es un complot Therian?

—Infiernos, ¿quién sabe? Se aseguran condenadamente bien de no arrastrarme a su


círculo.

—Oído —dijo Rand, disimulando su decepción. —Pero si el círculo se amplía,


entonces...

—No puedo arriesgar mi respetabilidad recién descubierta —dijo Murray. —Pero


si me entero de algo, podríamos tomarnos una cerveza.

—Las que quieras —dijo Rand. —Y te lo debo.

—Vincent Rand bajo juramento. Casi vale la pena arriesgar mi trasero. —alargó la
mano hacia la cerveza de la ninfa y se la acabó, también. Después levantó la mano,
señaló a la camarera y la ninfa volvió. Se deslizó sobre su regazo, y él suspiró, largo
y profundo. —Tengo que decirte —dijo Murray. — ¿Esos vampiros? No saben
una mierda.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Sobre los humanos muertos?

—Sobre la vida —dijo Murray. —Pasan toda su existencia reteniendo a su


demonio y, sin embargo, nosotros —dijo señalándolos a ambos, —revivimos
cuando nuestra bestia aflora. —cerró los ojos. —Noventa y nueve por ciento esta
noche. Sólo un giro más de la tierra para la perfección absoluta.

Él inclinó la cabeza hacia atrás y aspiró profundamente por la nariz. —Maldita


sea, me encanta la luna llena. —miró directamente a Rand, y por el brillo de sus
ojos no había duda de que lo decía en serio. —Ese tirón. Esa atracción. Cómo se
siente cuando tu naturaleza se libera y te conviertes en lobo... es como nacer de

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nuevo —suspiró. —Es la maldita perfección, hombre.

Puso su brazo directamente sobre los hombros de la ninfa y la atrajo hacia sí,
deslizando su mano bajo en fino material de la blusa hasta levantársela. Una leve
sonrisa asomó en los labios, pero, por lo demás, no mostraba reacción a la forma en
que los dedos rozaron sus pezones.

Rand permaneció en silencio. No había nada en la luna llena que le encantara.

Sobre la mesa, Murray levantó la cabeza mientras olía el cabello de la chica, su


cuerpo temblando con lo que tenía que ser un estremecimiento de jodido éxtasis
perruno. —Oh, sí, nena. Yo también.

Cerró los ojos y dejó caer la cabeza contra el banco tapizado.

—Sí, claro —añadió Murray, y luego rozó sus labios a través de los oídos de la
chica. Ella comenzó a moverse adelante y atrás a un ritmo que hacía juego con los
dedos de Murray en sus pechos.

Ella se acercó a él, y aunque Rand no podía ver debajo de la mesa, de seguro ella
estaba montada en el muslo de Murray, rozándose con él.

— ¿Qué estaba diciendo? —preguntó Murray. —Ah, sí. ¿Qué te parece, amigo?

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El Club de las Excomulgadas
¿Por los viejos buenos tiempos? La luna crecerá en un par de horas, y en un
noventa y nueve por ciento de seguridad, podemos darle a una mujer un infierno de
cabalgada. Fiona te puede encontrar una amiga, e incluso si no lo hace, creo que es
suficiente luchadora como para compartir. ¿Te unes al juego? —como para probar
el punto de Murray, Fiona inclinó la cabeza y le guiñó un ojo.

Infiernos sí, estaba en el juego. Necesitaba soltarse, olvidar. Liberar la presión que
crecía, que nacía en él, y más que por la fase de la maldita luna. Que estaba
llegando, no negaría eso, y el animal en él quería ser libre. Queriendo a una
compañera. Quería follar.

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No amar, no una conexión. Sólo puro sexo animal. Unos momentos en los que
pudiera perderse. Para encontrar el olvido del éxtasis, la limpieza del placer, e
incluso el encanto sutil del dolor.

Oh, sí. Estaba definitivamente en el juego.

Se deslizó fuera de la cabina, justo detrás de Murray y de la ninfa, que no se


molestó en enderezarse la ropa. Mia se puso a caminar junto a ellos.

—Hola, forastero.

Él sonrió, deteniéndose en su falda corta y top escotado.

—Debes reducir la velocidad, ¿sabes? —dijo ella, con burla en su voz. —Nunca
encontrarás a la chica adecuada, si estás demasiado ocupado apartándola para ir
tras la siguiente chica.

—No estoy buscando a la chica adecuada.

Su sonrisa se ensanchó y perdió un dedo hacia abajo, hacia su entrepierna.

—Qué suerte que corrieras hacia mí, entonces, ¿no?

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El Club de las Excomulgadas
—Supongo que lo es. Vamos.

Estaban a medio camino a través de la habitación cuando la puerta se abrió y Lissa


entró. Él se quedó inmóvil, mirándola, mientras una corriente de calor recorría su
cuerpo. Ella se quedó de pie en la puerta durante un momento, y sólo sus ojos se
movieron mientras estudiaba el lugar. Cuando su mirada se posó en él, sonrió. Una
minúscula curvatura de sus labios, pero una sonrisa, a pesar de todo.

Pero su mirada no permaneció en él más que un instante, y sin mirarlo de nuevo,


cruzó el local hacia el bar. Llevaba unos vaqueros y una simple camiseta blanca,
bajo la cual podía ver el esquema de un sujetador de encaje. Su masa de rizos

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estaba recogida con una cinta blanca. Se veía totalmente casual y totalmente
elegante, y vaya si sus dedos no quisieron tocarla.

Él apretó la mano en la parte de atrás de la silla, mirando la curva de su trasero


mientras se movía por la habitación, y maldijo el anhelo que estaba creciendo en su
interior. Era diferente, maldita sea. Distinto a cómo su cuerpo se tensaba ante la
idea de tomar a Fiona en la parte de atrás y dejar que su bestia enloqueciera.
Distinto a una rápida entrada y salida con Mia en su oficina.

No deseaba únicamente una chica, la deseaba a ella, y ninguna sustituta sería


suficiente.

Es porque es un súcubo. Eso es lo que hacen. Se meten en tu mente.

Tal vez fuera así, pero en ese momento, trataría con eso si significaba que la podría
tocar.

Notó como empezaba a girar, tratando de vislumbrar algo por el rabillo del ojo.
Maldita sea. ¿Estaba realmente pensando poner en peligro la concentración en esta
misión sólo por el señuelo lanzado por un súcubo? ¿Qué especie de débil mental
resultaría ser?

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El Club de las Excomulgadas
Cerró los ojos, y al volver a abrirlos, vio a Murray observándolo con curiosidad. Él
negó, sin mirar en absoluto a Fiona o a Mia.

Había terminado allí.

Captó los ojos de Murray. —Más tarde, hermano.

— ¿Rand? —Mia apretó la mano sobre su brazo.

—Vuelve al trabajo.

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Se dio la vuelta, haciendo caso omiso del murmullo confundido de Fiona, y se
dirigió hacia la puerta de atrás. Sin mirar a Lissa en ningún momento, supo de
alguna manera que si se daba la vuelta vería que ella lo estaba mirando. Abrió la
puerta y salió al pasillo que llevaba más allá de su oficina al callejón y a su Ducati.
Necesitaba salir de allí inmediatamente.

Vaciló en la puerta. Un momento, y luego otro.

No se dio la vuelta.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 14
—Vodka —pidió Lissa, luego cerró las manos alrededor de la fría copa, tan pronto
como el enjuto camarero deslizó la bebida delante suyo.

Lo había vuelto a sentir mientras sus ojos habían pasado sobre Rand. Una oleada
de energía eléctrica. Un chisporroteo que serpenteaba a través de ella, haciéndola
consciente de su propia piel, de repente sensible hasta del aire a su alrededor.

Concéntrate.

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Levantó la copa y se la bebió en un trago largo y lento, sabiendo que él estaba allí.

Sabiendo que la estaba mirando.

Bien. Dejaremos que mire. Cuanto más larga sea la espera, más la desearía. Y
necesitaba que la deseara mucho. Debido a que había ido a la taberna por una sola
razón: la División sostenía la carta ganadora... por el momento. Y aunque no le
gustaba, no sólo iba a jugar, iba a ganar.

Ve por el individuo, consigue la información, y sal fuera de allí.

¿Cuánta dificultad habría en ello?

No demasiada, teniendo en cuenta que había ido a ello.

Diablos, sí, ella cooperaría.

Odiaba la idea de ser utilizada, por Priam, por la División... pero no era
tan tonta como para creer que tenía otra opción. Y que Rand fuera el objetivo
añadía un nuevo nivel de insulto. Un hombre que no quería volver a ver.

No, eso no era cierto. Deseaba volver a verlo. Era ese mismo deseo el que ella no
quería.

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El Club de las Excomulgadas
Aunque ahora no tenía importancia. No sólo iba a verlo, también iba a dormir con
él.

Igual que cuando estaba en la corte, otra persona tenía la última palabra.

Lo odiaba, pero una vez más, estaba atrapada.

Si fueran sólo su vida y su sustento los que estuvieran en peligro, tal vez podría
negociar. Para el caso, podía correr. No todas las divisiones de la PEC eran tan
estrictas como la División 6, y siempre había soñado con la Península del Yucatán.

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Pero realmente ese no era el punto. Había construido una vida en Los Ángeles. Es
más, había ayudado a las chicas a construir su vida. Y estaría condenada si la
División iba a quitarle eso.

Suspiró, luego tomó otro sorbo de vodka. No se volvió a mirarlo. Todavía no.

En cambio, se quedó con la mirada recta.

Pero él estaba allí. Mirándola. Deseándola.

Estaba segura de ello.

Podría haberse alejado de ella en Orlando’s, pero había visto el destello de deseo
en sus ojos. Lo había captado de nuevo en la calle frente al club. Él la deseaba, y no
podría luchar contra ese deseo por mucho tiempo. Los hombres nunca podían.

Entrar. Salir. Regresar a casa.

Daría a la División lo que quería para terminar con ello de una vez y, con un poco
de suerte, regresaría a Orlando’s antes del cambio de turno.

Tomó otro trago y decidió que ya había sufrido bastante. Era momento de darle al

132
El Club de las Excomulgadas
macho cierta satisfacción.

Se removió en la silla, y miró por encima de su hombro, con una sonrisa bailando
en sus labios.

Él no estaba allí.

Él no estaba allí.

Algo frío y desconocido se aposentó en su estómago, y se agarró al borde de la


barra para combatir la sacudida bajo sus pies.

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Bien, maldita sea.

Lissa no sabía si sentirse insultada, enojada, o sólo normalmente desconcertada.


No importaba mucho. La realidad era que necesitaba sus pensamientos... y eso
significaba que debía estar en su cama.

¿Querría hacer caso omiso de su atracción por ella? Muy bien. Podría hacerlo
mañana y al día siguiente y al siguiente. Pero ahora mismo, tenía intención de
volverlo estúpido de lujuria por ella.

Era hora de echar mano de su particular talento y encanto, que podía seducir hasta
al más insensible de los hombres. Esa fascinación seductora que a lo largo de la
historia había engatusado a reyes a abandonar sus tronos y había seducido a
guerreros para luchar contra sus aliados.

Era hora de utilizarla y ver como Rand caía a sus pies.

Decidida, se bebió de un trago el resto de su bebida, y bajó del taburete. Escrutó la


habitación llena de humo, buscando un rostro en las sombras para asegurarse de
que simplemente no había pasado a segundo plano. No lo vio, y por un momento,
temió que se hubiera ido por la puerta principal y que su misión hubiera llegado a
un callejón sin salida, al menos por esa noche.

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El Club de las Excomulgadas
Imposible. Tenía que conseguirlo ahora. Él tenía que estar allí... tenía que estar en el
edificio, aunque tuviera que conjurarlo mediante la pura fuerza de su voluntad.

Vio una puerta de metal simple en la pared del fondo, una pila de cajas de cerveza
se tambaleaba junto a ella. Algo estampado en la puerta con letras negras se
desdibujaba, y al ella acercarse, pudo leer dos simples palabras: Prohibido entrar.

Qué apropiado.

Había pasado por allí, y ahora, lo haría ella.

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Una chica pequeña con el pelo púrpura rizado y una bandeja de la barra bajo el
brazo estaba frente a ella, señalando con dedo firme el descolorido letrero. —
Quieta ahí, hermana — dijo. — ¿No sabes leer?
Lissa sonrió y enderezó los hombros. Y entonces, sólo porque podía, utilizó su
encanto, sólo un poco. —Rand me está esperando —dijo.

— ¿De verdad? —la chica mordió su labio inferior con sus dientes, y miró de
arriba abajo a Lissa, con la aprobación en sus ojos deslumbrándola.

— ¿No me crees?

—Oh, sí. Creo que tenemos algo en común, ¿eh?

Algo frío se arremolinó dentro de Lissa, y frunció el ceño cuando lo reconoció...


celos. Los ojos de la chica se volvieron suaves, frunciendo la boca. Dio un paso
hacia Lissa. —Soy Mia. Me toca descanso. ¿Por qué no te invito a una copa e
intercambiamos apuntes?

Lissa, con una sonrisa forzada, luchó contra el impulso de abofetear la cara de la
chica. Un impulso ridículo, teniendo en cuenta que intencionadamente había
utilizado su talento y, al hacerlo, provocó a Mia. Pero esos celos, tontos y

134
El Club de las Excomulgadas
estúpidos, todavía estaban muy superficiales, y toda esa oscura emoción se había
dirigido contra Mia, quien, pese a no tener ningún tipo de encanto sobrenatural,
había conseguido que Rand la eligiera e ignorara a Lissa.

No importaba. No tenía que gustarle, sólo tenía que dormir con ella. Y eso
significaba que tenía que pasar por esa puerta.

Ella se relajó, dejando que sus músculos se suavizaran y su sonrisa brillante


creciera. —Una tentadora oferta —dijo. —Voy a dejarla para después. —se inclinó
y le dio un beso suave en la mejilla de la chica, y alejarse, llegó a sus oídos el
suspiro de Mia. Después abrió la puerta y cruzó el umbral. Tan pronto como se

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cerró tras ella, se relajó. Una pequeña sensación de satisfacción desplazó a sus
persistentes celos, y se permitió una sonrisa victoriosa.

Un pasillo se extendía delante de ella para terminar en una puerta de metal que se
abría, supuestamente, a un callejón. El pasillo tenía cuatro puertas, dos a cada lado,
cada una con medio pie abierto y todas excepto una revelaba una habitación
oscura.

La habitación con la luz encendida era la última puerta a la izquierda, y se dirigió


hacia ella, luego hizo una pausa para pasar las manos por su cintura y caderas.
Cerró los ojos mientras lo hacía, tomando sus pechos brevemente mientras sus
manos iban más y más arriba, pasando sobre sus hombros y cuello, entrelazando
sus dedos en los mechones de su pelo suave, hasta que finalmente ella levantó las
manos en alto. Estiró su cuerpo alto y dejó que la potencia aumentara a través de
ella, sintiendo la cruda sensualidad, y sabiendo muy bien y que nadie, ni siquiera
Rand, sería capaz de resistirse a ella.

Oh, sí. Estaba lista.

Entró a la oficina con su encanto a toda potencia.

Él no estaba allí.

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El Club de las Excomulgadas
Ella se tragó una maldición y se metió en la sala de nuevo. Tenía que estar ahí. Si
se hubiera ido por el frente, la chica le habría dicho algo.

Estaba a punto de dar marcha atrás para revisar las oficinas oscuras cuando se dio
cuenta de que la puerta de emergencia no se había cerrado por completo. No había
luz entrando por la rendija, y el final del pasillo estaba en sombras, por lo que no
había notado la delgada franja de la noche.

Lentamente, abrió la puerta, aliviada cuando no pitó. Dio un paso, el aire fresco de
la noche en contraste con el interior pesado y lleno de humo. Había imaginado que

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estaría apoyado en la puerta, viéndose malditamente sexy, esperando que ella
cayera en sus brazos. No era así, y suspiró, permitiendo que sus ojos se
acostumbraran a la oscuridad, mientras miraba en todas las sombras del callejón.
La única luz venía de la vuelta de la esquina, de una bombilla que estaba tratando
de penetrar la oscuridad y fallando en su mayoría. La luz amarilla iluminaba
débilmente un destello cromado, y al prestar más atención, Lissa vio que el cromo
era un parachoques y que éste pertenecía a una motocicleta.

Se dirigió hacia allí, simplemente porque no había otro sitio donde ir. Si la gente del
Goad estacionaba ahí, Rand sería probablemente cosa del pasado. Ella aún no
estaba dispuesta a aceptar esa conclusión, sin embargo, por lo que se apartó de la
puerta y cruzó las sombras en dirección a la solitaria motocicleta, esperando
encontrarlo. Con la esperanza de lograr poner fin a esa pesadilla esta misma noche.

Maldito Priam. Maldita fuera la División.

Y para el caso, maldita ella por no darse cuenta de que la PEC conocía su secreto
desde hacía mucho tiempo.

La fachada de ladrillo del pub se levantaba a su derecha, y mientras caminaba en


esa dirección, parecía como si el ladrillo se desvaneciera en las sombras. Se dio
cuenta que pasaba la entrada de mercancías, un camino corto y oscuro que
terminaba en la puerta de acceso a la cocina. El círculo irregular de luz de la

136
El Club de las Excomulgadas
bombilla se extendía al otro lado del callejón, y ella fue hacia allí, dispuesta a entrar
a la luz.

No llegó. Un brazo se envolvió duro y firme alrededor de su cintura, y sintió que la


arrastraban firmemente hacia atrás.

Trató de gritar, aunque la mano sobre en su boca se lo impidió.

Él la atrajo hacia sí, apretando su cuerpo contra el suyo. Un hombre grande, con un
cuerpo duro y un medio almizclado olor escondido bajo el olor del alcohol y el
tabaco que se había quedado en su ropa.

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El corazón latió salvajemente en su pecho mientras ella luchaba. Con una sacudida
violenta, inclinó la cabeza hacia arriba y se encontró mirando profundamente los
ojos de su atacante... Rand.

—Lissa —susurró. Y luego su boca se cernió firmemente sobre la de ella.

137
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 15

Hambre. Necesidad. Quemaban a través de él, poniéndolo caliente, duro.

Con su boca reclamándola, y con sus brazos sosteniéndola con fuerza mientras ella
luchaba. Entonces movió sus manos hacia arriba, con sus dedos acariciando su
cuello, tomando su cabeza, y ella se levantó sobre sus pies, con su boca tan
hambrienta como él.

Dentro, el lobo iba en aumento, y no podía pensar. Todo lo que sabía era su deseo.

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Todo lo que sentía era necesidad. Todo lo que quería probar era a Lissa.

Él se echó hacia atrás, saboreando su gemido cuando rompió el beso. Apretó sus
manos contra su cara, con su pulgar acariciando sus labios temblorosos. Ella se
movió, tratando de saborearlo, chuparlo, y el suave movimiento de sus labios
contra su cuerpo hizo que su pene se contrajera en demanda ferviente.

Un aliento, luego otro y otro. Era todo lo que podía hacer. Sólo respirar, y tratar de
obligar a su animal a que bajara, mientras hacía un llamamiento a toda la fuerza
que poseía por evitar caer en el lugar primordial donde nada existía, excepto la
bestia.

Un brillo de sudor fino surgió de su cuerpo mientras luchaba, con el esfuerzo de la


batalla de su propia naturaleza casi en la perdición. Respira, maldita sea. Respira.

Él respiraba, y lo que inhalaba era a Lissa. Olía a fresco y a limpio, como a la


hierba después de una lluvia.

Pero había algo más, también. Calor. Deseo. Primitivo y necesitado, y el reflejo del
suyo propio.

—No te alejarás de mí esta noche.

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El Club de las Excomulgadas
Ella sacudió la cabeza, con el movimiento casi imperceptible. —No lo haré.

—Te tomaré.

Sus labios apenas se movieron. —Sí.

Él trató de caminar una vez que estuvo listo. Se alejó del brillo y dejó el pub. Había
ido a la parte de atrás y había llegado tan lejos como a su moto. Pero el lobo la
había deseado, por lo que se había quedado, y su recompensa había sido su
hallazgo en las sombras. Sabía que debía haberse ido. Pero el lobo...

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—Rand.

Su voz suave y lo instó, con su tono de voz como una promesa líquida.

Él plantó sus pies. No iría a ninguna parte.

—Lissa —gruñó, con su bestia elevándose y reclamando, deseando hundirse en


ella, desesperado por bajarle los pantalones y perderse a sí mismo, no en la caza,
sino en tomarla.

Reclamarla.

Una vez más, ella levantó la cara a la suya, con sus labios entreabiertos y suaves.
Tendría que haberse molestado en pensar al respecto, haberse preguntado sobre el
brillo triunfal en sus ojos.

No se molestó. Era lo único que comprendía con la parte de atrás de su cabeza, y


luego cerró la boca sobre la de ella. Respondió de inmediato, moviéndose más
cerca, presionando sus pechos en su contra, con la suavidad de sus curvas en
marcado contraste con la rigidez de su propio cuerpo.

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El Club de las Excomulgadas
Todo en él estaba duro, sus músculos se tensaron, con su pene preparado.
Él sólo sabía de ella. Su mente ya no era la suya, reemplazada por una singular y
exigente necesidad.

Lissa.

El anhelo de ella lo llenaba, el calor de la necesidad quemaba a través de él,


poniendo a su animal en llamas. Ella estaba allí, tan clara en su mente, tan perfecta.
Podía verla, su tacto, degustarla. Y eso haría. Así que lo ayudaran, lo haría.

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Deslizó las manos hacia abajo, tomando su trasero, tirando de ella apretada, por lo
que la curva de su cuerpo se frotó firmemente contra el bulto en sus pantalones
vaqueros. Maldita ropa. El lobo quería algo más que eso. No deseaba nada más.
Sólo su piel, su deseo, su necesidad y su carne. Llevó sus manos arriba, con sus
palmas calientes por el calor de su piel, con sus dedos acariciando su espalda, y
luego cambiando hacia su costado hasta que sus pulgares sintieron la suave curva
de sus pechos y luego los brotes duros de sus pezones bajo el encaje de su sujetador.

Al diablo con eso.

Con un movimiento violento, rompió el beso, luego tiró de la camiseta sobre su


cabeza.

Sus ojos azules parecieron oscurecerse, como si el deseo se reflejara en la


profundidad de esos lirios.

La vio tragar, vio sus labios abrirse, y no pudo soportarlo más.

Le agarró los pechos, con sus brotes firmes llenando sus manos, con el encaje duro
contra su piel. Su mano se movió de su escote, y tomó el arco de seda simple.
Tomándolo y tirando... y mientras su sostén se desgarraba, liberó sus pechos para él
y para la noche, cortando su grito de sorpresa encantado con su propia boca,

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El Club de las Excomulgadas
saboreando el creciente deseo de que los consumía a los dos.

El aire se llenó, una necesidad no hablada, pero sólo actuando en consecuencia.


Podía olerla, con su necesidad de reclamarla y hacerla su pareja. Ella estaba
dispuesta, e incluso antes de que él moviera la mano hacia abajo y acariciara la
suave piel entre sus piernas, supo que estaba mojada. El olor del sexo estaba a su
alrededor, animándolo, pidiéndole quela reclamara. Que se perdiera a sí mismo en
su interior.

Infiernos sí, lo haría.

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La tomó por la cintura, moviendo su cuerpo flexible hasta que su espalda estuvo en
contra de la pared, y sus manos fueron a su cara, tirando de él para que ella pudiera
llevar su boca a la suya. De ninguna manera iba a negarle eso. En ese momento, él
no quería negarle nada, y por el olor de su deseo, sabía que ella no le negaría nada
tampoco. La tendría. En ese momento. Justo ahí. Porque maldito fuera si podía
esperar un minuto más.

Sus manos estaban en el botón de sus pantalones vaqueros cuando escuchó su


aliento y captó el olor de su miedo. En el mismo instante, escuchó a su atacante y
se dio la vuelta para mirarlo de frente, para protegerla. Y, sí, para matar.

Ya era demasiado tarde.

El para-demonio atacó, golpeando a Rand a través y enviándolo a volar hasta que


su cabeza se estrelló contra una pared de ladrillos. El olor de su propia sangre flotó
sobre él... y lo último que vio antes de que el mundo se volviera negro fue al
demonio agarrando la cintura de los pantalones vaqueros de Lissa, y el terror
llenando sus ojos.

Ella no se dio cuenta que estaba gritando hasta que el sonido se detuvo de repente,
con su respiración noqueada cuando aterrizó fuerte en el suelo, con restos de grava
y hundiéndose en su espalda desnuda y hombros. Priam se alzó por encima de ella,
con sus venas de la cara abultándose en rojo y amarillo haciéndolo verse como si

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El Club de las Excomulgadas
miles de puntos estallaran de su cráneo hacia el exterior a través de su piel.

—Perra maldita —dijo entre dientes, mientras las púas se rompían, enviando
salpicaduras de sangre del demonio cayendo de ella. — ¿Crees que me puedes
traicionar?

—No lo hice —dijo, aunque sabía que las palabras eran inútiles. —Lo juro.

No le creyó. ¿Por qué habría de hacerlo? La PEC se había presentado, y desde su


punto de vista, ella era la que los había llamado a la escena. Infiernos, ella habría
pensado lo mismo de él.

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— ¿Crees que puedes jugar conmigo, utilizarme a mí? ¿De verdad crees que la PEC
intervendrá para salvar tu bonito trasero?

Ella intentó moverse, pero no sirvió de nada, y la pateó, quitándole sus pies de
debajo de ella mientras ella se deslizaba hacia atrás como un cangrejo.

—Vas a morir esta noche, Elizabeth, y cuando vuelvas, te poseeré una vez más.

Ella se encogió, con su terror como una nube gruesa de color rojo, que giraba
alrededor de ella, tirando de ella hacia abajo a un infierno que no entendía y quería
desesperadamente evitar.

Recuerdos. Maldita sea, un recuerdo la golpeó con fuerza. Priam se abalanzó sobre
ella, y ella lo pateó, haciéndolo aterrizar con un sólido golpe en la barbilla. No
importaba. Él sólo seguía llegando, abajo y agarrando el pelo y tirando de él para
ponerla de pie mientras ella apretaba los dientes y se obligaba a no gritar de dolor.
No había forma de que ella le diera la satisfacción.

A unos metros de distancia, Rand estaba en un montón junto a la pared. No había


ni un sonido, no había movimiento, y por un momento, temió que estuviera

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El Club de las Excomulgadas
muerto.

El pensamiento dejó su cabeza cuando Priam dio un puñetazo contra su pómulo.

Su cabeza se ladeó, desde el lugar donde él había hecho contacto sintiéndose como
si tratara de un bulto pulsante de color rojo. Fue cuando ella se hizo consciente de
su asombro, casi tanto como del hecho de que sus huesos de la cara no estuvieran
completamente destrozados.

Sintió que las lágrimas llenaban sus ojos y se odió a sí misma por ello.

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—Bonito, ¿no? —preguntó él, empujándola hacia abajo para que aterrizara en su
trasero. —La forma en que las pequeñas hembras regresan, una y otra vez. Todas
blandas y maleables llenas de posibilidades a medida que surgen de la niebla —su
rostro se contorsionó en una mueca de desprecio. —Te poseí una vez, pequeña
vagina. No te olvides de eso. Te poseí, y te utilicé. Oh, sí. Te follé.

Él se echó a reír, pero si se estaba riendo del recuerdo o en su disgusto, ella no lo


sabía.

—Fuiste mía, niña. Y no sólo en una vida. Te he tenido una y otra y otra vez, y
cuando renazcas, haré que sea mi maldita misión encontrarte de nuevo.
¿Crees que eres tan superior? Vamos a ver cómo te gusta que mi pene esté en tu
boca y que posea tu trasero. Esta vida no es nada. Nada. Has sido mía antes, y
serás mía de nuevo, y también todas esas chicas de las que estás tan orgullosa de
haber liberado. ¿Crees que son libres? No son libres, están jodidas.

El temblor comenzó dentro de ella y no paró, con su aliento entrando con


temblores mientras sus palabras se apoderaban de ella, asustándola y trayéndole de
vuelta un pasado que no quería recordar. Que no era de ella. No lo era.

—Quítate los pantalones vaqueros y separa las piernas, niña —dijo con sus pies
moviéndose, empujando sus piernas. —Quiero degustarte antes de enviarte de
vuelta al infierno.

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El Club de las Excomulgadas
—Vete a la mierda —dijo. Su voz era cruda, desigual, y sabía que él podía oír su
miedo. Muy bien. Tenía miedo. Pero no dejes que te detenga. —Vete al infierno lejos de
mí.

—Escuchen a la niña creciéndose. Demasiado tarde, Elizabeth. Estás ahí abajo,


débil como un maldito gatito, y esta noche no estoy en un estado de ánimo
generoso —se dobló hacia ella, con sus ojos amarillos, con su boca curvándose en
una mueca.

Ella juntó un montón de flemas y las dejó volar y golpeándolo justo al lado del ojo.

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Él se quedó inmóvil, luego se limpió la basura con el dorso de su mano. —Eso fue
un error.

Estuvo sobre ella en un instante, con su cuerpo apretado contra el asfalto, con sus
rodillas duras en contra de su cintura, con sus manos cerrándose sobre ella. Quedó
atrapada. Indefensa. Y aunque luchó, no había a dónde ir.

No podía moverse.

Él soltó una de sus manos, y arremetió en contra, con sus dedos rígidos mientras
ella se dirigía a sus ojos, deseando sacárselos. Deseando conseguir al menos un
golpe duro si iba a morir.

Por los dioses, no quería morir.

Sin darse cuenta de que lo estaba haciendo, volvió la cabeza hacia Rand. Su cuerpo
tembló, pero por lo demás no se movió. Había oído el crujido de su cráneo contra
el ladrillo de la pared, y ahora que había experimentado la fuerza la fuerza de cerca
y personalmente de Priam, sabía muy bien que incluso si Rand estuviera vivo... y
eso le daba esperanza, no estaba en condiciones de ayudarla. Para el momento en
que volvió en sí, ella estaría muerta.

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El Club de las Excomulgadas
Como para probar su punto, Priam alzó una mano para cerrarla alrededor de su
garganta, con su pulgar presionando su tráquea. Ella trató de tomar aliento, pero
incluso eso fue inútil. La ya oscura noche comenzó a desvanecerse, y aunque lo
atacó y lo golpeó en la cara, él no reaccionó. Ni siquiera parpadeó.

Simplemente apretó más duro hasta que el mundo se desvaneció. Hasta que la vida
se desvaneció.

Hasta que todo se volvió negro y vio, recordó, cómo había sido la vida una vez, y lo
que seguramente sería otra vez.

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—La humana. Adquiere su alma. Después, termina con su vida.

Ella parpadeó, mirando hacia abajo a sus pies desnudos que sabía que le pertenecían. Estaba
vestida de harapos. Y en su mano extendida, un Priam de piel lisa colocó una hoja de metal.

Ella la dejó caer, y la hoja cayó al suelo.

—Recógela.

—No puedo… No puedo hacer eso.

Se estremeció incluso antes de que su mano atravesara su mejilla.

—Tráemela cuando hayas terminado. Terminaré el trabajo por ti, pero


pagarás el precio —movió su mano hacia abajo sobre el trapo fino que llevaba, torciendo su
pezón violentamente, luego de tomar su entrepierna con la mano. No había duda de que ella
le pertenecía a él, y no hizo ningún movimiento para protestar. Él era su maestro. Ella era su
esclava.

Y esa era simplemente la forma en que era.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 16

Miedo.

El mundo volvió a centrarse con ella empapada con el olor del miedo.

Su miedo.

Su terror y su rabia. En conjunto, eran una potente combinación, él se puso de pie


sin darse cuenta de que se había movido, dejando que el instinto tomara el relevo.

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El instinto del animal combinado ahora con los instintos de un soldado. De un
asesino que iba a matar esa noche como siempre hacía. Sin vacilar, sin
misericordia, y sólo lo suficientemente lento como para que el maldito para-
demonio supiera lo que le había llevado la muerte... y por qué.

El gruñido bajo comenzó en su pecho, un ruido sólido que tomó vida propia. Que
creció, cada vez más fuerte, hasta que vio al demonio volverse y sus ojos amarillos
se abrieron ligeramente por la sorpresa.

—Demasiado tarde —susurró el para-demonio, tomando a Lissa por el cuello.

Priam. Rand había oído que ella lo había llamado Priam.

Y en ese momento, los músculos de Priam se tensaron, y Rand supo lo que el para-
demonio tenía intención de hacer... iba a golpear la cabeza de ella hacia atrás y a
romperle el cráneo abriéndoselo tan fácilmente como un humano podía romper un
huevo.

Dio un salto, con la fuerza animal y la ira yendo hacia adelante, enviándolo a
estrellarse contra el pecho de Priam, golpeándolo fuera de ella y liberando la mano
de su cuello.

146
El Club de las Excomulgadas
Él rodó hacia un lado, y luego se acercó en cuclillas, con su movimiento marcado
por un ruido sordo cuando su cráneo golpeó el pavimento y el pequeño “aah”
sonó, mientras se quedaba sin aliento.

Ella estaba viva, y en ese momento, eso era suficiente.

En ese momento, sólo estaba interesado en matar.

Lo soltó, estallando hacia adelante mientras el lobo fluía por sus venas,
encontrando a Priam a mitad de camino, con sus cuerpos en colisión, después
estrellándose contra el áspero asfalto en un frenesí de piel, dientes y golpes de roca

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sólida. Sintió que sus músculos cambiaban, calentándose mientras el poder del lobo
fluía por sus venas. Deseó poder convocarlo, controlarlo. No podía, pero entonces,
el lobo comenzó a hacerlo muy bien por sí mismo.

Debajo de él, el cuerpo de Priam se apretó. El hijo de puta quiso levantarse, pero no
había manera de que Rand renunciara a su ventaja. Mantuvo las manos apretadas
en sus brazos, pero su cabeza estaba libre. Mientras el desgraciado intentaba
levantarse, Rand estrelló su cabeza contra la dura de Priam, haciendo que la de este
retrocediera y se estrellara con fuerza contra el pavimento.

Aulló, y Rand se preparó, con el deseo de que su cuchillo no estuviera dentro del
pub mientras recordaba la forma en que Zor había cambiado en París. Sin embargo,
a excepción de las señales de la furia, Priam no parecía a punto de estallar fuera de
su cáscara humana.

París.

Él no pudo llegar a su bolsillo, pero sabía lo que estaba allí... una larga espiral
delgada de alambre fuerte. Siempre cargada, siempre armada. Un soldado siempre
tenía una salida. Si pudiera llegar a ella ahora...

No es posible.

147
El Club de las Excomulgadas
— ¿Crees que puedes ser mejor que yo, perro? —Priam gruñó, con su cabello
plateado ahora carmesí por la masa de sangre y suciedad.
— ¿Crees que lo has logrado?
—Sí —dijo Rand.

Fue algo malo de decir.

La boca de Priam se volvió ancha, y sacudió sus caderas hacia arriba, con la fuerza
de la acción de Rand haciendo palanca hacia adelante. Al mismo tiempo, el para-
demonio levantó la cabeza, girando y moviéndose antes de que Rand estuviera en

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su contra y él chocara contra el cráneo de Rand con la fuerza de un lanzador de
misiles. Estrellas explotaron frente a los ojos de Rand, y aunque luchó a través del
dolor, no importó. Priam había conseguido una ventaja, y la apretó, haciendo
retroceder su ahora libre brazo y dando un puñetazo en la mandíbula de Rand.

El ángulo del demonio significaba que no tenía mucho poder detrás del golpe, pero
fue suficiente como para derribar a Rand, y mientras rodaba hacia un lado,
luchando con sus pies debajo de él y volviendo al juego, vio a Lissa. Parecía
frenética, y su boca se movía, pero a pesar de que estaba seguro de que estaba
gritando, no podía oírla.

En ese momento, lo único que podía oír era la fiebre del frío de la lucha en su
cabeza. La necesidad primitiva de atacar y matar.

Y de sobrevivir, pensó, mientras se abalanzaba sobre Priam, con todo su fuego y


furia.

Al saber que Priam lo esperaba para esquivarlo, Rand reunió su asalto,


sosteniéndose en el suelo hasta que el cabrón estuvo ahí, con todas sus garras,
dientes y bravatas. Le metió un golpe en la nariz de serpiente. Se la habría roto a un
humano, excepto que en Priam apenas le hizo mella. La rodilla se alzó a sus
bolas... suponiendo que la criatura tuviera, y fue mucho más eficaz, aflojando el
agarre que el para-demonio tenía en el cuello de Rand.

148
El Club de las Excomulgadas
Le arrebató la ventaja mientras que tuvo la oportunidad, llevando sus manos a la
piel de su cuello y a las palmas de Priam. El demonio sabía a lo que iba, sin
embargo, se aferró con más fuerza, cortando el aire de Rand, haciendo volverse su
mundo gris.

Lucha. Empuja.

Él se esforzó, con los músculos de sus brazos ardiendo mientras se concentraba,


con su voluntad y fuerza, instando a su cuerpo a cooperar. Rompiendo el asimiento
de la estrangulación, que era el propósito centrado de su mente. Romperlo, y luego

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romper a Priam.

Pensó de nuevo en el alambre en su bolsillo, en la imagen sosteniendo firmemente


el cuello de Priam, cortando la vida de ese animal que había intentado hacerle daño
a Lissa. Cortándole el aire.

Infiernos, cortándole la cabeza, joder.

Era una imagen por la que valía la pena luchar, y el poder de los lobos irrumpió a
través de él.

Hundió las manos, rompiendo el agarre del demonio, después extendió los brazos
hacia afuera y utilizó el propio pecho de Priam como palanca para impulsarse hacia
atrás.

Llegó a su bolsillo por el cable, pero se dio cuenta de que no había sido lo
suficientemente rápido. El para-demonio estaba prácticamente sobre él, y todo lo
que Rand podía hacer era luchar y mantenerlo quieto para esperar otra
oportunidad.

Tuvo una.

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El Club de las Excomulgadas
Inexplicablemente, Priam se detuvo, con sus ojos volviéndose anchos, con sorpresa
y dolor.

Detrás de él, Lissa se levantó, con expresión decidida, con su respiración


entrecortada. Y en su mano sostenía un tubo de metal oxidado, cortesía del callejón
sucio.

Fue todo lo que Rand necesitaba, tomó el alambre y lo acomodó entre sus manos.

Cuando la bestia se repuso un instante después, Rand estaba listo... y Priam


felizmente ignorante.

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—Vamos, hijo de puta —se burló de Rand, y cuando el demonio acomodó en él
toda su fuerza, Rand levantó los brazos y se volvió buscando alrededor como un
hombre que trataba de evitar un golpe.

Que no había sido su plan. En su lugar, levantó el cable, luego lo dejó caer de
nuevo.

Y ahora estaba detrás de Priam, y el cable se tensó a través de la vieja garganta del
para-demonio.

—Vamos —repitió Rand mientras el cable se hundía en la carne, atrayendo la


sangre del demonio. Sus fosas nasales se movieron mientras el olor las llenaba, con
el lobo en erupción mientras tiraba del alambre cada vez más duro.

Priam se retorció, salvaje y sin sentido. Pateó, tratando de inhalar aire, tratando de
liberarse, pero Rand tenía al lobo ahora, y eso no ocurriría. Él tenía la ventaja y se
aferraría a ella.

Con una explosión de fuerza, Priam tiró a un lado, y luego metió su cuerpo hacia
atrás.

El agarre de Rand no vaciló, pero dejó escapar un fuerte silbido de aire mientras su

150
El Club de las Excomulgadas
espalda golpeaba duro contra la pared de ladrillo del pub. Era una ligera ventaja
para Priam, y la jugó por todo lo que valía la pena, dando un paso adelante y
golpeando su espalda, con cada golpe cortándole a Rand, con su camisa
rasgándose, derramando su sangre.

Sin embargo, el empuje tenía un coste para Priam también, porque todo
movimiento hacia adelante le enterraba el alambre más y más fuerte, y cuando hizo
un movimiento más para arremeter, una oferta más para cerrar de golpe la cabeza
de Rand contra la pared sólida, Rand dobló los brazos, sacó el cable hacia él, y
sintió el dulce alivio de la presión cuando finalmente cortó la gruesa piel y luego se
movió con mayor facilidad por el interior blando del cuello del para-demonio.

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Priam hizo un ruido de gorgoteo, luego cayó hacia adelante. Rand sostuvo el cable
hasta el último minuto, asegurándose que su corte fuera limpio hasta el hueso,
luego lo soltó, dejando caer el cuerpo, impulsado por su propio peso. Se quedó
mirándolo, sin querer que eso terminara... sin querer un ambiente limpio de
muerte. Quería matar, y no sólo humillar a los hombres que se hubieran levantado
y lastimado a Lissa.

Mía.

La palabra resonó en su mente, suya, no del lobo, y con un gruñido salvaje, agarró
la cabeza del demonio y la rompió el resto del camino arrancándosela.

Se sentó sobre sus patas traseras, con el olor de la sangre y la victoria decolorándose
para revelar otro olor.

El de ella.

Estaba en pie a una docena de metros de distancia de él, con la espalda pegada a la
pared. Su rostro no tenía miedo, pero él no creía en esa ilusión. Todavía tenía
miedo, y estaba bien. Sólo que ahora sabía que tenía miedo de él.

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El Club de las Excomulgadas
Bajó el cadáver del demonio, que se movió lentamente, con sus sentidos preparados
para cualquier señal de que aún vivía. No quería que huyera.

Quería que se quedara. Infiernos, la deseaba.

Y el lobo tomaría lo que quería.

—Corre —gruñó él luchando de nuevo. Antes, había querido convocar al lobo.


Ahora estaba desesperado por alejarlos. No quería ser un animal con ella.

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Ella se quedó.

—Corre, maldita sea.

Ella dio un paso hacia él — ¿Por qué?

Inclinó la cabeza, con sus fosas nasales dilatadas, con sus músculos aún calientes
por la lucha.

Preparado. Listo para un tipo diferente de entrenamiento.

—Te asusto.

El más mínimo movimiento de su cabeza —No.

Él aspiró de nuevo —Y una mierda.

Ella levantó la barbilla —No te tengo miedo —sus palabras eran firmes y limpias, y
debajo de ellos, él captó un nuevo aroma. Débil, pero cada vez más fuerte.
Excitación.

El lobo se pavoneaba. Deseando.

152
El Club de las Excomulgadas
Esperando.

Y aún así, el miedo persistía.

—Entonces, ¿A qué le tienes miedo?

Ella se acercó a él en tan solo dos pasos largos pasos. Tan cerca que podía sentir su
calor. Tan cerca que sabía que no podía resistir más.

Enganchó su brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia sí. Ella abrió la boca, y
el olor de su deseo fluyó en torno a él como una nube.

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— ¿A qué le tienes miedo?— repitió él.

—A mí— susurró ella. Entonces se levantó, apretó la boca a la suya, y lo besó.

Ella había querido decir lo que había dicho, pero en ese momento, con las manos
sobre ella y su boca duro debajo de ella, no podía recordar lo que la había asustado
tanto. No tuvo tiempo para pensar en ello. No podía pensar en ello, porque su
mente no funcionaba así más. Había sido reducida a la forma más pura de pasión, a
la más intensa manifestación de deseo.

Ella lo deseaba, y sabía con humillante certeza que si se mirara en el espejo, vería a
sus propios ojos con el deseo tumultuoso que tan a menudo veía brillar en los ojos
de los hombres.

Un deseo desenfrenado, sin control que prometía el placer tanto como el dolor
agudo como para satisfacer un anhelo que no se había dado cuenta que existiera.

—Tienes miedo de las cosas equivocadas —dijo él en voz baja y tensa, como si
fuera un alambre tenso que pudiera romperse en cualquier momento.

Ella vio el momento en que lo hizo. Vio el destello de calor en los ojos de lobo. Vio

153
El Club de las Excomulgadas
al lobo avanzar para tomar.

Y sintió el tirón duro de sus manos en su hombro y cintura, tirando de ella hacia él,
cerrando la boca sobre la de ella. Reclamándola, tanto si ella lo quería o no.

Ella lo deseaba.

Por los dioses, cómo lo deseaba. No se suponía que sucediera de esa manera. Eso
se suponía que era un negocio... conseguir llevarlo a su cama, conseguir su alma,
entrar en su cabeza. Pero no había nada serio sobre la forma en que se sentía, sobre
la forma en que lo deseaba como nunca había deseado a ningún otro hombre, al

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menos no en esta vida. No había nada planeado o calculado sobre la forma en que
se fundía en su contra, deseando poder estar aún más cerca, con sus dedos tirando
de su camiseta sin escrúpulos como uno de sus clientes manoseado su ropa.

No le importaba. Ella simplemente lo deseaba, lo que quería, lo tenía.

Respirando profundamente, se apartó con sus palmas persistentes en el pecho


mientras lo hacía. Un gruñido de protesta se levantó de su garganta, y con ese
sencillo sonido él aprendió todo lo que ella quería.

Él era más que un hombre ahora... sus ojos se habían vuelto color verde pálido y
feroz en su intensidad, un puñado de pelo gris en mechones estaba en sus muñecas,
y tenía la piel de las palmas de sus manos engrosada como los cojines de un canino.
Mayormente, sin embargo, veía al lobo en sus movimientos y sintió su toque. Era
salvaje y necesitado, y ella era el botín de su victoria.

Ella pensó vagamente que su orgullo debía estar herido. No lo estaba.

En cambio, su base animal necesitada la excitó. No tenía ningún poder sobre las
bestias. Él la deseaba, y ese simple hecho era más erótico que cualquier contacto
que pudiera o tuviera nunca.

154
El Club de las Excomulgadas
Poco a poco, pasó las manos por su torso, con sus ojos sin dejar nunca su cara
cuando él le acarició los senos, con sus pezones como piedras con el roce con sus
palmas.

Un músculo de su mejilla se movió y Rand sintió las últimas hebras de su


complemento de control.

Con un movimiento violento, la apretó contra él, encerrándola en su abrazo,


deleitándose con el aroma de ella, con sus curvas suaves jugando con la dureza que
lo había vencido, convirtiéndolo en nada más que necesidad primitiva,
desesperada. Bien. Él quería luchar contra la verdad oculta bajo la superficie.

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Quería ir sobre nada más que lo necesario; quería que eso fuera nada más que
físico. Nada especial. Nada que no pudiera tomar de unas decenas de otras
mujeres.

Él la apretó cerca, con el movimiento duro y exigente, y con la intención de


recordarle quién era y qué estaba haciendo. Su cuerpo se estremeció en su contra
mientras se quedaba sin aliento, con el sonido más de placer que de sorpresa, y el
roce de su aliento contra su cuello volteando su cuerpo de acero. Santo Dios, ella era
increíble.

Deslizó una mano por las suaves curvas hasta el oleaje de su trasero lleno en su
mano. Con la otra, tomó su pelo, tirando hacia atrás hasta que su cuello estuvo
expuesto. Él la mordió, con sus dientes sobre su delicada clavícula, en el hueco en
su piel, y en la plenitud de su exuberante de sus senos.
Cerró la boca sobre su pecho, con su lengua bañando la dura protuberancia, con su
boca deseando probar todo de ella, queriendo probarla, morderla y marcarla como
suya, maldita sea, suya.

Ella se estremeció contra él, arqueándose a su demanda en silencio, con sus manos
moviéndose bajo su camisa, con sus uñas arañándolo tan duro que le sacó sangre.
Así. Eso era lo que él quería.

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El Club de las Excomulgadas
Un maldito violento, furioso follar que no significara nada más que lo que era.
Nada especial. Que no fuera correcto. Sólo sexo. Sólo apareamiento. Crudo, básico y
no por otra razón que no fuera para rascarse un poco.

Él se dijo todo eso, y mientras el lobo la llenaba y exigía, era fácil creerlo. Tenía
que creerlo, porque no quería nada más. No podía ir allí. No podía jugar ese juego.

Su respiración era cruda y desigual mientras la necesidad quemaba a través de él,


más intensa que cualquiera de las que hubiera sentido antes. Ella es un súcubo. No se
lucha con los placeres que ellos dan. Déjate ir, ten lo mejor de tu vida, y luego aléjate.

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Su boca se cerró sobre la de él, y cualquier nivel en que su cerebro le hubiera
permitido ser racional tuvo un cortocircuito. No pensó más. Sólo eran dos cuerpos
que se movían al unísono, con sus brazos y piernas enredados, con sus lenguas en
conflicto, con su piel desnuda pegada inútilmente a la tela caliente.

Buscó a tientas el botón de sus pantalones vaqueros, no pudiendo conseguir que


cooperaran, y los rasgó. Ella se rió, con el sonido como una caricia, después le
tomó la mano y la introdujo en sus pantalones vaqueros, moviendo sus dedos hacia
abajo sobre la piel sudorosa y peinada de su sexo húmedo y resbaladizo. Él curvó
su mano, tomándolo, dándose cuenta de que no llevaba ropa interior, y luego metió
su dedo en el interior profundo de ella. Uno, luego otro, mientras ella gemía con
satisfacción y giraba sus caderas, instándolo a más.

No pudo soportarlo más.

Con sus protestas suaves haciéndose eco y rodeándolo, sacó su mano, y luego
comenzó a tirar abajo sus pantalones vaqueros sobre sus caderas. Sus protestas se
transformaron en suaves murmullos de —sí— y después en un bajo —pero estamos
en un callejón—.

— ¿Te importa? —le preguntó, sorprendido al descubrir que era capaz de hablar.

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El Club de las Excomulgadas
—No.

Eso fue todo lo que necesitó. Todo lo que tanto necesitaba, y se peleó con la ropa
hasta que su camisa estuvo abierta, con su pene libre, y sus vaqueros tirados en una
pila desplomada contra la pared. Podía ver el color en su piel, pero era su olor...
almizcle y dulce, lo que le apretó las bolas y lo lanzó hacia ella. Ella se quedó
desnuda ante él, vestida sólo con el sujetador, y estaba tan excitada que apenas
contaba.

Ahora. Eso fue todo lo que pudo pensar. Simplemente ahora, y la atrajo hacia sí,

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besándola con fuerza, con todos sus dientes y lengua hasta que probó la sangre en
su boca. Su cuerpo se encendió contra el suyo, tan caliente y húmedo, y cuando
metió las manos entre sus piernas y abrió sus muslos, ella agarró su trasero y lo
instó a acercarse —Ahora —le exigió, con sus palabras susurradas como en un eco.

La llevó contra la pared, con sus manos en su espalda, con sus piernas enganchadas
en torno a su cintura, con sus nudillos sufriendo las consecuencias de su
movimiento rítmico contra el ladrillo áspero. Sus caderas bombearon para que
coincidieran con sus propios golpes, y su cuerpo se apretó alrededor de él,
hundiéndole las uñas en la espalda. La atrajo más cerca, con su brazo como una
ventosa en su espalda mientras él deslizaba una mano hacia abajo entre ellos, con
sus dedos acariciando su clítoris mientras que se movían juntos. Ahora.

Él podría hacer eso para siempre, se dio cuenta. Reclamarla y sentirla temblar en
sus brazos.

Y mientras ese particular deseo se formó en su mente, oyó su aliento atorándose y


sintió el apretón rítmico alrededor de su pene. Movió el dedo pulgar sobre su
clítoris, hasta que fue como mercurio en sus brazos, pulido, salvaje y líquido, y aún
antes de abordar su orgasmo, lo sintió: satisfacción y algo más, también. Algo
primitivo e íntimo que lo asustó como el infierno.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 17

El orgasmo pasó a través de ella, con una violenta explosión que sacudió su cuerpo
y la llenó de luz, color y un placer fuerte que rivalizaba incluso con la decadente
dulzura de tomar un alma. No había un hombre sin rostro en su fantasía en esta
ocasión... estaba allí, y podía verlo, y lo deseaba. Sin vergüenza, sin poder hacer
nada, con fervor.

Tal vez era la falta de oxígeno en el cerebro, por las manos de Priam en su
garganta, pero había deseado a Rand con una intensidad que nunca antes había

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experimentado. Sólo la sensación de sus manos sobre ella había sido suficiente
para enviarla por encima del borde, pero con él dentro de ella...

Oh, sí.

Y ahora quería regodearse en el placer. Disfrutar y cabalgarlo por lo que durara.


Que las manos y el cuerpo Rand jugaran con ella, llevándola al borde del precipicio
e instándola una, y otra, y otra vez.

Concéntrate. Esto es un negocio. Un puesto de trabajo. Y necesitaba recuperarse,


necesitaba luchar a través de la languidez de su mente y concentrarse.

Él había estado cerca, tan cerca.

Cerca, pero no se había venido aún, saliendo para que él pudiera concentrarse en su
placer.

No le importó mientras se daba cuenta de que sus dedos le acariciaban el clítoris y


su lengua bailaba sobre su oreja, sino hasta sólo un pequeño hilo de alma se había
asomado, acariciado su piel y se había burlado de ella con la promesa de más.

Los hombres no daban por lo general mucho trabajo, sus almas siempre estaban
cerca de la superficie. Sin embargo, la de él parecía escondida, como si estuviera

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El Club de las Excomulgadas
bloqueada por alguna pared, con las hebras no completas a punto de estallar libres
hasta que estaba cerca. Ella lo podía tomar allí, podría tomar un poco de su alma, y
deslizarse hábilmente en su mente.

Podía hacer exactamente lo que había ido a buscar... sólo que ahora no quería.

Poco a poco, pasó sus dedos sobre sus brazos. No había anticipado la forma en que
se sentiría una vez que estuviera en sus brazos. La forma en que se le pondría la
piel. La forma en que había matado por ella, dando un paso más en la estocada de
su protección de lo que ningún otro hombre lo había hecho.

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La PEC quería que ella lo traicionara, y el hecho de que probablemente él nunca lo
supiera no lo hacía más fácil. ¿Y la verdadera ironía? Priam estaba fuera de la
imagen. Estaba a salvo de él, lo mismo que sus chicas.

Pero ahora ella era la amenaza. Debido a que la PEC sabía lo que había hecho, y si
no cooperaba, la encerrarían.

Mierda.

—Lissa…

Fue sólo una palabra, pero fue dicha con una ternura tan poderosa que se derritió
contra él, con el deseo fresco como un murmullo dentro de ella.

La palma de su mano subió a su mejilla. Él había frenado su empuje rítmico y la


buscaba en ese momento con los ojos que estaban suaves con el deseo y afilado con
la preocupación. Su corazón se trenzó. La había protegido, y ahora iba a
traicionarlo. Se odió, pero al final no había otra opción.

Poco a poco, sonrió, con sus labios curvándose, con los ojos brillantes. ¿A cuántos
hombres le había sonreído de esa manera? ¿A cuántos hombres había llegado ella,
cómo estaba llegando a Rand? ¿Y cuántos había acariciado por su cuenta?

159
El Club de las Excomulgadas
Sólo a él.

Se estremeció con el pensamiento, porque, aunque la respuesta era a docenas,


cientos, miles si se contaban todas sus vidas... esa se sentía como si fuera la única
vez que importaba.

—Me siento muy bien —susurró ella, y luego apretó la mano contra su pecho
desnudo. Su camisa estaba abierta, pero no fuera, y deslizó sus dedos debajo de la
tela, disfrutando de la sensación del frío algodón que se combinaba con su carne
caliente mientras ella deslizaba su mano hacia abajo, más y más, sobre la cintura de
sus pantalones abiertos, hasta que finalmente se curvó alrededor de la palma el

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terciopelo y acero.

Su pene se movió y ella apretó su mano mientras Rand tomaba la parte de atrás de
su cabeza, inclinando su rostro hacia el suyo. Su boca se encontró con la suya, y le
dio un beso, largo y duro, antes de tirar suavemente de él.

—Pero creo que no estamos bastante parejos, sin embargo —dijo ella en broma,
con su mano acariciándolo. Él estaba listo, tan listo, y ese simple toque fue todo lo
que le tomó atraer al animal de nuevo. No al lobo esta vez, o no completamente.
No, ahora veía en él a un familiar salvaje masculino. Con un hambre y una
necesidad que había visto con frecuencia y sin embargo sólo había experimentado
antes en sus fantasías, nunca con sus clientes.

Ahora lo entendía.

Él la agarró, tirando de ella hacia él, luego besándola duro. —Vístete —.

Su voz fue un gruñido de deseo, sin embargo, sus palabras le dieron tanto miedo y
alivio de helado frío por sus venas. El temor de que él no la deseara. El alivio de
que no lo había traicionado.

—Dentro —dijo él, como si ella entendiera sus dudas. —A la oficina. Ahora.
Los dos estaban respirando con dificultad, mientras luchaban de nuevo con su ropa.

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El Club de las Excomulgadas
Su sostén era inútil, y lo arrojó a un contenedor de basura. La sensación de deslizar
su camiseta sobre los sensibles pezones la hizo morderse el labio para contener un
gemido, y la costura de sus vaqueros contra su sexo sensible era suficiente para
hacerla entrar de nuevo. Ella deseaba eso, lo deseaba y quería sentirlo todo. Y, sí,
en el interior sonaba como una idea muy buena.

Se apresuraron a su oficina, directo por la salida al callejón, y Rand cerró la puerta,


dio la vuelta al seguro, y la llevó al sofá y la desnudó antes de que ella estuviera
completamente segura de lo que había sucedido. Él estaba en ella, con su propia
ropa abandonada, con su cuerpo pegado sobre el de ella, con sus labios haciendo
cosas maravillosas en su cuello y hombro. Y su polla, estaba allí. Caliente, dura y

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exigente. Y a pesar de lo que tenía que hacer, ella lo deseaba con una desesperación
desconocida, casi frenética.

Respiró entrecortadamente, tratando de darle sentido a esta nueva realidad. Él


estaba en ella, sosteniéndola tan firme y tan cerca para que no se pudiera mover. Se
trataba de él ahora, de lo que deseaba y cómo lo deseaba. Y ella tomaría el viaje
junto con él.

Antes incluso de que Lissa se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, se puso
tensa, pequeñas burbujas de temor estallaron dentro de su pecho. —Déjame
levantarme —susurró ella, con su voz baja y seductora sabiendo cómo hacerla, a
pesar del pánico que crecía en ella.

Él tenía las manos sobre sus pechos y su boca se movía hacia abajo para lamer su
pezón. Se arqueó hacia atrás, jadeando con placer a pesar de la inundación oscura
de su miedo, queriendo simplemente entregarse más, pero...

Apretó las manos contra su pecho, y luego mordió su labio inferior con los dientes.
Un pellizco suave, después una simple orden. —Confía en mí.

Su expresión respondió a todo el calor, la promesa y la curiosidad, y ella se empujó


hacia él, haciendo presión en su pecho, aliviándose a medida que ella tomaba la
iniciativa, cabalgándolo mientras estaba sentado en el sofá, con sus muslos contra

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El Club de las Excomulgadas
los suyos, con sus rodillas presionadas como amortiguador. Y su longitud exigente,
dura presionando contra ella. Con sus caderas ondulando, ella se inclinó, sabiendo
que sus movimientos sutiles lo estaban volviendo salvaje... infiernos, él la estaba
volviendo salvaje.

Una mano llegó a su pecho, con su palma encontrando su piel caliente y


resbaladiza. Tomó con sus dedos un puñado de pelo fino, disfrutando de la forma
en que sentía. Excepto en sus cabezas, los súcubos no tenían pelo en el cuerpo
además de en las cejas y en las pestañas, y que estuviera allí era algo deliciosamente
tentador sobre la masculinidad de su cuerpo. Estaba casi segura de que él había
nacido humano, y se preguntó ociosamente si su piel habría sido suave antes de

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haberse transformado. ¿Cómo había sucedido? ¿Quién habría sido antes?

Probablemente nunca lo sabría, pero podía aprender sobre el hombre que era ahora.

Poco a poco, ella llevó sus manos arriba. Sus pectorales eran duros y firmes, y no
tuvo duda acerca de su fuerza. Sus hombros eran anchos y ella pasó ligeramente
sobre los músculos de sus brazos. Él podría partirla en dos si quisiera, pero por la
mirada en sus ojos, ese tipo de castigo no estaba en su mente. Lo más probable era
que se la comiera viva.

La idea la hizo sonreír, y apartó la mirada, volviendo la cabeza para seguir el


camino de su mano por su brazo, porque no quería ver su diversión. La fuerza en
sus brazos continuaba hasta el final de sus dedos. No llevaba anillos, no que ella
pudiera ver, pero sus muñecas no estaban sin adornos por completo. La de la
derecha lucía un tatuaje -tres X en fila en la parte inferior de la muñeca.

Frunció el ceño, preguntándose acerca de él, pero no era una pregunta que se
quedara un rato en su cabeza, no con él desnudo debajo de ella. Y cuando él giró
sus caderas y la punta de su pene presionó con fuerza contra ella, las últimas hebras
de curiosidad se evaporaron de su mente, haciendo a un lado por la necesidad de
tenerlo en su interior.

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El Club de las Excomulgadas
Control. Presta mucha atención. Mantén tu cabeza en esto.

Tenía que hacerlo. Pero eso no significaba que quisiera... y seguro como el infierno
no significaba que no iba a disfrutar de lo que pudiera.

Él tenía sus manos sobre sus pechos, y ella se arqueó hacia atrás, él movió su boca,
con su mano moviéndose hacia abajo para acariciar su clítoris. Estaba mojada...tan
húmeda, y lo deseaba de una manera en que nunca había deseado a otro hombre.
—Ahora —susurró ella.
—Maldita sea, ahora —siguió las órdenes y, deslizó su pene pasando sus músculos
tensos mientras abría sus piernas, insistiendo más y más profundo. El movió sus

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caderas hacia ella, y ella sintió el cambio de sus manos al tomar su parte trasera, al
empujar su propio cuerpo mientras se empujaba con fuerza contra él. Dejó que la
manejara, trabajando su cuerpo en conjunto con el suyo, con sus movimientos para
encontrar un ritmo alto y dinámico acentuándose por los sonidos del sexo, de la
respiración y el aumento del placer.

—Lissa —su voz se apoderó de ella, baja y desesperada, y ella se agarró con fuerza
alrededor de su cuello cuando él se estrelló contra ella, moviéndose de la manera en
que más le gustaba, de la forma en que él quería y necesitaba.

De la forma en que ella necesitaba, también. Necesitando ver la pasión en sus ojos
mientras su placer crecía y su pene la llenaba. Estaba tan apretada alrededor de él,
con su cuerpo instándolo, y ella estaba allí... allí, en ese momento con él. Con
Rand. No era una fantasía. No era un hombre sin rostro. Ni siquiera un alma para
traerle placer.

Estaba con él, y la sensación era increíble, más satisfactoria que la mayoría de las
vibrantes almas. Deliciosa. Decadente. Espectacular.

Más y más fuerte hasta que supo que él estaba cerca. Sabía por la forma de su
cuerpo más duro y por los bajos ruidos que hacía con su garganta, mientras un
gemido de placer se combinaba con una advertencia en contra de que se detuviera.

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El Club de las Excomulgadas
Por encima de todo, ella lo sabía por las volutas de su alma bailando fuera de su
piel.

Se enroscaron alrededor de ella, con una decoloración púrpura profunda en un


naranja vibrante, como cintas cortando un arco iris. Ella sostuvo sus brazos y dejó
que las hebras efímeras, frágiles se hilaran a su alrededor. Pero fueron lentas y
desiguales, y con un sobresalto, se dio cuenta de que los hilos no sólo eran frágiles,
sino que estaban maltratados, entretejidos, rotos y remendados, los bits y las piezas
apenas se aferraban juntos. Estaban rasgados. De alguna manera, el alma de Rand había
sido arrancada a pedazos.

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Un temor bajo, frío se apoderó de ella. Debido a que estaba cerca, maldita sea, tan
cerca, y si él estaba dentro de ella cuando se venía...

Destellos de la familia asesinada de Claude llenaron su mente... oh, dulces cielos, no.

No Rand. Querido Dios, él sería nada más que una máquina de matar. Un animal
violento sin sentido. Sin control ni remordimiento.

Ese no era Rand. Ese no era el hombre que había salido a su camino para
protegerla.

Que estaba fuerte y tenía confianza y…

No.

No podía hacer eso. Si él se venía al mismo tiempo ella tendría el alcance de hasta
un hilo de un alma maltratada, minúscula, todo lo que quedaba estallaría saliendo
de él y llenándola. Sin duda, la PEC no podía pedir eso de ella. No podían esperar
que tomara el alma del hombre, junto con lo que había en su cabeza.

Espera más y no será un problema...

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El Club de las Excomulgadas
Sus ojos eran oscuros y salvajes. Él estaba en el borde. Un poco más y… Ella salió
de él, aullando cuando su hombro chocó con fuerza con el piso de cemento.

— ¡Lissa! Jesús, Dios, Lissa —con más agilidad de la que hubiera esperado de un
hombre en su condición actual, estuvo a su lado. — ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

—Yo… me caí.
Él la atrajo hacia sí, acunando a su lado. — ¿Estás herida? Vamos a ver.

—No es nada —protestó ella, pero él no estaba escuchando. En su lugar, la volteó,


luego le acarició suavemente un punto sensible en su cadera. Tendría una contusión

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en la mañana. Un pequeño precio a pagar por salvar el alma de un hombre. —
Apenas dolió en absoluto.

Suavemente su mano tomó su lesión, y él la atrajo hacia sí, con la boca cerca de su
oído.

— ¿Quieres que la bese para hacerte sentir mejor?

Una risa burbujeante salió de ella, borrando su temor de que eso iría mal. —Es una
idea...

—Una buena, teniendo en cuenta lo cerca del cielo que está ese moretón —
mientras hablaba, sus dedos ligeramente pasaron por la contusión, por encima de
su cadera, por la piel suave de su pubis, y luego más y más hasta que ella ni siquiera
pudo pensar. — ¿Un beso aquí? —murmuró él, inclinándose para besar la suave
piel de su muslo. — ¿Después un beso ahí?

Por favor, sí, por favor.

Ella no lo dijo. En cambio, se alejó, suavemente empujándolo fuera de ella, después


doblando sus piernas debajo de ella.

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El Club de las Excomulgadas
—Lissa, yo…

—No —no quería oír nada de lo que tuviera que decir. No en ese momento. No
cuando ella era la que había rasgado el momento en mil pedazos.

Algo parecido a la ira llegó a sus ojos, pero desapareció casi tan rápido como llegó,
y él se acercó más, con sus ojos buscando su cara. Durante mucho tiempo, había
sido un experto en ocultar sus emociones, pero en ese momento, sencillamente, no
tenía la fuerza. Ella ni siquiera lo intentó. En lugar de eso agachó la cabeza, puso
sus brazos alrededor de él, y apretó la frente en su hombro.

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—No podemos… No puedo. No esta noche —ella cerró los ojos. Ni nunca.

—Podemos —dijo él, y la certeza en su voz le era familiar. Era el mismo tono que
utilizaba con clientes nerviosos. Pero no estaba nervioso. Ella estaba tratando de
hacerle un favor. A él y a su irregular alma.

Su mano tomó su mejilla, sosteniéndola quieta cuando la besó, largo, duro y tan
profundamente y con un objetivo que ella casi se inclinó hacia él, haciendo caso
omiso de todo lo que sabía acerca de detenerse e irse y salvar un alma que ni
siquiera sabía que estaba en peligro.

Ella se apartó, con sus dientes en su labio inferior hasta el último momento porque
no quería detenerse, pero sabía que tenía que hacerlo.
—Haces cosas por mí —dijo.

— ¿Cosas buenas?

—Cosas inesperadas.

—Bueno, me gusta ser diferente —dijo, y oyó la sonrisa en su voz.

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El Club de las Excomulgadas
Ella ladeó la cabeza y lo miró. Sabía que tenía que levantarse y empezar a moverse,
por lo menos, tenían que decidir qué hacer con el cuerpo en el callejón, pero lo
único que quería era estar con él.

—Creo que te gusta ser diferente —ella se deslizó de nuevo en el suelo hasta que su
espalda estuvo contra el sofá y lo estudió.

— ¿Por qué?

—Por un lado, no estás en una manada

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—Me muevo solo.

—Pero eres un hombre lobo. Pensé que los weren se movían en manadas.

—Algunos lo hacen

— ¿Qué eras antes? —


—Un soldado — dijo. —De las Fuerzas Especiales —estuvo a punto de sonreír.
—En cierto modo, todavía lo soy.

Ella le creyó. Había algo duro en él. Algo primitivo y violento... y no sólo porque
había derrotado a Priam hasta volverlo papilla. Ella lo había llamado peligroso en
Orlando’s, y ahora podía ver lo astuta que la evaluación había sido.

—Nací como soy —dijo. —Sin ninguna madre, sin ningún padre. Sólo nacemos
en la niebla —ella se encogió de hombros. —Pero tú... el cambio... debe haber sido
un shock.

— ¿Existe eso en este mundo? ¿Qué los hombres lobo, los vampiros y los
demonios sean reales?

—Sí. Eso fue un shock.

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El Club de las Excomulgadas
Él la observó, calibrando su reacción ante sus palabras, y vio de inmediato que ella
había oído lo que no decía tanto como lo que había dicho.

—Pero, convirtiéndote en lobo, ¿esa parte no fue una sorpresa?

—No.

— ¿Por qué no?

Estuvo a punto de no responder. Con cualquier otra mujer, sabía que no lo habría
hecho. Pero a Lissa le dijo simplemente: —Porque no fue un cambio en absoluto.

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Su ceño se frunció, como si estuviera tratando de poner sus palabras en el orden
correcto, y sintió una punzada repentina de arrepentimiento. Ella había visto la
orilla del lobo. Lo entendería ahora. Y sabría que él era tanto un animal como un
lobo.

Esperaba que ella se levantara, y luego se fuera. En su lugar, enganchó sus brazos
alrededor de sus rodillas y lo miró, con curiosidad en su rostro, pero no con asco y
ni miedo. — ¿Cómo fue tu vida humana?

No quería hablar de eso, pero no quería que se fuera. — ¿No son todas iguales? —
preguntó, tratando de hacer una broma.

— ¿Lo son?

Él suspiró.

—Por favor. Me gustaría saber —se acercó a él, y luego tomó su mano entre las
suyas.

Sus dedos trazaron las tres de X en su muñeca. — ¿Es esto de antes? —le preguntó.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿O te marcaste después del cambio?

—No es una marca —dijo. —Es un tatuaje de una pandilla. Una X por cada
muerte —él la miró, pero ella no pareció alterada.

— ¿Así que has matado tres veces?

—Después de tres, no te marcas más.

—Oh. ¿Por qué?

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—No tiene sentido darle a la policía más munición para que metan tu trasero a la
cárcel.
Asintió, pensativa, tan casual como si estuvieran hablando del clima.
— ¿Cuántos años tenías? Cuando te hiciste la primera, quiero decir.

—Nueve. La tercera a los diez.

—Te atraparon desde joven —dijo, pensativa. —Algo de lo que no te pudiste


zafar.

Ella estaba buscando excusas para él, y eso le molestó. —No quise salirme.

—No, ¿por qué? Esa fue la vida que conociste —ella se levantó, agarró la camisa
del suelo y se la puso. Se la colgó a la mitad del muslo, y mientras se quedaba allí, y
temblaba un poco, parecía una niña pequeña, no como los bordes duros de los
negocios que había tenido en Orlando’s, o incluso la mujer sensual que lo había
tentado y atormentado y lo había llevado a la cima del placer. —No puedo
recordar la mía, no realmente, pero sé que me llevó vidas antes de que finalmente lo
descubriera.

— ¿Qué?

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El Club de las Excomulgadas
—La salida —dijo ella simplemente, y luego continuó antes de que pudiera
preguntarle qué quería decir. — ¿Cómo hiciste para por fin salir?

—Mi madre murió —dijo él.

—Lo siento.

—Mi tía me recibió, y nos mudamos de South Central.

— ¿A dónde fuiste?

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—Un país extranjero. A Pasadena.

Ella se rió, y un nudo de tensión que había ido creciendo en sus entrañas comenzó
a aflojarse.

—No creo que fueras mordido en Pasadena.

—No. Fue en Los Balcanes.

— ¿Cuando eras soldado?

—Sí, pero no estaba de servicio. Estaba buscando a alguien en las cuevas de las
montañas. Pero encontré a otra persona.

—Un largo camino desde Pasadena. Muy lejos de South Central para el caso.

—Más cerca de lo que piensas —dijo él pensando en los combates, en la muerte.

— ¿Cómo llegaste hasta ahí?

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El Club de las Excomulgadas
Él se encogió de hombros, se dirigió a la pequeña nevera y tomó dos cervezas. —
Digamos simplemente que Pasadena y yo no nos llevamos bien.

— ¿Eso es todo? ¿Por qué no sólo te mudaste a Santa Mónica?

Él se echó a reír. —Es una historia muy larga.

—No tengo compromisos urgentes.

La miró, considerándolo. —La verdad es que extrañé el antiguo barrio. Incluso


aunque mi tía me rompía el trasero si utilizaba la jerga de las pandillas o hablaba de

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mi vida allí, seguí regresando allí.

—Ahí es donde tus amigos estaban.

—Amigos, sí. Pero sabía que pertenecía a allí. Fue muy fácil. Andaba con mi
primo. Hacía trabajos, follaba a mi novia, la mierda de siempre.

—Apuesto a que tu tía estaba molesta soberanamente.

—Podrías decir eso.

No podía recordar con nitidez la forma en que la tía Estelle se había visto la
primera vez que había averiguado sobre sus caminatas de vuelta al barrio.

Él había limpiado su lengua, estaba recibiendo notas medio decentes en la aburrida


escuela privada en la que lo había empujado a entrar, y se había transformado casi
en un típico adolescente. Por lo que había sido un infierno de shock cuando se
había dado cuenta de que todo había sido una ilusión. Su pequeña tía de pelo
blanco era más aterradora ese día de lo que su primo Rollins había sido nunca.
Durante unos días, ella incluso se las había arreglado para ponerle fin a sus
declaraciones. Pero sólo por unos pocos días.

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El Club de las Excomulgadas
—Todo lo que realmente se fue al infierno cuando Alicia quedó embarazada.

— ¿Alicia?

—Mi esposa.

—Oh —ella tomó un largo trago de la cerveza, con su atención en la botella y no


en él. — ¿Qué pasó?

Él vaciló, porque se le estaba yendo la boca, con su presencia fácil haciendo algo
estúpido. Trató de decirse a sí mismo que era el trabajo de un súcubo, haciendo

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magia y toda esa mierda, pero no lo creía. Eran sólo él y ella hablando.

—La tía Estelle la arrastró hasta Pasadena, también.

— ¿Para obligarlos a casarse?

—Algo por el estilo. Nos mandó a los dos al apartamento de su garaje. Nos
hicieron casarnos.

— ¿Qué edad tenías?

—Alicia tenía dieciséis años, yo apenas diecisiete.

—Eras sólo un niño —había simpatía en su rostro. —Debes haber perdido a tus
amigos.

—Sí. Lo hice. Alicia, sin embargo no.

— ¿Ella estaba tan contenta de estar fuera?

—Oh sí—dijo—Solía molestarme con uno nuevo cada vez que regresaba,
infiernos, incluso cuando recibió una llamada de Rollins.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿De quién?

—De mi primo. Alicia y Estelle, hombre, no podía soportar que tuviera mi mano
en esa mugre. Ambas soltaron globos el día en que me uní al ejército.

—Apuesto a que fuiste buenos en eso.

—Sí, claro —cuando había estado dentro, con la estructura y el entrenamiento y


las armas... se había sentido más en casa de lo que lo había hecho en su vida. —En
el momento en que tuve diecinueve años, me destinaron en Serbia. En el momento
en que tuve veintidós, estaba en las Fuerzas Especiales. Era muy bueno en lo que

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hacía —por supuesto que lo había sido. En las calles, había matado por su banda.
En la milicia, había matado por su país.

Ella encontró sus ojos, con todo su cuerpo sufriendo por este hombre y la vida
tumultuosa que había tenido. — ¿Y Alicia? ¿Y el bebé? —una cosa era alejarse de
una vida humana, pero ¿Alejarse de un niño? Tal vez porque nunca había tenido
padres, le parecía particularmente horrible.

Él se pasó una mano sobre su cuero cabelludo liso. —Lo perdimos.

—Oh. Lo siento mucho.

—Es... fue... no sé. La madre de Alicia dijo que probablemente era lo mejor.

—Dios. ¿Por qué? ¿Por haber quedado embarazada antes de casarse?

Él negó. —Los dos éramos portadores de células falciformes. Dijo que el riesgo
genético era demasiado alto —tomó otro largo trago de cerveza. —Realmente no
me gustaba esa mujer.

—Rand… —calló, sin saber qué decir, así que no dijo nada. En su lugar, tomó su
mano derecha y lo levantó, y luego le dio un beso en la palma de su mano. Poco a
poco, bajó su mano, luego giró suavemente para que el tatuaje se alzara. Con su

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El Club de las Excomulgadas
pulgar, trazó las X. —No es un tatuaje de banda más.

—Lo es —dijo. —Es un recordatorio de que estoy muerto para mi antigua vida.

Su corazón se atoró. —Cuando estuvisteis infectados, ¿quieres decir? ¿Cuándo te


convertiste en hombre lobo?

Por un momento, él no respondió, y lamentó la pregunta. No tenía derecho, sobre


todo teniendo en cuenta lo que había ido a hacer ahí.

Luego él apartó la mano.

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Sus dedos se deslizaron sobre la piel caliente, callosa, y después ella tuvo la mano
nada más que en el aire.

—No —dijo él. Se dio la vuelta, y estudió su espalda, desnuda y grabada con
cicatrices de las heridas que ella sabía que se había hecho antes de que lo
convirtieran, antes de que su biología weren pudiera curar sus heridas. Se volvió y
la miró. —Cuando enterré a mi esposa.

Enterrado. Ella cerró los ojos ante el dolor en su voz, entendiendo ahora por qué su
alma era tan frágil. Había perdido a su amor, y eso le había arrancado el alma en
mil pedazos.

—Yo estaba fuera. De las pandillas, del barrio, de todo lo que mi tía tenía la
esperanza que no estuviera más conmigo, y no quería que volviera.

—Algo pasó.

—Rollins tenía un amigo en otra unidad estacionada cerca de mí, y le dijeron a mi


primo sobre lo que se ganaba llevando heroína de contrabando a EE.UU. en
aviones militares. La banda quería participar. Les dije que se fueran al infierno.

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El Club de las Excomulgadas
Su pecho se oprimió con miedo. No quería oír el resto, pero al mismo tiempo no
podía dejar de escuchar.

—Me dijeron que tenía que tener cuidado. Que me habían tenido desde que tenía
cinco años. Que había matado por él, y que le pertenecía. Y entonces mató a Alicia
para probarlo —respiró duro. —Me dijo que la tía Estelle sería la próxima si no a
conseguía la mierda.

—No es cierto.

—No. Fui a casa. Fui al funeral de Alicia. Abracé a mi tía. Y luego me fui a mi

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viejo barrio y puse una bala en la cabeza de mi primo.

Sus palabras la dejaron helada, pero ella habría hecho lo mismo. Ella miró sus ojos.
—Justicia.

—Dos semanas más tarde estaba de vuelta en los Balcanes, en las montañas en
busca de la cueva donde el amigo de Rollins había ocultado su alijo.

—Fue cuando te infectaste. Entraste al escondite de un hombre lobo.

—De un Desterrado — dijo. —Un colega con genio desagradable, del que no
recuerdo mucho... la fiebre de la infección duró más de un día y los médicos no
pudieron hacer otra cosa que tratar el extraño mordisco en mi pierna.

— ¿Sólo un día? —de lo que había oído, la mayoría de los humanos infectados
sufrían todo por meses hasta que la luna llena salía de nuevo.

—Cerca de eso. Y durante un mes, no me di cuenta de en lo que estaba, pero


estaba ansioso, y podía sentir al lobo que había dentro. No sabía lo que era, pero
sabía que se sentía familiar. Después una luna llena vino.

—Cambiaste.

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El Club de las Excomulgadas
—Y el amigo de Rollins fue encontrado muerto a la mañana siguiente. Mutilado.
Completamente destrozado.

—Tú lo habías hecho.


Él se encogió de hombros. —No lo sé —dijo. —Pero lo espero.

Llegó a él, extendió sus manos apretadas, deseando poder proporcionarle consuelo
o paz. Deseando no haber caminado a través de la puerta del bar con un maldito
plan. No había recibido ninguna información de su cabeza, y con un alma tan
andrajosa como la de él, ella tendría que explicarle a la división que dudaba que
jamás pudiera.

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¿La obligarían a volver a intentarlo? Cerró los ojos, pensando en lo inútil que el
intento sería. Qué peligroso.

Pero aún así, ansiaba ver a este hombre de nuevo. Y por lo tanto no podía negar la
pequeña, secreta esperanza de que la División le dijera que volviera y tratara de
encontrar una manera.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 18

Era conveniente que se moviera a través de los túneles del metro, un santuario
hecho por el hombre que se extendía por debajo de Los Ángeles, convirtiendo la
noche en día con luz artificial dura, y el día en noche siendo nada más que
sorprendente los traicioneros rayos del sol.

La luz ahí era falsa, venciendo la oscuridad inherente del subterráneo mundo. La
luz dentro de él era peligrosa, también. Demasiado frágil. Demasiado efímera.
También débil para soportar las burlas constantes de la oscuridad. Lo superaba,

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pidiéndole que la liberara. Que la dejara ir y se convirtiera en lo que su naturaleza
le exigía. En un demonio. En un monstruo. En un asesino.

En un vampiro.

Sergius apretó las manos contra las paredes de azulejos frescos, con la cabeza
gacha, con la frente en contacto con la cerámica mientras trataba de retroceder, de
controlar de nuevo al demonio que había estallado y le exigía estar a cargo.

Casi todas las noches, fallaba.

Seguía intentándolo, sin embargo. Luchando tan duro para empujarlo, para destruir
al demonio antes de que lo destruyera a él. Antes de que lo encontraran, lo ataran,
y le clavaran una estaca en el corazón.

Se lo merecía. Por los dioses, se lo merecía.

Había matado. Se había deleitado con la sangre, perdiéndose a sí mismo en la


toma.

Y, sí, volvería a matar.

177
El Club de las Excomulgadas
No.

Levantó la mano, en puño, luego la estrelló de nuevo, con la fuerza del impacto
rompiendo un agujero a través de los azulejos de color azul pálido. Algunas piezas
cayeron al suelo, haciendo estrépito en el piso de cemento, con los bordes afilados
como un vidrio. Se agachó y tomó uno para levantarlo, cerrándolo apretadamente
alrededor de su palma.

Vidrio.

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Había utilizado vidrio en la ceremonia para llamar al Numen, al espíritu que podía
ayudar a un vampiro a unirse a su demonio y a empujar la parte vil y asesina de él
abajo y bloquearlo para siempre.

Él había ofrecido sangre al Numen. Sangre. Vida. Cualquiera que fuera la guía
espiritual exigida, la había dado, y había fallado todavía. Había matado.

Sin embargo, el demonio se había levantado.

Y en lo más profundo, en la parte más oscura de sí mismo, se alegró de ello. Era


Nosferatu, y los que tuvieran un sorbo de la sangre de la dama oscura, no estaban
destinados a ser encadenados y castrados.

Ese era el demonio hablando.

Lo era. Sabía que lo era. Y sin embargo, no le importaba.

No.

Cerró de nuevo la mano sobre el cristal, que quería ahora lanzar a su enemigo. No
podía, sin embargo. Su enemigo era él mismo.

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El Club de las Excomulgadas
Respira.

Está bien. Eres coherente. El demonio está atado.

Por el momento, al menos, el demonio estaba atado.

Por cuánto tiempo, sin embargo, no lo sabía.

Frustrado, se paseó por la longitud de la plataforma. La estación de Hollywood


estaba técnicamente cerrada entrada la noche, pero eso no era obstáculo para que

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alguien como él accediera. O para que alguien como el hijo de puta que había caído
en los túneles y robado a tres del rebaño de Serge y los alejara, no con engaños y
trucos de la mente para seducirlos y atraer a los humanos, como Sergius hacía antes
de tomar su sangre, sino con una aguja hipodérmica y una larga cuerda.

Los humanos no habían regresado.

Serge se había dicho que no lloraría la suerte de las ratas de túnel humanas, que
buscaban la restitución sólo para aquellos que se iban de él.

No era cierto. Y en sus momentos de lucidez, sostenía la verdad debajo de la


mentira, porque significaba que una chispa de compasión podría estar echando
raíces en él.

El demonio no le había ganado por completo.

Ahora esperaba. Noche tras noche, día tras día, esperaba el regreso del asesino.

Y mientras esperaba, luchaba contra el demonio. Luchaba contra la tentación de la


sangre, de la carne.

Luchaba. Fallaba. Y se alimentaba.

179
El Club de las Excomulgadas
Incluso ahora, podía olerlos. A sus humanos. No sabía lo que era, él se encargaba de
proteger a su verdadera naturaleza de ellos y de alterar sus mentes cuando se
alimentaba. Ninguno tenía una voluntad lo suficientemente fuerte como para
luchar contra los trucos de la mente de un vampiro, y si lo hicieran, no vivirían con
él en el suelo como gusanos.

Olían a sudor y a sexo y a desechos humanos. Y a sangre.

Sería tan fácil salir de la plataforma, irse a los túneles de paso blanco y negro y
dirigirse a través del laberinto donde los humanos dormían.

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Dentro, el demonio se retorció. No se había alimentado con un humano en días,
viviendo en lugar de ser un parásito. Pero eso no lo había satisfecho, y en el interior
su hambre crecía. Con la necesidad desesperada de tomar y degustar. De
alimentarse.

De matar.

No.

Luchó contra el impulso, con su hambre dispuesta a dar marcha atrás. De ocultarse
en el interior. La sangre le daría la fuerza para luchar contra el demonio, sí, pero la
tentación de seguir bebiendo, de no dejar de beber, sería demasiado fuerte.

Se estremeció mientras el demonio dentro tembló de placer. Con la sensación de


sus labios en su carne y dientes hundiéndose profundamente en sus venas. De
consumir profundamente. De beber vida.

Ese era el premio, ¿no? Eso haría que vivir en ese infierno valiera la pena.

No.

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El Club de las Excomulgadas
Apretó los puños, centrándose en él. En Sergius. Tuvo que luchar para mantenerlo
alejado.

Tuvo que luchar de nuevo con el demonio.

No cedas. No retrocedas.

No lo haría.

Luchó para alejarlo, por hacer caso omiso de la forma en que lo roía, con sus
dientes afilados pidiendo la liberación. Luchó por centrarse sólo en qué estaba allí,

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de nuevo, esa noche.

Él vendría esta noche, sin duda. El asesino. El tomador de ovejas.

Él vendría, y Serge lo mataría de forma rápida y sin problemas. Derramaría su


sangre en las baldosas de la plataforma, y vería como corría lejos, con algunos
charcos formándose, con algo de drenaje de la plataforma.

Él lo vería, pero no se alimentaría, y tendría dos victorias esa noche. Una contra el
tomador. La otra contra su demonio.

Si sólo el hombre se mostrara.

Las horas pasaban y pasaban, y Serge no tenía nada que mostrar salvo el hambre
que lo había quemado, más y más profundo.

Irse. Alimentarse.

Se movió, con el encanto del hambre casi irresistible, pero apretó sus puños a los
costados, determinado a seguir. No se movería.

Serge lo esperaría, después lo tomaría más profundo. Y mientras los primeros


viajeros llegaban por los zapatos lustrados y por la ropa de la tintorería, felizmente

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El Club de las Excomulgadas
ignorantes de lo que estaba más abajo de la tierra con ellos, Serge le dejaría en claro
al asesino exactamente qué gran error había cometido.

Era la promesa que lo mantenía enfocado y en posición a pesar de las largas noches
sin un susurro del asesino. Se moverá. Está cazando en otro túnel.

Posiblemente, Serge lo sabía, pero no quería creerlo. Serge se quedaría ahí, y hasta
que fuera más fuerte hasta que hubiera dominado el control... era demasiado
peligroso para que fuera sobre el suelo o incluso buscara otra guarida. Quería evitar
la estaca más de lo que quería enseñarle una lección al asesino. Así que se quedaría
y esperaría que el hombre volviera.

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Oyó unos pasos y se deslizó silenciosamente en la oscuridad, con su cara y cuerpo
ocultos mientras miraba la plataforma en Hollywood. Al principio no vio nada, y el
eco de la zona se quedó en silencio, con los azulejos difíciles de discernir en
dirección de las pisadas.

No importaba, sin embargo. Cómo se dio cuenta muy pronto. Debido a que no era
un hombre el que se acercaba. Era una mujer. Alta y delgada, equilibrándose sobre
los tacones punta de aguja, que empujaban sus pies en un ángulo antinatural.
Llevaba un vestido de seda verde pálido que hacía ver a su piel aún más enferma.
El cabello le caía lacio, sin brillo, y sus ojos estaban nublados.

Una adicta más vagando por los túneles en busca de una dosis.

Ella dio un paso en esa dirección, después tropezó. Se volvió, como si alguien la
hubiera empujado, y Serge vio la larga parte de atrás de su media.

No había nada atractivo acerca de la mujer. Nada atractivo. Nada sensual o sexy o
en lo más mínimo atractivo. Por el contrario, era patética.

Serge la deseó desesperadamente.

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El Club de las Excomulgadas
Había luchado tan duro, pero ahora, ante la realidad de esta mujer, de la sangre en
sus venas, de la vulnerabilidad de sus movimientos, tenía que tenerla.

Dentro, el demonio se pavoneó. Una victoria más, una más que mataba.

Y una vez más, el poderoso Sergius se deslizó más profundamente en las sombras,
con la entrega de la promesa de la sangre.

A través de la plataforma, en las sombras del túnel, cuatro figuras se movieron en


silencio, armados con una red de filamentos de hematita fabricados y listos para ser
cargado con diez mil voltios. Sus rostros estaban cubiertos, sus condiciones de

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seguridad, su olor enmascarado por un spray industrial que no acababa de
mezclarse con el olor a humedad y grasa de los túneles del metro.

Un hombre se quitó para dejar al frente una caja de fusibles, y luego rompió el
seguro, accediendo a los controles. El líder dio la señal. El hombre subió un
interruptor, las luces murieron, y el equipo estalló, con la noche en el lugar y las
luces encendidas en el conjunto de dispositivos ópticos infrarrojos de sus cascos.

La sanguijuela se arrancó en su cabeza, gruñendo, con sus fosas nasales dilatándose


y mostrando los colmillos.

La mujer colgaba de sus brazos, gimiendo suavemente. A través de los


movimientos de cabeza, la sangrienta herida en su cuello apareció como un verde-
gris oscuro borrón contra el tono verdoso de su piel. El vampiro la había tumbado,
viendo ahora en la oscuridad a la alta figura del Líder Delta, que daba un paso
adelante. No llevaba gafas, pero estaba de pie, con la cara levantada, confiando en
el conocimiento a pesar de que era ciego en la oscuridad, con el equipo detrás de él
bien entrenado y listo.

—Tú —gruñó el vampiro.

El líder alzó los ojos, sin ver nada, pero seguro de que la criatura podía ver su
propia mirada de desafío.

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El Club de las Excomulgadas
Una ráfaga de aire, una señal para moverse, y estaba en el suelo, rodando fuera del
camino del equipo corriendo.

Habían apostado por el hecho de que el vampiro no esperara una emboscada.


Habían creído que el líder Delta había llegado solo. Y habían tenido razón.

La red había sido montada en el aire para encontrarse con la criatura mientras
corría hacia ellos, entonces de repente, el equipo miró hacia otro lado,
protegiéndose los ojos de la ceguera temporal, mientras la red se rompía y aparecía
un arco de electricidad a través de ella. Todo pasó en un instante, y el vampiro se

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quedó como en estado de shock, con su cuerpo enredado en los filamentos.

Se quedó sin aliento, aún con contracciones de la conmoción en sus músculos.

Su boca se abrió, y llegó por algo invisible.

Luego se desplomó en un montón en el suelo de baldosas de la plataforma en la


estación del metro de Hollywood.

El líder dio la señal, y el hombre junto al interruptor movió otro interruptor. De


nuevo la zona se llenó de luz. Un segundo hombre se apresuró, después puso las
cadenas de hematita en las muñecas y en los tobillos del cautivo. Otro hombre se
agachó para recoger la forma inerte, poniéndoselo encima del hombro como un
bombero.

El último hombre se apresuró a las sombras y recogió a la mujer.

Después, el líder hizo un movimiento circular con los dedos, y el equipo silencioso
se fue de nuevo al túnel en silencio, dejando que la oscuridad los tragara a su
regreso por el mismo camino por donde habían venido.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 19

Rand presionó sus manos en sus sienes, deseando poder exprimirse el pensamiento
de Alicia. No la quería en su cabeza. No entonces. No cuando acababa de estar con
Lissa.

Cuando no lo había disfrutado malditamente mucho.

Por supuesto, todavía quedaba la cuestión general de lo que estaba haciendo en el


Goat en primer lugar. Van Nuys estaba a un infierno de largo camino de su club en

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Pico.

—Quería verte —dijo ella cuando se lo preguntó.

— ¿Por qué?

Ella sonrió, y luego se quitó la camisa y se la cambió por la suya. Ella le entregó la
suya con una sonrisa socarrona. —Tal vez me gustas.

— ¿Y Priam?

Ella frunció el ceño. —Él no me gusta en absoluto.

—Quiero decir ¿Por qué estaba aquí? Te siguió, pero ¿por qué?

Ella se encogió de hombros sin mirarlo mientras terminaba de vestirse.

—No, Lissa. ¿Por qué? —él se puso la camisa. —Te escuché en Orlando’s. ¿Qué
quiso decir con que lo ‘engañaste’?

—No tiene nada que ver contigo.

—Acabo de matar al hombre. Confía en mí. Tiene algo que ver conmigo.

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El Club de las Excomulgadas
Por la expresión de amargura que cruzó su rostro, podía decir que ella no quería
decirle. También podría decir que lo haría. Él se puso los pantalones, tomó una
cerveza fresca, y esperó.

— ¿Sabes acerca de la corte?

—Ilumíname.

—Es el lugar donde la mayoría de los súcubos viven. Somos comprados de bebés.
Tomados como esclavos. Y somos propiedad de los comerciantes que nos utilizan

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para arrastrar almas —se lamió los labios, y él notó su altura cuando se puso de pie,
levantó la barbilla un poco y haciendo puños de sus manos a los costados. —Nos
marcan. A veces en el pecho. A veces en la cadera. Mi marca fue en la parte trasera
del cuello. Los peores comerciantes abusan de nosotros. Nos golpean. Morimos de
hambre. Nos violan. Tienen un contrato, ves. Es permitido.

— ¿Y la PEC está de acuerdo con eso?

Ella tragó visiblemente y se encogió de hombros. —No es abuso. Pero, ¿quién se lo


dirá a ellos? Y en cuanto a la propiedad, sí. Esa es la manera en que siempre ha
sido, desde el principio de los tiempos —su sonrisa fue irónica. —Una
organización muy tradicional, la PEC.

—Está bien. Pero, ¿qué hay de ti?

—Yo soy libre —había fuego en sus ojos ahora. —trabajé, ahorré y compré mi
camino hacia la libertad. Y lo primero que hice incluso antes de abrir Orlando's...
fue conseguir deshacerme de esa maldita marca,

Ella se volvió, después se levantó el pelo. Él vio la cicatriz la porción protuberante


de piel destrozada en la línea de su cabello. La había sentido, pero no sabía lo que
era.

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El Club de las Excomulgadas
—Es apenas perceptible —dijo él porque sabía que era lo que una mujer quería oír.

— ¿En serio? Qué lástima. Porque es una de las cosas de las que estoy más
orgullosa. Eso, y las chicas.

— ¿Las chicas?

Lo miró a los ojos. —Yo las rescaté. Las compré de nuevo, en buena lid, y luego
las asigné a sus trabajos. Cada súcubo que trabaja en Orlando’s trabaja allí, porque
quiere.

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—Supongo que Priam no quiso vender a una de sus chicas, por eso tenías algo con
él.

—Eres muy astuto.

—Así como tú —la miró de arriba abajo, esa mujer quien había estado tan suave
en sus brazos. Lo que era una ilusión. En realidad, era de acero, y exactamente lo
contrario de él. Él mataba fríamente, sin emociones, tácticamente. Ella salvaba, y
con una pasión e intensidad que lo impresionaba. Quería decírselo, pero no pudo
encontrar las palabras.

—Estoy impresionado —dijo aunque eso no cubría ni la mitad.

—Debes estarlo. He trabajado con mi trasero.

—Lo sé. Eres la única súcubo en California que es dueña de un club de comercio.

— ¿Me investigaste? —se veía muy contenta.

—Pregunté en los alrededores.

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El Club de las Excomulgadas
Su sonrisa era dulce y agradable, como seda sobre el acero, y él se movió para darle
un beso. Un fuerte golpe en la puerta lo interrumpió.

— ¡Estoy ocupado!

—Lo sé…quiero decir… te vi —las palabras de Mia fueran rápidos. Rand lanzó
una mirada hacia Lissa, divertido. —Es sólo que hay alguien muerto, y…

Mierda.

—Es mi problema —dijo él dirigiéndose a la puerta.

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— ¿Qué? —dijo Mia.

—Te dije que me encargaría de él —tiró de la puerta. Mia se quedó allí, viéndose
desconcertada.

—Es sólo que... quiero decir, estaba sacando la basura, y…

—Lo sé —era una chica bastante agradable, una media humana/elfo, y aunque el
Slaughtered Goat atraía a una clientela de colores, la mayoría mantenía sus
diferencias externas, más lejos del callejón o de las aceras.

Rand había roto esa regla no escrita, o Priam lo había hecho, y ahora Mia estaba
pagando el precios.

—Él atacó a la chica —explicó Rand, señalando a Lissa, quien se acercó y puso su
brazo alrededor de Mia. Casi inmediatamente, la chica se iluminó, se apoyó en
Lissa, aceptando la ayuda sin dudarlo.

— ¿Estás bien?

—Estoy bien —dijo Lissa. —Rand se encargó de eso.

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El Club de las Excomulgadas
—Y yo me encargaré de esto, también —dijo él.

—Llamé a la PEC —dijo Mia, hablándole a Lissa. — ¿Estuvo bien?

—Está bien —dijo Rand, antes de que Lissa pudiera hablar. No lo estaba, por
supuesto. No quería a la División en su espalda. Al mismo tiempo, sin embargo,
era un Therian de alto nivel en territorio vampiro que sólo había matado a un local,
aunque en defensa propia. Tal vez lo mejor sería moverse según el manual. Sólo
esperaba que ninguno de la maldita División hiciera estallar nada de nuevo en
Lissa.

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El muy cabrón había llegado a ella, después de todo.
Los dientes de Lissa se arrastraron a través de su labio inferior, con sus cejas
elevándose mientras miraba hacia él.
Después su rostro se aclaró y ella sonrió, con su atención volviendo a Mia. —No te
preocupes. Sólo tienes que irte y hacerte cargo de la parte de adelante. Cuando el
agente llegue envíalo hacia aquí.

Mia asintió y le sonrió a Lissa antes de salir por la puerta. No miró de vuelta a
Rand.

—Antes, no podía mantener sus manos lejos de mí —dijo Rand una vez cerrada la
puerta, —Mucho menos sus ojos. Dos minutos contigo y no quiere saber de
hombres nunca. Confía en mí cuando digo que hay un montón de chicos en el
frente que te odian ahora.

—Sólo la manipulo para hacerla sentir mejor.

—Sí, bueno, creo que lo lograste.

Lissa se rió, con el sonido alerta, como las burbujas de gas, levantando su estado de
ánimo y al mismo tiempo haciendo que se preguntara si no estaría bajo el hechizo
de Lissa, también. Por supuesto que lo estaba.

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El Club de las Excomulgadas
Ella era un súcubo, y él era jalado hacia adentro. No era mucho más simple que
eso.

—No creo que ella sea del tipo que renuncia a los hombres, pero me halaga que te
parezca tan bien mi apelación. Y me recordó el cuerpo de fuera.

—A un cuerpo sin vida, de todos modos —dijo Rand con sequedad. Abrió la
puerta. — ¿Te quieres ir antes de que los agentes lleguen hasta aquí? Nadie nos vio
en el callejón. No tengo que mencionar que Priam te agarró. Por qué vino, y por
qué estaba enojado nada de eso tiene algo que ver conmigo, y como soy la razón
por la que está muerto, me imagino que será sólo ruido.

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Su rostro se iluminó de placer. —Me estás protegiendo.

—No, estoy…

Ella cruzó el umbral hacia el pasillo. —Me quedaré.

Él negó frustrado, pero la siguió la corta distancia por el pasillo, luego se puso
delante de ella. Salió primero, deteniéndose junto al cuerpo y quitándole la cabeza.
Se le quedó mirando desapasionadamente, viéndolo por primera vez sin la neblina
de cualquier furia o sexo. —Realmente no necesito esta mierda —murmuró.

A su lado, Lissa se encogió y él se sintió como un trasero por haber dicho eso en
voz alta, sobre todo porque ni siquiera estaba seguro por qué lo había dicho. Había
estado pensando en la División... de la mentira burocrática de la limpieza de un
cuerpo, y de todo los que se imponía en el camino para poder hacer su trabajo y
alejarse de Los Ángeles.

Pero había estado pensando en ella, también. Y ahora tenía que admitir que no
necesitaba de la mierda que ella representaba, tampoco. No la necesitaba
zumbando en su cabeza. No necesitaba esa persistente sensación en él queriendo
abrazarla y consolarla.

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El Club de las Excomulgadas
La había follado, y eso era todo lo que había querido. Todo lo que había
necesitado.

Y eres un maldito mentiroso.

Cerró los ojos e hizo puños de sus manos a los costados. Sí, era un mentiroso. Uno
maldito bueno, también.

Ella también estaba mirando el cuerpo. —Debo darte las gracias.

Él dejó que su mirada pasara sobre ella. —Creo que ya lo hiciste.

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La esquina de su boca se torció, pero por lo demás su rostro permaneció serio y
profesional. —Lo digo en serio. No sólo me salvaste esta noche, salvaste a mis
chicas, también. Eso no es algo que olvide.

No la conocía bien, pero entendía lo que esas palabras le costaban. Era una mujer
que podía cuidar de sí misma -que se enorgullecía de cuidar de sí misma, y de su
negocio, y de sus chicas.

Pero ella no había logrado esto por su cuenta.

Había necesitado ayuda, y tenía que ajustar su orgullo a la voz de su gratitud. Tal
vez era por eso que había visto algo vacilante en sus ojos, algo que le sugería que no
estaba totalmente agradecida o que estaba ocultando algo.

Casi se lo preguntó, pero no lo hizo. —De nada —dijo en su lugar.

Su boca se extendió brevemente en una sonrisa, y se dio cuenta de que había


escuchado la comprensión de su tono. Era hora de salir de allí. Este no era el
momento para la gratitud más de lo que era el momento de tirar de ella cerca, de
dejarla desnuda, y de hundirse profundamente a sí mismo dentro de ella una vez
más.

191
El Club de las Excomulgadas
No es el momento, se repitió. Definitivamente no es el momento.

Lástima que su cuerpo no estuviera escuchando.

—Lissa —dijo y se dio cuenta de que no tenía palabras. No importaba. La puerta


del pub se abrió de golpe y un hombre enjuto dirigió los ojos de inmediato al
cuerpo.

Lissa miró a Rand y asintió, y se dio cuenta de que la entendía.

La División.

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Todo lo demás entre ellos podía esperar.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 20

Rand se apoyó en la lateral del edificio, observando al delgado oficial de la PEC


con ojos entrecerrados. No era que hubiera mucho que ver. El Oficial Peck se había
presentado, había hecho unas cuantas preguntas, tomado algunas fotos, y luego
había hecho una llamada a la sede. Ahora su atención se centraba en Lissa, con el
rostro suave y soñador mientras la vio de pie con los brazos alrededor de ella
haciendo que mantuviera su mente en su trabajo y sus ojos lejos de Lissa. No había
sido fácil guardar silencio. El oficial claramente necesitaba el recordatorio.

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—Estoy aquí —dijo él, y la cabeza de Peck giró de Lissa a él. — ¿No tiene más
preguntas? ¿Algún tipo de procedimiento formal?

—Desde luego, señor —sus ojos se lanzaron de nuevo a Lissa. —Señorita.

Ella se estiró un poco más erguida, después una lenta sonrisa comenzó en su cara.
—Bien, ya que estamos aquí y también usted, ¿por qué no empezamos? —dio un
paso hacia él. —Puede empezar conmigo si quiere. Me gustaría quitarme la
entrevista del camino.

Si el oficial hubiera estado usando corbata, estaría tirando dura de ella. En su lugar,
sólo resultó tener una docena de tonos de púrpura. —Oh. Claro. Muy bien —
parpadeó. —Quiero decir, no. No puedo hacer eso. Mis órdenes son que espere.

—Oh —ella dejó que un mundo de decepción llenara su voz, y Rand no pudo
decidir si debía reírse o rescatar al pobre. No creía que Lissa estuviera jugando
simplemente por diversión, pero tampoco creía que sus intentos para que el proceso
se moviera más rápido fuera a tener éxito.
Estaban en un callejón con un cuerpo desgarbado y un oficial ineficaz, y pudiera ser
que también estuviera acostumbrado a eso.

El oficial olía a humano, lo que sorprendió a Rand, ya que no demasiados


humanos trabajaban para la PEC. Tal vez escondía algunos rasgos de las sombras.

193
El Club de las Excomulgadas
O tal vez los humanos eran más excepcionales de lo que parecían. En ese
momento, parecía un niño de doce años, enamorado de una animadora.

— ¿Qué órdenes? —dijo él, y una vez más el Oficial Peck volvió la cabeza a
regañadientes de Lissa a Rand.

—Después de que llegué y tomé sus nombres, llamé a información inicial. Es el


procedimiento estándar para correr una comprobación de todos los testigos.

— ¿Y?

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—Y me dijeron que no actuara. Que el investigador asignado al caso realizaría la
entrevista —dio un paso hacia el Rand. —Supongo que es porque... bueno, ya sabe
— inclinó la cabeza hacia Lissa, se encogió de hombros, lo que aparentemente
significaba que tenía todo claro.

Que lo estaba.

Peck se veía afectado, obviamente por la naturaleza de Lissa, pero eso no


significaba que todos los hombres en la PEC lo estarían. Rand era casi un experto
en la naturaleza de los súcubos, pero sabía que los machos reaccionaban de
diferentes maneras. Algunos muy raros no se venían afectados en absoluto por el
brillo de un súcubo. La gran mayoría, sin embargo, reaccionaba a distintos niveles,
e incluso los hombres se veían afectados significativamente por un súcubo la
primera vez que se encontraban podían construir una resistencia al brillo. No
dejarían de estar afectados, pero no caerían en un trance de amor o se
transformarían en un animal endurecido, desesperado, simplemente porque estaba
en la misma habitación.

Probablemente lo mejor entonces, era que fueran a enviar a un investigador con un


poco de resistencia. Peck, obviamente, no calificaba. Y para el caso, tampoco
Rand.

Estaba a punto de preguntarle si podía irse y Lissa esperar en el interior, mientras

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El Club de las Excomulgadas
Peck vigilaba el cuerpo cuando la puerta trasera se abrió, enviando un arco de luz a
través del callejón, iluminando el cuerpo y luego deslizándose de nuevo mientras la
puerta se cerraba.

Dos hombres estaban parados justo al umbral. Uno de ellos, un larguirucho para-
demonio con barba de tres días y mirada dura, que sugería que había visto todo. El
otro, un vampiro masculino que usaba un traje a la medida con una bonita cara.
Era familiar. Ese rostro, la forma en que se comportaba.

En algún lugar, Rand lo había visto antes. Y luego recordó: El vampiro era Kyne.

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Y por la mirada en sus ojos, el vampiro reconoció a Rand, también.

— ¿Por qué estás aquí? — Rand le preguntó porque no había ninguna razón en el
infierno por la que Kyne fuera llamado para algo como la muerte de un
comerciante para-demonio, y Rand no estaba en estado de ánimo para juegos.
El vampiro Kyne informaba únicamente a Tiberius, y en ese momento todo lo
relacionado con Tiberius era una mala noticia para Gunnolf. Y para Rand.

El espigado para-demonio los miró a los dos. — ¿Os conocéis?

—Al parecer lo hacemos —dijo el vampiro. —No reconocí tu nombre cuando el


despacho me notificó —extendió una mano. —Nicholas Montegue. Nick.

Rand mantuvo las manos en los bolsillos. —M —dijo, pronunciando la letra


claramente y tomando nota del lento movimiento de la cabeza de Nick.

—R —dijo en respuesta.

Rand asintió. Recordaba la cara ahora. Años antes, cuando Gunnolf y Tiberius se
habían deslizado a través de uno de sus breves períodos de distensión, los jefes de la
Alianza habían organizado una junta weren/vampiro de misión. Rand y su amigo
Alex Courtland habían hecho el punto de los weren, y Nick y otro vampiro alto y
moreno con una cicatriz en la mejilla derecha, habían estado del lado de los

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El Club de las Excomulgadas
vampiros.

Debido a que las misiones conjuntas eran poco frecuentes, no se habían molestado
en presentarse, en lugar de eso se referían el uno al otro por sólo letras. M y D, R y
C. Lo habían hecho en el trabajo, informado a sus respectivos jefes, y había sido el
final de todo.

Nunca había esperado para ver al hombre nuevo. — ¿Por qué estás aquí?

—Por Lissa —dijo Nick, volviéndose hacia donde seguía de pie, apoyada contra la
pared de la puerta, abrazándose a sí misma. Su rostro era duro, calculador, pero

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Rand vio una suavidad de la que también se dio cuenta era para la chica. Una cinta
no deseada de celos se desató en su intestino, y se obligó a detenerlo y a ignorarlo.

Lissa se veía desconcertada, confundida, abrumada, y Rand quería tomarla en sus


brazos y abrazarla. Quería ser el que le diera consuelo, no Nick. Esa noche pesaba
sobre ella. Sabía que ella entendía la forma en que el mundo trabajaba, y que
difícilmente era ingenua, pero también dudaba que hubiera visto a demasiados
hombres decapitados. Gracias a él, ahora tenía a uno fresco en la memoria.

—Soy su abogado —continuó Nick, antes de que Rand pudiera presionarlo.

Con sus palabras, Lissa levantó la mirada, pero no se encontró con los ojos de
Nick. En cambio, su mirada buscó de Rand, y no pudo evitar el rubor de victoria
creció a través de él.

—El Abogado de Orlando’s, en realidad —continuó Nick. —Represento los


intereses de un número de clientes, algunos muy poderosos, algunos de carácter
más local, pero aún importantes para mí.

El espigado para-demonio levantó la vista de donde había estado en cuclillas sobre


el cuerpo.

— ¿Ya terminó la fiesta universitaria? Porque pensé que tal vez íbamos a tratar de

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El Club de las Excomulgadas
tener un minuto más o menos de trabajo. Si todo está bien con ustedes dos.

Nick abrió los brazos a los costados. —Es tu show, Doyle. Estamos a tu merced.

— ¿No lo desearía malditamente? —Doyle dijo en voz baja. No se molestó en


mirar a Nick, pero centró su atención directamente en Rand. — ¿Cuánto tiempo
hace desde que golpeaste al tipo?

— ¿Disculpe?

—Eso no es importante, ¿verdad? —se dio la vuelta al Oficial Peck, que estaba

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tomando notas debidamente. —Le dijo al agente que el señor Rand aquí reconoció
que él y la víctima lucharon y que Rand y le cortó la garganta a nuestro cuerpo.

—Sí — Peck se cortó, dio una mirada acusadora hacia Rand, como si Rand se
hubiera retractado repentinamente de esa historia.

—Y es correcto —dijo Rand. — ¿Preguntó cuánto tiempo?

—Simple pregunta.

Excepto que no lo era. Tanto por el protocolo y el sentido común, ellos deberías
haber llamado primero a la División. No lo habían hecho. Estaban lejos de ello. Y
Rand no podía dejar de preguntarse cómo se vería el hecho de que Lissa fuera un
súcubo, y Priam hubiera llegado al pub en busca de ella.

Como si comprendiera su vacilación, Lissa se enfiló hacia adelante. —No los


llamamos inmediatamente —dijo llevando la atención de Doyle lejos de Rand y
hacia ella. Nick no la miró. En su lugar, dio un paso al frente y miró hacia abajo a
la cara de Priam y vio el reconocimiento de Rand en sus ojos. Esperó a que el
abogado dijera algo al respecto, pero Nick se quedó callado.

Si Lissa notó la reacción de su defensor hacia el cuerpo, no dijo nada. Siguió


hablando con Doyle. —Probablemente fue hace una media hora. Tal vez más. Es

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El Club de las Excomulgadas
mi culpa, y lo siento. Estaba desconcertada —le dio a Rand una sonrisa brillante.
—El... me consoló. No pensamos.

Doyle se echó hacia atrás sobre sus talones, con la mano presionando ligeramente
la cabeza de Priam. —Eso explica por qué no estoy recibiendo una mierda.

—Es un Demonio perceptor —dijo Nick por explicación.

—No es necesario ponerse en su cabeza —dijo Rand. —Ya le dije a Peck que lo
maté. ¿Qué más necesitan saber?

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La sonrisa de Doyle fue delgada. —Buena pregunta. ¿Qué más necesitamos saber?
— inició luego con una serie preguntas como ametralladora. ¿Por qué había estado
Rand en el callejón? ¿Por qué lo había estado Lissa? ¿Qué había iniciado el
altercado? ¿Había habido algún testigo?

Todas las preguntas estándar, y Rand las contestó honestamente, más o menos. Sin
embargo, no pudo evitar la sensación de que ni Doyle ni Nick realmente daban una
mierda del para-demonio muerto, sino que sólo repasaban los movimientos, como
si la investigación fuera una molestia necesaria, pero que les impedía un propósito
más grande.

Pero eso no tenía sentido.

Doyle cambió sus preguntas a Lissa, y ella siguió el ejemplo de Rand, pero hubo
menos preguntas, y ella las pasó con facilidad. Nick no veía a Lissa, y ni una vez
dio un paso como su defensor para interrumpir el interrogatorio de Doyle.

Todo se sentía apagado. Infiernos, toda la noche se sentía fuera.

El equipo forense llegó, junto con un representante de la oficina del médico forense.

El Oficial Peck se hizo cargo entonces, y Doyle introdujo a Rand, Lissa, y a Nick
hacia el interior.

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El Club de las Excomulgadas
—Has tenido una mala noche —dijo Doyle, tomando el brazo de Lissa, mientras
se detenía al final del pasillo, delante de la puerta que conducía al bar. —Te voy a
llevar de vuelta a Orlando’s.

Lissa miró a Rand, con sus ojos azules pálidos.

¿Estaría esperando a que sugiriera que se quedara? Él quería decir las palabras, pero
era el brillo de hablar, y él lo sabía. Y mientras que estaría feliz de que ella
continuara calentando su cama, la verdad era que tenía otras prioridades. El desvío
con Priam había tomado suficiente de su tiempo.

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Tenía que volver al trabajo.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 21

Melissa Jo Keeling estaba muy borracha. Pero no tan borracha como para ser una
estúpida. De ninguna manera.

Su madre no había criado a una estúpida, y aunque el apartamento de Andy estaba


a sólo dos cuadras a su casa, tenía su spray de pimienta fuera y apretado en la
mano.

Andy, maldita fuera, se ocultaba... le había dicho que no fuera. Demasiado tarde,

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había dicho él.

Demasiado oscuro.

Como si aún le importara.

Enojada, Melissa Jo se limpió las lágrimas. Se había prometido a sí misma cuando


se había mudado a Los Ángeles desde Arkansas que comenzaría a actuar como una
mujer de mundo y no como una pequeña de Payton, con la población de 618.
Tanto por eso. Una mujer de mundo no estaba fuera de forma cuando se enteraba
de que su novio estaba viendo a otra chica. Una mujer de mundo voltearía su
encanto y convencería a su novio de que era un idiota por siquiera mirar a una
mujer, salvo a ella.

Al parecer, Melissa Jo no era una mujer de mundo, porque todo lo que había hecho
era correr.

Hijo de puta. Escoria de mierda. Puto pene.

Levantó la vista al cielo y dijo una disculpa rápida, ¿Estaba enojada, dios santo, y
no podía hacer nada si él era realmente un pinchazo de mierda?

Estaba tan perdida en su ira y su contrición que no prestó atención al suelo, y

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El Club de las Excomulgadas
tropezó en la acera, donde la combinación de la raíz de un árbol y los terremotos
habían roto el hormigón y la empujaron hasta un ángulo extraño en un obstáculo
pequeño por supuesto. Su tobillo se torció con dolor, comenzó a llorar de nuevo.
No por el dolor, sino porque Andy no estuviera allí para apoyarla.

Tal vez debería volver atrás. Tal vez podría funcionar.

La idea la impulsó a girar alrededor, y cuando lo hizo, vio el más mínimo indicio
de movimiento detrás de ella. Algo casi imperceptible que se fue tan pronto que
podría haber sido su imaginación.

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No lo había sido, por supuesto. Era Andy. Estaba siguiéndola y asegurándose de
que llegara bien a casa.

Ella volvió hacia atrás, luego hacia delante, y sonrió. La amaba. Lo hacía, y
cuando llegara a casa, la iba a seguir al piso de arriba y golpear su puerta y pedirle
que lo perdonara.

Y lo haría. Lo haría pagar primero... le haría prometer que echaría a la vagabunda,


y se aseguraría de que entendiera que estaba en libertad condicional de novio, pero
al final lo aceptaría de regreso.

Ella lo amaba, después de todo.

Cojeando ligeramente, siguió por la calle, con las casas Brentwood claramente
alineadas junto a ella. El barrio era impresionante, y lejos del maldito camino a la
casa con corrientes de aire que se habían establecido. En ese momento, ella vivía en
un apartamento de garaje y trabajaba como niñera de los gemelos Harrelson. Un
día, sin embargo, una de esas casas sería de ella. O tal vez una casa en Beverly Hills
o en la playa.

Andy estaba en la escuela de derecho, después de todo. Ella sería la señora de


Andrew Cohen, y anfitriona de fabulosas fiestas, de cenas y haría todas sus

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El Club de las Excomulgadas
compras en Rodeo Drive.

A pesar de su tobillo lesionado, agregó un poco de meneo a sus caderas. Se


preguntó cuánto tiempo él esperaría después de que ella se metiera en su
apartamento. Poco tiempo, esperaba. Había estado loca, muy enfadada, pero ahora
estaba caliente, y había algo dulce y sexy en que él la estuviera siguiendo a casa.

Una cerca de privacidad de ocho metros de altura, rodeaba la propiedad Harrelson,


pero ella tenía llave de la puerta lateral. La familia no estaba en casa, se habían ido
a Ojai por unos días, por lo que no se sentía extraño dejar que Andy entrara. Con
cuidado, empujó la puerta hasta que estuvo casi cerrada, pero no del todo. No

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quería que Andy tuviera llamarla y arruinar su sorpresa. Se dirigió hacia las
escaleras hacia su apartamento, pero se detuvo en la base cuando oyó el crujido de
la bisagra de la puerta.

Se detuvo por un momento, tratando de decidir si debía jugar a ser tímida y la


decisión rápidamente salió. No quería ser tímida. Deseaba a Andy. Quería
escuchar sus disculpas y sus garantías de que la deseaba sólo a ella.

Se volvió, esperando el dulce rostro del hombre con el que había estado saliendo
durante los últimos dos años.

No estaba allí.

En cambio, miró a la cara del mal. Ojos negros. Colmillos. Y seca, agrietada piel.

—Sed —la voz era ronca, y aunque Melissa Jo trató de correr, no llegó muy lejos.
La agarró, cayendo al suelo, con una mano callosa cerrándose en su boca mientras
trataba inútilmente de gritar.

—Sed —repitió y en un instante estuvo en su cuello, con sus colmillos


hundiéndose profundamente en su carne.

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El Club de las Excomulgadas
Bebió y bebió, con la alegría sobre ella. La sed dura, dolorosa se fue disipando. El
poder fluyó por sus venas. Podría ir a cualquier parte. Hacer todo.

Había sido un hombre una vez... el recuerdo era difuso, pero estaba ahí. Un
hombre que se había alimentado de comida de los botes de basura. Quién le
tendería la mano pidiendo el dinero a los humanos.

No más.

Los humanos eran suyos ahora. Y él era un dios.

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La chica fue drenada, consumida hasta la última gota. La soltó y se puso de pie,
conociendo el éxtasis por primera vez en su vida.

Él dio un paso hacia el futuro y casi no sintió el calor que se encendió en su


interior.

Se marchó antes de su pie golpeara el suelo, con su cuerpo quemando por dentro.

Y todo lo que quedó de la criatura fue un montón de polvo de cenizas de la tierra,


al lado el cuerpo disecado de Melissa Jo Keeling.

Lissa se sentó en el asiento del pasajero del coche de Doyle, un antiguo Pontiac
Catalina con un asiento y las puertas que pesaban tanto como su Mini Cooper.
Tucker ya estaba en el asiento trasero, había estado en el interior del pub
entrevistando a Mia, y se inclinó hacia adelante tan pronto como Lissa puso sus
brazos en la parte posterior del asiento delantero.

—Bien, hola.

—Abajo, muchacho —dijo Doyle.

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El Club de las Excomulgadas
Tucker hizo un gruñido que se suponía obviamente, sería sexy, después se reclinó
en su asiento, con los ojos permaneciendo en ella.

—Maldita sea, Tucker —miró a Lissa. —Baja tu tono, ¿sí?

Ella se mordió la risa. —Lo siento. Sólo puedo subir el volumen. No puedo
bajarlo. ¿De acuerdo?

—Probablemente morirás con las bolas azules —murmuró Doyle. —Pero sí. Lo
hará.

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Arrancó el coche, pero no se retiró. Después de unos segundos, Nick abrió la puerta
de atrás y se sentó junto a Tucker sin decir una palabra, enfriando el asiento de
atrás.

Lissa no sabía lo que había cambiado su estado de ánimo a helado, y no le


importaba. Todo lo que quería era irse a casa. Desafortunadamente, no iba a
conseguir su deseo de inmediato.

Debido a que ahora era el momento para que el interrogatorio real empezara.

—Supongo que le debes al viejo Priam las gracias —dijo Doyle, una vez que
estuvieron en camino.

Ella se volvió bruscamente hacia él. — ¿Disculpa?

—Hizo tu trabajo más fácil, ¿no? ¿Cómo decirlo? ¿Te ‘consoló’?

—Eres un hijo de puta, ¿lo sabías? El hijo de puta trató de matarme. No fue algo de
alguna trampa para que pudiera estar cerca de Rand y hacer tu condenada
investigación.

—Tranquila, chica.

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El Club de las Excomulgadas
—Ni siquiera…

—Tienes razón — dijo él y cerró la boca, cruzó los brazos sobre el pecho, y esperó
a que él continuara. —Tienes razón. Soy un trasero y he tenido un infierno de
noche.

Él apartó los ojos de la carretera el tiempo suficiente para mirarla. — ¿Mejor?

—Por lo menos eres consciente de tí mismo. No muchos hijos de puta lo son.

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—Ese soy yo —dijo él. —Rebosante de conciencia de sí mismo.

En el asiento de atrás, Nick se quedó en silencio.

—Entonces, ¿qué averiguaste?

—Nada.

Doyle soltó un bufido. —Así que ¿Su cabeza estaba completamente vacía?
Infiernos, eso no me sorprende. Nunca conocí a un hombre lobo o a un humano
con un pensamiento útil, y como era ambos, es probable que haya tenido un vacío
en su cerebro como debe ser.

—Ahí tienes —dijo ella. —No hay nada allí para que consiguiera. Mi trabajo está
hecho. Dame por perdida.

—No tan rápido, cariño. Tienes cogido al hombre, ¿verdad?

Ella no respondió.

—Muy bien, entonces. Tú y Rand bailaron la rumba horizontal, pero, ¿no tienes
mierda que informar? ¿Cómo funciona eso?

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El Club de las Excomulgadas
—No soy psíquica —espetó ella. —No puedo echar un vistazo. Si quieres a
alguien con un camino más fácil a su cabeza, entonces genial. Que vengan y me
voy feliz a casa —en el interior, su corazón se partió. Nunca le había parecido fácil,
la oferta se había cortado. Pero ahora parecía ambos, imposible e injusto. Porque a
fin de explicar por qué no había podido conseguir lo que le habían pedido, iba a
tener que revelar cosas sobre Rand. Cosas personales.

Iba a tener que decirles sobre el estado de su alma.

—Me gustas, Lissa —dijo Doyle. —Pero esta no es sólo charla amistosa. Hiciste
un acuerdo con la División. No conmigo con la División. Y tienes que cumplir con

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ese acuerdo.

Sus palabras le pegaron como golpes, y se acordó de la línea de tatuajes de X en la


muñeca de Rand y del dolor en su voz cuando le había hablado sobre el asesinato
de su esposa, de su pasado.

Había perdido a su amor, había matado por venganza, y eso lo había rasgado por
dentro. Y eso no era negocio de nadie, sino suyo.

Pero ahora lo compartiría. No porque quisiera, sino porque tenía que hacerlo.
Porque al final, su primera prioridad era protegerse a sí misma para poder proteger
a sus chicas.

—Sólo funciona si tengo algo que adherirme. Algo para tomar —cerró los los ojos
frente a su palabras. —Y no había suficiente.

En el asiento de atrás, Nick se movió, se puso rígido y Lissa, sabía muy bien que si
el vampiro hacía algún sonido sobre los Therians y sus almas, ella le daría la vuelta
a su asiento y le daría un puñetazo. Afortunadamente, se mantuvo en silencio.

A su lado, Doyle se encogió de hombros. —Así que agárrate a lo que hay.

—No funciona de esa manera.

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— ¿Qué? —él se dio el tiempo suficiente para entrecerrar los ojos hacia ella, y se
dio cuenta de que había estado susurrando.

—Dije que no funciona así.

— ¿Es un hecho?

— ¿Cómo funciona? —Tucker le preguntó. Ella miró por encima del asiento
trasero para verlo echado hacia atrás, mirándola ahora con más interés que
anhelo. Era un humano, se recordó. Probablemente pensaba que todo eso era

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fascinante, sin importar que los hilos del alma de un hombre colgaran de un
hilo.

—Es difícil de explicar —dijo queriendo evitar una discusión detallada de la


profundidad de su alma enterrada, de lo delgadas que las hebras eran ahora, y de
cómo la única manera de ponerse en contacto era tomarlo cuando se viniera... y
hacer lo que seguramente extraería toda su alma y la liberaría. —La conclusión es
que no puedo tomar nada sin correr el riesgo de tomarlo todo. Y no puedo entrar a
su cabeza sin tomar por lo menos un poco de su alma.

—Entonces tómala —dijo Tucker, con sus palabras casuales haciendo que se le
revolviera el estómago mientras pensaba en Claude. De lo que podría convertirse
Rand si lo hacía.

Ella se estremeció.

En el asiento trasero, Tucker frunció el ceño, con sus ojos encontrando los de Doyle
en el espejo retrovisor.

—No lo entiendo. Volverá a crecer. Me dijiste que volvía a crecer.

—No estamos hablando de las uñas de los pies aquí, Einstein —dijo Doyle.

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—Piensa en ello como en una planta —dijo Lissa. —Poda una planta, y siempre
que te mantengas regándola y cuidando de ella, seguirá creciendo. ¿Pero qué sucede
si tiras de sus raíces?

—Oh —dijo Tucker —Lo capto —cambió su atención a Doyle. —Es por eso que
nunca tomas todo.

—No estamos hablando de mí —gruñó Doyle, con las manos aferradas al del
volante con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. —Se trata de un
hombre lobo, y de un acuerdo que harás.

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—No puedes estarme pidiendo que tome toda su alma. Tú, que sabes lo que
sucederá. Infiernos, eres el que me mostró las malditas fotografías.

—El hijo de puta ya es un asesino. ¿Cuánto más daño puede hacer?

Lissa comenzó a encajar una respuesta, pero Nick llegó primero. —Trata de
empujarla en esto, Doyle, y llevaré los detalles de esto con una afirmación de
culpabilidad ante un juez —Lissa giró en su asiento para enfrentarse a él. Había
estado tan silencioso, que casi había olvidado que estaba allí.

Ahora él estaba mirando a Doyle, y aunque había se había vuelto hacia él, no miró
ni una vez en su dirección.

Confundida e irritada, cambió su atención hacia Doyle. —Así que es eso, ¿verdad?
Hice un trato, y me pegaré a él, y si a menos que insistas en violar la ley, no
podemos ir más allá. Por lo tanto, ¿Estamos claros? —contuvo la respiración
esperando su respuesta, se dio cuenta de que era demasiado viniendo.

El coche rugió por la 405, con las luces de los demás coches aproximándose
golpeando el parabrisas y estallando como fuegos artificiales. No volvieron a hablar
hasta que se detuvieron frente a su club. Mientras tanto, ella se sentó y suspiró.

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El Club de las Excomulgadas
—Vamos —dijo él.

—Responde a la pregunta. ¿Estamos de acuerdo? —cerró la mano sobre el pomo


de la puerta, con su corazón latiendo con fuerza.

—Hablaremos más tarde.

Su temperamento se quemó. —Vamos a hablar ahora, maldita sea. Tienes mi culo


en el aire, y no puedes dejarme colgada.

Su expresión lacónica cambió, sosteniendo en un borde duro, un recordatorio

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visible de lo que era: un para-demonio, y uno fuerte. —Vas a colgarte hasta que te
diga que se acabó —dijo.

—Doyle —Nick sólo dijo una sola palabra, pero funcionó. El investigador cerró la
boca, el único indicio del carácter era el tinte naranja en aumento en su piel.

—Fuera —dijo Nick, abriendo la puerta también.

Ella dudó cuando se dio cuenta que iba a venir con ella, pero no por mucho tiempo.
Su única otra opción era permanecer en el coche, y eso era inaceptable. Pero no
esperó por él. Había sido una mierda desde el momento en que había llegado al
callejón, y la situación estaba lo suficientemente horrible sin su propio defensor
siendo un bastardo.

Él se encontró con ella justo antes de que metiera la llave a la cerradura.


—Es tarde —dijo, afirmando lo obvio. —Y he tenido un día duro. Así que a
menos que me vayas a decir que tienes una manera segura de conseguir quitar a la
división de mi espalda, aquí y ahora, me gustaría dar a este día como terminado.

Ella no dijo nada, pero sus ojos no dejaron su cara. Un dedo de preocupación
serpenteó hasta su columna. Desde que se había ofrecido como su abogado, ella
había asumido que sabría cómo desviar el brillo, pero, ¿y si se hubiera equivocado?

209
El Club de las Excomulgadas
Ella dio un paso atrás, tratando de cambiar su ángulo para conseguir una mejor
visión de su rostro y ojos, pero no vio ninguna señal de que estuviera bajo su brillo.
Todo lo contrario. Él se veía perfectamente en control... y perfectamente enojado.

—Quiero una explicación, Lissa —dijo moviéndose rápido y fijándola de vuelta a


la puerta. — ¿Qué clase de truco estás usando?

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 22

Lissa se encogió, con la fuerza de sus palabras y el enojo en su rostro capturándola


con la guardia baja. —No sé de qué estás hablando— dijo, trabajando duro para
mantener su nivel de voz. —Así que da marcha atrás. Ahora mismo.

Él se quedó allí, con su duro cuerpo contra el suyo, tan tenso que estaba segura de
que se tocarían con el más mínimo movimiento. Ella se quedó inmóvil, esperando.
Esperando a que él retrocediera. Esperando que le dijera qué demonios le había
pasado.

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Él no retrocedió. En cambio, se acercó más, con su boca a sólo unos centímetros de
su oído. —Priam— dijo. —Por supuesto, lo conocía como el barón de Villefort. Me
gusta el giro de que te estaba chantajeando. Muy original. Lo que no puedo
entender es si habías planeado que Rand matara a Priam, o si eso no fue sólo una
ventaja añadida. ¿O tal vez un inconveniente? ¿Era él el cerebro detrás de tu
operación, o simplemente la fuerza bruta?

Ella sacudió la cabeza. Nada en su mente conectaba lo que estaba diciendo, sin
embargo, había algo de verdad en su ira, y su irregular memoria escondía mil
secretos.

— ¿Qué hice?—susurró ella.

—No te hagas la ingenua.

—No lo hago. Te lo juro. Mis recuerdos no han vuelto todavía. —ella cerró los ojos.
—Por favor. Dime lo que hice.

—Lastimaste gente —dijo él. —Robaste sus secretos y los lastimaste. Tú y Priam,
fueron un buen equipo.

211
El Club de las Excomulgadas
Ella le creyó. ¿Cómo podía no hacerlo cuando le explicaba tanto? Se estremeció,
odiando a la posibilidad de que había sido tan débil, odiando aún más la idea de
que una vez había levantado el brazo por un monstruo como Priam
voluntariamente.

En algún momento del pasado, sin embargo, ella había cambiado. No era la
Elizabeth que había dirigido las estafas con Priam. No era esclava de Priam, ni su
concubina. Era Lissa, y había hecho su propia agenda.

Ella levantó la barbilla y lo miró a los ojos. —Si esa era yo— dijo, —ya no lo soy.

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—Me gustaría creer eso.

El deseo llenaba su voz, y ella se estremeció. No por deseo, sino con el peso de las
posibilidades perdidas. Los sonidos repentinos de los pájaros llenaron el aire de la
noche, tan vívidos que le tomó un momento darse cuenta de que lo que estaba
escuchando no era real, sino que estaba en su cabeza. Las aves y la risa y el…

—Nicholas— dijo ella, con el recuerdo como una nube a su alrededor.

Él se echó hacia atrás, quitándole el brazo de su cuello y sustituyendo su palma en


la pared, dejándola clavada dentro de sus brazos.

—Solíamos salir a caminar. A un aviario —ella podía oír el asombro en su voz, y se


esforzó por no tomar demasiado duro el recuerdo por temor a que se deslizara a
través de sus dedos.

Él no dijo nada, pero ella sintió el sutil cambio en su postura, como si también
estuviera mirando hacia atrás en ese día.

—Eso no puede ser correcto—dijo ella con sus palabras apenas como un susurro.
—Estábamos solos, y Priam nunca… —cerró los ojos al darse cuenta
repentinamente: Priam nunca dejaría que una mujer de su corte paseara por los
jardines sin escolta. Lo que significaba que su recuerdo estaba mal... o Nick tenía

212
El Club de las Excomulgadas
razón y no había sido más que una de sus chicas.

Otro recuerdo le llegó, y jadeó. —Tú me diste este nombre. Fuiste el primero que
me llamó Lissa—dijo impresionada por haberse dado cuenta. —Antes, era sólo
Elizabeth.

—Sí.

Su pecho se oprimió con el recuerdo repentino de la forma en que ella se sentía a su


alrededor, ligera, feliz y amada. Había arrojado todo por la borda. No recordaba
cómo, pero lo sabía con absoluta certeza.

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—Te hice daño —dijo ella.

—Sí.

—Lo siento.

Lo siento.

La palabra se apoderó de Nick. Una simple palabra que había buscado escuchar por
tanto tiempo, y ahora que finalmente la había dicho, la palabra tenía poco sentido.
— ¿Lo siento? —repitió él.

Ella asintió, pero pudo ver el recelo en sus ojos. Quería agarrarla por los hombros y
sacudirla. Quería exigirle que explicara cómo “lo siento”se suponía que pondría
todo bien de nuevo. Se había metido en su cabeza... robado sus pensamientos tan
fácilmente como era arrancar la fruta de un árbol, y con tanto arrepentimiento
también.

Dentro de él, el demonio lo quemó. Durante mucho tiempo, había mantenido un


estricto control, y ahora los bordes se deshilachaban, su alcance debilitaba su
cordura con el rostro de su pasado establecido delante de él. Su mayor error,

213
El Club de las Excomulgadas
Tiberius le había dicho una vez. Pero su mentor había querido decir por amarla... y
no haberla matado cuando había tenido la oportunidad.

Ahora, ella permanecía inmóvil, con la espalda rígida y presionada contra la pared.
Tenía miedo de él... podía olerlo, y sin embargo, se estaba sosteniendo, observando
en vez de reaccionar. Planeando en lugar de luchar de nuevo.

O tal vez era sólo que ella tenía miedo.

No lo sabía. El pasado y el presente estaban mezclados, lo sabía.

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Intelectualmente, comprendió que Lissa no se acordaba de su vida en la corte del
Barón Villafort. Emocionalmente, quería arremeter contra ella por haberlo
traicionado. Había estado en una misión, con la cabeza llena de detalles y planes, y
ella los había tomado. Los había cambiado con los para-demonios que él había
estado buscando. Y cuando Nick y su equipo habían llegado al lugar, su objetivo
había estado esperando por él.

Los otros dos vampiros en su equipo de asalto habían sido asesinados. Sólo un
golpe de suerte había salvado la vida de Nick... eso, y el deseo del para-demonio de
jugar con su cabeza.

Su presa le había dicho quién lo había traicionado. Se lo había susurrado a su oído


después de horas de tortura, atado en una mesa de hematita con un sádico para
controlarlo. Una vez que había sabido la verdad, a Nick no le había importado.
Había deseado ya fuera la liberación de la muerte o el aumento de su demonio.
Cualquier cosa que le quitara el hombre que era, un hombre que había sido
derrotado y traicionado por la belleza. Que había sido tan tonto como para profesar
su amor sólo para quemarse por el calor del deseo.

Ella lo había utilizado. Lo había traicionado. Lo había violado de la más


imperdonable de las formas, y lo que hizo que la mayoría de su sangre se helara no
era nada de lo que había hecho o de cualquiera de las torturas que había infligido
sobre él.

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El Club de las Excomulgadas
Era el simple hecho que después de su liberación... cuando se había puesto de pie
cara a cara con ella y le dijera que sabía de su traición, se hubiera alejado en vez de
matarla, y luego se perdiera a la atracción de su demonio.

Incluso después de todo lo que había hecho, la amaba.

Había tratado de decirse a sí mismo que no era amor verdadero. Ella era un súcubo
y lo había atrapado en su brillo. Pero no era cierto. Tal vez cuando se reunieron por
primera vez, él se había sentido atraído por su naturaleza, pero para cuando ella lo
traicionó, él era inmune a todo, excepto a la propia mujer. Ella se había convertido

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en su Lissa.

Ella era de él, y había creído que ella lo amaba.

Pero eso había sido hacía más de dos siglos atrás, y no había amor en sus ojos
ahora.

Ella había mantenido el nombre, sin embargo. Lissa. No Elizabeth. Sino Lissa.

Entonces, ¿qué quería de ella? ¿Un toque? ¿Una disculpa? Ya había llegado a eso.

¿Quería contarle todo? ¿Obligarla a recordar la forma en que una vez había
susurrado tiernos pensamientos con él?

¿Quería revivir su traición para poder ver su rostro? ¿Para poder ver por sí mismo
que no había sido fácil para ella?

¿Era un egoísta de mierda?

Cerró los ojos y dejó caer los brazos. Sí. Lo era.

Y, maldita sea, incluso ahora, incluso después de todo lo que había hecho, la
verdad era que lo que realmente quería era a ella.

215
El Club de las Excomulgadas
— ¿Nick? —ella había estado en silencio durante tanto tiempo que su nombre
pareció llenar la noche. — ¿Estás bien?

Él abrió los ojos y vio a la Lissa quería ver. Con su cabello rubio oscurecido por la
noche. Sus ojos azules mirándolo con afecto. Sus labios entreabiertos, como si
fueran a darle un beso.

Pero fue sólo una ilusión, y todo lo que deseó fue meter los dedos en su cabello y
atraerla en su contra, tanto como quería probar sus labios y sentir la presión de sus
pechos contra su pecho... pero sabía que no podía.

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El demonio rugió bajo, de luto por su pérdida, de mala gana aceptando el hecho
inevitable de que nunca volvería a besarla otra vez, y sin embargo, al mismo tiempo
con la esperanza de estar equivocado.

—Estoy bien —dijo finalmente, y luego se apartó de ella, dejando una mentira más
deslizándose perfectamente en el espacio entre ellos.

Sus manos temblaban mientras abría la puerta de su apartamento. Ya era tarde,


técnicamente temprano, y ella necesitaba dormir. Pero no pudo conseguir sacar las
palabras de Nick fuera de su cabeza.

Dormiría ahora y sabía lo que pasaría. Los recuerdos vendrían.

Las pesadillas.

Vería fragmentos de lo que había pasado entre ella y Nick. Partes y piezas de su
vida anterior con Priam.

Si pudiera atrapar el sueño y ponerlo en su vigilia, podría recordar. Entender. Saber.

216
El Club de las Excomulgadas
Pero no quería. Ya no.

No ahora que sabía que había sido horrible.

Echó el bolso sobre el sofá y se fue a la cocina para servirse un vaso de vino, y logró
derramarlo todo en el mostrador. Sus manos temblaban malditamente demasiado.

Frustrada, tomó su teléfono y marcó a Rhiana. Un timbrazo, y luego otro, y luego


colgó el teléfono, dándose cuenta con súbita claridad que no era su amiga con
quien quería hablar. Dándose cuenta de que no quería hablar en absoluto. Quería
que la abrazaran, que la acariciaran, tocaran y la calmaran, y sólo había una

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persona que podía hacer eso por ella.

Rand.

Sólo el pensamiento de él la hizo sentirse más estable, y corrió a su computadora a


buscar su número de teléfono móvil, con la esperanza de que viniera a ella,
sabiendo que estaría devastada si no lo hacía. A cada cliente de Orlando’s se le
asignaba un número único para efectos contables... bebidas, tomas, etc. No sólo lo
hacía más fácil para su personal, sino que Lissa había aprendido hacía mucho
tiempo que los clientes gastaban más dinero cuando no estaban abriendo sus
carteras.

Siempre había estado orgullosa de la decisión de haber implementado ese sistema,


en especial por la decisión de utilizar el teléfono celular con los números en lugar de
los códigos generados al azar. Ahora se consideraba un genio de los registros;
encontró el nombre de Rand, y sacó su número de inmediato.

Vaciló sólo lo suficiente para regañarse a sí misma para actuar como un humano
nervioso y adolescente, y luego marcó.

La llamada fue contestada al tercer timbrazo, y ella no esperó la respuesta.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Rand?

Una pausa, después, — ¿Quién habla?

Pero no era la voz de Rand. Era una mujer.

Era Mia.

Colgó el teléfono, dándose cuenta de que estaba respirando con dificultad, con su
piel enrojecida y una presión en el pecho. Maldita sea.

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Su reacción había sido una mierda, y así había sido la idea de que necesitaba a
alguien. Había cuidado de sí misma toda su vida. De ella misma, y de decenas de
otras mujeres. No necesitaba a un hombre que la mimara, y mucho menos a un
hombre que compartiera la cama con otra mujer sólo horas después de que había
dejado a su lado.

No se habían hecho ninguna promesa, ningún compromiso, ni siquiera habían


intercambiado formalmente sus números de teléfono. Pero aún así, había ciertas
reglas, y Rand sólo las había pisoteado todas.

Bien, estaba bien. Le daban una lección de lo que debería saber ya.

Que no podía confiar en nadie, y mucho menos un hombre. Y que la única en el


mundo que realmente iba a cuidarla sería ella misma.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 23

—Estamos en medio del maldito trasero del diablo aquí —dijo Xeres,
desacelerando su Land Rover negro, al tomar la primera salida de la 15 en
Victorville.

—Desierto —dijo Rand, mirando a su alrededor al paisaje seco, con la cocción del
suelo por el sol de la tarde. Habían estado en el coche durante horas, ahora seguían
el rastro que Xeres tenía de un Desterrado local.

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—He encontrado uno. —le había dicho de nuevo en el Slaughtered Goat.

Había llegado tarde por la tarde y encontrado a Rand en su escritorio. Había


pasado la mañana viendo el ángulo de Sergius, tratando de encontrar algún indicio
en los chismes de las sombras, en Los Ángeles Times, en rumores de Internet... de que
el pícaro vampiro todavía podría estar en Los Ángeles.

Una llamada a un amigo en Nueva York le había dado una idea de los vampiros,
brillante, solitario, antiguo, y atormentado y había confirmado que no había
indicación de que hubiera regresado a Manhattan. El gran condominio del vampiro
se mantenía abandonado, y aunque la fuente de Rand no sabía la ubicación de la
segunda guarida subterránea de Sergius, el 12 de la División de Nueva York había
informado oficialmente que el refugio había sido situado en un túnel de metro
abandonado y estaba deshabitado también.

Rand había tomado esa información y la había puesto en el mapa de las


ubicaciones de las víctimas, en busca de un patrón que sugiriera un refugio
subterráneo con puntos de acceso cerca de varios de los asesinatos. Estaba
maldiciendo la falta de un patrón cuando Xeres había entrado con la noticia de que
habían localizado a un hombre Desterrado.

Ahora, en el coche, Rand continuó la conversación. —Dame el resumen de los

219
El Club de las Excomulgadas
otros Desterrados de la zona.

—Va despacio —dijo Xeres con el ceño fruncido. —No es muy fácil encontrar a
alguien que el sistema dice que se perdió, ¿sabes?

—Encontraste a este.

—Y a otros dos hasta el momento —dijo Xeres.

Rand se volvió hacia él. — ¿Y?

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—Uno se mudó a América del Sur hace tres meses... está confirmado, por cierto.
Llamé a un compañero de la División en Brasil, y este Desterrado efectivamente
desembarcó en su radar.

— ¿Y el otro?

—San Diego— dijo. —Es un infierno de largo viaje sólo para joder a Gunnolf, pero
voy a ir mañana y comprobarlo.

—Bien— dijo Rand. — ¿Y este otro?

—Mi fuente dice que está viviendo en un tráiler —dijo Xeres. —No pudo darme
más detalles que esos.

—Así que podemos mirar los parques RV22. —se refería a un pequeño cartel
publicitario de la cámara de comercio. —Ahí. Tendrán una lista.

Xeres dio una vuelta a la derecha duramente, y el timbrazo fuerte del teléfono de él
puntualizó el chirrido de las ruedas entrando a un espacio de estacionamiento.

—Diga —una pausa, y luego, —Sí, está aquí. Espera. —le pasó el teléfono a Rand.

22
Recreational Vehicle... una autocaravana.

220
El Club de las Excomulgadas
—Caris. Habla. Conseguiré nuestra lista.

Caris sonaba excitada e irritada. —Intenté tu teléfono. Mia respondió. Dijo que lo
dejaste en tu escritorio.

Rand maldijo. —Dile que se lo dé a Joe y le permita conservarlo detrás de la barra.


¿Quién diablos se cree que es, mi secretaria? Para eso Dios inventó el correo de voz.

—Tú díselo. Estoy a punto de estrellarme hasta el atardecer.

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Él miró el sol ardiente. —Entonces, ¿por qué me llamas?

—Porque acabo de recibir una muy buena pista. Un rumor de que Sergius puede
estar viviendo como un salvaje en el Parque Nacional de los Ángeles.

—Eso no suena como el Sergius del que he oído hablar. Vivía en un pent-house de
Manhattan, y antes en un apartamento en Viena. ¿De verdad crees que le gustan las
incomodidades?

—Creo que es un vagabundo —dijo Caris con voz tensa. —Y creo que eso cambia
todo.

—Está bien. Iré contigo.

— ¿Dónde estás?

—De acuerdo a Xeres, en el trasero del diablo. Los lugareños lo llaman Victorville.

— ¿Localizando a algún Desterrado?

— ¿Habría alguna otra razón por la que estaría aquí?

221
El Club de las Excomulgadas
—Nunca estarás de vuelta antes del anochecer. Me iré sola.

—Maldita sea, Caris…

—Estoy en este equipo debido a las conexiones con los vampiros, ¿verdad? Quiero
hacer mi maldito trabajo. Además, si tú vas, tendremos que esperar hasta mañana.
Esta noche habrá luna llena.

—Mierda —ella estaba en lo cierto. La salida de la luna sería varias horas después
de la puesta del sol, pero no podía arriesgarse a estar tan lejos de su casa cuando el
cambio llegara en él. —Está bien. Ve— dijo. —Pero no hagas nada estúpido.

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—Ni soñarlo. Oirás de mí mañana por la noche. Llamaré directa después de que
despierte —dijo, y entonces la comunicación se cortó.

— ¿Nuestra pequeña y bonita chupasangre ha hecho algún progreso?— Xeres


preguntó, volviéndose a subir a la camioneta.

—Tal vez. Tiene una pista sobre Sergius. Se encerrará hasta el atardecer.

La sonrisa de Xeres se abrió como plato y le mostró los dientes justo lo suficiente
como para verse salvaje. —Sólo unas pocas horas. Maldita sea, lo puedo sentir ya.
—tiró de su cabeza hacia atrás y gritó, atrayendo la atención de dos mujeres que
salían de la cámara de comercio. Sólo les ofreció una brillante sonrisa, como el lobo
feroz en busca de un sabroso bocado.

Las mujeres apresuraron el paso.

Se echó a reír. —Dios, me encanta esto. Eso es lo que más atrae, ¿sabes? Sobre ser
un Desterrado, quiero decir. Esos hijos de puta se tienen que encerrar esta noche,
de lo contrario… —hizo un gesto de cortar la garganta. —Joder, ni siquiera puedo
recordar cuando tenía que estar encerrado dentro. Debo haber tenido nueve, diez
años. No sabía lo que me estaba perdiendo. Sin embargo, esos Desterrados. Lo

222
El Club de las Excomulgadas
saben. Oh, sí. Lo saben. Y maldita sea, debe apestar.

—Es parte del castigo —dijo Rand pensando en su propio cuerpo de lobo en
esa noche en una habitación sin ventanas, con las cerraduras controladas por un
sistema de reconocimiento de voz que no aceptaba entradas hasta una hora después
de la puesta de la luna.

Esta noche, la mayoría de los weren locales que no estaban corriendo a través de las
montañas de los bosques, con sus cuerpos viéndose como lobos, sólo se mantenían
con la fuerza sobrenatural y la resistencia. Y en lo referente a sus mentes, el weren
mantendría cierta racionalidad y control. Bastaría con que evitara el hambre y el

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control de la matanza. Bastaba con que la PEC requiriera que sólo los Therians
fueran restringidos durante la luna llena. Los weren podrían correr salvajes y atacar
a los humanos. A los recién convertidos. O a aquellos como Rand, que ya eran
como asesinos que no tenían ningún control al ser encontrados. Él no podría
encontrar humanidad en una luna completa más de lo que podía atraer el cambio a
voluntad. Para otros weren... especialmente para los convertidos en una docena de
años, los cambios se hacían sin pensar.

Para Rand, ambos eran constantes puntos de dolor. Recordatorios de que su


naturaleza realmente nunca había cambiado. Siempre había sido lo que siempre
era.

Como humano, había aprendido a frenarse. Había canalizado las matanzas,


controlándolo matando tácticamente. Sin emociones.

No el lobo. La bestia mataba indiscriminadamente. Salvajemente.

Él no podía controlar al lobo porque él era el lobo, y siempre lo había sido. Un


hombre salvaje y violento quien se había escondido detrás del control de un
soldado. Había tirado al soldado, sin embargo, y lo único que había quedado había
sido la sangre.

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El Club de las Excomulgadas
Uno por uno, revisaron los parques RV de la lista de la cámara de comercio, pero
no encontraron a su hombre, a un Desterrado que una vez había sido llamado
Freyling.

—Nos estamos quedando sin tiempo —dijo Rand, mirando al cielo. La luna no
aumentaría hasta dos horas después del atardecer, y aún estaban a varias horas.
Pero el regreso conduciendo era largo, y Rand no tenía ningún deseo de decirle la
verdad para que lo encerrara en algún lugar para poder pasar la noche. — ¿Dónde
más puede tener alguien una casa rodante?

—En algún lugar aislado—dijo Xeres.

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—En un estacionamiento. En obras de construcción. En un terreno baldío. —Rand
se estaba quedando sin ideas.

—En una obra de construcción —dijo Xeres. —Pero, abandonada.

Con la economía en el receso, su Desterrado tenía la opción de sitios abandonados


para elegir, y después de conducir a través de tres estaban a punto de hacer las
maletas y dirigirse a su casa. No había más en el camino de vuelta a la carretera, sin
embargo, con ese llegaban a su cuota. Encontraron la RV de Freyling en la sombra
del techo de la parte construida del estacionamiento que se anunciaba como un
complejo de nuevos negocios. La pintura en el cartel se estaba pelada, y el propio
sitio había sido saqueado por completo. Rand no esperaba ningún nuevo negocio a
corto plazo.

Salieron del vehículo, ambos pisando con cuidado. El hombre lobo, una vez
conocido como Freyling había sido rechazado por Gunnolf más de dos décadas
antes, después de que lo hubieran descubierto infectando adolescentes, y luego los
mantenía en jaulas en el sótano de su casa principal de Londres.

Durante el cambio, ponía a los chicos juntos en un ring, y luego invitaba a otras
criaturas de las sombras a ver el derramamiento de sangre y apostar por el chico

224
El Club de las Excomulgadas
que sería el vencedor.

El Desterrado estaba tan bien versado en el control de su cambio que era capaz de
supervisar las escapadas de sus gladiadores a pesar de que la luna brillaba alta y
completa.

Una vez descubierto, Gunnolf había caído duro y rápido sobre Freyling,
exiliándolo de Europa y prohibiéndole a todos los otros Therians hablar con él,
tener interacción con él, o ayudarle, so pena de convertirse en Desterrados ellos
mismos. Los parámetros de rechazo no se extendían a otras criaturas de las
sombras, pero por tradición, los vampiros y demonios y el resto cumpliría la

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condición de Desterrado de Freyling.

Todo cuanto a Rand podría decir mirando alrededor del perímetro de la RV, era
que la tradición se mantenía. El lugar estaba muy sucio. El hedor de comida
podrida impregnaba el aire, junto con el olor acre de la descomposición de los
excrementos. Rand esperaba a alguien tan vil como el entorno, y no se decepcionó.
El macho weren que apareció en la puerta con una escopeta en la mano y un
pañuelo amarrado en la cabeza, enojado, inestable, y como un hijo de puta de
primera clase, pero al final, Rand no pudo darse cuenta de cualquier cosa que le
sugiriera que él estaba involucrado en los asesinatos en Los Ángeles.

Después de que lo convencieron de que no les hiciera estallar la cabeza, a


regañadientes, los había invitado a la RV hacinada, que olía a sardinas y a cerveza.
Se había sentado en un sillón maltratado, con la escopeta apretada entre sus
rodillas, y luego les había dicho sin rodeos que eran “idiotas por haber ido allí, y
que se jodieran si ese maldito lobo escocés gilipollas, huía de los dos.”

Ellos habían tratado de evitar la charla, pero no había servido de nada. Pasaba de
un tema a otro, con su mente tan agotada que apenas podía mantenerse en una
conversación. Cuando no hablaba, agarraba la escopeta apretada y gruñía bajo en
su garganta. A menos que hubiera montado un infierno de espectáculo, no tenía la
claridad de mente o la energía para viajar a Los Ángeles y asesinar a las chicas, y

225
El Club de las Excomulgadas
mucho menos cubrir sus huellas tan bien. Y mientras que teóricamente podía
controlar a un grupo de subordinados, Rand no podía imaginarlo planeando el
almuerzo, y mucho menos un vil complot.

Volvieron a Los Ángeles mientras el sol se ponía, y una vez que Xeres dejó a Rand
en la pequeña casa que había alquilado en Silver Lake, se dirigió al interior y
verificó el reloj con la carta de la Luna que había pegado a la pared. No era que
necesitara ver un gráfico. Podía sentir el aumento del lobo en él, el hambre
tomando el cargo, el zumbido de la sangre señalando solamente una cosa... el deseo
de cazar. De matar.

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Metódicamente, fue a través de su rutina, yendo primero a la cocina. Sacó medio
kilo de carne y la arrojó a una sartén, sólo lo suficiente para calentarla. Se comió la
carne de la sartén, con la hoja del cuchillo contra la orilla de hierro de la olla
mientras cortaba las raciones, obligándose a seguir todo el procedimiento de
civilidad a pesar de que todas las fibras en su interior querían agarrar la carne con
las dos manos y hundir sus dientes en ella.

Tenía que comer. Tenía que llenarse con carne casi cruda, aún chorreando sangre,
porque si no, sería peor que cuando había estado encerrado por dentro. Saldría en
la mañana con las uñas arrancadas de arañar la puerta, y su garganta en crudo por
los aullidos.

Sería mejor estar saciado.

El filete se fue, entonces sacó una libra de carne molida, agitándola alrededor sólo
lo suficiente para que el olor de la cocción de la carne llenara la cocina, luego la
atrincheró, empalando trozos de hamburguesa con una gran cuchara de acero. Se
remontó un galón de leche, y luego otro. Su estómago se apretó, su cuerpo se tensó,
pero sabía que el lobo quemaría a través de él en meros minutos, y se despertaría
del letargo del cambio voraz.

Diez minutos para salir.

226
El Club de las Excomulgadas
Miró hacia la parte trasera de la casa. Aún le quedaba tiempo antes de tener que
encerrarse a sí mismo y admitir, como todos los meses, que realmente era más
bestia que hombre.

Xeres, que lo sabía, deambularía libre esta noche, salvaje en las colinas de Malibú,
o posiblemente en el parque bajo el letrero de Hollywood. Podía satisfacer el
impulso de matar con el juego de acechar y matar, pero guardaría bastante de sí
mismo para evitar dañar a un ser humano. Xeres recordaría esa noche.

Rand no.

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Se paseó por la espartana habitación, alrededor del sofá. Desde la ventana de la
mesa del café. Cerca de la mesa de metal y una silla plegable. Los minutos se
movían lentamente ahora que no había a donde ir y nada que hacer sino esperar y
dejar que el lobo creciera hasta que no tuviera otra opción que ir a la parte de atrás
y cerrar la puerta de acero, y encerrarse como el maldito animal que era.

Sin pensarlo, se dio de latigazos, poniendo su puño a través de los paneles de yeso.
Eso no sirvió, sin embargo, por lo que pateó la mesa de café. Eso lo hizo sentir un
poco mejor, pero sólo porque la caja de zapatos que cayó al suelo fuera de la
plataforma inferior lo distrajo.

El contenido se derramó. Sus placas de identificación. La llave de su primer coche,


ahora suspendido en un bloque de Lucite. Una instantánea de su madre, otra de su
tía.

Y un pequeño retrato de Alicia tomada el día antes de su boda. Recordó la sesión.


Ella había estado feliz, pero nerviosa, odiando que le tomaran fotografías. Sin
embargo, el fotógrafo le había dicho que mirara un poco más a la lente e imaginara
lo que más amaba en el mundo. Ella había pedido que Rand se pusiera allí, para
mirarlo y lo había hecho, de pie bajo el peso de su mirada cargada de las promesas
que harían al día siguiente de amarse, honrarse y apreciarse.

Y protegerse.

227
El Club de las Excomulgadas
Con furia repentina, lanzó el retrato por la habitación. No había cumplido los
votos, ni uno, pero el vacío nunca se lo había comido antes. Estaba simplemente
algo allí... algo aceptado. Entonces, ¿qué diablos le pasaba a esa noche?

Apretó los dientes y contuvo el aire.

Entonces abrió los ojos y vio a Alicia mirándolo desde el otro lado de la habitación,
con sus ojos con reproche detrás de una tela de araña de cristal que se hizo añicos.

La residencia de Tiberius en los Ángeles se asentaba en seis acres que daban a la

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zona oeste, con acceso desde Mulholland Drive para aquellos que no podían llegar
volando o como niebla o en la forma de uno de los animales que vagaban por las
montañas salvajes ubicados en el corazón
de la ciudad.

Nick y Luke habían llegado en forma de neblina, rodando a baja altura sobre las
colinas iluminadas por la luna, después entrelazándose en los pilotes que sostenían
la mansión de las laderas. Se manifestaron en el balcón, con las luces de la ciudad
hacia fuera debajo de ellos como un mapa de estrellas, y encontrando que Tiberius
estaba fuera, esperando por ellos.

—Cuéntame acerca de la última humana.

—Descubierta demasiado tarde para que Doyle sacara algo de su cabeza —dijo
Nick. —Está golpeando el pavimento, sin embargo. Siguiendo un plan, haciendo el
trabajo de detective pasado de moda. Ella estaba en un patio trasero en Brentwood.
Sólo fue descubierta porque una criada estaba tratando de atrapar a un perro que se
había soltado de su correa. Él encontró su camino a través de la puerta, y allí estaba
ella, completamente drenada de sangre, con la misma maldita ceniza en el suelo
junto a ella.

—Este es un trabajo de Gunnolf —dijo Tiberius, con su voz tan oscura como su
expresión.

228
El Club de las Excomulgadas
Nick miró de reojo a Luke, que dio un paso adelante. Nick contaba al gobernador
entre sus amigos, pero su historia con Tiberius no era nada en comparación con la
de Luke.

—Señor —dijo Luke, luego se detuvo. —Tiber —empezó de nuevo, con voz menos
formal. —Gunnolf te juró que había abandonado ese plan idiota. Te dio a París en
garantía por si no cumplía su palabra. Sabes que él no se arriesgaría a perder París.
Es un hombre lobo, pero no es idiota.

—Es un weren —dijo Tiberius, —…y no es de fiar. Si crees que es demasiado

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cobarde como para arriesgar su propia posición para ganar la mía, entonces
debemos asumir que es otro weren que me quiere hacer daño, probablemente en un
intento de buscar el favor personal de Gunnolf.

—Posiblemente —dijo Luke, y Nick sabía que estaba aplacando a Tiberius, porque
lo que decía era cierto y porque no habría ninguna discusión con Tiberius sobre los
weren cuando su ira se hubiera terminado.

La animosidad Therian/vampiro había existido desde los albores de las sombras


del mundo, y había sido sólo ligeramente atenuada tras la Gran Cisma. Pero una
pelea mental no era la única cosa que conduciría al odio de Tiberius. Su odio hacia
los weren corría profunda y personalmente. Nick no sabía por qué, y no le iba a
preguntar, pero en la mente de Tiberius, Gunnolf seguiría siendo culpable hasta que
demostrara lo contrario, y esa sólo era la forma en que era.

No era una teoría jurídica a la que Nick se suscribiera, pero tenía el beneficio
adicional de que Serge se mantenía temporalmente fuera del radar de Tiber. Y por
el momento, en la mente de Nick, Serge era probablemente tan culpable como
Gunnolf.

Tiberius se volvió, dándoles la espalda. En muchas cosas, el maestro vampiro les


hablaría de lo que tenía en mente e invitaría a sus aportaciones. Acerca de esto, sin
embargo, estaba perdido en sus propios giros políticos y vueltas, y no quería ni

229
El Club de las Excomulgadas
buscaba el consejo de sus amigos.

—Me estoy quedando sin tiempo —dijo Tiberius, como si le estuviera hablando a
la ciudad extendiéndose debajo. —La Alianza se reunirá en tres días. Discutirán y
debatirán, y al final, me expulsarán de mi puesto, alegando mi incapacidad de
mantener el control de mi territorio. Dirque y Trylag serán especialmente activos en
sus discusiones contra mí—añadió, en referencia al espíritu y a las relaciones del
para-demonio. —Me imagino que aún ahora estarán celebrando mi expulsión.

Se volvió y miró a cada uno de ellos. —Tráiganme al asesino y tal vez pueda
mantener mi puesto. Fallen, y ya no seré miembro de la Alianza. Y vosotros, mis

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amigos, no seréis más Kyne.

La cara de Doyle le dolió por sonreír. Hasta ahora, había hablado con la mitad de
una docena de amigos de Melissa Jo Keeling, y estaba bastante seguro de que iba a
rasgar la cara de la siguiente humana que le ofreciera un café sorbiéndose y
sollozara después.

Humanos...

Maldita sea, pero había una razón por la que no vivía en ese mundo.

La última visita, la del novio, había sido la peor. Con el dolor tan grueso que se
podía cortar, y el hombre había estado aún más arrancado porque los dos habían
peleado horas antes de que hubiera sido asesinada. Si hubiera sido un detective
humano, Doyle habría puesto al chico en su lista de sospechosos. Así las cosas,
Doyle le atribuyó un pinchazo de dos tiempos para que ahora tuviera algo para
sentirse culpable.

Y lo peor de todo era que no había llegado a ninguna maldita cosa. Ni un vínculo
entre Melissa Jo y las siete víctimas anteriores. Era una maldita pesadilla, que iba
empeorado porque tenía que vadear entre humanos y ni siquiera había conseguido
una ventaja sólida para sus problemas.

230
230
El Club de las Excomulgadas

—Dale un descanso, Doyle— dijo Tucker, mientras salían del ascensor y entraban
al vestíbulo del edificio. —Sobreviviste.

— ¿Es tan obvio?

—No eres exactamente un dechado de sutileza. No te preocupes —agregó, dando


golpecitos en su frente. —Te recordarán sólo como brusco y gruñón, lo que está
muy lejos de tu trasero.

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Doyle exhaló. —Eres humano. Me puse en contacto contigo.

— ¿Cómo no? Soy tan condenadamente encantador.

Mientras Doyle ladraba una carcajada, Tucker se detuvo en el mostrador de la


recepción para darle al administrador su tarjeta, la que lo identificaba como de
Seguridad de la Patria, no de la PEC. Una apuesta arriesgada, pero tal vez alguien
en el personal recordara algo. Alguien que hubiera seguido a Melissa Jo.

Un repartidor que le hubiera dado una mirada. En ese punto, cualquier cosa podría
ayudarlo.

—Ese pobre hombre —dijo Tucker, cuando regresaba.

—Sí— dijo Doyle. Teniendo en cuenta lo difícil que el humano lo tenía se sentía un
poco mal sobre su deseo de rasgar algún rostro. Pero, maldita sea, estaba cansado.
Y frustrado. —Si no tenemos un descanso pronto, tendremos que enviar al súcubo
de nuevo.

— ¿Realmente quieres arrancarle el alma? —Tucker le preguntó.

231
El Club de las Excomulgadas
—A la mierda, no lo sé. ¿Quieres que más humanos mueran?

Tucker tragó. —Es un mal asunto en todos sentidos.

Doyle no estuvo en desacuerdo, pero el problema fue rápidamente olvidado cuando


llegaron a darle un vistazo a su coche. Más concretamente, a su nuevo ornamento.

—Bien, si son Jekyll y Hyde—dijo Petra. Sonrió alegremente a Doyle. —


¿Realmente crees que puedes pasar por un policía humano? ¿O tu socio te
etiquetará para asegurarse de que nadie te haga preguntas difíciles? —golpeó su
frente mientras ladeaba la cabeza hacia Tucker.

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Tucker estaba escudriñando a Doyle. — ¿No crees que se ve como un humano? Es
medio humano, ¿no? ¿No era medio humano?

Doyle hizo caso omiso a su compañero. — ¿Quieres sacar tu trasero de mi coche?

La verdad era que le gustaba la chica. Era extraña, pero trabajaba duro y era aguda.
En las pocas ocasiones en que había necesitado la ayuda de la División en una de
sus investigaciones, la había llamado.

Pero eso no significaba que deseara rascarle la pintura.

Petra salió, silenciosa como una montaña moviéndose para quedar de pie entre la
chica y Doyle.

—Hey. ¿Quieres darme un poco de espacio aquí? —él se movió del lado del
conductor, abrió la puerta, y entró.

—Oh, vamos —dijo ella. — ¿No te irás tan pronto? Obviamente estamos
trabajando en el mismo concierto. ¿Conseguiste algo de su novio? Compártelo
conmigo, y yo lo compartiré contigo.

232
El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué tienes para compartir?

— ¿Por qué te lo diría, si tú no serás recíproco?

— ¿Yo dije eso? —Doyle le preguntó. — ¿Le conté que le dejaría sus bonitos pies
colgando?

—No, señor, no lo hiciste —dijo Tucker.

—Me retracto —dijo Petra. —No son Jekyll y Hyde. Son Abbott y Costello. Ahora
vamos, esto se está poniendo sensible y vosotros chicos lo sabéis.

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Ella estaba en lo cierto. Luke había llamado hacía menos de una hora con lo
último. Si no llegaban a una respuesta pronto, Tiberius estaría fuera de su trasero.
Y mientras que como regla general los problemas de alta potencia de los vampiros
no impedían que Doyle se mantuviera despierto en la noche, el hecho de que
Tiberius fuera el actual gobernador de Los Ángeles, significaba que él también tenía
autoridad final en la División 6.

Si Tiberius estaba fuera, el trabajo de nadie en la División estaría seguro.

—Así que nos das un adelanto de lo que tienes —dijo Doyle. —Tal vez podamos
trabajar en algo.

—Mostradme un poco de buena fe, chicos —le dio al exterior de su coche una
sólida patada.

—Si quieres que hagamos un trato, llámame con algo de decente inteligencia y
jugaremos con la reciprocidad del juego. Hasta entonces...—se interrumpió con un
gesto y una mirada hacia su hermano gigante. —Sabes dónde encontrarme.

233
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 24

Caris se presionó contra la áspera corteza de un pino, viendo como la alta y morena
figura se deslizaba entre los árboles y rocas del Bosque Nacional de los Ángeles. El
área era salvaje, perversa, con incendios rampantes, con animales salvajes y
alimañas que los humanos temían.

Igual que el Desterrado que ella seguía.

Le había dicho a Rand que tenía una ventaja sobre Sergius, pero esa era una

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mentira descarada. No estaba interesada en el vampiro renegado, sino en el weren
Desterrado. Y no a causa de los asesinatos humanos.

No, estaba aquí por su propia agenda.

De todos los weren antiguos que había rastreado en los últimos años, él había sido
el más difícil de encontrar, pero había valido la pena la búsqueda. La anticipación
creció en ella. Ese tenía que ser. Tenía que ser el hijo de puta que había destruido el
modo arrogante de vida que ella había construido, quien le había arrancado de los
brazos del hombre que había amado, simplemente por su propio capricho.

Ella lo encontraría... el que le hizo esto a ella.

Y entonces lo mataría.

El weren se dio la vuelta y se abrió paso hasta una colina, un anciano con rostro
duro y pelo sal y pimienta. Ella lo seguía a una distancia discreta, con su olor
dirigiéndola, en silencio a pesar de la capa de hojas secas y grava suelta. La
emoción de la caza, de la noche, estaba creciendo en su interior. No tenía idea de a
dónde iban, pero ella estaba bien alimentada y fuerte, y sin duda podía durar más.
Conseguiría lo que había ido a buscar, aunque le tomara toda la noche. Incluso si la
maldita luna se levantaba antes de que ella terminara.

234
El Club de las Excomulgadas
Inclinó la cabeza, captando el aroma de sudor y desechos, de madera y alimentos.
Su presa estaba cerca. Se asomó a la oscuridad, vio la pequeña cabaña, tan bien
camuflada que casi la perdió.

Aguzó el oído, teniendo cuidado del sonido más leve que sugiriera que no estaban
solos.

Nada.

Se puso de pie en la puerta, la abrió.

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Ya era hora.

Moviéndose tan rápido que no fue más que un borrón, lo derribó y lo metió al
interior. Su cuerpo se desplomó sobre el piso de troncos rústicos. Podía ser viejo,
pero ella se había equivocado respecto a lo débil. Sus músculos se tensaron, y se
defendió duro, con la luna creciente sin duda dándole fuerza. Pero ella tenía la
ventaja, doble ventaja, en realidad, y lo inmovilizó, mostrando sus colmillos cerca
de su cara.

— ¿Eres tú el hombre, viejo? —preguntó ella. — ¿Eres tú el que me hizo esto a mí?

—Suéltame, perra.

Ella atacó, golpeándole duro en la mejilla, inclinando su cabeza a un lado y


exponiendo su cuello.

— ¿Me rasgarás la garganta? ¿Me vas a matar? Eso sería como un vampiro,
desagradables criaturas como muchos de ustedes. Se merecen lo que reciben.

—Digo lo mismo de ti, amigo. Y no. Eso no era exactamente lo que tenía en
mente.

235
El Club de las Excomulgadas
Ella sacó una jeringuilla de la parte de atrás de su bolsillo, clavó la aguja en la vena
abultada de su cuello, y luego tiró lentamente del émbolo. La sangre carmesí salió a
raudales, y cuando el vial se llenó, ella tiró de la aguja y se puso de pie,
manteniendo un pie pegado a su pecho.

Guardó el frasco en el bolsillo. Dormiría durante el día de mañana, sin poderlo


evitar, después de una luna llena por desgracia. Pero tan pronto como se pusiera el
sol, se lo entregaría a Orión. Con un poco de suerte, dentro de veinticuatro horas,
por fin tendría una respuesta.

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—Vas a querer presionar eso. Siento no tener ninguna tirita con caras sonrientes.

La luna se acercaba al horizonte. Podía verlo en sus ojos y sentirlo en su sangre.


Hora de irse, pero no quería que él la persiguiera.

Utilizó su cinturón para contener sus manos, mientras buscaba algo más seguro.

No encontró nada, sin embargo. Frustrada, no tuvo más remedio que aceptar que el
cuero tendría que se suficiente... junto con un golpe agradable en la cabeza que lo
mantendría fuera incluso a través del cambio. Eso lo haría con gran entusiasmo.

Él gimió, luego sus ojos se pusieron en blanco. El hijo de puta.

Ella lo miró con disgusto, viendo toda la cabaña con disgusto.

Y fue entonces cuando la vio, tan pequeña que casi lo perdió. Una fotografía
pequeña en un marco de plata deslustrada entre las tallas de madera de osos y lobos
y serpientes.

Cruzó la habitación en dos pasos y la agarró, apretando su pecho mientras miraba


los familiares ojos.

236
El Club de las Excomulgadas
Oh, mierda. Oh, mierda.

Rand.

Necesitaba decírselo a Rand.

— ¡Malditos sean! ¡Hijos de puta, déjenme salir de aquí!

El ruido agudo de metal contra metal subrayó las palabras de la mujer, con el
sonido hundiéndose en la cabeza de Serge como clavos sumergidos en ácido.

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Quería preguntarle qué demonios estaba haciendo con vida... por qué no la había
malditamente drenado cuando el demonio había salido, porque podía recordar al
demonio estallando libre, el poder surgiendo a través de sus miembros, la necesidad
de matar.

De sangre.

Y después... nada.

No, se corrigió. No nada. Había dolor.

Un dolor tan intenso que su cuerpo se sentía al rojo vivo. Un dolor que se disparaba
a través de sus venas, amenazando con quemarlo desde el interior.

Había estado en el andén del metro, esperando al asesino. La bestia que se había
movido en la noche, llevándose a las ovejas de su rebaño.

Había sido una chica. Madura y delicioso con olor a tentación, y él sintió al
demonio en aumento. Rápido aumentando y duro y... esos hijos de puta, pensó,
haciéndose eco de la chica. Porque maldito si ella no tenía razón. Que me aspen si
esos malditos hijos de puta de mierda no le habían hecho algo a él.

Algo de mierda seria, y… — ¡Vengan aquí! ¡Vengan como la mierda por aquí y

237
El Club de las Excomulgadas
déjenme salir! Este no fue el trato. ¡Este no fue el arreglo!

—Cállate —gruñó él, por primera vez abriendo los ojos.

Apenas podía ver a través de la suciedad gruesa que cubría sus ojos, echando la sala
a una niebla, como si alguien hubiera untado vaselina en el mundo entero. Podía
oler, sin embargo, y el olor que le llegaba era de miedo. De su miedo, tan
penetrante que llenaba la sala. Tan grueso, que se preguntó si podría soportarlo a
pesar de eso. Por un momento, incluso la admiró, luchando a través del miedo, a
través del dolor.

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Volvió la cabeza y la vio en una jaula de metal, con esposas de acero en los brazos,
cada una con un lazo de metal, como si en algún minuto alguien viniera y
adjuntara un enlace largo a la cadena. Ella no era una humana más. Quien quiera
que la hubiera puesto en la jaula, no era ni siquiera un animal.

Era simplemente una propiedad, que tenía que ver con lo que él quería.

Teniendo en cuenta la intensidad de su miedo, supuso que lo que quería era matar.

Les dio a las bandas de hematita que rodeaban sus brazos y tobillos un fuerte tirón.
Déjalos que traten eso en él. Simplemente deja que los hijos de puta traten...

Maldijo. La amenaza sería mucho más grave si no estuviera unido al maldito


metal.

—Oh, Dios. El paciente está despierto, está despierto. Por favor. Por favor,
ayúdame.

Sus palabras, altas y estridentes, cortaron a través de la niebla de su cabeza.

Él recordaba.

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El Club de las Excomulgadas
Habían venido desde atrás, con el olor de su humanidad alcanzándolo antes que
ellos. Él se había girado a la pelea, pero no había previsto su arma. Una red. Una
mierda electrificada de red de hematita. Lo había tocado y quemado, y el demonio
de Sergius se había reventado libre, pero no había habido manera de salir -no había
manera de llegar a ellos a través de los hilos de poder que se unían y le traspasaban,
con la electricidad que tenían sus músculos cayendo y su mente en blanco.

Lo habían capturado. Habían atrapado a la chica. Y ahora lo tenían como a un


maldito prisionero en un lugar donde el hedor a muerte quemaba el aire. Dio un
tirón violento en contra de sus ataduras. Irónico que sólo unos pocos meses hubiera
querido la oscuridad de la muerte. Ahora, el pensamiento de la muerte lo

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enfermaba. No podía morir. No lo haría. Por lo menos no antes de que sangrara la
vida de todo ser humano que lo hubiera atacado. Cada ser humano que lo había
atado y llevado allí.

— ¡Hey! —la chica volvió a gritar. — ¡Sáquenme de aquí, por favor! ¡Por favor,
ayúdenme!

—Te debí haber matado.

Ella hizo un sonido bajo, como el gemido de un animal moribundo. — ¿Me


matarás ahora?

Él sintió que sus labios se curvaban en respuesta y levantó un brazo encadenado. —


No.

—Entonces haz algo. Por favor. Ya vienen.

Él la miró pensativo. —El acuerdo—dijo repitiendo sus anteriores palabras. — ¿Qué


acuerdo? ¿Y con quién?

Ella sacudió la cabeza, con ojos asustados. —Yo no…. No sé lo que quieres decir.

239
El Club de las Excomulgadas
— ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué tipo de acuerdo tenías con ellos, y por qué
rayos estoy aquí?

—No sé. Te juro que no lo sé.

Todavía podía oler el miedo en ella. Miedo, pero también el olor de la verdad. Él le
creyó. — ¿Qué te dijeron?

—Me pagaron. Me dijeron que fuera hacia abajo. Para estar allí. Dijeron que eso
era todo. Que sería el cebo, y que estaban tratando de atrapar a alguien. Me dijeron

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que estaría a salvo. Dijeron que se harían cargo de mí. —un sollozo sacudió sus
palabras. — Dijeron que me dejarían ir.

—Mintieron.

—Oh, Dios. No, por favor, por favor, no.

—Me pusiste una trampa.

—No, yo no sabía que yo…

Él se dio la vuelta, sacando sus gemidos.

Su visión era clara, y se asomó a la habitación, vacía a excepción de él y la chica en


las jaulas. Había dos puertas a las dos y a las diez. Ambas de metal.

Ambas, sin duda, cerradas con llave.

Una consola estaba de pie en medio de la habitación. No podía ver el monitor, pero
podía oír el zumbido del ordenador y de vez en cuando veía un destello de luz de
colores mientras algo en el panel se iluminaba con significado desconocido.

240
El Club de las Excomulgadas
Cualquier fin por el que hubiera sido atrapado, no se encontraba en esa sala. Esa
era un área de espera. Una sala de espera.

Pero, ¿qué diablos estaba esperando?

El roce fuerte de metal contra metal cantó por toda la habitación mientras la barra
de atornillar de una de las puertas se movía, al parecer, funcionando por una
persona al otro lado.

Serge se puso tenso, preocupado, mientras la puerta se abría y un solo hombre


entraba, con la puerta haciendo clic al cerrarse detrás de él. Era alto, más de uno

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ochenta, y estaba vestido con un uniforme gris.

A excepción de un mechón de color gris en cada sien, su cabello era completamente


negro. Sostenía un pequeño dispositivo en la mano mientras caminaba hacia la
chica, sin ni una sola vez siquiera mirando a Sergius.

—Buenas tardes, querida.

—Por favor —gimió ella, con su voz como la de una niña. —Por favor, déjame ir.

—Eres una chica muy afortunada —dijo el hombre. —Si las cosas van tan bien
como esperamos, pronto serás una chica excepcional.

—No, yo… —ella gritó, con sus palabras ahogadas en el terror y el dolor, con su
cuerpo sacudiéndose por los disparos del voltaje a través de sus cadenas.

—No está muerta —le dijo el hombre a Serge con tanta naturalidad como si se
tratara de hacer conversación durante la cena. Guardó el dispositivo, una especie de
control remoto, en su bolsillo. —Una dosis excepcionalmente baja, en realidad. Lo
suficiente como para noquearla por unos momentos.

— ¿Quién rayos eres tú?

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El Club de las Excomulgadas
—Mi nombre es Grayson Meer.

—Arrancaré tu corazón, Grayson Meer.

—Estoy seguro de que lo intentarás —dijo Meer con la voz y el tono dejando en
claro que sabía que sus amenazas eran ociosas. Por el momento, maldito sea, tenía
razón. Serge no podía hacer nada. Estaba tan indefenso como la chica ya
desmayada en el piso de su jaula.

— ¿Qué estoy haciendo aquí? —le preguntó. Él no era la chica, no iba a gritar o
suplicar. Sólo iba a recoger información. Y luego esperaría la oportunidad de

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


matar.

—Mi equipo te trajo.

— ¿Por qué?

Pero no respondió. En su lugar, se volvió y caminó hacia la puerta.

—Maldita sea —dijo Serge, con su voz ronca, aumentando más de lo que quería,
más de lo que quería revelar. — ¿Por qué?

La puerta se abrió de golpe y entró un segundo hombre, este redondo y suave, con
pelo blanco y ojos inteligentes. Llevaba una bata de laboratorio, junto con una
expresión frustrada.

—El último ha sido encontrado. Una chica. Asesinada en Brentwood.

—Brentwood —dijo Meer. —No fue nuestro…

—Sí —dijo el de la bata de laboratorio. —Solía estar cerca de la península de


Whole Foods en San Vicente.

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El Club de las Excomulgadas
—Después de todo, se dirigía a casa —dijo Meer, pensativo. —Interesante.

—Es peligroso seguir poniéndolos en libertad —dijo el de la bata de laboratorio, y


Serge se preguntó quién diablos serían ellos.
—Contamos con las instalaciones para terminar las fallas en el sitio. Soltarlos es
imprudente y…

—Necesario —dijo Meer. —No estamos teniendo esta conversación. Su puesta en


libertad es el precio de la participación de Santiago.

—No necesitamos más weren. Su sangre no tiene las características que había

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anticipado, y sabes muy bien que no está realmente interesado en lo que estamos
tratando de lograr.

Meer se rió, bajo y áspero. —Es por eso que tú eres el médico y yo soy el líder
táctico. Sabes tan bien como yo que traicionar a tu clase sería el último error que
nos gustaría hacer.

El médico no dijo nada, pero no se veía feliz.

—Háblame de la sangre. Pensé que me habías dicho que la sangre weren


estabilizaba la transición.

—Esperaba que así fuera —dijo el médico. —Pero como sabes, no he podido lograr
los resultados que necesitamos.

—Eso es inaceptable, Kessler.

—Si puedes encontrar a otro científico capaz de trabajar tanto en humanos como
sombras genéticas, no dudes en ofrecerle mi trabajo. Hasta entonces, tendrás que
confiar en mí cuando digo que estamos jugando en un campo nuevo, y que cada
fracaso nos acerca al éxito.

243
El Club de las Excomulgadas
— ¿Cuánto más cerca?

—Tengo una posible solución.

—Lo que necesites —dijo Meer.

Kessler negó, con una pequeña sonrisa tirando de su boca. —No es algo. Es alguien.
Un sujeto único que hace poco llamó mi atención. Ya he enviado a un equipo de
recuperación.

Las cejas de Meer se alzaron. —Me intrigas.

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—Pensé que lo estarías. Ven conmigo, y te explicaré mi hipótesis. —asintió hacia la
chica en el piso de su jaula. —Y que alguien la lleve al laboratorio. He hecho
algunos ajustes a la fórmula actual. Si mi teoría es correcta, será una mejora con
respecto al sujeto de la prueba anterior, pero no es donde queremos estar.

Meer siguió a Kessler, pero se detuvo delante de la puerta. Se volvió hacia atrás y
ladeó la cabeza hacia Serge. — ¿Qué pasa con ese?

—Haz que Bukowski lo conecte. Deberíamos comenzar la extracción. Quiero


comenzar con un nuevo suero tan pronto como el equipo regrese.

Serge gruñó bajo en su garganta. —Pongan una mano sobre mí y rasgaré su


garganta de mierda.

Los dos hombres intercambiaron una mirada divertida. —No —dijo Meer, tirando
de un pequeño remoto en su bolsillo. —No lo harás.

Apretó un botón, y la electricidad de la jaula se llenó. Serge gritó, con su cuerpo


atormentado por el dolor, con el demonio dentro dando aullidos, tratando de salir
libre, pero no era algo con lo que podía luchar, y al final, cayó, con su cuerpo aún
con contracciones por la

244
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 25

El pitido del ordenador de Rand lo regresó de nuevo a sí mismo momentos


después, y fue algo malditamente bueno que lo hiciera. El reloj seguía corriendo, y
la salida de la luna estaba llegando.

Buscó a tientas por el ordenador, moviéndolo en la mesa de café para poder ver la
pantalla y el mensaje instantáneo de Petra exigiendo saber si estaba allí.

Miró sobre su hombro la carta lunar.

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Mierda. Debería haber sabido que ella averiguaría su dirección. Malditos fueran los
investigadores privados. Odiaba estar en la parrilla.

Ella confirmó la dirección y dijo que estaría allí, y Rand se maldijo por no decirle
que esperara hasta mañana. Miró una vez más el reloj. No era el momento.

Estaba bien. Y tenía que admitir que tenía curiosidad.

La ciudad nunca parecía lograr sustituir las bombillas rotas de las farolas, asique
caminó las dos cuadras al parque en la oscuridad, sólo con algún vehículo en
marcha ocasionalmente iluminando el camino. Ese era un barrio familiar después
de todo, y la mayoría de la gente estaba en el interior, cómodamente en sus camas.

No todo el mundo estaba dentro, sin embargo.

Hay ojos en la oscuridad. El soldado en él lo sintió en el momento en que entró al


parque, incluso antes que el lobo. Levantó la barbilla, con las fosas nasales
dilatadas, tratando de captar el olor, pero no sirvió de nada. El aire estaba mal, con
algo apestoso cubriendo la recién cortada hierba.

Pesticidas o alguna mierda como ésa. Estaba seguro, no obstante. Había confiado
en sus intestinos antes de haber tenido sus sentidos weren, y eso lo había mantenido

245
El Club de las Excomulgadas
con vida. Algo que estaba fuera de allí. Mirando. Esperando.

Petra no, ella no permanecería oculta. No cuando se reunirían tan cerca de la salida
de la luna. Podría ser humana, pero entendía el peligro. Ella se mostraría. Estaba
seguro de ello.

Es alguien más, entonces. Pero, ¿quién?

No tenía enemigos en Los Ángeles, excepto Gunnolf. Y no tardaría mucho en


algún cerebro de quien estaba detrás de los asesinatos humanos creer que había
enviado a Rand a investigar. Lo cual significaba que el asesino no podía estar feliz

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


al enterarse de que Rand estaba hurgando.

Rand había sabido desde el momento en que se había bajado del avión en LAX que
tenía un objetivo invisible pintado en la espalda. Esa era la primera vez que sentía
que alguien le estaba apuntando.

Mierda.

Gruñó bajo en la garganta a medida que avanzaba hacia su destino, contemplando


el perímetro como lo estaba haciendo, con los músculos preparados, con los ojos
bebiéndose cada detalle. La posibilidad de abortar no se le ocurrió. En cambio,
quería darle caza a lo que se escondía en las sombras. Podía sentir el profundo
cambio dentro de sí mismo. Sus músculos extendiéndose, sus huesos alargándose.
Estaba en el borde, deseando correr, queriendo matar.

Sin pensarlo, gruñó, levantando el labio superior para mostrar sus caninos. No era
malditamente probable.
Él lo quería. Joder, sí, quería pelear y ensuciarse con el hijo de puta cobarde que se
escondía en las sombras.

No.

246
El Club de las Excomulgadas
Se apartó, obligándose a dejar de lado su sed de sangre, para hacerla retroceder
detrás de la razón.

No.

Luchar, y podría perder la noción del tiempo.

Tenía que prestar atención a la luna.

Vigílalos, pero no los alcances. Encuentra a Petra. Haz lo que hay que hacer. Después, vete y
enciérrate en el interior.

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Tomó una docena de pasos, moviéndose silenciosamente hacia los columpios
vacíos, y no vio nada que lo hiciera detenerse. La tensión de su cuerpo comenzó a
ceder, junto con la sensación de ser observado. Tal vez se había ido. Tal vez se
había equivocado.

Pero ese olor... ese olor todavía lo molestaba. Su nariz tembló, y gruñó, frustrado.

Innecesariamente, miró su reloj. Sabía qué hora era, podía sentir el movimiento de
la tierra en sus huesos y la posición de la luna en su sangre.

¿Dónde diablos estaba Petra? Tenían sólo cinco minutos, y él tenía que irse pronto,
y si no se encontraba seguro dentro antes... un torbellino de hojas, hierba y residuos
del parque cortaron sus pensamientos, el embudo se disolvió para revelar a la
pequeña investigadora privada mucho más alta que su desgarbado hermano.

Él dio un paso atrás, no deseando que nada de esa mierda de magia pasara en su
contra.

— ¡Lo siento! ¡Lo siento! —saltaba hacia él, con su cuerpo viéndose demasiado
pequeño para la energía que contenía. —Traté de entrar bajo mi propio poder, pero
no tengo la magia que Kiril necesita. —Sacudió la cabeza, como tratando de
resolver algo que estaba traqueteando allí alrededor. Kiril, sin embargo, permanecía

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El Club de las Excomulgadas
inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, con los ojos entrecerrados en
dirección a Rand.

— ¿Qué tienes? Tengo un poco de prisa... —él se calló, buscando puntualmente en


el cielo.

—Los hombres Lobo son siempre tan delicados antes de que la luna se acerque.

Él gruñó.

Ella puso los ojos en blanco. —Oh, recupérate. Sabes que me gustas. Y creo que

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incluso te gusta trabajar conmigo porque te entiendo. Porque soy una humana y
todo.

Ella tenía razón, por supuesto, pero Rand no estaba dispuesto a admitir más de que
ella lo divertía y, últimamente, eso no era fácil de hacer. —Entonces, ¿por qué estoy
aquí?

—Camina conmigo —dijo ella, con la energía rebotando y cambiando a algo más
específico, más profesional. Ella los apartó de los columpios, con Kiril siguiéndolos
en silencio, nunca a más de cinco pasos de ella.

—Tengo un montón de nada, y luego dos cosas que creo que querrás oír.

— ¿Qué?

—Van ocho cuerpos, ¿no?

— ¿Ocho?

—Encontraron uno más justo hace unas horas. ¿No lo habías oído?

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El Club de las Excomulgadas
Rand soltó una maldición, frustrado de que estaba trabajando en el exterior. —
Continúa.

—La versión oficial es que no hay pruebas físicas. Tienen a Ryan Doyle en cada
escena del crimen…

— ¿Al demonio perceptor?

—Sí, pero sólo consigue mierda y han probado las heridas con ADN... que es
confidencial por cierto, pero contrataste a la chica adecuada, así que tengo la
primicia para ti.

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— ¿Y la primicia es?

—Ni una maldita cosa.

—Me alegro mucho de haber contratado a la chica adecuada —dijo secamente.

Ella sonrió, y luego cayó a la hierba cerca del pie de un tobogán en forma de
Barney y dio unas palmaditas al espacio a su lado. Él se quedó de pie. Después de
un momento, ella se encogió de hombros.

—No es que no haya ADN, es que hay ADN dañado.

—Corrupto —repitió él. — ¿Químicamente?

—No de la forma en que quieres decir. Nadie vertió lejía sobre él o se impregnó la
evidencia en ácido.

—Entonces, ¿qué es?

—Mi fuente de la oficina de Orión dice que están viendo una extraña mierda
genética. Como nada que hayan visto antes. Es por eso que no creen que un

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El Club de las Excomulgadas
vampiro sea en realidad el asesino, a pesar de las gargantas arrancadas.

— ¿Y qué más dice Barnaby? —le preguntó, en referencia al asistente de la


División de médicos de alta tecnología.

—No digas nombres —dijo ella, erizada.

Él se encogió de hombros. —Fue una conjetura.

— ¿Sí? Bueno, estoy cultivando una segunda fuente, también. Así que no te creas
que sabes todos mis secretos.

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—Petra...
—Bien. Lo que sea. —le lanzó una mirada irritada. —Mi fuente— dijo
deliberadamente, —Dice que todo el ADN Therian es genéticamente raro. Tiene
que ser dejado para que ustedes, ya sabes, cambien el estilo.

—Los cambios de los vampiros —dijo Rand. —Pueden transformarse en animales,


en niebla. Parece que son raros, también.

—Me tienes ahí —dijo Petra. —Es una lástima que hayas contratado a un
investigador privado y no a un puto biólogo. El ADN es raro de una manera que no
es vampiro. Por lo menos, estamos bastante seguros de que no es un vampiro,
aunque podría ser de un pícaro. La química es un desastre, al parecer, pero la parte
inferior de la línea de un ADN raro significa que no puedes estar seguro de nada.

— ¿No hay coincidencias con alguna persona en el sistema? —le preguntó.

—No... Mi fuente dice que es un gran misterio. Y que será difícil tener una
coincidencia. Cuando el ADN está dañado de esa forma, los marcadores no
aparecen como lo hacen con el ADN normal. O algo así.

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El Club de las Excomulgadas
—Dijiste que tenías algo que me ayudaría.

—Oh, esto es bueno. —movió de lugar las rodillas, y luego tropezó cuando empezó
a levantarse.

Él extendió la mano, ofreciéndole una para ayudarla, pero ella se deslizó hacia
atrás tan rápido como si su mano hubiera estado en llamas, con la cabeza
temblando mientras Kiril se abría paso hacia Rand, con expresión amenazante.

Rand se le emparejó paso a paso.

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—Alto, alto, alto —dijo ella, agitando una mano a Kiril de que se fuera. El hombre
se alejó, con sus músculos relajándose. —Lo siento —le dijo a Rand. —Es
simplemente... no quieres tocarme.

Sus ojos se estrecharon. —Sólo trataba de ayudarte.

Ella inclinó la cabeza, al parecer fascinada con sus zapatos. —No me toques —dijo
ella. —Será mejor así.

— ¿Por qué?

Ella se puso en pie. — ¿Quieres oír la pista que tengo? Bueno, ¿la pista que creo
que tengo?

Él asintió. Ella podía mantener sus secretos. En ese momento, él estaba sin tiempo.
—Cuéntame.

Ella le tendió la mano, y luego asintió a Kiril, que agitaba su mano sobre la palma.

Un torbellino pequeño apareció, luego bailó sobre la superficie de su piel. Cuando


se disipó, lo único que quedó fue una pequeña caja de metal.

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El Club de las Excomulgadas
—Junta las manos —dijo ella. Él dudó, y cuando finalmente lo hizo dejó caer la
caja en sus manos. —Ábrela.

Él lo hizo, y se encontró frente a una pequeña caja llena de cenizas. Con cuidado,
se inclinó, olió, y no captó la esencia de nada familiar, excepto por la lata de la
caja. — ¿Qué es esta mierda?

Ella puso los ojos en blanco. —Eso, mi amigo, es la mejor pista de la División, y lo
están manteniendo en serio secreto.

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— ¿Cómo es esto una pista?

—Ha estado al lado de cada uno de los cuerpos.

Él lo aspiró de nuevo. —Es orgánico. —negó, incapaz de identificarlo más


específicamente.

—Eso parece. Tiene algunas de las propiedades de las cenizas de vampiro. Ya


sabes, después de mueren con una estaca. Pero no del todo. Honestamente, la
División está atascada, así que mi amigo no siente culpa de alguna fuga de esto.
Quiero decir, tal vez lo averigües, y eso es bueno para todo el mundo.

—Tengo que irme. —cerró la mano alrededor de la caja.

Ella miró hacia el cielo. —Una cosa más —dijo decayendo en su paso mientras él
caminaba hacia su casa. —He oído rumores de que la PEC cree que tú podrías
saber lo que está pasando con los humanos muertos.

—Ciegos guiando a los ciegos de mierda.

—Sólo pensé que deberías saberlo. He escuchado rumores de que pondrán un CI en

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El Club de las Excomulgadas
ti.

Mierda. No le importaba si la PEC desperdiciaba su tiempo, pero no quería a una


informante confidencial como su maldita sombra. — ¿Puedes averiguarlo con
seguridad?

—Puedo preguntar por ahí.

Él abrió la palma de la mano para revelar la cajita. — ¿Puedes hacer más que
preguntar?

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Ella puso los ojos en blanco. —Vamos, Rand. No soy Samantha en Embrujada, y
no tengo una bola de cristal. Infiernos, ni siquiera llevo una baraja de tarot
conmigo. Desde tu perspectiva, soy humana, ¿de acuerdo? Soy inteligente, y soy
buena, pero soy humana.

— ¿Y él? —Rand asintió hacia su hermano.

Petra se encogió de hombros. —Es mejor que yo con la magia. Mucho mejor. Pero
no estamos hablando de Harry Potter aquí. Si la magia hiciera todo lo que nos
gustaría nosotros seríamos los que dirigiríamos la Alianza, ahora, ¿no?

Él se detuvo. — ¿Por qué estás aquí, Petra?

Su frente se arrugó y miró hacia abajo, hacia sus zapatos. —Para verte. —levantó la
mirada, sonrió alegremente, y tocó su reloj. —Es mejor que empieces a moverte.

Él se quedó donde estaba. —Quiero decir, ¿por qué estás en el mundo de las
sombras?

Ella se lamió los labios. — ¿Qué te puedo decir? Pagan bien. La mayoría de ustedes
han estado desde hace un par de siglos. Conseguido algunas agradables cuentas
bancarias sólidas. Y mi costo por hora ni siquiera te perturba. Te estoy cobrando de

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El Club de las Excomulgadas
más con la mierda fuera de ti, sabes.

Él no se lo tragó en lo más mínimo, pero recordó que sus secretos no eran su


problema. —Hablaremos de nuevo mañana.

—Tú eres el que sigue pagando, podemos hablar en cualquier momento. —ella le
hizo una seña a Kiril.

—Nos vamos de aquí —dijo ella, y mientras hablaba, Rand captó un nuevo
aroma... de sudor y adrenalina, con la mezcla lo suficientemente picante como para
superar el olor químico que cubría al parque.

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— ¡Petra! —la llamó, lanzándose para empujarla fuera del camino de los tres
hombres de negro quienes se movían hacia adelante, con los rostros cubiertos con
capuchas de punto. Ella lanzó un grito, moviéndose para evitar su tacto, y
tropezando hacia atrás en el proceso. Luchó para mantener el equilibrio,
agarrándose a lo único cercano que le ofrecía apoyo... la muñeca desnuda de uno
de los hombres que los atacaban, una descomunal criatura con hombros anchos y
muslos gruesos.

El gigante gritó alto y claro, como un animal salvaje atrapado en una trampa. Aún
más, como un animal reducido a un estado natural de lo que sería desgarrar su
propia extremidad con el fin de estar libre de lo que contenía.

Lo que, al parecer, era Petra.

Ambos Rand y uno de los atacantes se abalanzaron sobre ella, pero el tercero lo
emboscó por detrás y Rand se dio vuelta, apenas evitando el Taser en su hombro
con su codo estrellándose contra el cuello de su atacante, disminuyéndolo... pero
no deteniendo al hijo de puta.

Había ganado un momento, sin embargo, y fue suficiente para confirmar que Petra
estaba a salvo. Kiril había llegado en el momento mismo en que el segundo alcanzó
al gigante, y con una patada al brazo y de un tirón fuerte en la parte trasera de la

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El Club de las Excomulgadas
camisa de Petra, Kiril había roto su agarre y la había apartado de la criatura.

En torno a ellos, una tormenta de viento se levantó en remolinos como un tornado


en movimiento rápido en el parque. El gigante trató de seguir, pero no se movió lo
suficientemente rápido. Petra y Kiril habían desaparecido, y con un fuerte resoplido
de decepción, el monstruo se volvió, sacudiendo la cabeza como un perro atrapado
en un collar.

Le tomó sólo un instante a Rand confirmar que la chica estaba a salvo, y luego
volvió a su atacante, mostrando los dientes mientras lo expulsaba, tomando la
ofensiva mientras el hijo de perra seguía empujándolo hacia arriba sobre el suelo

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donde había caído en manos y rodillas.

El pie de Rand cruzó su barbilla, cortando la cabeza del hijo de puta de vuelta y
cerrándole la boca. Al instante, Rand olió la sangre. El tipo debía haberse mordido
un pedazo de lengua.

Extendió la mano, con un brazo fijando los brazos del hombre que estaba detrás de
él, deslizando el otro brazo alrededor del cuello del humano. Un movimiento, un
simple cambio de posición, y el cuello del humano se rompería fácilmente. —
¿Quién eres?— gruñó el lobo aumentando en su interior. — ¿Qué diablos quieres?

El hombre se mantuvo decididamente tranquilo, y Rand estuvo a punto de aplicar


un poco más de persuasión, cuando un grito horrible llenó la noche. Con su brazo
aún apretadito, Rand miró hacia atrás y vio que el gigante tenía a su compañero de
equipo sobre los hombros, como un soldado exhausto podía llevar su rifle, con los
brazos enganchados firmemente, de sólo metal. Sólo que el segundo hombre no
estaba recto. El gigante había apretado su cuerpo, ejerciendo presión sobre su
columna hasta que se había roto.

Ahora el monstruo arrojó el peso muerto a un lado y se abalanzó hacia sus nuevos
objetivos.

Rand rodó hacia un lado, fuera de la trayectoria del gigante. El humano no tuvo

255
El Club de las Excomulgadas
tanta suerte. La criatura... y Rand estaba seguro de que momentos antes había sido
humano, tomó a su compañero como si fuera pelusa y lo golpeó de nuevo en una
piedra. Los ojos del humano se embotaron, y se quedó a ciegas, con su boca
moviéndose en lo que era probablemente una oración silenciosa mientras levantaba
una Glock en una mano temblorosa.

Rand miraba. El hombre en él quiso apurarse. Combatir al monstruo y salvar al


humano. No por su propio bien, sino porque Rand aún quería interrogarlo y
averiguar por qué la mierda de hijo de puta le había tendido una emboscada.

El lobo sólo quería matar.

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Ninguno se movió, sin embargo. En su lugar, esperaron. Mirándose. Evaluándose.

El humano disparó, con el reporte momentáneamente ensordeciendo a Rand. Él


captó el olor único de la bala, de plata, y sintió la curiosidad elevarse a más que la
ira: Los humanos que habían llegado esa noche sabían que era un hombre lobo y
portaban armas que lo matarían, pero habían irrumpido en la escena con Tasers,
renunciando al asalto de un francotirador. ¿Por qué?

El monstruo se tambaleó hacia atrás, luego se enderezó, y cuando lo hizo, Rand


pudo ver un parche de piel con sangre en su espalda, desde donde la herida de
salida había estallado en el tejido, con hueso y tejido negro de su camiseta.

Con una velocidad increíble, el gigante pateó el arma de la mano del humano,
después extendió la mano y se quitó la propia capucha. Aspiró el aire, su rostro se
reveló, contraído por pura malicia, con ardor en los ojos de color rojo. Apretó los
puños, echó atrás la cabeza, y aulló, con cualquier sugerencia de razón o
racionalidad ido.

Rand nunca había visto un cambio así. Ni siquiera en el Kyne vampírico, que tenían
el control por un simple pelo.

256
El Club de las Excomulgadas
El monstruo no fue sensible por más tiempo, era pura rabia. Puro poder. Un
demonio puro. O algo peor.

El monstruo rugió, e incluso en su bruma, el humano herido se encogió de nuevo,


todavía hablando, siguiendo orando, siguiendo buscando estar a salvo. —
Necesito... refuerzos. Base... ¿reciben? Jodido. Boyd... jodido.

No dijo nada más. No después de que el monstruo golpeó duro al humano en su


pecho -tan duro que su puño atravesó la caja torácica del pobre hijo de puta. La
mano salió -y ahora tenía en la mano un corazón que aún latía.

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El humano en Rand quiso mirar hacia otro lado, decir que nadie merecía una
muerte como esa.

El lobo no pensaba, pero el olor cobrizo de la sangre inundaba sus sentidos, por lo
que anhelaba la caza. Llenándolo con la necesidad de un alfa de probarse a sí
mismo. De tomar el derramamiento de sangre y hacerlo propio.

Había estado cuidando mucho su pensamiento racional, luchando contra la


tentación del lobo para poder conseguir tener su reunión y llegar a casa. No dejaba
de aferrarse, aunque la racionalidad se había reducido a jirones. Se agarró de los
hilos, desesperado por no perderse a sí mismo.

Decidido a luchar.

Pero la decisión ya no era suya. Con un descuidado movimiento, el monstruo tiró


el corazón a un lado. Y luego se lanzó hacia Rand.

Rand se expulsó duro, cogiendo al gigante del pecho. Con los músculos de los
muslos ya letales por años de entrenamiento militar, sólo se había vuelto más fuerte
una vez cuando Gunnolf lo había sacado de su círculo íntimo. Ahora, con el lobo
en la luna creciente, su fuerza se multiplicaba.

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El Club de las Excomulgadas
El monstruo debió haberse tambaleado hacia atrás. Por lo menos, debería haberse
detenido en seco.

No lo hizo.

En su lugar agarró Rand de alrededor de la pierna, lo sacó fuera de balance, y


apuntó con su garra hacia su corazón.

De ninguna manera. No había manera de mierda.

Rand agarró el brazo del monstruo, después utilizó el peso de la bestia y la fuerza

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en contra para tirar hacia delante, tirando del monstruo aún más cerca de él.
Negocio arriesgado, pero el riesgo valía la pena. La bestia perdió el equilibrio. No
cayó, se recuperó en un instante, pero fue el instante que Rand necesitó.

Se levantó, operando por instinto ahora, no con la razón. La pálida luz de la luna
tenía cresta en el horizonte, y el propio astro no estaba lejos.
Él no pensaba más, con los movimientos de su cuerpo guiados por instinto.

Animal. Soldado. Matar.

Consiguió un golpe. Una patada. Luego otra y otra. El movimiento era


personificado y el dolor estaba en acción. Pero la maldita bestia se los estaba
regresando, ahora con las garras extendidas desde donde solía haber dedos. No. Esas
eran sus garras. Las de Rand.

El cambio estaba sobre él, con la luna creciente trabajando su poder, y mientras
vencía al monstruo y lo maltrataba, mientras su propio cuerpo se doblaba y retorcía
y crecía y cambiaba, soltó con un grito bajo y gutural. No de dolor, sino de
anticipación. Como un humano... incluso uno con el lobo creciendo que estaba en
desventaja frente a lo que esa criatura era.

Como no totalmente weren, aunque...

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El Club de las Excomulgadas
Eso igualaba de manera significativa las probabilidades.

Lástima que no recordara ni un momento de eso por la mañana.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 26

Lissa estaba junto a la ventana de su oficina, observando a su personal pasar por la


familiar rutina de cierre. No podía recordar la última vez que había dormido, pero
no le importaba. Los recuerdos la inundaban de nuevo, incluso sin dormir. Si
dejaba que los sueños vinieran, temía que serían demasiado horribles para soportar.

Ella había sido su pareja. Había sido la maldita compañera de Priam.

Tal vez no en cada vida, pero al menos en una. Y justo entonces, esa una había sido

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la única vida que importaba. Había estado trabajando de la mano de Priam cuando
había jodido a Nick de la más horrible, espantosa manera posible. Todavía no
recordaba los detalles, pero los sentimientos habían venido corriendo de regreso.
Todo, una confusión enorme de emoción, pero en el corazón de todo, había habido
amor, dolor y traición.

Y se odiaba por ello.

Aún sabiendo qué había hecho... sobre cómo las chicas de la corte se habían
quedado atrapadas, nada era justo en lo que a sobrevivir se refería, ella aún se
odiaba por lo que le había hecho a él. Las que hubieran sido sus razones en ese
entonces, debió haberlas arrojado a la cuneta. Infiernos, había logrado evitar la
destrucción de cualquier persona en esta vida, ¿No? Y eso había liberado a las
chicas, también.

Sin embargo, todavía eres utilizada. Todavía están buscando tu cabeza. Sigues siendo nada
más que una ladrona y una chantajista.

Se pasó los dedos por el pelo y se apretó el cuero cabelludo. Lo que hiciera ahora lo
haría para salvar a las chicas. Esa era una verdadera diferencia, ¿verdad? Lo que
hiciera ahora, lo haría por el bien.

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El Club de las Excomulgadas
Contuvo el aliento, porque no había manera de que se fuera a permitir pensar dos
veces en su elección, no por más de un minuto. Era Lissa ahora, no Elizabeth, e iba
a recordarlo malditamente bien.

Debajo de ella, el piso estaba casi vacío, sólo el equipo de guardia se había
quedado. Ella se volvió, con la intención de salir de su oficina a través de su puerta
trasera privada y tomar las escaleras interiores hasta su apartamento. Se detuvo sin
embargo, por un suave golpe simultáneo en las puertas corredizas abriéndose.

— ¿Es cierto? —Rhiana preguntó, actuando como portavoz de las chicas que
estaban detrás de ella.

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Lissa sabía lo que habían venido a preguntar. La única sorpresa era que habían
esperado hasta la madrugada, cuando el club estuviera cerrado a las 3 am — ¿Es
cierto?

—Priam —dijo Rhiana. Entró, luego hizo un gesto a las otras chicas, que siguieron
su ejemplo. Anya estaba en una esquina, viéndose cautelosa, estática. Jayla,
Cadence y ocho chicas más estaban en el sofá y en el suelo, todas mirándola con
expectativa, con sus ojos llenos de un culto a los héroes que hizo que Lissa apartara
la mirada, avergonzada.

Tal vez era su héroe, pero se había quitado la vida para llegar allí, y antes de eso
había sido vil y horrible, y había lastimado a la gente malamente. Con el tipo de
dolor que duraba toda la vida. Pensó en Nick, y se encogió. Una vida entera era un
tiempo malditamente largo si se era un vampiro.

—Vamos, Lissa —la instó Rhiana. — ¿Está realmente muerto?

—Está muerto.

Anya dejó escapar un suave “oh” de alivio, se dejó caer contra el muro y abrazó
las rodillas contra su pecho. Las otras chicas se miraron entre sí y el zumbido bajo

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El Club de las Excomulgadas
de murmullos emocionados llenó la habitación. La crueldad de Priam había sido
legendaria.

¿Qué pensarían esas chicas si supieran que Lissa había jugado el juego con él, y lo
había jugado con los ojos abiertos? Ella había tomado las almas, había robado la
información, la había utilizado de buena gana, calculadamente, y había lastimado
gente. Por cada Nick, probablemente habría decenas de personas.

Y ahora estaba corriendo hacia la redención. Había ayudado a Priam a cambiar al


descentrado mundo, y ahora estaba tratando de inclinar la balanza de regreso.

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¿Qué le haría eso? ¿Alguien buena? ¿Honesta?

¿O simplemente miedosa? ¿Miedosa de que si no corregía su pasado, sería volver a


su refugio?

¿Y si ya lo hubiera hecho?

—Fuera —dijo Rhiana, con sus palabras trayendo a Lissa de vuelta. Miró a su
amiga, que había estado y estaba espantando a las otras chicas. —El rumor es
cierto, eso es todo lo que necesitamos saber. Así que adelante. Váyanse.

Ella siguió agitando las manos hacia la puerta hasta que todas las chicas se fueron.
Luego cerró bajo llave, y se volvió a Lissa. — ¿Y bien? ¿Cómo murió?

A pesar de su mal humor, Lissa se echó a reír. —Pensé que habías dicho que sólo
necesitabas saber que el rumor era cierto.

—Sólo necesitaban saber. Yo, tú necesitas decir toda la historia.

Ella se acomodó en una de las sillas de invitados frente a Lissa, metió un pie en la
parte trasera, y esperó.

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El Club de las Excomulgadas
—Rhee...

—Ni lo intentes —dijo su amiga. Y ese era el problema. Que eran amigas. Habían
estado en la misma corte en Nueva York antes de que Lissa hubiera comprado su
libertad. Y Lissa, una vez que había abierto Orlando’s, Rhiana había sido a la
primera chica cuyo título había adquirido con dinero proporcionado por un
vampiro cuyo pensamiento había revelado que estaba drenando su propia sangre y
vendiéndola a los humanos en busca de un tipo de clase alta.

De todas las chicas que había comprado, Rhee era la única que no había sido objeto
de abusos, mientras había estado en la corte. Lissa tampoco los había sufrido... de

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hecho, mientras había estado con los comerciantes, Quimby había sido el dueño
perfecto. Pero ese había sido el problema. Había sido una propiedad, y si se hubiera
quedado así, Dios sabe cuántas vidas, con esta vida, no hubiera podía soportar más.

Él había acordado que la dejaría comprar su libertad por el mismo precio que había
pagado por su adquisición.

Un negocio muy razonable teniendo en cuenta que los súcubos infantiles eran
inútiles para un comerciante hasta la pubertad. Ahora, sin embargo Lissa era
técnicamente la empleadora de Rhiana, habían entrado en el negocio debido a toda
una vida compartida de amistad. Y, qué demonios, en realidad quería hablar de
ello.

—Me estaba acosando —comenzó ella. —Ya sabes, sobre Anya —ella nunca le
había dicho a Rhee, o a nadie, sobre cómo se metía en las cabezas, y no lo haría
ahora.

—Me lo imaginaba —dijo Rhiana. —La otra noche cuando llegaste aquí. Dios, él
se veía tan duro. Pensé que te comería viva y escupiría los huesos.

—Lo intentó —dijo Lissa. —Pero me deshice de él.

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El Club de las Excomulgadas
—Eres tan suave —dijo Rhee. —En la próxima vida, quiero volver siendo tú.

Como Rhee lo esperaba, Lissa forzó una sonrisa, tratando de verse halagada y
divertida. —De todos modos, fui a ese pub en Van Nuys un par de noches más
tarde…

— ¿Van Nuys? ¿Por qué? —por la forma en que la nariz de Rhee se arrugó, Lissa
podría haber dicho que había pisoteado deliberadamente caca de perro.

—Tuve mis razones. ¿Quieres saber lo que pasó o no?

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Rhee hizo un movimiento de balanceo con la mano.

—Estaba en un callejón detrás del pub, y Priam me encontró. —se estremeció,


recordando el terror que había arrasado con ella.

—Oh, Lis, —susurró Rhee, con su voz baja y llena de genuina emoción ahora, no
sólo con interés lascivo. —Lis, ¿estás bien?

—Lo estoy ahora. —intentó una sonrisa, falló y lo intentó de nuevo. —Había un
hombre, saltó y me salvó. Lucharon, y mató a Priam. —se encogió de hombros,
como si la historia no pudiera ser más sencilla, cuando en realidad, no podría ser
más complicada.

—Entonces, ¿qué pasó con el tipo?

—Quién sabe —dijo Lissa fingiendo indiferencia. Esa noche era luna llena. ¿Estaría
Rand afuera ahora, merodeando en las colinas? ¿Corriendo a lo largo de
Mulholland Drive?

¿Estaría su cabeza llena con ella, también, o habría continuado en el momento en


que Doyle se la había llevado del Slaughtered Goat?

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El Club de las Excomulgadas
Rhee estaba observándola a través de estrechos, sabiondos ojos.

— ¿Qué?

—Te acostaste con él —dijo Rhee, y Lissa se dio cuenta de que su indolencia
necesitaba algo de trabajo. La frente de Rhee frunció el ceño. — ¿Te reúnes con los
clientes afuera de las instalaciones?

—No es un cliente, es…

— ¡Ja! —la expresión de Rhee fue triunfal. —Oh, Dios mío. ¿Qué se siente?

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— ¿Qué se siente qué?

—Estar con un hombre. Fuera del negocio. —sus ojos se estrecharon. —Tengo
razón, ¿no? ¿Qué quisiste dormir con él? ¿Fue mejor? ¿Conseguir el alma de alguien
que en realidad deseas, quiero decir? Nunca... ni siquiera he deseado a un hombre
de esa manera, quiero decir, pero lo he pensado y…

—Sí —dijo Lissa, reprimiendo una sonrisa. —Fue muy bonito. Y no, no tomé su
alma.

— ¿Y aún así fue bonito?

Recordó la forma en que su cuerpo se había quemado en contra del suyo. —


Mucho.

—Wow —Rhee respiró profundo, con los ojos cerrados. —Esto es igual a uno de
nuestros Miércoles por la noche. —entre semana, cuando Orlando’s estaba cerrado
por una noche, Lissa y Rhee se refugiaban en el apartamento de Lissa con
películas, vino y palomitas de maíz y veían por lo general romances clásicos, con
Cary Grant o Humphrey Bogart.

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—Probablemente estás enamorada de él ahora.

Lissa disparó a su amiga una mirada de reojo. —No nos amamos. No estamos
unidos de esa forma.

—Desesperadamente atraída por él, entonces.

Lissa se echó a reír. En ese momento, tuvo que ceder. Incluso ahora, su piel
hormigueaba con sólo de pensar en él. Y apenas había pasado diez minutos sin
pensar en él desde el momento en que había dejado su lado.

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—Algunas de nosotros podemos, sabes —dijo Rhee.

— ¿Podemos qué?

—Enamorarse.

Lissa se dio la vuelta, sin querer admitir que sabía que lo que Rhee había dicho era
verdad.

Algunas súcubos estaban conectadas por el amor, y Lissa era una de esas raras
súcubos que podían incluso sentirlo. Lo había sentido, de hecho, algo que había
estado recordando poco a poco, pero la memoria sólo había estallado realmente
libre después de que Nick la hubiera apretujado en su puerta.

Ella lo había amado. Real y verdaderamente amado. Estaba segura de ello.

Pero eso había sido hacía una eternidad, tal vez más, ella estaba bastante segura de
que Nick no creería en todo eso de que el amor saldría tan bien.

—Es raro —Rhee estaba diciendo, pasando en tono académico y al parecer no


dándose cuenta de las reflexiones de Lissa, —y eso es probablemente algo bueno.
Teniendo en cuenta lo que hacemos... no quisiera estar enamorada y luego pasar
mis días con las almas de otros hombres bailando a mi alrededor. Pero al mismo

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El Club de las Excomulgadas
tiempo... —respiró y cerró los ojos, viéndose como una mujer que apenas había
tocado la perfección. —Dios mío, qué maravilloso sentirse como Lauren Bacall en
los brazos de Bogart.

Ella suspiró. Y, sí, Lissa también lo hacía. Si todo salía bien, tal vez el amor podría
realmente ser todo lo maravilloso y feliz para siempre que decían. Pero Lissa sabía
lo suficiente sobre cómo funcionaba el mundo para saber que las cosas rara vez
funcionaban.

Rhee estaba parada en la ventana mirando hacia el club. — ¿Era guapo el tipo?

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— ¿Qué? —su mente estaba con Rand, y en realidad no escuchó la pregunta.

—Te pregunté si era guapo.

Pensó en las líneas de su rostro marcado, en los ángulos duros de sus músculos. Él
era poder y calor. Y, sí, era guapo como el infierno, y le dijo a Rhee que sí.

—Entonces creo que tal vez está aquí.

— ¿Qué? —para su total mortificación, se puso de pie tan rápido que su silla cayó
hacia atrás.

Con su corazón latiendo en su pecho, se movió a la ventana, impulsada por la


anticipación de ver a Rand.

Pero él no estaba allí.

Nick sí.

267
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 27

No debería haber venido.

Nick se puso justo en la puerta frontal de Orlando’s y vio a la gente limpiando


mesas y suelos, y todo en lo que pudo pensar fue en que no debería haber ido. No
tenía razón para estar allí. Doyle no había dicho nada acerca de poner a Lissa de
vuelta a la acción como CI, y por lo menos por el momento, su oferta estaba en su
lugar.

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No tenía ningún papel ahí como su abogado, y había hecho un tonto de él mismo
antes.

En el momento en que la había acusado de trabajar con Priam, había sabido que
estaba equivocado. Ella no tenía ni idea de lo que había hecho en el pasado. Ni idea
de Nick, o de la forma en que lo había lastimado.

Ahora sí la tenía.

Había visto los recuerdos empezar a fluir de nuevo. Vio el destello de


reconocimiento, el dolor y el auto-odio llenando sus ojos, y había oído su voz
entrecortada cuando se había disculpado.

Se odiaba por haberla hecho recordar... por hacerle daño de esa manera. Y al
mismo tiempo, quería hacerle daño. Quería que recordara y le doliera, y volviera a
sus brazos a por perdón y consuelo.

Y la perdonaría. ¿Cómo no iba hacerlo cuando todavía ella pulsaba a través de sus
venas? ¿Cuando en todos sus años caminando en esta tierra, ella había sido la única
mujer que realmente lo había tocado? ¿La única mujer que había estado allí a pesar
del dolor y de la traición e incluso de la muerte?

268
El Club de las Excomulgadas
Lo había amado una vez, también. Tanto como él aún la amaba. Estaba tan seguro
de ello como que ese día sería seguido por la noche. Por eso era por lo que había
ido, por supuesto. Porque ella era de él, y de alguna manera la tendría de nuevo.

Ella no se apresuró cuando bajó la escalera que llevaba de su oficina a la planta


principal del club, pero vio la forma en que su ritmo cardíaco se aceleró cuando sus
ojos se encontraron, y sonrió, casi deshecho por la idea de que se diera prisa por él.

Era un hombre perdido, y lo sabía, pero en ese momento no le importaba. Sólo la


veía a ella.

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La deseaba sólo a ella.

—Lissa —dijo cuando ella llegó, con su brillante sonrisa de bienvenida, pero sus
ojos nublados con cautela. Algo en él se torció. Ese no era el saludo de una mujer
enamorada, sino de una mujer preocupada y confundida. —No estoy aquí sobre el
caso. Doyle no ha hecho ni un ruido sobre volverte a llamar.

—Oh. —la cautela se mantuvo. —Nick, ¿por qué estás aquí?

—Para pedirte disculpas.

—No es necesario. Tenías todo el derecho a estar enojado. Yo fui vil. —apartó la
mirada, con el ceño fruncido como si le doliera. —Lo siento tanto.

—Entonces, ¿Recuerdas?

—No todo. Todavía. —respiró y miró sus ojos. —No me acuerdo exactamente de
cómo te lastimé. Sólo que te amé y te traicioné. Y lo hice, incluso aunque sabía que
me amabas. —respiró. —Priam no me obligó. No en esta vida. Creo que... Creo
que lo decidí por mi cuenta. Trabajar con él, quiero decir. Creo que era la única
manera que pude encontrar.

—Era un hijo de puta. Estabas en una posición horrible.

269
El Club de las Excomulgadas
Ella se encogió de hombros. —Había otras maneras. Había estado en su corte en
otras vidas, y no me había asociado con él. Y en esta vida... bien, el punto es que
soy una persona diferente ahora. No seré Elizabeth nunca más.

Se veía tan frágil y triste que quiso tirar de ella hacia sí y sacudirla hasta haber
borrado cualquier indicio de tristeza. No podía hacer eso, sin embargo. Todavía no.
No cuando aún iba a tientas a través de eso. Al contrario, simplemente se acercó a
su lado. —Nunca fuiste Elizabeth para mí.

Su lánguida sonrisa casi le rompió el corazón. —Creo que es a ti a quien tengo que

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agradecerle por esta vida. Sin embargo si lo hice mejor, es porque soy Lissa ahora.
— Inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, con el gesto tan familiar que hizo le
doliera el cuerpo de deseo.

Él le besó la punta de los dedos, entonces se dio cuenta de la forma en que su


personal fuera del horario los estaba mirando. Asintió hacia la puerta. —
¿Pasearías conmigo?

—No estoy segura...

—Es luna llena, Lissa. Puede que no recuerdes, pero yo sí. Camina conmigo de
nuevo en la luz de la luna. ¿Es eso mucho pedir?

—No. —una sonrisa en sus labios tembló. —Por supuesto que no.

Salieron por la puerta, a la acera de la calle subdesarrollada, una rareza en Los


Ángeles. Durante el día, los edificios marrones y grises que se alineaban en ese
barrio comercial eran sombríos. Ahora, con la luna iluminando cada superficie lisa,
Nick pensaba que parecía el cielo. O tal vez fuera sólo por la mujer a su lado.

— ¿Te acuerdas de nuestras conversaciones?

270
El Club de las Excomulgadas
Ella sacudió la cabeza, y sintió una punzada de pesar por la pérdida de algo
acariciado tan profundamente.

—Hablábamos de todo— dijo él. — Del movimiento de las estrellas en el cielo, de


la naturaleza de la existencia y de la mitología de la raza demonio. Y de la
inmortalidad. Que era algo de lo que tú y yo sabemos mucho. ¿Quién si no los
inmortales podrían encontrarse unos a los otros después de más de 200 años?

— ¿Soy inmortal? Con cada vida, llego a un mundo diferente. ¿Eso me hace
inmortal, o simplemente cambio para siempre?

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— ¿Recuerdas? —él la empujó a un lado, se apoyó en una farola, buscando su
rostro. —Me hiciste esa misma pregunta una vez.

— ¿Y qué dijiste?

—No tuve una buena respuesta para ti. He buscado por la inmortalidad toda mi
vida, y pensé que había encontrado la piedra filosofal al besar a la Dama Oscura.
Pero es como dicen. Ser nosferatu es caminar siempre en la oscuridad. Es más que la
ilusión de la inmortalidad, pero no fue lo que vi hace tantos años.
Ella lo observó, con su memoria burbujeando, y tratando de llevarla adelante, con
esas pequeñas partes y piezas que aún estaban perdidas en el transcurso del tiempo.
Podía captar sólo algunas esquirlas, pero se aferró a ellas, queriendo que los
recuerdos apoyaran el amor que ella había sentido una vez por él.

—Alquimia —dijo ella en voz baja. Dio un paso al lado, con su recuerdo guiándola
mientras extendía la mano y ponía su mano contra su hombro. Casi podía imaginar
su tatuaje. Un símbolo extraño, geométrico. —Me acuerdo —dijo con voz gruesa.
—Tú lo buscabas. Era tu pasión.

271
El Club de las Excomulgadas
—Lo fue, y lo hice. Pero nunca lo encontré. —se encogió de hombros, recordando
el pasado.

—Algunas misiones vale la pena abandonarlas. —le rozó la mejilla con el pulgar.
—Algunas no.

Su respiración se atoró mientras se inclinaba, con sus labios con los suyos
acariciándola antes de que ella pusiera sus manos en su pecho y suavemente pero
con firmeza lo empujó hacia atrás. —Nick, pensé que entendías... no soy la misma
chica que fui.

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Lo vio tensarse, vio la decepción en sus ojos borrado por un destello de ira.

Contuvo el aliento, recordando lo que fue y lo que le había hecho. Sin importar
nada, él todavía era un vampiro, y ella sabía más que nadie, que podía despertar a
su demonio.

—Lo siento —dijo ella, no estaba segura de si las palabras ayudaban, o sólo lo
hacían peor. —Yo... creo que debería irme.

No esperó su respuesta. No podía esperarla, porque tenía que alejarse de él y del


zumbido en su cabeza. Se volvió, después caminó rápidamente por el callejón hacia
la entrada de Orlando’s de nuevo a la escalera de hierro que llevaba a su
apartamento. Su corazón latía con fuerza, y no podía oír nada por encima de eso,
por lo que mantuvo la mirada al frente, sin mirar hacia atrás, sin comprobar para
ver si él la estaba siguiendo.

La tristeza la envolvía. Sabía que le había hecho daño a Nick de nuevo al alejarse,
pero a pesar de que recordaba la forma en que una vez había hecho brincar su
pulso, ya no lo hacía.

Otro hombre quemaba a través de ella ahora, a pesar de que deseaba que no lo
hiciera. Con disgusto, recordó la forma casual en que Mia había respondido el
teléfono Rand. Había follado con Lissa porque era lo que hacía, recogía chicas

272
El Club de las Excomulgadas
como si fueran trofeos. Y no podía ni siquiera culparlo porque ella había ido a él a
causa de lo que hacía. Habían tenido una buena noche... infiernos, una noche
explosiva, pero eso había sido el final, y ella había estado dirigiendo su propio
negocio lo suficiente como para saber que a veces desear no era suficiente. A veces,
tan sólo tenías que continuar.

Lástima que ella lo deseara tanto.

En la base de la escalera, se detuvo, con sus pensamientos rebotando entre Rand y


Nick.

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Incapaz aguantar su curiosidad por más tiempo, se volvió para ver si Nick estaba al
final del callejón, y luego dio un suspiro de alivio cuando vio que se había ido.

Estaba a punto de subir las escaleras para dormir cuando lo vio, algo grande y en la
oscuridad. Algo con dientes afilados y la muerte en sus ojos.

Algo que corría directamente a ella.

El lobo se detuvo a pocos centímetros de Lissa, con su pelaje gris destrozado y roto,
con la sangre brillando en la luz de la lámpara. Sus ojos verdes familiares, envueltos
por dolor, la miraron con un hambre peligrosa.

Poco a poco, ella empezó a subir la escalera.

El lobo dio un paso hacia ella, cojeando ligeramente.

Tragó, insegura, preguntándose si debía gritar para que Nick volviera, o si sólo se
opondría a la bestia.

Ella inclinó su cabeza hacia un lado, con sus ojos ablandándose, y ella se dio
cuenta por primera vez de que había algo agarrado con fuerza entre sus fauces
ensangrentadas.

273
El Club de las Excomulgadas
Probablemente el brazo arrancado de alguien.

El lobo se acercó.

—Tranquilo, muchacho —susurró, y él gimió en respuesta.

Ella vaciló, repentinamente incierta. Conocía esos ojos. Los había visto antes.

Rand.

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Mierda, el lobo era Rand.

— ¿Rand?

Él la miró, y vio el deseo humano detrás de la mirada pálida del lobo. Entonces
Rand se movió y el dolor llenó sus ojos cuando colocó una pata sola en el último
escalón.

Dios mío, era él. Y estaba herido.

Consideró sus opciones, realmente no sabiendo qué hacer. Un hombre lobo durante
una luna llena era un cazador, todo el mundo lo sabía. Salían a cazar, a matar, y
por la apariencia de él, Rand se había levantado cerca y personalmente con algo
que no quería morir especialmente.

Ella tenía que limpiar sus heridas, pero si lo llevaba a su apartamento podría... No.
No le haría daño. Si hubiera sido eso, ya la habría atacado. Y los weren mantenían
su mente durante el cambio, ¿verdad? Eso era lo que siempre había entendido.

Tentativamente, se inclinó hacia delante, suavemente acariciando el pelo de su


hocico. Él se volvió, acariciándola, y luego abrió la boca y dejó caer lo que aferraba
en el escalón.

274
El Club de las Excomulgadas
Ella se agachó y tomó una pequeña caja de metal y una tarjeta de plástico con una
banda de campo magnético en ella. Ambos estaban cubiertos con tierra, saliva y
sangre.

Con cuidado, sostuvo los artículos. Había recorrido un largo camino para
llevárselos a ella.

—Sube —dijo ella dando dos pasos hacia arriba.

Él no se movió.

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—Todo está bien. Déjame limpiarte.

Los ojos se encontraron con los de ella, llenos de vida y de inteligencia. Hizo una
pausa, y luego se volvió y se alejó de las escaleras.

— ¿Rand?

El poder y el hambre estallaron en sus ojos y echó la cabeza hacia atrás, después
aulló a la luna llena resplandeciente sobre cabeza.

Ella captó el mensaje.

—Está bien —dijo. Levantó la caja y la tarjeta. —Mantendré esto seguro.

Y entonces se quedó mirando mientras el lobo gris cojeaba por el callejón y


desaparecía en la oscuridad.

275
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 28

—Señor. Oiga, ¿señor?

Algo estaba pinchando a Rand. Algo con una voz exigente y una disposición
irritante. ¿Un elfo?

Gimió y rodó hacia un lado, con la esperanza de desalentar aún más los toques y
golpecitos en su persona. Mantuvo los ojos cerrados, seguro de que el dolor
punzante que ya estaba en su cabeza aumentaría exponencialmente cuando se

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expusiera a la luz del sol.

—Está vivo —otra voz, otro que hurgaba. Elfos. Definitivamente elfos.

—Hey, vamos. Despierta. —no hubo empujón en esta ocasión. En cambio, una
mano tocó sus hombros, sacudiéndolo ligeramente.

—Tenemos que salir de aquí. Vamos, Cory. No se supone que debamos estar aquí.

Tal vez no eran elfos.

Sabiendo que le dolería, abrió los ojos. Hojas de cuchillos de luz solar cortaron en
su cráneo, y miró las dos caras que miraban ahora hacia él. El sol estaba detrás de
ellos, ocultando sus rasgos, convirtiendo su cabello en halos de oro.

— ¿Está bien, señor?

Adolescentes. Cristo, eran niños.

—Vamos. —el más bajo tiró de la manga del grande. Ambos lo llevaban en
algo plano y poco manejable, y le tomó un momento a Rand darse cuenta de que
estaban en monopatines. —Está vivo, ¿de acuerdo? Vamos a salir de aquí.

276
El Club de las Excomulgadas
—Pero está todo hecho polvo —dijo Cory, y Rand desvió la mirada de los chicos a
su propio cuerpo. Su pecho estaba cubierto de heridas y golpes, y sus brazos y
manos estaban igualmente dañados. Si no fuera por la fina capa de agua en la que
estaba acostado, hubiera imaginado que sus heridas serían mucho peores.

Gracias a Dios por la biología Theriana. En pocas horas, podría estar curado.

Otra mirada alrededor y reconoció su refugio como un tubo de desagüe, del tipo
que iba hacia el océano. Y a través del extremo de la tubería donde el sol estaba
brillando, colgando en un ángulo tan bajo que esa era la causa de que las olas del

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Pacífico estuvieran detrás de los adolescentes danzando como el fuego, y haciendo
que estos se parecieran a ángeles merodeando en la desembocadura del infierno.

Rodó hacia un lado, probando sus músculos, luego se levantó sobre los codos.

Ambos chicos dieron un salto hacia atrás. Cory se detuvo, y luego enderezó los
hombros. Cerca de los dieciséis años, era un tipo grande, probablemente parte del
equipo de fútbol de la escuela, y estaba tratando de no verse atemorizado. Su amigo
tenía menos soberbia, y se detuvo a unos cinco metros atrás.

—Honestamente, señor, no llamaremos a la policía. Sin embargo, si necesita


ayuda...

—Iros —dijo apenas capaz de obligar a sus palabras pasar más allá de la crudeza de
su garganta. Apretó la punta de los dedos a sus sienes y se las frotó, tratando de
detener las cuchillas. Vio que estaba completamente desnudo. Definitivamente
atraería un poco de atención para llegar a casa.

Los chicos se volvieron para irse, con la expresión de Cory dejando en claro que
Rand había anulado profundamente sus esperanzas de aventura.

—Esperad.

277
El Club de las Excomulgadas
Con la orden de voz ronca de Rand, Cory se dio la vuelta.

—Dame tus shorts —exigió. Eran grandes con cordón, y con suerte, Rand encajaría
en ellos. —Tu chaqueta, también.

— ¿Sí? —teniendo en cuenta que estaba a punto de perder su ropa para siempre,
Cory parecía muy contento. Al parecer, era un pequeño precio a pagar por una
aventura.

—Sí —dijo Rand tendiéndole la mano. —Vamos, date prisa.

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—De acuerdo. Seguro. —el chico salió de sus pantalones, quedándose en un traje
de baño apretado, después se quitó la chaqueta.

—Ahora iros —gruñó Rand.

Se fueron corriendo como el infierno por la arena. Rand los vio marcharse, después
se relajó y se dejó caer de nuevo en el lodo fresco y húmedo que llenaba el tubo de
desagüe.

¿Qué demonios había sucedido anoche?

Su mente era un queso suizo, pero a través de algunos de los agujeros podía captar
atisbos de lo que había sucedido antes del cambio. Un ataque. La bestia.

Habían luchado. ¿Rand había matado al monstruo? Por lo demás, ¿qué diablos
había sido eso? Humanos en un primer momento, y luego... ¿qué?

No lo sabía. Todo lo que sabía era que la criatura había cambiado cuando Petra lo
había agarrado. ¿Por qué?

¿Y se había transformado en qué?

278
El Club de las Excomulgadas
Ambas eran preguntas para Petra, y como podría haber un monstruo asaltando la
ciudad, él dejaría esa cosa de mantener-sus-secretos. Esa mierda, lo necesitaba
saber sobre ella. Debía encontrarla, preguntarle, y ella se lo diría.

En ese momento, sin embargo, quería recordar lo que había sucedido, y negó
tratando de forzar su camino de pensar para moverse linealmente. Eso era lo que
más odiaba del cambio… esa maldita incapacidad de centrarse cuando salía de la
oscuridad. Tratar de forzar su mente para mantenerse en el camino. En el objetivo.

Debía mantener su mente durante la luna llena. Infiernos, debía ser capaz de
cambiar a voluntad.

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No podía.

Respiró. No era relevante en ese momento.

Correcto.

Obviamente, el monstruo no lo había matado. Pero ¿Si él había matado al


monstruo? No lo sabía, pero no debería ser difícil de entender. El armatoste había
sido apenas discreto, había tenido la condición de criatura al caer la noche.

Rand sabía que era malditamente fuerte como lobo, pero incluso un lobo
sobrenaturalmente fuerte tendría lesiones más graves después de una prolongada
batalla con lo que había luchado en el parque. Eso significaba que Rand había
matado al monstruo rápido o la cosa había salido corriendo, dejando a Rand solo
con toda una noche por delante.

Toda una noche en libertad en su estado weren.

Con sólo el lobo, el hambre y la necesidad ciega de matar.

¿Quién?

279
El Club de las Excomulgadas
Sus tripas se retorcieron.

¿Quién más habría muerto anoche cuando el lobo había corrido libre?

—Confía en mí —dijo Joe en cuclillas sobre la barra, con las piernas ágiles
retorcidas para que sus rodillas estuvieran contra sus oídos. Resultado del cruce de
elfos y ninfas, vagamente parecía un saltamontes, hasta llegar a la piel un poco
verde. —Bebe esto, ni siquiera te importará que tu cabeza esté a punto de explotar.

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Rand miró el líquido plateado, con ojos entrecerrados en defensa contra el grupo
de minería que seguía golpeando lejos en el interior de su cabeza con un millón de
picos. Pequeñas manchas rojas flotaban en él, y aunque no podía estar seguro,
pensaba que algo vivo estaba ahí.

Se había dirigido a casa después de la playa, luego se había cambiado de ropa e ido
a una farmacia a por una aspirina. No había ayudado.

Frunció el ceño de nuevo a la mezcla. Qué diablos. Cualquier cosa era mejor que la
forma en que su cabeza se sentía en ese momento.

Le golpeó de nuevo, y un centenar de clavos al rojo vivo se arrancaron de la mierda


de su garganta.

— ¿Qué es esta mierda?

Joe soltó un bufido. —Receta secreta. Sin embargo, hace su trabajo. Debo saberlo.
He estado arreglando y sirviéndoselo a tus peludos amigos en la mañana después
de la luna llena durante décadas. Ni una sola vez recibí una queja.

—Me parece difícil de creer.

—No hay quejas por la forma en que funciona —Joe aclaró. —Quema como el

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El Club de las Excomulgadas
infierno y sabe como a entrañas podridas. Lotta se queja sobre eso. —las esquinas
de su boca se curvaron hacia abajo pensativo. —Y uno o dos cumplidos.

Rand puso el vaso sobre la barra.

— ¿Otro?

—Diablos, no.

Una risa baja se hizo eco a través del cuarto, y él se volvió para ver caminando a
Xeres hacia él. —Eres un maldito coño, Rand. —asintió a Joe. —Sírveme.

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Joe lo hizo, y Xeres golpeó la copa de nuevo, después se empujó la taza. —Una vez
más.

—Eres una madre arrogante— dijo Rand. —Lo sabes, ¿verdad?

La sonrisa de Xeres mostró un kilómetro y medio de dientes. —Mierda, sí. —


inclinó la cabeza al stand circular de la esquina, donde Bixby estaba ya cavando.

— ¿Tienes noticias?

—Tenemos falta de noticias. Y tenemos cerveza. —finalmente, él asintió a Joe, que


le hizo señas a Mia. La cerveza llegaría en un momento.

—Caris llamó dos veces, justo después del amanecer — dijo Joe deslizando el
teléfono de Rand a través de la barra. —No contesté, pero su nombre apareció en el
identificador de llamadas.

—Tal vez logró avances —dijo Xeres —La perra es la única de nosotros tres
trabajando en el caso anoche, eso es absolutamente seguro. —entrelazó los dedos y
levantó los brazos, con sus huesos crujiendo en sus hombros mientras se movía
hacia Bixby.

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El Club de las Excomulgadas
El weren-gato tembló, y Xeres se puso a un lado y Rand en el otro, atrapando al
pequeño en medio. — ¿Y bien? —dijo Rand, mirando a la criatura. — ¿Cuál es el
chisme entre los no-lupinos?

—Ni una palabra. No hay nada. No hablan en absoluto. —Bixby escupió las
palabras con esa extraña cadencia suya, con sus ojos nunca moviéndose por nada ni
por nadie mientras hablaba.

—No he escuchado nada por casualidad. Lo he intentado. No tengo nada. Voy a


seguir intentándolo. Tengo conseguir alguna respuesta. Tengo que

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conseguir alguna en alguna parte.

Xeres ignoró al weren-gato, de quien claramente creía que era poco más que un
inútil freak. Rand hizo caso omiso de ambos y le marcó a Caris, pero en vez de
conseguir al vampiro, le contestó su correo de voz.

Miró su reloj. Sería mediodía ahora y la mayoría de los vampiros estarían en sus
camas. Pasaría un tiempo antes de supiera de ella.

— ¿Dejó algún mensaje? —preguntó Xeres.

Rand sacudió la cabeza.

—Entonces podemos asumir que no tiene una mierda —dijo Xeres. Agarró una
cerveza de encima de la bandeja de Mia, casi trastornando su equilibrio. —Vamos a
emborracharnos y a decidir dónde ir.

—Ya tengo eso pensado —admitió Rand. Parte de su considerable resaca se debía
al hecho de que se odiaba por haber perdido la caja de cenizas que Petra había
subrepticiamente adquirido para él. Pero había cambiado, y no era como si el lobo
se aferrara a esa mierda. Desafortunadamente, la caja no estaba en el parque,
tampoco. Lo sabía ya que había mirado. No era de extrañar, teniendo en cuenta

282
El Club de las Excomulgadas
todos los chicos que pasaban por allí, pero lo había esperado. Lástima que sus
esperanzas se hubieran ido al infierno.

Un revés, pero uno que lo empujaba hacia un camino más radical. Miró a Xeres y
a Bixby por turnos. —Iré directamente a la puerta de entrada de la División y me
ofreceré para trabajar con ellos.

La boca Bixby se quedó boquiabierta. —No lo harás. ¿De verdad? ¿Realmente lo


harás?

Xeres fue más conciso. —Jódeme.

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—En este momento no veo inconveniente. —no mencionó el asunto inquietante de
Petra de que la PEC en realidad podría estar tratando de infiltrarse en su propia
gente. Xeres y Bixby eran su gente, y su confianza corría tan lejos como él podía
ver. Así era como se mantenía con vida en este mundo, especialmente en su
negocio. —Compartiré lo que he averiguado hasta ahora, que es una gran cantidad
de nada, y veré lo que responden.

— ¿Y nosotros? ¿Nos llevarás, también?—Xeres preguntó, no contento con el


sonido de la perspectiva.

Rand sacudió la cabeza. —Vosotros os comunicaréis conmigo. Caris, también. Yo


decido lo que la PEC averiguará de nosotros. —miró a cada uno de ellos a su vez,
teniendo en cuenta la advertencia de Petra. — ¿Está claro?

—Mierda, sí —dijo Xeres. —Cuanto más lejos mantengas a la división de mi


trasero, más me gustará.

Rand no podía dejar de compartir el sentimiento. Sus actividades eran por lo


general de la clase que quería mantener fuera del radar de la PEC. Este era uno
nuevo para él. Sin embargo, otro cuerpo había sido encontrado, y las cosas se
calentaban. Uno de la PEC y los mandatos más fervientes de la Alianza serían
proteger a la población humana de aquellos que caminaban en las sombras.

283
El Club de las Excomulgadas
Teniendo en cuenta el creciente número de víctimas, la orden era desentrañarlo
rápidamente.

Como resultado, la Alianza estaba respirando en la garganta de Tiberius,


amenazándolo con derrocarlo como gobernador. Y mientras que eso podía sonar
como un resultado feliz para Gunnolf, Tiberius estaba haciendo todo lo posible
para que el líder de los weren cayera junto con él, incluyendo culpar de las muertes
actuales a Gunnolf y a un complot weren en contra de sí mismo. La Alianza no
había tomado ninguna votación formal, pero urgían rumores de que estaban
llegando a Gunnolf y de que la Alianza simplemente se lavaría las manos del
asunto, expulsando tanto a Gunnolf como a Tiberius de sus respectivos territorios.

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Actuarían pronto, Rand lo sabía. Más que eso, estaba seguro de que sólo era
cuestión de tiempo antes de que otro cuerpo fuera encontrado.

—Así que, ¿Cuándo te irás? —Bixby le preguntó.

Rand salió del sillón y se levantó. —Me parece que me iré ahora mismo.

284
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 29

—Tengo que admitir que no esperaba esto —dijo Ryan Doyle desde donde se
encontraba apoyado en la pared de la sala de conferencias. También estaban
presentes Sara y Luke. Y, por supuesto, Vincent Rand, que había entrado en la
División y exigido ver al equipo trabajando en los humanos muertos.

Doyle tuvo que admirar el coraje del weren.

—Tiene sentido para nosotros trabajar juntos —continuó Rand, reconociendo las

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palabras de Doyle con sólo la más leve mirada. —La evidencia es poca, y los dos
estamos tratando de llegar al mismo objetivo.

— ¿Lo estamos? —le preguntó Luke con una voz que logró transmitir tanto
amenaza como cooperación.

—Estamos buscando a un asesino. Y en este punto, creo que tengo una ventaja
sobre vosotros.

— ¿Cómo lo sabes? —Doyle le preguntó.

—Sé que Gunnolf no tiene nada que ver con los asesinatos.

—Eso es lo que tú dices.

—Y así lo probaré, pero puedo hacerlo más rápido si trabajamos juntos, y salvamos
a esta oficina de un infierno de montón de tiempo perdido. —se movió para mirar
a Luke. —Me imagino que el tiempo es una preocupación para Tiberius.

Luke no dijo nada, pero Doyle pudo ver con bastante facilidad que Rand sabía que
había golpeado un nervio.

285
El Club de las Excomulgadas
Se apartó de la mesa y se levantó. —Pensad en ello. Sabréis dónde encontrarme.

Dio un paso hacia la puerta.

—Espera —lo llamó Doyle.

Rand se volvió hacia él y esperó con impaciencia.

—Buena fe —dijo Doyle, luchando contra una sonrisa por la forma en que estaba
imitando las palabras de Petra, particularmente irónico ya que ella estaba sin duda,
trabajando para Rand. —Dinos algo de buena fe por lo que sepamos que eres

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sincero.

Rand vaciló sólo un momento. —Jacob Yannew no originó los rumores sobre
Gunnolf —dijo finalmente y cuando lo hizo, Doyle se sintió ponerse recto,
interesado en las palabras del weren. En la mesa, tanto Sara y Luke se pusieron
tensos también.

— ¿Quién lo hizo?

—No lo sé —dijo Rand. —Sin embargo, cuando entrevisté a Yannew…

— ¿Lo entrevistaste? —dijo Doyle.

La más ligera insinuación de sonrisa apareció en la esquina de la boca de Rand. —


Cuando lo entrevisté —repitió con firmeza. —Me dijo que le pagaron para difundir
los rumores.

— ¿Quién le pagó?

—Un Desterrado —dijo Rand, luego miró a cada uno de ellos. —Un Desterrado
con olor a vampiro en él.

286
El Club de las Excomulgadas
— ¿Has localizado al Desterrado en cuestión? —le preguntó Sara. — ¿Tienes un
nombre?

—No a ambas preguntas, pero esa es la meta. Encuentra al Desterrado, y estaremos


a más de la mitad de camino a casa. —abrió la puerta, se detuvo en el umbral. —
Pensad en mi oferta —dijo y luego la puerta se cerró y se fue.

Por un momento, no dijeron nada. Entonces Sara se dirigió a Luke. —Bueno, esto
fue inesperado.

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—Tenemos que hacerlo —dijo Doyle y Sara cambió su atención hacia él.

— ¿Confías en él?

—Diablos, no, pero ya sabes lo que dicen…

—Mantén a tus amigos cerca —comenzó Luke.

Doyle asintió. —Y métete en la cama con tus enemigos.

—Deberías haber visto la cara de Ryan Doyle —dijo Rand chocando su botella de
cerveza contra la de Xeres. — ¿Lo conoces? ¿Al demonio Perceptor?

—Hemos cruzado nuestros caminos, y cualquier persona que pueda asombrar a ese
bastardo está bien conmigo. —tomó un trago largo de cerveza. —Así que ¿Estás
dentro?

—Absolutamente —dijo Rand. Ni Doyle ni el fiscal, Constantine, lo habían dicho


de manera tan específica, pero sabía que la oferta era demasiado buena para ellos
como para dejarla pasar. Él estaba dentro. La única pregunta era hasta qué punto.
Pero eso no era una cuestión que le preocupara. No con su equipo en pie, y Petra y

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El Club de las Excomulgadas
sus fuentes en fila. Seguiría haciendo su propio trabajo de campo, y cuando le
conviniera, compararía notas para sus nuevos amigos en la División.

—Entonces, ¿dónde estamos en el tema de los Desterrados? ¿Fuiste a San Diego?

—Muerto —dijo Xeres. —Se ahorcó hace dos días.

Rand silbó entre dientes. —Mierda.

—Podría seguir siendo nuestro hombre —dijo Xeres. —El remordimiento. El


miedo a ser atrapado.

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—O podría haber sido un Desterrado de mierda que no pudiera soportarlo más.
Seguiremos buscando.

—Lo he estado haciendo— dijo Xeres, luego tomó un largo trago de su cerveza. —
Sabes que no he encontrado demasiados. La mayoría de los Desterrados se
establecen en Europa o América del Sur. Un lugar donde la
División es menos estricta y las manos pueden ser engrasadas con mayor
frecuencia. Un lugar donde el gobernador no es un maldito vampiro.

—Tal vez —dijo Rand, —pero es lo suficiente como para que se establezcan aquí,
como el que estamos buscando.

— ¿No crees que haya ido a San Diego?

—No —dijo Rand. —Esta jodidamente demasiado lejos, Xeres, tenemos tanta
tierra salvaje en torno a aquí. El Bosque Nacional de los Los Ángeles. El Parque
Topanga State. Hay miles de hectáreas donde un Desterrado puede esconderse, y,
¿sólo hemos encontrado a tres?

—La clave está en ocultarse —dijo Xeres irritándose.

288
El Club de las Excomulgadas
—Entonces buscaremos mejor —dijo Rand no en el estado de ánimo de acariciar
egos doloridos. Estaba a punto de decir que había contactado a Gunnolf y
solicitado los archivos de los pre-Desterrados o sobre cualquier weren que tuviera
vínculos con Los Ángeles. Podría no ayudar, pero podría aparecer una nueva pista.

Nunca tuvo la oportunidad, sin embargo, porque el silbido de Xeres lo cortó antes
de que pudiera comenzar. —Ahora eso —dijo Xeres — es una mujer follable.

Incluso antes de volverse, Rand captó el aroma de Lissa. Él se movió, sin revelar
nada con su rostro mientras ella se deslizaba hacia la barra, mirándolo sólo lo
suficiente para encender una sonrisa seductora y llena de promesas. Llevaba un

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vestido cruzado de una tela que se ajustaba, y con cada paso, acentuaba una curva
diferente. En el momento en que llegó a la barra, todos los ojos del lugar estaban en
ella, y la mayoría de los hombres estaban babeando.

Rand no sabía qué giro del destino la había llevado a través de esas puertas, pero
estaba dispuesto a llevarla a su oficina, a quitarle el vestido y a mostrarle
exactamente lo feliz que estaba porque hubiera vuelto, porque estaba seguro de que
volvía por él.

Xeres también lo sabía, y desvió la mirada entre Rand y Lissa, con su nariz
moviéndose. —Tu olor —dijo, la palabra casi como una acusación. —Está en ella.

Rand no lo admitió, ni lo negó.

—Es un súcubo.

Una vez más, Rand permaneció en silencio.

Xeres se echó a reír. —Maldita sea. Mírate, comerciando una pequeña alma por
una follada con un súcubo. No lo sé. Tendré conseguirme algo de eso, también.

Debajo de la mesa, Rand cerró los puños. En esas circunstancias, no pensaba que
una humana normal, y ella no era ese tipo de chica, volaría.

289
El Club de las Excomulgadas
En su lugar, se deslizó fuera de la cabina. —Confía en mí, amigo, no quieres ir allí.

Le dio una palmada en el hombro a Xeres. —Es demasiado mujer para ti.

Lissa ahogó un escalofrío mientras lo miraba, alto, moreno y tan humano en


apariencia. Había llegado a ella, buscando una salida incluso cuando era un
animal, y esa simple verdad significaba el mundo para ella. Cualquier duda que
hubiera tenido, ahora sabía que había algo entre ellos. Algo más que brillante. Algo
real.

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Hizo una pausa en medio del bar, completamente inconsciente de sí misma a pesar
de que todos en el lugar la estaban mirando. No sabía qué los excitaba, pero sabía
que su brillo se había acentuado.

Tal vez por eso los súcubos no estaban conectados con el amor, porque cuando
encontraban a un hombre que deseaban, irradiaban deseo y atrapaban al mundo en
él.

Deja de asumir.

Deliberadamente, se movió a través del pub a donde él se encontraba en una cabina


al lado de otro hombre weren. Sus pasos eran lentos, sus movimientos fluidos, y
con cada centímetro que se acercaba más, podía ver el calor que subía en él. Ella
quería tocarlo, besarlo, y mucho más. Quería desnudarlo y deslizar sus manos
sobre su cuerpo. Quería sentir el deseo debajo de su piel y saber que era ella con
quien estaba reaccionando.

En otras palabras, estaba deseando haber escogido un lugar mucho menos público
para encontrarse con él.

Se detuvo a centímetros de él. —Traje tus cosas.

Su ceño se frunció en lo que parecía confusión, pero no tuvo oportunidad de

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El Club de las Excomulgadas
preguntarle qué pasaba, porque el hombre corpulento de su lado se acercó. —Hola,
hermosa. —le tendió la mano. —Xeres.

Ella dejó que su mirada se deslizara sobre el hombre, tomando la satisfacción del
olor almizclado del deseo que se levantaba fuera de él. Se permitió el gesto de
saludo, pero no tomó su mano. No estaba allí por él.

Volvió su atención a Rand. — ¿Podemos ir a tu oficina?

Él se levantó a su lado, se dirigió hacia la parte trasera, a través de la puerta de NO


ENTRAR, y luego por el pasillo hasta su oficina. Sin decir una palabra, la condujo

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al interior, y luego cerró la puerta. Se volvió hacia ella, de espaldas a la puerta.

Ella dejó la pequeña bolsa que llevaba en su escritorio, y luego le sonrió, con su
cuerpo hormigueando con tanta expectación que sentía como si fuera a estallar sin
su toque.

Esperó a que él dijera algo, pero sólo se quedó allí, mirándola.

Finalmente, cuando ella tuvo miedo de explotar por esperar, él habló.

—Lissa. —sólo la palabra, su nombre, y la dijo mientras se movía hacia ella, la dijo
mientras sus labios rozaban los de ella, murmurándolas al llegar a su espalda y tirar
del simple arco que sujetaba su vestido y lo cerraba.

Éste cayó, arremolinándose alrededor de sus tobillos. Ella salió de él, desnuda, ya
que no se había molestado en ponerse sujetador o bragas.

Un músculo tembló en su mejilla, y ella supo que estaba luchando por controlarse.

No lo hagas. Quiso gritar la palabra. No quería que él se controlara. Quería que


fuera salvaje otra vez. Quería que la tomara con fuerza y rápido, para hacerle saber
que la anoche no había sido una casualidad y que había venido a ella como lobo,

291
El Club de las Excomulgadas
porque realmente la deseaba.

—Tócame. —mientras hablaba, ella le tomó las manos, y luego las apretó contra su
pecho.

Él cerró los ojos, saboreando la forma en que sus manos ásperas se sentían sobre su
tierna piel, pero no antes de ver el deseo en su rostro. La deseaba, y ese
conocimiento se disparó a través de ella, haciendo que se sintiera caliente, poderosa
y segura.

No se trataba de su audacia habitual. Con la mayoría de los hombres, sabía que

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tenía el poder que derivaba del brillo. Que no era el caso con Rand, y aunque lo
había sospechado esa primera noche en el club cuando él tan fácilmente se había
alejado, lo sabía con certeza ahora.

El brillo no afectaba a los weren cuando estaban en plena transición, sin embargo,
Rand había llegado a ella como lobo, la había buscado, deseado y necesitado.

Y eso era embriagador.

Sin previo aviso, él se agachó y la tomó en brazos, luego la cargó, desnuda y


riendo. La lanzó ligeramente en el sofá, inclinándose sobre ella. —Esto no será
amable, y no será lento. No puedo. No esta vez. He estado esperando demasiado
maldito tiempo.

—Demasiado maldito tiempo —repitió ella mientras enganchaba su brazo


alrededor de su cuello, con su cuerpo arqueándose para satisfacer el impulso en su
interior, golpeándola de una manera que no dejaba duda de que la estuviera
reclamando una vez más, haciéndola suya.

Se movieron juntos, jadeando, con su alma empezando a asomarse, comenzando a


fluir como cintas de jirones a su alrededor. Ella se dejó disfrutar de la sensación de
su alma contra su carne por sólo un instante, no había tiempo para más. Una vez
más, él estaba demasiado caliente, demasiado listo, y si continuaba mientras estaba

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El Club de las Excomulgadas
dentro de ella...

Querido Dios, quería sentir que se viniera dentro de ella, pero no podía dejar que
eso sucediera. Había visto de cerca los animales que podían llegar a convertirse. Sin
alma, ella sabía muy bien lo que desataría.

Alcanzándole, ella tomó su rostro entre las manos y lo besó, duro, después le
mordió el labio inferior. —Atrás —dijo ella, y le dio su mejor sonrisa cuando la
miró con curioso horror. —Tengo otra cosa en mente —susurró ella mientras se
movía, tratando de salir de debajo de él. —Confía en mí.

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No parecía que quisiera, pero lo cumplió, moviéndose con un gemido de protesta a
su lado, con su cuerpo escapando del de ella. Ni siquiera le dio tiempo a que la
protesta muriera en sus labios. Ella se deslizó por su cuerpo, más y más, hasta que
pudo tomarlo con la boca, atrayéndolo, degustándolo y chupándolo. Movió su
lengua alrededor de su eje, con su cuerpo calentándose y endureciéndose, mientras
lo sentía cada vez más caliente y más duro.

Inclinándose, tomó sus bolas, acariciando el saco de terciopelo.

Él se arqueó, con sus movimientos rápidos y urgentes, y ella mantuvo el dulce


tormento. Estaba creciendo en su interior... una explosión de deseo, y aunque no
era ajena a la satisfacción del hombre, en ese momento el poder de saber que ella
estaba tan dulcemente manipulando su cuerpo enviaba a su propia excitación a un
frenesí.

El deseo caliente fluía a través de ella, con el sentimiento familiar y sin embargo,
diferente a lo que había conocido. Y se aferró a él, deseando ambos, saborear y
sentir toda la fuerza de su poder.

Cuando finalmente él se vino, ella estuvo a punto de estallar por sí misma.

Él gimió, con el ruido suave, y ella se quedó donde estaba, con los dedos bailando
en su piel, con una pequeña sonrisa en sus labios, como un reflejo de su poder

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El Club de las Excomulgadas
como mujer. De su poder sobre él.

De todos los hombres sobre los que había cargado el poder sensual, él era el
primero en hacer que se sintiera tan satisfecha simplemente por el hecho de hacer lo
que le satisfacía a él.

Al menos, era el primero que recordaba.

Saciada, dejó que la atrajera hacia él, y luego la tirara hacia abajo para acurrucarse
contra él en el sofá. Cerró los ojos, escuchando los latidos de su corazón, con el
suave sonido de satisfacción en su aliento. Lo escuchó, y también lo sintió.

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Y eso significaba que ella también lo sentiría cuando se detuviera.

Él se incorporó lentamente, con el ceño fruncido se puso de pie y se movió al otro


lado de la habitación. A sus lados, sus manos se abrían y se cerraban.

Estaba luchando contra algo -luchando duro- y ella no entendía lo que era.

Sólo podía mirarlo y esperar, con el pecho apretado y espinas pequeñas de miedo
salpicando en su piel.

— ¿Rand?

— ¿Por qué viniste aquí?

Sus palabras le escocieron. —Porque quería verte. Porque necesitaba traerte tus
cosas.

Sus ojos se estrecharon. — ¿Qué cosas?

Entonces la golpeó, y se sintió como una idiota por no haber hecho la conexión
antes cuando él parecía tan en blanco en el interior del pub. Él no se acordaba.

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El Club de las Excomulgadas
—Ayer por la noche —dijo ella. —Las cosas que me trajiste y me dejaste. Cuando
eras lobo, quiero decir.

No era lo correcto para decir. Su espalda se enderezó, y leyó la expresión de su


rostro al entrar en un enfoque nítido. Miedo.

— ¿De qué diablos estás hablando? Ayer por la noche fue luna llena.

—Lo sé, y viniste a verme. Como lobo. Estabas herido… Sangrabas y estabas
destrozado, pero me dejaste una tarjeta y una caja. Dios, ¿realmente no recuerdas

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nada de eso? —sabía lo que era eso. Los agujeros. Las preguntas. —Pero pensaba
que los hombres lobo podían…

—Algunos pueden —dijo él enérgicamente. —No yo. Cuando la luna está llena, el
lobo se hace cargo. Después, no recuerdo nada. No hay control para mí. No puedo
traer el cambio durante el mes, y en la noche de luna llena, no puedo abrirme paso
hasta la superficie.

—Pero lo hiciste. Tú eras el lobo, pero eras Rand también. Pude verlo en tus ojos
de lobo. Viniste a mí a propósito y por una razón.

Él arremetió, cogiendo un pisapapeles de la mesa y rompiéndolo en la esquina.

Ella se encogió, dándose cuenta de que su control era tan frágil como el vidrio roto.

— ¡Maldita sea! —rugió. —Podría haberte matado. Podría haberte roto en pedazos.

Ella habló en voz baja. De manera uniforme. —Pero no lo hiciste.

—Ese no es el punto.

—Creo que ese es exactamente el punto.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Tienes alguna idea de lo afortunada que eres?

Su ira estalló, pero ella se contuvo. —Realmente no creo que haya sido suerte.
Fuiste tú. ¿Estás diciendo que me hubieras lastimado?

— ¡Sí! Como lobo, no sé qué mierda que haría.

—Bueno, yo sí —espetó ella.

Él se pasó la palma de la mano por encima de la cabeza, obviamente frustrado. Sí,

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bueno, ella lo sabía.

—Dijiste que fui a llevarte algo.

Ella echó un vistazo a la mesa y a su bolso, pero no se levantó. Había oído la nota
de despedida en su voz, pero no había manera en que se fuera. Todavía no. —
Podría haber enviado a un mensajero. He venido por ti. Rand, quería volver a
verte.

Un músculo tembló en su mandíbula, pero por lo demás, su cuerpo estaba tan


inmóvil como el acero.

— ¿Y si te dijera que yo no quería verte?

Ella se puso rígida, demasiado. Cualquier juego que estaba jugando, ella estaba
decidida a no perder. —Diría que no te creo.

—No te necesito. No puedo necesitarte.

—Como he dicho, no te creo.

Su temperamento se despertó. —Maldita sea, Lissa, no soy un hombre que tenga

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El Club de las Excomulgadas
algo que darle a una mujer.

—Y sin embargo aquí estoy.

Se inclinó y le levantó el vestido. Luego fue hacia la puerta, con la mano en la


manija. — Es hora de que te vayas.

De ninguna manera. De ninguna manera se iría.

Ella se quedó en el sofá, con el vestido en sus manos.

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—Lissa... —la advertencia sonó en su voz.

—Eres fuerte. Sácame.

Por un momento, pensó que haría eso. Luego lo dejó ir y dio un paso atrás. Dentro
de ella, la victoria floreció.

— ¿Por qué? —le preguntó él. — ¿Por qué yo?

La pregunta se retorció a través de ella, y trató de encontrar las palabras, sabiendo


que era importante. —No lo sé. Me tocas. Interiormente. Me haces sentir como
más de lo que soy.

— ¿Y qué eres?

Ella sacudió la cabeza. —No me gusta pensar en ello.

— ¿Por qué no? Eres buena —dijo. —Tu club. Esas chicas. Lo que haces por ellas.

—No tienes ni idea de lo que hago por ellas. —no sabía nada de la extorsión que
utilizaba para conseguir dinero en efectivo para las chicas, y seguro no sabía lo que
había hecho en el pasado.

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El Club de las Excomulgadas
—Haces lo que se necesita para rescatarlas —dijo él con firmeza. Cruzó la
habitación y se paró frente a ella, luego le levantó la barbilla y la obligó a mirarlo.
—Les das a las chicas nuevas vidas.

Ella bajó la mirada hacia el suelo. —Es sólo una ilusión.

—No —dijo él. —No, no lo es. —enredó su cabello alrededor de su dedo. —Sé
todo sobre ilusiones. Infiernos, aún esto —dijo señalando entre los dos. —Esta es
una ilusión, ¿no? Tú, un súcubo. Yo, un hombre. No es que no pueda hacer
matemáticas, y no es como que estoy diciendo que sea algo malo —añadió. —He
estado allí. He tenido muchas mujeres en mi cama.

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La esquina de su boca se torció. —Dices las cosas más dulces.

—Estoy tratando de decir que eres la única que está atascada. Aquí, quiero decir —
dijo, dándole toques en su sien.

—Excepto tu esposa.

—No hay ninguna otra mujer —repitió él y ella luchó contra un temblor,
sintiéndose de la misma manera que él la había descrito… especial.

Sus siguientes palabras arrancaron ese sentimiento volviéndolo fragmentos. —Pero


la verdad es, que en realidad no te deseo. Es sólo una borrachera de hormonas
sobrenaturales, y… ¿por qué te ríes?

—Pueden ser hormonas, pero no del tipo sobrenatural —dijo ella. —Confía en mí,
Rand, si esto sólo fuera acerca de mí como un súcubo, no habrías ido a mi
apartamento anoche.

— ¿De qué estás hablando?

—Lo sospeché al principio porque te alejaste de mí tan fácilmente en Orlando’s.

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El Club de las Excomulgadas
Me molestó un poco, en realidad —añadió con una sonrisa encantadora. —No
estoy acostumbrada a que los hombres me den la espalda.

—Apuesto a que no.

—Pero tú eres diferente. Eres inmune.

Él levantó una mano. —Whoa. De ninguna manera. Eso es imposible.

—Es cierto. Algunos hombres lo son, y lo son todos los animales. Y anoche eras...
bien un animal, pero me buscaste y…

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Él levantó la mano, y luego se apartó de ella.

— ¿Rand?

—Un animal —dijo todavía sin mirarla, y ella comenzó a entrar en pánico mientras
su comprensión crecía. Él no la deseaba, y ahora ella se había ido y sacado la
muleta que toda súcubo tenía por él, y…

Mierda. Poco a poco, ella subió una mano a su hombro. — ¿Debo irme?

—Es lo que soy —dijo él. —Un maldito animal.

Ella contuvo el aliento, escuchando su dolor y comprendió lo que realmente había


querido decir.

—No —ella se apretó contra él, con su piel desnuda caliente en su espalda. —No lo
eres.

—No me conoces.

—Tal vez no. Pero sé que quiero hacerlo. —ella respiró de manera inestable. —
Esto es nuevo para ti. Es nuevo para mí, también.

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El Club de las Excomulgadas
Sus labios rozaron su hombro, él se puso rígido con su espalda tan recta como un
soldado en posición de firmes. Poco a poco, ella quitó su mano de su hombro.

—Yo no amaba a Alicia.

Algo se estremeció en su interior, pero ella no dijo nada.

—No la amaba, pero seguí bajo su cadena, porque la había tenido y eso significaba
que era mía. Podía follarla, pero no la amaba. —apretó los dedos en las sienes. —
¿Te dije que encajaba en el ejército?

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—Sí.

—Sabía cómo hacerlo. Cómo seguir las órdenes. Cómo matar. Había vivido esa
mierda. Infiernos, era esa mierda. Tan feroz como cualquier animal por ahí. Pero,
cómo ser un hombre… cómo ser un verdadero hombre con mi esposa… de eso no
tenía ni una idea de mierda.

—No fue tu culpa que no la amaras —dijo Lissa. —El amor no funciona de esa
manera.

Se volvió y la miró. — ¿Eres una experta?

—No —dijo ella con las mejillas ruborizadas. —Los súcubos no amamos. No como
regla. Pero no creo que el amor sea algo que se encienda con un interruptor.

—Tal vez no, pero no la dejé ir, ¿verdad? No le dije que fuera a buscar a alguien
que encendiera el interruptor de la forma correcta.

—Ella era tu esposa.

—Sí —dijo él con voz áspera. —Y la mantuve, porque era mía, maldita sea. Y fue
asesinada porque era mía, cacé a su asesino y puse una bala a través de su cabeza.

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El Club de las Excomulgadas
—Justicia —dijo ella repitiendo lo que le había dicho antes.

—Tonterías. No lo enfrié porque él había matado a una chica inocente. Puse una
bala en su cerebro, porque había tomado lo que era mío.

Ella se lamió los labios, queriendo sostenerlo y hacer que todo el dolor
desapareciera, pero sabía que era mejor no tocarlo en ese momento.

—No la amaba, pero todo lo que hice fue robarle la posibilidad de que alguien la
amara. Y ni siquiera me importó un carajo.

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Él se volvió y la miró duro. —Eso es lo que soy.

—Lo haces, sin embargo —dijo ella después de un momento. —Te importa. Me lo
dice tu voz.

Él se quedó en silencio.

—Y lo he visto, también. Estás hecho trizas en el interior, Rand. Tu alma está


hecha jirones, pero no eres el monstruo que crees que eres. He visto a verdaderos
monstruos… he sido de su propiedad… y eso no eres tú.

Él no dijo una palabra.

—Rand—lo presionó — ¿Qué quieres que haga?

—Quédate —dijo simplemente. —Quédate conmigo.

301
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 30

—Son dos veces ahora. ¿Estás seguro de que el voltaje no lo matará?

—No hay mucho que mate a éste, y sólo le dimos lo suficiente como para
derribarlo. No te preocupes. Está bien.

—Bien. Mantenlo con vida. No quiero tener enviar a otro equipo a atrapar más
vampiros.

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Las palabras se deslizaron sobre Serge, las voces subían y bajaban como olas de un
océano. Pensó que las reconocía como pertenecientes a Meer y al médico, pero no
estaba seguro. Quería abrir los ojos, pero no podía hacer eso tampoco. Todo lo que
podía hacer era recostarse allí, y flotar.

Sintió una punzada en su brazo, y se dio cuenta que le clavaban una aguja en la
vena.

— ¿Hasta cuándo?

—Quince minutos en el centrifugador. Otros veinte después de eso. No mucho.

— ¿Ella está preparada?

—Todo está listo. Irá más rápido si sales de mi laboratorio y me permites hacer mi
trabajo.

— ¿Qué pasa con Boyd?

Un suspiro. —Le hice una autopsia. Estoy a la espera de los resultados de algunas
pruebas, pero hasta ahora tengo que decir que es muy interesante.

302
El Club de las Excomulgadas
—No me digas.

—Es él, pero no lo es. Cambió por supuesto, y sin embargo, a nivel celular, sigue
siendo Boyd.

—Eso no tiene ningún sentido.

—No, no lo tiene. ¿Sabes algo más sobre lo que pasó anoche?

—Algo. Durante la operación perdimos la conexión de Boyd y las cámaras de

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


combate de Seacrest, y la señal que recibimos de Hertz no mostró absolutamente
nada. Pero después de recuperar sus cuerpos, entramos y analizamos las imágenes
digitales. Espera. Lo tengo en el sistema. Es más fácil mostrártelo.

Serge trató de abrir los ojos... era importante que lo viera, que despertara, pero no
ocurriría. Era una roca. Una roca despierta. Y no iría a ninguna parte o haría nada.

Un poco de ruido de apretar botones y luego, —Este es el disparo inicial. Antes de


que entraran. Hay un objetivo, y está hablando con esa mujer.

— ¿Quién es el tercero? Ese, a un lado.

—No he hecho una identificación todavía. Pero espera, déjame cambiar la entrada
y podrás ver lo que es realmente interesante.

Más teclas apretadas y haciendo clic, y luego: —Mira, ahí mismo. Tenemos el
movimiento de giro de Seacrest, y luego, cuando mira hacia abajo por apenas un
segundo puedes verlo… Espera, haré una pausa en la pantalla.

—Ella lo toca. La chica agarra la mano de Boyd.

—Y mira su reacción fotograma a fotograma ahora… es instantáneo.

303
El Club de las Excomulgadas
—Ha cambiado. —el asombro llenaba su voz. —Es asombroso. Y míralo…
esencialmente no está afectado.

—Yo no diría que no esté afectado.

—Por el cambio. No hubo período de transición. Su cuerpo simplemente se adaptó.


Me pregunto... —su voz se calló, y luego subió de nuevo, con sus palabras
hambrientas. —La chica. ¿Quién es?

—Una investigadora privada. Rand la contrató.

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—Voy a reformular. ¿Qué es?

—Técnicamente, es humana. Pero incursiona en la magia. Las familias se hacen


llamar brujas.

—Tráela.

—Pensé que encontrarías eso interesante. ¿Todavía quieres a Rand?

—Por supuesto. Puedo manipular sus genes. La magia es imprevisible, y


definitivamente no es mi especialidad. Pero los tendremos a los dos. Si un método
no funciona, tendremos al otro como respaldo.

Una pausa, después, —Está bien. ¿Qué hay con este? Sus dedos se están doblando.
¿Está despertando?

Otro golpe en su brazo.

—Ahora ya no.

Se habían ido cuando se despertó, con el mundo entrando en un enfoque brumoso.

304
El Club de las Excomulgadas
Estaba en un laboratorio ahora, atado a una mesa que se inclinaba en un ángulo tan
agudo que estaría de pie si no fuera por los amarres. Su piel estaba en carne viva
por haber sido apuñalado, y cuando miró sus brazos, vio que pequeños cuadrados
de carne habían sido cortados cuidadosamente.

Examinó las heridas sin pasión. No era el momento de sentir cólera, ira o rabia
negra y dura.

Ahora era el momento para el cálculo frío.

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Miró a su alrededor, consiguiendo orientarse, y vio que no estaba solo.

La chica yacía desnuda sobre una mesa, con el constante aumento y caída de su
pecho como la única indicación de que estaba viva.

Había otros en otras mesas también, y no habían tenido tanta suerte. Dos hombres.
Una mujer. Todos muertos.

Él recargó la cabeza hacia atrás en la mesa, con sus fosas nasales dilatándose
tratando de captar un olor. Humanos. Y sin embargo, de alguna manera no.

Otro olor le llamó la atención. Vampiro.

Y muerte.

Frunció el ceño y volvió la cabeza bruscamente hacia la izquierda, en busca de la


fuente.

La encontró.

La figura de un vampiro en posición prono, decapitado y tirado en plástico en el


suelo. La cabeza no estaba por ningún lado.

305
El Club de las Excomulgadas
Los vampiros morían de dos formas –con una estaca en el corazón, que los
convertía en cenizas, y por decapitación, lo que dejaba el cuerpo intacto.

Serge podía ver porqué habían querido su cuerpo… docenas de sondas y agujas
estaban enterradas en la carne, cada una conectada a cables o tubos que se
entrecruzaban en el suelo, lejos del cuerpo con los extremos opuestos conectados a
algún tipo de máquina.

¿Qué carajo?

Estaba en una especie de laboratorio del Dr. Frankenstein, y tenía la sensación de

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que su destino no estaba muy lejos del vampiro en el suelo.

Mierda.

En lo profundo de él, el demonio se desplegó, luchando por liberarse, pero Serge lo


empujó atrás. Necesitaba su conciencia. Necesitaba averiguar dónde estaba y por
qué. Por no hablar de lo que podía hacer para salir de allí.

Pasos resonaron en la sala, cada vez más fuertes a medida que se acercaban a la
puerta.

Serge se puso tenso, pero se obligó a permanecer inmóvil. Calma. No era como si
fuera a arrancar cabezas, sin importar lo mucho que pudiera desearlo. Los amarres
de hematita se hacían cargo de eso.

La puerta se abrió, Grayson y Meer entraron, seguidos por el médico y otro hombre
en traje de faena.

El de uniforme se acercó a él, con sus acciones tranquilas y profesionales. Su olor,


sin embargo, contaba una historia diferente.

—Rasgaré tu corazón y te lo meteré por el trasero— susurró Serge mientras el tipo


revisaba sus ataduras. —Recuerda eso.

306
El Club de las Excomulgadas
El chico no dijo nada, pero sus ojos ya eran bulbos que parecían hacer un poco de
pop, y el olor del miedo en el aire era grueso.

No era una gran victoria, pero en ese momento, Serge tomaría lo que pudiera
conseguir.

—Bukowski —Meer lo llamó, —Si ése está bien, ven aquí y ayuda al Dr. Kessler.

—Está consciente —dijo el hombre en traje de faena. — ¿Qué nos importa?

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—Veámoslo. —Meer esbozó una sonrisa, con sus ojos sobre Serge. —Dejémosle
dar testimonio de nuestros logros. Después de todo, está jugando una gran parte.

Serge gruñó bajo. No sabía una mierda de lo que Meer estaba hablando, pero un
gruñido parecía una respuesta perfectamente adecuada.

El médico -Kessler- sostuvo un tubo de ensayo bajo un grifo de vidrio mientras


gruesas gotas de líquido caían en el tubo, llenándolo poco a poco. —Consigue el
cuello de ella —dijo Kessler. —Estamos casi listos.

Serge todavía no tenía claro lo que esos hombres estaban haciendo, pero entendía
lo básico. Que estaban experimentando. Experimentos genéticos en vampiros si
habían decapitado a su amigo…y los cuadros de carne que faltaban en su propio
cuerpo, eran indicativos. Con qué fin, sin embargo, no lo sabía.

Pero sí sabía ahora a ciencia cierta dónde Meer había conseguido a las víctimas en
las cuales había probado sus productos: los túneles del tren. El dominio privado de
Serge había sido el almacén de esos hijos de puta.

—Está encendido. —Bukowski se retiró de la chica, que ahora tenía un collar de


metal negro apretado alrededor del cuello.

307
El Club de las Excomulgadas
—Lo de siempre —dijo Meer mientras Bukowski se apartaba, con un mando a
distancia en su mano. —Si viene a cualquiera de nosotros, le fríes el trasero.

—Eso no será problema, señor.

Kessler se acercó a la chica, llenando una jeringa con el contenido del tubo de
ensayo mientras se movía. —Este nuevo grupo es potente. No debe tomar mucho
tiempo para que ella se despierte. —asintió a la correa que sujetaba a la chica. —
Suéltala.

Mientras Bukowski se movía para hacer eso, Kessler inyectaba algo en la

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muchacha, entonces todos dieron un paso atrás, haciendo un perímetro alrededor
de su cama. Bukowski sostenía el control remoto delante de él como un arma.

Al principio nada pasó. Después la chica empezó a gemir. Sus músculos se


contraían como si fuera por su propia voluntad, con sus movimientos cada vez más
y más grandes y sus gritos junto con ellos. Finalmente, con una gran ráfaga de
fuerza, se sentó, con los ojos inyectados de sangre y salvajes, con manos
temblorosas, y sus dientes castañeteando.

Él tuvo un vistazo a sus dientes. Tenía colmillos.

Ella se sentó allí, encorvada, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo,
incluso cuando alzó la vista hacia ellos. Gruñó, respirando con dificultad, y Serge
pudo ver el hambre en su rostro. Hambre y nada más. Sin ninguna razón. Sin ser
un demonio. Y sin el menor atisbo de humanidad restante.

Ella se lanzó, dando un salto ciego desde la mesa hasta Meer. Él cayó de espaldas,
con la boca de ella en su garganta, y la habitación se sumió en el caos, los hombres
corrían detrás de ella, gritándole que se detuviera, y Bukowski colgaba hacia atrás,
con sus manos torpes en el mando a distancia.

La chica gritó, agarrando su cuello y su cuerpo vibró con el choque que el collar
envió a través de ella.

308
El Club de las Excomulgadas
— ¡Los amarres! —gritó Kessler. —Rápido. No se mantendrá por mucho tiempo.

Apenas se los pusieron cuando ella se despertó y comenzó a resistirse.

Serge la veía con morbo, no sólo por el espectáculo, sino debido al olor que había
captado cuando ella se había lanzado hacia Meer. De él mismo.

Echó un vistazo a las marcas de agujas y pedazos de carne que le faltaban con
nueva comprensión.

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Él los mataría. De una forma u otra, dejaría hasta al último de ellos muerto.

—Manténgala quieta —dijo Kessler, mientras Meer y Bukowski cada uno la


agarraban de un brazo. El médico se movilizó para extraer su sangre. Puso una
gota en la centrífuga, y luego lo desaceleró y líneas de números aparecieron en un
monitor.

— ¿Y bien? —Meer le preguntó.

Kessler se sentó en un taburete y empezó a teclear. Las imágenes en el monitor


cambiaron, pasando a través de diversos programas y protocolos. —Como pensaba.
Hay un progreso. —se empujó hacia atrás, con su taburete rodando. —Pero no lo
suficiente.

— ¿En pocas palabras?

—Hemos controlado la sensibilidad a la luz. Ella podría ser una conejita de playa
en Cancún sin lastimarse.

— ¿Eso es algo grande? —Bukowski le preguntó. —Los vampiros jóvenes pueden


salir a la luz. Ese no es un problema para ellos.

—En realidad lo es —dijo Kessler. —Son sensibles a la luz desde el momento del

309
El Club de las Excomulgadas
cambio, pero al principio no a un nivel que les moleste demasiado. La mayoría ni
siquiera lo nota hasta que aumenta la sensibilidad. Nuestra joven aquí no es
sensible a nada, ya sea como vampiro o humano. En otras palabras, no sólo no se
volverá ceniza en el sol, tampoco tendrá que usar Coppertone. No quemarán a ésta.
O a su nueva generación de soldados —dijo mirando significativamente a Meer.

—Entonces, ¿Realmente estamos tan lejos? —la emoción en la voz de Meer fue
inconfundible.

Y no me sorprende, pensó Serge, viendo el final del juego claramente ahora por
primera vez. Una nueva raza de cazadores hechos por ingenieros genéticos

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humanos que tendrían todos los beneficios del vampirismo sin ninguno de los
inconvenientes.

No era un mal trato, en realidad. Tal vez si él jugaba bien, lo podrían arreglar
también.

Era una pena que fuera a cortarles sin sentirlo sus cuellos. Probablemente no
considerarían jugar bien a eso.

— ¿Qué pasa con la transformación? La capacidad de un vampiro para


transformarse en niebla puede ser uno de nuestros mayores activos. Las
aplicaciones potenciales de las maniobras tácticas son ilimitadas.

—Tendríamos que quitar la hematita de probarlo, por no hablar de conseguir su


cooperación… pero a un nivel celular parece que por fin hemos cruzado esa barrera
también.

Meer asintió lentamente. —Es una excelente noticia.

Kessler se aclaró la garganta. —Sí, bien, estamos cerca, pero como te dije antes,
estar cerca no es lo suficientemente bueno.

—No —dijo Meer. —No lo es.

310
El Club de las Excomulgadas
Kessler se acarició el mentón, pensativo mientras se movía alrededor de la chica. —
Ella no tiene demonio —dijo obviamente pensando en voz alta. —Una de las
ventajas para tus soldados, ya que el demonio no se puede controlar. Pero tampoco
tiene mente.

—Así que ella es sólo una máquina de matar —dijo Bukowski. —No un soldado.

—En una palabra, sí.

—No lo entiendo—dijo Bukowski. —Los vampiros de fuera mantienen sus

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mentes. ¿Por qué ella tiene un hueco ahí?

Kessler se pasó los dedos por el pelo, haciendo que los extremos se erizaran, lo que
le daba un aspecto aún más agobiado de lo que sin duda se sentía. Por un
momento, Serge casi sintió pena por él. Entonces, el momento pasó, y todo en lo
que pudo pensar era en sus dientes hundiéndose en su gordo y maldito cuello.

—La transformación a nivel celular es horrible. Los vampiros sobreviven, a falta de


una palabra mejor, porque lo sufren cuando están muertos. Nuestra chica aquí se
transformará, mientras esté viva, y sus células no puedan manejar la situación.

—No creo que matarla resuelva nuestro problema —dijo Meer.

—No. Tenemos que controlar la transición. Pensé que la elaboración de material


genético de un hombre lobo resolvería el problema, teniendo en cuenta que su
naturaleza es de variación mensual, pero como sabes, la teoría no se ha confirmado
—Miró a Meer. —Necesito el señor Rand.

—En caso de haberlo olvidado, nuestros esfuerzos para conseguir al hijo de puta
nos costaron a Boyd y al equipo.

—Inténtalo de nuevo —dijo Kessler.

311
El Club de las Excomulgadas
—Tengo la intención.

— ¿Qué es tan especial acerca de Rand, de todos modos? —Bukowski le preguntó.

Kessler frunció el ceño, claramente sacado del tema, pero Serge estuvo contento de
ver que continuó. En ese punto, estaba muy, muy interesado también. —Es un ex
soldado convertido en hombre lobo. Eso es bastante raro. No muchos de los
antiguos militares de EE.UU. en las filas son weren.
—Dime algo que yo no sepa —dijo Bukowski.

—Su transición inicial fue casi instantánea —dijo Kessler. — ¿Sabías eso?

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Bukowski frunció el ceño, lo que sugería que no. — ¿Cómo supiste eso? No estaría
en su registro de servicio.

—No —dijo Kessler, —pero una vez de que me enteré de que Gunnolf lo envió
aquí, hice algunas investigaciones. Ese particular ese trozo me pareció interesante.

— ¿Por qué?

—Para la mayoría de los weren, la transición inicial después de que el virus entra al
torrente sanguíneo es muy dolorosa —dijo Kessler. —Algunos informes lo
describen como fuego en el cerebro. Otros como el vacío del cuerpo con un cuchillo
al rojo vivo. Y el dolor dura un mes completo, hasta la siguiente luna llena, cuando
su cuerpo realmente asume el cambio en lugar de simplemente desearlo.

— ¿Y estás diciendo que Rand no sufrió de esa manera? ¿Por qué?

—Esa es la pregunta de los sesenta y cuatro mil dólares, ¿no es así? Y creo que la
respuesta está en sus genes. Rand es un portador de células falciformes.

— ¿Y qué?

—La ventaja del heterocigoto trabajó a su favor.

312
El Club de las Excomulgadas
— ¿Eh?

—Sus células son resistentes a la malaria —aclaró Meer.

Bukowski resopló. —Estoy seguro de que será útil cuando se viaja a la selva de
Pasadena.

—Creo que fue su condición de portador lo que trabajó a su favor durante el


cambio —dijo Kessler. —Recordar, estamos combinando la biología humana y la
de las sombras aquí. Ahora que ha pasado por el cambio, si puedo sacar algo de su

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material genético, debo poder dar los mismos beneficios a nuestros sujetos.

—Porque ese es nuestro problema, ¿verdad? —Bukowski dijo. —Me gusta esta
chica. Su cuerpo no puede soportar la transformación.

—Exactamente. Nuestros sujetos se han transformado —dijo Kessler. —Pero la


transformación está destruyendo todo en lo que estamos trabajando… y luego
cuando se alimentan se vuelven aún más inestables…—se encogió de hombros. —
Bien, no querrás que tus soldados se disuelvan en cenizas.

—Así que lo intentaremos de nuevo.

—Nunca debiste haberlo intentado capturar tan cerca de la luna llena —dijo
Kessler.

—Esperaba que la desorientación asociada con la transformación trabajara en


nuestra ventaja —dijo Meer.

—Será más fácil capturarlo como hombre.

— ¿Qué hombre lobo es un hombre de verdad? —Meer le preguntó. —Tienen que


cambiar durante la Luna llena, pero pueden cambiar a maldito hombre lobo

313
El Club de las Excomulgadas
cuando lo desean. El equipo debe ser sobrecargado con tecnología.

—Cubre tus bases lo que quieras —dijo Kessler, —pero Rand no cambiará sin la
luna.

Meer lo miró con interés. — ¿Es eso cierto?

—Puede tener algo que ver con su composición genética. En cualquier caso, el
señor Rand será un sujeto muy interesante de tener en mi mesa. Me gustaría tenerlo
aquí pronto.

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Meer le lanzó una mirada a Bukowski. —Informémosle al equipo hoy. —volvió su
atención a Kessler. — ¿Y la chica?

— ¿Ella? —Kessler señaló con la cabeza de la chica atada.

—No, la bruja.

—La traerás para mí también, ¿verdad?

—La conseguiremos —dijo Bukowski. —Está constantemente con un hombre, su


hermano, pero nuestra vigilancia inicial sugiere que él actúa como guardaespaldas.
Estamos barajando escenarios, y debería tenerla para ti pronto.

—Muy bien. Recuérdale al equipo que no la toquen —dijo Meer. —Hemos visto lo
que sucede. —hizo un gesto entre Kessler y la chica, todavía boca abajo en el suelo.
—Deja que se vaya.

Un músculo tembló en la mejilla de Kessler. —Meer…

Meer levantó una mano. —Le prometí a Santiago que liberaríamos a los fracasos.
Cuando doy mi palabra, la mantengo. —cambió su atención a Bukowski. —
Transpórtala al punto donde la liberarás —dijo —Y luego deja ir a la perra.

314
El Club de las Excomulgadas
—Maldita sea, Meer. Estamos jugando con fuego para satisfacer el capricho de un
hombre lobo que ni siquiera necesitamos más.

—Es muy ingrato, doctor. Estoy avergonzado de ti. Sin Santiago, nunca
hubiéramos concebido las posibilidades, y ahora estamos a punto de crear toda una
nueva raza.

—No lo necesitamos —dijo Kessler con voz tensa.

—Lo hacemos. Santiago todavía tiene sus usos —dijo Mee. —Y sus exigencias no

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son irrazonables. Ella se alimentará, se convertirá en ceniza. Nuestro problema de
la eliminación se ha resuelto, mi promesa se mantiene —Meer dirigió una leve
sonrisa a Kessler. —Y ni una maldita cosa llevará a alguien de nuevo a nosotros.

315
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 31

Ella era hermosa, pensó Rand mirando a la mujer que yacía debajo de él en el sofá,
suave, cálida y lista para él. Se inclinó, con la necesidad abrumadora de tocarla,
con su deseo en la mirada, y recorrió sus labios hacia abajo a los pechos, a su
ombligo, y luego más abajo todavía, por lo que ella arqueó el cuerpo hacia arriba
para encontrarse con su contacto. Con suaves besos, jugó con su carne, dejando que
la maravilla de ella condujera la tormenta de su cabeza. Él respiró profundamente,
con su olor excitándolo aún más, con sus olores mezclados, mientras entrelazaban
sus cuerpos.

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Exploró sus curvas con los dedos, sus labios y lengua, recordando todos los
centímetros íntimos de ella, pero terminando regresando al premio, tomando con
su boca su sexo, con su lengua y labios saboreándola y explorándola. Tomó su
trasero en sus manos, y la levantó suavemente, sintiendo su cuerpo responderle,
sabiendo que pronto se fundiría en sus manos.

Derrítete para mí, Lissa. Córrete para mí.

Cada vez más, la urgió. Tocándola y chupándola, hasta que su cuerpo comenzó a
temblar. Primero, sólo como un pequeño escalofrío. Luego ella se quejó, suave y
necesitada, por él. Sus caderas rodaron, ya no estando controlada, sino para que él
jugara con ellas, y todo lo que ella pudiera hacer fuera montarlo.

Mantuvo la boca en ella, viajando con ella, hasta que el movimiento se detuvo y
ella se recostó, suave y llena de su contacto. Luego se relajó junto a ella, suspirando
mientras ella se acurrucaba a su lado, con su barbilla encontrando un punto débil
en su cuello, donde encajó perfectamente.

Era muy bonito. Más que agradable. Malditamente perfecto.


—Podría quedarme aquí todo el día —murmuró ella cuando estaba a punto de
quedarse dormido.

316
El Club de las Excomulgadas
¿Quedarse? Él esperó que excusas automáticas se formaran en su cabeza, esperaba
que su pánico aumentara. Pero no pasó nada.

Quedarse, pensó él.

Y entonces se acordó del monstruo y de la caja desaparecida de ceniza y de Petra


con su maldito toque extraño.

De mala gana, se sentó, se estiró. —Tengo cosas que hacer que no se pueden
postergar. Quédate aquí. Espérame.

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Ella siguió su ejemplo y se levantó también. —Te hartaré.

—No —dijo él apretándole la mano en su muslo. —Si puedes, quédate. Tengo que
ir a ver a alguien, pero no me tomará mucho tiempo.

— ¿Trabajo?

Él sonrió. —No soy de salir con un rifle de francotirador, si eso es lo que estás
preguntando.

Ella levantó una ceja. —Entonces no tendré que recordarte que debes ser un
pequeño buen soldado.

Se rió, dándose cuenta de que era la primera vez que recordaba haberse reído sobre
lo que hacía. —En realidad, veré a un PI23.

— ¿Por qué? Lo siento. No es asunto mío.

—No es gran cosa.

—Está bien. Entonces tengo curiosidad.

23
PI: investigador privado

317
El Club de las Excomulgadas
—Vine a Los Ángeles para averiguar sobre los asesinatos de humanos.

— ¿Y el PI? ¿Ha averiguado algo? —ella se levantó en ángulo con él,


concentrándose en ponerse el vestido en todo su delgado cuerpo en lugar de
mirarlo.

—Ella —corrigió Rand. —Y esa es una buena pregunta. Me dio una especie de
cenizas ayer que quería que probara y analizara esta mañana. —a pesar de su semi-
arreglo con la PEC, todavía quería hacer su propio análisis. Suponiendo que Petra
pudiera poner sus manos en más ceniza. —Pero ahora, al convertirme en lobo y

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todo, me las arreglé para perderlas.

Sus ojos se ensancharon. —Cenizas, Oh, diablos, se me olvidó la cosa que habías
perdido. Creo que podría tenerlo. —ella sacó su bolso encima de la mesa y buscó a
través de él, entonces le entregó la caja con las cenizas y una llave como tarjeta
plástica. —Eso es lo que me trajiste. ¿Ayuda?

Él la besó. Duro. —Mierda, sí. Esto es bueno. Está muy bien. —levantó la tarjeta-
llave. — ¿Tenía esto, también?

Ella asintió.

Era blanca, sin marcas que no fuera la banda magnética en la parte trasera y tenía
letras en el frente: Boyd.

Base... ¿Me oyes? Demonios. Boyd... está todo jodido.

Las palabras del moribundo colgaban de la memoria de Rand. Así que esa tarjeta
era de Boyd... y Boyd se había convertido en el monstruo.

Debió de habérsele caído al monstruo durante la pelea. Cerrando los ojos, trató de
recordar. No hubo suerte. Pero tal vez había información oculta en la banda
magnética. Era otra pista en cualquier caso, aunque no una que tuviera la

318
El Club de las Excomulgadas
intención de compartir inmediatamente con la PEC. Boyd y sus amigos habían
venido tras él… tras Rand. Lo más probable era que el ataque tuviera que ver con
los humanos muertos, pero hasta que lo confirmara, Boyd sería suyo y sólo suyo.

—Entonces, ¿qué hay en la caja? —Lissa le preguntó.

—Esa es la pregunta del momento —dijo Rand.

—Oh. Correcto. —ella se puso en sus zapatos. —Te dejaré ir a trabajar, entonces.
Quiero decir, probablemente debería ir a ver las listas de provisiones. Mi nuevo
ayudante de la oficina todavía duda un poco en el trabajo detallado.

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Alargó la mano hacia ella. — ¿Por qué no vienes conmigo? Tu asistente se las
arreglará.

Ladeó la cabeza. — ¿Contigo? —la idea era tentadora, y su personal era lo


suficientemente competente como para manejar las rutinas pre-apertura en
Orlando’s. Aún así... —Estarás de trabajando. ¿De verdad me quieres a tu
alrededor?

—Sí —dijo sin ninguna duda. —No es como si estuviera encubierto. Puede ser que
no sea público por qué estoy en la ciudad, pero no he hecho un secreto de ello,
tampoco. —hizo una pausa. —Quédate conmigo.

Sus palabras la hicieron sonreír incluso mientras el miedo por él crecía en su


intestino. —Ayer por la noche —dijo ella. —Estuviste en una pelea. ¿Fue sólo una
cosa de lobos? ¿O fuiste atacado por alguien que tiene miedo de que averigües qué
está pasando?

—Fui atacado.

Ella pasó sus dedos por el pelo. —Mierda. — Una sola palabra, y abarcaba tanto.
Su miedo por él. Su certeza de que Doyle querría que fuera con él, que le informara
de lo que estuviera pasando. Pero no era más su CI… ¿o sí? Nick le había dicho a

319
El Club de las Excomulgadas
Doyle que ella había terminado, pero Doyle no lo habría aceptado nunca, y si su
trasero aún estaba en la línea...

Se frotó las sienes, evitando un dolor de cabeza enorme, y de nuevo el maldito


deseo de un cigarrillo. Un hábito de otra vida que sólo probaba que no eran otras
vidas. Al final, todo era sólo Lissa.

Su mano se apretó contra su espalda. — ¿Estás bien?

—Lo siento. Sólo tengo hambre. — Le sonrió. —Me encantaría pasar la mañana
contigo.

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Por lo menos esa era una verdad absoluta. ¿Qué haría si averiguaba algo acerca de
los asesinatos de él...? Bueno, se preocuparía si Doyle la llamaba de nuevo.

Petra le dio la tarjeta-llave a Rand. —Sí, puedo tratar de conseguir algo de


información de esto, pero puedes hacerlo más rápido y más barato.

— ¿Puedo? —fingió inocencia.

Estaban en su brillante y reluciente oficina, y Rand estaba sentado en el


sofá floreado, junto a Lissa, que estaba observando a la chica con interés.

—Vamos, amigo —dijo Petra. —Pensé que estabas por encima de los juegos. Esos
chicos eran militares, probablemente de antes, y eso significa que sus nombres están
en algún sistema en alguna parte. Tú eres un ex militar también, y ahora eres el
mandamás de Gunnolf, y él no es lo suficientemente estúpido como para poder
cortar todos sus lazos, incluso si quisiera. Lo que significa que tiene algunos
contactos que siguen trabajando para el Tío Sam, y apuesto a que los utiliza para
este tipo exacto de mierda. Seguimiento de gente. —ella se relajó en su escritorio y
comenzó a balancear las piernas. — ¿Cómo lo estoy haciendo hasta ahora?

—No está mal. Creo que acabas de demostrarle a Lissa por qué te he contratado.

320
El Club de las Excomulgadas
—Es fuerte —dijo Lissa. —Y rápida.

—Lo es —estuvo de acuerdo. —Por supuesto que tiene sus bordes cortantes.

—Realmente no viniste por la tarjeta-llave, ¿verdad?

—No —admitió Rand. —Tengo eso cubierto. Quiero saber qué pasó con el hijo de
puta que te tocó.

—No es tu maldito asunto.

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—Si esa cosa todavía anda por ahí —respondió Rand, — es de mi incumbencia.

—Maldita sea, Rand, sólo déjalo.

— ¿Por qué?

Ella gimió, bajo y exasperado. —No puedo... si la gente sabe lo que soy...

La miró, cauteloso. — ¿Qué eres?

Se dio la vuelta. —No importa. El monstruo no anda todavía por ahí. —ella tomó
una respiración profunda y luego se movió de nuevo para enfrentarse a él. —Sabes
que no lo está. Lo oyes. Así que por favor, déjalo ir.

— ¿Cómo sabes que no está afuera?

—Mierda, Rand. ¿Un monstruo así? Todo el mundo se habría enterado. Toda la
ciudad estaría en alerta máxima. —se estremeció, y luego apretó los labios mientras
parpadeaba furiosamente. —Créeme, habría matado a una docena de personas
hasta ahora. No, joder, eso es demasiado bajo. Una docena querría decir a toda la
encantadora ciudad. Prueba con cien. Tal vez más. Y esa cifra sólo seguiría
creciendo. Comienzan débiles, ya sabes. Después, se hacen más fuertes.

321
El Club de las Excomulgadas
Él consideró sus palabras, pensando en lo que se necesitaría para que el monstruo
cayera.

— ¿Cuánto más fuerte?

Se encogió de hombros. —A un crecimiento exponencial. Si todavía estuviera vivo,


dudo que pudieras matarlo.

Lissa se inclinó. — ¿Estás diciendo que Rand lo mató mientras era débil?

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—Sí, está muerto —dijo rotundamente. —Kiril vio el cuerpo. No pudo llegar a él,
sin embargo. Los amigos de Boyd habían entrado a limpiar el desorden.

Rand se irguió. —Dime que los seguiste.

—Mierda, Rand, ¿crees que somos idiotas por aquí? Mi hermano puede no ser un
investigador privado, pero trabaja conmigo. Sí, los siguió. —miró hacia la puerta
que conducía al interior de sus oficinas. Y donde Rand estaba seguro, Kiril se había
levantado, dispuesto a acudir en ayuda de su hermana si Rand o Lissa sonaran
raros.

— ¿A dónde fueron? —preguntó, porque dondequiera que hubieran ido, era a


donde él iría entonces.

—A un maldito helipuerto.

—Mierda —dijo Rand. —Los perdiste.

—Lo siento.

—Vi al maldito hombre volverse un torbellino. ¿No pudo seguir al helicóptero?

322
El Club de las Excomulgadas
—No funciona de esa manera. Pero al menos tenemos nueva información. Ahora
sabemos que tienen dinero y otros recursos.

—Consigue el registro del helipuerto.

—Ya lo hice —dijo ella. —No muestra ninguna llegada o salida ayer por la noche.

—Están por debajo del radar —dijo Rand.

— ¿Sombras? —Lissa le preguntó.

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—Tal vez —dijo Rand —Pero olían a humanos.

—Yo soy humana —dijo Petra. —Bueno, más o menos.

Rand se levantó. Había logrado ahí todo lo que necesitaba. —No me dirás lo que le
pasó a ese hombre.

Ella miró al suelo. —No, realmente no lo haré.

Lissa se puso de pie, con sus dedos acariciando a Rand cuando se movió junto a él
hacia Petra.

— ¿Es una maldición?

Petra se sacudió la barbilla, sus ojos eran desafiantes y asustados. — ¿Por qué dices
eso?

—Yo…— Lissa se cortó, frunciendo el ceño. —Lo siento, no sé por qué. Algo en
mi memoria, en mi pasado, pero no puedo llegar a ello.

323
El Club de las Excomulgadas
— ¿Sabes acerca de las maldiciones? ¿Acerca de este tipo de maldición?— Petra se
inclinó, con expresión animada.

—Cuando tocas a alguien —dijo Lissa. —O cuando te tocan. Es entonces cuando


pasa.

—Sí —dijo Petra, emocionada. —Sí, eso es. ¿Qué sabes?

Lissa cerró los ojos con concentración, luego los abrió y la miró a Rand sin poder
hacer nada. —Lo siento, no puedo recordar, pero…

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— ¿Vas a seguir intentándolo?

No hubo piedad en la sonrisa de Lissa, y asintió. —Por supuesto. Por supuesto, lo


haré.

Petra respiró. —Gracias. —después de un segundo, se sacudió y volvió su atención


a Rand. —Entonces, tienes la tarjeta para manipular. ¿Qué quieres que haga?

—Doyle —dijo él.

— ¿Qué pasa con él?

—Hice un trato con él, con la División, en realidad estamos compartiendo


información. Ahora.

Las cejas de Petra se levantaron, y junto a él, los ojos de Lissa se ampliaron. No era
de extrañar. Rand sabía muy bien que no era el tipo que jugaba bien con los demás.
Obviamente, lo estaba demostrando.

—Tengo que admitir que no esperaba eso —dijo Petra.

Lissa se lamió los labios. — ¿Y confías en ellos? ¿Para qué compartan las evidencias
contigo?

324
El Club de las Excomulgadas
Él sonrió. —Te concentras en mi problema —dijo cambiando su atención de nuevo
a Petra. —No creo que ellos lo hagan. No del todo.

— ¿Por qué no? —Lissa le preguntó.

—Porque yo no lo haría.

—Quieres que los vigile —dijo Petra.

—Especialmente a Doyle. Es un punto de la investigación. Lo que sepa, quiero

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saberlo.

—Me pondré a ello.

—Bien.

Lissa metió la mano en la suya, y sus dedos se entrelazaron en torno a ella. Unidos
entre sí.

Él no se apartó. No pensó en alejarse.

Petra los miró, con sus ojos en los dedos entrelazados, con su expresión
dolorosamente triste hasta que la debilidad se detuvo y los miró a los ojos, toda
negocios. —Tendré un informe por la mañana. Ya sabes la salida.

Los dejó de pie mientras cruzaba la habitación hacia la puerta principal de la sala y
a su oficina privada. Se deslizó en el interior, cerró la puerta y se apoyó en ella.
Luego apretó los puños y apretó los ojos con fuerza.

—Petra —dijo Kiril, con su voz llena de comprensión.

—No. —ella contuvo el aliento, y luego lo dejó escapar lentamente. —Agarraré mi

325
El Club de las Excomulgadas
bolso, y luego iremos a buscar a Doyle.

En el momento en que ella y Kiril dejaron su oficina-casa, Rand y Lissa ya no


estaban a la vista.

Caminaron por el bloque en el silencio, y luego dieron la vuelta a la esquina en


piloto automático, con la mente de Petra pasando por algún lugar a cerca de un
millón de kilómetros por hora, mientras mentalmente ordenaba sus contactos,
pensando en quienes podría llamar a la PEC, que estarían dispuestos a hacerle un
favor y darle la ubicación actual de Doyle. Barnaby la sabría, pero tal vez ¿tendría
algún amigo en despacho?

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Valía la pena intentarlo, y no fue hasta que estaba buscando en su bolso por su
móvil que se dio cuenta de que Kiril ya no estaba a su lado. Se dio la vuelta
bruscamente y atrapó el último segundo de su caída, cuando su gran cuerpo se
desplomó al suelo, con un enorme dardo sobresaliendo de su garganta.

Ella no gritó, no había tiempo para eso.

Todo lo que podía hacer era correr.

Excepto que no sabía a dónde ir.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 32

El día iba por la vía rápida, demasiado rápida, teniendo en cuenta que Rand tenía
un montón de trabajo que hacer. Pero no lo suficientemente rápida, teniendo en
cuenta que vería a Lissa más tarde.

Después de visitar a Petra, Lissa había sido llamada del trabajo y había descubierto
que su nueva chica realmente necesitaba ayuda con el inventario. Rand se había
desviado a Orlando’s, y su mejilla todavía se estremecía por el beso que le había
dado antes de bajar del coche.

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— ¿Quieres venir esta noche? —le había preguntado. —Puedo prometerte un
asiento en la mesa de la propietaria.

Había vacilado un instante, pero ella lo había visto, y había dado un firme
movimiento de cabeza. —No. No pienses en ello. No te lo preguntes dos veces.
Solo ven.

Sí, la volvería a ver esta noche. Sin lugar a dudas.

Pero primero, tenía que hacer algunos avances serios.

Había llamado a Bixby, queriendo al gatito experto en tecnología, y ahora el


nervudo weren-gato estaba con las piernas cruzadas en el suelo, con tres
ordenadores portátiles formando un círculo alrededor de él, con los periféricos que
él le había llevado conectados a las máquinas, extendidas como una tela de araña.

Bixby diría que era preciso; estaba cazando, después de todo.

Mientras intentaba introducirse en la información contenida en la tarjeta con la


banda magnética, Rand trabajaba el ángulo de Boyd. Petra había estado en lo
correcto acerca de que mantenía sus conexiones, pero para esto no los había usado.
Él había guardado las contraseñas, también, y se aseguraría de que sus fuentes se
actualizaran regularmente con información.

327
El Club de las Excomulgadas
Ahora estaba hurgando en los archivos de la nómina, en busca de alguien llamado
Boyd que tuviera una pensión militar en la zona. Era sólo una conjetura, pero en su
experiencia, la mayoría de los soldados rasos de Black Ops terminaban su tiempo
en el ejército legítimamente, aprendiendo sobre juguetes, viendo el mundo, y
creando sus conexiones. Se retiraban cuando habían cumplido sus obligatorios
veinte años, acudiendo al sector privado, y viendo el rollo del dinero rodar. Con un
poco de suerte, Boyd entraría en ese molde.

Era una tarea lenta, pero se encontró con media docena de Boyds en la cuenca de
Los Ángeles. Eso sólo le conseguía la mitad de su objetivo. Una hora de búsqueda

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lo llevó a Boyd Arnold, un empleado con Meer Consulting, una empresa propiedad
de Grayson Meer. Rand siguió el hilo, y se enteró de que Meer era un ex líder del
equipo Delta, y pensó que había cruzado la línea de la posibilidad muy remota a
tener una sólida ventaja. Todavía no tenía respuestas, pero con un poco de suerte,
cerraría la fila en los hijos de puta quiénes lo habían sorprendido.

Tomó el teléfono y marcó el número que aparecía en la Franquicia de declaraciones


de impuestos de la Junta de Meer Consulting. Le contestó el correo de voz, una
mujer joven le pidió que por favor dejara un mensaje y alguien del personal
devolvería su llamada tan pronto como fuera posible.
Miró el reloj. Ya eran después de las cinco, por lo que no era raro que no recibiera
contestación.

Pero no quería esperar hasta mañana para encontrar a Boyd o a la Consultoría


Meer.

Eso sólo lo dejaba con una cosa que hacer.

Era hora de conducir un poco.

El viaje de Rand a Montclair y a las oficinas de Consultoría Meer lograría dos


cosas. En primer lugar, le diría que La Consultoría Meer no era más que una
cáscara de maldito papel, como lo demostraba el hecho de que su oficina se suponía

328
El Club de las Excomulgadas
que se encontraba dentro de una empresa privada de un buzón de correo. En
segundo lugar, demostraría que los amigos de Boyd todavía estaban interesados en
Rand… eso lo sabía no por el buzón de correo, sino por el sedán que le había
seguido todo el camino desde Van Nuys.

Incluso estaba considerando presionar fuertemente los frenos, sorprendiendo al


Toyota plata Camry, y ofreciéndole intercambiar números de teléfono. De esa
manera Rand sólo podía llamarlos si en realidad empezaba a avanzar seriamente
hacia los chicos malos, y no perdería tiempo valioso en vigilancia inútil.

Al final, decidió que no era tan magnánimo. Era más entretenido tener un poco de

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diversión con ellos, y tan pronto como llegó a West Covina, aceleró hasta noventa,
cortando más de tres carriles de tráfico, y saliendo de la autopista. Mantuvo sus
ojos en el retrovisor y vio a la Camry chocar lateralmente con un depósito color
naranja, salpicando agua por todas partes mientras el coche coleaba, con el chofer
intentando hacerse cargo del control al dar una dura vuelta a la derecha rumbo a la
rampa de salida.

Llegaron a las calles de la periferia, y Rand casi aplaudió. Sucio, pero lo habían
logrado.

Vería cómo les iba con algunos obstáculos más.

Tan pronto como el semáforo cambió a verde, corrió por el camino, girando a todas
las luces, al norte hacia la carretera de peaje. Su perseguidor estaba pegado como
una lapa, con todo el esfuerzo de la indiferencia abandonado tras el fiasco en la
rampa de salida. Sólo para asegurarse de que estuvieran en sus dedos del pie, Rand
dio un duro cambio de sentido en medio del tráfico, dirigiéndose en sentido
contrario, y saludando cortésmente la cara de sorpresa del conductor del Camry,
que ya estaba golpeando el freno y girando para seguirlo.

La persecución se mantuvo hasta West Covina, pero cuando llegó al borde de la


ciudad estaba aburrido con el juego. Frenó hasta el límite de velocidad, después
pisó el freno y se volvió. A su alrededor, los coches se desviaron hacia otros

329
El Club de las Excomulgadas
carriles, tratando de no chocar contra sus vecinos. Rand no estaba preocupado por
ellos, sin embargo. Todo lo que quería era tener en sus manos al hijo de puta que lo
seguía, pisó el acelerador y se dirigió hacia el Camry.

Le pegó de frente, con su Range Rover apenas sintiendo algo. Salió del coche y se
dirigió hacia el Camry ahora lleno de vapor y con el pequeño hombre con ojos de
insecto en el asiento delantero.

—Siéntate derecho, pequeño amigo —dijo. —No hay ningún lugar a dónde puedas
ir.

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En eso, sin embargo, Rand estaba equivocado. Su presa empujó la puerta
abriéndose y se echó a la calle, sacó una pistola y disparó tres veces directamente a
Rand.

Rand se tiró al pavimento. Las balas de plata lo matarían, y las balas normales no.
De cualquier manera, las evitó.

Estuvo agachado por sólo unos segundos, pero fue suficiente. Su presa abrió
bruscamente la puerta de un coche cercano, puso la pistola en la cara del
conductor, y sacó a la desventurada mujer fuera del vehículo. Luego salió a toda
velocidad, con Rand escupiendo y maldiciendo a sus espaldas.

Todavía estaba maldiciendo a su regreso al Goat. Y el hecho de que hubiera


recibido un buen vistazo de la cara del conductor no disminuía su pequeña molestia
y su total falta de humor. Abrió la puerta del coche, y luego la cerró de golpe una
vez que estuvo en el pavimento. Golpeó la palma de la mano contra la puerta con
tanta fuerza que dejó un hueco.
Maldita sea. ¡Maldita sea!

Se puso de pie, respirando profundamente, tratando de conseguir manejar su ira y


frustración, y mientras lo hacía, su teléfono sonó, y la frustración se evaporó
cuando vio el nombre de Lissa en la pantalla.

330
El Club de las Excomulgadas
—Hey —dijo ella con voz suave. —Te extraño.

Querido Dios, la echaba de menos, también.

— ¿Cómo va la chica nueva? ¿Haciendo el inventario?

—Nos llevó dos horas, pero funcionó. Espera, ¿de acuerdo?— Hubo un sonido,
después su voz bajó como si hubiera puesto su mano sobre la boquilla. — ¿No
puedes ver que estoy en el teléfono? No, mañana no me sirve. Bueno, no lo sé.
Redistribuye la energía a los niveles superiores. Algo. Pero necesito electricidad

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para hacer funcionar este negocio. —volvió a la línea, con la frustración en su voz.
—Lo siento. Ha sido uno de esos días. No quería molestarte, sólo quería… Oh,
infiernos. Sólo quería escuchar tu voz.

Él miró la abolladura que le había hecho al coche. —Me alegro de que llamaras —
dijo él. Y el milagro era que lo decía en serio. — ¿Cuál es el problema?

—Ojalá lo supiera. Por alguna razón, no hay luz en ninguna de mis habitaciones
subterráneas. Tengo aquí a los electricistas, y, bien, es un desastre. No importa. Lo
solucionaré. ¿Y tú? ¿Algo sólido? ¿Alguna pista nueva?

—Tal vez, pero no te aburriré ahora con eso. Suena como si tuvieras las manos
llenas.

—Desafortunadamente, eso es cierto. Lo siento.

—No —dijo él. —No lo sientas.

— ¿Rand?

— ¿Sí?

— ¿Te veré más tarde?

331
El Club de las Excomulgadas
—Diablos, sí. —colgó, con la anticipación de verla, creciendo dentro de él, y se
obligó a hacerla retroceder incluso aunque algo de lo que había dicho había tirado
de él y no lo dejaba ir.

Subterráneas.

Frunció el ceño, pensando en los túneles del metro de Nueva York en los que
Sergius había vivido.

Sergius estaba todavía ahí, y todavía era un infierno de posible sospechoso.

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Era hora de ir a la caza del vampiro.

Nick había regresado al túnel de la Línea Roja, tanto porque quería continuar la
búsqueda de Serge como porque quería estar solo. Bajo tierra. Hacer algo para no
pensar en Lissa.

Hasta el momento, ese plan no estaba funcionando muy bien. Lissa estaba llenando
sus pensamientos, y no había hecho ningún progreso en la búsqueda de su amigo.

Estaba debajo de Hollywood ahora, y a punto de darse por vencido. Había ratas a
lo largo de ese tramo de pista. Ratas y humanos también. Al menos una docena,
con sus rostros sucios y sus cuerpos apestando.

Sus ojos lo miraban desde las sombras, y no tenían ningún miedo.

Si Serge hubiera estado ahí, habrían tenido miedo.

Demonios, si Serge hubieses estado ahí, ellos se habrían ido.

Nick suspiró. Él bien podría salir de allí, también.

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El Club de las Excomulgadas
Se dio la vuelta para regresar por donde había venido, y una de las caras se
materializó saliendo de las sombras. Un rostro que conocía.

Vicent Rand.

—Tenemos que dejar de reunirnos así —dijo Rand.

Nick frunció el ceño. Luke le había dicho que Rand había sugerido que trabajaran
directamente con la PEC, una sugerencia que Nick había aplaudido mientras ponía
a Lissa aún más claro en su mente. Pero la presencia de Rand en los túneles era

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inquietante. Rand mismo había extendido en el equipo que un Desterrado estaba
detrás de los rumores, y aún así muy pocos werens estaban cómodos viviendo
debajo del suelo, especialmente cuando había acres de bosques en la zona.

No, la mejor respuesta de Nick era que Rand estaba buscando a un vampiro sin
escrúpulos. Y que eso significaba que estaba buscando a Sergius.

Dio un paso hacia Rand. —Tengo entendido que te has unido a la investigación
sobre los humanos muertos.

Si Rand se sorprendió de que Nick lo supiera, no lo demostró.

—Hice la sugerencia. ¿Estás involucrado con eso?

—Puedo jugar un pequeño papel —dijo Nick pensando en Lissa. Y pensando


también en este hombre con sus manos sobre ella. Que no era algo en lo que quería
pensar, así que se vio obligado a mantener su mente en su objetivo para conseguir
que Rand saliera como el infierno de los túneles. Miró hacia arriba, hacia la
superficie. — ¿Quieres tomar una cerveza y comparar notas?

Rand entrecerró los ojos, estudiando el rostro en sombras de Nick. —Tú no eres
investigador.

333
El Club de las Excomulgadas
—No.

Rand consideró la respuesta, junto con la pregunta por qué diablos un vampiro
Kyne estaba en los barrios bajos de los túneles del metro. Había una serie de
posibles explicaciones, pero sólo una se sentía bien con Rand. —Estás buscando al
renegado. A Sergius.

Hubo una pausa, después: —Lo hago.

—Solo. Sin Doyle o un equipo de la RAC o ningún tipo de respaldo.

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Nick lo miró a los ojos, y Rand no pudo leer nada en la cara del vampiro.

—Es tu amigo —dijo Rand y otra vez el vampiro se quedó callado. — ¿Y qué harás
si lo encontramos?

Nick suspiró, con el sonido hueco y lleno de dolor. —En este momento, sólo espero
encontrarlo.

— ¿Está detrás de los asesinatos?

—No lo sé —dijo Nick, y había algo de verdad en sus palabras, aunque también
miedo.

— ¿Dónde lo has buscado?

—Hiciste tu acuerdo con la división —dijo Nick. —No conmigo. —miró hacia
atrás por el túnel. —Creo que es hora de irme.

—Espera.

Nick se detuvo, mirando a Rand expectante, y se dio cuenta que no tenía nada que
decir. No había llamado al vampiro de nuevo para discutir sobre el renegado. Lo
había llamado de nuevo porque ese antiguo vampiro conocía a Lissa. Él

334
El Club de las Excomulgadas
representaba su club. Y, teniendo en cuenta la expresión en su rostro la noche
cuando Priam había muerto, se preocupaba por ella.

Y ¿qué pasaría con Lissa? ¿Le importaría él también? ¿Este vampiro que buscaba en
la noche a su amigo?

Se preguntó cómo ella no podría, y esperó que los celos chispearan en su interior.

No lo hicieron.

Ella se preocupaba por él. Por Rand. Tan increíble como era, él había ganado.

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Volvió a mirar a Nick. —Voy a tomar una cerveza, si quieres.

Nick lo miró y asintió. —Vamos.


Se dirigieron de vuelta por el túnel, recorriendo las sombras en busca de señales de
Serge a medida que avanzaban hacia la entrada de servicio, cuando un hilo de voz
los interrumpió.

— ¿Están buscando a alguien? —el chico no podía tener más de doce.

—Tal vez —dijo Rand. — ¿Has visto a alguien inusual?

El chico negó, y Rand vio algo justo por debajo de su cuello. Nick lo vio también, y
extendió la mano y agarró la barbilla sucia del niño.

— ¡Hey!
Nick no le hizo caso, y luego tiró de su cuello hacia abajo. Pinchazos.

— ¿Quién te hizo eso? —Rand le preguntó.

El muchacho frunció el ceño. — ¿Qué?

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El Club de las Excomulgadas
Rand abrió la boca para explicarle, pero Nick levantó una mano para detenerlo, y
Rand entendió. Sergius se había estado alimentando ahí abajo, pero se había
tomado la molestia de ajustar los recuerdos de su caminar, hablando de Happy
Meals.

—No importa —dijo Nick. —Dime una cosa. ¿Hay alguien que viva aquí que se
mantiene aislado?

—Sólo el hombre extraño. Pero se fue.

— ¿Porqué era extraño?

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El chico se encogió de hombros.

—Muy bien, entonces, ¿Cuándo se fue?

—Cuando trajeron sus redes y se lo llevaron —dijo el chico, y miró a los ojos de
Nick fríamente como el hielo.

— ¿Quiénes?

Pero el chico negó, y luego salió corriendo hacia la oscuridad.

—Lo tenemos —dijo Rand. —Se las arreglaron para tomar a Sergius.

La expresión de Nick se volvió peligrosa. —Pero ¿quiénes?

—Eso es lo que necesitamos saber. —pensó en Boyd y en Meer, y se dio cuenta de


que era el momento de compartir lo que sabía. —Busquemos a Doyle y te diré lo
demás que he averiguado.

El celular de Nick sonó, y miró la pantalla. —Luke —dijo, y luego respondió. Un


momento más tarde, cerró el teléfono. —Vamos —dijo. —Encontré a Doyle.

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— ¿Dónde?

—Con la última víctima.


El Club de las Excomulgadas

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J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 33
El sol acababa de pasar por debajo del horizonte, y el mundo se pintó de tonos
grises mientras Nick veía cómo Doyle ponía una mano sobre el pecho del cuerpo y
la otra en su frente. Un joven esta vez, probablemente de no más de veinte años. Su
garganta había sido desgarrada hacía poco, dos pinchazos violentos, sucios. Una
herida de vampiro, sí, pero una hecha sin ningún tipo de delicadeza. Y esa misma
ceniza inquietante amontonada justo al lado del cuerpo.

Un olor se había quedado en el aire, familiar. Demasiado familiar, pensó Nick


mientras empujaba una creciente sensación de temor. Luke y Sara estaban de pie a

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unos pocos metros, con Rand directamente junto a ellos, hablando con el agente de
la División que había descubierto el cadáver.
Nick miró los ojos de Luke, y supo que su amigo había captado el olor, también.

Serge.

Apretó los puños, clavando sus uñas en la carne de sus manos, haciendo un
esfuerzo por mantener la calma. Obligando a su demonio a ir hacia abajo. Malditos
fueran todos en el infierno.

— ¿Alguna razón en particular por la que estás aquí? —Tucker le preguntó,


deslizándose junto a Nick.

—Aparta tu maldita cara fuera de mí —espetó.

Los ojos de Tucker se agrandaron, y dio un paso atrás, con las manos en alto para
evitar al enojado vampiro. —Mierda, hombre, toma una pastilla de mierda.

—Luke me llamó.

—No solemos dejar que los abogados defensores se paseen por las escenas del
crimen —Tucker comentó. —Ya es bastante malo que hayas traído a ese —añadió

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El Club de las Excomulgadas
con un guiño hacia Rand.

Nick consideró al humano. —Y yo que pensaba que todos estaban jugando bien
juntos.

—Tan bien como podemos —respondió. —Pero eso no se extiende a que los
abogados de la defensa vaguen por el lugar de los hechos.

—Mi cliente no es sospechosa en la investigación —dijo él cortante. —Ella cooperó


plenamente con vosotros, y sin embargo todavía no la habéis dejado oficialmente
en paz. Considérame tu dolor oficial en el trasero.

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Tucker dio un resoplido. —En eso tienes razón.

En el suelo delante de ellos, Doyle se quedó sin aliento, y luego cayó hacia atrás.
Tucker se apresuró a adelantarse, ayudando a su constante compañero.

— ¿Qué viste? —Nick le preguntó.

Doyle miró hacia él, con su rostro pálido y pastoso, con ardor en los ojos color
naranja. Nick tuvo la impresión de que Doyle querían lanzar algunos insultos en su
dirección, pero no tenía la energía.

Arriba, un halcón negro volaba en círculo. Nick levantó la vista hacia él. Tiberius.

—Puede que hayamos tenido suerte —dijo Doyle luego absorbió aire. —Maldita
sea, eso casi me dejó fuera de juego.

—Yo me ocuparé de ti —dijo Tucker. —Sólo tienes que decir lo que viste.

Sara y Lucas se acercaron para estar al lado de Nick, con Rand entre ellos. — ¿Vio
algo? —preguntó Rand.

—Al parecer.

339
El Club de las Excomulgadas
—A una mujer —dijo Doyle, y Nick dejó escapar un suspiro de alivio. Tal vez el
olor de Serge estaba allí, pero él no había matado a la víctima.

—Nuestra víctima la vio a través del parque. —la voz de Doyle era plana, como si
fuera todo lo que pudiera hacer para impulsar las palabras. —Ella estaba
corriendo... Estaba preocupada. Su cabeza estaba llena de lobos, lunas, capas
negras y colmillos. Pero la perra le saltó desde atrás, y eso es todo lo que tenemos.

—Podría ser una pista —dijo Nick. —Lo más probable es que sólo sea una humana
preocupándose por que el coco estaba detrás de ella en la noche.

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— ¿Crees que no sé eso?— Doyle respondió. —Pero los pensamientos estaban allí,
y tenemos que seguirlos. A los hombres lobo —agregó mirando fijamente a Rand.

—Y a las capas y a los colmillos —replicó Rand. —Parece que Hollywood ha


inspirado sus temores en mí. No en la realidad.

—Tal vez —dijo Doyle, mientras Nick fruncía el ceño, considerando la posibilidad
de que Serge hubiera sido tomado por un grupo de hombres-lobo. No estaba
completamente fuera de la esfera de lo posible.

Tucker metió los brazos debajo de Doyle y levantó a su compañero. —Fue


profundo. Tengo que cuidar de él.

—Ve —dijo Sara.

—Un momento —dijo Doyle con su atención enfocada en Rand. —Si prometes
que tu pequeña IP compartirá su información. Supongo que no es necesario
preocuparse, ¿no?

La boca de Rand se detuvo en una sonrisa tensa. —No —dijo. —Supongo que no
tenemos porqué preocuparnos.

340
El Club de las Excomulgadas
— ¿No te dije que un weren estaba detrás de esto? —dijo Tiberius. Brincó de un
lado de la sala de conferencias al otro mientras Luke, Sara, y su jefe, Nostramo
Bosch, el jefe de la división de crímenes violentos, estaban en la puerta, viendo al
maestro vampiro.

Doyle estaba sentado en una de las sillas, inclinándose hacia atrás, con su cuerpo
sin fuerzas y su temperamento filoso. Tiberius había convocado esa pequeña
reunión, y Doyle había llegado según lo ordenado, a pesar de que tenía que ir a
Orlando’s. Necesitaba conseguir algunas almas.

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Pero Tiberius tenía la última palabra, y había arrastrado su trasero de vuelta a la
División. Y Doyle sabía por qué, también, y no le gustaba. El hijo de puta con
colmillos empezaría a meter sus huesudos dedos en los detalles de su investigación.

Le dolía cada vez que alguien se metía con la forma en que llevaba un caso. Le
molestaba más cuando el que lo hacía era una sanguijuela.

—La víctima vio colmillos junto con las imágenes del weren —dijo Sara. —
Todavía no podemos decir que un weren es la clave.

—Estoy seguro —gruñó Tiberius, y Doyle casi se echó a reír por la forma en que
Sara dio un paso atrás, apretando su cuerpo contra Luke. Ella no estaba muy lejos
de ser humana, y Tiberius era intimidante, incluso para los ciudadanos más
experimentados del mundo de las sombras.

—El weren que estuvo en la escena —continuó Tiberius. — ¿Él es el hombre de


Gunnolf?

—Rand —dijo Luke.

— ¿Y sus pensamientos? ¿El súcubo no fue capaz de recuperarlos?

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El Club de las Excomulgadas
—Trató. —dijo Doyle. —No tenía suficiente alma.

—Un desalmado weren. ¿Por qué no me sorprende?

—Tiene alma —explicó Sara. —Pero está hecha jirones. Habría tenido que tomar
toda para tener acceso a sus pensamientos.

—Entonces eso es lo que tendrá que hacer.

—No —dijo Sara. —No puede…

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— ¿Él mató a Jacob Yannew? ¿El weren que nombró Gunnolf para estos crímenes?
—la pregunta quedó en el aire, obviamente retórica. —Qué extraño que el señor
Rand no haya sido acusado de ese delito.

—Decidimos que tenía más sentido ver lo que sabía —dijo Sara, pero su voz había
perdido su fuerza. Ella sabía que Tiberius estaba de acuerdo con eso tanto como
Doyle.

—Y sin embargo, el súcubo ya no le es atractiva. Interesante.

— ¿De verdad quieres mandarla de vuelta? —le preguntó Doyle. — ¿Dejar que le
arranque toda su alma? —había planteado esa posibilidad con Tucker no hacía
mucho tiempo. Ante la posibilidad de hacerlo realmente, sin embargo, creía que el
plan parecía reprobable. Sabía mejor que nadie qué clase de mierda podía suceder
cuando tomabas un alma entera.

—Es un weren —dijo Tiberius con desdén. —Al parecer, sólo a un pelo de
distancia de estar sin alma. —miró a cada uno de ellos. —Y no confío en él.

—No —dijo Sara, dirigiéndose a Bosch. —La PEC no puede tolerar eso. —había
una súplica en su voz. —Tomar su alma es bastante malo, pero acabamos de
acceder a trabajar con él. ¿Luke? —añadió volviéndose hacia su marido.

342
El Club de las Excomulgadas
Pero Luke se limitó a mover la cabeza.

Bosch dio un paso adelante. —En ese sentido, la decisión de Tiberius es definitiva.
—se volvió a Doyle. —Ve a verla —dijo. —Dile que todavía estamos abiertos a su
petición. Pero si quiere permanecer fuera de prisión, necesitaremos su cooperación.
Dile que la orden viene de Tiberius mismo.

Doyle se recostó en el sofá de la sala de alimentación de Orlando’s mientras la


chica se fijaba la máscara sobre la cara y enganchaba la botella hasta la válvula de

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escape.

—Eso es todo —dijo ella. Pasó un dedo por su brazo. — ¿Quieres que me quede?

Negó. A algunos comedores-de-almas les gustaba la sensación de carne junto a


ellos, mientras se alimentaban a través de la máquina de alimentación. A Doyle no.
Eso no era real, y una mujer a su lado no iba a engañar a su cerebro, haciéndole
creer que tenía la boca en ella más que en el tubo, que estaba respirando en su alma
más que en una extraída la semana pasada o el mes pasado o el año pasado.

Lo hacía sólo porque tenía que hacerlo. Porque la ley no le permitía tomar a un
extraño en la calle, excepto bajo ciertas extremas circunstancias. Y sin una dieta de
almas perdería su regalo. Por lo demás, perdería la vida.

Cerró los ojos y respiró profundo, atrayéndola saboreando su sabor.

No era real, pero tampoco era terrible.

La configuración de Orlando’s era buena en comparación con algunas de las habitaciones


de alimentación. La música era suave. La cama blanda. La máscara de alimentación
cómoda.

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El Club de las Excomulgadas
Atrajo los últimos vestigios del alma, después sólo se quedó por un rato, sintiendo su
fuerza regresar. Odiaba lo que era, lo que tenía que hacer, pero había aprendido a vivir con
eso. Y en momentos como ese, en la alimentación, tenía que admitir que le gustaba un
poco. Sinceramente dudaba que un humano se sintiera tan bien.

Su madre seguro como el infierno nunca lo había hecho. O si lo había hecho, se lo había
guardado para sí misma. Hasta el día en que se había clavado la espada de su padre.

Sentado, empujó los pensamientos de su madre fuera de su mente. No le gustaba pensar en


ella, y ahora había un montón de otras cosas de mierda en las que tenía que centrarse.
Como en buscar a Lissa.

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Como en decirle que tendría que tomar el alma de Rand.

—No —dijo Lissa en el teléfono. —No estoy interesada en recibir crédito en mi cuenta.
Estoy interesada en el servicio. Si no tengo electricidad en todas las partes de mi negocio,
pierdo beneficios. Sí, agradezco la rapidez con la que consiguió que tres de las salas
tuvieran refuerzos y funcionaran, pero necesito una solución permanente, completa.
Necesito un técnico aquí, y necesito que se quede todo el día hasta que esto se resuelva.
Bien, entonces buscaré otra empresa para que lo intenten. Bien. Gracias. Sabía que podía
contar con ustedes.

Colgó el teléfono sintiendo la satisfacción de haber reparado algo roto. Pero Orlando’s era
fácil. Rand pensó, era más difícil.

Su alma había sido arrancada, y él lo sabía. Infiernos, pensaba que se lo merecía.

Ella no.

Había visto de primera mano la forma en que había intervenido para ayudarla, incluso
antes de conocerla.

Había visto su temor ante la posibilidad de que un monstruo todavía vagara por L.A. Su
vida había sido un infierno, ella le daba eso, y se había quedado en un matrimonio en el
que no debería. No era perfecto, no por un tiro largo, pero se sentía perfecto para ella. Se
sentía en forma, como si cuando ella le hubiera mandado una sombra que tenía la forma de

344
El Club de las Excomulgadas
Rand.

Era un hombre peligroso, ella había podido ver eso con bastante facilidad. Y había sentido
una rabia salvaje acechando bajo su superficie. Pero él la retenía con correa. Había visto el
control en los ojos del lobo. Pero en los ojos del hombre, había visto sólo la capa helada
que él creía que tenía que envolver apretadamente alrededor de él para no explotar.

Tenía que estallar, pensó. Necesitaba deshacerse de eso, aunque sólo fuera para darse
cuenta de que lo podía controlar.

Suspiró. En muchos sentidos era como ella, subiendo a su manera para salir de una vida
dedicada al infierno. Y ella estaría condenada si se sentía culpable por la forma en que

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había sido en el pasado.

Tal vez no era una santa, pero le había dicho a Nick la verdad… que no era más Elizabeth.

Y Rand no era la bestia que pensaba que era, tampoco.

Si sólo se diera cuenta de que su alma podía empezar a sanar.

Detente.

Había llegado a su oficina para trabajar, no para pensar en algo más, y ya había pasado la
tarde lidiando con una multitud de crisis, y ahora estaba enterrada en trámites. Tenía que
mantenerse ocupada.

Tenía el ceño fruncido a una factura de impuestos, y maldecía el hecho de que pagara
impuestos tanto al Estado y a la Alianza, cuando alguien golpeó fuertemente a su puerta.
—Entre —gritó, casi con demasiado entusiasmo. Pero en realidad, cualquier cosa era
buena para evitar pensar en impuestos.

Estaba esperando a Marco o a Rhiana. En su lugar, vio a Doyle.

—Oh. Tú. —lo miró por encima. Tenía la piel enrojecida, y no estaba encorvado como la
última vez que lo había visto. — ¿Asumo que esta es una visita profesional? ¿Has estado
abajo?

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El Club de las Excomulgadas
—Así es. Bonito lugar el que tienes aquí.

—Lo sé.

Tomó asiento en una de las sillas de invitados, y luego estiró las piernas. —Y esta es una
visita profesional. Pero no sobre tu profesión.

—Ya veo. —ella tomó el abrecartas y lo hizo girar entre sus dedos. Cuando se dio cuenta
de lo que estaba haciendo, se detuvo, buscando a tientas mientras lo ponía de nuevo sobre
el escritorio. No quería que se diera cuenta que estaba desconcertada, pero tenía la
sensación de que era demasiado tarde para eso. — ¿Qué quieres?

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—Te necesito de regreso con Rand. Necesito que entres en su cabeza.

Un escalofrío la recorrió.

—Pensé que estaba trabajando con vosotros ahora.

—Pensaste correctamente.

—Pero…

—Las órdenes vienen directamente de Tiberius. No es mi trabajo hacer esto. —se puso de
pie, después apuntó a la ventana que daba al piso principal de Orlando’s. —Bonita
operación. Sería una vergüenza tener que dársela a otra persona. Pero no se puede liderar
un lugar como éste estando en prisión. Nop. No creo que sobreviviera.

Todo su cuerpo tembló. No de temor, sino de ira, y apretó los puños a su lado, porque si
no, seguramente le sacaría los ojos. —Fuera de mi oficina.

—Mañana —dijo él. —Métete dentro de la cabeza del lobo por la mañana con la puesta del
sol, o el acuerdo estará fuera de la mesa. —Sus hombros se hundieron, y por un momento
su rostro pareció cansado. —Esa es la forma en que es, chica.

No esperó una respuesta, que era una algo malditamente bueno, porque ella no podía

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El Club de las Excomulgadas
respirar.

Prisión. Demonios, iba a terminar en la cárcel.

La puerta sonó detrás de Doyle, y Lissa se levantó, después empezó a caminar, con sus
movimientos alimentados por la ira y el miedo. Sus chicas, su club. ¿Qué demonios les
pasaría?

Apretó las manos contra el cristal y miró Orlando’s, dejando que sus pasos pasara sobre
ella. Quería maldecir a Priam por haber iniciado esa mierda, pero no había sido él… era
ella. Ella había robado, había chantajeado y había entrado en esa línea, y todo mientras
había creído que era oh-tan-justo hacerlo. Pero no era justo. Ella era un criminal, igual que

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cualquier otro, y el hecho de que hubiera sacado unas cuantas chicas de algunos agujeros
no cambiaba una mierda.

Lo haría todo de nuevo, sin embargo. Acerca de eso, estaba absolutamente segura.

Mirando hacia arriba, vio su propio reflejo en el cristal, prometiéndose a sí misma que no
iba a llorar. Podría revolcarse más tarde. En ese momento, tenía que hacer una llamada
telefónica.

Nick contestó a la primera, luego maldijo cuando ella le contó sobre la visita de Doyle.

—Maldito sea Tiberius —dijo.

— ¿Así que crees que es realmente cierto? ¿Qué Tiberius insistió?

—Sí —dijo Nick. —Creo que es verdad. —lo oyó soltar una respiración y lo imaginó
caminando. Hacía eso recordó, cuando tenía que pensar.

— ¿Qué vas a hacer? —Nick le preguntó finalmente.

Por un momento, se asustó tanto que no pudo responder. — ¿Qué demonios crees que voy
a hacer? No puedo hacer lo que Doyle me pidió. ¿De verdad crees que podría hacerle eso a
Rand?

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El Club de las Excomulgadas
—Te he visto hacer cosas peores.

—Maldita sea, Nicholas. Eres mi abogado, o no lo eres. Pero no juguemos ese juego.

Hubo un silencio en el otro extremo, después una breve —Lo siento.

—Deberías hacerlo.

— ¿Has considerado lo que va a sucederle a tus chicas?

—Por supuesto que sí. Y he pensado en qué pasaría si tomo su alma. Sabes lo que le pasó a
Claude. Ya viste las fotos.

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—Rand está prácticamente ahí, sin embargo, ¿no es cierto? Tú misma dijiste que no tenía
alma.

—Hay esperanza.

—Bien, esa es una gran noticia para él, pero pone freno a todo el resto de tu vida.

— ¿Y si sólo me dice lo que sabe? Ya me habló de la investigación. ¿Qué pasa si sólo se lo


pregunto?

— ¿Lo has estado viendo?

—Sí —le espetó ella. — ¿Doyle estaría de acuerdo con eso?

—Es una posibilidad, pero supongo que no. No va a creer que tendrás todo a menos que
entres en su cabeza.

—Eso no va a suceder —dijo. —No podría. No a propósito. No le haría esto a nadie, y


ciertamente no al hombre que… —ella se cortó, dándose cuenta de lo que estaba a punto
de decir.

—Al hombre que amas —dijo Nick con palabras lentas. —No, eres una mujer que nunca
podría traicionar al hombre que ama.

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El Club de las Excomulgadas
Ella cerró los ojos, golpeándose tanto por sus palabras como por haberse dado cuenta.
Colgó el teléfono. —Adiós, Nick —dijo, pero las palabras salieron después de dejar el
receptor abajo, los pensamientos de Lissa cruzaron la ciudad, con Rand. Con el hombre
que amaba.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 34

Rand se detuvo en el estacionamiento de El Slaughtered Goat sólo unos segundos


antes de que Caris llevara su Porsche detrás de él.

—Ya era hora —dijo, mirando hacia el cielo oscuro. —He estado esperando oír de
ti.

—Tuve una mala noche. Me arruinó todo el día.

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—Asumo que no hiciste ningún progreso. Serge no está en el bosque. Ha estado
viviendo en los túneles del metro.

—Oh, he hecho progresos —dijo ella mirándolo fijamente. —Pero no sobre Serge.
Sino de Xeres.

Rand se puso tenso. — ¿Qué pasa con él?

—Su padre es un maldito Desterrado.

—Tonterías. Xeres es huérfano. Gunnolf lo encontró a los cuatro años.

—Gunnolf se lo llevó a los cuatro años. —lo corrigió ella. —Justo después de que
Xeres fue rechazado por su padre. Al parecer, Santiago se volvió muy cercano y
personal con algunos humanos. Todos muy amigos de un tío militar.

Ella tenía toda la atención de Rand. — ¿Militar?

—Al parecer.

— ¿Quién?

—No lo sé. Es probable que esté en su expediente. Los chismes son que Santiago

350
El Club de las Excomulgadas
comenzó a hablar con sus compañeros humanos sobre el mundo de las sombras.
Mojo malo, ya sabes. Por no hablar de una violación al Pacto.

—Si te equivocas…

Ella levantó su teléfono. —Ya llamé a Gunnolf. Él pensaba que Carlos Santiago
había muerto hacía años. Pero parece que el lupino hijo de puta iba apenas
cubriendo sus huellas. Resulta que ha estado viviendo en el Bosque Nacional de los
Ángeles durante una década. Se mudó aquí al tiempo en que Xeres lo hizo.

— ¿Y Xeres sabe todo esto?

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Con la pregunta, ella se desinfló un poco. —No lo sé, pero se ajusta a eso, Rand.
Sabes muy bien que todo encaja.

No podía discutir eso. Todo cuadraba. Un weren levantado por un hombre que le
decía que era huérfano, luego se daba cuenta que no sólo era una mentira, sino que
su padre adoptivo era en realidad el que había enviado al Querido Papi a empacar.
Sí, podía ver cómo se podría volver un asunto delicado para un hombre lobo en los
zapatos de Xeres. La venganza era una fuerte motivación, y los humanos muertos
tenían el potencial de arruinar con seriedad a Gunnolf. Y si la maniobra terminaba
tumbando a Tiberius también, apenas molestaría mucho a un hombre lobo.

Santiago se había ganado un lugar alto en la lista de sospechosos de Rand, pero


Xeres sería etiquetado sólo si sabía sobre su padre. No era una cosa fácil averiguar
sin preguntar todo tipo de molestas, y reveladoras preguntas.

Rand frunció el ceño, recordando que Xeres había despreciado sus sugerencias de
que no había seguido el ángulo del Desterrado lo suficiente y que no había centrado
su atención lo suficiente en las tierras forestales nacionales cercanas. — ¿Cómo
supiste eso?

—Vi una foto. — esperó a que ella dijera más. No lo hizo.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Dónde, Caris?

Vio cómo el debate encendía su rostro.

— ¿Dónde?— repitió él.

—En la cabaña de Santiago —dijo.

—Coordenadas —dijo Rand. —Dámelas.

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Sacó su teléfono y le dio la información del GPS. Él la comprobó para asegurarse
de que su teléfono hubiera registrado la ubicación, y luego asintió. Carlos Santiago
no tardaría en tener un invitado.

Volvió su atención a la cuestión que los ocupaba. — ¿Y por qué estabas allí? Y no
me digas que estabas buscando a Sergius. Si vas a alimentarme con mierda, por lo
menos trata de decirme una historia mejor.

—Lo estaba buscando —dijo ella. —A Santiago, quiero decir.

—Le asigné a Xeres la búsqueda del Desterrado. —era muy posible que fuera un
error, si la información de Caris estaba en lo correcto, pero en este momento ese no
era el punto.

—Tenía mis razones —dijo ella. —Y no tienen nada que ver con los humanos
muertos.

—Caris…

—No —ella levantó la barbilla y enderezó los hombros. —El trasero de Gunnolf
está en la línea aquí, y debes saber que no iba a hacer nada…nada, para arriesgar
eso. ¿Por qué diablos crees que vengo a ti ahora? Podría haber mantenido la boca

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El Club de las Excomulgadas
cerrada y pretender que nunca había visto al hombre. No habrías notado la
diferencia.

Por eso, él la creyó.

— ¿Y Santiago? ¿Es consciente de que hiciste la conexión?

Sacudió la cabeza. —No. No creo que Papá Lobo se haya dado cuenta de que hizo
clic para mí. Estaba, ah, distraído mientras yo estaba buscando por la cabaña.

Rand asintió. Si eso fuera verdad, el anciano weren no se había puesto en contacto

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con Xeres para darle algún adelanto.

—La información es sólida, Rand —continuó Caris. —Xeres está sucio, y es la


mayor pista que hemos tenido. Puedes decir 'gracias, Caris’, y hacer con ello lo que
quieras.

—Gracias, Caris —dijo. Y luego, mientras se dirigía de vuelta a su coche, sacó el


teléfono y llamó a Xeres.

Tal vez Caris estaba equivocada. O tal vez Xeres sabía la verdad sobre su padre,
pero odiaba a los Desterrados.

O tal vez el weren estaba sucio como la mierda.

Las posibilidades se apilaban sobre posibilidades, pero necesitaba hechos, y la


manera más rápida era ir a la fuente de ellos.

—Hey —dijo cuando Xeres respondió su teléfono. — ¿Qué tienes qué hacer esta
noche?

—Andar por ahí. Trabajar. La mierda de siempre. Tengo una lista de Desterrados
que sé que viven en el Condado de Ventura. Uno de ellos podría haber decidido
ponerse sus zapatos de baile y llevar su trasero a Los Ángeles, pero tengo que

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El Club de las Excomulgadas
decirte, no creo que vayamos a pescar un pez con esta línea.

—Puede que tengas razón. Iré por ti —dijo Rand. —Tengo una pista que quiero
explorar. A ver si puedes hacer algo de eso.

—Estaré aquí.

Rand colgó, frunciendo el ceño. No había nada sospechoso en la voz de Xeres, pero
nada para confirmar que estaba reluciente de limpio, tampoco. Bajó la mirada
hacia el camino en dirección a dónde Caris se había ido, un Desterrado llamado
Carlos Santiago llenaba su mente.

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Un Hummer negro se dirigió hacia él, deteniéndose sólo a unos centímetros de los
pies de Rand.

La puerta se abrió, y Murray salió, sacudiendo la cabeza. —Tienes nervios de


acero, amigo. Ni siquiera te inmutaste.

—Supuse que eras demasiado cobarde para atropellarme.

—Juega bien, chico soldado. Soy el hombre con la información que deseas.

Inmediatamente, Rand cayó en la mierda. —Habla.

Murray miró a su alrededor, lo que confirmaba que estaban solos en la oscuridad.


—Tienen a una CI en tí. La han tenido por un tiempo, en realidad.

Los hombros de Rand cayeron. Petra le había advertido sobre la posibilidad de un


informante confidencial. —Pensé que podrían hacer eso.

—Mierda, hombre. ¿Me tienes arriesgando el cuello para conseguirte algo de


inteligencia y ya tienes una fuente en el interior?

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El Club de las Excomulgadas
—Una fuente afuera, pero es efectiva. No es relevante más, sin embargo. ¿No lo has
oído? Me apunté a jugar bien con el diablo.

— ¿Sí? Pues bien, el diablo está jugando contigo, mi amigo. La División está
manteniendo al CI activo.

— ¿No me digas?

Murray sonrió levemente. —Olvídate de jugar con el diablo. Tienes que jugar con
la perra.

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¿Con la Perra? — ¿Con mi fuente?

Murray le dio una mirada que sugería que Rand había perdido. —No, pendejo.
Con la IP.

— ¿Con una mujer? —pensó en Caris y se tensó. Maldita sea la sanguijuela. Toda
esa canción y baile de Xeres había sido sólo…

—Bueno, mira eso —dijo Murray, observando el rostro de Rand. —No soy una
puta rueda después de todo. Sí, una mujer. No sólo eso, es un súcubo. Se supone
que pondrá su loco-trasero de mojo en ti y…

Pero Rand no pudo oír el resto por el aullido de la traición dentro de su cabeza.

—Me mentiste malditamente.

Lissa miró desde su escritorio, vio la furia en el rostro de Rand, y empezó a ir hacia
él.

—No —dijo, yendo hacia ella. —Quédate ahí.

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El Club de las Excomulgadas
Ella apretó las manos sobre los brazos de su silla, su corazón latía con fuerza. —
¿Qué está pasando? ¿Qué pasó?

—Todo esto fue parte de un plan de mierda, ¿no? ¿Tú y yo? Llegaste al Goat esa
primera noche con tu brillo tan bonito y brillante que pudiste saber todo acerca de
mi investigación. Bien, creo que funcionó. Te dije lo que estoy haciendo, te
presenté a mi IP. ¿Hay algo más que necesites? ¿Hay algo que me haya faltado?
¿Has transmitido todo a tu enlace? ¿Quién es? ¿Doyle? ¿Nick?

La ira la hizo levantarse. —No te atrevas a acusarme de traicionarte…

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—Maldita sea. —él tomó una de las sillas de invitados y la tiró por la habitación.

Esta se golpeó y dobló, con sus patas fragmentándose. Ella se encogió, y de repente
él estaba allí, con una mano agarrando su brazo y sosteniéndola en su lugar
mientras se acercaba a su rostro.

— ¿Qué no me atreva?

El crack de la palma de su mano contra su mejilla lo hizo callar, y ella se quedó allí
frente a él, temblando de rabia, dolor y por la injusticia horrible de todo.

Obnubilada, ella sacudió el brazo liberándose, con su cuerpo entero en carne viva.
—Fuera de aquí.

—Dime la verdad —dijo él en voz baja, lenta y peligrosamente.

La cólera hirvió en su interior. En realidad pensaba que ella podía hacer eso…
pensaba que era el tipo de persona que solía ser. Una mujer que podía traicionar al
hombre que amaba.

No la conocía en absoluto.

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El Club de las Excomulgadas
Y había cometido un error como el infierno con él.

—Habla —dijo él, con su voz como el fuego.

El dolor se hinchó dentro de ella, y quiso atacarlo. Quería hacerle daño, como él la
había herido.

Tragó, y luego enderezó los hombros y lo miró a los ojos. —Sí —dijo, —es cierto.
Pero no tenía que andar por ahí como un perrito esperando a que me echaras trozos
de información. No, soy mucho mejor que eso. —se puso de pie y caminó,
sabiendo que debería detenerse, que debería retroceder y decirle la verdad, pero no

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le importaba. En ese momento estaba demasiado aturdida para importarle.

—Me meto en las cabezas, Rand. Tomo un trozo del alma, y tomo sus
pensamientos, también. He estado haciéndolo durante años, durante muchas vidas.
Y la PEC me contrató para que lo hiciera contigo.

Él la miró fijamente, sin decir una palabra.

Ella le sostuvo la mirada, obligándose a sí misma a no parpadear. A no llorar.

—Zorra —susurró y ella se encogió.

—Sal de aquí —dijo indiferente.

—A la mierda —dijo él. —Tú vienes conmigo.

—Como el infierno que iré.

—El infierno eres tú. —la miró, una dura, fría y calculadora mirada. —Si la PEC te
quiere usar tan desesperadamente, entonces eso es exactamente lo que haremos.

— ¿De qué estás hablando?

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El Club de las Excomulgadas
—De Xeres —dijo. —Tengo que entrar en la cabeza de un hijo de perra.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 35

Lissa estaba sentada en la parte trasera de la camioneta de carga fuera de la casa de


Xeres en la playa de Venice, apenas pudiendo creer que su vida se hubiera vuelto
tan torcida. Xeres. Rand en realidad la había enviado a que se acostara con otro
hombre. Que tomara su alma, y sus pensamientos.

Antes de Rand, ella no había considerado el sexo especialmente íntimo. Era lo que
hacía, quién era.

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Eso había cambiado con él, pero ahora había tomado su intimidad y la había
empujado en su cara, le había dicho en silencio que no significaba nada para él. O
que significaba demasiado, y que lo había cortado muy profundo.

De cualquier manera, no había vuelta atrás, y el pensamiento de las manos de


Xeres en ella hizo que su estómago se revolviera.

—Le gustas —le estaba diciendo. Estaba en el asiento del copiloto, hablando con
Doyle, que conducía. Lissa estaba en la parte de atrás con su defensor y Tucker. El
plan era que entraría, haría sus cosas y todo, mientras la camioneta estaría justo
afuera, por si acaso Xeres tenía el rumor de las sospechas sobre Rand y trataba de
hacerle daño. Todos habían acordado que era dudoso, sin embargo. Si él sabía que
había sido hecho, se desbocaría.

—No debería haber ningún problema para conseguir entrar —continuó Rand. —
Dudo que incluso tenga que usar su encanto.

Ella captó los ojos de Nick, vio el destello de ira en ellos, y miró al suelo. — ¿Puedo
irme ahora? —preguntó. —Me gustaría terminar con esto. —una vez que saliera de
la casa de Xeres y les dijera lo que sabía, habría terminado. Retirarían los cargos, el
juego habría terminado. No tendría a Rand, pero tendría su vida de nuevo, a su
club, a sus chicas. No era suficiente, pero tendría que serlo.

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El Club de las Excomulgadas
Nick la siguió fuera de la parte de atrás de la camioneta, y aunque esperó a Rand en
la puerta del acompañante y que viniera en torno a ellos, nunca lo hizo.

—Entras, sales, y ya está —dijo Nick. Le tomó la mejilla en su mano. — ¿Lissa?


Todo terminará muy pronto.

Tragó. —Sí —dijo. —Terminará.

El calor brilló en los ojos de Nick. —Maldita sea, Lissa, él no vale la pena.

Ella se estremeció al oír sus palabras.

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—Vincent Rand es un hijo de puta. Eres mejor que él. Sabes eso, ¿no?

Su sonrisa fue frágil. —Tú de todas las personas debes saber que no es verdad.

No esperó su respuesta, simplemente dio la vuelta y se dirigió a través de la calle,


dándole la espalda a la furgoneta y a los hombres en su interior.

Fuera de la puerta de Xeres, tomó una respiración profunda. Una hora como
máximo. Una hora de todas sus vidas, y entonces esto habría terminado.

Su dedo índice se quedó en el timbre, y luego lo presionó firmemente. Contuvo el


aliento, esperando, a medias con la esperanza de que él no estuviera en casa, pero
eso sólo sería retrasarlo, y realmente quería que terminara.

Menos de un minuto más tarde, oyó las cerraduras moviéndose.

—Bueno, hola hermosa.

Como hombre, él no era malo para la vista. Su cabello estaba despeinado y su risa
estaba un poco torcida, como si estuviera constantemente sonriendo con un secreto
que no compartía. Olía bien también. A jabón, a agua de colonia y a un poco de

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El Club de las Excomulgadas
tabaco. Tal vez eso no sería tan horrible como ella había esperado.

Lo sería, sin embargo. Porque una vez que su alma comenzara a salir, ella sabría
demasiado así que lo disfrutaría. Se deleitaría con ella, y su alma la haría crecer,
acariciándola, llenándola, dejando que su éxtasis la tocara.

Lo disfrutaría, muy bien, y se odiaría aún más por ello.

—Rand me envió —dijo, forzando una sonrisa mientras decía sus líneas. —Dijo
que llegaría más tarde de lo esperado, pero que recordaba la forma en que me
miraste. —inclinó la cabeza y le dio su sonrisa más seductora. —Dijo que debería

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considerar recompensarte por haber trabajado tan duro.

— ¿Lo hizo? —mantuvo la puerta abierta para ella. —En ese caso, sería grosero de
mi parte decir que no.

Dentro de la camioneta, Rand se estremeció mientras puerta de entrada de Xeres se


cerraba. Ella estaba allí, con él, y pronto estaría tocándola. Poco después, otro
hombre la estaría llenando.

Rand no debería preocuparse, lo sabía.

Pero lo hacía.

Frustrado, salió del asiento del pasajero a la parte trasera de la camioneta, entonces
abrió la puerta corredera, dando un paso afuera y apoyándose contra el frío metal,
con su cuerpo bloqueando la vista Xeres de la mayor parte de la camioneta de
carga. Cerró los ojos, tomó largas respiraciones profundas, y se dijo que tenía que
malditamente superarlo.

No se escuchó a sí mismo.

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El Club de las Excomulgadas
Otra puerta se abrió, y luego se cerró de golpe, enviando un temblor a través de la
camioneta.

Pasos y luego Nick estaba de pie delante de él, su ahora familiar aroma se mezclaba
con su ira y frustración. Sí, bien, bienvenido al club, amigo.

Rand mantuvo los ojos cerrados. Nick podría ser un Kyne, y podría ser el abogado
de Lissa, pero en ese momento no era nada más que un dolor en el trasero de Rand.

—Eres un completo imbécil, ¿lo sabías?

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Un completo dolor en el trasero. Rand peleó por abrir los ojos y miró al hombre que le
había dicho sucintamente la verdad. — ¿Cuál es tu punto?

—Lo que piensas que te hizo, estás equivocado.

— ¿Lo estoy?

—Arrogante cabrón —gruñó Nick. —Sí. Lo estás. Ella iba a ir a la cárcel por ti. ¿O
no lo sabes?

—Porque no sacó nada de mi cabeza—dijo Rand. —No por falta de haberlo


intentado.

—No—dijo Nick. —Debido a que se negó a regresar y tomar lo que pudiera de ti.
¿Crees que la PEC daría un trasero de rata sobre el estado de tu alma? Saben lo que
eres, Vicent Rand, y yo también.

— ¿Y qué soy?

—Alguien indigno de una mujer como Lissa. Ella tiró el trato. La PEC tiene una
lista de cargos sobre ella tan largo como tu brazo… cargos que pondrán su vida en
prisión, pero aun así rechazó la oferta, porque no estaba dispuesta a entregarte.
Personalmente, creí que ella había cometido un error.

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El Club de las Excomulgadas
Las palabras de Nick lo golpearon como una serie de derechazos, pero las últimas
palabras le dieron el golpe final. Ni siquiera habían sido las palabras, sino el tono de
la voz de Nick.

— ¿Qué te hizo ella?

Poco a poco, Nick lo miró. —Sé lo que se ve como una traición, Rand. Y conozco
a un idiota cuando veo uno, también.

Se dio la vuelta, luego volvió a la camioneta, dejando a Rand de pie pensando

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acerca de cómo lo había estropeado, y lo que había perdido.

Este hombre es sin duda susceptible, pensó Lissa, y se alegró por ello. No quería
nada en ese encuentro que fuera real. Dejaría su propio cuerpo si pudiera, pero no
era uno de sus dones. Tenía que estar allí, fingir, y ser el objeto de deseo de ese
macho.

Él estaba sudando un poco, con su rostro al ras con la necesidad de que sus dedos
buscaran en los botones de su camisa. Normalmente, ella se encargaría de eso,
lanzando una pequeña broma y metiéndola a la mezcla sólo para condimentar las
cosas. Pero nada de esa noche era normal, y con todo lo que quería sobre eso, en
realidad no se atrevía a hacer nada para acelerar las cosas.

Cuando la camisa estuvo desabrochada hasta el ombligo, él utilizó sus manos para
empujarla, exponiendo la curva de sus pechos y el encaje de su sujetador.

Lissa cerró los ojos, fingiendo éxtasis, pero en realidad tratando de ocultarse.

Y entonces el mundo explotó.

Abrió los ojos para ver un puño en la nariz borrosa de Xeres, golpeando al weren y
tumbándolo hacia atrás. Un segundo, e identificó al dueño del puño… Rand.

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El Club de las Excomulgadas
— ¿Qué mierdas? —Xeres escupió de nuevo levantándose y corriendo hacia Rand,
que lo detuvo con un puñetazo en la mandíbula.

—Lo siento, Xeres —dijo Rand en un gruñido bajo y firme. —Cambio de planes.

—Al diablo con eso —dijo Xeres rodeando Rand, en busca de darle un golpe.

—Ella es mía.

—No esta noche, no.

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—Ahora —dijo Rand. —Siempre.

—Ella vino a mí. Tú maldita sea la enviaste.

—He cambiado de opinión.

—No es el tipo de error del que te alejas, mi amigo. —Xeres saltó, golpeando a
Rand hacia atrás sobre una mesa de café. Él dio una patada hacia arriba y afuera,
capturando a Xeres en el intestino y haciéndolo aterrizar sobre el trasero. Lissa se
adelantó, agarró el brazo de Rand, y tiró de él.

— ¡No! —dijo. —Está bajo el brillo. No se detendrá. Mientras esté aquí. Está
demasiado dentro.

Como para demostrar sus palabras, Xeres vino una vez más. Su lucha era desigual,
con sus reacciones afectadas por el brillo, pero todavía era fuerte, y ella no quería
ver a Rand lastimado.

No es algo de lo que tuviera que preocuparse, sin embargo. Encontró a Xeres en


pleno vuelo y arrastró al otro hombre a la pared del fondo. Y luego, en un
movimiento rápido, practicado, Rand golpeó la cabeza del weren duro contra la

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El Club de las Excomulgadas
pequeña chimenea de ladrillo.

Xeres se desplomó, inconsciente.

—Doyle está afuera. Se lo llevarán para un interrogatorio.

—Pero…

No la dejó terminar la pregunta. En su lugar, le tomó la mano y tiró de ella hacia


un conjunto de puertas francesas que daba a la ruta de bicicletas y luego a la playa.
Salió, con el cielo sobre ellos como un manto de estrellas. Ella estuvo a punto de no

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seguirlo. Sería más fácil simplemente irse. Más fácil, pero mucho más difícil,
también.

Caminaron en silencio por la arena compacta. —Lo arruiné, Lissa —dijo cuando se
acercaron al surf. —Lo siento.

—Lo hiciste —dijo ella. —Pero no debería haber perdido los estribos de esa
manera.

—Me lo merecía.

—Sí. Te lo merecías.

—Nunca me he sentido así. Me vuelves loco.

Ella le lanzó una sonrisa irónica. —Confía en mí cuando te digo que el sentimiento
es mutuo.

Él se detuvo y extendió una mano, simplemente sosteniéndola allí, pero eso no era
sobre tomarse de la mano en la playa. Estaba extendiendo una invitación para
empezar de nuevo.

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El Club de las Excomulgadas
Ella quería tomarla. Querido Dios, deseaba tan desesperadamente poner su mano
en la suya y que él tirara de ella cerca.

Pero no era así de simple. Nada era tan simple, y cuando le había cortado, la herida
había sido profunda.

Él la había creído capaz de traicionarlo, y entonces la había empujado hacia otro


hombre. Y aunque ahora su mano la instaba de nuevo a él, a pesar de que quería
entrelazar los dedos con los suyos y decirle que todo estaba bien entre ellos -no
podía. No lo haría.

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—Lo siento, Rand —dijo ella, y poco a poco dejó caer su mano. —Lo siento, pero
es necesario que me vaya.

Se dio la vuelta. Luego se alejó y no miró hacia atrás.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 36

El vacío que había estado sobre Lissa parecía subir y tragárselo, y Rand se
tambaleó, como un puñetazo en el estómago por el conocimiento de que había
metido la pata. Malo. Posiblemente más allá de poderlo reparar.

Demonios, ¿qué he hecho?

Ella había sido la cosa más brillante que había tenido en su vida, y lo había tirado
todo lejos, diciéndole que no confiaba en ella. Tirándoselo a la cara y acusándola

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de forma intencionada de haberlo traicionado.

¿Y lo peor de todo?

Que en realidad se lo había creído.

Ahora no… no a posteriori, siendo lo que era.

Ahora podía mirar atrás y ver su claridad, junto con la verdad.

Junto con lo que había tirado.

Maldita sea.

Atacó, llevando su puño con fuerza sobre la barandilla de la escalera de madera,


haciendo astillas la cosa.

— ¿Te sientes mejor?

Rand se dio vuelta para hacerle frente a Ryan Doyle, quien estaba en la puerta
trasera de Xeres.

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El Club de las Excomulgadas
—No. —se volvió, después empezó a caminar hacia la playa. No sabía a dónde iba,
y en ese momento no le importaba mucho.

—Párate, Casanova —dijo Doyle. —Tenemos que volver a la división.

—No me necesitas para interrogar a Xeres.

—Maldito sea Xeres —dijo Doyle. —Se trata de Petra.

Su preocupación estalló, cortando a través del arrepentimiento. — ¿Qué pasa con


ella?

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—Está desaparecida —dijo Doyle. —Pero su hermano no. Está en la enfermería,
fuera de combate, con unos cuantos litros de tranquilizante sobrealimentado
circulando por él.

— ¿Cuando lo trajeron?—Rand le preguntó, mirando el cuerpo sin sentido de Kiril.

El médico, una mujer con cabello canoso corto, y la típica actitud sin sentido de los
genios femeninos, ajustó la intravenosa que iba al brazo de Kiril. —Hace unas
horas. Transferido de Cedars.

— ¿Del Cedars-Sinai? —el hospital era decididamente humano. Técnicamente, por


supuesto, Kiril lo era también, pero los años de magia lo habían cambiado. Incluso
ahora, inconsciente, su cuerpo se revolvía a través de su poder, por lo que una brisa
cómoda llenaba la pequeña habitación.

—Tenemos pocos médicos que trabajan por turnos exactamente por esa razón.
Supervisan las admisiones y nos notifican si alguien del mundo de las sombras
entra al sistema.

— ¿Cómo está?

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El Club de las Excomulgadas
—Estable. Eso es todo lo que puedo decirte ahora.

—Doyle dijo que estaba drogado. —el agente lo había compartido con Rand tan
pronto como habían llegado a la División, enviando a Rand para ver al brujo
primero.

Ella frunció los labios en señal de evidente desaprobación. —Grado militar en


hardware-humano militar. Me temo que su biología es única, hasta en el mundo de
las sombras. No reaccionó bien al tranquilizante. Está estable, y no está en coma,
pero no tengo ninguna manera de predecir cuándo volverá en sí.

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— ¿Pero lo hará?

Ella asintió con firmeza. —Yo creo que sí.

Le dio su tarjeta. —Quien le hizo esto tiene a su hermana. Puede saber algo. Al
segundo en se recupere, me llamas.

—No te preocupes.

Pero estaba preocupado. Había contratado a Petra, y ahora había sido secuestrada
y por alguien con conocimientos militares. Lo que no era una coincidencia, y su
atención se centró en Grayson Meer y en Carlos Santiago. Tenía la intención de ir
tras Santiago él mismo, pero se había desviado de ese plan cuando había decidido
destruir su puta vida por creer lo peor de Lissa.

Luke había ido en su lugar, junto con un equipo RAC, y hasta ahora Rand no había
oído nada sobre el resultado de la incursión.

En el ínterin, tenía a Bixby en una de las salas de ordenadores de la División,


peinado viejos discos de la PEC, tratando de encontrar pruebas de que Santiago y
Meer se encontraban en hechos relacionados. De lo que había escuchado de Bixby,
la tarea era casi imposible. Los documentos más antiguos no se metían a la base de

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El Club de las Excomulgadas
datos, y tenía que ir a través de cientos de páginas mal escaneadas y torpemente
listadas de los documentos. La única gracia de ahorro era que habían podido tirar
de los archivos militares y de EE.UU. Por lo que sabía dónde habían dejado a Meer
unos treinta años antes.

—No es que el saberlo ayude —dijo Bixby la primera vez que había cavado en los
registros.

—No, no mucho. Fue movido por toda Asia. Por Europa también. Por África,
incluso. Y… —añadió en tono inusualmente sombrío, —si nos equivocamos acerca
de Meer, este trabajo puede tomar dos veces ese tiempo.

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Rand entendía lo que quería decir. Habían ido disminuyendo la búsqueda de Bixby
sobre la base de ese supuesto, que era poco más que una ilusión, que Grayson Meer
era de hecho uno de los hombres que Santiago había contratado. Pero si estaban
equivocados y los hombres ni siquiera estaban en el destacamento de Meer,
entonces habrían perdido un tiempo precioso.

Acababa de escuchar una serie nueva de gemidos de Bixby cuando bajó el ascensor
al piso del médico forense. Mientras estaba allí, quería hablar sobre la misteriosa
ceniza con Orión él mismo.

La antesala de la zona del ME se parecía a cualquier otra área de recepción, salvo


que estaba completamente vacía. Oyó voces que venían de la parte de atrás, sin
embargo, así que se dirigió en esa dirección, deteniéndose cuando se acercó y se dio
cuenta quien estaba hablando.

Caris.

— ¿Estás seguro?—le preguntó ella. —Porque me estoy quedando sin posibilidades.

—Él no es el hombre. Lo siento, pero el análisis de sangre es claro. El hombre lobo


del que tomaste esta muestra no es el mismo que te hizo.

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El Club de las Excomulgadas
Rand se quedó inmóvil, tratando de darle sentido a la conversación. ¿Hombre lobo?
¿Qué la hizo?

Caris era un vampiro. Una poderosa en eso. Entonces, ¿Sobre qué demonios
estaban hablando?

—Maldita sea, Orión, esa no es una buena noticia.

—Lo siento, Car. No puedo cambiar lo que la muestra dice.

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El sonido de cristales rotos resonó en la habitación.

—Bueno, a la mierda. Ahora tendré que explicar esto en el informe de pedido de


este mes.

—Lo siento.

— ¿Por qué no sólo lo aceptas? ¿Sabes lo rara que eres? Solía haber rumores sobre
vampiros-weren, pero eso fue hace siglos. Tienes la fuerza y habilidad de ambos
grupos. Eres más fuerte. Eres… No sé. Eres especial.

—Qué suerte.

—Realmente lo siento.

—Esto no ha terminado. Encontraré al weren que me hizo esto.

—Sé que lo harás. Aunque no creo que debas.

Sus pasos resonaron en el suelo de cemento, y cuando ella cerró la puerta, Rand se
puso detrás, temporalmente bloqueando su vista antes de cerrarla de nuevo.

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El Club de las Excomulgadas
Si se cerraba, ella lo vería, pero no se dio la vuelta, y sólo cuando estuvo solo otra
vez pudo respirar.

Un vampiro que había sido convertido por un hombre lobo.

Un vampiro con un infierno de chip en su hombro.

¿Eran Santiago y Xeres, nada más que una cortina de humo que se había fabricado?
Era una posibilidad real. Un vampiro como Caris podría muy bien tener una
agenda propia. Podría incluso señalar con el dedo a un Desterrado y a su hijo
desaparecido si pensaba que desviaría la atención de ella.

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¿Y qué era un hombre muerto, si al final servía a su propósito?

La alcanzó en el garaje, a pesar de que no lo habría hecho si ella no se hubiera


detenido para apoyarse en un poste de cemento, con los ojos cerrados, las manos en
puños.

—Caris.

Sus ojos se abrieron de golpe, primero con sorpresa, luego con despido. —No estoy
de humor, Rand. —tiró su cabello oscuro y empezó a alejarse.

—Eso he oído.

Se detuvo.

—Menudo gran secreto —dijo tratando de parecer casual. —Interesante que lo


hayas compartido con Orión. ¿O simplemente lo necesitaste para el trabajo de
laboratorio?

Por un momento, no dijo nada, como si se debatiera o no pudiera salirse de esa. Al


final, se encogió de hombros. —Para los análisis de laboratorio, por supuesto. Eso y
el hecho de que es familia.

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El Club de las Excomulgadas
Rand no pudo evitar reír. — ¿En serio?

—Sí. Lo es. Soy su tía abuela. O prima. O algún familiar así. ¿Quién puede saberlo?
Sólo alrededor de un centenar de veces ha sido eliminado. —se encogió de
hombros. —Es descendiente del árbol de mi hermana. Presté atención, incluso
después de cambiar. Una vez que golpeo mi maldito demonio de nuevo, no me deja
ir. — Levantó la barbilla, con expresión desafiante. — ¿Tienes algún problema con
eso?

—No.

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Ella asintió, centrándose en algo por encima de su hombro en lugar de encontrarse
con sus ojos. — ¿Vas a guardar mi secreto?

— ¿Cuánto tiempo ha sido así?

—Se siente como una eternidad. — Enderezó los hombros, y luego lo miró con ojos
muertos. —He estado buscando al weren que me hizo esto durante años.

— ¿Gunnolf lo sabe?

Asintió. —Me ha estado ayudando.


Rand pensó en sus sospechas. Acerca de la posibilidad de que hubiera sacudido la
cadena de Santiago y Xeres. Pensó en ello, pero no lo creía.

—Me voy esta noche —agregó ella. —Vuelvo a París.

— ¿De verdad? —esperó la quemazón de envidia… se iba a casa, y él permanecía


en el infierno.

Excepto que L.A. no se sentía tanto como el infierno. Incluso después de su real
metida de pata, no deseaba huir del modo en que lo había hecho después de que
Alicia había muerto. Quería quedarse.

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El Club de las Excomulgadas
Quería tratar de hacer las cosas bien.

—Gunnolf tiene otro lugar para mí —dijo Caris. —Parece que él y yo nos
dirigiremos a Moscú.

— ¿Y cuando encuentres al que lo hizo?


No respondió, pero su sonrisa de sangre fría le dijo todo lo que necesitaba saber.
No podía culparla. Si alguna vez hubiera ido tras el hombre weren que había
conocido en esa fría cueva de los Balcanes, Rand sabía muy bien que hubiera
degollado al bastardo. —Buena suerte —dijo simplemente.

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Ella vaciló, y luego asintió. —Para ti también, Rand. No eres la mierda que pensé.

De Caris, ese era un gran elogio

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 37

Lissa había estado de pie en su oficina con la vista clavada en el piso de Orlando’s
por más de una hora, sin embargo, por primera vez en su vida no tenía idea de lo
que estaba pasando en su club. Todo en lo que podía pensar era en Rand. La
situación resultaba especialmente preocupante, ya que en ese momento no quería
nada más que olvidarse de él y llenar el doloroso hueco dentro de ella.

Apoyó la frente contra el frío cristal y se obligó a ver realmente a las chicas abajo. A
Anya, bailando alegremente en el escenario. A Jayla, tentando a los hombres

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cercanos con su sonrisa y risa y su brillo en alto. A Rhiana, trabajando en el suelo
con practicada habilidad a pesar de que sus ojos preocupados se mantenían
moviéndose hacia arriba a la oficina de Lissa.

Deseaba poder tranquilizar a su amiga, pero ¿qué le diría? ¿Qué todo estaría bien?
No. ¿Qué las cosas volverían a la normalidad? ¿Cómo?
Incluso si la PEC ignoraba los términos de su acuerdo de culpabilidad y la dejaban
fuera de prisión, la simple verdad era que necesitaba de almas para vivir.
Necesitaba atraerlas, dejarlas bailar a su alrededor. Dejarlas llenarla, alimentarla y
hacerla fuerte. Tenía que ser Lissa, la codiciosa propietaria de Orlando’s,
seleccionando a cualquier cliente que caminara a través de esa puerta.

Pero no quería serlo. No podía imaginarse tocando a ningún hombre, excepto a


Rand, y la idea de disfrutar el alma de otro hombre...

Su mente fue a Nick. Lo había amado una vez, y estaba segura de que la seguía
amando. Él la tendría…la estrecharía entre sus brazos y le dejaría tomar su ración
de alma. Lo sabía. Y sin embargo, ese único pensamiento la hacía temblar.

Prefería desaparecer que acostarse con cualquier hombre que no fuera Rand. Se
estremeció, pensando en lo que Rhiana le había dicho acerca de por qué los
súcubos no estaban conectados con el amor, porque ¿cómo podrían amar a un
hombre y estar con otro?

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El Club de las Excomulgadas
¿Cómo, en verdad?

Sintió una lágrima bajar por su mejilla, y la apartó. Oh, Dios, realmente lo amaba.

Lo amaba, y el dolor de haberlo perdido casi la estaba matando.

Excepto que no lo había perdido. Se había alejado.

En otra vida, había echado el amor a un lado y lastimado a Nick. Ahora lo estaba
echando a un lado y perjudicando a Rand. ¿Qué importaba que estuviera

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justificado? ¿Que hubiera sido él el que la había herido a la primera?

¿Qué importaba que ella hubiera estando protegiendo su corazón, incluso mientras
se lo estaba rompiendo?

Oyó que alguien estaba en su puerta y se volvió bruscamente, preparada para


decirle a Marco que había dado instrucciones específicas de no ser molestada.

Rand.

Su garganta se puso tan gruesa que casi no pudo hablar. — ¿Cómo has llegado
hasta aquí? Marco no iba a dejar que nadie…

—Puedo ser muy persuasivo. —él se detuvo en el umbral, con su postura y forma
puntuando sus palabras.

—Oh. —se obligó a no caminar hacia él.

Él dio un paso atrás. — ¿Debo irme?

— ¡No!

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El Club de las Excomulgadas
—Bien.

—Rand…

—Te amo, maldita sea —dijo él, y ella quiso tirar las palabras a su alrededor como
una manta, y luego ocultarse lejos en el interior. —Te amo —repitió, moviéndose a
través de la habitación hasta que estuvo de pie justo en frente, y ella tuvo problemas
para respirar simplemente debido a su proximidad. —Y fui un completo imbécil.

—Lo fuiste —dijo ella. —Realmente lo fuiste.

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—He cometido muchos errores en mi vida —dijo él. —Este fue el más grande.

Ella inclinó la cabeza hacia atrás. —Sé algo acerca de errores.

— ¿Y del perdón?

Una sonrisa tiró de sus labios. —Todavía estoy tanteando el camino con eso.

— ¿Puedo ayudarte?

Su corazón se torció. No la había tocado, sin embargo, y todo en lo que podía


pensar era en acortar la distancia entre ellos y caer en el consuelo de sus brazos. Lo
deseaba tan desesperadamente que podía degustarlo… pero había mucho todavía
que se cernía entre ellos.

Ella lo amaba, pero ¿sería suficiente? Porque esto no sólo era acerca de la forma en
que ella se sentía, él tenía que ser su mitad. Tendría que hacer crecer su alma de
nuevo. Porque ella no podía estar con otro hombre. Ni siquiera si pretendiera seguir
con vida para estar con Rand un día más.

Y sin embargo, no podía alejarse de él ahora tampoco.

Tenía que tener fe. Fe en él, y en los dos juntos.

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El Club de las Excomulgadas
Él estaba mirando su cara. —Por favor —dijo finalmente. —Por favor ven a mi
casa.

Una vez más, extendió su mano hacia ella, después simplemente se quedó allí, con
su necesidad palpable en el rostro, con sus auto-recriminaciones aún resonando en
la sala.

Ella trató de respirar, pero su garganta estaba tan malditamente apretada. Le había
hecho daño, más profundamente de lo que hubiera creído posible, pero no podía
imaginar a ningún otro hombre llenándola como él lo hacía. Sentía todo cuando

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estaba con él, y haber estado separados le había hecho daño, incluso más que la
herida que le había infligido.

No sabía si era ser inteligente, y no le importaba. Eso no era sobre el negocio, era
amor. Y en ese momento, confiaría en su corazón. La verdad era que no podía
hacer otra cosa.

Dio un paso hacia delante, llenando el vacío que se alzaba entre ellos. Luego
extendió la mano, y la cerró en la suya.

—Aquí estamos— dijo Rand abriendo la puerta y dejándola pasar delante a la


habitación básicamente aburrida. Hablaron poco en el paseo, sobre todo porque la
había llevado en la parte trasera de su moto, un medio de transporte que ella
consideró una bendición en ese momento, porque había podido absorber las
sensaciones sin tener que hablar.

Ahora que las palabras se requerían, él se sintió incómodo. Como si le hubieran


quitado un vendaje y la piel debajo, aunque sana, aún estuviera tierna.

—Qué bonito —dijo ella e hizo una mueca hacia él. Muy tiernamente.

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El Club de las Excomulgadas
No era que él se quejara, pero la quería de vuelta en sus brazos. Quería saber por el
tacto de su piel contra la de él que el deseo, y el perdón, en sus ojos era real.

— ¿Cómo está Kiril? —le preguntó ella.

—Estable. Inconsciente, sin embargo.

— ¿Xeres ha hablado?

—Jura que no sabe nada, y nos desafió a probar lo contrario.

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— ¿Qué pasa con Santiago? —Ella había sabido todo sobre el Desterrado en su
viaje desde la casa de Xeres.

—No ha habido suerte. Cuando Luke llegó a su cabaña, él ya había partido. O se


dio cuenta de que las cosas estaban en marcha, o el truco de Caris lo asustó lo
suficiente como para irse.

—Lo siento —estaba de pie, como si no estuviera muy segura de qué hacer consigo
misma.

—Está bien —dijo. —Lo encontraré. —dio un paso hacia ella, aliviado cuando no
se movió ni dio un paso hacia atrás de nuevo. —Ahora, sin embargo —dijo,
agarrando el borde de su camiseta y dándole un tirón hacia sí —Hay algo más que
tengo que hacer.

Él tomó su boca en un beso, y las chispas de la victoria y el alivio pasaron a su


través mientras ella se apretaba contra él con un bajo y profundo gemido de
satisfacción.

—Gracias a Dios —dijo ella rompiendo el beso sólo lo suficiente para hablar. —
Tenía miedo de que no me fueras a tocar.

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El Club de las Excomulgadas
Él remedió ese miedo inmediatamente, capturando su boca una vez más, con su
lengua acariciándola y degustándola, con sus dientes mordiéndola. Se encerraron
juntos, haciendo el amor con sus salvajes bocas hasta que Rand estuvo seguro de
que iba a explotar por el placer de hacerlo.

Con sus manos, con sus dedos deslizándose acarició la tela, y luego avanzó poco a
poco debajo para acariciar la delicada piel. Ella se estremeció bajo su tacto, con sus
propias manos yendo detrás de su cuello, tirando de él más para levantarse de
puntillas como si quisiera meterse dentro. Querido Dios, él conocía el sentimiento.

—Rand —susurró, y luego rozó los labios sobre su boca. —Dios, Rand.

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Se derritió con sus palabras, silenciándola con su boca, capturándola y bebiéndola
como un moribundo en el desierto.

En sus brazos, Lissa se derritió contra él, deleitándose con su tacto y deseando más
que nunca, nunca separarse de él.

—Lissa —susurró, con sus manos bajo su camisa, tomando su cintura, con sus
pulgares acariciando la sensible piel. Los deslizó, hasta que su piel áspera rozó la
curva de sus pechos y ella se quedó sin aliento, casi incapaz de soportar el placer.

—Por favor —susurró, y él cumplió su demanda, empujando su camisa y tirándola


por su cabeza para dejarla caer al suelo.

Sus manos le tomaron los pechos. —Tan hermosa...

—Por favor —repitió ella, con su cuerpo dándole un cosquilleo de necesidad. —No
esperes.

La recogió y la llevó a una habitación sin nada más que una cama y una bolsa de
lona, luego se enterró debajo de la ropa desechada.

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El colchón se sintió duro contra su espalda, y él presionó su cuerpo sobre el suyo,
capturándola por completo. Cerró los ojos, sumergiéndose en el placer de hacerlo,
por primera vez completamente cómoda estando debajo de un hombre, con su
cuerpo sosteniendo el de ella en su lugar.

Su boca cayó en su pecho, y se arqueó, queriendo tener más, aumentar el calor


violento del placer que estaba haciendo estragos en ella. Deseando no sólo su boca,
sino todo de él. —Rand, por favor. Te quiero dentro.

—Dios, sí.

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La acarició primero, con sus dedos deslizándose, poniéndola más mojada, incluso.
Luego se empujó en su interior, y levantó sus caderas, encontrándolo, atrayéndolo,
queriendo más y más hasta que fueran una sola persona, moviéndose juntos en un
frenesí de calor y aumento de pasión.

Él estaba cada vez más cerca, con las hebras de su alma comenzando a deslizarse,
con sus jirones juntándose a su alrededor, rozando su piel, haciendo que se sintiera
aún más exquisita.

Había más.

Ella abrió la boca, tratando de saber si su alma fresca era real o sólo una ilusión.
Pensaba que era real, pero no podía estar segura. Era demasiado dulce, demasiado
nueva, y todavía no era lo suficiente como para arriesgarse a dejarlo entrar en su
interior.

Era hora de bajarse.

Ella se movió debajo de él. —Rand, ten cuidado.

Él gimió en señal de protesta, y ella se movió, pidiéndole que se detuviera,


acariciando su cuerpo con sus manos, deslizándose hacia abajo para terminar lo
que había empezado con su boca, probándolo y tomándolo, pero al mismo tiempo

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El Club de las Excomulgadas
queriendo más.

Deseando mucho más.

Después, saciados, yacieron juntos, con los dedos de Rand acariciando su piel. —
No quiero que sea siempre así entre nosotros —dijo él.

Ella lo acarició cerca, fingiendo no entender. —Creo que es bastante bueno entre
nosotros.

—Quiero perderme en tu interior —dijo él. —Y creo que también tú lo deseas.

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Estaba de espaldas a él, y se permitió un suspiro, antes de mirar su rostro con una
sonrisa suave y doblando sus brazos hacia él. —Sí, lo hago— dijo. —Pero eso no es
todo, Rand. No lo hace ser todo.

Él se sentó, con su expresión grave. —No puede ser todo, pero es más de lo que
estás permitiendo. Vamos, Lissa, ¿crees que no veo el panorama aquí? Podría haber
sido humano hace doce años pero vivo en este mundo ahora. Sé qué preguntas
hacer cuando estoy tratando de averiguar acerca de alguien.

Ella tragó. —Entonces, ¿de qué te enteraste de mí?

—Que si no tomas almas de forma regular, infiernos, con frecuencia, comenzarás a


desvanecerte. Te vuelves débil. Que enfermarías. Perderías tu encanto.

— ¿Tienes miedo de no estar atraído hacia mí? —bromeó.

—No estoy bromeando, Lissa.

Ella le tomó la mano. —Sé que no lo estás. Lo siento.

—Necesitas almas, Lissa. Y no puedes conseguir ninguna de mí.

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El Club de las Excomulgadas
—Puedo.

La miró con recelo. —Pensé que habías dicho que no había suficiente para tomar.

—Todavía no —ella le dio un beso en su mejilla.

—Lissa —su voz era baja y cruda. —Maldita sea, Lissa, no puedes hacer eso.

— ¿Hacer qué?

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—No puedes desear algo que no soy. Tú. Yo. Alma. Es algo que tendremos que
enfrentar.

—Lo sé —dijo. —Y no estoy deseando nada.

Se sentó bruscamente, apartándose de ella, pero ella no estaba dispuesta a dejar que
se saliera con eso. Apretó su cuerpo a su espalda, con sus manos aferradas a sus
hombros. —Eres un idiota, Rand, ¿Sabías eso?

—Me alegro de que estemos teniendo esta pequeña charla.

—Miras tu pasado, y piensas que eres frío y horrible, porque tu primo te hizo matar
por él y porque no amaste a tu esposa. Pero no es así. No lo fuiste entonces, y desde
luego no lo eres ahora. —ella respiró. — ¿Y sabes qué? Aunque hubieras sido una
especie de bestia vil hace doce, dos docenas de años, has cambiado.

—Lissa.

—No, escúchame. Dices que no tienes control durante la luna llena, pero lo tienes.
Si no, no hubieras venido a mí. Creo que olvidas porque tienes esa imagen de ti
mismo en tu cabeza dura. Estás tan seguro de que no hay nada humano dentro de ti

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que te niegas a reconocer cuando el ser humano es en realidad más fuerte que el
lobo.

Él trató de decir alguna palabra, pero ella estaba en su rollo. —Y esa mierda de no
ser capaz de cambiar a voluntad… dices que eres un animal, y siempre lo has sido y
aceptas eso. Pero no, Rand. No lo aceptas. Y por eso no puedes cambiar. Porque
piensas que sería como ceder a lo que no quieres ser.

—No —dijo él.

—Sí —discutió ella. —Eres un buen hombre, Rand, como lobo y todo. Sólo tienes

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que aprender a aceptarlo. Haz eso, y tu alma volverá a crecer muy bien.

Se detuvo, temerosa de que fuera a echarla de la cama, fuera de la casa, o fuera de


Los Ángeles para el caso. Pero había dicho su parte, y se sentía mejor. Y si él lo
tomaba en serio...

La estaba mirando.

— ¿Qué?

—Ha pasado mucho tiempo desde que recibí una reprimenda tan a fondo.

Ella se recostó contra la pared y abrazó la sábana contra su pecho. —Te la mereces.

—Tal vez. —se inclinó y la besó. —Gracias.

— ¿Por habértelo dicho?

—Por creer en mí.

Apretó los labios, temerosa de llorar. —Sí, lo hago —dijo. —Ahora cállate y
bésame.

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El Club de las Excomulgadas
Rand se despertó con el sol entrando por la ventana y con Lissa a su lado. La
mañana se sentía diferente. Extraña. Y se quedó allí hasta que se dio cuenta: Él
estaba contento.

Era la revelación suficiente golpe-en-el-rostro para quedarse en la cama,


escuchando la pequeña elevación y caída de su respiración a su lado, mientras
miraba hacia el techo y se empapaba de todo.

Contento. La emoción se sentía nueva y exótica. Había pasado un infierno de


mucho tiempo desde que se había sentido así.

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Rodó hacia un lado y miró a Lissa, ahora durmiendo en su estómago, con la
sábana reunida en algún lugar alrededor de sus rodillas. Estaba desnuda, y movió
sus dedos sobre su espalda desnuda, y luego sobre la curva de su perfecto trasero.

No, se corrigió. No hacía mucho tiempo. Nunca había sentido eso antes. No así.
No de la forma en que se sentía alrededor de Lissa.

Lo hacía reír, lo hacía pensar. Y no tomaba ninguna mierda.

Por encima de todo, creía en él, que era algo que su cerebro no podía asimilar. Era
una mezcla embriagadora, y tenía miedo de no poder vivir con el hombre que ella
veía. Trataría, sin embargo. Por ella, valía la pena intentarlo.

Junto a él, ella se movió. Se inclinó y le dio un beso a ese perfecto trasero, después
escuchó su risa, amortiguada por la almohada.

—Buenos días —susurró él.

Empezó a incorporarse, pero él le puso la mano en el hombro.

—No —dijo. —Quédate ahí.

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El Club de las Excomulgadas
La felicidad no era lo único con lo que se había despertado. Ya estaba duro, y en
ese momento tenía que tenerla. Tenía que reclamarla. Esta mujer, esta mujer era
increíble, era suya. Sólo de él. —Eres mía —le susurró, inclinándose de modo que
sus labios estuvieron cerca de su oído. La montó, casi deshaciéndose por la forma
en que su suave trasero frotó su pene de acero.

Ella exhaló, con su cuerpo temblando, y abriendo las piernas en respuesta. Sus
bolas se apretaron, y supo que sería rápido. No pudo esperar. Y cuando él pasó la
mano hacia abajo, tocándola, y encontrándola resbaladiza y lista casi se vino en ese
momento.

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—Salvaje —dijo él, y cuando ella lo encontró, él aferró su cintura y se empujó a sí
mismo en el cielo.

De inmediato, sus músculos se tensaron en torno a él, atrayéndolo, ordeñándolo


mientras se movía a un ritmo sensual encima de ella. —Lissa —gimió, con su
cuerpo tensándose, necesitándola.

—Oh, Dios, Lissa.

Ella levantó su parte trasera, encontrándose con sus golpes, pero cuando estaba a
punto de venirse, se movió, liberándose de él.

Su cuerpo gritó por la traición, pero ella se inclinó, tomándolo con su boca duro
contra la suya, mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo, encontrándolo
duro, listo y tan cerca. Lo acarició con su lengua jugando, con sus manos
llevándolo más alto y más hasta que su cuerpo no pudo soportarlo más y se
convirtió en una supernova.

Él gritó contra su boca, con su cabeza balanceándose, mientras respiraba, tratando


de prolongar el placer mientras trataba de traerse de vuelta.

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El Club de las Excomulgadas
Con un movimiento rápido, la sentó a horcajadas, con sus manos acariciando su
pecho, con su cuerpo cerca, como si hubiera terminado dentro de ella.

Cerró sus brazos, acercándola, dejando que sus latidos se mezclaran como uno. No
sabía cuánto tiempo permanecieron así. Sólo sabía que después de alguna pequeña
eternidad ella le mordió el lóbulo de la oreja. —Voy a ir a la ducha. —se deslizó
con gracia fuera de él, y luego tomó su mano. —Únete a mí.

A ella le gustaron sus duchas calientes y el agua cayó sobre ellos, empapándolos
mientras estaban juntos, con sus cuerpos apretados, resbaladizos con agua y jabón.
Él pasó las manos por encima de su piel, ayudando al agua que caía sobre ella a

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lavar el jabón, y con esa excusa explorándola, deseando tocarla y sentir cada
centímetro que podría haberse perdido antes.

Sin mediar palabra, él le apretó la espalda a las baldosas de la ducha, y luego se


dejó caer de rodillas. No tenía pelo en la entrepierna, ni en su cuerpo a excepción
de las pestañas, las cejas y los rizos rubios que enmarcaban su rostro. Había dicho
que era la naturaleza de los súcubos, y en ese momento él totalmente lo aprobaba.
Su mano se deslizó sobre ella con tanta facilidad, con sus dedos deslizándose,
sintiendo una humedad que no tenía nada que ver con la ducha.

Llevó su lengua a ella, saboreando su clítoris, deslizándose sobre su piel caliente,


resbaladiza, haciéndola temblar y jadear. Con sus manos, se aferró a sus caderas,
manteniéndola quieta.

Quería abrazarla mientras ella se perdía, quería saber que él era el que la tenía allí.

Sabía como el pecado, las lluvias del verano y a sexo, y él mantuvo su lengua en
ella, acariciándola y jugando, apretando su cuerpo de nuevo con su sabor. Podía
sentirla temblar, la oyó recobrar el aliento, y quiso decirle que no se detuviera, que
se dejara ir y se fundiera en sus manos.

Quería decirle que la atraparía.

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El Club de las Excomulgadas
Pero no pudo decir nada en ese momento, no podría haberla detenido aunque
hubiera querido, así que en lugar de eso se lo dijo con su toque, con su lengua.

Después se corrió, con el temblor final creciendo más y más hasta que ella gritó, se
agarró a sus hombros y se apretó con fuerza contra él, como si quisiera extraer lo
último del placer.

Se deslizó por las paredes, en sus brazos, y se quedaron allí, envueltos juntos, hasta
que el agua caliente comenzó a volverse fresca.

Él dejó caer la toalla de nuevo, y luego se quedó desnudo, simplemente mirándola.

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Ella le sonrió, tan segura y confiada que pensó que estallaría. Ella estaba en lo
cierto.

Infiernos, tenía que estar en lo cierto.

Con una mano, la instó a ir más cerca. Luego besó su frente y le pasó la mano sobre
su sedoso pelo. —Iré a hacer el desayuno.

Levantó una ceja. —Miré en la nevera anoche —dijo. — ¿Cómo te las arreglarás?

Tuvo que reconocer que tenía un punto, pero luego cambió de estrategia para
incluir tirar de sus pantalones vaqueros y de una camisa. —Iré por un desayuno
rápido de tacos —dijo. —Comeremos en el comedor. Ropa formal no es necesaria.

—Me alegra oír eso.

Cuando salía de la habitación, vio que ella había sacado sus pantalones vaqueros,
que eran una vergüenza, y su camiseta, que lo hacía feliz. Todavía estaba pensando
en eso, sobre ser feliz, cuando atravesó la puerta de la cocina y entró al patio trasero
donde había dejado la Ducati.

Estaba sacando la llave de su bolsillo cuando oyó la puerta de atrás abrirse. —


Déjame adivinar —dijo volviéndose. —Ya me extrañ…—

388
El Club de las Excomulgadas
Las palabras murieron en su garganta, cortadas por la imagen del hombre vestido
de negro disparando el tranquilizante desde su arma de fuego. Rand voló al lado,
con el dardo apenas fallando. Detrás del hombre armado, vio a otra figura en la
casa.

Lissa.

En él, el lobo se levantó.

Y entonces, cuando el hombre armado levantó el arma para disparar de nuevo, el

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lobo saltó, y el hombre no supo de nada más.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 38

Si se movía, la cabeza de Lissa explotaría. Estaba segura de eso, por lo que se


quedó muy quieta y trató de abrir los ojos. Uno a uno, y muy, muy lentamente.

Poco a poco, el mundo entró en enfoque, y se dio cuenta de que la cara por encima
de la ella pertenecía a Nick.

— ¿Rand? —le preguntó.

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Su rostro se endureció. —En la sala. No creo que quieras verlo.

— ¿De qué estás hablando? —le preguntó, pero mientras lo hacía, la sala entró en
enfoque también. No era la casa de Rand. Sino una sala de hospital. Completa con
máquinas dando pitidos y olor a antiséptico.
—Rand —ella sacudió la sábana y trató de incorporarse, pero su cabeza no quiso
nada de eso y su cuerpo estaba dolorido, rígido y cubierto de vendas, y las manos
suaves de Nick la apretaron hacia abajo contra la almohada.

—No es una conmoción cerebral. Sólo un dolor de cabeza horrible, y algunos


rasguños y mordeduras son bastante intensos. Estuviste desmayada por un tiempo,
por lo que deberás moverte lento.

— ¿Qué diablos pasó?

—Ese animal de mierda casi te desgarró en pedazos.

Ella sacudió la cabeza lentamente, sin poder creerlo. —No. No, eso no puede ser
correcto.

—Es mi maldita culpa —dijo en tono cortante. —Estabas toda lista para irte, y él
estaba listo para dejarte ir, y yo tenía que meter la maldita cabeza y decirle lo idiota
que era.

390
El Club de las Excomulgadas
— ¿Sobre qué?

—De que tú no lo habías traicionado. Sobre que habías estado dispuesta a ir a la


cárcel para proteger la preciosa alma de un hijo de puta de mierda que haría algo
como esto.

—Él no lo hizo.

—Él lo hizo, Lissa —hizo un gesto a sus brazos y piernas vendados. —Esas son
heridas de hombre lobo. ¿Crees que los médicos de aquí no saben qué aspecto

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tienen?

—Rand nunca me haría daño.

—No fue a propósito. Creo eso. Pero cuando cambió...

Ella sacudió la cabeza. —No había luna llena. No puede cambiar cuando quiera.
Nunca ha podido hacerlo…

—Lo hizo —dijo Nick. —Fue atacado. Los vio entrar a la casa. Estaba preocupado
por ti. Cambió.

— ¿Ves? No me hizo daño. Me estaba salvando.

—Están muertos. Dos atacantes, justo en el centro de tu piso. Y todo lo que Rand
sabe es que cambió, que están muertos, y que estás en el hospital. Haz las cuentas.

—Está equivocado.

—Eres ingenua —contestó, e inmediatamente después se suavizó. —Lissa, lo


siento.

—Sólo tienes que irte. — Volvió la cabeza hacia un lado, y luego sintió que sus

391
El Club de las Excomulgadas
dedos acariciaban su pelo. —Vete.

—Negarlo no te ayudará —dijo. —Rand es peligroso. Siempre ha sido así, siempre


lo será. Y pensar que te has enamorado de él no cambiará nada.

Cerró los ojos, sin querer oír sus palabras. No queriendo creer que podría tener
razón.

No sabía cuánto tiempo había pasado antes de que un golpe seco en la puerta la
sobresaltó despertándola, y Rand entró con una expresión llena de dolor.

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—No me hiciste esto —dijo ella con firmeza.

—Estás equivocada. —él pasó un dedo por uno de sus brazos vendados.

—No —dijo. —No lo estoy.

—Perdí el control. Estaba en la zona de muerte, tú también, y malditamente te hice


esto. —su mano bajó con fuerza sobre el colchón, lo que acentuó su discurso.

—No.

—Maldita sea, Lissa, abre los ojos. Estás unida a una maldita intravenosa. Estás
cubierta de mordiscos y arañazos. Y limpiaron maldito pelo weren de tus heridas.

Su pecho se oprimía con cada una de sus palabras, pero no iba a darse por vencida.
No cuando se trataba de él. No con ellos.

—No —repitió ella.

— ¿De verdad crees eso?

Lo miró a los ojos. —Creo en ti.

392
El Club de las Excomulgadas
Él respiró. —No.

Petra cerró los ojos, tratando de oír mejor mientras el llamado Meer reprendía a su
equipo.

—Inaceptable —dijo. —Dos más del equipo están muertos, y no tenemos una
maldita cosa que mostrar por eso. — ¿Dices que había una mujer con Rand?

—No lo sé —una voz baja, y Petra abrió los ojos, vio al que hablaba mayor,

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canoso, con el pelo de sal y pimienta.

—Si la hubierais traído de regreso con vosotros, lo tendríamos para ahora. Capturar
a la chica, y tendremos al lobo.

—Ella está en el hospital —informó uno de los hombres.

—Entonces te sugiero que vayas allí.

Rand se sentó en la barra del Slaughtered Goat, con su computadora portátil


abierta delante, a la espera de que la base de datos de identificación de la PEC le
devolviera la identidad de los dos muertos weren en su casa.

Una vez que supiera eso, vería a dónde lo llevaban, y tenía la sensación de que lo
conducirían a Grayson Meer.

Seguiría esas pistas, encontraría a Meer, y le arrancaría la maldita cabeza.

Hasta entonces, se emborracharía.

Malditamente borracho.

393
El Club de las Excomulgadas
Y la copa en la actualidad estaba seca, lo que era totalmente inaceptable.

—Otra —le dijo a Joe, quien levantó una ceja, pero vertió el whisky.

— ¿Quieres hablar de ello?

— ¿Sobre qué?

—De lo que sea que te puso así el trasero.

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Abrió la boca, y luego negó. —No. No quiero hablar de eso.

La había herido. Y no sólo una vez. No, la había herido dos veces. En mente y
cuerpo. Sin querer dejar nada fuera, después de todo. Malditos fueran todos en el
infierno. La primera mujer que realmente le importaba, la primera mujer que había
amado, y la había lastimado.

Amor. La palabra se retorcía y enroscaba en su cabeza tratando de apoderarse de


ella, tratando de decidir si era real o una ilusión, y cómo diablos se había
enamorado sin previo aviso.

Excepto que había habido advertencias y señales, e incluso un montón de malditas


señales. No era una ilusión. La amaba. En verdad la amaba. Y estaba seguro de que
ella lo amaba también.

Y eso hacía que haberla lastimado fuera aún más difícil de soportar.

Golpeó las teclas, tratando de conseguir que el equipo funcionara más rápido. Sin
uso, su cabeza vagaba por temas dolorosos, maravillosos.

— ¿Alguna vez has estado enamorado, Joe?

394
El Club de las Excomulgadas
Joe saltó en la barra, con las rodillas nudosas casi hasta las orejas. —Una vez. Hace
mucho tiempo.

— ¿Ella también te amaba?

—Sí.

Rand terminó su whisky. —Bonito, ¿eh?

— ¿Tuviste una pelea con tu mujer?

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Él soltó un bufido. —Se podría decir eso.

—Te dio la patada, ¿eh?

Rand sacudió la cabeza. —No. En realidad, quiere que me quede.

—Bien, eso es bueno, también, ¿verdad? Cuando te aman, me refiero. No se puede


pedir mucho más que eso.

Rand pensó en la manera en que Lissa se había aferrado a él después de que había
ido con ella a Orlando’s. La forma en que había tirado de sus dedos, tratando de
hacerlo retroceder cuando la había dejado en la cama del hospital. Sobre el dolor en
sus ojos cuando le había dicho que se iba. Ella había terminado lastimada por su
culpa, y ahora él estaba sufriendo por ella.

Cerró los ojos y suspiró. —No —dijo simplemente. —No hay nada mejor que eso.

395
El Club de las Excomulgadas
Capítulo 39

Lissa subió los escalones de su apartamento muy lentamente, con su cuerpo todavía
entumecido y dolorido. Pero había obtenido el alta, y sus distintos cortes,
mordiscos y rasguños habían sido completamente desinfectados. El personal le
había asegurado que ya que no había sido mordida en luna llena, no sucumbiría al
virus de los weren.

Ahora estaba muy contenta de estar en casa. Quería estar en su lugar. Con su
propias cosas.

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Y deseaba a Rand.

Lo había llamado y dejado un mensaje. Con un poco de suerte, la llamaría o


vendría pronto.

Como si hubiera sido el momento justo, el teléfono sonó, pero no era Rand. —
¿Lissa? Habla Barnaby de la Oficina de Orión. ¿Es este un buen momento?

—Grandioso —dijo, apoyada en la barandilla. — ¿Qué pasa?

—Quería que supieras encontré el ADN del hombre lobo que te mordió como
pediste.

— ¿Y? —su estómago se agitó. Se dijo que no estaba nerviosa. Sabía cuál sería el
resultado. Tenía fe. Esto era sólo por Rand.

Pero todavía no podía evitar tener nervios.

—Tenías razón. El ADN no es de Rand.

— ¿Pudiste identificarlo?

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El Club de las Excomulgadas
—Es de Santiago —dijo Barnaby, y a Lissa se le heló la sangre.

— ¿Se lo dijiste a Rand?

—Es el siguiente en mi lista.

—Bien. Si hablas con él antes que yo, dile que venga a mi casa, cuando termine.

—No hay problema.

Colgó con una sonrisa en el rostro. Rand no la había lastimado, y pronto lo sabría.

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No sólo eso, sino que tendría en sus manos al hijo de puta que lo había hecho. Que,
en la mente de Lissa, merecía una ovación en toda regla.

Deslizó la llave en la cerradura y abrió la puerta, luego entró y tiró su bolso sobre la
mesa.

Luego se quedó inmóvil.

Había alguien en su apartamento. Alguien con cara dura y pelo canoso, y la mirada
de lobo en ella.

Se dio la vuelta, corriendo hacia las escaleras.

Estuvo en ella en un instante, con su boca junto a su oído. —Hola, Lissa—dijo en


voz baja. —Soy Carlos Santiago. Y vendrás conmigo.

—Es ex militar, sí —dijo Bixby, mirando el movimiento de la información a través


de su pantalla. —No hay vínculos con Meer. No hay vínculos que pueda ver.

—No puede ser —dijo Rand. La computadora había dado dos nombres y muy
pocos datos sobre los cuerpos en su casa. Rand había arrastrado su trasero y su
ordenador portátil a Bixby, que estaba en el cielo de la alta tecnología en el subnivel

397
El Club de las Excomulgadas
cinco de la PEC, escondido en un cuarto de cemento con el zumbido de los
ordenadores. —Tienes que conseguir algo.

—Seguiré buscando, lo haré, lo haré. Pero no hay nada en la superficie. Tengo otra
cosa, sin embargo. —su sonrisa fue amplia y felina. —Tengo la conexión, la tengo.

— ¿De Meer con Santiago? —Rand casi podía besar al pequeño weren-gato. —
¿Has hecho una conexión?

—La hice. Sí, la hice —tocó las teclas y otra pantalla se vio. —Estaba a punto de
llamarte cuando llegaste. Estaba a punto de decírtelo.

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—Dímelo ahora.

—Te lo mostraré —dijo, señalando la imagen que estaba en la pantalla, un escaneo


difuso de un documento legal de cargo de que Carlos Santiago fraternizaba con los
militares humanos en Honduras por casi veinticinco años. En concreto, con las
tropas del tercer Destacamento Delta de Operacionales, del Equipo Bravo.

—El personal, Bixby —dijo Rand. —Dime que sacaste los nombres de los hombres
en el Equipo Bravo.

—Oh, sí —dijo. —Aquí tienes la lista.

Un par de toques más mientras Bixby pasaba las páginas cargadas hasta llegar a un
documento en el que figuraban los cuatro soldados con los que Santiago había
convivido. Ian Kessler, Jonas Brick, Scott Ailey, y Meer Grayson.

—Brick y Ailey muertos —dijo Bixby. —Muertos en la década de los noventa.


Kessler está vivo. Doctor, eso es lo que es. En Los Ángeles. Salió temprano. Salió
muy pronto.

—Pero Meer se quedó más —dijo Rand. —Y él y Santiago se mantuvieron en


contacto.

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El Club de las Excomulgadas
Bixby le dio una palmadita en la espalda. —Buen trabajo —dijo. Todavía quedaban
agujeros.

Rand no podía imaginar a Meer y Santiago en la fase final, pero la soga se


apretaba. Una vez que los encontraran, los podrían interrogar, y el resto de los
detalles entrarían en su lugar.

La conclusión era la clave.

—Bienes inmuebles —dijo Rand. —Comprados, alquilados, no me importa.

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Rastrea sus nombres, los nombres de empresas, corre un anagrama de sus malditos
nombres mezclados. Pero encuéntrame algo. Santiago dio un brinco fuera de su
cabaña, pero no creo que haya dejado la zona. Él fue el que comenzó los rumores
de Jacob, debe andar en los alrededores para ver cómo se juega todo.

Rand estaba pensando en voz alta mientras Bixby ponía sus órdenes en marcha,
pero el pequeño weren-gato estaba escribiendo todo, meneando la cabeza y con sus
dedos tocando moviéndose por el teclado. —En ello. Estoy en ello —dijo.

El teléfono del escritorio sonó y una voz femenina llenó la habitación. — ¿Está el
señor Rand ahí?

Él tomó el auricular. —Al aparato.

—La oficina del médico forense está tratando de localizarte. Al parecer, tu teléfono
móvil no está funcionando.

Rand lo sacó de su bolsillo. No tenía señal.

—Diles que estaré allí.

El problema con el teléfono de Rand no era causado por estar bajo tierra, porque en

399
El Club de las Excomulgadas
cuanto estuvo lejos de todas esas condenadas computadoras, sonó. Lo abrió,
impaciente. —Estoy en camino.

—Eso es muy bueno de escuchar. —la voz era dura y fría, y poco familiar.

— ¿Quién habla?

—Creo que es hora de que hablemos.

— ¿En serio?— Los dedos Rand se apretaron alrededor del teléfono.

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—En una hora. A la puesta del sol —agregó la voz, dándole una dirección
específica.

— ¿Y si digo que no?

—Entonces tu mujer morirá.

Nick pasó los dedos por su pelo, obligando a sus pensamientos a enfocarse. Alguien
se había llevado a Lissa. Y si Serge todavía estaba vivo, ese mismo alguien
probablemente también lo tenía en una celda. O algo peor. —Es una trampa —dijo
refiriéndose a la llamada telefónica de Rand. —Tiene que ser una trampa.

—No jodas —respondió Rand. —Es por eso que iré a la cita. No en la puesta del
sol, de todos modos.

Nick miró y vio que Rand estaba sosteniendo la tarjeta-llave Boyd. —Si no
sacamos a Lissa de allí para el momento del encuentro, entonces la matarán, y lo
sabes malditamente bien.

— ¿Dónde exactamente planeas usar esa llave? —Nick le preguntó. Si el weren


había estado guardando resultados de la investigación después de que

400
El Club de las Excomulgadas
supuestamente trabajaba en equipo de la PEC…

—Tengo que hablar de Xeres. Ahora.

Los ojos de Nick se estrecharon. — ¿Qué estás sugiriendo?

—Todo lo que necesito es que me reciba en su celda y apagues la vigilancia. Saldré


con una dirección.

Nick asintió, con sus dedos picándole por conseguir la información de Xeres por sí
mismo. Pero Rand tenía razón acerca de la vigilancia, y tenía recursos en el lugar

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que le podrían hacer un favor.

—Nos vemos en el Bloque A de detención. Tendrás diez minutos. No puedo


arriesgar más que eso.

—Será suficiente —dijo Rand. —Haré que sea suficiente.

Mientras Nick se deslizaba para trabajar su magia en la sección de seguridad, Rand


se movió al bloque de detención, reuniéndose con él fuera del pasillo que conducía
a la celda de Xeres.

—Diez minutos —repitió Nick, y luego habló con el guardia, un troll que
acompañó a Rand a la celda.

La puerta se abrió, entró, y el troll le cerró la puerta estrechamente.

Xeres se puso de pie, con expresión llena de odio.

—Hola, Xeres —dijo Rand, acercándose para apoyarse contra la pared del fondo.
—Estaba pensando que tú y yo deberíamos tener una charla buena y larga.

—Yo no tengo ninguna mierda que decirte.

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El Club de las Excomulgadas
Rand se encogió de hombros. —De acuerdo.

Comenzó a caminar pasando a Xeres, entonces le dio un puñetazo en el estómago,


tomando la parte de atrás de su cabeza y golpeando su cara con el borde del lavabo
de acero inoxidable.

Sus dedos se cerraron en el pelo de Xeres, y levantó la cabeza del weren.


— ¿Decías?

—Vete a la mierda.

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


—Respuesta equivocada.

Otro golpe contra el metal, y oyó romperse de la nariz de Xeres.


— ¿Dónde está? ¿Dónde está Santiago? ¿Dónde está tu padre?

—No lo sé —gruñó Xeres. Debajo de la mano de Rand, el cuerpo del weren se


tensó, calentando su carne mientras Xeres convocaba el cambio.

—No te ayudará —dijo Rand, con su voz baja y dura. —Puedo hacerte daño
incluso cuando seas mitad lobo. — Para probar su punto, golpeó la cabeza de Xeres
de nuevo, después empujó la rodilla arriba, capturando las costillas del hijo de puta.
—Habla.

Xeres se desplomó en el suelo, pero se quedó quieto. Rand le dio una patada fuerte
en la parte baja de la espalda, negándose a dejar al weren concentrarse en su
cambio.

Negándose a dejarle hacer otra cosa que pensar en el mundo de dolor que tendría si
no cooperaba. Y pronto.

—Dime, maldita sea —dijo él, agachándose sobre la forma acurrucada de Xeres,
con sus dedos entrelazados en el pelo del bastardo. El weren estaba boca abajo en el

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El Club de las Excomulgadas
cemento, y Rand le sacudió la cabeza levantándosela, después estrellándola con
fuerza, dejando una huella sangrienta de su cara estrellada contra el hormigón.

—No… tengo… nada... que... decir.

—Y una mierda.

Xeres levantó una mano, y Rand aflojó la espera, pero no demasiado. Tenían a
Lissa… los hijos de puta de Meer y Santiago la tenían. Y si tenía que arrancar las
uñas de las manos de Xeres una a una para conseguir la información que
necesitaba, lo haría. Y con placer.

J.K Beck - Cuando El Placer Manda - Serie Guardianes De Las Sombras II


—Yo no estoy con él...

—Pero sabes algo.

—Yo... no.

Rand lo apretó y levantó la cabeza de Xeres de nuevo.

—Está bien, está bien... Pudo saber algo.

—No jodas —dijo Rand. — ¿Dónde lo está haciendo?

—No lo sé. Lo juro... yo... me reuní con él en el bosque. Pero no estoy... no estoy
atado a él.

—No me gusta esa respuesta —dijo Rand. Le dio la vuelta al weren y sacó su
cuchillo, empujando la punta del mismo en la suave piel bajo la barbilla de Xeres.

—No lo sé —dijo, con una voz completamente derrotada. —No lo sé.

—No es suficientemente buena respuesta. —lo empujó con más fuerza, y una gota

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El Club de las Excomulgadas
de sangre salió de la punta de la hoja. Rand movió su rodilla, aplastando las bolas
del weren. El dolor atravesó los ojos de Xeres. —Maldita sea, dame algo.

—No hay nada —se quejó Xeres. —No hay nada que darte. Nunca lo vi ir a algún
lugar. Nunca lo vi con nadie.

Rand se puso tenso. — ¿Nunca lo viste? Pero, ¿te habló de alguien?

El weren cerró los ojos, asintió, viéndose absolutamente miserable.

— ¿De quién? Maldita sea, ¿De quién?

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—No lo sé. Amigos, me dijo. De los viejos tiempos.

—Nombres, maldita sea. Necesito nombres. Necesito direcciones.

—Juro... que no sé.

— ¿Meer?

Los ojos de Xeres estaban en blanco. —No —susurró. —No.

— ¿De quién?

Estaba temblando, con su piel moteada, con el rostro contorsionado por el dolor. —
No lo sé —repitió —no lo sé, no lo sé, no lo sé.

Un golpe sonó en la puerta, Nick entró y miró fríamente la forma quebrada de


Xeres en el suelo. —Es la hora —dijo. —Necesitas irte.

Rand se puso de pie, mirando hacia abajo a Xeres con disgusto. —Será mejor que
reces para que la encuentre a tiempo.

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El Club de las Excomulgadas
Siguió a Nick, con los gemidos de Xeres detrás de ellos por el pasillo.

— ¿Le crees? —le preguntó, después de que Rand le dijera lo que había averiguado.

—Sí. Mierda —atacó, golpeando su puño contra la pared al lado del ascensor.

—Todo lo que sabía era que Santiago tenía amigos.

La puerta del ascensor se abrió, y Nick comenzó a entrar. Rand extendió la mano,
tirando del vampiro de nuevo. —Dijo amigos. En plural. Meer y alguien más.

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—Sí. Sabíamos eso. No creímos que era una operación que Meer hiciera en
solitario.

—De los viejos tiempos —dijo, con su mente zumbando. —Eran cuatro.

Dos habían muerto en los años noventa. Pero Meer y Kessler todavía estaban
vivos. Un médico, había dicho Bixby.

—Kessler es doctor.

Nick asintió. —Eso encaja.

—Mierda, sí. La ceniza es orgánica. Y sabemos que se llevaron a Serge. — Se


encontró con los ojos de Nick. —Están haciendo algún tipo de experimentos.
Experimentos médicos. Vamos.

Corrieron a través de la División a la oficina de Bixby, pero cuando llegaron, el


pequeño weren-gato estaba fuera.

—Maldita sea.

Nick se deslizó frente al teclado. — ¿Qué estamos buscando?

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El Club de las Excomulgadas
—A Ian Kessler. Un médico. Estábamos buscando los registros de propiedad
reales…

Nick estaba escribiendo rápido, sacando impuestos a la propiedad, registros,


escrituras y todo tipo de mierda. Desafortunadamente, no encontró mucho. —Un
momento —dijo él cambiándose a otro sitio. —Aquí es donde trabajar con un
abogado es muy útil.

Rand vio como Nick se metía a través de listas de registros de empresas, con las
manos apretadas con fuerza a los costados para no estallar con frustración. El

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tiempo se agotaba, y Lissa…

—Ja —dijo Nick. — ¿Ves eso?

— ¿Qué?

—Un almacén. Arrendado hace un año para Empresas MK, una subsidiaria de la
investigación médica de Kessler.

—Eso es todo —dijo Rand, mirando sobre el hombro de Nick y tomando nota de la
dirección. —Esa tiene que ser —le dio una palmada en el hombro. —No es un mal
trabajo para un hombre con colmillos —dijo, y luego corrió hacia el garaje, con la
mente llena de Lissa.

Nick llegó primero, y cuando llegó Rand encontró al vampiro de pie junto a la
Ducati, con el Porsche aparcado de Nick al lado de la moto. Las puertas del
pasajero y del conductor estaban abiertas. —Iremos juntos.

Rand asintió, luego se sentó al volante del Porsche. —Yo conduciré.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 40

Santiago se paseaba frente a Lissa, viéndose con aire satisfecho. Había tratado de
combatir, pero incluso si sus heridas se hubieran curado por completo, no era rival
para un hombre lobo.

Tal vez si tuviera la fuerza que proviniera de una dieta constante de almas, pero la
última alma que había tomado había sido la de Claude, y estaba tan débil como un
ser humano.

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La había golpeado, y había llegado hasta aquí, atada a un poste en una especie de
centro médico, mirando a Petra atada a una camilla y a un vampiro a su lado.

Petra parecía tan miserable como Lissa se sentía, y más que un poco mareada, pero
al menos la IP todavía estaba viva. El vampiro parecía a punto de arrancarles las
extremidades.

Esperaba que tuviera la oportunidad.

Al otro lado de la habitación, se abrió una puerta y un hombre alto, de pelo oscuro
con canas en las sienes entró. —Carlos, veo que nos trajiste el premio.

— ¿Creíste que fallaría? —dijo el hombre lobo, y se rió del hombre alto.

—Nunca. —se volvió a Lissa. —Supongo que las presentaciones están a la orden.
Ya conociste al Sr. Santiago. Soy Grayson Meer.

Ella no dijo nada.

—Lissa, Lissa... —chasqueó la lengua. —Me sorprendes. Tan terribles modales.


Pero entonces, ¿tal vez no crees que te quedarás con nosotros mucho tiempo?
Permíteme asegurarte que tu príncipe no ha cabalgado para rescatarte —dijo. —Oh,

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El Club de las Excomulgadas
él piensa que lo hace, pero se trata de una persecución de gansos salvajes. Piensa
que te salvará, pero te prometo, que no podrá.

Ella obligó a su mente a calmarse, a su cuerpo para relajarse, y de las profundidades


logró sacar a relucir una sonrisa. La mantuvo allí, brillante, alegre y falsa mientras
trataba de hacer caso omiso de sus palabras y centrarse sólo en el aumento de su
brillo.

Que no estaba funcionando.

—Oh, querida, ahora hay una mujer frustrada. ¿Qué te pasa? ¿El brillo no está

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funcionando?

—Vete a la mierda.

Él inclinó la cabeza hacia un lado. —No... No debe estar funcionando. No deseo


en absoluto tomar esa oferta más bien dulce.

Lissa hervía. Meer podía ser inmune, pero ¿qué pasaba con Santiago? Si sólo
pudiera afectarlo lo suficiente como para hacerle soltar sus ataduras...

—No eres tú, ya sabes —dijo Meer. Metió la mano en el bolsillo y sacó una jeringa.
—Nuestro equipo médico es muy ingenioso. No te preocupes, sin embargo.
Desaparecerá. Por supuesto, es probable que estés muerta, cuando lo haga.

—Rand te pateará el trasero.

—No. No lo hará. Está cayendo en una trampa, y te prometo que no saldrá


retorciéndose de ella. Estamos preparados, te lo aseguro. Después de todo, mira. —
señaló al vampiro. —Hemos capturado al poderoso Sergius. Capturaremos a tu
Rand.

¿Sergius? Parpadeó, de repente yendo hacia atrás en el tiempo. Conocía ese nombre.
El amigo de Nick. El vampiro era amigo de Nick, o lo habían sido siglos atrás.

408
El Club de las Excomulgadas
—Ni siquiera soy a la que quieres —dijo ella, con el estómago revolviéndose tan
violentamente que estaba segura que vomitaría. —Sólo soy el cebo.

—Chica lista.

— ¿Qué quieres de Rand?

—Su sangre, en realidad. Esa es realmente una pregunta para el doctor, pero nos
ayudará con nuestro proyecto. A pesar de que puede ser innecesario. La Sra. Lang
aquí tuvo la amabilidad de darnos parte de su sangre, y tenemos la esperanza de

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que sus propiedades mágicas se puedan aislar. —dio unas palmaditas en Petra,
quien se movió y le escupió en la cara mientras Lissa en silencio la vitoreaba.

El hombre se limpió, sin estar perturbado por completo. —Hasta que logremos eso,
sin embargo, nuestros experimentos con las células de su sangre serán bastante
acertadas o fallidas. Tu Rand es, de lejos la mejor opción. —miró su reloj. —
Esperemos que llegue pronto.

Lissa se puso tensa, deseando desesperadamente ver a Rand, y al mismo tiempo


aterrorizada de que se presentara y se quedara atrapado en la red de ese loco.

—Sigamos adelante —dijo Santiago.

—Por supuesto. —Meer le sonrió a Lissa. —Ya que estás aquí, decidimos que
podríamos probar el suero más reciente en ti. Espero que esa destilación de la
sangre la Sra. Lang funcione. Nuestro sujeto anterior de prueba murió en la mesa.

Una puerta en el lado opuesto de la habitación se abrió y un hombre con bata de


laboratorio intervino.

— ¡Doctor! Justo a tiempo.

409
El Club de las Excomulgadas
—Creo que he hecho algunos progresos con este lote, aunque todavía estoy dudoso.
La magia no se encuentra en una estructura celular, y no puedo estar seguro de que
haya capturado el elemento fundamental de los controles de la transformación.

—No lo sabremos hasta que lo intentemos —dijo Meer.

—Necesito a Rand. Hasta que lo tenga, nuestro progreso se verá gravemente


obstaculizado.

—Lo tendremos pronto —dijo Santiago.

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—Y mientras tanto, podemos ver si el progreso que has hecho es tangible.

—Muy bien. —el médico se movió a una mesa cercana y se armó de una jeringa. —
¿El collar?

—Correcto —dijo Meer. Tomó un collar negro que estaba en una bandeja junto a la
camilla de Petra, después se lo llevó a Lissa. —Me disculpo si el color no es de tu
gusto. Sólo lo tenemos en negro.

Se retorció, tratando de evitar sus manos, pero no había a dónde ir, y pronto el
estrecho collar estuvo alrededor de su cuello.

—Te mantendrá bajo control después del cambio —dijo. —No me gustaría que nos
mataras a todos.

—No —dijo ella secamente. —No me gustaría eso.

— ¿Doctor?

El médico avanzó con la jeringa extendida. Lissa intentó reducirse a sí misma.


Quería desaparecer, evaporarse, dar marcha atrás en la niebla de la que había
venido.

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El Club de las Excomulgadas
Por encima de todo, deseaba a Rand.

Incluso lo podía imaginar. Lo oía. Y se consoló con la fantasía de su voz.

Excepto que no era una fantasía.

Era real.

Estaba de pie al otro lado de la habitación, justo al lado de Nick, y ambos sostenían
armas.

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—Dejen ir a la chica —dijo él, mientras Lissa gritaba con alivio. —O morirán.

—Muy bien —dijo Meer. —Tú ganas. La joven queda libre.

Lissa contuvo el aliento mientras Meer se acercaba a ella, y luego llegó hasta donde
sus esposas estaban cerradas encima de su cabeza, atadas a un gancho incrustado
en el poste. Excepto que no tocó las cuerdas ni el gancho. En cambio, apretó un
botón, y mientras lo hacía, una red gigante cayó del techo encima de Nick y Rand,
lo que provocó silbidos y mientras la cinta electrificada enviaba una corriente a
través de sus cuerpos, los dos únicos hombres que había amado golpearon el duro
piso de cemento, completamente inconscientes.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 41

Rand probó sus ataduras, pero no pudo liberarse. Estaba atado a una camilla al
lado de Petra, que lo miró con una sonrisa irónica en cuanto Meer, Santiago y el
otro hombre, presumiblemente Kessler, salían de la habitación. —Me alegro de
que pudieras unirte a nosotros.

Hizo una mueca. — ¿Lissa? —la llamó.

— ¡Aquí! —su voz salió de detrás de él, y aunque trató de volverse, no pudo verla.

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— ¿Estás bien? —miró las agujas y los tubos que salían de sus brazos. — ¿Te
hicieron daño?

—Estoy bien. Te lo juro.

—Te voy a sacar de aquí —le prometió, a pesar del contratiempo bastante obvio.

— ¿Dónde está Nick?

—Aquí —la respuesta salió desde el otro lado de la habitación. —Son amarres de
hematita. ¿Serge? ¿Estas…?

—Estoy luchando con ellos —dijo Serge, y Rand pudo verlo esforzándose en contra
de las ataduras. —Si dejo que me lleve el demonio, nunca volveré.

Nick dijo una maldición, después gimió mientras luchaba contra los amarres.

—Déjalo, Montegue —dijo Serge. —He estado intentándolo durante días.

— ¿Dónde está Kiril? —Petra le preguntó. — ¿Fue el que te trajo aquí?

Rand se volvió para mirarla. — ¿Qué? No.

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El Club de las Excomulgadas
Su frente se arrugó. —Pero él está bien, ¿verdad?

—Lo tienen muy duro, pero estaba saliendo, fue lo último que escuché. ¿Qué
quieres decir? ¿Cómo pudo habernos traído aquí?

—Cuando éramos niños, fue encargado de protegerme. Y eso significa que soy un
emisor y él es mi maldito receptor.

Rand frunció el ceño. Qué mal que Kiril hubiera estado fuera de combate durante
todo ese tiempo. —Tenemos otra fuente.

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—Gracias a Dios por eso —dijo Petra. —No es que yo y mi amigo Serge aquí no
estemos en el mejor momento de nuestras vidas, pero cuantos más mejor, ¿verdad?

—He visto a Meer, a Santiago, y a un humano en bata de laboratorio—dijo Rand.


— ¿Ese debe ser Kessler, supongo?

—Lo es —dijo Petra.

— ¿Con cuántos más estamos tratando? —si pudiera liberarse, felizmente mataría a
los tres con sus propias manos, para luego pasar al resto.

—Esos tres son los que puedo confirmar —dijo Serge. —Había más, pero su equipo
ha ido disminuyendo.

—Bien —dijo Rand, pensando en los humanos no identificados que había matado
en su sala de estar.

—Es una operación de estilo militar, sin embargo —dijo Serge. —No me
sorprendería si hubiera hombres que no hayamos visto. Esta habitación es para el
médico y la mierda que está en desarrollo.

—Está experimentando con vampiros —dijo Rand. —Eso he descubierto. Pero

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El Club de las Excomulgadas
¿cuál es el fin?

—Súper-soldados —dijo Lissa. —Estuve escuchándolos antes. Meer comentó


acerca de cómo iban a cambiar el mundo. Es un megalómano de mierda, pero ya
que nosotros somos los atrapados, no estoy segura de que tenga espacio para
criticar...

— ¿Y los humanos muertos?— Rand le preguntó. — ¿Sus prototipos súper-soldados


han estado matándolos?

—Más o menos —dijo Petra.

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—Explícate.

— ¿Ves a dónde va tu sangre? —dijo Serge. — ¿A través del tubo y a ese envase? Es
una fórmula de cocina. Están tratando de darles a los soldados todos los beneficios
de ser un vampiro, pero sin las cosas molestas como la sensibilidad a la luz ni la
necesidad de sangre.

—Imposible.

—Que se lo digan a Kessler —dijo Serge. —Casi lo ha logrado.

—Así que esos soldados están matando a los humanos —dijo Nick. —Pero ¿dónde
están los soldados?

—Son las cenizas —dijo Petra. —Están haciendo experimentos con personas, y
luego los dejan ir. Esos seudo-vampiros, quiero decir. Atacan, toman muestras de
sangre, pero su cuerpo no la puede procesar y, poof, se vuelven cenizas.

Rand dejó escapar un silbido. —Mierda.

—Todavía habrá algunos defectos en su sistema si todos sus súbditos se vuelven

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El Club de las Excomulgadas
cenizas —dijo Nick.

—Ya no es así —dijo Petra. —Por lo menos no lo creo. Ahora no con Rand aquí.

Rand se puso frío. — ¿De qué estás hablando?

—Piensan que tu sangre es una especie de droga milagrosa —dijo Petra. —Lo
intentarán una vez más, contigo.

—No intentarán nada —dijo Rand. —Saldremos como una bala de aquí.

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Sus palabras, sin embargo, habrían tenido más fuerza si la puerta no se hubiera
abierto de golpe en ese mismo momento, marcando la entrada de Meer, Santiago, y
del pequeño humano de ojos saltones que había atado a Montclair. A la orden de
Meer para mirar la intravenosa de Rand, Bugs agarró una pistola tranquilizante de
un estante de armamento en la pared, y luego lo empujó para ajustar la velocidad
de flujo en los tubos.

—Te arrancaré la cabeza —dijo Rand, bajo y lento. —Lo sabes, ¿verdad? ¿Qué se
siente saber que estás viendo al hombre que te matará?

Bugs no respondió, pero trabajó más rápido, y luego se deslizó hacia Meer.

Kessler se apresuró a entrar, con su bata de laboratorio volando, y deteniendo una


centrífuga girando. La abrió, sacó una jeringa y luego dejó que una sola gota de
líquido cayera en una placa. La deslizó bajo un microscopio, miró por el ocular, y
asintió con satisfacción.

—Esa es una apariencia muy prometedora. Diez minutos.

— ¿Y esto funcionará?

—Creo que la sangre del Sr. Rand ha resuelto nuestro problema.

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El Club de las Excomulgadas
Meer se dirigió a Rand, con la sonrisa de un chico de fraternidad en el rostro frío y
arrogante. —Creo que debería darte las gracias por visitarnos. Terriblemente
amable de tu parte.

—Vete a la mierda.

—Y es un invitado tan encantador para tener alrededor —se dio la vuelta,


regresando a Bugs. —Tenemos que evacuar y llegar a las instalaciones Beta. Esos
dos nos encontraron. Ha sido bueno pero apuesto a que más lo harán también.

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Kessler apretó un botón y un panel en la pared se abrió. Más allá había un camión
interior de transporte, obviamente reforzado con acero, hematita, y Dios sabía qué
otra cosa. Era el tipo de camión que podía contener incluso a criaturas de las
sombras bajo una apretada llave.
—Saldremos tan pronto como aliste la fórmula, después la probaremos en la nueva
ubicación.

Salieron de la habitación de nuevo, dejando a Rand y al resto atrapados.

—Estarán de vuelta pronto para llevarnos al camión —dijo Lissa.

—Lo más probable es que maten a la mayoría de nosotros —dijo Nick.

—Supongo que tenemos cinco minutos como máximo antes de que regresen. —
Rand les dio a sus ataduras un tirón duro. —Eso son cinco minutos para salir de
estas bandas y estar listo para dominarlos. ¿Nick?

—No es posible, incluso si yo quisiera poder volverme en mi demonio… Y en este


momento, eso suena muy, muy dulce, la hematita no me deja. No podré ir a
ninguna parte.

—Tus correas son de cuero, Rand —dijo Lissa. —Las puedes romper.

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El Club de las Excomulgadas
Luchó, tratando de hacer eso. —No funciona.

—El lobo —dijo. —Puedes atraer al lobo.

La frustración cortó a través de él. Ella sabía que no podía cambiar a voluntad, y
ahora esa falla los mataría a todos.

—Sí puedes —dijo ella incluso antes de que él hablara. —Cambiaste en mi casa.

—No lo controlé. Sólo pasó…

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—Porque lo necesitabas —sacó ella a relucir. —Has cambiado para protegerme y te
mantuviste en control. No fuiste tú quien me hizo daño, Rand. Me lo dijo Barnaby.
Fue Santiago.

Él se tragó sus palabras dándole esperanza... y fortaleciendo su ya intenso deseo de


arrancarle la cabeza de mierda a Santiago.

—Puedes hacer esto —dijo ella. —Tienes el control, Rand, sólo tienes que usarlo.

No sabía si podría. Pero Lissa creía en él, y podría intentarlo. Cerró los ojos,
tensando mientras se concentraba. Trató de imaginar a la luna, trató de sentir el
tirón lunar en su sangre, al lobo rompiéndose y gruñendo en su interior.

Estaba allí, el lobo. Tan cerca de la superficie.

Estaba allí queriendo hundir sus dientes en el cuello de Meer, deseando caer sobre
Santiago y ver la caída de los otros weren.

Todo justo allí, justo bajo la superficie, pero no pudo tocarlo. Había estado
luchando por tanto maldito tiempo que no sabía cómo.

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El Club de las Excomulgadas
Dejó que su cuerpo se aflojara.

—No funciona.

Quizás con el tiempo, pero el tiempo se agotaba.

— ¿Puedes volver tu camilla? —le preguntó Petra. —Las correas están


probablemente reforzadas con mecanismos en el lateral. Si nos movemos, tal vez se
aflojen. — Trató de cambiar su peso, pero no consiguió dar ningún movimiento,
estaba atado muy apretado, y era inútil.

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Petra, una humana, estaba menos fuertemente atada. —Me drogaron para suprimir
mi magia. —Dijo —Sin embargo, estas cintas no están muy ajustadas. —se movió
violentamente y la camilla se tambaleó. No se cayó, sin embargo. Sólo se movió un
poco más hacia Serge.

— ¿Serge?

—No ha habido suerte aquí, tampoco. Estoy en el mismo barco que Rand.

—Tal vez si sigo moviéndome de lado golpearé la camilla de Serge y caeré encima
de él.

—O golpearás a Serge —dijo Rand. —A fin de cuentas, eso probablemente no es


una buena idea.

—Definitivamente no.

— ¿Qué? —Serge les preguntó. — ¿De qué estás hablando?

—De tocar a Petra —dijo Rand. —Es una maldición. Cambia a todo aquel al que
toca.

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El Club de las Excomulgadas
—Boyd —dijo Serge con voz reflexiva. —Por supuesto. Recuerdo oír hablar sobre
él. Acerca de la forma en que había cambiado. Así fue como se enteraron de ella.
Por qué la querían. Él era un mal hijo de puta.

—Mierda, Serge —dijo Nick. —No vayas allí.

Serge se echó a reír. —Siempre has podido decir lo que estaba pensando.

—No.

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—Podría funcionar.

—Oh, Dios mío —dijo Lissa.

— ¡Espera, espera, espera! —dijo Petra. —De ninguna manera, Serge. ¿Estás loco?

—A veces, sí.

Ella sacudió la cabeza. —No. No hay vuelta atrás. Una vez que cambies, eso será
todo.

—Ni siquiera funcionaría —dijo Rand, luchando contra un remolcador de


decepción por la pérdida de la posibilidad. No quería sacrificar a nadie para
volverse un monstruo, pero quería ver a sus secuestradores muertos y a Lissa
segura. —Todavía estaría con la hematita.

—Eso es correcto, ¿Petra?

Sus ojos estaban muy abiertos y asustados. —No lo creo. No será más un vampiro.
Será algo... diferente.

— ¿Y realmente crees que pueda salir de estas ataduras?

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El Club de las Excomulgadas
—Sí —dijo Petra, sonando absolutamente aterrorizada. —Pero no serás tú mismo.
Podrías destruirnos a todos nosotros.

—O podría destruirlos a ellos.

Desde el otro lado de la habitación, Nick le gritó protestas a Serge.


—No lo hagas, Serge. No lo hagas, maldita sea.

— ¿Por qué no? —Serge le preguntó, dejando que las protestas de su amigo se
deslizaran fuera de él. —Si no me clavan una estaca, mataré a los bastardos, y eso
significa que mi demonio saldrá duro y rápido, y sabes tan bien como yo que esta

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vez se quedará para siempre.—Él había estado perdido en su demonio antes de eso,
sabía lo que era ser un monstruo.

Pensó en el hombre del subterráneo, en sus ratas del túnel. En los que Meer había
bajado a la oscuridad para tomarlos. Serge debió haberlos protegido. Debió
haberlos mantenido a salvo a todos de los monstruos excepto del de sí mismo.

No lo había hecho.

—Es la maldición de Petra o un demonio o una estaca en el corazón… no importa


cómo lidie con ello, aún es el infierno en la tierra. ¿No crees que debería tratar de
hacer algo bueno antes de irme?

—Maldita sea, no.

—Lo siento, Nick. Esta, la jugaremos a mi manera.

Serge se centró en las palabras de Petra, sabiendo que podría ser la última vez
hablara con sentido para él.

—Nadie ha cambiado a propósito —estaba diciendo ella. —Así que no sé si se


puedas aferrarte a la razón el tiempo suficiente para hacer esto. Quiero decir,
podrías ser el que termine matándonos. Pero, sabes, espero que no.

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El Club de las Excomulgadas
—Si no hace esto —dijo Lissa —estaremos muertos de todas formas. No permitirán
que ninguno de nosotros salga de aquí con vida.

—Al menos de esta forma existe la posibilidad de ponerle fin a esos hijos de puta —
añadió Rand. —Y existe la posibilidad de que no rompan nuestras cabezas.

—Una delgada —dijo Petra en voz baja.

—Si mantienes algún control, ve por nuestras camillas —continuó Rand. —Golpea
sobre nosotros. Si tenemos suerte, los pestillos de las correas se abrirán.

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— ¿Y entonces?

—Los mataremos a todos.

Serge sonrió. —Me gusta tu forma de pensar, hombre.

— ¿Qué pasará después? —Petra le preguntó. —Si no nos ha matado, quiero decir.

—Ponerme un tranquilizante —dijo Serge, asintiendo contra la pared forrada con


pistolas tranquilizantes. —Entonces me metéis en el camión y me ponéis bajo llave.
Eso deberá contenerme. —encontró los ojos de Petra. — ¿Lista, chica?

—Supongo.

— ¿Nick? —Nick no había dicho una palabra desde su última protesta. —Maldita
sea, hombre, no me dejes salir así.

—No deberías salir en absoluto —dijo su amigo. —Pero debido a que estás
determinado a ser un maldito idiota, entonces tienes mis mejores deseos, también.

—Eres el mejor. Tú y Luke. Dile que yo se lo dije.

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El Club de las Excomulgadas
—Maldita sea, Serge —dijo Nick, con una grieta en su voz. —No debería terminar
así.

Serge cerró los ojos, en silencio de acuerdo. Pero por lo menos de esa forma saldría
bien en sus propios términos, y no en los del demonio.

—Listo—le dijo a Petra.

—Vale —su voz era demasiado débil. —De acuerdo.

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Tomó varios intentos, y con cada intento, Serge podía oír los suspiros de Lissa y
capturaba el aroma de la serena determinación de Rand. No decían nada, sin
embargo, y Petra finalmente se las arregló para deslizarse a su lado. —De acuerdo.

—Vamos.

Lo tocó, y al principio no sintió nada, sólo el roce de su mano sobre su piel.

Entonces se dio cuenta. Una pared de energía, consumiéndolo. Tomándolo.


Llenándolo con la furia, la rabia y el negro color de la energía como el carbón.
Cosas nadaban lejos de él. Su nombre. Lo que estaba haciendo. Lo que era.

Luchó por mantener la realidad, haciendo un esfuerzo por aguantar. Eso no se


podía mantener para siempre, pero tuvo que aferrarse un poco, aunque no podía
recordar por qué.

Atado.

Se dio cuenta de repente de que estaba atado. Con un rugido y un estallido de


violenta furia, se sentó, lanzando sus ataduras fuera, viendo la forma en que las dos
personas junto a él lo miraban, con los ojos abiertos llenos de miedo.

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El Club de las Excomulgadas
Matar.

No.

No.

Salvarlos. Vuélvete hacia ellos. Sálvalos.

Saltó de la mesa, y luego atacó, golpeando la mesa más pequeña. Pisó fuerte en el
lado, rompiendo una cerradura, y luego viendo con curiosidad satisfecha mientras
ella se revolvía libre de las correas, y luego extendía la mano para soltar las

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ataduras de un varón.

El hombre irrumpió en la mesa, tirando de ella detrás de él, empujando a los dos de
nuevo hacia un pilar donde estaba atada otra chica.

Matar.

Serge ladeó la cabeza, mirando, luego dio un paso adelante, dispuesto a aplastarlos.

Serge.

Ese era su nombre. Había hecho eso por una razón.

Había cambiado por una razón.

Oyó un ruido detrás de él, y se volvió. Los hombres estaban corriendo en la


habitación. Hombres que reconoció. Los hombres que lo habían herido.

Se olvidó de los dos que había en las mesas.

Y con una dulce, sublime satisfacción, dejó que el monstruo se levantara en él… y
luego lo puso en libertad sobre los hombres que había jurado matar.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 42

Lissa observó con horror mientras Serge le arrancaba la cabeza a un soldado, y


luego dejaba que el cuerpo se hundiera en el suelo cuando volvió su mirada al
hombre de ojos saltones y a la media docena de hombres que habían corrido tras
Meer y sus amigos.

—Haz que Lissa se agache —le gritó Rand a Petra, arrancándose la camisa
mientras hablaba. —Cúbrete las manos con esto. Y consigue liberar a Nick. Tengo

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que pararlo antes de que no se pueda detener.

Petra asintió, con los ojos muy abiertos, luego se volvió para trabajar en las
ataduras de Lissa, iban lento debido a la camisa en sus dedos. —Dime lo que está
pasando.

—Serge —dijo Lissa, su voz tensa. —Él sólo… Bueno, dos de los soldados se
encuentran en cuatro piezas.

—Jesús —susurró Petra, y Lissa se hizo eco de su maldición. Rand estaba pasando
a la lucha cuerpo a cuerpo. Fue a enfrentarse a los monstruos.

—Estará bien. Es un tipo duro, ¿verdad? —dijo Petra con una sonrisa, bromeando,
pero sus palabras en realidad no ayudaban. Petra tenía ese derecho. Lissa sólo
esperaba que ser un hombre rudo fuera suficiente. Lo que quería en ese momento
era al lobo.

—Está bien —dijo Petra, y Lissa se dio cuenta de sus brazos estaban libres.

—Ve por Nick. Yo sola me puedo liberar las piernas.

Mientras Petra salía corriendo, Lissa se inclinó para encargarse de las ataduras en

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El Club de las Excomulgadas
sus tobillos, trabajando lento porque no dejaba de mirar hacia arriba para
comprobar a Rand.

Todo a su alrededor era un caos, pero era un caos que operaba a su favor, por lo
que lo consideraba algo bueno. Por ahora.

La mayoría de eso era lo que Serge estaba haciendo. Estaba tirando todo lo que no
estuviera clavado, incluidos los soldados, y había eliminado a los cuatro malos que
ella conocía.

Él tomó el brazo del hombre de ojos saltones, tiró, y envió el brazo a volar.

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Lissa tragó bilis.

Haz eso por tres...

En el lado opuesto de la habitación, Kessler y Santiago corrían hacia la puerta, sólo


para ser abordados por Nick.

Y mientras el vampiro caía sobre los dos, su cuerpo se movía con una velocidad y
poder increíbles, Lissa vio la atención de Serge hacia la pared de las armas. Y a
Rand.

— ¡Rand!

Él no se volvió, pero ella supo que la había oído, porque aceleró el paso, después se
volvió, con una pistola en cada mano, y gruñendo hacia Serge y preparado para el
ataque.

— ¡Al suelo! —gritó Nick, llegando para tomar un arma. Kessler yacía en el suelo,
sangrando y quieto. Santiago, también.

La atención de Nick estaba en Rand, pero Lissa podía ver lo que estaba sucediendo.
Santiago no estaba abajo, estaba llamando a su cambio. Y ahora se levantaba mitad

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El Club de las Excomulgadas
lobo, mitad hombre para lanzarse a Nick.

Lissa no se dio cuenta que había gritado hasta que oyó el sonido de su grito
suspendido en el aire.

Hizo el truco, sin embargo. En lugar de dispararle con el arma tranquilizante a


Nick, Rand disparó, y el dardo se hundió en el cuello de Santiago en el mismo
instante en que la criatura abordaba a Nick.

Ambos cayeron al suelo en un montón, y Lissa contuvo la respiración, soltándola


sólo cuando Nick se puso de pie, zafándose de la bestia, ahora realmente

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desmayada a sus pies.

— ¡Aquí!— Rand le arrojó un arma nueva, y ni un momento más tarde. Cada uno
vació sus armas en Serge corriendo. Después, Rand tomó dos pistolas más y lo hizo
de nuevo. Con la tercera descarga, Serge cayó.

—El camión— dijo Rand. —Rápido.

Cada uno lo tomó de un brazo y lo arrastró a esa dirección, disparándole otra dosis
de tranquilizante antes de cerrar y asegurar la puerta.

Al mismo tiempo, Lissa buscó en la sala por Meer.

— ¿Dónde está? ¿Dónde está Meer?

—No lo sé —dijo Petra. Había regresado a lado de Lissa, y estaba trabajando en el


nudo tenaz del tobillo izquierdo de Lissa.

Lissa maldijo. Si ese pinchazo le había salido gratis...

— ¡No! —Petra dijo, señalando hacia algo que se movía por la consola.

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El Club de las Excomulgadas
— ¡Rand! ¡Meer!

Se volteó en esa dirección, con Nick siguiéndolo. Sin embargo, Kessler fue un
obstáculo para sus pies, y mientras Nick pasaba por delante de la puerta más lejana,
Kessler chocaba su mano contra un botón en la pared, y otra red de hematita cayó,
zumbando con carga eléctrica.

— ¡Nick!— Petra le gritó.

—Ve— dijo Lissa, mientras Petra corría hacia Nick. —Un arma de fuego. Rand,
tírale un arma de fuego.

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Rand agarró un arma nueva y se la lanzó a Petra, quien la tomó del aire, luego le
disparó un dardo a Kessler, dejándolo una vez más sobre su trasero. Petra siguió
corriendo, finalmente arrastrándose y deteniéndose al lado de Nick. Dudó un
momento, luego bordeó la red cargada, mientras se dirigía hacia el panel de la
pared.

Cortó la corriente, regresó a Nick y trató de quitarle la red al semi-vampiro.

En el lado opuesto de la habitación, Meer se había levantado, e incluso desde el


otro lado de la habitación, Lissa podía ver que había algo muy mal con él.

Luego abrió su mano y la jeringa cayó al suelo.

Había utilizado su fórmula en sí mismo.

No sabía lo que era ahora, pero lo que fuera, no era humano.

Rand agarró la última pistola tranquilizante de la parrilla, poniéndose de pie frente


a Grayson Meer. O lo que había sido Meer. Grayson Meer ya no era un hombre.
No era exactamente un vampiro tampoco. Era algo totalmente distinto. Algo que, a
diferencia de Serge, había conservado la razón y la conciencia.

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Algo que estaba sumamente molesto.

— ¿Crees que saldrás de aquí? —Meer le preguntó. —Años de trabajo,


completamente destruido. Mi investigación. Mi proyecto.

—Caramba, lo siento —dijo Rand, con el arma apuntando al pecho de Meer. Lo


que quería decir era Muere ahora, hijo de puta.

Teniendo en cuenta la rabia que cruzó la cara de Meer, oyó las palabras reales de
Rand, también.

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Antes de que pudiera disparar, Meer estuvo sobre él. Hizo a Rand a un lado,
enviando el arma de fuego deslizándose a través del almacén, después salto a través
del cuarto hacia Lissa.

Rand nunca había visto tal velocidad, y mientras él seguía, calculaba. Lissa estaba
todavía atada. Nick estaba fuera de servicio. Y si Petra se metía en la pelea, esa
cosa que era Meer podría ponerse aún peor, y todos recibirían dardos
tranquilizantes.

Todo dependía de Rand.

Lo que estaba bien. Trabajaba muy bien cuando lo hacía solo.

Al lado de Lissa, Meer sonrió cruelmente. —Tomaste algo de mí —dijo. —Yo lo


tomo de ti.

La barbilla de Lissa se levantó, con sus ojos desafiantes. —No harás otra cosa que
morir —dijo, llenando a Rand de orgullo.

Meer no le hizo caso. —Muy poca cosa, ¿verdad? ¿Sabes que ella trató de usar sus
trucos conmigo? —él acarició su nariz contra la oreja de Lissa. —Creo que le gusto.

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El Club de las Excomulgadas
¿Qué piensas?

Rand no estaba pensando. Simplemente estaba actuando.

Quería tomar, gruñir y tumbar a Meer. Quería arrancarle la garganta y luego


reclamar a la que era su mujer. Lissa.

Sintió el aumento de la potencia a través de él. El poder del lobo. Sus músculos
estirándose. Sus colmillos bajando, el movimiento de su cuerpo en algo que no era
el hombre ni bestia, pero más fuerte que cualquiera y tan inteligente como ambos.

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Él lo quería… lo aceptaba.

Él lo abrazaría.

Por una fracción de segundo, vio el rostro de Meer mientras tiraba hacia atrás,
aflojando su agarre en Lissa, cuyos ojos estaban ardiendo de amor y aprobación.

Él quería decirle que había estado en lo correcto. En ese momento, estaba en


completo control. El lobo estaba haciéndolo muy bien. Así como el hombre del
interior.

Lucharon, áspera, sangrienta y dolorosamente. Con puños estrellándose contra


huesos.

Poderosas patadas rompiendo costillas. Garras cortando a través de la piel. Y el


olor de la sangre en todas partes.

Rand era resbaladizo con él, con su cuerpo dolorido de los golpes y cortes,
lanzando golpe tras golpe, cada uno más poderoso que el anterior.

Meer luchó duro, dando todo lo que tenía, pero al final, resultando en una nueva
criatura que no era rival para las habilidades prácticas del lobo.

429
El Club de las Excomulgadas
Rand lo tumbó, dejándolo quieto, después de haberle roto el cuello.

Dejó a Meer arrugado como la basura de ayer, y luego se apresuró a Lissa, con sus
dedos alargados no pudiendo competir con el nudo pequeño que la ataba.

—Sólo tienes que rasgarlo —dijo ella con urgencia. Lo hizo, y ella cayó contra él,
con su carne suave acariciando su piel gruesa. La abrazó con los ojos cerrados,
tirando de ella de nuevo, encontrándose de nuevo en sus brazos.

Él era Rand, y era el lobo. Y Lissa estaba allí, sosteniéndolo apretado.

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—Estás bien —murmuró ella con las manos sobre él, como si no pudiera creer que
estaba a salvo y entero de nuevo.

—Estoy bien —dijo, y luego la besó apasionadamente. —Los dos estamos bien.

Una ráfaga de pasos resonó en la habitación, y él se puso tenso, listo para una
nueva batalla, pero esta vez, era la caballería. Luke y Kiril se apresuraron, con
Doyle, Tucker, y un bien armado equipo de RAC en sus talones.

Petra chilló, y luego corrió hacia su hermano. No hubo abrazo, pero él levantó una
mano enguantada, y ella chocó sus puños con él, aún envuelta en la camisa
apretada de Rand.

Mientras Doyle y Tucker ponían a Kessler y a Santiago bajo custodia, Luke fue
hacia Nick, con su rostro duro mientras escuchaba sus palabras, y luego se dirigió a
la camioneta.

Luke se quedó allí por un momento, luego miró los ojos de Nick. Algo tácito había
pasado entre ellos, y entonces Luke se deslizó alrededor de la caja de carga del
camión, y un momento después Rand escuchó el encendido del motor y vio el
camión salir de la bahía.

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El Club de las Excomulgadas
Nick dudó en la puerta, con su mirada escrutadora por la habitación hasta que
encontró a Rand.

Por un segundo, sus ojos parpadearon hacia Lissa, con la cara apretada contra el
hombro de Rand.

Nick asintió, con un movimiento de aceptación en silencio, y luego se alejó,


dejando a Rand y a Lissa solos en los brazos del otro.

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El Club de las Excomulgadas
Capítulo 43

Pequeñas velas blancas llenaban toda la superficie plana de la cocina de Rand… el


suelo, los estantes, la parte superior de la nevera. La superficie no cubierta sólo con
velas era la vieja mesa de pino, que se había transformado en un monumento a la
buena mesa. Envuelta con un mantel de seda y cubierta con delicada porcelana, la
mesa podría haber sido la pieza central de un restaurante parisino de cinco estrellas.

En cambio, era el centro de una celebración.

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—Abre los ojos —dijo Lissa. Había tirado de Rand suavemente de la sala a la
cocina, le había hecho prometer que no entraría durante todo el día. Ahora abrió
los ojos y vio su rostro, su trabajo duro se vio recompensado al ver la sonrisa
floreciendo en sus ojos. La atrajo hacia sí, con su brazo alrededor de ella haciendo
que se sintiera segura, excitada y querida.

—Increíble —dijo, y luego la besó. —Eres increíble.

—Es posible que desees suspender el juicio hasta después de haber probado la
comida. Antes de hoy, cocinar para mí era descongelar y meter comida en el
microondas. Nunca había intento la cocina francesa.

Se echó a reír. —Te dije que me ocuparía de la comida. Me rechazaste de pleno.

Se cruzó de brazos y lo miró por encima del hombro con una expresión de burla
severa. —Esta es nuestra fiesta. Lo que significa que yo hago el trabajo. Lo que
significa que tú conduciendo para conseguir comida para llevar está fuera de toda
posibilidad.

— ¿Qué puedo decir? Mis habilidades culinarias son aún más escasas que las tuyas.

Ella se rió, hoy había estado riéndose mucho. Esa mañana habían recibido noticias
de que la PEC no buscaría procesar a Vincent Rand por la muerte de Jacob

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El Club de las Excomulgadas
Yannew. La razón oficial era que la evidencia era puramente circunstancial. La
verdadera razón era que la División se vería totalmente falsa bloqueando a Rand
después del papel que había desempeñado en la eliminación de Meer y en la
captura de sus cómplices. Incluso Tiberius había felicitado públicamente al equipo,
incluyendo a Rand, por haber resuelto el caso... y por haber salvado su asiento en la
Alianza. Aunque no había mencionado esto último en su comunicado oficial.

Y ya que Kessler y Santiago estaban en celdas de alta seguridad con muy poca
oportunidad de volver a ver la luz del sol, el día de hoy había sido prácticamente
perfecto.

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—Tenemos casi una hora hasta que los aperitivos estén listos —dijo ella,
moviéndose del mostrador a dónde una botella abierta de vino se encontraba entre
las velas. Le entregó un vaso. — ¿Te importaría unirte a mí en el sofá?

—Haré algo mejor que eso —dijo él, poniendo su vaso sobre la mesa junto a la que
ella se había servido. Sin previo aviso, la alzó en sus brazos.
—Creo que el vino necesita un poco más de aire.

Ella asintió, con su corazón latiendo con fuerza y su piel en llamas. Él le hacía eso.
Sólo un toque, una mirada, y no creía en la maravilla de que se hiciera vieja.

— ¿Una hora? —le preguntó, colocándolos a ambos en el sofá, y luego poniendo


sus labios sobre los de ella antes de rozar con sus manos la fina seda de su blusa,
con sus pezones endureciéndose bajo sus manos.

Su respiración se atoró en su garganta, pero consiguió reponerse. —Y, ya sabes.


Qué demonios. Si se quema, se quema.

Pasó sus brazos alrededor de su cuello y lo atrajo hacia sí, perdiéndose en el beso,
sin desear nada más que quedarse así para siempre.

Él le acarició los brazos, con sus hábiles dedos desabotonándole la blusa, con sus
manos detrás por más piel sensible. Antes de que se diera cuenta, estaba desnuda, y

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El Club de las Excomulgadas
él estaba sobre ella, también desnudo, e igual de excitado. —Increíble —dijo él,
acariciándole la mejilla.

— ¿Qué?

—Que seas mía. —se deslizó en ella, con sus palabras como un jadeo de placer
tanto como por su unión. Ella era suya. Y lo verdaderamente asombroso era que él
era de ella.

Hicieron el amor despacio, con pereza, sin querer que terminara. Él estaba cerca…

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Hilos de su alma comenzaron a asomarse yendo alrededor de ella, vibrantes en el
débil resplandor de la luz de las velas fundiéndose a través de la puerta abierta.

Cuando se retiró, ella quiso llorar, deseaba tanto esa última conexión. No sólo
sexo, sino el alma de su amante. La anhelaba... y sin embargo aún no la había
probado.

Él se movió, mirando su cara. —Lissa.

Ella no miró sus ojos. —No es nada. Sólo estoy pensando. En todo. —lo que no era
una mentira. Los acontecimientos de las últimas semanas estaban casi
constantemente en su mente. —Es irónico, ¿no crees? A Meer le importa un
comino la pelea entre los weren y los vampiros. Y a Santiago no le importa nada la
construcción de súper-soldados con rasgos vampiros. Y, sin embargo cada uno se
alimentó de las ideas del otro.

—Con Kessler ahí por la ciencia. O al menos eso dice él.

Ella se estremeció, la búsqueda de la idea de trabajar con la biología de las sombras


en particular era preocupante. Al menos el médico estaba encerrado a cal y canto.

— ¿Oíste algo más sobre Petra? —le preguntó ella. En cuanto a la PEC sabía, Serge
se había perdido en la confusión del almacén, y ahora la PEC le estaba dando

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El Club de las Excomulgadas
vueltas a Petra, haciendo ruidos sobre cómo debería haber dado un paso adelante y
se debió haber identificado como una entidad peligrosa, algo que preocupaba
mucho a Lissa.

—Lo último que escuché fue que habrá una investigación formal.

—Eso no suena bien.

—Si llega a eso— dijo él —hablaremos a su favor.

Ella le dio un beso ligero. —Te amo —le dijo simplemente porque le hacía sentir

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bien decirlo.

—Eso es bueno —dijo. —Porque yo estoy aquí para quedarme.

—Más te vale, maldita sea— dijo ella bromeando, dándose cuenta de lo que
realmente había dicho.

Ella se movió para tener una mejor visión de su rostro. — ¿Aquí?— repitió ella.

—No quieres dejar Orlando’s, ¿verdad?

Su respiración se atoró. —Sabes que no.

—Y yo no quiero que te vayas.

—Así que...— ella lo urgió.

—Así que hablé con Gunnolf esta mañana. ¿Cómo te sientes acerca de un viaje
rápido a París? ¿De conocer lugares, de empacar mis cosas?

— ¿Empacar? —echó los brazos alrededor de él y lo abrazó apasionadamente. —


¿Te quedarás aquí? ¿De verdad? ¿En Los Ángeles? —él tenía razón… ella no
dejaría Orlando’s, pero eso no significaba que no pudiera mudarse, y la reubicación

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El Club de las Excomulgadas
había estado en su mente. No la deseaba, pero si esa era la única manera de
quedarse con Rand...

— ¿Estás seguro? Son Los Ángeles —dijo ella, sabiendo cómo se sentía acerca del
crecimiento de la ciudad.

—Estoy seguro. —se estiró en el sofá y la atrajo hacia sí, de modo que su lado y
mejilla se apoyaron contra su pecho. Poco a poco, le acarició el cabello. — ¿Te
acuerdas de mí hablando de mi tía Estelle?

—Por supuesto.

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—Pasé por su casa —dijo. —No mucho tiempo después de que llegué a la ciudad.
Sólo pasé, la miré, y pensé en lo mucho quería verla.

— ¿En serio?

—No. —no dijo nada más, pero Lissa lo entendió.

— ¿Quieres ir a verla ahora?

—No —dijo de nuevo, y ella abrió la boca para discutir. Para hacerle ver de una
vez por todas que no era la bestia que durante tanto tiempo había imaginado que
veía mirándolo de regreso desde el espejo.

—Espera —dijo él antes de que ella pudiera hablar. —Déjame terminar —Respiró.
—No quiero ir porque ese no es más mi mundo. Pero he estado pensando en ella,
y, bueno, tal vez después de tantos años terminé bien. Tal vez soy un hombre del
que estaría orgullosa.

—Lo eres —dijo Lissa, deslizando su cuerpo para sellar sus palabras con un beso
suave y dulce que no fue dulce por mucho tiempo. Un gruñido bajo se enrolló en su
cuello, y ella abrió la boca para él, cerrando los ojos mientras sus manos se movían
hacia abajo, acariciando su espalda, su trasero.

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El Club de las Excomulgadas
Caricias que crecían con su toque frenético hasta que ya no pudieron esperar más y
ella le sentó a horcajadas, acomodándose a sí misma y dejando que él la llenara, al
ritmo de los movimientos de su naturaleza, por lo que la quiso más y más.

Hacerla desear todo. Al hombre, al alma, todo lo que pudiera conseguir, si no hoy,
pronto. Oh, por favor, por favor, pronto...

Su mano se deslizó hacia abajo, acariciándola y sus cuerpos se quedaron unidos, y


ella echó la cabeza hacia atrás, dejando que las embriagadoras sensaciones la
llenaran, después se quedó sin aliento cuando abrió los ojos y vio los hilos de

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colores de su alma arremolinarse en torno a ellos. Casi con temor de que fuera una
fantasía, ella se acercó, dejando un brillo del camino del alma por su brazo,
deslizándose sobre su piel, acariciándola con éxtasis, haciendo que se sintiera de
colores y viva.
—Rand— susurró ella. —Oh, Dios, Rand… hay más.

Ella lo sintió cambiar debajo de ella, alerta.

—Me gustaría que pudieras verlo. Las nuevas piezas son tan vibrantes que brillan.

— ¿Hay suficiente para que tomes? —su voz era áspera. Necesitada.

Ella vaciló, deseándolo tanto y sin embargo... —Sólo a duras penas.

—Toma un poco —dijo él.

Ella lo deseaba… oh, cómo deseaba la conexión final entre ellos, pero tenía miedo
de ir demasiado rápido.

—Tómala —dijo él, y ella oyó una súplica casi sensual en su voz. —No es
suficiente. Sabes que tengo razón, y no puedo esperar más.

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El Club de las Excomulgadas
Sus palabras se estrellaron sobre ella. ¿No podía esperar más?

—Deseo esto, Lissa. Quiero saber que parte de mí está dentro de ti. Quiero llenarte
por todos los medios que pueda.

Su corazón latió más rápido, y asintió, y luego cerró los ojos y dejó que el flujo de
su alma fuera a su alrededor, esta vez no sólo para jugar con ella, sino para tomarla,
absorbiéndola a través de sus poros, dejando que su color la llenara.

Dejando que Rand la llenara.

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Querido Dios, se sentía como el cielo.

Con creciente urgencia, se sacudieron juntos, cada vez más cerca, sintiéndose
crecer. Ella miró su rostro, sintió su cuerpo, y cuando él se vino, fue como un arco
iris de dicha sobre ella, un éxtasis de color y placer como nada que hubiera
experimentado antes, ni siquiera en todas sus vidas… en todos sus años.

Y con su alma llegó el inevitable pensamiento, una mirada dentro de la cabeza de


Rand.

En ese momento, un solo pensamiento llenaba su mente: Lissa. Y cuánto la amaba.

Ella se inclinó y la besó en los labios. —Te amo, también —susurró. —Para
siempre.

FIN

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El Club de las Excomulgadas

Guardianes De Las Sombras

01- Cuando La Sangre Llama.

La abogada Sara Constantine está encantada con


su promoción… hasta que descubre que ahora
tiene que procesar a vampiros y hombres lobo.

¿El primer acusado que tratará de meter en


prisión? Lucius Dragos, el sexy extraño con quien
compartió recientemente una explosiva noche de
éxtasis.

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Cuando Lucius besa a una hermosa mujer sentada
a su lado en el bar, sólo lo hace para evitar la
mirada perspicaz del hombre que está planeando
matar. Pero lo que comienza como un simple beso
enciende una pasión que lo consume todo.

Acusado de asesinato, Luke sabe que Sara está


decidida a verlo encerrado, a menos que pueda
convencerla que no es un asesino. Y eso podría
significar hacer el último sacrificio.

02- Cuando el placer manda.

Siete personas inocentes han sido brutalmente


asesinadas en Los Ángeles, sin embargo, la Alianza
de las Sombras no tiene sospechosos ni rastros.
Mientras los cadáveres se comienzan a apilar, la
pelea milenaria entre vampiros y hombres lobo
amenaza con explotar.

Lissa Monroe, una deslumbrante súcubo de carácter


fuerte, que tienta a los hombres a que le entreguen
su alma, está de acuerdo en trabajar de incógnito
para la Alianza. Su misión: infiltrarse en la mente
del hombre lobo líder Rand Vincent, un enemigo
feroz que ejerce una poderosa fascinación e
influencia sobre ella. A medida que Los Ángeles se
tambalea en el borde del Apocalipsis, estos dos
adversarios deberán unirse para sobrevivir a un
enemigo aún más letal oculto a la vista.

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Próximamente
Guardianes De Las Sombras III

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