La Rueda
La Rueda
La Rueda
INTRODUCCION
Al igual que el tema que desarrollan, estos estudios tienen un carácter circular, gracias
al cual se reitera la idea central desde diversos enfoques o ángulos de visión. De esta
manera permiten que el pantáculo* de que se trata se grabe en nuestra interioridad,
iluminando las indefinidas posibilidades regenerativas del ser, a las que el hombre
accede desde su propio centro o verdadero Yo –centro común a todos los seres, tengan
éstos o no conciencia del mismo– y que el punto interior de la rueda –su origen, su
razón de ser– simboliza. La estructura misma del libro es significativa y coherente con
el tema tratado, pues se encuentra dividido en tres partes y nueve capítulos (recordemos
que el tres es un ciclo cerrado, y que el nueve es el número de la circunferencia) cada
uno de los cuales es a su vez un todo completo, una idea "redondeada", un punto de
vista a partir del cual puede visualizarse y realizarse el centro arquetípico o eje vertical
donde es posible hallar "ese lugar que todos los seres anhelan, aun sin saberlo".
Una vez que el autor nos ha introducido en los principios del simbolismo general, y
luego particularmente en el de la rueda, dedica un capítulo esclarecedor al arte como
forma de conocimiento. Con ese rigor necesario para que pueda brillar la verdad,
denuncia los errores propios de la visión del hombre moderno (de lo cual se ocupa
también, equilibradamente, a lo largo de estos escritos) y encara al arte como algo
sagrado, íntimamente vinculado con el amor y con el misterio, como un rito o un
símbolo que permite la posibilidad de comunicarse con la verdad interior por mediación
de la belleza y de encarnar la idea arquetípica, haciéndonos ver a la vida como una
poética relacionada con la búsqueda de esa verdad. Ve al artista auténtico como a un ser
creador capaz de engendrar un cosmos, como un "individuo de oficio o de conocimiento
que recrea al mundo a través de su actividad redentora", y desde esta perspectiva el
mismo ser humano regenerado y el universo entero pasan a ser una perfecta obra de arte
en perenne realización, a la que es posible sumarse, coronando la obra de la creación.
No obstante la universalidad que expresa y las múltiples referencias a las variadas
tradiciones y culturas de los diversos tiempos y lugares, este libro tiene grabado el sello
de la tradición hermética, y, precisamente, la segunda parte de este trabajo está referida
más específicamente al hermetismo, al que ve como una forma de la tradición unánime,
encontrando en él el fundamento metafísico y las raíces del pensamiento de Occidente
expresado en las ideas comunes del esoterismo egipcio, judío, griego, romano, cristiano
y árabe. Propone así la senda mágica de la iniciación hermética como una forma de
llegar a conocer la simbólica universal y como una vía especialmente adecuada a la
mentalidad occidental, que ha posibilitado en esta parte del mundo y en este momento
histórico, la iniciación en los misterios y la conservación de la doctrina. Nos muestra
cómo estas ideas han sido el eje invisible que ha determinado los acontecimientos
históricos y culturales más importantes, dándonos a su vez una visión también sacra de
la historia, de la que Occidente no ha dejado de participar. Hace especial énfasis en la
tradición cristiana, mencionando santos y sabios que por esa vía han encarnado el
conocimiento y. nos ofrece constantes citas bíblicas y evangélicas que permiten
visualizar al libro sagrado desde la perspectiva iniciática. Igualmente describe con
claridad y poder sintético dos códigos herméticos, íntimamente relacionados entre sí,
diseñados para permitir la comprensión de la cosmología: el Tarot y el árbol de la vida
sefirótico, verdaderos mapas de ruta que pueden servir como soporte durante los viajes
hacia nuestro propio centro. Los números y las letras –es decir, los arquetipos– reviven
cuando estos oráculos se ponen en juego. Encarándolos en el nivel más alto, la obra nos
da los elementos suficientes para su comprensión y establece las bases a partir de las
cuales uno pudiera realizar sus propios cálculos e investigaciones, y utilizarlos como
vehículos de autoconocimiento y realización espiritual, guardándose así de las
aplicaciones de tono menor con las que a veces se les confunde en el mundo profano. Y
al ligar la rueda con otros símbolos tradicionales amplía las posibilidades cognoscitivas
de este signo y nos ofrece un mosaico de relaciones del mismo con el zodíaco, las
ruedas calendáricas y los ciclos; con el fuego y los elementos, las figuras geométricas y
los números; y con los simbolismos constructivos de la ciudad y el templo, los juegos,
el teatro y el circo, etc., que cobran particular significación cuando se los ve actuando en
nuestra interioridad, realizando un movimiento espiral que nos permite intuir el origen
de toda manifestación y la posibilidad del ascenso vertical hacia lo inmanifestado y
esencial.
En la tercera y última parte pasa en primer término a referirse a los ciclos y los ritmos,
al tema de la geografía y la historia sagrada –a la que ve como una "simbólica del alma
de los hombres"– y a la idea de la circularidad del tiempo y su relación con el espacio,
conceptos que une con el de movimiento a través de un entrelazamiento de ideas que
transporta nuestra mente a los principios, a esas regiones y dimensiones míticas que
toda manifestación particular imita a su manera y en las que todo encontraría su razón
de ser. El universo, la galaxia, el sistema solar, la tierra, las civilizaciones, el hombre, la
molécula, la célula, se perciben como un ser vivo, perfectamente concatenado y
equilibrado, apareciendo lo macro y microcósmico como un todo orgánico y armónico
del que el ser humano –como intermediario– puede tomar conciencia, identificándose
con él. Todo esto, que apenas es el paso previo para acceder a lo supracósmico, se
realiza como un verdadero recuerdo de Sí (de Uno mismo) gracias al cual se recobra la
certeza de que todo es simultáneo y presente –es decir, eterno– "pues está sucediendo
ahora en el corazón del hombre". Una vez expresadas estas ideas, a través de las cuales
se podría realizar una total regeneración del tiempo y el espacio, y luego de anunciar el
advenimiento de un cielo y una tierra nuevos, que coronan la transmutación interna, el
autor nos ubica –conocedor de los datos tradicionales y de sus proporciones y medidas–
en la realidad histórica que vivimos, sumándose a esas voces que desde los cuatro
puntos cardinales advierten que esta generación será testigo del fin de un ciclo (o
manvántara), gracias a lo cual se abolirán las limitaciones espacio-temporales, dando
lugar al "segundo advenimiento, a la liberación" y al "retorno a la frescura virginal de
los orígenes". Y es esta realidad la que justifica el hecho de que este tipo de literatura
tradicional esté saliendo a la luz, expresando ideas que en otros tiempos fueron
transmitidas oralmente y en secreto a los iniciados de las diversas culturas.
Concluye con un bello canto a la sabiduría y al amor, y pasa a ofrecer una selección
bibliográfica que bien podría ser una útil guía para quienes se interesan en la simbólica
al nivel más alto y están dispuestos a someterse a un estricto rigor intelectual como el
que promueve la lectura de este libro.
Quiera el destino que esta editorial que se inicia con obra tan trascendente, y que
anuncia un programa de publicaciones tan importante, pueda cumplir con éxito sus
propósitos, estableciendo una relación directa, válida y eficaz entre el lector y la
tradición unánime. Fernando Trejos
Nota
* O "pequeño todo".
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* *
Federico González nació en Buenos Aires, Argentina, en 1933. Ha vivido muchos años
entre México y Barcelona, España, donde en 1979 fundó el Centro de Estudios de
Simbología de dicha ciudad. Actualmente radica en Guatemala.
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NOTA
Este libro se empezó a escribir en Kathmandú (Nepal), en abril de 1980 como una
síntesis de lo expresado en varios años de conferencias y cursillos, en especial los
dictados en la Universidad Autónoma de México (Casa del Lago) y la fundación Joan
Miró de Barcelona, así como en el Centro de Estudios de Simbología de esta ciudad. Lo
que hoy constituye el capítulo II fue publicado en forma fragmentaria y como dos
artículos, a fines de ese mismo año, en el suplemento literario del desaparecido diario
"La Opinión" de Buenos Aires. Los restantes capítulos del presente libro han sido
escritos en la India, España, Argentina y México, es decir en el transcurso de viajes en
los que no siempre pudo el autor contar con el aparato bibliográfico necesario para su
redacción, como hubiera querido. Sin embargo se ha verificado con posterioridad la
casi totalidad de las fuentes y las citas. Una segunda edición de este libro apareció en
México en 1987 (B.D.E.).
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1. "Es verdad, sin mentira, cierto y lo más verdadero: Lo que está abajo es como lo que
está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para que se obren los milagros
de una sola cosa."
2. "Así como todas las cosas proceden del Uno, por la contemplación del Uno, así todas
las cosas resultan de esta cosa única por adaptación."
6. "Separa la Tierra del Fuego, y lo fino de lo grueso, suavemente y con todo cuidado."
8. "Esta es el poder de todo poder, pues vence todo lo que es sutil y penetra todo lo que
es sólido."
9. "De esta manera fue creado el mundo, el mundo pequeño a semejanza del grande."
10. "Por ello, se obrarán así adaptaciones prodigiosas, cuyos medios se hallan aquí
establecidos."
11. "Por eso soy llamado Hermes Trismegisto, pues poseo las tres partes de la Filosofía
del mundo entero."
12. "Terminado y completo está lo que he dicho con respecto a la obra del Sol."
Tabla de Esmeralda, atribuida a Hermes Trismegisto.
"Visita las entrañas de la Tierra, y rectificando encontrarás la piedra escondida".
Máxima de Basilio Valentino
(Alquimista del siglo XV).
"Cantemos la luz que lleva por el camino del retorno a los hombres;
Glorifiquemos a las nueve hijas del gran Zeus,
De luminosas voces;
Cantemos a estas vírgenes que,
Por la virtud de las puras iniciaciones que
Provienen de los libros, despertadores de inteligencia,
Arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra,
A las almas que yerran en el fondo de los pozos de la vida"
LA RUEDA
Una Imagen Simbólica del Cosmos
INDICE DE LA OBRA
Presentación
PRIMERA PARTE
Capítulo I De los Símbolos y la Simbólica
Capítulo II El Simbolismo de la Rueda:
1) Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda 2) Otras modalidades del Símbolo de
la Rueda
Capítulo III Perspectivas desde el Arte
SEGUNDA PARTE
Capítulo IV * La Tradición Hermética
Capítulo V Dos Modelos Simbólicos Herméticos:
1) El Tarot
2) El Arbol de la Vida Sefirótico
Capítulo VI La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales
TERCERA PARTE
Capítulo VII Ciclos y Ritmos
Capítulo VIII Las Dos Mitades del Modelo Cósmico
Capítulo IX Conclusión
Bibliografía Básica
* En página del Centro de Estudios de Simbología de Barcelona.
CAPITULO I
DE LOS SIMBOLOS Y LA SIMBOLICA
Todos los seres y las cosas expresan una realidad oculta en ellos mismos, la cual
pertenece a un orden superior, al que manifiestan, y son el símbolo de un mundo más
amplio, más realmente universal, que cualquier enfoque particular o literal, por más rico
que éste fuese. En verdad la vida entera no es sino la manifestación de un gesto, la
solidificación de una Palabra, que contemporáneamente ha cristalizado un código
simbólico. Ese es el libro de la vida y del universo, en el que está escrito nuestro
nombre y el de todos los seres y las cosas, y los distintos planos en que conviven y se
expresan, comunicándose perpetuamente, interrelacionándose entre sí a través de gestos
y símbolos. La trama entera del cosmos es en verdad un símbolo que cada una de sus
partes expresa a su manera.
Son pues inevitables, consubstancial es al ser humano. Y ellos, como los gestos,
generan el enmarque en que nos hallamos, promoviendo todas las acciones, no sólo las
que han pasado y las futuras, sino las del presente, las del ahora mismo. Si con el
lenguaje pueden nombrarse todas las cosas, todas las cosas están implícitas en el
lenguaje. Si lo numerable tiene signo, en esos signos está toda la posibilidad de lo
numerable. Gracias al símbolo nos revelamos a nosotros mismos, pues merced a éste se
forma la inteligencia, se crea nuestro discernimiento y se ordena la conducta. Pudiera
decirse que él es la cristalización de una forma mental, de una idea arquetípica, de una
imagen. Y al mismo tiempo su límite; lo que posibilita el retorno a lo ilimitado a través
del cuerpo simbólico, que permite así las correspondientes transposiciones analógicas
entre un plano de realidad y otro, facultando el conocimiento del ser universal en los
distintos campos o mundos de su manifestación. Ya que expresa lo desconocido por su
apariencia sensible y conocida.
La simpatía, o la sintonización de una onda o vibración rítmica común, hace que dos
cosas se correspondan, pues lo similar atrae lo similar y se une con él. La atracción
produce la complementareidad y la fecundación, la división prohija la ruptura y la
expulsión. Para que dos cosas se atraigan mutuamente es necesario que haya en una
parte de la otra, y en ésta algo de aquélla.
La analogía es la relación entre un objeto y otro objeto, entre un plano y otro plano, que
vibran a la misma frecuencia. Se ha dicho que la analogía es correspondencia rítmica. Y
el símbolo es la unidad analógica entre un plano y otro plano, o un objeto y otro objeto.
También pudiera decirse que él es el mensajero de una energía-fuerza, que lo conforma,
y que actúa mágicamente a su través.
De hecho, todas las formas se reducen a escasas estructuras primarias que están en la
base prototípica de cualquier manifestación. Este conjunto de módulos e imágenes se
halla también simbolizado ordenadamente por las figuraciones geométricas en
correlación con el denario numeral, las que conjuntamente hacen posibles todas las
construcciones matemáticas.2 En el código del lenguaje alfabético-fonético, las letras y
las sílabas tienen esa misma función sintetizadora-generadora, así se las mire desde el
punto de vista de la manifestación verbal hacia sus orígenes, o contrariamente, desde su
fuente original hacia su solidificación o concreción en palabras u oraciones. El símbolo,
al sintetizar en sí todas las posibilidades expresivas, está manifestando a nuestro orden
sensible y sucesivo la simultaneidad del conocimiento, que se traduce en la pluralidad
de sus significados. La analogía es una lógica fundamentada en los mecanismos de
asociación. El universo es un tejido de estructuras interdependientes, incesantemente
relacionadas las unas con las otras. Estímulos y respuestas que a su vez han de generar
nuevas contestaciones.
Pero es necesario, para que este orden horizontal indefinido de multiplicación, muerte y
retorno, tenga sentido, que exista alguna interrelación en profundidad volumétrica, la
que se representa en el plano horizontal por la vertical, como símbolo de otro plano o
mundo, lo que llega a constituir un sistema de coordenadas que nos da cuenta de lo alto
y de lo bajo –para equilibrar de esta forma la imagen fugaz del devenir haciéndola
significativa y jerarquizándola–, completando así el encuadre en donde las cosas se
buscan a sí mismas, en sus distintos planos de existencia y modos de realidad y donde
se conjugan con otras que a su vez imitan la misma estructura. Es esta interacción la que
da lugar al espacio tridimensional, que se presenta como un sólido, producto de las
tensiones y los ritmos internos, del entrecruzamiento multidimensional de las
coordenadas, que crean un sistema coherente, una red o un cuadriculado, que es la base
a partir de la cual se posibilitan las formas y la sustancia en que ellas aparecen
manifestadas. Este orden es un delicado equilibrio permanentemente inestable, que se
refiere una y otra vez a sí mismo, siendo su identidad la afirmación de su ser en la
temática vida, muerte, resurrección, configurando un ciclo o rueda, que vuelve a sus
orígenes después de realizar un recorrido completo. Constituye pues un
entrecruzamiento vertical-horizontal de dos planos o energías simultáneas, que se
reciclan indefinidamente, como una rueda dentro de otra rueda, o como el símbolo
plano de la cruz de brazos iguales inscrita en una circunferencia. Pero para que este
proyecto quedara asegurado era indispensable que una cosa fuese el símbolo y otra lo
simbolizado. Que el valor de lo uno y lo otro fuese determinado no sólo por su
correspondencia armónica, sino por la situación de primacía que hace que uno simbolice
a lo otro y no al contrario, a pesar de la analogía que los hace solidarios, pero invertidos,
en tanto que uno refleja la energía de lo otro, re convirtiéndola, y la difunde haciéndola
inteligible.
Conocer, es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis, de tal suerte que,
la unión del sujeto y el objeto del conocimiento, sean el conocer. Que el que conoce, sea
idéntico a la cosa conocida. Se trata entonces de una conjunción de opuestos, merced a
la cual se produce el conocimiento. Esta unión complementaria es la misma que se
obtiene en y por el amor, producida también por la atracción de oposiciones que se
conjugan y que de esa forma re-crean la unidad originaria –a cualquier nivel en que
acontezca–, estabilizando el equilibrio general, además del particular. Es por medio de
la unidad y su irradiación que se actualiza perennemente el acto creativo. Eso puede
verse en cualquier código, serie, agrupación o estructura. Se repite un esquema en el que
están implícitas sus modalidades de desarrollo y conservación, y también su propio fin a
través de la multiplicación de sus posibilidades. Hasta que éstas deben sintetizarse
nuevamente en lo esencial, para entonces volver a difundirse, y pasar nuevo hálito al
ritmo vital. La unidad es el símbolo más alto de todos, el símbolo por excelencia,
porque lleva en sí la potencialidad de lo simbolizable. El principio ontológico es la
razón de ser del símbolo; y la unidad, su manifestación simbólica. El Ser, El mismo, aún
siendo increado es el origen de la emanación que dará lugar a la concreción material.
Reiterando el acto creativo, que nace de la pureza indiferenciada, sin mezcla, de lo que
no es ni un polo ni otro, sino lo que es en sí mismo, nos regeneramos a nosotros y al
universo, constituyéndose el hombre en el símbolo central, de lo único, que es lo mismo
que decir del ser, del amor, o del conocimiento.
Esto, si se considera al símbolo como lo que realmente es, o sea aquello que posibilita
cualquier manifestación, aun llevándola a su instancia más alta, es decir, la de
considerar simbólica a la misma tri-unidad de principios universales que constituyen el
ser. Pues tanto el ser como el símbolo, se expresan primero como principios, y
sucesivamente a tres niveles en el discurso de la manifestación. Lo mismo sucede con la
unidad, que puede ser conocida a tres grados, y también en su principio.
Otra cosa es lo que sucede en la sociedad actual, que considera al símbolo, en el mejor
de los casos, a nivel de alegoría. Aunque a veces ni siquiera lo toma en cuenta aun en su
forma literal, sino que lo rechaza de plano por el hecho mismo de ser "simbólico", ya
que considera este hecho como una estafa, como la sustitución de lo que realmente es,
por lo que no puede ser. Y por lo tanto ese signo o símbolo ha de ser una falsificación y
un supuesto arbitrario. O al menos una invención, cuando no un cuento. Con el mito
sucede lo mismo, hasta el extremo de que llamar a alguien mitómano, es una forma
educada de decirle mentiroso.
Es claro que esta confusión y esta ignorancia, por razones cíclicas, es propia del hombre
contemporáneo, que es el exponente más neto de la estulticia generalizada, que viene
incubándose desde antiguo. Valga un ejemplo: en el universo todo es sexuado. Esta
verdad evidente por sí misma, sin embargo se le presenta al contemporáneo como una
extraordinaria novedad en el pensamiento humano, un gran descubrimiento moderno,
fruto de las investigaciones científicas de los sexólogos, intérpretes y analistas, y una
conquista de los movimientos sexuales de distinto signo. El uso "correcto", o "libre", del
sexo, parece ser uno de los postulados axiomáticos de esta sociedad progresista. Se
visualiza al sexo como algo que el hombre no conocía de sí mismo o del mundo. Un
tema en el que no había reparado del todo hasta nuestros días. Como si no hubiéramos
estado siempre desnudos debajo de nuestros vestidos, o la naturaleza hubiera ocultado
este hecho de alguna forma. Lo más menguado del caso es que, además, este
"descubrimiento" no se refiere al cosmos en su totalidad, todo él sexuado –o
diferenciado en un par de opuestos que se atraen o se repelen– sino que considera que
sólo el ser humano posee este derecho "conquistado". Pues supone que las mismas
bestias hacen apenas un uso limitado de la genitalidad, mientras que los vegetales
prácticamente no la poseen y en el reino mineral es nula. Todo esto referido sólo al
plano más estrictamente material, pues es obvio que se ignora la presencia real de los
mundos sutiles, y no se tiene ni idea de la existencia de los arquetipos. Esta visión
antropomórfica del sexo, como atributo personal del ser humano, que las demás
criaturas parecerían tener apenas por añadidura 3 se ve agravada por el hecho de que lo
sexuado, para la mentalidad progresista, no excede lo erótico-genital. Y su
desconocimiento al respecto es tal, que se cree que la realización sexual es en sí misma
un fin, tan avanzado y moderno como la moda. Una panacea universal aprobada con
certificado, inventada recientemente por la ciencia, para la tranquilidad y el confort
psíquico de los ciudadanos.4
Por lo tanto, cuando decimos que el universo es sexuado, con seguridad que nos
estamos refiriendo a otra cosa de lo que vulgarmente se entiende por esto. Estamos
afirmando, como lo han hecho todas las tradiciones, que en la creación, en la vida, hay
siempre presentes dos corrientes cósmicas de energía. Y que cada una de ellas
representa un sexo, una polaridad, que la genitalidad humana también manifiesta entre
un sinnúmero de seres y cosas. Unánimemente la antigüedad ha otorgado a la
sexualidad y sus misterios una importancia fundamental. A tal punto, que se considera a
la energía sexual no sólo como generadora, sino también como re-generadora. Como el
soporte y el impulso que permite la realización y el conocimiento. Puesto que utilizando
su polaridad –que es la misma dualidad de todas las cosas– se pretende la unión (donde
la oposición no existe), encarándosela como un medio de realización, de transmutación,
que va de lo más grosero, a lo más sutil, empleándose numerosísimas formas "prácticas"
para obtener este objeto. Por otra parte, y volviendo al tema, diremos que es imposible
definir al símbolo, pues él y la creación perenne no toleran límites conocidos en su
desarrollo lineal y cuantitativo. Siendo el símbolo el soporte del Conocimiento, sus
posibilidades son ilimitadas. El es en sí mismo su propia definición, puesto que su
función es su ser. Es siempre idéntico a sí, y mutable con los cambios de los seres
individualizados, las formas y los estilos que lo reflejan. Se lo halla presente en todas
las tradiciones, porque se encuentra en la textura de la vida, de la manifestación y del
hombre. Este último es mucho más y mucho menos de lo que él actualmente imagina.
Mucho más en profundidad, en el sentido vertical de lo no formal, mucho menos en
cuanto a sus indefinidas posibilidades horizontales de mutación que él y las formas
personalizan.5 Y lo mismo sucede con su concepción de la vida, su visión del mundo, y
su comprensión del símbolo.
Ya hemos dicho que el símbolo es el punto de conexión entre una energía vertical y otra
horizontal, como lo figura la escuadra, o la letra griega gamma, y que participa de
ambas naturalezas. También hemos afirmado que la energía vertical es descendente y
ascendente a la vez, pues va de lo simbolizado al símbolo, y de éste a lo simbolizado,
como un sin fin. Asimismo, que la energía horizontal se difunde e irradia
indefinidamente generando su propio plano, o campo de acción. Debemos agregar que
el sentido ascendente o descendente que le otorgamos a esta energía, no sólo se
manifiesta en función del camino de ida y vuelta vertical que recorre, sino igualmente
en cuanto es "benéfica" o "maléfica" –por decirlo así; benéfica en cuanto el símbolo es
tal, y como tal es comprendido, vale decir cuando cumple normalmente su mediación;
maléfica, si él es considerado apenas una convención arbitraria, o una mera invención
humana, y así es tomado, motivo por el cual no es revelador de ningún otro nivel que no
sea el psiquismo del hombre. En este último caso, la degradación del símbolo sería un
acto sumamente perturbador, que sólo la comprensión, la vivificación del simbolismo,
pudiera equilibrar. Esto también estaría representado por la figura de la cruz, en la cual
los brazos horizontales conforman el campo o plano de manifestación del símbolo, y los
brazos superior e inferior, estarían expresando su energía ascendente-descendente o
benéfica-maléfica, respectivamente.
Conviene asimismo hacer una distinción entre los símbolos naturales y los símbolos
específicos de la Ciencia Sagrada, o Ciencia a secas. Estos últimos son los portadores
sintéticos, conscientes y didácticos, de un conocimiento o verdad, y nos han sido
transmitidos a través del hombre mismo.7
Ahora bien, hemos estado viendo que toda expresión o manifestación es de por sí
simbólica. Sin que esto deje de ser cierto en ningún momento, conviene aclarar que hay
determinados juegos de símbolos, mitos y ritos –que por otra parte se dan en distintas
formas en todas las tradiciones– que han sido específicamente acuñados, como
vehículos del conocimiento, por los sabios y los inspirados de los innumerables pueblos.
Estos gestos rituales, revelados por los dioses a los mortales, incluyen la enseñanza de
una cosmogonía y la posibilidad de comprender nuevos mundos, o nuevos estados del
ser, que constituyen la verdadera realidad de lo que es el hombre y el universo. Esta
posibilidad siempre es enseñada; el ser humano en su estado ordinario no la conoce, ni
puede realizarla por sí solo, mal que le pese, y necesita siempre un espejo donde mirarse
y reconocerse, y la palabra que lo rescate del mundo de los muertos, o de los ignorantes,
y le insufle la posibilidad de una nueva vida, de encarnar el hombre nuevo. Ese espejo
es, en primera instancia, el juego de las simbólicas, que han de ser aprendidas y
enseñadas, para obtener así un imprescindible estado de virginidad. Posteriormente, esas
mismas simbólicas son ordenadoras, y quienes las transmiten las conocen porque a su
vez se las han enseñado. Esta cadena iniciática tradicional nos remonta hasta el origen,
tanto histórico como atemporal, al fin del cual nos encontramos siempre con la misma
pregunta: ¿quién? 8¿Quién se los ha revelado a los sabios y a los hombres? Según la
tradición, su origen es no humano, por ser supracósmico. De hecho, todos los pueblos
coinciden en la fuente mítica, producida en la noche de la historia, más allá del tiempo.
Además es unánime la idea de un dios civilizador y ordenador, o la de un héroe
liberador e instructor. Los símbolos necesitan ser enseñados, para que haya una
comprensión real de las fuerzas que concentran. La energía que permanece oculta en el
símbolo en estado potencial, requiere ser activada. Mediante el rito del aprendizaje, el
estudio y la meditación, se despierta al símbolo y éste actúa. La relación es mutua. La
energía-fuerza que éste expresa viene a nosotros, y nosotros a nuestra vez la
proyectamos sobre él, estimulando su propia esencia. Se evoca entonces, además, la
energía de todos los que han conocido, comprendido y transmitido el símbolo. Y esa
misma entidad, o estructura arquetípica, actualiza los principios universales, haciendo
que estos devengan a nosotros y nosotros participemos de ellos, gracias a la
identificación con el símbolo y la mediación simbólica, reactivada por una exégesis
ritual, que es aquélla que a lo largo del hilo de la historia ha mantenido viva la
posibilidad de la regeneración, o lo que es lo mismo, la que hace factible que todo
siempre sea nuevo y verdadero.
Nos toca ahora ver las relaciones entre símbolo, mito y rito, y debemos entonces afirmar
que esos vocablos designan de distinta manera a una misma cosa en tres formas
operativas. Nos dice Mircea Eliade que: "El mito es la explicación y la justificación de
la irrealidad de la existencia". El constituye un eje fijo que articula lo que
constantemente deviene, lo perecedero, lo ilusorio. Es una verdad tangible, un "modelo
ejemplar", periódicamente encarnado por la comunidad, o algunos de sus miembros, y
posibilita la regeneración colectiva estabilizando el orden necesario para el desarrollo.
El expresa los orígenes y la renovación de la vida, armonizando y asegurando la
continuidad de los pueblos. Los mitos de la creación del universo y los trabajos de los
héroes son el testimonio revelado de una posibilidad diferente, de la realidad del más
allá, al nivel de la comprensión del hombre. Son ellos los que, al transmitir este
conocimiento, otorgan a la vida un sentido coherente y la enriquecen con la opción
salvadora de la realización espiritual. El mito es necesario. Es un motor vivo y constante
en la vida de las sociedades. El nuclea las tradiciones orales y consagra los valores de lo
colectivo y lo individual. Promueve las acciones y educa a los hombres al enseñarles lo
que no podrían saber si no fuera por su intermedio. Los mitos son para esos hombres
toda la realidad y la verdad, y la dura existencia cotidiana ocupa frente a ellos un lugar
secundario o derivado, como las sombras con respecto a la luz.
Se debe también subrayar la carga emotiva del mito y la resonancia inmediata que
encuentra en el hombre. Asimismo, no ha de pasarse por alto su función mnemotécnica,
pues el "recuerdo" es una fuerza constitutiva de la vida y siempre la antigüedad ha
considerado a la memoria como una deidad. En una concepción donde el universo es un
conjunto de partes solidarias, indisolubles e interrelacionadas, el cosmos también tiene
mente y memoria. Los períodos de "sueño" en el universo, corresponden a los
momentos de olvido de los pueblos, a su desintegración. El mito hace que éstos
despierten y se produzca la reintegración y el "recuerdo". En el hombre sucede lo
mismo, y gracias al mito, nos liberamos del tiempo relativo y ordinario, y regresamos a
un tiempo otro, en donde todo es verdad, a un momento sin duración cronológica, a un
estado "mítico" original, perfectamente experimentable, en el que las cosas y las
concepciones cotidianas pasan a ser completamente otras cosas y otras concepciones,
pues el ángulo de visión ha sido alterado por el conocimiento de lo suprahistórico y lo
sobrehumano.
La etimología de la palabra "rito" proviene del latín ritus, que significa ceremonia
religiosa. Deriva de la raíz sánscrita rt, que conforma el nombre ritli: ida, marcha,
encaminarse, adelantar o progresar, uso, etc., y también la voz rita: orden. Se trataría
pues de un uso o andar ordenado, tal cual la marcha de los días, y especialmente las
ceremonias en el tiempo circular del calendario ritual, y su cristalización o actualización
en el espacio del templo, o casa cultual.
Debemos dejar bien establecido que cuando nos referimos aquí a las ceremonias
religiosas, lo hacemos en el sentido más amplio del término. Por un lado, estas
ceremonias jamás han sido "religiosas" en el sentido que se atribuye hoy en día al
término, y tampoco "ceremonias", como las que vulgarmente conocemos. Los ritos de
fecundación, de regeneración y de iniciación, no tienen nada que ver con lo devoto-
ortodoxo, piadoso-sentimental, moral-justo, o con la solemnidad engolada,
características que son propias de la sociedad contemporánea y que constituyen un
derivado deforme de las virtudes de lo sagrado, lo heroico y lo metafísico. Por otra parte
insistimos en que la comprensión moderna de lo que es una ceremonia, se halla
vinculada a ideas asépticas relativas al laicismo, la conmemoración, o la pompa
exterior, cuando no son actividades presuntamente mágico-fenoménicas, que no
exceden el nivel literal. Se toma la forma ceremonial como un fin en sí misma, o como
una comedia anticuada, o un hecho mecánico-institucional de corte digno.
NOTAS
1 Debe haber por lo tanto un parentesco, una relación mutua entre estas dos cosas
para que una pueda simbolizar a la otra. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que la de
orden menor debe su forma a la de orden secreto, a la que expresa.
3 La sociedad moderna no sólo tiene una visión antropomórfica respecto a este tema,
sino que lo vuelca sobre todas las cosas. Comenzando por su concepción de Dios. Todo
lo "humaniza", y proyecta en todo su psicología, suponiendo además que el hombre
universal, es como él un progresista occidental del siglo XX, un hipotético hombre
"científico". La concepción del mundo contemporánea es antropomórfica y psicologista
y, para colmo, presume de ser objetiva.
10 Para dar sólo un ejemplo de los indefinidos posibles, diremos que el rito de la
danza –en el que las coreografías cosmogónicas circulares son unánimes– asegura un
medio de transformación y transfiguración espiritual, para aquél que ha comprendido su
significado y su naturaleza, en relación con el conocimiento de sí mismo y del universo.
CAPITULO II
EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
1
ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
De los numerosos símbolos que aparecen en una u otra tradición o civilización, alejadas
en el espacio (geográfico) o en el tiempo (histórico) y que son idénticos, merece
especial atención el símbolo de la rueda. No sólo porque éste se da en todas las culturas
de las que tenemos noticia, sino también por las innumerables posibilidades que brinda,
la diversidad de campos que abarca, y la acción concentradora que ejerce en el estudio y
el ordenamiento indispensable en cualquier investigación seria.
Por otra parte, las relaciones de todo tipo a que se presta este símbolo parecen
indefinidas, así como sus conexiones con otros pantáculos igualmente tradicionales.1 En
efecto, siendo el símbolo de la rueda la expresión del movimiento y la multiplicidad,
también lo es de la inmovilidad original y de la síntesis. Es, asimismo, la expresión
simbólica de la expansión y la concentración. De la energía centrífuga, que parte del
centro a la periferia, y de la energía centrípeta, que retorna a su centro, eje o fuente. Para
volver a extenderse una vez más, siguiendo una ley universal a la que obedecen las
mareas de los mares (flujo y reflujo) y la tierra (condensación, dilatación). Así como la
diástole y la sístole, la aspiración y la expiración del hombre o del universo, es decir,
tanto de lo microcósmico como de lo macrocósmico.
Es este símbolo también la manifestación de lo que siendo apenas virtual (el punto)
genera un espacio o plano (que delimita la circunferencia).2 Y está obviamente ligado,
por lo tanto, con el espacio y el tiempo, y asociado o unido a cualquier idea de
cosmogonía y creación. En este mismo sentido, el movimiento superficial de la rueda, o
externo, estaría vinculado con la manifestación, mientras la virtualidad, la inmovilidad
del punto central o eje, se hallaría conectada con lo inmanifestado.3 Las modalidades
especiales del símbolo de la rueda surgen por la irradiación, o por la "actualización", de
las "potencialidades" del punto central, que se hace "presente" en el tiempo, creando un
campo espacial. Se ha visto que un punto genera un plano, es decir, un espacio. Ese
punto central es un eje en la tridimensionalidad. Por lo tanto el símbolo de la rueda está
estrechamente ligado con todo símbolo axial y vertical. Y asimismo con todas las
proyecciones de la vertical, es decir, con la creación de planos o espacios horizontales,
articulados a través de un eje al cual reflejan, siendo uno de ellos el perímetro limitado
de nuestro mundo, ciclo, o cualquier campo definido en relación con las coordenadas
espaciotemporales.
Entre los símbolos que manifiestan la verticalidad, o el eje, deben destacarse el árbol
(asociado por cierto a la vida y a la generación cíclica), la montaña (o la piedra como
"Miniatura" de aquélla) y asimismo el hombre. Por lo que concierne a este último –tal
cual hoy lo encontramos–, ha extraído sus conocimientos, toda su cultura, de un modelo
simbólico revelado, que es la proyección de la energía vertical al crear un plano
horizontal (una civilización, por ejemplo), que en su movimiento cíclico, rotativo, es
reintegrada a su no ser primigenio. La ciudad, el sistema social, el templo, el hogar, los
objetos de uso cotidiano, las costumbres, el arte, las leyendas, mitos, artesanía,
agricultura, labores domésticas, así como los ritos religiosos, civiles o personales, o las
normas de ordenamiento, leyes y pautas de comportamiento actuales, han sido
aprendidas de civilizaciones tradicionales anteriores en pleno proceso de degradación.
Esas estructuras, que constituyeron por siglos la forma del ordenamiento social y
personal (hoy completamente desvirtuadas), reconocían por antecedentes al mito, a lo
supracósmico, supraindividual y divino, destacando sus orígenes sagrados.
En cuanto a otras modalidades de este pantáculo (pequeño todo), al que nos estamos
refiriendo, señalaremos su identificación con la idea de ciclo o de espacio cerrado sobre
sí mismo; ya se trate del ciclo del sol en un año, o su movimiento aparente en un día, o
represente la vida entera de un ser humano (desde su nacimiento hasta su muerte), o un
período histórico en esa existencia, o en la existencia del mundo en general (vgr. un
siglo). Es interesante en este sentido asociarlo al estudio del movimiento, los
calendarios, los períodos vinculados con la agricultura, el conocimiento de la armonía
de los cielos y la tierra, y todo lo concerniente a la ciencia de los ritmos.
Esto se debe, en gran parte, al hecho de que la simbología aparece, a los ojos de
nuestros contemporáneos, como una ciencia nueva, en el sentido historicista de este
término. Siendo que tanto los antecedentes de esta ciencia, como su razón de ser, se
remontan precisamente al símbolo, o sea, a la posibilidad de toda manifestación –actual
o pretérita–, entroncando con los orígenes no-históricos o atemporales de cualquier
expresión. Ya que esta expresión no hace sino plasmar la energía esencial a través de
una forma sustancial. Sin embargo, nunca más citados que hoy en día los autores que se
han ocupado, en el pasado o en el presente, acerca de los temas de la simbólica, que
apasionan al investigador actual, y en los que éste ve una posibilidad nueva, o una
manera de acceder al conocimiento (no a la suma de información o al enciclopedismo
estéril) auténtico.
De todas maneras, no está de más subrayar el hecho de que aún entre estos autores no se
haya tratado específicamente el tema, sino incluido entre otros estudios y enseñanzas
simbólicas.4 Tampoco está de más recalcar cierta dificultad en la comprensión del
lenguaje' simbólico por parte del lector corriente, no familiarizado con el método
analógico y la utilización de la síntesis y no del análisis. Es importante, por otro lado,
destacar que muchas de estas dificultades se deben a las diversas terminologías, o
palabras, que se emplean con distintas acepciones, en tal o cual contexto, en un mismo o
en diferentes códigos. A veces con sentidos o entonaciones completamente ajenos a los
originales, cuando no invertidos, como es el caso de la lectura "literal", o "sentimental",
de cualquier texto, símbolo, rito, mito o leyenda. O de la propia existencia, sin ir más
lejos.
En todo caso, diremos que el símbolo es la expresión de una energía oculta, que se
manifiesta a través de la propia estructura simbólica. A esa energía el símbolo debe su
razón de ser, pues sin ella nada estaría simbolizando. Es por lo tanto el recipiente en el
que se plasma su propia forma y el transmisor de una energía que al conformarlo se
expresa a sí misma. En ese sentido hemos dicho que, en términos generales, cualquier
expresión es simbólica. Y la manifestación entera es un símbolo de algo que está por
detrás, o más allá de ella. O mejor, de algo que es inmanente en ella, o de aquello que se
halla ocultó, o que es virtual o potencial en su ser. Debe haber, pues, una correlación
muy definida y analogías muy precisas (aunque fueran invertidas) entre lo simbolizado
y el símbolo. Así éstas se tomaran desde el punto de vista de lo simbolizado, como
energía actuante que plasma al símbolo y se manifiesta a través de él, o desde el punto
de vista del símbolo, como mediador de una energía-fuerza que lo trasciende y que él no
hace más que manifestar. Sin esta correlación sería imposible que cualquier símbolo,
palabra o gesto, expresase cualquier cosa. O se llegaría a la confusión de lenguas, donde
las palabras, los gestos o los símbolos, carecieran de todo sentido. El caos, la negación
del orden, la torre de Babel.
Asimismo, debe recalcarse que todas las tradiciones han atribuido a sus símbolos y
códigos simbólicos el carácter de revelados, o de origen suprahumano; a lo que se debe
agregar la coincidencia de que los símbolos fundamentales están presentes en todas las
tradiciones de manera manifiestamente idéntica, aun en sus aplicaciones secundarias, o
en sus formas derivadas y folklóricas. Y así estos dos simples hechos: a) la observación
de la identidad asombrosa entre las simbólicas de todas las tradiciones (vivas o
muertas); y b) el que todas ellas les asignaran a esas simbólicas un carácter no humano y
revelado, debe ser para nosotros tanto un tema de meditación, como un incentivo para el
estudio y la comprensión de estas simbologías y tradiciones. A las que podremos
acceder gracias al vehículo simbólico, tomado como la estructura de una idea. Desde
esta perspectiva, habría que visualizar al símbolo como un gesto por el cual se expresa
una idea-fuerza: o sea, el arquetipo en acción. De "el fuego" a los fuegos", de lo
sintético a lo múltiple. Asimismo, inversamente cambiando el punto de vista, de lo
múltiple a lo sintético. De los innumerables fuegos, al fuego arquetípico.
Hay en el plano manifestado una energía (centrífuga) que parte del origen virtual hasta
el límite de sus posibilidades, y que retorna al mismo punto original (centrípeta), para
continuar perennemente este recorrido. Estos dos aspectos son también los de dilatación
o expansión, y contracción o concentración, simbolizados respectivamente por el círculo
y el cuadrado. Ambas figuras –como símbolos de un espacio o campo limitado– son
equivalentes. Y tanto el círculo como el cuadrado han representado para la antigüedad
idéntica perspectiva simbólica. A veces una misma tradición ha utilizado con
preferencia una de esas formas, en tal o cual período, o las dos de manera conjunta.8
Las tradiciones del extremo Oriente simbolizan estos dos aspectos 9 con el Yin y el
Yang, que actúan como fuerzas permanentes y equilibradoras de todo ciclo o proceso
cualquiera. En el caso del ciclo del hombre, habría también una energía ascendente
relacionada con la niñez y la juventud, y otra descendente equiparada con la madurez y
la vejez. En rigor, esta división binaria del ciclo es importantísima y parte en dos
nuestro modelo de la rueda. Si fuese la porción oriental la ascendente, y la occidental la
descendente, correspondería, desde este punto de vista, la primera al símbolo del círculo
(energía centrífuga), y la segunda al del cuadrado (energía centrípeta).
Pero, antes de seguir, debemos aclarar que el modelo simbólico de la rueda, es válido no
sólo para un ciclo en particular, cualquiera que éste sea, sino que es el prototipo de una
idea arquetípica, y puede ser aplicado a cualquier ciclo, así se trate de un ciclo de ciclos,
etc., en sucesión indeterminada. En este sentido no está de más recordar, que para la
antigüedad la idea de cosmos es una sola. No hay varios mundos o cosmos, sino que la
suma de todos esos mundos o cosmos, galaxias o estrellas indefinidas, es la que
constituye la idea de cosmos o mundo, en su acepción más amplia. No hay, por lo tanto,
nada: "fuera" del cosmos. Ni tampoco ninguna cosa que no esté sujeta a las leyes de ese
cosmos, ni a su ordenamiento cíclico.10 Esto lo han sabido todos los pueblos civilizados
del mundo, y de su concepción del cosmos han extraído toda su cultura. Al fijar sus
propios límites espaciales y temporales han dado lugar a su ciudad. Al crearla, es decir,
al solidificarla o cristalizarla, y al establecer las marcas reincidentes de los períodos
agrícolas, han conseguido alimento necesario para la satisfacción de sus necesidades
básicas. En el plano horizontal del mundo, todo está aquí y ahora. Y todas las evasiones
de las evasiones, son también ilusiones.
Sin embargo –y según la feliz frase de Paul Eluard, "hay otros mundos, pero están en
éste"– se nos ofrece a través del modelo tradicional, la posibilidad de escapar del
movimiento reiterativo, siempre constante, de la "rueda cósmica" o "rueda de las
encarnaciones". Pues la solución, o salvación, está presente en forma inmanente, en esa
misma rueda, de manera oculta, como se encuentra en la semilla toda la potencialidad
del nuevo árbol, y en el huevo el origen del ser".11 Por lo tanto, el ordenamiento
cultural, todas las estructuras de una civilización, no son sino el reflejo de. un centro
invisible, que se manifiesta, o revela, a través de las mismas. Pues ellas no son sino
soportes, o símbolos, de una realidad mucho más vasta, no sujeta al cambio. Y todo esto
que se acaba de decir, referido a la cultura y a sus estructuras, podría ser aplicado a
cualquier orden. A tal o cual organismo vivo. Pues así como cualquier objeto visible
tiene una estructura interna fundamental, gracias a la cual éste se hace reconocible como
tal, también los símbolos, por los que se manifiestan externamente las cosas –que no son
sino simbólicas–, han de tener alguna estructura interna. Estas estructuras de los
símbolos tradicionales,12 no son sino ideas, o juegos de ideas, que ellos mismos
plasman con sus formas. Lo que llevaría a pensar que el universo tiene una estructura
precisa, y leyes, y juegos de módulos prototípicos. Es decir, un modelo que se expresa
simbólicamente, a través de números y formas geométricas, dando lugar a las ciencias
correspondientes.
En realidad, toda estructura tiene una forma. En el caso de la urdimbre y trama de los
tejidos, de la red de pesca o caza, se advierte el entrelazamiento de lo vertical con lo
horizontal, por medio de ligamentos o ensambles, formando un reticulado. Este diseño
simbólico de orden, dado por el cuadriculado de cualquier plano, bien pudiera expresar
también la idea misma de estructura. Así ésta fuese la de la casa-templo, la ciudad, la
agricultura, o la cultura. Y los límites mismos de ese cuadriculado (el encuadre final
bajo la misma forma), la idea prototípica de un ciclo de ciclos, o lo que es lo mismo, de
la unidad y la multiplicidad coexistiendo de manera simultánea. El hecho de que un
número limitado de formas (el cuadriculado), sea enmarcado en una forma prototípica
(el cuadrado o tablero de ajedrez), permite a las definidas piezas del juego (así sean
reyes o peones), una cantidad indefinida de movimientos y jugadas múltiples. Si el total
del tablero simbolizara al cosmos,13 el cuadriculado expresaría un orden dentro de ese
plano o campo, perfectamente delimitado, gracias al cual existen las leyes (del juego),
que permiten a las diferentes piezas protagonizar sus propias jugadas, o conjuntos de
jugadas.14 Esta estructura es la expresión de un orden o de una inteligencia universal,
que permaneciendo secreta e invisible, es el prototipo de todo lo que puede ser llamado
orden o inteligencia. Por otro lado, esas mismas leyes expresadas en medidas y pesos
cuantitativos, y definidas a nivel espacio-temporal, nos refieren también a una estructura
invisible del cosmos. O a un equilibrio y armonía universal, que conforman un lenguaje
articulado, relacionado con otra "visión" del espacio y el tiempo.
2
OTRAS MODALIDADES DEL SIMBOLO DE LA RUEDA
Con nuestra óptica cultural contemporánea, estamos acostumbrados a visualizar al
espacio y al tiempo como homogéneos, sin fisuras. La antigüedad no pensaba lo mismo.
Y establecía en distintos lugares geográficos, especialmente elegidos, y en fechas
calendáricas precisas, sus espacios y tiempos rituales. Y esos son precisamente, en la
trama invisible de la vida, los puntos de coyuntura (ensambles, nudos o ligaduras), o de
interconexión con otros planos o mundos.15
Asistimos a una re-creación del mundo, a la instauración de una cosmogonía, que hace
posible la vida de ese grupo, y que el mismo pueblo conforma al actuarla. Esa
"cosmización" de un punto espacio-temporal de la circunferencia –o periferia de la
rueda– sería un rayo de la rueda, un reflejo de la unidad central, y un verdadero centro
para los que se adscribiesen a ella. En ese sentido, debemos recordar una vez más, que a
la energía centrífuga o de expansión, corresponde la energía centrípeta o de contracción.
Y que conjuntamente ambas realizan el rito de la vida y la muerte, de esa o de cualquier
otra comunidad, así como de cualquier cosa creada, que está sujeta a la determinante
causa-efecto, como todo lo incluido en el mundo manifestado. Así pues, al instaurarse
un espacio y un tiempo significativo, en la masa de lo amorfo e indeterminado,17 se lo
sacraliza,18 y se lo realza por su cualidad intrínseca, en detrimento de lo menos
significativo o profano, netamente vinculado con lo relativo, lo múltiple y lo trabajoso.
De esta manera, mediante este rito, nace un pueblo que comienza a contar su tiempo, su
historia, desde ese momento en adelante. Siendo sus orígenes, desde esta perspectiva,
míticos o no temporales. Igualmente toma conciencia de sí, de su ser, y se visualiza
como protagonista, "centro del mundo", o "pueblo elegido". Lo que es lo mismo que
decir que tiene un nombre.19
Hemos visto entonces, cómo el nacimiento de un ser –por ejemplo una cultura– crea
simultáneamente un nuevo espacio y un nuevo tiempo, en donde se desarrolla ese ser; y
que tal desarrollo no es sino ese ser mismo. O dicho de otra manera: que toda creación
renueva las posibilidades espacio-temporales, arquetípicas, de la creación original, y no
es sino una modalidad de esa misma creación, al actualizar las posibilidades de lo que
en el universo manifestado ha dado lugar a las coordenadas espacio-temporales. Para
una civilización tradicional, las fiestas sagradas son puntos significativos en la
circunferencia del ciclo calendárico, que garantizan la comunicación con la energía
invisible del centro, reflejo de la verticalidad.20 Lo mismo sucede con el vasto espacio
que, como el año, presenta puntos y situaciones de coyuntura, de comunicación de
energía a través de distintos planos o niveles.21 Ellas están dadas en circunstancias
geográficas precisas, en los lugares en donde se establecen las ciudades, se fundan los
templos, o se instala la casa habitación.22
Estos puntos significativos (sagrados), están claramente jerarquizados con respecto a los
insignificantes (profanos), aunque íntimamente relacionados con ellos, ya que no
podrían existir los unos sin los otros.23
De allí en más las jerarquías son verticales, y para percibirlas hay que morir
nuevamente, y resucitar o regenerarse en el fuego. Mientras las aguas bautismales están
emparentadas con los nacidos de vientre de madre (aunque hagan ayunos, penitencias,
sean ascetas, o practiquen la castidad como Juan Bautista), el bautismo de fuego está
relacionado con la piedra de sacrificio, la sangre y el vino ceremonial; con Cristo, y los
que ya virtualmente no tienen ningún condicionamiento humano, ni aun el borroso
signo de la determinación del nacimiento, por lo que no se encuentran identificados con
su persona, ni incluso con sus mismos actos relativos. Es decir, los que ya conocen por
intuición directa los estados supra-individuales del ser, de los que se dice ya no perciben
exclusivamente por los sentidos, y se hallan en condiciones de emprender entonces un
nuevo viaje, esta vez vertical. Esta misma significación (de los círculos contenidos los
unos en los otros, jerarquizados con respecto a su aproximación a un centro o eje) la dan
los hebreos, cuando dicen que Sión es la tierra elegida, que dentro de ella se halla la
ciudad sagrada de Jerusalén, en el interior de ésta su templo, y oculto en el corazón de
este último, el Sancta Sanctorum.
Si el templo es un modelo del cosmos, los efluvios divinos han de hallarse en forma
inmanente en lo más oculto del mismo. Si el cuerpo humano es también un templo y un
modelo, o miniatura del cosmos, estos efluvios también se han de encontrar en forma
virtual, o en potencia, en el fondo del corazón. En el modelo cósmico de la rueda se
hallará el punto central (invisible), que articula sus irradiaciones o vibraciones graduales
de energía, hasta llegar a sus propios límites, o sus formas superficiales. Pero: a) el
templo no es la suma de sus ladrillos, ni el inventario cuantitativo que pudiera hacerse
en cualquier dirección de su conjunto, o de sus partes. b) Asimismo el hombre no es la
suma de sus células, ni el catálogo de sus innumerables componentes. Y c) por otra
parte, en el modelo simbólico que estamos estudiando: "treinta rayos convergen hacia el
cubo de la rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda".32 En realidad,
lo que verdaderamente interesa, es el espacio interno y sus cualidades diferentes,
significativas, sagradas, y no la sucesión cuantitativa de ventanas y columnas del
templo, o músculos y poros del hombre, o lugares indefinidos por donde pasa, haya
pasado o pasará la rueda. En verdad, ese lugar interno, es la morada del silencio, o del
misterio. El corazón y la clave (llave) del ser. Pues en él se halla la posibilidad del
ascenso vertical. La salvación mesiánica, o la salida definitiva del samsara al nirvana, o
estado de "iluminación".33
Esta liberación, se logra a través de un camino gradual, por estaciones, que en el caso de
la tradición extremo oriental, se enumeran de la periferia al centro, como Tao del
hombre, Tao de la tierra, Tao del cielo, y el Tao de Taos, o Tao abstracto. En la
tradición judía (y también de la periferia al centro), como Olam ha'asiyah, o mundo de
la realidad materializada, Olam hayetsirah, o mundo de las formaciones cósmicas, Olam
haberiyah, o plano de la creación y Olam ha'atsiluth, mundo de las emanaciones. Este
camino espiral ascendente, que va de lo más bajo a lo más alto,34 de lo más grueso a lo
más sutil, de lo múltiple a lo sintético, y vincula varios planos entre sí, de manera
sucesiva, es el que describe Dante en la Divina Comedia. Y es bien sabido que esa vía
es llamada la de la iniciación en los misterios. Lo que equivale a la transmutación de la
conciencia del aprendiz o alumno, la ampliación de todas sus posibilidades latentes o
dormidas. El cual, a través de un proceso arquetípico, realiza un "viaje", o camino
sucesivo; la aventura del conocimiento, que finalmente termina en la obtención de lo
buscado. Este hallazgo es llamado licor de inmortalidad, elixir de larga vida, paraíso,
tesoro, vida eterna, o Santo Graal.
En el centro arquetípico, o en el eje vertical, está ese lugar que todos los seres anhelan,
aun sin saberlo. Y allí es donde lo encuentran los hombres de la ciencia, o filósofos, o
artistas, como se denomina a los alquimistas medioevales. Es por otra parte, en ese lugar
invisible, apenas virtual, donde los sabios de todos los pueblos y todas las tradiciones lo
han hallado unánimemente. Pues conocen que lo que es mayor en un sentido, es menor
en otro, y viceversa. Así, lo que es mayor en un orden elevado (cielo), es casi
imperceptible en un orden bajo (tierra). Y lo que es mayor en un orden bajo (tierra), es
menor en un orden alto (cielo). Estos personajes buscan entonces lo pequeño, lo
imperceptible, lo invisible, lo sutil, porque saben que allí se halla en potencia toda la
posibilidad del poder. Y no lo buscan para luego utilizarlo con ánimo práctico. Ni
tampoco manipulan este conocimiento como una "fórmula" literal. Sino que,
experimentando en sí mismos, reconocen o encarnan la verdad de estos asertos,
netamente invertidos con respecto a la educación ilusoria recibida en el mundo profano,
que hace de lo cuantitativo y lo mayor lo más poderoso, cuando la realidad es
precisamente lo contrario, pues cualquier acto está incluido en su potencia.
NOTAS
5 Cuando se habla aquí de símbolos léase también mitos y ritos, leyendas y textos
sagrados.
8 Se puede hacer notar que el círculo tiene 360' y que la suma de los 4 ángulos rectos
del cuadrángulo (90 x 4 = 360) es la misma. Además, 360 = 3 + 6 + 0 = 9. El 9 (número
cuyos múltiplos siempre se reducen a él mismo), es el número del ciclo. También lo es
de la circunferencia, que sumada a la unidad central (9 + 1 = 10), nos da la totalidad de
las posibilidades del ciclo numérico y de la tetraktys pitagórica. También, la del retorno
al origen (10 = 1 + 0 = l).
9 El movimiento centrífugo o el que va del centro a la periferia, tiene que ver, como
se ha dicho, con la expansión. Este movimiento debe transponerse en el plano circular
del ciclo, situándolo al norte, originando la circunferencia y correspondiendo esta
energía a la mitad ascendente de la rueda del día, es decir a la que partiendo del norte,
identificada con las cero horas, llega hasta el sur o mediodía. La porción descendente
del ciclo (que va de sur a norte, es decir, que retorna a su punto original) está entonces
relacionada con la contracción o concentración centrípeta o atardecer y noche. Algunas
culturas, en distintos lugares y épocas, han dividido al ciclo de forma aparentemente
diferente, lo que está en relación directa con la razón de ser de esas civilizaciones. Así,
no se ubica el norte siempre arriba ni el sur obligatoriamente abajo. Tampoco el
movimiento es visto, necesariamente, de izquierda a derecha –es decir, en el sentido de
las agujas del reloj–, sino que se lo considera en forma retrógrada. Estos dos ejemplos
pueden encontrarse en las culturas precolombinas y extremo orientales.
12 Tal vez fuese oportuno establecer aquí, una diferencia entre significado y signo. El
significado es la esencia o idea universal que el signo plasma (o encarna), que viene a
ser como la forma o el ropaje del significado, adecuado a la relatividad espacio-
temporal. El significado de un signo es lo que éste significa no su rol significante. Lo
simbolizado es lo que el símbolo expresa verdaderamente, su razón de ser, no su
capacidad transmisora. El mito es realmente la idea expresada en y por el personaje
mítico, no las andanzas y aventuras computables de los héroes y los dioses. El rito no es
sólo una ceremonia conmemorativa de sentido social, sino la correspondencia de
energías entre un plano de realidad –o de conciencia– y otro desconocido. Al
otorgárseles a estos términos una lectura lineal, se los degrada haciéndolos
incomprensibles. Las acepciones dadas a las palabras y a las cosas en ciertos lugares o
durante determinadas épocas, no sólo nos ilustran sobre la mentalidad de esas
sociedades, sino que muchas veces constituyen ejemplos evidentes de inversión.
Desgraciadamente en la actualidad se toma el significado del símbolo como si este
significado fuese su función significante. El significado de los antiguos signa (o
milagros) era el de la revelación sobrenatural; jamás el efecto que esos signa producían
en la población. Por otra parte, habría una distinción entre símbolos naturales y
símbolos tradicionales (iniciáticos) precisos, diseñados especialmente para producir una
comunicación directa con el principio. Estos últimos tendrían una función "didáctica",
obviamente relacionada con la enseñanza y el conocimiento.
18 Lo sagrado no tiene nada que ver con lo "religioso" tal cual hoy se lo entiende
vulgarmente.
20 O rayos, en el modelo de la rueda del cosmos. Estos "rayos", cuya relación con lo
celeste resulta obvia, son emisarios que unen la tierra con el cielo. En el caso del círculo
son los "radios" los que vinculan el centro a la circunferencia.
24 O su equivalente cuadrangular.
25 Jacob, andando por el desierto, se acuesta en un lugar determinado y con una
piedra, símbolo del eje (miniatura de la montaña), como almohada, "sueña" con
"ángeles", que "descienden" y "ascienden" por una escalera, del cielo a la tierra y de la
tierra al cielo. Esta irrupción de lo vertical en lo horizontal, es equivalente a la
irradiación del centro o al rayo de una rueda, que comunica el movimiento a la periferia,
como ya hemos visto.
26 Así Dionisio Areopagita, hablando de las líneas rectas que convergen en el centro,
nos dice que en la medida en que ellas están más próximas del mismo, la unión es más
íntima. Y al contrario, cuanto más alejadas están de él, mayor es la separación.
34 Pese a que sus primeras y largas etapas son descritas, muchas veces, como un
descenso a los infiernos, un viaje al inframundo, al interior de la tierra.
36 Saber que no somos nada, que nada debemos saber, deponer el vano orgullo de la
ignorancia oficializada y nuestra falsa seguridad.
CAPITULO III
PERSPECTIVAS DESDE EL ARTE
1
Generalmente al hablar de arte hoy en día, nos referimos vagamente a la historia del
mismo, o imprecisamente a un hecho cultural de cierto "status" intelectual y
socioeconómico, que la pintura (la más injustamente afortunada de las artesanías)
ejemplifica. También solemos referirnos a él como a un inventario musicológico de
obras acabadas y fechadas en tal o cual tiempo y localizadas en este o aquel sitio. Desde
el punto de vista en que nos situamos no nos interesan tanto estas perspectivas, que por
cierto no negamos, sino que preferimos ver al arte como una actitud específicamente
humana, no ubicada en ningún esquema clasificatorio o histórico-geográfico, sino
perfectamente viva, actualizada por el hombre de todos los tiempos y reflejada en sus
símbolos culturales y sagrados, que si bien reconocen un origen preexistente, son la
materia a partir de la cual se produce la re-generación cíclica de las civilizaciones, del
mismo modo que en el firmamento la actividad solar recrea permanentemente las
diversas condiciones o formas de vida de su sistema. En ese sentido siempre nos ha
interesado el arte como forma de conocimiento, o mejor, la actitud del artista como una
manera de adentrarse en determinadas dimensiones del mundo lineal de su entorno –
aunque él mismo sea poco consciente de ello–, mediante una concentración de sus
posibilidades, ya fuese a través de un trabajo ordenado y paciente o de la síntesis
catártica totalizadora. O de ambas, puesto que por cierto la una no tiene por qué excluir
a la otra, sino que más bien se complementan allí donde el hallazgo o contemplación de
la belleza produce una especie de emoción relacionada con un sentimiento de plenitud,
ausencia o vacío, donde todos los seres y las cosas no son sino ellos mismos, en su pura
realidad despojada, lo que equivale a vivenciar la idea arquetípica de armonía, aun en la
desarmonía, y de equilibrio y justicia, aun en los conceptos que dialécticamente se les
oponen.
Esta emoción intelectiva es un modo de conocer. Una manera, una actitud por cierto
imprecisa, no lógica, de aproximarse al objeto del conocimiento por el sujeto que
conoce y que llegada a su clímax, funde al sujeto que conoce con el objeto conocido,
produciendo el conocimiento, que deja entonces de ser sucesivo, inclusive espacial, para
pasar a ser algo diferente al producirse una transformación –cualquiera que ésta sea–,
siempre aprehendida a través de la experiencia directa, aunque el soporte simbólico
utilizado fuese cualquier cosa o ser manifestado. Puede verse aquí una estrecha
vinculación con el amor, en cuanto ambas posibilidades emotivas unen o religan, o
actúan como prolongaciones de la identidad del sí mismo en todas las cosas. Nos
interesa además rescatar un elemento de incertidumbre, o de aventura, inherente a los
riesgos del arte y del amor, dos maneras de encarar por lo más alto el proceso del
conocimiento, que se halla en el origen y en la identidad del ser mismo. Y ese riesgo,
esa pasión, ese fuego, está siempre presente en todo lo que implique la búsqueda y la
realización de la belleza y la sabiduría, es decir la unidad en amor, lo que constituye el
arte en la vida.
Así pues, nos referimos al arte como una "poética" comprometida con el conocer del
hombre, al que consideramos parte imprescindible de este proceso perenne de
interrelación y expresión, donde la inteligencia universal que él mismo refleja,
manifestándose como un arte de indefinidas posibilidades, le brinda la opción de ser
todo lo que él conoce. Esta "poética" incluye a todas las artes: 1 arquitectura y
construcción, artesanías, técnicas y ciencias, oficios (cerámica, vidrio, jardinería,
herrería, ropa y calzado, joyería, carpintería, etc.), las artes llamadas marciales y la
danza, escultura, música, teatro y poesía, geometría, gramática, alquimia, etc., es decir a
las artes liberales y al hombre integral.
Y como nada deja de ser simbólico en el orden microcósmico, esta "poética", referida al
hombre y su actividad creadora, puede transponerse al orden macrocósmico, donde la
naturaleza, la vida y el universo, no son sino un conjunto análogo de seres y funciones,
unido en el amor. Y entonces la tierra y el hombre pueden ser considerados como obras
de arte, u objetos de diseño, frutos de una poética general, cuyo origen es un sonido
llamado verbo o logos, que no es sino la manifestación surgida del mayor grado de
concentración posible.2
2
Es obvio afirmar que sin hombre no hay arte, aunque no está de más efectuar esta
aclaración en una sociedad que por una especie de manía empírica, separa a las cosas de
su contexto, y les otorga una categoría diferente, como si tuvieran vida o realidad por sí
mismas, clasificándolas en el casillero imaginario correspondiente, en este caso bajo el
nombre de "arte", otorgándole una serie de características perfectamente arbitrarias o
ilusorias, tendientes a hacernos creer –de manera casi publicitaria–, que aquello es una
verdad objetiva, para colmo casi científica, siempre algo concreto, tangible, dispuesto a
ser analizado y catalogado. El hombre es el sujeto-objeto del verdadero arte, y a través
de él se materializa la posibilidad de la obra creativa, reflejo de una obra más vasta, en
la que el hombre está incluido. El mago –que saca cosas de la sustancia informe, y al
realizarlas actualiza las posibilidades que ésta tiene en sí, al igual que las que porta él
mismo interiormente–, ubicado en el centro de su círculo ritual, es el creador del espacio
donde se dan todas sus posibilidades y las de su obra. Este es su cosmos, simbolizado
por el círculo, que cumple también funciones limitativas, además de protectoras. Y su
imagen vertical, ubicada espacialmente en el centro o eje de la figura, es la mediación
entre cielo y tierra; es decir la de un vehículo entre el mundo invisible de las ideas y la
manifestación horizontal y material de las mismas, a través de una gestación o
encarnación de las potencialidades del ser que han de reflejarse en el acto creativo.
La ley de correspondencia siempre actúa, como no podría dejar de ser, ya que se trata de
una ley universal; y la voluntad de ser crea un nuevo espacio donde la obra creativa o el
reino florecen, pues donde no había sino un amorfo, o un vacío, la substancia universal
virgen para ser fecundada por la energía positiva, ahora se ha engendrado un mundo,
que ya estaba contenido en esa substancia de un modo pasivo. Y así lo que era pasivo
será ahora activo, y la energía activa, que funcionó como un detonador, se convertirá en
un símbolo, u objeto estático creado, que llevará implícito en él mismo la energía activa
original, sintetizada en forma pasiva o potencial, dispuesta a ser vivificada, para poder
adquirir así una nueva configuración espacio-temporal, entre la bipolaridad del eje de
una esfera, o el punto original y la circunferencia de un círculo, o el centro y la periferia
móvil de una rueda. El hombre sería entonces un mediador, un intermediario, el creador
de un plano de expansión entre la idea arquetípica y su cristalización final en el mundo,
entre la unidad original primigenia y la individualidad de la obra creada en la diversidad
de un género, ya que cualquier punto de la circunferencia es un reflejo -y como tal
invertido- del punto original, y lleva dentro de sí mismo, como él, la posibilidad de
engendrar un campo, o cosmos, es decir una obra o creación. Esta es la razón de ser del
arte, y por cierto de la magia, y también del símbolo y el rito.
De este modo, el hombre, al identificarse por el arte con el punto virtual, o unidad
sintética, escapa de la relación espacio-temporal, pues lo inmóvil, absoluto o infinito, no
tiene fin ni fines. Y así es como extrae de la idea arquetípica la manifestación creativa,
que siempre nació y siempre nace. Esto se debe a que la unidad, desdoblándose en el
ritmo de la dualidad, mediante sus emanaciones o intermediaciones, genera la
multiplicidad de los seres -o los estados del ser universal-, o las cosas creadas, puntos
individuales en la circunferencia espacio-temporal, simientes que portando en sí mismas
la posibilidad de crear, o sea de imitar 6 la unidad arquetípica, hacen que ésta refluya
incesantemente con el movimiento de una rueda, imagen y modelo del cosmos. Así, la
inspiración artística, su expresión, y el retorno a la idea original a través de la síntesis
que hizo posible la concreción de la obra u objeto artístico, es lo que constituye un
esquema simbólico siempre presente en cualquier manifestación.
3
A esta altura del discurso parece evidente que lo que se tiene hoy día considerado por
arte, lo que se entiende por tal, poco o nada tiene que ver con las concepciones
expresadas con anterioridad. No se tratará aquí de hacer una crítica exhaustiva de las
hipótesis o controversias estéticas actuales –ni del mercado y la profesión de artista–, y
tampoco de las circunstancias cíclicas, histórico-socio-culturales económicas, que han
engendrado estos tremendos equívocos y mermas. Aunque sí se querrían puntualizar
ciertos detalles o errores ejemplificadores:
Uno de ellos consiste en tomar por arte a una serie de trabajos escogidos más o menos
arbitrariamente, condicionados por circunstancias temporales que se canalizan por
medio de las modas, usos y costumbres, y atribuirles una categoría "artística". Otro el de
otorgarle al arte una naturaleza objetiva, como si se tratara de una realidad tangible que
pudiera transponerse a tal o cual artefacto. "Las obras están hechas con arte, no son
arte", nos advierte lúcidamente A. Coomaraswamy. Se podría objetar que todas las
cosas son arte, pero siempre que se viera en ellas un símbolo expreso de la idea, es decir
una posibilidad de encarnar a la misma. Pero si la visión fuese literal se entendería una
vez más al símbolo no como mediador, sino de manera objetal, separándolo de su
contexto, convirtiéndolo en una deidad idolátrica, un fetiche o un tabú. Un equívoco
más sería tomar el arte como algo más o menos intrascendente o placentero, pero casi
necesario, algo que "espiritualiza" o hace más agradable el ambiente general. Como una
experiencia lúdica, una técnica inteligente –casi exquisita– de evasión, proveedora de
una alta dosis de comfort y status. O inversamente, dramatizar las circunstancias
creativas, adjudicándoles una importancia absoluta, tratando de hacer trascendentes las
vivencias psicofisicas o la materia con la que se trabaja, que por definición no son
trascendentes. Otro más: la división entre lo que es bello o simbólico y lo que es útil,
ignorando que lo que es bello o simbólico, tiene por sí mismo lo máximo de la utilidad.
Asimismo el reducir el arte al gusto, que como el ego deviene constantemente, y hoy es
una cosa y mañana otra. Igualmente, la actitud de aquellos que pretenden utilizarlo
como un medio de propagación ideológica o de influencia psíquica, cualquiera que ésta
sea, por lo mismo anotado anteriormente.
El arte tomado como expresión de la personalidad es una falacia, puesto que esa
personalidad, tal cual hoy se la visualiza, es inexistente. Ha sido extraída del medio que
la ha condicionado. Y no es sino la reproducción o mera imitación de gestos, cuando no
la copia decidida de estilos, actitudes, modas, maneras, "Ideas"; en suma: de una serie
de historietas tan falsas como las nuestras. Ya que los modelos a quienes,
conscientemente o no, copiamos, se han visto abocados a situaciones análogas a las que
nos han tocado a nosotros y han procedido de igual forma, disfrazándose de la mejor
manera posible, en el baile de fantasía progresista en el que estamos. Y así, las máscaras
van cambiando a lo largo del tiempo, con la constante de que en cada caso creemos ser
"nosotros" esa misma máscara. Esto es, la identificación con la morisqueta de turno,7
con la cual estamos vinculados emocionalmente, las más de las veces por un
acontecimiento fortuito, por un hecho casual de uno u otro sentido, ante el que
reaccionamos de tal o cual manera. Situaciones que extraemos del ambiente y que
quedan impresas en nuestra psique como algo propio y personal e importantísimo,
cuando en realidad son enteramente inventadas por la ilusión de otros que comparten
nuestra ignorancia.
Se ha dicho que la vida es sueño, y también que la sociedad moderna, que afirma
enfáticamente sus supuestos indiscutibles, y que nos moldea "positiva" y
"materialmente" en ellos, es una farsa. En todo caso es evidente que nosotros
internamente no somos esa ilusión, ese engaño compartido que hemos visto cambiar
ante nuestros ojos de manera evidente en sus formas políticas, históricas, sociales,
científicas, afirmando con la misma seguridad, solidez y desparpajo, anteayer una cosa,
ayer otra, hoy una diferente –completamente opuestas y contradictorias–, actitud que
seguirán manteniendo hasta el fin, como lo vienen haciendo, justificándose siempre. Y
lo que es más paradójico: tomando este estado de total confusión y de reincidencia de
errores filosóficos y desviaciones que vienen señaladas desde la antigüedad, como
progreso y evolución. Si nos negamos a ser ese producto social, cabe preguntarse: ¿qué
somos? Y encontrar una salida. Lo cual sería lo mismo que reconocer la propia
identidad, el ser, el verdadero yo. Se está en medio de una rueda y no se puede huir.
Atrapados, todo se repite una y otra vez, y no conseguimos escapar de nuestros
patrones, que se reciclan en un perpetuo retorno, ya que estamos apresados en la cárcel
del principio y el fin, de la dualidad de la causa y el efecto, que obliga a nuestra psique a
repetir indefinidamente sus conductas en perfecto acuerdo con el tiempo, que se reitera
de tal suerte, que cada día que pasa es un acercarse del plazo de la vejez, la enfermedad
y la muerte.
Sucede que los hombres de este siglo no recordamos que el ser humano todo lo aprende.
Nos enseñan a comer, a caminar, a hablar, y de allí en más toda la serie. Nada sería el
hombre de lo que pretende si no lo hubiera aprendido. Somos lo que sabemos, y eso
siempre nos es enseñado. Y sorprendentemente creemos y damos como algo natural –
como consubstancial con el ser humano– un saber infuso común a una especie
privilegiada, propietaria y rectora de la tierra, cuando ciertamente no hacemos sino
imitar imitaciones que nos conforman. Esto es válido no solamente para los
conocimientos racionales o conscientes, sino que asimismo lo es para el "sentimiento" y
hasta para el "instinto" –ambos aprendidos–, que en la época actual son la mayor
garantía de certeza.
Por eso, se trataría de abandonar la confusión de la idea de tiempo, tal cual hoy se nos
ofrece, para conocer y vivir lo atemporal, la eterna belleza, a través del soporte de la
obra creativa, y acceder al estado donde la causalidad no existe. Sin lugar a dudas el arte
es una actividad contemplativa, pues promueve el conocimiento a través de la
identificación del sujeto y el objeto, por mediación de la belleza. Pero el "esteta", el
personaje oficial que se ocupa de estos asuntos, lo ignora, ya que es un enamorado de
apenas la superficie de las cosas.8 El arte es la evocación de la idea arquetípica,
invocada en el rito de la creación. Es la irrupción de lo invisible e inaudible, que
mediante la forma y el pensamiento se expresará a sí mismo, reconociéndose en el gesto
y la palabra, que configuran toda manifestación –aun la cósmica–, lo que es equivalente
a la acuñación de un lenguaje o código, que va de lo universal a lo particular, y de éste
reviene a lo universal, por la atracción de lo perfecto de la obra –a la que nada hay que
agregarle ni quitarle–, que simboliza la perfección de su creador, por las
correspondencias que se establecen entre ellos.
Las partidas de ajedrez del siglo XVIII, XIX o XX, tienen estilos tan diferentes entre sí,
como lo tienen las artes visuales, la literatura, la música y toda moda o actividad, en
íntima relación con las ideas filosóficas, las ciencias y las mentalidades de esos
períodos. El gusto cambia, es relativo y perecedero como la apreciación "estética". Pero
si las obras han sido ejecutadas rectamente, esto es, de acuerdo al arte, y como
expresión de la naturaleza universal, de la vida, del conocimiento, de la comprensión de
las pautas del modelo cósmico, o en concordancia con la ciencia de los ritmos –lo que
equivale a decir perfectas en su género–, han de reflejar necesariamente la belleza
completa de aquello que las inspiró.
Tomando debida cuenta de que esta mediación tiene una parte más alta, la más cercana
al espíritu (donde convergen las irradiaciones en el punto central y están más próximas a
él), y otra más baja, la más cercana al cuerpo (en donde los rayos se han ido separando,
alejándose del centro). Esta es la antigua distinción entre la Venus Urania y la Venus
Pandemos, y entre Diana y Hécate, y también entre el verdadero arte relacionado con la
cognición y la belleza y el arte de halago, o festivo, vinculado con el gusto y la
superficialidad. En verdad estos extremos no se excluyen, salvo en la mentalidad de los
que han tomado partido por uno, negando y menospreciando al otro –habiendo optado
ciertamente por el más bajo–, y nos han enseñado como única y buena esa elección,
intentando complicarnos en sus maniobras.
No nos queda entonces más remedio que negar la negación y afirmar entonces los
principios, o sea lo inmóvil y eterno (sagrado), para poder complementarlo con su
opuesto incesante, lo que se mueve y cambia (profano) y comprender así el tiempo y su
sentido simbólico, al igual que el de la manifestación, sabiendo que en la
inmanifestación primordial, en la inmutabilidad, han de hallar su complemento y su
origen. Ya que lo sensible es el reflejo de lo inteligible, o como se ha dicho: "lo
invisible se deja ver a la inteligencia por sus obras".11
4
Casi resulta innecesario señalar que por detrás de cualquier manifestación hay algo
previo que la ha conformado y que a esa energía le debe su razón de ser, tanto fuese
tomada esa manifestación como fenómeno o expresión de cualquier tipo. Los ejemplos
más bellos de este hecho son la espontaneidad, el gesto puro, la verdadera intuición
intelectual y el acto gratuito. La vida, la naturaleza, y el cosmos, serían ilustraciones
admirables de este sencillo y magno acontecimiento permanente. Ellos se expresan en el
encuadre espacio-temporal en que se plasma cualquier manifestación, estando por cierto
el hombre incluido como parte integrante de la misma. Serían, pues, todas estas
revelaciones simultáneas de los seres y las cosas, coetáneas con el tiempo en un
enmarque espacial determinado. Y por lo tanto las expresiones posibles sujetas a estas
dimensiones espacio-temporal es –en donde se produce la existencia humana–, que
cuajan en formas cristalizadas, han de tener una estructura previa, respondiendo a
ciertas coordenadas –modelos o ideas arquetípicas–, para que puedan ser ellas mismas
las cosas o los seres que constituyen el universo. En verdad, estos entes a que nos
estamos refiriendo, no son sino símbolos o energías-fuerza que representan –cada cual a
su forma o manera substancial– ideas que ellos encarnan, dando lugar de esa manera al
cosmos entero, al que configuran. En el simbolismo del tejido, es fácil advertir que la
faz brillante y luminosa de lo visible, del diseño exotérico, es la expresión del laborioso,
oculto, oscuro y ordenado trabajo de la trama y la urdimbre. La idea de una estructura
"anterior", o previa, a un fenómeno o expresión cualquiera, no es sólo obvia para el
filósofo, el arquitecto, el artesano o profesional –o para un operarlo de cualquier
índole–, sino para todos los que hayan pensado alguna vez en el lenguaje o simplemente
en cualquier morfología. La imagen visible es, pues, la proyección o el reflejo del
pensamiento, de la idea, o de la intuición intelectual, mediante la cual se manifiestan las
cosas o se las pretende expresar. Va de suyo que estos símbolos o juegos de símbolos –
que establecen entre sí diversas relaciones de distinto tipo–, configuran códigos o
lenguajes diferentes, que al ser expuestos a un nivel de comprensión menos sutil,
necesariamente han de obscurecer su contenido, u ocultarlo, desde el punto de vista de
un nivel más denso o enrarecido de lectura. De allí la función mediadora de los
símbolos, como emisarios, puentes o puertas de pasaje de un plano de la realidad a otro,
que está siempre más allá de éste.13 Sobre todo en un mundo que suponemos chato e
igualitario, cuando en verdad se trata de un universo diferenciado y jerarquizado. Prueba
de ello nos dan las distintas especies que lo pueblan, así como los diversos espacios que
lo constituyen, y los diferentes tiempos que suceden en él. Por eso es que todo símbolo
es significativo, o significante, cualquiera que éste sea, y en particular aquéllos en que
las distintas tradiciones de la antigüedad volcaron su experiencia, como testimonio de su
conocimiento acerca de lo simbolizado. Porque para estos pueblos los símbolos no son
arbitrarios, o convencionales, o "metafóricos", sino que figuran los principios mismos,
con los que guardan una unidad analógica tan viva como real. Eso es lo que permite al
símbolo pasar del orden fenoménico al trascendente. O sea: que facilita la revelación
sintética o la comprensión de un lenguaje universal y eterno, de la que el propio símbolo
es apenas un soporte, para acceder a un orden distinto, que se halla a otro nivel respecto
de la visión literal o alegórica que solemos tener de los hechos y las cosas.
Por cierto que tal modelo no sería rígido, maquinal o un artefacto de relojería, según
pudiéramos imaginarlo con nuestra programación industrial. Y menos aún una
computadora infernal o una gigantesca cassette indefinida, que finalizaría, junto con
nuestras vidas y la del mundo, en una constante relación causa-efecto. Más bien se
trataría de un organismo vivo, al igual que el hombre y la naturaleza, y por lo tanto un
misterio lleno de puntos de coyuntura, imposibles de ser computados por su propio
comportamiento supralógico y metacuantitativo. En suma, una poética. Una obra de
arte. En ese sentido, el cosmos y el plan o plano en que se ha conformado, configuran la
más gigantesca posibilidad de expresión y concepción artística imaginable, ya que de
este modelo, y su manifestación, derivan todas las formas posibles y secundarias de
realización, así éstas tengan un sentido cualquiera, el inverso, o estén neutralizadas entre
ambos. Puesto que la desarmonía constante de las partes es la que produce
necesariamente la armonía y el equilibrio del conjunto. Esto es tan válido para el
modelo cósmico universal, como para el hombre en su integralidad, que no es sino una
miniatura de aquél. De un lado el hombre verdadero como punto interior o corazón del
cosmos, de otro, opuestamente, el universo como una proyección del ser.
La forma más simple está en todas las formas, lo cual equivale a decir que todo está en
todo y que todo está en uno mismo. Y es curioso observar que estas sencillas verdades,
que de alguna manera conocemos –y que por cierto todos hemos experimentado–, están
hoy como cubiertas por un velo de vergonzosa autocensura, porque tal vez sentimos
temor de que nos retrotraigan a la infancia, o a la adolescencia, y nos hagan acaso
perder el bagaje "intelectual" a veces tan trabajosa y esforzadamente conquistado. Para
algunos sería de un gusto dudoso afirmar que la vida –o la naturaleza como una
ilustración de ella– nunca se equivoca. O que su piel tiene todo tipo de texturas y que
cambia de muda todas las estaciones. También asegurar que crece, se desarrolla,
envejece y muere. Que la manifestación universal –simbolizada por la danza de Shiva–
es la perfección, el equilibrio y la armonía; que a lo largo y a lo ancho del mundo, o del
cosmos, toma todas las formas posibles y no hay olor ni sonido que no esté incluido en
ella. Igualmente si aseguramos que esta manifestación es lo único que no ha dejado de
ser novedoso, o sorpresivo, y que siempre un hombre o una mujer la podrá contemplar
por primera vez. O que ha podido superar el pesimismo y el optimismo de sus
proyectos, pues éstos son sus realidades de todos los días. Que entre sus símbolos y ella
misma no hay ninguna diferencia. Y que a través de la contemplación de su simbólica
trascendemos la dualidad de la cárcel de la mente, pues contemplar es recrear la obra de
arte permanente. Y que, asimismo, somos regenerados cada vez que se cumple un nuevo
ciclo y se nos abre una puerta de acceso a otras realidades tanto más efectivas cuanto
menos ilusorias.
Se dice que el símbolo es uno mismo. Que la verdadera obra de arte es lo que pueda
hacer cada cual consigo en el fondo de su corazón. Las producciones son secundarias, y
llegan por añadidura. Lo realmente válido se sitúa en la zona más misteriosa y
desconocida. Y que por cierto nadie podrá juzgar sin equivocarse, pues la libertad
interior es incalificable. Mucho menos por el propio interesado. Ya que ella no necesita
de nada, pues siendo apenas la virtualidad de un punto, un espacio vacío, es
simplemente lo que es. Así nos guste o no nos guste. A nosotros, a los "amigos" o
"enemigos", o a nuestra ilusoria superestructura mental, que ciertas veces nos aplaude a
rabiar para que saquemos pecho como pavos, y otras nos deprime muchísimo para que
nos perdamos en el primer resumidero.
NOTAS
6 En el sentido en que Platón, en el Timeo, dice que "el tiempo es una imagen móvil
de la eternidad; imita la eternidad".
7 Las máscaras teatrales griegas han dado lugar, por medio del latín, a la palabra
"persona".
11 Romanos, 1, 20.
Capítulo IV
LA TRADICION HERMETICA
La tradición hermética deriva su nombre, nada menos que de Hermes, dios griego, el
Mercurio romano, y sobre todo del mítico Hermes Trismegisto, todos ellos instructores
y educadores de los hombres, mensajeros de los dioses, personaje que aparece en casi
todas las tradiciones bajo distintas formas, como emisario o intermediario entre cielo y
tierra, siempre vinculado con lo que vuela, por lo que se lo suele representarcon
atributos alados. Asimismo se lo relaciona con audiciones, recepciones y transmisiones
de mensajes. Es decir, con doctrina (1), ciencia, sabiduría y revelación. La palabra
tradición viene a significar en cierta forma lo mismo que lo anterior (2), por lo que la
expresión tradición hermética pudiera parecer una redundancia, si no se quisiera
destacar, por el aditamento de esta última palabra, un origen revelado neto- como
también señalar una circunstancia histórico cultural referida específicamente al
Occidente y a los orígenes de su civilización. Por otra parte, el término que nos ocupa es
también claro en cuanto indica una vía de conocimiento determinada, relacionada con
los misterios menores, llamados también mundo o plano intermedio, en el camino
iniciático, expresando además la idea de la obscuridad y silencio, inherentes a este
sendero, refiriéndose igualmente a su naturaleza misteriosa.
Podemos ubicarnos entonces en la Alejandría del siglo III de nuestra era y observar la
multitud de ideas, concepciones y personajes, tradiciones y culturas -incluso la hindú y
la budista-, que confluyen allí, constituyendo una verdadera encrucijada de caminos, un
punto de concentración de una serie de energías análogas, venidas de varias y diferentes
direcciones, las cuales han de conformar posteriormente las diversas facetas de nuestra
cultura. En aquellas fechas y lugar podemos encontrar al cristianismo de los primeros
padres conviviendo con el gnosticismo, ambos de origen oriental. Al pensamiento
griego, en particular el neo-platonismo -que ha de aparecer como una constante a lo
largo de la historia de Occidente- mezclado con la tradición hebrea, y con los
fragmentos de civilizaciones como la caldea, la egipcia, las del Irán, y otras, algunas de
ellas perdidas u olvidadas por nosotros. No intentaremos tampoco en este ensayo, dar
una visión más o menos clara de estos hechos, ni siquiera de brindar un panorama.
Remitimos al lector a la numerosa bibliografía al respecto, obra de auténticos
especialistas. Desde nuestro punto de vista, destacamos estas coordenadas espacio-
temporales, como lugar de reunión y posterior expansión de las ideas de la Tradición
Unánime, de la filosofía perenne y universal, de la doctrina, que han llegado a nosotros
con el nombre de tradición hermética. Es también muy interesante subrayar que estas
ideas, a través de los siglos, se han mantenido vivas hasta nuestros días. Y no sólo han
sobrevivido simplemente, sino que han constituido, y aún constituyen, la trama invisible
de ciertos acontecimientos revivificadores de la historia del hombre occidental, sin la
cual esta historia, y este hombre, hubieran desaparecido ya hace largo tiempo.
El andamiaje de ideas a que nos estamos refiriendo, ha de permanecer más o menos
incólume y ser considerado como la sabiduría siempre oculta y esquiva, pero presente
en la vida pública de la ciudad y el pueblo -como una herencia cultural imperecedera-,
hasta aproximadamente el siglo XVII. Y seguirá constituyendo la médula cultural de
Europa. Pero, a partir de entonces los valores más profundos, puestos en crisis por el
mal llamado "humanismo", se degradarán hasta la negación de toda posibilidad de
tradición y doctrina, el desconocimiento de cualquier esoterismo, y la ignorancia total
referida a lo que se entiende por iniciación (7). Se ha pasado entonces a la profanación
de lo sagrado y a la desacralización de la vida y la realidad, por lo que todo comienza a
ser empírico e insignificante (8).
Con respecto al Occidente moderno, podemos aceptar que las tradiciones religiosas que
actualmente lo conforman y que están presentes en mayor grado en su cultura, son la
judía, la cristiana y la islámica, o sea, las denominadas "del Libro". El judaísmo tiene en
su religión su propia tradición y ciertos rabinos se dedican a la cábala, a las relaciones
entre letras, palabras y números, al estudio, al rito y la meditación. En cuanto al Islam,
su parte exotérica y su esoterismo están muy poco diferenciados. Religión del desierto,
se la vivencia en forma individual, y sus prácticas, totalmente interiores, no precisan de
imaginerías ni ritos complicados. El sufismo, es conocido, es la expresión del
esoterismo islámico. En cuanto al cristianismo, y más específicamente al catolicismo,
diremos que muchos de sus miembros han pertenecido en diferentes épocas a órdenes
herméticas de esoterismo cristiano. Papas, arzobispos, obispos, cardenales, sencillos
abades, o párrocos, o humildes monjes, han encarnado el conocimiento. Y no sólo entre
los doctores y los sabios de la Iglesia, sino también entre sus santos y sus mártires,
comenzando por los apóstoles. Sólo nos bastará con mencionar algunos nombres, dentro
del esoterismo cristiano, que prueban la continuidad y la importancia de éste, no sólo en
cuanto a la Iglesia como institución y al catolicismo como religión se refiere, sino en
cuanto representa históricamente las raíces mismas del pensamiento occidental. Así, por
ejemplo, deberíamos comenzar por Orígenes y los primeros padres de la Iglesia, para
continuar con el cristianismo ortodoxo de Oriente (10), hablar del monaquismo en
Irlanda, de San Benito y la constitución de las diversas órdenes de monjes religiosos,
para pasar a San Bernardo, al Císter y la caballería, mencionando nada menos que a
Dionisio Areopagita en el siglo V, y también a San Agustín, para llegar a Alberto
Magno, Santo Tomás de Aquino, y al Maestro Eckhart. En este punto, es importante la
aparición de un ambiente iniciático, el de los místicos de Munich, que fue para Eckhart
lo mismo que la orden de los Fedeli d'Amore para Dante. Asimismo, deberíamos
recordar a los artistas medioevales (Nicolás Flamel, Basilio Valentino, Bernardo
Trevisano) y al hermetismo cabalístico cristiano: Raimundo Llull, Nicolás de Cusa,
Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola. También a Jacobo Boehme, Cornelio Agripa,
Francesco Zorzi; y los magos isabelinos, hasta Robert Fludd y los mencionados
rosacruces.
De esta manera podríamos recorrer los ciclos de las historias particulares -inscritos
dentro de otros más amplios y establecer las legítimas vinculaciones y las relaciones
insospechadas de todo tipo, entre diversos acontecimientos sin conexión aparente, que
nos harían ver y conocer otra historia. Y ese es el valor que en verdad tiene la historia
de los personajes y los pueblos, el de poder ser tomada como un código de señales
significativas o significantes, como un discurso salpicado aquí y allá de detalles
reveladores. Un lenguaje criptográfico, que pudiera irnos dando una especie de espectro
o panorama -de encuadre en el tiempo-, en el que leyésemos como en un libro abierto, el
libro de la vida, cuya lectura ha de llevarnos a la inmortalidad a través del conocimiento
de los ciclos universales, análogos a los ciclos de los hombres.
El alquimista y el astrólogo trabajan solos. Así se los puede ver en numerosos grabados
de la iconografía hermética. O bien estudiando, meditando u orando, cuando no absortos
en la contemplación de sus hallazgos (12). La obra hermética se produce en la
interioridad del athanor (analógicamente, del templo del hombre). Lo cierto es que esta
tradición propone el conocimiento mediante el estudio de la cosmogonía. Estudiar las
leyes cosmogónicas no supone la erudición literal, o el cómputo de detalles banales, que
para estas disciplinas son cosas secundarias, si no a veces entorpecedoras. Conocer la
cosmogonía supone ser uno con ella. Estar vivo o haber nacido al verdadero estado
humano. Este hecho asombroso incluye una pérdida y un hallazgo de identidad, una
muerte y una resurrección, que se realizan innumerables veces en varios años, en el
athanor del alquimista, su interioridad. Y le da también la materia con qué seguir
trabajando en este proceso alquímico, llamado también de iniciación en la senda del
conocimiento y de la vida real.
Se trata pues de una senda mágica, donde los mismos vehículos son reveladores. (15) Y
cuando nos referimos al término magia, va de suyo que no estamos hablando de ninguna
cosa de tono menor, donde los siempre mezquinos intereses personales están en juego y
la mera individualización fenoménica es valorizada de acuerdo a patrones modernos y
materializados. Nos referimos a algo muchísimo más sutil y poderoso: la auténtica
estructura invisible del espacio y el tiempo, intuida directamente, que no es ya algo
exterior o ajeno a uno mismo y al todo. Entre otras razones, se dice que el pensamiento
analógico es mágico, porque las asociaciones y correspondencias que él provoca nos
enseñan a pensar, nos hacen saber de qué se trata el oscuro recuerdo del conocimiento.
Y nos transforma en verdaderos seres inteligentes, al hacernos partícipes de la
naturaleza de nuestra identidad. Esta transformación psicológica, y la fenomenología
que le corresponde, es mágico-teúrgica. Por otra parte, existen sistemas iniciáticos
especialmente diseñados para transmitir estas verdades del pensamiento analógico.
Estos métodos están cargados con el influjo espiritual de quienes los han dado a luz y
con la energía de todos aquellos que han meditado en ellos. Para eso han sido
construidos -así como cualquier texto revelador o sagrado, que sin este fin no hubiera
sido escrito- y se confía en su poder simbólico y sintético, que nos manifiesta la
cosmogonía a través de un mandala -o juego de estructuras- para hacernos partícipes de
ella, utilizando códigos y símbolos como el árbol de la vida sefirótico o el juego del
Tarot.
Asimismo, hay otra especie que puede encontrarse a lo largo del proceso y que, junto
con la anterior, constituye un bloque muy marcado, que tiene de común con ella el
fingimiento, aunque el aprendiz ha de saber que innumerables peligros le aguardan en
forma de muchos personajes, que no son sino la proyección externa y social de sus egos
internos. Se trata, en este caso, de aquellos que entienden que dominar las pasiones es
ocultarlas (19). Además, siempre con segunda intención, íntimamente asociada con el
poder. Y no se permiten la menor demostración de sus emociones, procediendo con la
"habilidad" de los jugadores de poker de gentes con "agallas", que actúan con "sangre
fría. (20)
Con muchos conceptos acontece lo mismo que con estos personajes, o egos, y son
auténticos riesgos. Sin ir más lejos, con toda la terminología actualmente en uso, que
corresponde a una lectura literal y materializada de las palabras y los términos, con
respecto al sentido con que fue ron concebidos. Esta confusión, este impedimento, no es
un hecho aislado, sino que, por el contrario, constituye una muestra de la degradación
cultural general de la sociedad moderna, cuyo jefe, es necesario nombrarlo, es el
príncipe de este mundo, que, como tan bien se ha dicho, no sólo es un monstruo del mal
y la falsedad, sino que, por sobre todas las cosas, es un auténtico estúpido y un
mentiroso. Personaje que todos llevamos dentro y que nos hace vendernos
constantemente por un plato de lentejas.
Por lo tanto, nada tiene de irregular un proceso iniciático que se realiza por medio de las
enseñanzas, instructores y maestros de la tradición hermética -como tampoco otro que
se efectúe por la judía, cristiana, o islámica- y que se desenvuelve en forma normal,
pese a las dificultades, sinsabores y paradojas de todo tipo, propias de esta vía mágico-
teúrgica -en la que se trabaja casi siempre en forma solitaria-, aunque su realización se
produzca en un medio tan irregular como el mundo moderno. Y es necesario advertir, a
las personas a quienes comienzan a sucederles ciertos hechos referidos a la apertura de
su conciencia y les nace compartirlos, que deben tener cuidado, porque estas cosas son
peligrosas. Pero, también pudieran sentirse lo suficientemente seguras como para
vivirlos con otros, u otro, entre los cuales se encontrará el Espíritu, según se dice en los
evangelios. Igualmente, se afirma que: "buscad y encontraréis", y, asimismo, un adagio
hermético asegura que: "cuando el discípulo está, aparece el maestro". Este último, si la
actitud es adecuada, surgirá de todas maneras. Es conveniente aclarar, por un lado, que
nadie puede agregar un sólo codo a su estatura, motivo por el cual ha de llegar hasta
donde puede y debe, en el recorrido de la vida y el conocimiento. Por otro, que al
aspirante, a pesar de sus múltiples méritos, todo le ha sido o le será enseñado. Que
ningún hombre puede ni podrá conocer estos secretos, ni descubrirlos por sí mismo, si
no es por revelación y por su participación en una cadena iniciática, con la que se
enlaza. La vía que aquí se propone es la simbólica de la tradición hermética y su
relación con la simbólica y la mitología universal. Donde un símbolo o mito no resulta
claro, en tal o cual contexto, se busca la analogía correspondiente en esta o aquella
tradición. Las transposiciones y relaciones que se efectúan con los símbolos constituyen
gran parte del trabajo hermético. Un símbolo chino, o precolombino, puede iluminar
inmediatamente un símbolo europeo y de esta manera constituirse en parte integrante de
un juego de relaciones, de ideas, que si no fuese por su participación, no pudieran
efectuarse. Debe recordarse, una vez más, la energía-fuerza atribuida a los símbolos en
general y a los de la tradición hermética -en este caso particular- y a su irradiación
mágico-teúrgica. También debe prestarse atención completa a los textos de los sabios,
hierofantes y magos, que actúan de una manera especial, entre quienes son capaces de
recibirlos, y los conducen al jardín del paraíso, o estado adámico, restituyéndolos al
andrógino original. En todo caso, debemos señalar, para finalizar, que seguramente es
muy beneficioso el transitar específicamente una tradición religiosa determinada, y
practicar el rito exotérico correspondiente. Pero de ninguna manera es imprescindible,
pues los misterios de la tradición hermética -que no es religiosa- y la iniciación en los
mismos, no sólo constituyen el patrimonio vivo de Occidente, sino también, acaso, su
razón de ser, como un gesto, o un color, en el espectro de la historia humana.
NOTAS:
3 Al que míticamente se le suele atribuir la paternidad del código del Tarot. El ave Ibis
es uno de sus símbolos. (R)
5 Infer-nus. (R)
6 Pensamos que no debe asociarse los misterios menores con el budismo hinayana y los
mayores con el mahayana. El hinayana designa el pequeño vehículo y significa la vía
que el adepto, o el monje, efectúa por sí y para sí. El mahayana o gran sendero, es la
realización que no se produce ' hasta que la última yerba sea redimida", es decir, la que
se alcanzaría conjuntamente con todos los seres sintientes Esta diferencia no cabe entre
los misterios menores y los mayores Tampoco que los misterios menores correspondan
a lo que ha dado en llamarse la vía húmeda y los mayores a la vía seca. Ni que los
primeros sean lunares y los segundos solares. Los misterios menores corresponden a la
totalidad de la obra alquímica y a la astrología y, por lo tanto, a la vía lunar y a la solar,
la obra al blanco y la obra al rojo, los pequeños y los grandes viajes. En los misterios
mayores, la idea de viaje, y aún la de movimiento carecen de sentido. (R)
8 De más está decir, que esta degradación también afecta a la Tradición Hermética, que
en muchos casos ha degenerado en parodias e instituciones pseudoespiritualistas,
ocultistas, teosóficas y en toda suerte de fraternidades y cofradías que han usurpado
determinados conocimientos, rebajándolos a la trivialidad de su lectura literal. Lo
mismo acontece con los nombres y terminologías de la auténtica tradición, con los que
se comercia en forma descarada, cuando no "filantrópica". (R)
13 En el sentido de sacrum-facere.(R)
14 Interesa destacar la fuerza energética de la oración, su poder de concentración
inmediato, la necesidad de la invocación incesante de los nombres divinos, su repetido
recuerdo, su memoria traída constantemente al siempre Presente. (R)
15 Recordar los numerosos caballos mágicos, o que hablan, de las distintas tradiciones y
folklores. (R)
16 En la tradición hermética suelen tomarse a veces como diez a estos grados, siendo
los siete primeros los de construcción del ser o templo interno, el octavo de pasaje, el
noveno de conclusión de la Obra, y el décimo, el de coronación de la misma o virtual
salida del cosmos o de la perspectiva espacio-temporal simplemente humana, que se ha
ido modificando poco a poco a lo largo del proceso. (R)
18 Como los que desean ser ascéticos o estoicos, por la ascética y el estoicismo como
fines, y no como simples vehículos o medios, que aparecen en el camino. Una vez más
se hace de un relativo un absoluto. (R)
20 Son los chicos malos del paseo, o aquellos que ya "lo saben" o que confunden su
megalomanía con la verdad. Su deporte es la constante manipulación. (R)
CAPITULO V
DOS MODELOS SIMBOLICOS HERMETICOS:
El Tarot y El Arbol de la Vida Sefirótico
1
EL TAROT
La relación del simbolismo de la rueda con el Tarot resulta obvia. Efectivamente; la
palabra "taro" está invertida silábicamente, y este nombre criptogramático no quiere
decir sino rota, es decir, rueda.1 Como se sabe, el código simbólico del Tarot tiene
orígenes medioevales (alquímicos, numerológicos, cabalísticos, astrológicos), aunque
no es sino la forma actualizada –en su espacio y en su tiempo– que toma la tradición
primordial para expresarse; como es también el caso de la cábala histórica, que nace en
España en el siglo XIII con la aparición de las escuelas que dan nacimiento al Zohar, el
libro fundamental en el trabajo cabalístico.2 El Tarot es también un libro que en lugar
de tener páginas impresas con palabras, se expresa a través de símbolos estampados en
una serie de planchas o cartulinas. En él se ordena una cosmología completa, y
constituye un modelo del universo, análogo al mismo, construido con su misma
estructura, de donde el poder mágico e iniciático que se les atribuye tradicionalmente.
De todas formas, se trata de un lenguaje relacionado con el conocimiento, que se
manifiesta a distinto nivel y de diversas maneras. El Tarot es ese lenguaje al
manifestarlo y por lo tanto el vehículo que expresa una sabiduría que él mismo lleva
implícita. Es un compendio de ciencia actuante, al ser el mensajero de una energía que
le da su razón de ser, y que por cierto lo trasciende. Esto, sin tomar en cuenta su acción
como promotor de imágenes y fecundador de visiones.
Cada cosa tiene nueve reflejos de sí, dice la tradición cabalística, y esos reflejos o
aspectos de la unidad original, sumados a ella misma (1 + 9 = 10), conforman un todo, o
un ciclo completo, que es tanto el del universo entero como el ciclo particularizado de
cada una de sus partes. El código simbólico de la aritmética de Pitágoras no dice otra
cosa, y llama a este ciclo de los nueve primeros números, el de los números naturales, al
cual pueden reducirse todos los números posibles. Este código básico numérico es
fundamental, pues sintetiza todas las posibilidades de la serie y crea un sistema con el
que es posible numerar todas las cosas. Numerar todas las cosas es darles vida, es
nombrarlas. Y va de suyo que la aritmética a la que nos referimos dista mucho de su
aplicación exclusivamente cuantitativa, que es casi la única que conocemos los nacidos
en la sociedad moderna. Bien por el contrario, el código numérico expresa principios o
ideas universales, que cada dígito manifiesta a su manera; y la misma diferencia que
existe entre ellos (vgr. la unidad con respecto al binario, el binario referido a la tríada)
no está sino señalando esta variedad conceptual, o las distintas modalidades de una
misma energía, que es precisamente la descrita en la serie numérica.
Este modelo simbólico aritmético, que por otra parte es análogo y complementarlo con
el código geométrico, nos brinda la indefinitud de las posibilidades numéricas, a través
de todas las combinaciones posibles de los dígitos naturales entre sí, es decir, el
universo numerable de lo innumerable o una serie de finitudes indefinidas. Este espacio
cerrado y ordenado, aparentemente homogéneo, creado por el propio sistema aritmético
o geométrico, sería la representación o la manera de aprehender y fijar al cosmos a
través de una visión que tuviera o reflejara iguales características que el cosmos mismo,
vale decir, que fuera su modelo. Lo que equivaldría a afirmar que los números
originalmente son sagrados y de allí su carácter "mágico" recogido aún hoy por diversos
folklores y, sobre todo, que son otra cosa distinta de la lectura que de ellos hacemos
actualmente.
Esta realidad por cierto que nos toca, pues siendo todo aprendido, y además siendo
nosotros lo que sabemos, los modelos culturales en los que nos hemos educado –y que
han pasado a ser nuestra personalidad por identificación con los mismos– son un límite
y un condicionamiento, por un lado, y una salida por otro, pues constituyeron
originalmente una escala para trascender el espacio profano y arribar al conocimiento de
otro espacio distinto. Tan diferente de él como lo que está "más acá" con referencia a lo
que está "más allá". De allí también que se haya afirmado siempre y unánimemente que
los orígenes culturales, es decir, la civilización de los pueblos (incluidos usos y
costumbres, artes plásticas, danza y arquitectura, artesanía, poesía, agricultura, ritos,
vestimenta, morales, normas de comportamiento, tabúes, etc.) reconoce filiación directa
con el "más allá", con lo no humano, con los misteriosos dioses que pueblan y recrean el
universo, como si fueran una tropa divina.
Esa milicia de energías invisibles lleva sin embargo nombres; la indagación de esos
nombres nos conduce a su conocimiento, es decir, a la identificación con las energías
que ellos representan. La ciencia de los nombres sería entonces el conocimiento de esas
energías invisibles y específicas que conforman el mundo. Y a través de este
conocimiento llegaríamos a la sublimación de estas energías, hasta su identificación con
lo que no tiene nombre (de lo audible a lo inaudible), aquello que nadie ha visto jamás,
ni jamás podrá ver –pues su aprehensión no tiene nada que ver con los sentidos– y de lo
que no se podrá nunca tener una imagen posible. Y no porque no pueda expresarse por
dificultad del que lo enuncia, o incomprensión del que lo escucha, sino por su propia
naturaleza (si así pudiera decirse) no humana, que hace que cualquier traducción llevada
al plano humano, sea apenas un reflejo y por lo tanto también una inversión, cuando no
una proyección más o menos distorsionada. En realidad esos dioses o nombres divinos
no son otra cosa que la expresión de principios universales. Y su conocimiento sería
simultáneo a la identificación con las energías que ellos simbolizan, o, expresado de
otra manera: con la encarnación de las emanaciones que ellos nombran o enumeran.
En el caso del Tarot, éste consta de setenta y ocho láminas o cartas simbólicas, módulos
que combinados y barajados entre sí crean un plano o enfoque de la realidad. Este punto
de vista es variable pues es indefinido, ya que las distintas tiradas de cartas configuran ,
en cada una de ellas, una situación particularizada, análoga a la de cada punto de la
periferia de nuestro modelo de la rueda en relación con la inmovilidad central. Estas
imágenes que se crean simultáneamente con el plano de una tirada, conforman diversas
situaciones o articulan un lenguaje en el que ellas se expresan y que todo aquél que esté
dispuesto a oír escuchará. Para eso es previamente necesario el aprendizaje paciente y
fatigoso de este código; pero él mismo se va revelando a medida que profundizamos en
su interior.
El sistema simbólico-cósmico del Tarot, sus setenta y ocho cartas, se subdivide en tres
paquetes llamados arcanos mayores, arcanos menores y cartas de la corte (a los que
podríamos llamar grupo a, grupo b, y grupo c); y el número respectivo de estas láminas
es de veintidós, cuarenta y dieciséis. Los arcanos mayores de por sí constituyen una
introducción y una síntesis de este sistema. Sus veintidós figuras están numeradas en
forma sucesiva de uno a veintiuno,8 quedando una carta final sin numerar (llamada "El
Loco"), que tanto puede colocarse al principio como al final de la serie y que juega para
algunos el papel de cero y en todo caso el de principio y fin: el alfa y el omega de todo
esquema circular, cerrado en sí mismo, como es el modelo de la rueda cósmica. Estas
cartas tienen nombre diferente y un símbolo gráfico distinto para cada una de ellas.
Están luego los arcanos menores, que constituyen también un todo separado, pese a su
ensamble con los otros dos paquetes de cartas. Su número es de cuarenta naipes, en una
serie que va de uno a diez, y que admite cuatro colores o señales en su clasificación,
llamados bastos, espadas, copas y oros. Esta serie de uno a diez debe relacionarse con el
sistema de Pitágoras y con las diez sefiroth o emanaciones divinas de la cábala.9 En
cuanto a los cuatro "colores", están estrechamente vinculados con cualquier visión
cuaternaria del ciclo, así sea ésta la del movimiento aparente del sol a lo largo del día, o
del año, o el recorrido entero de un manvántara o ciclo de una humanidad. Asimismo se
los debe ligar con los cuatro elementos y con los tres grados iniciáticos (aprendiz,
compañero y maestro) en el proceso del conocimiento, que sumados al estado ordinario
o profano, constituirán un circuito escalonado, análogo, como seguidamente veremos, a
la división cuaternaria (en planos o mundos) que se aplica al diagrama sefirótico. Por
último queda un paquete de dieciséis láminas, que se dividen en los mismos cuatro
colores que los arcanos menores: bastos, espadas, copas y oros, pero que también está
diferenciado por una jerarquía cuaternaria, simbolizada por el rey, la reina, el caballo o
caballero, y la sota o valet. Los cuatro colores y las cuatro jerarquías deben relacionarse
con los mundos o planos cabalísticos, así como con toda referencia al número cuatro, a
la cruz y al cuadrado, que son los que enmarcan y limitan un plano o mundo al fijarlo,
manifestándolo, creándolo de esa manera. A continuación veremos otras relaciones
mutuas entre el Tarot y la cábala.
2
EL ARBOL DE LA VIDA SEFIROTICO
En cuanto al diagrama del árbol de la vida, éste tiene un diseño10 que es susceptible de
ciertas diferenciaciones. Tradicionalmente se lo divide en cuatro planos horizontales, o
mundos, llamados olam ha'Atsiluth (emanaciones), Beriyah (creación), Yetsirah
(formaciones) y Asiyah (que da origen a la manifestación y a la concreción material).11
Al principio corresponden las sefiroth Kether (corona), Hokhmah (sabiduría), Binah
(inteligencia); al segundo las de Hesed (gracia), Din (juicio), Tifereth (esplendor); al
tercero Netsah (victoria), Hod (gloria) y Yesod (fundamento); y finalmente al cuarto
sólo Malkhuth, la mujer del rey, la que recibe y concreta el legado, la tierra, o el mundo
en su sentido más amplio, la manifestación universal, percibida por los sentidos, que ha
podido ser gracias al proceso que describe el modelo sefirótico.
FIGURAS
También surge naturalmente del propio diagrama su división en tres planos verticales,
visualizada tradicionalmente como tres columnas, Una central, neutra, axial, que es el
eje visible de las otras dos y es llamada pilar del equilibrio, o del medio, estando
constituida por Kether, Tifereth (el centro o corazón de todo árbol), Yesod y Malkhuth.
Simétricamente, a cada uno de sus lados se hallan dos pilares o columnas, a los que se
atribuye la energía activa y la pasiva, también designadas como la columna de la gracia
o del amor, y la columna de la justicia o del rigor. La primera constituida por las
sefiroth Hokhmah, Hesed y Netsah y la segunda por Binah, Din y Hod. También puede
ser imaginado como una puerta, símbolo que, como el caballo, la nave o el puente,
indican el traslado de un espacio a otro.
Por el árbol de la vida se desciende desde la unidad central, o mejor, desde la primera
manifestación, Kether (la corona), a la multiplicidad periférica de lo manifestado,
Malkhuth, la materialización de ese energía. De esta manera se crea un circuito cerrado
(1+ 9 = 10), que lleva implícita la idea de que esa energía, una vez alcanzados sus
límites, retorne a su fuente original (10 = 1 + 0 = 1).12 Perpetuamente, las energías del
cosmos ascienden y descienden entre el cielo y tierra, desde su calidad más fina hasta su
forma su forma más grosera. Este proceso se realiza de manera simultánea, lo que
realmente incluye el hecho de que se efectúa en todas las cosas, o seres, y en distintos
grados o mundos.
La idea de que podamos ser parte de un ser humano gigantesco y primigenio, de que
nosotros seamos una célula sanguínea de ese hombre (o que nuestro sistema solar sea
esa misma célula) no es ajena a la cábala. Por el contrario, a ese ser se le denomina
Adam Kadmon y su múltiple desmembramiento conforma el universo, como es también
el caso del Osiris egipcio, del DionisosZagreus de los griegos, y de otros muchos mitos
cosmogónicos. Ese universo de módulos, números, letras, estrellas, miembros, no es
sino un símbolo manifestado de lo inmanifestado y las claves para llegar de la
manifestación a la inmanifestación.
Este laboratorio, que es el mundo, ha sido descrito también como un caldo de cultivo en
el que se cuecen diversas energías, se solidifican las más densas, se volatilizan las más
sutiles y buscan un espacio más allá de las estructuras que las contenían.
Esta lucha y complementación perenne (yin y yang) a que está sometido el proceso de la
vida y el hombre mismo, es expresada en la cábala no sólo por la división ternaria del
modelo del árbol cósmico, a la que nos estamos refiriendo, sino también con la teoría
del Tsim-Tsum.13
En ese mismo sentido, indicaremos que el modelo del árbol tiene relieve, pues admite
tres lecturas de sí mismo, que sumadas a la vulgar o profana, nos darán la idea de
profundidad, más allá del plano.17 Eso es, por otra parte, lo que expresa la diferencia
entre cuatro colores y también entre cuatro jerarquías. El modelo cósmico simboliza en
pequeño, lo que el original es en grande, de donde es sencillo inferir que lo manifestado,
el universo entero, tenga cuatro lecturas o cuatro grados jerarquizados de sí mismo,
siendo la existencia material, solidificada, un mero ropaje, O forma, o modo, que toma
una corriente de energías al "concretarse". De donde puede observarse que el Tarot, y su
interrelación con el modelo sefirótico, es una cosa bien distinta –y no tan fácil– de
aquella visión que lo encuadra en un juego, o en un procedimiento predictivo, en el
sentido más literal aplicado a estos vocablos.18 Con el árbol de vida de la cábala sucede
lo mismo. Y estos mandalas que refulgen con las luces del cosmos, ignoran
completamente las especulaciones de tono menor, teñidas de carácter utilitario, donde
los problemas personales están siempre de por medio.
Volviendo a los arcanos mayores del Tarot –en su relación con el modelo del árbol
cabalístico–, señalaremos que esta serie sucesiva numerada de I a XXI, con el agregado
de "El Loco" (cero), se puede ordenar de la siguiente manera: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9,
10, hasta llegar al ciclo completo de la serie, descendiendo por el árbol de la vida, desde
Kether hasta Malkhuth,20oen el modelo cósmico de la rueda, del punto virtual inicial a
la multiplicidad de los puntos de la periferia. Y retornar desde el límite de la serie, o
plano, hasta el centro o a la unidad original. Lo que nos daría, en el caso de los arcanos
mayores, la siguiente serie de ida y vuelta, de descenso y ascenso, a través del árbol de
la vida:
Correspondería entonces, a cada arcano del Tarot, una sefirah: "El Mago" (número
uno), a Kether (número uno), y así hasta el décimo, arcano precisamente llamado "La
Rueda de la Fortuna", identificado con Malkhuth, la sefirah número diez. En el ascenso
el camino se emprendería ahora desde abajo, en forma inversa, y a Malkhuth
correspondería asimismo la carta once, "La Fuerza". Yesod (que en el camino de
descenso se equipara con la carta nueve, "El Ermitaño") coincidiría también con la
doce, "El Colgado", y así sucesivamente. Quedarían dos cartas fuera del árbol de la
vida, que serían la cero y la veintiuno21 y que simbolizarían el alfa y el omega, el
principio y el fin, el punto de equilibrio y unión –y escisión– entre lo propiamente
llamado vertical y el plano de su reflexión horizontal. Esta salida del cosmos, más allá
de Kether –en Kether como Ain, para la cábala– y la reintegración con el mundo, es
simbolizada por el arcano veintiuno,22 y es en definitiva la meta que posibilitan estos
vehículos herméticos, que describen el movimiento desde el punto de vista de la
inmovilidad.23
En el diagrama de la cábala, cada sefirah tiene un aspecto luminoso y otro oscuro. Uno
mira a Kether y el otro a Malkhuth. Todo el árbol pudiera ser visualizado así, teniendo
como centro a Tifereth, la superficie de las aguas. Esto vendría a ser precisamente la
oposición (y complementarismo) de lo que vuela y lo que repta. Asimismo, cada sefirah
de la columna activa ha de tener algo de la pasividad del que se le opone, y viceversa,
para que esto pueda ser posible.24 Como se sabe, la tradición extremo oriental lo
expresa diciendo que en cada energía yin hay una yang, y que en cada yang una yin. En
el Tarot esto se manifiesta por el sentido "benéfico" o "maléfico" que puede tener tal o
cual lámina. También por el hecho de que salgan al derecho o al revés con respecto al
que consulta el oráculo. La Alquimia medioeval llamaba a este proceso disolución y
coagulación (solve et coagula), siendo la primera expansiva o centrífuga (ad extra) y la
segunda contractiva o centrípeta (ad intra). La unión o complementación de esos
opuestos –en el centro o eje de la rueda, el lugar donde se resuelven todas las
oposiciones– constituye al hermafrodita alquímico, o andrógino primordial.
Por otra parte, ya hemos dicho que los cuarenta arcanos, menores se reúnen en cuatro
paquetes, conjuntos (o colores) iguales numerados de uno a diez. En éstos, el primero,
llamado de bastos, comienza con el número uno de ese color y continúa con la serie
hasta el diez. Con las siguientes series sucede lo mismo, van del uno al denario en
colores –o palos– que como se sabe, son: bastos, copas, espadas y oros; y en la baraja
francesa: trébol, corazón, pica y cuadrado o diamante. Corresponden a las diez sefiroth
en los cuatro mundos o planos, y nos dan la inmediata idea de un diagrama cuádruple
tridimensional. Mejor, de cuatro diagramas superpuestos, saliendo del plano y formando
un conjunto volumétrico, una caja estructurada que da la imagen de una construcción
perfectamente organizada en su totalidad.25 Igualmente, a cada número corresponde
una sefirah, tocándole el número uno a Kether, el dos a Hokhmah, y así sucesivamente
hasta el número diez, Malkhuth, en donde finaliza la serie. A cada color o palo,
corresponde un mundo o plano del árbol. A bastos Atsiluth, a espadas Beriyah, a copas
Yetsirah, y a oros Asiyah. Tomemos un ejemplo: supongamos que sacamos del mazo de
naipes una carta que ella es el siete de copas. Por su número corresponderá a la sefirah
número siete, Netsah, y como tal le cuadran todos los atributos y energías referidos a
esta sefirah cabalística. Pero al mismo tiempo su color o palo nos está diciendo que esta
baraja se refiere al plano donde esa energía actúa, en este caso el plano o mundo de
Yetsirah. Esta carta entonces alude a un concepto,26 o a una energía denominada
Netsah en Yetsirah, perfectamente específica y distinta a los otros treinta y nueve
símbolos o cartas del conjunto, o paquete de los arcanos menores.
Como ya se dijo al comienzo de este estudio, hay cuatro árboles diferentes, cada uno
con sus diez sefiroth, que en el ,esquema cósmico de la rueda se explayarían, como los
brazos de una cruz, hacia los cuatro puntos cardinales, teniendo a Kether como punto
central común.27
Es muy importante destacar que el modelo del árbol de la vida está invertido. En efecto,
todo árbol "normal" tiene las raíces en la tierra y sus frutos son aéreos. El modelo
cósmico del árbol sefirótico, tiene sus raíces en el cielo –Kether–, y sus frutos son la
concreción de la vida en la tierra –Malkhuth, la inmanencia divina– lo que nos hace
pensar que nosotros, como seres manifestados, estamos invertidos con respecto a las
emanaciones de la deidad.30 Además, esta inversión, que se produce en el plano
propiamente humano a través de los sentidos, es, por otra parte, una clave en la
estructura del modelo del universo. Resulta muy clara en el símbolo de la estrella de
David o sello salomónico que, como se sabe, consta de dos triángulos equiláteros
entrelazados y opuestos, que configuran el símbolo típico de la analogía. Por otra parte
debe advertirse que las energías de las sefiroth del árbol, interactuando e
interrelacionándose entre sí, son las que finalmente conforman el cosmos, haciendo que
todas las cosas se desenvuelvan en un perfecto orden y disponiendo los cuerpos celestes
y terrestres en armónicos movimientos. Este equilibrio universal es actualizado por
intermedio de las energías angélicas llamadas ofanim (ruedas) y sus gravitaciones en
espiral conocidas como remolinos (galgalim).
Y es por ese mismo eje central, que vincula a todos los planos o estados que tiene un ser
en sí, por donde se conectará con lo supracósmico. Entendiendo por esto no solamente
lo que está "más allá" de las sefiroth de "construcción cósmica", sino también lo que
excede al modelo del árbol mismo, lo cual se halla simbolizado por Kether, que en su
acepción más elevada es idéntico a Ain, el absoluto, la nada.33 Aunque esta sefirah en
su aspecto más bajo –si así pudiera uno expresarse–, al ser la primera determinación, ya
está condicionada por el ser.34
Esta salida del cosmos es lo que propone la alquimia, trabajando con el método de las
transformaciones de las virtudes físico-simbólicas de la vida en su aspecto mineral, en
correspondencia con el hombre y su psique.35 El sabio realiza su trabajo en el athanor u
horno alquímico. Este artefacto es también un modelo del universo y su cuerpo consta
de tres niveles horizontales superpuestos, en el primero de los cuales la "materia" densa
penetra en el athanor y en el último, sale en forma de gases sutiles por un orificio
superior que corresponde a la sumidad. En el simbolismo de la construcción, la puerta
del templo o de la casa-habitación, cumple esa misma función de medio de paso, o de
traslado horizontal de un espacio profano, u ordinario, a otro sagrado o significativo.36
Y también –como en el athanor– la salida es a través del eje vertical, simbolizado en el
templo por el altar. o ara, como proyección de la cúpula en el plano. En la casa-
habitación, esto se manifiesta por la chimenea u hogar, que es una salida al "exterior", a
otro mundo o espacio que está "más allá" de aquél que el modelo cósmico, o
constructivo, manifiesta.
En última instancia, este athanor, templo u hogar, no es sino la simbolización del
hombre mismo y un reflejo central del eje universal, por el que a través de distintos
niveles o planos, se va de lo más denso a lo más sutil, de lo más groseramente
manifestado –por una transmutación, refinamiento o proceso evolutivo– a lo más etéreo,
tal cual los gases con respecto a la materia solidificada. De la manifestación a lo
inmanifestado. Como lo describe el modelo del árbol de la vida, que se corresponde con
la división en planos horizontales del athanor, en relación con los mundos ya
mencionados, de este diagrama cabalístico. Asimismo, en el simbolismo constructivo,
en la figura de la pirámide o del zigurat, se notarán estos planos superpuestos desde la
base hasta lo más elevado. Por otra parte –y para terminar– debemos decir que estos
niveles o jerarquías se hallan expresados en la representación plana del modelo cósmico
de la rueda por cuatro círculos concéntricos, que se ubican rodeando al punto original, y
que son diversos escalones que van desde el movimiento hacia la inmovilidad, o
viceversa, según sea el sentido de la lectura que se dé a la figura.
NOTAS
1 El agregado de una T final viene a sumarse a este nombre, para afirmar la idea
de circularidad y retorno al principio.
2 Es muy importante señalar, que si bien la cábala es la expresión esotérica del
judaísmo y en este sentido nada tiene que ver con la tradición hermética, el hermetismo,
por el contrario, "utiliza", si así pudiera decirse, numerosos elementos cabalísticos, lo
que ha dado lugar a la denominada cábala cristiana. Por otra parte, se encuentran
antecedentes sobre la cábala desde el siglo III y asimismo, se piensa que el Zohar
comenzó a redactarse en aquella época. Los pitagóricos y otras escuelas griegas
realizaban con su lengua transposiciones de letras y cálculos numéricos, y se los ha
considerado como antecesores de los cabalistas. Este modo de trabajo ha pasado desde
la antigüedad hasta hoy y es efectuado por distintos grupos gnósticos. Debe decirse
también que la "iniciación hermética" corresponde a los misterios menores, etapa donde
es verdaderamente necesaria la idea de una instrucción u orden, y que ha de completarse
con el coronamiento de los misterios mayores, coincidentes con la aparición efectiva del
maestro interno, y el regreso al estado primordial, equivalente al "paraíso terrestre" o
sea, al retorno al centro y la efectivización de las posibilidades que encierra el estado
humano.
3 La que según Platón, en el Cratilo, "no es un trabajo ligero".
4 El cosmos y la manifestación entera constituyen un lenguaje, y por lo tanto una
poética. También un código a ser descifrado, lo que equivale a decir: una aventura. Un
gesto en el que todo está incluido. La danza que Shiva baila perennemente.
5 Que nada tienen que ver con la clasificación racional filosófica, la que por su
mismo origen y estructura es antimetafísica.
6 No hay nada más cierto que la sentencia que dice: "uno es lo que conoce".
7 La traducción de sefirah, de la que sefiroth es plural, es la de número o
determinación; la de ofan es rueda, como arquetipo de los mundos. Hay que recordar
que esta última es también la designación del ángel Metatrón, como mediador universal
y mensajero de la plenitud de Dios o de las energías divinas, símbolo asimismo del alma
universal.
8 Se dice también que cada una de ellas corresponde a un siglo de nuestra era
.9 El Sepher Yetsirah (Libro de las Formaciones), que junto con el Zohar (Libro
del Esplendor) constituye el libro sagrado fundamental de la cábala, dice expresamente
al respecto: "No son once, son diez, no son nueve, son diez".
10 De aquí en adelante pueden consultarse las ilustraciones 1, 2, 3, 4, y siguientes.
11 Atsiluth sería el principio de la manifestación ontológica, Beriyah la
manifestación informal, Yetsirah, la manifestación sutil –por debajo del nivel de las
aguas superiores– o sea, las aguas inferiores, y Asiyah, la manifestación grosera, que
corresponde al estado corporal del hombre o del cosmos. Estos dos últimos planos están
estrechamente unidos y constituyen el compuesto psíquico-físico del macro o del
microcosmos. Son el alma inferior y el cuerpo, mientras que el alma superior y el
espíritu estarían simbolizados por Beriyah y Atsiluth.
12 La serie sefirótica o numeral desarrolla un ciclo completo, que va de la
concepción de la unidad, a la de la circularidad, expresada por el número nueve. Si la
unidad de ese punto original es la que genera la serie numeral –o el rayo de la rueda que
va del centro a la periferia– en nueve emanaciones sucesivas (1 + 9 = 10), el denario,
que es el limite de su desarrollo, la reitera (10 = 1 + 0 = 1). Esto quiere decir que el
punto periférico, en donde acaba el radio, también es unitario –y por lo tanto igualmente
capaz de engendrar y renovar el ciclo–, salvo que hay que hacer notar que se halla
invertido en relación con su origen.
13 El infinito hace lugar en sí mismo y se concentra en un punto a partir del cual el
espacio adquiere su característica y el cosmos es entonces creado.
14 Es interesante observar que si se suman los consecutivos de la serie, 4 = 1 + 2 +
3 + 4, se obtiene 10, que es igual a 1 + 0 = 1, 0 sea, un retorno a la unidad original, o la
manifestación de la unidad a otro nivel o plano. Lo mismo sucede con el siete que es
igual a 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28, que es igual a 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1. Es decir,
que vuelve a repetir la unidad a otro nivel, tal cual sucede con Netsah, la primera sefirah
del plano siguiente inferior. Finalmente, igual acontece con la sefirah número diez,
Malkhuth, única ubicada en el plano de Asiyah.
15 "Al rotar, los cuatro "colores" o "rayos" asumen la apariencia de cuatro " ruedas"
(ofanim), cada una de las cuales era, por decirlo así, una rueda en el medio de una
rueda". Leo Schaya, El Significado Universal de la Cábala.
16 A las seis sefiroth inferiores, de la primera tríada, se las denomina de "
construcción" (cósmica). Son siete si se la incluye a Malkhuth.
17 También Dante, en la dedicatoria de La Divina Comedia, atribuye estos cuatro
planos simultáneos de lectura a los libros sagrados del antiguo y del nuevo testamento,
además de a su propia obra.
18 En su origen la palabra adivinación tiene una intima relación con lo divino. En
toda civilización los encargados de consultar los oráculos (hombres y mujeres)
cumplían una función sacerdotal, así en Delfos y en todos los centros cultuales. De allí
también "vaticinio", de "vate" (o inspirado).
19 Recordar la relación entre puente, pontífice y la carta número V del Tarot,
relativa a la enseñanza y el aprendizaje, llamada "El Papa" o "El Hierofante" o
psicopompos (iniciador en los misterios para los egipcios y los griegos).
20 La unidad sería, a la inversa de lo que estamos habituados, el mayor de los
números, puesto que los contiene a todos. Cuanto mayor la cantidad numérica, mayor es
la fragmentación o división de la energía simbolizada por la unidad. Lo pequeño es lo
más poderoso.
21 Obsérvese que la suma de los dos arcanos mayores correspondientes a cada
sefirah es siempre igual a veintiuno.
22 En el Tarot de Marsella, esta lámina es una mujer dentro de una rueda (la forma
es elíptica, pues el cuadrángulo del naipe es rectángulo y su proporción dos a uno).
23 Tanto la carta que inaugura el descenso, el número uno, "El Mago", como la que
inicia el retorno o ascenso, la número once (uno y uno), "La Fuerza", son las únicas que
llevan, en los arcanos mayores, un extraño sombrero que está "por encima" del cuerpo –
o estructura– y lo "corona". Tiene la forma de un ocho apaisado, signo que ha pasado a
ser el símbolo aritmético del infinito. Es, en verdad, la representación de un circuito
cerrado o todo continuo, como la rueda con una torsión, estudiada hoy en día como
"cinta de Moebius".
24 Cada sefirah, como cada número, es activa con respecto a la que le sigue en la
serie y pasiva con respecto a la que le antecede. Así el tres (Binah), es activo con
respecto al cuatro (Hesed) y pasivo con respecto al dos (Hokhmah). El dos (Hokhmah),
es pasivo con respecto al uno (Kether) y activo con respecto al tres (Binah) y así unos y
otros, de ida y vuelta, simbolizan una corriente perenne de energías que se resolverá
siempre en la unidad.
25 Cuando este "trono" comienza a moverse, se le llama "la carroza" (merkabah);
luego, los cuatro hayoth, o ejes periféricos surgidos del "trono", se convierten a su vez
en carrozas, y mientras viajan en todas las direcciones del cosmos, emanan de ellos
ruedas (ofanim) o poderes angélicos que juegan su parte en la actualización de formas
esféricas y los movimientos cíclicos de todo lo creado. Sus vibraciones espirituales son
llamadas remolinos o espirales (galgalim).
26 En el sentido de concepción, de concebir. No en el de conceptualizar; operación
indirecta donde el verbo es suplantado por una manifestación verbal. Con el agravante
de que "se toma" a ésta de forma exclusiva y excluyente.
27 Serían los cuatro ríos del paraíso, surgidos de una fuente única (proyección de la
vertical). Y también, los cuatro sabios que llegan a ese paraíso o estado de pureza
original. Es interesante destacar que, de estos sabios, uno sólo es apto para vivir en él;
de los otros tres, uno enloquece, otro enferma (pierde la fe) y el tercero muere. Sin
embargo, estos cuatro personajes coexisten en nuestro interior. Cada letra de PaRDéS
(paraíso en hebreo), corresponde a cada uno de los mundos o planos del árbol de la vida.
CAPITULO VI
LA RUEDA Y SUS RELACIONES CON OTROS SIMBOLOS TRADICIONALES
La mayor parte de los autodenominados "astrólogos" de hoy día ignoran todo lo referido
a la ciencia a la que pretenden dedicarse y entre otras cosas, parece que no saben que la
palabra "zodíaco" significa "rueda de la vida". Estos astrólogos de consumo, con una
formación intelectual que, en el mejor de los casos, araña la media de una sociedad
cientificista-positivista, pretenden sobresalir de la mediocridad del grupo al que
pertenecen, mediante la posesión de ciertos conocimientos adquiridos a costa de
penosos esfuerzos, en tristes academias o en sospechosas organizaciones ambiguamente
humanitarias.
Este personal (que se inmiscuye en la vida privada de la gente sencilla, que recurre a
ellos para que se la oriente a través de un horóscopo –o alguna otra mancia– o se le
brinde alguna oportunidad de salida en la horrible situación planteada por el medio
socio-cultural en el que han tenido que vivir) no tiene ningún nivel de conocimiento de
ningún tipo, al punto de que ignora totalmente la existencia de otros planos que no sean
los de la mínima realidad existencial psico-física, fenoménico-material, a la que ellos se
adscriben, y que "espiritualizan" mediante la superstición, el engaño y la fantasía, en la
tarea de agregar ilusión a la ilusión, de presumir de poderes y conocimientos, y de
manipular en su provecho determinadas terminologías robadas y fuerzas nacidas de la
sugestión más grosera. Que la ilusión engendre la ilusión es algo que no debe ni puede
sorprender a nadie.
La astronomía, ciencia oficial, no deja sin embargo de reconocer en sus orígenes una
herencia astrológica más o menos vergonzosa, algo ya superado pero que al mismo
tiempo le da cierto status jerárquico. Otro tanto acontece con la química en relación con
la alquimia. La verdad es que tanto química como astronomía son degradaciones de
alquimia y astrología. Las tradiciones antiguas incluían en la alquimia y la astrología a
la química y la astronomía, como partes de estas ciencias, en el aspecto vinculado con la
experiencia cuantitativa y el análisis empírico. Sólo esa lectura parcial ha subsistido,
aislada de sus principios y del contexto, conformando las ciencias oficiales. Y esa
misma degeneración de pensamiento –en cuanto al nivel de lectura actual de las
auténticas ciencias tradicionales– existe también entre los entusiastas de la "astrología",
denominando de esta manera a ocultistas, espiritistas-espiritualistas, teosofistas,
parapsicólogos, hipnotistas, naturistas y brujos y "magos" de distinto pelo.
La figura del círculo es más perfecta que la del cuadrado, pues en esta última no todos
los puntos de los lados son igualmente equidistantes del centro. Esta "primacía" del
círculo sobre el cuadrado, es la misma que existe entre el cielo y la tierra, el punto y la
circunferencia, el hilo y la trama, pues sin aquél ésta no sería. La complementariedad de
estas dos figuraciones, su valorización y su utilización conjunta en numerosas
asociaciones, es una de las claves del lenguaje simbólico. Ya que se necesitan juegos de
símbolos, conjuntos, para que el símbolo adquiera su propia significación. Unos nos
llevan a otros, y éstos a unos terceros y es en estas mutuas relaciones, y en las
posibilidades a que dan lugar, donde se comprende la naturaleza de la simbólica y la
función mediadora del símbolo. Pues a pesar de que el conocimiento posibilitado por su
medio, y lo que nosotros pensábamos acerca de él antes de haberlo obtenido, son cosas
distintas, se puede sin embargo advertir que fue a través de la actuación del símbolo, y
del conjunto de la simbólica y sus relaciones, que se lo ha conseguido. Por otro lado se
comprueba que estas simbólicas constituyen la manera más fiel y clara, exacta y
despojada, en la que pudiera sintetizarse un pensamiento, un estado especial de la
conciencia o una visión del cosmos; al extremo de que la unidad entre ambos parece
evidente.
Por otra parte, la proyección de un cubo en el plano, nos da una cruz de seis brazos o
rueda de seis radios. Al agregársele al eje norte-sur una semicircunferencia en el
extremo de su brazo norte, para designar el polo, la sumidad, y también la
tridimensionalidad de lo alto-bajo, expandida en las cuatro direcciones cardinales,
obtenemos el símbolo llamado crismón, muy difundido en la cristiandad y asimilado al
"ojo de la aguja". Y muy semejante en su forma, y exacto en su significado a la cruz
denominada ansata, que puede verse abundantemente representada en la tradición
egipcia.
Asimismo, hemos visto ya que, en la simbólica del templo de base cuadrada y cúpula
semiesférica, los valores numéricos asignados a esas formas geométricas, eran de cuatro
y nueve, respectivamente. En numerosos casos el domo, de valor nueve, como el de la
circunferencia, es reemplazado por el triángulo, que corona la estructura cuadrangular
de la base. Tal es el caso de muchos edificios griegos y romanos y también el de las
pirámides egipcias y precolombinas. Igualmente el de los obeliscos, el de muchísimos
portales que no rematan en arco, y el de los altares cristianos, que repiten el
cosmograma simbólico del templo en su estructura vertical.
Es por Dios, que nos ha dado el nacimiento físico y espiritual, que a El mismo lo
conocemos. La unidad no puede conocerse sino por si misma, pues si hubiera algo fuera
de ella, que pudiera comprenderla, dejaría entonces de ser la unidad. Si visualizamos
este hecho utilizando el símbolo de la rueda en el plano y situamos el principio de la
vida en el extremo norte del círculo, a las cero horas del día, y el mediodía (o mitad de
la vida), en el extremo sur, el fin coincidirá con su comienzo –a las cero horas–,
conformando el alfa y el omega de toda manifestación. El sentido de la creación es este
perpetuo reconocimiento del sí mismo en todas las cosas. Lo invisible, haciéndose
visible, es que se manifiesta al mundo y los sentidos.
Esto sucede todos los días en todos los lugares y el hombre lo ha simbolizado siempre
llevándolo a las múltiples áreas de su pensamiento o de su actividad cotidiana. En una
sociedad tradicional la vida entera es un rito colectivo, y el trabajo, el placer, o cualquier
acción diaria, es la ritualización, o la puesta a ritmo, de acuerdo a las energías cósmicas-
telúricas, siempre presentes. En ese sentido, toda construcción, utensilio, ceremonia,
lenguaje, gesto o imagen de una sociedad tradicional, es un símbolo o una señal de
conocimiento (o reconocimiento) de la cosmogonía,7 que se imita y repite de acuerdo al
modelo creacional, que por cierto está vivo en este momento.
La transmisión del conocimiento adquiere los modos de expresión más variados, tantos
como tal o cual cultura haya desarrollado en cualquier dirección, refiriéndose todas a un
plano arquetípico común. Y mismo hoy día, en la sociedad occidental, son muy
numerosos los fragmentos que se encuentran presentes en la cultura media (y que son
los que la justifican), que no son en el fondo sino los restos dilapidados de nuestra
herencia tradicional.
El circo podría tomarse como una ilustración de lo que estamos exponiendo. Desde la
etimología de esta palabra, relacionada con el círculo (circus) y con el límite, hasta la
diversidad de atracciones y espectáculos que ofrece, es todo él un muestrario de retazos
simbólicos. La carpa redonda se articula a través de un eje central, creando un espacio
significativo, donde ha de realizarse la función. Cuatro aberturas de la carpa marcan la
orientación cardinal y corresponden a los lugares donde han sido sujetados a tierra los
cuatro primeros cordeles, a los que se agregan otros cuatro en los puntos intermedios. El
juego de las tensiones de estas cuerdas y su ubicación direccional, equilibran y
estructuran la carpa del circo. Y la función ya puede comenzar. Payasos que se golpean
y realizan cosas imposibles despertando la risa, el aplauso e igualmente el llanto; enanos
y gigantes y todo tipo de desproporciones y fenómenos de la naturaleza, actores,
ilusionistas que extraen de sus sombreros mundos de fantasía, caballos y animales
amaestrados, personas que vuelan en el espacio, luces y sonidos cambiantes, configuran
un todo mágico donde se recrea la ilusión, para subrayarla, y se imita el espectáculo del
mundo y de sus indefinidas, secretas, y aún monstruosas posibilidades. Durante siglos
este arte de fascinación ancestral, con estrechísimas vinculaciones con el teatro
ambulante y el de títeres, y los trovadores y juglares medioevales, ha despertado el
entusiasmo, la emoción (a veces teñida de nostalgia o de filosofía) y ha enseñado a
numerosas generaciones. Como hoy lo hace también el tiovivo y el parque de
diversiones, cuyas atracciones, sobre todo desde el comienzo de la sociedad industrial y
mecánica, están basadas todas en ruedas, generadoras de movimiento y sensaciones.
Hay que recordar, además, el carácter errático del circo, su peregrinaje a través de los
países, su nomadismo. En ese sentido nos gustaría decir unas palabras referidas a la
asociación de la rueda con la psicología de la marcha, el viaje, la búsqueda, la idea de
superación de obstáculos, desafío, progreso, desarrollo, evolución. Conceptos todos que
siendo muy loables desde un punto de vista –tomados como movimientos del alma–, sin
embargo llevan implícito su propio fin. A no ser que puedan ser transferidos del plano
horizontal, donde comúnmente se los encuentra, al vertical. De la necesidad psicológica,
o de la simple ansiedad de ir más lejos, por curiosidad, o por querer experimentar algo
novedoso, al hallazgo y la realización espiritual. O sea, siempre que esa aspiración
encuentre un orden ascendente y no nos precipite en un desorden descendente,
originado por la propia dinámica del deseo, que jamás puede ser satisfecho, pues al
obtenerse lo pretendido, éste sigue subsistiendo y origina nuevamente su proceso
reincidente, que por agotamiento comienza a decrecer. Vale decir, cada vez que se ha
considerado como un medio que posibilite un fin superior y desconocido, y no como un
fin en si mismo, en el cual lo desconocido sería suplantado por el simple cambio de
formas y su perpetua reincidencia. O por las distancias cuantitativas atribuidas a ese más
allá, o la suma de las posibles experiencias sensibles.
Pero nada de esto podría ser percibido, si no fuera por ese cubo interior, que todo
hombre tiene dentro de sí, su espacio propio, que le permite orientarse en el plano y le
indica qué es adelante y qué atrás, qué la derecha y qué la izquierda y, sobre todo, lo
que le dice qué es lo alto y qué lo bajo, gracias a lo cual disfruta de su verticalidad y su
equilibrio, ya que sin ello nada tendría sentido. Esa estructura invisible está íntimamente
relacionada con el medio del hombre, puesto que también es la estructura del cosmos, al
que el hombre pertenece. Y constituye el lenguaje que le permite la comunicación entre
él y el mundo. Pues participando ambos de un mismo modelo, se hace posible la
cohesión del sistema, la coherencia del discurso en las seis direcciones del espacio, a
saber, en todas las posibilidades de lo creado. Espacio compuesto por coordenadas y
tensiones, que abarcan todos los rumbos del compás, en el centro del cual hay un punto
de reposo y descanso –el "ojo" del huracán– que es igualmente en otras transposiciones
analíticas el fin y el principio de la semana en el tiempo: el sabath; siendo las seis
restantes los días de la creación, o de la manifestación, o construcción sefirótica del
mundo; y también las caras de un cubo.
Hemos visto hasta ahora ruedas de cuatro y seis rayos y sus vinculaciones con otros
símbolos. Podríamos mencionar la de ocho e ilustrarla con la rosa de los vientos o el
timón de las naves; o la de doce, y volver a decir que corresponde al zodíaco y al
horóscopo.10 Pues tanto el plano zodiacal, modelo con el que fueron construidas las
ciudades de la antigüedad (la ciudad de la tierra era un reflejo de la ciudad celeste),
como el horóscopo, pueden ser cosas muy diferentes a las que sospechan los modernos
astrólogos. Los cuales no se detienen a pensar que la astrología es nada menos que la
ciencia del cielo, y que ésta, juntamente con la alquimia –ciencia de la tierra–,
constituyen el conocimiento de una cosmogonía, y configuran la ciencia de los ritmos y
los ciclos.
NOTAS
4 En la serie numeral, si se hace a un lado la unidad y se suman por tríadas los demás
números sucesivos, estos suman siempre nueve; ejemplo: (2 + 3 + 4 = 9), (5 + 6 + 7 =
18 = 1 + 8 = 9). Esto es también válido en el orden de las decenas, las centenas y los
miles, en forma indefinida, o sea en los múltiplos de nueve, que al reducirse vuelven
indefectiblemente al nueve, pues están repitiendo la misma operación en otro orden.
Vgr.: si tomamos la tríada sucesiva de (35 + 36 + 37 = 108 = 1 + 0 + 8 = 9) obtenemos
el mismo resultado que si sumáramos (35 = 3 + 5 = 8) más (36 = 3 + 6 = 9) más (37 = 3
+ 7 = 10 = 1 + 0 = l); a saber: (8 + 9 + 1 = 18 = 1 + 8 = 9), es decir que la serie se repite
demostrando que es un ciclo indefinido, que se produce "fuera" de la unidad, que ha
sido sin embargo su origen, y en la que radica todo su sentido aritmético.
6 Las citas son de E. Wind: Los Misterios Paganos del Renacimiento. Barral Editores.
Barcelona 1972.
CAPITULO VII
CICLOS Y RITMOS
En un capítulo anterior veíamos a la historia como un código de señales significativas,
como una simbólica del alma de los hombres –análoga al alma del mundo–, que bajo
distintas formas se va manifestando en la vida de los pueblos. Y si bien esa historia no
se repite exactamente –ni jamás podría hacerlo, pues es imposible para el ser
manifestarse dos o más veces en el mismo estado de existencia, por las mismas leyes del
espacio, el tiempo, y el movimiento, que los números y las figuras geométricas
simbolizan– es evidente que ella abunda en reiteraciones y analogías. Ello se debe, sin
duda, a la circularidad del tiempo y a la teoría de los ciclos –inscriptos los unos dentro
de los otros–, así se trate de los más pequeños, como los del día o el año, o los mayores,
aquéllos del manvántara y del kalpa, que se refieren respectivamente al ciclo de
nacimiento-desarrollo-fin de una humanidad, en correspondencia con el cielo y la tierra
de ese período, y de un mundo, y su condición temporal.
Conocidos son los ejemplos modernos que sitúan a la nave de la tierra (y a su tripulante
el hombre) en la inmensidad del espacio. Así, debemos decir que esta "nave" se mueve
en el cielo a muchos miles de kilómetros por hora2 y pertenece al sistema del sol, por
ser el "astro rey" su centro, como el corazón lo es del mundo celular. Este sistema, a su
vez se inscribe dentro de la Vía Láctea, una nebulosa espiral, que es obviamente un
mundo mayor que el solar y del cual éste depende. Habría pues en la Vía Láctea un sol
de nuestro sol, como la célula lo es con respecto a la molécula, y ésta con referencia al
electrón. Asimismo ese papel le corresponde a la naturaleza en relación con el hombre,
y también a la tierra con respecto a la naturaleza, y al sol con referencia a la tierra, la
cual le debe su causa, así como la naturaleza debe su existencia a la tierra, el hombre a
la naturaleza, la célula al hombre, la molécula a la célula y el electrón a la molécula. En
cierto sentido puede decirse que cada mundo más amplio es el origen, o un padre, para
el más restringido, y que éste juega ese mismo papel con respecto al que le sigue. Esta
concatenación, que resulta perfectamente normal, tiene la característica de
sorprendernos en cuanto reflexionamos en las magnitudes con las que topamos en
nuestro intento de ubicación en la escala de lo indefinidamente grande y lo
indefinidamente pequeño. Efectivamente, se supone que el sol gira alrededor de su
centro galáctico empleando doscientos millones de años en recorrerlo, lo cual
constituiría un "día" solar. A su vez, la Vía Láctea giraría en torno a un centro
desconocido y tardaría en recorrerlo veinte millones de millones de años, lo que
conformaría un "día" galáctico.3 En cuanto a las magnitudes de lo pequeño, diremos
que el "día" de una célula sanguínea es de dieciocho segundos, y el de la molécula,
apenas un poco más de un segundo. Nada agregaremos respecto al electrón y a mundos
mucho mas pequeños (aunque señalaremos que la microelectrónica produce en la
actualidad computadoras que operan con señales de trescientos mil millones de ciclos
por segundo). Por otra parte, son de todos conocidos aquellos datos que nos sitúan a
tanta distancia de determinadas estrellas, que algunas de las más cercanas se hallan a
magnitudes medidas en años luz, lo que equivale a decir que el tiempo que se tardaría
en recorrer la distancia que nos separa de ellas, de acuerdo con la velocidad con que la
luz se propaga en el universo, es tan grande, que una estrella visible en una noche
cualquiera, es contemplada desde la tierra como seria hace cientos de millones de años y
no como es en la actualidad. Lo mismo vale en forma inversa y si un observador se
hallase hoy en alguna de aquellas estrellas más cercanas, mirando hacia la tierra con
algún aparato, artefacto, o método, lo que vería sería, por ejemplo, el comienzo del
presente kalpa, por decir algo. Esto, sin duda, es una manera de expresarse, pues las
magnitudes espaciales a que nos referimos, medidas en tiempo cronológico, no son
verdaderamente mensurables, y no guardan la debida proporción, que quizás deba
buscarse sólo en la escala del sol y su sistema, teniendo en cuenta que la antigüedad y la
tradición hacen unánimemente referencia a esta "medida".
Si una célula sanguínea, cuyo ciclo dura dieciocho segundos con relación a su centro, el
corazón, pretendiera ubicarse a sí misma respecto al gran ciclo o "día" solar, que es el
período de precesión de los equinoccios (veinticinco mil novecientos veinte años), o sin
ir tan lejos, con el año solar de trescientos sesenta y cinco días, o aún mejor, con un
simple día de veinticuatro horas, observaría que este último tiempo cronológico, en el
que cabe la vida de cuatro mil ochocientas generaciones de su especie (lo que
equivaldría en el plano humano a un espacio de ciento veinte mil años, considerando la
duración actual de una generación en veinticinco años), no sólo no le sirve para sus
cálculos, sino que además ella se encuentra condicionada intrínsecamente por los
acontecimientos propios de su medio, en este caso el organismo humano y su centro, el
corazón, que en veinticuatro horas vive toda suerte de traslados y cambios espacio-
temporales. El tiempo, con el que se mide el espacio, no es en ningún modo uniforme.
Está vivo ahora, como una cualidad sensible del cosmos; y su computación cronológica,
con la que solemos, dimensionar el espacio, es uno sólo de sus aspectos o cualidades. El
tiempo es una categoría del alma, que nace del interior del corazón y que
constantemente se regenera a sí misma4. Por otra parte, el espacio geométrico es
uniforme, el físico no lo es. Se puede hablar de un espacio cuantitativo o mensurable,
que se supone homogéneo, pero el espacio no es sólo la cantidad, sino también la
cualidad de los elementos que lo componen.5
Asimismo, queremos destacar que los ciclos y nuestra ubicación respecto a ellos, nos
dan una proporción entre las cosas, idea muy cercana a la de armonía –y justicia–,
conceptos que están muy estrechamente ligados a aquél de "rnedida" a que nos hemos
referido, y que expresarían las cualidades inherentes a la cantidad, y no sólo su
magnitud continua y sucesiva. Además, hemos dicho que cada ciclo o mundo es un
símbolo de otro mundo mayor o superior; una imagen de un encadenamiento, que va
más allá del tiempo específico del ciclo, o mundo, que se toma como punto de
referencia, y que pudiera ser entonces considerado como extratemporal, con respecto al
ciclo o mundo menor, o no sujeto a las mismas "medidas", por referirse ambos a
distintas cualidades vivas del tiempo y el espacio, que conforman las diferentes partes
del ser u hombre universal. Y esta proporción, o ritmo, "magnitud", o "medida",
constituye el orden del mundo, su ley, en el que cada una de sus partes se articula en
proporción con todas las otras, pero guardando una relación que no siempre puede
medir la serie numeral discontinua, puesto que en primer lugar el cosmos no es un
espacio absolutamente continuo, y en segundo término, no es un modelo geométrico o
mecánico,6 sino un organismo vivo, o las posibilidades que el germen o embrión porta
en sí mismo.7
Para la tradición hindú, el kalpa es la medida o módulo del tiempo, equiparable en otro
orden al módulo espacial del sistema solar. Este kalpa supone todo nuestro mundo, y es
donde se da propiamente el estado humano –expresado en los distintos manvántaras por
las formas correspondientes a las diferentes posiciones de los planetas y estrellas, y sus
correlativas mudanzas en la fisonomía de la tierra–, que es un estado del ser universal,
signado por el tiempo y el orden sucesivo, que caracterizan precisamente a nuestro
mundo y su desarrollo. Como se sabe, un kalpa contiene una serie de catorce
manvántaras. De estos, seis han pasado y siete son los futuros, pues nos encontramos
actualmente en el final del séptimo de la serie. La duración de un manvántara es de
cuatro millones tres cientos veinte mil años. La duración del kalpa sería entonces cuatro
millones trescientos veinte mil por catorce, lo que daría un total de sesenta millones
cuatrocientos ochenta mil años, o un "día" de Brahma. El año de Brahma se obtiene
multiplicando esta cifra por trescientos sesenta, o sea, veintiún mil setecientos setenta y
dos millones ocho cientos mil años. Y la vida de Brahma dura cien años, por lo que se
debe multiplicar la cantidad anterior por ésta y obtendremos así lo que , los hindúes
llaman un Para. Se trata de expresar de esta manera lo indefinido, saliendo de toda
proporción computable. Esta cronología, debe ser tomada en su expresión numérica y
cuantitativa, como constituyendo un símbolo-magnitud.8 Sobre todo si se tiene en
cuenta que "a un Brahma le sigue otro Brahma; uno se acuesta, el otro se levanta. No se
pueden contar. El número de estos Brahmas no tiene fin .... más allá de la visión más
lejana, allende todo espacio imaginable, nacen los universos y se desvanecen
indefinidamente. Como barcos ligeros estos universos flotan sobre el agua pura y sin
fondo que forma el cuerpo de Vishnú. De cada poro de este cuerpo sale un universo a
cada instante y estalla. ¿Tendrás la presunción de contarlos?".9
Nos interesa seguir considerando la rueda como espacio, como tiempo, y asimismo
como movimiento, es decir en cuanto a su actuación generada por el espacio y el
tiempo. Ya nos hemos referido a las cuatro edades de la humanidad, o a las cuatro
etapas de la vida de un ser humano. Sería interesante también reflexionar sobre el ciclo
de la función respiratoria, que se divide en forma binaria: aspiración-expiración –y que
tanto es válido para el hombre como para el universo–, el que puede subdividirse en
cuatro tiempos –o movimientos espaciales–, de los cuales el primero es una toma de
aire, el segundo su retención, seguido de un tercero de expulsión completa –equiparado
a una muerte–, al que continúa un cuarto de total vacío. Inevitablemente en este punto
ha de producirse una nueva aspiración, indispensable para la regeneración cíclica. En
cuanto a la rueda como espacio, ya nos hemos referido a ella cuando la consideramos
como mandala 12 vale decir, como espacio significativo y sagrado, en oposición a
cualquier lugar indeterminado, caótico o profano. O sea: la rueda estática asociada al
espacio, en contraposición con la rueda dinámica vinculada al tiempo. El espacio genera
tiempo, El tiempo crea espacio. Y entrambos producen el movimiento de la rueda, que
constituye la ritualización del mandala cósmico, o la puesta en acto, o en función, de las
potencialidades ocultas en lo inmóvil, que posteriormente han de tomar vida y forma
substancial. Y esa vida y esa forma producidas por el movimiento, han de estudiarse en
relación con otro ciclo cuaternario. Nos referimos al reciclaje perenne de los elementos,
o los componentes de la vida que conforman la "materia", y que, como es sabido, se
denominaban fuego-agua, aire-tierra, para la antigüedad. En verdad, como tal, esta
"materia" no existe, sino que podemos hablar de ciertos estados de la misma en relación
con el mayor o menor grado de intervención del principio o elemento que la conforman.
Suponiendo un estado relativamente estable de esta materia de que se trata, ella se nos
aparece de tres modos básicos: como sólida, líquida y gaseosa, los que corresponden a
los elementos tierra, agua y aire. El cuarto elemento o principio, el fuego, es también
llamado el principio radiante de la materia. Es por intermedio del calor, o fuego, que se
transforman los restantes elementos o estados, los unos en los otros, al derretir éste a los
sólidos, evaporar a los líquidos, y por su ausencia, condensar a estos últimos,
solidificándolos. En este sentido, la liberación o absorción del calor determina en
realidad el estado de la materia. Por lo tanto, un estado relativamente estable de materia,
sólo se diferenciará de otro, de acuerdo a la proporción del calor, que hace que las
moléculas de un cuerpo se hallen a tal o cual distancia entre sí, lo que permite la libertad
de movimiento que es posible entre ellas. De todos modos, y volviendo a nuestro tema
de la proporción y la medida, y teniendo en cuenta que el sol es el elemento ígneo, o
radiante, en cuanto a los estados de la materia de nuestro planeta, es lógico pensar que
este astro esté en perfecta armonía, coincidencia y equilibrio, con la vida de este mundo,
con su estructura misma –al igual que la del hombre– ubicados ambos en una onda de
energía afín, en la cual al existir los elementos en forma individualizada, por acción del
sol mismo, pueden constantemente mutar y combinarse y proseguir a su nivel la obra
creacional. Si se alterasen las proporciones, las magnitudes, las medidas de este
equilibrio armónico, si la tierra se alejara o se acercara al sol desmesuradamente, se
acabaría la vida por congelamiento o por evaporación, por el excesivo apretujamiento
molecular de lo compacto o por la dispersión molecular de lo gaseoso. Lo que nos
expresa bien a las claras la relatividad de aquello que tomamos como algo fijo, real e
inamovible, cuando es evidente que se trata de todo lo contrario. Sobre todo si
consideramos que este permanente reciclaje de los elementos se produce igualmente, y
con las mismas características, en el hombre, y que, más allá de ser sucesivo se da en
forma simultánea. Ya que en cada uno de estos estados de la "materia" se encuentran
presentes todos los elementos, interactuando en distintas proporciones entre sí; lo que
asimismo equivale a decir que la "materia" del universo es una sola.
Coincidamos en que la época histórica en que nos ha tocado vivir es dura y difícil en
razón de su situación en el tiempo cíclico.14 Es más, se advierte que estamos en el
ocaso de una cultura y al final de un período que se produce en el mundo entero.
Diversas voces, desde distintas tradiciones, vienen advirtiendo este hecho –cada vez
más expresamente– desde hace ya años. Esto ha dado pie asimismo a la aparición de
pseudoprofetas y especuladores, que aprovechan de esta circunstancia para profitar con
artes y engaños a nuestras expensas. Se dice en varios libros sagrados que estos
personajes se han de multiplicar en nuestra época. Sin embargo, ellos mismos no son
sino un símbolo del fin. Y este fin, no es sino el segundo advenimiento, la liberación.
Por cierto algo más difícil de imaginar, y que guarda poca relación, proporción, o
medida, con los parámetros con que estamos acostumbrados a ver las cosas. Hay, sin
embargo, una promesa vertida en forma clara en todas las tradiciones, y que los
cristianos llaman parusía. El mismo evangelio nos dice que de ese día y hora nadie sabrá
nada, y que andaremos trajinando y afanándonos por lo de siempre, en forma normal.
Hay quienes estudian estos temas en detalle, de acuerdo a fuentes y datos tradicionales,
y muchos de ellos destacan al "milenio" –décadas más o menos– como fecha promedio
de los límites del actual manvántara. Pero, lo que sí puede con seguridad afirmarse, es
que a los efectos del ser individualizado, el fin de una civilización es perfectamente
equiparable al fin de sus días, ya que todos los ciclos son análogos.15 Quien ha pasado
por la muerte ya no puede morir. Y nada de esto será más o menos doloroso de lo que
ha sido siempre y por cierto es también ahora mismo.16 Por otro lado, el fin de los
tiempos se refiere a la abolición de nuestro condicionamiento espacio-temporal y a un
retorno a la frescura virginal de los orígenes no determinados, que por cierto incluyen la
posibilidad de un renacimiento. En este contexto, las palabras libertad, igualdad y
fraternidad adquieren su último sentido y también nos marcan una tarea a realizar o un
destino que cumplir.
NOTAS
1 Las civilizaciones son ciclos que tienen principio, desarrollo y fin; que poseen
vida, como los hombres y los continentes geográficos. Se generan al igual que los
organismos vivos y corren su misma suerte.
2 Es interesante destacar como curiosidad que el hombre apoya sólo las plantas de los
pies, u otra pequeña superficie de su cuerpo, sobre la tierra. La mayor parte de su
volumen vive y transita en el espacio a esa enorme velocidad y es aéreo. Sin duda, los
habitantes modernos de las grandes ciudades no nos enteramos de este hecho –como
casi de ningún otro–, pues fijamos nuestros propios límites al identificarnos con
nuestras concepciones, y nos sentimos bien anclados en una hipotética tierra material,
absolutamente sólida, cuando en verdad es una superficie porosa en la que el aire circula
libremente, penetrándola y conformándola, como es además notorio en el cuerpo
humano. Por otro lado, la parte que no es aérea es líquida, como lo atestiguan
claramente también el propio conjunto de fluidos del cuerpo y la constitución geográfica
y sustancial de la tierra. Tomando además debida cuenta de que estos elementos tan
inestables están constantemente en movimiento, e interactúan entre sí.
3 Estos cálculos aquí citados se consignan sólo a título de ejemplo ilustrativo y sin
pretensiones cientificistas.
5 Para Alan Watts: "El espacio y mi conocimiento del Universo son lo mismo".
8 Lo mismo sucede con el número diez mil en la tradición china, con el cuatrocientos
en las mesoamericanas, y también con el milenio, u otros símbolos-magnitud, en
diferentes civilizaciones.
9 Si se lleva un poco más lejos este ejemplo, pudiera decirse que cada vez que
encendemos un fósforo se produce un mundo, un sistema completo; o que cada vez que
parpadeamos asistimos inconscientemente a la creación de un campo, que tendrá dentro
de sí la posibilidad de generar otro, y así en una serie ilimitada. Por otro lado, un
milenio no es ni la fracción de un segundo en la vida de un dios.
CAPITULO VIII
LAS DOS MITADES DEL HUEVO COSMICO
Tal vez la energía de la gravedad y sus leyes no son sólo principios aplicables a la
"materia", sino algo más universal, arquetípico, vinculado con cualquier forma de la
atracción en diferentes niveles expresivos. Esto si es que contamos con la similitud de
dos entes que se atraen al complementarse, los que deben oponerse siempre para que
esta conjunción se realice. El rito y la magia conocen este principio que constituye su
razón misma de existir como tales.1 Las leyes de la analogía suponen diversos planos,
donde las transposiciones puedan efectuarse e incluyen la atracción y el rechazo, el
reconocimiento de lo que verdaderamente significa lo mutuo, dando por sentado que
esta similitud entre plano y plano –que coexisten simultáneamente– es una condición
previa a todo rito o analogía. Por otra parte, este tipo de energía se encuentra explícita
en la tradición hindú, cuando ésta se refiere a los tres gunas: sattwa, rajas y tamas. En
efecto, si sattwa se vincula a una energía vertical ascendente, tamas se encuentra en el
extremo opuesto de esa verticalidad y manifiesta a la energía descendente. Va de suyo
que entre ambas hay una complementación, ya que no podrían ser la una sin la otra y
que ellas coexisten simbolizando la evolución y la involución y generando a una tercera,
llamada rajas, que permite la expansión y el desarrollo del plano horizontal y sucesivo.
Por lógica, en cada una de estas "fuerzas" han de estar presentes las otras dos, como
parte constitutiva de las mismas. Por lo que conforman un conjunto interdependiente,
donde una sola y misma energía, al desdoblarse, se polariza, constituyendo un eje
vertical por el que ascienden y descienden fuerzas, equilibrándose en un punto medio o
centro, que genera un plano horizontal de desplazamiento de esa energía hasta sus
propios límites, es decir, directamente proporcional al juego de sattwa y tamas, al de la
evolución y la involución de un ser cualquiera, así fuese un hombre, una civilización o
un mundo. Si graficamos esto en el plano, obtenemos un eje vertical y otro horizontal –
en donde la energía de sattwa y de tamas se reflejan–, que lo cruza en su centro,
conformando la figura de la cruz, universalmente tradicional. Esta representación que en
muchas ocasiones aparece circunscrita por una circunferencia que la complementa y
aclara,2 no es sino la simbolización del cuaternario y el ciclo –con todo lo que ello
involucra, como hemos visto a lo largo de estos textos– y conforma una síntesis perfecta
de pensamiento,3 donde la idea de totalidad y simultaneidad en el espacio, en el tiempo,
y con respecto a los "elementos" constitutivos de la creación, se manifiesta de una sola
vez y se percibe con un sólo golpe de vista, gracias al equilibrio del juego armónico de
tensiones involucradas en ella –y asimismo en todas las cosas–; lo que equivale a decir:
a la coexistencia de sattwa, rajas y tamas, que también la cruz simboliza.4 Sin caída no
hay redención y es obvio que sin tamas, sattwa no tendría lugar en la conciencia, es
decir, en nuestro mundo. Y en vez de adjudicarle un valor a estas energías referido a su
bondad o maldad –excluyendo ilusoriamente a una en beneficio de la otra–, bien
haríamos en tratar de comprenderlas bajo la luz recíproca que ellas simultáneamente
emiten, merced a la cual podemos diferenciarlas, como posteriormente distinguiremos a
ambas de rajas, su expansivo reflejo generador. También tamas es una forma de la
deidad y por lo tanto su energía es sagrada. Conociendo esta realidad como componente
del ser universal presente en toda la creación –a la que da precisamente lugar–, es que el
individuo puede saber de su contrapartida, de la posibilidad de su opuesto, o sea: de la
realidad igualmente válida de sattwa, que por otra parte es también energía inmanente
en tamas, así como esta última está comprendida en sattwa y las dos conjuntamente en
igual proporción en rajas, fundamentando el cosmos en su expansión horizontal. Habría
que agregar que el constante y precario equilibrio de estas alternativas en determinados
períodos del tiempo histórico, hace que predomine sucesivamente una sobre las, otras en
aras de la proporción del conjunto. En el momento actual del ciclo, la energía
gravitacional, es decir, la atracción hacia lo descendente –seguida de un paulatino
opacamiento y densificación–, es la que prima sobre las otras. Por ese motivo esta
energía es fuerte y dominante, y por lo mismo tiene particular interés, puesto que
también –en forma velada– hace explícitas a las demás: en particular a su opuesta y
complementaria sattwa, la cual puede entonces aparecer como "salvadora" gracias a
tamas, con la que se enlaza naturalmente, ya que ambas son una sola y misma energía
polarizada, con signo opuesto, invertida la una con respecto a la otra y viceversa.
Esto también es válido para las dos mitades de un círculo, rueda o esfera. La superior
simboliza el cielo, la inferior significa la tierra. En medio de las dos, como un eje
vertical, se halla el hombre,5 al que cabe un papel de mediador, de intermediario en la
creación, que va mucho más allá de lo que vulgarmente éste se imagina, ya que su rol o
función –si así se le pudiera llamar– es el punto imprescindible de la obra de la
creación, que él mismo acaba y corona al "redondea? su sentido unitario y establecer un
foco de unión –el equilibrio de un eje estático en un mundo en constante movimiento y
fuga– en el perpetuo devenir de las cosas y las formas, cumpliendo un papel re-
unificador en distintos planos o mundos.
Esta característica esencial del hombre es hoy negada bárbaramente, no sólo por el
cientificismo, sino también por numerosas pseudo-religiones. En verdad, las mismas
religiones tal cual aparecen hoy día en su ocaso, o la niegan, o no la conocen.6 Ello se
debe a que hacen de normas relativas, absolutos, de medios, fines, y sobre todo, a que
han prescindido o eliminado al "mal" de sus cosmologías. Por lo que nos ofrecen una
lectura mutilada de la realidad y por lo tanto de nosotros mismos. Esta tremenda
limitación, que pudiera resultar infantil si no hubiera sido marcada a sangre y fuego por
el odio del fanatismo sectario, no constituye sino pura y simple ignorancia, tanto más
evidente y extraña cuando se encuentra en gente que se supone culta, mismo entre
ministros y sacerdotes de esas religiones, de los que se piensa son especialistas en estas
cuestiones, cuyo conocimiento de lo sagrado se establecería así con ciertas reservas.
Es lamentable, entonces, que no se pueda revelar en estas personas –que acaso lo desean
sinceramente– la verdad y la vida, por el simple hecho de que no se lo permiten, por sus
condicionamientos y prejuicios, o porque andan ocupados –en el mejor de los casos–
con su imaginación omnipotente, en sus ensoñaciones "místicas", o trajinando
secamente presuntas ortodoxias dogmáticas, cuando no sintiéndose piadosos o
gratificados por su "bondad". Lo grave es que estos profesionales se ven en la
obligación de imponernos una idea "verdadera" de la deidad (generalmente ligada a la
"sensiblería" o al "humanitarismo"), ciertamente antropomorfa, que constituye una
limitación evidente del conocimiento de aquello que no es humano y que tampoco posee
forma. Pensamos entonces que su percepción del conocimiento es tan distorsionada y
confusa que, desde el punto de vista de la majestad de ese conocimiento, equivale a una
negación. Con el doble agravante de querer a la fuerza esa profusa ignorancia,
utilizándola además como factor de poder, aplicada siempre a fines menores, casi
siempre personales. Estas "autoridades" nos han dado una imagen erronea de lo que la
tradición, unánimemente, describe como algo más parecido al no-ser, que al ser.
Experiencia ésta que excluye toda posibilidad de conocimiento computable y que nada
tiene que ver (al menos directamente) con la piedad, la salud, la suerte, la felicidad y la
realización personal. Y sí con la aceptación, el reconocimiento de lo que ha sido
siempre, la palpable realidad del misterio, la frescura inocente del deambular y fluir
interno, o la "ingenuidad" virginal del niño, o del loco, que bien comprendidas y
vivenciadas constituyen los frutos del árbol de vida –siempre presente–, ante los cuales
cualquier promesa o descubrimiento fenoménico, "dogma ortodoxo" o "conocimiento
secreto", resultan absurdos y risibles, pues la pura realidad –que algunos han tratado de
expresar como un vacío o una nada, aclarando que no se trata exactamente de eso– se
impone por sí, como unidad, vivencia en la cual estamos incluidos los humanos,
constituyendo nosotros sus posibilidades más perfectas de ex presión y revelación. Se
nos dirá que este opacamiento de la diafanidad original, perceptible en la ciencia y en
las religiones –y que precisamente da lugar al cientificismo y a las pseudoreligiones–, es
"tamásico" o gravitacional y que se debe a la naturaleza del ciclo. A lo que
responderemos afirmativamente. Agregando además que gracias a esta característica, es
que acaso podamos vivenciar la energía de sattwa, pues, como hemos visto, la deidad
también se manifiesta en términos negativos: 1 como asimismo, desde un punto de vista
inverso y análogo, lo hace la teología llamada "negativa".
En lo que respecta a lo personal, cada hombre y cada institución tienen con seguridad un
fin y un destino, es decir, una función y una misión, aunque ellos mismos no las
conozcan, o éstas sean lo contrario de lo que pretenden. Creemos que juzgar es un error
perfectamente señalado en varias tradiciones. Por otra parte, el refrán popular que dice
"nadie sabe para quien trabaja", es definitivamente aplicable también a uno mismo. La
frase in omnia caritate, expresa claramente lo que muchos pensamos al respecto. La
enseñanza evangélica de "amad a vuestros enemigos", debe ser destacada en forma
particular, pues, entre otras cosas, es acaso posible que merced a ellos podamos
reconocer a la verdad en lo que resta del ciclo. O expresado de otro modo: podemos
disponernos a conocer a fondo la energía pesada de la densidad, para permitirnos la
levedad de lo sutil, de lo que siempre ha sido sin esfuerzo.
Ahora bien, si se nos pregunta si hay alguna diferencia entre esas dos porciones en que
el círculo o la esfera se dividen –o el movimiento ascendente de ida (norte-sur,
medianoche-mediodía), o descendente o de retorno (sur-norte, mediodía-medianoche),
de la rueda cósmica–, contestaremos de igual modo afirmativo, recordando que de la
polarización, o del binario, es que nace toda diferencia, que se sintetiza en la primera
distinción; la que hace a las cosas activas o pasivas tomar el nombre de cielo o tierra.
Esta dualidad, que se expresa a través de las energías llamadas sattwa y tamas, las que
simultáneamente generan a rajas a perpetuidad, conforman una triunidad de principios
(homologables a ciclo, tierra, hombre), que al manifestarse en el plano horizontal o
creacional, conforman y limitan el cosmos, es decir, todas las cosas. El cuaternario,
simbolizado por la cruz, nos dice que la misma oposición entre la energía ascendente-
descendente, se ha transferido al plano de conjunción, horizontal o creacional, donde
también se oponen análogamente –pues han pasado a ser componentes del mismo– en
esta figura que simboliza la totalidad de lo creado o limitado, donde ahora se enfrentan
dos a dos, generando y equilibrando la manifestación entera, que queda marcada con su
sello, reproduciéndolo indefinidamente. Si a la representación plana la llevamos a lo
espacial, el cuaternario, simbolizado por una cruz, se convertirá en una cruz
volumétrica. Y el simbolizado por un cuadrado se transformará en un cubo. En ambos
casos no hemos hecho sino añadir una dimensión al modelo que simboliza el cosmos,
completándolo y dando lugar a las indefinidas variables que pueden constituirlo, las que
siempre se refieren a una triunidad de principios –en este caso espaciales: largo, ancho y
profundidad– que conforman el universo entero, al manifestarse.7 Lo que nos interesa
de momento, es señalar que una vez creado y definido de modo cuaternario el plano
horizontal, por la acción de una triunidad de principios, se suma con ellos, conformando
un septenario, que –como ya hemos indicado en estos textos– es el concepto numeral
que se refiere a la totalidad de la creación, simbolizado por el cubo en el espacio y por
el sello de Salomón en el plano, que como se sabe, está compuesto por dos triángulos
invertidos.
Volviendo a aquella primera diferenciación o polarización –que hace que las cosas
progredan y tengan nombre–, diremos que en el caso de la división horizontal en dos
mitades, de la esfera, la rueda o el círculo, una de ellas es elevada o ascendente y
corresponde a la medianoche y al cielo, mientras que la otra, siendo su opuesta,
denotara lo contrario: lo bajo, lo descendente, el mediodía, la tierra. Se ve en esta
concepción que el cielo, como lugar más elevado, como summum de la verticalidad,
está más bien asociado a ideas de obscuridad, mientras que las de plena luz
corresponden a la tierra.8 Esta obscuridad está más de acuerdo con lo inmanifestado que
con lo manifestado, con lo invisible que con lo visible, con lo desconocido que con lo
conocido, con el secreto, más que con la divulgación. ¿Pero no sería lícito preguntarse
en nombre de qué se puede afirmar la primacía del cielo sobre la tierra, de lo alto sobre
lo bajo, de lo evolutivo sobre lo involutivo, si vemos que esas energías son
complementarias? Sólo diremos que varias tradiciones han señalado a la estrella polar –
situada en el norte– como la puerta de salida simbólica a lo supracósmico. Esta idea
incluye no solamente la posibilidad de diferenciación entre lo alto y lo bajo –otorgando
a lo elevado la primacía–, sino que esa misma jerarquía está dada por la existencia de
otros planos, mundos o niveles, respecto a los cuales se crean y consideran los criterios
comparativos, las calificaciones mismas de alto y bajo. Tradicionalmente, siempre se le
ha atribuido al cielo la energía activa y a la tierra la pasiva. Si consideramos que en la
manifestación las energías se oponen dos a dos, nos es sencillo advertir que en toda
energía positiva se halla comprendida su contraria negativa, así como que toda energía
pasiva tiene un componente activo, al que se opone, para ser lo que es, es decir: ella
misma. Y como todo yin tiene su yang, y este modelo se manifiesta indefinidamente,
debemos concluir que esta helicoide, esta espiral evolutiva-involutiva de energías, que
configura el símbolo chino –y que se extiende en la síntesis de la cruz a los brazos
horizontales, que se expresan en forma simultánea con el eje–, es absolutamente
inaprehensible. Al menos, de la manera en que estamos acostumbrados –aunque sea
mentalmente a posesionarnos de los conocimientos y las cosas.9 Ante tal comprobación
no queda sino abandonarse y reconocer nuestra ignorancia, pues no podría haber nada
más estúpido que tratar de inventar o imponer un orden cualquiera, cuando ya está todo
ordenado. Que pretender "crear" algo, cuando la maravilla es advertir que ya todo está
creado. Y uno con ello.
En ese sentido, y pidiendo disculpas por las numerosas reiteraciones que posiblemente
pudieran haber sido obviadas en estos textos reincidentes, queremos referirnos
nuevamente al tiempo, tomándolo como ejemplo, ahora, de la "jerarquización" en
planos, o lecturas, de la realidad, a que nos estamos refiriendo. Se trata de una división
cualitativa del mismo, en profundidad, según se lo perciba a distintos niveles de
comprensión, que corresponden entonces a categorías intrínsecas del tiempo mismo.
Podríamos así distinguir una concepción lineal y en fuga del tiempo –ya fuera
individual o colectiva–, la cual es propia de la literalidad del hombre contemporáneo;
una concepción cíclica, que es la que vivía el habitante medio de una civilización
tradicional (y que por cierto puede recuperar para sí cualquiera de los hijos de este
siglo)13 y una concepción atemporal –un tiempo atemporal–, lo que configura una
contradicción, o al menos una paradoja, con respecto al tiempo horario de los relojes. A
estas tres habría que agregar una cuarta concepción –si en lugar de tres planos
consideramos cuatro, como ya lo hemos advertido con respecto al diagrama sefirótico
de la cábala–, y esta última idea sería la de vivenciar el no-tiempo, la simultaneidad, la
unidad, la eternidad, la realidad sin ningún tipo de mixturas o adherencias anecdóticas y
existenciales. Pues ya se sabe que al trascender el tiempo sucesivo no hay pasado ni
futuro y, por lo tanto, queda abolida cualquier historia. Esta mención de tiempos
conceptuales diferentes, que se producen simultáneamente, tiene por objeto, en este
momento, ubicarnos en la "tridimensionalidad" de nuestra caja o espacio mental, que
también podríamos denominar campo de la conciencia.14 En ese sentido, contamos con
una potencialidad que no conocemos, pero que sí presentimos, y que está dada,
precisamente, por la posibilidad que nos ofrecen esos planos de ampliar nuestras
vivencias: en este caso concreto, de alcanzar, mediante una penetración y una ruptura de
nivel, una comprensión no sólo lineal y sucesiva de un tiempo horario o cuantitativo,
siempre angustioso, sino la "experiencia" de otras modalidades del mismo. Esta idea de
planos o mundos coexistentes es, por otra parte, la que fundamenta todo simbolismo y
hace del símbolo el vehículo que los conecta entre sí.
Hay todavía que poner en claro que sería un vano error suponer con orgullo mental
omnipotente que la lectura de otras realidades –y la consiguiente adaptación a las
mismas– suprimiría de una vez, y para siempre, planos o estados de conciencia
inferiores, siendo que éstos también son parte constitutiva del cosmos, y sería imposible
abandonarlos definitivamente mientras no se abandone, a su vez, a éste. La iniciación en
los misterios cosmogónicos, es decir, el morir y renacer a otros planos de la realidad
mediante la regeneración psíquica, no es aún la salida verdadera del cosmos, sino que se
trata de un aprendizaje imprescindible sobre su constitución, sobre el "espíritu" de las
cosas y su aprehensión. Un andamiaje que nos permite concebir la posibilidad de lo
supracósmico, del no ser y de la no dualidad, realidades que exceden la mera
individualidad que signa nuestras experiencias sensoriales o mentales, en tanto que las
particulariza. Aunque es útil señalar que –lógicamente– cuando se empieza apenas a
atisbar la posibilidad de lo supraindividual, todo lo referido a lo personal cae tan
estruendosamente como una torre que es destruida por un rayo, dejando así de ser la
protagonista del paisaje.
Esta visión en profundidad –si así se la pudiera llamar–, corresponde, como hemos
visto, al propio esquema interno del hombre, que encuentra dentro de sí a esta variedad
seriada de planos o mundos, que debe comenzar a conocer, pues son parte integrante de
su propio campo de conciencia, o sea, de su vida. Por otro lado, por medio del símbolo
se efectivizan las posibilidades de ese conocimiento y las características auténticamente
humanas, que todo hombre ordinario lleva en sí, y que no conoce, a menos que ellas se
encuentren estimuladas por el fuego del amor y convenientemente ordenadas por la
tradición, para que puedan ser reconocidas por él mismo. Este es el tipo de instrucción
que ofrece una verdadera enseñanza y una iniciación en los misterios menores, cuya
primera parte pudiera asimilarse a un viaje infracósmico, o a una estancia en el interior
de la tierra, una visita al país de los difuntos o a un descenso a los infiernos de lo
caótico.
Resulta evidente que esta involución a la que nos acabamos de referir –así como la
posterior evolución que completa el proceso de palingénesis–, se halla simbólica e
íntimamente relacionada con la gravitacionalidad. Si recordamos, por otra parte, que la
tierra es pasiva con respecto al cielo, es decir, que otorga la forma a los efluvios divinos,
lo que equivale a equipararla a la gran generadora, o diosa madre –y asimismo a todas
las vírgenes–, colegiremos que para todo nacimiento –de cualquier tipo que éste sea– es
imprescindible la presencia pasiva, formativa y generativa de la tierra, o sea, de la
energía gravitacional ubicada espacialmente en el Sur, es decir, en el sitio más bajo y
denso, en oposición a lo alto y sutil.15 En términos del budismo mahayana: sin el
samsara es imposible el nirvana, vale decir, que el conocimiento real del samsara es lo
que nos lleva al conocimiento verdadero del nirvana, que al ser obtenido –y sólo en ese
momento–, nos dice que samsara y nirvana eran y son una sola cosa, que la
diferenciación es únicamente una forma de decir, una simple manera fenoménica de la
mente, emparentada con la ilusión y la ignorancia. Por otra parte, creemos que bajo esa
misma luz deben leerse las palabras evangélicas: "Si al deciros cosas de la tierra, no
creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?",16 ya que en ellas puede verse que
toda enseñanza comienza siendo un aprendizaje sobre lo cosmogónico, que permitirá el
posterior pasaje a lo metafísico. Así lo es, al menos, para esta época del ciclo, en donde
Occidente tiene precisamente una fuerza gravitacional tan importante y de la cual Cristo
es el avatar. Aunque se debe llamar particularmente la atención sobre el posible
equívoco de interpretación literal, en donde un trabajo de realización interna debería
comenzar por el "cuerpo" (dietas alimenticias, sexuales, ejercicios corporales,
respiratorios, etc.) o por logros profanos, personales (estima, auto-respeto, éxitos
profesionales, ascenso en la escala cultural y social, superación y dominio del carácter,
poder sobre los otros, etc.), de autosuficiencia o pretendido valor; error que se comete
pensando, tal vez, en que ha de irse de lo particular a lo universal, cuando en verdad las
ciencias tradicionales nos dicen lo contrario: que de los principios se deducen todas las
posibilidades.
En verdad, se podrían desarrollar estas ideas una y otra vez, viéndolas desde
innumerables ángulos de visión y relacionándolas entre sí, y también con otras, que nos
aclara rían ciertos aspectos del mundo, que intuimos, y que sin embargo permanecen
velados para nosotros. Estas relaciones, que no son ni arbitrarias ni casuales, son las
bases o fundamentos de la labor analógica y simbólica. E igual mente de la obra
alquímica y cabalística. El resultado que se obtiene con estas investigaciones es
difícilmente evaluable en términos cuantitativos y traducible a patrones actuales –
derivados de ideas filosóficas erróneas, que circulan desde hace varios siglos en
Occidente y que han tenido que parir, finalmente, a la mecánica industrial, a la técnica
electrónico-atómica y al consumo–, los cuales nada tienen que ver ni en sus principios
ni en sus métodos y fines, con la auténtica ciencia. Desde otra perspectiva, un capítulo
denominado, un poco ampulosamente, las dos mitades del modelo cósmico", ha de
tratar, indefectiblemente, sobre el binarlo. La dualidad, como se ha expresado a lo largo
de estos escritos, es el motor dialéctico que impulsa cualquier acto o pensamiento, por
lo que lamas ningún discurso podría agotar el tema. Sólo nos queda agregar que este
texto, en general, ha tenido únicamente en cuenta la partición horizontal de nuestro
modelo de la rueda, efectuada por la línea del horizonte o plano ecuatorial, que lo divide
en dos secciones iguales: una arriba y al norte, otra abajo y al sur. El modelo también
puede dividirse en otras dos mitades, situadas a ambos lados del eje vertical: una a la
derecha y al oriente, otra a la izquierda y al occidente. Este nuevo binario, que está,
obviamente, en correspondencia con los brazos horizontales de la cruz que todo lo
abarca, diferencia claramente dos mitades análogas y complementarias del cosmos,
llamadas derecha e izquierda, perceptibles en todas las cosas y merced a las cuales las
mismas cosas son perceptibles. Esta particularidad es lo que se ha dado en llamar la
simetría, y sus leyes especulares y simpáticas, y configura todo un tema que rebasa
nuestras intenciones actuales. La izquierda y la derecha se complementan, son formas
parientes y análogas. Pero no se simbolizan entre sí, sino que ambas son símbolos de la
realidad vertical que es su origen y al que las dos representan. El auténtico valor de los
símbolos no radica tampoco en sus efectos transmisores, que son secundarios, sino en la
(o las) causa(s) de su propia existencia. Es decir, en lo que ellos simbolizan en su
esencia, lo que por otra parte justifica su intermediación. Y esta causa (o causas) bien
comprendida y vivenciada, se resuelve siempre en su unidad, que no es sino afirmación
o manifestación de sus posibilidades no-causales, valga la expresión. Nos resta decir
que lo que hemos expuesto respecto a la oposición cielo-tierra, norte-sur, es igualmente
válido en la de derecha-izquierda, oriente-occidente, dado que esta partición horizontal
es un reflejo de la primera. Así, si transcribimos algunos de los conceptos vertidos hasta
aquí, con respecto a la complementariedad que estamos destacando ahora, se obtendrán
resultados provechosos en nuestros estudios, pero teniendo siempre en cuenta las
modalidades especiales de esta oposición o inversión.17 Finalmente, ya que nos
estamos refiriendo a nuestros trabajos y estudios, queremos traer nuevamente a la
memoria otra enseñanza cristiana: la que señala que los frutos del conocimiento sólo
podrán ser obtenidos por aquellos "que perseveren hasta el fin".
Nota: Apenas habiendo puesto punto final al presente capítulo, hemos leído un artículo
titulado "Nueve hipótesis sobre la génesis del Universo", que ha sido escrito por el
físico-matemático ruso Igor Novikov y otros.
Anexo: Queremos hacer notar la analogía entre el sonido relicto, que se propaga
uniformemente en el universo, y la forma en que la luz –tradicionalmente otra forma del
sonido– lo hace, de acuerdo a la más moderna ciencia. Efectivamente, desde la teoría de
la relatividad de la actual física-matemática, el papel del observador es decisivo. Pues la
teoría de la relatividad, se construyó a partir de un único axioma, que establece que,
para cualquier observador, la velocidad de la luz de cualquier origen, que se mueva o
no, con respecto al observador, es siempre la misma. Siendo esto así, el propio
observador, recibiendo en cualquier punto o dirección del espacio, una emisión
cuantitativa de luz idéntica –la cual no es alterada por ninguna circunstancia–, es la
"causa" de la velocidad de la luz que recibe. Y ya sabemos que lo que es válido para el
microcosmos, asimismo ha de ser válido para el macrocosmos, salvando, otra vez, los
problemas necesarios a cualquier transposición. Lo que sí resulta claro es que en un
universo dividido –en este caso entre el emisor y el receptor–, pero único en su esencia,
algo de lo que se recibe estará implícito en lo que se emite y lo mismo a la inversa. Y
esta correspondencia y analogía es la que determina incluso la estructura y la forma de
lo creado, a saber, de la manifestación y los símbolos en que ésta se expresa. De igual
modo, es interesante destacar que, en estos ejemplos que estamos tratando, relativos al
sonido y a la luz, el "centro", de donde se expande la energía, no puede ser localizado en
ningún lugar específico, lo que equivale a decir que no tiene "realidad" espacial. Ya que
siendo el espacio homogéneo –o un "caldo de cultivo" que permite las condiciones
heterogéneas de la manifestación–, cualquier punto del mismo bien pudiera ser el
centro.
NOTAS
1 ¿No será esta energía expresión, a su nivel, de lo que los griegos entendían por el
pneuma?
3 En el sentido que le damos a este término, y que siempre tuvo, conocido con el
nombre de nous en la filosofía griega, totalmente ajeno a la conjeturación racionalista, y
por el contrario, utilizado aquí como sinónimo de intuición directa, en la que tanto se
conjugan la inteligencia, hoy llamada creadora, como la experiencia y la emoción.
6 Haciendo notar, por otra parte, que las grandes religiones ofrecen no sólo la
transmisión espiritual necesaria, sino también la norma, y el rito exotérico, como
vehículos de la realización.
11 En este caso, el nivel más bajo correspondería a las aguas "abismales» o caos.
19 Lo cual no deja de guardar relación con aquello de que los extremos se tocan (lo
que es obvio cuando se acaba un recorrido circular). O dicho de otra manera, que el
punto más alto de la circunferencia, y el más bajo, se hallan sobre el mismo eje.
20 Este es igualmente el caso el poeta Edgar Allan Poe, que en su fascinante libro
"Eureka", su testamento intelectual, que escribiera poco antes de morir, nos plantea toda
una cosmogonía muy próxima a las concepciones tradicionales, que siempre han sido
consideradas como reveladas.
I
CAPITULO IX
CONCLUSION
Llegamos al final de estos textos, que se han ido entretejiendo a si mismos en una
especie de cadencia circular, dada por la propia naturaleza del tema que hemos
pretendido describir. De más está decir que hemos realizado este trabajo sin intentar
agotar un modelo simbólico, que, como el cosmos, es inagotable. Nos hubiera gustado
tratar en extensión ciertos temas –siempre vinculados con el símbolo de la rueda– que
aquí apenas se sugieren. Así, hubiéramos querido referirnos a la rueda en relación a la
música y la danza de los pueblos y destacar en primer lugar la idea de ritmo que
implícitamente estas artes acarrean. Del mismo modo, subrayar la circularidad de las
estructuras musicales, del canto y del recitado, como igualmente las coreografías de
rondas y reiteraciones, presentes en la totalidad de las tradiciones. Esto puede verse
claramente, aún hoy en día, en el folklore universal, en la danza y el canto de los
"primitivos" y los niños, cuya base rítmica y circular puede verificarse fácilmente. Si
aceptamos que nuestra cultura aún recuerda ciertos fragmentos de su pasado tradicional
–que constituyen su propia textura inconsciente–, podemos comprender estas
manifestaciones unánimes. Ya hemos señalado los orígenes sagrados y míticos de todo
arte o creación.
La conexión del símbolo de la rueda con el del carro, el viaje y el movimiento, nos
transmite también una sensación de avance, de evolución, que transpuesta al proceso
cognoscitivo es el desarrollo de la conciencia del individuo que participa de él, y su
proyección en la sucesión temporal. Es un hecho que cuanto más una persona se
concentra en la búsqueda de la verdad, la obtención de la unidad y la realización de sí
mismo, más se amplía su capacidad de percibir lo universal.3 Sin embargo, es necesario
advertir que en un viaje de este tipo es imposible mirar hacia atrás, pues recordar el
pasado es desatar a las Furias. También se debe dar noticia de que la personalidad puede
extraviarse en los recovecos laberínticos de la psique –del alma– y que son necesarios
los instrumentos y el vehículo que nos ofrecen la tradición y la doctrina, pues ellas nos
ubican y orientan. Haciendo la salvedad, de que esta doctrina es la expresión del
conocimiento interno de la cosmogonía y que debe diferenciarse claramente del dogma,
que es la imposición autoritaria de pretendidos axiomas elegidos arbitraria o
interesadamente. Así pues, esta promoción al conocimiento, que se verifica por sí
misma, es un ingreso –por medio del enlace con la intimidad de la doctrina– al mandala
vivo de la cosmogonía: lo que supone una ordenación en lo interno y un conocimiento
directo de lo sagrado.
También hubiéramos querido escribir sobre la rueda como símbolo de refugio, como
protección mágica, y en ese sentido emparentarla con cualquier recinto sagrado,
vinculado siempre con la salvación, ya sea éste el círculo mágico o el arca de Noé.
Asimismo como defensa contra las tinieblas exteriores y como talismán. E igualmente
recalcar sus cualidades terapéuticas y curativas, que coinciden con las que se atribuyen a
los símbolos y a los conjuntos de simbólicas tradicionales, en general. Por otro lado, la
rueda es el instrumento principal de la ciencia de los ritmos, cuyo fin es ritmar,
conectarse con el ritmo del ser universal. La palabra "rosario" deriva de rotarium y con
ella se designan los recordatorios religiosos del cristiano, islámico y budista. Es
interesante observar que ciertas ruedas utilizadas en esta última tradición, para la
reiteración ritual, se hayan conocido en Occidente como "máquinas de orar". La oración
misma puede verse como un circuito de comunicación tierra-cielo-tierra, y el rito
rítmico de la plegaria un volver al sí mismo. Ciertos símbolos clásicos y renacentistas,
como el de las tres Gracias, están dispuestos en forma encadenada y relacionados de tal
modo los unos con los otros, que nos transmiten por sus gestos y las expresiones de sus
rostros, la idea de dar-aceptar-devolver. Asimismo se corresponden con las tres Parcas,
que tejen el destino del cosmos y de los hombres: una hila, la otra mide, la tercera corta;
también asimiladas al pasado, al presente y al futuro.4
También hay una constante tradicional en la que se suelen asociar el acto creativo, el
sonido, la luz y el nombre, con el símbolo de la rueda. En la tradición hindú se dice:
"Mediante el nombre de los cuatro, él ha hecho girar la rueda redonda."5 Con respecto
al sonido, el monosílabo AUM (OM) con el que se evoca y repite el acto creativo, "pasa
de la vocal más abierta a la consonante más cerrada cercando las posibilidades
indefinidas del sonido", como nos dice Lanza del Vasto.6 En lo que se refiere a la luz, la
simple enunciación del Fiat Lux hace que la luz sea y con ella todas las cosas. En este
último caso, el sonido es anterior a la luz y ésta es su manifestación, en cuanto se
identifica con el rayo creacional, que une el centro con la periferia, conformando un
orden inteligible.
Igualmente queremos destacar –aunque parezca hoy extraño– las buenas maneras y las
leyes de la cortesía y el mutuo respeto, como formas rituales cotidianas, que producen
un movimiento completo de ida-vuelta y retorno, que facilita constantemente la
posibilidad de ser. Esta actitud se encuentra, mismo hoy en día, en algunas comunidades
donde llega a tomar la forma del amor y de la armoniosa y equilibrada convivencia. Ha
sido parte de todas las culturas e incluye un compromiso con la vida y una aceptación
del orden, favoreciendo la creación en un ambiente adecuado para la gestación-
nacimiento-realización de sus integrantes. Permitiendo además una interpenetración de
energías entre ellos y una comunicación de todo tipo a través de parámetros simbólicos
especialmente diseñados con ese fin, pero que, como todas las cosas, una vez que se
transforman en algo institucional, oficial, pierden su sentido y pasan sólo a ser formas
huecas y convencionales, que terminan muriendo por la rigidez de su solidificación.
Es como si cada gesto tuviera su réplica opuesta, que formara parte del todo. Y todo
origen-desarrollo y fin, volviese sobre sí mismo –como bien lo demuestra el ciclo de la
vida humana: generación-duración-entrega (o retorno)– y este apagarse y prenderse,
nacer y morir, de los ciclos, constituye la armonía universal; pues aquel rotar conforma
un conjunto visible e invisible de causas y efectos que garantiza la coherencia y
solidaridad del mismo y que "en sí" es su propia explicación o conforma su dialéctica.
Todo esto en forma simultánea, por mediación de una serie de planos horizontales, que
al llegar a su límite, término o muerte, desencadenan la creación de otros nuevos, que
han de correr igual suerte que sus predecesores, como asimismo la de sus sucesores. De
tal modo, este conjunto carece de principio y de fin en el tiempo y no puede ni podría
tenerlo. La ley causa-efecto funciona hasta cierto nivel, humano o cósmico. Más allá
están –valga la paradoja– las posibilidades supra-humanas del hombre y las supra-
cósmicas del cosmos, lo que equivale a decir: el conocimiento de otros niveles del ser
universal. Hay un sentido interno en el concierto cósmico, unido por la energía que
simbolizan los nombres de amor arquetípico, amor divino (o sea la atracción que siente
el creador por sus criaturas y que éstas devuelven haciéndolo mutuo) o amor a secas.8 Y
el juego de sus tensiones internas (derecha-izquierda, adelante-atrás, arriba-abajo),
confluyen y se atraen y repelen, produciendo la aparente solidez del conjunto. Estas
oposiciones, necesariamente suponen un espacio, en el que la simultaneidad debe
manifestarse en forma sucesiva. Toda posibilidad humana está contenida en este
esquema. Por lo tanto, la idea de lo supra-humano y de lo supra-cósmico, es inmanente
al hombre y al cosmos y necesariamente los trasciende. La rueda no dejará de girar y
volver conforme un plan perfecto e invariable, que en su propio diseño contiene al
mismo tiempo su ley y además su clave –o llave–, es decir: la posibilidad de lo que está
más allá de ella.
Otros temas de mucho interés son el del símbolo de la rueda como ombligo y ojo
cósmico y sobre todo el de la corona como una modalidad del de la rueda. En efecto, la
corona, como ciertos objetos de uso diario (alianzas, collares, pulseras, aros), participa
de este simbolismo central y axial, aunque ésta nos interesa ahora en particular porque
significa ciertos atributos propios de la autoridad y el poder, y no es casual que su
ubicación en el cuerpo humano –en su sumidad– corresponda a ideas de realización y
grandeza. El rey figura la encarnación de las energías de la deidad, de la cual es
intermediario en la tierra. Gobierna y ordena, y de ahí su vinculación unánime con el
sol, al que también se denomina astro-rey. En ese sentido, es también el centro crístico,9
la posibilidad divina, y representa al hombre adámico, al hombre verdadero, regenerado.
En la simbólica cristiana se le atribuye a Jesús un doble papel; uno el de sacerdote y el
otro el de rey. Este último es también un símbolo axial (como bien lo expresa en la
iconografía el cetro con que se le representa), que psicológicamente se traduce como un
estado obtenido al llegar precisamente al centro: reintegración que determina el que
podamos ser los emperadores –ni autoritarios ni pretenciosos– de nosotros mismos,
acaso reyes con corona de espinas, tal como la describe el Evangelio. La tonsura de los
frailes representa esto y es importante insistir en que el símbolo se halla ubicado en la
cúspide del microcosmos, señalando su punto de salida, como lo hace la estrella polar
en el macrocosmos. El sombrero de paja –y todo sombrero–, construido a partir del
centro y en forma circular, por el entrecruzamiento de la urdimbre y trama, no sólo es
protección contra el sol, o abrigo, sino que como el paraguas, o parasol –que tiene forma
de domo–, es un adminículo mágico y celeste de importancia capital, para quienes no
toman a broma estas cosas.
Se habrá notado que a lo largo de estos escritos no se ha puesto el índice sobre los
aspectos prácticos y artesanales de la rueda sino en forma secundaria. Muchos han
querido ver en la rueda el primer instrumento técnico de la humanidad, ya sea como
productor de fuego, es decir, como un transformador y generador de energía o también
como medio de transporte y sobre todo como factor de reproducción indefinida. Es
probable que desde su punto de vista estén en lo cierto. Pero esas características son
derivadas de las significaciones principales del símbolo.
En la sociedad moderna, las ruedas y los engranajes juegan tal papel, que bien podría
decirse que estas sociedades en realidad no existirían si no fuese por tales artefactos. Y
pudiera seguirse en esa misma línea afirmando que la rueda es la entraña de las naciones
contemporáneas. Así lo es, en efecto, y aquí podemos ver nítidamente otra muestra de la
ambivalencia del símbolo; ya que lo que significa la perfección celeste puede también
significar la esclavitud infernal, según sea el contenido que le atribuyamos o asignemos,
el cual está en proporción directa con la comprensión y el respeto que tengamos por el
símbolo en general. Lo cierto es que en la sociedad mecánica y técnica en que vivimos,
las mismas máquinas y sus funciones son simbólicas y hablan a todos aquéllos que están
dispuestos a escucharlas, a pensar en ellas, pues bien pueden constituir soportes para la
meditación y la reflexión, como todas las cosas. En primer lugar, ellas están basadas en
la dualidad macho-hembra; y en segundo, se articulan de acuerdo a las leyes de la
simetría, que son otras formas de lo anterior. Se suele pensar que estas características –y
otras– que poseen las máquinas, están inspiradas en el cuerpo humano, al que copian y
al que acabarán finalmente por reemplazar. La verdad es que tanto la máquina como el
cuerpo humano no pueden evadirse de las estructuras y leyes cósmicas y su modelo
inmutable, en los que están comprendidos. Sin embargo, nos es bastante difícil entender
estas sencilleces, porque es tan grande el condicionamiento que las máquinas nos han
producido en pocos siglos que han terminado por dominarnos, ya que no podemos salir
de los esquemas mentales que su uso nos ha impuesto. Pues actuando directamente
sobre nuestra psique, han modificado no sólo nuestros hábitos, costumbres y conductas,
sino que han determinado nuestras emociones y gustos y, lo que es aún peor, han
mecanizado nuestra inteligencia rebajándola sólo a niveles cuantitativos de producción
y eficacia, que pretenderían excluir a todos los otros. Nuestras concepciones mentales
están signadas por el medio en que vivimos y en éste domina lo mecánico y técnico. Tal
vez no nos damos cuenta de este hecho porque soñamos que somos artistas o filósofos,
o muy originales, pero nuestra imagen íntima del cosmos es más parecida a un ingenio
mecánico, a una fábrica –o a un hormiguero–, que a cualquier otra cosa.
Sin embargo muchísimos de los inventos del mundo moderno son casi modelos
herméticos a escala. Tal es el caso del cinematógrafo: en un plano cuadrangular –
equivalente al espacio cúbico de la sala de proyección– irrumpe un rayo de luz en la
oscuridad y se suceden entonces acciones de posibilidades y duración indefinidas, pero
siempre limitadas. Todo sucede allí. Esa película es la totalidad de sí misma. Como ella
pueden haber millones, pero siempre el hecho es el mismo. Por otra parte, la imagen que
vemos es proyectada por un aparato movido por una rueda que nos va presentando
sucesivamente las secuencias. Pero para que esto sea posible, es necesario que otra
rueda rebobine la cinta, pues la imagen de la proyección está invertida con respecto a la
imagen de la filmación. Lo curioso es que cuando se hace la "toma", sucede lo mismo
con respecto a lo que se filma y la máquina debe invertir ópticamente la imagen, tal
cual, por otra parte, lo hace el ojo humano. Se podría extender mucho este interesante
tema pero no es el caso de hacerlo en este lugar. Otro invento evidente es el del
fonógrafo. Gira en un plato un disco –esta vez la rueda produce sonido– y todo lo que es
ese disco, su ciclo de duración completo, su espacio musical, está allí presente. Su
desarrollo va desde su principio a su fin. Hay muchísimos discos y cada uno de nosotros
somos artistas que grabamos nuestro propio disco. Jamás nadie podrá contar todos esos
discos –o mundos– y aunque pudiese, no le valdría absolutamente para nada. Eso nos
lleva a la idea de un disco que contuviera todos los discos. El universo en que vivimos
bien pudiera ser ese disco, cassette o rollo de pianola tridimensional y "quíntuple-
sensorio". Pero entonces, sería lícito preguntarse: ¿cuándo empezó y cuándo acaba?, y
además ¿quién lo puso? Creemos haber dado algunas ideas al respecto. Podríamos
responder que del organismo vivo del cosmos los hombres derivan todas las mecánicas,
y que no de nuestras concepciones mecánicas, derivan el cosmos y el hombre.
Podríamos también decir que esas concepciones, a su vez, son secuelas de ideas
filosóficas erróneas, que han dado lugar precisamente a la sociedad industrial,
caracterizada por el racionalismo, el materialismo y lo cuantitativo. La cual nos lleva a
formular las susodichas preguntas equivocadamente y a concebir al hombre, la
naturaleza y el cosmos, como máquinas; en este caso máquinas de responder. Y
podríamos además dar un montón de explicaciones y tal vez escribir una vez más este
libro. A veces no conviene dar demasiadas explicaciones, y otras no hay nada más que
explicar. Hemos visto al cosmos como una vibración que se propaga en todas
direcciones alrededor de sí misma, por ondas concéntricas, en forma isótropa, como un
vortex espiral o una helicoide indefinida o una esfera que no se cierra jamás. Este
fenómeno no tiene ni principio ni fin, se regenera ad infinitum, y sólo es la proyección,
la huella o manifestación, de un misterio invisible e inaudible que se encuentra oculto
en sí mismo. Pero esto es sólo una forma de decírnoslo, de comprenderlo. En realidad
todo es mucho más sencillo, presente, intangible, e indeterminado; y siempre, con
respecto a los ojos de los sentidos, completamente otra cosa.
Por otra parte, no hay nadie en el desván de los fantasmas de la mente. Los dioses
benéficos y los maléficos son exactamente los mismos, pero invertidos. Y ambos son
ilusorios. Los horrores y los éxtasis por los que atravesamos son igualmente vanos.
Mientras no podamos salir de la idea de causa y efecto, seremos atormentados por
nuestro karma. Pero si bien la ignorancia es dolor y sufrimiento, el saber que somos
víctimas de las imágenes y los trucos mentales –aún los más sofisticados y
autojustificados–, que nosotros mismos proyectamos o emitimos, es curativo e
iluminador y puede liberarnos del compromiso de nuevas acciones o identificaciones
con lo relativo. Puesto que no realizándolas, o no esperando nada de ellas, se convierten
en simples hechos que ya no causan efecto alguno. Y este es el caso de lo que puede
acontecer con nuestros egos, disfraces, máscaras, personalidades, estados anímicos,
gustos, conductas y formas de vida, que no dejan de ser cosas secundarias o aleatorias.
Y el rey cuenta su historia: "La amé más que la salud y la hermosura, y preferí tenerla a
ella más que la luz, porque la claridad que de ella sale no conoce noche. Con ella me
vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas incalculables en sus manos. Y yo me
regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los trae, aunque ignoraba que ella
fuese su madre". (Sabiduría VII, 10-12). Y sigue: "Pues hay en ella un espíritu
inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible,
amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, que
todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los
más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo
atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una
emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a
alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios,
una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva
el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de
Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría. Es ella, en
efecto, más bella que el sol, supera todas las constelaciones; comparada con la luz, sale
vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la Sabiduría no prevalece la
maldad" (Sabiduría VII, 22-30). Continuando: "Se despliega vigorosamente de un
confín a otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo. Yo la amé y la
pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un
apasionado de su belleza. Realza su nobleza por su convivencia con Dios, pues el Señor
de todas las cosas la amó. Pues está iniciada en la ciencia de Dios y es la que elige sus
obras. Si en la vida la riqueza es una posesión deseable, ¿qué cosa más rica que la
Sabiduría que todo lo hace? Si la inteligencia es creadora, ¿quién si no la Sabiduría es el
artífice de cuanto existe? (Sabiduría VIII, 1-6).
Se ve claramente aquí que esta hembra es una deidad: una diosa. Y para ser exactos: la
Diosa, que va cambiando sus nombres y quitando sus ropajes antes de entregarse
definitivamente. Ella es madre y esposa, hermana y novia, hija y concubina, su
sexualidad se expande en forma esférica en todas direcciones. La promesa que exhala su
fragancia es la misma que nuestra necesidad de copular místicamente con ella. Nos
llama con el fuego de su ardiente amor, amor divino, y se nos revela virgen y vacía,
oscura, sutil y misteriosa, perfectamente invisible, pero también pura, limpia y clara
como el esplendor desnudo de la idea. La tierra, la naturaleza y la vida han heredado
estos atributos que reflejan generosamente y nos los ofrecen como medios de
realización. Por el amor a la vida y a las criaturas –amor que de ninguna manera es
"ideal"– y a través de ellas, y conjuntamente con ellas, se reitera el rito cósmico
permanente. Las asociaciónes de la mujer con el amor, la generación y la vida son
conocidas por todo el mundo (Afrodita nace de una concha, símbolo de la concepción,
Deméter preside las bodas, Hera dirige la vida de los héroes). Ella simboliza la
recepción, en cuanto es la contraparte femenina del cielo, y genera el dulce y delicioso
vino de la vida, la comunión en la sangre del cosmos, en los efluvios secretos y
nutritivos de la savia de la tierra, y nos transmite el vértigo y el éxtasis de la belleza.
Llegamos ya al final de estos textos, que tal vez hayan dejado traslucir la posibilidad de
una vía simbólica como forma y método de acceder al conocimiento. En verdad, la
simbólica es una ciencia de estructuras, una ciencia arquetípica, una ciencia de
ciencias.10 Existe desde siempre, y todos los pueblos y dioses se han expresado a través
de ella. Asimismo puede plantearse –y de hecho actualmente así se la plantea– como
una ciencia nueva: la simbología11 que cumplirá sus funciones y propósitos en cuanto
restituya al símbolo su sentido original y haga de esta manera que las energías
potenciales que yacen en él, resuciten, vivificando a su vez todo su entorno.
Y por último nos toca ahora a nosotros formular una pregunta: si aceptamos que más
allá del tiempo no hay causalidad y por lo tanto no hay historia, ni personalidad. Y si
consideramos que la eternidad no ocupa lugar, entonces, con toda franqueza, ¿adónde es
que vamos?
NOTAS
5 Rig-Veda, 1,155,6.
7 Es muy interesante pensar que estamos signados por nuestro futuro y adoptar
frecuentemente ese punto de vista: reconocer que esa persona que hoy vemos por
primera vez y que nos resulta tan familiar, ya la conocemos de nuestro futuro. Si nos
fijamos bien, es probable que a casi toda la gente uno la haya conocido del futuro.
8 Al final de La Divina Comedia, Dante nos dice que el amor es el que hace girar
armónicamente la rueda que mueve el sol y a las demás estrellas.