La Rueda

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 153

LA RUEDA, UNA IMAGEN SIMBOLICA DEL COSMOS

INTRODUCCION

Como inauguración de sus actividades editoras, SYMBOLOS ha decidido, con sumo


acierto, la publicación de La Rueda: Una Imagen Simbólica del Cosmos, de Federico
González, obra que a través de la exégesis del símbolo de la rueda logra una síntesis
magistral del pensamiento esotérico, iniciático, simbólico y tradicional.

La primera parte es una introducción a la simbología y nos enseña a reconocer el


lenguaje sagrado y sus posibilidades, permitiéndonos una clara comprensión de que el
símbolo, para las tradiciones antiguas y para los hombres de conocimiento que han sido
capaces de transmitirlas y conservarlas, es algo siempre vivo, actuante y transformador;
intermediario por cuyo conducto se logra el desarrollo de las potencialidades internas, la
conexión con los estados superiores de la conciencia y el ser, y el retorno a la morada
celeste de la que nunca se ha salido sino ilusoriamente.

La manifestación entera como la expresión de un código simbólico, el universo, como


un mandala vivo, el hombre como símbolo central (intermediario entre la tierra y el
cielo) son ideas que se entretejen y desarrollan de tal manera que nos revelan la
posibilidad de encarnar el conocimiento y de regenerar al tiempo, al mundo y a nosotros
mismos, a través de un trabajo interior en el que el arte, los ritos y los mitos –y hasta la
ciencia más moderna, bien entendida– actúan como vehículos transmisores y
conductores, soportes que posibilitan el auténtico ser del hombre y su reintegración al
estado primordial. Los símbolos para el autor (y en particular el de la rueda que incluye
y sintetiza las posibilidades de lo inmanifestado y de la manifestación) son la
representación viva de una idea, de una energía-fuerza latente en el interior del hombre
y que se despierta mediante el aprendizaje de la doctrina, el estudio de los libros
sagrados y la meditación de estos códigos simbólicos que han sido diseñados con ese
fin. Gracias al símbolo las ideas sutiles y abstractas se concretan manifestándose en el
orden sensible, y a la vez las cosas sensibles y concretas se abstraen elevando nuestro
pensamiento a esas regiones metafísicas donde residen los arquetipos y los dioses. La
obra propone una aventura heroica, un verdadero viaje de búsqueda del conocimiento
que se realizará en cada uno de nosotros, en nuestro interior, conforme vayamos
investigando y profundizando en los misterios del cosmos, el que a su vez es un modelo
simbólico en el que podemos vernos reflejados. Y siendo el hombre en verdad lo que
conoce (pues participa plenamente de aquella sustancia que ocupa su mente), de esta
manera vivifica a esos arquetipos que son su propia naturaleza, permitiendo que éstos lo
conduzcan hacia lo supraindividual y lo supracósmico, donde encuentra su ser real,
deificado e inmortal, es decir su suprema identidad.

Al igual que el tema que desarrollan, estos estudios tienen un carácter circular, gracias
al cual se reitera la idea central desde diversos enfoques o ángulos de visión. De esta
manera permiten que el pantáculo* de que se trata se grabe en nuestra interioridad,
iluminando las indefinidas posibilidades regenerativas del ser, a las que el hombre
accede desde su propio centro o verdadero Yo –centro común a todos los seres, tengan
éstos o no conciencia del mismo– y que el punto interior de la rueda –su origen, su
razón de ser– simboliza. La estructura misma del libro es significativa y coherente con
el tema tratado, pues se encuentra dividido en tres partes y nueve capítulos (recordemos
que el tres es un ciclo cerrado, y que el nueve es el número de la circunferencia) cada
uno de los cuales es a su vez un todo completo, una idea "redondeada", un punto de
vista a partir del cual puede visualizarse y realizarse el centro arquetípico o eje vertical
donde es posible hallar "ese lugar que todos los seres anhelan, aun sin saberlo".

Una vez que el autor nos ha introducido en los principios del simbolismo general, y
luego particularmente en el de la rueda, dedica un capítulo esclarecedor al arte como
forma de conocimiento. Con ese rigor necesario para que pueda brillar la verdad,
denuncia los errores propios de la visión del hombre moderno (de lo cual se ocupa
también, equilibradamente, a lo largo de estos escritos) y encara al arte como algo
sagrado, íntimamente vinculado con el amor y con el misterio, como un rito o un
símbolo que permite la posibilidad de comunicarse con la verdad interior por mediación
de la belleza y de encarnar la idea arquetípica, haciéndonos ver a la vida como una
poética relacionada con la búsqueda de esa verdad. Ve al artista auténtico como a un ser
creador capaz de engendrar un cosmos, como un "individuo de oficio o de conocimiento
que recrea al mundo a través de su actividad redentora", y desde esta perspectiva el
mismo ser humano regenerado y el universo entero pasan a ser una perfecta obra de arte
en perenne realización, a la que es posible sumarse, coronando la obra de la creación.
No obstante la universalidad que expresa y las múltiples referencias a las variadas
tradiciones y culturas de los diversos tiempos y lugares, este libro tiene grabado el sello
de la tradición hermética, y, precisamente, la segunda parte de este trabajo está referida
más específicamente al hermetismo, al que ve como una forma de la tradición unánime,
encontrando en él el fundamento metafísico y las raíces del pensamiento de Occidente
expresado en las ideas comunes del esoterismo egipcio, judío, griego, romano, cristiano
y árabe. Propone así la senda mágica de la iniciación hermética como una forma de
llegar a conocer la simbólica universal y como una vía especialmente adecuada a la
mentalidad occidental, que ha posibilitado en esta parte del mundo y en este momento
histórico, la iniciación en los misterios y la conservación de la doctrina. Nos muestra
cómo estas ideas han sido el eje invisible que ha determinado los acontecimientos
históricos y culturales más importantes, dándonos a su vez una visión también sacra de
la historia, de la que Occidente no ha dejado de participar. Hace especial énfasis en la
tradición cristiana, mencionando santos y sabios que por esa vía han encarnado el
conocimiento y. nos ofrece constantes citas bíblicas y evangélicas que permiten
visualizar al libro sagrado desde la perspectiva iniciática. Igualmente describe con
claridad y poder sintético dos códigos herméticos, íntimamente relacionados entre sí,
diseñados para permitir la comprensión de la cosmología: el Tarot y el árbol de la vida
sefirótico, verdaderos mapas de ruta que pueden servir como soporte durante los viajes
hacia nuestro propio centro. Los números y las letras –es decir, los arquetipos– reviven
cuando estos oráculos se ponen en juego. Encarándolos en el nivel más alto, la obra nos
da los elementos suficientes para su comprensión y establece las bases a partir de las
cuales uno pudiera realizar sus propios cálculos e investigaciones, y utilizarlos como
vehículos de autoconocimiento y realización espiritual, guardándose así de las
aplicaciones de tono menor con las que a veces se les confunde en el mundo profano. Y
al ligar la rueda con otros símbolos tradicionales amplía las posibilidades cognoscitivas
de este signo y nos ofrece un mosaico de relaciones del mismo con el zodíaco, las
ruedas calendáricas y los ciclos; con el fuego y los elementos, las figuras geométricas y
los números; y con los simbolismos constructivos de la ciudad y el templo, los juegos,
el teatro y el circo, etc., que cobran particular significación cuando se los ve actuando en
nuestra interioridad, realizando un movimiento espiral que nos permite intuir el origen
de toda manifestación y la posibilidad del ascenso vertical hacia lo inmanifestado y
esencial.
En la tercera y última parte pasa en primer término a referirse a los ciclos y los ritmos,
al tema de la geografía y la historia sagrada –a la que ve como una "simbólica del alma
de los hombres"– y a la idea de la circularidad del tiempo y su relación con el espacio,
conceptos que une con el de movimiento a través de un entrelazamiento de ideas que
transporta nuestra mente a los principios, a esas regiones y dimensiones míticas que
toda manifestación particular imita a su manera y en las que todo encontraría su razón
de ser. El universo, la galaxia, el sistema solar, la tierra, las civilizaciones, el hombre, la
molécula, la célula, se perciben como un ser vivo, perfectamente concatenado y
equilibrado, apareciendo lo macro y microcósmico como un todo orgánico y armónico
del que el ser humano –como intermediario– puede tomar conciencia, identificándose
con él. Todo esto, que apenas es el paso previo para acceder a lo supracósmico, se
realiza como un verdadero recuerdo de Sí (de Uno mismo) gracias al cual se recobra la
certeza de que todo es simultáneo y presente –es decir, eterno– "pues está sucediendo
ahora en el corazón del hombre". Una vez expresadas estas ideas, a través de las cuales
se podría realizar una total regeneración del tiempo y el espacio, y luego de anunciar el
advenimiento de un cielo y una tierra nuevos, que coronan la transmutación interna, el
autor nos ubica –conocedor de los datos tradicionales y de sus proporciones y medidas–
en la realidad histórica que vivimos, sumándose a esas voces que desde los cuatro
puntos cardinales advierten que esta generación será testigo del fin de un ciclo (o
manvántara), gracias a lo cual se abolirán las limitaciones espacio-temporales, dando
lugar al "segundo advenimiento, a la liberación" y al "retorno a la frescura virginal de
los orígenes". Y es esta realidad la que justifica el hecho de que este tipo de literatura
tradicional esté saliendo a la luz, expresando ideas que en otros tiempos fueron
transmitidas oralmente y en secreto a los iniciados de las diversas culturas.

En el capítulo "Las Dos Mitades del Modelo Cósmico", el entrecruzamiento horizontal-


vertical de la trama y urdimbre de la obra cobra vida cuando se refiere a la conjugación
de los opuestos y a las leyes de la analogía, que nos enseñan la perfecta unión de cielo y
tierra (espíritu-materia) y el papel que juega el hombre como elemento imprescindible
para que esta unión se realice. La esfera, la rueda y el ciclo se ven aquí divididos en dos
mitades, haciéndose especial énfasis en el aspecto oscuro, inmanifestado, invisible,
desconocido y secreto, que es el que generalmente ignora la visión profana y sin el cual
la manifestación visible carecería de sentido progrediendo indefinidamente en la
relatividad. Se nos muestra la jerarquización de los estados del ser y los distintos niveles
de comprensión de la realidad, de lo que este libro da un ejemplo que pudiera
comprobar cualquiera que lo estudiara a fondo, pues expresa ese tipo de ideas que cada
vez que se leen o escuchan resultan nuevas porque se las está comprendiendo a otro
nivel. Es justamente gracias a la reiteración ritual que ellas mismas promueven, que se
van perforando las apariencias de las cosas, produciéndose verdaderas rupturas de nivel.
Esta literatura simbólica contiene un metalenguaje que encierra siempre una dimensión
oculta y misteriosa, de la que pudiera participar el lector atento que estuviera dispuesto
a realizar un verdadero trabajo de autoconocimiento. En ese sentido podrían destacarse
las características visuales de estos textos, que funcionan como auténticos promotores
de imágenes y visiones. Terminan estos estudios haciéndonos ver la imposibilidad de
agotar un tema que por su propia naturaleza no puede agotarse. Pero como una rueda
que contiene dentro de sí la potencialidad de generar otras manifestaciones ligadas a su
centro o eje común, lo vuelve a abordar desde otros puntos de vista, dejando abierta la
posibilidad de ulteriores desarrollos que podrían permitir la encarnación de la idea a
quienes fueran capaces de repetirla con formas regeneradoras.

Concluye con un bello canto a la sabiduría y al amor, y pasa a ofrecer una selección
bibliográfica que bien podría ser una útil guía para quienes se interesan en la simbólica
al nivel más alto y están dispuestos a someterse a un estricto rigor intelectual como el
que promueve la lectura de este libro.

Estamos en presencia de una obra que expresa con belleza y originalidad, en un


lenguaje perfectamente adecuado a nuestra circunstancia espacio-temporal,
pensamientos sutiles y reveladores de la philosophia perennis que se van tejiendo con
naturalidad, armonía y ritmo a lo largo de estos escritos. Si nos abrimos a ellos
penetrarán en nuestra interioridad actuando efectivamente, pues han sido burilados con
palabras que, por provenir de lo más profundo del corazón, son capaces de grabarse en
el nuestro con toda la fuerza que otorga la verdad.

Quiera el destino que esta editorial que se inicia con obra tan trascendente, y que
anuncia un programa de publicaciones tan importante, pueda cumplir con éxito sus
propósitos, estableciendo una relación directa, válida y eficaz entre el lector y la
tradición unánime. Fernando Trejos
Nota

* O "pequeño todo".

INDICE Y VINCULOS A LOS CAPITULOS

*
* *

Federico González nació en Buenos Aires, Argentina, en 1933. Ha vivido muchos años
entre México y Barcelona, España, donde en 1979 fundó el Centro de Estudios de
Simbología de dicha ciudad. Actualmente radica en Guatemala.

*
* *

NOTA

Este libro se empezó a escribir en Kathmandú (Nepal), en abril de 1980 como una
síntesis de lo expresado en varios años de conferencias y cursillos, en especial los
dictados en la Universidad Autónoma de México (Casa del Lago) y la fundación Joan
Miró de Barcelona, así como en el Centro de Estudios de Simbología de esta ciudad. Lo
que hoy constituye el capítulo II fue publicado en forma fragmentaria y como dos
artículos, a fines de ese mismo año, en el suplemento literario del desaparecido diario
"La Opinión" de Buenos Aires. Los restantes capítulos del presente libro han sido
escritos en la India, España, Argentina y México, es decir en el transcurso de viajes en
los que no siempre pudo el autor contar con el aparato bibliográfico necesario para su
redacción, como hubiera querido. Sin embargo se ha verificado con posterioridad la
casi totalidad de las fuentes y las citas. Una segunda edición de este libro apareció en
México en 1987 (B.D.E.).

*
* *
1. "Es verdad, sin mentira, cierto y lo más verdadero: Lo que está abajo es como lo que
está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para que se obren los milagros
de una sola cosa."

2. "Así como todas las cosas proceden del Uno, por la contemplación del Uno, así todas
las cosas resultan de esta cosa única por adaptación."

3. "Su padre es el Sol, su madre es la Luna, el Viento lo llevó en su vientre, su nodriza


es la Tierra."

4. "Es el padre de toda maravilla en el mundo entero."

5. "Su poder es perfecto cuando se convierte en tierra."

6. "Separa la Tierra del Fuego, y lo fino de lo grueso, suavemente y con todo cuidado."

7. "Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de


las cosas de arriba y de las de abajo. De este modo poseerás la gloria del mundo entero
y toda oscuridad se alejará de ti."

8. "Esta es el poder de todo poder, pues vence todo lo que es sutil y penetra todo lo que
es sólido."

9. "De esta manera fue creado el mundo, el mundo pequeño a semejanza del grande."

10. "Por ello, se obrarán así adaptaciones prodigiosas, cuyos medios se hallan aquí
establecidos."

11. "Por eso soy llamado Hermes Trismegisto, pues poseo las tres partes de la Filosofía
del mundo entero."

12. "Terminado y completo está lo que he dicho con respecto a la obra del Sol."
Tabla de Esmeralda, atribuida a Hermes Trismegisto.
"Visita las entrañas de la Tierra, y rectificando encontrarás la piedra escondida".
Máxima de Basilio Valentino
(Alquimista del siglo XV).
"Cantemos la luz que lleva por el camino del retorno a los hombres;
Glorifiquemos a las nueve hijas del gran Zeus,
De luminosas voces;
Cantemos a estas vírgenes que,
Por la virtud de las puras iniciaciones que
Provienen de los libros, despertadores de inteligencia,
Arrancan de los dolorosos sufrimientos de la tierra,
A las almas que yerran en el fondo de los pozos de la vida"

Proclo: Himno a las Musas

LA RUEDA
Una Imagen Simbólica del Cosmos
INDICE DE LA OBRA

Presentación
PRIMERA PARTE
Capítulo I De los Símbolos y la Simbólica
Capítulo II El Simbolismo de la Rueda:
1) Algunos aspectos del Simbolismo de la Rueda 2) Otras modalidades del Símbolo de
la Rueda
Capítulo III Perspectivas desde el Arte
SEGUNDA PARTE
Capítulo IV * La Tradición Hermética
Capítulo V Dos Modelos Simbólicos Herméticos:
1) El Tarot
2) El Arbol de la Vida Sefirótico
Capítulo VI La Rueda y sus Relaciones con otros Símbolos Tradicionales
TERCERA PARTE
Capítulo VII Ciclos y Ritmos
Capítulo VIII Las Dos Mitades del Modelo Cósmico
Capítulo IX Conclusión
Bibliografía Básica
* En página del Centro de Estudios de Simbología de Barcelona.

CAPITULO I
DE LOS SIMBOLOS Y LA SIMBOLICA
Todos los seres y las cosas expresan una realidad oculta en ellos mismos, la cual
pertenece a un orden superior, al que manifiestan, y son el símbolo de un mundo más
amplio, más realmente universal, que cualquier enfoque particular o literal, por más rico
que éste fuese. En verdad la vida entera no es sino la manifestación de un gesto, la
solidificación de una Palabra, que contemporáneamente ha cristalizado un código
simbólico. Ese es el libro de la vida y del universo, en el que está escrito nuestro
nombre y el de todos los seres y las cosas, y los distintos planos en que conviven y se
expresan, comunicándose perpetuamente, interrelacionándose entre sí a través de gestos
y símbolos. La trama entera del cosmos es en verdad un símbolo que cada una de sus
partes expresa a su manera.

Y si toda la manifestación es simbólica y el universo un lenguaje, un código de signos,


nosotros somos también símbolos y conocemos y nos relacionamos a través de ellos.
Todo pasa entonces a ser significativo y cada cosa está representando otra de orden
misterioso y superior a la que debe la vida, su razón de ser.1 Entonces los símbolos
están vivos y emiten sus mensajes, e interactuando los unos con los otros también
reciben y retransmiten innumerables señales y constituyen grupos, conjuntos, señales o
estructuras de los que son parte. Los indefinidos códigos simbólicos están manifestando
un sólo modelo universal, la arquitectura de la tierra y el cielo, encuadrada en los límites
del espacio y del tiempo.

Son pues inevitables, consubstancial es al ser humano. Y ellos, como los gestos,
generan el enmarque en que nos hallamos, promoviendo todas las acciones, no sólo las
que han pasado y las futuras, sino las del presente, las del ahora mismo. Si con el
lenguaje pueden nombrarse todas las cosas, todas las cosas están implícitas en el
lenguaje. Si lo numerable tiene signo, en esos signos está toda la posibilidad de lo
numerable. Gracias al símbolo nos revelamos a nosotros mismos, pues merced a éste se
forma la inteligencia, se crea nuestro discernimiento y se ordena la conducta. Pudiera
decirse que él es la cristalización de una forma mental, de una idea arquetípica, de una
imagen. Y al mismo tiempo su límite; lo que posibilita el retorno a lo ilimitado a través
del cuerpo simbólico, que permite así las correspondientes transposiciones analógicas
entre un plano de realidad y otro, facultando el conocimiento del ser universal en los
distintos campos o mundos de su manifestación. Ya que expresa lo desconocido por su
apariencia sensible y conocida.

El símbolo conforma de continuo lo preexistente, establece una perpetua conexión con


nosotros mismos y una vinculación constante con el cosmos, del que es solidario. El
gesto simbólico, o el rito cósmico, es la permanente posibilidad del reciclaje del ser y de
la cadena de los mundos. Es revelador, siempre da a conocer algo. Tiene también
poderes transformadores. Por su intermedio algo abstracto se concreta, e inversamente
algo concreto se abstrae. Es ambivalente, pues es aquello que él expresa y
simultáneamente lo expresado. Su función mediadora constituye un punto de conexión
donde se produce la transición entre dos realidades, participando de ambas: como sujeto
dinámico, o como objeto estático.

A su función intermediaria como sujeto pudiera representársela geométricamente con la


vertical, que se recorre en dos direcciones: ascendente-descendente-ascendente. Y a su
función como objeto estático se la podría ilustrar con la horizontal, que es un reflejo de
la energía vertical en el plano de la realidad sensible donde ésta se expresa. Y donde
también se da su ambivalencia, generando de esta forma las leyes de la simetría, lo
izquierdo y lo derecho en el cosmos.
Esta polarización está presente en todo lo signado por el espacio y el tiempo, y se refiere
al pasado y al futuro, a lo pasivo y a lo activo, a la concentración y a la expansión, a la
atracción y a la repulsión, y a toda dualidad complementarla de opuestos que posibilitan
el orden y el equilibrio cósmico, y que el símbolo testimonia sin hacer exclusiones.

La simpatía, o la sintonización de una onda o vibración rítmica común, hace que dos
cosas se correspondan, pues lo similar atrae lo similar y se une con él. La atracción
produce la complementareidad y la fecundación, la división prohija la ruptura y la
expulsión. Para que dos cosas se atraigan mutuamente es necesario que haya en una
parte de la otra, y en ésta algo de aquélla.

Estas situaciones se dan a distintos niveles de profundidad y planos de relación. Y es


necesario que exista afinidad para que la armonía rítmica se produzca. Asimismo se
requiere que la disposición o la forma de los entes asociados se corresponda para que se
dé la conjunción armónica. Esto quiere decir que estén "diseñados" de tal o cual manera
para que el acoplamiento sea posible; que se hallen invertidos los unos con respecto a
los otros. Tal lo pasivo y lo activo (la copa y el líquido que la colma), lo cóncavo y lo
convexo (la matriz y aquello que se plasma en ella).

La analogía es la relación entre un objeto y otro objeto, entre un plano y otro plano, que
vibran a la misma frecuencia. Se ha dicho que la analogía es correspondencia rítmica. Y
el símbolo es la unidad analógica entre un plano y otro plano, o un objeto y otro objeto.
También pudiera decirse que él es el mensajero de una energía-fuerza, que lo conforma,
y que actúa mágicamente a su través.

De hecho, todas las formas se reducen a escasas estructuras primarias que están en la
base prototípica de cualquier manifestación. Este conjunto de módulos e imágenes se
halla también simbolizado ordenadamente por las figuraciones geométricas en
correlación con el denario numeral, las que conjuntamente hacen posibles todas las
construcciones matemáticas.2 En el código del lenguaje alfabético-fonético, las letras y
las sílabas tienen esa misma función sintetizadora-generadora, así se las mire desde el
punto de vista de la manifestación verbal hacia sus orígenes, o contrariamente, desde su
fuente original hacia su solidificación o concreción en palabras u oraciones. El símbolo,
al sintetizar en sí todas las posibilidades expresivas, está manifestando a nuestro orden
sensible y sucesivo la simultaneidad del conocimiento, que se traduce en la pluralidad
de sus significados. La analogía es una lógica fundamentada en los mecanismos de
asociación. El universo es un tejido de estructuras interdependientes, incesantemente
relacionadas las unas con las otras. Estímulos y respuestas que a su vez han de generar
nuevas contestaciones.

También los pueblos en su historia realizan esta constante esquemática comunicándose


por el intercambio y por la guerra. Y este flujo y reflujo forma parte de la estructura del
mundo. Dos corrientes telúricas y cósmicas que son la textura misma del universo, que
al atraerse se unen y al expelerse se rechazan, oponiéndose, para volver a juntarse en
una asociación que materializa la posibilidad y la continuidad de la vida, asegurando su
difusión; ya que estas corrientes se buscan simultáneamente, pues cada una de ellas
tiene en su constitución dos partes, que al oponerse se complementan, e inversamente,
un núcleo que al reflejarse se polariza.

Es gracias a la cadencia inefable del lenguaje simbólico, y su reiteración ritual, que se


generan los códigos y se repite el modelo cósmico presente en cada una de sus partes
constitutivas, pues ellas pertenecen al cuerpo simbólico y reiteran el arquetipo del que
han de derivar todos los modelos posibles. De la arquitectura del cosmos a las de las
arquitecturas particulares, y contrariamente, de las arquitecturas particulares a la
arquitectura cósmica. Esta es la manera viva y permanente de lo que expresándose a sí
mismo manifiesta la ley en que se crean, transforman y conservan, los seres y las cosas.
En una metamorfosis constante, que no va ni viene, pues constituye un circuito
perpetuo, un todo continuo, que se regenera conjuntamente con el nacimiento diario del
sol, y que se revela coetáneamente con el tiempo.

Pero es necesario, para que este orden horizontal indefinido de multiplicación, muerte y
retorno, tenga sentido, que exista alguna interrelación en profundidad volumétrica, la
que se representa en el plano horizontal por la vertical, como símbolo de otro plano o
mundo, lo que llega a constituir un sistema de coordenadas que nos da cuenta de lo alto
y de lo bajo –para equilibrar de esta forma la imagen fugaz del devenir haciéndola
significativa y jerarquizándola–, completando así el encuadre en donde las cosas se
buscan a sí mismas, en sus distintos planos de existencia y modos de realidad y donde
se conjugan con otras que a su vez imitan la misma estructura. Es esta interacción la que
da lugar al espacio tridimensional, que se presenta como un sólido, producto de las
tensiones y los ritmos internos, del entrecruzamiento multidimensional de las
coordenadas, que crean un sistema coherente, una red o un cuadriculado, que es la base
a partir de la cual se posibilitan las formas y la sustancia en que ellas aparecen
manifestadas. Este orden es un delicado equilibrio permanentemente inestable, que se
refiere una y otra vez a sí mismo, siendo su identidad la afirmación de su ser en la
temática vida, muerte, resurrección, configurando un ciclo o rueda, que vuelve a sus
orígenes después de realizar un recorrido completo. Constituye pues un
entrecruzamiento vertical-horizontal de dos planos o energías simultáneas, que se
reciclan indefinidamente, como una rueda dentro de otra rueda, o como el símbolo
plano de la cruz de brazos iguales inscrita en una circunferencia. Pero para que este
proyecto quedara asegurado era indispensable que una cosa fuese el símbolo y otra lo
simbolizado. Que el valor de lo uno y lo otro fuese determinado no sólo por su
correspondencia armónica, sino por la situación de primacía que hace que uno simbolice
a lo otro y no al contrario, a pesar de la analogía que los hace solidarios, pero invertidos,
en tanto que uno refleja la energía de lo otro, re convirtiéndola, y la difunde haciéndola
inteligible.

En el simbolismo, lo de orden menor está simbolizando a lo mayor, y no a la inversa. La


rueda simboliza el movimiento universal, y no este movimiento se encuentra
simbolizando a una rueda específica, individualizada. Una imagen o un modelo del
cosmos, simbolizan al universo y no es este universo el símbolo de un modelo o imagen
particular; así se trate del modelo de la rueda, o el de la cruz tridimensional, o el del
árbol de la vida sefirótico. Lo mismo cuando se dice que una persona nacida bajo el
influjo zodiacal de Leo está relacionada con el sol, no se dice que Leo, y menos el sol,
son los símbolos de tal o cual persona concreta. Sin esta salvedad, el símbolo nada
simbolizaría y no tendría razón de ser, y la simbólica sería una mera constatación de
formas parientes. Es la revelación de un alto secreto cognoscitivo, manifestado por una
forma inteligible, lo que caracteriza a una transmisión de energías ordenadora, que hace
posible, por otra parte, el fluir de su discurso existencial.

La regeneración es la posibilidad de que todo sea siempre nuevo y ahora, de que la


existencia sea real y no un vago teatro de sombras indeterminadas y fluctuantes. El
símbolo es el punto de contacto entre la realidad que él cristaliza y el ropaje formal con
el que se viste para hacerlo. Este vestido ha de ser agradable y correlativo con la idea
que expresa, para que ésta pueda ser comprendida en verdad. Entonces manifestará
cabalmente la energía-fuerza que lo ha conformado y podrá transmitirla en el contexto
adecuado, que él mismo condicionará, por la actualización de su potencia. Inversamente
se puede decir que esta energía inteligente trasciende al símbolo considerado como
mero objeto estático, o soporte de conocimiento. Y siendo esto así, él nos permite pasar
por su intermedio de un plano de conciencia a otro, constituyéndonos en los
protagonistas del conocimiento, vale decir, del ser, ya que existe una identidad entre lo
que se es y lo que se conoce. Se actualizan entonces las potencias inmanentes del
símbolo, y la idea-fuerza de lo simbolizado se comprende en todo su esplendor, ya que
ha sido manifestada adecuadamente. A través de la identificación con el símbolo y con
el conocimiento paulatino nacido de la reiteración ritual y revivificante de su energía,
deviene lo simbolizado, que ha estado oculto en la estructura simbólica, y que ésta no ha
dejado nunca de expresar. Todo lenguaje incluye un metalenguaje, y en verdad no
habría lenguaje sin metalenguaje o translenguaje. El trans-lenguaje metafísico se
expresa por el modelo del universo, o plano de la creación. Es decir, a niveles
inteligibles y sensibles, en razón de que el lenguaje y lo físico existen para este fin,
constituyendo códigos simbólicos de manifestación y revelación.

Conocer, es aprehender aquello que se conoce. Es realizar una síntesis, de tal suerte que,
la unión del sujeto y el objeto del conocimiento, sean el conocer. Que el que conoce, sea
idéntico a la cosa conocida. Se trata entonces de una conjunción de opuestos, merced a
la cual se produce el conocimiento. Esta unión complementaria es la misma que se
obtiene en y por el amor, producida también por la atracción de oposiciones que se
conjugan y que de esa forma re-crean la unidad originaria –a cualquier nivel en que
acontezca–, estabilizando el equilibrio general, además del particular. Es por medio de
la unidad y su irradiación que se actualiza perennemente el acto creativo. Eso puede
verse en cualquier código, serie, agrupación o estructura. Se repite un esquema en el que
están implícitas sus modalidades de desarrollo y conservación, y también su propio fin a
través de la multiplicación de sus posibilidades. Hasta que éstas deben sintetizarse
nuevamente en lo esencial, para entonces volver a difundirse, y pasar nuevo hálito al
ritmo vital. La unidad es el símbolo más alto de todos, el símbolo por excelencia,
porque lleva en sí la potencialidad de lo simbolizable. El principio ontológico es la
razón de ser del símbolo; y la unidad, su manifestación simbólica. El Ser, El mismo, aún
siendo increado es el origen de la emanación que dará lugar a la concreción material.

Reiterando el acto creativo, que nace de la pureza indiferenciada, sin mezcla, de lo que
no es ni un polo ni otro, sino lo que es en sí mismo, nos regeneramos a nosotros y al
universo, constituyéndose el hombre en el símbolo central, de lo único, que es lo mismo
que decir del ser, del amor, o del conocimiento.

Comprendiendo la identidad entre el ser universal, el todo y el sí-mismo, la entera


manifestación de los principios se nos presenta como una revelación. Se habrá llegado
entonces a conocer la unidad del ser, que es igual al sí-mismo, sin división ni extensión
de ningún tipo, motivo por el que no puede tener par. Sin embargo, esa realidad que a
nivel cósmico es la más alta, no es sino un punto afirmado en las posibilidades infinitas
del no ser. Por lo que el ser es un punto en la infinitud del no ser (o de lo supracósmico,
o del supra-ser o del hipertheos realmente incondicionado) e inversamente el no ser es
un punto presente en todo lo que es. La unidad actúa como símbolo y conecta a la
unidad aritmética (que será generadora de la serie numérica) con la unidad metafísica,
que también pudiera signarse con el cero aritmético.

Esto, si se considera al símbolo como lo que realmente es, o sea aquello que posibilita
cualquier manifestación, aun llevándola a su instancia más alta, es decir, la de
considerar simbólica a la misma tri-unidad de principios universales que constituyen el
ser. Pues tanto el ser como el símbolo, se expresan primero como principios, y
sucesivamente a tres niveles en el discurso de la manifestación. Lo mismo sucede con la
unidad, que puede ser conocida a tres grados, y también en su principio.

Otra cosa es lo que sucede en la sociedad actual, que considera al símbolo, en el mejor
de los casos, a nivel de alegoría. Aunque a veces ni siquiera lo toma en cuenta aun en su
forma literal, sino que lo rechaza de plano por el hecho mismo de ser "simbólico", ya
que considera este hecho como una estafa, como la sustitución de lo que realmente es,
por lo que no puede ser. Y por lo tanto ese signo o símbolo ha de ser una falsificación y
un supuesto arbitrario. O al menos una invención, cuando no un cuento. Con el mito
sucede lo mismo, hasta el extremo de que llamar a alguien mitómano, es una forma
educada de decirle mentiroso.
Es claro que esta confusión y esta ignorancia, por razones cíclicas, es propia del hombre
contemporáneo, que es el exponente más neto de la estulticia generalizada, que viene
incubándose desde antiguo. Valga un ejemplo: en el universo todo es sexuado. Esta
verdad evidente por sí misma, sin embargo se le presenta al contemporáneo como una
extraordinaria novedad en el pensamiento humano, un gran descubrimiento moderno,
fruto de las investigaciones científicas de los sexólogos, intérpretes y analistas, y una
conquista de los movimientos sexuales de distinto signo. El uso "correcto", o "libre", del
sexo, parece ser uno de los postulados axiomáticos de esta sociedad progresista. Se
visualiza al sexo como algo que el hombre no conocía de sí mismo o del mundo. Un
tema en el que no había reparado del todo hasta nuestros días. Como si no hubiéramos
estado siempre desnudos debajo de nuestros vestidos, o la naturaleza hubiera ocultado
este hecho de alguna forma. Lo más menguado del caso es que, además, este
"descubrimiento" no se refiere al cosmos en su totalidad, todo él sexuado –o
diferenciado en un par de opuestos que se atraen o se repelen– sino que considera que
sólo el ser humano posee este derecho "conquistado". Pues supone que las mismas
bestias hacen apenas un uso limitado de la genitalidad, mientras que los vegetales
prácticamente no la poseen y en el reino mineral es nula. Todo esto referido sólo al
plano más estrictamente material, pues es obvio que se ignora la presencia real de los
mundos sutiles, y no se tiene ni idea de la existencia de los arquetipos. Esta visión
antropomórfica del sexo, como atributo personal del ser humano, que las demás
criaturas parecerían tener apenas por añadidura 3 se ve agravada por el hecho de que lo
sexuado, para la mentalidad progresista, no excede lo erótico-genital. Y su
desconocimiento al respecto es tal, que se cree que la realización sexual es en sí misma
un fin, tan avanzado y moderno como la moda. Una panacea universal aprobada con
certificado, inventada recientemente por la ciencia, para la tranquilidad y el confort
psíquico de los ciudadanos.4

Por lo tanto, cuando decimos que el universo es sexuado, con seguridad que nos
estamos refiriendo a otra cosa de lo que vulgarmente se entiende por esto. Estamos
afirmando, como lo han hecho todas las tradiciones, que en la creación, en la vida, hay
siempre presentes dos corrientes cósmicas de energía. Y que cada una de ellas
representa un sexo, una polaridad, que la genitalidad humana también manifiesta entre
un sinnúmero de seres y cosas. Unánimemente la antigüedad ha otorgado a la
sexualidad y sus misterios una importancia fundamental. A tal punto, que se considera a
la energía sexual no sólo como generadora, sino también como re-generadora. Como el
soporte y el impulso que permite la realización y el conocimiento. Puesto que utilizando
su polaridad –que es la misma dualidad de todas las cosas– se pretende la unión (donde
la oposición no existe), encarándosela como un medio de realización, de transmutación,
que va de lo más grosero, a lo más sutil, empleándose numerosísimas formas "prácticas"
para obtener este objeto. Por otra parte, y volviendo al tema, diremos que es imposible
definir al símbolo, pues él y la creación perenne no toleran límites conocidos en su
desarrollo lineal y cuantitativo. Siendo el símbolo el soporte del Conocimiento, sus
posibilidades son ilimitadas. El es en sí mismo su propia definición, puesto que su
función es su ser. Es siempre idéntico a sí, y mutable con los cambios de los seres
individualizados, las formas y los estilos que lo reflejan. Se lo halla presente en todas
las tradiciones, porque se encuentra en la textura de la vida, de la manifestación y del
hombre. Este último es mucho más y mucho menos de lo que él actualmente imagina.
Mucho más en profundidad, en el sentido vertical de lo no formal, mucho menos en
cuanto a sus indefinidas posibilidades horizontales de mutación que él y las formas
personalizan.5 Y lo mismo sucede con su concepción de la vida, su visión del mundo, y
su comprensión del símbolo.

Ya hemos dicho que el símbolo es el punto de conexión entre una energía vertical y otra
horizontal, como lo figura la escuadra, o la letra griega gamma, y que participa de
ambas naturalezas. También hemos afirmado que la energía vertical es descendente y
ascendente a la vez, pues va de lo simbolizado al símbolo, y de éste a lo simbolizado,
como un sin fin. Asimismo, que la energía horizontal se difunde e irradia
indefinidamente generando su propio plano, o campo de acción. Debemos agregar que
el sentido ascendente o descendente que le otorgamos a esta energía, no sólo se
manifiesta en función del camino de ida y vuelta vertical que recorre, sino igualmente
en cuanto es "benéfica" o "maléfica" –por decirlo así; benéfica en cuanto el símbolo es
tal, y como tal es comprendido, vale decir cuando cumple normalmente su mediación;
maléfica, si él es considerado apenas una convención arbitraria, o una mera invención
humana, y así es tomado, motivo por el cual no es revelador de ningún otro nivel que no
sea el psiquismo del hombre. En este último caso, la degradación del símbolo sería un
acto sumamente perturbador, que sólo la comprensión, la vivificación del simbolismo,
pudiera equilibrar. Esto también estaría representado por la figura de la cruz, en la cual
los brazos horizontales conforman el campo o plano de manifestación del símbolo, y los
brazos superior e inferior, estarían expresando su energía ascendente-descendente o
benéfica-maléfica, respectivamente.

En el símbolo específico de la rueda cósmica, imagen y modelo de la creación, un eje


fijo constituye un centro que irradia su energía hacia el exterior, difundiéndose en
proporción directa al cuadrado de las distancias. En la concentración, o retorno al centro
interior desde la periferia, la energía recorre inversamente ese cuadrado de las
distancias. Una y otra energía son exactamente proporcionales entre sí y ambas
coexisten permanentemente. La primera expresa la voluntad de la expansión indefinida,
y la otra, la contracción necesaria a toda manifestación. Si la primera fuese el fluir de las
emanaciones hasta su propio límite, ese límite estaría impuesto por la contracción de la
segunda y su atracción hacia el centro arquetípico.6 Estas dos energías se figurarían
geométricamente por dos espirales, una evolutiva y la otra involutiva. Teniendo en
cuenta que son simultáneas, y que constituyen la estructura del huevo del mundo, siendo
ellas la expresión simbólica de los principios de los que este huevo primigenio deriva.

Conviene asimismo hacer una distinción entre los símbolos naturales y los símbolos
específicos de la Ciencia Sagrada, o Ciencia a secas. Estos últimos son los portadores
sintéticos, conscientes y didácticos, de un conocimiento o verdad, y nos han sido
transmitidos a través del hombre mismo.7

Ahora bien, hemos estado viendo que toda expresión o manifestación es de por sí
simbólica. Sin que esto deje de ser cierto en ningún momento, conviene aclarar que hay
determinados juegos de símbolos, mitos y ritos –que por otra parte se dan en distintas
formas en todas las tradiciones– que han sido específicamente acuñados, como
vehículos del conocimiento, por los sabios y los inspirados de los innumerables pueblos.
Estos gestos rituales, revelados por los dioses a los mortales, incluyen la enseñanza de
una cosmogonía y la posibilidad de comprender nuevos mundos, o nuevos estados del
ser, que constituyen la verdadera realidad de lo que es el hombre y el universo. Esta
posibilidad siempre es enseñada; el ser humano en su estado ordinario no la conoce, ni
puede realizarla por sí solo, mal que le pese, y necesita siempre un espejo donde mirarse
y reconocerse, y la palabra que lo rescate del mundo de los muertos, o de los ignorantes,
y le insufle la posibilidad de una nueva vida, de encarnar el hombre nuevo. Ese espejo
es, en primera instancia, el juego de las simbólicas, que han de ser aprendidas y
enseñadas, para obtener así un imprescindible estado de virginidad. Posteriormente, esas
mismas simbólicas son ordenadoras, y quienes las transmiten las conocen porque a su
vez se las han enseñado. Esta cadena iniciática tradicional nos remonta hasta el origen,
tanto histórico como atemporal, al fin del cual nos encontramos siempre con la misma
pregunta: ¿quién? 8¿Quién se los ha revelado a los sabios y a los hombres? Según la
tradición, su origen es no humano, por ser supracósmico. De hecho, todos los pueblos
coinciden en la fuente mítica, producida en la noche de la historia, más allá del tiempo.
Además es unánime la idea de un dios civilizador y ordenador, o la de un héroe
liberador e instructor. Los símbolos necesitan ser enseñados, para que haya una
comprensión real de las fuerzas que concentran. La energía que permanece oculta en el
símbolo en estado potencial, requiere ser activada. Mediante el rito del aprendizaje, el
estudio y la meditación, se despierta al símbolo y éste actúa. La relación es mutua. La
energía-fuerza que éste expresa viene a nosotros, y nosotros a nuestra vez la
proyectamos sobre él, estimulando su propia esencia. Se evoca entonces, además, la
energía de todos los que han conocido, comprendido y transmitido el símbolo. Y esa
misma entidad, o estructura arquetípica, actualiza los principios universales, haciendo
que estos devengan a nosotros y nosotros participemos de ellos, gracias a la
identificación con el símbolo y la mediación simbólica, reactivada por una exégesis
ritual, que es aquélla que a lo largo del hilo de la historia ha mantenido viva la
posibilidad de la regeneración, o lo que es lo mismo, la que hace factible que todo
siempre sea nuevo y verdadero.

Nos toca ahora ver las relaciones entre símbolo, mito y rito, y debemos entonces afirmar
que esos vocablos designan de distinta manera a una misma cosa en tres formas
operativas. Nos dice Mircea Eliade que: "El mito es la explicación y la justificación de
la irrealidad de la existencia". El constituye un eje fijo que articula lo que
constantemente deviene, lo perecedero, lo ilusorio. Es una verdad tangible, un "modelo
ejemplar", periódicamente encarnado por la comunidad, o algunos de sus miembros, y
posibilita la regeneración colectiva estabilizando el orden necesario para el desarrollo.
El expresa los orígenes y la renovación de la vida, armonizando y asegurando la
continuidad de los pueblos. Los mitos de la creación del universo y los trabajos de los
héroes son el testimonio revelado de una posibilidad diferente, de la realidad del más
allá, al nivel de la comprensión del hombre. Son ellos los que, al transmitir este
conocimiento, otorgan a la vida un sentido coherente y la enriquecen con la opción
salvadora de la realización espiritual. El mito es necesario. Es un motor vivo y constante
en la vida de las sociedades. El nuclea las tradiciones orales y consagra los valores de lo
colectivo y lo individual. Promueve las acciones y educa a los hombres al enseñarles lo
que no podrían saber si no fuera por su intermedio. Los mitos son para esos hombres
toda la realidad y la verdad, y la dura existencia cotidiana ocupa frente a ellos un lugar
secundario o derivado, como las sombras con respecto a la luz.

Se debe también subrayar la carga emotiva del mito y la resonancia inmediata que
encuentra en el hombre. Asimismo, no ha de pasarse por alto su función mnemotécnica,
pues el "recuerdo" es una fuerza constitutiva de la vida y siempre la antigüedad ha
considerado a la memoria como una deidad. En una concepción donde el universo es un
conjunto de partes solidarias, indisolubles e interrelacionadas, el cosmos también tiene
mente y memoria. Los períodos de "sueño" en el universo, corresponden a los
momentos de olvido de los pueblos, a su desintegración. El mito hace que éstos
despierten y se produzca la reintegración y el "recuerdo". En el hombre sucede lo
mismo, y gracias al mito, nos liberamos del tiempo relativo y ordinario, y regresamos a
un tiempo otro, en donde todo es verdad, a un momento sin duración cronológica, a un
estado "mítico" original, perfectamente experimentable, en el que las cosas y las
concepciones cotidianas pasan a ser completamente otras cosas y otras concepciones,
pues el ángulo de visión ha sido alterado por el conocimiento de lo suprahistórico y lo
sobrehumano.

Es importante destacar que la forma normal de transmitir un mito es a través de la


poesía 9 y su recitado rítmico reiterativo, la que junto con el gesto y el movimiento
conforma y escenifica la estructura del rito. Se trata de dar expresión a los grandes
ritmos cósmicos y naturales que se transfieren a los acontecimientos y a los personajes
en el tiempo de una historia, en un estado particular. Esta cosmogonía repite
mágicamente la situación original, haciendo al presente efectivo, actual y renovador, por
obra del poder concentrado de la energía del mito y su ritualización.

La etimología de la palabra "rito" proviene del latín ritus, que significa ceremonia
religiosa. Deriva de la raíz sánscrita rt, que conforma el nombre ritli: ida, marcha,
encaminarse, adelantar o progresar, uso, etc., y también la voz rita: orden. Se trataría
pues de un uso o andar ordenado, tal cual la marcha de los días, y especialmente las
ceremonias en el tiempo circular del calendario ritual, y su cristalización o actualización
en el espacio del templo, o casa cultual.

Debemos dejar bien establecido que cuando nos referimos aquí a las ceremonias
religiosas, lo hacemos en el sentido más amplio del término. Por un lado, estas
ceremonias jamás han sido "religiosas" en el sentido que se atribuye hoy en día al
término, y tampoco "ceremonias", como las que vulgarmente conocemos. Los ritos de
fecundación, de regeneración y de iniciación, no tienen nada que ver con lo devoto-
ortodoxo, piadoso-sentimental, moral-justo, o con la solemnidad engolada,
características que son propias de la sociedad contemporánea y que constituyen un
derivado deforme de las virtudes de lo sagrado, lo heroico y lo metafísico. Por otra parte
insistimos en que la comprensión moderna de lo que es una ceremonia, se halla
vinculada a ideas asépticas relativas al laicismo, la conmemoración, o la pompa
exterior, cuando no son actividades presuntamente mágico-fenoménicas, que no
exceden el nivel literal. Se toma la forma ceremonial como un fin en sí misma, o como
una comedia anticuada, o un hecho mecánico-institucional de corte digno.

Si el cosmos es la fijación de un gesto, o la solidificación de la inflexión de un sonido, o


la danza de un bailarín supracósmico, es por lo tanto un rito primigenio que se halla
implícito en todo lo manifestado. La reiteración de este rito es una perenne actualización
de ese hecho efectuada a nivel sensible. Exige por eso el conocimiento del evento
cosmogónico original para que sea "verdadera", en el sentido de que obtenga
adecuadamente sus propósitos. O se precisa para esto, al menos, una disposición tal de
ánimo, que haga posible paulatinamente ese conocimiento y su complementarla
realización efectiva. El rito es liberador; al imitar conscientemente y con la debida
disposición armónica el ritmo de la estructura cósmica, nos permite salir de ella por su
intermedio, encontrando así la posibilidad de trascenderla al vivenciarla, y
comprenderla en el corazón. Esta liberación no es ningún "milagro", pues
verdaderamente la estructura cósmica es nada más –y nada menos– un soporte de lo
increado, y el hombre un simple extranjero, como exiliado en esta tierra. Este es un
hecho normal, tal cual el retorno a nuestra auténtica casa, o a nuestros orígenes no
humanos. Y el rito iniciático, una vía ordenada para efectuarlo.10
En realidad, la vida misma es el mayor de los ritos. Una ceremonia permanente, el rito
por excelencia, donde la perfección finita de cada símbolo o gesto esconde e Implica
una perfección infinita. En este encuadre, la vida es una simbólica, y su conocimiento
constituye la ciencia de los ritmos y de los símbolos. Y es a través de la ciencia de los
símbolos, es decir, por medio del conocimiento de la simbólica, que se realiza el pasaje
de lo cósmico a lo supracósmico, de lo creado a lo increado, de lo humano a lo no
humano.

NOTAS

1 Debe haber por lo tanto un parentesco, una relación mutua entre estas dos cosas
para que una pueda simbolizar a la otra. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que la de
orden menor debe su forma a la de orden secreto, a la que expresa.

2 En las civilizaciones que utilizaban al 5, 10 o 20 como base de su numerología.

3 La sociedad moderna no sólo tiene una visión antropomórfica respecto a este tema,
sino que lo vuelca sobre todas las cosas. Comenzando por su concepción de Dios. Todo
lo "humaniza", y proyecta en todo su psicología, suponiendo además que el hombre
universal, es como él un progresista occidental del siglo XX, un hipotético hombre
"científico". La concepción del mundo contemporánea es antropomórfica y psicologista
y, para colmo, presume de ser objetiva.

4 La sobrevaloración de lo erótico-genital impide ver en el comportamiento humano


las innumerables formas de penetración y recepción.

5 A las que la tradición brahmánica y la budista designan con el nombre de rueda de


las reencarnaciones.
6 En el mundo del hombre, que depende de la atmósfera, ese papel le corresponde a
la gravitación –gracias a la cual la sangre no se escapa por los poros– que comprime y
solidifica lo creado.
7 Haciendo la salvedad de que éste no los ha inventado, y que no se trata de una
simple convención, como sería el caso de las modernas técnicas de la comunicación,
notación o señalización, o el uso que hace de ellas la publicidad, la ciencia, y también su
utilización por las políticas a cualquier nivel de sugestión que sea o con el fin que fuese.

8 Esta es también la última pregunta de la cábala hebrea: ¿mi?

9 Hoy mismo en día, los mitos profanos se propagan a través de la canción.

10 Para dar sólo un ejemplo de los indefinidos posibles, diremos que el rito de la
danza –en el que las coreografías cosmogónicas circulares son unánimes– asegura un
medio de transformación y transfiguración espiritual, para aquél que ha comprendido su
significado y su naturaleza, en relación con el conocimiento de sí mismo y del universo.

CAPITULO II
EL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
1
ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE LA RUEDA
De los numerosos símbolos que aparecen en una u otra tradición o civilización, alejadas
en el espacio (geográfico) o en el tiempo (histórico) y que son idénticos, merece
especial atención el símbolo de la rueda. No sólo porque éste se da en todas las culturas
de las que tenemos noticia, sino también por las innumerables posibilidades que brinda,
la diversidad de campos que abarca, y la acción concentradora que ejerce en el estudio y
el ordenamiento indispensable en cualquier investigación seria.

Por otra parte, las relaciones de todo tipo a que se presta este símbolo parecen
indefinidas, así como sus conexiones con otros pantáculos igualmente tradicionales.1 En
efecto, siendo el símbolo de la rueda la expresión del movimiento y la multiplicidad,
también lo es de la inmovilidad original y de la síntesis. Es, asimismo, la expresión
simbólica de la expansión y la concentración. De la energía centrífuga, que parte del
centro a la periferia, y de la energía centrípeta, que retorna a su centro, eje o fuente. Para
volver a extenderse una vez más, siguiendo una ley universal a la que obedecen las
mareas de los mares (flujo y reflujo) y la tierra (condensación, dilatación). Así como la
diástole y la sístole, la aspiración y la expiración del hombre o del universo, es decir,
tanto de lo microcósmico como de lo macrocósmico.

Es este símbolo también la manifestación de lo que siendo apenas virtual (el punto)
genera un espacio o plano (que delimita la circunferencia).2 Y está obviamente ligado,
por lo tanto, con el espacio y el tiempo, y asociado o unido a cualquier idea de
cosmogonía y creación. En este mismo sentido, el movimiento superficial de la rueda, o
externo, estaría vinculado con la manifestación, mientras la virtualidad, la inmovilidad
del punto central o eje, se hallaría conectada con lo inmanifestado.3 Las modalidades
especiales del símbolo de la rueda surgen por la irradiación, o por la "actualización", de
las "potencialidades" del punto central, que se hace "presente" en el tiempo, creando un
campo espacial. Se ha visto que un punto genera un plano, es decir, un espacio. Ese
punto central es un eje en la tridimensionalidad. Por lo tanto el símbolo de la rueda está
estrechamente ligado con todo símbolo axial y vertical. Y asimismo con todas las
proyecciones de la vertical, es decir, con la creación de planos o espacios horizontales,
articulados a través de un eje al cual reflejan, siendo uno de ellos el perímetro limitado
de nuestro mundo, ciclo, o cualquier campo definido en relación con las coordenadas
espaciotemporales.

Entre los símbolos que manifiestan la verticalidad, o el eje, deben destacarse el árbol
(asociado por cierto a la vida y a la generación cíclica), la montaña (o la piedra como
"Miniatura" de aquélla) y asimismo el hombre. Por lo que concierne a este último –tal
cual hoy lo encontramos–, ha extraído sus conocimientos, toda su cultura, de un modelo
simbólico revelado, que es la proyección de la energía vertical al crear un plano
horizontal (una civilización, por ejemplo), que en su movimiento cíclico, rotativo, es
reintegrada a su no ser primigenio. La ciudad, el sistema social, el templo, el hogar, los
objetos de uso cotidiano, las costumbres, el arte, las leyendas, mitos, artesanía,
agricultura, labores domésticas, así como los ritos religiosos, civiles o personales, o las
normas de ordenamiento, leyes y pautas de comportamiento actuales, han sido
aprendidas de civilizaciones tradicionales anteriores en pleno proceso de degradación.
Esas estructuras, que constituyeron por siglos la forma del ordenamiento social y
personal (hoy completamente desvirtuadas), reconocían por antecedentes al mito, a lo
supracósmico, supraindividual y divino, destacando sus orígenes sagrados.
En cuanto a otras modalidades de este pantáculo (pequeño todo), al que nos estamos
refiriendo, señalaremos su identificación con la idea de ciclo o de espacio cerrado sobre
sí mismo; ya se trate del ciclo del sol en un año, o su movimiento aparente en un día, o
represente la vida entera de un ser humano (desde su nacimiento hasta su muerte), o un
período histórico en esa existencia, o en la existencia del mundo en general (vgr. un
siglo). Es interesante en este sentido asociarlo al estudio del movimiento, los
calendarios, los períodos vinculados con la agricultura, el conocimiento de la armonía
de los cielos y la tierra, y todo lo concerniente a la ciencia de los ritmos.

Es, pues, el símbolo de la rueda, un prototipo o modelo de la idea arquetípica que el


cosmos íntegro no hace sino manifestar. Y al ser un modelo del cosmos bien pudiera ser
calificado como universal en la acepción más amplia de este término. Por eso llama
poderosamente la atención, que siendo de tan singular importancia, no se le preste la
dedicación debida, aun apareciendo como un legado fundamental, en unánimes formas
tradicionales.

Esto se debe, en gran parte, al hecho de que la simbología aparece, a los ojos de
nuestros contemporáneos, como una ciencia nueva, en el sentido historicista de este
término. Siendo que tanto los antecedentes de esta ciencia, como su razón de ser, se
remontan precisamente al símbolo, o sea, a la posibilidad de toda manifestación –actual
o pretérita–, entroncando con los orígenes no-históricos o atemporales de cualquier
expresión. Ya que esta expresión no hace sino plasmar la energía esencial a través de
una forma sustancial. Sin embargo, nunca más citados que hoy en día los autores que se
han ocupado, en el pasado o en el presente, acerca de los temas de la simbólica, que
apasionan al investigador actual, y en los que éste ve una posibilidad nueva, o una
manera de acceder al conocimiento (no a la suma de información o al enciclopedismo
estéril) auténtico.

De todas maneras, no está de más subrayar el hecho de que aún entre estos autores no se
haya tratado específicamente el tema, sino incluido entre otros estudios y enseñanzas
simbólicas.4 Tampoco está de más recalcar cierta dificultad en la comprensión del
lenguaje' simbólico por parte del lector corriente, no familiarizado con el método
analógico y la utilización de la síntesis y no del análisis. Es importante, por otro lado,
destacar que muchas de estas dificultades se deben a las diversas terminologías, o
palabras, que se emplean con distintas acepciones, en tal o cual contexto, en un mismo o
en diferentes códigos. A veces con sentidos o entonaciones completamente ajenos a los
originales, cuando no invertidos, como es el caso de la lectura "literal", o "sentimental",
de cualquier texto, símbolo, rito, mito o leyenda. O de la propia existencia, sin ir más
lejos.

En todo caso, diremos que el símbolo es la expresión de una energía oculta, que se
manifiesta a través de la propia estructura simbólica. A esa energía el símbolo debe su
razón de ser, pues sin ella nada estaría simbolizando. Es por lo tanto el recipiente en el
que se plasma su propia forma y el transmisor de una energía que al conformarlo se
expresa a sí misma. En ese sentido hemos dicho que, en términos generales, cualquier
expresión es simbólica. Y la manifestación entera es un símbolo de algo que está por
detrás, o más allá de ella. O mejor, de algo que es inmanente en ella, o de aquello que se
halla ocultó, o que es virtual o potencial en su ser. Debe haber, pues, una correlación
muy definida y analogías muy precisas (aunque fueran invertidas) entre lo simbolizado
y el símbolo. Así éstas se tomaran desde el punto de vista de lo simbolizado, como
energía actuante que plasma al símbolo y se manifiesta a través de él, o desde el punto
de vista del símbolo, como mediador de una energía-fuerza que lo trasciende y que él no
hace más que manifestar. Sin esta correlación sería imposible que cualquier símbolo,
palabra o gesto, expresase cualquier cosa. O se llegaría a la confusión de lenguas, donde
las palabras, los gestos o los símbolos, carecieran de todo sentido. El caos, la negación
del orden, la torre de Babel.

En este desorden, los símbolos 5 habrían perdido su energía y no actuarían como


transmisores de la idea-fuerza, pues habría sido rota su conexión con lo simbolizado, al
ser aislados de su fuente de vida y tratados analíticamente o de manera literal. Sin
embargo, en forma potencial, estos símbolos conservan la vibración que los ha
plasmado, y basta con que sean actualizados para que recobren su vivificante labor
mediadora, y se conviertan en el vehículo, o la estructura necesaria, que nos va a llevar
más allá de sí misma, a un plano o nivel diferente de comprensión. En este punto hay
que disipar rápidamente algunos equívocos. El primero es el de confundir alegoría con
símbolo, y dar a éste un valor como de algo probable o posible, en la "esfera" del "como
si fuera". Es decir, haciéndolo "simbólico", en la versión degradada que hoy en día
tenemos de este término. Por lo tanto negándole toda posibilidad real, didáctica o
actuante. O lo que es lo mismo, negándolo lisa y llanamente.6 El segundo es tratarlo
como algo del pasado. Algo ya muerto y que nada significa. O tomar lo que éste dice
como una cosa "superada". Todo día de la creación es el primero y todo símbolo
expresa hoy, a su manera, una idea arquetípica, universal, simultánea y eterna. El
tercero es el grueso error de confundir al símbolo con lo simbolizado, de lo cual la
idolatría y la literalidad dan buenos ejemplos.

Asimismo, debe recalcarse que todas las tradiciones han atribuido a sus símbolos y
códigos simbólicos el carácter de revelados, o de origen suprahumano; a lo que se debe
agregar la coincidencia de que los símbolos fundamentales están presentes en todas las
tradiciones de manera manifiestamente idéntica, aun en sus aplicaciones secundarias, o
en sus formas derivadas y folklóricas. Y así estos dos simples hechos: a) la observación
de la identidad asombrosa entre las simbólicas de todas las tradiciones (vivas o
muertas); y b) el que todas ellas les asignaran a esas simbólicas un carácter no humano y
revelado, debe ser para nosotros tanto un tema de meditación, como un incentivo para el
estudio y la comprensión de estas simbologías y tradiciones. A las que podremos
acceder gracias al vehículo simbólico, tomado como la estructura de una idea. Desde
esta perspectiva, habría que visualizar al símbolo como un gesto por el cual se expresa
una idea-fuerza: o sea, el arquetipo en acción. De "el fuego" a los fuegos", de lo
sintético a lo múltiple. Asimismo, inversamente cambiando el punto de vista, de lo
múltiple a lo sintético. De los innumerables fuegos, al fuego arquetípico.

En lo que se refiere específicamente al símbolo tratado en estas páginas, nos interesa


quede en claro su relación con dos energías complementarlas, que hemos llamado
vertical y horizontal, y que también pueden ser designadas –haciendo una transposición
analógica– como esencial y sustancial. El eje central (vertical) enlaza una cadena de
mundos, o de planos de manifestación (horizontales), uno de los cuales es nuestro
mundo o nuestra vida, en la variedad indefinida de mundos y vidas. De ciclos dentro de
ciclos. Va de suyo, que el punto que genera al plano es invisible, como cualquier punto
en el espacio. Y que el axis, que es la razón de ser de cualquier espacio tridimensional
(en la arquitectura por ejemplo), permanece oculto e imperceptible, expresándose sólo
en forma refleja, en las innumerables manifestaciones a las que él da lugar. Tal como el
espacio vacío, con respecto a las paredes, las columnas, estructuras u ornamentos, que
constituyen su ropaje sustancial. Lo mismo podría ser aplicado a la arquitectura
universal. También debe decirse que este eje central, que vincula dos o más planos entre
sí, lleva implícita la idea de movimiento, como en el caso de las ruedas de un carro,
vehículo simbólico (como el caballo), que expresa la posibilidad de un viaje, el traslado
de un punto a otro punto, o la conexión de un plano con otro plano. La asociación obvia
de este símbolo con el movimiento, se expresa en distintas tradiciones por la idea de un
carro solar, o por la rueda calendárica de un tiempo cíclico, reiterado por sus propias
limitaciones (en el caso del sol por sus dos solsticios y dos equinoccios). Que no son
sino las mismas limitaciones (encuadre, orden) de todo lo manifestado.

Es así, entonces, que el punto central en un plano horizontal (o lo que es lo mismo, el


eje vertical, en lo volumétrico), se debe emparentar con la potencia esencial de lo
ilimitado, mientras que su expresión manifiesta, es decir la circunferencia, debe
vincularse con la limitación del acto, que conforma las superficies periféricas o
sustanciales de la figura. Por otra parte, esta inversión que hace de lo horizontal un
reflejo de lo vertical, y de toda manifestación sustancial una proyección de la
inmanifestación esencial, nos dice mucho acerca de la ilusión de todo lo que se mueve,
lo relativo. Lo que tiene principio y fin, o está sujeto a causa-efecto. Por eso mismo nos
habla también de la realidad de lo que siendo uno (el centro como proyección de la
vertical), no tiene par. De aquello que permaneciendo inmóvil (lo absoluto), no está
subordinado a ningún proceso dialéctico.7 Por otra parte, este esquema de la rueda es el
modelo del ciclo. En la vida que nos rodea, de la que formamos parte constitutiva, todo
son ciclos que existiendo simultáneamente se interrelacionan entre sí, como pueden ser
el del átomo incluido en el mayor de la molécula, y éste en el de la célula, y la célula en
el del organismo humano; o como el ciclo del día, incluido en el mayor de la semana, y
éste en el del mes, y el mensual en el año, etc. Todo lo que reconoce principio y fin,
causa y efecto, nace y muere en forma indefinida, mientras lo increado, lo no dual, es
infinito y eterno.

Hay en el plano manifestado una energía (centrífuga) que parte del origen virtual hasta
el límite de sus posibilidades, y que retorna al mismo punto original (centrípeta), para
continuar perennemente este recorrido. Estos dos aspectos son también los de dilatación
o expansión, y contracción o concentración, simbolizados respectivamente por el círculo
y el cuadrado. Ambas figuras –como símbolos de un espacio o campo limitado– son
equivalentes. Y tanto el círculo como el cuadrado han representado para la antigüedad
idéntica perspectiva simbólica. A veces una misma tradición ha utilizado con
preferencia una de esas formas, en tal o cual período, o las dos de manera conjunta.8
Las tradiciones del extremo Oriente simbolizan estos dos aspectos 9 con el Yin y el
Yang, que actúan como fuerzas permanentes y equilibradoras de todo ciclo o proceso
cualquiera. En el caso del ciclo del hombre, habría también una energía ascendente
relacionada con la niñez y la juventud, y otra descendente equiparada con la madurez y
la vejez. En rigor, esta división binaria del ciclo es importantísima y parte en dos
nuestro modelo de la rueda. Si fuese la porción oriental la ascendente, y la occidental la
descendente, correspondería, desde este punto de vista, la primera al símbolo del círculo
(energía centrífuga), y la segunda al del cuadrado (energía centrípeta).

Pero, antes de seguir, debemos aclarar que el modelo simbólico de la rueda, es válido no
sólo para un ciclo en particular, cualquiera que éste sea, sino que es el prototipo de una
idea arquetípica, y puede ser aplicado a cualquier ciclo, así se trate de un ciclo de ciclos,
etc., en sucesión indeterminada. En este sentido no está de más recordar, que para la
antigüedad la idea de cosmos es una sola. No hay varios mundos o cosmos, sino que la
suma de todos esos mundos o cosmos, galaxias o estrellas indefinidas, es la que
constituye la idea de cosmos o mundo, en su acepción más amplia. No hay, por lo tanto,
nada: "fuera" del cosmos. Ni tampoco ninguna cosa que no esté sujeta a las leyes de ese
cosmos, ni a su ordenamiento cíclico.10 Esto lo han sabido todos los pueblos civilizados
del mundo, y de su concepción del cosmos han extraído toda su cultura. Al fijar sus
propios límites espaciales y temporales han dado lugar a su ciudad. Al crearla, es decir,
al solidificarla o cristalizarla, y al establecer las marcas reincidentes de los períodos
agrícolas, han conseguido alimento necesario para la satisfacción de sus necesidades
básicas. En el plano horizontal del mundo, todo está aquí y ahora. Y todas las evasiones
de las evasiones, son también ilusiones.

Sin embargo –y según la feliz frase de Paul Eluard, "hay otros mundos, pero están en
éste"– se nos ofrece a través del modelo tradicional, la posibilidad de escapar del
movimiento reiterativo, siempre constante, de la "rueda cósmica" o "rueda de las
encarnaciones". Pues la solución, o salvación, está presente en forma inmanente, en esa
misma rueda, de manera oculta, como se encuentra en la semilla toda la potencialidad
del nuevo árbol, y en el huevo el origen del ser".11 Por lo tanto, el ordenamiento
cultural, todas las estructuras de una civilización, no son sino el reflejo de. un centro
invisible, que se manifiesta, o revela, a través de las mismas. Pues ellas no son sino
soportes, o símbolos, de una realidad mucho más vasta, no sujeta al cambio. Y todo esto
que se acaba de decir, referido a la cultura y a sus estructuras, podría ser aplicado a
cualquier orden. A tal o cual organismo vivo. Pues así como cualquier objeto visible
tiene una estructura interna fundamental, gracias a la cual éste se hace reconocible como
tal, también los símbolos, por los que se manifiestan externamente las cosas –que no son
sino simbólicas–, han de tener alguna estructura interna. Estas estructuras de los
símbolos tradicionales,12 no son sino ideas, o juegos de ideas, que ellos mismos
plasman con sus formas. Lo que llevaría a pensar que el universo tiene una estructura
precisa, y leyes, y juegos de módulos prototípicos. Es decir, un modelo que se expresa
simbólicamente, a través de números y formas geométricas, dando lugar a las ciencias
correspondientes.

En realidad, toda estructura tiene una forma. En el caso de la urdimbre y trama de los
tejidos, de la red de pesca o caza, se advierte el entrelazamiento de lo vertical con lo
horizontal, por medio de ligamentos o ensambles, formando un reticulado. Este diseño
simbólico de orden, dado por el cuadriculado de cualquier plano, bien pudiera expresar
también la idea misma de estructura. Así ésta fuese la de la casa-templo, la ciudad, la
agricultura, o la cultura. Y los límites mismos de ese cuadriculado (el encuadre final
bajo la misma forma), la idea prototípica de un ciclo de ciclos, o lo que es lo mismo, de
la unidad y la multiplicidad coexistiendo de manera simultánea. El hecho de que un
número limitado de formas (el cuadriculado), sea enmarcado en una forma prototípica
(el cuadrado o tablero de ajedrez), permite a las definidas piezas del juego (así sean
reyes o peones), una cantidad indefinida de movimientos y jugadas múltiples. Si el total
del tablero simbolizara al cosmos,13 el cuadriculado expresaría un orden dentro de ese
plano o campo, perfectamente delimitado, gracias al cual existen las leyes (del juego),
que permiten a las diferentes piezas protagonizar sus propias jugadas, o conjuntos de
jugadas.14 Esta estructura es la expresión de un orden o de una inteligencia universal,
que permaneciendo secreta e invisible, es el prototipo de todo lo que puede ser llamado
orden o inteligencia. Por otro lado, esas mismas leyes expresadas en medidas y pesos
cuantitativos, y definidas a nivel espacio-temporal, nos refieren también a una estructura
invisible del cosmos. O a un equilibrio y armonía universal, que conforman un lenguaje
articulado, relacionado con otra "visión" del espacio y el tiempo.
2
OTRAS MODALIDADES DEL SIMBOLO DE LA RUEDA
Con nuestra óptica cultural contemporánea, estamos acostumbrados a visualizar al
espacio y al tiempo como homogéneos, sin fisuras. La antigüedad no pensaba lo mismo.
Y establecía en distintos lugares geográficos, especialmente elegidos, y en fechas
calendáricas precisas, sus espacios y tiempos rituales. Y esos son precisamente, en la
trama invisible de la vida, los puntos de coyuntura (ensambles, nudos o ligaduras), o de
interconexión con otros planos o mundos.15

En ese sentido, es interesante destacar la simbología de los pueblos peregrinos, que en


un viaje a través de los años (tiempo) y de los distintos lugares (espacio), encuentran su
ser al solidificarse, concentrarse, o cristalizar como un pueblo, o nación, en determinada
circunstancia temporal y espacial.16 Advertida esta circunstancia por los sacerdotes, los
sabios y los jefes, el pueblo se asienta en ese paraje y en ese tiempo, y crea de esa
manera una cultura. La vida nueva de un grupo. Un plano, o medio, que por irradiación
de un centro, como en el modelo de la rueda cósmica, ha de estructurar las
concepciones, emociones, sentimientos, de una comunidad. O lo que es lo mismo, su
razón de ser como tal.

Asistimos a una re-creación del mundo, a la instauración de una cosmogonía, que hace
posible la vida de ese grupo, y que el mismo pueblo conforma al actuarla. Esa
"cosmización" de un punto espacio-temporal de la circunferencia –o periferia de la
rueda– sería un rayo de la rueda, un reflejo de la unidad central, y un verdadero centro
para los que se adscribiesen a ella. En ese sentido, debemos recordar una vez más, que a
la energía centrífuga o de expansión, corresponde la energía centrípeta o de contracción.
Y que conjuntamente ambas realizan el rito de la vida y la muerte, de esa o de cualquier
otra comunidad, así como de cualquier cosa creada, que está sujeta a la determinante
causa-efecto, como todo lo incluido en el mundo manifestado. Así pues, al instaurarse
un espacio y un tiempo significativo, en la masa de lo amorfo e indeterminado,17 se lo
sacraliza,18 y se lo realza por su cualidad intrínseca, en detrimento de lo menos
significativo o profano, netamente vinculado con lo relativo, lo múltiple y lo trabajoso.
De esta manera, mediante este rito, nace un pueblo que comienza a contar su tiempo, su
historia, desde ese momento en adelante. Siendo sus orígenes, desde esta perspectiva,
míticos o no temporales. Igualmente toma conciencia de sí, de su ser, y se visualiza
como protagonista, "centro del mundo", o "pueblo elegido". Lo que es lo mismo que
decir que tiene un nombre.19

Ese mismo nombre, o color, o número, o particularización químico-genética, o


impresión digital, es absolutamente personal. Y se expresa mediante una marca o signo,
que otorga al ser su individualidad dentro de un conjunto de seres. Y que –
paradójicamente– es al mismo tiempo el anuncio de su propia muerte, en la limitación
(causa-efecto) de cualquier plano de existencia. Ya que es claro que aquello que nos da
la vida, por ese mismo expediente, nos está signando con la muerte.

Hemos visto entonces, cómo el nacimiento de un ser –por ejemplo una cultura– crea
simultáneamente un nuevo espacio y un nuevo tiempo, en donde se desarrolla ese ser; y
que tal desarrollo no es sino ese ser mismo. O dicho de otra manera: que toda creación
renueva las posibilidades espacio-temporales, arquetípicas, de la creación original, y no
es sino una modalidad de esa misma creación, al actualizar las posibilidades de lo que
en el universo manifestado ha dado lugar a las coordenadas espacio-temporales. Para
una civilización tradicional, las fiestas sagradas son puntos significativos en la
circunferencia del ciclo calendárico, que garantizan la comunicación con la energía
invisible del centro, reflejo de la verticalidad.20 Lo mismo sucede con el vasto espacio
que, como el año, presenta puntos y situaciones de coyuntura, de comunicación de
energía a través de distintos planos o niveles.21 Ellas están dadas en circunstancias
geográficas precisas, en los lugares en donde se establecen las ciudades, se fundan los
templos, o se instala la casa habitación.22

Estos puntos significativos (sagrados), están claramente jerarquizados con respecto a los
insignificantes (profanos), aunque íntimamente relacionados con ellos, ya que no
podrían existir los unos sin los otros.23

En esta perspectiva, el centro del modelo simbólico de la rueda, correspondería al


origen. Y su despliegue manifestado al samsara (para emplear un término hinduista-
budista), desde el cual, y gracias a una concentración de energías, se retornaría a la
unidad nirvánica simultánea de los seres y las cosas. De la que éstos no han salido
jamás, sino en forma ilusoria y sucesiva, de acuerdo con los patrones dialécticos de la
mente dual. Por otra parte hay que destacar que esta división jerárquica entre lo
nirvánico y lo samsárico, y asimismo entre lo sagrado y lo profano, lo simultáneo y lo
sucesivo, es por cierto relativa. Y válida sólo desde el punto de vista de lo samsárico,
loprofano y lo sucesivo. Es decir, de lo discursivo, que trata de expresar un solo hecho y
una sola realidad, que en sí misma comprende la gama indefinida de todas las
posibilidades de manifestación, ya fueran las que éstas fuesen. Desde la periferia hacia
el centro se establecen esas jerarquías, siendo el centro mismo la máxima
jerarquización, como símbolo en el plano de la unidad original vertical, que produce por
grados todas las cosas, y a la cual necesariamente ellas retornan en forma sucesiva. Si
una gota de agua cae en un estanque, forma un campo de irradiación que llega hasta sus
propios límites. Desde el punto de vista de un ser situado en ese límite, y por lo tanto,
un ser sucesivo, el retorno a su fuente original se realizaría a través de la ruptura de los
diversos círculos concéntricos, que se le presentarían como imágenes de mundos o
estados espacio-temporales diferentes, como escalonados, los que impiden asimismo su
fusión con el centro. O envuelven y ocultan esa gota original, esa semilla primigenia,
que se vislumbra como anterior en el tiempo.

La figura simbólica de un círculo 24 que contiene otros círculos internos, considerada


desde el punto de vista de su expansión (ad-extra), es la sucesión de escalones
intermedios que hacen posible la existencia de cualquier creación.25 Tomada desde el
punto de vista de la periferia, es el viaje jerarquizado (ad-intra), o la escala sucesiva que
se recorre al pretender la fusión con el centro primigenio.26 Así, en el modelo de una
ciudad tradicional (o civilización), los límites de la misma enmarcan un espacio
significativo. Fuera de este orden todo es incertidumbre, confusión, barbarie o
salvajismo. Pero esta ciudad se halla jerarquizada. En su periferia vive la gran masa.27
Un grado más adentro (o más alto), se halla un número menor de personas que se
dedican a actividades más específicas. Otro grado o paso más adentro o arriba, se
encuentra un grupo aún menor, la nobleza, y por encima de ella, solo, el emperador,
como encarnación del poder real y sobre todo del conocimiento o sabiduría
sacerdotal.28 Esta es la verdadera idea de aristocracia, siempre ligada a la jerarquía
espiritual, y al conocimiento que ella entraña, sin punto en común con las versiones a
las que estamos generalmente habituados, degradación e inversión, propia de "este
mundo".

En el simbolismo constructivo, la arquitectura del templo se levanta desde el plano


cuadrangular de la base (tierra), hasta la semiesfera de la cúpula (cielo), escalonada
jerárquicamente en planos o niveles superpuestos. Este templo, en su planta, o plano
horizontal, reproducirá las mismas Jerarquías verticales de su estructura, y el paso
dificultoso y jerarquizado a su través. La calle representaría el mundo de lo confuso y lo
aleatorio. A ella se abre la puerta (símbolo de pasaje de un espacio a otro espacio, o de
un estado a otro estado) del templo, que establece propiamente el límite entre lo sagrado
y lo profano. Al transponerla, y luego del paso por el área donde se halla la pila
bautismal (símbolo de la regeneración por el agua, o nuevo nacimiento), se penetra en el
recinto propiamente dicho: y se recorre el camino 29 que lleva al centro del templo 30
donde se encuentra el altar, como proyección, en el plano, de la verticalidad de la
cúpula. Y sobre la piedra de sacrificio, relacionada con el fuego, el sagrario,31 un
recinto o recipiente vacío capaz de recoger los efluvios celestes, que se derraman sobre
este punto como emanaciones, y que bien pudiera ser llamado el "corazón" del templo.

De allí en más las jerarquías son verticales, y para percibirlas hay que morir
nuevamente, y resucitar o regenerarse en el fuego. Mientras las aguas bautismales están
emparentadas con los nacidos de vientre de madre (aunque hagan ayunos, penitencias,
sean ascetas, o practiquen la castidad como Juan Bautista), el bautismo de fuego está
relacionado con la piedra de sacrificio, la sangre y el vino ceremonial; con Cristo, y los
que ya virtualmente no tienen ningún condicionamiento humano, ni aun el borroso
signo de la determinación del nacimiento, por lo que no se encuentran identificados con
su persona, ni incluso con sus mismos actos relativos. Es decir, los que ya conocen por
intuición directa los estados supra-individuales del ser, de los que se dice ya no perciben
exclusivamente por los sentidos, y se hallan en condiciones de emprender entonces un
nuevo viaje, esta vez vertical. Esta misma significación (de los círculos contenidos los
unos en los otros, jerarquizados con respecto a su aproximación a un centro o eje) la dan
los hebreos, cuando dicen que Sión es la tierra elegida, que dentro de ella se halla la
ciudad sagrada de Jerusalén, en el interior de ésta su templo, y oculto en el corazón de
este último, el Sancta Sanctorum.
Si el templo es un modelo del cosmos, los efluvios divinos han de hallarse en forma
inmanente en lo más oculto del mismo. Si el cuerpo humano es también un templo y un
modelo, o miniatura del cosmos, estos efluvios también se han de encontrar en forma
virtual, o en potencia, en el fondo del corazón. En el modelo cósmico de la rueda se
hallará el punto central (invisible), que articula sus irradiaciones o vibraciones graduales
de energía, hasta llegar a sus propios límites, o sus formas superficiales. Pero: a) el
templo no es la suma de sus ladrillos, ni el inventario cuantitativo que pudiera hacerse
en cualquier dirección de su conjunto, o de sus partes. b) Asimismo el hombre no es la
suma de sus células, ni el catálogo de sus innumerables componentes. Y c) por otra
parte, en el modelo simbólico que estamos estudiando: "treinta rayos convergen hacia el
cubo de la rueda, pero es el vacío del centro el que hace útil a la rueda".32 En realidad,
lo que verdaderamente interesa, es el espacio interno y sus cualidades diferentes,
significativas, sagradas, y no la sucesión cuantitativa de ventanas y columnas del
templo, o músculos y poros del hombre, o lugares indefinidos por donde pasa, haya
pasado o pasará la rueda. En verdad, ese lugar interno, es la morada del silencio, o del
misterio. El corazón y la clave (llave) del ser. Pues en él se halla la posibilidad del
ascenso vertical. La salvación mesiánica, o la salida definitiva del samsara al nirvana, o
estado de "iluminación".33

Esta liberación, se logra a través de un camino gradual, por estaciones, que en el caso de
la tradición extremo oriental, se enumeran de la periferia al centro, como Tao del
hombre, Tao de la tierra, Tao del cielo, y el Tao de Taos, o Tao abstracto. En la
tradición judía (y también de la periferia al centro), como Olam ha'asiyah, o mundo de
la realidad materializada, Olam hayetsirah, o mundo de las formaciones cósmicas, Olam
haberiyah, o plano de la creación y Olam ha'atsiluth, mundo de las emanaciones. Este
camino espiral ascendente, que va de lo más bajo a lo más alto,34 de lo más grueso a lo
más sutil, de lo múltiple a lo sintético, y vincula varios planos entre sí, de manera
sucesiva, es el que describe Dante en la Divina Comedia. Y es bien sabido que esa vía
es llamada la de la iniciación en los misterios. Lo que equivale a la transmutación de la
conciencia del aprendiz o alumno, la ampliación de todas sus posibilidades latentes o
dormidas. El cual, a través de un proceso arquetípico, realiza un "viaje", o camino
sucesivo; la aventura del conocimiento, que finalmente termina en la obtención de lo
buscado. Este hallazgo es llamado licor de inmortalidad, elixir de larga vida, paraíso,
tesoro, vida eterna, o Santo Graal.
En el centro arquetípico, o en el eje vertical, está ese lugar que todos los seres anhelan,
aun sin saberlo. Y allí es donde lo encuentran los hombres de la ciencia, o filósofos, o
artistas, como se denomina a los alquimistas medioevales. Es por otra parte, en ese lugar
invisible, apenas virtual, donde los sabios de todos los pueblos y todas las tradiciones lo
han hallado unánimemente. Pues conocen que lo que es mayor en un sentido, es menor
en otro, y viceversa. Así, lo que es mayor en un orden elevado (cielo), es casi
imperceptible en un orden bajo (tierra). Y lo que es mayor en un orden bajo (tierra), es
menor en un orden alto (cielo). Estos personajes buscan entonces lo pequeño, lo
imperceptible, lo invisible, lo sutil, porque saben que allí se halla en potencia toda la
posibilidad del poder. Y no lo buscan para luego utilizarlo con ánimo práctico. Ni
tampoco manipulan este conocimiento como una "fórmula" literal. Sino que,
experimentando en sí mismos, reconocen o encarnan la verdad de estos asertos,
netamente invertidos con respecto a la educación ilusoria recibida en el mundo profano,
que hace de lo cuantitativo y lo mayor lo más poderoso, cuando la realidad es
precisamente lo contrario, pues cualquier acto está incluido en su potencia.

En todo caso, ese "camino", o "viaje", es análogo al de la creación de un mundo o


cosmos. Es también la reintegración del alma a sus planos superiores, tanto después de
la muerte física, como de la muerte iniciática. Y en ambos casos, el alma que detiene su
andar en el "viaje" divino del ser, debe necesariamente caer hacia abajo y reencarnar
nuevamente, si se trata de la muerte física, y de limitarse a un nivel del camino fijado
por sus propias convicciones o condicionamientos, si nos referimos a la iniciación. No
habrá podido entonces ser reabsorbida en su origen, y se verá impelida a errar, una vez
más, a través de innumerables estados del ser universal, habiendo perdido la
oportunidad que representaba el estado humano, sin que esto implique la condenación
definitiva,35 sino la dificultad de la realización espiritual, y las "pruebas" necesarias
para el "pulimento de la piedra", o sea: el azaroso paso de un estado a otro estado
(muerte-resurrección, desanudar-anudar), hacia la inmovilidad del principio siempre
presente.

En este sentido debemos anotar que el hombre "progresista", "victorioso" y "de


ciencia", según es concebido por la sociedad moderna contemporánea –es decir, por
nosotros al ser hijos de la programación condicionada que nos ha tocado–, no ha llegado
aún, a los ojos de una sociedad tradicional, a ser hombre. Según esta concepción,
existimos ordinariamente en un estado infrahumano, y debemos actualizar, mediante un
intenso trabajo, nuestras potencialidades latentes o dormidas, hasta llegar al estado
edénico, virginal o primordial,36 que en nuestro modelo de la rueda es el punto central,
original, el tabernáculo del templo, el corazón del ser, espacio vacío en el que podemos
ser fecundados por el espíritu. Se daría entonces la posibilidad del nacimiento del Cristo
interno (anunciado por Juan y Elías),37 el que, a su vez, a través de su pasión y muerte,
pudiera finalmente identificarse con el Padre, en forma directa, lo que le permite la
resurrección y la vida eterna. En este último caso, se llegaría a la fusión con la deidad –
sin confusión–, a la unión en el eje vertical representado por el árbol de la cruz. Es
decir, a los estados suprahumanos, o supracósmicos, y a la posibilidad de la
trascendencia absoluta, que ningún lenguaje o código podrá jamás expresar, pero que
puede ser vivenciada por el verdadero hombre, en su carácter intermediario.

NOTAS

1 La esfera es en la tridimensionalidad lo que el círculo es en el plano. Sabido es que


el símbolo de la rueda se representa gráficamente como un punto y la circunferencia a
que da lugar por la irradiación de sus posibilidades. Mientras el punto central (o eje de
la rueda) permanece fijo e inmutable, la periferia se mueve y gira alrededor de él.

2 Es curioso observar que el punto central y la circunferencia, "que juntos conforman


la figura del círculo", constituyen el emblema astrológico del sol, que es el padre de la
vida, la que produce por irradiación de su energía hasta sus propios límites.

3 En la nomenclatura alquímica, el punto y la circunferencia y a veces sólo un


círculo (simbolizado por Uroboros, la serpiente que se muerde la cola), son imágenes de
la vida y su origen, de la sucesión y la simultaneidad. Y también del oro entendido
como rey de los metales o símbolo de la perfección mineral. Hay que recordar que la
alquimia sostiene que la energía de los astros en los cielos, se cristaliza en la de los
minerales, siendo ambas análogas entre sí. Esto es lo mismo que decir que existe una
reciprocidad entre cielo y tierra y viceversa. Es innecesario agregar que estas relaciones
están invertidas la una con respecto a la otra y que la perspectiva o visión varía según se
tome un punto de vista o el opuesto. Lo mismo sucede con el punto central y la
circunferencia a que da lugar. Siendo estos términos complementarios, están sin
embargo jerarquizados. Lo más alto es el cielo, lo más bajo la tierra. El hombre acata las
leyes de la tierra, la tierra acata las leyes del cielo" (Tao Te King 25). Es imprescindible
un punto central o eje para que la circunferencia o la rueda existan, no así a la inversa.
Hay una interrelación, pero también una preeminencia con respecto a la mitad superior
(cielo) y a la mitad inferior (tierra) de una esfera.

4 Después de haberse publicado estos artículos el autor ha conocido el excelente


trabajo de Maryvonne Perrot, Le Symbolisme de la Roue que trata extensamente el
tema, aunque desde una perspectiva distinta –y convergente– a estos textos.

5 Cuando se habla aquí de símbolos léase también mitos y ritos, leyendas y textos
sagrados.

6 Lo mismo sucede con el mito o la leyenda. En el lenguaje corriente han pasado a


ser sinónimo de "cuentos".

7 La expresión natural del concepto que el punto geométrico manifiesta en el plano,


es la unidad aritmética, generadora de toda la serie o código o campo o mundo
numérico. Hay que aclarar también que la unidad aritmética es sólo una imagen de la no
dualidad metafisica. Al ser el primer número es también la primera determinación. Lo
mismo ocurre con el ser, con referencia al no-ser, y ambos con respecto a la no
dualidad. En ese sentido, el punto central "creador" del espacio, o lo que es lo mismo, el
"ser" de ese espacio horizontal, es a su vez el reflejo del no-ser, o de la inmanifestación
vertical, y ambas de la "no dualidad".

8 Se puede hacer notar que el círculo tiene 360' y que la suma de los 4 ángulos rectos
del cuadrángulo (90 x 4 = 360) es la misma. Además, 360 = 3 + 6 + 0 = 9. El 9 (número
cuyos múltiplos siempre se reducen a él mismo), es el número del ciclo. También lo es
de la circunferencia, que sumada a la unidad central (9 + 1 = 10), nos da la totalidad de
las posibilidades del ciclo numérico y de la tetraktys pitagórica. También, la del retorno
al origen (10 = 1 + 0 = l).
9 El movimiento centrífugo o el que va del centro a la periferia, tiene que ver, como
se ha dicho, con la expansión. Este movimiento debe transponerse en el plano circular
del ciclo, situándolo al norte, originando la circunferencia y correspondiendo esta
energía a la mitad ascendente de la rueda del día, es decir a la que partiendo del norte,
identificada con las cero horas, llega hasta el sur o mediodía. La porción descendente
del ciclo (que va de sur a norte, es decir, que retorna a su punto original) está entonces
relacionada con la contracción o concentración centrípeta o atardecer y noche. Algunas
culturas, en distintos lugares y épocas, han dividido al ciclo de forma aparentemente
diferente, lo que está en relación directa con la razón de ser de esas civilizaciones. Así,
no se ubica el norte siempre arriba ni el sur obligatoriamente abajo. Tampoco el
movimiento es visto, necesariamente, de izquierda a derecha –es decir, en el sentido de
las agujas del reloj–, sino que se lo considera en forma retrógrada. Estos dos ejemplos
pueden encontrarse en las culturas precolombinas y extremo orientales.

10 Uno de los errores contemporáneos más comunes es el de concebir un infinito


finito. La suma indefinida de finitos (o ciclos) no puede constituir el infinito. Este, por
definición, es lo que no es finito. O sea, lo que no está sujeto a finitud. Es lo mismo que
hacer de un relativo, o de la suma de innumerables relativos (o anécdotas), algo
absoluto.

11 La traducción de la palabra sánscrita chakra es precisamente rueda o disco. La


"apertura" de los chakras o su expansión generativa, estaría vinculada con la ampliación
del plano de la conciencia, simbolizada por la flor de loto (que se abre a la mañana y se
cierra a la noche). En Occidente, esta flor sería la rosa. En particular la ROSA MUNDI,
idéntica a la ROTA MUNDI.

12 Tal vez fuese oportuno establecer aquí, una diferencia entre significado y signo. El
significado es la esencia o idea universal que el signo plasma (o encarna), que viene a
ser como la forma o el ropaje del significado, adecuado a la relatividad espacio-
temporal. El significado de un signo es lo que éste significa no su rol significante. Lo
simbolizado es lo que el símbolo expresa verdaderamente, su razón de ser, no su
capacidad transmisora. El mito es realmente la idea expresada en y por el personaje
mítico, no las andanzas y aventuras computables de los héroes y los dioses. El rito no es
sólo una ceremonia conmemorativa de sentido social, sino la correspondencia de
energías entre un plano de realidad –o de conciencia– y otro desconocido. Al
otorgárseles a estos términos una lectura lineal, se los degrada haciéndolos
incomprensibles. Las acepciones dadas a las palabras y a las cosas en ciertos lugares o
durante determinadas épocas, no sólo nos ilustran sobre la mentalidad de esas
sociedades, sino que muchas veces constituyen ejemplos evidentes de inversión.
Desgraciadamente en la actualidad se toma el significado del símbolo como si este
significado fuese su función significante. El significado de los antiguos signa (o
milagros) era el de la revelación sobrenatural; jamás el efecto que esos signa producían
en la población. Por otra parte, habría una distinción entre símbolos naturales y
símbolos tradicionales (iniciáticos) precisos, diseñados especialmente para producir una
comunicación directa con el principio. Estos últimos tendrían una función "didáctica",
obviamente relacionada con la enseñanza y el conocimiento.

13 Conocido es que el juego de ajedrez tiene orígenes astrológicos.

14 La idea de desenrollar los cielos, es decir, la de crear el cosmos, o lo que es lo


mismo, el plano o tablero en donde éste se manifiesta, está en estrecha relación con el
símbolo del telón, que se abre en la caja (cubo) escénica y donde se comienza a
representar una obra ilusoria, con papeles y roles. Especialmente el teatro de títeres. Y
también el cinematógrafo, que mediante una inversión de la visión óptica, proyecta en la
pantalla o plano, indefinidas imágenes, anécdotas o "historias".

15 La serie numérica y la escala musical son dos códigos discontinuos, y sus


componentes no son homogéneos. De allí las paradojas aritméticas y los semitonos
musicales.

16 En el caso de los aztecas, luego de un peregrinaje de un número preciso (mágico)


de años, éstos hallan su momento o la maduración necesaria o la escisión temporal
adecuada, que se corresponde con un hecho espacial: el descubrimiento de una isla entre
las aguas, símbolo tradicional del centro; y de una piedra, miniatura de la montaña, que
junto con el árbol –en este caso un nopal– es emblema del eje.

17 Por ejemplo, el esquema circular o cuadrangular de una ciudad (o civilización), en


medio de la confusión de las selvas o los campos salvajes. Por otra parte, los templos o
tiendas de culto de forma circular son propios de los pueblos nómadas, mientras que los
de base cuadrangular corresponden a los sedentarios.

18 Lo sagrado no tiene nada que ver con lo "religioso" tal cual hoy se lo entiende
vulgarmente.

19 Recordar la potestad creativa e intermediaria que posee el hombre, otorgada a


Adán en el paraíso; la de nombrar todas las cosas. Por otra parte, los nombres no son
sino las formas simbólicas de lo innombrable. Y ya se sabe que el nombre expresa la
esencia de la "cosa".

20 O rayos, en el modelo de la rueda del cosmos. Estos "rayos", cuya relación con lo
celeste resulta obvia, son emisarios que unen la tierra con el cielo. En el caso del círculo
son los "radios" los que vinculan el centro a la circunferencia.

21 Como ya se indicó, cada uno de los indefinidos puntos de la periferia constituye


una "individualización" y una imagen refleja del punto arquetípico, así ésta corresponda
a una sociedad o a un ser humano.

22 Estos términos son equivalentes e intercambiables. El altar de la casa es el hogar,


el pater familias es el sacerdote. En los pueblos nómadas se lleva un poste ritual,
símbolo del eje, que se asienta en el lugar en donde le toca acampar a ese pueblo. Otros
peregrinos llevan ese mismo centro dentro de sí.

23 En la vida (ciclo) de un hombre, esos puntos significativos, en los que se establece


comunicación directa o vertical, con otros tiempos o espacios, o mejor, donde se
actualizan otras lecturas o vivencias, de las coordenadas espacio-temporales en las que
estamos enmarcados (crucificados), pueden ser visualizados como estados especiales de
la conciencia y muchos de ellos se recuerdan como significativos o como evocaciones o
"remembranzas", en el sentido que Platón atribuía a ese término.

24 O su equivalente cuadrangular.
25 Jacob, andando por el desierto, se acuesta en un lugar determinado y con una
piedra, símbolo del eje (miniatura de la montaña), como almohada, "sueña" con
"ángeles", que "descienden" y "ascienden" por una escalera, del cielo a la tierra y de la
tierra al cielo. Esta irrupción de lo vertical en lo horizontal, es equivalente a la
irradiación del centro o al rayo de una rueda, que comunica el movimiento a la periferia,
como ya hemos visto.

26 Así Dionisio Areopagita, hablando de las líneas rectas que convergen en el centro,
nos dice que en la medida en que ellas están más próximas del mismo, la unión es más
íntima. Y al contrario, cuanto más alejadas están de él, mayor es la separación.

27 Lo que podríamos decir, la base, si a este modelo plano de la ciudad le damos


tridimensionalidad o relieve. En efecto, círculos o cuadrados sucesivos, los unos dentro
de los otros, nos dan la idea, en el plano, de lo que es la pirámide o el zigurat, en el
espacio. Que va desde la base numerosa, a la culminación del punto único final.

28 Obsérvese que la serie expansiva (ad-extra) pudiese expresarse así: 1 + 2 + 3 + 4 =


10 (número de totalidad). Mientras la serie contractiva (ad-intra) sería: 10 = 4 + 3 + 2 +
1, según la conocida tetratkys pitagórica.

29 En este recorrido se encuentra el "laberinto" (como en Chartres y en otras


catedrales y templos), símbolo del peregrinaje en la búsqueda del conocimiento y del
peligro de "perderse". Del que hay que encontrar dificultosamente la salida, para nuestra
propia salvación.

30 En algunas iglesias, en especial en las catedrales góticas, este centro no se halla en


el "medio" de la forma arquitectónica, sino en el centro de la cruz, que es el esquema
del plano constructivo. Como se sabe, la cruz cristiana no tiene los brazos iguales.

31 El santuario o arca de la alianza es, a su vez, otra miniatura del cosmos.

32 Lao Tse: Tao Te King 11.


33 Es curioso destacar que muchas personas piensan que la iluminación es algo que
se produce con coros sentimentales de violines y arpas o con una música grave y
solemne, en un mundo cinematográfico autocompasivo y pomposo. Otros creen que
llega de casualidad o como algo fulminante. En ambas versiones, debe notarse que esta
"iluminación" viene de fuera y alumbra al sujeto en cuestión. O sea, que hay un sujeto
que ilumina y un objeto iluminado. Bien por el contrario, la iluminación se refiere a un
estado de conciencia, en donde las cosas y nosotros somos una sola identidad, sin
confusión de ninguna especie. Y donde una iluminación distinta abarca todos los
objetos, que simultáneamente brillan a la nueva luz de un estado, que se acaba de
descubrir, y que se traduce en ese conocimiento.

34 Pese a que sus primeras y largas etapas son descritas, muchas veces, como un
descenso a los infiernos, un viaje al inframundo, al interior de la tierra.

35 Por un acto de arrepentimiento del presente, o sea, una reactualización, se borran


los "pecados" del pasado. El eje de la rueda se mantiene inmutable, mientras es propio
de la movilidad el cambio permanente.

36 Saber que no somos nada, que nada debemos saber, deponer el vano orgullo de la
ignorancia oficializada y nuestra falsa seguridad.

37 Este sería, propiamente, el estado humano. Y correspondería, entonces, a la


función mediadora del hombre entre cielo y tierra. A título adicional, diremos que es
bien conocida la identificación entre Adán y Cristo. Esta situación central es llamada
tifereth en la cábala hebrea y corresponde al centro de donde el sol extrae su energía,
que manifiesta, repitámoslo, a través de sus rayos o los rayos de la rueda.

CAPITULO III
PERSPECTIVAS DESDE EL ARTE
1
Generalmente al hablar de arte hoy en día, nos referimos vagamente a la historia del
mismo, o imprecisamente a un hecho cultural de cierto "status" intelectual y
socioeconómico, que la pintura (la más injustamente afortunada de las artesanías)
ejemplifica. También solemos referirnos a él como a un inventario musicológico de
obras acabadas y fechadas en tal o cual tiempo y localizadas en este o aquel sitio. Desde
el punto de vista en que nos situamos no nos interesan tanto estas perspectivas, que por
cierto no negamos, sino que preferimos ver al arte como una actitud específicamente
humana, no ubicada en ningún esquema clasificatorio o histórico-geográfico, sino
perfectamente viva, actualizada por el hombre de todos los tiempos y reflejada en sus
símbolos culturales y sagrados, que si bien reconocen un origen preexistente, son la
materia a partir de la cual se produce la re-generación cíclica de las civilizaciones, del
mismo modo que en el firmamento la actividad solar recrea permanentemente las
diversas condiciones o formas de vida de su sistema. En ese sentido siempre nos ha
interesado el arte como forma de conocimiento, o mejor, la actitud del artista como una
manera de adentrarse en determinadas dimensiones del mundo lineal de su entorno –
aunque él mismo sea poco consciente de ello–, mediante una concentración de sus
posibilidades, ya fuese a través de un trabajo ordenado y paciente o de la síntesis
catártica totalizadora. O de ambas, puesto que por cierto la una no tiene por qué excluir
a la otra, sino que más bien se complementan allí donde el hallazgo o contemplación de
la belleza produce una especie de emoción relacionada con un sentimiento de plenitud,
ausencia o vacío, donde todos los seres y las cosas no son sino ellos mismos, en su pura
realidad despojada, lo que equivale a vivenciar la idea arquetípica de armonía, aun en la
desarmonía, y de equilibrio y justicia, aun en los conceptos que dialécticamente se les
oponen.

Esta emoción intelectiva es un modo de conocer. Una manera, una actitud por cierto
imprecisa, no lógica, de aproximarse al objeto del conocimiento por el sujeto que
conoce y que llegada a su clímax, funde al sujeto que conoce con el objeto conocido,
produciendo el conocimiento, que deja entonces de ser sucesivo, inclusive espacial, para
pasar a ser algo diferente al producirse una transformación –cualquiera que ésta sea–,
siempre aprehendida a través de la experiencia directa, aunque el soporte simbólico
utilizado fuese cualquier cosa o ser manifestado. Puede verse aquí una estrecha
vinculación con el amor, en cuanto ambas posibilidades emotivas unen o religan, o
actúan como prolongaciones de la identidad del sí mismo en todas las cosas. Nos
interesa además rescatar un elemento de incertidumbre, o de aventura, inherente a los
riesgos del arte y del amor, dos maneras de encarar por lo más alto el proceso del
conocimiento, que se halla en el origen y en la identidad del ser mismo. Y ese riesgo,
esa pasión, ese fuego, está siempre presente en todo lo que implique la búsqueda y la
realización de la belleza y la sabiduría, es decir la unidad en amor, lo que constituye el
arte en la vida.

Así pues, nos referimos al arte como una "poética" comprometida con el conocer del
hombre, al que consideramos parte imprescindible de este proceso perenne de
interrelación y expresión, donde la inteligencia universal que él mismo refleja,
manifestándose como un arte de indefinidas posibilidades, le brinda la opción de ser
todo lo que él conoce. Esta "poética" incluye a todas las artes: 1 arquitectura y
construcción, artesanías, técnicas y ciencias, oficios (cerámica, vidrio, jardinería,
herrería, ropa y calzado, joyería, carpintería, etc.), las artes llamadas marciales y la
danza, escultura, música, teatro y poesía, geometría, gramática, alquimia, etc., es decir a
las artes liberales y al hombre integral.

Y como nada deja de ser simbólico en el orden microcósmico, esta "poética", referida al
hombre y su actividad creadora, puede transponerse al orden macrocósmico, donde la
naturaleza, la vida y el universo, no son sino un conjunto análogo de seres y funciones,
unido en el amor. Y entonces la tierra y el hombre pueden ser considerados como obras
de arte, u objetos de diseño, frutos de una poética general, cuyo origen es un sonido
llamado verbo o logos, que no es sino la manifestación surgida del mayor grado de
concentración posible.2

2
Es obvio afirmar que sin hombre no hay arte, aunque no está de más efectuar esta
aclaración en una sociedad que por una especie de manía empírica, separa a las cosas de
su contexto, y les otorga una categoría diferente, como si tuvieran vida o realidad por sí
mismas, clasificándolas en el casillero imaginario correspondiente, en este caso bajo el
nombre de "arte", otorgándole una serie de características perfectamente arbitrarias o
ilusorias, tendientes a hacernos creer –de manera casi publicitaria–, que aquello es una
verdad objetiva, para colmo casi científica, siempre algo concreto, tangible, dispuesto a
ser analizado y catalogado. El hombre es el sujeto-objeto del verdadero arte, y a través
de él se materializa la posibilidad de la obra creativa, reflejo de una obra más vasta, en
la que el hombre está incluido. El mago –que saca cosas de la sustancia informe, y al
realizarlas actualiza las posibilidades que ésta tiene en sí, al igual que las que porta él
mismo interiormente–, ubicado en el centro de su círculo ritual, es el creador del espacio
donde se dan todas sus posibilidades y las de su obra. Este es su cosmos, simbolizado
por el círculo, que cumple también funciones limitativas, además de protectoras. Y su
imagen vertical, ubicada espacialmente en el centro o eje de la figura, es la mediación
entre cielo y tierra; es decir la de un vehículo entre el mundo invisible de las ideas y la
manifestación horizontal y material de las mismas, a través de una gestación o
encarnación de las potencialidades del ser que han de reflejarse en el acto creativo.

Este hombre es el artista,3 individuo de oficio o de conocimiento, que recrea el mundo a


través de su actividad redentora, al vivificar las potencialidades que todo hombre lleva
en sí mismo en forma latente, y toda substancia de manera inmanente. Se conecta así
con el ritmo de todas las cosas, el ritmo universal,4 y su obra constituye el pasaje entre
lo increado y lo creado, como una síntesis que manifestara a la unidad, para
inmediatamente plasmarla en la multiplicidad de las formas. Lo que equivale a
asimilarlas análogamente a un doble movimiento de concentración-expansión, de
expresión energética centrípeta-centrífuga, yin-yang, solve-coagula, siempre presente en
todas las cosas, y que hace vibrar al artista como un diapasón armónico en su conexión
vertical, que necesariamente debe irradiar en el plano horizontal.

Y esta conversión de energía estática en dinámica, que va de lo uno a lo múltiple, tiene


su réplica instantánea en la acción inversa, la del reciclaje de lo múltiple a lo uno, ya
que la obra de arte concebida y ejecutada se transforma a su vez en objeto estático, y es
contemplada por otro hombre, que a partir de ella, como cosa creada, se remonta al acto
creativo y a la revelación de la idea –o arquetipo– inspiradora, que originó todo el
proceso. En esa labor transmisora, donde el ser humano como sujeto dinámico –en este
caso el artista– recibe, emite y da lugar al objeto o símbolo revelador, que a su vez
retransmite la energía originaria, convirtiéndose así en un soporte, en un vehículo apto
para la comprensión, reside el misterio del arte. En suma, el misterio del hombre, o de
toda la creación –ya que este proceso es válido para cualquier manifestación–, la que se
expresa siempre en forma rotativa o cíclica.

Queremos recordar aquí la idea de la fecundación por la palabra, y la ya mencionada del


verbo o logos como origen de la manifestación. Y también la de Purusha como principio
activo y Prakriti como principio pasivo o sustancial de la creación universal. El artista,
mago, chamán o demiurgo, es también el rey o emperador de un espacio donde él es el
eje o centro.5 Y estando todo concatenado en la vida universal, habiendo siempre algo
preexistente, y de manera análoga algo que ha de ser preexistente para otros –que
abrirán los ojos después de nosotros–, cada gesto o actitud moverá energías indefinidas,
algunas de ellas visibles o de un historicismo evidente, pero la mayor parte serán
invisibles, ni siquiera conocidas por aquellos mismos que participan en ellas.

La ley de correspondencia siempre actúa, como no podría dejar de ser, ya que se trata de
una ley universal; y la voluntad de ser crea un nuevo espacio donde la obra creativa o el
reino florecen, pues donde no había sino un amorfo, o un vacío, la substancia universal
virgen para ser fecundada por la energía positiva, ahora se ha engendrado un mundo,
que ya estaba contenido en esa substancia de un modo pasivo. Y así lo que era pasivo
será ahora activo, y la energía activa, que funcionó como un detonador, se convertirá en
un símbolo, u objeto estático creado, que llevará implícito en él mismo la energía activa
original, sintetizada en forma pasiva o potencial, dispuesta a ser vivificada, para poder
adquirir así una nueva configuración espacio-temporal, entre la bipolaridad del eje de
una esfera, o el punto original y la circunferencia de un círculo, o el centro y la periferia
móvil de una rueda. El hombre sería entonces un mediador, un intermediario, el creador
de un plano de expansión entre la idea arquetípica y su cristalización final en el mundo,
entre la unidad original primigenia y la individualidad de la obra creada en la diversidad
de un género, ya que cualquier punto de la circunferencia es un reflejo -y como tal
invertido- del punto original, y lleva dentro de sí mismo, como él, la posibilidad de
engendrar un campo, o cosmos, es decir una obra o creación. Esta es la razón de ser del
arte, y por cierto de la magia, y también del símbolo y el rito.

De este modo, el hombre, al identificarse por el arte con el punto virtual, o unidad
sintética, escapa de la relación espacio-temporal, pues lo inmóvil, absoluto o infinito, no
tiene fin ni fines. Y así es como extrae de la idea arquetípica la manifestación creativa,
que siempre nació y siempre nace. Esto se debe a que la unidad, desdoblándose en el
ritmo de la dualidad, mediante sus emanaciones o intermediaciones, genera la
multiplicidad de los seres -o los estados del ser universal-, o las cosas creadas, puntos
individuales en la circunferencia espacio-temporal, simientes que portando en sí mismas
la posibilidad de crear, o sea de imitar 6 la unidad arquetípica, hacen que ésta refluya
incesantemente con el movimiento de una rueda, imagen y modelo del cosmos. Así, la
inspiración artística, su expresión, y el retorno a la idea original a través de la síntesis
que hizo posible la concreción de la obra u objeto artístico, es lo que constituye un
esquema simbólico siempre presente en cualquier manifestación.

3
A esta altura del discurso parece evidente que lo que se tiene hoy día considerado por
arte, lo que se entiende por tal, poco o nada tiene que ver con las concepciones
expresadas con anterioridad. No se tratará aquí de hacer una crítica exhaustiva de las
hipótesis o controversias estéticas actuales –ni del mercado y la profesión de artista–, y
tampoco de las circunstancias cíclicas, histórico-socio-culturales económicas, que han
engendrado estos tremendos equívocos y mermas. Aunque sí se querrían puntualizar
ciertos detalles o errores ejemplificadores:

Uno de ellos consiste en tomar por arte a una serie de trabajos escogidos más o menos
arbitrariamente, condicionados por circunstancias temporales que se canalizan por
medio de las modas, usos y costumbres, y atribuirles una categoría "artística". Otro el de
otorgarle al arte una naturaleza objetiva, como si se tratara de una realidad tangible que
pudiera transponerse a tal o cual artefacto. "Las obras están hechas con arte, no son
arte", nos advierte lúcidamente A. Coomaraswamy. Se podría objetar que todas las
cosas son arte, pero siempre que se viera en ellas un símbolo expreso de la idea, es decir
una posibilidad de encarnar a la misma. Pero si la visión fuese literal se entendería una
vez más al símbolo no como mediador, sino de manera objetal, separándolo de su
contexto, convirtiéndolo en una deidad idolátrica, un fetiche o un tabú. Un equívoco
más sería tomar el arte como algo más o menos intrascendente o placentero, pero casi
necesario, algo que "espiritualiza" o hace más agradable el ambiente general. Como una
experiencia lúdica, una técnica inteligente –casi exquisita– de evasión, proveedora de
una alta dosis de comfort y status. O inversamente, dramatizar las circunstancias
creativas, adjudicándoles una importancia absoluta, tratando de hacer trascendentes las
vivencias psicofisicas o la materia con la que se trabaja, que por definición no son
trascendentes. Otro más: la división entre lo que es bello o simbólico y lo que es útil,
ignorando que lo que es bello o simbólico, tiene por sí mismo lo máximo de la utilidad.
Asimismo el reducir el arte al gusto, que como el ego deviene constantemente, y hoy es
una cosa y mañana otra. Igualmente, la actitud de aquellos que pretenden utilizarlo
como un medio de propagación ideológica o de influencia psíquica, cualquiera que ésta
sea, por lo mismo anotado anteriormente.

El arte tomado como expresión de la personalidad es una falacia, puesto que esa
personalidad, tal cual hoy se la visualiza, es inexistente. Ha sido extraída del medio que
la ha condicionado. Y no es sino la reproducción o mera imitación de gestos, cuando no
la copia decidida de estilos, actitudes, modas, maneras, "Ideas"; en suma: de una serie
de historietas tan falsas como las nuestras. Ya que los modelos a quienes,
conscientemente o no, copiamos, se han visto abocados a situaciones análogas a las que
nos han tocado a nosotros y han procedido de igual forma, disfrazándose de la mejor
manera posible, en el baile de fantasía progresista en el que estamos. Y así, las máscaras
van cambiando a lo largo del tiempo, con la constante de que en cada caso creemos ser
"nosotros" esa misma máscara. Esto es, la identificación con la morisqueta de turno,7
con la cual estamos vinculados emocionalmente, las más de las veces por un
acontecimiento fortuito, por un hecho casual de uno u otro sentido, ante el que
reaccionamos de tal o cual manera. Situaciones que extraemos del ambiente y que
quedan impresas en nuestra psique como algo propio y personal e importantísimo,
cuando en realidad son enteramente inventadas por la ilusión de otros que comparten
nuestra ignorancia.

Es necesario advertir que estamos completamente programados, y aquello por lo que


estamos dispuestos a morir, vale decir nuestra identidad personal, no es sino algo
impuesto por las circunstancias contingentes (socio-económicas, histórico-geográficas y
familiares) que nos ha tocado vivir. ¿Qué hombre realmente pudiera identificarse,
siendo universal, con el número de su documento de identidad o con su impresión
dígito-pulgar o con sus obsesiones, fobias y manías?

Se ha dicho que la vida es sueño, y también que la sociedad moderna, que afirma
enfáticamente sus supuestos indiscutibles, y que nos moldea "positiva" y
"materialmente" en ellos, es una farsa. En todo caso es evidente que nosotros
internamente no somos esa ilusión, ese engaño compartido que hemos visto cambiar
ante nuestros ojos de manera evidente en sus formas políticas, históricas, sociales,
científicas, afirmando con la misma seguridad, solidez y desparpajo, anteayer una cosa,
ayer otra, hoy una diferente –completamente opuestas y contradictorias–, actitud que
seguirán manteniendo hasta el fin, como lo vienen haciendo, justificándose siempre. Y
lo que es más paradójico: tomando este estado de total confusión y de reincidencia de
errores filosóficos y desviaciones que vienen señaladas desde la antigüedad, como
progreso y evolución. Si nos negamos a ser ese producto social, cabe preguntarse: ¿qué
somos? Y encontrar una salida. Lo cual sería lo mismo que reconocer la propia
identidad, el ser, el verdadero yo. Se está en medio de una rueda y no se puede huir.
Atrapados, todo se repite una y otra vez, y no conseguimos escapar de nuestros
patrones, que se reciclan en un perpetuo retorno, ya que estamos apresados en la cárcel
del principio y el fin, de la dualidad de la causa y el efecto, que obliga a nuestra psique a
repetir indefinidamente sus conductas en perfecto acuerdo con el tiempo, que se reitera
de tal suerte, que cada día que pasa es un acercarse del plazo de la vejez, la enfermedad
y la muerte.

Sucede que los hombres de este siglo no recordamos que el ser humano todo lo aprende.
Nos enseñan a comer, a caminar, a hablar, y de allí en más toda la serie. Nada sería el
hombre de lo que pretende si no lo hubiera aprendido. Somos lo que sabemos, y eso
siempre nos es enseñado. Y sorprendentemente creemos y damos como algo natural –
como consubstancial con el ser humano– un saber infuso común a una especie
privilegiada, propietaria y rectora de la tierra, cuando ciertamente no hacemos sino
imitar imitaciones que nos conforman. Esto es válido no solamente para los
conocimientos racionales o conscientes, sino que asimismo lo es para el "sentimiento" y
hasta para el "instinto" –ambos aprendidos–, que en la época actual son la mayor
garantía de certeza.

Por eso, se trataría de abandonar la confusión de la idea de tiempo, tal cual hoy se nos
ofrece, para conocer y vivir lo atemporal, la eterna belleza, a través del soporte de la
obra creativa, y acceder al estado donde la causalidad no existe. Sin lugar a dudas el arte
es una actividad contemplativa, pues promueve el conocimiento a través de la
identificación del sujeto y el objeto, por mediación de la belleza. Pero el "esteta", el
personaje oficial que se ocupa de estos asuntos, lo ignora, ya que es un enamorado de
apenas la superficie de las cosas.8 El arte es la evocación de la idea arquetípica,
invocada en el rito de la creación. Es la irrupción de lo invisible e inaudible, que
mediante la forma y el pensamiento se expresará a sí mismo, reconociéndose en el gesto
y la palabra, que configuran toda manifestación –aun la cósmica–, lo que es equivalente
a la acuñación de un lenguaje o código, que va de lo universal a lo particular, y de éste
reviene a lo universal, por la atracción de lo perfecto de la obra –a la que nada hay que
agregarle ni quitarle–, que simboliza la perfección de su creador, por las
correspondencias que se establecen entre ellos.

Las partidas de ajedrez del siglo XVIII, XIX o XX, tienen estilos tan diferentes entre sí,
como lo tienen las artes visuales, la literatura, la música y toda moda o actividad, en
íntima relación con las ideas filosóficas, las ciencias y las mentalidades de esos
períodos. El gusto cambia, es relativo y perecedero como la apreciación "estética". Pero
si las obras han sido ejecutadas rectamente, esto es, de acuerdo al arte, y como
expresión de la naturaleza universal, de la vida, del conocimiento, de la comprensión de
las pautas del modelo cósmico, o en concordancia con la ciencia de los ritmos –lo que
equivale a decir perfectas en su género–, han de reflejar necesariamente la belleza
completa de aquello que las inspiró.

Pero hoy en día se reemplaza al significado por la anécdota, olvidando que es el


contenido de las imágenes mentales de quien realiza la obra, lo que efectiviza el rito de
la creación. Que sin ellas y su sentido, todo sería una mera reproducción o parodia (muy
hábil, espectacular o rutinaria), sin ningún objeto ni significado, salvo el de la
multiplicación cuantitativa, el halago momentáneo de la vanidad, la degustación de un
pequeño poder o el cumplir con la "conciencia" moral (o inmoral), satisfaciéndola con
la mera acción, a la que se atribuyen así características mágico-sagrado-religiosas,
dentro de un contexto social, material y profano. Desde estos puntos de vista, la
actividad artística es un negocio como cualquier otro, acaso una profesión especializada
o un trabajo que alguien quiere cumplir. De acuerdo con el patrón social vigente, es el
marchand quien saca el mayor provecho rentable, puesto que él crea y maneja el
mercado en relación con sus gustos, ideologías e intereses particulares, en compañía o
en contra de otros personales análogos, con el que se reparten el poder del "botín"
cultural y su traducción monetaria. El arte no es algo ligero, netamente snob y clasista,
relacionado con el triunfo en la vida y el éxito. Una actividad para "listos", que por
motivo de ciertas facilidades, se sobrevaloran sin recordar que, por otra parte,
cualquiera tiene estas disposiciones naturales en uno u otro campo, no todos hoy
considerados como "artísticos".9
En fin, y para no seguir abundando en detalles y en críticas archiconocidas para aquéllos
que se interesan en estos asuntos, y volviendo a nuestros temas específicos, si no fuese
un exceso, diríamos que el símbolo, por definición, es indefinible, ya que es algo
significante, distinto de sí mismo, en razón de lo cual él es tal. Sin embargo no debemos
confundir su significado con su función significante o significativa. En efecto, el
significado de los signa (o milagros) es el de la revelación de lo sobrenatural. Nunca el
efecto que esos signa producen en el medio.10 Esta "definición" le cuadra a la creación
artística –símbolo por excelencia– y asimismo al hombre, que es el símbolo más alto de
la obra creacional. Si consideramos el modelo de la rueda y lo transponemos al ser de
este hombre, diremos que el punto central corresponde a su Yo, a su interioridad, a su
identidad, a su espíritu, y la periferia a sus egos personales, a su exterioridad, a sus
circunstancias y a su cuerpo. Lógicamente, si el punto central representa el espíritu y la
circunferencia el cuerpo, es fácil inferir que lo que va del punto virtual al límite del
plano, la zona intermedia, que es casi la superficie entera de la figura del círculo –vale
decir los indefinidos radios o rayos que comunican lo más interno, profundo y
misterioso, con lo más externo, superficial y manifiesto–, corresponderá a la función del
alma, ánima o psique, verdadero vehículo del arte.

Tomando debida cuenta de que esta mediación tiene una parte más alta, la más cercana
al espíritu (donde convergen las irradiaciones en el punto central y están más próximas a
él), y otra más baja, la más cercana al cuerpo (en donde los rayos se han ido separando,
alejándose del centro). Esta es la antigua distinción entre la Venus Urania y la Venus
Pandemos, y entre Diana y Hécate, y también entre el verdadero arte relacionado con la
cognición y la belleza y el arte de halago, o festivo, vinculado con el gusto y la
superficialidad. En verdad estos extremos no se excluyen, salvo en la mentalidad de los
que han tomado partido por uno, negando y menospreciando al otro –habiendo optado
ciertamente por el más bajo–, y nos han enseñado como única y buena esa elección,
intentando complicarnos en sus maniobras.

No nos queda entonces más remedio que negar la negación y afirmar entonces los
principios, o sea lo inmóvil y eterno (sagrado), para poder complementarlo con su
opuesto incesante, lo que se mueve y cambia (profano) y comprender así el tiempo y su
sentido simbólico, al igual que el de la manifestación, sabiendo que en la
inmanifestación primordial, en la inmutabilidad, han de hallar su complemento y su
origen. Ya que lo sensible es el reflejo de lo inteligible, o como se ha dicho: "lo
invisible se deja ver a la inteligencia por sus obras".11

Tengamos cuidado de ciertas personas,12 que han hecho de su conformismo o su


rebeldía un credo, las que por un imperativo lógico e histórico de su estructura interna,
no pueden superar la periferia, la ilusión, la literalidad, el consumo psicológico e
ideológico, la mala fe congénita, y sobre todo, la ignorancia, que hace unos siglos está
de última moda.

4
Casi resulta innecesario señalar que por detrás de cualquier manifestación hay algo
previo que la ha conformado y que a esa energía le debe su razón de ser, tanto fuese
tomada esa manifestación como fenómeno o expresión de cualquier tipo. Los ejemplos
más bellos de este hecho son la espontaneidad, el gesto puro, la verdadera intuición
intelectual y el acto gratuito. La vida, la naturaleza, y el cosmos, serían ilustraciones
admirables de este sencillo y magno acontecimiento permanente. Ellos se expresan en el
encuadre espacio-temporal en que se plasma cualquier manifestación, estando por cierto
el hombre incluido como parte integrante de la misma. Serían, pues, todas estas
revelaciones simultáneas de los seres y las cosas, coetáneas con el tiempo en un
enmarque espacial determinado. Y por lo tanto las expresiones posibles sujetas a estas
dimensiones espacio-temporal es –en donde se produce la existencia humana–, que
cuajan en formas cristalizadas, han de tener una estructura previa, respondiendo a
ciertas coordenadas –modelos o ideas arquetípicas–, para que puedan ser ellas mismas
las cosas o los seres que constituyen el universo. En verdad, estos entes a que nos
estamos refiriendo, no son sino símbolos o energías-fuerza que representan –cada cual a
su forma o manera substancial– ideas que ellos encarnan, dando lugar de esa manera al
cosmos entero, al que configuran. En el simbolismo del tejido, es fácil advertir que la
faz brillante y luminosa de lo visible, del diseño exotérico, es la expresión del laborioso,
oculto, oscuro y ordenado trabajo de la trama y la urdimbre. La idea de una estructura
"anterior", o previa, a un fenómeno o expresión cualquiera, no es sólo obvia para el
filósofo, el arquitecto, el artesano o profesional –o para un operarlo de cualquier
índole–, sino para todos los que hayan pensado alguna vez en el lenguaje o simplemente
en cualquier morfología. La imagen visible es, pues, la proyección o el reflejo del
pensamiento, de la idea, o de la intuición intelectual, mediante la cual se manifiestan las
cosas o se las pretende expresar. Va de suyo que estos símbolos o juegos de símbolos –
que establecen entre sí diversas relaciones de distinto tipo–, configuran códigos o
lenguajes diferentes, que al ser expuestos a un nivel de comprensión menos sutil,
necesariamente han de obscurecer su contenido, u ocultarlo, desde el punto de vista de
un nivel más denso o enrarecido de lectura. De allí la función mediadora de los
símbolos, como emisarios, puentes o puertas de pasaje de un plano de la realidad a otro,
que está siempre más allá de éste.13 Sobre todo en un mundo que suponemos chato e
igualitario, cuando en verdad se trata de un universo diferenciado y jerarquizado. Prueba
de ello nos dan las distintas especies que lo pueblan, así como los diversos espacios que
lo constituyen, y los diferentes tiempos que suceden en él. Por eso es que todo símbolo
es significativo, o significante, cualquiera que éste sea, y en particular aquéllos en que
las distintas tradiciones de la antigüedad volcaron su experiencia, como testimonio de su
conocimiento acerca de lo simbolizado. Porque para estos pueblos los símbolos no son
arbitrarios, o convencionales, o "metafóricos", sino que figuran los principios mismos,
con los que guardan una unidad analógica tan viva como real. Eso es lo que permite al
símbolo pasar del orden fenoménico al trascendente. O sea: que facilita la revelación
sintética o la comprensión de un lenguaje universal y eterno, de la que el propio símbolo
es apenas un soporte, para acceder a un orden distinto, que se halla a otro nivel respecto
de la visión literal o alegórica que solemos tener de los hechos y las cosas.

Por otro lado, el símbolo –generalmente numérico o geométrico– se oculta de la mirada


ordinaria bajo el oropel de lo decorativo o lo funcional, porque esa es la manera en que
se cumple el orden natural de las cosas manifestadas. Esto es particularmente destacable
en el simbolismo constructivo, en especial en lo que se refiere al centro o al eje. Tal es
el caso del centro invisible de cualquier espacio, en el que son extremadamente notorios
los muros y las paredes o el enmarque que los circunda. Lo mismo sucede con el
simbolismo del arco arquitectónico, donde las evidentes columnas han sido levantadas
simétricamente a partir de un centro, en el plano horizontal, que no es sino la
proyección del eje vertical. El cual, por otra parte, permanece perfectamente oculto e
imperturbable, mientras solemos admirar las lujosas y pesadas colgaduras exteriores y
los agregados más o menos tardíos.14 El símbolo ha pasado desapercibido y debemos
realizar un trabajo con nosotros mismos, interno, para poder rescatar los valores
simbólicos. Por otra parte, ya se sabe que este lenguaje ha sido utilizado unánimemente
por los maestros y artistas de todas las civilizaciones tradicionales. Debemos empezar
entonces por crear en nuestro interior las posibilidades de la comprensión, necesarias
para interpretar y vivenciar estos "secretos" del arte y el símbolo. Pues entre ellos y
nosotros sólo se halla una muralla psicológica, que puede transponerse pese a una
inmensa dificultad atribuible al olvido y más que nada a la inversión total de los valores
actuales acerca del mundo y del mismo hombre, el que sin embargo, hoy como ayer, ha
nacido para el conocimiento. Y si bien el símbolo, el mito y el rito, pueden ser tratados
en forma conjunta, quizá sea necesario establecer alguna diferenciación entre ellos.

El símbolo iconográfico está más relacionado con el espacio y de hecho –como es


notorio en los yantrams hindúes y en los iconos del cristianismo oriental– trata de
inducir, o crear, un espacio distinto en la conciencia del que lo contempla. El mito, Por
el contrario, podría vincularse en mayor grado con el tiempo y en verdad nos conecta
con un tiempo diferente del cotidiano. En el templo se combinan estas dos
características y el espacio sagrado pretende "atrapar" el tiempo de los héroes y los
dioses. El rito, por su parte, dramatiza (o psicodramatiza, para hablar en términos
modernos) la ceremonia, y reitera, a través de la voz, el gesto y el movimiento, el
tiempo y el espacio primigenios.15 Los rescata a su virginidad y pureza original,
otorgando al orden interno y al pensamiento, su auténtico valor, su intrínseca
armonía.16 Y aquí debemos recordar que todo arte reconoce orígenes sagrados (no
necesariamente religiosos). Tal es el caso de la danza, la música, la poesía (vates, de
donde Vaticano), etc. Por otra parte el arte no se ha propuesto otra cosa como meta a lo
largo de los tiempos, en cuanto él ha sido una permanente búsqueda del conocimiento, o
mejor, del reconocimiento. Ahora bien: si existen ideas arquetípicas, o juegos
prototípicos estructurales anteriores a toda manifestación y que al expresarla la
conforman, es lógico inferir que esas coordenadas constituyen un modelo universal
exacto, preciso y concreto.

Por cierto que tal modelo no sería rígido, maquinal o un artefacto de relojería, según
pudiéramos imaginarlo con nuestra programación industrial. Y menos aún una
computadora infernal o una gigantesca cassette indefinida, que finalizaría, junto con
nuestras vidas y la del mundo, en una constante relación causa-efecto. Más bien se
trataría de un organismo vivo, al igual que el hombre y la naturaleza, y por lo tanto un
misterio lleno de puntos de coyuntura, imposibles de ser computados por su propio
comportamiento supralógico y metacuantitativo. En suma, una poética. Una obra de
arte. En ese sentido, el cosmos y el plan o plano en que se ha conformado, configuran la
más gigantesca posibilidad de expresión y concepción artística imaginable, ya que de
este modelo, y su manifestación, derivan todas las formas posibles y secundarias de
realización, así éstas tengan un sentido cualquiera, el inverso, o estén neutralizadas entre
ambos. Puesto que la desarmonía constante de las partes es la que produce
necesariamente la armonía y el equilibrio del conjunto. Esto es tan válido para el
modelo cósmico universal, como para el hombre en su integralidad, que no es sino una
miniatura de aquél. De un lado el hombre verdadero como punto interior o corazón del
cosmos, de otro, opuestamente, el universo como una proyección del ser.

La forma más simple está en todas las formas, lo cual equivale a decir que todo está en
todo y que todo está en uno mismo. Y es curioso observar que estas sencillas verdades,
que de alguna manera conocemos –y que por cierto todos hemos experimentado–, están
hoy como cubiertas por un velo de vergonzosa autocensura, porque tal vez sentimos
temor de que nos retrotraigan a la infancia, o a la adolescencia, y nos hagan acaso
perder el bagaje "intelectual" a veces tan trabajosa y esforzadamente conquistado. Para
algunos sería de un gusto dudoso afirmar que la vida –o la naturaleza como una
ilustración de ella– nunca se equivoca. O que su piel tiene todo tipo de texturas y que
cambia de muda todas las estaciones. También asegurar que crece, se desarrolla,
envejece y muere. Que la manifestación universal –simbolizada por la danza de Shiva–
es la perfección, el equilibrio y la armonía; que a lo largo y a lo ancho del mundo, o del
cosmos, toma todas las formas posibles y no hay olor ni sonido que no esté incluido en
ella. Igualmente si aseguramos que esta manifestación es lo único que no ha dejado de
ser novedoso, o sorpresivo, y que siempre un hombre o una mujer la podrá contemplar
por primera vez. O que ha podido superar el pesimismo y el optimismo de sus
proyectos, pues éstos son sus realidades de todos los días. Que entre sus símbolos y ella
misma no hay ninguna diferencia. Y que a través de la contemplación de su simbólica
trascendemos la dualidad de la cárcel de la mente, pues contemplar es recrear la obra de
arte permanente. Y que, asimismo, somos regenerados cada vez que se cumple un nuevo
ciclo y se nos abre una puerta de acceso a otras realidades tanto más efectivas cuanto
menos ilusorias.

El símbolo y el arte –transmisores y receptores de energías– nos brindan la posibilidad


de una salida, de una escala, de un camino a ser recorrido mucho más fácilmente de lo
que uno se imagina. A veces las sendas se pierden en el laberinto. Tal vez esa sea la
única forma, para algunos, de salir de él. En el caso del arte y el artista, son
particularmente válidas las palabras de William Blake: "por el camino del exceso
también se llega al palacio de la sabiduría". Además, habiendo un modelo cósmico
universal, la obra de arte ya está hecha. Ha sido simbolizada. Y tiene un plan y un
orden. Todo nuestro trabajo consiste en rescatar y unir los fragmentos de uno mismo,
hacia la síntesis definitiva. Lo más sencillo está siempre al alcance de la mano y en la
interioridad de cada cual. Realizar nuestra labor con la suma de nuestras posibilidades,
participando de la gran obra universal mediante pautas y métodos concretos; el primero
de los cuales, ya se sabe, es la entrega al trabajo: una forma de amor. Y comprendiendo
que no estamos excluidos de la vida y la manifestación, sino que más bien se está
esperando todo de nosotros, de acuerdo a nuestras particularidades, cualesquiera que
éstas fueran, sin establecer comparaciones ni juicios, tan relativos como arbitrarios.

Se dice que el símbolo es uno mismo. Que la verdadera obra de arte es lo que pueda
hacer cada cual consigo en el fondo de su corazón. Las producciones son secundarias, y
llegan por añadidura. Lo realmente válido se sitúa en la zona más misteriosa y
desconocida. Y que por cierto nadie podrá juzgar sin equivocarse, pues la libertad
interior es incalificable. Mucho menos por el propio interesado. Ya que ella no necesita
de nada, pues siendo apenas la virtualidad de un punto, un espacio vacío, es
simplemente lo que es. Así nos guste o no nos guste. A nosotros, a los "amigos" o
"enemigos", o a nuestra ilusoria superestructura mental, que ciertas veces nos aplaude a
rabiar para que saquemos pecho como pavos, y otras nos deprime muchísimo para que
nos perdamos en el primer resumidero.

NOTAS

1 Una poética no es sólo una metafórica ni una confusa ensoñación o un vago


"sentimiento cósmico" –como el símbolo no es sólo alegoría–, sino más bien una forma
de ser, una manera de vivir, siempre relacionada con la búsqueda de la verdad –y en este
sentido es heroica–, la sed de conocimiento y por lo tanto la reintegración al sí mismo.

2 Ver más adelante la teoría de la Tsim-Tsum cabalística.


3 Nombre con el que también gustaban autodenominarse los alquimistas.

4 La expresión ritmada o rima, es propia de la poética, así como de la música y la


danza.

5 El pontífice deriva su nombre del de puente. Lo que equivale a decir: de un


vehículo mediador entre dos orillas o puntos, que son el cielo y la tierra, los dos polos
de la creación.

6 En el sentido en que Platón, en el Timeo, dice que "el tiempo es una imagen móvil
de la eternidad; imita la eternidad".

7 Las máscaras teatrales griegas han dado lugar, por medio del latín, a la palabra
"persona".

8 "¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!" (Mateo, XXIII,


24).

9 En la cocina, en la jardinería, en la medicina, en la caza, en los juegos de manos, en


el cálculo aritmético, etc.

10 Cf. cap. II nota 12.

11 Romanos, 1, 20.

12 Esas personas también somos nosotros o muchos de nuestros egos.

13 Todo mensaje o mensajero es la expresión de una realidad más vasta y superior, de


la cual él sólo es el representante

14 Lo mismo es válido para cualquier figura geométrica o "estructura primaria"


relacionadas con la numerología y en especial con la serie de 1 a 9.
15 El templo reúne al espacio y al tiempo, como el movimiento –ritual de la rueda–
los conjuga y efectiviza. Templus es un diminutivo de tempus. Un microespacio y un
microtiempo simbolizan todo el espacio y todo el tiempo puestos en acción por la
"rueda de la vida".

16 Afortunada o desgraciadamente, no se puede comprender el ritual, el símbolo o la


creación entera, si no es en posesión de las claves que esas expresiones llevan
implícitas, en el encuadre en el que se han manifestado. Si la obra de arte corresponde a
una idea, o al menos a una forma de pensamiento, debemos retrotraernos al origen de
esa idea o a la identificación con ese modo de pensamiento, para poder realmente
comprenderla. De allí la necesidad de una enseñanza y el gradual aprendizaje en la
realización del conocimiento. Es decir, el camino iniciático a través de la vía simbólica
o mítica o poética. Porque éstas proporcionan, en efecto, un medio especialmente
adecuado, un andamiaje que permite la encarnación, en relación con la apertura de la
conciencia y que, por cierto, no sólo modifica nuestra mentalidad, sino nuestra vida.
Pues si somos capaces de oír las voces reveladoras que se hallan en nuestro interior,
mediante un trabajo paciente y delicado, un arte, llegaremos a la convicción de que esas
voces corresponden a las enseñanzas que nos han sido dadas y que, por otra parte, son
las que constituyen ese símbolo o mito que comenzamos a comprender y que se
efectiviza o vivifica en forma ritual en el interior de la conciencia, que de esa manera
adquiere categoría universal.

Capítulo IV
LA TRADICION HERMETICA

La tradición hermética deriva su nombre, nada menos que de Hermes, dios griego, el
Mercurio romano, y sobre todo del mítico Hermes Trismegisto, todos ellos instructores
y educadores de los hombres, mensajeros de los dioses, personaje que aparece en casi
todas las tradiciones bajo distintas formas, como emisario o intermediario entre cielo y
tierra, siempre vinculado con lo que vuela, por lo que se lo suele representarcon
atributos alados. Asimismo se lo relaciona con audiciones, recepciones y transmisiones
de mensajes. Es decir, con doctrina (1), ciencia, sabiduría y revelación. La palabra
tradición viene a significar en cierta forma lo mismo que lo anterior (2), por lo que la
expresión tradición hermética pudiera parecer una redundancia, si no se quisiera
destacar, por el aditamento de esta última palabra, un origen revelado neto- como
también señalar una circunstancia histórico cultural referida específicamente al
Occidente y a los orígenes de su civilización. Por otra parte, el término que nos ocupa es
también claro en cuanto indica una vía de conocimiento determinada, relacionada con
los misterios menores, llamados también mundo o plano intermedio, en el camino
iniciático, expresando además la idea de la obscuridad y silencio, inherentes a este
sendero, refiriéndose igualmente a su naturaleza misteriosa.

La tradición hermética es, pues, una forma de la tradición unánime, universal y


primigenia -adecuada al ropaje histórico y a la mentalidad de ciertos pueblos y ciertos
seres que se ha manifestado aquí y allí, conformando y organizando la cultura y la
civilización. El dios Hermes es solidario con el Toth egipcio (3), puesto que, como él,
representa sabiduría e interpretación hermenéutica, y virtudes de profecía, atribuidas
también a Enoch y a Elías artista -patrono de la alquimia-, arrebatados ambos al cielo en
un carro de fuego (vehículo francamente solar) y de los que se dice no están muertos,
sino vivos, como otros personajes análogos de distintas tradiciones, de los que se
aguarda su segunda aparición al fin de los tiempos, así como los cristianos esperan la
parusia del maestro Jesús, rey de los judíos, Cristo Rey, que encarna en forma humana,
para revelarnos la verdadera vida: transmisión que lo convierte en salvador y redentor.
Históricamente no es demasiado difícil de advertir, que los mitos y símbolos esotéricos
egipcios, judíos, griegos romanos, cristianos, árabes y mediterráneos en general
conforman un conjunto que se puede relacionar directamente con los pueblos
occidentales; y que esta influencia espiritual, aunque no tome formas religiosas, es
indiscutiblemente válida por la pureza de su origen, y por el desarrollo concatenado de
transmisión, protagonizado por sabios, profetas, guerreros y "artistas". Esto no excluye
que el conjunto de enseñanzas al que nos referimos sea perfectamente solidario con
otros de distintas épocas y latitudes, y hasta idéntico a ellos, más allá de los disfraces
formales. En el caso particular que nos ocupa -el del emisario divino que reúne en sí la
posibilidad unificada de lo que repta y lo que vuela, de la tierra y el aire, que han debido
ser separados para complementarse adecuadamente a través de la pasión y el amor-, este
hecho es claro y probatorio de la unidad arquetípica de todas las tradiciones, ya que esta
oposición-conjunción, se halla manifestada por doquier. Lo que sí nos interesa ahora es
destacar que las ciencias y artes que se han dado en llamar la tradición hermética tienen
un origen común, que se manifiesta históricamente a lo largo de la vida de Occidente, y
que se expresa por intermedio de una serie de disciplinas y trabajos, mitos y símbolos,
que constituyen un código coherente, susceptible de ser transpuesto a todos los códigos
y sistemas tradicionales, pues en verdad ellos expresan y se proponen lo mismo: revelar
un conocimiento oculto, permitiendo de esta manera la conquista del verdadero estado
humano, el ser original, que todo hombre ha perdido por la caída, y que lo coloca en una
situación infrahumana con respecto a sí mismo, motivo por el que ha de restaurar su
verdadero Yo, que se halla oculto en su interior, tan sólo vivo en forma potencial, y que
debe actualizar, por la memoria de sí y el recuerdo del arquetipo original, con fe y amor,
gracias a la doctrina tradicional, conocida en este caso con el nombre de hermetismo.
Que le permite re-nacer (4) al estado auténticamente humano, de cara al cual los estados
inferiores (5) aparecen como sueños, o ensayos, o proyectos ilusorios, o mera tontería,
por no decir estúpida vanidad.

Estas disciplinas, o vehículos, llevan al aprendiz -a través del mundo intermedio- y lo


colocan frente al tabernáculo, en el corazón del templo, en el eje, que igualmente
comunica con la cripta o caverna, el país subterráneo de los muertos, o mejor, en el
interior del sagrario, desde donde podrá iniciar su ascensión vertical, hacia la cúpula o la
sumidad, que simbolizan la salida del templo o del cuerpo lo supracósmico o lo
suprahumano. Hace tiempo que ha recibido las aguas bautismales. Incluso ya se ha
liberado de las pruebas del laberinto de las formaciones. Convertido ahora, por la
comunión solar, en el Rey del Mundo, el aspirante podrá entonces ser absorbido
enteramente en la función sacerdotal y escapar de la cosmogonía, que se le ha revelado,
utilizando su identificación con ella como un soporte vivo de transmutación inefable.
Oficio de guerreros y caballeros, lo es también de sabios y artistas, es decir, de
astrólogos y alquimistas, e incluye la maestría en el conocimiento. No poco es este
conocimiento, en el caso de la astrología y la alquimia, disciplinas que conforman el
hermetismo o la tradición hermética -los misterios menores de la antiguedad-, pues se
refieren respectivamente al conocimiento del cielo y de la tierra, constituyendo ambas el
saber de la cosmogonía completa, la ciencia de los ciclos y la ciencia de las
transmutaciones: la "arquitectura" experimentada en forma directa (6).
Históricamente se puede detectar en numerosos puntos de la cultura occidental la
aparición de corrientes de ideas, creencias, sistemas y puntos de vista herméticos, es
decir, esotéricos, dentro del exoterismo de tal o cual período determinado. Si nos
atenemos a la cronología cristiana, estos acontecimientos ideológicos aparecen no sólo
en determinados momentos históricos -conformando períodos enteros, como en la Edad
Media europea-, sino que también constituyen los antecedentes de ciertos personajes y
hechos científicos, filosóficos, históricos, literarios, y aun el origen de todo un código,
como en el caso de la astronomía y la matemática. Conviene, pues, situarse en algún
segmento más o menos claro y computado del devenir temporal y evaluar un muestreo
de acontecimientos culturales-históricos, a fin de ilustrar esta exposición, que no
pretende ser un estudio histórico o sociológico.

Podemos ubicarnos entonces en la Alejandría del siglo III de nuestra era y observar la
multitud de ideas, concepciones y personajes, tradiciones y culturas -incluso la hindú y
la budista-, que confluyen allí, constituyendo una verdadera encrucijada de caminos, un
punto de concentración de una serie de energías análogas, venidas de varias y diferentes
direcciones, las cuales han de conformar posteriormente las diversas facetas de nuestra
cultura. En aquellas fechas y lugar podemos encontrar al cristianismo de los primeros
padres conviviendo con el gnosticismo, ambos de origen oriental. Al pensamiento
griego, en particular el neo-platonismo -que ha de aparecer como una constante a lo
largo de la historia de Occidente- mezclado con la tradición hebrea, y con los
fragmentos de civilizaciones como la caldea, la egipcia, las del Irán, y otras, algunas de
ellas perdidas u olvidadas por nosotros. No intentaremos tampoco en este ensayo, dar
una visión más o menos clara de estos hechos, ni siquiera de brindar un panorama.
Remitimos al lector a la numerosa bibliografía al respecto, obra de auténticos
especialistas. Desde nuestro punto de vista, destacamos estas coordenadas espacio-
temporales, como lugar de reunión y posterior expansión de las ideas de la Tradición
Unánime, de la filosofía perenne y universal, de la doctrina, que han llegado a nosotros
con el nombre de tradición hermética. Es también muy interesante subrayar que estas
ideas, a través de los siglos, se han mantenido vivas hasta nuestros días. Y no sólo han
sobrevivido simplemente, sino que han constituido, y aún constituyen, la trama invisible
de ciertos acontecimientos revivificadores de la historia del hombre occidental, sin la
cual esta historia, y este hombre, hubieran desaparecido ya hace largo tiempo.
El andamiaje de ideas a que nos estamos refiriendo, ha de permanecer más o menos
incólume y ser considerado como la sabiduría siempre oculta y esquiva, pero presente
en la vida pública de la ciudad y el pueblo -como una herencia cultural imperecedera-,
hasta aproximadamente el siglo XVII. Y seguirá constituyendo la médula cultural de
Europa. Pero, a partir de entonces los valores más profundos, puestos en crisis por el
mal llamado "humanismo", se degradarán hasta la negación de toda posibilidad de
tradición y doctrina, el desconocimiento de cualquier esoterismo, y la ignorancia total
referida a lo que se entiende por iniciación (7). Se ha pasado entonces a la profanación
de lo sagrado y a la desacralización de la vida y la realidad, por lo que todo comienza a
ser empírico e insignificante (8).

No es que esto no hubiese ocurrido anteriormente -o, inversamente, que en la


obscuridad actual no exista la luz-, pero nos estamos refiriendo ahora al tono particular
de un determinado ciclo. Este ciclo que tratamos, es, en términos generales, el de la
cultura llamada occidental. Y está, como todo ciclo, encadenado a otro, que a su vez lo
está a un tercero, y así sucesivamente. Pero esto no es todo: cada ciclo es un fragmento
de otro mayor y cada una de sus partes puede ser un ciclo completo en sí, con sus
sistemas de subciclos, y de este modo indefinidamente. Todo son ciclos dentro de
ciclos, y la historia ejemplifica -de manera alarmante a veces- esta complejidad tan sutil
como enmarañada. Pero la doctrina aparece en cada uno de ellos, de una u otra manera,
por momentos brillando intensamente en otros declinando, o escondida en la
obscuridad, en el corazón de unos pocos. La tradición hermética ha estado presente en
Occidente desde sus orígenes históricos e ideológicos, manifestándose a través de
distintos grupos, personas o instituciones. No nos referimos exclusivamente a la
filosofía griega, Pitágoras y Platón (9), Plotino y Porfirio, Proclo, ni a la soteriología de
los romanos (Virgilio, Apuleyo) tampoco a los verdaderos gnósticos, ni a los primeros
padres de la Iglesia, sino que queremos destacar el enorme cúmulo de hermetistas
occidentales cristianos y esoteristas judíos e islámicos, que tanta influencia tuvieron
sobre los constructores de la Edad Media y entre alquimistas, rosacruces y algunas
órdenes caballerescas de diferentes tipos, de las cuales deriva la Masonería,
organización iniciática nacida históricamente en el siglo XVIII, aunque de orígenes
mucho más antiguos -inclusive míticos-, que afortunadamente ha permanecido hasta la
fecha, aunque desgraciadamente es casi desconocida, aun para los propios integrantes
de sus cuadros, en razón de la degradación cultural cíclica, que se da en todos los
órdenes y lugares, cada vez más progresiva y veloz, y que ha hecho a la verdad tanto
más misteriosa y secreta, como si se hubiera retirado realmente al interior de sí misma y
hubiese que buscarla, o sacarnos los velos psicológicos que nos la ocultan de nosotros
mismos. Sin embargo, la Masonería sigue otorgando la iniciación en sus logias y ésta es
perfectamente válida, dado que se trata de la transmisión regular de una influencia
espiritual. Son muchas las logias que en Europa y América están trabajando muy
seriamente y son bastantes los adeptos que revitalizan los valores originarios.

Con respecto al Occidente moderno, podemos aceptar que las tradiciones religiosas que
actualmente lo conforman y que están presentes en mayor grado en su cultura, son la
judía, la cristiana y la islámica, o sea, las denominadas "del Libro". El judaísmo tiene en
su religión su propia tradición y ciertos rabinos se dedican a la cábala, a las relaciones
entre letras, palabras y números, al estudio, al rito y la meditación. En cuanto al Islam,
su parte exotérica y su esoterismo están muy poco diferenciados. Religión del desierto,
se la vivencia en forma individual, y sus prácticas, totalmente interiores, no precisan de
imaginerías ni ritos complicados. El sufismo, es conocido, es la expresión del
esoterismo islámico. En cuanto al cristianismo, y más específicamente al catolicismo,
diremos que muchos de sus miembros han pertenecido en diferentes épocas a órdenes
herméticas de esoterismo cristiano. Papas, arzobispos, obispos, cardenales, sencillos
abades, o párrocos, o humildes monjes, han encarnado el conocimiento. Y no sólo entre
los doctores y los sabios de la Iglesia, sino también entre sus santos y sus mártires,
comenzando por los apóstoles. Sólo nos bastará con mencionar algunos nombres, dentro
del esoterismo cristiano, que prueban la continuidad y la importancia de éste, no sólo en
cuanto a la Iglesia como institución y al catolicismo como religión se refiere, sino en
cuanto representa históricamente las raíces mismas del pensamiento occidental. Así, por
ejemplo, deberíamos comenzar por Orígenes y los primeros padres de la Iglesia, para
continuar con el cristianismo ortodoxo de Oriente (10), hablar del monaquismo en
Irlanda, de San Benito y la constitución de las diversas órdenes de monjes religiosos,
para pasar a San Bernardo, al Císter y la caballería, mencionando nada menos que a
Dionisio Areopagita en el siglo V, y también a San Agustín, para llegar a Alberto
Magno, Santo Tomás de Aquino, y al Maestro Eckhart. En este punto, es importante la
aparición de un ambiente iniciático, el de los místicos de Munich, que fue para Eckhart
lo mismo que la orden de los Fedeli d'Amore para Dante. Asimismo, deberíamos
recordar a los artistas medioevales (Nicolás Flamel, Basilio Valentino, Bernardo
Trevisano) y al hermetismo cabalístico cristiano: Raimundo Llull, Nicolás de Cusa,
Marsilio Ficino y Pico de la Mirándola. También a Jacobo Boehme, Cornelio Agripa,
Francesco Zorzi; y los magos isabelinos, hasta Robert Fludd y los mencionados
rosacruces.

De esta manera podríamos recorrer los ciclos de las historias particulares -inscritos
dentro de otros más amplios y establecer las legítimas vinculaciones y las relaciones
insospechadas de todo tipo, entre diversos acontecimientos sin conexión aparente, que
nos harían ver y conocer otra historia. Y ese es el valor que en verdad tiene la historia
de los personajes y los pueblos, el de poder ser tomada como un código de señales
significativas o significantes, como un discurso salpicado aquí y allá de detalles
reveladores. Un lenguaje criptográfico, que pudiera irnos dando una especie de espectro
o panorama -de encuadre en el tiempo-, en el que leyésemos como en un libro abierto, el
libro de la vida, cuya lectura ha de llevarnos a la inmortalidad a través del conocimiento
de los ciclos universales, análogos a los ciclos de los hombres.

El conocimiento de "otro tiempo" en verdad está incluido en la ordenación o iniciación


hermética, que supone la vivencia directa de una cosmogonía y la iniciación en sus
misterios. Y sólo se lo ha querido traer aquí para mostrar el influjo espiritual de la
tradición hermética, bajo distintas formas, hasta nuestros días, en Occidente. Incluso el
cristianismo ofrece una iniciación virtual por intermedio del sacramento del bautismo, o
regeneración por las aguas, motivo por el cual las personas interesadas en este tipo de
temas a los que nos estamos refiriendo, no tienen necesidad de acudir a tradiciones
extrañas a la suya, aunque de ninguna manera debieran desecharlas, pese a la dificultad
que algunas veces se tiene de identificarse con ellas. (11)

El alquimista y el astrólogo trabajan solos. Así se los puede ver en numerosos grabados
de la iconografía hermética. O bien estudiando, meditando u orando, cuando no absortos
en la contemplación de sus hallazgos (12). La obra hermética se produce en la
interioridad del athanor (analógicamente, del templo del hombre). Lo cierto es que esta
tradición propone el conocimiento mediante el estudio de la cosmogonía. Estudiar las
leyes cosmogónicas no supone la erudición literal, o el cómputo de detalles banales, que
para estas disciplinas son cosas secundarias, si no a veces entorpecedoras. Conocer la
cosmogonía supone ser uno con ella. Estar vivo o haber nacido al verdadero estado
humano. Este hecho asombroso incluye una pérdida y un hallazgo de identidad, una
muerte y una resurrección, que se realizan innumerables veces en varios años, en el
athanor del alquimista, su interioridad. Y le da también la materia con qué seguir
trabajando en este proceso alquímico, llamado también de iniciación en la senda del
conocimiento y de la vida real.

Conocer una cosmogonía significa vivir el mandala tridimensional del cosmos.


Comprender la revelación de un universo y sus leyes, absolutamente diferente del que
nos fue enseñado. Donde los valores son tan otros, que únicamente pueden ser
percibidos por medio de una total conversión psicológica. Este proceso necesita de un
orden y de un trabajo. No sólo tiene enormes riesgos de desviación de muchos tipos (los
cuales, generalmente, son parte del proceso), sino que puede resultar casi imposible de
realizar, por indefinidos motivos. Se dice que es difícil, pero no imposible. En el camino
pueden quedar, entre otras cosas, la salud, la fama y la honra, es decir, toda seguridad.
Pero la recompensa es la identidad, el conocimiento, el ser. El aprendiz de alquimista
está dispuesto a la realización espiritual, que incluye el conocimiento vivo de las leyes
del cosmos, en definitiva, el conocimiento de sí mismo, y de la realidad, del orden, de la
vida. Recibirá, pues, lo que ha deseado, siempre que su trabajo sea paciente y
sacrificado (13) y pase las pruebas de los héroes mitológicos. Debe llevar su trabajo
hermético a todo nivel en su vida y su cotidianidad, pues se trata de la recuperación de
la luz -la lucidez-, utilizando el emotivo fuego de la sangre. El estudio de las disciplinas
herméticas y de los textos mágicos, se alternará con la constante meditación y el trabajo
interno, sagrado, y se sorprenderá entonces de verse cada vez más extranjero en el
mundo de las causas y efectos (14). Ese espacio interno podrá albergar las estructuras
con las cuales construir un nuevo cosmos, o mejor, las descubrirá en sí mismo y
manifestándose por doquier. Podrá entonces vivir de la mañana hasta la noche -y en sus
mismas horas de reposo- un nuevo mundo, cada vez más asombroso, cuya característica
es la riqueza y también el esplendor. Siendo tanto lo que tiene en las manos, ha de tomar
conciencia entonces de su responsabilidad con respecto a sí, y advertir que no ha sido
por su mérito, ni un descubrimiento propio, lo obtenido, sino que simplemente eso es
así, y que, además, a él no le pertenece. Y es más aún, reconocerá que su personalidad,
tal cual la imaginaba, no existe. Debe entonces procurar manejarse con las estrategias
propias de las artes marciales y equilibrar constantemente el recorrido de su camino, el
manejo de su vehículo. Este arte requiere una manipulación delicada y es probable que
se aprenda a golpes; al menos se trata de una ciencia de fuertes contrastes. Pero,
perseverando hasta el fin, logrará vivir en un mandala vivo, espejo del cosmos, donde
toda cosa tiene significado, en las tensiones y matices propios de la armonía y el orden
de lo creado, y de su sustento invisible y arquetípico. Habrá conocido la cosmogonía, y
luego del bautismo lunar de Juan, de agua (de la ciencia de la escuadra), y de haber
recibido el bautismo solar de Jesús, de fuego (de la ciencia del compás), y cuando haya
culminado este último proceso, entonces podrá decirse que ha comprendido la esencia
de la tierra y el cielo, lo que es simultáneo con su llegada al centro y equivale a estar ya
listo para empezar su ascenso vertical, pues ha finalizado con los misterios menores.

Se trata pues de una senda mágica, donde los mismos vehículos son reveladores. (15) Y
cuando nos referimos al término magia, va de suyo que no estamos hablando de ninguna
cosa de tono menor, donde los siempre mezquinos intereses personales están en juego y
la mera individualización fenoménica es valorizada de acuerdo a patrones modernos y
materializados. Nos referimos a algo muchísimo más sutil y poderoso: la auténtica
estructura invisible del espacio y el tiempo, intuida directamente, que no es ya algo
exterior o ajeno a uno mismo y al todo. Entre otras razones, se dice que el pensamiento
analógico es mágico, porque las asociaciones y correspondencias que él provoca nos
enseñan a pensar, nos hacen saber de qué se trata el oscuro recuerdo del conocimiento.
Y nos transforma en verdaderos seres inteligentes, al hacernos partícipes de la
naturaleza de nuestra identidad. Esta transformación psicológica, y la fenomenología
que le corresponde, es mágico-teúrgica. Por otra parte, existen sistemas iniciáticos
especialmente diseñados para transmitir estas verdades del pensamiento analógico.
Estos métodos están cargados con el influjo espiritual de quienes los han dado a luz y
con la energía de todos aquellos que han meditado en ellos. Para eso han sido
construidos -así como cualquier texto revelador o sagrado, que sin este fin no hubiera
sido escrito- y se confía en su poder simbólico y sintético, que nos manifiesta la
cosmogonía a través de un mandala -o juego de estructuras- para hacernos partícipes de
ella, utilizando códigos y símbolos como el árbol de la vida sefirótico o el juego del
Tarot.

De esta manera se transmite la energía espiritual de la revelación y la persona que está


en condiciones de comprender podrá oír las voces y el llamado de la Tradición y
efectivizar su iniciación, es decir, comenzar el camino del conocimiento. Para ese
entonces seguramente la mayoría de los candidatos han conocido bastante el mundo que
los rodea, y de una u otra manera, se han desilusionado de él; han tocado fondo con
respecto a lo que la sociedad actual puede ofrecerles como atractivo, sobre todo en lo
que toca al plano de la realización del auténtico ser. Es decir, que han efectuado un
trabajo de depuración y selección con respecto a sí mismos, y esa búsqueda los ha traído
a los temas de la tradición hermética, que casi nunca se encuentran de forma casual. A
partir de un momento determinado -para el que hay que estar preparado internamente-
se produce el comienzo efectivo del proceso de conocimiento. Las pruebas iniciáticas
son posteriores a ese punto y se las asimila al paso por el laberinto. Las dificultades que
cada aspirante haya encontrado hasta el momento de la iniciación, deben tomarse sólo
como circunstancias preparatorias, por graves o significativas que fuesen.

De aquí en más se va articulando un proceso que, transpuesto al plano de lo temporal,


ha de verse necesariamente como sucesivo y gradual, y que comprende el conocimiento
de siete, nueve, o más estadios (16), según las diferentes tradiciones, y que se
simbolizan en forma de pirámide en el espacio, o bien, en el plano, con la espiral -o la
doble espiral- o con un juego de círculos concéntricos (los unos dentro de los otros), que
pueden sintetizarse en tres grandes círculos o niveles, correspondientes a los grados de
aprendiz, compañero y maestro, y a los subgrados que hubiese entre uno y otro de estos
estadios.

Estas cosas son bien sencillas de comprender, aunque no tanto de experimentar


honestamente, motivo por el cual cantidad de personas no han hecho sino confundirse y
confundir al respecto, amparándose en la ignorancia de los demás, constituyéndose en
verdaderos impedimentos de la iniciación de los puros (l7), haciéndose de esta manera
cómplices de fuerzas muy oscuras, que no nos atrevemos a calificar, pero que pueden
formar parte de este proceso y también troncharlo definitivamente. Nos referimos
expresamente a aquellos que niegan la posibilidad de la encarnación del conocimiento, a
través de un desarrollo, y repudian de ese modo la divinidad del Cristo interno, contra la
unánime opinión de las tradiciones. Son esas mismas personas las que, al no sentirse
cualificadas para esa empresa, se permiten juzgar a los demás de acuerdo a la chatura y
mediocridad de sus patrones, motivo por el cual se condenan a sus propias limitaciones,
sin que por eso su deseo de dañar, y de hacer el mal, sea menos notorio. Cosa curiosa,
este tipo de seres son moralistas y ciertas veces pretenden conocer algo del proceso
iniciático. Son enemigos tan embozados como pueriles, que piensan que la iniciación es
una ceremonia física, donde un extraterrestre impone las manos sobre un pobre
ignorante y éste se transforma inmediatamente en superman. La iniciación sería, para
estas personas, un diploma debidamente certificado y garantizado por una religión
oficialista, un premio por buena conducta y puntualidad, una gratificación otorgada al
mérito. Tengamos mucho cuidado con los que "saben" acerca de la doctrina, el misterio
y la iniciación, falsos doctores de la ley que condenan el proceso de amor y pasión
cristiana. Esta gente suele ser la misma que aquellos otros oscuros sacristanes de
vocación, que pretenden ser "buenos" y "piadosos", por la bondad y la piedad misma
(l8), haciendo verdaderas competencias para medir quién es el mejor y el mayor entre
ellos, llenándose todos de una satisfacción soberbia, húmeda y pringosa. Estos
personajes, insignificantes en sí, pueden hacer grave daño, repitámoslo, legalizándose
tras una ortodoxia mentida y una ubicación y un conocimiento falsos; y el aspirante
debe saber que son enemigos de su evolución espiritual, a los que tiene necesariamente
que vencer, en el plano de las ideas, porque es probable que sean parte de las pruebas de
su recorrido y no sólo personas inocentes y equivocadas.

Asimismo, hay otra especie que puede encontrarse a lo largo del proceso y que, junto
con la anterior, constituye un bloque muy marcado, que tiene de común con ella el
fingimiento, aunque el aprendiz ha de saber que innumerables peligros le aguardan en
forma de muchos personajes, que no son sino la proyección externa y social de sus egos
internos. Se trata, en este caso, de aquellos que entienden que dominar las pasiones es
ocultarlas (19). Además, siempre con segunda intención, íntimamente asociada con el
poder. Y no se permiten la menor demostración de sus emociones, procediendo con la
"habilidad" de los jugadores de poker de gentes con "agallas", que actúan con "sangre
fría. (20)

Con muchos conceptos acontece lo mismo que con estos personajes, o egos, y son
auténticos riesgos. Sin ir más lejos, con toda la terminología actualmente en uso, que
corresponde a una lectura literal y materializada de las palabras y los términos, con
respecto al sentido con que fue ron concebidos. Esta confusión, este impedimento, no es
un hecho aislado, sino que, por el contrario, constituye una muestra de la degradación
cultural general de la sociedad moderna, cuyo jefe, es necesario nombrarlo, es el
príncipe de este mundo, que, como tan bien se ha dicho, no sólo es un monstruo del mal
y la falsedad, sino que, por sobre todas las cosas, es un auténtico estúpido y un
mentiroso. Personaje que todos llevamos dentro y que nos hace vendernos
constantemente por un plato de lentejas.

Por lo tanto, nada tiene de irregular un proceso iniciático que se realiza por medio de las
enseñanzas, instructores y maestros de la tradición hermética -como tampoco otro que
se efectúe por la judía, cristiana, o islámica- y que se desenvuelve en forma normal,
pese a las dificultades, sinsabores y paradojas de todo tipo, propias de esta vía mágico-
teúrgica -en la que se trabaja casi siempre en forma solitaria-, aunque su realización se
produzca en un medio tan irregular como el mundo moderno. Y es necesario advertir, a
las personas a quienes comienzan a sucederles ciertos hechos referidos a la apertura de
su conciencia y les nace compartirlos, que deben tener cuidado, porque estas cosas son
peligrosas. Pero, también pudieran sentirse lo suficientemente seguras como para
vivirlos con otros, u otro, entre los cuales se encontrará el Espíritu, según se dice en los
evangelios. Igualmente, se afirma que: "buscad y encontraréis", y, asimismo, un adagio
hermético asegura que: "cuando el discípulo está, aparece el maestro". Este último, si la
actitud es adecuada, surgirá de todas maneras. Es conveniente aclarar, por un lado, que
nadie puede agregar un sólo codo a su estatura, motivo por el cual ha de llegar hasta
donde puede y debe, en el recorrido de la vida y el conocimiento. Por otro, que al
aspirante, a pesar de sus múltiples méritos, todo le ha sido o le será enseñado. Que
ningún hombre puede ni podrá conocer estos secretos, ni descubrirlos por sí mismo, si
no es por revelación y por su participación en una cadena iniciática, con la que se
enlaza. La vía que aquí se propone es la simbólica de la tradición hermética y su
relación con la simbólica y la mitología universal. Donde un símbolo o mito no resulta
claro, en tal o cual contexto, se busca la analogía correspondiente en esta o aquella
tradición. Las transposiciones y relaciones que se efectúan con los símbolos constituyen
gran parte del trabajo hermético. Un símbolo chino, o precolombino, puede iluminar
inmediatamente un símbolo europeo y de esta manera constituirse en parte integrante de
un juego de relaciones, de ideas, que si no fuese por su participación, no pudieran
efectuarse. Debe recordarse, una vez más, la energía-fuerza atribuida a los símbolos en
general y a los de la tradición hermética -en este caso particular- y a su irradiación
mágico-teúrgica. También debe prestarse atención completa a los textos de los sabios,
hierofantes y magos, que actúan de una manera especial, entre quienes son capaces de
recibirlos, y los conducen al jardín del paraíso, o estado adámico, restituyéndolos al
andrógino original. En todo caso, debemos señalar, para finalizar, que seguramente es
muy beneficioso el transitar específicamente una tradición religiosa determinada, y
practicar el rito exotérico correspondiente. Pero de ninguna manera es imprescindible,
pues los misterios de la tradición hermética -que no es religiosa- y la iniciación en los
mismos, no sólo constituyen el patrimonio vivo de Occidente, sino también, acaso, su
razón de ser, como un gesto, o un color, en el espectro de la historia humana.

NOTAS:

1 No confundir con la estrechez y el fanatismo de lo dogmático. (Retorno)

2 Del latín tradere: transmitir. (R)

3 Al que míticamente se le suele atribuir la paternidad del código del Tarot. El ave Ibis
es uno de sus símbolos. (R)

4 Co-nocer = co-nacer. En francés es más evidente: co-naitre. (R)

5 Infer-nus. (R)

6 Pensamos que no debe asociarse los misterios menores con el budismo hinayana y los
mayores con el mahayana. El hinayana designa el pequeño vehículo y significa la vía
que el adepto, o el monje, efectúa por sí y para sí. El mahayana o gran sendero, es la
realización que no se produce ' hasta que la última yerba sea redimida", es decir, la que
se alcanzaría conjuntamente con todos los seres sintientes Esta diferencia no cabe entre
los misterios menores y los mayores Tampoco que los misterios menores correspondan
a lo que ha dado en llamarse la vía húmeda y los mayores a la vía seca. Ni que los
primeros sean lunares y los segundos solares. Los misterios menores corresponden a la
totalidad de la obra alquímica y a la astrología y, por lo tanto, a la vía lunar y a la solar,
la obra al blanco y la obra al rojo, los pequeños y los grandes viajes. En los misterios
mayores, la idea de viaje, y aún la de movimiento carecen de sentido. (R)

7 Algunos toman específicamente el año 1492 como encrucijada de este fenómeno


histórico. Efectivamente, en esa época se unifica la España católica, se descubre
América y son expulsados los moros y los judíos (e incluso los gitanos) de la península
Ibérica. Este tema exigiría un largo desarrollo, que alguna vez intentaremos. (R)

8 De más está decir, que esta degradación también afecta a la Tradición Hermética, que
en muchos casos ha degenerado en parodias e instituciones pseudoespiritualistas,
ocultistas, teosóficas y en toda suerte de fraternidades y cofradías que han usurpado
determinados conocimientos, rebajándolos a la trivialidad de su lectura literal. Lo
mismo acontece con los nombres y terminologías de la auténtica tradición, con los que
se comercia en forma descarada, cuando no "filantrópica". (R)

9 ¿Quién es Platón?, nos hemos preguntado varias generaciones de lectores. (R)

10 Todavía existe el esoterismo dentro de esta forma tradicional, y no exclusivamente


localizado en el monte Athos. (R)

11 Actualmente no es difícil conectarse con miembros o representantes de tradiciones


orientales, ya sea viajando hacia ellos o asistiendo a cursos y ritos en distintas ciudades
europeas o americanas. Especialmente maestros taoístas y zen budistas, así como lamas
del budismo mahayana. Igualmente existen en Occidente taricas islámicas, entre las que
podemos citar, en ciudades de lengua castellana, la de Granada (España) y Buenos Aires
(Argentina). La tradición hindú es, desgraciadamente, la víctima más notoria de todo
tipo de fraudes. Donde esto es más evidente, es en la propia India, y aun en ciudades
sagradas como Varanasi Rischikesh y Harivard. Estos mismos peligros existen dentro
de la Tradición Precolombina, o mejor, entre algunos que pretenden conocerla o aun
representarla, lo cual no es el caso, por supuesto, de sus auténticos jefes, maestros, o de
sus medicine men. (R)

12 A la contemplación se la puede vincular, en mayor grado, con la energía celeste,


mientras que a la acción se la puede conectar, más directamente con lo terrestre. (R)

13 En el sentido de sacrum-facere.(R)
14 Interesa destacar la fuerza energética de la oración, su poder de concentración
inmediato, la necesidad de la invocación incesante de los nombres divinos, su repetido
recuerdo, su memoria traída constantemente al siempre Presente. (R)

15 Recordar los numerosos caballos mágicos, o que hablan, de las distintas tradiciones y
folklores. (R)

16 En la tradición hermética suelen tomarse a veces como diez a estos grados, siendo
los siete primeros los de construcción del ser o templo interno, el octavo de pasaje, el
noveno de conclusión de la Obra, y el décimo, el de coronación de la misma o virtual
salida del cosmos o de la perspectiva espacio-temporal simplemente humana, que se ha
ido modificando poco a poco a lo largo del proceso. (R)

17 Los puros, los no compuestos ni dobles. Los valientes y generosos aspirantes al


conocimiento. Nada que ver con las piadosas "hijas de María". (R)

18 Como los que desean ser ascéticos o estoicos, por la ascética y el estoicismo como
fines, y no como simples vehículos o medios, que aparecen en el camino. Una vez más
se hace de un relativo un absoluto. (R)

19 En lugar de utilizar ese fuego y domesticarlo, de tal suerte que facilite la


transmutación. (R)

20 Son los chicos malos del paseo, o aquellos que ya "lo saben" o que confunden su
megalomanía con la verdad. Su deporte es la constante manipulación. (R)

CAPITULO V
DOS MODELOS SIMBOLICOS HERMETICOS:
El Tarot y El Arbol de la Vida Sefirótico
1
EL TAROT
La relación del simbolismo de la rueda con el Tarot resulta obvia. Efectivamente; la
palabra "taro" está invertida silábicamente, y este nombre criptogramático no quiere
decir sino rota, es decir, rueda.1 Como se sabe, el código simbólico del Tarot tiene
orígenes medioevales (alquímicos, numerológicos, cabalísticos, astrológicos), aunque
no es sino la forma actualizada –en su espacio y en su tiempo– que toma la tradición
primordial para expresarse; como es también el caso de la cábala histórica, que nace en
España en el siglo XIII con la aparición de las escuelas que dan nacimiento al Zohar, el
libro fundamental en el trabajo cabalístico.2 El Tarot es también un libro que en lugar
de tener páginas impresas con palabras, se expresa a través de símbolos estampados en
una serie de planchas o cartulinas. En él se ordena una cosmología completa, y
constituye un modelo del universo, análogo al mismo, construido con su misma
estructura, de donde el poder mágico e iniciático que se les atribuye tradicionalmente.
De todas formas, se trata de un lenguaje relacionado con el conocimiento, que se
manifiesta a distinto nivel y de diversas maneras. El Tarot es ese lenguaje al
manifestarlo y por lo tanto el vehículo que expresa una sabiduría que él mismo lleva
implícita. Es un compendio de ciencia actuante, al ser el mensajero de una energía que
le da su razón de ser, y que por cierto lo trasciende. Esto, sin tomar en cuenta su acción
como promotor de imágenes y fecundador de visiones.

No es el caso de hablar en este trabajo sobre el Tarot en el sentido de dar una


explicación sucesiva y una a una de sus partes, sino más bien sugerir, aclarar y ordenar
su estrechísima relación con el simbolismo de la rueda cósmica. Lo mismo se pretende
con la Cábala; en efecto, ésta también, a través del modelo universal llamado –como en
otras tradiciones– árbol de la vida, nos da la visión de una estructura del cosmos válida
para todo tiempo y lugar, así para lo más pequeño como para lo más grande. Este árbol,
este diagrama, está compuesto por diez números, o "numeraciones", llamadas sefiroth,
que son otros tantos estados de un ser Uno o el desarrollo de la multiplicidad
manifestada del cosmos entero a partir de la unidad original.

Cada cosa tiene nueve reflejos de sí, dice la tradición cabalística, y esos reflejos o
aspectos de la unidad original, sumados a ella misma (1 + 9 = 10), conforman un todo, o
un ciclo completo, que es tanto el del universo entero como el ciclo particularizado de
cada una de sus partes. El código simbólico de la aritmética de Pitágoras no dice otra
cosa, y llama a este ciclo de los nueve primeros números, el de los números naturales, al
cual pueden reducirse todos los números posibles. Este código básico numérico es
fundamental, pues sintetiza todas las posibilidades de la serie y crea un sistema con el
que es posible numerar todas las cosas. Numerar todas las cosas es darles vida, es
nombrarlas. Y va de suyo que la aritmética a la que nos referimos dista mucho de su
aplicación exclusivamente cuantitativa, que es casi la única que conocemos los nacidos
en la sociedad moderna. Bien por el contrario, el código numérico expresa principios o
ideas universales, que cada dígito manifiesta a su manera; y la misma diferencia que
existe entre ellos (vgr. la unidad con respecto al binario, el binario referido a la tríada)
no está sino señalando esta variedad conceptual, o las distintas modalidades de una
misma energía, que es precisamente la descrita en la serie numérica.

Este modelo simbólico aritmético, que por otra parte es análogo y complementarlo con
el código geométrico, nos brinda la indefinitud de las posibilidades numéricas, a través
de todas las combinaciones posibles de los dígitos naturales entre sí, es decir, el
universo numerable de lo innumerable o una serie de finitudes indefinidas. Este espacio
cerrado y ordenado, aparentemente homogéneo, creado por el propio sistema aritmético
o geométrico, sería la representación o la manera de aprehender y fijar al cosmos a
través de una visión que tuviera o reflejara iguales características que el cosmos mismo,
vale decir, que fuera su modelo. Lo que equivaldría a afirmar que los números
originalmente son sagrados y de allí su carácter "mágico" recogido aún hoy por diversos
folklores y, sobre todo, que son otra cosa distinta de la lectura que de ellos hacemos
actualmente.

No es necesario insistir sobre el hecho de que la idea de número está asociada a la de


módulo y a la de "medida"; asimismo a la de equilibrio y sobre todo a la de armonía,
estrechamente ligadas a las ideas o conceptos universales que expresa la escala musical.
Por otra parte, agregaremos que en la cábala hebrea cada letra del alfabeto –como en el
esoterismo islámico y griego– tiene una correspondencia numeral. Y que juntos, letras y
números, constituyen la ciencia de los nombres.3 Y así como en las relaciones mutuas y
recíprocas entre los nueve primeros números se puede numerar todo lo numerable, así
también con las veintidós letras o claves del alfabeto hebreo, combinadas entre sí, se
puede nombrar todo lo nombrable. O lo que es lo mismo, el mundo entero, pues todo lo
manifestado tiene nombre –el mismo hecho de su manifestación es una señal o
nombre–, menos, claro está, lo que no puede nombrarse, lo que no tiene nombre, lo
inmanifestado, lo que está más allá del propio código o lenguaje, y sin embargo lo que
todo código, o lenguaje, o mundo, o sistema, en forma implícita no hace sino expresar,
puesto que toda manifestación es una concreción, o una materialización, de la
inmanifestación original. Tal el acto con respecto a la potencia.4

La traducción de la palabra hebrea kabalah es "tradición"; más especialmente usada en


el sentido de "recibir algo", aceptar" (un mensaje o legado). Esa herencia no está
referida a un depósito de letra muerta, ni a moralinas grupales, o a ritos vacíos de
contenido, ni siquiera a usos y costumbres determinados, o a normas de conducta y
formas de vida. No es la preservación de un folklore, ni tampoco la de una religión, y
mucho menos la propiedad de un pueblo o cenáculo determinado, por más fanatismo
que se ponga en ello. El verdadero eje tradicional y el auténtico legado, el tesoro que
nos han dejado nuestros padres, los fundadores de los pueblos, es su concepción del
mundo; el conocimiento de otras realidades que hoy no podemos ver los hijos de esta
época, por estar como dormidos, muy confusos y enfadados, y completamente
ignorantes. Y aunque la cadena iniciática se ha mantenido ininterrumpida hasta nuestros
días, estos conocimientos parecen casi definitivamente perdidos, o preservados en forma
muy oculta en pequeños grupos. Obviamente este legado –expresado por todos aquéllos
que los pueblos han llamado sabios en todos los tiempos– no podría tener nada que ver
con una versión literal de las cosas, como la que nos ha inculcado la pretendida ciencia
contemporánea. Tampoco con una concepción empedernidamente materializada, lo que
hace pensar en actitudes infantiloides. Menos aún con encuadres socio-políticos,
económicos, sentimentales o competitivos, de cualquier género. Sólo podemos decir que
la educación occidental contemporánea está diseñada para exaltar el ego. Y por la vía de
creer que el sueño que es nuestra existencia, que suponemos una realidad única e
imprescindible en el universo –así como que nuestros trajes, máscaras, disfraces,
circunstancias, somos nosotros–, nos identificamos con eso y no advertimos que
estamos condicionados, o solidificados, entre las cuatro paredes de un encierro, de una
confusión, de un amorfo al que no se le encuentra salida. A poner fin a esa cárcel de la
mente viene la tradición como un mensajero o intermediario (dios, arcángel, ángel,
fuerza activa de la tradición misma), en este caso bajo la forma del código aritmético y
geométrico, del sistema alfabético, del Tarot, del diagrama del árbol de la vida
sefirótico, o del modelo de la rueda cósmica.
Es importante insistir en que todos estos sistemas5 son modelos universales, y por lo
tanto análogos a lo que representan; y que todos ellos han sido diseñados como
vehículos para salir del cosmos mismo. O dicho de otra manera: que el conocimiento de
una cosmogonía –no en forma "racional", sino asumiendo que la vida y nosotros somos
eso–,6 la encarnación de ese conocimiento, la identificación con el universo –en el
sentido de ser un sólo mundo o lograr un estado de virginidad primordial– son los pasos
previos para arribar a lo que está más allá del cosmos, lo supracósmico. Eso es
precisamente lo que afirman unánimemente las tradiciones: que su legado les ha sido
revelado y que ellas lo transmiten; que su modelo cósmico les ha sido inspirado; y que
el conocimiento de ese modelo –o sea, de todas las cosas–, no es propio, sino que por el
contrario tiene orígenes no humanos, y los dioses nos lo han dado como un medio
ordenado, una escala, para que la comunicación entre ellos y nosotros pueda ser posible.
Esa escala, ese puente, ese eje, sería la tradición misma, que a través de sus estructuras,
sistemas, modelos, ritos, símbolos, pudiera operar una labor de escisión o fractura y unir
o ligar un espacio profano u ordinario con otro sagrado o significativo. Este es
precisamente el objeto que se propone toda tradición particular y su razón misma de ser:
el de establecer el contacto entre cielo y tierra, necesidad imperiosa que todos los
pueblos han experimentado y realizado parejamente con el conocimiento de los secretos
reveladores de la cosmogonía.

Esta realidad por cierto que nos toca, pues siendo todo aprendido, y además siendo
nosotros lo que sabemos, los modelos culturales en los que nos hemos educado –y que
han pasado a ser nuestra personalidad por identificación con los mismos– son un límite
y un condicionamiento, por un lado, y una salida por otro, pues constituyeron
originalmente una escala para trascender el espacio profano y arribar al conocimiento de
otro espacio distinto. Tan diferente de él como lo que está "más acá" con referencia a lo
que está "más allá". De allí también que se haya afirmado siempre y unánimemente que
los orígenes culturales, es decir, la civilización de los pueblos (incluidos usos y
costumbres, artes plásticas, danza y arquitectura, artesanía, poesía, agricultura, ritos,
vestimenta, morales, normas de comportamiento, tabúes, etc.) reconoce filiación directa
con el "más allá", con lo no humano, con los misteriosos dioses que pueblan y recrean el
universo, como si fueran una tropa divina.
Esa milicia de energías invisibles lleva sin embargo nombres; la indagación de esos
nombres nos conduce a su conocimiento, es decir, a la identificación con las energías
que ellos representan. La ciencia de los nombres sería entonces el conocimiento de esas
energías invisibles y específicas que conforman el mundo. Y a través de este
conocimiento llegaríamos a la sublimación de estas energías, hasta su identificación con
lo que no tiene nombre (de lo audible a lo inaudible), aquello que nadie ha visto jamás,
ni jamás podrá ver –pues su aprehensión no tiene nada que ver con los sentidos– y de lo
que no se podrá nunca tener una imagen posible. Y no porque no pueda expresarse por
dificultad del que lo enuncia, o incomprensión del que lo escucha, sino por su propia
naturaleza (si así pudiera decirse) no humana, que hace que cualquier traducción llevada
al plano humano, sea apenas un reflejo y por lo tanto también una inversión, cuando no
una proyección más o menos distorsionada. En realidad esos dioses o nombres divinos
no son otra cosa que la expresión de principios universales. Y su conocimiento sería
simultáneo a la identificación con las energías que ellos simbolizan, o, expresado de
otra manera: con la encarnación de las emanaciones que ellos nombran o enumeran.

Este proceso de conocimiento, o la iniciación en la ciencia, o en el arte, transforma a


quien lo realiza. Y por la vía de esa transmutación de energías, va ascendiendo peldaños
en la escala cognoscitiva, ordenadamente, haciendo estaciones en su ascenso, que
simbolizan determinadas energías cósmicas cada vez más amplias en el largo camino
hacia la propia evolución por medio de un nuevo aprendizaje. Puesto que si todo es
aprendido debemos demoler lo que ha constituido nuestra ilusión acerca de la
"personalidad" que poseemos –sacada de aquí y allá, fruto de] azar y absolutamente
condicionada por situaciones geográficas, históricas, políticas, religiosas, raciales,
económicas, sociales, culturales, físicas, nacionales, provinciales, familiares, etc.– y
construir una nueva estructura (dejar el hombre viejo y aceptar el hombre nuevo) a
través de la cual se pueda aprehender el conocimiento. Destruir para construir. Aunque
en verdad este proceso doble es simultáneo, pues al desprendernos de ciertas cosas
damos lugar al espacio mental necesario para aprender otras nuevas, o dicho de otro
modo: se asume el hecho de que a una acción sigue una reacción, y que éste es el rito
fundamental de la vida. Este gradual proceso de d esa condicionamiento de una cultura,
o mejor, de la forma de ver esa cultura, para aprender otra lectura de la misma –en todo
caso mucho más ligada a su prototipo original, reflejo de un arquetipo eterno–, es
equiparado a la búsqueda y a la obtención de la libertad. Y esto es lo que pretenden
todas las tradiciones a través de sus modelos esotéricos. No otra cosa es lo que
simbolizan el Tarot, la cábala y el modelo cósmico de la rueda.

En el caso del Tarot, éste consta de setenta y ocho láminas o cartas simbólicas, módulos
que combinados y barajados entre sí crean un plano o enfoque de la realidad. Este punto
de vista es variable pues es indefinido, ya que las distintas tiradas de cartas configuran ,
en cada una de ellas, una situación particularizada, análoga a la de cada punto de la
periferia de nuestro modelo de la rueda en relación con la inmovilidad central. Estas
imágenes que se crean simultáneamente con el plano de una tirada, conforman diversas
situaciones o articulan un lenguaje en el que ellas se expresan y que todo aquél que esté
dispuesto a oír escuchará. Para eso es previamente necesario el aprendizaje paciente y
fatigoso de este código; pero él mismo se va revelando a medida que profundizamos en
su interior.

Con respecto al árbol sefirótico de la cábala sucede lo mismo: las relaciones y


transposiciones, las combinaciones y articulaciones de las sefiroth7que constituyen el
diagrama del árbol de la vida, producen un campo o espacio horizontal, apto para que
las energías verticales trascendentes, existentes en forma inmanente en cualquier código
o manifestación, sean despertadas y produzcan una reacción que reviene sobre aquél
que realiza un trabajo o se dedica al estudio, aprendizaje y conocimiento de estas
energías prototípicas o ideas universales, expresadas por los números, las letras del
alfabeto y las sefiroth.

El sistema simbólico-cósmico del Tarot, sus setenta y ocho cartas, se subdivide en tres
paquetes llamados arcanos mayores, arcanos menores y cartas de la corte (a los que
podríamos llamar grupo a, grupo b, y grupo c); y el número respectivo de estas láminas
es de veintidós, cuarenta y dieciséis. Los arcanos mayores de por sí constituyen una
introducción y una síntesis de este sistema. Sus veintidós figuras están numeradas en
forma sucesiva de uno a veintiuno,8 quedando una carta final sin numerar (llamada "El
Loco"), que tanto puede colocarse al principio como al final de la serie y que juega para
algunos el papel de cero y en todo caso el de principio y fin: el alfa y el omega de todo
esquema circular, cerrado en sí mismo, como es el modelo de la rueda cósmica. Estas
cartas tienen nombre diferente y un símbolo gráfico distinto para cada una de ellas.
Están luego los arcanos menores, que constituyen también un todo separado, pese a su
ensamble con los otros dos paquetes de cartas. Su número es de cuarenta naipes, en una
serie que va de uno a diez, y que admite cuatro colores o señales en su clasificación,
llamados bastos, espadas, copas y oros. Esta serie de uno a diez debe relacionarse con el
sistema de Pitágoras y con las diez sefiroth o emanaciones divinas de la cábala.9 En
cuanto a los cuatro "colores", están estrechamente vinculados con cualquier visión
cuaternaria del ciclo, así sea ésta la del movimiento aparente del sol a lo largo del día, o
del año, o el recorrido entero de un manvántara o ciclo de una humanidad. Asimismo se
los debe ligar con los cuatro elementos y con los tres grados iniciáticos (aprendiz,
compañero y maestro) en el proceso del conocimiento, que sumados al estado ordinario
o profano, constituirán un circuito escalonado, análogo, como seguidamente veremos, a
la división cuaternaria (en planos o mundos) que se aplica al diagrama sefirótico. Por
último queda un paquete de dieciséis láminas, que se dividen en los mismos cuatro
colores que los arcanos menores: bastos, espadas, copas y oros, pero que también está
diferenciado por una jerarquía cuaternaria, simbolizada por el rey, la reina, el caballo o
caballero, y la sota o valet. Los cuatro colores y las cuatro jerarquías deben relacionarse
con los mundos o planos cabalísticos, así como con toda referencia al número cuatro, a
la cruz y al cuadrado, que son los que enmarcan y limitan un plano o mundo al fijarlo,
manifestándolo, creándolo de esa manera. A continuación veremos otras relaciones
mutuas entre el Tarot y la cábala.

2
EL ARBOL DE LA VIDA SEFIROTICO

En cuanto al diagrama del árbol de la vida, éste tiene un diseño10 que es susceptible de
ciertas diferenciaciones. Tradicionalmente se lo divide en cuatro planos horizontales, o
mundos, llamados olam ha'Atsiluth (emanaciones), Beriyah (creación), Yetsirah
(formaciones) y Asiyah (que da origen a la manifestación y a la concreción material).11
Al principio corresponden las sefiroth Kether (corona), Hokhmah (sabiduría), Binah
(inteligencia); al segundo las de Hesed (gracia), Din (juicio), Tifereth (esplendor); al
tercero Netsah (victoria), Hod (gloria) y Yesod (fundamento); y finalmente al cuarto
sólo Malkhuth, la mujer del rey, la que recibe y concreta el legado, la tierra, o el mundo
en su sentido más amplio, la manifestación universal, percibida por los sentidos, que ha
podido ser gracias al proceso que describe el modelo sefirótico.
FIGURAS
También surge naturalmente del propio diagrama su división en tres planos verticales,
visualizada tradicionalmente como tres columnas, Una central, neutra, axial, que es el
eje visible de las otras dos y es llamada pilar del equilibrio, o del medio, estando
constituida por Kether, Tifereth (el centro o corazón de todo árbol), Yesod y Malkhuth.
Simétricamente, a cada uno de sus lados se hallan dos pilares o columnas, a los que se
atribuye la energía activa y la pasiva, también designadas como la columna de la gracia
o del amor, y la columna de la justicia o del rigor. La primera constituida por las
sefiroth Hokhmah, Hesed y Netsah y la segunda por Binah, Din y Hod. También puede
ser imaginado como una puerta, símbolo que, como el caballo, la nave o el puente,
indican el traslado de un espacio a otro.

Por el árbol de la vida se desciende desde la unidad central, o mejor, desde la primera
manifestación, Kether (la corona), a la multiplicidad periférica de lo manifestado,
Malkhuth, la materialización de ese energía. De esta manera se crea un circuito cerrado
(1+ 9 = 10), que lleva implícita la idea de que esa energía, una vez alcanzados sus
límites, retorne a su fuente original (10 = 1 + 0 = 1).12 Perpetuamente, las energías del
cosmos ascienden y descienden entre el cielo y tierra, desde su calidad más fina hasta su
forma su forma más grosera. Este proceso se realiza de manera simultánea, lo que
realmente incluye el hecho de que se efectúa en todas las cosas, o seres, y en distintos
grados o mundos.

La idea de que podamos ser parte de un ser humano gigantesco y primigenio, de que
nosotros seamos una célula sanguínea de ese hombre (o que nuestro sistema solar sea
esa misma célula) no es ajena a la cábala. Por el contrario, a ese ser se le denomina
Adam Kadmon y su múltiple desmembramiento conforma el universo, como es también
el caso del Osiris egipcio, del DionisosZagreus de los griegos, y de otros muchos mitos
cosmogónicos. Ese universo de módulos, números, letras, estrellas, miembros, no es
sino un símbolo manifestado de lo inmanifestado y las claves para llegar de la
manifestación a la inmanifestación.

El descenso de las emanaciones divinas que se concretan en la creación cósmica está


sucediendo en este momento y el hecho de que el mundo sea tal cual cosa, para la
mentalidad moderna, o que de acuerdo a nuestro punto de vista percibamos esto o
aquello, es completamente indiferente al proceso de la creación universal, que es
perenne, aun visualizado desde el punto de vista horizontal; simultáneo, desde la
proyección vertical.

Este laboratorio, que es el mundo, ha sido descrito también como un caldo de cultivo en
el que se cuecen diversas energías, se solidifican las más densas, se volatilizan las más
sutiles y buscan un espacio más allá de las estructuras que las contenían.

En el árbol de la vida, tres energías o principios interactúan constantemente entre sí.


Uno es activo, el otro pasivo, el tercero neutro. El activo se opone al pasivo y el pasivo
al activo, pero no se excluyen, sino que se complementan. El neutro es aquel punto
donde el activo y el pasivo dejan de ser tales. Una energía latente que existe en todas las
cosas, verdadero factor de equilibrio, y proyección vertical del eje del cielo sobre el
plano horizontal de la tierra. Es el pilar invisible, o eje, a partir del cual han sido creadas
todas las cosas y al cual todas las cosas retornan. Lugar de paz; la lucha y el
desequilibrio han llegado a su fin.

Esta lucha y complementación perenne (yin y yang) a que está sometido el proceso de la
vida y el hombre mismo, es expresada en la cábala no sólo por la división ternaria del
modelo del árbol cósmico, a la que nos estamos refiriendo, sino también con la teoría
del Tsim-Tsum.13

Si el mundo entero fuese una exhalación, o un sonido, o la emanación de la luz, también


tendría esta división ternaria, que se produce en cuatro campos, o planos, o "lecturas"
diferentes de un hecho o cosa, si así pudiera decirse: o sea, una visión de mundos
"paralelos", o simultáneos, o diversos estados de un ser universal. Hay entonces cuatro
árboles de la vida o cuatro maneras distintas de ver el mismo árbol. Uno es el modelo
del árbol cósmico visualizado a nivel de Atsiluth, el mundo de las emanaciones
primigenias de las que nada puede saberse desde el plano del conocimiento ordinario. El
segundo sería el diagrama del árbol en el plano de la creación (Beriyah), signado con el
número cuatro. El número cuatro es tomado siempre como número de la primera
manifestación o primera creación.14 El tercero es el diagrama a nivel de las
formaciones cósmicas (Yetsirah). Estos tres primeros serían invisibles y estarían
Incluidos en el cuarto, pues a decir verdad, este último no es sino una materialización de
aquéllos y corresponde a la manifestación cósmica en su grado físico, corporal o
sensorio.

A su vez, un modelo cósmico, a un nivel de lectura (o un árbol visualizado en tal o cual


plano), incluiría también la posibilidad de otros tres planos o niveles.15 De hecho, si
cada cosa tiene nueve reflejos de sí misma, cada sefirah incluiría un árbol sefirótico
dentro, y así con cada uno de ellos indefinidamente. Esta multiplicación no se produce
sólo en el plano, sino que también es volumétrica y se proyecta en las seis direcciones
del espacio: norte, oriente, sur, poniente, zenit y nadir, oponiéndose dos a dos como las
caras de un cubo, teniendo a Tifereth (esplendor o belleza) como centro o eje,
proyección de la vertical en la horizontal, punto neutro o corazón del árbol.16

En ese mismo sentido, indicaremos que el modelo del árbol tiene relieve, pues admite
tres lecturas de sí mismo, que sumadas a la vulgar o profana, nos darán la idea de
profundidad, más allá del plano.17 Eso es, por otra parte, lo que expresa la diferencia
entre cuatro colores y también entre cuatro jerarquías. El modelo cósmico simboliza en
pequeño, lo que el original es en grande, de donde es sencillo inferir que lo manifestado,
el universo entero, tenga cuatro lecturas o cuatro grados jerarquizados de sí mismo,
siendo la existencia material, solidificada, un mero ropaje, O forma, o modo, que toma
una corriente de energías al "concretarse". De donde puede observarse que el Tarot, y su
interrelación con el modelo sefirótico, es una cosa bien distinta –y no tan fácil– de
aquella visión que lo encuadra en un juego, o en un procedimiento predictivo, en el
sentido más literal aplicado a estos vocablos.18 Con el árbol de vida de la cábala sucede
lo mismo. Y estos mandalas que refulgen con las luces del cosmos, ignoran
completamente las especulaciones de tono menor, teñidas de carácter utilitario, donde
los problemas personales están siempre de por medio.

La cábala, el Tarot, el modelo cósmico de la rueda, son sólo vehículos de conocimiento.


Y si bien el conocimiento se expresa a través de ellos (para nuestra realización), ellos
mismos no son el conocimiento. Son el puente,19 el pasaje, el navío, que nos conduce
de un espacio a otro espacio; pero nunca un objeto de adoración o de devoción, en el
sentido que se da a estos términos hoy en día.
Una vez que el caballo nos ha llevado al término del viaje, nos despedimos con todo
agradecimiento y cariño de él, y por mejor caballo que sea, lo dejamos, pues la función
de nuestro vehículo ya se ha cumplido al finalizar el recorrido. No es posible tomar lo
relativo por absoluto, por más que sea lo que se nos ha inculcado en este mundo de
enormes minucias, de anécdotas e historietas, siempre "trascendentales" para lo que
llamamos "nuestra vida". Tomamos las superficies brillantes y pulidas por lo que son las
cosas en sí. Esta superficialidad nos impide ver que el cuerpo es el traje del alma. Y que
esta última no es sino el vestido del espíritu.

Volviendo a los arcanos mayores del Tarot –en su relación con el modelo del árbol
cabalístico–, señalaremos que esta serie sucesiva numerada de I a XXI, con el agregado
de "El Loco" (cero), se puede ordenar de la siguiente manera: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9,
10, hasta llegar al ciclo completo de la serie, descendiendo por el árbol de la vida, desde
Kether hasta Malkhuth,20oen el modelo cósmico de la rueda, del punto virtual inicial a
la multiplicidad de los puntos de la periferia. Y retornar desde el límite de la serie, o
plano, hasta el centro o a la unidad original. Lo que nos daría, en el caso de los arcanos
mayores, la siguiente serie de ida y vuelta, de descenso y ascenso, a través del árbol de
la vida:

Correspondería entonces, a cada arcano del Tarot, una sefirah: "El Mago" (número
uno), a Kether (número uno), y así hasta el décimo, arcano precisamente llamado "La
Rueda de la Fortuna", identificado con Malkhuth, la sefirah número diez. En el ascenso
el camino se emprendería ahora desde abajo, en forma inversa, y a Malkhuth
correspondería asimismo la carta once, "La Fuerza". Yesod (que en el camino de
descenso se equipara con la carta nueve, "El Ermitaño") coincidiría también con la
doce, "El Colgado", y así sucesivamente. Quedarían dos cartas fuera del árbol de la
vida, que serían la cero y la veintiuno21 y que simbolizarían el alfa y el omega, el
principio y el fin, el punto de equilibrio y unión –y escisión– entre lo propiamente
llamado vertical y el plano de su reflexión horizontal. Esta salida del cosmos, más allá
de Kether –en Kether como Ain, para la cábala– y la reintegración con el mundo, es
simbolizada por el arcano veintiuno,22 y es en definitiva la meta que posibilitan estos
vehículos herméticos, que describen el movimiento desde el punto de vista de la
inmovilidad.23
En el diagrama de la cábala, cada sefirah tiene un aspecto luminoso y otro oscuro. Uno
mira a Kether y el otro a Malkhuth. Todo el árbol pudiera ser visualizado así, teniendo
como centro a Tifereth, la superficie de las aguas. Esto vendría a ser precisamente la
oposición (y complementarismo) de lo que vuela y lo que repta. Asimismo, cada sefirah
de la columna activa ha de tener algo de la pasividad del que se le opone, y viceversa,
para que esto pueda ser posible.24 Como se sabe, la tradición extremo oriental lo
expresa diciendo que en cada energía yin hay una yang, y que en cada yang una yin. En
el Tarot esto se manifiesta por el sentido "benéfico" o "maléfico" que puede tener tal o
cual lámina. También por el hecho de que salgan al derecho o al revés con respecto al
que consulta el oráculo. La Alquimia medioeval llamaba a este proceso disolución y
coagulación (solve et coagula), siendo la primera expansiva o centrífuga (ad extra) y la
segunda contractiva o centrípeta (ad intra). La unión o complementación de esos
opuestos –en el centro o eje de la rueda, el lugar donde se resuelven todas las
oposiciones– constituye al hermafrodita alquímico, o andrógino primordial.

Por otra parte, ya hemos dicho que los cuarenta arcanos, menores se reúnen en cuatro
paquetes, conjuntos (o colores) iguales numerados de uno a diez. En éstos, el primero,
llamado de bastos, comienza con el número uno de ese color y continúa con la serie
hasta el diez. Con las siguientes series sucede lo mismo, van del uno al denario en
colores –o palos– que como se sabe, son: bastos, copas, espadas y oros; y en la baraja
francesa: trébol, corazón, pica y cuadrado o diamante. Corresponden a las diez sefiroth
en los cuatro mundos o planos, y nos dan la inmediata idea de un diagrama cuádruple
tridimensional. Mejor, de cuatro diagramas superpuestos, saliendo del plano y formando
un conjunto volumétrico, una caja estructurada que da la imagen de una construcción
perfectamente organizada en su totalidad.25 Igualmente, a cada número corresponde
una sefirah, tocándole el número uno a Kether, el dos a Hokhmah, y así sucesivamente
hasta el número diez, Malkhuth, en donde finaliza la serie. A cada color o palo,
corresponde un mundo o plano del árbol. A bastos Atsiluth, a espadas Beriyah, a copas
Yetsirah, y a oros Asiyah. Tomemos un ejemplo: supongamos que sacamos del mazo de
naipes una carta que ella es el siete de copas. Por su número corresponderá a la sefirah
número siete, Netsah, y como tal le cuadran todos los atributos y energías referidos a
esta sefirah cabalística. Pero al mismo tiempo su color o palo nos está diciendo que esta
baraja se refiere al plano donde esa energía actúa, en este caso el plano o mundo de
Yetsirah. Esta carta entonces alude a un concepto,26 o a una energía denominada
Netsah en Yetsirah, perfectamente específica y distinta a los otros treinta y nueve
símbolos o cartas del conjunto, o paquete de los arcanos menores.
Como ya se dijo al comienzo de este estudio, hay cuatro árboles diferentes, cada uno
con sus diez sefiroth, que en el ,esquema cósmico de la rueda se explayarían, como los
brazos de una cruz, hacia los cuatro puntos cardinales, teniendo a Kether como punto
central común.27

Esta misma idea se representa también como un árbol prototípico (reflejo de un


arquetipo o idea universal), en donde la vida tiene cuatro lecturas o colores distintos,
visualizados en el diagrama plano como sucesivos, aunque de hecho son simultáneos.
Es decir, que es ilustrada con el diagrama prototípico del árbol, dividido en cuatro
porciones horizontales o niveles. Esta división cuaternaria se refiere también al hombre,
ya que éste es una miniatura del cosmos. Y así como la vida tiene cuatro lecturas –que
van de lo más superficial o externo, a lo más profundo o interno–, así también esta
diferenciación se da en cualquier expresión sujeta a los límites del tiempo y el espacio,
como una jerarquía (y por lo tanto una sucesión), en la que lo más alto correspondería a
los orígenes y lo más bajo a la actualidad. En realidad, lo que acontece es que ciertas
energías verticales y simultáneas son transferidas o traducidas a otras horizontales y
sucesivas, y se manifiestan sensiblemente al nivel de éstas.

El modelo macrocósmico del árbol asimismo puede ser equiparado a lo microcósmico y


humano (recordar la versión cabalística en donde el cosmos es un ser gigantesco) y ser
referido a la estructura física del hombre. En este caso, la cabeza de dicho hombre
estaría compuesta por las sefiroth Kether, Hokhmah y Binah, correspondiendo a estas
dos últimas el ojo derecho y el izquierdo, respectivamente, y asimismo los hemisferios
cerebrales en su división binaria. El tronco estaría compuesto por Hesed, Din y Tifereth,
siendo las dos primeras los brazos derecho e izquierdo; y la tercera, el corazón y el
plexo solar hasta el ombligo, así como todos los órganos contenidos en la cala
torácica.28Netsah y Hod serían la pierna y cadera derecha y la pierna y cadera
izquierda. También estarían accionando en la zona ventral y sus órganos internos,
mientras que los genitales corresponderían a Yesod. Finalmente Malkhuth, única sefirah
del plano de Asiyah está emparentada con los pies.29
Además de esta analogía microcósmica física, el árbol prototípico tiene
correspondencias macrocósmicas y astrales. En efecto, cada sefirah puede ser vinculada
con un astro (o dios, para otras tradiciones) en un universo en cambiante sucesión de
energías, la mayor parte de las cuales son invisibles (o "angélicas"), ya que la única que
simboliza la concreción o tierra –la receptividad divina procreando–, el cosmos físico
manifestado, es Malkhuth, la cristalización y solidificación prohijada por la energía
pasiva, capaz de recibir toda la vibración de la vida y materializarla. Para nuestra época
estas correspondencias astrales pueden atribuirse de esta manera: Saturno a Binah,
Júpiter a Hesed, Marte a Din, el Sol a Tifereth, Venus a Netsah, Mercurio a Hod y la
Luna a Yesod. Esto nos lleva a una estrecha relación con la alquimia, pues para ésta, los
minerales con que trabaja son también las energías de los astros madurados en las
entrañas de la tierra.

Es muy importante destacar que el modelo del árbol de la vida está invertido. En efecto,
todo árbol "normal" tiene las raíces en la tierra y sus frutos son aéreos. El modelo
cósmico del árbol sefirótico, tiene sus raíces en el cielo –Kether–, y sus frutos son la
concreción de la vida en la tierra –Malkhuth, la inmanencia divina– lo que nos hace
pensar que nosotros, como seres manifestados, estamos invertidos con respecto a las
emanaciones de la deidad.30 Además, esta inversión, que se produce en el plano
propiamente humano a través de los sentidos, es, por otra parte, una clave en la
estructura del modelo del universo. Resulta muy clara en el símbolo de la estrella de
David o sello salomónico que, como se sabe, consta de dos triángulos equiláteros
entrelazados y opuestos, que configuran el símbolo típico de la analogía. Por otra parte
debe advertirse que las energías de las sefiroth del árbol, interactuando e
interrelacionándose entre sí, son las que finalmente conforman el cosmos, haciendo que
todas las cosas se desenvuelvan en un perfecto orden y disponiendo los cuerpos celestes
y terrestres en armónicos movimientos. Este equilibrio universal es actualizado por
intermedio de las energías angélicas llamadas ofanim (ruedas) y sus gravitaciones en
espiral conocidas como remolinos (galgalim).

Ahora bien, la encarnación de estos conocimientos cosmogónicos, referidos a otras


maneras del espacio y el tiempo, y su aprehensión, es decir, el acceso a otros mundos
que están presentes en nuestro mundo ordinario31 –aunque en forma oculta–, es trabajo
que puede realizarse con el modelo del árbol cabalístico y el Tarot, que para eso han
sido diseñados, en correspondencia análoga con el cosmos. La enseñanza sugiere
estudio y meditación, y también silencio. Internalización de las energías del árbol de la
vida, expresadas por las sefiroth, por la determinación de ciertos atributos divinos. Y
llevar el trabajo que se realiza con ese árbol de la vida, a la cotidianidad.32 Este
diagrama es el modelo de todas las cosas, y por lo tanto está ahora y siempre presente.
Es para nosotros una herencia del pasado que se actualiza al revivir las energías que se
encuentran en él contenidas, lo que equivale a despertar a los dormidos símbolos que
comienzan misteriosamente a vislumbrarse, a resonar en el interior de uno mismo, y que
establecen una especie de "puente", o vehículo axial, para pasar de un espacio a otro
espacio, o de un mundo a otro mundo.

Y es por ese mismo eje central, que vincula a todos los planos o estados que tiene un ser
en sí, por donde se conectará con lo supracósmico. Entendiendo por esto no solamente
lo que está "más allá" de las sefiroth de "construcción cósmica", sino también lo que
excede al modelo del árbol mismo, lo cual se halla simbolizado por Kether, que en su
acepción más elevada es idéntico a Ain, el absoluto, la nada.33 Aunque esta sefirah en
su aspecto más bajo –si así pudiera uno expresarse–, al ser la primera determinación, ya
está condicionada por el ser.34

Esta salida del cosmos es lo que propone la alquimia, trabajando con el método de las
transformaciones de las virtudes físico-simbólicas de la vida en su aspecto mineral, en
correspondencia con el hombre y su psique.35 El sabio realiza su trabajo en el athanor u
horno alquímico. Este artefacto es también un modelo del universo y su cuerpo consta
de tres niveles horizontales superpuestos, en el primero de los cuales la "materia" densa
penetra en el athanor y en el último, sale en forma de gases sutiles por un orificio
superior que corresponde a la sumidad. En el simbolismo de la construcción, la puerta
del templo o de la casa-habitación, cumple esa misma función de medio de paso, o de
traslado horizontal de un espacio profano, u ordinario, a otro sagrado o significativo.36
Y también –como en el athanor– la salida es a través del eje vertical, simbolizado en el
templo por el altar. o ara, como proyección de la cúpula en el plano. En la casa-
habitación, esto se manifiesta por la chimenea u hogar, que es una salida al "exterior", a
otro mundo o espacio que está "más allá" de aquél que el modelo cósmico, o
constructivo, manifiesta.
En última instancia, este athanor, templo u hogar, no es sino la simbolización del
hombre mismo y un reflejo central del eje universal, por el que a través de distintos
niveles o planos, se va de lo más denso a lo más sutil, de lo más groseramente
manifestado –por una transmutación, refinamiento o proceso evolutivo– a lo más etéreo,
tal cual los gases con respecto a la materia solidificada. De la manifestación a lo
inmanifestado. Como lo describe el modelo del árbol de la vida, que se corresponde con
la división en planos horizontales del athanor, en relación con los mundos ya
mencionados, de este diagrama cabalístico. Asimismo, en el simbolismo constructivo,
en la figura de la pirámide o del zigurat, se notarán estos planos superpuestos desde la
base hasta lo más elevado. Por otra parte –y para terminar– debemos decir que estos
niveles o jerarquías se hallan expresados en la representación plana del modelo cósmico
de la rueda por cuatro círculos concéntricos, que se ubican rodeando al punto original, y
que son diversos escalones que van desde el movimiento hacia la inmovilidad, o
viceversa, según sea el sentido de la lectura que se dé a la figura.

No es de extrañar pues, que la alquimia, como la cábala, el Tarot, la numerología, la


astrología, la construcción, la magia, etc., se hallen tan estrechamente relacionados.
Pues en verdad ellos conforman la cosmología y la ontología, como soportes de la
metafísica, constituyendo una sola ciencia o arte, vinculada con un sólo conocimiento,
cuya experiencia, o encarnación, es obtenida simultáneamente con la transmutación.

En el movimiento de la rueda se conjugan la unidad central y la totalidad periférica. Lo


inmóvil, con lo que circula y pasa. El fuego que no quema, con la rueda del sol. Y
ambos elementos –que en realidad conforman uno solo polarizado– se encuentran en el
corazón humano y generan sus imágenes para que éste, trabajando con la alternancia de
sus ritmos, presintiéndola, adaptándose a ella, realice la obra química en el jardín de su
alma. La rueda es, en verdad, el conocimiento de este principio, dual, que igualmente se
vive como sintético o múltiple; como cierto o ilusorio. Es el mismo ser el que reúne
estas posibilidades.

NOTAS
1 El agregado de una T final viene a sumarse a este nombre, para afirmar la idea
de circularidad y retorno al principio.
2 Es muy importante señalar, que si bien la cábala es la expresión esotérica del
judaísmo y en este sentido nada tiene que ver con la tradición hermética, el hermetismo,
por el contrario, "utiliza", si así pudiera decirse, numerosos elementos cabalísticos, lo
que ha dado lugar a la denominada cábala cristiana. Por otra parte, se encuentran
antecedentes sobre la cábala desde el siglo III y asimismo, se piensa que el Zohar
comenzó a redactarse en aquella época. Los pitagóricos y otras escuelas griegas
realizaban con su lengua transposiciones de letras y cálculos numéricos, y se los ha
considerado como antecesores de los cabalistas. Este modo de trabajo ha pasado desde
la antigüedad hasta hoy y es efectuado por distintos grupos gnósticos. Debe decirse
también que la "iniciación hermética" corresponde a los misterios menores, etapa donde
es verdaderamente necesaria la idea de una instrucción u orden, y que ha de completarse
con el coronamiento de los misterios mayores, coincidentes con la aparición efectiva del
maestro interno, y el regreso al estado primordial, equivalente al "paraíso terrestre" o
sea, al retorno al centro y la efectivización de las posibilidades que encierra el estado
humano.
3 La que según Platón, en el Cratilo, "no es un trabajo ligero".
4 El cosmos y la manifestación entera constituyen un lenguaje, y por lo tanto una
poética. También un código a ser descifrado, lo que equivale a decir: una aventura. Un
gesto en el que todo está incluido. La danza que Shiva baila perennemente.
5 Que nada tienen que ver con la clasificación racional filosófica, la que por su
mismo origen y estructura es antimetafísica.
6 No hay nada más cierto que la sentencia que dice: "uno es lo que conoce".
7 La traducción de sefirah, de la que sefiroth es plural, es la de número o
determinación; la de ofan es rueda, como arquetipo de los mundos. Hay que recordar
que esta última es también la designación del ángel Metatrón, como mediador universal
y mensajero de la plenitud de Dios o de las energías divinas, símbolo asimismo del alma
universal.
8 Se dice también que cada una de ellas corresponde a un siglo de nuestra era
.9 El Sepher Yetsirah (Libro de las Formaciones), que junto con el Zohar (Libro
del Esplendor) constituye el libro sagrado fundamental de la cábala, dice expresamente
al respecto: "No son once, son diez, no son nueve, son diez".
10 De aquí en adelante pueden consultarse las ilustraciones 1, 2, 3, 4, y siguientes.
11 Atsiluth sería el principio de la manifestación ontológica, Beriyah la
manifestación informal, Yetsirah, la manifestación sutil –por debajo del nivel de las
aguas superiores– o sea, las aguas inferiores, y Asiyah, la manifestación grosera, que
corresponde al estado corporal del hombre o del cosmos. Estos dos últimos planos están
estrechamente unidos y constituyen el compuesto psíquico-físico del macro o del
microcosmos. Son el alma inferior y el cuerpo, mientras que el alma superior y el
espíritu estarían simbolizados por Beriyah y Atsiluth.
12 La serie sefirótica o numeral desarrolla un ciclo completo, que va de la
concepción de la unidad, a la de la circularidad, expresada por el número nueve. Si la
unidad de ese punto original es la que genera la serie numeral –o el rayo de la rueda que
va del centro a la periferia– en nueve emanaciones sucesivas (1 + 9 = 10), el denario,
que es el limite de su desarrollo, la reitera (10 = 1 + 0 = 1). Esto quiere decir que el
punto periférico, en donde acaba el radio, también es unitario –y por lo tanto igualmente
capaz de engendrar y renovar el ciclo–, salvo que hay que hacer notar que se halla
invertido en relación con su origen.
13 El infinito hace lugar en sí mismo y se concentra en un punto a partir del cual el
espacio adquiere su característica y el cosmos es entonces creado.
14 Es interesante observar que si se suman los consecutivos de la serie, 4 = 1 + 2 +
3 + 4, se obtiene 10, que es igual a 1 + 0 = 1, 0 sea, un retorno a la unidad original, o la
manifestación de la unidad a otro nivel o plano. Lo mismo sucede con el siete que es
igual a 1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28, que es igual a 2 + 8 = 10 = 1 + 0 = 1. Es decir,
que vuelve a repetir la unidad a otro nivel, tal cual sucede con Netsah, la primera sefirah
del plano siguiente inferior. Finalmente, igual acontece con la sefirah número diez,
Malkhuth, única ubicada en el plano de Asiyah.
15 "Al rotar, los cuatro "colores" o "rayos" asumen la apariencia de cuatro " ruedas"
(ofanim), cada una de las cuales era, por decirlo así, una rueda en el medio de una
rueda". Leo Schaya, El Significado Universal de la Cábala.
16 A las seis sefiroth inferiores, de la primera tríada, se las denomina de "
construcción" (cósmica). Son siete si se la incluye a Malkhuth.
17 También Dante, en la dedicatoria de La Divina Comedia, atribuye estos cuatro
planos simultáneos de lectura a los libros sagrados del antiguo y del nuevo testamento,
además de a su propia obra.
18 En su origen la palabra adivinación tiene una intima relación con lo divino. En
toda civilización los encargados de consultar los oráculos (hombres y mujeres)
cumplían una función sacerdotal, así en Delfos y en todos los centros cultuales. De allí
también "vaticinio", de "vate" (o inspirado).
19 Recordar la relación entre puente, pontífice y la carta número V del Tarot,
relativa a la enseñanza y el aprendizaje, llamada "El Papa" o "El Hierofante" o
psicopompos (iniciador en los misterios para los egipcios y los griegos).
20 La unidad sería, a la inversa de lo que estamos habituados, el mayor de los
números, puesto que los contiene a todos. Cuanto mayor la cantidad numérica, mayor es
la fragmentación o división de la energía simbolizada por la unidad. Lo pequeño es lo
más poderoso.
21 Obsérvese que la suma de los dos arcanos mayores correspondientes a cada
sefirah es siempre igual a veintiuno.
22 En el Tarot de Marsella, esta lámina es una mujer dentro de una rueda (la forma
es elíptica, pues el cuadrángulo del naipe es rectángulo y su proporción dos a uno).
23 Tanto la carta que inaugura el descenso, el número uno, "El Mago", como la que
inicia el retorno o ascenso, la número once (uno y uno), "La Fuerza", son las únicas que
llevan, en los arcanos mayores, un extraño sombrero que está "por encima" del cuerpo –
o estructura– y lo "corona". Tiene la forma de un ocho apaisado, signo que ha pasado a
ser el símbolo aritmético del infinito. Es, en verdad, la representación de un circuito
cerrado o todo continuo, como la rueda con una torsión, estudiada hoy en día como
"cinta de Moebius".
24 Cada sefirah, como cada número, es activa con respecto a la que le sigue en la
serie y pasiva con respecto a la que le antecede. Así el tres (Binah), es activo con
respecto al cuatro (Hesed) y pasivo con respecto al dos (Hokhmah). El dos (Hokhmah),
es pasivo con respecto al uno (Kether) y activo con respecto al tres (Binah) y así unos y
otros, de ida y vuelta, simbolizan una corriente perenne de energías que se resolverá
siempre en la unidad.
25 Cuando este "trono" comienza a moverse, se le llama "la carroza" (merkabah);
luego, los cuatro hayoth, o ejes periféricos surgidos del "trono", se convierten a su vez
en carrozas, y mientras viajan en todas las direcciones del cosmos, emanan de ellos
ruedas (ofanim) o poderes angélicos que juegan su parte en la actualización de formas
esféricas y los movimientos cíclicos de todo lo creado. Sus vibraciones espirituales son
llamadas remolinos o espirales (galgalim).
26 En el sentido de concepción, de concebir. No en el de conceptualizar; operación
indirecta donde el verbo es suplantado por una manifestación verbal. Con el agravante
de que "se toma" a ésta de forma exclusiva y excluyente.
27 Serían los cuatro ríos del paraíso, surgidos de una fuente única (proyección de la
vertical). Y también, los cuatro sabios que llegan a ese paraíso o estado de pureza
original. Es interesante destacar que, de estos sabios, uno sólo es apto para vivir en él;
de los otros tres, uno enloquece, otro enferma (pierde la fe) y el tercero muere. Sin
embargo, estos cuatro personajes coexisten en nuestro interior. Cada letra de PaRDéS
(paraíso en hebreo), corresponde a cada uno de los mundos o planos del árbol de la vida.

28 El ómphalos u ombligo del mundo, corresponde propiamente al medio o centro


de la figura física humana. Sin embargo, la cábala toma simbólicamente como centro a
Tifereth, el corazón del árbol. Esta concepción del corazón como centro, está presente
también en la totalidad de las tradiciones, aunque despojando este órgano del carácter
sentimental que se le suele atribuir en el Occidente contemporáneo. Ambas
localizaciones espaciales son equivalentes y se hallan situadas sobre el mismo eje,
aunque una se encuentra en un plano más alto con respecto a la otra.
29 Es interesante relacionar este "hombre universal" con la imagen narrada por
Daniel ante Nabucodonosor, donde se visualizaba a una estatua diferenciada en cuatro
planos por la calidad del material empleado en su confección y que eran: oro para la
cabeza; plata para el tronco; bronce para el vientre y el sexo; y arcilla mezclada con
hierro para las piernas y los pies. Esta figura que ha dado lugar a la expresión "coloso
con los pies de barro" está específicamente referida al ciclo que vivimos y a su descenso
gradual.
30 "Si la creación es la imagen de Dios, la cosmogonía funciona en forma
exactamente igual a una proyección reflejada por la ley de inversión, o más
precisamente, por analogía inversa. La ley deriva del principio de la "contracción"
divina, Tsim-Tsum". (Leo Schaya, El Significado Universal de la Cábala).
31 Y de una manera tan notoria que éste no es sino una "prolongación",
"cristalización" o "concentración" de aquéllos.
32 No son dos cosas diferentes lo que "yo" soy y lo que es "el árbol sefirótico". El
diagrama es susceptible de transposiciones microcósmicas en correspondencias
simbólicas que incluyen hasta lo físico. El árbol es un modelo y "yo" también soy eso.
La encarnación es la actualización ritual de la energía original, a todos los niveles.
33 La "nada" tomada como ensimismamiento total. En cuanto a la lectura profana
que se da hoy a esa palabra, este pretendido concepto en rigor no existe, pues al ser
"nada" estarla ya siendo algo.
34 Por encima del uno, del ser, está el no-ser. Pero por encima del ser y el no-ser,
está la no dualidad.
35 No podemos abordar aquí el tema de la alquimia operativa, de laboratorio, por
no ser el lugar adecuado y no entrar el tema dentro de nuestra estricta competencia.
Bástenos decir que esta ciencia o arte ha sido practicado por distintas civilizaciones
tradicionales y también bajo su aspecto vegetal. Sus objetivos no han sido algo tan fácil
como la obtención de la longevidad o el oro físico. Pero estas mismas acciones sobre la
"materia" del mundo, que prueban su conocimiento y encarnación de la cosmología, no
son sino resultados, u operaciones derivadas de la gran obra, que es lo que
verdaderamente el alquimista propone: la realización o efectivización de otros estados
del ser universal, operados por el hombre mismo, capaz de auto-transmutarse de
transformarse en una "cosa" distinta a lo que era. En estos otros ámbitos del ser –o del
conocimiento– habitan los inmortales entre turbas de ángeles y demonios (de la palabra
griega daimon) que viven un espacio y un tiempo distinto al de los simples mortales –en
un lugar supra-espacial y en un tiempo a-cronológico–, los que acaso pudiéramos
considerarnos como un experimento en el laboratorio de la vida.
36 Como se sabe, la tradición hermética es una cadena iniciática de Occidente, que
incluye numerosas disciplinas y órdenes de realización o trabajos artesanales. Las
relaciones con la construcción en general encuentran en el Compagnonnage y en la
Francmasonería –en ciertas logias que no han seguido el proceso de degradación general
del mundo contemporáneo– su medio de expresión adecuado. Los constructores de las
catedrales góticas están íntimamente emparentados con los alquimistas y ambos trabajan
en el plano intermedio del alma.

CAPITULO VI
LA RUEDA Y SUS RELACIONES CON OTROS SIMBOLOS TRADICIONALES
La mayor parte de los autodenominados "astrólogos" de hoy día ignoran todo lo referido
a la ciencia a la que pretenden dedicarse y entre otras cosas, parece que no saben que la
palabra "zodíaco" significa "rueda de la vida". Estos astrólogos de consumo, con una
formación intelectual que, en el mejor de los casos, araña la media de una sociedad
cientificista-positivista, pretenden sobresalir de la mediocridad del grupo al que
pertenecen, mediante la posesión de ciertos conocimientos adquiridos a costa de
penosos esfuerzos, en tristes academias o en sospechosas organizaciones ambiguamente
humanitarias.

Este personal (que se inmiscuye en la vida privada de la gente sencilla, que recurre a
ellos para que se la oriente a través de un horóscopo –o alguna otra mancia– o se le
brinde alguna oportunidad de salida en la horrible situación planteada por el medio
socio-cultural en el que han tenido que vivir) no tiene ningún nivel de conocimiento de
ningún tipo, al punto de que ignora totalmente la existencia de otros planos que no sean
los de la mínima realidad existencial psico-física, fenoménico-material, a la que ellos se
adscriben, y que "espiritualizan" mediante la superstición, el engaño y la fantasía, en la
tarea de agregar ilusión a la ilusión, de presumir de poderes y conocimientos, y de
manipular en su provecho determinadas terminologías robadas y fuerzas nacidas de la
sugestión más grosera. Que la ilusión engendre la ilusión es algo que no debe ni puede
sorprender a nadie.

La astronomía, ciencia oficial, no deja sin embargo de reconocer en sus orígenes una
herencia astrológica más o menos vergonzosa, algo ya superado pero que al mismo
tiempo le da cierto status jerárquico. Otro tanto acontece con la química en relación con
la alquimia. La verdad es que tanto química como astronomía son degradaciones de
alquimia y astrología. Las tradiciones antiguas incluían en la alquimia y la astrología a
la química y la astronomía, como partes de estas ciencias, en el aspecto vinculado con la
experiencia cuantitativa y el análisis empírico. Sólo esa lectura parcial ha subsistido,
aislada de sus principios y del contexto, conformando las ciencias oficiales. Y esa
misma degeneración de pensamiento –en cuanto al nivel de lectura actual de las
auténticas ciencias tradicionales– existe también entre los entusiastas de la "astrología",
denominando de esta manera a ocultistas, espiritistas-espiritualistas, teosofistas,
parapsicólogos, hipnotistas, naturistas y brujos y "magos" de distinto pelo.

La alquimia es la ciencia de la transmutación integral, simbolizada por las propiedades


de los minerales, y la astrología es el conocimiento de los verdaderos cielos, ritualizado
por las estrellas y expresado por el código del firmamento. En el caso particular del
zodíaco, la división en doce de la circunferencia, correspondiente a las estaciones que
hace el sol en un recorrido anual alrededor de la tierra, y que la fragmentan en porciones
de treinta grados, es representada por una rueda de doce rayos, siendo cada uno de ellos
un mes del año, y treinta los días o unidades que lo componen. Esta es la rueda de la
vida o el límite espacio-temporal que cohesiona y hace que gire la máquina del mundo.
Y la simbolización de esta rueda cíclica, en el plano, es el círculo, con el punto central
claramente marcado o a veces supuesto. Este símbolo, como ya se ha dicho, vale para
cualquier ciclo, así sea el anual, el de los días de un mes, el de los años de la vida de una
persona o el de los siglos en una civilización, que vienen y vuelven y retornan.1 Todos
los pueblos han conocido este supuesto, este principio filosófico del tiempo cíclico. Ese
ir y venir, morir y renacer del año –para hablar sólo del ciclo anual–, es el devenir que
los calendarios simbolizan.

En el caso de las civilizaciones azteca y maya, la circunferencia está dividida en


dieciocho partes de veinte grados –y en trece de igual número de grados para el
calendario esotérico-ritual–, pero el significado es el mismo: el de la perennidad de la
regeneración y la sincronización o medida rítmica del movimiento, "del dios tiempo que
penetra todas las cosas". Resulta inconcebible que los "científico? de hoy en día puedan
seguir afirmando que los precolombinos no conocían la rueda. No sólo los calendarios
azteca y maya son ruedas, sino que ésta puede verse en su forma práctica aplicada en
"juguetes" (o miniaturas) prehispánicos, incluso exhibidos en uno de los principales
museos antropológicos. Por otra parte son innumerables los diseños de formas
circulares, espirales, y sus interrelaciones, realizados en todos los materiales posibles
por los pueblos de América del Norte, Centro y Sur, elaborados como expresiones de su
conocimiento metafísico, cosmogónico y del principio que la rueda representa. El que la
rueda "técnica" fuese un tabú para estas civilizaciones y que su aplicación práctica
estuviese censurada –por ejemplo en el transporte–, es un hecho que está referido a la
repugnancia de utilizar algo sagrado a niveles profanos. Ruedas y engranajes son los
que han traído la mecanicidad, la deshumanización y la desintegración del mundo
contemporáneo.

Ahora bien, si transponemos lo macrocósmico a lo microcósmico, y atendemos a ese


permanente retorno del ciclo sobre "sí mismo", trayéndolo del plano cosmológico al
psicológico, podremos observar con nitidez la sucesión de anécdotas de nuestra vida, el
juego teatral de sombras y luces de su historia, el escenario donde se monta su
espectáculo, los personajes que entran y salen y que cambian constantemente de
nombres, de disfraces, de máscaras, de situaciones y roles, y la increíble ilusión del
conjunto, en cuanto que en él cualquier cosa es posible e insignificante, y por lo tanto un
fantasma, un amorfo relativo, sujeto al desgaste del tiempo y la memoria. La superficie
de la rueda de la vida gira una y otra vez; y así vemos pasar las etapas del día, los años,
los seres que amamos y por los que fuimos amados, y todo aquello que ha de morir, lo
sujeto a causa y efecto, a principio y fin. Esa es la ley de la vida, y no la de la vida
eterna, sino la de la existencia perecedera, reencarnándose permanentemente en
innumerables formaciones, a las que se dedican trabajosa y activamente los astrólogos y
pseudo-espiritualistas, tomándolas por la metafísica, cuando en realidad no son sino
fenómenos y situaciones, por los que estamos condicionados; comenzando por el signo
de nuestro nacimiento, al que debemos trascender.

A la periferia móvil y substancial, asociada con el tiempo, se opone la inmutabilidad


esencial del centro o eje de la rueda. Situándose ambas a los extremos de un radio o
rayo, que los conecta, comunicándolos. Esta superficie cambiante, inestable y sinuosa,
está' asociada con la serpiente y la forma serpentina y también con su equivalente: el
dragón de las tradiciones orientales y occidentales. En el centro de la rueda se halla un
personaje que la tradición hindú denomina Çakra-Varti, el servidor de la rueda, idéntico
al mítico Taranis druídico, al "sabio perfecto" de los chinos, al Ometéotl náhuatl (y otras
parejas de deidades), que tendido e inmóvil da la vida a través de Tonatiuh,
representados siempre en la actitud impasible del principio, de donde emana toda la
manifestación y los cambios y retornos de las formas existenciales.

Ya hemos dicho que la rueda de la que estamos hablando es la figura de un círculo en el


plano. También hemos visto la relación de esta figura con el cuadrado, y que ambas son
en el espacio la esfera y el cubo respectivamente. Lo mismo sucede con la espiral plana
y la hélice. Al agregar volumen a la figura se le añaden nuevas posibilidades
significativas, al ser visualizada ésta a otro nivel. El plano nos sirve como soporte para
la visión en profundidad, para la comprensión espacial.2

La figura del círculo es más perfecta que la del cuadrado, pues en esta última no todos
los puntos de los lados son igualmente equidistantes del centro. Esta "primacía" del
círculo sobre el cuadrado, es la misma que existe entre el cielo y la tierra, el punto y la
circunferencia, el hilo y la trama, pues sin aquél ésta no sería. La complementariedad de
estas dos figuraciones, su valorización y su utilización conjunta en numerosas
asociaciones, es una de las claves del lenguaje simbólico. Ya que se necesitan juegos de
símbolos, conjuntos, para que el símbolo adquiera su propia significación. Unos nos
llevan a otros, y éstos a unos terceros y es en estas mutuas relaciones, y en las
posibilidades a que dan lugar, donde se comprende la naturaleza de la simbólica y la
función mediadora del símbolo. Pues a pesar de que el conocimiento posibilitado por su
medio, y lo que nosotros pensábamos acerca de él antes de haberlo obtenido, son cosas
distintas, se puede sin embargo advertir que fue a través de la actuación del símbolo, y
del conjunto de la simbólica y sus relaciones, que se lo ha conseguido. Por otro lado se
comprueba que estas simbólicas constituyen la manera más fiel y clara, exacta y
despojada, en la que pudiera sintetizarse un pensamiento, un estado especial de la
conciencia o una visión del cosmos; al extremo de que la unidad entre ambos parece
evidente.

La cruz de brazos iguales es la estructura interna del círculo, la representación de las


tensiones que lo equilibran y conforman. Y también lo es del cuadrado. Asimismo, la
cruz tridimensional cumple esa función con respecto a la esfera y el cubo. La cruz plana
simboliza al número cinco. En este caso se toma al punto central como un elemento
independiente. El éter de los antiguos, que al emanar su irradiación genera el
cuaternario de los brazos cruciformes, opuestos dos a dos, los que alcanzando su propio
límite necesariamente retornan al punto original, a su quinta esencia. Este es el corazón
del símbolo y el reflejo de la potencia que él está manifestando y que incansablemente
reabsorbe. Es el centro del plano horizontal, desde donde se irradia la energía del plano
vertical, del axis mundi, que él difunde hasta enmarcar un espacio; como un oscuro
vórtex, que pese a su inmutabilidad generará todos los gestos mutables, siendo de esta
manera simultáneamente todas las cosas, el punto original y cualquier otro punto de la
circunferencia, la esencia y la substancia, Purusha y Prakriti, y todos los grados posibles
de la manifestación de los principios en la creación, o ser universal.3

El número cinco tradicionalmente simboliza al hombre y su representación geométrica


también es una estrella de cinco puntas. Esta estrella tiene la particularidad de ser un
continuo, y se la puede dibujar de un sólo trazo, sin levantar el lápiz del papel, y volver
al punto que la generó, completando la figura. Por otro lado, su diseño corresponde a la
representación de un hombre con los brazos Y piernas en cruz (en forma de equis) y su
tronco y su cabeza como eje vertical. La cabeza está simbolizando la sumidad, la
posibilidad de evadirse de los propios límites, o sea, de conocer lo ilimitado a través de
la salida del cosmos, y alcanzar la entera libertad de lo que no está condicionado por el
espacio y el tiempo. Lo que es en sí mismo eterno, pues no tiene nacimiento ni fin, ni se
halla dimensionado por ninguna extensión. El corazón o el ombligo del mundo, como
imágenes del centro, reflejan en el plano creacional la posibilidad de lo que no tiene
discurso por no ser sucesivo, y de aquello que no podrá ser comprendido a menos que se
preste urgente y minuciosa atención a los símbolos que lo expresan, o mejor, a lo que
está oculto en sus diseños.

Por otra parte, la proyección de un cubo en el plano, nos da una cruz de seis brazos o
rueda de seis radios. Al agregársele al eje norte-sur una semicircunferencia en el
extremo de su brazo norte, para designar el polo, la sumidad, y también la
tridimensionalidad de lo alto-bajo, expandida en las cuatro direcciones cardinales,
obtenemos el símbolo llamado crismón, muy difundido en la cristiandad y asimilado al
"ojo de la aguja". Y muy semejante en su forma, y exacto en su significado a la cruz
denominada ansata, que puede verse abundantemente representada en la tradición
egipcia.

Asimismo, hemos visto ya que, en la simbólica del templo de base cuadrada y cúpula
semiesférica, los valores numéricos asignados a esas formas geométricas, eran de cuatro
y nueve, respectivamente. En numerosos casos el domo, de valor nueve, como el de la
circunferencia, es reemplazado por el triángulo, que corona la estructura cuadrangular
de la base. Tal es el caso de muchos edificios griegos y romanos y también el de las
pirámides egipcias y precolombinas. Igualmente el de los obeliscos, el de muchísimos
portales que no rematan en arco, y el de los altares cristianos, que repiten el
cosmograma simbólico del templo en su estructura vertical.

La iniciación en la tetraktys pitagórica suponía el conocimiento más alto, mientras que


la del cuadrado de cuatro, se refería al conocimiento de la tierra y constituía un paso
para obtener la primera, estando simbolizadas ambas por el triángulo y el cuadrado. El
número nueve está implícito en el tres ya que es su potencia cuadrada y significa la
expresión de la trinidad como principio universal, y su manifestación en un plano
delimitado, cerrado, cíclico, que junto con la unidad con la que se complementa,
configura la imagen del todo. Lo mismo sucede con el triángulo y su punto central (3 +
1 = 4), los que generan la forma cuadrangular. El número cuatro ha sido tomado
siempre como el número del despliegue de lo manifestado o la expresión de los
principios en el plano de la creación.4 Respecto a las relaciones entre el tres y el nueve
–o entre el triángulo y el círculo– recordaremos que la suma de los ángulos de un
triángulo siempre es igual a dos ángulos rectos. Es decir a ciento ochenta grados, que es
el valor de una semicircunferencia, cúpula o domo, el que por otra parte es un número
circular o cíclico, ya que es sabido que así se denomina a aquellos números en los que,
al sumarse los dígitos componentes entre sí, se obtiene el nueve.

La asociación entre el simbolismo de la rueda y el del fuego es muy frecuente en las


tradiciones antiguas y los pueblos "primitivos". Para enumerar algunos ejemplos
bíblicos citaremos a Daniel (VII, 9) que nos dice que: "Su trono, llamas de fuego, con
ruedas de fuego ardiente": o a Ezequiel (X,6): "Toma fuego de en medio de las ruedas,
de entre los querubines"; o la Epístola de Santiago (III, 6): "Y la lengua es fuego...
prende fuego a la rueda de la vida". Esta misma relación está implícita en el llamado
fuego de rota, imprescindible para la transmutación según algunos alquimistas
medioevales. Refiriéndonos a esta mutua vinculación, debemos decir que en ocasiones
se ubica al fuego en el centro de la rueda, como es en el caso de los círculos mágicos.
También como eje o centro del templo, piedra o altar de sacrificio, sagrario, ara,
residencia oculta de Agni, el fuego, el principio radiante. Inversamente, en algunas
simbólicas se lo transfiere del medio a la periferia, y se ven así ruedas de innumerables
fuegos, como se puede observar en diferentes ritos y danzas, y en la pirotecnia de las
fiestas de varias tradiciones.5 En verdad el simbolismo es el mismo, aunque tomado
desde dos puntos de vista. En una perspectiva, el fuego se ha multiplicado en
innumerables fuegos; desde otra, el fuego central absorbe la división de la pluralidad de
los fuegos, para significar el fuego original o arquetípico. Por una parte, la unidad del
ser en sí mismo, por otra, su presencia perenne en la manifestación.

Una antigua sentencia de la filosofía griega, expresada posteriormente por Nicolás de


Cusa, y en general por todos los neoplatónicos y hermetistas, nos dice que: "Dios es un
círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna". Por lo mismo,
los contrarios de periferia y centro se hacen intercambiables. Todo punto periférico es el
centro de un sistema. "Dios está en el mundo y el mundo está en Dios". "El rostro de los
rostros, está velado en todos los rostros". "Dios está en el círculo de sus bailarines y es
al mismo tiempo el centro de la danza". Se trata de la permanente paradoja de una
ausencia siempre presente, de una inmanencia trascendente. Cualquier punto de la
circunferencia, al transformarse en centro, todo lo abarca. Y cualquier punto de este
círculo, o sistema, lleva en forma inherente, constitutiva, esa misma posibilidad. La
unión de contrarios ha dado lugar a la simultaneidad de lo que ya no se diferencia:
"Trascendencia e inmanencia coinciden en Dios, al que se le conoce como el Uno
invisible e indivisible y se lo reconoce en lo múltiple visible y divisible".6 Todo está en
todo, y todo en uno.

Es por Dios, que nos ha dado el nacimiento físico y espiritual, que a El mismo lo
conocemos. La unidad no puede conocerse sino por si misma, pues si hubiera algo fuera
de ella, que pudiera comprenderla, dejaría entonces de ser la unidad. Si visualizamos
este hecho utilizando el símbolo de la rueda en el plano y situamos el principio de la
vida en el extremo norte del círculo, a las cero horas del día, y el mediodía (o mitad de
la vida), en el extremo sur, el fin coincidirá con su comienzo –a las cero horas–,
conformando el alfa y el omega de toda manifestación. El sentido de la creación es este
perpetuo reconocimiento del sí mismo en todas las cosas. Lo invisible, haciéndose
visible, es que se manifiesta al mundo y los sentidos.

Esto sucede todos los días en todos los lugares y el hombre lo ha simbolizado siempre
llevándolo a las múltiples áreas de su pensamiento o de su actividad cotidiana. En una
sociedad tradicional la vida entera es un rito colectivo, y el trabajo, el placer, o cualquier
acción diaria, es la ritualización, o la puesta a ritmo, de acuerdo a las energías cósmicas-
telúricas, siempre presentes. En ese sentido, toda construcción, utensilio, ceremonia,
lenguaje, gesto o imagen de una sociedad tradicional, es un símbolo o una señal de
conocimiento (o reconocimiento) de la cosmogonía,7 que se imita y repite de acuerdo al
modelo creacional, que por cierto está vivo en este momento.

Así, el símbolo constituye y forma parte de la vida normal de un pueblo tradicional y se


lo encuentra diseminado por doquier, en cada una de las expresiones de la cotidianidad
de esa comunidad. La palabra latina orbs (mundo) deriva de orbis, el círculo. Por
extensión, el orbe sería (etimológicamente) un plano circular o su equivalente cuadrado.
Es frecuente encontrar en el centro de patios cuadrangulares, a cielo descubierto, una
fuente (redonda), símbolo del eje y de las aguas originales (también capaces de saciar la
sed espiritual o de conocimiento), que se escalona a tres niveles que van de menor a
mayor y de alto a bajo y que fluyen y se vuelcan sucesivamente el uno en el otro. Los
juegos y las diversiones –como todo hecho cultural– reconocen por cierto un origen
sagrado y han constituido siempre formas rituales de expansión y recreación. Sin ir más
lejos, el Tarot es un juego de naipes, y el mismo bridge (puente), refleja valores de
orden cosmológico, así como el ajedrez, aunque sus simpatizantes lo ignoren. El juego
de pelota de los mesoamericanos es un cosmograma en movimiento, donde los
participantes juegan conscientemente su vida, al igual que en otras expresiones lúdicas y
castrenses, como la "guerra florida" o los torneos medioevales europeos y todas las
competencias marciales de los innumerables pueblos, incluidas sus fiestas "olímpicas".
Estas manifestaciones culturales tenían como objeto recrear la cosmogonía, como se ha
dicho, y al mismo tiempo revelarla. Cumplían, pues, también una función didáctica –
aún a nivel de enseñanza subliminal–, pues es bueno recordar aquí que el hombre debe
aprenderlo todo y vivenciarlo permanentemente, pues sin la idea de un orden repetido
de manera invariable, aunque de mil formas diferentes, corre el riesgo seguro de
precipitarse en la desintegración y la confusión de lo amorfo.

La transmisión del conocimiento adquiere los modos de expresión más variados, tantos
como tal o cual cultura haya desarrollado en cualquier dirección, refiriéndose todas a un
plano arquetípico común. Y mismo hoy día, en la sociedad occidental, son muy
numerosos los fragmentos que se encuentran presentes en la cultura media (y que son
los que la justifican), que no son en el fondo sino los restos dilapidados de nuestra
herencia tradicional.

El circo podría tomarse como una ilustración de lo que estamos exponiendo. Desde la
etimología de esta palabra, relacionada con el círculo (circus) y con el límite, hasta la
diversidad de atracciones y espectáculos que ofrece, es todo él un muestrario de retazos
simbólicos. La carpa redonda se articula a través de un eje central, creando un espacio
significativo, donde ha de realizarse la función. Cuatro aberturas de la carpa marcan la
orientación cardinal y corresponden a los lugares donde han sido sujetados a tierra los
cuatro primeros cordeles, a los que se agregan otros cuatro en los puntos intermedios. El
juego de las tensiones de estas cuerdas y su ubicación direccional, equilibran y
estructuran la carpa del circo. Y la función ya puede comenzar. Payasos que se golpean
y realizan cosas imposibles despertando la risa, el aplauso e igualmente el llanto; enanos
y gigantes y todo tipo de desproporciones y fenómenos de la naturaleza, actores,
ilusionistas que extraen de sus sombreros mundos de fantasía, caballos y animales
amaestrados, personas que vuelan en el espacio, luces y sonidos cambiantes, configuran
un todo mágico donde se recrea la ilusión, para subrayarla, y se imita el espectáculo del
mundo y de sus indefinidas, secretas, y aún monstruosas posibilidades. Durante siglos
este arte de fascinación ancestral, con estrechísimas vinculaciones con el teatro
ambulante y el de títeres, y los trovadores y juglares medioevales, ha despertado el
entusiasmo, la emoción (a veces teñida de nostalgia o de filosofía) y ha enseñado a
numerosas generaciones. Como hoy lo hace también el tiovivo y el parque de
diversiones, cuyas atracciones, sobre todo desde el comienzo de la sociedad industrial y
mecánica, están basadas todas en ruedas, generadoras de movimiento y sensaciones.

Hay que recordar, además, el carácter errático del circo, su peregrinaje a través de los
países, su nomadismo. En ese sentido nos gustaría decir unas palabras referidas a la
asociación de la rueda con la psicología de la marcha, el viaje, la búsqueda, la idea de
superación de obstáculos, desafío, progreso, desarrollo, evolución. Conceptos todos que
siendo muy loables desde un punto de vista –tomados como movimientos del alma–, sin
embargo llevan implícito su propio fin. A no ser que puedan ser transferidos del plano
horizontal, donde comúnmente se los encuentra, al vertical. De la necesidad psicológica,
o de la simple ansiedad de ir más lejos, por curiosidad, o por querer experimentar algo
novedoso, al hallazgo y la realización espiritual. O sea, siempre que esa aspiración
encuentre un orden ascendente y no nos precipite en un desorden descendente,
originado por la propia dinámica del deseo, que jamás puede ser satisfecho, pues al
obtenerse lo pretendido, éste sigue subsistiendo y origina nuevamente su proceso
reincidente, que por agotamiento comienza a decrecer. Vale decir, cada vez que se ha
considerado como un medio que posibilite un fin superior y desconocido, y no como un
fin en si mismo, en el cual lo desconocido sería suplantado por el simple cambio de
formas y su perpetua reincidencia. O por las distancias cuantitativas atribuidas a ese más
allá, o la suma de las posibles experiencias sensibles.

Esas aspiraciones horizontales, bien entendidas, son la memoria inconsciente de lo


vertical. La atracción hacia el centro, la fuerza que posibilita el retorno a los orígenes.
Por ello el hombre es un privilegiado, pues en cualquier momento puede recuperar la
memoria de sí, intentar reconstruir su pasado glorioso, volver a sus fuentes perdidas. El
hilo del tiempo teje permanentemente en su rueca esta urdimbre y trama, que es un
soporte para conocer lo atemporal, lo eterno, presentido oscuramente en nuestro interior,
y que es, en definitiva, el motor secreto que nos impele a realizar todos los actos,
aunque no sepamos este hecho o lo traduzcamos de mil maneras tan superficiales como
anecdóticas. Minucias de corto alcance que nos distraen, nos encandilan y supeditan a
ellas al someternos a su yugo. En ese sentido el símbolo es una valiosísima ayuda, pues
concentra nuestra atención y nos permite orientarnos y ordenarnos, con respecto a
nuestro eje. Así, nos facilita la realización de todo tipo de correspondencias y
transposiciones, ya sea a nivel psicológico, filosófico, u ontológico.

En cuanto a ciertas formas como la espiral, que es la prolongación del círculo –y la


rueda–, o más bien la salida de ambas hacia otros planos ya no horizontales sino
verticales –significando la verdadera evolución o el progreso espiritual sucesivo–, es un
símbolo que se encuentra en todas las tradiciones y tiempos, desde el extremo oriente a
las culturas americanas y que, asimismo hoy en día, no deja de representarse una y otra
vez como parte integrante del acervo y patrimonio humano. En efecto, la espiral, que es
el signo de la evolución y la salida del cosmos, es asimismo el de la involución o la
reiteración sucesiva de un enrulamiento paulatino. De hecho, la espiral evolutiva y la
espiral involutiva se representan como dobles espirales, o serpientes, en numerosas
tradiciones; y son los símbolos de los dos principios o corrientes de energía cósmica
simultáneas, que se hallan en todas las cosas. Una ascendente y otra descendente, como
las dos mitades del día, permitiendo ambas, en su equilibrio, la estabilidad y la armonía,
como se las puede ver en el caduceo de Mercurio o rodeando el calendario azteca.
También las formas sinuosas del yin y el yang expresan esta idea en el plano,
conformando un círculo (o una esfera en lo volumétrico), figura perfecta que no tiene
principio ni fin: el Tao. Esta espiral (que en la tridimensión es una hélice), funcionando
conjunta y simultáneamente con su opuesta, configura el huevo del mundo o el alma de
una esfera, articulada entre dos polos invisibles, opuestos y gravitacionales.8 Siendo que
estas dos hélices están unidas en un punto estático de equilibrio, que genera un plano
horizontal, el plano ecuatorial, formando en verdad el conjunto una sola figura. La que
podría ponerse en relación con los tres gunas hindúes: sattwa, energía ascendente; rajas,
energía expansiva, y tamas, energía descendente.
Esta idea también pudiera representarse en lo espacial por dos conos unidos por la base
–la superficie de las aguas–, o en el plano, por dos triángulos equiláteros invertidos y
unidos en un punto, o muchas veces entrelazados, mostrando bien claramente la unión
de los contrarios y su coexistencia e interdependencia, lo que en verdad constituye la
estrella de seis puntas, o sello salomónico, verdadero símbolo de la analogía en el
espejearse y el corresponderse de un plano superior con otro inferior, que es su
complemento. Señalando asimismo lo alto y lo bajo y los cuatro límites del mundo
horizontal, que sus energías generan, al relacionarse, lo que suele simbolizarse por una
circunferencia que circunda y toca en seis puntos a la estrella, completando la imagen.

También a la espiral y a la doble espiral se las suele figurar de manera cuadriforme, lo


que ha dado lugar a numerosas guardas simbólicas –enmarques de un todo continuo–,
hoy ordinariamente percibidas como simplemente decorativas. La misma cruz svástica,
símbolo tan expandido y graficado como el de la espiral –a la que la une un
estrechísimo parentesco–, es una hélice a la que se representa con una direccionalidad
de giro hacia un lado y su inverso y es sabido que en numerosas tradiciones se la
encuentra representada por el entrecruzamiento de dos formas helicoidales.9

Pero nada de esto podría ser percibido, si no fuera por ese cubo interior, que todo
hombre tiene dentro de sí, su espacio propio, que le permite orientarse en el plano y le
indica qué es adelante y qué atrás, qué la derecha y qué la izquierda y, sobre todo, lo
que le dice qué es lo alto y qué lo bajo, gracias a lo cual disfruta de su verticalidad y su
equilibrio, ya que sin ello nada tendría sentido. Esa estructura invisible está íntimamente
relacionada con el medio del hombre, puesto que también es la estructura del cosmos, al
que el hombre pertenece. Y constituye el lenguaje que le permite la comunicación entre
él y el mundo. Pues participando ambos de un mismo modelo, se hace posible la
cohesión del sistema, la coherencia del discurso en las seis direcciones del espacio, a
saber, en todas las posibilidades de lo creado. Espacio compuesto por coordenadas y
tensiones, que abarcan todos los rumbos del compás, en el centro del cual hay un punto
de reposo y descanso –el "ojo" del huracán– que es igualmente en otras transposiciones
analíticas el fin y el principio de la semana en el tiempo: el sabath; siendo las seis
restantes los días de la creación, o de la manifestación, o construcción sefirótica del
mundo; y también las caras de un cubo.
Hemos visto hasta ahora ruedas de cuatro y seis rayos y sus vinculaciones con otros
símbolos. Podríamos mencionar la de ocho e ilustrarla con la rosa de los vientos o el
timón de las naves; o la de doce, y volver a decir que corresponde al zodíaco y al
horóscopo.10 Pues tanto el plano zodiacal, modelo con el que fueron construidas las
ciudades de la antigüedad (la ciudad de la tierra era un reflejo de la ciudad celeste),
como el horóscopo, pueden ser cosas muy diferentes a las que sospechan los modernos
astrólogos. Los cuales no se detienen a pensar que la astrología es nada menos que la
ciencia del cielo, y que ésta, juntamente con la alquimia –ciencia de la tierra–,
constituyen el conocimiento de una cosmogonía, y configuran la ciencia de los ritmos y
los ciclos.

Creemos, sin embargo, que el esfuerzo de estos investigadores pudiera verse


recompensado (y validaría la enseñanza de la astrología, tal cual hoy se la expone) por
el hecho de que sus trabajos les hicieran ejercitarse en el lenguaje analógico y les
brindaran la posibilidad de concebir en forma espacial, tridimensional. Y sobre todo, si
les permitieran comprender la idea de ciclo, repetición y circularidad del tiempo. Nunca
si se ocupasen hasta la obsesión de problemas personales, materiales o psicológicos, que
pueden parecerles a ellos grandes acontecimientos mágicos o universales sólo en razón
de su miopía y falta de comprensión del símbolo. Pues la comprensión del símbolo, tal
cual la concebimos y aquí la exponemos, es la condición sine qua non del conocimiento
de la astrología, que por cierto es una simbólica.

NOTAS

1 Es además, como todo "astrólogo" y "ocultista" sabe, el que corresponde al sol y al


oro filosofal.

2 Esta comprensión "espacial" del mundo o de su "tridimensionalidad", sería análoga


a la imagen de una cuarta dimensión espacial, equivalente a un más allá no visible, por
supuesto, en la visibilidad. Todo lenguaje incluye un metalenguaje. Con la realidad que
perciben los sentidos no pasa otra cosa.
3 Quiere destacarse especialmente la importancia capital que toma esta concepción –y
su relación con el número cinco– en las tradiciones precolombinas, como igualmente en
las extremo orientales.

4 En la serie numeral, si se hace a un lado la unidad y se suman por tríadas los demás
números sucesivos, estos suman siempre nueve; ejemplo: (2 + 3 + 4 = 9), (5 + 6 + 7 =
18 = 1 + 8 = 9). Esto es también válido en el orden de las decenas, las centenas y los
miles, en forma indefinida, o sea en los múltiplos de nueve, que al reducirse vuelven
indefectiblemente al nueve, pues están repitiendo la misma operación en otro orden.
Vgr.: si tomamos la tríada sucesiva de (35 + 36 + 37 = 108 = 1 + 0 + 8 = 9) obtenemos
el mismo resultado que si sumáramos (35 = 3 + 5 = 8) más (36 = 3 + 6 = 9) más (37 = 3
+ 7 = 10 = 1 + 0 = l); a saber: (8 + 9 + 1 = 18 = 1 + 8 = 9), es decir que la serie se repite
demostrando que es un ciclo indefinido, que se produce "fuera" de la unidad, que ha
sido sin embargo su origen, y en la que radica todo su sentido aritmético.

5 En la India, al dios Shiva se lo suele representar bailando dentro de una rueda de


fuego.

6 Las citas son de E. Wind: Los Misterios Paganos del Renacimiento. Barral Editores.
Barcelona 1972.

7 La palabra símbolo es de raíz griega, y significa el reconocimiento de dos personas


o sujetos mediante una marca o signo.

8 Geométricamente hablando, una hélice es una curva de longitud indefinida que da


vueltas en la superficie de un cilindro, formando ángulos iguales con todas las
generatrices.

9 En el símbolo del huracán, o cicló-n, torna-do, representado también por espirales o


dobles espirales, es necesario advertir igualmente esta dualidad e interrelación de lo
centrípeto con lo centrífugo (y su vinculación con los movimientos de rotación y
translación del fenómeno). Además es interesantísimo constatar que estos ciclones en el
hemisferio norte se producen de izquierda a derecha (como las manecillas del reloj), o
sea, que son dextrógiros. Mientras que en el hemisferio sur presentan el giro de derecha
a izquierda (al revés de las manecillas del reloj), vale decir, como levógiros o
retrógrados.

10 Se podrían extender indefinidamente estas asociaciones de la rueda con otros


símbolos tradicionales. Sólo se ha querido dar una muestra de la posibilidad del trabajo
simbólico, que es un juego prácticamente inagotable. Y no por ello menos preciso,
riguroso, exacto y verdadero. Siempre referido a un centro y a un orden, que nada tienen
de arbitrarios, aunque hay que advertir que los frutos de este trabajo no son la obtención
de la lógica de las relaciones en sí mismas, o su grado de probabilidad, sino el estado de
conciencia que éstas actualizan en nosotros.

CAPITULO VII
CICLOS Y RITMOS
En un capítulo anterior veíamos a la historia como un código de señales significativas,
como una simbólica del alma de los hombres –análoga al alma del mundo–, que bajo
distintas formas se va manifestando en la vida de los pueblos. Y si bien esa historia no
se repite exactamente –ni jamás podría hacerlo, pues es imposible para el ser
manifestarse dos o más veces en el mismo estado de existencia, por las mismas leyes del
espacio, el tiempo, y el movimiento, que los números y las figuras geométricas
simbolizan– es evidente que ella abunda en reiteraciones y analogías. Ello se debe, sin
duda, a la circularidad del tiempo y a la teoría de los ciclos –inscriptos los unos dentro
de los otros–, así se trate de los más pequeños, como los del día o el año, o los mayores,
aquéllos del manvántara y del kalpa, que se refieren respectivamente al ciclo de
nacimiento-desarrollo-fin de una humanidad, en correspondencia con el cielo y la tierra
de ese período, y de un mundo, y su condición temporal.

Es importante señalar también que los acontecimientos históricos se dan siempre en un


lugar geográfico determinado, tomando a veces ciertas regiones primacía sobre las
otras, por muy distintos factores, entre ellos los referidos a lo tocante a la propia
naturaleza de la tierra y sus variaciones en el desarrollo temporal, que van desde el
cambio climatológico, hasta la desaparición de continentes enteros. En general se tiende
a pensar en una geografía fija y en un espacio estelar solidificado, cuando la propia
tierra es un punto de referencia móvil –como todos los planetas– y el espacio no es
propiamente sino el juego de la tensión dinámica de distintas fuerzas, o el permanente
desequilibro y equilibrio de los elementos que lo componen.

La relación espacio-tiempo, y su mutua correspondencia, está claramente expresada en


la historia y la geografía sagrada de los distintos pueblos, así como en sus mitos, ritos y
símbolos, y por lo tanto, en la leyenda y el folklore de las sociedades actuales. En el
cristianismo, la historia de Jesús comienza en un lugar pequeño, humilde, apartado, un
pesebre o caverna, y velan por el niño y le dan su aliento dos animales instalados a su
lado como dos columnas, que simbolizan el rigor y la justicia (el asno) y la gracia y la
misericordia (el buey); la tozudez y la mansedumbre que se han de ver posteriormente
homologadas por el mal y el buen delincuente, al final de la historia, en otra situación
geográfica, o en otra posición sobre el mismo eje, esta vez en la sumidad de un monte
llamado Gólgota, que significa cráneo –símbolo de la cúpula axial, caput o cabeza–, la
cúspide donde se produce la exaltación gloriosa, la absorción en el regazo del Padre,
lugar elevado, especialmente señalado en todas las tradiciones como sitio de contacto
con otras realidades que están más allá del cosmos. No abundaremos dando numerosos
ejemplos ilustrativos de tradiciones y civilizaciones en donde la correspondencia y la
complementariedad entre los símbolos de tiempo y espacio resultan obviamente
significativas, pues no conviene a la naturaleza de este estudio, que en cierto sentido
pretende ser una síntesis, y no una demostración. Sólo diremos que a un tiempo mítico
corresponde un espacio diferenciado, propio, y que determinados espacios (como el
paraíso terrenal y la Jerusalén celeste), se relacionan con tiempos distintos. El alma
humana entra al mundo por una puerta y sale por otra, y en el ínterin –signado por el
espacio y el tiempo– tiene la oportunidad de reconocerse y escapar de esa condición por
la identificación con otros estados del ser universal, que puede vivenciar por medio de
la conciencia individual –semejante a la conciencia universal– y que constituyen la
posibilidad de la regeneración particular –y también de la universal–, siempre, claro
está, tomando como soporte a la generación y la creación en el espacio y el tiempo. Lo
que nos indica que la vida del hombre –y del mundo– no sólo constituye una gran
oportunidad para la integración con el ser universal y sus numerosos estados,
absolutamente desconocidos para el grueso de la población, sino que nos señala
igualmente que ese ser universal se manifiesta, o existe, gracias a estas coordenadas
espacio-temporales, que vienen a ser como su corpus sensible –los "sentidos" del
mundo, análogos a los sentidos de los hombres–, en los que tanto él como nosotros nos
reflejamos, tomando conciencia así de la unidad original; o dicho de otro modo: que el
espíritu se reconoce a sí mismo por sí mismo. Por otra parte, toda la historia y la
geografía sagradas no son sino la ejemplificación de estas mutuas correspondencias
entre espacio y tiempo y, como acabamos de ver, la manera en que el ser universal se
expresa o manifiesta, reflejándose en estas cualidades sensibles, en este código
simbólico. O en otros términos: que el cosmos y sus coordenadas constitutivas vienen a
ser la manifestación sensible del ser u hombre universal.

Agregaremos que el tiempo es mensurable en la medida en que se expresa en una


variable divisible, es decir, el espacio. Por lo que siempre el tiempo está en relación con
el espacio y lo supone necesariamente. Lo mismo sucede con el movimiento, que
también se manifiesta en el espacio y que tiene del tiempo el orden sucesivo, razón por
la que se lo suele identificar con él, al punto de quese lo puede considerar como una
representación espacial del tiempo. En verdad, el movimiento –que no es sino la
actualización de las potencialidades espacio-temporales– hace coexistir en sí mismo al
espacio,1 que es simultáneo, con el tiempo, que es sucesivo, equilibrando de esta
manera el orden universal. Tiempo y espacio se complementan e interactúan. El tiempo
signa, da color, y modifica el espacio, como bien puede observarse en la simbólica del
paisaje y sus cambios y variaciones a través de las cuatro estaciones del año, que no son
en definitiva sino el reflejo directo de símbolos cíclicos más amplios, que encuentran su
sentido en la idea del ciclo arquetípico. Y es de esta manera cíclica que conviene leer a
la historia y la geografía –y a las artes y las culturas que en ellas se producen–, pues
conforman una simbólica –una poética– del tiempo y el espacio. El modelo simbólico
de la rueda expresa y reúne de la manera más clara y sencilla la coexistencia del espacio
(o plano de irradiación, donde todo está comprendido) y el tiempo, significado por el
movimiento (en el que las cosas se manifiestan en forma sucesiva). Y si nos atenemos a
este modelo cósmico, comprenderemos que el punto virtual, siempre central –reflejo de
un eje vertical–, organiza el espacio, que en definitiva es la actualización de la potencia
de ese punto rebatida en el plano horizontal, la cual es recorrida sucesivamente,
temporalmente, por la línea recta, o rayo, que establece la relación bipolar entre el punto
original y el punto límite de la circunferencia, los que coexisten como sucesivos y
simultáneos, temporales y atemporales, cuantitativos y cualitativos; y también como
móviles e inmóviles, y que plasmados en el principio substancial, determinarán la forma
(modo, color o signo) de la vida del modelo.

Y repitámoslo, la coexistencia de estas dos coordenadas, que condicionan todo el


mundo "físico", se hace posible merced al movimiento de la rueda –que desde un punto
de vista puede ser tomada como la conjunción espaciotemporal–, que ha de generar la
vida y también la forma en que esos principios se expresan'. Pero para poder
comprender claramente estas ideas debemos ubicarnos necesariamente en alguna escala
y verter estos conceptos en términos de magnitudes, o sea, traducirlos a nuestra
existencia o forma de conocer sensible, en estricta correspondencia con la naturaleza de
las cosas y el plano arquitectónico de la creación. De allí el papel fundamental de la
cantidad –y el de la manifestación–, lo que, sin embargo, aislada de su principio y sin
relación con su contexto, tomada de forma literal, y hasta endiosada por sus
características fenoménicas aparentes, se convierte en el principal obstáculo del
conocimiento, al considerársela como una deidad idolátrica a la cual se rinde todo
tributo, lo que desemboca en el fanatismo ciego de sus adeptos.

En la economía divina, lo indefinidamente grande y lo indefinidamente pequeño se


sitúan en una escala, o enmarque, que está en correspondencia con el hombre y el
mundo, sin lo cual todo carecería de sentido y por lo tanto no podría ser aprehendido, ni
existir de ninguna manera. Lo que nos reconduce a la idea de que el cosmos (macro y
micro) constituye una sola "cosa", y una sola "materia", y por lo mismo un conjunto
análogo, compuesto por leyes semejantes, aunque tomen formas diferentes, como lo
ejemplifican el cuerpo humano, la cultura de las civilizaciones y el discurso musical.
Esta escala se expresa en y por el movimiento pendular de los ritmos y los ciclos, y se
computa y comprende en términos dimensionales. Desde este punto de vista el espacio y
el tiempo pueden ser visualizados como indefinidos, precisamente al situarnos a
nosotros, y al mundo, en un orden de magnitudes variables y finitas.

Conocidos son los ejemplos modernos que sitúan a la nave de la tierra (y a su tripulante
el hombre) en la inmensidad del espacio. Así, debemos decir que esta "nave" se mueve
en el cielo a muchos miles de kilómetros por hora2 y pertenece al sistema del sol, por
ser el "astro rey" su centro, como el corazón lo es del mundo celular. Este sistema, a su
vez se inscribe dentro de la Vía Láctea, una nebulosa espiral, que es obviamente un
mundo mayor que el solar y del cual éste depende. Habría pues en la Vía Láctea un sol
de nuestro sol, como la célula lo es con respecto a la molécula, y ésta con referencia al
electrón. Asimismo ese papel le corresponde a la naturaleza en relación con el hombre,
y también a la tierra con respecto a la naturaleza, y al sol con referencia a la tierra, la
cual le debe su causa, así como la naturaleza debe su existencia a la tierra, el hombre a
la naturaleza, la célula al hombre, la molécula a la célula y el electrón a la molécula. En
cierto sentido puede decirse que cada mundo más amplio es el origen, o un padre, para
el más restringido, y que éste juega ese mismo papel con respecto al que le sigue. Esta
concatenación, que resulta perfectamente normal, tiene la característica de
sorprendernos en cuanto reflexionamos en las magnitudes con las que topamos en
nuestro intento de ubicación en la escala de lo indefinidamente grande y lo
indefinidamente pequeño. Efectivamente, se supone que el sol gira alrededor de su
centro galáctico empleando doscientos millones de años en recorrerlo, lo cual
constituiría un "día" solar. A su vez, la Vía Láctea giraría en torno a un centro
desconocido y tardaría en recorrerlo veinte millones de millones de años, lo que
conformaría un "día" galáctico.3 En cuanto a las magnitudes de lo pequeño, diremos
que el "día" de una célula sanguínea es de dieciocho segundos, y el de la molécula,
apenas un poco más de un segundo. Nada agregaremos respecto al electrón y a mundos
mucho mas pequeños (aunque señalaremos que la microelectrónica produce en la
actualidad computadoras que operan con señales de trescientos mil millones de ciclos
por segundo). Por otra parte, son de todos conocidos aquellos datos que nos sitúan a
tanta distancia de determinadas estrellas, que algunas de las más cercanas se hallan a
magnitudes medidas en años luz, lo que equivale a decir que el tiempo que se tardaría
en recorrer la distancia que nos separa de ellas, de acuerdo con la velocidad con que la
luz se propaga en el universo, es tan grande, que una estrella visible en una noche
cualquiera, es contemplada desde la tierra como seria hace cientos de millones de años y
no como es en la actualidad. Lo mismo vale en forma inversa y si un observador se
hallase hoy en alguna de aquellas estrellas más cercanas, mirando hacia la tierra con
algún aparato, artefacto, o método, lo que vería sería, por ejemplo, el comienzo del
presente kalpa, por decir algo. Esto, sin duda, es una manera de expresarse, pues las
magnitudes espaciales a que nos referimos, medidas en tiempo cronológico, no son
verdaderamente mensurables, y no guardan la debida proporción, que quizás deba
buscarse sólo en la escala del sol y su sistema, teniendo en cuenta que la antigüedad y la
tradición hacen unánimemente referencia a esta "medida".
Si una célula sanguínea, cuyo ciclo dura dieciocho segundos con relación a su centro, el
corazón, pretendiera ubicarse a sí misma respecto al gran ciclo o "día" solar, que es el
período de precesión de los equinoccios (veinticinco mil novecientos veinte años), o sin
ir tan lejos, con el año solar de trescientos sesenta y cinco días, o aún mejor, con un
simple día de veinticuatro horas, observaría que este último tiempo cronológico, en el
que cabe la vida de cuatro mil ochocientas generaciones de su especie (lo que
equivaldría en el plano humano a un espacio de ciento veinte mil años, considerando la
duración actual de una generación en veinticinco años), no sólo no le sirve para sus
cálculos, sino que además ella se encuentra condicionada intrínsecamente por los
acontecimientos propios de su medio, en este caso el organismo humano y su centro, el
corazón, que en veinticuatro horas vive toda suerte de traslados y cambios espacio-
temporales. El tiempo, con el que se mide el espacio, no es en ningún modo uniforme.
Está vivo ahora, como una cualidad sensible del cosmos; y su computación cronológica,
con la que solemos, dimensionar el espacio, es uno sólo de sus aspectos o cualidades. El
tiempo es una categoría del alma, que nace del interior del corazón y que
constantemente se regenera a sí misma4. Por otra parte, el espacio geométrico es
uniforme, el físico no lo es. Se puede hablar de un espacio cuantitativo o mensurable,
que se supone homogéneo, pero el espacio no es sólo la cantidad, sino también la
cualidad de los elementos que lo componen.5

Asimismo, queremos destacar que los ciclos y nuestra ubicación respecto a ellos, nos
dan una proporción entre las cosas, idea muy cercana a la de armonía –y justicia–,
conceptos que están muy estrechamente ligados a aquél de "rnedida" a que nos hemos
referido, y que expresarían las cualidades inherentes a la cantidad, y no sólo su
magnitud continua y sucesiva. Además, hemos dicho que cada ciclo o mundo es un
símbolo de otro mundo mayor o superior; una imagen de un encadenamiento, que va
más allá del tiempo específico del ciclo, o mundo, que se toma como punto de
referencia, y que pudiera ser entonces considerado como extratemporal, con respecto al
ciclo o mundo menor, o no sujeto a las mismas "medidas", por referirse ambos a
distintas cualidades vivas del tiempo y el espacio, que conforman las diferentes partes
del ser u hombre universal. Y esta proporción, o ritmo, "magnitud", o "medida",
constituye el orden del mundo, su ley, en el que cada una de sus partes se articula en
proporción con todas las otras, pero guardando una relación que no siempre puede
medir la serie numeral discontinua, puesto que en primer lugar el cosmos no es un
espacio absolutamente continuo, y en segundo término, no es un modelo geométrico o
mecánico,6 sino un organismo vivo, o las posibilidades que el germen o embrión porta
en sí mismo.7

Para la tradición hindú, el kalpa es la medida o módulo del tiempo, equiparable en otro
orden al módulo espacial del sistema solar. Este kalpa supone todo nuestro mundo, y es
donde se da propiamente el estado humano –expresado en los distintos manvántaras por
las formas correspondientes a las diferentes posiciones de los planetas y estrellas, y sus
correlativas mudanzas en la fisonomía de la tierra–, que es un estado del ser universal,
signado por el tiempo y el orden sucesivo, que caracterizan precisamente a nuestro
mundo y su desarrollo. Como se sabe, un kalpa contiene una serie de catorce
manvántaras. De estos, seis han pasado y siete son los futuros, pues nos encontramos
actualmente en el final del séptimo de la serie. La duración de un manvántara es de
cuatro millones tres cientos veinte mil años. La duración del kalpa sería entonces cuatro
millones trescientos veinte mil por catorce, lo que daría un total de sesenta millones
cuatrocientos ochenta mil años, o un "día" de Brahma. El año de Brahma se obtiene
multiplicando esta cifra por trescientos sesenta, o sea, veintiún mil setecientos setenta y
dos millones ocho cientos mil años. Y la vida de Brahma dura cien años, por lo que se
debe multiplicar la cantidad anterior por ésta y obtendremos así lo que , los hindúes
llaman un Para. Se trata de expresar de esta manera lo indefinido, saliendo de toda
proporción computable. Esta cronología, debe ser tomada en su expresión numérica y
cuantitativa, como constituyendo un símbolo-magnitud.8 Sobre todo si se tiene en
cuenta que "a un Brahma le sigue otro Brahma; uno se acuesta, el otro se levanta. No se
pueden contar. El número de estos Brahmas no tiene fin .... más allá de la visión más
lejana, allende todo espacio imaginable, nacen los universos y se desvanecen
indefinidamente. Como barcos ligeros estos universos flotan sobre el agua pura y sin
fondo que forma el cuerpo de Vishnú. De cada poro de este cuerpo sale un universo a
cada instante y estalla. ¿Tendrás la presunción de contarlos?".9

Evidentemente, se trata de un tiempo indefinido que progrede ad infinitum. Y que sin


embargo constantemente se regenera, en forma cíclica, lo que lo actualiza perennemente
y lo pone a nuestra disposición de manera virginal, por la repetición del ritmo
fundamental del cosmos: su destrucción y su recreación periódicas, experimentadas
constantemente por el hombre. Debe destacarse que esto sucede siempre en el
microcosmos con la función respiratoria, la que está íntimamente asociada con los
ciclos y con los ritmos. Cada vez que es oxigenada una célula sanguínea, mueren y
renacen sus moléculas. Podría decirse, en este sentido, que cada vez que aspiramos
nacemos, y cada vez que espiramos morimos. Y lo mismo sucede con el aspir y el expir
universal.10

En verdad, todo el trabajo para librarse de lo que en términos budistas es el samsara –o


dar vueltas a la rueda de las existencias–, es decir, trascender el espacio cósmico y el
tiempo cíclico, se realiza por medio del tiempo, o mejor, con el tiempo y en el espacio.
O sea, con los elementos vivos de la creación física, que posibilitan este pasaje, o
transmutación, la que se efectúa de numerosas maneras. Así, sobre el fondo prototípico
de un proceso iniciático, se teje una historia personalizada, en la que el recuerdo de los
orígenes y la memoria de sí mismo son traducidas en el tiempo, como una evocación de
la infancia en la que ésta tenía de más puro, o como la rememoración de vivencias
pasadas que fueron significativas y a las que se les descubre un sentido que muchas
veces yacía oculto por la maraña de la psique. Este recuerdo del sí mismo, aunque sea
frágil y fragmentario, por una parte no se refiere a la personalidad tal como estamos
acostumbrados corrientemente a considerarla, y por otra, se relaciona con el hecho de ir
vislumbrando poco a poco otra dimensión del tiempo; el tiempo mítico (o la anamnesis
tal cual la consideraba Platón), mucho más real y efectivo que aquel cómputo
parcializado del devenir, el cual se nos aparece bajo esta nueva luz como un amorfo más
o menos ilusorio. La audición de estas voces internas, es lo mismo que escuchar al
hombre interior fuera de sus circunstancias externas; vivenciar el ser, el hombre
universal, afortunadamente separado ahora de sus máscaras o roles y también de sus
variadas conductas y formas de existencia. Se pasa así a vivir una experiencia mucho
más cercana a uno mismo, que nos va haciendo comprender una presencia que siempre
ha estado allí, como un invisible componente de toda individualidad. Este conocimiento
de la unidad del ser, a cualquier nivel que se produzca, se puede considerar como una
ruptura del espacio profano en el que habitualmente estamos encerrados, y el acceso a
otro plano, área o mundo, de mucha más sutileza y calidad, y por lo tanto de mayor
riqueza cualitativa. Se opera, por eso mismo, una ruptura de nivel espacial, a partir del
tiempo tomado como un soporte de la eternidad, ya que él mismo constituye una
manifestación refleja, o invertida, del no tiempo –o de otro tiempo–, que en la línea de
nuestra horizontalidad histórica se comprende como algo anterior, cuando en verdad
este tiempo mítico vertical coexiste con la sucesión, razón por la cual de él puede
decirse que: "es una imagen móvil de la eternidad". Y ese mismo tiempo corriente, y el
espacio donde se produce, han de tener algo de la cualidad de lo que expresan o
simbolizan, pues como ya hemos dicho, si no fuera así, de ningún modo podrían
manifestarlo.

Si fuera lícito hablar de "historia" a determinadas magnitudes, el mundo entero ha sido


un "huevo", luego un embrión, que posteriormente se ha manifestado en y con todas sus
especies –las que comienzan a desarrollarse en forma independiente y armónica, en
relación con su medio, su contexto–, o partes, tal cual un hombre, un animal o un árbol;
y tal como ellas se regenera y reproduce cíclicamente a los niveles en que se manifiesta.
De hecho, ésta es una manera de decir,11 pues en realidad lo que se expresa como
sucesivo, es simultáneo en otro orden, y aún dentro del mismo orden espacio-temporal
es perenne, sucede constantemente –y por lo tanto en este preciso instante–, y se expresa
a través de leyes prototípicas.

Estamos acostumbrados a ver la creación como algo absolutamente histórico, cuando en


verdad éste es sólo un punto de vista, ya que el hecho creativo no es únicamente
horizontal, sino que fundamentalmente es vertical, en cuanto a que el origen presente en
cada forma substancial es extratemporal y no signado por el tiempo y el espacio. Ese
origen de todos los ciclos es el ciclo prototípico, que en su dimensión increada está
siendo siempre. Es preciso advertir que lo que muta son las indefinidas formas, nunca
las estructuras primarias prototípicas, y jamás los arquetipos, bien llamados eternos.
Todo el tiempo está sucediendo ahora en el corazón del hombre. El creador genera todo
el cosmos y lo asegura mediante la polarización en un dios conservador y otro
destructor y transformador.

Nos interesa seguir considerando la rueda como espacio, como tiempo, y asimismo
como movimiento, es decir en cuanto a su actuación generada por el espacio y el
tiempo. Ya nos hemos referido a las cuatro edades de la humanidad, o a las cuatro
etapas de la vida de un ser humano. Sería interesante también reflexionar sobre el ciclo
de la función respiratoria, que se divide en forma binaria: aspiración-expiración –y que
tanto es válido para el hombre como para el universo–, el que puede subdividirse en
cuatro tiempos –o movimientos espaciales–, de los cuales el primero es una toma de
aire, el segundo su retención, seguido de un tercero de expulsión completa –equiparado
a una muerte–, al que continúa un cuarto de total vacío. Inevitablemente en este punto
ha de producirse una nueva aspiración, indispensable para la regeneración cíclica. En
cuanto a la rueda como espacio, ya nos hemos referido a ella cuando la consideramos
como mandala 12 vale decir, como espacio significativo y sagrado, en oposición a
cualquier lugar indeterminado, caótico o profano. O sea: la rueda estática asociada al
espacio, en contraposición con la rueda dinámica vinculada al tiempo. El espacio genera
tiempo, El tiempo crea espacio. Y entrambos producen el movimiento de la rueda, que
constituye la ritualización del mandala cósmico, o la puesta en acto, o en función, de las
potencialidades ocultas en lo inmóvil, que posteriormente han de tomar vida y forma
substancial. Y esa vida y esa forma producidas por el movimiento, han de estudiarse en
relación con otro ciclo cuaternario. Nos referimos al reciclaje perenne de los elementos,
o los componentes de la vida que conforman la "materia", y que, como es sabido, se
denominaban fuego-agua, aire-tierra, para la antigüedad. En verdad, como tal, esta
"materia" no existe, sino que podemos hablar de ciertos estados de la misma en relación
con el mayor o menor grado de intervención del principio o elemento que la conforman.
Suponiendo un estado relativamente estable de esta materia de que se trata, ella se nos
aparece de tres modos básicos: como sólida, líquida y gaseosa, los que corresponden a
los elementos tierra, agua y aire. El cuarto elemento o principio, el fuego, es también
llamado el principio radiante de la materia. Es por intermedio del calor, o fuego, que se
transforman los restantes elementos o estados, los unos en los otros, al derretir éste a los
sólidos, evaporar a los líquidos, y por su ausencia, condensar a estos últimos,
solidificándolos. En este sentido, la liberación o absorción del calor determina en
realidad el estado de la materia. Por lo tanto, un estado relativamente estable de materia,
sólo se diferenciará de otro, de acuerdo a la proporción del calor, que hace que las
moléculas de un cuerpo se hallen a tal o cual distancia entre sí, lo que permite la libertad
de movimiento que es posible entre ellas. De todos modos, y volviendo a nuestro tema
de la proporción y la medida, y teniendo en cuenta que el sol es el elemento ígneo, o
radiante, en cuanto a los estados de la materia de nuestro planeta, es lógico pensar que
este astro esté en perfecta armonía, coincidencia y equilibrio, con la vida de este mundo,
con su estructura misma –al igual que la del hombre– ubicados ambos en una onda de
energía afín, en la cual al existir los elementos en forma individualizada, por acción del
sol mismo, pueden constantemente mutar y combinarse y proseguir a su nivel la obra
creacional. Si se alterasen las proporciones, las magnitudes, las medidas de este
equilibrio armónico, si la tierra se alejara o se acercara al sol desmesuradamente, se
acabaría la vida por congelamiento o por evaporación, por el excesivo apretujamiento
molecular de lo compacto o por la dispersión molecular de lo gaseoso. Lo que nos
expresa bien a las claras la relatividad de aquello que tomamos como algo fijo, real e
inamovible, cuando es evidente que se trata de todo lo contrario. Sobre todo si
consideramos que este permanente reciclaje de los elementos se produce igualmente, y
con las mismas características, en el hombre, y que, más allá de ser sucesivo se da en
forma simultánea. Ya que en cada uno de estos estados de la "materia" se encuentran
presentes todos los elementos, interactuando en distintas proporciones entre sí; lo que
asimismo equivale a decir que la "materia" del universo es una sola.

Siguiendo con la relatividad de los fenómenos y la mutabilidad de las cosas,


indicaremos que algunas de las imágenes que se nos aparecen como firmes y nos
convencen de nuestra propia individualidad –y de la segura garantía que nos ofrece la
historia–, son extremadamente banales y jamás hemos meditado sobre ellas. Como
curiosidad, y con respecto a la historia, haremos hincapié en que un individuo
cualquiera sólo puede recordar fehacientemente a sus abuelos y su época, a lo sumo tres
generaciones, que son las que constituyen "su mundo" –aunque él mismo suponga lo
contrario–, que no se remonta a más de un siglo, permaneciendo todo lo demás en un
estado de difusa confusión, tal cual si hubiese perdido la memoria y tuviera que referirse
a circunstancias externas contingentes –"histórico-científicas"–, a las que tiene que
otorgar una categoría real, objetiva, verdadera; pues al identificarse con ellas, adquiere
inmediatamente la seguridad de la posesión de un hipotético "yo", que pasa a ser nada
menos que su identidad, su presunto ser en el mundo y la razón de su existencia. Esta
módica perspectiva, jamas confesada interiormente por temor a la desintegración, hace
sin embargo a los contemporáneos sentirse partícipes de la historia mundial, como si
esta fuera una institución oficial y universalmente objetiva para todos los pueblos y
seres, algo sustancial y garantizado que avanza hacia el progreso y que dicta una ley
inmutable y científica, de la que ellos son los depositarlos y árbitros. No nos atrevemos
a calificar estas actitudes, de las que algunos se carcajean sin disimulo, y que otros
enjuician con, una seriedad que no admite descargos. En cuanto a la idea humorística de
la posesión individualizada de la personalidad "a ultranza" –que nos hace sentirnos
únicos y exclusivos en el mundo–, ella constituye una paradoja en la comprobación
estadística, ya que en poco mas o menos cuatro siglos se han tenido más de un millón de
antepasados (cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, etc.), lo que
equivale por ejemplo a decir, que en el siglo XV –fecha del descubrimiento y comienzo
de la conquista de América–, es casi seguro que han existido aquí y allí más de un
millón de nuestros antecesores directos, tan propietarios de su ego como nosotros
mismos.13 Lo cual nos conduce nuevamente al tema de la proporción y la medida, o sea
el de la ubicación, íntimamente vinculado al equilibrio y la armonía de los ritmos y los
ciclos y la necesidad de un encuadre y una orientación.

Coincidamos en que la época histórica en que nos ha tocado vivir es dura y difícil en
razón de su situación en el tiempo cíclico.14 Es más, se advierte que estamos en el
ocaso de una cultura y al final de un período que se produce en el mundo entero.
Diversas voces, desde distintas tradiciones, vienen advirtiendo este hecho –cada vez
más expresamente– desde hace ya años. Esto ha dado pie asimismo a la aparición de
pseudoprofetas y especuladores, que aprovechan de esta circunstancia para profitar con
artes y engaños a nuestras expensas. Se dice en varios libros sagrados que estos
personajes se han de multiplicar en nuestra época. Sin embargo, ellos mismos no son
sino un símbolo del fin. Y este fin, no es sino el segundo advenimiento, la liberación.
Por cierto algo más difícil de imaginar, y que guarda poca relación, proporción, o
medida, con los parámetros con que estamos acostumbrados a ver las cosas. Hay, sin
embargo, una promesa vertida en forma clara en todas las tradiciones, y que los
cristianos llaman parusía. El mismo evangelio nos dice que de ese día y hora nadie sabrá
nada, y que andaremos trajinando y afanándonos por lo de siempre, en forma normal.
Hay quienes estudian estos temas en detalle, de acuerdo a fuentes y datos tradicionales,
y muchos de ellos destacan al "milenio" –décadas más o menos– como fecha promedio
de los límites del actual manvántara. Pero, lo que sí puede con seguridad afirmarse, es
que a los efectos del ser individualizado, el fin de una civilización es perfectamente
equiparable al fin de sus días, ya que todos los ciclos son análogos.15 Quien ha pasado
por la muerte ya no puede morir. Y nada de esto será más o menos doloroso de lo que
ha sido siempre y por cierto es también ahora mismo.16 Por otro lado, el fin de los
tiempos se refiere a la abolición de nuestro condicionamiento espacio-temporal y a un
retorno a la frescura virginal de los orígenes no determinados, que por cierto incluyen la
posibilidad de un renacimiento. En este contexto, las palabras libertad, igualdad y
fraternidad adquieren su último sentido y también nos marcan una tarea a realizar o un
destino que cumplir.

NOTAS

1 Las civilizaciones son ciclos que tienen principio, desarrollo y fin; que poseen
vida, como los hombres y los continentes geográficos. Se generan al igual que los
organismos vivos y corren su misma suerte.

2 Es interesante destacar como curiosidad que el hombre apoya sólo las plantas de los
pies, u otra pequeña superficie de su cuerpo, sobre la tierra. La mayor parte de su
volumen vive y transita en el espacio a esa enorme velocidad y es aéreo. Sin duda, los
habitantes modernos de las grandes ciudades no nos enteramos de este hecho –como
casi de ningún otro–, pues fijamos nuestros propios límites al identificarnos con
nuestras concepciones, y nos sentimos bien anclados en una hipotética tierra material,
absolutamente sólida, cuando en verdad es una superficie porosa en la que el aire circula
libremente, penetrándola y conformándola, como es además notorio en el cuerpo
humano. Por otro lado, la parte que no es aérea es líquida, como lo atestiguan
claramente también el propio conjunto de fluidos del cuerpo y la constitución geográfica
y sustancial de la tierra. Tomando además debida cuenta de que estos elementos tan
inestables están constantemente en movimiento, e interactúan entre sí.

3 Estos cálculos aquí citados se consignan sólo a título de ejemplo ilustrativo y sin
pretensiones cientificistas.

4 Es obvio que las épocas cronológicas de igual duración no responden


necesariamente a tiempos equivalentes. El tiempo no transcurre uniformemente.

5 Para Alan Watts: "El espacio y mi conocimiento del Universo son lo mismo".

6 La simbólica y la geometría son vehículos, enseñanzas didácticas para comprender


el cosmos, pero no el cosmos en sí.
7 Debemos, por lo tanto, referimos a un orden, a un encuadre correlativo y
proporcional entre el hombre y el cosmos, dejando de lado los ciclos muy mayores, que
son exclusivamente cósmicos, y los muy menores, que ya no poseen una relación
significativa con respecto al ser humano.

8 Lo mismo sucede con el número diez mil en la tradición china, con el cuatrocientos
en las mesoamericanas, y también con el milenio, u otros símbolos-magnitud, en
diferentes civilizaciones.

9 Si se lleva un poco más lejos este ejemplo, pudiera decirse que cada vez que
encendemos un fósforo se produce un mundo, un sistema completo; o que cada vez que
parpadeamos asistimos inconscientemente a la creación de un campo, que tendrá dentro
de sí la posibilidad de generar otro, y así en una serie ilimitada. Por otro lado, un
milenio no es ni la fracción de un segundo en la vida de un dios.

10 Según Platón, desde el norte al sur se desarrolla un movimiento ascendente, a partir


de allí retorna nuevamente hacia el norte (impulsado por sí mismo, abandonado a su
suerte), recorriendo en sentido inverso su ruta circular. También es interesante poner a
lo anterior en relación con la vida existencial e histórica del ser humano, así como con
los ciclos de las distintas civilizaciones.

11 Como lo sería el referirnos a nuestro propio ciclo existencial humano tomado


como independiente del resto. O sea, considerarlo como un circuito cerrado y
autónomo, uniforme y autosuficiente, cuando bien por el contrario la realidad nos indica
la interdependencia, que es posible gracias a lo que todo ciclo tiene de individual,
aunque esta individualidad adquiera su sentido en la vida del conjunto, como está
claramente ejemplificado en el caso del ciclo de una célula sanguínea.

12 Recordemos que la traducción de mandala es círculo.

13 Este sencillo ejemplo no lo es tal, en cuanto comprobamos que el hombre en sí,


sintetiza a todos sus antepasados y proyecta todos sus descendientes. Si esto se
simbolizara gráficamente, se haría mediante dos triángulos invertidos, o dos conos, o
espirales, unidas por un punto o vértice común, que representaría al hombre en su
función mediadora.

14 Aunque este hecho no justifica las responsabilidades individuales. Ha sido el


hombre, en facultad de su libre albedrío, el que ha llevado al mundo a la situación en
que se encuentra. El ser humano es tanto el mediador de la construcción como el de la
destrucción.

15 En virtud de su aceleración, el tiempo se contrae en el espacio y acorta las


distancias de tal suerte, que en verdad se contrae en sí mismo. Hasta que ese exceso de
velocidad en que reitera sus ciclos, lo lleva al grado de devorarse y ser absorbido por la
simultaneidad del espacio. Ese sería el fin de los tiempos, el retorno al origen, en el cual
la rueda dejará de girar, cesará el movimiento. Y en esa indiferenciación virginal se
generará entonces un nuevo espacio, un cielo y una tierra nuevos, y también un nuevo
hombre o humanidad, otro ciclo –en este caso un manvántara–, con un tiempo
regenerado, como sucede analógicamente con cada año nuevo.

16 "Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y


vuestro Padre celestial las alimenta". (Mateo VI, 26).

CAPITULO VIII
LAS DOS MITADES DEL HUEVO COSMICO
Tal vez la energía de la gravedad y sus leyes no son sólo principios aplicables a la
"materia", sino algo más universal, arquetípico, vinculado con cualquier forma de la
atracción en diferentes niveles expresivos. Esto si es que contamos con la similitud de
dos entes que se atraen al complementarse, los que deben oponerse siempre para que
esta conjunción se realice. El rito y la magia conocen este principio que constituye su
razón misma de existir como tales.1 Las leyes de la analogía suponen diversos planos,
donde las transposiciones puedan efectuarse e incluyen la atracción y el rechazo, el
reconocimiento de lo que verdaderamente significa lo mutuo, dando por sentado que
esta similitud entre plano y plano –que coexisten simultáneamente– es una condición
previa a todo rito o analogía. Por otra parte, este tipo de energía se encuentra explícita
en la tradición hindú, cuando ésta se refiere a los tres gunas: sattwa, rajas y tamas. En
efecto, si sattwa se vincula a una energía vertical ascendente, tamas se encuentra en el
extremo opuesto de esa verticalidad y manifiesta a la energía descendente. Va de suyo
que entre ambas hay una complementación, ya que no podrían ser la una sin la otra y
que ellas coexisten simbolizando la evolución y la involución y generando a una tercera,
llamada rajas, que permite la expansión y el desarrollo del plano horizontal y sucesivo.
Por lógica, en cada una de estas "fuerzas" han de estar presentes las otras dos, como
parte constitutiva de las mismas. Por lo que conforman un conjunto interdependiente,
donde una sola y misma energía, al desdoblarse, se polariza, constituyendo un eje
vertical por el que ascienden y descienden fuerzas, equilibrándose en un punto medio o
centro, que genera un plano horizontal de desplazamiento de esa energía hasta sus
propios límites, es decir, directamente proporcional al juego de sattwa y tamas, al de la
evolución y la involución de un ser cualquiera, así fuese un hombre, una civilización o
un mundo. Si graficamos esto en el plano, obtenemos un eje vertical y otro horizontal –
en donde la energía de sattwa y de tamas se reflejan–, que lo cruza en su centro,
conformando la figura de la cruz, universalmente tradicional. Esta representación que en
muchas ocasiones aparece circunscrita por una circunferencia que la complementa y
aclara,2 no es sino la simbolización del cuaternario y el ciclo –con todo lo que ello
involucra, como hemos visto a lo largo de estos textos– y conforma una síntesis perfecta
de pensamiento,3 donde la idea de totalidad y simultaneidad en el espacio, en el tiempo,
y con respecto a los "elementos" constitutivos de la creación, se manifiesta de una sola
vez y se percibe con un sólo golpe de vista, gracias al equilibrio del juego armónico de
tensiones involucradas en ella –y asimismo en todas las cosas–; lo que equivale a decir:
a la coexistencia de sattwa, rajas y tamas, que también la cruz simboliza.4 Sin caída no
hay redención y es obvio que sin tamas, sattwa no tendría lugar en la conciencia, es
decir, en nuestro mundo. Y en vez de adjudicarle un valor a estas energías referido a su
bondad o maldad –excluyendo ilusoriamente a una en beneficio de la otra–, bien
haríamos en tratar de comprenderlas bajo la luz recíproca que ellas simultáneamente
emiten, merced a la cual podemos diferenciarlas, como posteriormente distinguiremos a
ambas de rajas, su expansivo reflejo generador. También tamas es una forma de la
deidad y por lo tanto su energía es sagrada. Conociendo esta realidad como componente
del ser universal presente en toda la creación –a la que da precisamente lugar–, es que el
individuo puede saber de su contrapartida, de la posibilidad de su opuesto, o sea: de la
realidad igualmente válida de sattwa, que por otra parte es también energía inmanente
en tamas, así como esta última está comprendida en sattwa y las dos conjuntamente en
igual proporción en rajas, fundamentando el cosmos en su expansión horizontal. Habría
que agregar que el constante y precario equilibrio de estas alternativas en determinados
períodos del tiempo histórico, hace que predomine sucesivamente una sobre las, otras en
aras de la proporción del conjunto. En el momento actual del ciclo, la energía
gravitacional, es decir, la atracción hacia lo descendente –seguida de un paulatino
opacamiento y densificación–, es la que prima sobre las otras. Por ese motivo esta
energía es fuerte y dominante, y por lo mismo tiene particular interés, puesto que
también –en forma velada– hace explícitas a las demás: en particular a su opuesta y
complementaria sattwa, la cual puede entonces aparecer como "salvadora" gracias a
tamas, con la que se enlaza naturalmente, ya que ambas son una sola y misma energía
polarizada, con signo opuesto, invertida la una con respecto a la otra y viceversa.

Esto también es válido para las dos mitades de un círculo, rueda o esfera. La superior
simboliza el cielo, la inferior significa la tierra. En medio de las dos, como un eje
vertical, se halla el hombre,5 al que cabe un papel de mediador, de intermediario en la
creación, que va mucho más allá de lo que vulgarmente éste se imagina, ya que su rol o
función –si así se le pudiera llamar– es el punto imprescindible de la obra de la
creación, que él mismo acaba y corona al "redondea? su sentido unitario y establecer un
foco de unión –el equilibrio de un eje estático en un mundo en constante movimiento y
fuga– en el perpetuo devenir de las cosas y las formas, cumpliendo un papel re-
unificador en distintos planos o mundos.

Esta característica esencial del hombre es hoy negada bárbaramente, no sólo por el
cientificismo, sino también por numerosas pseudo-religiones. En verdad, las mismas
religiones tal cual aparecen hoy día en su ocaso, o la niegan, o no la conocen.6 Ello se
debe a que hacen de normas relativas, absolutos, de medios, fines, y sobre todo, a que
han prescindido o eliminado al "mal" de sus cosmologías. Por lo que nos ofrecen una
lectura mutilada de la realidad y por lo tanto de nosotros mismos. Esta tremenda
limitación, que pudiera resultar infantil si no hubiera sido marcada a sangre y fuego por
el odio del fanatismo sectario, no constituye sino pura y simple ignorancia, tanto más
evidente y extraña cuando se encuentra en gente que se supone culta, mismo entre
ministros y sacerdotes de esas religiones, de los que se piensa son especialistas en estas
cuestiones, cuyo conocimiento de lo sagrado se establecería así con ciertas reservas.
Es lamentable, entonces, que no se pueda revelar en estas personas –que acaso lo desean
sinceramente– la verdad y la vida, por el simple hecho de que no se lo permiten, por sus
condicionamientos y prejuicios, o porque andan ocupados –en el mejor de los casos–
con su imaginación omnipotente, en sus ensoñaciones "místicas", o trajinando
secamente presuntas ortodoxias dogmáticas, cuando no sintiéndose piadosos o
gratificados por su "bondad". Lo grave es que estos profesionales se ven en la
obligación de imponernos una idea "verdadera" de la deidad (generalmente ligada a la
"sensiblería" o al "humanitarismo"), ciertamente antropomorfa, que constituye una
limitación evidente del conocimiento de aquello que no es humano y que tampoco posee
forma. Pensamos entonces que su percepción del conocimiento es tan distorsionada y
confusa que, desde el punto de vista de la majestad de ese conocimiento, equivale a una
negación. Con el doble agravante de querer a la fuerza esa profusa ignorancia,
utilizándola además como factor de poder, aplicada siempre a fines menores, casi
siempre personales. Estas "autoridades" nos han dado una imagen erronea de lo que la
tradición, unánimemente, describe como algo más parecido al no-ser, que al ser.
Experiencia ésta que excluye toda posibilidad de conocimiento computable y que nada
tiene que ver (al menos directamente) con la piedad, la salud, la suerte, la felicidad y la
realización personal. Y sí con la aceptación, el reconocimiento de lo que ha sido
siempre, la palpable realidad del misterio, la frescura inocente del deambular y fluir
interno, o la "ingenuidad" virginal del niño, o del loco, que bien comprendidas y
vivenciadas constituyen los frutos del árbol de vida –siempre presente–, ante los cuales
cualquier promesa o descubrimiento fenoménico, "dogma ortodoxo" o "conocimiento
secreto", resultan absurdos y risibles, pues la pura realidad –que algunos han tratado de
expresar como un vacío o una nada, aclarando que no se trata exactamente de eso– se
impone por sí, como unidad, vivencia en la cual estamos incluidos los humanos,
constituyendo nosotros sus posibilidades más perfectas de ex presión y revelación. Se
nos dirá que este opacamiento de la diafanidad original, perceptible en la ciencia y en
las religiones –y que precisamente da lugar al cientificismo y a las pseudoreligiones–, es
"tamásico" o gravitacional y que se debe a la naturaleza del ciclo. A lo que
responderemos afirmativamente. Agregando además que gracias a esta característica, es
que acaso podamos vivenciar la energía de sattwa, pues, como hemos visto, la deidad
también se manifiesta en términos negativos: 1 como asimismo, desde un punto de vista
inverso y análogo, lo hace la teología llamada "negativa".
En lo que respecta a lo personal, cada hombre y cada institución tienen con seguridad un
fin y un destino, es decir, una función y una misión, aunque ellos mismos no las
conozcan, o éstas sean lo contrario de lo que pretenden. Creemos que juzgar es un error
perfectamente señalado en varias tradiciones. Por otra parte, el refrán popular que dice
"nadie sabe para quien trabaja", es definitivamente aplicable también a uno mismo. La
frase in omnia caritate, expresa claramente lo que muchos pensamos al respecto. La
enseñanza evangélica de "amad a vuestros enemigos", debe ser destacada en forma
particular, pues, entre otras cosas, es acaso posible que merced a ellos podamos
reconocer a la verdad en lo que resta del ciclo. O expresado de otro modo: podemos
disponernos a conocer a fondo la energía pesada de la densidad, para permitirnos la
levedad de lo sutil, de lo que siempre ha sido sin esfuerzo.

Ahora bien, si se nos pregunta si hay alguna diferencia entre esas dos porciones en que
el círculo o la esfera se dividen –o el movimiento ascendente de ida (norte-sur,
medianoche-mediodía), o descendente o de retorno (sur-norte, mediodía-medianoche),
de la rueda cósmica–, contestaremos de igual modo afirmativo, recordando que de la
polarización, o del binario, es que nace toda diferencia, que se sintetiza en la primera
distinción; la que hace a las cosas activas o pasivas tomar el nombre de cielo o tierra.
Esta dualidad, que se expresa a través de las energías llamadas sattwa y tamas, las que
simultáneamente generan a rajas a perpetuidad, conforman una triunidad de principios
(homologables a ciclo, tierra, hombre), que al manifestarse en el plano horizontal o
creacional, conforman y limitan el cosmos, es decir, todas las cosas. El cuaternario,
simbolizado por la cruz, nos dice que la misma oposición entre la energía ascendente-
descendente, se ha transferido al plano de conjunción, horizontal o creacional, donde
también se oponen análogamente –pues han pasado a ser componentes del mismo– en
esta figura que simboliza la totalidad de lo creado o limitado, donde ahora se enfrentan
dos a dos, generando y equilibrando la manifestación entera, que queda marcada con su
sello, reproduciéndolo indefinidamente. Si a la representación plana la llevamos a lo
espacial, el cuaternario, simbolizado por una cruz, se convertirá en una cruz
volumétrica. Y el simbolizado por un cuadrado se transformará en un cubo. En ambos
casos no hemos hecho sino añadir una dimensión al modelo que simboliza el cosmos,
completándolo y dando lugar a las indefinidas variables que pueden constituirlo, las que
siempre se refieren a una triunidad de principios –en este caso espaciales: largo, ancho y
profundidad– que conforman el universo entero, al manifestarse.7 Lo que nos interesa
de momento, es señalar que una vez creado y definido de modo cuaternario el plano
horizontal, por la acción de una triunidad de principios, se suma con ellos, conformando
un septenario, que –como ya hemos indicado en estos textos– es el concepto numeral
que se refiere a la totalidad de la creación, simbolizado por el cubo en el espacio y por
el sello de Salomón en el plano, que como se sabe, está compuesto por dos triángulos
invertidos.

Volviendo a aquella primera diferenciación o polarización –que hace que las cosas
progredan y tengan nombre–, diremos que en el caso de la división horizontal en dos
mitades, de la esfera, la rueda o el círculo, una de ellas es elevada o ascendente y
corresponde a la medianoche y al cielo, mientras que la otra, siendo su opuesta,
denotara lo contrario: lo bajo, lo descendente, el mediodía, la tierra. Se ve en esta
concepción que el cielo, como lugar más elevado, como summum de la verticalidad,
está más bien asociado a ideas de obscuridad, mientras que las de plena luz
corresponden a la tierra.8 Esta obscuridad está más de acuerdo con lo inmanifestado que
con lo manifestado, con lo invisible que con lo visible, con lo desconocido que con lo
conocido, con el secreto, más que con la divulgación. ¿Pero no sería lícito preguntarse
en nombre de qué se puede afirmar la primacía del cielo sobre la tierra, de lo alto sobre
lo bajo, de lo evolutivo sobre lo involutivo, si vemos que esas energías son
complementarias? Sólo diremos que varias tradiciones han señalado a la estrella polar –
situada en el norte– como la puerta de salida simbólica a lo supracósmico. Esta idea
incluye no solamente la posibilidad de diferenciación entre lo alto y lo bajo –otorgando
a lo elevado la primacía–, sino que esa misma jerarquía está dada por la existencia de
otros planos, mundos o niveles, respecto a los cuales se crean y consideran los criterios
comparativos, las calificaciones mismas de alto y bajo. Tradicionalmente, siempre se le
ha atribuido al cielo la energía activa y a la tierra la pasiva. Si consideramos que en la
manifestación las energías se oponen dos a dos, nos es sencillo advertir que en toda
energía positiva se halla comprendida su contraria negativa, así como que toda energía
pasiva tiene un componente activo, al que se opone, para ser lo que es, es decir: ella
misma. Y como todo yin tiene su yang, y este modelo se manifiesta indefinidamente,
debemos concluir que esta helicoide, esta espiral evolutiva-involutiva de energías, que
configura el símbolo chino –y que se extiende en la síntesis de la cruz a los brazos
horizontales, que se expresan en forma simultánea con el eje–, es absolutamente
inaprehensible. Al menos, de la manera en que estamos acostumbrados –aunque sea
mentalmente a posesionarnos de los conocimientos y las cosas.9 Ante tal comprobación
no queda sino abandonarse y reconocer nuestra ignorancia, pues no podría haber nada
más estúpido que tratar de inventar o imponer un orden cualquiera, cuando ya está todo
ordenado. Que pretender "crear" algo, cuando la maravilla es advertir que ya todo está
creado. Y uno con ello.

La contemplación es pasiva, y, como energía de la tierra, debe ser trabajada y preparada


para que las energías activas del cielo la lleguen a fecundar. Debemos promover el yin
para obtener, por atracción gravitacional, el descenso del yang y producir la cópula
entre ambos, para trascender así al propio yang, y ascender evolutivamente a su través al
conocimiento de la unidad, en otro plano, claro está, donde ya no existe la oposición y
al que "no conociendo su nombre llamo Tao". No nos debe extrañar, pues, que se
trabaje con y en el reflejo llamado microcosmos, utilizando las, leyes análogas de la
inversión, que bien empleadas producen la ruptura de nivel. Asimismo, y retornando a
nuestro modelo plano de la rueda, pudiéramos hacer en él una doble transposición. Por
un lado, podríamos tomar al eje inmóvil como al cielo, a un punto cualquiera de la
periferia como a la tierra, y al rayo que los conecta como el intermediario, merced al
cual éstos se unen, generando el plano o artefacto de que se trata. Por el otro, se pudiera
considerar, en el mismo sentido, al punto interior, al exterior, y a la serie que los une,
como correspondientes a Atma, Jivatma y el rayo Buddhi, de la tradición hindú, con
todo lo que estas transposiciones llevan implícito. Debemos dejar aclarado, además, que
el cielo al que nos estamos refiriendo conforma parte del cosmos manifestado, así como
Brahmâ tampoco es Atma –salvo en cuanto éste último es Prajapati– y menos aún,
Brahma incondicionado o Para-Brahma, aunque a veces se los suele identificar por
analogía. Estas aseveraciones nos obligan a reflexionar sobre la idea de distintos planos
–o de jerarquías dentro de un mismo plano– que ellas incluyen y expresan. Pero primero
hemos de decir unas palabras respecto a que, de hecho, cualquier punto manifestado es
el centro de un sistema. O dicho de otra manera, que este centro no se halla en ninguna
parte, por encontrarse en todas. Efectivamente, si eso es así, y ese centro se identifica
por otra parte con el "cielo", éste se halla también en la tierra. Y la tierra misma ha de
tener dos polos, o dos tendencias, o energías, llamadas sattwa y tamas, una activa y la
otra pasiva, equiparables a cielo y tierra, que conforman una tercera con la que son
simultáneas: rajas. Todas ellas, emanadas de la unidad, de la que son copartícipes, la
que al expresarse crea un encuadre donde éstas se manifiestan, mediante el cual pueden
ser aprehendidas. Este proceso arquetípico impondrá también su estructura a las cosas
que constituyen la totalidad del cosmos. Es entonces lógico pensar que ese mismo
cosmos puede tener varios planos, o mundos, implícitos, que se conectan
constantemente con los principios ontológicos, ya que son éstos los que en verdad los
conforman. En el caso del cuerpo del hombre, se obtendría una división ternaria que
correspondería a extremidades, tronco y cabeza, que serían el símbolo visible de tres
mundos internos, que se asimilarían asimismo a cuerpo (o tierra), alma (psique, mundo
intermedio y hombre) y espíritu (o cielo). La mayor parte de las tradiciones considera
estos tres grados o niveles, que no son sólo válidos para el hombre, sino también para el
universo.10 Al nivel intermedio se lo suele subdividir en lo que está por encima de las
aguas o por debajo de ellas, las aguas superiores y las inferiores,11 la psique superior y
la inferior. Y estos grados o mundos son visualizados como jerarquizados o colocados
sucesivamente a lo largo de un camino.12 Se trata, como tantas veces se ha explicado,
de distintos estados de la conciencia, puesto que cada símbolo produce siempre una
impresión psicológica que hace válidas, o mejor, obligatorias, las transposiciones a ese
plano. Estados vinculados con la transformación del pensamiento, y aun de las
percepciones, que se van efectuando en este camino o recorrido, lo que lógicamente ha
de alterar nuestro esquema de vida. Se debe advertir que esta jerarquización sucesiva es
fundamentalmente una didáctica, pues en la vida misma se expresa de manera
simultánea, como un todo orgánico, al igual que en el hombre o en el huevo gigantesco
que produce el universo. Esta división jerárquica es tan válida como aquella otra del
cuaternario, que limita al espacio, al tiempo y al reciclaje de los estados de la materia, y
acaba por definir al cosmos como algo claro y coherente entre sus partes. La idea de
planos o de lecturas de la realidad no es arbitraria, sino que corresponde efectivamente a
la naturaleza de las cosas que se pretende simbolizar y transcribir, según las enseñanzas
recibidas y experimentadas por todos aquéllos que han identificado su ser con su
conocimiento.

En ese sentido, y pidiendo disculpas por las numerosas reiteraciones que posiblemente
pudieran haber sido obviadas en estos textos reincidentes, queremos referirnos
nuevamente al tiempo, tomándolo como ejemplo, ahora, de la "jerarquización" en
planos, o lecturas, de la realidad, a que nos estamos refiriendo. Se trata de una división
cualitativa del mismo, en profundidad, según se lo perciba a distintos niveles de
comprensión, que corresponden entonces a categorías intrínsecas del tiempo mismo.
Podríamos así distinguir una concepción lineal y en fuga del tiempo –ya fuera
individual o colectiva–, la cual es propia de la literalidad del hombre contemporáneo;
una concepción cíclica, que es la que vivía el habitante medio de una civilización
tradicional (y que por cierto puede recuperar para sí cualquiera de los hijos de este
siglo)13 y una concepción atemporal –un tiempo atemporal–, lo que configura una
contradicción, o al menos una paradoja, con respecto al tiempo horario de los relojes. A
estas tres habría que agregar una cuarta concepción –si en lugar de tres planos
consideramos cuatro, como ya lo hemos advertido con respecto al diagrama sefirótico
de la cábala–, y esta última idea sería la de vivenciar el no-tiempo, la simultaneidad, la
unidad, la eternidad, la realidad sin ningún tipo de mixturas o adherencias anecdóticas y
existenciales. Pues ya se sabe que al trascender el tiempo sucesivo no hay pasado ni
futuro y, por lo tanto, queda abolida cualquier historia. Esta mención de tiempos
conceptuales diferentes, que se producen simultáneamente, tiene por objeto, en este
momento, ubicarnos en la "tridimensionalidad" de nuestra caja o espacio mental, que
también podríamos denominar campo de la conciencia.14 En ese sentido, contamos con
una potencialidad que no conocemos, pero que sí presentimos, y que está dada,
precisamente, por la posibilidad que nos ofrecen esos planos de ampliar nuestras
vivencias: en este caso concreto, de alcanzar, mediante una penetración y una ruptura de
nivel, una comprensión no sólo lineal y sucesiva de un tiempo horario o cuantitativo,
siempre angustioso, sino la "experiencia" de otras modalidades del mismo. Esta idea de
planos o mundos coexistentes es, por otra parte, la que fundamenta todo simbolismo y
hace del símbolo el vehículo que los conecta entre sí.

Hay todavía que poner en claro que sería un vano error suponer con orgullo mental
omnipotente que la lectura de otras realidades –y la consiguiente adaptación a las
mismas– suprimiría de una vez, y para siempre, planos o estados de conciencia
inferiores, siendo que éstos también son parte constitutiva del cosmos, y sería imposible
abandonarlos definitivamente mientras no se abandone, a su vez, a éste. La iniciación en
los misterios cosmogónicos, es decir, el morir y renacer a otros planos de la realidad
mediante la regeneración psíquica, no es aún la salida verdadera del cosmos, sino que se
trata de un aprendizaje imprescindible sobre su constitución, sobre el "espíritu" de las
cosas y su aprehensión. Un andamiaje que nos permite concebir la posibilidad de lo
supracósmico, del no ser y de la no dualidad, realidades que exceden la mera
individualidad que signa nuestras experiencias sensoriales o mentales, en tanto que las
particulariza. Aunque es útil señalar que –lógicamente– cuando se empieza apenas a
atisbar la posibilidad de lo supraindividual, todo lo referido a lo personal cae tan
estruendosamente como una torre que es destruida por un rayo, dejando así de ser la
protagonista del paisaje.

Esta visión en profundidad –si así se la pudiera llamar–, corresponde, como hemos
visto, al propio esquema interno del hombre, que encuentra dentro de sí a esta variedad
seriada de planos o mundos, que debe comenzar a conocer, pues son parte integrante de
su propio campo de conciencia, o sea, de su vida. Por otro lado, por medio del símbolo
se efectivizan las posibilidades de ese conocimiento y las características auténticamente
humanas, que todo hombre ordinario lleva en sí, y que no conoce, a menos que ellas se
encuentren estimuladas por el fuego del amor y convenientemente ordenadas por la
tradición, para que puedan ser reconocidas por él mismo. Este es el tipo de instrucción
que ofrece una verdadera enseñanza y una iniciación en los misterios menores, cuya
primera parte pudiera asimilarse a un viaje infracósmico, o a una estancia en el interior
de la tierra, una visita al país de los difuntos o a un descenso a los infiernos de lo
caótico.

Resulta evidente que esta involución a la que nos acabamos de referir –así como la
posterior evolución que completa el proceso de palingénesis–, se halla simbólica e
íntimamente relacionada con la gravitacionalidad. Si recordamos, por otra parte, que la
tierra es pasiva con respecto al cielo, es decir, que otorga la forma a los efluvios divinos,
lo que equivale a equipararla a la gran generadora, o diosa madre –y asimismo a todas
las vírgenes–, colegiremos que para todo nacimiento –de cualquier tipo que éste sea– es
imprescindible la presencia pasiva, formativa y generativa de la tierra, o sea, de la
energía gravitacional ubicada espacialmente en el Sur, es decir, en el sitio más bajo y
denso, en oposición a lo alto y sutil.15 En términos del budismo mahayana: sin el
samsara es imposible el nirvana, vale decir, que el conocimiento real del samsara es lo
que nos lleva al conocimiento verdadero del nirvana, que al ser obtenido –y sólo en ese
momento–, nos dice que samsara y nirvana eran y son una sola cosa, que la
diferenciación es únicamente una forma de decir, una simple manera fenoménica de la
mente, emparentada con la ilusión y la ignorancia. Por otra parte, creemos que bajo esa
misma luz deben leerse las palabras evangélicas: "Si al deciros cosas de la tierra, no
creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?",16 ya que en ellas puede verse que
toda enseñanza comienza siendo un aprendizaje sobre lo cosmogónico, que permitirá el
posterior pasaje a lo metafísico. Así lo es, al menos, para esta época del ciclo, en donde
Occidente tiene precisamente una fuerza gravitacional tan importante y de la cual Cristo
es el avatar. Aunque se debe llamar particularmente la atención sobre el posible
equívoco de interpretación literal, en donde un trabajo de realización interna debería
comenzar por el "cuerpo" (dietas alimenticias, sexuales, ejercicios corporales,
respiratorios, etc.) o por logros profanos, personales (estima, auto-respeto, éxitos
profesionales, ascenso en la escala cultural y social, superación y dominio del carácter,
poder sobre los otros, etc.), de autosuficiencia o pretendido valor; error que se comete
pensando, tal vez, en que ha de irse de lo particular a lo universal, cuando en verdad las
ciencias tradicionales nos dicen lo contrario: que de los principios se deducen todas las
posibilidades.

En verdad, se podrían desarrollar estas ideas una y otra vez, viéndolas desde
innumerables ángulos de visión y relacionándolas entre sí, y también con otras, que nos
aclara rían ciertos aspectos del mundo, que intuimos, y que sin embargo permanecen
velados para nosotros. Estas relaciones, que no son ni arbitrarias ni casuales, son las
bases o fundamentos de la labor analógica y simbólica. E igual mente de la obra
alquímica y cabalística. El resultado que se obtiene con estas investigaciones es
difícilmente evaluable en términos cuantitativos y traducible a patrones actuales –
derivados de ideas filosóficas erróneas, que circulan desde hace varios siglos en
Occidente y que han tenido que parir, finalmente, a la mecánica industrial, a la técnica
electrónico-atómica y al consumo–, los cuales nada tienen que ver ni en sus principios
ni en sus métodos y fines, con la auténtica ciencia. Desde otra perspectiva, un capítulo
denominado, un poco ampulosamente, las dos mitades del modelo cósmico", ha de
tratar, indefectiblemente, sobre el binarlo. La dualidad, como se ha expresado a lo largo
de estos escritos, es el motor dialéctico que impulsa cualquier acto o pensamiento, por
lo que lamas ningún discurso podría agotar el tema. Sólo nos queda agregar que este
texto, en general, ha tenido únicamente en cuenta la partición horizontal de nuestro
modelo de la rueda, efectuada por la línea del horizonte o plano ecuatorial, que lo divide
en dos secciones iguales: una arriba y al norte, otra abajo y al sur. El modelo también
puede dividirse en otras dos mitades, situadas a ambos lados del eje vertical: una a la
derecha y al oriente, otra a la izquierda y al occidente. Este nuevo binario, que está,
obviamente, en correspondencia con los brazos horizontales de la cruz que todo lo
abarca, diferencia claramente dos mitades análogas y complementarias del cosmos,
llamadas derecha e izquierda, perceptibles en todas las cosas y merced a las cuales las
mismas cosas son perceptibles. Esta particularidad es lo que se ha dado en llamar la
simetría, y sus leyes especulares y simpáticas, y configura todo un tema que rebasa
nuestras intenciones actuales. La izquierda y la derecha se complementan, son formas
parientes y análogas. Pero no se simbolizan entre sí, sino que ambas son símbolos de la
realidad vertical que es su origen y al que las dos representan. El auténtico valor de los
símbolos no radica tampoco en sus efectos transmisores, que son secundarios, sino en la
(o las) causa(s) de su propia existencia. Es decir, en lo que ellos simbolizan en su
esencia, lo que por otra parte justifica su intermediación. Y esta causa (o causas) bien
comprendida y vivenciada, se resuelve siempre en su unidad, que no es sino afirmación
o manifestación de sus posibilidades no-causales, valga la expresión. Nos resta decir
que lo que hemos expuesto respecto a la oposición cielo-tierra, norte-sur, es igualmente
válido en la de derecha-izquierda, oriente-occidente, dado que esta partición horizontal
es un reflejo de la primera. Así, si transcribimos algunos de los conceptos vertidos hasta
aquí, con respecto a la complementariedad que estamos destacando ahora, se obtendrán
resultados provechosos en nuestros estudios, pero teniendo siempre en cuenta las
modalidades especiales de esta oposición o inversión.17 Finalmente, ya que nos
estamos refiriendo a nuestros trabajos y estudios, queremos traer nuevamente a la
memoria otra enseñanza cristiana: la que señala que los frutos del conocimiento sólo
podrán ser obtenidos por aquellos "que perseveren hasta el fin".

Nota: Apenas habiendo puesto punto final al presente capítulo, hemos leído un artículo
titulado "Nueve hipótesis sobre la génesis del Universo", que ha sido escrito por el
físico-matemático ruso Igor Novikov y otros.

En él se dice: a) que el universo se expande; b) que esta expansión es comparable a una


inmensa explosión cósmica (irradiación) y que esa explosión sucede por inercia; c) que
el universo es homogéneo; d) que esta homogeneidad permite la "heterogeneidad"
(concentraciones, enrarecimientos) y es la que ha posibilitado, precisamente, el
nacimiento de nuestro complejo universo; e) que estas "heterogeneidades" son ondas
sonoras (de sonido relicto, el que es igual y continuo en todo el universo)18. Queremos
transcribir textualmente el final del artículo:
"Nosotros estamos acostumbrados a considerar la gravitación y las fuerzas
electromagnéticas como si fueran fuerzas de naturaleza distinta. ¿Pero ha sido siempre
así? Es muy posible que la gran explosión haya sido un proceso de división de un
supercampo único, en el cual todos los tipos de interacción estaban unificados". Según
se dice en el referido artículo, estas son las últimas novedades con que se halla
confrontada la ciencia.19 Un comentario jocoso lo constituye el hecho de que se aclara
que estas investigaciones han comenzado hace menos de cincuenta años. Sin embargo,
no deja de llamarnos la atención algo que ya hemos observado anteriormente; nos
referimos a los hallazgos y aproximaciones seguramente intuitivas que lo mejor de la
ciencia y los científicos modernos logran en sus búsquedas20. De todas maneras, el
sentido que tiene la inserción de esta nota, no es precisamente el de "legitimar" una
"teoría", otorgándole un status científico, sino mas bien mostrar cómo, aún desde un
punto de vista que no es el que aquí se expone, igualmente se puede vislumbrar el
conocimiento. Pues éste se halla en la trama misma del hombre que, en su
heterogeneidad, es solidario y homogéneo con el cosmos.

Anexo: Queremos hacer notar la analogía entre el sonido relicto, que se propaga
uniformemente en el universo, y la forma en que la luz –tradicionalmente otra forma del
sonido– lo hace, de acuerdo a la más moderna ciencia. Efectivamente, desde la teoría de
la relatividad de la actual física-matemática, el papel del observador es decisivo. Pues la
teoría de la relatividad, se construyó a partir de un único axioma, que establece que,
para cualquier observador, la velocidad de la luz de cualquier origen, que se mueva o
no, con respecto al observador, es siempre la misma. Siendo esto así, el propio
observador, recibiendo en cualquier punto o dirección del espacio, una emisión
cuantitativa de luz idéntica –la cual no es alterada por ninguna circunstancia–, es la
"causa" de la velocidad de la luz que recibe. Y ya sabemos que lo que es válido para el
microcosmos, asimismo ha de ser válido para el macrocosmos, salvando, otra vez, los
problemas necesarios a cualquier transposición. Lo que sí resulta claro es que en un
universo dividido –en este caso entre el emisor y el receptor–, pero único en su esencia,
algo de lo que se recibe estará implícito en lo que se emite y lo mismo a la inversa. Y
esta correspondencia y analogía es la que determina incluso la estructura y la forma de
lo creado, a saber, de la manifestación y los símbolos en que ésta se expresa. De igual
modo, es interesante destacar que, en estos ejemplos que estamos tratando, relativos al
sonido y a la luz, el "centro", de donde se expande la energía, no puede ser localizado en
ningún lugar específico, lo que equivale a decir que no tiene "realidad" espacial. Ya que
siendo el espacio homogéneo –o un "caldo de cultivo" que permite las condiciones
heterogéneas de la manifestación–, cualquier punto del mismo bien pudiera ser el
centro.

NOTAS

1 ¿No será esta energía expresión, a su nivel, de lo que los griegos entendían por el
pneuma?

2 Como en las numerosas "ruedas" esparcidas en el arte de todas las civilizaciones.

3 En el sentido que le damos a este término, y que siempre tuvo, conocido con el
nombre de nous en la filosofía griega, totalmente ajeno a la conjeturación racionalista, y
por el contrario, utilizado aquí como sinónimo de intuición directa, en la que tanto se
conjugan la inteligencia, hoy llamada creadora, como la experiencia y la emoción.

4 Si de la representación plana llevamos esta figura a lo volumétrico, obtenemos una


cruz tridimensional o sólida. O sea, un sistema completo, un conjunto de coordenadas,
que como el cubo, constituye un modelo del cosmos.

5 Que a su vez en su cuerpo físico representa esta dualidad superior-inferior,


teniendo como centro el ombligo, o el corazón –en un sentido más elevado–, órganos
que están íntimamente relacionados con la generación y la expansión.

6 Haciendo notar, por otra parte, que las grandes religiones ofrecen no sólo la
transmisión espiritual necesaria, sino también la norma, y el rito exotérico, como
vehículos de la realización.

7 La triunidad de los principios temporales conocida como pasado, presente y futuro,


se manifiesta en el ciclo cuaternario de las estaciones de un año.
8 Ya hemos indicado que el cielo es representado por un círculo, mientras que la
tierra lo es por un cuadrado. Otra simbolización cambia al círculo por un triángulo,
sintetizándolo. En el símbolo del templo, la cúpula, que corona un edificio de base
cuadrada, es suplantada por un prisma triangular. Tal es el caso de la pirámide.
Haciendo notar que siempre la tríada se ha considerado como más elevada o superior al
cuadrángulo.

9 La cruz se subdivide otra vez simétricamente en el plano horizontal, oponiéndose


nuevamente dos a dos y formando el octógono que simboliza al polígono de mayor
número de lados, es decir, el de lados indefinidos, el cual, sumado a su centro, configura
numéricamente la circunferencia y el ciclo completo. Esto se ve claramente en el
diagrama chino llamado de Fu-Shin, donde los ocho trigramas fundamentales se
subdividen en otros ocho, generando los sesenta y cuatro hexagramas del I-Ching o
libro de las mutaciones.

10 Habría pues un cuerpo, un alma y un espíritu universales.

11 En este caso, el nivel más bajo correspondería a las aguas "abismales» o caos.

12 En la simbólica constructiva, el templo en su división vertical tiene tres niveles: el


subterráneo donde se halla la cripta o pozo, el de la superficie y el de la bóveda o
cúpula, homologables a los tres planos o mundos que bajo distintas formas llevamos
vistos en este trabajo.

13 Resulta muy difícil, desde nuestras concepciones actuales, entender la parusía, o


segundo advenimiento, presente en forma universal en la casi totalidad de las
tradiciones. Esta idea es perfectamente clara y luminosa desde la concepción íntima, o
vivencia, de un tiempo rotativo, cíclico, circular.

14 El punto, la línea, el plano y el sólido simbolizan también cuatro "dimensiones"


de la conciencia y de la percepción espacio-temporal.
15 Resulta natural que el símbolo alquímico del elemento tierra sea un triángulo con
el vértice hacia abajo. Asimismo es lógico que su opuesto sea el de un triángulo con su
vértice hacia arriba.

16 Juan, III, 12.

17 A la derecha asimismo corresponde lo vertical, lo alto y lo activo. A la izquierda


lo horizontal, lo bajo y lo pasivo. Los números impares son positivos y los pares
negativos.

18 Ver anexo a esta nota.

19 Lo cual no deja de guardar relación con aquello de que los extremos se tocan (lo
que es obvio cuando se acaba un recorrido circular). O dicho de otra manera, que el
punto más alto de la circunferencia, y el más bajo, se hallan sobre el mismo eje.

20 Este es igualmente el caso el poeta Edgar Allan Poe, que en su fascinante libro
"Eureka", su testamento intelectual, que escribiera poco antes de morir, nos plantea toda
una cosmogonía muy próxima a las concepciones tradicionales, que siempre han sido
consideradas como reveladas.

I
CAPITULO IX
CONCLUSION
Llegamos al final de estos textos, que se han ido entretejiendo a si mismos en una
especie de cadencia circular, dada por la propia naturaleza del tema que hemos
pretendido describir. De más está decir que hemos realizado este trabajo sin intentar
agotar un modelo simbólico, que, como el cosmos, es inagotable. Nos hubiera gustado
tratar en extensión ciertos temas –siempre vinculados con el símbolo de la rueda– que
aquí apenas se sugieren. Así, hubiéramos querido referirnos a la rueda en relación a la
música y la danza de los pueblos y destacar en primer lugar la idea de ritmo que
implícitamente estas artes acarrean. Del mismo modo, subrayar la circularidad de las
estructuras musicales, del canto y del recitado, como igualmente las coreografías de
rondas y reiteraciones, presentes en la totalidad de las tradiciones. Esto puede verse
claramente, aún hoy en día, en el folklore universal, en la danza y el canto de los
"primitivos" y los niños, cuya base rítmica y circular puede verificarse fácilmente. Si
aceptamos que nuestra cultura aún recuerda ciertos fragmentos de su pasado tradicional
–que constituyen su propia textura inconsciente–, podemos comprender estas
manifestaciones unánimes. Ya hemos señalado los orígenes sagrados y míticos de todo
arte o creación.

También hemos dicho que el modelo de la ciudad, el de la cultura de las civilizaciones,


ha sido estructurado de manera análoga al modelo del cielo y al conocimiento interno y
directo de la cosmogonía, dentro de la cual el estado humano tiene un papel primordial.
Y que estas estructuras culturales y simbólicas, como sus manifestaciones míticas y
rituales, constituyen los principios a partir de los cuales estas civilizaciones progreden,
hasta llegar posteriormente a olvidarlos en razón de su multiplicación, o caída, no
obstante que éstos sigan conformando ocultamente el corazón de esa sociedad que los
niega. Si por otro lado reflexionamos en que cada gesto o expresión es en última
instancia simbólico, descubriremos por esa vía que, igualmente, todo acto es ritual. Y
que en definitiva los ritos, los mitos y los símbolos, forman parte de la vida misma –o
mejor, son la vida misma– y su reiteración cíclica y rítmica es la memoria arquetípica de
un hecho original, no signado por el espacio y el tiempo ordinario y lineal, sino ubicado
en otra dimensión que es la propia de lo sagrado. En este sentido, el símbolo de la rueda
es extremadamente dual: por una parte significa la increíble generosidad de la vida
manifestada, por la otra, el encadenamiento, la esclavitud de nuestras reiteraciones y
hábitos, ejemplificados por los engranajes de la sociedad industrial y de consumo, que
ha terminado de mecanizarnos; y peor aún –desde una dimensión más perturbadora: la
posibilidad de permanecer prisioneros indefinidamente en la rueda de las encarnaciones.

La reiteración cíclica y circular en las ceremonias culturales, recrea y regenera a quien


participa de ellas –a cualquier grado que sea esta participación–, pues imitan consciente
y deliberadamente un gesto original revelado, que estas personas, grupos o sociedades,
han llegado a conocer a través de su manifestación simbólica. En esta nueva vida, o
estado regenerado, se hallan las posibilidades del hombre verdadero, y en realidad, de
toda la cultura –en el sentido más amplio del término–, ya que habiendo ella sido
articulada de acuerdo al modelo simbólico de una cosmogonía, constituye un mensajero,
o vehículo, para llevar a los hombres que la conforman al encuentro de esas realidades
ocultas, de lo que es lo específicamente humano. La civilización –en la verdadera
acepción de esta palabra– es un puente y una escala, una guía y un mapa de ruta en el
viaje hacia el sí mismo. Y sus estructuras y sus expresiones constituyen no sólo un
orden donde las cosas pueden ser posibles, sino también una didáctica, una enseñanza
siempre viva y actual, que tanto se patentiza en sus deidades como en sus refranes
"populares". Y por cierto que en todo esto participan la música, los cantos y recitados,
las danzas y ceremonias de las naciones. De los estribillos a los rondeau, al canto
gregoriano, o a las ceremonias de la iglesia ortodoxa; desde las composiciones
modernas de esquema espiral, como el "Bolero" de Ravel, hasta los mantrams hindús y
budistas, y los recitados hebreos e islámicos; de los bailes folklóricos, o los de los
pueblos "primitivos", a las danzas derviches o al tai-chi, todas estas expresiones derivan
de un mismo origen y están siempre presentes en las entrañas del hombre y sus
sociedades.

Además hubiéramos deseado hacer mayor referencia al símbolo de la rueda en su


asociación con la simbólica del carro y el viaje. Sabidas son las virtudes renovadoras de
un cambio de situación o rol y las de estar en un medio completamente extranjero, por
cierto no siempre exento de peligros. En esta perspectiva debe incluirse al símbolo del
peregrinaje (análogo al del cambio de la piel, que caracteriza a ciertos animales), que el
sol igualmente ritualiza diaria y anualmente. El mismo carro es un símbolo solar, y se lo
vincula también con el fuego –por ejemplo en la visión de Ezequiel– y como vehículo
del ascenso a los cielos del profeta Elías. En este caso, el carro –cúbico y en
movimiento, como ya hemos visto–, impulsado por la energía generativa de sus ruedas,
recorre la vía láctea en el viaje iniciático, o ascensión al cielo de otras realidades, lo que
incluye una lectura completamente diferente del mundo manifestado. No insistiremos en
la iniciación como ciclo; sólo diremos que las ideas de hombre nuevo, nacimiento a la
vida (y a la realidad), muerte y resurrección, fin y comienzo, y palingénesis, aparecen en
las culturas de cualquier tipo de las que se tenga memoria. Agregaremos que el viaje
iniciático o del conocimiento, es el comienzo de la vida del que emprende este camino.
Es entonces perfectamente análogo a cualquier generación y sobre todo a la creación
arquetípica del cosmos, que a pesar de los esfuerzos de nuestros contemporáneos sigue
innegablemente vivo. El viaje iniciático –o recorrido de ultratumba– también describe
una parábola circular, lo que se puede ver no sólo en los mitos de resurrección, vida-
muerte-vida, y en los ritos de fecundación y vegetación, sino asimismo en algunos
símbolos tan claros como la parusía cristiana, que era, y es, común a todas las
tradiciones: el regreso del héroe civilizador y educador, la vuelta del salvador –portador
del conocimiento y la verdadera vida– que ha de restaurar aquel tiempo mítico, aquella
época y estado original donde la belleza y la sabiduría realmente existían sobre la tierra.
Esto igualmente se advierte en el viaje extático del chamán, que sale de sí para recorrer
los infiernos –el país de los difuntos–1 y los cielos y finalmente vuelve a sí mismo, a su
ubicación tangible y concreta, luego de haber efectuado una circunvalación, una vuelta
sobre sí mismo, que se ha realizado en su psique. Al finalizar esta revolución, la psique,
se halla totalmente regenerada. Después de haber transcurrido todo un mundo o ciclo, se
ha dado lugar a un nuevo ser. A saber: el conocimiento de ese ser por sí mismo, aunque
ahora a otro nivel, lo que se advierte por la misma caducidad o muerte del estado
"anterior", que se experimenta como algo pasado, como un sueño.

Esta renovación consciente de la vida es más una integración que un descubrimiento. El


hombre verdadero ha estado siempre presente aunque permaneciera desconocido para
quien ocupaba su lugar. Desde otro punto de vista, éste es el conocimiento o
constatación del supra-ser, o no-ser, por el ser. De lo supracósmico, a través del cosmos
y su modelo ejemplar, o sea, de lo suprahumano, por la intermediación del hombre, en
un proceso circular. Aquí debemos aclarar que si bien el ser es la afirmación del supra-
ser, o no-ser, este último de ninguna manera es la negación –ni pudiera serlo– del
primero. No se da esta oposición entre el ser y el no-ser, puesto que éstos no son
equiparables. El no-ser, o supra-ser, por su propia condición no puede oponerse jamás a
nada, porque realmente no es. El ser, que es su afirmación,2 manifiesta puntualmente la
unidad, razón por la que podrá así polarizarse, y engendrar con ello su propia negación,
en su reflejo, posibilitando, en la sucesión de su desarrollo y límite, el retorno a sí
mismo, es decir: a su origen y al origen de toda manifestación. El no-ser no es pues la
negación del ser, como el concepto hermético del vaciamiento o de la nada (el Ain de la
cábala hebrea, por ejemplo) tampoco expresa lo que el nihilismo entiende por tal; ni lo
invisible es aquello que está fuera de nuestro campo visual y menos aún ciertas vagas y
nutridas ensoñaciones. Por otra parte, se dice que el pulimento de la piedra bruta exige
herramientas cada vez más precisas y sutiles. Si al principio del viaje iniciático, o
proceso de conocimiento, hay que eliminar lo más basto, es decir: advertir el engaño de
la personalidad y correlativamente negarla, así como comprender la ilusión de nuestra
vida y concepciones, y la relatividad de todas las cosas, posteriormente –se nos dice– se
va encontrando mayor sentido en la totalidad de lo manifestado, tanto en lo individual o
microcósmico, como en lo universal o macrocósmico, ya que esos estados son modos, o
grados, de la conciencia del ser universal, transparentes emanaciones y opacamientos de
la suprema identidad, que desembocarán en el cosmos y en el hombre, y que constituyen
no sólo la huella digital de la deidad, sino que son, además, la forma en que ella se
percibe a sí misma.

La conexión del símbolo de la rueda con el del carro, el viaje y el movimiento, nos
transmite también una sensación de avance, de evolución, que transpuesta al proceso
cognoscitivo es el desarrollo de la conciencia del individuo que participa de él, y su
proyección en la sucesión temporal. Es un hecho que cuanto más una persona se
concentra en la búsqueda de la verdad, la obtención de la unidad y la realización de sí
mismo, más se amplía su capacidad de percibir lo universal.3 Sin embargo, es necesario
advertir que en un viaje de este tipo es imposible mirar hacia atrás, pues recordar el
pasado es desatar a las Furias. También se debe dar noticia de que la personalidad puede
extraviarse en los recovecos laberínticos de la psique –del alma– y que son necesarios
los instrumentos y el vehículo que nos ofrecen la tradición y la doctrina, pues ellas nos
ubican y orientan. Haciendo la salvedad, de que esta doctrina es la expresión del
conocimiento interno de la cosmogonía y que debe diferenciarse claramente del dogma,
que es la imposición autoritaria de pretendidos axiomas elegidos arbitraria o
interesadamente. Así pues, esta promoción al conocimiento, que se verifica por sí
misma, es un ingreso –por medio del enlace con la intimidad de la doctrina– al mandala
vivo de la cosmogonía: lo que supone una ordenación en lo interno y un conocimiento
directo de lo sagrado.

También hubiéramos querido escribir sobre la rueda como símbolo de refugio, como
protección mágica, y en ese sentido emparentarla con cualquier recinto sagrado,
vinculado siempre con la salvación, ya sea éste el círculo mágico o el arca de Noé.
Asimismo como defensa contra las tinieblas exteriores y como talismán. E igualmente
recalcar sus cualidades terapéuticas y curativas, que coinciden con las que se atribuyen a
los símbolos y a los conjuntos de simbólicas tradicionales, en general. Por otro lado, la
rueda es el instrumento principal de la ciencia de los ritmos, cuyo fin es ritmar,
conectarse con el ritmo del ser universal. La palabra "rosario" deriva de rotarium y con
ella se designan los recordatorios religiosos del cristiano, islámico y budista. Es
interesante observar que ciertas ruedas utilizadas en esta última tradición, para la
reiteración ritual, se hayan conocido en Occidente como "máquinas de orar". La oración
misma puede verse como un circuito de comunicación tierra-cielo-tierra, y el rito
rítmico de la plegaria un volver al sí mismo. Ciertos símbolos clásicos y renacentistas,
como el de las tres Gracias, están dispuestos en forma encadenada y relacionados de tal
modo los unos con los otros, que nos transmiten por sus gestos y las expresiones de sus
rostros, la idea de dar-aceptar-devolver. Asimismo se corresponden con las tres Parcas,
que tejen el destino del cosmos y de los hombres: una hila, la otra mide, la tercera corta;
también asimiladas al pasado, al presente y al futuro.4

Si nos acordamos de que el símbolo manifiesta verdaderamente la realidad, y que el rito


imita conscientemente el ritmo de la estructura cósmica –así como el mito la
ejemplifica–, podemos comprender la importancia fundamental que éstos tienen, ya sea
como factores de poder regenerativo o de protección y defensa psico-física. Por cierto
que estas funciones no se efectúan en desmedro de su capacidad transmisora, pues antes
que nada, el símbolo es un vehículo cognoscitivo. Pero estas características son propias
de los símbolos, mitos y ritos, en general, y, en este caso particular, atributos que se le
suelen adjudicar a la rueda.

También hay una constante tradicional en la que se suelen asociar el acto creativo, el
sonido, la luz y el nombre, con el símbolo de la rueda. En la tradición hindú se dice:
"Mediante el nombre de los cuatro, él ha hecho girar la rueda redonda."5 Con respecto
al sonido, el monosílabo AUM (OM) con el que se evoca y repite el acto creativo, "pasa
de la vocal más abierta a la consonante más cerrada cercando las posibilidades
indefinidas del sonido", como nos dice Lanza del Vasto.6 En lo que se refiere a la luz, la
simple enunciación del Fiat Lux hace que la luz sea y con ella todas las cosas. En este
último caso, el sonido es anterior a la luz y ésta es su manifestación, en cuanto se
identifica con el rayo creacional, que une el centro con la periferia, conformando un
orden inteligible.

Con respecto a nuestra individualidad o a la manifestación de la personalidad,


podríamos hacer notar que no sólo estamos condicionados por nuestro pasado, madre o
matriz, lo cual resulta casi obvio, sino igualmente por nuestro futuro –puesto que estos
extremos se conjugan siempre en la actualidad del presente– que como otro polo nos
atrae hacia sí.7 Esta es la idea de destino, en cuanto éste es la efectivización de nuestro
ser. Pero esto únicamente es posible si se ha desencadenado la potencia dramática del sí
mismo, actitud que revela la búsqueda del origen, o la memoria de un pasado
arquetípico. Lo que es idéntico a viajar en el sentido –aparentemente inverso–, del
encuentro del destino, ya que este destino es el origen, y este origen el destino.

Ya hemos dicho que el símbolo sagrado y tradicional, como expresión directa y


revelada de la manifestación cosmogónica, su resonancia y comprensión, promueve una
transmutación lenta, sutil y verdadera, que conforma un camino o vía simbólica,
mientras que la insignia, la divisa y los códigos convencionales, producen estímulos de
superficie, sumamente estadísticos, que actúan casi como movimientos reflejos de
nuestro condicionamiento. Si el símbolo nos da la libertad, la insignia y la convención
nos atan a la unilateralidad de un punto de vista juzgado como "bueno" y, por extensión,
"natural" y "universal". En realidad, el grado de comprensión del signo, hace que éste
sea tomado como un verdadero símbolo, una insignia o una convención, cuando no una
alegoría: "la insignia uniforma, el símbolo unifica". También hemos explicado que la
unidad, desdoblándose en el ritmo de la dualidad, engendra, mediante sus emanaciones,
la multiplicidad de los seres o los estados del ser universal, que se focalizan en puntos
individuales, cosas o seres creados, simientes que portan en ellas mismas la posibilidad
de engendrar. O sea, la de imitar la unidad arquetípica: lo que hace que ésta refluya
incesantemente como el movimiento de una rueda, imagen y modelo del cosmos.

Igualmente queremos destacar –aunque parezca hoy extraño– las buenas maneras y las
leyes de la cortesía y el mutuo respeto, como formas rituales cotidianas, que producen
un movimiento completo de ida-vuelta y retorno, que facilita constantemente la
posibilidad de ser. Esta actitud se encuentra, mismo hoy en día, en algunas comunidades
donde llega a tomar la forma del amor y de la armoniosa y equilibrada convivencia. Ha
sido parte de todas las culturas e incluye un compromiso con la vida y una aceptación
del orden, favoreciendo la creación en un ambiente adecuado para la gestación-
nacimiento-realización de sus integrantes. Permitiendo además una interpenetración de
energías entre ellos y una comunicación de todo tipo a través de parámetros simbólicos
especialmente diseñados con ese fin, pero que, como todas las cosas, una vez que se
transforman en algo institucional, oficial, pierden su sentido y pasan sólo a ser formas
huecas y convencionales, que terminan muriendo por la rigidez de su solidificación.

Es como si cada gesto tuviera su réplica opuesta, que formara parte del todo. Y todo
origen-desarrollo y fin, volviese sobre sí mismo –como bien lo demuestra el ciclo de la
vida humana: generación-duración-entrega (o retorno)– y este apagarse y prenderse,
nacer y morir, de los ciclos, constituye la armonía universal; pues aquel rotar conforma
un conjunto visible e invisible de causas y efectos que garantiza la coherencia y
solidaridad del mismo y que "en sí" es su propia explicación o conforma su dialéctica.
Todo esto en forma simultánea, por mediación de una serie de planos horizontales, que
al llegar a su límite, término o muerte, desencadenan la creación de otros nuevos, que
han de correr igual suerte que sus predecesores, como asimismo la de sus sucesores. De
tal modo, este conjunto carece de principio y de fin en el tiempo y no puede ni podría
tenerlo. La ley causa-efecto funciona hasta cierto nivel, humano o cósmico. Más allá
están –valga la paradoja– las posibilidades supra-humanas del hombre y las supra-
cósmicas del cosmos, lo que equivale a decir: el conocimiento de otros niveles del ser
universal. Hay un sentido interno en el concierto cósmico, unido por la energía que
simbolizan los nombres de amor arquetípico, amor divino (o sea la atracción que siente
el creador por sus criaturas y que éstas devuelven haciéndolo mutuo) o amor a secas.8 Y
el juego de sus tensiones internas (derecha-izquierda, adelante-atrás, arriba-abajo),
confluyen y se atraen y repelen, produciendo la aparente solidez del conjunto. Estas
oposiciones, necesariamente suponen un espacio, en el que la simultaneidad debe
manifestarse en forma sucesiva. Toda posibilidad humana está contenida en este
esquema. Por lo tanto, la idea de lo supra-humano y de lo supra-cósmico, es inmanente
al hombre y al cosmos y necesariamente los trasciende. La rueda no dejará de girar y
volver conforme un plan perfecto e invariable, que en su propio diseño contiene al
mismo tiempo su ley y además su clave –o llave–, es decir: la posibilidad de lo que está
más allá de ella.

Otros temas de mucho interés son el del símbolo de la rueda como ombligo y ojo
cósmico y sobre todo el de la corona como una modalidad del de la rueda. En efecto, la
corona, como ciertos objetos de uso diario (alianzas, collares, pulseras, aros), participa
de este simbolismo central y axial, aunque ésta nos interesa ahora en particular porque
significa ciertos atributos propios de la autoridad y el poder, y no es casual que su
ubicación en el cuerpo humano –en su sumidad– corresponda a ideas de realización y
grandeza. El rey figura la encarnación de las energías de la deidad, de la cual es
intermediario en la tierra. Gobierna y ordena, y de ahí su vinculación unánime con el
sol, al que también se denomina astro-rey. En ese sentido, es también el centro crístico,9
la posibilidad divina, y representa al hombre adámico, al hombre verdadero, regenerado.
En la simbólica cristiana se le atribuye a Jesús un doble papel; uno el de sacerdote y el
otro el de rey. Este último es también un símbolo axial (como bien lo expresa en la
iconografía el cetro con que se le representa), que psicológicamente se traduce como un
estado obtenido al llegar precisamente al centro: reintegración que determina el que
podamos ser los emperadores –ni autoritarios ni pretenciosos– de nosotros mismos,
acaso reyes con corona de espinas, tal como la describe el Evangelio. La tonsura de los
frailes representa esto y es importante insistir en que el símbolo se halla ubicado en la
cúspide del microcosmos, señalando su punto de salida, como lo hace la estrella polar
en el macrocosmos. El sombrero de paja –y todo sombrero–, construido a partir del
centro y en forma circular, por el entrecruzamiento de la urdimbre y trama, no sólo es
protección contra el sol, o abrigo, sino que como el paraguas, o parasol –que tiene forma
de domo–, es un adminículo mágico y celeste de importancia capital, para quienes no
toman a broma estas cosas.

Se habrá notado que a lo largo de estos escritos no se ha puesto el índice sobre los
aspectos prácticos y artesanales de la rueda sino en forma secundaria. Muchos han
querido ver en la rueda el primer instrumento técnico de la humanidad, ya sea como
productor de fuego, es decir, como un transformador y generador de energía o también
como medio de transporte y sobre todo como factor de reproducción indefinida. Es
probable que desde su punto de vista estén en lo cierto. Pero esas características son
derivadas de las significaciones principales del símbolo.

En la sociedad moderna, las ruedas y los engranajes juegan tal papel, que bien podría
decirse que estas sociedades en realidad no existirían si no fuese por tales artefactos. Y
pudiera seguirse en esa misma línea afirmando que la rueda es la entraña de las naciones
contemporáneas. Así lo es, en efecto, y aquí podemos ver nítidamente otra muestra de la
ambivalencia del símbolo; ya que lo que significa la perfección celeste puede también
significar la esclavitud infernal, según sea el contenido que le atribuyamos o asignemos,
el cual está en proporción directa con la comprensión y el respeto que tengamos por el
símbolo en general. Lo cierto es que en la sociedad mecánica y técnica en que vivimos,
las mismas máquinas y sus funciones son simbólicas y hablan a todos aquéllos que están
dispuestos a escucharlas, a pensar en ellas, pues bien pueden constituir soportes para la
meditación y la reflexión, como todas las cosas. En primer lugar, ellas están basadas en
la dualidad macho-hembra; y en segundo, se articulan de acuerdo a las leyes de la
simetría, que son otras formas de lo anterior. Se suele pensar que estas características –y
otras– que poseen las máquinas, están inspiradas en el cuerpo humano, al que copian y
al que acabarán finalmente por reemplazar. La verdad es que tanto la máquina como el
cuerpo humano no pueden evadirse de las estructuras y leyes cósmicas y su modelo
inmutable, en los que están comprendidos. Sin embargo, nos es bastante difícil entender
estas sencilleces, porque es tan grande el condicionamiento que las máquinas nos han
producido en pocos siglos que han terminado por dominarnos, ya que no podemos salir
de los esquemas mentales que su uso nos ha impuesto. Pues actuando directamente
sobre nuestra psique, han modificado no sólo nuestros hábitos, costumbres y conductas,
sino que han determinado nuestras emociones y gustos y, lo que es aún peor, han
mecanizado nuestra inteligencia rebajándola sólo a niveles cuantitativos de producción
y eficacia, que pretenderían excluir a todos los otros. Nuestras concepciones mentales
están signadas por el medio en que vivimos y en éste domina lo mecánico y técnico. Tal
vez no nos damos cuenta de este hecho porque soñamos que somos artistas o filósofos,
o muy originales, pero nuestra imagen íntima del cosmos es más parecida a un ingenio
mecánico, a una fábrica –o a un hormiguero–, que a cualquier otra cosa.

Sin embargo muchísimos de los inventos del mundo moderno son casi modelos
herméticos a escala. Tal es el caso del cinematógrafo: en un plano cuadrangular –
equivalente al espacio cúbico de la sala de proyección– irrumpe un rayo de luz en la
oscuridad y se suceden entonces acciones de posibilidades y duración indefinidas, pero
siempre limitadas. Todo sucede allí. Esa película es la totalidad de sí misma. Como ella
pueden haber millones, pero siempre el hecho es el mismo. Por otra parte, la imagen que
vemos es proyectada por un aparato movido por una rueda que nos va presentando
sucesivamente las secuencias. Pero para que esto sea posible, es necesario que otra
rueda rebobine la cinta, pues la imagen de la proyección está invertida con respecto a la
imagen de la filmación. Lo curioso es que cuando se hace la "toma", sucede lo mismo
con respecto a lo que se filma y la máquina debe invertir ópticamente la imagen, tal
cual, por otra parte, lo hace el ojo humano. Se podría extender mucho este interesante
tema pero no es el caso de hacerlo en este lugar. Otro invento evidente es el del
fonógrafo. Gira en un plato un disco –esta vez la rueda produce sonido– y todo lo que es
ese disco, su ciclo de duración completo, su espacio musical, está allí presente. Su
desarrollo va desde su principio a su fin. Hay muchísimos discos y cada uno de nosotros
somos artistas que grabamos nuestro propio disco. Jamás nadie podrá contar todos esos
discos –o mundos– y aunque pudiese, no le valdría absolutamente para nada. Eso nos
lleva a la idea de un disco que contuviera todos los discos. El universo en que vivimos
bien pudiera ser ese disco, cassette o rollo de pianola tridimensional y "quíntuple-
sensorio". Pero entonces, sería lícito preguntarse: ¿cuándo empezó y cuándo acaba?, y
además ¿quién lo puso? Creemos haber dado algunas ideas al respecto. Podríamos
responder que del organismo vivo del cosmos los hombres derivan todas las mecánicas,
y que no de nuestras concepciones mecánicas, derivan el cosmos y el hombre.
Podríamos también decir que esas concepciones, a su vez, son secuelas de ideas
filosóficas erróneas, que han dado lugar precisamente a la sociedad industrial,
caracterizada por el racionalismo, el materialismo y lo cuantitativo. La cual nos lleva a
formular las susodichas preguntas equivocadamente y a concebir al hombre, la
naturaleza y el cosmos, como máquinas; en este caso máquinas de responder. Y
podríamos además dar un montón de explicaciones y tal vez escribir una vez más este
libro. A veces no conviene dar demasiadas explicaciones, y otras no hay nada más que
explicar. Hemos visto al cosmos como una vibración que se propaga en todas
direcciones alrededor de sí misma, por ondas concéntricas, en forma isótropa, como un
vortex espiral o una helicoide indefinida o una esfera que no se cierra jamás. Este
fenómeno no tiene ni principio ni fin, se regenera ad infinitum, y sólo es la proyección,
la huella o manifestación, de un misterio invisible e inaudible que se encuentra oculto
en sí mismo. Pero esto es sólo una forma de decírnoslo, de comprenderlo. En realidad
todo es mucho más sencillo, presente, intangible, e indeterminado; y siempre, con
respecto a los ojos de los sentidos, completamente otra cosa.

Por otra parte, no hay nadie en el desván de los fantasmas de la mente. Los dioses
benéficos y los maléficos son exactamente los mismos, pero invertidos. Y ambos son
ilusorios. Los horrores y los éxtasis por los que atravesamos son igualmente vanos.
Mientras no podamos salir de la idea de causa y efecto, seremos atormentados por
nuestro karma. Pero si bien la ignorancia es dolor y sufrimiento, el saber que somos
víctimas de las imágenes y los trucos mentales –aún los más sofisticados y
autojustificados–, que nosotros mismos proyectamos o emitimos, es curativo e
iluminador y puede liberarnos del compromiso de nuevas acciones o identificaciones
con lo relativo. Puesto que no realizándolas, o no esperando nada de ellas, se convierten
en simples hechos que ya no causan efecto alguno. Y este es el caso de lo que puede
acontecer con nuestros egos, disfraces, máscaras, personalidades, estados anímicos,
gustos, conductas y formas de vida, que no dejan de ser cosas secundarias o aleatorias.

El pensamiento analógico es mágico e igualmente es mágico el viaje del conocimiento.


En éste, debemos tomar determinados vehículos apropiados para ciertos tramos que
debemos cumplir. Posteriormente, y en diferentes terrenos y momentos, debemos
dejarlos –a veces definitivamente– y coger otros nuevos. Para algunas personalidades,
son unos los vehículos y no otros. Lo mismo con la época en que deben ser utilizados.
Algunos seres tiene ciertas facilidades particulares y simpatías por determinadas cosas y
rechazo por otras. Las formas del despertar y del trabajo de desarrollo, son tan distintas
como hombres existen en el mundo, aunque todo el proceso bien pudiera calificarse de
prototípico. Es muy útil –y desde nuestro punto de vista casi necesario– el estudio en
profundidad de varias formas tradicionales, pero el enlace íntimo con la tradición, que
actúa en nosotros, es imprescindible. El concepto de la deidad en la filosofía y la
tradición hermética no es religioso, ni su criterio de la moral responde a los tabúes,
requisitos y aspiraciones de la mediocre convención burguesa contemporánea. Otra cosa
que es casi imprescindible a los occidentales, es el conocimiento preciso de las ideas
que hacen a la doctrina, aunque no se las comprenda con la lógica racional, o el
interesado no las sepa enunciar en forma consciente. El rito del estudio, de la
meditación, de la atención concentrada, del dejarse fluir, y la encarnación de la
enseñanza, son necesarios. La casi totalidad de las tradiciones han apoyado estos ritos y
viajes simbólicos con la ingestión de determinadas yerbas, plantas o substancias
psicodélicas, consideradas específicamente como sagradas o mágicas y utilizadas
durante determinados períodos del proceso iniciático. Por cierto que estos vehículos no
son imprescindibles, y ni siquiera necesarios, pero es importante hacer hincapié en ellos,
ya que no sólo nos hacen vivenciar en profundidad estados internos, ideas y realidades
del hombre y del cosmos, sino que contribuyen activamente, por ellos mismos, en este
recorrido de ordenación e integración, donde el amor –a cualquier nivel que se presente,
aun como pasión– es una energía que funciona como un motor fundamental, como un
medio especialmente adecuado para la realización; siempre y cuando no se lo tome
como algo estrictamente personalizado de lo que somos propietarios, que sólo existe –y
que se agota– en su propia esterilidad. Al amor como intermediario le caben las
generales de la ley simbólica, que claramente expresan que no se debe tomar al símbolo
por lo simbolizado; que no se puede confundir al vehículo con el nuevo espacio al que
nos transporta; que mal haríamos con hacer un absoluto de algo relativo, por más
satisfactorio o útil que esto nos resulte o haya resultado. Pues corremos el peligro de
cambiar un plano ordinario o literal, por otro de mayor calidad –el cual sólo constituye
un preámbulo para ir escalando otros mundos–, que tiene casi las mismas
características, aunque más ricas y ampliadas del primero, pero que también se acaba en
sí mismo y por lo tanto puede igualmente consumirse. Repetimos: el amor, de cualquier
naturaleza que fuere, ha sido unánimemente considerado una vía de acceso al
conocimiento. Especialmente cuando esa emoción se transfiere a la sabiduría, la que
suele ejemplificarse con la mujer como imagen del intelecto trascendente. Esto es
especialmente neto en el Cantar de los Cantares y en el Libro de la Sabiduría atribuidos
a Salomón: "Me robaste el corazón, hermana mía, novia, me robaste el corazón con una
mirada tuya, con una vuelta de tu collar". "¡Qué hermosos tus amores, hermana mía,
novia! ¡Qué sabrosos tus amores! ¡Más que el vino! ¡Y la fragancia de tus perfumes,
más que todos los bálsamos!" (Cantar de los Cantares IV, 9, 10).

Y el rey cuenta su historia: "La amé más que la salud y la hermosura, y preferí tenerla a
ella más que la luz, porque la claridad que de ella sale no conoce noche. Con ella me
vinieron a la vez todos los bienes, y riquezas incalculables en sus manos. Y yo me
regocijé con todos estos bienes porque la Sabiduría los trae, aunque ignoraba que ella
fuese su madre". (Sabiduría VII, 10-12). Y sigue: "Pues hay en ella un espíritu
inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible,
amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, que
todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los
más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo
atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una
emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a
alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios,
una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva
el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de
Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría. Es ella, en
efecto, más bella que el sol, supera todas las constelaciones; comparada con la luz, sale
vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la Sabiduría no prevalece la
maldad" (Sabiduría VII, 22-30). Continuando: "Se despliega vigorosamente de un
confín a otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo. Yo la amé y la
pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un
apasionado de su belleza. Realza su nobleza por su convivencia con Dios, pues el Señor
de todas las cosas la amó. Pues está iniciada en la ciencia de Dios y es la que elige sus
obras. Si en la vida la riqueza es una posesión deseable, ¿qué cosa más rica que la
Sabiduría que todo lo hace? Si la inteligencia es creadora, ¿quién si no la Sabiduría es el
artífice de cuanto existe? (Sabiduría VIII, 1-6).

Se ve claramente aquí que esta hembra es una deidad: una diosa. Y para ser exactos: la
Diosa, que va cambiando sus nombres y quitando sus ropajes antes de entregarse
definitivamente. Ella es madre y esposa, hermana y novia, hija y concubina, su
sexualidad se expande en forma esférica en todas direcciones. La promesa que exhala su
fragancia es la misma que nuestra necesidad de copular místicamente con ella. Nos
llama con el fuego de su ardiente amor, amor divino, y se nos revela virgen y vacía,
oscura, sutil y misteriosa, perfectamente invisible, pero también pura, limpia y clara
como el esplendor desnudo de la idea. La tierra, la naturaleza y la vida han heredado
estos atributos que reflejan generosamente y nos los ofrecen como medios de
realización. Por el amor a la vida y a las criaturas –amor que de ninguna manera es
"ideal"– y a través de ellas, y conjuntamente con ellas, se reitera el rito cósmico
permanente. Las asociaciónes de la mujer con el amor, la generación y la vida son
conocidas por todo el mundo (Afrodita nace de una concha, símbolo de la concepción,
Deméter preside las bodas, Hera dirige la vida de los héroes). Ella simboliza la
recepción, en cuanto es la contraparte femenina del cielo, y genera el dulce y delicioso
vino de la vida, la comunión en la sangre del cosmos, en los efluvios secretos y
nutritivos de la savia de la tierra, y nos transmite el vértigo y el éxtasis de la belleza.

Llegamos ya al final de estos textos, que tal vez hayan dejado traslucir la posibilidad de
una vía simbólica como forma y método de acceder al conocimiento. En verdad, la
simbólica es una ciencia de estructuras, una ciencia arquetípica, una ciencia de
ciencias.10 Existe desde siempre, y todos los pueblos y dioses se han expresado a través
de ella. Asimismo puede plantearse –y de hecho actualmente así se la plantea– como
una ciencia nueva: la simbología11 que cumplirá sus funciones y propósitos en cuanto
restituya al símbolo su sentido original y haga de esta manera que las energías
potenciales que yacen en él, resuciten, vivificando a su vez todo su entorno.

Y por último nos toca ahora a nosotros formular una pregunta: si aceptamos que más
allá del tiempo no hay causalidad y por lo tanto no hay historia, ni personalidad. Y si
consideramos que la eternidad no ocupa lugar, entonces, con toda franqueza, ¿adónde es
que vamos?

NOTAS

1 El viaje iniciático se equipara al recorrido del alma post-mortem.

2 Lo determinado es el ser de lo indeterminado.

3 Esto se debe a dos energías que coexisten simultáneamente en él y que se figuran


con el símbolo de la doble espiral. No es el momento de hablar de este tema, puesto que
ya se ha hecho en otras partes de este trabajo.

4 La mitología griega tiene igualmente una estructura circular. Las aventuras y


andanzas de los dioses y héroes son análogas y se remiten las unas a las otras, se
encadenan entre sí. Las historias de los personajes están todas relacionadas; y ésta
deriva de aquélla, la cual a su vez está íntimamente vinculada con esta otra. Los mismos
personajes aparecen en distintas historias, las cuales reiteran idénticos mitos en otras
circunstancias espacio-temporales, con otras anécdotas y nombres. También la Biblia es
un claro ejemplo de cómo y en qué diversas épocas y formas, en un mismo pueblo, se
repiten los mitos ejemplares encarnados de distintos modos, por diferentes
protagonistas, lo que constituye ciclos de repetición arquetípica, en los que se expresa
tanto el orden interno de una cosmogonía, como el proceso iniciático.

5 Rig-Veda, 1,155,6.

6 Algo similar ocurre con la construcción de la palabra AZOTH, criptograma de la


búsqueda y el hallazgo alquímico. Ella está formada por la primera letra de los alfabetos
griegos, latino, hebreo y árabe. La Z es la letra final del latín, así como la O (omega) lo
es del griego y la TH corona los alfabetos hebreo y árabe. Está aquí clara la imagen de
la reabsorción del fin en el principio.

7 Es muy interesante pensar que estamos signados por nuestro futuro y adoptar
frecuentemente ese punto de vista: reconocer que esa persona que hoy vemos por
primera vez y que nos resulta tan familiar, ya la conocemos de nuestro futuro. Si nos
fijamos bien, es probable que a casi toda la gente uno la haya conocido del futuro.

8 Al final de La Divina Comedia, Dante nos dice que el amor es el que hace girar
armónicamente la rueda que mueve el sol y a las demás estrellas.

9 Ubicado ahora espacialmente en el corazón como reflejo de lo suprahumano y


supra-cósmico.

10 Que no está sujeta a la sistematización, ni a la manía clasificatoria de la


epistemología.

11 O la simbólica, como prefieren llamarla la mayor parte de sus investigadores y


estudiosos.

También podría gustarte