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Este documento analiza los principios rectores de la escuela clásica que aún son vigentes en la legislación penal mexicana. Explica cinco principios clave: el principio de legalidad, el principio de tipicidad, el principio del bien jurídico, el principio de acto, y el principio de culpabilidad y presunción de inocencia.

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Este documento analiza los principios rectores de la escuela clásica que aún son vigentes en la legislación penal mexicana. Explica cinco principios clave: el principio de legalidad, el principio de tipicidad, el principio del bien jurídico, el principio de acto, y el principio de culpabilidad y presunción de inocencia.

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CRIMINOLOGÍA.

(SP-SCRM-2002-B1-001)

Docente: Patricia del Socorro Martín García.

UNIDAD 1.
Actividad 1. Principios Rectores

Alumno: Alain Fabián Arana Gutiérrez.


Matrícula: ES172001425.

Fecha de Entrega: Julio 10 de 2020.


PRINCIPIOS RECTORES DE LA ESCUELA CLÁSICA
QUE AÚN ESTÁN VIGENTES.

Al hablar de los principios rectores de la legislación penal mexicana, nos limitamos


específicamente a la legislación penal sustantiva, quedando fuera de consideración, por
tanto, los principios que rigen a la legislación procesal y a la de ejecución de sanciones,
tomando como punto de referencia el Código Penal que rige en el ámbito federal, que data
de 1931. Habrá que recordar lo que señalaron sus autores, quienes, al plantearse la cuestión
de si el Código Penal a que darían origen debería o no estar vinculado a una determinada
orientación filosófica y política, afirmaron que dicho Código no tenía por qué vincularse a
alguna de las orientaciones en aquél entonces en boga, en virtud de que, seguramente,
ninguna de ellas proporcionaba soluciones adecuadas a los problemas que se planteaba el
derecho penal.

En aquel entonces revestía gran novedad en nuestro país, como en casi todos los países de
América Latina, lo que se había dado en llamar la “lucha de escuelas”; por una parte, estaba
la escuela positivista y, por otra, la llamada escuela clásica, de cuyos pensamientos los
penalistas y, sobre todo, los legisladores se han visto ampliamente influenciados. El análisis
del contenido del Código Penal de 1931 se encuentra que el legislador necesariamente tuvo
que tomar en cuenta tanto las elaboraciones teóricas de la escuela clásica como las de la
escuela positivista y que se encuentran vinculadas con concepciones filosóficas y políticas
determinadas, que tienen que ver con los límites del poder punitivo del Estado y con el
reconocimiento y respeto de los derechos del hombre.

Los criterios planteados por la escuela positivista, en cambio (entre las cuales se encuentran
el de autor en vez del de acto, y el de peligrosidad o temibilidad, en lugar del de
culpabilidad), se corresponden más con un sistema penal de un Estado autoritario o
totalitario, en virtud de que por partir de una concepción distinta del hombre no garantizan
una mayor limitación de la potestad punitiva, sino que posibilitan su ejercicio ilimitado, y
tampoco reconocen ni respetan de manera considerable los derechos del hombre.

Es incuestionable que los criterios desarrollados por la escuela clásica garantizan con mayor
amplitud los derechos del hombre, como se observa de los principios que fueron acuñándose
desde la segunda mitad del siglo XVIII, que se corresponden con la nueva concepción del
Estado, que es el Estado de derecho o, más concretamente, del Estado democrático de
derecho; entre tales principios resaltan: el principio de legalidad, el principio de legitimidad,
el principio del bien jurídico, el principio de acto, el principio de culpabilidad y el de
presunción de inocencia.

No hay duda de que el Código Penal federal de 1931 receptó en sus aspectos
fundamentales, de manera prioritaria, las orientaciones de la escuela positivista; lo que
quiere decir que el legislador de entonces no tomó tanto en consideración los lineamientos
filosóficos y políticos que se desprenden de la Constitución política, sino que se guío más por
las Corrientes de pensamiento que estaban de moda, no obstante que no compaginaban
con la ideología constitucional.

Moisés Moreno Hernández


“Todo acto de autoridad de hombre a hombre que
no se derive de la absoluta necesidad, es tiránico”.
Cesare de Beccaria

1. Principio De Legalidad: Establece que el Estado en ningún caso podrá imponer pena
o medida de seguridad alguna si no es por la realización de una conducta que
previamente ha sido descrita en la ley como delito o sin que la sanción esté igualmente
establecida en la ley, expresada en la fórmula latina nullum crimen nulla poena sine lege.
Exige que los órganos del Estado ajusten el ejercicio de su poder a lo establecido por la
ley, así mismo también que la propia ley penal que se origina en el ejercicio de ese poder
penal esté diseñada con claridad y precisión, de suerte que de su contenido se derive
seguridad jurídica para los individuos.

2. Principio de Tipicidad: Tiene la función de describir la materia de regulación de las


normas penales, de describir la conducta que la norma penal prohíbe u ordena, y que
constituye un requisito necesario para poder hablar de delito. Y para poder hablar de
pena, uno de sus primeros y necesarios presupuestos lo es precisamente la tipicidad, o
sea, la concretización de los elementos del tipo penal, que exige que el órgano
encargado de aplicar la ley acredite la existencia de tales elementos típicos y considere
únicamente como delito el hecho que reúna dichos elementos señalados en la
descripción legal y así poder concretizar la amenaza penal. Por razón de este principio, se
prohíbe la aplicación retroactiva de la ley penal en perjuicio de persona alguna;
asimismo, queda prohibido imponer, por simple analogía, y aun por mayoría de razón,
pena alguna que no esté decretada por una ley exactamente aplicable al delito de que se
trata.

3. Principio del Bien Jurídico: Establece, por una parte, que en ningún caso deberá
imponerse pena alguna si no es por la realización de una conducta que haya lesionado o,
por lo menos, puesto en peligro un determinado bien jurídico; premisa que, por otra
parte, a nivel legislativo, exige al legislador que en sus regulaciones penales no deberá
prohibir u ordenar conductas si no existe de por medio un bien jurídico que proteger. Es
decir, los tipos penales sólo se justifican en la medida en que con él se trata de proteger
un determinado bien jurídico. Por ello, la consideración del bien jurídico constituye la
razón de ser de los tipos penales y de todo el derecho penal. Este principio tiene que ver
nada menos que con la función que tiene el derecho penal, que es la protección de
bienes jurídicos, sean individuales o colectivos. Pero, por otro lado, no cualquier bien
jurídico justifica la intervención penal para su protección, sino únicamente los bienes
jurídicos que son de fundamental importancia para la vida ordenada en comunidad, cuya
protección no puede lograrse por otro medio jurídico; bienes de poca importancia, por
tanto, deben ser atendidos por otra área del derecho distinta a la penal; lo que está
acorde con la exigencia del “principio de intervención mínima” del derecho penal, de que
a éste no se le debe utilizar para cualquier fin.

4. Principio de Acto: Establece que las normas penales únicamente pueden prohibir u
ordenar conductas humanas (acciones u omisiones), por lo que al sujeto sólo podrá
imponérsele una pena o medida de seguridad “por lo que él hace” y no “por lo que él es”;
se rechaza, por tanto, que las normas prohíban u ordenen meros estados o situaciones
de la persona o formas de conducir su vida. Esto garantiza que a nadie se le impondrá
pena o medida de seguridad alguna por su mera situación personal o forma de conducir
su vida.

5. Principio de Culpabilidad y de Presunción de Inocencia: Conforme a este principio,


“a nadie se le impondrá pena alguna si no se demuestra previamente su culpabilidad”;
por otra parte, “la medida de la pena estará en relación directa con el grado de
culpabilidad del sujeto”, esto es, el límite de la pena no deberá rebasar el límite de la
culpabilidad; lo que quiere decir que la culpabilidad constituye tanto el fundamento
como el límite de la pena. Estrechamente vinculado con esta máxima se encuentra,
también, el “principio de presunción de inocencia”, que atribuye al órgano del Estado la
carga de probar la culpabilidad del sujeto autor de la conducta antijurídica, y que
mientras aquél no demuestre su culpabilidad, se le tendrá por inocente.

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