Álvarez González F. - Los Nuevos Comienzos y La Educación

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Los nuevos comienzos y la educación.

Reflexiones desde el
confinamiento
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May 4, 2020

Freddy Javier Álvarez González1

Después de no haber parado de llover noche y día, a torrentes, durante 10 años en


Macondo, Gabriel García Márquez nos cuenta en Cien Años de Soledad:

“Los sobrevivientes de la catástrofe, los mismos que vivían en Macondo antes de que
fuera sacudido por el huracán de la compañía bananera, estaban sentados en mitad
de la calle gozando de los primeros soles. Todavía conservaban en la piel el verde de
alga y el olor de rincón que les imprimió la lluvia, pero en el fondo de sus corazones
parecían satisfechos de haber recuperado el pueblo en el que nacieron. La calle de los
turcos era otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes de pantuflas y
argollas en las orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas por chucherías,
hallaron en macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de
trashumantes (…) Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo frente a los escombros de
la mesas de juego, los puestos de fritangas, las casetas de tiro al blanco y el callejón
donde se interpretaban los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano segundo
les preguntó con su informalidad habitual de qué recursos misteriosos se habían
valido para no naufragar en la tormenta, como diablos habían hecho para no
ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y
una mirada de ensueño, y todos le dijeron sin ponerse de acuerdo la misma respuesta:
Nadando.”

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¿Como será el día después del COVID-19? ¿Morirá el capitalismo como lo predice Zizek?
¿O se normalizará el Estado de excepción de Agamben? ¿Aparecerá con fuerza una
sociedad híper vigilada y controlada debido a la apropiación de nuestros datos como lo
predice Byung Chaul-Han? ¿Continuará y mejorará la performance de la bio-política de
Foucault y se acentuará la Necro-política de Achille Mbembe, porque el poder decide
quienes mueren y se salvan? ¿O seguiremos en la expansión de las discriminaciones y
los racismos que descubre Expósito debido a la relación estrecha del munus de la
comunidad e inmunidad?

¿Cuál es nuestra certeza del mañana, cuando nadie puede imaginar lo que pasará la
próxima semana? ¿Qué tanto sabemos del futuro cuando los dioses nos han
abandonado, y solo quedamos nosotros, desnudos, frágiles, con el miedo a morir sobre
el que nunca antes pensamos, aunque lo sabíamos desde el momento de nacer, que solo
experimentamos en los otros y nunca en nosotros mismos, cargando nuestros muertos
sin tiempo para llorarlos, ni para hablar de ellos porque son tragados por las cifras en
tiempos de supervivencia mundial, muertos invisibles en las casas y visibles en las calles
por los videos de los celulares de los pobres, con su pobreza cargada desde mucho antes,
acentuada por el Neoliberalismo y convertida en miseria por la Pandemia, gobernados
por el vacío del Estado que no tiene más que la mentira y el autoritarismo, rodeados por
políticos que se ponen la máscara de la falsa preocupación, a fin de esconder sus
miserables y criminales intereses?

Cien años de soledad nos recuerda que venimos de millones de batallas, que no somos
más que supervivientes, y aunque la incertidumbre sea el nombre del futuro, hemos
aprendido a vivir, aunque tengamos algún salario, en el día a día del pueblo pobre y
digno. Estamos seguros de que la vida continuará, no porque lo leímos, sino porque
nuestros viejos, amores, amantes, hijos y amigos y amigas son sus testigos contra el
evangelio de la perdición que ha escrito occidente, el norte y el capitalismo, por la
historia que nos contaron y que existe más allá de las bibliotecas, por la cultura que no
está encerrada en los museos, por la educación que está más allá de las escuelas. Por
todo esto podemos decir a los empresarios que no hay economía sin vida, pues la
muerte no se negocia, y la vida no es una mercancía; que no hay política sin vida, de lo
contrario lo que tenemos son pequeños gestores de la maldad y principiantes de
dictadores; que no hay educación sin vida porque no se trata de saber más sino de vivir
con, vivir para, y no solamente vivir. Que la vida es lo más importante admitiendo que
la muerte es esa parte de la vida que solo puede llegar porque luchamos por ella y la
celebramos, y fuera de este imperativo solo irrumpe la vergüenza y la deshonra que se
ha alcanzado por ejemplo con Guayaquil, el nuevo Kosovo del siglo XXI, que solo
provoca que la santa rabia reemplace el miedo, contra los que no se hicieron cargo de su
responsabilidad, y se exculpan en la mentira.

El Sein zum Tode de Heidegger se ha hecho trizas cuando se ha roto el sueño de una
Unión Europea, o de una América en Latinoamérica por esa derecha inmoral que nos
gobierna mundialmente. Ya no morimos de manera consciente en el existente
ontológico; si bien el virus no discrimina, la mayoría de los que mueren son los viejos,
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los pobres, los negros, los migrantes, que nos recuerdan que el confinamiento es un
privilegio. Aun así, se muere en una doble soledad, la de la muerte misma, porque
morimos solos, y la del confinamiento, porque los cadáveres rompen el cuadro de
cualquier estética, ni siquiera son contados; ya no se muere antes de tiempo, como lo
denunciara Bartolomé de Las Casas, se muere fuera del tiempo y dentro de la ciudad, en
las casas, las tiendas, los cuartos, las calles, sin aviso, sin rituales, sin abrazos y sin
lágrimas. El ser para la muerte sigue siendo una buena noticia para el asesino como
Trump y Bolsonaro, tal como lo pensó Levinas. La muerte es la no respuesta, decía él,
en la que sobran las palabras y los consuelos; luego, solo queda suspendida la pregunta
del por qué en un hilo muy fino, mientras el ángel de la historia de Benjamín , mirando
hacia la destrucción del pasado, es empujado hacia el futuro apocalíptico sino nos
atrevemos a hacer las preguntas insoslayables a partir de la vida y por el buen vivir de
la naturaleza, y de todos, todas y todes.

A pesar de todo, la vida solo existe como duración, es decir, no es un instante, no es el


pasado, no es un mero recuerdo, o solo pesadillas. Bergson en Memoria y Vida decía
que “El universo dura. Cuanto más profundicemos en la naturaleza del tiempo, tanto
más comprenderemos que duración significa invención, creación de formas,
elaboración continua de lo absolutamente nuevo. “Lo que dura no es lo que se
conserva, porque si la vida se guarda se pudre o se vuelve fría como dinero; tampoco la
duración es lo que se copia, ella se reproduce, se reinventa y da lugar a lo nuevo.

En este marco me gustaría preguntar sobre ¿cuáles son los nuevos comienzos para una
educación que es la garantía, como decía Hannah Arendt, de la continuación del
mundo. Una vacuna es imprescindible, la necesidad de tener sistemas de salud públicos
de calidad, es incontestable; un nuevo sistema de salud mundial es necesario, para
prevenir futuras pandemias; un sistema económico que no mercantilice lo común y lo
público y de apertura a la vida, es urgente que mida el crecimiento en términos de
protección de la vida de la naturaleza y de los más vulnerables, que proponga la
felicidad como un indicador mundial, y que no se confunda felicidad con el goce del
consumo, que rompa con ese desequilibrio mortal y escandaloso del 1% que es dueño
del 80% de la riqueza mundial y deja a más de un 50% sin nada, mientras ese otro 49%
se reparte el 20% de la riqueza y defiende la injusticia asesina de ese1%; gobiernos que
no destruya la naturaleza como condición para el desarrollo porque nos hunde en el
subdesarrollo mental y nos condena a la muerte; una política que no construya
fronteras, abierta al otro, consciente que si se hacen guerras recibirá desplazados, que si
explota y coloniza en otros lugares estará cercada de migrantes, una política que sea
consciente de que toda acción hacia afuera repercute adentro; y, sobretodo, de un
sistema de educación como el lugar para construir los nuevos comienzos, los comienzos
que se hagan cargo de lo peor y de lo mejor.

Solo en la educación podemos crear nuevos comienzos que permitan la duración de la


vida, porque la educación no es un asunto de magia, o de poder. Se necesita dinero para
educar, pero, no solo eso. No por tener dinero se es más educado, no por tener poder se
puede conocer más. La educación requiere trabajo, pasión, dedicación y compromiso.
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Un burócrata es un insulto para la educación, un pragmático es un hipócrita educativo.
La educación de los nuevos comienzos es la de los comprometidos con la humanidad,
de los enamorados de la vida, de los y las que sueñan con otros mundos, de los
subalternos, e insubordinados. Cada vez que se educa una niña, un niño o un
adolescente estamos rompiendo con el fatalismo de los aristócratas, distorsionamos las
cifras de los economistas y evitamos la tentación autoritaria de los poderosos. La
educción es un no al destino, por eso compartimos el principio de educabilidad de
Mierieu: todo ser humano es educable, y sin ninguna duda afirmamos que no habrá un
nuevo comienzo sin que la educación sea un derecho humano, un bien público y un
deber del Estado.

¿De qué dependen los comienzos de la educación? Los sistemas nacionales de


educación suelen ser tan mediocres como sus gobernantes y directivos; y tan buenos
como sus maestros y estudiantes. Los comienzos se gestan desde abajo, con ideas,
fuerza, sueños, sacrificio y entrega. Siempre es bueno que haya una autoridad que
empuje, pero lo importante nunca estará allí.

No hay comienzos sin rupturas. Un buen comienzo es romper con el matrimonio entre
capitalismo y educación, que cuando no se hace nos lleva a decir de manera casi
inconsciente que la educación no puede parar. ¿Por qué no puede parar? Acaso
tenemos que hacer creer a los niños y las niñas que afuera pasa nada, no nos damos
cuenta de que tienen tanto miedo como nosotros, por qué repetir la perversión entre
realidad y fantasía que retrata el film La vida es bella. Romper con este sistema es parar
la vulgaridad del discurso del emprendedor como gran invención del capitalismo tardío
que camina hacia la destrucción del planeta y por consiguiente de todo lo que llamamos
humano. La aceleración del capitalismo es nuestra aceleración. Vivimos dentro de un
sistema que nos hace sentir culpables de no producir, aun en el confinamiento, y donde
pensar se volvió una pérdida de tiempo.

Un buen comienzo es reconciliarnos con la lógica de lo viviente. Solo nos acordamos de


la existencia de la naturaleza cuando ella nos demuestra la capacidad de destruirnos
como ahora con un virus que todavía los científicos no se poden de acuerdo si es
biológico o no. Charles S. Cockell, astro-biólogo de la Universidad de Edimburgo, dice:
“no importa si el virus está vivo o no y que no nos pongamos de acuerdo, lo relevante
es conocer su biología, como interactúa y como lo podemos vencer”. Indudablemente
que la noción de vida siempre ha sido un problema, mientras la vida solo era atribuible
a un cierto grupo, los animales, los llamados salvajes, y la naturaleza debían estar a su
servicio.

Llama la atención que a la naturaleza a la que hemos destruido, ahora que nos sentimos
amenazados por ella, invitemos a la guerra. Sobretodo debamos advertir que su
capacidad de destrucción está por encima de cualquier gobierno. Se trata de un
enemigo más destructor que el enemigo de las guerras convencionales. Hasta la
segunda guerra mundial los enemigos eran los países, los estados; desde el 2001 los
enemigos fueron los terroristas que solo podían estar en el mundo árabe. Ahora,
“nuestro enemigo” es global e impredecible. Los enemigos de nuestra civilización
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fueron decididos por países colonizadores y saqueadores y no entre religiones como lo
quiso hace aparecer Huntington; hoy la lucha es contra un enemigo que hace parte de la
lógica viviente como lo señala la filósofa francesa Claire Marin, porque nuestros
cuerpos están marcados por los estragos de los virus y nos recuerdan nuestro origen
animal y aunque encontremos, ojala pronto, una vacuna, tendremos que aprender a
vivir con él, con ellos, porque los virus nunca desparecen.

Luego, ¿estamos en una guerra o en momento inédito? En la guerra siempre hemos


vivido. No son pocos los discursos invitando a hacer una guerra contra la pobreza, o el
analfabetismo. Salir de la guerra y aprovechar de este tiempo inédito es hacer girar la
educación. Sería un error para cualquier sistema de educación seguir formando
estudiantes competitivos y exitosos para un modelo de desarrollo que enriquece a unos
pocos, empobrece a la mayoría, y a todos nos embrutece; que desarrolla nuestra
inteligencia pero que humanamente nos hace miserables; que domina a la naturaleza
cuando en realidad nos encierra en nuestra casa, y en un tipo de vida estresante, en
ambientes contaminados, en delirantes ritmos de consumo, y en la soledad de nuestras
vidas, mientras la naturaleza hace implosión, ahora con sus límites desconocidos para la
ciencia e inadvertidos para el planeta, y pronto en el ya previsible y no escuchado
escenario del Cambio Climático; que forma individuos en la lógica letal y ridícula del
neoliberalismo; que es abrazada por nacionalismos decimonónicos dentro del gran
olvido ontológico de la interdependencia de la especie, la sociedad y el individuo; que
continua en la disciplina porque califica a la trans-disciplina como un asunto de
pedagogos mediocres; que inventa la fantasía de una inteligencia fuera de lo humano
porque cree que existen tecnologías libres e inteligentes; que no rompe con la creencia
en una ciencia sin deseos y sin estar inscrita en una visión-mundo; y que sigue
apostando por las ciencias sin filosofía. El individuo no es autónomo; la sociedad no es
omnipotente; el Estado no es un Leviatán que debe destruir el estado de naturaleza; la
ciencia es una forma de conocimiento entre otros; el mercado no es la solución central
de una sociedad. Tenemos que defender la vida dentro de la lógica de lo viviente.

Por último, un nuevo comienzo, implica profanar lo inevitable. La mascara de lo


inevitable la tiene el capitalismo; el desarrollo occidental, la educación en las
matemáticas y el inglés; un igual modelo de universidad para el planeta; la
globalización del mercado y su estética repetida en nuestro barroco moderno; los
migrantes muriéndose en las pateras que navegan en el Mediterráneo, en Calais,
Lampedusa, Lesbos, en las fronteras de USA-México, España-Melilla, Israel-Palestina,
Turquía-Grecia-Siria; la escandalosa desigualdad y pobreza; la aceleración ebria; la
inteligencia artificial como la oportunidad de nuevas subjetividades.

El virus Covid-19 ha logrado la profanación de lo inevitable, nos coloca a todos, todas y


todes en el momento de lo posible. El filósofo italiano Bifo Berardi escribe en los
cuadernos de la peste: “Lo que no ha podido hacer la voluntad política, podría hacerlo
la potencia mutagena del virus. Pero esa figura debe prepararse imaginando lo
posible, ahora que lo impredecible ha desgarrado el lienzo de lo inevitable”.

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1- Filósofo. Ex rector de la UNAE, Ecuador. Actual investigador de la UNAM, México.

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