Álvarez González F. - Los Nuevos Comienzos y La Educación
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Reflexiones desde el
confinamiento
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May 4, 2020
“Los sobrevivientes de la catástrofe, los mismos que vivían en Macondo antes de que
fuera sacudido por el huracán de la compañía bananera, estaban sentados en mitad
de la calle gozando de los primeros soles. Todavía conservaban en la piel el verde de
alga y el olor de rincón que les imprimió la lluvia, pero en el fondo de sus corazones
parecían satisfechos de haber recuperado el pueblo en el que nacieron. La calle de los
turcos era otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes de pantuflas y
argollas en las orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas por chucherías,
hallaron en macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de
trashumantes (…) Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo frente a los escombros de
la mesas de juego, los puestos de fritangas, las casetas de tiro al blanco y el callejón
donde se interpretaban los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano segundo
les preguntó con su informalidad habitual de qué recursos misteriosos se habían
valido para no naufragar en la tormenta, como diablos habían hecho para no
ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y
una mirada de ensueño, y todos le dijeron sin ponerse de acuerdo la misma respuesta:
Nadando.”
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¿Como será el día después del COVID-19? ¿Morirá el capitalismo como lo predice Zizek?
¿O se normalizará el Estado de excepción de Agamben? ¿Aparecerá con fuerza una
sociedad híper vigilada y controlada debido a la apropiación de nuestros datos como lo
predice Byung Chaul-Han? ¿Continuará y mejorará la performance de la bio-política de
Foucault y se acentuará la Necro-política de Achille Mbembe, porque el poder decide
quienes mueren y se salvan? ¿O seguiremos en la expansión de las discriminaciones y
los racismos que descubre Expósito debido a la relación estrecha del munus de la
comunidad e inmunidad?
¿Cuál es nuestra certeza del mañana, cuando nadie puede imaginar lo que pasará la
próxima semana? ¿Qué tanto sabemos del futuro cuando los dioses nos han
abandonado, y solo quedamos nosotros, desnudos, frágiles, con el miedo a morir sobre
el que nunca antes pensamos, aunque lo sabíamos desde el momento de nacer, que solo
experimentamos en los otros y nunca en nosotros mismos, cargando nuestros muertos
sin tiempo para llorarlos, ni para hablar de ellos porque son tragados por las cifras en
tiempos de supervivencia mundial, muertos invisibles en las casas y visibles en las calles
por los videos de los celulares de los pobres, con su pobreza cargada desde mucho antes,
acentuada por el Neoliberalismo y convertida en miseria por la Pandemia, gobernados
por el vacío del Estado que no tiene más que la mentira y el autoritarismo, rodeados por
políticos que se ponen la máscara de la falsa preocupación, a fin de esconder sus
miserables y criminales intereses?
Cien años de soledad nos recuerda que venimos de millones de batallas, que no somos
más que supervivientes, y aunque la incertidumbre sea el nombre del futuro, hemos
aprendido a vivir, aunque tengamos algún salario, en el día a día del pueblo pobre y
digno. Estamos seguros de que la vida continuará, no porque lo leímos, sino porque
nuestros viejos, amores, amantes, hijos y amigos y amigas son sus testigos contra el
evangelio de la perdición que ha escrito occidente, el norte y el capitalismo, por la
historia que nos contaron y que existe más allá de las bibliotecas, por la cultura que no
está encerrada en los museos, por la educación que está más allá de las escuelas. Por
todo esto podemos decir a los empresarios que no hay economía sin vida, pues la
muerte no se negocia, y la vida no es una mercancía; que no hay política sin vida, de lo
contrario lo que tenemos son pequeños gestores de la maldad y principiantes de
dictadores; que no hay educación sin vida porque no se trata de saber más sino de vivir
con, vivir para, y no solamente vivir. Que la vida es lo más importante admitiendo que
la muerte es esa parte de la vida que solo puede llegar porque luchamos por ella y la
celebramos, y fuera de este imperativo solo irrumpe la vergüenza y la deshonra que se
ha alcanzado por ejemplo con Guayaquil, el nuevo Kosovo del siglo XXI, que solo
provoca que la santa rabia reemplace el miedo, contra los que no se hicieron cargo de su
responsabilidad, y se exculpan en la mentira.
El Sein zum Tode de Heidegger se ha hecho trizas cuando se ha roto el sueño de una
Unión Europea, o de una América en Latinoamérica por esa derecha inmoral que nos
gobierna mundialmente. Ya no morimos de manera consciente en el existente
ontológico; si bien el virus no discrimina, la mayoría de los que mueren son los viejos,
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los pobres, los negros, los migrantes, que nos recuerdan que el confinamiento es un
privilegio. Aun así, se muere en una doble soledad, la de la muerte misma, porque
morimos solos, y la del confinamiento, porque los cadáveres rompen el cuadro de
cualquier estética, ni siquiera son contados; ya no se muere antes de tiempo, como lo
denunciara Bartolomé de Las Casas, se muere fuera del tiempo y dentro de la ciudad, en
las casas, las tiendas, los cuartos, las calles, sin aviso, sin rituales, sin abrazos y sin
lágrimas. El ser para la muerte sigue siendo una buena noticia para el asesino como
Trump y Bolsonaro, tal como lo pensó Levinas. La muerte es la no respuesta, decía él,
en la que sobran las palabras y los consuelos; luego, solo queda suspendida la pregunta
del por qué en un hilo muy fino, mientras el ángel de la historia de Benjamín , mirando
hacia la destrucción del pasado, es empujado hacia el futuro apocalíptico sino nos
atrevemos a hacer las preguntas insoslayables a partir de la vida y por el buen vivir de
la naturaleza, y de todos, todas y todes.
En este marco me gustaría preguntar sobre ¿cuáles son los nuevos comienzos para una
educación que es la garantía, como decía Hannah Arendt, de la continuación del
mundo. Una vacuna es imprescindible, la necesidad de tener sistemas de salud públicos
de calidad, es incontestable; un nuevo sistema de salud mundial es necesario, para
prevenir futuras pandemias; un sistema económico que no mercantilice lo común y lo
público y de apertura a la vida, es urgente que mida el crecimiento en términos de
protección de la vida de la naturaleza y de los más vulnerables, que proponga la
felicidad como un indicador mundial, y que no se confunda felicidad con el goce del
consumo, que rompa con ese desequilibrio mortal y escandaloso del 1% que es dueño
del 80% de la riqueza mundial y deja a más de un 50% sin nada, mientras ese otro 49%
se reparte el 20% de la riqueza y defiende la injusticia asesina de ese1%; gobiernos que
no destruya la naturaleza como condición para el desarrollo porque nos hunde en el
subdesarrollo mental y nos condena a la muerte; una política que no construya
fronteras, abierta al otro, consciente que si se hacen guerras recibirá desplazados, que si
explota y coloniza en otros lugares estará cercada de migrantes, una política que sea
consciente de que toda acción hacia afuera repercute adentro; y, sobretodo, de un
sistema de educación como el lugar para construir los nuevos comienzos, los comienzos
que se hagan cargo de lo peor y de lo mejor.
No hay comienzos sin rupturas. Un buen comienzo es romper con el matrimonio entre
capitalismo y educación, que cuando no se hace nos lleva a decir de manera casi
inconsciente que la educación no puede parar. ¿Por qué no puede parar? Acaso
tenemos que hacer creer a los niños y las niñas que afuera pasa nada, no nos damos
cuenta de que tienen tanto miedo como nosotros, por qué repetir la perversión entre
realidad y fantasía que retrata el film La vida es bella. Romper con este sistema es parar
la vulgaridad del discurso del emprendedor como gran invención del capitalismo tardío
que camina hacia la destrucción del planeta y por consiguiente de todo lo que llamamos
humano. La aceleración del capitalismo es nuestra aceleración. Vivimos dentro de un
sistema que nos hace sentir culpables de no producir, aun en el confinamiento, y donde
pensar se volvió una pérdida de tiempo.
Llama la atención que a la naturaleza a la que hemos destruido, ahora que nos sentimos
amenazados por ella, invitemos a la guerra. Sobretodo debamos advertir que su
capacidad de destrucción está por encima de cualquier gobierno. Se trata de un
enemigo más destructor que el enemigo de las guerras convencionales. Hasta la
segunda guerra mundial los enemigos eran los países, los estados; desde el 2001 los
enemigos fueron los terroristas que solo podían estar en el mundo árabe. Ahora,
“nuestro enemigo” es global e impredecible. Los enemigos de nuestra civilización
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fueron decididos por países colonizadores y saqueadores y no entre religiones como lo
quiso hace aparecer Huntington; hoy la lucha es contra un enemigo que hace parte de la
lógica viviente como lo señala la filósofa francesa Claire Marin, porque nuestros
cuerpos están marcados por los estragos de los virus y nos recuerdan nuestro origen
animal y aunque encontremos, ojala pronto, una vacuna, tendremos que aprender a
vivir con él, con ellos, porque los virus nunca desparecen.
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1- Filósofo. Ex rector de la UNAE, Ecuador. Actual investigador de la UNAM, México.
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