EL GUERNICA DE PICASSO - Algunas Notas Explicativas

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EL GUERNICA DE PICASSO

La obra ampliamente conocida como El Guernica de Pablo Picasso, es el cuadro de protesta ante la guerra,
de mayor importancia del siglo veinte y quizás de la historia de la pintura. Realizado por el artista español
en escasas seis semanas, esta obra capital del arte contemporáneo ha sido considerada como el primer
cuadro histórico del pasado siglo donde se manifiesta la decidida intervención de la cultura en la lucha
política.

Pablo Picasso da la alerta ante el mundo, sobre la irresponsabilidad de la ciencia puesta al servicio del
poder y acusa, de manera categórica el fracaso de la civilización occidental descarriada la matanza Aunque
la obra ha sido sugerida por un hecho bélico concreto: el bombardeo a la villa vasca de Guernica, Picasso no
denuncia una guerra en particular sino el inicio de una tragedia apocalíptica. Desde los primeros meses del
año, (1937), los aviones nazifascistas se ensañaron contra la pacífica población vasca, que no representaba
ningún objetivo militar por encontrarse lejos de los campos de batalla, bombardear era un hecho normal
dentro de la estrategia fascista a fin de amedrentar a los pacíficos pobladores. Pero ese fatídico 27 de abril
un ataque aéreo con aviones alemanes Junkers y Heinkel al servicio de Franco sembraron el pánico y la
muerte ante la población indefensa. Los métodos bélicos han cambiado a través de la historia, pero la
repercusión de la guerra es inmutable y arquetípica.

En su atelier de París, Picasso reacciona ante el monstruoso crimen; el artista no empuña un fusil, no
redacta un manifiesto, emplea el modo más eficiente que conoce para expresar su dolor ante la tragedia.
En una de sus pocas declaraciones a la prensa francesa dijo Picasso “No, la pintura no está hecha para
decorar salones, es un instrumento defensivo y ofensivo contra el enemigo”… “La lucha española es la
batalla librada por la reacción contra el pueblo y la libertad. Mi vida entera ha sido una lucha contra la
reacción y la muerte del arte. En el mural que estoy trabajando, y que llamaré Guernica, y en todas mis
obras recientes, expreso mi execración de la casta que ha hundido a España en un océano de dolor y
muerte” .

El poeta bilbaíno Juan Larrea evoca el escenario del crimen: “Guernica, el nombre de la pacífica villa vasca,
apenas conocida fuera de la región, protegida por las murallas de un lenguaje recóndito desconocido por el
resto del mundo, salta de repente a la escena internacional para convertirse en la capital del dolor”.

Era lunes, eran las cuatro de la tarde, en un pacífico día en el que la población se volcaba a las calles en la
actividad propia de mercado, la villa, de unos siete mil habitantes, fue literalmente asolada. El ataque aéreo
sembró el pánico y la muerte en la población indefensa Luego del bombardeo, relata Larrea, “los aviones
volando a ras, ametrallaron a los pobladores que huían despavoridos. Tres horas y media de muerte y
horror fueron suficientes para reducir a escombros la antigua capital y sede de las libertades del pueblo
vasco.” La noticia se extendió rápidamente y como una mancha negra de culpa fue ensombreciendo la
conciencia de Europa. En los medios democráticos franceses la indignación ascendió a niveles sofocantes; la
noticia corrió por todo París donde la comunidad intelectual elevó su voz de protesta por el monstruoso
crimen.

El estudio de Picasso se convirtió en centro de reuniones políticas. En los primeros días del mes de enero
del año de 1937 desgarrada España en la guerra civil, Picasso recibe del gobierno republicano, el encargo
de realizar un gran mural para el pabellón español en la Feria Internacional de París que había de abrir sus
puertas en el verano de ese mismo año.

ANÁLISIS DE LA OBRA.

El 1° de mayo, a escasos cuatro días del bombardeo, Picasso comienza el mural. Los primeros bocetos
contienen ya toda la figuración mitológica del cuadro.
El toro, el caballo, una mujer que empuña una lámpara, y otra que clama. Picasso se preocupa por mostrar
la claridad de la línea, esboza, dibuja, reorganiza, reduce las formas a lo esencial, la base del trabajo es el
dibujo. Fueron necesarios 45 estudios preliminares en los que los personajes son desplazados de un lado a
otro del enorme bastidor. Sólo la figura del toro permanece calmo e inmutable a través de todo el proceso
de realización del cuadro.

Picasso la inmortaliza en la inmensa figura de mujer que en actitud enérgica empuña la lámpara y en todas
las figuras femeninas de ese período. Dentro de un formato irregular y nunca antes empleado por el artista
de 3,51m x 7,82 m la composición muy libre a primera vista, construida sobre formas geométricas básicas,
recuerda a Poussine, el más genial representante del ideal clásico.

Para expresar su alegoría plenamente, emplea el triángulo que remite a la universalidad del Partenón, el
vértice divide el lienzo en dos grandes rectángulos en los que las figuras están colocadas respetando una
simetría bilateral. La gama de colores seleccionados fue la más austera como convenía a la narración de
una catástrofe. Nada más que blanco, gris azulado y negro, la técnica empleada fue el óleo. Las líneas
firmemente dibujadas encierran los planos destinados a llenarse de color, señala Giulio Carlo Argan que el
artista no emplea el color, ya que el color es naturaleza, naturaleza es vida, en el cuadro no hay vida, en el
cuadro solo percibimos angustia y muerte.

Toda la obra de Picasso constituye una sucesión de estudios, tanteos, esquematizaciones, trazos rápidos,
dibujo informal cuya justificación general radica en este enigma portentoso. Es evidente la relación de esta
obra con trabajos anteriores, como las Señoritas de Avignon, las descomposiciones cubistas y en particular
con los aguafuertes de la minotauromaquia” y de la serie: “Sueño y mentira de Franco”.

Aunque podemos observar una fragmentación del espacio, el procedimiento seguido no es cubista, la
perspectiva se evidencia en los planos del fondo, en la figura del guerrero del primer plano, en el biselado
de la ventana, en el esmerado tratamiento dado al caballo, y la inclinación de la mesa sobre la que se posa
una paloma. Hay también gradación de valores y ritmos crecientes de acentos. En esta obra, el lenguaje
cubista encaminado a la descripción analítica de la realidad, hace explosión, se desintegra. “El análisis
cognoscitivo se convierte en fragmentación violenta y destructiva. Pero, así como los medios científicos y
tecnológicos que el enemigo utilizó contra la población vasca fueron violentos y destructivos”.

La violencia y la muerte fragmentan y mecanizan los rostros y miembros de los personajes. Picasso
comprendió que la atrocidad de la guerra estaba dentro de la lógica de la llamada civilización tecnológica.
La luz de la obra está dada por la alternancia de planos blancos y negros y emana de la bombilla eléctrica
que ilumina con una fuerza tal que parece enceguecer al caballo y disolver su forma. Irradia como una
pirámide invertida, iluminando particularmente los rostros. En medio de la ambigüedad de espacio, la
ventanita del ángulo superior derecho, cumple funciones de perspectiva, pero también es fuerte de luz,
ésta es simbólica, y emite un mensaje de esperanza. No obstante, es el candil de aceite, portador del
espíritu simbolizado por la llama, el que proporciona el significado más relevante.

El brazo enérgico que lo empuña, intenta frenar con la luz del entendimiento, el avance del oscurantismo
en el que las fuerzas franquistas han precipitado a España.

El cuadro nos muestra siete figuras principales distribuidas simétricamente: Un caballo al centro, a su
izquierda un toro, una figura femenina con un niño en brazos y un personaje derribado empuñando una
espada. A la derecha tres personajes femeninos. Aunque la distribución es simétrica, el acento, plástica y
conceptualmente se carga sobre el grupo de la izquierda.

Las otras figuras: una espada rota, una herradura, un ramito de laurel sobre el plano inferior del cuadro y
una paloma en actitud de levantar el vuelo, a la izquierda, aunque de menor alcance compositivo, poseen
todas ellas una profunda significación simbólica. Todo el lienzo se encuentra fuera de sí preso de una
agitación. La ambigüedad de las figuras del caballo y el toro han suscitado múltiples interpretaciones, sólo
la sensibilidad latina ha sido capaz de dar una respuesta acertada. Juan Larrea, el poeta de la resistencia
española de profunda raigambre íbera dio una interpretación que recibió la aprobación del pintor y de la
que nosotros nos hacemos eco. Desde los primeros bocetos el toro aparece a la izquierda del cuadro, bello,
impasible, retador, con rostro humano. Desde las culturas más antiguas, es símbolo de fuerza, vinculado al
sol por su fecundidad y visto con agrado por los dioses. Para ese momento el artista había retomado el
tema de las corridas, tratado 30 años antes. El toro es para el poeta vasco, el “tótem peninsular, a cuyo
sacrificio los españoles asisten con apasionado entusiasmo”, es la víctima y el héroe sacrificado cargado de
prestigio; en él se acumulan energías viriles que agota en esta lucha desigual”.

Para el español no existe animal de nobleza comparable a la del toro. En la serie Sueño y Mentiras de
Franco, Picasso lo presenta en actitud de embestir a una grotesca figura cuyo significado es evidente. En la
minotauromaquia de 1935, Picasso manipula el argumento, se identifica con el minotauro y el monstruo es
el caballo.

En Guernica, el toro en actitud de olímpico desprecio, impertérrito mira al caballo convulso y con su cuerpo
protege a la figura de la mujer con el niño en brazos. Una característica constante a través de todos los
bocetos y dibujos previos es la expresión de los ojos poderosos y abiertos que contrastan con los
desquiciados del caballo. Una vez hechas estas consideraciones no se duda en admitir que el toro
representa al pueblo español, es Picasso mismo. El otro personaje polémico ha sido el caballo, ocupa el
centro de la tela y es sin duda la figura más elaborada del conjunto, difiere de las otras casi planas por la
volumetría y la dislocada complejidad del diseño. Indiscutiblemente es el protagonista. Desde los primeros
bocetos el caballo es visto derribado, convulsivo y agónico. Luego por las exigencias plásticas, el artista
levanta el cuerpo del animal, quien prorrumpe un aterrador relincho para caer de rodillas. Los ojos, a los
que Picasso en toda su obra concedió siempre particular importancia, en el equino, son pequeños y
estrábicos si los comparamos con los soberbios y cargados de expresividad del toro. No es difícil advertir la
animadversión que Picasso expresa hacia el caballo. A quien muestra arrodillado y castigado. Esta figura
que dio lugar al mayor número de bocetos y estudios parciales y con la que el pintor se ensaña, Larrea nos
lo muestra como las fuerzas nacionalistas de Franco. En la mitología el caballo es un ser telúrico,
amenazante. En Asia Central y pueblos indogermánicos, tenía relación con el reino de los muertos, en
algunos seres mixtos griegos, la parte del caballo simboliza los instintos animales incontrolables. En toda la
obra de Picasso es una bestia de características inquietantes, que hostiliza, agrede o agoniza. En la
Crucifixión de 1930, quien lacera el costado de Cristo, no es el centurión Longinos con su lanza, es la vara
que empuña el “picador”, este funesto centauro moderno que en la corrida de toros es estrepitosamente
rechazado por el público. Sólo cuando lo representa alado, lo libera de estas cualidades oscuras, de esta
forma el caballo ilustra los aspectos positivos, lo enviste de nobleza y lo hace trascender a dimensiones
olímpicas. La madre con el niño en brazos es otro de los personajes principales; así lo indican los numerosos
bocetos que el artista le dedicó. El ademán del toro frente a la madre es visto por Larrea como una estrecha
correlación entre ambos personajes: “casi boca a boca en comunidad de aliento, la del toro o pueblo
español y la suya, la madre clama por su hijo agónico”. En un momento de la realización de la obra Picasso
muestra al niño con una herida mortal en el cuello, que el artista insinúa con un pequeño collage de papel
rojo, que una vez concluida la obra, Picasso, en un gesto de rebeldía, retiró para no cerrar las puertas a la
esperanza. Dentro del conjunto, el papel del toro acrecienta su importancia, está protegiendo con su
cuerpo a la madre y al niño, el presente y el futuro de España.

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