Guia 9-3
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Tema: La conversión
MOMENTO INTERPRETATIVO
MOMENTO ARGUMENTATIVO
Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha
cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la
predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su
Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la
Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la
remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta
segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los
pecadores" y que siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar
la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el
movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a
responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de
infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc22,61) y, tras la resurrección
del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también
una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap
2,5.16).
Conversión como metanoía
1. La mujer en la casa de Simón (Lucas 7.36–50): Esta mujer había sido una vil
Ejemplospecadora,
de la conversión
pero habiéndose arrepentido de su iniquidad, aceptó a Cristo como su
Salvador y Señor, y fue limpiada de sus pecados. Al comprender la maravillosa gracia
de Dios de salvar a una persona tan miserable como ella, su gratitud y lealtad no
conocieron límites. Jesús la alabó por su devoción abnegada.
2. Saulo de Tarso (Hechos 9.1–18): Este tal vez es el ejemplo más claro que aparece
en la Biblia sobre la conversión de un ser humano. Al ser convertido, Saulo dejó de
oponerse al cristianismo y llegó a ser un gran defensor de la fe. Un arrepentimiento
genuino, la humildad, la entrega completa, la obediencia a Dios, el deseo de aprender
y la voluntad de sufrir por causa de Cristo fueron algunas de las cosas que
experimentó Saulo en su vida desde el momento que se convirtió.
3. De 22:4 y 26:9-11 haz una lista de todo el daño que hacía Saulo a los cristianos:
(22:4)_________________ • (22:4)________________ • (26:10)________________
4. ¿Puede la religión producir en los hombres los frutos que provienen de Dios?
Sí o No ¿Por qué?
MOMENTO INTERPRETATIVO
MOMENTO ARGUMENTATIVO
Jesús pide una entrega radical, que solamente puede pedir Dios. Explicando las
condiciones que se requieren para seguirle, el Señor, indirectamente, revela su
identidad divina. Él es más que un profeta. Siguiéndole a Él se hace concreta la
observancia del primer mandamiento de la ley de Dios: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”. Seguir a
Jesús es responder, con la propia vida, al amor de Dios.
Esta primacía de Dios, esta renuncia a divinizar lo que no es divino, que Jesús
pone como condición para ser discípulo suyo, la recoge San Benito al indicar la
finalidad de su regla: “No anteponer absolutamente nada al amor de Cristo”. Ni
los lazos familiares, ni los bienes, ni el amor a uno mismo pueden tener la
precedencia. El primer lugar le corresponde a Dios, que ha salido a nuestro
encuentro en la Persona de Cristo.
El Señor, caminando delante de nosotros, nos indica cómo hacer real este programa exigente. Pide
renuncia aquel que se anonadó a sí mismo; pide pobrezael que por nosotros se hizo pobre; pide llevar
tras Él la cruz aquel que se hizo obediente hasta la muerte. Conformando nuestros pensamientos,
nuestras palabras y nuestras acciones con los del Señor responderemos a la primera vocación del
cristiano, que no es otra que seguir a Jesús (cf Catecismo 2232).
La capacidad para construir el edificio de la propia vida y la fuerza para salir airosos del combate no
provienen de nosotros mismos, sino de Dios. El seguimiento de Cristo no es una escalada en solitario
reservada a unos pocos héroes, sino una ascensión que realizamos unidos a Él. San Juan es el
evangelista que pone de relieve este aspecto con mayor claridad: no se trata sólo de escuchar a Jesús o
de caminar detrás de Él, se trata de vivir en comunión con Él, permaneciendo en Él, como los
sarmientos permanecen unidos a la vid (cf Jn 15,4).
Mediante los sacramentos y la oración recibimos la gracia de Cristo y los dones del Espíritu Santo que
hacen posible esta comunión. El libro de la Sabiduría se pregunta: “¿quién rastreará las cosas del cielo,
quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?” (cf Sb
9,13-18). Es el Espíritu Santo el quien nos sana de las heridas del pecado y nos renueva interiormente
para vivir como hijos de la luz.
Como el Salmista, también nosotros nos acogemos a la memoria de la fe para no tener miedo, para no
flaquear en este camino del seguimiento, que es el camino de la auténtica felicidad: “Señor, tú has sido
nuestro refugio de generación en generación” (Sal 89). Apelamos a la misericordia de Dios, a su
compasiva bondad, para que “haga prósperas las obras de nuestras manos”.
2) ¿Qué debemos hacer para seguir a Cristo, desde nuestra condición de creyentes?.
4) Relieve del texto las frases o palabras que más te llaman la atención
7) Elabora algunas consignas o grafitis, donde invites a tus compañeros a seguir a Cristo, para
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MOMENTO ARGUMENTATIVO
Toda la existencia de Jesús estuvo comprometida con los problemas de sus contemporáneos. La razón
de esta actitud de Jesús fue su convencimiento de que el mensaje de amor de Dios debe vivirse con los
que más lo necesitan. Como Jesús, el cristiano debe comprometerse por exigencia de su fe en Dios. En
respuesta a las suplicas de su pueblo, Dios entrego la nueva Ley que son los Mandamientos que el
hombre
Debe compartir, respetar y cumplir.
“Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19, 17)
Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien porque él es el Bien. Pero Dios ya respondió a esta pregunta:
lo hizo creando al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón (cf.
Rm 2, 15), la “ley natural”. Ésta “no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a
ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz y esta ley en la creación”. Después lo
hizo en la historia de Israel, particularmente con las “diez palabras”, o sea, con los mandamientos del Sinaí,
mediante los cuales él fundó el pueblo de la Alianza (cf. Ex 24) y lo llamó a ser su “propiedad personal entre todos
los pueblos”, “una nación santa” (Ex 19, 5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (cf. Sb
18, 4; Ez 20, 41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza nueva, cuando la ley será escrita
nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cf. Jr 31, 31-34), para sustituir la ley del pecado, que
había desfigurado aquel corazón (cf. Jr 17, 1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará “un
espíritu nuevo”, el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28)
Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; él
mismo los confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se
vincula con una promesa: en la antigua alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la que el
pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia (cf. Dt 6, 20-25); en la nueva alianza el objeto de la promesa
es el “reino de los cielos”, tal como lo afirma Jesús al comienzo del “Sermón de la montaña” discurso que contiene
la formulación más amplia y completa de la Ley nueva (cf. Mt 5-7), en clara conexión con el Decálogo entregado
por Dios a Moisés en el monte Sinaí. A esta misma realidad del reino se refiere la expresión vida eterna, que es
participación en la vida misma de Dios; aquélla se realiza en toda su perfección sólo después de la muerte, pero,
desde la fe, se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente participación
de una plenitud en el seguimiento de Cristo. En efecto, Jesús dice a sus discípulos después del encuentro con el
joven rico: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi
nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna” (Mt 19, 29).
La respuesta de Jesús no le basta todavía al joven, que insiste preguntando al Maestro sobre los mandamientos que
hay que observar: "¿Cuáles?", le dice él (Mt 19, 18). Le interpela sobre qué debe hacer en la vida para dar
testimonio de la santidad de Dios. Tras haber dirigido la atención del joven hacia Dios, Jesús le recuerda los
mandamientos del Decálogo que se refieren al prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Mt 19, 18-19).
Jesús no pretende detallar todos y cada uno de los mandamientos necesarios para «entrar en la vida» sino, más
bien, indicar al joven la “centralidad” del Decálogo respecto a cualquier otro precepto, como interpretación de lo
que para el hombre significa “Yo soy el Señor tu Dios”. Sin embargo, no nos pueden pasar desapercibidos los
mandamientos de la Ley que el Señor recuerda al joven: son determinados preceptos que pertenecen a la llamada
“segunda tabla” del Decálogo, cuyo compendio (cf.Rm 13, 8-10) y fundamento es el mandamiento del amor al
prójimo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19, 19; cf. Mc 12, 31). En este precepto se expresa
precisamente la singular dignidad de la persona humana, la cual es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha
amado por sí misma. En efecto, los diversos mandamientos del Decálogo no son más que la refracción del único
mandamiento que se refiere al bien de la persona, como compendio de los múltiples bienes que connotan su
identidad de ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con el prójimo y con el mundo material. Como leemos
en el Catecismo de la Iglesia católica, “los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan al
mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto,
indirectamente, los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana”
Los mandamientos constituyen, pues, la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su
verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio. «La primera libertad
—dice san Agustín— consiste en estar exentos de crímenes..., como serían el homicidio, el adulterio, la
fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos
crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el
inicio de la libertad, no la libertad perfecta...”
Todo ello no significa que Cristo pretenda dar la precedencia al amor al prójimo o separarlo del amor a Dios. Esto
lo confirma su diálogo con el doctor de la ley, el cual hace una pregunta muy parecida a la del joven. Jesús le
remite a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo (cf. Lc 10, 25-27) y le invita a recordar que
sólo su observancia lleva a la vida eterna: “Haz eso y vivirás” (Lc 10, 28). Es, pues, significativo que sea
precisamente el segundo de estos mandamientos el que suscite la curiosidad y la pregunta del doctor de la ley:
“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29). El Maestro responde con la parábola del buen samaritano, la parábola-clave
para la plena comprensión del mandamiento del amor al prójimo (cf. Lc 10, 30-37).
Los dos mandamientos, de los cuales “penden toda la Ley y los profetas” (Mt 22, 40), están profundamente unidos
entre sí y se compenetran recíprocamente. De su unidad inseparable da testimonio Jesús con sus palabras y su vida:
su misión culmina en la cruz que redime (cf. Jn 3, 14-15), signo de su amor indivisible al Padre y a la humanidad
(cf. Jn 13, 1).
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son explícitos en afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta
en la observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a Dios. San Juan lo afirma con
extraordinario vigor: «Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama
a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (Jn 4, 20). El evangelista se hace eco de la
predicación moral de Cristo, expresada de modo admirable e inequívoco en la parábola del buen samaritano (cf. Lc
10, 30-37) y en el “discurso” sobre el juicio final (cf. Mt 25, 31-46).
En el “Sermón de la montaña”, que constituye la carta magna de la moral evangélica, Jesús dice: “No penséis que
he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17). Cristo es la
clave de las Escrituras: “Vosotros investigáis las Escrituras, ellas son las que dan testimonio de mí” (cf. Jn 5, 39);
él es el centro de la economía de la salvación, la recapitulación del Antiguo y del Nuevo Testamento, de las
promesas de la Ley y de su cumplimiento en el Evangelio; él es el vínculo viviente y eterno entre la antigua y la
nueva alianza.
Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios —en particular, el mandamiento del amor al prójimo—,
interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente
INFORMATE: En tiempos de Jesús, la Ley o Torá y el templo formaban el eje
porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias. Jesús muestra que los mandamientos no deben ser
entendidos como un límitecentral
mínimode lano
que religión
hay quejudía. La Torá
sobrepasar, corresponde
sino a losabierta
como una senda cinco primeros librosmoral
para un camino de la
y espiritual de perfección, Biblia escritosinterior
cuyo impulso por Moisés en el(cf.monte
es el amor Col3, Sinaí, donde
14). Así, se encuentra
el mandamiento “Noconsignado el
matarás”, se
Decálogo o los Diez Mandamientos de la ley de Dios. En aquella época
transforma en la llamada a un amor solícito que tutela e impulsa la vida del prójimo; el precepto que prohíbe el todos los
adulterio, se convierte en días sábadosaseuna
la invitación reunían
miradalos creyentes
pura, capaz deenrespetar
las sinagogas, que eran
el significado escuelas
esponsal donde
del cuerpo:
“Habéis oído que se dijo a se
losenseñaba e interpretaba
antepasados: No matarás; la Torá.que
y aquel Demate
esta será
forma
reolo describe
ante la Biblia
el tribunal. enosuno
Pues yo de
digo:
Todo aquel que se encolerice contra su
sus pasajes. hermano, será reo ante el tribunal... Habéis oído que se dijo: No cometerás
adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”
(Mt 5, 21-22. 27-28). Jesús mismo es el “cumplimiento” vivo de la Ley, ya que él realiza su auténtico significado
con el don total de sí mismo; él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a su seguimiento, da, mediante
el Espíritu, la gracia de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las
decisiones y en las obras (cf. Jn 13, 34-35).
MOMENTO PROPOSITIVO
Re
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Grado: Noveno
MOMENTO INTERPRETATIVO
MOMENTO ARGUMENTATIVO
Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas
hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una
tierra, sino al Reino de los cielos:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra
vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos. (Mt 5,3-12)
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los
fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes
características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las
tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan
inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.
El deseo de felicidad
Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha
puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer: “Ciertamente
todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta
proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada” (San Agustín).
“¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque
para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti” (San Agustín).
Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios
nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al
conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.
MOMENTO PROPOSITIVO
1. ¿Por qué las bienaventuranzas corresponden al deseo de felicidad del ser humano?
2. Escoge una de las bienaventuranzas y explícala
3. ¿Qué relación tiene el video con la explicación de las bienaventuranzas?
4. ¿A quiénes preferimos nosotros más, a los ricos o a los pobres? Comparar nuestro comportamiento
con el comportamiento de Jesús.
5. ¿Pensamos que podemos ser felices siendo pobres? ¿Por qué sí o no?
6. ¿Por qué dice Jesús que los pobres son felices? ¿A qué clase de pobres se refiere? ¿Y a qué clase de
felicidad?
7. ¿Qué significa, según Jesús, tener hambre y sed de justicia? ¿A qué clase de justicia se refiere él?
8. ¿Por qué sin esta hambre y sed de justicia pierden sentido las otras bienaventuranzas?
9. ¿Por qué dice Jesús que son felices los que sufren persecución por causa de la justicia?
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MOMENTO INTERPRETATIVO
MOMENTO ARGUMENTATIVO
Inicia cuando el hombre vive conforme a las normas éticas. Sus acciones
o caracteres tienen un comportamiento humano, respetuoso y bondadoso.
Las virtudes cardinales, llamadas también virtudes morales, son aquellas virtudes que son esenciales
para las relaciones humanas y el orden social. Las virtudes cardinales son aquellos valores principales y
fundamentales.
Las virtudes cardinales son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Se complementan con las
virtudes teologales, que son la fe, la esperanza y la caridad.
Prudencia: es una virtud que tiene como propósito enmendar o sanar la ignorancia de
entendimiento. La prudencia es la capacidad de reflexionar antes de hablar o actuar, así como de
evaluar el modo y los medios adecuados para intervenir en una situación.
La práctica de la prudencia implica seguir al menos tres elementos esenciales, los cuales son: pensar
con madurez, decidir con sabiduría y actuar para el bien. Todo ello implica un proceso de reflexión
continua.
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con
los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones
humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común.
La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la
búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en
la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer
frente a las pruebas y a las persecuciones.
La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el
uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los
deseos en los límites de la honestidad.
El deseo de recompensa por una conducta estimada buena y de castigo de una acción condenada
Retribución eterna
como mala, es decir, del pago justo y del justo castigo, forma parte del sentido moral y jurídico
común. La idea de retribución está relacionada con la de responsabilidad y con la de mérito para
las acciones buenas realizadas. También el concepto de justicia, entendido en pos del derecho
romano y de la concepción de santo Tomás como "dar a cada uno lo suyo"
Define con tus palabras cada una de las virtudes y relaciona cada una de ellas con la felicidad.
¿Qué diferencia hay entre felicidad, plenitud y placer?
¿La rutina puede impedir ser feliz? ¿Por qué?
1. Elabora y redacta un escrito sobre la importancia de la moral cristina, teniendo como referente los
actos humanos que a diario se observa en la sociedad que nos rodea.
2. ¿Qué diferencia hay entre felicidad, plenitud y placer?
3. ¿La rutina puede impedir ser feliz? ¿Por qué?
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MOMENTO INTERPRETATIVO
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MOMENTO ARGUMENTATIVO
Las cartas que se nos presentan en el Nuevo Testamento, nos introducen al encuentro de
Jesús y nuestras comunidades cristianas, en ellas se reflejan la visión profética del Dios de
amor y como en las mismas nos dan a conocer situaciones concretas que algunos pueblos
estaban viviendo.
Cartas a los Romanos, primera y segunda carta a los Corintios, carta a los Gálata, carta a los Efesio, carta
a los Filipenses, carta a los Colosenses, primera y segunda carta a los Tesalonicenses, primera y segunda
carta a Timoteo, carta a Tito, carta a Filemón, carta a los Hebreos, carta de Santiago, primera y segunda
carta de Pedro, carta de Judá, primera, segunda y tercera carta de Juan.
Todas estas cartas conforman un nuevo estilo literario dentro del nuevo testamento que nos ayudan a
obtener un mensaje claro y profundo de la vida de Jesús y las comunidades que vivían bajo una forma y
manera, y el deseo ardiente de llevar a cabo el mensaje de salvación que el maestro les enseño o
escucharon por medio de los discípulos.
Dentro del estilo de organización de las cartas las podemos encontrar de las siguientes formas. Las cartas
paulinas que están dirigidas en varias secciones, luego la carta a los hebreos y por último las llamadas
cartas católicas.
Leer Filp. 4,2-9 y responder las siguientes preguntas: ¿Cómo es la relación entre Pablo y la comunidad de
Filipos?, ¿Cómo podemos vivir hoy nosotros los consejos que Pablo da a la comunidad?
Leer las tres cartas pastorales y hacer una lista de los deberes y actitudes de los Pastores hacia la
comunidad y de la comunidad hacia los pastores. Comparar con la realidad de la comunidad local.
Leer 1Jn 1,1-4 y responder las siguientes preguntas: ¿Qué es lo que Juan anuncia?, ¿Cómo llegó a conocer
lo que anuncia?, ¿Para qué lo anuncia a los demás creyentes?
Lee Sant 1,2-27 y Sant 2,1-26 y anotan las características de la fe que muestran los textos.
Realizar en una cartulina un librero con las secciones de las cartas del nuevo testamento