Cuadernos Del Centro de Estudios Estanislao Zuleta para La Reflexión y La Crítica. No. 4

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Cuadernos del

Centro de Estudios Estanislao Zuleta


para la Reflexión y la Crítica

Eduardo Gómez
Observaciones críticas sobre la función
estética y social de la poesía
Carlos Mario González
La mujer moderna en el laberinto del amor,
el matrimonio y la familia
Leandro Sánchez
Marxismo y feminismo. Una relación
con potencial emancipatorio
Karl Marx
Historia del comercio del opio
CUADERNOS DEL
CENTRO DE ESTUDIOS ESTANISLAO ZULETA
PARA LA REFLEXIÓN Y LA CRÍTICA
ISSN: 2619-5275

CUADERNOS DEL CENTRO DE


ESTUDIOS ESTANISLAO ZULETA
PARA LA REFLEXIÓN Y LA CRÍTICA

4
Cuadernos del Centro de Estudios Estanislao Zuleta para la
Reflexión y la Crítica
Número 4. Periodicidad cuatrimestral
Primera edición. Junio de 2018
ISSN: 2619-5275
La publicación de este cuaderno fue posible gracias al trabajo de los
miembros del Centro de Estudios Estanislao Zuleta.

Director editorial
Mateo Cañas Jaramillo
Portada
Santiago Piedrahíta Betancur
Diseño y diagramación
Alejandra Salazar Castaño
Edición
Comité Editorial CEEZ
Impresión
Todográficas Ltda. Medellín, Colombia
Contáctenos
Correo [email protected]
Sitio web www.ceez.org
Facebook www.facebook.com/CEEZMDE/
Twitter @CEEZMDE
Estos materiales han sido editados para que cualquier persona pueda
acceder a ellos. La intención de los editores es que sean utilizados
lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para
permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir el contenido
parcial o totalmente, se respete su autoría.
«Es en el conocimiento de las auténticas condiciones de
nuestra vida donde nos es necesario poner la fuerza de
vivir y las razones para la acción»
—Simone de Beauvoir
ÍNDICE

Presentación ................................................................................. 11
Prólogo ......................................................................................... 15
Sarah Daniela Quintero
Observaciones críticas sobre la función estética y social de la poesía ... 23
Eduardo Gómez
La mujer moderna en el laberinto del amor, el matrimonio y la
familia ........................................................................................ 51
Carlos Mario González
Marxismo y feminismo. Una relación con potencial emancipatorio .. 145
Leandro Sánchez
Historia del comercio del opio ...................................................... 179
Karl Marx
PRESENTACIÓN

El Centro de Estudios Estanislao Zuleta (CEEZ) es


una organización de una treintena de personas, jóvenes
en su mayoría, comprometidas con el estudio y la ac-
ción social. Por este motivo nuestros seminarios y gru-
pos de estudio tienen entre sus objetivos principales la
potenciación de algunos de sus participantes para la in-
tervención en escenarios públicos, con una idea política
común, pero con un discurso y una singularidad propia.
Actualmente contamos con cinco seminarios de for-
mación permanente: Leer El Capital, donde estudiamos
la gran obra de Marx siguiendo la noción de estructura
social; El ser y el lenguaje, donde tratamos de identificar
la noción de estructura subjetiva desde la lingüística y el
psicoanálisis; Lectura de la obra édita e inédita de Estanislao
Zuleta, donde seguimos la obra de nuestro maestro des-
tacando su capacidad de poner en diálogo las estruc-
turas de estos dos saberes entre sí y con otros saberes
como la historia, la filosofía, el arte, la sociología, la
ética y la política; Conmemoremos, donde discutimos los

11
textos y problemas afines al evento público del mismo
nombre; y el Seminario permanente sobre el amor y la muerte
Luis Antonio Restrepo que lleva ya una trayectoria de 29
años y que desde su vinculación al CEEZ tiene por ob-
jeto la lectura filosófica de Don Quijote de la Mancha de
Cervantes. Contamos con dos grupos de estudio: Histo-
ria de Colombia, donde buscamos afianzar horizontes de
comprensión del singular proceso de subjetivación de
nuestro país y Sexualidades y géneros, donde tratamos de
precisar el espinoso tema de la sexualidad, la feminidad
y la masculinidad desde la dimensión simbólica hasta
la política.
Por el lado de nuestras actividades públicas con-
tamos con los eventos Diálogos en la Ciudad, un ciclo de
conferencias destinadas a la reflexión de problemas de
la vida cotidiana de cara a referentes teóricos y vitales,
que se realiza los primeros martes de cada mes en la
Biblioteca Pública Piloto a las 6:30 p.m.; y Conmemore-
mos, un ciclo de conversaciones destinadas a pensar el
pasado y su importancia en lo que somos, que se reali-
za también en la Biblioteca Pública Piloto los terceros
miércoles de cada mes a las 6:30 p.m. Contamos con
un programa radial llamado Recordar a nuestros maestros
transmitido por la emisora de la Universidad Nacional
UN Radio en la frecuencia 100.4 de la FM los lunes a
las 8:30 p.m., cuyo objeto es el de recuperar la figura del
maestro y del intelectual a la luz de problemas actuales.

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Los Cuadernos del Centro de Estudios Estanislao Zule-
ta para la Reflexión y la Crítica, de los cuales el presente
constituye el cuarto número, son nuestra principal ac-
tividad pública de carácter escrito. Éstos se proyectan
como una colección editorial de aparición cuatrimes-
tral donde miembros del CEEZ publicarán sus trabajos
teóricos inspirados en problemas prácticos atinentes a
la actualidad social. Si bien los artículos publicados son
trabajos personales de nuestros miembros, las ideas
consignadas representan la postura ideológica de todo
el grupo. Por tal motivo el CEEZ asume su compromi-
so por cada una de las ideas allí plasmadas.
La siguiente publicación de esta colección está
proyectada para el día 2 de octubre. Si usted desea re-
servar un ejemplar de los Cuadernos del Centro de Estudios
Estanislao Zuleta para la Reflexión y la Crítica, adquirir una
subscripción o hacer una donación, le solicitamos que
nos contacte al correo [email protected].

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PRÓLOGO

Sarah Daniela Quintero


Miembro del Centro de Estudios Estanislao Zuleta

Son éstos los que vivimos, verdaderos tiempos sombríos.


El frenesí de tener y tener cada vez más pareciera ser
la única forma razonable de sustraerse al escenario de
miserias que el capitalismo engendra. Basta abrir los
ojos para observar las condiciones nefastas con que
se minan las posibilidades de una existencia digna que
no sea el privilegio de unas minorías: tras la oferta de
una vida holgada y opulenta y el estímulo a una infi-
nita insaciedad consumista asoma una concentración
de riquezas inimaginable en otras épocas, que coexiste
con la normalización del individualismo y la indiferen-
cia, multitudes sometidas a la pobreza, ríos de seres
humanos con hambre y frío mueren día a día no sólo
en los lugares marginales a los que las inclemencias
de la guerra acechan, sino también en las calles de las

15
metrópolis por las que se escurre el progreso y la in-
novación.
Es preciso oponer un velo de bienestar a esta des-
agradable escena. El capitalismo produce las más viles
enfermedades, al tiempo que las curas “más benéficas”.
Intentar realizarse dentro de los ideales y prácticas que
ha dispuesto a su favor tal modo de producción —aun-
que implique asumir el lugar de simple objeto renta-
ble, de fuerza de trabajo vendible— es “salvarse” de
una vida sumida en la precariedad. Y este realizarse,
que no es más que adoptar una existencia basada en
tener cuanto se quiera: un título, un trabajo, un carro,
una casa, un tiquete hacia alguna parte alejada de las
bombas, los misiles y la violencia, se nos presenta como
la adquisición de miles de las mercancías más diversas.
Aquellas mercancías, como Marx lo advirtió, re-
visten una complejidad difícil de observar a simple vis-
ta; en ellas se condensan múltiples relaciones, ellas no
son un simple objeto intercambiable. En el modo de
producción capitalista, ya que se imposibilita la aplica-
ción de una sola persona a la elaboración total de una
mercancía, como lo haría en su momento el artesano,
se dinamiza el trabajo conjunto de múltiples seres hu-
manos que, dotados de diferentes conocimientos espe-
cíficos y aplicados a la elaboración de cada una de las
piezas de las diferentes ramas productivas a integrar,
fabrican una sola mercancía. De aquí que en esta se

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condense el trabajo de una gran cantidad de hombres y
mujeres que en virtud de algún saber especializado, se
aplican a una de las actividades de aquella cadena social
productiva.
Entonces, aquel tener frenético en el que se basan
las realizaciones de quien progresa en consonancia con
las dinámicas del capitalismo, contiene la contradicción
de amarrar el “bienestar” individual a la miseria colec-
tiva, pues, para tomar la vida por anaquel dónde anexar
cuanto se pueda poseer es tan necesario disponer de los
recursos suficientes y por consiguiente, aplicarse a un
determinado trabajo, como de los seres que, subordi-
nados a las lógicas, los ritmos y campos de producción
del mercado, se destinan al lugar de simple herramienta
rentable y productiva.
El capitalismo tiene el toque del Rey Midas, todo
lo que toca lo convierte en mercancía, y la mercancía,
aquello que se produce estricta y necesariamente para el
cambio, con todo lo que engloba, no sólo puede tomar
la forma de un determinado producto, también puede
tomarse la vida misma en tanto ésta se instrumentaliza,
se reduce al lugar de fuerza productiva, se desprende de
toda significación cualitativa. De aquí que aquel designio
de tener, que se ha plantado sobre la existencia, conlleve
la más lamentable de las pérdidas: la de la dimensión
subjetiva y sensible que atraviesa a todo ser humano y
perfila lo que está llamado a ser de acuerdo a su deseo.

17
Son necesarias aspiraciones individuales y colec-
tivas lo suficientemente pobres para resignarnos a la
estrechez con que nos es prohibida la riqueza de cada
uno de los ámbitos de nuestra existencia, para hacer-
nos al lugar de objeto eficiente y servil a los propósitos
que nos esclavizan, para tomar por propio el ideal de
una vida medible en términos de todo aquello que se
adquiera, es decir, en términos de la fuerza vital que se
venda. Una humanidad atrapada en las artimañas de la
ideología dominante, anquilosada espiritualmente, dema-
siado ocupada en “lo verdaderamente importante”, es
decir, en hacerse a un sinnúmero de mercancías como
para atender a su deseo y concebir las posibilidades más
adecuadas a una verdadera realización de la vida, con
todas las dimensiones materiales y subjetivas que ella
implica, servirá eficazmente al lamentable propósito de
conservar intacto el principio motor del capitalismo: la
acumulación irrestricta de capital.
Así las cosas, todo intento por una sociedad me-
jor supone la defensa de aquellos aspectos cualitativos,
propios de las configuraciones subjetivas, que perfilan
el deseo de cada ser humano de acuerdo a las singula-
ridades que le caracterizan. En ellos y su carácter de
amenaza, de crítica implacable hacia toda suerte de
espejismo, de potencial conspiración contra las deter-
minaciones incluidas en los horizontes que nos ofrece
el modo de producción capitalista, aguardan fuerzas

18
imprescindibles en el propósito de transformar las dis-
posiciones que menguan nuestra vida. Con ésto, da-
mos lugar al cuarto de nuestros Cuadernos del Centro de
Estudios Estanislao Zuleta para la Reflexión y la Crítica; un
bastión de resistencia, una esperanza, modesta, en la
defensa de aquellos horizontes que permitan desple-
gar una existencia humana digna y provista de aquella
complejidad que la integra, un intento por crear condi-
ciones con las cuales dilatar aquel sentido de la realidad
que, como bien lo diría el escritor austriaco Robert Mu-
sil, es indisociable al sentido de la posibilidad.

***

En primer lugar, Eduardo Gómez nos presenta una re-


flexión, en su texto Observaciones críticas sobre la función es-
tética y social de la poesía, acerca de la precariedad a la que
se ha reducido una forma de conocimiento inherente al
pensamiento y, por consiguiente, a la sensibilidad hu-
mana, como la poesía. Esto, mediante una aguda valo-
ración sobre la relación entre los pasos precedentes que
modelaron su función al interior de la sociedad y las
estructuras alienantes de un capitalismo cada vez más
salvaje con el cual se fue gestando una creciente miseria
espiritual en la existencia humana.
Situado en un periodo histórico fundamental para
Occidente como la edad moderna, Carlos Mario Gon-

19
zález, en su texto La mujer moderna en el laberinto del amor,
el matrimonio y la familia, sigue aquellos largos y exhausti-
vos pasos iniciales que la mujer del siglo XIX, librando
batallas, emprendiendo rumbos inciertos, no libres de
fracasos y retrocesos, hubo de dar para hacerse progre-
sivamente a una existencia en lo social, ya no desde las
instituciones que la habían petrificado en determinado
lugar, sino desde una forma inédita de asumir la vida:
el goce de ser. El autor nos presenta un análisis histórico
tejido a través de las obras literarias de aquellos gran-
des escritores que nos obsequiaron a personajes tan
valiosos como Madame Bovary o Ana Karenina, y que
se perpetuaron en el correr del tiempo al complejizar,
diversificar y enriquecer cada uno de los horizontes en
que es posible experienciar vida.
En tercer lugar, intentando acercar una conside-
ración sobre el feminismo y su análisis de la sociedad
capitalista, Leandro Sánchez en su texto Marxismo y fe-
minismo. Una relación con potencial emancipatorio, poniendo
de manifiesto el carácter imprescindible de los apor-
tes adelantados por el feminismo en la aspiración de
una emancipación verdaderamente humana, plantea que toda
búsqueda de una sociedad cualitativamente diferente
a la actual no sólo ha de llevarse a cabo mediante las
conquistas que en términos económicos, políticos y so-
ciales permitan el ejercicio de la igualdad, también ha
de dar lugar a la crítica que, en reconocimiento de su

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condición histórica particular y diferenciada, las muje-
res lograron formular respecto a las relaciones sociales
dentro del capitalismo y su parte en la consolidación
de un principio de realidad sujeto a los valores de ex-
plotación y represión dominantes, propios tanto de la
civilización patriarcal como de la capitalista.
Por último, el mismo autor del texto anterior, nos
entrega una traducción de un par de artículos de prensa
de la autoría de Karl Marx. Con ellos damos comienzo
a la divulgación en estos Cuadernos de algunos de los
textos más destacados de la labor de Marx y Engels en
su faceta de periodismo crítico en la que, poniendo en
acción su agudeza intelectual y teórica, dieron cuenta
de momentos coyunturales de su época y ponderaron,
a la vez, aspectos concernientes a la estructura social y
política del naciente capitalismo global de mediados del
siglo XIX. El trabajo de análisis coyuntural de estos dos
autores es un insumo para la reelaboración de nuestras
propias formas de analizar la realidad concreta que nos
es preciso vivir.
Los dos artículos de Marx que publicamos para
esta ocasión llevan el nombre de Historia del comercio del
opio. En ellos, él nos lleva desde el siglo XVIII hasta el
XIX intentando explicar, a la luz de uno de los “Tra-
tados desiguales” con que se apaciguaron las Guerras
del Opio, la morfología del proceso que dio lugar al do-
minio económico de las potencias occidentales sobre

21
un sureste asiático cada vez más arrinconado a causa
de las prácticas comerciales con las cuales se levantaba
irrefrenablemente, en su lógica globalizante, un capita-
lismo productor y defensor de múltiples desigualdades.
Marx se sirve de un análisis histórico no sólo para com-
prender la complejidad de los aspectos que condujeron
hacia las Guerras del Opio y la configuración de los
nexos que el capitalismo permitió entre los continentes
asiático y occidental, sino también para tomar una posi-
ción crítica frente a los hechos mencionados.

22
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE
LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA
POESÍA
Eduardo Gómez
Profesor universitario, escritor, poeta y miembro del
Centro de Estudios Estanislao Zuleta
Hacer crítica de poesía será siempre muy difícil para
no racionalizar en forma destructiva la obra de que se
trate y no empobrecer su bella ambigüedad e irreduc-
tibilidad. Sin embargo, la poesía, como todo arte, es
un lenguaje que busca comunicar, lo cual supone una
capacidad implícita y específica de conocer y objetivar
el mundo. Ese conocimiento tiene lugar a través de la
sensibilidad y resulta, no es buscado conscientemente, al menos
en lo fundamental. La poesía es, entonces, otra forma de
conocimiento aunque el más abstruso en el campo lite-
rario y el más amenazado, en el campo artístico, por
el subjetivismo (después de la música). A esa situación
contribuye el hecho de ser el género literario que logra
una mayor capacidad de condensación expresiva. En
alemán es, filológicamente, más ostensible esa cualidad:
Dichtung (poesía), Gedicht (poema), Dichter (poeta) y dich-
ten (hacer versos) provienen de dicht que significa denso.
Si la comparamos con la prosa artística (novela, cuento,
teatro) la poesía tiene de común con ella, la configu-
ración o sugerencia (mediante palabras) de imágenes
artísticas, es decir esenciales, totalizantes y ambiguas
pero se diferencia de la misma no sólo por su mayor
capacidad de síntesis, sino porque, en su necesidad de

25
EDUARDO GÓMEZ

condensación, involucra con más frecuencia y audacia,


lo simbólico y refuerza sus significados mediante un
ritmo más acentuado que la emparienta con la música
(el lenguaje artístico más cifrado y hermético). Así que,
glosando a Valery, el significado en la poesía resulta de
la oscilación entre el sentido y el sonido.
Podemos, pues, pensar y comprender la poesía
con cierta objetividad crítica (aunque de una manera
más relativa y ambigua que las modalidades de la prosa
artística), en contra de las creencias del esteticismo y
el nihilismo vanguardistas, que consideran a la poesía
casi que inaccesible y cerrada a un posible análisis es-
clarecedor. No obstante, habría que estar de acuerdo
con esa imposibilidad si se intenta un análisis simple-
mente racionalista, lógico o técnico, de la obra poética pero
no lo estaríamos si se logra una reflexión aproximativa,
mediante una razón más compleja que dé suficiente im-
portancia a la sensibilidad y la conciba como capacidad
cognoscitiva inherente al pensar y que está abierta a los laberintos
de lo inconsciente, es decir de lo onírico, pulsional e instintivo. Las
exageraciones irracionalistas del esteticismo y del van-
guardismo son, por tanto, comprensibles como reac-
ción defensiva de la complicada ambigüedad poética, ya
que la crítica capaz de involucrar esa nueva razón, que da
importancia suficiente a lo inconsciente, pulsional, oní-
rico y plástico-musical, en la creación poética, es casi
inexistente, sobre todo en nuestro medio. Esa nueva

26
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

razón crítica surge de esta comprobación: a toda sensibi-


lidad corresponde, de hecho, una forma de pensar y comprender
el mundo y viceversa, no se concibe un pensamiento al que no
corresponda una sensibilidad.
De modo que la sensibilidad involucra la sexua-
lidad y sus formas de relación con los otros, así como
los demás instintos y las formas con las que una cultura
los sublima, realiza o reprime. Es así como a través de
la sensibilidad, la poesía modifica el campo de la inte-
ligencia, al cuestionarlo y relativizarlo, lo mismo que al
saber aprendido que la inteligencia ha conquistado. De
esa manera, la poesía cumple una función social que
es la de enriquecer la sensibilidad y mediante este enrique-
cimiento influye decisivamente en la manera como el
ser humano asume la realidad de su entorno. Es ob-
vio, entonces, que si la poesía incide en los procesos es
posible también algún juicio crítico sobre su capacidad
renovadora y transformadora, en la medida en que la
inteligencia y su saber adquirido necesitan de los descu-
brimientos intuitivos de la sensibilidad y son matizados
y enriquecidos por estos.
Pero es necesario aclarar algo más: la sensibili-
dad poética (como toda sensibilidad artística) sólo es
concebible como sensibilidad cultivada, lo cual pone en
evidencia el vínculo dialéctico e indisoluble entre sensi-
bilidad, conciencia autocrítica y saber aprendido, sin los
cuales no es posible la obra de arte, en cuanto ésta no

27
EDUARDO GÓMEZ

se realiza sin las modificaciones resultantes del conoci-


miento de la historia de la cultura y, en especial, de la
asimilación de las conquistas de los grandes creadores
en el campo artístico. Y como la sensibilidad cultiva-
da implica necesariamente (a más de la apertura a la
ciencia, la filosofía, la lingüística, el psicoanálisis, etc.) la
educación de los sentidos (saber ver y oír ) y esa edu-
cación se efectúa, ante todo, mediante las artes que les
corresponden (las artes plásticas y la música) podemos
concluir que, si se saben desarrollar las indispensables
mediaciones, la función de la poesía es de extraordina-
ria amplitud y eficacia soterrada a pesar de su apariencia
frágil e inocua. Hölderlin planteaba esa paradoja al dis-
tinguir a la poesía como esa “tarea, entre todas la más
inocente”1, pero cuyo carácter lúdico-testimonial, “de
lo que él (el Hombre) es”, la torna “el más peligroso de
los bienes”2.
Por el contrario, las creencias acerca de la impo-
tencia cognoscitiva de la poesía y para comprenderla
críticamente (puesto que estos dos aspectos son in-
separables, ya que si la poesía no tuviera capacidad

1
  HÖLDERLIN, Friedrich. Carta a su madre de enero de 1799.
Citado por: HEIDEGGER, Martin. Hölderlin y la esencia de la
poesía. Barcelona: Anthropos - Editorial del hombre, 2000,
p. 21.
2
  Ibíd., p. 22.

28
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

cuestionadora no podría ser criticada), fomentan el


subjetivismo desenfrenado de la escritura poética (que
confunde la sensación insignificante y personal con la
sensación que trasciende de que hablaba Proust)3 y re-
chazan u obstruyen las posibles influencias de otras dis-
ciplinas (científicas, históricas, psicoanalíticas, políticas
etc.) tanto en la realización del poeta y su obra como
en la valoración de la misma. El resultado es un empo-
brecimiento del radio de acción de la poesía, profundizando en
el cual, descubrimos las determinaciones estructurales
alienantes de un Capitalismo Salvaje y las polarizacio-
nes extremistas que éste genera, fomentando así el mar-
ginamiento y la escasa influencia de la poesía. Mientras
la gran novela moderna (Goethe, Dostoievski, Tolstoi,
Proust, Mann, Kafka, Sartre, Joyce y otros) genera, en
el amplio sentido que le daba la cultura griega clásica,
la más poderosa poesía de los últimos ciento cincuen-
ta años, la poesía versificada ha debilitado sus vínculos
y combinaciones con la prosa artística: el poema dra-
mático (que floreció en el pasado con obras como la
Divina Comedia, las tragedias de Shakespeare y Fausto de
Goethe, entre otras muchas) ha desaparecido casi del
todo, el poema satírico y burlesco, el poema didáctico,

3
  PROUST, Marcel. En busca del tiempo perdido. Barcelona:
Plaza y Janés, 1975, p. 1432ss. También en el prefacio de
Contra Saint-Beuve, Barcelona: Edhasa, 1975.

29
EDUARDO GÓMEZ

el teatro poético —incluyendo el guion operático—


han languidecido y casi no se cultivan, no porque ya no
tengan vigencia (¿por qué no habrían de tenerla si esos
subgéneros se pueden actualizar?), sino porque hay una
verdadera confabulación de la abrumadora mayoría de
los poetas que han vuelto tabú el apartarse de la lírica
“pura”, el cual está reforzado por la actitud práctica do-
minante, la fetichización del dinero y el poder con su
carga inquisitorial implícita contra toda toma de con-
ciencia y contra las formas de cultura más auténticas y
eficaces, por la influencia manipuladora de los medios
de comunicación comercializados, las editoriales (en la
medida en que sacrifican la calidad a la ganancia), la
formación académica aislada, libresca y pedante, que
han propiciado una insensibilidad colectiva alarmante respec-
to a lo histórico-social, a la que no escapa el medio artístico,
sobre todo en las últimas generaciones.
Aquí se da la paradoja de que el deseo inicial de
mantener incontaminada a la poesía, desencadenó su
limitación y raquitismo; y estos, a su vez, dieron lugar
a la formación de un gremio “profesional” dominante,
acrítico y cómplice y a una depreciación estética, social
e histórica de la creación poética. Mientras la novela se
agigantaba como una especie de género antropófago
que asimiló elementos científicos, sociológicos, psico-
lógicos, filosóficos y políticos, especialmente en la Bil-
dungsroman (novela de formación) así como criterios y

30
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

técnicas de otras modalidades artísticas (incluyendo en


primer lugar a la poesía) convirtiéndolos en su propia
substancia, la poesía de las tendencias ampliamente
predominantes (que sigue siendo la del formalismo
vanguardista) se encogió y enclaustró, debilitó su ca-
rácter de re-creación del lenguaje para un re-descubrimiento
del mundo y fue conformándose cada vez más con la
inmediatez de la sensación inocua, renunciando (al me-
nos como tendencia) a los amplios y ambiciosos temas
que le ofrecía su siglo, y que (con obvias variaciones
de época) constituyeron la inspiración de los clásicos
antiguos y de unos pocos modernos. De acuerdo a los
mezquinos códigos, tácitos o explícitos, que establecen
ciertos antologistas, comentaristas de prensa y núcleos
de poder en la cultura de consumo, el poeta no debe, por
principio, ampliar su radio de acción, expresando, por
ejemplo, experiencias entrañables de carácter trascendental
(filosófico, político y psicológico) y del otro lado, un
sociologismo vulgar y extremista vetó o subestimó una
serie de vivencias y sensaciones muy subjetivas pero de
especial significación como ciertas experiencias oníri-
cas, metafísicas y amorosas. Ambos extremos ignoran
que la obra de arte se realiza cuando, a través de las viven-
cias subjetivas más singulares, se sugiere lo universal. Pero fue
el vanguardismo, el que inició un desequilibrio entre
esos dos polos, al acentuar desproporcionadamente el
elemento subjetivo hasta deformarlo como subjetivis-

31
EDUARDO GÓMEZ

mo desenfrenado. Éste, a su vez, surge en el estrecho


ámbito de un narcisismo psicológico y un idealismo
muy limitado que no permiten relacionar con alguna
objetividad las vivencias inmediatas con la coyuntura
histórico-social que las determina. Ese subjetivismo ex-
tremo se inicia tanto en la obra de Lautréamont como
en el Rimbaud de Iluminaciones (ambas precursoras del
surrealismo) así como en la mayor parte de la obra de
Mallarmé. Posteriormente se sistematiza en la escritu-
ra automática de André Breton y sus seguidores, todos
formados inicialmente en el dadaismo, que, como dice
Aldo Pellegrini, “significó una ruptura absoluta con los
principios vigentes, en grado tal que no sólo llegó a ne-
gar el arte y la literatura del pasado, sino que cuestionó
la razón fundamental de todo arte, afirmando la caduci-
dad esencial de cualquier expresión artística”. Se trató,
entonces, de concepciones delirantemente unilaterales
que pretendían arrasar la cultura anterior y, en parti-
cular, rechazar sin un balance crítico, la gran herencia
clásica y romántica y que optaron por refugiarse en las
cavernosas honduras del inconsciente, la fetichización
de la ingenuidad infantil y del mundo de los sueños,
mientras, por otra parte, hablaban de la revolución so-
cial y del psicoanálisis freudiano. Pero como no hubo
elaboración autocrítica de los materiales que aporta el
inconsciente, primaron la neurosis y la espontaneidad
lúdica superficial, y como no se realizó un estudio y

32
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

una praxis de la problemática social, no se intentó una


síntesis que llevara a una superación de sus alienacio-
nes personales, de modo que terminaron por agotarse
en la gestualidad escandalosa e irreverente. Con humor
cáustico, Freud no quiso recibir a los surrealistas, ex-
clamando: “¡A los locos los quiero en el diván!”. Entre
todos ellos, los que salieron del movimiento lograron
conformar una obra de madurez como fue el caso de
Paul Eluard y Louis Aragon, los cuales se realizaron
como escritores en el contexto de la lucha social del
Partido Comunista Francés.
Paralelamente al proceso de nacimiento del su-
rrealismo (que se puede comprender desde la obra de
Lautréamont y Rimbaud, en la segunda mitad del siglo
XIX, hasta las primeras décadas del XX) surgieron, en
la órbita de la cultura iberoamericana, una serie de poe-
tas de extraordinario valor que escapan (algunos por
completo y otros en gran parte) a esas dudosas influen-
cias de los adolescentes terribles de la poesía francesa, y
que saben asimilar, cuando es necesario, ciertos aportes
de la misma. Este es el caso de poetas como Rubén
Darío, José A. Silva, Rafael Pombo, Antonio Machado,
Juan Ramón Jiménez y Barba Jacob. Otros posteriores,
como Pablo Neruda y los de la Generación del Vein-
tisiete en España (García Lorca, Luis Cernuda, Rafael
Alberti, Vicente Aleixandre y Jorge Guillen) lo mismo
que Cesar Vallejo, supieron integrar críticamente y su-

33
EDUARDO GÓMEZ

perar en su propia obra, lo más válido de los postula-


dos del surrealismo. Todos esos poetas (y otros muy
difíciles de situar como León de Greiff, J. L. Borges y
Aurelio Arturo, para nombrar sólo a algunos de los más
destacados) tienen (no obstante sus grandes diferencias) algo
fundamental en común: la valoración creativa y singular
de la herencia clásica y romántica y una apertura a la
cultura de todos los tiempos pero manteniendo un mínimo
de distancia y contención respecto al experimentalismo vicioso. Es
por eso (entre otros muchos motivos) que la obra de
estos poetas iberoamericanos es la más valiosa, como
conjunto, en el último siglo y medio de la lírica mundial.
Si su influencia no ha sido mayor, a escala internacional,
ello se debe a la falta de traductores y a la falta de peso,
en el mundo contemporáneo, del área iberoamericana.
Su calidad notable ha sido innovadora, sin estridencias
extremistas (con algunas excepciones inevitables como
es el caso de Trilce, cuyo experimentalismo excesivo, es
apenas un momento de búsqueda desorientada pero
que deja valiosas experiencias formales para la obra
posterior del poeta peruano, o los escarceos humorís-
ticos del de Greiff de la última etapa). Esa valiosísima
obra de conjunto prueba, una vez más, que en arte hay
una continuidad básica que consiste en el conocimien-
to obligado de las conquistas estéticas anteriores para
poder a su vez alcanzar una originalidad capaz de enri-
quecer el proceso posterior, y que no se puede rechazar

34
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

infantilmente lo logrado en milenios sin caer en cierto


autismo esquizoide. De la misma manera, no se pue-
de innovar una lengua sino a partir de ciertas normas
indispensables a su supervivencia unitaria y específica.
Lamentablemente, esa notable tradición moder-
na, creada por los grandes poetas de la lengua a que
me he referido, ha entrado en crisis. En Colombia,
por ejemplo, comienza con la aparición del Nadaísmo
que es, en definitiva, una especie de surrealismo tardío
(cuarenta años después de los fundadores) y a veces
caricaturesco y que, además, no defiende posiciones
crítico-sociales avanzadas. Su aparición histriónica en
escena y su éxito, se debieron al cruce de influencias del
nihilismo resultante de la violencia anterior y posterior
al asesinato de Gaitán, a la entrega de las más valiosas
conquistas del Liberalismo al Frente Nacional (léase
oligárquico), al hipismo estadounidense, a la entrada de
la droga y de una astuta publicidad fomentada por los
grandes medios de comunicación. El Nadaísmo apare-
ce como manifestación (en el campo de la literatura) de
un fenómeno social muy generalizado: la lumpeniza-
ción creciente de las costumbres en vastos sectores de
todas las clases sociales, ante todo en las grandes ciu-
dades, no sólo en Colombia sino en todo el Occidente
capitalista. Algo similar al Nadaísmo venía sucediendo
(y todavía continúa) en las otras artes como la pintura
y la escultura, donde el abstraccionismo geométrico y

35
EDUARDO GÓMEZ

decorativo, las “instalaciones” y los “performances”,


se van apropiando del campo, favorecidas por escán-
dalos pueriles y maliciosas políticas culturales que los
fomentan sistemáticamente. En la arquitectura termina
por consolidarse el funcionalismo (léase utilitarismo)
que rompe definitivamente con la concepción artísti-
co-funcional del pasado y llena las ciudades de gran-
des y desoladores cajones de concreto; en la música se
afianza la dodecafonía y la disonancia, lo mismo que
las combinaciones de ruidos electrónicos, y el Teatro
del Absurdo deja una influencia que todavía sobrevi-
ve. Dentro de esa interrelación de vasos comunicantes
que se presenta en las artes, la poesía también es afec-
tada (masivamente) por las tendencias dominantes en
esa degradación del ámbito cultural. Después del auge
del Nadaísmo se extienden en forma creciente, una se-
rie de características en la escritura de poesía como el
tono coloquial pueril, la insignificancia de las sensacio-
nes inmediatas, la acentuación bufonesca de lo lúdico
y, en general, un formalismo diverso que fetichiza la
palabra y en el que la oscuridad anodina quiere hacer-
se pasar por profundidad y lo anecdótico pretende ser
trascendente. El ansia de publicidad y la dictadura de
los grandes medios de comunicación, bloquean las po-
sibilidades de que nazca una verdadera crítica y torna
oportunistas los comportamientos de los aspirantes a
poetas.

36
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

Como trasfondo histórico-social que determina la


situación declinante que viven las artes, está el hecho
de que el seudo-capitalismo que primó hasta los años
cuarenta entre nosotros, da paso al llamado Capitalis-
mo Salvaje, en el cual se acentúa, hasta el absurdo, la
paradoja de que a medida que produce riqueza material
(como nunca en la historia se había logrado) produ-
ce, simultáneamente, la más negra miseria y, en todas
las clases, miseria moral, insensibilidad, cinismo, odio
e indiferencia. Pero como ha insistido tiránicamente en
perpetuarse a toda costa, sus métodos de gobierno se
han vuelto cada vez más represivos y habilidosos.
En esta situación deprimente, el poeta auténti-
co no podrá superar la limitada concepción de su arte
amenazado, si no cambia su manera de vivir y relacio-
narse con los demás. Las críticas y autocríticas en abs-
tracto que desligan la obra del contexto estructural y
existencial que la inspira y sustenta, caen en la especula-
ción técnico-formalista y no son capaces de encontrarle
un sentido humano y concretamente trascendente. Para
los clásicos griegos y latinos, por el contrario, la poesía
era una forma sociable de existencia y de comunicación
que tenía una enorme influencia en la vida de todos.
Inicialmente, la poesía abarcaba el área de lo que hoy
llamamos la Literatura y permeaba y absorbía todas las
manifestaciones culturales, no sólo literarias (como el
teatro y el relato) sino también mítico-religiosas, filosó-

37
EDUARDO GÓMEZ

ficas, históricas y pre-científicas. Y viceversa: Heráclito


piensa mediante aforismos (es decir mediante senten-
cias filosófico-poéticas), Parménides compone un ex-
traordinario poema pedagógico —De la Naturaleza—,
Platón investiga mediante el diálogo teatral, apelando
con frecuencia al lenguaje mítico-poético, y los trágicos
griegos interpretan y hacen variaciones de los mitos
más significativos, dándoles un carácter psico-social y
político, y creando un coro que comenta las vicisitudes
argumentales y representa a la comunidad o a ciertos
sectores del poder; mediante versos de severa y hon-
da belleza. Con cierta razón, Nietzsche llegó a afirmar
que la tragedia griega inicia la cultura occidental. En
cuanto a la poesía específicamente lírica, también está
concebida como otra forma de reflexionar, abreviada y
simbólico-musical, y es frecuente el poema alecciona-
dor como sucede con Arquíloco, Simónides de Ceos
y Baquílides, entre muchos otros, e incluso en Safo y
Anacreonte, nunca se abandona una mínima objetivi-
dad en las figuras literarias y es frecuente un tono de
melancolía pensativa y amablemente irónica. Seguimos
leyendo esa poesía después de veintinueve siglos (Ho-
mero) o un poco menos, porque su actualidad y su in-
fluencia no cesan, incluso en nuevas ciencias como el psicoa-
nálisis, y como testimonio privilegiado para historiadores, filósofos
y antropólogos. Ese hecho se explica, además, porque la
poesía (como todo el arte griego) al surgir del mito y la

38
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

leyenda, que se fundamentaban en una amplia tradición


oral, abierta a todos y casi exenta de creencias dogmá-
ticas, tenía vigorosas y profundas raíces en lo popular,
y se enriqueció con los aportes de las mayorías, mo-
dificando lo recibido y preparando el nacimiento de
una poesía elaborada y culta que fue la coronación de
ese proceso, en el que la función impositiva y dogmática de
una casta sacerdotal apenas tuvo lugar y la libertad de expre-
sión fue admirable. Se dirá que se trataba de una época
en la que no habían nacido las especializaciones y los
géneros con sus diferenciaciones y delimitaciones, lo
cual agigantaba la importancia de la poesía como tes-
timonio casi exclusivo de su tiempo, y la objeción es,
literalmente, verdadera, pero como en ningún caso se
trata de exigir imitaciones o equiparar mecánicamente
situaciones históricas disímiles, lo que importa resaltar
aquí es la concepción que los griegos tenían de la poe-
sía como expresión existencial integral de su individualidad y,
a través de ella, de los más importantes conflictos y aspiraciones
de su pueblo, como conglomerado de tradiciones, luchas
y significativos sueños. La obra resultó así porque los
poetas eran seres socialmente responsables (y de manera
consecuente, también responsables y rigurosos en su
arte) que se asumían también como ciudadanos e in-
cluso como guerreros, aunque siempre mantenían una
equilibrada autonomía como creadores. Esquilo parti-
cipó como combatiente en las batallas de Maratón y

39
EDUARDO GÓMEZ

Salamina, Sófocles fue Helenotamia o sea ministro pre-


sidente de la comisión de finanzas del estado y en el es-
crito sobre su Vida se le da el título de “mejor amigo de
los atenienses” por los numerosos servicios políticos,
religiosos y militares que prestó a lo largo de su vida;
dirigió la danza triunfal que celebró la batalla de Sala-
mina, se le recordó como estratego, participó en varios
concursos gimnásticos y era especialista en música. Eu-
rípides cultivó los deportes, la pintura y la filosofía y fue
amigo de filósofos como Anaxágoras, Pródico, Gorgias
y Sócrates. Todos ellos alcanzaron (especialmente Es-
quilo y Sófocles) una condición de liderazgo respecto
a su pueblo y sus tumbas se convirtieron en lugar de
peregrinación.
Ya en plena madurez de la llamada “Cultura Occi-
dental”, en los siglos XVIII y XIX, el clasicismo tardío
de Alemania se constituye en el heredero más auténtico
del legado griego y de la ilustración europea, y son los
grandes poetas, Goethe, Schiller y Hölderlin, los repre-
sentantes más conspicuos de esa extraordinaria etapa
de la poesía, que cuenta como antecedentes inmediatos
a humanistas de vanguardia como Herder y Lessing, a
filósofos como Kant y a poetas como Klopstock, y que
es contemporánea de Hegel y Schelling o de genios mu-
sicales como Mozart y Beethoven, entre otros muchos.
Pero son los griegos la influencia remota más profunda
y pura en su concepción existencial y poética; asimila-

40
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

da, actualizada y modificada de acuerdo a las circuns-


tancias históricas dadas por la Aufklärung (Ilustración) y
el surgimiento de la Revolución francesa. En esos tres
grandes alemanes renace, en su plenitud, el ejercicio de
la poesía como creación integral, que conlleva una ac-
titud ante la vida en la que (especialmente en Goethe y
Schiller) la participación del poeta en las inquietudes de
su época y en la historia de su pueblo, es de gran ampli-
tud y hondura porque la poesía es comprendida como
una aventura del conocimiento totalizante que, en el
caso de Goethe, aspira incluso a compartir el poder. Se
trata de que el poeta no vive como una especie de obje-
to de la historia, sino que asume su condición de sujeto
de la misma de manera emotiva y lúcida y sumergién-
dose, apasionado, en sus procesos. En consecuencia,
son Goethe, Schiller y Hölderlin, los poetas que logran
la poesía reflexiva más ambiciosa y profunda en la cultu-
ra occidental que inicia la modernidad (después ven-
drán en Francia, Victor Hugo y Baudelaire, en EE.U.
Wihtman y Poe, y en Hispanoamérica, Rubén Darío).
En gracia de una obligada brevedad, me referiré sólo
a Goethe, por considerarlo paradigma del Dichter total.
Goethe, como vástago de antepasados que, por el
lado paterno, incluían a vigorosos, prácticos y diestros
hombres de extracción popular, y por el lado materno, la
herencia aristocrático-burguesa y la cultura literaria de la
hija del burgomaestre de la rica ciudad de Frankfurt am

41
EDUARDO GÓMEZ

Main, conjuga, en afortunada síntesis, las cualidades de


esas vertientes opuestas y llega a ser (gracias a la ayuda
decisiva del gran duque Karl August, que lo ennoblece
y para quien trabaja como consejero) el artista sabio por
antonomasia. Sus estudios e investigaciones abarcan
casi todas las ramas principales del conocimiento de su
época, en especial la física de los fenómenos del color
(“Teoría de los colores”), la metamorfosis de las plan-
tas, las colecciones de mineralogía, la filosofía (estudio
de Kant y de los griegos, y escritura de “Aforismos”)
además de sus extensos conocimientos en pintura (que
cultivó con notables resultados) y en música, como nos
lo describe Romain Rolland en un revelador ensayo.
Su infatigable y variado interés por culturas de otras
zonas planetarias se concentra en la francesa (Racine,
Moliere, Diderot, Rousseau, Voltaire, y la Revolución
francesa); la inglesa (Shakespeare, Byron, Walter Scott,
Jonson, Marlowe, Carlyle), la italiana (Tasso, Manzoni,
los textos pertinentes de Winckelmann, la obra de Ra-
fael, Miguel Angel y Da Vinci); la oriental (lecturas de
la Biblia, aprendizaje del hebreo con el rector Albrecht
y traducción, en 31 cantos, del Cantar de los cantares, lec-
tura de la versión alemana del Corán, traducción, de la
versión latina, de fragmentos referentes a Mahoma, lec-
tura del poeta indio Kalidasa, del novelista persa Chami
y del compendio de leyendas, Shirin, y estudio del gran
lírico persa, Hafiz, que lo incita a escribir su famoso

42
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

poemario, Diván de Occidente y Oriente). En las Conversa-


ciones con Eckermann se muestra como un crítico sereno,
sagaz y sutil, al referirse a muchos autores y a variados
acontecimientos. Estaba convencido de que era una gra-
ve limitación continuar hablando de literaturas nacionales y de
que era el momento de proclamar una literatura universal
que asimilara la interrelación de todas las culturas. Herder le
enseña que el arte popular es aquel que expresa con más
hondura y amplitud las inquietudes de todo un pueblo
y, a través de él, de toda una época (Homero, la Biblia
y Shakespeare son los ejemplos de poesía popular que
él considera modélicos) y así, a partir de una leyenda
popular que viene de la alta Edad Media, es concebido
“Fausto”, que conjuga muchos estilos y divide la historia
del teatro y la poesía. Con la novela, Werther, terminada
en su juventud, inicia la novela moderna (en el sentido
en que la plantea Lukacs, aunque éste no menciona a
Goethe, sino a Balzac como el iniciador) y logra una de
las creaciones cumbres del romanticismo, acentuando
un tono reflexivo-poético de penetrante agudeza crítica,
lo mismo que en numerosos poemas, algunos de alcan-
ce revolucionario como Prometeo. Su aspiración, como
lo dice en varios pasajes, es lograr una poesía objetiva,
que se inspire en los acontecimientos y hechos vividos
por él y sus contemporáneos o que rescate y elabore la
sabiduría del pasado y sus leyendas y fábulas. Esa obra
monumental, apenas esbozada aquí, distingue a Goethe

43
EDUARDO GÓMEZ

como uno de los pocos poetas a quien puede aplicarse


con toda propiedad aquello de que nada de lo humano
les fue ajeno.
Con el triunfo de la Revolución francesa y el pos-
terior dominio de la burguesía europea, se hicieron
conquistas extraordinarias en la democratización de
la política, la libertad individual y la libertad de expre-
sión pero también se iniciaron procesos colectivamente
alienantes como los que se desprenden de la fetichiza-
ción creciente del dinero, la competencia despiadada y
cada vez más desigual, la masificación en todos los ór-
denes, la tecnocracia y la concentración fantástica, y en
gran parte estéril, de la riqueza material, iniciándose de
esa manera procesos que, a pesar de ser muy diferentes
en los diversos países de occidente, presentan una ten-
dencia común con variaciones: las cualidades humanas,
y la cultura en general, van siendo desplazadas con ra-
pidez por el poder del capital, mientras la tecnocracia
productora del mismo y los soportes ideológicos y re-
presivos del poder (como los medios de comunicación
comercializados, los servicios secretos, las armas y el
equipamiento y capacidad de control de los ejércitos,
etc.) se agiganta. En relación con las conquistas fan-
tásticas de la ciencia y la acumulación de riqueza y sus
posibilidades, en la época contemporánea, el arte y la
cultura se devalúan y marginan de manera dramática.
Para comprobarlo, basta pensar en la degradación pre-

44
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

dominante de los maravillosos medios técnicos de co-


municación como la TV, la radio y la imprenta.
Retomando aspectos positivos del proceso (sin los
cuales la visión del mismo quedaría deformada) es nece-
sario recordar que en el siglo XIX europeo, todavía de
transición y ascenso de la burguesía, y un poco antes de
los precursores del vanguardismo, surgen poetas inte-
grales que influirán con intensidad en las corrientes es-
téticas y artísticas de verdadera vanguardia. Entre ellos
es Charles Baudelaire, el que se agiganta cada vez más
y cuya influencia parece más actual en profundidad, al
afianzarse como inspirador de la más moderna lírica y
como un prosista magistral en sus poemas en prosa y
en sus agudos y originales ensayos. Sus Flores del mal se
convierten en una encrucijada poética que preserva y
desarrolla lo mejor de la tradición romántica y clásica y
postula, al mismo tiempo, una nueva estética (la estética
de lo marginal espiritualizado, de lo monstruoso tras-
cendente, de la neurosis clarividente, de la sensualidad
angustiada y la plenitud solitaria del artista y el pensador
modernos). Y fue precisamente ese “poeta maldito” (a
quien el filisteísmo de la época siguió un proceso inqui-
sitorial que estuvo a punto de llevarlo a la cárcel y no
permitió la publicación de algunos poemas; a quien los
críticos de Le Figaro, y otras publicaciones influyentes,
insultaron, y a quien traicionó su propia familia) quien
escribió: “Las naciones tienen grandes hombres a su pe-

45
EDUARDO GÓMEZ

sar. De modo que el gran hombre es vencedor de toda


su nación”4. Y esta otra afirmación más especializada:
Todos los grandes poetas se convierten, naturalmen-
te, fatalmente, en críticos. Me dan lástima los poetas a
quienes guía sólo el instinto; los creo incompletos…
Es imposible que en el poeta no esté contenido el crí-
tico. Por lo tanto, el lector no quedará asombrado si le
digo que considero al poeta como el mejor de todos
los críticos5.

Esta es, en primer lugar, una defensa propia, por-


que Baudelaire fue un gran crítico que descubrió a Poe,
lo tradujo y comentó, que lanzó a Delacroix como pin-
tor genial, que escribió sobre los salones de pintura en
París y sobre poesía etc., algunos de los mejores ensa-
yos del género en su siglo, y que, en español, están en el
volumen titulado El arte romántico. Como oyente culto,
dice en defensa de la lucidez inspirada con que Wagner
proyecta su obra:
Los que reprochan al músico Wagner haber escri-
to libros sobre la filosofía de su arte y que, por ello,
sospechan que su música no es un producto natural y

4
  BAUDELAIRE, Charles. Mi corazón al desnudo, af. 14.
Obras. Madrid: Aguilar, 1963. p. 975.
5
  BAUDELAIRE, Charles. Richard Wagner en Paris. En: El
arte romántico. Buenos Aires: Shapire, 1954.

46
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

espontáneo, deberían saber igualmente que Da Vinci,


Hogarth y Reynolds han podido hacer buenas pinturas,
porque dedujeron y analizaron los principios de sus ar-
tes. ¿Quién habla mejor de pintura que nuestro gran
Delacroix? Diderot, Goethe, Shakespeare, son a la vez
creadores y críticos admirables. La poesía existió y se
afirmó primero, pero más tarde engendró el estudio de
las reglas6.

Y es ese esteta exquisito teórico del dandismo


pero modelado duramente por los acontecimientos re-
volucionarios de 1848 (en los cuales participó activa-
mente) y por las demás secuelas de la Revolución fran-
cesa, quien escribe, sarcástico, contra el esteticismo de
algunas tendencias del momento:
El gusto inmoderado de la forma empuja a los desór-
denes más monstruosos y desconocidos. Absorbidas
por la pasión feroz de lo bello, de lo bonito, de lo pin-
toresco —puesto que hay graduaciones— desaparecen
las nociones de lo justo y de lo verdadero. La pasión
frenética del arte es un chancro que devora; es igual
a lo que sucede en el arte, donde la ausencia… de lo
justo y lo verdadero equivale a la ausencia completa
del arte… La especialización excesiva de una facultad
culmina en la nada7.

6
  Ibíd., p. 197.
7
  Ibíd., La escuela pagana, p. 197.

47
EDUARDO GÓMEZ

Sin embargo, ya en la dolorosa y asediada vida de


Baudelaire por la falta de dinero, la incomprensión de
la familia, el filisteísmo dominante y la enfermedad, se
acentúan el drama del poeta y la poesía moderna. Él lo
enfrentó con el heroísmo de bajo perfil propio de quien
actúa por medio de palabras y sin hacer concesiones.
De sus miserias extrajo una nueva estética que (anti-
cipándose al expresionismo) ya no postula la belleza
como armonía formal, sino como verdad desgarrada,
amoral, vital y crítica de una realidad, que, sin embargo,
él vive apasionadamente y embriagado por ella. Por eso,
y para hacerla más desafiante, la vistió con formas de
un rigor exquisito. Concebida así, la belleza se vuelve
“subversiva” y eso explica el juicio penal que le hicieron
y que Victor Hugo consideró su mejor condecoración.
Debido a su imposibilidad de identificarse con la vul-
garidad de la vida práctica, porque “sus alas de gigante
le impiden caminar”, el poeta sólo se siente realizado cuando
vuela sobre los abismos del conocimiento y contempla horizontes
inmensos como su simbólico albatros. De esa manera se con-
sagra como uno de los fundadores de la modernidad8.
Es profético cuando intuye la fetichización del progre-
so técnico, que apenas comenzaba (Mi corazón al desnu-
do) pero finalmente no encuentra otra defensa ante esa

8
  Como lo fundamenta BERMAN, Marshall en Todo lo sólido
se desvanece en el aire. Madrid: Siglo XXI, 1988.

48
OBSERVACIONES CRÍTICAS SOBRE LA FUNCIÓN ESTÉTICA Y SOCIAL DE LA POESÍA

confusión naciente que atrincherarse en la soledad de


su gran obra con la compañía ocasional de unos pocos
amigos y admiradores.
Para terminar estas Observaciones críticas sobre… la
poesía, no sobra resaltar en forma panorámica algunos
aspectos esenciales de lo anterior. Antes que entrar en
juicios minuciosos y especializados (que exigirían varios
volúmenes) hemos tratado de plantear algunas caracte-
rísticas muy generales de la crisis de la escritura poética
en la modernidad y, sobre todo, en la postmodernidad,
que se refieren a la incomprensión de la enorme importancia
social de la poesía, a la condición progresivamente bloqueada del
poeta y la poesía, por todo un medio crecientemente hostil (países
subdesarrollados) o indiferente y apenas condescendiente (países
desarrollados), así como la frustración y autolimitación de los poe-
tas que, debido a su formación, viven aislados de la difícil (pero
también colosal) época que les tocó vivir. Una época que se
distingue por la ciencia más asombrosa de la historia y
por revoluciones y cambios vertiginosos pero también
por necesidades y miserias terribles, ante todo, debido al
desperdicio y represión del formidable potencial humano y de los
conocimientos adquiridos, de los cuales son responsables sistemas
económico-políticos deshumanizantes. Las etapas históricas
privilegiadas en las que la poesía fue protagónica (y que
hemos ejemplificado con Grecia y Alemania clásicas, y
luego con la transición a la devaluación de la poesía y la
respuesta heroica, en los comienzos de la modernidad,

49
EDUARDO GÓMEZ

de la obra de Baudelaire) muestran que el problema no


es tanto de acumulación de riqueza material y avances
técnicos (que en esas épocas eran muy inferiores) sino
de la manera integral cómo se viven la economía y la organización
social, a pesar de las limitaciones y reservas que pueda haber en
cada caso, como también lo ejemplifica la gran tradición lírica
iberoamericana de la segunda mitad del siglo XIX y primera
del XX. Se trata, en última instancia, de propiciar una
sociedad en la que se pueda alcanzar una mayor pleni-
tud y realización por parte de la mayoría y en la que, en
consecuencia, el arte no esté tan heroicamente enfren-
tado y aislado respecto a esa mayoría. El problema no es,
por tanto, tan especializado como para creer que afecta sólo a los
artistas y creadores, sino a la construcción de una sociedad donde
sea posible vivir en poesía.

50
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO
DEL AMOR, EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Carlos Mario González
Miembro fundador del
Centro de Estudios Estanislao Zuleta
I

El siglo XIX es el del triunfo del capitalismo, tanto


en lo económico como en lo político, expresado en
la revolución industrial y en el acceso a la hegemonía
política de la burguesía, que ejemplifica la Revolución
francesa. En el capitalismo a diferencia de otros modos
de producción, la ley de bronce que rige es “¡Acumular!
¡Acumular! ¡Acumular!”, imponiendo una producción
enloquecida que da curso a una riqueza abstracta, es
decir, a una riqueza que se pone en cifras y que ya no
está al servicio de un consumo significativo. Acumula-
ción desaforada, constituida en fin en sí misma y que
convierte a todo lo demás en simples medios, llámese
naturaleza o seres humanos. El planteamiento de Marx
en El Capital muestra como hay una lógica obligatoria
de acumulación que produce formas muy concentradas
de poder que van constituyendo un destino ontológico
para la humanidad por el cual se deriva a esa enajena-
ción de la vida puesta al servicio de la producción y no
la producción al servicio de la vida. Es la vida —toda la
vida, no sólo la humana, y en ésta incluida la del propio

53
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

capitalista— constituida en materia prima al servicio de


la loca y sin fin operación de la máquina de la acumu-
lación.
Marx jamás fue tan simple y burdo como quie-
ren presentarlo sus detractores (ganando con ello en
efectismo lo que pierden en argumentación) y nunca
redujo lo espiritual a la condición de mero reflejo de
lo material. Lo que sí dijo Marx es que se hace necesa-
rio establecer correlaciones, en los dos sentidos, entre
lo material y lo inmaterial. Así las cosas, entonces, por
ejemplo, un cambio en el universo de los sentimien-
tos como lo es la acentuación del valor familiar o el
amor resuelto en la institución conyugal, cambio que
se opera en el siglo XIX, está correlacionado con las
transformaciones que se presentan en el ordenamiento
material de la vida. Veamos, a guisa de ejemplo, una
línea de correlación entre lo material y lo inmaterial a
propósito del tema que tocamos: el capitalismo, asenta-
do y desplegado, va a tener consecuencias más o menos
inmediatas sobre la experiencia urbana de los hombres
y las mujeres. El capitalismo es un modo de producción
“ciudadano” por excelencia, no porque él haya inventa-
do las ciudades (cosa que cae de su peso, pues sabemos
que la ciudad ha sido una constante en la historia oc-
cidental), sino porque el capitalismo hace “su” ciudad
y la define como el centro de sus operaciones: es la
ciudad de la producción y es la ciudad popular, y de

54
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

estas dos características básicas se desprenderán otras


como la de ser centro de consumo y estar territorializa-
da clasistamente. Las ciudades anteriores, por ejemplo
las grandes ciudades de ese prerrenacimiento medieval
del siglo XII y XIII que amplió el Mediterráneo, son
ciudades para el comercio y el ocio; por eso son porte-
ñas y palaciegas, en las cuales la identidad arquitectóni-
ca y urbana la confieren las clases dominantes. Por el
contrario, la ciudad del siglo XIX es la ciudad industria-
lizada, la que tiene a la chimenea, el humo y el hollín
como símbolos de la frenética actividad que en ella se
despliega, la que congrega a millares y millares de seres
en un espacio relativamente reducido y que tiene como
su insignia el espacio de la fábrica. Concentración mul-
titudinaria pero, además, concentración de un tipo de
hombre definido, según el clásico análisis de Marx, por
la característica de ser un hombre despojado por com-
pleto de cualquier medio de subsistencia —excepción
hecha de su fuerza de trabajo— que lo obliga a una
contratación por la que vende, no su trabajo —como
creía Rousseau—, sino su fuerza de trabajo a cambio
de un salario, dejando así el lugar abierto para que el
valor creado y no reconocido configure esa forma de
exacción que es la plusvalía, la que a su vez está a la
base del proceso de acumulación que de una manera
cada vez más dinámica y acelerada regirá el febril pro-
ceso de desarrollo del capitalismo.

55
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

El capitalismo guarda una estrecha relación con


el saber en la forma del conocimiento científico y con
la técnica derivada de éste, empujado por sus necesida-
des de rendimiento y acumulación. Las ciencias que le
permiten operar un dominio sobre lo material alcanzan
una particular importancia mientras que los otros sa-
beres caen a un lugar secundario, al lugar de lo acce-
sorio y ocioso como acontece con el arte y la filosofía.
Las ciencias “duras” cobran esa especial importancia
porque el mundo que puede diseñar el capitalismo está
apoyado en un productivismo desaforado que apareja
consigo un consumismo sin tregua según la necesidad
de aceleración creciente que impone la ley de la acumu-
lación. En esto radica también la especial importancia
—que llega incluso a constituirlo en valor moral por ex-
celencia— que alcanza el trabajo, al punto que ninguna
sociedad se ha entregado tan febrilmente a él como lo
ha hecho la sociedad capitalista.
Otro aspecto necesario de relievar es la acentua-
da valoración que el capitalismo hace del individuo.
Sin duda es equivocado plantear una discusión en tér-
minos de si una sociedad es individualista o colecti-
vista, pues la condición estructural del sujeto impone
ese desgarramiento, más o menos dramático, entre lo
individual y lo colectivo, así sean comunidades pri-
mitivas sometidas a mitos y rituales muy rígidos, que
tienen una historia fría que las lleva durante siglos a

56
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

adoptar formas relativamente estables para elaborar la


vida y asumidas en general sin mucha variación por
el conjunto de sus miembros. Toda sociedad trata de
elaborar el desgarramiento entre lo individual y lo co-
lectivo, de darle un manejo a esa contradicción que
planteaba Freud en El malestar de la cultura y por la cual
sólo se puede ser sujetos estando, en relación al Otro,
sometidos a una renuncia, pero, al mismo tiempo, pug-
nando por la satisfacción de sus pulsiones. Si este es
un conflicto común a toda sociedad, lo que marca la
diferencia entre una y otra es el tratamiento y la sali-
da que consigue cada una para manejar este ineludible
conflicto.
De otro lado, la occidental es una cultura que se
caracteriza desde su origen por el alto valor que le dio
al logos, a la discursividad analítica y abierta, a la razón.
Por esto, incluso la religión queda atravesada por un
fuerte componente racional. El cristianismo, por ejem-
plo, es un maridaje singular entre el mito y la razón.
Es una religión que tiene mucho de racional y por eso
su doctrina suele estar sometida a examen, análisis y
revisión de sus contenidos. A diferencia de lo que pasa
en las culturas primitivas, la religión cristiana no está
constituida por mitos que luego se repiten secularmen-
te según rituales más o menos invariables, sino que ella
da lugar a variaciones racionales de sus formas y con-
tenidos.

57
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

La propuesta cultural de Occidente fue la de des-


plegar la experiencia humana dándole lugar prepon-
derante a la razón, lo que acarreó, frente a cualquier
otra cultura del planeta, una sui géneris experiencia de
la individualidad. Desde Grecia y Roma el individuo
occidental tiene una definida importancia, pero será el
capitalismo el que colocará todos los acentos en él, con
lo bueno y lo malo que esto apareja.
Como decíamos, Marx señaló, en tono crítico,
que Rousseau creía que en el contrato social se ponían
en juego contratantes iguales cuando la verdad es que
de entrada ellos están marcados por la desigualdad ya
que el obrero está compelido a vender su fuerza de tra-
bajo so pena de perecer de hambre. No obstante, Marx
destaca el rasgo de individualidad que signa ya al pro-
letariado que sólo cuenta con su fuerza de trabajo para
sobrevivir y que, en ese sentido, empieza a reconocerse
como él y ya no como miembro de una comunidad
en la cual encontraría protección. Con el capitalismo
industrial el hombre carente de medios de producción
encuentra un lugar en el mercado de trabajo o mue-
re de hambre, sin que exista sino de manera accesoria
algo de amparo y seguridad social, pues la consigna de
esta sociedad es la de “¡Sálvese quien pueda!”. Por eso
es compatible que una sociedad de tan altísimo desa-
rrollo científico y tecnológico sea al mismo tiempo una
sociedad de elevadas tasas de miseria, incluso en los

58
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

países más desarrollados. No hay una contradicción


entre ser una sociedad de gran producción y al mismo
tiempo no satisfacer las necesidades del conjunto de
la sociedad porque el fin del capitalismo es producir
para la ganancia y no producir para la satisfacción de
las necesidades.
Esta sociedad capitalista con su énfasis en la indi-
vidualidad depara el telón de fondo sobre el cual dibu-
jará su nuevo rostro la mujer del siglo XIX.

II

Será, precisamente, en este nuevo dominio abierto para


la individualidad, donde la mujer establecerá uno de sus
principales puntos de apoyo en la larga y difícil lucha
que afrontará a lo largo del siglo XIX en pos de una
nueva identidad, de un nuevo lugar en la sociedad y
de una nueva significación para su vida. La conquista
a la que se aprestó la mujer en el nuevo período histó-
rico que abrió el ineludible impacto de la Revolución
francesa fue la de despojarse de la marca que signaba
su destino como responsabilidad ante la especie, para
acceder a la experiencia de una vida propia y particular,
materializada en múltiples realizaciones. El siglo XIX
estuvo cruzado por una perseverante, aunque no siem-
pre coherente, lucha de la mujer, que le permitió dar el
paso de la condición casi exclusiva de madre, esposa y

59
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

garante de la moral en la que el siglo desde sus albores


quiso reconocerla a la que quedó plasmada en las pala-
bras de Lou Andreas Salomé:
Soy incapaz de regular mi vida según modelos y no
ofreceré nunca uno a nadie. En cambio, lo que segu-
ramente haré, me cueste lo que me cueste, es adaptar
mi vida a mi propio modelo. Al actuar de esta manera
no defiendo ningún principio, sino algo mucho más
maravilloso, que estalla de alegría en el corazón del
individuo, cálido de vida y con la única aspiración de
liberarse1.

Es cierto que el cambio al que asistió el siglo no


permite decir que estas palabras fueran, en general, de
las mujeres de la época, más aún, seguramente, Lou
Andreas Salomé fue una mujer excepcional, como ex-
cepcionales fueran mujeres de carne y hueso del esti-
lo de Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft, Flora
Tristán, las hermanas Brontë, George Elliot, George
Sand, Jane Austen o Colette, o mujeres de la ficción
como Ana Karenina, Emma Bovary o Madame de Re-

1
  ANDREAS-SALOMÉ, Lou. Carta a Hendrik Guillot, 26
de mayo de 1882. Citado por MICHAUT, Stephane. Idolatrías:
representaciones artísticas y literarias. En: DUBY, Georges y PE-
RROT, Michelle (dirs). Historia de las mujeres. Tomo IV. Ma-
drid: Taurus, 1993, p. 154.

60
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

nal, no obstante, más allá de que su hegemonía no fue-


ra cuantitativa, ellas concretaron nuevos paradigmas de
mujer y certificaron para ésta posibilidades nuevas de
encarar la existencia, además que constituyeron con el
ejemplo de su propia vida el norte que, de allí en más,
y con las imprescindibles revisiones de por medio, ani-
mó la búsqueda del número creciente de mujeres que
quiso romper con el imperio de un destino reducido a
la servidumbre de la domesticidad familiar:
(…) Los historiadores centran su atención en los cam-
bios y transformaciones en la condición de la mujer,
pues el más sorprendente de ellos, “la emancipación
de la mujer fue iniciado y desarrollado de forma casi
exclusiva en este período por la clase media y —de
forma diferente— por los estratos más elevados de la
sociedad, menos importantes desde el punto de vista
estadístico. Fue un fenómeno modesto aunque este pe-
ríodo dio a luz un número de mujeres reducido, pero
sin precedentes, que eran activas y que se distinguieron
de forma extraordinaria en determinados campos, re-
servados hasta entonces a los hombres: figuras como
Rosa Luxemburgo, Madame Curie, Beatrice Webb.
Con todo fue un número lo bastante elevado para
producir no solo un puñado de pioneras, sino —en el
contexto de la burguesía— una nueva especie, la “mu-
jer nueva” sobre la cual especularon y discutieron los
observadores masculinos a partir de 1880 y que fue
la protagonista de las obras de autores “progresistas”:

61
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

Nora y Rebeca West de Henrik Ibsen y las heroínas, o


más antiheroínas de Bernard Shaw2.

Así no hayan sido las más, mujeres como Emily


Dickinson o Sara Bernhardt plasmaron, para todas las
demás, y también para los hombres, el “más”, el plus,
que puede realizar toda vida de mujer que asume que
ser únicamente madre y esposa no es el destino fatal
que determina a su sexo.
La gran tarea que de manera ambivalente no dejó
sin embargo de adelantar el siglo XIX en lo concer-
niente a las mujeres, consistió en historizar el ser de la
mujer y en igualar su condición social a la del hombre.
Pero es menester repetir: tarea que se propuso el siglo,
tarea que no cesó de acometer, tarea, sin embargo, que
no pudo en ningún momento consumar a satisfacción
y que nunca dejó de ser ardua y difícil por todas las
trabas y reacciones que encontró. En todo caso lo que
sí se puede afirmar es que el siglo XIX al ofrecer las
condiciones para que la mujer reconociera la necesi-
dad de conquistar su propia vida alcanzó un punto de
no retorno en la historia de la cultura occidental: el de
la mujer que rompe sus lazos de servidumbre con el
hombre, lo que, no obstante, no equivale a decir que la

2
  HOBSBAWM, Eric. La era del imperio. Barcelona: Labor,
1989, pp. 193-94.

62
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

feminidad haya alcanzado su propio punto de ruptura


con el sofocamiento a que la ha tenido sometida en los
últimos siglos la masculinidad en nuestra cultura occi-
dental. Para decirlo con otras palabras: el siglo XIX da
el pistoletazo de largada a la emancipación de la mujer,
no así a la de la feminidad, siendo esa una tragedia que
domina a este siglo y que queda recogida en la gran
literatura que se produjo en él: se puede ganar como
mujer un nuevo y emancipado lugar en una sociedad
que menoscaba la feminidad al mismo tiempo, es decir,
para poner un ejemplo, Ana Karenina no fracasa por
ser mujer, fracasa por ser femenina y por agenciar en
tanto tal, valores y actitudes ante la vida y el ser que no
podía tolerarse en una sociedad regida según los idea-
les de goce masculinos. Y ya lo hemos dicho en otras
ocasiones: el goce masculino tanto puede ser asunto de
hombres como de mujeres. Si se prefiere, se puede tam-
bién decir que la sociedad del siglo XIX, no sin ingen-
tes luchas y esfuerzos, se dispuso a abrir un lugar a la
mujer en el escenario social y público, a cambio de que
abdicara de la feminidad. Es esta exigencia implícita y
sutil, pero categórica, la que relieva todavía más el papel
histórico de esas que supieron enfrentar a la sociedad
decimonónica no sólo para cargar su vida con sentidos
distintos a los del paradigma existente, sino que sos-
tuvieron ese particular goce de ser que es propio de la
feminidad, cosa de la que testimonia una obra de vida

63
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

que no redujo ésta al monotema del poder (económi-


co o político), cara realización del goce masculino, sino
que exploró las posibilidades de nuevas realizaciones en
lo ético, lo estético y lo espiritual.
Pero dejemos por un momento esto y retorne-
mos al punto en que decíamos que la tarea del siglo
XIX consistió en darle un estatuto histórico a la con-
dición de mujer. Hasta entonces la idea de mejor acep-
tación era la de concebir a los géneros según un orden
natural que los había diferenciado de manera tal que
su encuentro era el de dos complementarios. Acorde
con esta idea el siglo XIX en sus comienzos define
para la mujer, en función de su “naturaleza”, un mo-
delo centrado en los papeles de esposa y madre, con
derechos y deberes bien precisados, y con la misión
de ser abanderada de la virtud y de la moral allí donde
ella se definió como ama: la casa. Es indudable que si,
de un lado, la asignación del espacio doméstico como
universo fundamental de su realización, representa una
gran restricción (contra la que, precisamente, no dejó
de rebelarse a lo largo de todo el siglo) a sus posibili-
dades como ser, de otro lado no se puede negar que la
condición de ama de casa le otorgó un dominio en el
cual reinar relativamente y del que careció en épocas
anteriores, pues si bien siempre fue esposa y madre, lo
primero, antes que con un valor particular de ella, tenía
que ver con transacciones y cálculos económicos que a

64
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

través suyo se concretaban, mientras lo segundo no la


asignaba a una función formadora sino que la designa-
ba como factor de certificación de la legitimidad de la
descendencia. Ser “ama de casa” le deparó potestades
nuevas como, por ejemplo, intervenir en la formación
física y espiritual de su hijo y velar por la moral que
todos debían acatar, incluso el esposo. Por eso la con-
dición de ama de casa, en cierto sentido representaba
un logro para la mujer pues, por lo menos, los univer-
sos quedaban repartidos, el público para el hombre y el
privado para la mujer, y no como sucedía antes cuando
tanto el dominio privado corno el público eran potes-
tad del hombre. Esta asignación de “Reina del hogar”,
que consolidó el siglo XIX, con la reducción de la exis-
tencia de la mujer al ámbito doméstico, cosa que desde
el principio estuvo en la mira crítica de ciertos femi-
nismos (pues hubo algunos que lo aceptaron así y sólo
pedían algunas condiciones que mejor le permitieran
cumplir con esta su función “natural”), se justificó en
el susodicho orden que la naturaleza había establecido
y que obligaba, a una sociedad que pretendiera la ar-
monía, a respetarlo. Una esencia natural le señalaba a
la sociedad cómo distribuir los sexos y qué funciones
y potestades conferirle a cada uno de ellos: la mujer,
habilitada por la naturaleza para la gestación y el parto,
debía tener el hogar como su “hábitat” pues allí no sólo
daba a luz, sino que atendía a la crianza de su prole; el

65
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

hombre, en cambio, despojado por la naturaleza de las


funciones de alumbramiento y crianza, debía proveer a
la manutención de los suyos, cosa que lo obligaba, aun-
que el trabajo se hiciera en casa, a participar en activi-
dades y preocupaciones extrahogareñas, lo que definía
el ámbito público como el dominio de realización del
hombre.
El papel principal le compete al ama de casa, encar-
gada de poner en escena la vida privada tanto en la
intimidad familiar —las ceremonias cotidianas de las
comidas y las veladas junto al fuego— como en las
relaciones de la familia con el mundo exterior —la
organización de la sociabilidad, las visitas y las recep-
ciones—. Ella habrá de ser quien dirija el curso de las
faenas domésticas de modo que todo el mundo, y el
primero de todos, su esposo, encuentre en la casa el
máximum de bienestar3.

Estudiar, para una adolescente de la burguesía, equi-


vale a prepararse para el desempeño de su papel de
mujer de casa: mantener una, dirigir la servidumbre,
ser la interlocutora de su esposo y la educadora de sus
hijos. Para semejantes tareas no se necesita latín ni co-
nocimientos científicos especializados; basta con un

3
  MARTIN-FUGGIER, Anne. Los ritos de la vida privada bur-
guesa. En: ARIÈS, Philippe y DUBY, Georges. Historia de la
vida privada. Tomo IV. Madrid: Taurus, 1989, p. 207.

66
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

barniz de cultura general, artes de adornos —música y


dibujo— y una formación doméstica teórica y práctica
—cocina, higiene y puericultura—4.

La privatización había ganado sólo a las mujeres (in-


cluidas las que trabajaban) y los niños; los hombres
habían escapado parcialmente a ella y, con seguridad,
veían en eso uno de sus privilegios de machos. Para
las mujeres y niños, no había casi vida fuera de la fa-
milia y de la escuela, que constituían todo su universo.
Al contrario, para los hombres existía siempre entre la
familia y el trabajo un lugar de encuentro y animación:
la ciudad5.

El tiempo de los hombres es el de la vida pública, su


empleo se halla dictado por el ritmo de los negocios.
Son raros los hombres de buena sociedad que viven
ociosos y pueden organizar sus jornadas como bien les
parezca. Sí todavía en 1828, hay un manual que le traza
al fashionable un empleo del tiempo libre, a medida que
avanza el siglo las publicaciones para uso masculino se
convierten en guías profesionales…6.

Esta bipartición que se atribuye a la naturaleza, y


por tanto que carecería de historia, es decir, de cambio,

4
  Ibíd., p. 243.
5
  ARIÈS, Philippe. La ciudad contra la familia. En: Revista
Vuelta. Mayo 10, 1997, p. 27.
6
  MARTIN-FUGGIER. Op. Cit., p. 207.

67
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

sugiere un modelo de mujer y un modelo de hombre


que deben complementarse mutuamente. Antes que
nada el siglo ofreció el modelo de mujer propio del ro-
manticismo: una mujer ideal, descarnada, a la que sólo
(!) se le pide que sostenga el éxtasis y la fascinación
del hombre y que no sea para éste sino puro objeto de
contemplación y admiración.
Y en alguna parte, al otro lado del mar o pasadas las
montañas está la mujer. La mujer que lo liberará de
aquel sueño de amor, de aquellas fantasías eróticas,
convirtiéndolas en una relación de éxtasis inacabable.
El romántico fascinado por las imágenes inconscientes
del otro sexo, vuelve la espalda a la mujer sensata que
no puede dejar de pensar en sus hijos, su casa y un
ingreso regular saneado. A través de esta literatura [ro-
mántica] desfilan una serie de criaturas femeninas que
son cualquier cosa menos mujeres de carne y hueso:
hadas, ninfas, ondinas, reinas salvajes, princesas orien-
tales; cualquier mujer lo bastante exótica como para no
encajar en un molde doméstico y rutinario7.

La amada del romántico es tan extraordinariamen-


te amada que muchas veces es ella la que paga que la
amen tanto, porque resulta intocable, inabordable e in-
accesible. La amada es una flor azul que existe en me-

7
  PRIESTLEY, John Boynton. Literatura y hombre occidental.
Madrid: Guadarrama, 1960, p. 27.

68
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

dio de las zarzas, que expande su perfume dulce como


un secreto en la profunda soledad. El mundo que la
rodea es un mundo que no es digno de ser habitado
por un ser así. Nadie está a su altura y ni siquiera nota
su excelsitud, fuera del poeta que la canta sin osar acer-
carse a ella8.

Pero este modelo, configurado en la fantasía del


romántico y en el que se apuntaló el ideal amoroso
que animó al siglo XIX, bien pronto recibió una con-
tundente crítica, incluso, con la literatura realista que
cobra fuerza después de 1830, desde el mismo campo
literario pero sobre todo desde las concepciones que
tenían que dar cuenta de las mujeres de carne y hueso
que existían en la vida concreta. Ese modelo de mujer
que el siglo quiere consolidar comienza por definir a
la mujer como un dechado de ingenuidad e inocencia,
que desde su misma apariencia deseche cualquier con-
notación sexual, tal como lo sugiere la presentación que
Stendhal hace de la gran heroína de Rojo y Negro:
La señora de Renal parecía tener unos treinta años y era
aún bastante bonita (…). Tenía cierto aspecto de sen-
cillez y de juventud en su forma de andar (…), aquella
gracia ingenua, llena de inocencia y de vivacidad puede
que hubiera llegado incluso a despertar sentimientos
de dulce voluptuosidad. Si hubiera conocido su éxito,

8
  ZULETA, Estanislao. Arte y filosofía, pp. 182-183.

69
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

la señora de Renal se hubiera avergonzado mucho. Ni


la coquetería, ni la afectación habían rondado nunca su
corazón (…)9.

La misma señora de Renal sirve para señalar otros


dos rasgos básicos del modelo de mujer valorizado en
el siglo XIX: esposa y madre, dando cuenta en ello de
abnegación y entrega al marido y a los hijos respecti-
vamente:
Era un alma ingenua, que nunca se hubiera atrevido a
juzgar a su marido, ni a confesarse siquiera que éste le
aburría. Suponía, sin decírselo, que entre marido y mu-
jer no existían relaciones más dulces. Sentía sobre todo
que amaba al señor de Renal cuando éste le hablaba de
sus proyectos para con sus hijos (…)10.

“Hasta la llegada de Julián, no se había preocu-


pado en realidad más que de sus hijos. Sus enfermeda-
des, sus dolores, sus pequeñas alegrías, llenaban toda
su sensibilidad (...)”11. “Hubiera sacrificado su vida sin
dudarlo un momento para salvar la de su marido, si lo
hubiera visto en peligro”12. Pero también en la señora
9
  STENDHAL. Rojo y negro. Medellín: Oveja negra, 1993,
p. 19.
10
  Ibíd., p. 19.
11
  Ibíd., pp. 43-44.
12
  Ibíd., p. 168.

70
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

de Renal se describe la opinión que los hombres tienen


de sus mujeres, a las cuales consideran no razonables,
indolentes y débiles:
—¡Estás hablando como una necia, como lo que eres!
—gritó el señor de Renal con voz terrible —¡Qué se
puede esperar de una mujer! Las mujeres nunca pres-
tan atención a lo que es razonable: ¿cómo podrían sa-
ber cómo se debe obrar? Su indolencia, su pereza sólo
les consiente actividad cuando se trata de cazar ma-
riposas. ¡Seres débiles! ¡Qué desgracia la nuestra, que
tenemos que aguantar!13.

De todas maneras, en el modelo decimonónico la


mujer es la encargada de velar, en su hogar, porque se
guarde la moral y la virtud: “La obrera habrá de con-
vertir a su marido a la temperancia, lo mismo que la
burguesa redentora tiene por misión conducir de nuevo
al esposo incrédulo al camino de la ortodoxia”14. Esta
concepción de la mujer se encuentra ratificada por una
ideología religiosa de gran calado en la época:
A propósito de la mujer, dice el cristianismo: Es ella,
en primer lugar, la que ha introducido el pecado en

13
  Ibíd., p. 140.
14
  CORBIN, Alain. Entre bastidores. En: ARIÈS, Philippe y
DUBY, Georges. Historia de la vida privada. Tomo IV. Madrid:
Taurus, 1989, p. 586.

71
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

el mundo (…), aunque la maternidad la salva. La su-


misión aparece como la expresión femenina del amor
conyugal. A los maridos se les recomienda que amen a
su mujer, a ellas se les recomienda que sean sumisas. La
diferencia de matiz no es pequeña15.

Ama en su casa, en realidad su dominio domésti-


co, con el que sueña cuando es joven, espantada por el
triste destino de la solterona, es un dominio puesto al
servicio del hombre y cuantos más logros consiga ella
en su reino, más y mejores tributos rinde al esposo que
los usufructúa tras su retorno del escenario público:
La vida privada es el puerto al que los hombres se
acogen para descansar de las fatigas de su trabajo del
mundo exterior. Todo ha de estar preparado para hacer
armonioso este puerto. La casa es el nido, el lugar del
tiempo suspendido. La idealización del nido llevó a la
idealización del personaje del ama de casa. Es preciso
que, como un hada, haga surgir la perfección esforzán-
dose por disimular los esfuerzos desplegados a tal fin.
Que sólo se advierta el resultado y no el trabajo de la
escenificación: semejante al maquinista de la ópera, ha
de presidirlo todo sin que se la vea actuar16.

15
  ARIÈS, Philippe. El amor en el Matrimonio. En: ARIÈS,
Philippe; BÉJIN, André y otros. Sexualidades occidentales. Bue-
nos Aires: 1987, pp. 182-183.
16
  MARTIN-FUGGIER, Anne. Op. Cit., p. 207.

72
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Por otra parte, el modelo de hombre queda preci-


sado en términos de ser productor de bienes y proveedor
de fondos. Este hombre, frenético productor y acucioso
acumulador según la lógica que impuso el capitalismo,
tuvo también que pagar un elevado precio como con-
secuencia de ese goce masculino que expresado como
verdadera obsesión por el dinero se fue apoderando de
la sociedad: se fue haciendo un esclavo del trabajo, el
cual le impuso una asfixiante y exhaustiva jornada en la
cual el tiempo, calculado y programado, quedó destina-
do en lo esencial al rendimiento y a la eficiencia. La con-
signa que se impuso lo dice todo: “El tiempo es oro”.
Dos espacios fundamentales se delinean en este siglo y
se distribuyen según el supuesto orden natural de los
sexos: la casa para la mujer, el trabajo para el hombre; la
mujer ufanándose de su diligencia doméstica, el hombre
de “no perder el tiempo” en su frenética laboriosidad.
Es cierto que el cuadro que acabamos de descri-
bir no alcanza su plena nitidez hasta el siglo XX y que
el siglo XIX apenas lo esboza, pues todavía le quedan
remanentes de antiguas sociabilidades que le permiten,
sobre todo a los hombres, ganarle a la ciudad indus-
trial un tiempo y un lugar para el ocio camaraderil, por
ejemplo el café como lugar de encuentro y de palabra,
mediando entre esos dos puntos cada vez más privile-
giados de la red social: la casa y el trabajo, pero tam-
bién es cierto que ya el siglo comenzaba a desplegar la

73
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

implacable lógica que reduce el tiempo del hombre a


pura función productiva. Es lo que caracteriza al espo-
so de Ana Karenina: “Cada minuto de la vida de Alexey
Alexandrovich estaba dedicado a algo. Y para que le
diera tiempo de cumplir lo que le correspondía diaria-
mente, observaba un orden severísimo. ‘Sin precipita-
ción y sin descanso’ era su lema”17. Una vida así, cuadri-
culada en tiempo y tareas, será una vida ordenada y sin
sorpresas, es decir, la aventura a que lanza la sociedad
capitalista, cada vez más descomunizada e individualis-
ta, es una aventura en términos de la incertidumbre de
los caminos por los cuales pueda transitar la vida de un
hombre ya no estrictamente determinado por su ori-
gen, pero definido este camino e inserto en el engranaje
casa-trabajo, su existencia obedecerá a una cotidianidad
geométricamente regularizada, sin mayor oportunidad
de sobresaltos y completamente predecible: es la vida
ordenada reclamada por la particular temporalidad de
la producción capitalista. Ya Matilde, la segunda heroí-
na de Rojo y Negro, lo alcanza a vislumbrar: “(...) la vida
de un hombre era una serie de casualidades. Ahora, la
civilización y el prefecto de policía han alejado la casua-
lidad y no queda lugar para lo imprevisto”18.

17
  TOLSTOI, León. Ana Karenina. Madrid: Aguilar, 1952,
p. 152
18
  STENDHAL. Op. Cit., p. 355.

74
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Pero estos modelos de hombre y mujer no sólo


eran complementarios, sino jerarquizados, siempre se-
gún un fundamento que se hacía radicar en un orden
establecido por la naturaleza, que había querido esta-
blecer la prevalencia del hombre sobre la mujer.
En nombre de la naturaleza, el código civil [napoleó-
nico] establece la superioridad absoluta del marido en
la pareja y del padre en la familia, así como la incapa-
cidad de la mujer y de la madre. La mujer casada deja
de ser un individuo responsable: célibe o viuda, lo es
mucho más. Semejante incapacidad expresada por el
artículo 213 (“El marido debe proteger a su mujer y
la mujer debe obediencia a su marido”), es práctica-
mente total, la mujer no debe ser tutora ni sentarse
en un consejo de familia: se prefiere a parientes leja-
nos y varones (...). La mujer adúltera puede llegar a ser
castigada con la muerte porque amenaza con atentar
contra lo más sagrado de la familia: la descendencia
legítima19.

Esta misma situación, aunque ya no en el orden


legal sino en el de los hábitos y las costumbres, si se
quiere, en el de la mentalidad, es la que suscita en Daría
Alexandrovna, el personaje de Tolstoi, palabras que no

19
  PERROT, Michelle. La familia triunfante. En: ARIÈS, Phi-
lippe y DUBY, Georges. Historia de la vida privada. Tomo IV.
Madrid: Taurus, 1989, p. 128.

75
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

pueden ocultar una amarga queja (lo que, por lo demás,


es indicio, así sea tenue, del rechazo que empieza a cua-
jar de parte de las mujeres):
Sí, ahora lo he entendido todo —continuó Daría
Alexandrovna—. No puede usted comprenderlo; para
ustedes los hombres, que son libres y pueden escoger,
está claro a quién aman. Pero una muchacha obligada
a esperar, con su pudor femenino, virginal, que los ve a
ustedes desde lejos y tiene que fiarse de lo que le digan,
puede experimentar un sentimiento que no puede ex-
plicarse (...). Sí; el corazón habla. Pero piénselo: ustedes
los hombres, cuando se interesan por una muchacha,
frecuentan su casa, la tratan, la observan y esperan para
ver si encuentran en ella lo que les gusta, y una vez
que están convencidos se declaran (...), y a la muchacha
no se le pregunta nada. Quieren que ella escoja; pero
ella no puede hacerlo, y sólo le cabe contestar: “Sí” o
“No”20.

Estos modelos, pues, de mujer y hombre, defini-


dos según una supuesta raigambre natural que establece
una clara división sexual de las funciones sociales y que
valida un determinado orden de poder entre los sexos,
es un aspecto importante del siglo XIX y constituye el
intento de preservar y prolongar una desigualdad entre
los géneros que tiene a su haber por lo menos todos

20
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 405.

76
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

los siglos que comprenden la historia de la cultura occi-


dental. La característica del siglo XIX fue la forma que
le dio a esta vieja desigualdad, confiriendo a la mujer el
estatuto de ama de casa en términos de unas precisas
funciones de esposa, madre y educadora y haciéndola
relativa reina del universo doméstico, en tanto al hom-
bre lo define en función de productor y proveedor y
precisando como su esfera específica la del universo
público. Es verdad que desde los albores mismos de
la cultura occidental la diferencia entre lo privado y lo
público ha estado marcado por un trazo muy nítido y
que la mujer, en general, ha estado confinada al ámbito
doméstico, pero lo que singulariza al siglo XIX es la dis-
tribución propia que hace de poderes y funciones, tanto
en lo privado como en lo público, entre los hombres y
las mujeres, distribución caracterizada de la manera que
ya hemos indicado. En síntesis, el siglo XIX occiden-
tal recoge una vieja diferencia y jerarquización entre los
sexos, la modela según sus propias formas y pretende
así perpetuarla acogiéndose a un supuesto orden natu-
ral inviolable por la sociedad, so pena de introducir en
ella la desarmonía y el caos total. Este es un aspecto
importante que caracteriza al siglo XIX. Pero no es el
único. Existe por lo menos otro que se opone radical-
mente al primero y que ofrece la imagen de un siglo que
comienza a conmover lenta pero inexorablemente los
cimientos de la milenaria diferencia y jerarquización de

77
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

los sexos. La coexistencia a lo largo de todo su transcu-


rrir de estos dos aspectos contradictorios a propósito
de las concepciones sobre el hombre y la mujer y de la
relación entre ellos es lo que explica la especial tensión
y dinámica de que está revestido este siglo a propósito
de esta problemática. Que el tema de la mujer en par-
ticular no era un tema resuelto para los hijos y las hijas
del decimonónico, lo muestra precisamente el hecho de
que nunca antes otro siglo se ocupó y habló más de ella:
la filosofía, la medicina, los catecismos, los códigos, la
teología y la literatura la hicieron frecuente objeto de
sus discursos. A decir verdad, el asunto de la mujer está
ya presente en los comienzos del siglo si a estos se les
ubica en la Revolución francesa, no porque se la tome
como el origen mágico de nuevas problemáticas; sino
porque ella, con su indiscutible impacto, constituye un
hito simbólico que inaugura un nuevo periodo histórico
en la cultura occidental. Y la Revolución francesa con
su fuerza para trastrocar el antiguo orden, todo lo puso
en vilo y de ello no podía hacer excepción con la mujer.
Uno de los efectos más profundos y al mismo
tiempo más manifiestos de la Revolución francesa fue
haberle dado curso, a nivel de la ideología y del ima-
ginario colectivo, a la certidumbre de que todo orden
humano es histórico, transitorio y revocable. La gesta
francesa en buena medida puso al hombre occidental de
cara al hecho, no ajeno a la dificultad y a la angustia para

78
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

aceptarlo, de que su destino, personal y colectivo, es he-


chura de sus propias manos y no de un forjador eterno
e inmutable, llámese dios o rey. La Revolución francesa,
sobre todo en el período de hegemonía jacobina, que-
bró los fundamentos trascendentales en que se había
erigido hasta entonces toda sociedad y, no sin vértigo,
le hizo constatar al hombre que el único fundamento
de su destino es su propio obrar. Signar como histórica
a la sociedad en todas sus dimensiones (instituciones,
regímenes, ideas, creencias, costumnares, leyes, etc.) era
no sólo poner una pica en el Flandes de la monarquía
y de la iglesia, sino también en esa tercera fuerza que
fungía como garante de lo eterno e inmodificable: la
naturaleza. Lo que la Revolución francesa, así haya re-
culado poco más tarde asustada ante su propia intrepi-
dez, erosionó con el ácido de la historicidad fueron esas
antiguas y duras rocas que sostenían para el hombre la
certidumbre de un orden inconmovible: dios, rey y na-
tura. Que después de haberse atrevido a este osado paso
haya querido poner freno y cambiar de dirección, ya que
dar marcha atrás era imposible, poco importa: el daño
estaba hecho y de ahí en más las renovadas letanías de
lo eterno no podrían ahogar en la cultura occidental el
perseverante murmullo de lo histórico que le certifica al
hombre que, con tal que a ello disponga su lucha y su
empeño, él tiene la potestad de configurar los órdenes
que lo rigen. Esta certeza de ser históricos, que abrió

79
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

la Revolución francesa: es la que explica que este siglo


haya parido pensadores como Hegel y Marx que hacen
de lo histórico el centro de su reflexión.
La Revolución francesa todo lo puso en la cuenta
de la historia…, ¿todo? Por lo menos en lo relativo a la
mujer quiso hacer una excepción y dejarla consignada
al rubro de la naturaleza pero, como hemos dicho, su
fuerza para trastrocar el antiguo orden no pudo dejar
de afectar también este dominio, con lo cual la preten-
dida excepción cobró también su lugar en la historia
del siglo XIX como problema que comenzó a reclamar
su solución.
Se sabe que la mujer, tanto la obrera como la cam-
pesina y la aristócrata, participó activamente durante
los acontecimientos revolucionarios fuera en calidad de
amotinada, de defensora de curas e iglesias o de pro-
motora de salones en los que se daban cita muchos de
los principales protagonistas de los hechos. En parti-
cular las mujeres de París fueron activas participantes
en los motines, alzamientos y arengas, pero, por una
peculiar lógica que seguía el proceso, inmediatamente
había que pasar del amotinamiento espontáneo, en el
que muchas veces el papel de la mujer fue de liderazgo,
a un plano formal y organizativo se procedía a excluir
a la mujer y a enviarla de regreso a casa. Ni en la or-
ganización armada, ni en la política, ni siquiera en las
organizaciones civiles (con contadas y muy breves ex-

80
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

cepciones) tenía lugar la mujer, por el contrario, se le


prohibía explícitamente y se le recordaba que su lugar
estaba en el hogar. Una revolución que todo lo echaba
abajo no encontraba mejor argumento para mandar las
mujeres a casa que invocar el caos social que arreciaría
si la mujer desconocía el lugar natural que le correspon-
día en el orden de las cosas y de los seres. Pero las mu-
jeres no aceptaron este proceder de una revolución que
se fundaba en nociones tales como individuo e igualdad
y que se contradecía con sus propios postulados cuan-
do sexuaba la ciudadanía, pues si la revolución creó la
categoría de ciudadano no creó la de ciudadana y con
esto condenaba a la mitad de su población a la carencia
de libertad, lo que iba a contravía de su principal causa.
Las mujeres, rechazando el trato de inferioridad que se
les daba adelantaron a partir de entonces la reivindica-
ción de un espacio político que las integrara como seres
libres, esto es, como ciudadanas. Desde ese momento
se levantaron voces como las de Olympe de Gouges,
Mary Wollstonecraft y más tarde Flora Tristán, que no
cejaron en reclamar la igualdad con los hombres a par-
tir del reconocimiento de una condición humana que
trasciende la diferencia de los géneros.
Por su propia lógica la Revolución francesa no
pudo dejar de plantear la cuestión de la mujer aunque
no la resolvió. De ella se ocuparon desde adversarios a
que tuvieran algún lugar en la política como Talleyrand,

81
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

pasando por quienes la veían como algo del mero


orden jurídico, al estilo de Condorcet hasta quienes
asumieron su abierta reivindicación como el caso del
representante jacobino Guyomar. Del lado de las mu-
jeres muy pronto se oyó la voz, en 1793, de Olympe de
Gouges quien reivindicó una Declaración de los derechos de
la mujer: y quien, poco después, hubo de pagar el precio
con su cabeza en la guillotina; también se manifestó
Mary Wollstonecraft quien, a diferencia de la anterior,
no ubicaba la solución del problema capital de la mujer
en una reivindicación política sino en una profunda re-
forma cultural de la sociedad.
Puesta en el tapete la cuestión de la mujer por una
revolución que en lugar de solucionarla posiblemente le
dio una vuelta más a la tuerca con la expedición del có-
digo civil, hubo de ser recogida por los filósofos quie-
nes, planteando a priori ora unas relaciones armónicas,
ora unas conflictivas, entre los sexos, la pensaron en
función de la familia y el matrimonio, la especie y su
perpetuación, y la propiedad y su herencia. Filósofos
como Fichte, Kant, Hegel, Friedrich Schlegel, Kierke-
gaard, Fourier, Schopenhauer, Comte, John Stuart Mill,
Marx y Nietzsche no pudieron dejar de referirse a ella.
Otro tanto sucedió con la literatura la cual a través
de plumas como las de Balzac, Stendhal, Flaubert, Tols-
toi, Chéjov, Turgueniev, Ibsen y otros, hizo de la cues-
tión de la mujer objeto privilegiado de su mirada, ex-

82
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

plorando las complicadas relaciones que establece con


el hombre, con la masculinidad, con la feminidad, con
el matrimonio, con el amor, con la sexualidad y con su
realización posible en la sociedad actual, por mencio-
nar parte de los problemas que indaga. La literatura fue
la forma de expresión de mujeres como las hermanas
Brontë, Jane Austen, Colette y esa pléyade de mujeres
que, quizás revelando con ello la ambivalencia de su
posición entre la reivindicación de un nuevo lugar para
la mujer y la sumisión a la condición de hombre para
alcanzar un valor, deciden hacerse reconocer con nom-
bres viriles y perseverar con ellos más allá de que todo
el mundo ya supieran que no eran sino seudónimos tras
de los cuales hablaban mujeres, como fueron George
Elliot, George Sand, Daniel Stern, Vizconde de Launey
y Daniel Lesueur, por citar los más conocidos.
No sólo fue una indagación discursiva, muchas
veces crítica, la que sostuvo el siglo XIX con respecto
al modelo de mujer caracterizada por la dedicación, la
abnegación y el olvido de sí misma que le exigía su do-
ble condición de madre y esposa, sino que fue también
una crítica expresada en las actitudes de rechazo que
muchas mujeres adoptaron frente a ese conducto a la
conyugalidad y a la maternidad que constituye el ma-
trimonio, el cual estaba rodeado de una leyenda dora-
da, además de que gozó de gran valoración pues era el
medio de hacerse a una identidad social y poder rehuir

83
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

al doloroso espantajo de la soltería, sobre todo para el


caso de la mujer pues en el caso del hombre no era pe-
yorativa. Ese rechazo al matrimonio y la opción por un
celibato laico se hacía como oposición a la esclavitud
sexual y a la obligación de tener que subyugar el espíritu
a la tiranía de esposo e hijos, tanto en la mujer que se in-
clinaba por el camino religioso, en la que optaba por esa
especie de sacerdocio laico en el que consistía el oficio
de enfermera, trabajadora social o maestra, como en
la intelectual que defendía celosamente su autonomía,
pueden reconocerse formas de evasión del imperio del
padre, el marido y la maternidad.
Otro factor que contribuyó a privilegiar, por mu-
jeres de poco peso cuantitativo pero de mucha inci-
dencia por el radical gesto que realizaban, la soledad
femenina, a despecho de una sociedad que la veía como
una amenaza contra el modelo familiar y como el anti-
modelo de la mujer ideal, fue el progresivo y acentuado
valor que fue alcanzando la individualidad, en la cual
también la mujer fue logrando cada vez más la posibi-
lidad de dibujarse un rostro propio que no hiciera de-
pender la identidad de la certificación que le depararan
el padre, el esposo o los hijos. Esa nueva conciencia y
sentimiento de sí va materializándose en hechos como
el surgimiento de la habitación propia, el tránsito del
diario íntimo del examen de conciencia cristiano a la
introspección, la propagación del retrato y la fotografía

84
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

personal, la popularización del espejo, el establecimien-


to de la huella dactilar como criterio de identidad, en
fin, más allá del matrimonio como una institución con-
venida por intereses y sin ninguna realización íntima
significativa, la pareja como realidad nueva en curso de
invención y la idealización de ella como unión de dos
identidades singulares promovida por el también valo-
rado amor y destinada a posibilitar la dicha personal.
En consecuencia, la mujer del siglo XIX fue en-
frentando también un modelo de sí que le reclamaba
resignación ante su destino y comenzó a otear otros
horizontes para su vida, aunque muchas veces el recha-
zo y la esperanza carecieran de una expresión nítida,
como sucede en el corazón de Madame Bovary: “(...)
Emma... no creía que las cosas pudieran ser iguales
en sitios diferentes, y, como la parte vivida había sido
mala, seguramente lo que quedaba por consumir sería
mejor”21. Vago sentimiento de rebeldía en la entrañable
Emma que explica sus desvaríos románticos y su de-
cidida y conmovedora apuesta por una vida mejor a la
idealización del amor, pero sentimiento de rebeldía que
en otros casos, como en el de la no menos entrañable
Ana Karenina, comienza a cobrar la forma de nuevas y
significativas realizaciones vitales:

21
  FLAUBERT, Gustave. Madame Bovary. Madrid: Alianza
Editorial, 1981, p. 136.

85
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

Al parecer, te imaginas que toda mujer es solamente


una hembra, una couveuse —replicó Stepan Arcadie-
vich—, Ana está ocupada, pero no precisamente con
su hija. La cría muy bien, sin duda; pero no se trata de
ella. En primer lugar, Ana escribe. Ya veo que sonríes
irónicamente, aunque no tienes por qué hacerlo. Está
escribiendo un libro para niños. No habla a nadie de
esto (...)22.

Puesta en la línea de desarrollar las posibilidades


de su vida y de alcanzar nuevas realizaciones la mujer
debió superar, tanto en lo individual como en lo so-
cial, los obstáculos que el hombre puso a su paso y
que podían ir desde la inferioridad en que la situaba la
legislación hasta la descalificación que denota la sonrisa
irónica de Levin en la cita anterior. Pero si la condición
de mujer era de por sí razón de obstáculo para la con-
quista de realizaciones propias y diversas, muchísimo
más grande era el impedimento que se le erigía cuando
la conquista a la que se dirigía ponía en juego esen-
cialmente la realización de una actitud femenina ante
la vida, porque entonces a la fuerza de la dominación
social de los hombres se le sumaba el peso de unos
valores predominantemente masculinos que regían la
cultura prevaleciente en la época. Si lo femenino es una
actitud ante la vida regida por el goce de ser y lo mas-

22
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 1036.

86
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

culino otra caracterizada por el goce de tener, y si por


principio lo femenino y lo masculino no se distribu-
yen puntualmente entre mujeres y hombres respecti-
vamente (aunque, por razones que hemos ofrecido en
otro lugar, es explicable, sin necesidad de acudir a una
determinación por la naturaleza, que no existe, que en
las mujeres prime la tendencia a la feminidad y en los
hombres la inclinación a la masculinidad), la mujer po-
día adelantar su reivindicación social apuntalada en los
valores masculinos dominantes en la cultura, caso en
el cual la resistencia que se le oponía era grande pero
no radical, o podía adelantar su reivindicación social
agenciando valores de la feminidad, situación ésta que
sí se topaba con la más extrema y radicalizada de las
oposiciones, pues ya su reclamación no sólo afectaba al
orden de poderes y derechos de los diversos sujetos so-
ciales, sino el corazón mismo de la cultura establecida.
El goce de ser traza una relación con todo aquello
que le permite al humano explorar y ahondar en su ex-
periencia ontológica y diversificar la valoración y la sig-
nificación de su existencia y del mundo que habita, en
una palabra, es el goce que depara el oficio de hacedor
sin fin de significantes que enriquecen y complejizan la
vida; por eso se puede llamar goce femenino al que se
inscribe en ese dominio que ha recibido el vago nom-
bre de “espiritual”, que comprende articulaciones a la
vida tales como la ética, la estética, el arte, la filosofía,

87
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

lo mítico, lo sacro, en general lo simbólico que trabaja


al humano desde su carencia constitutiva. Por su parte
el goce masculino definido como goce de tener (o de
ente) se inscribe en ese dominio que podríamos llamar
“de las cosas”, que comprende articulaciones a la vida
centradas en la dominación y el sometimiento tales
como las que posibilitan el dinero, lo militar, la política,
la ciencia y su técnica y en general todo lo que permite
una acumulación de poder para ejercer sobre un objeto
(humano o natural).
No sobra advertir que esta doble modalidad del
goce posible del sujeto humano, el que le depara el ser
y el que le depara el ente, no se inscribe en una valo-
ración moral del tipo bueno-malo, sino que más bien
señala dos caminos posibles (y necesarios en su conju-
gación) de articulación de la criatura humana a la vida.
Igualmente no está de más recalcar que femenino no
es, por principio, equivalente a mujer ni masculino a
hombre.
Planteadas las cosas así, y retomando el hilo del
siglo XIX, se puede decir que el capitalismo, que alcan-
za su consolidación precisamente en esta centuria, pro-
mueve, desde su consustancial lógica de acumulación
al infinito, una cultura caracterizada por la prevalencia
de los masculino y por “el olvido de lo femenino”, así
como Heidegger dice que nuestra época se caracteriza
por el “olvido del ser”. Este rasgo de “olvido de lo fe-

88
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

menino” que caracteriza la cultura del siglo XIX afectó


a la mujer pues, como dijimos antes, si ya la lucha por
la igualdad social le fue difícil, muchísimo más lo fue
cuando trató de adelantarla desde la feminidad. Por eso
Ana Karenina, para poner un ejemplo, no representa
únicamente a esa mujer del siglo XIX que busca sus
propias realizaciones, sino también a la que al hacer-
lo desde una intensa valoración del amor como pasión
de ser (sentimiento no medible, no acumulable, no po-
tenciable en términos de dominación creciente), se vio
condenada al ostracismo y al fracaso. No es descabella-
do pensar que si Ana Karenina no rompe con su hogar
por darle un nuevo curso a su vida según los dictados
de una pasión amorosa, sino para hacer una carrera en
la política, la administración o los negocios la lucha ha-
bría sido difícil, pero en todo caso no terminaría en ese
fracaso definitivo que es el suicidio.
Por eso una mirada especial que hay que dirigir a
la cuestión de la mujer en el siglo XIX es la que debe
recoger el conflicto feminidad-masculinidad, conflicto
que por no dirimirse en los marcos de las leyes, los jue-
ces o los policías, sino en el sutil e intangible modo de
asumir y valorar la vida que provee una cultura, tiene a
la literatura como fuente privilegiada que ofrece testi-
monio de él y de las formas que adoptó.
Si lo femenino sólo se realiza de uno en uno,
como lo advierte Goethe: “Considérese un ser femeni-

89
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

no como amante, como novia, como esposa, como ama


de su casa y como madre, siempre está aislada, siempre
es única y quiere ser única”23, lo masculino tiende a la
uniformidad de todos, como lo enuncia Stendhal:
(...) la señora de Renal (...), se figuró que todos los
hombres eran iguales, (...) la grosería y la más brutal
falta de sensibilidad hacia todo lo que no fueran intere-
ses, honores, cruces, el odio ciego hacia cualquier razo-
namiento que los contrariase, le parecían algo natural,
propio del sexo, igual que llevar botas o un sombrero
de fieltro24.

En este dominio sutil y no manifiesto, dominio


en el que las luchas se libran en las pequeñas escalas
del individuo y de la cotidianidad, también se juega la
historia del siglo XIX y la de las mujeres que encarnan
una defensa femenina de la vida. En esta perspectiva, la
historia de las mujeres del siglo XIX es en buena medi-
da la historia de la feminidad, es decir, de una visión y
una actitud ante la vida que se confronta con la mascu-
lina y que cuestiona el orden cultural establecido, y no
solamente la historia de la lucha por un lugar social que
deja incólume a la cultura dominante.

23
  GOETHE. Johann Wolfgang von. Afinidades electivas. Ma-
drid: Espasa-Calpe, 1962, p. 171.
24
  STENDHAL. Op. Cit., p. 44.

90
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Los grandes novelistas del siglo XIX, que fueron


ellos mismos con su creación artística representantes
de esa feminidad que puja por preservar una dimen-
sión poética de la vida frente a esa actitud que lo redu-
ce todo a producir y consumir mercancías, nos ofrecen
con Ana Karenina, Emma Bovary, Madame de Renal
o Anna Serguevna (esa adorable dama del perrito), por
decir sólo unas cuantas, no solamente el cuadro de un
dramático destino personal con desdichado final, sino
la pintura de una época y de una cultura que libró en
su seno, de manera casi imperceptible en la algarabía
de otros acontecimientos, un crucial conflicto que des-
nudó valores y actitudes disímiles para asumir la vida.
Valgan para ratificar esto unos cuantos ejemplos, en
los cuales la literatura describe actitudes contrapues-
tas que sin duda son estructurales de la feminidad y la
masculinidad, pero que leídas para el siglo XIX mues-
tran que en la mujer cupo no solamente la lucha por
otras realizaciones para su vida sino también el hacerlo
sosteniendo una visión femenina de la existencia, es
decir, no sólo era asunto de ganar para sí en lo social,
sino de suscitar una transformación cultural de efectos
globales sobre el conjunto de la sociedad. Un caso es
la actitud ante el dinero: mientras lo masculino lo asu-
me como un emblema fálico que se constituye en fin
en sí mismo, lo femenino lo usufructúa sólo como un
medio para realizaciones de más hondo calado como

91
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

aquellas que permiten expandir el ser, lo que plasman


Eugenia Grandet y su padre de manera inequívoca:
“Así pues, el padre y la hija, cada uno por su parte,
habían estado contando su fortuna; él para ir a vender
su oro, Eugenia para arrojar el suyo a un océano de
afecto”25.
Otra diferencia de actitud es la que se da en las re-
laciones con el amor y la sexualidad. En la masculinidad
la sexualidad también es un fin en sí mismo, mientras
que en la feminidad la sexualidad está subordinada al
amor por lo que el cuerpo sólo puede acceder al goce
erótico como manifestación del amor. Es la diferencia
radical que separa a Emma y a Rodolfo respecto a la
consumación sexual de su relación:
—¡Oh, es que te amo! —proseguía Emma— Te amo
de tal manera que no puedo pasar sin ti (...). Tantas ve-
ces le había oído decir estas cosas, que ya no tenía para
él nada de original. Emma era como todas las amantes,
y al caer como un vestido el encanto de la novedad, de-
jaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión (...)26.

Ya no empleaba, como antes, aquellas palabras tan dul-


ces que la hacían llorar ni aquellas vehementes caricias

25
  BALZAC, Honoré de. Eugéne Grandet. Bogotá: Editorial
La Oveja Negra., 1982, p. 132.
26
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., pp. 241-242.

92
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

que la volvían loca (...). No quería creerlo; ella intensi-


ficó su amor, mientras que Rodolfo fue ocultando cada
vez menos su indiferencia27.

Ese destino de la sexualidad como fin en sí mismo


es lo que determina la incapacidad masculina para sos-
tener una percepción estética de la mujer más allá del
vínculo carnal, como lo tiene que padecer Ana Kareni-
na: “Vronsky levantó la vista. Vio toda la belleza de su
rostro y de su vestido, que siempre le sentaba tan bien.
Pero ahora le irritaban precisamente esa belleza y esa
elegancia”28, “pero ahora sentía [Vronsky] su belleza
[de Ana] de otro modo completamente distinto. No ha-
bía ningún misterio para él (...)”29. Al ligar la sexualidad
al amor, lo que la feminidad pone en juego es el ser, lo
que no puede ser comprendido por la masculinidad que
sólo hace de ella un ejercicio de posesión. Por eso en la
mujer del siglo XIX que lucha contra su obligatoriedad
al matrimonio al margen de su realización propia, no se
puede reconocer únicamente la reivindicación, en los
hechos, de su cuerpo como algo propio, sino una de-
manda más trascendente: la de su ser, en otras palabras,
la transgresión al matrimonio no se explica ni se agota

27
  Ibíd., p. 221.
28
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 809.
29
  Ibíd., p. 815.

93
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

para ella en la sexualidad, a la que suele restringirse la


transgresión masculina, más bien se hace a nombre de
la esperanza de conquistar una nueva significación on-
tológica, como lo testimonia la dama del perrito:
(...) ¡Me aborrezco a mí misma!... ¡no es a mi marido a
quien he engañado..., he engañado a mi propio ser! ¡Y
no solamente ahora..., sino hace ya tiempo! (...) ¡Des-
pués de casada, me torturaba la curiosidad por todo!...
¡Deseaba algo mejor! ¡Quería otra vida!... ¡Deseaba vi-
vir! (...) ¡Usted no podrá comprenderlo, pero juro ante
Dios que ya era incapaz de dominarme!30.

Esta exaltada declaración de Ana Serguevna certi-


fica mejor lo que de manera insistente hemos repetido:
hay una lucha de la mujer del siglo XIX en la que el
asunto no es lograr lo que el hombre en tanto mascu-
lino ha alcanzado, más bien, cuando ella agencia la fe-
minidad, se trata de realizar otra cosa: otra experiencia
con la vida y con el ser.
Finalmente, esta inagotable demanda de ser que
hace la feminidad le depara una mayor sensibilidad, en
comparación con la masculinidad, frente a la vida, com-
pleja y difícil, y los dolores que siempre la habitan, tal
como bellamente lo reconocía Balzac en las mujeres de
su siglo:
30
  CHÉJOV, Antón. La dama del perrito. Bogotá: Editorial La
Oveja Negra Ltda., 1982, p. 10.

94
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

En todo momento las mujeres tienen más motivo de


dolor que el hombre y sufren más que él. El hombre
tiene su fuerza y el ejercicio de su poder, actúa, se mue-
ve, se ocupa de algo, piensa, abraza el porvenir y en-
cuentra en ello consuelo (...), pero la mujer permanece,
se queda frente a frente con su pena y nada la distrae
de ella, llega hasta el fondo del abismo que la pena le
ha abierto (...)31.

Por otra parte, es también necesario decir que


para la mujer del siglo XIX su relación con la vida al
estar signada por un lugar importante y significativo
para el amor, se expresó, de un lado, en la posición de
sujeto del amor que reclamó experimentarlo en ella
para acceder al matrimonio y a la sexualidad, lo que no
acontecía con la mujer de épocas anteriores que llegaba
al matrimonio por decisiones de terceros y a la sexua-
lidad por débito; pero, de otro lado, se expresó en la
posición de objeto del amor, es decir en la demanda
que hizo de ser amada, lo que le confería un valor, una
significación y un lugar especial en el trato del hombre.
No ser solamente bella para la atracción sexual de los
hombres como había sucedido antes, en general, con la
mujer, sino ser bella para ser amada y poder desplegar,
desde esta especial consideración que lograba, sus rea-
lizaciones propias. En pocas palabras: a través del amor

31
  BALZAC, Honoré de. Op. Cit., p. 155.

95
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

de que era objeto, la mujer del siglo XIX alcanzó a ser


alguien y dejó de ser un simple instrumento de satisfac-
ción sexual y de reproducción. Es lo que le pasa a Ana
Serguevna a los ojos de Gurov cuando éste, que sólo
le había dado en un principio el lugar de un capricho
sexual más, se descubre enamorado de ella:
Aquella mujer, en la que nada llamaba la atención, con
sus vulgares impertinentes en la mano, perdida en el
gentío provinciano, llenaba ahora toda su vida, era su
tormento, su alegría, la única felicidad que deseaba. Y
bajo los sonidos de los malos violines de una mala or-
questa pensaba en su belleza, pensaba y soñaba32.

Pero ese nuevo juego de posibilidades que trajo


consigo el amor, excelsa expresión de la feminidad, ac-
tivó en el siglo XIX formas de resistencia que apunta-
ron a sofocar ese peligroso factor de poetización que
irrumpía precisamente en la sociedad que más le había
pedido al ser humano que se hundiera en la fascinación
por “la cosa”. Dos formas adoptó esta resistencia al
amor: la primera, llevarlo a la pura ficción, des-reali-
zarlo, reducirlo a un asunto de papel impreso, tarea en
la que paradójicamente jugó un papel muy importante
la literatura y principalmente la romántica con su acen-
to cargado a un amor hiper-idealizado, imposible de

32
  CHÉJOV, Antón. Op. Cit., p. 18.

96
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

localizar en la vida real. Si el amor es una experiencia


que concierne al sujeto en el registro imaginario y la
literatura, en tanto universo ficcional, también transita
por la dimensión imaginaria, el puente quedó tendido
y entonces al amor se lo llevó a habitar el puro univer-
so de la ficción, cargando las tintas en ese enunciado
tan caro al romanticismo acerca de la imposibilidad del
mismo. Esta ficcionalización del amor produjo esa es-
pecie de esquizofrenia en la mentalidad que no hacía
incompatible que un lector que se había compungido y
conmovido con el drama que desgarra la vida de Ana
Karenina, censurara acremente y descalificara a la ve-
cina que había huido, atraída por una pasión amoro-
sa, de un matrimonio asfixiante. Fue, pues, la primera
forma de resistir al amor: convertirlo en mero asunto
de papel, aunque también hay que decir que, contradi-
ciendo lo anterior, la literatura no dejó, igualmente, de
constituirse en un generador del ideal amoroso de la
época. De todas maneras esa tendencia a ficcionalizar
el amor, y con él una nueva vida, es contra lo que, a su
vez, se resiste una combatiente por su vida como lo
es Ana Karenina, a diferencia de tantas mujeres que
conjugaban amargamente la realidad de un matrimonio
empobrecedor con la idealización de un intenso amor
que devoraban en las novelas por entregas de los pe-
riódicos o en los libros a su alcance. No, Ana Karenina
representa a esa mujer que luchó por lo suyo sin aceptar

97
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

ningún tipo de delegación: “(...) pero aquella lectura le


resultaba desagradable, es decir le molestaba el reflejo
de la vida de otras personas. Tenía demasiados deseos
de vivir ella misma”33.
La segunda —y sin duda la más eficaz— forma
de resistir la irrupción del amor que presencia el siglo
XIX, es a través de ese soporte que este siglo no inven-
tó, pero sí refinó para que sostuviera esos dos valores
que son la familia y el hijo y que exaltó como ninguna
otra época había hecho hasta entonces: nos referimos
al matrimonio. Más adelante nos detendremos en él
con más detalle, al igual que retomaremos la proble-
mática del amor, pero por el momento quisiéramos
aludir a un par de aspectos de la relación de la mujer
del siglo XIX con esta institución. Uno concierne con
la primacía de la apariencia sobre la realidad efectiva
del deseo y del afecto entre los cónyuges, el otro con el
poder conminador del matrimonio y el elevado precio
anímico y social que le cobra a la mujer del siglo XIX,
no tanto al hombre, por la ruptura que haga con él.
Aunque podía ser frecuente que una mujer del deci-
monónico se identificara con Madame Bovary cuando
decía que “se aburría, que su marido era odioso y la
existencia horrible”34, es decir que se reconociera en

33
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 148.
34
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., p. 237.

98
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

la certeza de que ni el deseo ni el amor la ligaba ya a


su esposo, se reclamaba deponer esta verdad y guar-
dar las apariencias de una buena concordia ante los
ojos de los demás, los que a su vez muy probablemen-
te también actuaban su respectivo papel. Esta salida a
la apariencia era una manera de sortear, ilusoria pero
onerosamente, la verdad de una relación convertida en
un pesado lastre para la realización de una vida propia.
Aparentar, como una forma de mantener contenido
un deseo que busca otro norte, es lo que le propone su
esposo a Ana Karenina:
—Ya te he rogado que tu comportamiento en la socie-
dad sea correcto para que las malas lenguas no puedan
murmurar de ti. En una ocasión te hablé de nuestras
relaciones íntimas; ahora no lo hago; ahora hablo de las
relaciones externas. Te has comportado inconvenien-
temente, y desearía que esto no se vuelva a repetir35.

No obstante, algunas mujeres, precisamente en


pos de respetar la identidad profunda que les confiere
su deseo, rechazan esta falsa puesta en escena a la ma-
nera en que lo hace Ana:
Soy una mala mujer, una mujer perdida —pensó—,
pero no me gusta mentir, no soporto la mentira, y él
se alimenta de mentiras. Lo sabe todo, lo ve todo; ¿qué

  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 316.


35

99
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

siente cuando puede hablar con esa tranquilidad? si me


matara, si matara a Vronsky, lo respetaría; pero no, sólo
necesita mentiras y decoro36.

Quien piensa así es alguien a quien el modelo de


resignación y abnegación ya no le define el curso de
la vida, pues éste ya consulta con la verdad de su de-
seo y no está en disposición de ceder en ello. Empero,
esa actitud de escucharse a sí misma y no únicamente
a una norma exterior como la que quiere imponer el
matrimonio y que conduce a una transgresión de ésta,
no es sencilla de asumir por la mujer del siglo XIX que
tiene que padecer los latigazos de la culpa proveniente
de su refutación de un modelo como el de madre y
esposa, que si lo rechaza es porque lo ha incorpora-
do, lo que hace mucho más significativo a su combate.
Así se lo confiesa Madame de Renal a Julián: “Dios me
concedió la gracia de comprender mi pecado contra él,
hacia mis hijos, hacia mi marido (...), aunque éste no
me haya amado nunca como usted me amaba (...)”37,
“(...) el más pequeño de los niños, se puso malo con
fiebre. Al momento, la señora de Renal fue presa de
horribles remordimientos. Por primera vez y sin cesar,
se reprochó su amor. Parecía comprender de repente,

36
  Ibíd., pp. 309-310.
37
  STENDHAL. Op. Cit., p. 235.

100
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

como por milagro, la magnitud de la falta que había


cometido (...)”38, “(...) para apaciguar la cólera del Dios
celoso, tenía que odiar a Julián o ver morir a su hijo.
Y precisamente por no poder odiar a Julián se sentía
tan desgraciada (...) —Dios me castiga —añadió en voz
baja—. ‘Es justo’”39. ¿Son los mismos sufrimientos por
los que pasa Ana Karenina?:
He causado la inevitable desgracia de este hombre [del
esposo] —pensó—, (...). También yo sufro y he de
seguir sufriendo. Pierdo todo lo que más aprecio, el
nombre de mujer honrada y a mi hijo. He procedido
mal y por eso no deseo ser feliz, no deseo el divorcio
y sufriré mi deshonra y la separación de mi hijo. Pero,
a pesar de su sincero deseo de sufrir, Ana no sufría.
No había ninguna deshonra: con el tacto que ambos
tenían, evitaban en el extranjero a las señoras rusas y
nunca se ponían en falsas situaciones40.

No, Ana no tiene tan interiorizado el modelo de


mujer esposa-madre como la señora de Renal y por eso
la fustigación de la culpa es menor, pero en la inevitable
ambivalencia y contradicción de un combate tan duro
como el que le tocaba vivir para realizar su más íntima

38
  Ibíd., p. 122.
39
  Ibíd., p. 123.
40
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 692.

101
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

dicha, lo que no paga en remordimiento lo reconoce


como una especie de concesión a la moral de la apa-
riencia que en otro momento ha rechazado, sólo que
en forma invertida: no mostrando algo que no es, sino
escondiendo lo que es.
En fin, camino que no fue fácil ni sencillo el que
tuvo que recorrer la mujer del siglo XIX, a partir de esa
puesta en escena de su problemática que hizo la Revo-
lución francesa y que desde allí difuminó, como tantas
otras de sus conquistas y preocupaciones, por todo el
espectro de la cultura occidental. Los del gorro frigio,
sin duda sin obedecer en un principio a ningún propó-
sito consciente, empujaron a la mujer a luchar por un
espacio político, social y económico que, contradictoria-
mente, se le escamoteaba en un mundo que vio hincar,
para ya no poder renunciar a ella así fuera como ideal,
la bandera de la libertad y la igualdad. Un reino: la casa,
y un poder: como esposa, madre y educadora constitu-
yeron la propuesta inaugural del siglo que así buscaba
acatar en la distribución social de lo privado y lo pú-
blico, respectivamente, un supuesto orden natural entre
la mujer y el hombre. Modelo exitoso y triunfante, no
cabe duda, pero que lenta y progresivamente comenzó
a padecer la erosión de movimientos y concepciones de
la mujer que se oponían a la discriminación por género
de la ciudadanía y los espacios. Lucha social significati-
va que adelantó la mujer sobre el fondo de un modelo

102
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

hegemónico pero con defensas falibles. Pero esta lucha


social que de manera perseverante un sector de mujeres
supo sostener a lo largo del siglo XIX, se realizaba al in-
terior de una cultura calificada de masculina por la pre-
dominancia de un goce centrado en el tener y en el ente
y manifestado en la decidida vocación de destinar la vida
a la lógica febril producción-consumo, al servicio de una
acumulación de capital que entra en un desfiladero sin
término, que cada vez la define más como puro fin en
sí mismo en detrimento de cualesquiera otras dimen-
siones del ser humano. De ahí que la insurgencia de la
mujer del siglo XIX reclame un doble tipo de pregunta
histórica: ¿por qué objetivos peleaba? y ¿desde dónde
libraba su lucha, desde una posición masculina o desde
una posición femenina, esto es, desde un goce de tener
o desde un goce de ser? Dicho de otra manera: la mujer
del siglo XIX pudo adelantar su reivindicación como
grupo social ratificando los términos de una modalidad
masculina de la cultura y subordinándose a ésta o pudo
luchar por su lugar social adelantando al mismo tiempo
una crítica al carácter casi exclusivo de lo masculino en
la cultura y propendiendo por una relativa feminización
de la misma.
Esta puja por conquistar una realización propia
desde una valoración femenina de la vida, es también
un hecho fundamental de la historia de las mujeres del
siglo XIX —en cuanto encarnaron la feminidad, cosa

103
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

que no es un atributo por principio de ellas—, aun-


que sea una puja sutil, que no deja demasiadas huellas
manifiestas. Es aquí donde la literatura del siglo XIX,
particularmente la llamada realista, cobra valor como
fuente para conocer cómo algunas mujeres de su siglo
tuvieron la osadía de cuestionar el modelo de madre,
esposa y educadora, desde unos valores e ideales que
simultáneamente cuestionaron la cultura masculina
predominante. Por eso se proponían realizar su vida
rompiendo con el modelo establecido pero desde la
reivindicación de valores como el amor, el derecho
a la felicidad entendida como conquista espiritual, la
poetización de la experiencia humana, la construcción
de una ética que reconociera el deseo propio, en sín-
tesis, valores a contravía de los de una cultura que, en
su lamentable reducción de las posibilidades de la vida
humana, sólo puede reconocer lo que se exprese como
mercancía o esté al servicio de ella.
Por eso Madame Bovary, arrastrada hasta el fondo
por su doble fracaso, en el matrimonio y en el adulterio,
sabe que lo que falló fue su propuesta de hacer una
vida en la que el amor fuera un valor de primer rango,
y falló por su posible desmesura romántica o por la in-
capacidad de encontrar quien estuviera a la altura de
su pasión, en todo caso no es esto lo que importa para
nuestra indagación del siglo XIX, sino el hecho de que
ella, quijotescamente, salió armada del amor a enfrentar

104
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

los implacables pero insulsos molinos, para ella, del ma-


trimonio, la maternidad y la apariencia social.
¡Ah!, si en la lozanía de su belleza, antes de las man-
cillas del matrimonio y de la desilusión del adulterio,
hubiera podido poner su vida en algún gran corazón
fuerte, entonces la virtud, el cariño, las voluptuosida-
des se habrían unido y nunca habrían descendido de
una felicidad tan alta (...)41.

Madame Bovary, como sus otras compañeras en


la saga de la literatura, representa a un tipo de mujer
del siglo XIX, seguramente minoritaria frente a la ma-
yoría de adecuadas al modelo madre-esposa o al número
también superior de quienes luchando por realizaciones
nuevas todo lo redujeron a lograr un lugar en la escue-
la, los negocios o el gobierno sin interrogar en nada la
lógica de la cultura en la que desplegaron su realización,
pero así fueran minoritarias las Madame Bovary del si-
glo XIX fueron otro conducto a la superación de la con-
dición de mujer, pero con un valioso agregado: lucharon
por una superación de la condición humana en general.
Y puede que en esto último haya radicado su quijotada,
¿pero acaso no nos mostró el caballero de Rocinante
donde va a parar la humanidad cuando cree que los mo-
linos siempre serán molinos y prefiere pasar de largo?

41
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., p. 276.

105
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

III

Hasta fines del siglo XVIII Occidente había logrado


cierta relación orgánica entre estas tres categorías: indi-
viduo - familia - sociedad, sin caer en divergencias muy
profundas entre ellas.
Época no sólo de la Revolución Industrial, es también
la de una gran revolución de la afectividad. Ésta antes
era difusa, repartida sobre una gran cantidad de per-
sonas naturales y sobrenaturales, Dios, santos, padre,
hijos, amigos, caballos, perros, huertos y jardines. Va
a concentrarse ahora en el interior de la familia, sobre
la pareja y los hijos objetos de un amor apasionado y
exclusivo que la muerte no detiene42.

La familia era un claro lugar de representación de


los intereses sociales, sin que se acentuara de manera
notoria su valor. Esa familia que no necesariamente
estaba parapetada en un matrimonio oficial, tenía la ca-
racterística de ser nuclear. Parece más mítico que cier-
to históricamente, que hubiese primado alguna vez en
Occidente la familia extensa, con excepción de algunas
contadas regiones, por ejemplo italianas. Los datos his-
tóricos más bien refrendan que desde la antigüedad ro-
mana hay una tendencia a la familia nuclear, es decir a la
familia que está constituida por los cónyuges y por los
42
  ARIÈS, Philippe. La ciudad contra la familia. Op. Cit., p. 26.

106
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

hijos y donde no conviven varias generaciones y me-


nos bajo la forma de que el más viejo de los hombres
tuviese poder sobre los demás. La familia nuclear tenía
muchas atribuciones una de las cuales era la de ser un
gran centro de producción en la que participaban to-
dos sus miembros bajo el comando, generalmente, del
padre, al punto que bien se podría hablar de una divi-
sión familiar del trabajo. Otro atributo de la familia era
el de ser el lugar por excelencia de formación que for-
jaba al hombre laboral. El oficio se aprendía ahí o, en
todo caso por derivación que hacía el padre del hijo, en
uso de su potestad, en una corporación de artesanos.
No había escolarización de la vida para los sectores
populares y la que había para los sectores dominantes,
por lo menos antes de la revolución científica del siglo
XVII, tenía que ver con un humanismo que servía de
lustre social. Y si la familia no metía baza en lo perti-
nente al amor y a la sexualidad, aunque, haciéndose eco
de la iglesia, no dejara de invocar moderación; donde
sí reclamaba potestad era en el importantísimo asunto
social de la elección y realización matrimonial. Y esto
era lógico, pues si el matrimonio era un recurso para
la promoción de los intereses económicos y sociales
de la familia, entonces no se podía dejar a un criterio
tan inestable y poco calculador como era el amor del
enamorado. Y como todos los días no aparecían bue-
nos partidos fue necesario mantener una compuerta

107
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

de oxigenación para la sexualidad: la prostitución, la


cual contó con el aval de la iglesia, aunque fuera bajo
la forma de no ocuparse decididamente de ella. Los
campesinos guardaban relaciones con el cuerpo y la
sexualidad más o menos abiertas y libres, por ejemplo,
como prácticas prenupciales relativamente toleradas o
como una no exagerada valoración de la virginidad.
En todo caso la familia parece no haber tenido sobre
la sexualidad el dominio que sí tenía sobre la elección
matrimonial y profesional. La familia pierde algunas de
las atribuciones que antes poseía, pero se desplaza a re-
clamar otras nuevas. “Lo más nuevo es, sin duda, la im-
portancia atribuida a la familia como célula de base. Lo
doméstico es una instancia de regulación fundamen-
tal”43. No obstante, es menester precisar cuál es el tipo
de familia al que el individuo le permite que ejerza un
poder —sobre él, al tiempo que es necesario destacar
que desde el siglo XIX este mismo individuo empieza
a reclamar su soberanía sobre algunas dimensiones de
su vida que antes eran potestad de la familia. “—Eu-
génie, estás en mi casa, en casa de tu padre. Para seguir
en ella antes tienes que someterte a sus órdenes. Los
curas te ordenan que me obedezcas”44. A partir del si-

43
  PERROT, Michelle. Los Actores. En: Historia de la vida pri-
vada. Tomo IV. Op. Cit., p. 99.
44
  BALZAC, Honoré de. Op. Cit., p. 167.

108
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

glo XIX la familia cada vez, tuvo menos que ver con la
producción: la casa dejó de ser un taller que unía a sus
miembros, según una división del trabajo entre ellos,
pasando de ser un centro de producción a un centro de
consumo y un dispositivo de control. “La búsqueda de
intimidad, la competencia doméstica exigida a la mujer
popular es una manera de hacer aceptable ese hábitat
que pasa de una fórmula ligada a la producción y a la
vida social a una concepción basada en la separación
y en la vigilancia”45. Pero más allá del hecho de que la
casa fue dejando de ser epicentro laboral, el padre per-
dió la potestad de asignar al hijo el destino profesional
y fue éste el que asumió, a partir de la adolescencia, su
opción laboral. También la familia perdió el derecho a
estipular el destino conyugal de los hijos, pero se fue
constituyendo en el centro de formación moral del in-
dividuo, a partir sobre todo del nuevo papel asignado
a la mujer como madre y esposa: “La mujer encuentra
su destino sustancial en la moralidad objetiva de la fa-
milia, cuyas disposiciones morales expresa la piedad
familiar”46, formación que compartió con la escuela,
institución de influencia creciente. Igualmente, y com-

45
  DONZELOT. Jacques. Los policías de la familia. Ed. Ma-
gazín de Troncos, 1990, p. 45.
46
  PERROT, Michelle. Los Actores. En: Historia de la vida pri-
vada. Tomo IV. Op. Cit., p. 100.

109
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

pensando lo que perdió, comenzó a ganar en sobera-


nía sobre el amor y la sexualidad.
Empero, es necesario precisar que esta familia
que pierde y gana en soberanía, no es una y la misma,
sino que ella también se ve abocada a variaciones de
forma y estructura. El principal cambio que vive es el
que podríamos llamar, según denominaciones nuestras,
paso de la valoración de la familia paterna a la familia
conyugal, es decir, de la importancia dada a la familia
constituida por los padres a la que se le asigna a la cons-
tituida con el cónyuge, que capitalizará cada vez más
el afecto y la atención, cambio que explica, entre otras
cosas, la importancia que cobra el matrimonio desde el
siglo XIX y, esta a su vez, la estrategia de conducción
de la vivencia amorosa al dispositivo conyugal. “La
familia es la garantía de la moralidad natural. Se basa
en el matrimonio monógamo, establecido por mutuo
consentimiento; con respecto a él las pasiones resultan
contingentes, incluso peligrosas (...)”47. El individuo ha
perdido la soberanía con respecto a su sexualidad y su
amor pasional, la cual se ejerce no por la familia paterna
sino por la conyugal. Las elecciones en materia de se-
xualidad o de amor no pasan ya para el joven por el aval
del padre o la madre, pero sí debe sortear para el adulto
la prohibición sostenida por el cónyuge, el cual tiene

  Ibíd., p. 99.
47

110
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

potestad para intervenir fiscalizando las relaciones del


individuo con el tiempo, los lugares, los semejantes, las
palabras, los afectos, etc. Con otras palabras: desde el
siglo XIX cada uno decide por sus deseos hasta tanto
no haga aparición en su vida la pareja, momento desde
el cual el deseo ya tiene a quien rendirle cuentas.
La característica del siglo XIX es la polarización en
torno del matrimonio que tiende a absorber todas las
funciones: no sólo la alianza, sino también el sexo. En
la familia se interpenetran la sexualidad y la alianza: la
familia transporta la ley y la dimensión de lo jurídico
a la disposición de la sexualidad; y transporta la eco-
nomía del placer y la intensidad de las sensaciones al
régimen de la alianza48.

Se fue tejiendo así una de las crisis que cruza el


dominio matrimonial y de la pareja: la que surge del
conflicto de un individuo que reclama como decisión
suya lo concerniente al amor y a la sexualidad, pero que
tiene que delegar esta potestad en su pareja.
(...) El drama de las familias, la tragedia de las parejas
reside con frecuencia en estos conflictos entre el deseo
y la alianza. Cuanto más aspiran las estrategias matri-
moniales a asegurar la cohesión familiar del modo más

48
  PERROT, Michelle. La familia triunfante. En: Historia de la
Vida Privada. Tomo IV. Op. Cit., p. 139.

111
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

estricto, más canalizan o ahogan el deseo. Cuanto más


fuerte es el individualismo, más se rebela contra las de-
cisiones del grupo49.

El otro conflicto de importancia que comienza a


darse a partir del siglo XIX es el que se presenta entre
la familia y la sociedad. Anteriormente, como hemos
dicho, la familia, en su condición de mediadora social,
permitía relaciones más o menos orgánicas con el indi-
viduo y con la sociedad.
Reflexionar sobre las relaciones entre la historia de la
familia y la historia de la ciudad. Una de las ideas guía
es que la familia se ha hipertrofiado como una célula
monstruosa al retraerse y perder su poder de anima-
ción y vida la sociabilidad de la ciudad (o de la comu-
nidad rural). Todo ocurre como si la familia hubiese
intentado reemplazar el vacío que dejó la decadencia
de la ciudad y de las formas urbanas de la sociabilidad.
En adelante, esta familia invasora, todopoderosa y om-
nipresente ha pretendido responder a todas las necesi-
dades afectivas y sociales. Hoy comprobamos que ha
fracasado, ya sea porque la privatización de la vida ha
ahogado las exigencias comunitarias incomprensibles
o porque ha sido alienada por los poderes. El individuo
le exige hoy a la familia todo lo que la sociedad exterior
le rehúsa por hostilidad e indiferencia50.

49
  Ibíd., p. 139.
50
  ARIÈS, Philippe. La ciudad contra la familia. Op. Cit., p. 25.

112
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Con respecto al individuo ya hemos señalado la


ganancia de éste frente a la familia paterna en lo relativo
al amor y la sexualidad y su permanente puja a propósi-
to de lo mismo en el dominio matrimonial.
Durante el siglo XIX la familia se encuentra en una
situación contradictoria. Reforzada como se halla en
poder y en dignidad por la totalidad de la sociedad, tra-
ta de imponer a sus miembros sus propios fines, ya que
el interés del grupo se ha declarado superior al de sus
componentes. Pero, por otro lado, la proclamación del
igualitarismo y los progresos sordos pero continuos
del individualismo ejercen otros tantos impulsos cen-
trífugos generadores de conflictos, que llegan a veces
incluso al estallido51.

El peso del individuo frente a la familia queda expre-


sado por el extrañamiento que tiene respecto al núcleo pa-
terno del que proviene. Es una paradójica situación: nunca
antes los padres habían invertido tanto afecto en los hijos
pero, igualmente, nunca antes los padres habían estado tan
solos cuando cada hijo hace su propia historia personal
que lo lleva a extrañarse de la casa paterna. Esta dispersión
de los hijos enfatiza la necesidad del cónyuge, por ser el
único recurso que queda para lograr una compañía que
permita, por ejemplo en la vejez, escapar a la soledad.

51
  PERROT, Michelle. Damas y conflictos familiares. En: Histo-
ria de la Vida Privada. Tomo IV. Op. Cit., p. 269.

113
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

Desde el siglo XIX empieza a abrirse en Occiden-


te un abismo muy grande entre la familia y la sociedad,
que pasa por una exaltación de lo privado y un demeri-
tamiento de lo público, lo que no es incompatible —al
contrario, la precisa—, con la función social que cumple
la familia. “Como forma elemental de la vida popular,
la familia ha sido igualmente el modo prevaleciente de
acumulación inicial y de gestión para el capitalismo del
siglo XIX”52. Declive de lo público que no contradice
el fortalecimiento progresivo del papel del Estado. En
realidad, el siglo XIX depara una triple exaltación: del
individuo, de la privacidad y del Estado. Las institucio-
nes del Estado vigilan, ordenan y regulan la vida desde
antes de nacer y hasta después de morir, son una especie
de gran ojo que atiende a cada paso que sus ciudadanos
dan y para lo cual se dota de funcionarios especializados
en promover y cuidar la normalidad, prestos ya no a
hablar y actuar a nombre del pecado sino de la enferme-
dad, con tal que alguien salga de la cuadrícula de la nor-
malidad: “la misma preocupación por un control global
de la población, que es el resultado de esa gestación des-
piadadamente económica de los individuos cuando el
sistema familiar ya no basta para controlarlos”53.

52
  PERROT, Michelle. Los actores. En: Historia de la vida priva-
da. Tomo IV. Op. Cit., p. 166.
53
  DONZELOT, Jacques. Op. Cit., p. 161.

114
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Acorde con esto, el capitalismo promueve una


relación con el saber definida por la especialización
académica de élites y por la negación del saber no aca-
démico de la cultura popular, por ejemplo, por el reco-
nocimiento de la medicina académica y por el rechazo
de los saberes populares sobre el cuerpo. En esta medi-
da se podría definir la actitud del capitalismo en materia
de conocimiento como la producción de un avanzado
saber de élites correlativo a la producción de una vasta
ignorancia en todos los demás miembros de la socie-
dad, al igual que en cada uno promueve saber cada vez
más de cada vez menos, es decir, gozar de un punto de
sabiduría y de un universo de ignorancia.
Este saber oficial es el que se pone al servicio de
la función normalizadora, que se privilegia frente a la
de sanción o castigo. “Esa sexualidad que el siglo XIX
quiere conocer y que erige en ciencia, tiene su centro
en la familia, en el marco de reglas y de normas cuya
garantía ella constituye y de lo que a veces se la despo-
see: por intervención del sacerdote, pero más aún del
médico, experto de la identidad sexual, testigo de las
dificultades y dispensador de los nuevos mandatos de
la higiene”54. Lo raro, en adelante, será que un niño, por
ejemplo, pueda vivir algo propio sin que un ejército de

54
  PERROT, Michelle. Dramas y conflictos familiares. Op. Cit.,
p. 278.

115
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

psicólogos, pedagogos, pediatras, trabajadores sociales,


etc., intervengan trazando el proceder normal y depu-
rando la conducta de cualquier alteridad.
Atrapada en esa doble red de tutores sociales y de téc-
nicas la familia aparece como colonizada, ya no hay dos
instancias frente a frente: la familia y el aparato, sino
una serie de círculos concéntricos en torno al niño: el
círculo filial, el círculo de los técnicos, el círculo de los
tutores sociales55.

Así las cosas, este saber especializado y oficial ha


irrumpido en la formación de todos por la vía de fun-
cionarios que atienden a la normalización, reforzando
a la familia en la función de controlar el orden físico y
espiritual de sus miembros.
Se trata, para los médicos [fines del XIX], de conside-
rar la sexualidad como un asunto del Estado y superar
así la arbitrariedad de las familias, de la moral y de la
Iglesia. Después de haber comenzado por regentar los
cuerpos, la medicina aspira; para mejor lograrlo, a legis-
lar también las uniones56.

Se dio, pues, desde el siglo XIX un conflicto en-


tre el individuo, cada vez más sensible a la dimensión

55
  DONZELOT, Jacques. Op. Cit., p. 106.
56
  Ibíd., p. 173.

116
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

privada de la vida, y el Estado, representante de la so-


ciedad, que afina instrumentos y medios para vigilar y
controlar, aunque indirectamente, al individuo allí en lo
más privado de él.
En función de la privacidad también se dio un
conflicto entre el individuo y la familia. Así como la
familia reclama y defiende, frente a la ingerencia pú-
blica, el ámbito que está demarcado de la puerta de la
casa para adentro, “la familia está hoy más apartada de
la colectividad y tiende más bien a oponerse al mun-
do exterior y a replegarse sobre sí misma. Por tanto se
ha convertido en el dominio privado, lugar único en
donde puede escapar legalmente a la mirada inquisido-
ra de la sociedad industrial”57, al interior de la casa el
conflicto por la privacidad se reproduce en el individuo
que afirma su privacidad inviolable de la puerta de su
habitación para adentro.
Esta acentuada tendencia del individuo a su pri-
vacidad genera roces y dificultades incluso en un nivel
de la pareja, como es el de la co-espacialidad con que
pretenden refrendar su vínculo, pues la escena de dos
personas durmiendo juntas toda la vida no deja de ser
extraña, sobre todo a partir del siglo XIX (aunque este
siglo es el que inventa el hábito de la pareja que duerme
en la misma cama) cuando el dormir solo es una expre-

57
  ARIÈS, Philippe. La ciudad contra la familia. Op. Cit., p. 26.

117
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

sión del sentimiento de individualidad. Antes del siglo


XIX la casa era un lugar de promiscuidad, de presencia
de muchas personas extrañas, en la cual incluso el lecho
se compartía con familiares y a veces con extraños. “El
hombre se ha metido en su casa como en una concha,
en la intimidad de su familia y de tiempo en tiempo en
la sociedad esmeradamente escogida de algunos ami-
gos”58.
Entonces el cuadro se delinea así: la familia, como
extensión del individuo, valorizada frente a lo público
que representan la sociedad y el Estado, y, al tiempo, en
el interior de la familia, el individuo reclamando frente
a ésta los fueros de soberanía sobre su privacidad. En
esta perspectiva, lo privado se exalta mientras lo pú-
blico pierde importancia, incluso aunque el Estado se
desarrolle de forma notoria y con ello su capacidad de
ingerir, vigilar y controlar a sus miembros bajo la forma
de tener siempre en todas partes a alguien diciendo, con
la autorización y la legitimización conferida por el saber
oficial, el cómo deber ser.
El demeritamiento de lo público es el que explica
la crisis de la política en la sociedad contemporánea, la
cual, a su vez, sólo fue asunto de todos a partir preci-
samente del siglo XIX, y ello debido precisamente a la
nueva necesidad sentida por el individuo de manifestar

58
  Ibíd., p. 29.

118
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

y reivindicar lo propio en el manejo y rumbo del des-


tino colectivo. Pero la política, parejo con el proceso
creciente de familiarismo de la vida, se va haciendo un
asunto de especialistas que poco interesa e incumbe,
más allá de esporádicos actos como el de votar, al grue-
so de la gente volcada de lleno sobre la familia y sobre
sí mismo.
Semejante concentración en lo privado supone que los
asuntos políticos se han dejado en manos de represen-
tantes. La distinción de dos esferas complementarias
implica el régimen representativo y, en cierta medida,
la especificidad de lo político, la de los dedicados a la
práctica política y, en definitiva, su profesionalización59.

La familia se ha vuelto el recurso contra la soledad


creciente y por ello cobran importancia desmesurada
las dos figuras de ella: el cónyuge y el hijo. El cónyuge,
incluso, no se valoriza necesariamente en gracia de un
sentimiento como el amor pasional, sino de la función
de compañía que depara, en tanto el hijo es la realiza-
ción narcisista del padre, aunque la paradoja será que
el cónyuge no dejará más bien de marcar la verdad de
una soledad que no resuelve con su presencia física o
su buen cumplimiento de funciones familiares y el hijo

  PERROT, Michelle. La familia triunfante. Op. Cit., p.


59

102.

119
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

responderá a sus padres con el abandono de la casa


paterna, en pos precisamente de su propio destino, con
lo que la soledad dio una nueva vuelta de tuerca, como
resultado final de esta estrategia de la vida, que comen-
zó con el siglo XIX, y que todo lo apostó al individuo
y a la familia.
Este entramado familiar, complejo y cargado de
tensiones con el exterior y hacia el interior, constituyó
el lugar al que debía restringir la mujer su existencia,
sus sueños, sus sentimientos y sus esfuerzos, según
el modelo que prohijó el siglo XIX, empero, precisa-
mente por la hipervaloración que se le dio fue también
un lugar particularmente sensible a los conflictos y
sobre el que, en buena medida, se dirigió la voluntad
de transgresión y transformación, de manera especial
en función de tres aspectos íntimamente vinculados a
esta institucionalidad familiar: el amor, la sexualidad
y el matrimonio, partiendo de la base que este último
debía constituir el acto fundacional de la familia, estar
basado en el amor y autorizar el monopolio sexual de
los cónyuges.

IV

Si, como ya hemos dicho, el modelo de mujer que el si-


glo XIX quiso materializar fue el de madre y esposa, en
lo relativo a la sexualidad tomó la forma de castidad y

120
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

temperancia. El 8 de diciembre de 1854 con el recono-


cimiento oficial de la Inmaculada Concepción de Ma-
ría, la iglesia provee la forma imaginaria para un aliento
que es del siglo, que va más allá de la mera ideología
religiosa y que concierne más bien, de manera deter-
minante, a la hipervaloración de que es objeto la fami-
lia en la nueva realidad social, económica y urbana que
trae consigo la consolidación capitalista y a los nuevos
tejidos de poder que configura. “Concepción inmacula-
da” no sólo plasma el ideal de una maternidad virginal
o una virginidad materna, sino que estipula una clara
valoración para la sexualidad: ella es una mácula, una
mancha. Así las cosas, es un infortunio del ser humano
que su necesaria función procreadora esté signada por
esa sucia mancha del goce. La aspiración del llamado
“siglo victoriano” fue la de alcanzar una procreación
en la cual la sexualidad, más allá de la necesaria función
biológica de los aparatos reproductivos, fuera secun-
daria y nada o poco convocara la peligrosa bestia de la
voluptuosidad, misión en la cual se pidió a la mujer en
su condición de cónyuge una especial participación. La
esposa frígida y la madre asexuada fungían como antí-
tesis a ese peligro que nunca dejaba de cernirse sobre
los seres virtuosos y que estaba representado por las
mujeres de vida “desordenada” que expresaban sexua-
lidades peligrosas como la homosexualidad, la prostitu-
ción y el travestismo.

121
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

De todas maneras, al poner en arduo terreno de


discusión la sexualidad de la mujer, el hecho de ocuparse
de ella y de hacerlo con tanto celo prescriptivo es indicio
de que comenzaba a reconocerla como díscola y alea-
toria, como no regida por una ausencia de deseo pro-
pio. Por eso algunas fantasmales inquietudes comienzan
a embargar a los hombres. Algunos se preguntan si el
amor conyugal y materno prueban de una bondad pro-
pia del alma de la mujer o, por el contrario, sino será
producto de una matriz hambrienta de esperma y de
feto. Habrá quienes afirman que a la mujer la caracteriza
la falta de apetito sexual y otros que estipularán que la
sexualidad de la mujer se satisface con la procreación y
la vida doméstica. No faltarán los prolijos y minuciosos
que establecerán que el goce de la mujer no es necesario
para la fecundación (lo que, de paso sea dicho, refrenda
la vocación materna y justifica la unilateral relación del
hombre con la mujer) y que ella debe, en los menesteres
sexuales, economizar fatigas a su esposo (que debe tra-
bajar) el cual, a su vez, está dentro de lo conveniente si
sólo tiene una relación cada siete o diez días. Pero tam-
bién indicarán que la virginidad, esa prenda de garantía
para el futuro esposo, es asunto por el que debe velar la
madre sobre su hija al igual que debe hacerlo en lo rela-
tivo a la higiene, el alimento y el sueño para que no sean
excitantes e impedir la masturbación que puede desatar
graves e irreversibles taras físicas y espirituales.

122
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

El siglo XIX por vía del nuevo valorado papel que


le da a la mujer como ama de casa, lo que le confiere
relativos poderes como madre y esposa, ratifica de ma-
nera particularmente eficaz el viejo requerimiento cris-
tiano de circunscribir la sexualidad al matrimonio y que
en éste sólo esté al servicio de la reproducción:
Las estructuraciones de Santo Tomás de Aquino en el
siglo XIII y hasta las de San Agustín en el V, nada cam-
bian la actitud adoptada desde el siglo II y de los siglos
XV al XVIII, las tesis innovadoras no consiguen impo-
nerse lo suficiente como para producir una revolución:
ni las de Martín Le Maitre, cuyo ámbito de repercusión
no pasa apenas del recinto de la Sorbona ni las de To-
más Sánchez, el mayor teólogo del matrimonio de la
poderosa compañía de Jesús.

Así, pues entre los siglos II Y XX la búsqueda del pla-


cer sexual es objeto de una viva condena y lo que no-
sotros llamamos amor [en el sentido sexual, por ejem-
plo, cuando se dice “hacer el amor” aludiendo a gozar
eróticamente] resulta prácticamente ajeno a la proble-
mática cristiana del matrimonio. (…) la fornicación es
búsqueda del placer, el matrimonio es deber de pro-
creación y toda búsqueda de placer en el matrimonio
convierte el acoplamiento en adulterio60.

60
  FLANDRIN, Jean-Louis. La moral sexual en occidente. Bar-
celona: Ediciones Juan Granica, 1984. pp. 113-114.

123
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

No obstante, al margen de las prescripciones cris-


tianas desde el siglo XVIII comienza a darse un cambio
por el cual el amor y la sexualidad como voluptuosidad
se van a reclamar como de necesaria presencia en el ma-
trimonio. Por eso el modelo de sexualidad regido por la
castidad y la renuncia al placer en aras de la maternidad
abnegada, se erige precisamente en el mismo momento
en el que las parejas conyugales se demandan una dicha
erótica en su encuentro. Es porque existe otra tenden-
cia que comienza a cristalizar por lo que el modelo de
la temperancia se tiene que volver asunto de refuerzo
cotidiano, de la misma manera en que el modelo de mu-
jer madre-esposa se tiene que enfatizar precisamente
cuando la mujer comenzó a librar una promisoria lucha
tanto social como cultural.
¿Cuándo tuvo lugar la conjugación entre matrimonio
y conducta amorosa? En el siglo XVII los que se ca-
san por “amorío” todavía son severamente juzgados.
Entonces, ¿es el sensible siglo XVIII el que funda el
vínculo conyugal en los sentimientos y al mismo tiem-
po comienza a olvidar el tradicional deber de procrea-
ción?, ¿o es el siglo XIX, que si describe a tantas pare-
jas desprovistas de pasión es sólo porque empiezan a
constituir un problema?61.

61
  Ibíd., p. 121.

124
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

La mujer del siglo XIX no se redujo a cumplir con


el precepto de una sexualidad reproductiva y conyuga-
lizada. La difusión de los anticonceptivos y del aborto
daban curso a su deseo de no procreación mientras que
el adulterio constituyó un medio para burlar la regla
conyugal en aras de una dicha que tal vez apuntaba no
sólo a lo erótico sino también a lo amoroso y que le era
ajena en el dominio matrimonial.
El aborto fue realmente popular y —cosa no des-
deñable— hasta tanto no se impuso el monopolio mé-
dico, como saber oficial, sobre el cuerpo, fue cosa de
mujeres, mientras en lo relativo a preservativos lo cos-
tosos e incómodos que eran el condón y el diafragma
decidieron la prioridad por el coitus interruptus. Pero en
ambos casos, tanto en el aborto voluntario como en el
uso de métodos contraceptivos, la mujer testimoniaba
su valoración de la sexualidad como asunto de goce y
no como simple funcionalidad reproductiva.
“El adulterio que era con toda seguridad la for-
ma más extendida de la relación sexual extramatrimo-
nial entre las mujeres de clase media, es posible que
se hiciera más frecuente a raíz de la autoafirmación
de la mujer”62. Es una mujer que cobra conciencia de
su propia distancia frente a su cónyuge y que no acata

62
  HOBSBAWN, Eric. Op. Cit., p. 207.

125
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

irrestrictamente la regla que la ata a él “¡Qué le impor-


tan a mi marido los sentimientos que yo albergue hacia
Julián. Él se aburriría con las conversaciones imagina-
tivas que yo mantengo con él. Sólo piensa en sus ne-
gocios. No le estoy quitando nada a él para dárselo a
Julián!”63, se dice Madame de Renal, autolegitimándose
en el derecho a lograr la propia dicha que le es escamo-
teada por un matrimonio tedioso y un esposo distante,
de la misma forma que le acontece a la dama del pe-
rrito: “Ana Serguevna empezó a ir a visitarle a Moscú
cada dos o tres meses y diciendo a su marido que te-
nía que consultar al médico, dejaba la ciudad (…)”64, a
Madame Bovary: “Se repetía: ‘¡tengo un amante!, ¡un
amante!’, deleitándose en esta idea como en la de otra
pubertad renacida. Por fin iba a poseer esos goces del
amor, esa fiebre de la felicidad que había desesperado
de encontrar...”65 o Ana Karenina:
(...) desde lejos divisó a su marido. Dos hombres, su
marido y su amante, constituían para ella los dos cen-
tros de su vida, y sin ayuda de los sentidos percibía su
proximidad (...). Ana conocía muy bien aquellos mo-
dales y le resultaban desagradables. En su alma no hay
más que ambición y deseo de triunfar —pensaba—, las

63
  STENDHAL. Op. Cit., pp. 73-74.
64
  CHÉJOV, Antón. Op. Cit., p. 20.
65
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., pp. 214-215.

126
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

ideas elevadas, el amor por la cultura, la religión y todo


lo demás no son sino armas para triunfar”66.

Estas cuatro mujeres tienen varias cosas en co-


mún (¿casualidad? Más bien afinidad de cuatro grandes
artistas puestos a la tarea de dar cuenta de los rasgos
que marcan su época): un matrimonio fallido, una di-
cha anhelada y la suficiente irreverencia acompañada de
decisión y fuerza, como para buscar esa dicha por fuera
del terreno conyugal, sin parar mientes en el modelo
que sólo le permitía realizar su vida en los términos
de esposa temperada y madre dedicada. Y aunque su
transgresión bajo la forma del adulterio no las eximía
de reencontrar el fracaso contra el que se rebelaban,
como le pasa a Madame Bovary con León: “Se cono-
cían demasiado para tener esos arrebatos de la posesión
que centuplicaban su goce. Emma estaba tan harta de
él como él cansado de ella. Volvía a encontrar en el
adulterio todas las insipideces del matrimonio”67, ellas
ponen en primer plano como una forma de afirmación
propia, el sentimiento amoroso que las embarga, an-
teponiéndolo a los deberes de esposa y madre que los
valores dominantes les reclaman. El adulterio para ellas
es una forma, no ideal por principio, de alcanzar algo

66
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 308.
67
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., pp. 341-342.

127
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

a lo que su feminidad las empuja: el amor como pa-


sión de ser, siendo en razón de éste que se da para ellas
el acceso a una sexualidad extraconyugal, vivencia que
inevitablemente termina en la crisis de su matrimonio,
cosa bien distinta al adulterio de los hombres agentes
de la masculinidad para quienes la sexualidad es el prin-
cipio y fin del mismo y, por tanto, más que poner en
cuestión su relación matrimonial, lo que buscan es que
su vínculo extraconyugal pase desapercibido:
Oblonsky era un hombre sincero consigo mismo. No
podía engañarse, convenciéndose de que se sentía arre-
pentido de su proceder. Le era imposible arrepentirse,
siendo un hombre bien parecido, de treinta y cuatro
años y enamoradizo, de no estar enamorado de su mu-
jer, tan sólo un año más joven que él, y la madre de
siete hijos, de los cuales vivían cinco. De lo único que
se lamentaba era de no haberle sabido ocultar mejor
aquello a su mujer (...). Nunca solía pensar claramente
en este problema, pero se imaginaba de un modo con-
fuso desde tiempo atrás, que su mujer sospechaba que
le era infiel, sin darle mucha importancia incluso creía
que su esposa, una mujer agotada, envejecida, falta de
hermosura y atractivos, pero sencilla y buena madre
de familia, debía ser condescendiente por espíritu de
justicia, pero sucedió todo lo contrario”68.

68
  TOLSTOI, León. Op. Cit., p. 6.

128
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Hacia el siglo XII-XIII se presenta la forma particular


de amor que llamamos pasional, que corre pareja con
el afincamiento de la institución matrimonial, por lo
menos al nivel ideológico e institucional de una iglesia
que se ha constituido en el principal núcleo difusor de
ideología para Occidente y que ha declarado en el siglo
XIII el matrimonio como sacramento, así como desde
el siglo II había trabajado la sexualidad en la dirección
de la conyugalización. Allí, en el siglo XII y XIII, se
construyó el andamiaje que va a sostener sin modifica-
ciones muy sustanciales hasta el siglo XIX la relación
de los occidentales con el cuerpo y la afectividad, lo
mismo que la institucionalización de uno y otra.
Eliminar, o cuando menos morigerar, la concupis-
cencia, es un proyecto que en rigor no surge del cristia-
nismo, sino que viene desde la decadencia de la Grecia
clásica. Así las cosas, se puede decir que no somos tan-
to hijos del cristianismo cuanto del logos occidental,
siendo el cristianismo una de las variantes de ese logos,
y efecto antes que causa de la variación que se produce
en relación a la sexualidad y que comienza a darse va-
rios siglos antes de la aparición de éste.
Desde los griegos, como resultado no de una con-
ciencia planificadora sino del juego de fuerzas ideoló-
gicas que se van confrontando o enlazando, se apunta

129
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

a limitar y controlar el goce sensual y a privilegiar la


razón. Dicotomía que de allí en adelante cruzará a Oc-
cidente y que opondrá cuerpo y alma, con una especial
valoración de ésta, ya sea en su variante religiosa o en la
intelectual (el espíritu, la inteligencia, el entendimiento,
etc.), en detrimento de todo lo concerniente a la sen-
sualidad y en general a las pasiones.
Pero este proyecto, de vieja data como hemos di-
cho, no se podrá concretar en rigor hasta el siglo XIII,
y eso que todavía habrá que aguardar hasta el siglo XIX
para hablar de una popularización del matrimonio cris-
tiano, pues hasta esta altura, y para Europa, todavía de
una tercera parte a la mitad de las relaciones estableci-
das no pasaban por las formas eclesiásticas cristianas,
dándose esa contestación popular al matrimonio reli-
gioso, delegatario de la oficialidad del Estado, que fue
el concubinato.
El matrimonio hasta el siglo XIX está definido en
función de alianzas de interés, no dirigidas por ninguna
pasión sexual o amorosa. Es un interés económico o
político que rige las alianzas conyugales tanto en los
sectores populares como en los dominantes. El amor
pasional, que data del siglo XIII, sólo se popularizará
en el siglo XIX. “Advierte Nicole Castan que en las ul-
timidades del siglo XVIII, el lenguaje del amor-pasión
se ha difundido incluso en el seno del mismo pueblo.
Es unánime la apelación a la fuerza de los sentimientos

130
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

y a los impulsos del corazón”69, o dicho de otra manera:


habrá que esperar el siglo XIX, el siglo del romanticis-
mo, para que el amor pasional que se había dado en las
cortes del siglo XII, se democratice.
El amor pasional, invento medieval de las mujeres
que les deparaba exaltación como figuras amadas, tiene
la particularidad de someter la sexualidad a una forma
monogámica, pero, a diferencia del matrimonio, no por
contrato o deber, sino por el deseo que rige la pasión.
Esa es una singularidad y una dificultad, al mismo tiem-
po del amor pasional: que organiza la sexualidad en
tomo a ese objeto único que es el objeto de amor.
Frente a un Occidente con su valoración suprema
de la razón y sus poderes ordenadores, rasgo que, como
ya hemos dicho viene desde los griegos, el amor pasio-
nal con su capacidad de locura y de desorden, tanto en
lo personal como en lo colectivo, fue la oveja negra del
redil, que obligó a guardar precaución y cuidado con él.
Con el amor pasional se pudo convivir en Occidente
mientras fue, en lo esencial, una experiencia de las cla-
ses dominantes, que elaboraban así, en parte, su ocio.
Es evidente, no obstante que estas mismas clases do-
minantes y la iglesia no veían con buenos ojos la pasión
amorosa, las primeras por los riesgos que introducía en
la geometría de poder económico y político que traza-

69
  CORBIN, Alain. Entre bastidores. Op. Cit., pp. 530-531.

131
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

ba con sus alianzas matrimoniales, la segunda por un


asunto de economía libidinal que le indicaba que sólo
la moderación por un objeto terrenal podía potenciar
el amor por el objeto divino. De todas formas, aunque
dificultoso y problemático, fue soportable y manejable,
hasta que se dio la difusión que democratizó la expe-
riencia amorosa. “El amor cortés y sus procedimientos
de liberación, el neoplatonismo del Renacimiento y su
antropología angélica, el discurso clásico sobre el hu-
racán de las pasiones, y la condenación del ‘loco amor’
por los clérigos de la Reforma católica pesan sobre los
amantes del siglo XIX, lo sepan o no”70. Rasgo esen-
cial del siglo XIX lo constituye esta popularización del
amor que hasta entonces había sido una marca caballe-
resca, pues amar o cortejar era el atributo de quienes
podían desplegar las galas de la cortesía, lo que digni-
ficaba y confería honor, al tiempo que diferenciaba de
los plebeyos.
Favorecidos por el éxodo rural y la desestructuración
de los sistemas aldeanos, el progreso de la espontanei-
dad en las relaciones de ternura y el de la empatía entre
las parejas fueron dibujando un nuevo modelo popu-
lar, más individualista, de comportamiento amoroso71.

70
  Ibíd., p. 525.
71
  Ibíd., p. 533.

132
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Pero en el siglo XIX el amor comienza a volverse


no asunto de caballeros sino del común, y es entonces
cuando se impone someterlo a algún control que evite
la caotización que desatarían en el engranaje social re-
laciones de libre curso sostenidas sobre la pasión. La
consolidación y hegemonía que logra en el siglo XIX
el capitalismo, acentuó en el mundo occidental la exi-
gencia de orden y regularidad, según rezan las bande-
ras predilectas suyas: productividad y rendimiento, lo
que obligaba a diseñar estrategias de control para con
ese amor pasional, que, si había sido díscolo, hasta en-
tonces había sido marginal y restringido a pequeños
sectores de las clases dominantes, pero que ahora se
difuminaba por todo el tejido social. El encuadramien-
to del amor pasional en el orden se hará merced a un
novedoso expediente: la introducción de él al régimen
matrimonial. Mientras había sido asunto de élites sólo
había sido objeto de refutación a nivel de discurso por
parte de la iglesia, cuando se populariza se hace blanco
de una operación para controlarlo, conyugalizarlo.
No se trata de decir que haya una conciencia que
esté haciendo los cálculos estratégicos de los destinos
de la humanidad. No hay una mente rectora que va de-
lineando el futuro de la sociedad, lo que hay es una
historia que es la resultante de fuerzas que intervienen
según partículas de poder que agencian sectores socia-
les que poseen intereses sobre un asunto específico. Es

133
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

la correlación de fuerzas entre estos sectores la que de-


fine cuál es el curso que toma la historia.
Así como la sexualidad había sido regulada y con-
trolada según la preceptiva de heterosexual, monógama
y reproductiva, esa otra forma de la pasión, y por ende
de lo irracional, que es el amor será ordenado y des-
activado en sus peligros inscribiéndolo en el régimen
matrimonial. Pero antes de indagar por la operación
conyugalizadora que adelantó el siglo XIX respecto del
amor, conviene ubicar las características de éste en la
centuria que estudiamos. Ya lo hemos dicho: el XIX es
el siglo que depara la extensión y democratización de
ese sentimiento que, habiendo irrumpido hacia el siglo
XII-XIII, constituyó desde entonces una experiencia de
fuerte arraigo en la cultura occidental, pero restringi-
da a sectores marginales y sin contar con todo el bene-
plácito de los sectores dominantes por el disloque que
introducía en la geometría de alianzas acordadas según
el interés de las familias y de los involucrados, al igual
que hallaba su desaprobación en una iglesia que desde
el principio se había definido por su rotundo rechazo
de las pasiones. El siglo XIX, siglo de la consolidación,
capitalista, de la aparición del individuo moderno y de
su contexto, la ciudad industrial, deparará respecto al
amor cinco características significativas y que bien se
puede decir que lo singularizan frente a cualquier otra
época: su democratización, su relevante significatividad

134
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

en la vida de las personas para la consumación de su


realización vital, su papel de acentuador de la identidad,
su inagotable puesta en discurso y, finalmente, su atra-
pamiento en la red matrimonial. Al igual que en el siglo
XII-XIII, las mujeres del XIX encontraron en el amor
un poderoso recurso para destacar su importancia y sig-
nificación y para realizar a través de él la pasión de ser
que define a la feminidad. El amar, y sobre todo el ser
amada por el amado, fue asumido como una experiencia
refrendadora de identidad y como una promesa de jubi-
losas realizaciones que alcanzaría la vida personal: “Ten-
go la dicha de amar —se dijo un día con un arrebato
de alegría increíble— ¡Estoy enamorada, eso está claro!
A mi edad, una joven bella y espiritual, ¿dónde puede
encontrar sensaciones si no es en el amor”72, se pregun-
taba Matilde a partir del amor que sentía por Julián.
Ser amada, pero también amante, no ser solamen-
te deseada en lo sexual o elegida en función de intereses
para esposa, es algo nuevo, en términos del conjunto
de mujeres, que le permite el siglo XIX y que le de-
para junto con la satisfacción narcisista una acentuada
certidumbre de sí. Experiencia existencial, ontológica,
moral, mortífera y hasta cósmica, todo eso es el amor,
con eso insufla el ser del amado de orgullo y el del
amante de promesas, con eso expande el sentimiento

72
  STENDHAL. Op. Cit., p. 334.

135
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

de sí y particularmente el de la mujer que encuentra en


el amor pasional una forma más compleja de reconoci-
miento de ella que la que le depara el ser objeto sexual
del hombre. Por eso el amor fue, a partir del siglo XIX,
fuertemente idealizado: “Todo era amores, amadores,
amadas, damas perseguidas que se desmayaban en pa-
bellones solitarios (...). Durante seis meses, a los quince
años, Emma se embadurnó, pues, las manos en aquel
polvo de los viejos salones de lectura”73.
Experiencia profunda, trastornadora, el amor
que surca el siglo XIX, y no sólo el romántico que por
declararse a sí mismo como imposible de concretar
encuentra su lugar preferido en la ficción novelística,
sino, y sobre todo, el realista, el que encaran a diario
hombre y mujeres de carne y hueso que esperan de él
los dones de la dicha, aunque siempre los ronde el do-
lor. El amor como pasión tiene un importante lugar en
el imaginario colectivo del siglo XIX y particularmente
en el de la mujer que alcanza, mientras él dura, a gozar
de una valoración y de un trato especial de parte del
amante. Sentimiento, no obstante, complejo y a veces
contradictorio para el individuo pues ya está deparando
el goce de sí, ya está sometiendo a angustiosa necesidad
del otro; de un lado ensancha el espíritu y expande el
ser, de otro asume jubiloso las cadenas que quitan la

73
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., p. 86.

136
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

libertad; ora es proclama de vida, ora invoca la muerte,


en fin, compleja condición la de este sentimiento que
embarga al siglo XIX y que es acogido por las mujeres
como valioso instrumento para hacer una vida propia,
reconocida y respetada, sin abdicar de su feminidad.
Pero ya hemos dicho: el amor como pasión puede pro-
piciar la enajenación del ser en la exclusiva persona del
amado y con ello girar de su condición de liberador,
especialmente de la mujer, a la de un mecanismo más
de sojuzgamiento que recae sobre ella: “Mi única razón
de vivir es él. Si todo lo demás sucumbiera y él quedase,
yo continuaría viviendo; pero si lo que quedase fuese lo
demás y él desapareciera, el mundo me sería ajeno en
absoluto, y yo no parecería siquiera de este mundo (...).
Él está siempre, siempre en mi alma, no como gozo,
puesto que no soy en todo momento un gozo para
mí misma, sino como mi propio ser”74, confiesa Katty
en Cumbres borrascosas. No dista mucho de aquí Levin:
“¿Libertad? ¿Para qué necesito libertad? La dicha con-
siste en amar y desear, en pensar en los pensamientos
y los deseos de ella, es decir, no tener libertad alguna.
¡Esa es la felicidad!”75, y otro tanto en Afinidades electi-
vas cuando se dice: “La subordinación voluntaria es el

74
  BRONTË, Emily. Cumbres borrascosas. Barcelona: Edicio-
nes Océano, p. 92.
75
  TOLSTOI, León. Op. Cit., pp. 663-664.

137
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

más bello estado, y ¿cómo sería posible sin amor?”76.


De la misma manera en Pobres gentes: “Cuando tu apa-
reciste, alumbraste mi vida apagada e inundaste de luz
mi alma y mi corazón, y conocí que no era peor que
los demás”77. Si aún, a riesgo de ser pesados, queremos
traer algunas consideraciones más sobre el amor ema-
nadas de la gran literatura que produjo el siglo XIX,
es porque queremos recabar en el inmenso valor que
este siglo le deparó y en el indudable lugar que le dio
no sólo en términos de la existencia concreta y de las
relaciones hombre-mujer, sino de las posibilidades de
despliegue del ser que pone en juego para la criatura
humana, aun a riesgo de que pueda también precipitar a
una fascinación enajenante y paralizante. Así lo dice en
Afinidades electivas: “Entonces no eran dos seres huma-
nos: eran uno solo en un bienestar perfecto e incons-
ciente, contento de sí mismo y del mundo”78, y algo que
se asemeja pronuncia en Noches blancas: “¡Como alienta
en nuestro corazón el amor! Viene a ser como si todo
nuestro corazón se extravasase a otro corazón (…)”79.

76
  GOETHE, J.W. Afinidades electivas. Op. Cit., p. 160.
77
  DOSTOIEVSKI, Fiódor. Pobres gentes. México: Editorial
Nacional, 1970, p. 183.
78
  GOETHE, J. W. Afinidades electivas. Op. Cit., p. 236.
79
  DOSTOIEVSKI, Fiódor. Noches blancas. Madrid: Austral,
1983, p. 60.

138
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

Dos indicaciones breves para poner fin. Una quie-


re señalar la equivalencia con la felicidad que le dio al
amor el siglo XIX. La felicidad en tanto se personifica
puede llegar a ser localizada en un momento específico,
caso en el cual el tiempo se derrumba en un presente
único. Es lo que le responde Rodolfo a Emma que le
pregunta: “pero ¿acaso la felicidad se encuentra alguna
vez? —Sí, un día se encuentra”80, o por lo que clama
Julián: “¡Ay, señor! Que me ame ocho días, ocho días
tan sólo (...) y me moriré de felicidad. ¿Qué me importa
el porvenir, qué me importa la vida?”81.
La otra indicación quiere resaltar el carácter de
ideología de profundo calado y amplia cobertura que
tiene el amor en el siglo XIX. Por eso, si decimos con
Estanislao Zuleta que “el amor cortés que nace en el
siglo XII y que tiene como fundamento la idealización
del objeto, retorna en el romanticismo”82, debemos
precisar que no se queda en el género literario así llama-
do, sino que se difunde como un estado de ánimo y una
disposición espiritual que bien puede definir una condi-
ción romántica que cruza el siglo y que consiste en una
alta valoración sentimental e ideológica que el hombre y
la mujer de las urbes de muchedumbres solitarias hacen

80
  FLAUBERT, Gustave. Op. Cit., p. 194.
81
  STENDHAL. Op. Cit., p. 460.
82
  ZULETA, Estanislao. Op. Cit., pp. 179-180.

139
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

del amor, en el cual consignan su máxima esperanza de


dicha y realización. El amor es también, para el siglo
XIX, idea y discurso que gozan de prestigio y por eso
mismo distingue a quien la pueda materializar, al tiem-
po que esta búsqueda de reconocimiento predispone a
muchos y a muchas a dejarse tocar por sus dardos: “Si
muere, moriré con él —se decía [Matilde] con la mayor
buena fe del mundo— ¿Qué dirían las gentes que fre-
cuentan los salones de París si vieran a una mujer de mi
clase adorar hasta ese punto a un amante destinado a
la muerte? Para encontrar sentimientos como éste ha-
bría que remontarse a los tiempos en que aún existían
héroes”83.
Pero esta gran pasión del siglo XIX, sobre la cual,
a riesgo de la desdicha con la que no dejaba de amena-
zar, se fincó la mitología de la felicidad personal, pasión
difundida y capaz de movilizar poderosas energías indi-
viduales y colectivas, no dejaba de ser preocupante para
una sociedad que precisamente tenía como bandera el
disciplinamiento, el rendimiento y la eficiencia. A la po-
pularización decimonónica del amor como pasión, con
sus inesperadas desviaciones poetizantes equivalentes
al más peligroso de los desórdenes para una sociedad
decidida a poner toda la capacidad humana bajo la
consigna “¡Acumular! ¡Acumular! ¡Acumular!”, fue ne-

83
  STENDHAL. Op, Cit., p. 510.

140
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

cesario emplazarle un dispositivo que lo ordenara, lo


regulara y lo controlara. Ese dispositivo fue el matri-
monio como destino de la pasión de amor articulado, a
la manera de fundamento, a la exaltación de la familia
y a la hipervaloración del hijo. El dispositivo matrimo-
nial con su cada vez más complejo y sutil trenzado de
deberes y derechos entre los cónyuges fue el medio por
excelencia que el siglo XIX utilizó para metamorfosear
el amor como pasión de ser en compañía y sexualidad
desapasionada, es decir, en amor conyugal, y para apla-
car la feminidad y dejar a la mujer en la lisa de reivindi-
caciones que no salieran del horizonte de valores mas-
culinos que prevalecían en una cultura obsesionada por
la acumulación.
El siglo XIX no inventó ni el amor como pasión
de ser centrada en una persona ni el matrimonio: lo
que inventó es el enlace de los dos, y con este anuda-
miento —insólito en el siglo XIII cuando las cortes de
amor declaraban la incompatibilidad de éste con la ins-
titución conyugal— lo que se consiguió fue morigerar
las pasiones, domeñarlas y traducirlas a una afectividad
compatible con los nuevos disciplinamientos en la re-
lación y utilización de tiempos y espacios que impone
el régimen capitalista. La educación moral impartida en
la familia con la madre como soporte principal de tal
enseñanza, los procesos de polarización de la ciudad
sobre la casa y el trabajo, el régimen del tiempo de los

141
CARLOS MARIO GONZÁLEZ

horarios de la producción y la burocracia, la desapari-


ción de sociabilidades tradicionales, todo esto fue so-
brevalorando el ámbito hogareño y asignando un lugar
a la mujer en ese mundo privado del cual se la hacía
aparecer como reina (aunque, a decir verdad, reina al
servicio de su cónyuge y su prole) y escamoteándole la
dimensión pública de su existencia que, quiérase que
no, la Revolución francesa no había dejado de plantear
como problema pese a que nunca pudo solucionarlo.
En este espacio abierto, quizás contra su voluntad por
los revolucionarios franceses, se parapetó un sector de
las mujeres del siglo XIX que no aceptaron reducir su
condición a la de madre y esposa y lucharon por nuevos
lugares en el ordenamiento social y político existente,
pero muchas veces sin interrogar ni enfrentar la base
de una cultura que bien se puede llamar masculina por
su decidida vocación de hacer de la vida y del planeta
puros medios para la acumulación de una riqueza abs-
tracta. Pero el siglo tuvo también otro tipo de mujer,
posiblemente sin expresiones públicas, sin participar en
mítines ni en la realización de manifiestos, pero capaz
de poner en crisis el modelo de madre y esposa desde
una valoración de sí que se expresaba en su decidida
y osada voluntad de encarar la vida propia en fun-
ción de su propia felicidad, siendo capaz de escuchar
el amor que tocaba a las puertas de su ser, de abrirse
a él, de poner en crisis sus propios valores morales y

142
LA MUJER MODERNA EN EL LABERINTO DEL AMOR, EL MATRIMONIO (...)

los de la sociedad en que vivía, de promover otras ale-


grías y realizaciones del acto de estar vivo, de refutar
su matrimonialidad que sólo le confería el ser esposa
y el ser madre, en fin capaz de anteponer otros valores
fundamentales a la vida en lugar de los promovidos y
defendidos en esta cultura. Mujeres que sostuvieron su
combate, silenciosas y aisladas, que no dejaron ni pro-
clamas ni programas porque su lucha no era registrable
en las modalidades con las que el poder vigente estipu-
la que se consignen las memorias de las confrontacio-
nes que se libran en su interior, pero que contaron con
un tipo de testigo, hermano suyo en la feminidad, que
supo dar cuenta de su heroico y conmovedor combate:
ese tipo de testigos del alma que son los Tolstoi, Balzac,
Dostoievski, Flaubert, Stendhal, Chéjov, etc., luchado-
res también por un destino y una cultura más femenina
para la criatura humana.

143
MARXISMO Y FEMINISMO.
UNA RELACIÓN CON POTENCIAL
EMANCIPATORIO
Leandro Sánchez
Miembro del Centro de Estudios Estanislao Zuleta
«La liberación de la mujer será un proceso doloroso, pero
será un paso necesario, decisivo, en el camino hacia una
sociedad mejor para hombres y mujeres»
—Herbert Marcuse
La situación de la mujer hasta ahora ha estado atada
a la desventaja de tener que compartir el mundo con
su compañero el varón. Es más, en sentido estricto, el
mundo nunca ha sido compartido con ella, pues el varón
siempre ha “decidido” la forma en la que se desarrolla
la vida sobre la Tierra y la mujer siempre ha ido cami-
nando a la sombra de esta construcción abstracta del
mundo, nunca ha sido participante activa y particular de
ello. Este terreno es propiamente lo que se ha dado en
denominar patriarcado y que además se ha fortalecido
con la aparición de su ahora íntimo amigo: el capitalis-
mo. La forma opresiva que configura la relación entre el
hombre y la mujer no puede ser explicada simplemente
por una supuesta maldad caprichosa del hombre ni por
las meras determinaciones materiales del ambiente so-
cial que han favorecido un desarrollo conveniente para
el varón. Todo esto puede suceder, sin embargo, estas
no son las vías más acertadas para comprender la mar-
ginalización de la mujer que la ha llevado hasta el esta-
tus de alteridad absoluta. La indagación por las razones
que han hecho del mundo un mundo masculinizado y
las posibilidades para superar esta situación, debe apelar
más bien a la caracterización de la conciencia humana

149
LEANDRO SÁNCHEZ

que ha creado y fortalecido este ambiente de hostilidad,


esto sobre la base filosófica de la ontología existencia-
lista defendida por Simone de Beauvoir, que entiende
que los seres humanos se debaten entre la necesidad y la
libertad como realidades que se imponen en el proceso
de socialización que configura la cultura. La tendencia
del ser humano a coincidir consigo mismo en cuanto
objeto se le pone en frente, nubla las posibilidades de su
desarrollo como existente, como inacabamiento huma-
no y como proyecto trascendente. Esta tendencia se re-
fiere a la pretensión del ser humano de afirmarse como
amo y señor sobre todo lo que lo rodea, como superior
y como elemento primordial de cualquier relación. Un
buen ejemplo de lo anterior es la capacidad destructiva
del ser humano sobre el medio ambiente, para los se-
res humanos el medio ambiente ofrece recursos para su
provecho, para ellos el medio ambiente no vale como
ecosistema de organismos vivos, sino como conjunto
de materiales para el consumo y el bienestar humanos.
Hasta ahora esta tendencia ha dominado nuestra histo-
ria y por ello la mujer, que en algún momento se puso
en frente de la conciencia masculina y perdió en la lu-
cha por su afirmación como autoconciencia, ha queda-
do como un momento más en el camino configurado a
pasos bestiales por el varón, que la ha integrado en su
proceso como instante necesario, pero secundario y so-
metido en su propósito de construcción del mundo a su

150
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

imagen y semejanza. La mujer ha sido hasta ahora lo que


el hombre ha predicado sobre ella y esta predicación ha
calado como segunda naturaleza, es decir, los predicados
sobre la mujer han cobrado una fuerza que los ha hecho
de difícil remoción y que han cristalizado en naturaliza-
ción y moralización de su ser, de la mano de un proceso
ideológico que, cargado de prejuicios y proyecciones y
a pesar de su estrechez y falsedad, ha decidido sobre la
vida de hombres y mujeres.
La vida humana bajo estas condiciones es de
difícil aceptación. El gran rechazo que supondría la
emancipación de la mujer a estas determinaciones ten-
dría que contar con la complicidad del hombre como
compañero revolucionario, pues la afirmación de la
existencia humana como vitalidad y actividad, en con-
traposición al desarrollo prehistórico1, naturalizado y
violento de la sociedad patriarcal-capitalista, no tendría
sentido si no es llevada a cabo en función de los seres

1
Con la noción de prehistoria quiero llamar la atención so-
bre la distinción de Karl Marx que aparece en el Manifiesto co-
munista, allí se sugiere que una sociedad que mantenga mode-
los de opresión (opresores y oprimidos) no es una sociedad
donde se desarrolle la historia propiamente humana, pues el
comienzo de la historia de la humanidad sólo puede tener
lugar allí donde la distinción entre seres humanos de acuerdo
con esencias y rasgos ahistóricos desaparezca.

151
LEANDRO SÁNCHEZ

humanos más allá de su caracterización como hombres


o como mujeres. La noción de ambigüedad que apare-
ce en Beauvoir2 llama la atención sobre la conciencia
histórica de los seres humanos, es decir, sobre la con-
dición de ésta como cambiante, no agotada en uno de
sus ámbitos, como no se agota lo que un ser humano es
en la niñez de una vez y para siempre, tampoco puede
agotarse la conciencia en una de sus opiniones parti-
culares o en uno de sus momentos de seguridad que
no quieren ser cuestionados. La ambigüedad no es otra
cosa que la condición que permite a los seres humanos
existir como seres en constante desarrollo y sin ata-
duras, las cuales hacen surgir fuertes determinaciones
que minan sus vidas como seres universales abiertos a
múltiples posibilidades y a la construcción del mundo
rechazando la tendencia de coincidir con él al margen
de los demás. La ambigüedad permite liberarnos de los
prejuicios y, mediante el fracaso, muestra que sólo se
puede ser humano en tanto las apuestas frente al mun-
do nunca tienen su resultado antes de la acción, trazar
metas exitosas no puede ser el fin de nuestras acciones,
pues una vez algo impide ese camino la incontinen-
cia de la conciencia, la tendencia de coincidir consigo
misma de manera inmediata, hace manifiesto su deseo

2
  BEAUVOIR, Simone de. Para una moral de la ambigüedad.
Buenos Aires: Editorial La Pléyade, 1972, p. 136ss.

152
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

de victoria absoluta, sin espacio para errar, y por eso


adelanta su afirmación de manera abstracta, es decir,
sin tener en cuenta a la totalidad como humanidad, no
simplemente como masculinidad ni simplemente como
feminidad. La realización humana no puede ser parcial,
luchar por su concreción es el proyecto por el cual toda
conciencia revolucionaria tiene que trabajar. Solamen-
te mediante el trabajo, mediante la apropiación de que
cada situación abstracta es peligrosa y la denuncia de
ello como prejuicio enquistado socialmente, es posi-
ble la remoción de las diferencias opresivas que una y
otra vez impiden la humanidad sobre el mundo y que
hasta ahora no han dejado de imponer sus condiciones
sobre los hombres y las mujeres. El propósito de esta
reflexión es acercar una consideración sobre el femi-
nismo y su vinculación materialista, es decir, marxista
al análisis de la sociedad capitalista, con la intención de
denunciar el carácter abstracto y peligroso que encuen-
tra toda reflexión feminista que se cierre en sí misma y
que rechace la ampliación de sus reclamos a través de
otras esferas del pensamiento. Shulamith Firestone ha
sabido señalar la importancia que ha tenido la figura de
Simone de Beauvoir en este proceso de desmitificación:
Su profundo estudio El segundo sexo, que apareció en
los inicios de los años cincuenta ante un mundo con-
vencido de la muerte del feminismo, intentó por vez
primera fundamentar el feminismo sobre su base his-

153
LEANDRO SÁNCHEZ

tórica. De todos los teóricos feministas, Beauvoir so-


bresale como la más profunda y universal, la que esta-
blece un vínculo entre el feminismo y las mejores ideas
de nuestra cultura3.

Este es el campo de trabajo sobre el cual se acerca


esta reflexión, la que espera la atención y el esfuerzo del
lector en el camino de su propia comprensión.
Comencemos pues con los primeros pasos. En El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Frie-
drich Engels sugiere que la subordinación de la mujer al
hombre ha sido causada por la propiedad privada y que,
en el proceso de desarrollo histórico, la integración de
la mujer en el ámbito de la producción, es decir, su in-
tegración en la esfera del trabajo enajenado supondrá
el primer paso para la liberación de ésta de su estado
de opresión:
La emancipación de la mujer y su igualdad con el hom-
bre son y seguirán siendo imposibles mientras perma-
nezca excluida del trabajo productivo social y confi-
nada dentro del trabajo doméstico, que es un trabajo
privado. La emancipación de la mujer no se hace posi-
ble sino cuando esta puede participar en gran escala, en
escala social, en la producción y el trabajo doméstico
no le ocupa sino un tiempo insignificante. Esta con-

3
  FIRESTONE, Shulamith. La dialéctica del sexo. Barcelona:
Editorial Kairos, 1970, p. 16.

154
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

dición sólo puede realizarse con la gran industria mo-


derna, que no solamente permite el trabajo de la mujer
en vasta escala, sino que hasta lo exige y tiende más y
más a transformar el trabajo doméstico privado en una
industria pública4.

Para Engels el ámbito del trabajo doméstico es un


terreno que particulariza a la mujer, le impide desarro-
llar sus capacidades pues la deja sujeta a la repetición de
las tareas del hogar. No obstante, su sugerencia de que
participando de la gran industria las mujeres empezarán
su camino de libertad es peligrosa en la medida en que
no ve en ellas más que trabajadores asalariados que em-
pujan el progreso del mercado. Si miramos con deteni-
miento es sólo la sustitución de un ámbito de opresión
por otro. Según Engels, la mujer, al estar sometida a la
opresión de clase al igual que el hombre, participará de
la revolución proletaria en cuanto trabajadora asalaria-
da y así logrará su emancipación como perteneciente a
una clase. Las implicaciones políticas que se derivan de
esta interpretación son, por un lado, que la opresión de
la mujer se debe al surgimiento de la propiedad priva-
da y, por otro, que la integración de la mujer a la clase
trabajadora suprimirá la relación de opresión patriarcal,
pues como esta relación es causada por la propiedad

4
  ENGELS, Friedrich. El origen de la familia, la propiedad priva-
da y el Estado. Madrid: Ediciones Akal, 2017, p. 216.

155
LEANDRO SÁNCHEZ

privada, de la que carecen los trabajadores, entonces la


antítesis para la emancipación estará dada por la lucha
entre el capital y el trabajo y no por la diferencia entre
mujer y hombre enmarcada en la opresión de aquélla
dentro de una sociedad patriarcal.
El problema que surge ante los postulados de En-
gels es una suerte de subordinación del feminismo al
marxismo y la exigencia de que las mujeres se inscriban
dentro de la clase proletaria para alcanzar su liberación,
además de suponer que la sociedad patriarcal desapa-
rece en el desarrollo histórico de la sociedad industrial.
Para Heidi Hartmann, esta postura, que nombra marxis-
mo primitivo, hace que “el ‘matrimonio’ entre marxismo
y feminismo haya sido como el matrimonio según el
derecho consuetudinario inglés: marxismo y feminis-
mo son una sola cosa, y esta cosa es el marxismo”5. Al
contrario de esta primera interpretación marxista de la
posición social de la mujer, Hartmann considera que
“la acumulación del capital se acomoda a la estructura
social y patriarcal y contribuye a perpetuarla (…) en re-
sumen, (…) que se ha producido una colaboración en-
tre patriarcado y capitalismo”6. Esta colaboración entre

5
  HARTMANN, Heidi. Un matrimonio mal avenido: hacia unión
más progresiva entre marxismo y feminismo. Buenos Aires: Herra-
mienta, 1979, p. 1.
6
  Ibíd., p. 2.

156
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

patriarcado y capitalismo fortalece los mecanismos de


opresión y desdibuja el problema. En la medida en que
las instituciones del capitalismo siguen reproduciendo
valores patriarcales —por ejemplo, la familia nuclear y
su estructura heteronormativa—, la mujer sigue estan-
do en el centro de un modo de opresión muy particular;
no sólo como trabajadora asalariada, sino como madre,
esposa y todo lo que implican estas funciones en térmi-
nos de labores domésticas.
De ahí que la explicación económica de la opre-
sión sobre las mujeres, según la cual éstas son obje-
to de este fenómeno en la medida en que el modo de
producción lo determina es parcialmente cierta, pues
no sólo por su condición de clase la mujer sufre todo
tipo de vejámenes, también tiene que ver en este proce-
so de dominación la condición particular de la mujer y
su posicionamiento histórico frente a los hombres. Lo
más provechoso en este tipo de situaciones es no des-
bordarse en las posibilidades prácticas que se presentan
de forma inmediata, más bien se debe captar primero la
estructura sobre la cual funciona el fenómeno en cues-
tión, pues “antes de proceder al intento de modificar
una determinada situación, debemos, no obstante, es-
clarecer su origen y evolución, así como las institucio-
nes a través de las cuales actúa”7. Esto llama la atención

7
  FIRESTONE, Shulamith. Op. Cit., p. 10.

157
LEANDRO SÁNCHEZ

sobre el proceso de formación de esta opresión parti-


cular sobre la mujer. Así pues, la esencia femenina ins-
talada con fuerza en el proceso de formación social de
la humanidad se ha definido a partir de ciertos valores
considerados como propios de la condición de mujer,
tales como la fertilidad, la belleza, la fragilidad, la sua-
vidad, etc., valores que se han encarnado de tal manera
en la figura de la mujer que aún hoy podemos encontrar
mujeres que se identifican con todos ellos y que, por
ello, creen que hay ciertos dominios de la vida en los
cuales no pueden intervenir porque son propios de lo
masculino o, por el contrario, creen que simplemente
adoptando rasgos de “lo masculino” pueden evitar su
condición de opresión. Para Max Horkheimer, investi-
gador de la Escuela de Frankfurt, la constante parisina
de los años cincuenta del siglo pasado respecto de la
nueva vestimenta de las mujeres generaba cierta mo-
lestia, no porque sus prejuicios de hombre lo llevaran a
no soportar que las mujeres pudiesen vestirse igual que
los hombres sino por el sentido de este hecho en aquel
entonces:
La razón por la cual no me gusta la moda de los panta-
lones: es que la mujer camina ahora como un hombre,
con el cigarrillo en la boca, las comisuras de los labios
vueltas hacia abajo, la frente arrugada; lo mismo que el
amo de esta civilización que pisotea a la naturaleza. Se
subraya la igualdad con el hombre, cuyo papel civiliza-

158
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

dor tan mal le sienta a ella. La mujer exhibe todos los


defectos de los que se asimilan a los opresores8.

En la anterior cita podemos observar cómo una


mujer puede identificarse con su opresor, con las for-
mas de él y con todo lo que supone su pose de domina-
dor absoluto del mundo. Por todo esto “sería un error
intentar explicar la opresión de la mujer a partir de una
interpretación estrictamente económica. El análisis de
clases constituye una labor ingeniosa, pero de alcance li-
mitado; correcta en sentido lineal, no alcanza suficiente
profundidad”9. La profundidad que reclama el análisis
feminista tiene que ver en gran medida con las sutile-
zas que configuran los vínculos sociales entre hombre
y mujer. El cuestionamiento del ser madre simplemente
por el hecho de ser mujer, en el sentido de un órgano
que define esta condición, es una tarea aún pendiente de
nuestro tiempo; si bien la lucha feminista ataca esta for-
mación ideológica con fuerza, todavía no logra desmon-
tar una estructura fortificada como lo es el capitalismo
y su modo de producción basado en la reproducción
de mercancías y de fuerza de trabajo humano también
como mercancía. Incluso esta estructura ha podido ce-

8
  HORKHEIMER, Max. Apuntes. 1950-1969. Caracas:
Monte Ávila Editores, 1976, p. 7.
9
  FIRESTONE, Shulamith. Op Cit., p. 13.

159
LEANDRO SÁNCHEZ

der derechos a las mujeres que aparentemente respaldan


su reconocimiento en igualdad de condiciones respecto
de los hombres, siempre y cuando ciertas mujeres pue-
dan competir laboral y socialmente como encarnación
de relaciones sociales capitalistas: es muy común de
nuestro mundo ver cómo las mujeres con propiedad so-
licitan empleadas mujeres, preferiblemente negras, para
uniformarlas y ser ellas las amas y señoras de otras mu-
jeres. El modelo capitalista es sutilmente agresivo, pues
dota a los individuos de un poder que pareciera estar
dispuesto de antemano para el ejercicio de la opresión
del otro. No obstante, el problema de la opresión parti-
cular sobre la mujer no se anula más allá de que existan
este tipo de manifestaciones entre las mujeres. No hay
garantía de que las mujeres encuentren su reconoci-
miento mediante la posesión de propiedad o mediante
la inclusión en la esfera laboral igual que ocurre con los
hombres. Si bien el sustento material propio es una con-
dición para la emancipación humana, en el capitalismo
esta condición parece derivar en nuevas formas de opre-
sión que reproducen la situación de miseria en la que se
encuentran los vínculos humanos actualmente.
De esta forma, la sociedad patriarcal no desapa-
rece con la integración de la mujer como trabajadora
asalariada, pues el desarrollo del capitalismo supone
una acentuación de la sociedad patriarcal, por ello el
sometimiento de la mujer persiste en el modo de pro-

160
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

ducción capitalista. En otras palabras, con la inclusión


de la mujer en una clase no desaparece el problema de
su sometimiento en relación con el hombre y con otras
mujeres. No se trata entonces de suponer apresurada-
mente que la relación de opresión del hombre sobre
la mujer se evapora con la adhesión de ésta a las di-
námicas laborales y sociales de reconocimiento en el
capitalismo. Los reclamos de Hartmann, entonces, son
válidos en tanto crítica al economicismo de Engels y su
visión lineal del desarrollo histórico que deja de lado la
posibilidad de un análisis específico de la situación de la
mujer en la sociedad patriarcal, situación que no queda
suprimida por el desarrollo industrial. Para Hartmann,
este marxismo reduce el feminismo a un análisis de la
relación del hombre con el capital y descuida la pro-
blemática relación hombre-mujer, es decir, reduce una
cuestión de género a una cuestión de clase. Ante este
problema, dice Hartmann:

Hay que recurrir tanto al análisis marxista (…) como


al análisis feminista, y en especial a la identificación
del patriarcado como estructura social e histórica, si
se quiere entender el desarrollo de las sociedades ca-
pitalistas occidentales y la difícil situación de la mujer
dentro de ellas10.

10
  HARTMANN, Heidi. Op. Cit., p. 1.

161
LEANDRO SÁNCHEZ

Esta exigencia de vincular el análisis económico o


de clase y el análisis del patriarcado por parte del femi-
nismo, sugiere la posibilidad de un vínculo provechoso
entre marxismo y feminismo, pues no se reduce uno al
otro, sino que se reconocen ambos como necesarios
para la construcción de una nueva sociedad sin opre-
sión y sin explotación humanas. Partiendo de un análi-
sis similar al que hiciese Marx acerca de la emancipación
de los judíos en su texto Sobre la cuestión judía, Herbert
Marcuse, desde mi punto de vista, trata de elaborar las
condiciones para una relación provechosa entre femi-
nismo y marxismo. Para Marcuse las reflexiones sobre
el sometimiento de la mujer dentro de la sociedad pa-
triarcal-capitalista tienen que hacerse de acuerdo con
los elementos que encontramos dentro de la misma
porque las posibilidades de la emancipación de la mujer
no pueden distanciarse de la emancipación humana.
El feminismo radical de los años sesenta y seten-
tas trató de encaminar la lucha de las mujeres hacia la
confiscación de los medios de producción por parte de
ellas, para establecer una especie de dictadura femenina
que erigiera nuevas instituciones encargadas de contro-
lar tanto la producción como la reproducción de la vida
humana desde un sistema de natalidad artificial. Esto
suponía, para este tipo de feminismo, la liberación de
la mujer en todos sus aspectos. Desde mi punto de vis-
ta, estos postulados apuntan a la construcción de una

162
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

sociedad matriarcal, sin modificaciones sustanciales en


cuanto al principio de realidad, de opresión y destruc-
ción, sin advertir que esta supuesta liberación entraría
a instaurar un nuevo sistema de agresividad contra-hu-
mano. De alguna manera, esta liberación supone la
caída en manos de otro opresor, la sustitución de una
jerarquía por otra.
Para Simone de Beauvoir este hecho es claro y
sabe que la inclusión de la mujer, en términos de igual-
dad de posibilidades respecto al hombre dentro de la
sociedad capitalista, supone su explotación de acuerdo
con la lógica del capital. En palabras de Beauvoir esta
igualdad “exige la entrada de todo el sexo femenino
en la industria pública”11. Esta entrada en la industria
pública no es más que la competencia manifiesta en-
tre hombres y mujeres por posiciones sociales y eco-
nómicas de un nivel más alto que se miden según los
parámetros que impone la sociedad capitalista. La lucha
feminista que no se reduce a la condena de los hombres
por el simple hecho de ser hombres y que no proclama
la superioridad de las mujeres como condición nece-
saria para su emancipación, es pues la advertencia de
que el esfuerzo por igualdad de derechos supone una
etapa necesaria pero insuficiente en el camino de la

11
  BEAUVOIR, Simone. El Segundo sexo. Madrid: Ediciones
Cátedra, 2005, p. 117.

163
LEANDRO SÁNCHEZ

emancipación de la mujer dentro de la sociedad patriar-


cal-capitalista; confundir la igualdad de derechos con la
liberación total de la mujer trae el riesgo de fortificar la
estructura de dominación del capitalismo.
Como todo marxista radical, Marcuse va a la raíz
misma de las cosas. Desde Marx sabemos que la raíz
material para atacar el capitalismo es la economía, la
raíz subjetiva la encuentra Marcuse en Freud. Los ele-
mentos que anunciaba un par de líneas atrás, y que sir-
ven para la reflexión que hace Marcuse de la cuestión
femenina, se derivan del principio de realidad del ca-
pitalismo. El principio de realidad de la sociedad capi-
talista se puede definir aquí como aquel que instaura
valores como: el principio de rendimiento, la “ética del
trabajo” y la voluntad del poder. El primero apunta a la
eficiencia de los trabajadores en la elaboración de pro-
ductos y la maximización del beneficio de los grandes
propietarios de los medios de producción, el segundo
sugiere un conjunto de reglas como el cumplimiento
estricto de la jornada laboral en fracciones de tiempo
exactas y demás particularidades exigidas por el em-
pleador como, por ejemplo, la forma de vestir o el cor-
te de cabello y, del lado de la voluntad de poder, están
los discursos y prácticas que configuran la competencia
entre trabajadores en la cual el uno quiere imponerse
sobre el otro mostrando el cumplimiento de su ética
laboral y su rutinaria y desmedida eficiencia. Estos va-

164
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

lores son los que exigen un rechazo y contraposición,


rechazo y contraposición que Marcuse encuentra en el
movimiento feminista de acuerdo con las característi-
cas históricas de la mujer que podrían entenderse in-
correctamente como dotes naturales de ellas o como
características esenciales que definen su ser.
Lo anterior nos hace entrar en un terreno árido
de discusión, pues para algunas feministas la caracteri-
zación de la mujer desde aspectos específicos supone
una definición esencialista que afecta su posibilidad de
desarrollarse en igualdad de condiciones respecto del
hombre y que la limitan al ejercicio de ciertas activida-
des ineludibles por su condición de mujer. Ante este re-
proche respondemos que las características que ahora
son propias de la mujer no están dadas por naturaleza,
sino que son el resultado de un proceso cultural y social
milenario. Por tanto, no pueden modificarse de la no-
che a la mañana, pues conforman una segunda naturaleza
de la mujer, a partir de la cual Marcuse explora las po-
sibilidades de resistencia y oposición transformadora
ante el capitalismo. Un elemento fundamental aquí es
la sensibilidad adquirida por parte de la mujer en este
proceso de formación cultural. La sensibilidad puede
hacer las veces de motor social y político a partir del
cual puedan generarse movimientos que apelen a la de-
fensa del medio ambiente, a las formas masculinizadas
de concebir la política y a todas aquellas manifestacio-

165
LEANDRO SÁNCHEZ

nes que el hombre ha permeado por completo con su


insensibilidad y rudeza igualmente adquiridas.
La separación histórica entre las actividades des-
tinadas al hombre y las designadas a la mujer en el
contexto de la sociedad occidental ha determinado un
conjunto de características propias de la mujer y unas
propias del hombre, donde éste se relaciona con la ra-
zón y ella con la sensibilidad. Estas adjudicaciones de-
ben entenderse como históricas y aceptarse como tal.
Si bien puede suponer un problema que las mujeres no
sean una clase en el sentido estricto del análisis marxis-
ta, no existe una razón de peso para negar la oposición
mujer-hombre dentro de la civilización patriarcal que se
mantiene aún en el capitalismo. Así, Marcuse recono-
ce la debilidad del análisis de Engels —que suprime la
oposición hombre-mujer en el proceso del desarrollo
social histórico— y más bien considera que dicho desa-
rrollo es el que da lugar al reclamo feminista de evaluar
la relación de opresión a la que se han visto sometidas
las mujeres en el transcurso del tiempo.
Si el movimiento feminista propende por una
lucha política para transformar las relaciones sociales
establecidas, esto supone al mismo tiempo una lucha
revolucionaria por la libertad de hombres y mujeres,
en términos de Marx supone una emancipación verdade-
ramente humana. Para Marcuse este propósito feminista
no se aparta de los postulados marxistas, pues el interés

166
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

común de hombres y mujeres es “sacar adelante una


forma de existencia digna”12. Marx sabía bien de este
asunto y varias veces llamó la atención sobre la nece-
sidad de una convivencia digna que tenía uno de sus
puntos de partida en la situación de la mujer. En La
Sagrada Familia Marx dice, parafraseando a Fourier, que
Los progresos sociales y los cambios de períodos se
operan en razón directa al progreso de las mujeres
hacia la libertad; y las decadencias del orden social se
operan en razón del decrecimiento de la libertad de las
mujeres… La servidumbre de las mujeres de ninguna
manera beneficia a los hombres13.

Aquí Marx deja en claro que ninguna revolución


será provechosa si no logra la libertad de las mujeres
al mismo tiempo que la libertad de los hombres. Para
Marx, tanto el trabajador como la mujer, al ser elemen-
tos de la propiedad privada, deben considerarse como
sujetos de opresión. No sólo el trabajador se enajena por
la actividad laboral, sino que la mujer en su condición de
ama de casa y esposa en la sociedad burguesa, también
se encuentra en un estado de enajenación, pues es la

12
  MARCUSE, Herbert. Calas en nuestro tiempo. Barcelona:
Icaria Editorial, 1983, p. 10.
13
  MARX, Karl, ENGELS, Friedrich. La Sagrada Familia.
Madrid: Ediciones Akal, 2013, p. 239.

167
LEANDRO SÁNCHEZ

propiedad privada del esposo. Así pues, Marcuse señala


dos niveles en los cuales actúa el movimiento feminis-
ta: un primer nivel en el que se quiere lograr igualdad
de derechos —una represiva igualdad—, donde ha sabido
operar el capitalismo con eficiencia y ha propiciado para
la mujer que “su cuerpo, su espíritu fueran cosificados,
se convirtieran en objetos”14. La integración de la mujer
en el proceso laboral de la sociedad industrial ha ensan-
chado el margen de reclutamiento de la explotación, la
“que hay que añadir a la explotación suplementaria de
la mujer como ama de casa, madre, muchacha de ser-
vicio…”15 y además como consumidora del mercado
capitalista, ejercicio en el cual también se hace de ella un
agente de fortalecimiento del dañino modo de produc-
ción capitalista. Si las mujeres alcanzan la igualdad de
derechos en términos económicos, políticos y sociales
dentro del capitalismo, cosa que es posible, y no advier-
ten el carácter parcial de esta liberación y la toman como
total, inevitablemente tendrán que entrar a participar en
términos de competencia con los hombres. “Así, el prin-
cipio de rendimiento, con la alienación a él inherente,
sería también mantenido y reproducido por las mujeres
[por ello] igualdad de derechos no es todavía libertad”16.

14
  MARCUSE, Herbert. Calas en nuestro tiempo. Op. Cit., p. 14.
15
  Ibíd., p. 16.
16
  Ibíd., p. 18.

168
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

El segundo nivel va más allá de esta igualdad, puesto


que en él la liberación tiene como contenido la cons-
trucción de una sociedad nueva que instaure un nuevo
principio de realidad y en ese sentido sea una sociedad
cualitativamente diferente de la actual. Para Marcuse allí
reside el potencial revolucionario del feminismo. Este
segundo nivel de la lucha feminista supone un trascen-
der revolucionario donde “lo esencial (…) es la revo-
lución de los valores de explotación y represión domi-
nantes en la civilización patriarcal, la negación de su
agresiva productividad, reproducida por esta sociedad,
en forma de capitalismo”17.
En el terreno de la lucha feminista habrá que recu-
rrir a características propias de la mujer que nieguen los
aspectos patriarcales dominantes hasta ahora, para Mar-
cuse estas características —que no son dadas por natu-
raleza, sino que son construcciones sociales como he in-
sistido aquí— son: la receptividad, la sensibilidad, el pacifismo,
la ternura, etc. Estas cualidades aparecen como contrarias
a la dominación y la explotación y configuran fuerzas
propias de la pulsión de vida; el Eros. Además, se opo-
nen a la pulsión de muerte que se ajusta a la sociedad de
agresividad y destrucción del capitalismo. Estas caracte-
rísticas bien pueden tornarse en su contrario y fortalecer
al capitalismo, él puede hacer de ellas una mercancía,

17
  Ibíd., p. 12.

169
LEANDRO SÁNCHEZ

pero si se las reconoce dotadas de un carácter de verdad


que frenaría esta lógica de adaptación, podrían ser una
fuente de lucha contra una sociedad que las anula como
formas logradas de relacionamiento humano. La nece-
saria participación de la mujer en la lucha política por la
instauración de un orden social totalmente diferente es
un aspecto ineludible de la revolución, “sin la politiza-
ción de la mujer es impensable una transformación cua-
litativa. Esto se sigue directamente de mi interpretación
del concepto de cualidades femeninas”18. La insistencia de
Marcuse sobre las cualidades femeninas y su potencial
revolucionario se aparta de la definición peligrosa de
un papel dado a priori a la mujer en un posible tránsi-
to hacia una sociedad radicalmente nueva, es decir, no
tiene fijado de antemano el papel de la mujer como una
herramienta a través de la cual se podría llegar a la con-
figuración de una nueva sociedad, más bien señala que
la construcción de un nuevo mundo empieza tomándo-
se en serio el papel de la mujer en el proceso de trans-
formación de los valores que hoy encarnan la sociedad:
recibiendo y tramitando sus reclamos, no callando ante
la violencia que se ejerce sobre ella y promocionando
todas las vías que la reconozcan como un ser digno de
libertades y desarrollos de su propia personalidad.

18
  MARCUSE, Herbert. Conversaciones con Herbert Marcuse.
Barcelona: Gedisa, 1980, p. 95.

170
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

La liberación del potencial subversivo que reside


en la mujer, es decir, en las características antes des-
critas, supone una afrenta de mucho peso en contra
del capitalismo, pues son el punto de partida de la
negación de los valores del principio de realidad que
lo rige. La ascensión de estas cualidades libidinosas
“pone en peligro la rígida ética del trabajo del princi-
pio de rendimiento y la reproducción de esta ética del
trabajo por los individuos”19. La posición de la mujer
es, pues, decisiva en las posibilidades del tránsito hacia
una nueva sociedad. Sin embargo, esta cuestión —la
cuestión femenina— muestra dos aspectos contra-
dictorios en cuanto a sus características propias: por
un lado, puede subvertir los valores del principio de
realidad de la sociedad dada y, por otro, puede agre-
garse a la misma y afirmar estos valores. Esta es quizá
la principal preocupación de Marcuse, que ya describía
en El hombre unidimensional con la figura del obrero de
“cuello blanco”20, quien se acomodaba al principio de
realidad por una mejora de condiciones —igualmente
represiva— que fortalecía su propia opresión. Las mu-
jeres pueden ser también un objeto funcional dentro
del capitalismo, basta con echar una ojeada al valor que

19
  MARCUSE, Herbert. Calas en nuestro tiempo. Op. Cit., p. 17.
20
  MARCUSE, Herbert. El hombre unidimensional. Barcelona:
Planeta de Agostini, 1993, p. 68.

171
LEANDRO SÁNCHEZ

se le da a la belleza dentro de esta sociedad que, según


Marcuse, tiene un alto valor de cambio que se encarga
de adornar y vender los valores dominantes del mismo
capitalismo, de mostrar una aparente belleza social que
trata de esconder la opresión y cosificación de los seres
humanos.
Podemos decir que, tanto para Marcuse como
para Simone de Beauvoir, la lucha de las mujeres debe
configurarse como una la lucha por la emancipación
humana, es decir, no se debe subordinar la oposición
hombre-mujer a la oposición de clases ni se debe to-
mar la primera como un corolario de la segunda; am-
bas luchas deben llevarse a cabo de manera simultánea,
lo que supondría una relación provechosa entre mar-
xismo y feminismo. La igualdad de derechos económi-
cos y políticos de la mujer y su trascender como conse-
cuencia de la liberación de su capacidad revolucionaria
en contraposición al principio de rendimiento del ca-
pitalismo, permearían las relaciones sociales y perso-
nales en una nueva sociedad, eliminarían la virilidad
opresora del hombre y le darían paso a la sensibilidad
receptiva como principio de una nueva configuración
del ser humano y de su postura ante los demás y ante
la naturaleza. La transvaloración de las características
propiamente femeninas y las propiamente masculi-
nas es la posibilidad de realizar un mundo diferente
del que hasta ahora tenemos que soportar. Esta trans-

172
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

valoración no negaría de ninguna manera la situación


particular de cada persona, no sugiere la creación de
estándares de identidad, por el contrario, empuja por
el libre desarrollo de ella. Para Simone de Beauvoir,
la particularidad de los individuos es una exigencia
que debe garantizar cualquier sociedad que se piense
en términos de libertad, para ella “una ética realmente
socialista, es decir, que busque la justicia sin suprimir
la libertad, que imponga cargas a los individuos, pero
sin abolir su individualidad, siempre tropezará con los
problemas que plantea la condición de la mujer”21. A
lo que hay que agregar que también debe tenerse en
cuenta la condición del hombre, en términos genera-
les, la condición humana. Para Marcuse es claro que
una sociedad emancipada tendría que conservar las di-
ferencias que definen al individuo como tal, pues estas
diferencias son una negación de la cosificación y la ex-
plotación del capitalismo.
Esta no eliminación de las diferencias entre hom-
bres y mujeres supone los conflictos inherentes a la con-
dición humana, no serán suprimidos y serán elementos
activos. Aquí podemos apelar al concepto de represión
necesaria que Marcuse toma de Freud y sin el cual no es
posible ninguna forma de civilización, en tanto “modifi-
caciones de las pulsiones necesarias para la perpetuación

21
  BEAUVOIR, Simone. Op. Cit., pp. 120-121.

173
LEANDRO SÁNCHEZ

de la raza humana”22. La posibilidad de pensar en una


sociedad diferente a la capitalista sirve, pues, para pen-
sar en la modificación de las relaciones entre los seres
humanos, en función de la libertad subjetiva y objetiva
de los mismos dentro de un nuevo principio de realidad
que configure una sociedad digna y justa: “que conte-
mos con varones completamente distintos y con mujeres
completamente distintas a los que hoy tenemos”23.
Hasta aquí podríamos decir que los conceptos de
feminismo y marxismo conforman una relación por la
cual todavía se tiene que trabajar, es decir, se plantean
algo diferente de lo existente fácticamente, un debería
ser, pero no como lo plantea el liberalismo ingenuo, es
decir, de manera ideal y hasta determinista, sino un de-
bería ser materialista, un ejemplo claro de éste lo en-
contramos en el ensayo de Marcuse Liberándose de la
sociedad opulenta, donde nos dice que:
Este debería ser, podríamos decir que se trata casi de una
necesidad biológica, sociológica y política. Es una ne-
cesidad biológica pues, según Marx, una sociedad so-
cialista se configuraría mediante el propio logos de la
vida, con las posibilidades esenciales de una existencia

22
  MARCUSE, Herbert. Eros y Civilización. Madrid: Editorial
Sarpe, 1983, p. 48.
23
  MARCUSE, Herbert. Conversaciones con Herbert Marcuse.
Op. Cit., p. 96.

174
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

humana, no sólo mentalmente ni apenas intelectual-


mente sino también orgánicamente24.

Apelar a lo orgánico significa pensar la emancipa-


ción como una emancipación de toda la sociedad, no
sólo de pequeños grupos o de un sector exclusivo de la
misma. Para Marcuse el cambio cualitativo que supone
una verdadera revolución no puede dejar por fuera ni a
hombres ni a mujeres, tampoco a la naturaleza si que-
remos la construcción de una nueva sociedad. La lucha
por la emancipación de la mujer debe ser sinónimo de
la lucha por la emancipación de la humanidad, si esto
no es así, la reproducción violenta y miserable de la
opresión será el signo bajo el cual se seguirán desenvol-
viendo las posibilidades de la existencia humana en un
mundo que se enorgullece de fortalecer los conflictos
agresivos de los seres humanos a partir de sus diferen-
cias. Apelar a una entidad fuera del capitalismo para dar
esta lucha tampoco es una vía adecuada, los círculos
de mujeres que rechazan de manera tajante la partici-
pación de hombres en sus procesos de comprensión y
praxis, bajo el argumento de una condición femenina
que los hombres no entenderían porque no hacen parte
de ella, llaman la atención más bien sobre la necesi-
dad de la participación de los hombres precisamente
24
  MARCUSE, Herbert. La sociedad carnívora. Buenos Aires:
Ediciones Godot, 2011, p. 26.

175
LEANDRO SÁNCHEZ

en función de que puedan comprender lo que es dicha


condición. Lejos de rechazar a los hombres, las mujeres
deberían acercar a sus procesos de lucha a aquellos po-
tenciales opresores con la firme convicción de ganarlos
de su lado y combatir también con ellos en un mundo
que necesita la militancia decidida de quienes repudian
la configuración actual del mismo, en el que el cierre de
posibilidades va tomando ventaja. Cerrar una puerta es
el comienzo del cierre de todas las puertas, incluso de
las mismas que se trata de mantener abiertas. Las posi-
bilidades de una lucha feminista coherente no pueden
darse el lujo de prescindir de todos aquellos que por fir-
me convencimiento adhieren también a sus propósitos.
No se trata de decir con esto que las condiciones para la
vinculación entre hombres y mujeres están dispuestas
de manera armoniosa y que sólo hace falta estrechar la
mano. Lo que sí podemos decir con certeza es que de
ninguna manera esta situación evita que hombres y mu-
jeres puedan trabajar juntos y que generar ese abrazo
de lucha es el imperativo de nuestros días. La sociedad
patriarcal es la misma para hombres y mujeres, no se
pueden negar los privilegios de los hombres en ella; sin
duda, el sufrimiento de ambos es una constante entre
sus vinculaciones humanas. Los opresores son desgra-
ciados por oprimir, los oprimidos son desgraciados
por sufrir la opresión. Sin embargo, el panorama sigue
mostrando posibilidades revolucionarias:

176
MARXISMO Y FEMINISMO. UNA RELACIÓN CON POTENCIAL EMANCIPATORIO

La sociedad patriarcal ha creado una imagen feme-


nina, una contrafuerza femenina que todavía puede
convertirse en uno de los enterradores de la sociedad
patriarcal. También en este sentido, la mujer encierra
una promesa de liberación. Es la mujer en la pintura de
Delacroix25, la que sostiene la bandera de la revolución
mientras guía a la gente hacia las barricadas. No lleva
uniforme, sus senos están desnudos y su hermoso ros-
tro no muestra señales de violencia. Pero tiene un rifle
en la mano, porque todavía habrá que pelear por el fin
de la violencia26.

Para terminar: las mujeres como seres particula-


res no pueden dejar pasar de largo su condición sin-
gular de opresión, los hombres debemos aceptar que
ellas han sido violentadas por nosotros y que por ello
se comprende su rencor, ojalá ese rencor no sirva para
reproducir la opresión, sino que sea motor revolucio-
nario para la elaboración de la emancipación humana
que deje de lado las divisiones y las exclusiones que
son propias de toda actitud autoritaria, que además
son el caldo de cultivo para el surgimiento de trabas

25
La pintura de Eugen Delacroix a la que hace referencia
Marcuse recibe el nombre de “La libertad guiando al pue-
blo”.
26
  MARCUSE, Herbert. Contrarrevolución y revuelta. México:
Joaquín Mortiz, 1973, p. 90.

177
LEANDRO SÁNCHEZ

reaccionarias y cada vez más naturalizadas que no ayu-


dan de ninguna manera a la realización humana de am-
bos seres.

178
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO
Karl Marx*1

Traductor: Leandro Sánchez


Miembro del Centro de Estudios Estanislao Zuleta

* Esta traducción corresponde a dos pequeños artículos


de Karl Marx escritos para el periódico New-York Daily
Tribune y publicados por primera vez en los números
5433 de septiembre 20 (I) y 5438 de septiembre 25 (II)
de 1858. (N. del T.)
I

La noticia del nuevo tratado extraído de China por los


plenipotenciarios aliados parece haber evocado las mis-
mas perspectivas salvajes de una inmensa extensión de
comercio que bailó ante los ojos del espíritu comer-
cial en 1845, después de la conclusión de las primeras
guerras chinas. Suponiendo que los cables de Peters-
burgo hayan dicho la verdad, ¿es bastante cierto que
un aumento del comercio chino debe seguir a la mul-
tiplicación de sus emporios? ¿Hay alguna probabilidad
de que la guerra de 1857-1858 conduzca a resultados
más espléndidos que la guerra de 1841-1842? Tanto
es cierto que el tratado de 1843, en lugar de aumentar
las exportaciones estadounidenses e inglesas a China,
resultó instrumental sólo para precipitar y agravar la
crisis comercial de 1847. De manera similar, al hacer
surgir sueños de un mercado inagotable y al fomentar
falsas especulaciones, el presente tratado puede ayudar
a preparar una nueva crisis en el momento en que el
mercado del mundo se está recuperando lentamente
del reciente shock universal. Además de su resultado

181
KARL MARX

negativo, la primera guerra del opio tuvo éxito en es-


timular el comercio de opio a expensas del comercio
legítimo, y también lo hará esta segunda guerra de opio,
si Inglaterra no es forzada por la presión general del
mundo civilizado a abandonar el cultivo de opio obli-
gatorio en la India y la propaganda armada del opio a
China. Nos abstendremos de insistir en la moralidad de
ese oficio, descrito por Montgomery Martin, él mismo
un inglés, en los siguientes términos:
Por qué, la trata de esclavos era misericordiosa compa-
rada con el comercio de opio: no destruimos los cuer-
pos de los africanos, porque nuestro interés inmediato
era mantenerlos vivos, no degradamos sus naturalezas,
no corrompimos sus mentes, ni destruimos sus almas.
Pero el vendedor de opio mata al cuerpo después de
haber corrompido, degradado y aniquilado el ser mo-
ral de infelices pecadores, mientras que cada hora trae
nuevas víctimas a un Moloch que no conoce la sacie-
dad, y donde el asesino inglés y suicida chino compiten
entre sí en ofrendas en su santuario1.

Los chinos no pueden tomar tanto bienes como


drogas; en circunstancias reales, la extensión del comer-
cio chino se resuelve en la extensión del comercio de
opio; el crecimiento de este último es incompatible con

1
  MARTIN, R. M. China; Political, Commercial, and Social, Vol.
II. London, 1847, p. 261.

182
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO

el desarrollo del comercio legítimo; estas proposiciones


fueron bastante aceptadas en general hace dos años.
Un Comité de la Cámara de los Comunes, designado
en 1847 para tomar en consideración el estado de las
relaciones comerciales británicas con China, informó
lo siguiente:
Lamentamos que el comercio con ese país haya sido
durante un tiempo en una condición muy insatisfac-
toria, y que el resultado de nuestras relaciones prolongadas no
haya cumplido de ninguna manera las expectativas justas que
naturalmente se habían fundado en un acceso libre a un
mercado tan magnífico. Encontramos que las dificultades
del comercio no surgen de la falta de demanda en Chi-
na de artículos de manufacturas británicas o de la cre-
ciente competencia de otras naciones; el pago por el opio
absorbe la plata por la gran inconveniencia del tráfico
general de los chinos, y el té y la seda de hecho deben
pagar el resto2.

The Friend of China, del 28 de julio de 1849, ge-


neralizando la misma proposición, dice en términos
establecidos:
El comercio de opio progresa constantemente. El
mayor consumo de tés y seda en Gran Bretaña y los

2
  The Economist, No. 209 (suplemento), Agosto 28, 1847, pp.
1014-15. 

183
KARL MARX

Estados Unidos simplemente daría como resultado el


aumento del comercio de opio; el caso de los fabrican-
tes es desesperado.

Uno de los principales comerciantes estadouni-


denses en China redujo, en un artículo insertado en
Hunt’s Merchant’s Magazine, para enero de 1850, toda la
cuestión del comercio con China hasta este punto:
¿Qué rama del comercio debe suprimirse, el comercio
de opio o el comercio de exportación de productos
estadounidenses o ingleses?

Los chinos mismos tomaron exactamente la mis-


ma opinión del caso. Montgomery Martin narra:
Pregunté por el Taoutaic3 en Shanghai, que sería el me-
jor medio para aumentar nuestro comercio con China,
y su primera respuesta para mí, en presencia del Capi-
tán Balfour, el Cónsul de Su Majestad, fue: “Dejen de
enviarnos tanto opio y podremos llevar sus manufac-
turas”4.

La historia del comercio general durante los úl-


timos ocho años ha ilustrado estas posiciones de una
manera nueva y llamativa; pero, antes de analizar los
efectos nocivos sobre el comercio legítimo del comer-

  Alto oficial.
3

4
  MARTIN, R. M. Op. Cit., p. 258.

184
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO

cio de opio, proponemos hacer una breve revisión del


aumento y el progreso de ese tráfico estupendo, que,
si consideramos que las colisiones trágicas forman,
por así decirlo, el eje alrededor del cual los giros, o los
efectos que produce en las relaciones generales de los
mundos oriental y occidental, se queda registrado soli-
tariamente en los anales de la humanidad.
Antes de 1767, la cantidad de opio exportado de
la India no superaba los 200 cofres, y el cofre pesaba al-
rededor de 133 libras. El opio fue admitido legalmente
en China con el pago de un arancel de alrededor de $3
por caja, como medicamento; los portugueses que lo
trajeron de Turquía son sus importadores casi exclusi-
vos en el Imperio Celestial.
En 1773, el coronel Watson y el vicepresidente
Wheeler —personas que merecían ocupar un lugar
entre los Hermentiers, Palmers y otros envenenadores
de fama mundial— sugirieron a East India Company
la idea de entrar en el tráfico de opio con China. En
consecuencia, se estableció un depósito para el opio en
buques anclados en una bahía al suroeste de Macao.
La especulación resultó ser un fracaso. En 1781, el go-
bierno de Bengala envió un buque armado, cargado de
opio, a China; y, en 1794, la Compañía estacionó una
gran embarcación de opio en Whampoa, el anclaje para
el puerto de Cantón. Parece que Whampoa resultó ser
un depósito más conveniente que Macao, porque, sólo

185
KARL MARX

dos años después de su selección, el gobierno chino


consideró necesario aprobar una ley que amenaza a los
contrabandistas chinos de opio para ser golpeados con
bambú y expuestos en las calles con collares de made-
ra alrededor de sus cuellos. Alrededor de 1798, la East
India Company dejaron de ser exportadores directos
de opio, pero se convirtieron en sus productores. El
monopolio del opio se estableció en la India; mientras
que los barcos propios de la Compañía estaban hipó-
critamente prohibidos para traficar con la droga, las
licencias que otorgaba a los barcos privados que co-
merciaban con China contenían una disposición que les
imponía una multa si se cargaba con opio de otra marca
que no fuera la suya.
En 1800, la importación a China había alcanzado
el número de 2.000 cofres. Habiendo tenido, durante
el siglo XVIII, el aspecto común a todas las disputas
entre el comerciante extranjero y la aduana nacional,
la lucha entre la East India Company y el Imperio Ce-
lestial supuso, desde el comienzo del siglo XIX, carac-
terísticas bastante distintas y excepcionales; mientras
que el emperador chino5, para controlar el suicidio de
su pueblo, prohibió de inmediato la importación del
veneno por el extranjero y su consumo por parte de
los nativos, la East India Company estaba convirtiendo

5
  Tao Kuang.

186
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO

rápidamente el cultivo del opio en la India, y su venta


de contrabando a China, en partes integrales de su pro-
pio sistema financiero. Mientras que el semi-bárbaro se
mantuvo en el principio de la moralidad, los civilizados
se opusieron al principio del vil metal. Que un imperio
gigante, que contiene casi un tercio de la raza humana
que vegeta hasta los dientes del tiempo, aislado por la
exclusión forzada de las relaciones generales, y así enga-
ñándose con delirios de perfección celestial, que tal im-
perio debería finalmente ser superado por el destino en
ocasión de un duelo mortal, en el que el representante
del mundo anticuado aparece impulsado por motivos
éticos, mientras que el representante de la abrumadora
sociedad moderna lucha por el privilegio de comprar
en el más barato y vender en los mercados más queri-
dos: esto de hecho, es una especie de pareado trágico,
más extraño de lo que cualquier poeta se hubiera atre-
vido a imaginar.

II

Fue la asunción del monopolio del opio en la India


por parte del gobierno británico, lo que condujo a la
proscripción del comercio de opio en China. Los crue-
les castigos infligidos por el legislador celestial6 sobre

6
  Hien-Fung. 

187
KARL MARX

sus propios sujetos contumaces, y la estricta prohibi-


ción establecida en las aduanas de China, resultaron
igualmente insignificantes. El siguiente efecto de la re-
sistencia moral del chino fue la desmoralización, por
parte del inglés, de las autoridades imperiales, oficiales
de aduana y mandarines en general. La corrupción que
comió en el corazón de la burocracia celestial y destru-
yó el baluarte de la constitución patriarcal, fue, junto
con los cofres de opio, introducida de contrabando en
el Imperio desde los almacenes ingleses anclados en
Whampoa.
Alimentado por la East India Company, combati-
do en vano por el Gobierno Central en Pekín, el comer-
cio de opio gradualmente adquirió proporciones más
grandes, hasta que absorbió alrededor de $2.500.000
en 1816. El lanzamiento del comercio indio se abrió
en ese año, con la única excepción del comercio del
té, que aún continúa monopolizado por la East India
Company, y dio un nuevo y poderoso estímulo a las
operaciones de los contrabandistas ingleses. En 1820,
el número de cofres introducidos de contrabando en
China aumentó a 5.147; en 1821, a 7.000, y en 1824,
a 12.639. Mientras tanto, el gobierno chino, al mismo
tiempo que dirigía amenazantes protestas a los comer-
ciantes extranjeros, castigaba a los mercaderes Hong,
conocidos como sus cómplices, desarrolló una acti-
vidad inusual en su persecución de los consumidores

188
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO

nativos de opio, y, en sus aduanas, poner en práctica


medidas más rigurosas. El resultado final, al igual que
los esfuerzos similares en 1794, fue conducir los depó-
sitos de opio desde una base de operaciones precaria
hasta una más conveniente. Macao y Whampoa fueron
abandonados por la isla de Lintin, en la entrada del río
Cantón, para establecerse permanentemente en buques
armados hasta los dientes y bien tripulados. De la mis-
ma manera, cuando el gobierno chino logró temporal-
mente detener las operaciones de las antiguas casas de
Cantón, el comercio sólo cambió de manos, y pasó a
una clase inferior de hombres, preparados para llevarlo
a cabo bajo cualquier circunstancia por cualquier me-
dio. Gracias a las mayores facilidades así proporciona-
das, el comercio de opio aumentó durante los diez años
desde 1824 hasta 1834 de 12.639 a 21.785 cofres7.
Al igual que los años 1800, 1816 y 1824, el año
1834 marca una época en la historia del comercio del
opio. La East India Company luego perdió no sólo su
privilegio de comerciar con té chino, sino que tuvo que
suspender y abstenerse de todos los negocios comer-
ciales. Al transformarse así de un establecimiento mer-
cantil a un establecimiento meramente gubernamental,
el comercio con China se abrió por completo a la em-

7
  ALLEN, N. An Essay on the Opium Trade. Boston, 1850,
p. 15.

189
KARL MARX

presa privada inglesa, que avanzó con tal vigor que, en


1837, 39.000 cofres de opio, valorados en $25.000.000,
se contrabandearon con éxito a China, a pesar de la
resistencia desesperada del Gobierno Celestial. Dos
hechos aquí reclaman nuestra atención: primero, que
de cada paso en el progreso del comercio de exporta-
ción a China desde 1816, una parte desproporciona-
damente grande cayó progresivamente sobre la rama
de contrabando de opio; y segundo, que de la mano
con la paulatina extinción del ostensible interés mer-
cantil del gobierno anglo-indio en el comercio de opio,
creció la importancia de su interés fiscal en ese tráfico
ilícito. En 1837, el gobierno chino finalmente había lle-
gado a un punto donde la acción decisiva ya no podía
retrasarse. El drenaje continuo de plata, causado por
las importaciones de opio, había empezado a alterar el
tesoro, así como a la circulación adinerada del Imperio
Celestial. Heu Naetse, uno de los estadistas chinos más
distinguidos, propuso legalizar el comercio de opio y
ganar dinero con él; pero después de una deliberación
completa, en la que todos los altos oficiales del Imperio
compartieron, y que se extendió durante un período
de más de un año, el gobierno chino decidió que, “a
causa de las lesiones que infligió a la gente, el nefasto
tráfico no debería ser legalizado”. Ya en 1830, un aran-
cel del 25 por ciento habría arrojado unos ingresos de
$3.850.000. En 1837, habría dado el doble de esa suma,

190
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO

pero luego el bárbaro celestial declinó establecer un im-


puesto que seguramente aumentaría en proporción a la
degradación de su pueblo. En 1853, Hien-Fung, el ac-
tual emperador, bajo circunstancias aún más angustia-
das, y con pleno conocimiento de la inutilidad de todos
los esfuerzos por detener la creciente importación de
opio, perseveró en la estricta política de sus antepasa-
dos. Permítanme señalar, en passant, que, al perseguir el
consumo de opio como una herejía, el Emperador dio
a su tráfico todas las ventajas de una propaganda reli-
giosa. Las medidas extraordinarias del gobierno chino
durante los años 1837, 1838 y 1839, que culminaron
con la llegada del comisionado Lin a Cantón, y la con-
fiscación y destrucción, por sus órdenes, del opio con-
trabandeado, proporcionaron el pretexto para la prime-
ra guerra anglo-china, cuyos resultados se desarrollaron
en la rebelión china, el agotamiento total del tesoro im-
perial, la invasión exitosa de Rusia desde el norte y las
dimensiones gigantescas asumidas por el comercio del
opio en el sur. Aunque proscrito en el tratado con el
cual Inglaterra puso fin a una guerra, comenzó y conti-
nuó en su defensa, el comercio de opio prácticamente
ha gozado de total impunidad desde 1843. La importa-
ción se estimó, en 1856, en alrededor de $35.000.000,
mientras que, en el mismo año, el gobierno anglo-indio
obtuvo un ingreso de $25.000.000, sólo la sexta parte
de su ingreso estatal total, del monopolio del opio. Los

191
KARL MARX

pretextos sobre los que se ha emprendido la segunda


guerra del opio son de fecha demasiado reciente como
para necesitar algún comentario.
No podemos dejar esta parte del tema sin señalar
una autocontradicción flagrante del gobierno británico
que se inclina hacia la cristiandad y el monismo. En su
capacidad imperial, afecta ser un completo extraño al
comercio de opio de contrabando, e incluso entrar en
tratados que lo proscriben. Sin embargo, en su capa-
cidad indígena, obliga al cultivo del opio en Bengala,
al gran daño de los recursos productivos de ese país;
obliga a una parte de los ryots indios a participar en la
cultura de la adormidera; atrae a otra parte a la misma
a fuerza de avances monetarios; mantiene la fabrica-
ción mayorista de la droga nociva como un monopolio
cercano en sus manos; vigila por un ejército entero de
espías oficiales su crecimiento, su entrega en lugares
designados, su inspiración y preparación para el gusto
de los consumidores chinos, su formación en paquetes
especialmente adaptados a la conveniencia del contra-
bando, y finalmente su transporte a Calcuta, donde se
coloca en una subasta en las ventas del gobierno, y los
oficiales del Estado lo transfieren a los especuladores, y
luego pasan a las manos de los contrabandistas que lo
desembarcan en China. El cofre que cuesta al gobierno
británico unas 250 rupias se vende en la lonja de Cal-
cuta a un precio que oscila entre 1.210 y 1.600 rupias.

192
HISTORIA DEL COMERCIO DEL OPIO

Pero aún no satisfecho con esta complicidad de hecho,


el mismo gobierno, a esta hora, entra en consideracio-
nes de pérdidas y ganancias expresas con los comer-
ciantes y cargadores, que se embarcan en la peligrosa
operación de envenenar un imperio.
De hecho, las finanzas indias del gobierno britá-
nico se han hecho depender no sólo del comercio de
opio con China, sino del carácter de contrabando de ese
comercio. Si el gobierno chino legalizara el comercio de
opio simultáneamente con la tolerancia del cultivo de la
adormidera en China, el tesoro anglo-indio sufriría una
grave catástrofe. Mientras predica abiertamente el libre
comercio de veneno, secretamente defiende el mono-
polio de su fabricación. Siempre que observamos de
cerca la naturaleza del libre comercio británico, general-
mente se encuentra que el monopolio está en el fondo
de su “libertad”.

193
Con el apoyo de:
Se terminó de imprimir en el mes de junio de
2018, en los talleres de Todográficas Ltda. en
Medellín, Colombia.
Damos lugar al cuarto de nuestros ​Cuadernos del Centro
de Estudios Estanislao Zuleta para la Reflexión y la Críti-
ca; un bastión de resistencia, una esperanza, modesta, en
la defensa de aquellos horizontes que permitan desplegar
una existencia humana digna y provista de la complejidad
que la integra, un intento por crear condiciones con las
cuales dilatar aquel sentido de la realidad que, como bien
lo diría el escritor austriaco Robert Musil, es indisociable
al sentido de la posibilidad.
***
En este cuarto número el lector encontrará tres reflexio-
nes sobre problemas como la precariedad a la que se ha
reducido una ​forma de conocimiento inherente al pensa-
miento y, por consiguiente, a la sensibilidad humana, como
la poesía; los largos y exhaustivos pasos iniciales que la
mujer del siglo XIX hubo de dar para hacerse progresiva-
mente a una existencia en lo social, ya no desde las ins-
tituciones que la habían petrificado en un determinado
lugar, sino desde una forma inédita de asumir la vida: el​
goce de ser; y el carácter imprescindible de los aportes
adelantados por el feminismo en la aspiración marxista de
una e​mancipación verdaderamente humana. ​Sumado a lo
anterior, el lector también encontrará la traducción de dos
artículos de prensa de la autoría de Karl Marx sobre uno de
los acontecimientos coyunturales de su época: las Guerras
del opio y su papel en la estructura social y política del na-
ciente capitalismo global de mediados del siglo XIX.

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