Crónicas de La Ultramodernidad
Crónicas de La Ultramodernidad
Crónicas de La Ultramodernidad
-Las creencias son ideas que vivimos, a veces sin percatarnos de lo que hacemos
porque las confundimos con la textura misma de la realidad. Estamos en ellas. Son
el aire ideológico que respiramos: no lo vemos, no lo olemos, no lo tocamos, pero
mantiene continuamente nuestro metabolismo vital. Nos dominan con tal sutileza
que no nos damos cuenta de su dominación. El lenguaje, que es muy perspicaz,
habla de las “opiniones reinantes”. En efecto, nos dirigen con un poder implacable
(P. 36)
-A Ortega le interesaron mucho estas vigencias sociales. “Sus dos más acusados
caracteres”, escribió, “son éstos: 1) que la vigencia social, sea del origen que sea, no
se nos presenta como algo que depende de nuestra individual adhesión, sino que,
por el contrario, es indiferente a nuestra adhesión, está ahí, tenemos que contar
con ella y ejerce, por tanto, sobre nosotros su coacción, pues ya es coacción el
simple hecho de que, queramos o no, tengamos que contar con ella; 2) viceversa,
en todo momento podemos recurrir a ella como una instancia de poder en que
apoyarnos” (El hombre y la gente, Obras completas, VII, Alianza, Madrid, 1996, p.
266). (p. 37)
-La capacidad de habituación del ser humano es tan poderosa (y tan peligrosa) que
puede acabar aceptando como normal cualquier disparate que se repita muchas
veces. Por eso es tan necesaria una crítica de las creencias. (p. 37)
-¿Pero cómo saber a qué creencias estoy prestando ayuda sin saberlo? Necesito
analizar las implicaciones de lo que hago. Los fenómenos sociales son un
precipitado de actos individuales, Resulta difícil separar lo privado de lo público.
Las conductas íntimas se basan en creencias que desbordan la intimidad, que
dirigen la evaluación de las costumbres, de las modas, el consumo, la aceptación o
el rechazo, la excusa o el ataque. (p. 39)
-Es un concepto que adquirió un especial significado tras las guerras de religión en
el XVII. Fue un sustituto tímido del concepto de “justicia”.
Es fácil aplaudir la tolerancia, más difícil practicarla y todavía más difícil explicarla.
En castellano, tolerar es soportar. ¿Se debe tolerar lo bueno? No. Lo bueno debe
aplaudirse, fomentarse. ¿Se debe tolerar lo malo? Tampoco. Lo malo hay que
combatirlo. Entonces, ¿qué se debe tolerar? (p. 40)
Propongo una definición objetiva, casi ingenieril, de la tolerancia: “Tolerancia es el
margen de variación que una solución admite sin dejar de ser solución” (los
múltiples caminos para llegar a una solución).
Hay problemas que admiten muy poca tolerancia, por ejemplo, los matemáticos, o
los que afectan a la dignidad humana. Otros, como los planteados por la
convivencia, permiten e incluso a veces exigen amplios márgenes. (p. 41)