Hume y La Causalidad
Hume y La Causalidad
Hume y La Causalidad
Este es uno de los aspectos más importantes y conocidos de la filosofía de Hume. Y las
razones de ello están en que con dicha crítica Hume no sólo se opone a la visión filosófica
tradicional sino a una de las creencias más arraigadas en el sentido común. Hume consideró
que nuestras creencias relativas a los vínculos causales son de extraordinaria importancia
puesto que la investigación científica del mundo físico parece ser en gran medida una
investigación de las causas de los fenómenos observables; pero también porque la relación
causa-efecto es esencial en nuestra vida cotidiana, particularmente en nuestras expectativas
respecto de los acontecimientos futuros, incluidas las relativas al modo en que hemos de
actuar en el mundo para conseguir nuestros propósitos. Creemos estar muy seguros de lo que
tenemos que hacer para calentar agua y prepararnos un té, de lo que tenemos que hacer para
mover nuestro cuerpo para salir de la habitación... Hume repite con frecuencia que nuestras
certezas acerca de lo que acontecerá en el futuro se basan en inferencias causales. Nos parece
que la causalidad se da en el mundo físico y en el mundo psíquico, y entre el mundo psíquico y
el físico. En este sentido, nuestra actitud básica ante el mundo consiste en suponer que todo lo
que ocurre (el nacimiento de una cosa, su cambio, su aniquilación...) ocurre porque se ha dado
una modificación en alguna parte del mundo, porque otra cosa la ha traído al ser; esta idea la
expresan los filósofos con la definición del principio de causalidad: todo lo que existe necesita
de otra cosa para existir.
3) Podemos utilizar la razón para establecer los vínculos causales entre las cosas.
4) Los vínculos causales son vínculos objetivos, son relaciones que realmente se dan en las
cosas.
5) Las relaciones causales son consecuencia de los poderes o capacidades o fuerzas de las
cosas y establecen vínculos necesarios entre la causa y el efecto:
si A es causa de B, entonces en A se encuentra cierto poder o virtud gracias
al cual dado A aparecerá B;
si A es causa de B, entonces necesariamente cuando en el mundo tengamos
A deberemos tener B (si la causa de que el agua hierva es que la hemos
calentado a más de 100 grados, entonces necesariamente cuando
calentemos algo que sea agua a más de 100 grados, ésta hervirá );
6) El principio de causalidad “todo lo que existe tiene una causa” es un principio absolutamente
cierto y de plena evidencia.
7) Nuestros argumentos causales son tan válidos que nos sirven para vincular objetos que se
ofrecen a los sentidos, pero también para vincular dichos objetos con realidades que están
más allá del mundo empírico (el alma entendida como la causa de la vida psíquica y Dios
entendido como causa de la totalidad de las cosas).
1) Las tesis básicas de Hume se refieren a la causalidad eficiente, sólo ésta le merece
verdadera atención; considera que la material y la formal son formas inadecuadas de
hablar, y la final le parece reductible a la eficiente.
2) Las relaciones causales entre las cosas no pueden ser conocidas a priori: con el
mero razonamiento, con el simple análisis de un objeto para nosotros nuevo y del que no
hemos tenido experiencia, nunca podremos descubrir sus causas y sus efectos. Los
supuestos vínculos causales entre las cosas no se pueden establecer a partir de la mera
comprensión de los conceptos de dichas cosas: hasta que no hemos experimentado que el
fuego nos quema no podemos establecer un nexo causal entre el fuego y el dolor; por
mucho que analicemos la idea de fuego, para nada encontraremos en ella la referencia al
hecho de que el fuego nos puede quemar. Las relaciones causales no son relaciones entre
ideas; nuestro conocimiento de dichas relaciones es sólo un conocimiento empírico, pues se
trata sencillamente de cuestiones de hecho.
3) La mera razón es incapaz de fundamentar nuestras creencias en las relaciones
causales; dichas creencias son consecuencia del hábito basado en la costumbre:
cuando hemos experimentado repetidas veces la conjunción entre dos cosas (por ejemplo
que "B" sigue habitualmente a "A") entonces dicha costumbre lleva a nuestra mente a
suponer que en el futuro debe ocurrir que si se da "A" debe darse también "B". El hábito
como disposición mental, producto de la experiencia reiterada, está a la base de nuestras
creencias futuras. La costumbre, que no la razón, es lo que nos lleva a creer que el sol
saldrá mañana, que el fuego quema, y así con el resto de hechos naturales o humanos. La
guía de nuestra conducta cotidiana está en la costumbre y no en la razón. Sin la costumbre
nuestro conocimiento sólo se referiría a la experiencia pasada y no sabríamos cómo actuar
en el mundo, ni qué cosas podemos esperar en el futuro.
4) Si nos limitamos a aceptar sólo lo que se ofrece a la experiencia no podemos decir que
la causalidad sea una propiedad de las cosas mismas; éstas sólo nos ofrecen sucesión
de fenómenos: vemos que a un objeto le sigue otro, al fuego el calor, al contacto de una
bola de billar con otra el movimiento de la segunda, ... pero nada más.
5) Tampoco es posible observar ni el supuesto poder en A para producir B, ni el su-
puesto vínculo necesario entre A y B, cuando A es la causa de B. Las fuerzas a
través de las cuales supuestamente actúan los cuerpos nos son totalmente desconocidas.
La conexión entre causa y efecto no es necesaria sino arbitraria. Como el texto citado
señala claramente, lo único que encontramos es sucesión reiterada de fenómenos:
contigüidad espacio-temporal entre la causa y el efecto
prioridad temporal: la causa es siempre anterior al afecto
conjunción constante entre la causa y el efecto