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Documento 1

Los sacramentos son signos sensibles instituidos por Jesucristo que nos dan gracia. Hay siete sacramentos: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sagrada y Matrimonio. Cada uno tiene efectos específicos como limpiarnos del pecado, llenarnos del Espíritu Santo, unirnos a Cristo y recibir su cuerpo y sangre, y santificar diferentes estados de vida.
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Los sacramentos son signos sensibles instituidos por Jesucristo que nos dan gracia. Hay siete sacramentos: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sagrada y Matrimonio. Cada uno tiene efectos específicos como limpiarnos del pecado, llenarnos del Espíritu Santo, unirnos a Cristo y recibir su cuerpo y sangre, y santificar diferentes estados de vida.
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LOS SACRAMENTOS

Los sacramentos
Sacramento es un signo sensible, instituido por Jesucristo, para darnos la gracia. La
gracia es un don sobrenatural que Dios nos concede para alcanzar la vida eterna.

El primero, Bautismo.
El segundo, Confirmación.
El tercero, Penitencia.
El cuarto, Eucaristía.
El quinto, Unción de los
Enfermos.
El sexto, Orden sacerdotal.
El séptimo, Matrimonio.

El Bautismo nos hace cristianos,


hijos de Dios y miembros de la
Iglesia.
La Confirmación nos llena del
Espíritu Santo con sus dones, y
nos hace perfectos cristianos y
apóstoles de Cristo.
La Penitencia o Confesión nos
perdona los pecados cometidos
después del Bautismo.
La Eucaristía o Comunión es el
sacramento del cuerpo y sangre de
Jesucristo bajo las especies de pan y vino.
La Unción de los enfermos alivia el alma y el cuerpo del cristiano gravemente enfermo.
El orden Sacerdotal es el sacramento por el cual algunos cristianos son elevados a la
dignidad de ministros de Dios (sacerdotes).
El Matrimonio cristiano santifica la unión de un solo hombre con una sola mujer para
siempre y les da gracia para cumplir fielmente los deberes de esposos y padres.

Los sacramentos de iniciación cristiana


El bautismo
¿Qué es el Bautismo? El Bautismo es el sacramento por el que renacemos a la vida
divina, mediante la ablución con agua y la invocación expresa de la Trinidad.
¿Qué efectos produce el bautismo?
Los efectos que produce el bautismo son estos: perdona el pecado original y cualquier
otro pecado con las penas debidas por ellos e imprime en el alma el carácter
sacramental que nos hace cristianos y miembros de la Iglesia y nos da la gracia
santificante que nos hace hijos de Dios.
¿Es el bautismo el primero y el más necesario de los sacramentos?
El Bautismo es el primero de los sacramentos porque antes de estar bautizado no se
puede recibir ningún otro sacramento, y es el más necesario porque todos debemos
renacer por el bautismo para salvarnos.
¿Cuándo se debe administrar el bautismo a los niños?
Se debe administrar el bautismo a los niños dentro de las primeras semanas siguientes
al nacimiento del niño. No obstante, el ordinario del lugar o la Conferencia regional
puede, por razones serias de orden pastoral, establecer un intervalo de tiempo más
largo.

La confirmación
¿Qué es la Confirmación? La Confirmación es el Sacramento que nos llena del Espíritu
Santo mediante  dones y nos hace perfectos cristianos, apóstoles de Jesucristo.
¿Cómo se debe recibir la Confirmación? La Confirmaciónse se debe recibir en estado de
gracia y conociendo las principales verdades cristianas.
¿Cómo se confiere el sacramento de la Confirmación? El sacramento de la
Confirmación, se confiere por la unción del crisma en la frente, que se hace con la
imposición de la mano, y por las palabras: "N.. recibe por esta señal el Don del Espíritu
Santo".

La Eucaristía
1.- ¿Cuántas cosas hay que considerar en la Eucaristía? En la Eucaristía hay que
considerar tres cosas:
La primera, que en la Eucaristía está real y verdaderamente presente Jesucristo.
La segunda, que en la Eucaristía, Jesucristo se ofrece por nosotros.
La tercera, que en la Eucaristía recibimos a Jesucristo cuando tomamos la sagrada
Comunión.
2.- ¿Cuándo instituyó Jesucristo la Eucaristía? Jesucristo instituyó la Eucaristía el día
de Jueves Santo, en la última Cena.
3.- ¿Cuándo empieza Jesucristo a estar en la Eucaristía? Jesucristo empieza a estar en
la Eucaristia en el momento de la consagración.
4.- ¿Qué es la Hostia antes de la consagración? La Hostia antes de la consagración es
pan de trigo.
5.- ¿Qué es la Hostia después de la consagración? La Hostia después de la consagración
es el Cuerpo de Jesucristo.
6.- ¿Qué hay en el cáliz antes de la consagración? En el cáliz antes de la consagración
hay vino con unas gotas de agua.
7.- ¿Qué hay en el cáliz después de la consagracióh? En el cáliz después de la
consagración está la Sangre de Jesucristo.
8.- ¿Qué queda del pan y del vino después de la consagración? Después de la
Consagración no queda pan y vino, sino sólo las especies o accidentes del pan y del
vino, o sea, lo que percibe los sentidos, como la figura, el color, el sabor, etc.
9.- ¿Cómo está Jesucristo en la Eucaristía? Jesucristo está en la Eucaristía todo entero
en todas y cada una de las partes de las sagradas especies.
10.- ¿Cuáles son nuestros deberes para con Jesús Sacramentado? Nuestros deberes
para con Jesús Sacramentado son: Visitarle con frecuencia cuando está oculto en el
Sagrario o expuesto en la Custodia, asistir a la Santa Misa y recibirle en la Comunión.
11.- ¿Para qué recibimos a Jesucristo en la Sagrada Comunión? Recibimos a Jesucristo
en la Sagrada Comunión para que sea alimento de nuestras almas, nos aumente la
gracia y nos dé la vida eterna.
2.- ¿Cuántas cosas son necesarias para recibir la Sagrada Comunión? Para recibir bien
la Sagrada Comunión son necesarias tres cosas: estar en gracia de Dios, guardar el
ayuno eucarístico y saber a quien recibimos.
13.- ¿Quién está en gracia de Dios? Está en gracia de Dios el que está limpio de pecado
mortal.
14.- ¿Qué debe hacer para comulgar bien el que está en pecado mortal? El que cometió
pecado mortal debe confesarse antes de comulgar, y por mandato de la Iglesia no basta
hacer el acto de contrición, a no ser en caso de necesidad urgente si no tiene confesor.
15.- ¿Cuáles son los frutos de la Sagrada Comunión? Los frutos de la Sagrada Comunión
son: aumenta la gracia santificante y las virtudes; nos une más a Jesucristo, es vínculo
de caridad entre los cristianos, nos da fuerza para vencerlas pasiones y es prenda de la
gloria eterna.

La penitencia
El sacramento de la Penitencia o Confesión es uno de los mayores regalos que la
misericordia de Cristo nos ha dejado para que vivamos Vida sobrenatural.
Para confesarse bien se necesita:

1 Examen de conciencia.
2 Dolerse de los pecados cometidos.
3 Propósito de enmendarse de ellos.
4 Confesar al sacerdote todos los pecados mortales. 
5 Cumplir la penitencia que nos fuere impuesta. 

Examen sobre los mandamientos


1.- ¿He dudado o negado las verdades de la fe católica?
2.- ¿He comulgado alguna vez sin las debidas disposiciones?
3.- ¿He faltado a Misa los domingos o días festivos por culpa mía?
4.- ¿He cumplido los días de ayuno y abstinencia?
5.- ¿He callado en la confesión algún pecado mortal?
6.- ¿Manifiesto respeto y cariño a mis padres y familiares?
7.- ¿Atiendo bien mi hogar y me preocupo de mi esposa y de mis hijos?
8.- ¿He dado mal ejemplo a las personas que me rodean?
9.- ¿Corrijo con cólera o injustamente a mis hijos o a otras personas? 
10.- ¿Riño frecuentemente con las personas de mi familia?
11.- ¿Procuro ayudar a las personas de mi familia, amigos y compañeros? ¿Soy alegre
con ellos?
12.- ¿He hecho daño a otros de palabra o de obra?
13.- ¿Tengo odio o rencor a alguien?
14 - ¿Me he embriagado alguna vez?
15.- ¿He aceptado pensamientos o miradas impuras?
16.- ¿He realizado actos impuros? ¿Solo, o con otra persona?
17.- ¿Me he puesto voluntariamente en peligro de pecar, por ejemplo, con fotografías,
películas o novelas inmorales?
18.- ¿He cooperado al mal ajeno?
19.- ¿He tomado dinero o cosas que no son mías?
20.- ¿He devuelto las cosas prestadas?
21.- ¿He engañado a otros cobrando más de lo debido?
22.- ¿Doy limosna según mis posibilidades?
23.- ¿He malgastado el dinero?
24.- ¿He dicho mentiras que perjudicaron a otros?
25.- ¿He hablado mal de otros? ¿He pensado mal de otros?
26.- ¿He tenido envidia?
27.- ¿He sido orgulloso?
28.- ¿Realizo bien y puntualmente mis trabajos? ¿Los ofrezco a Dios cada día?
29.- ¿He dejado de dar la ayuda conveniente a la Iglesia?
30.- ¿Me acuerdo de Dios por la mañana y por la noche?

Modo de confesarte
1. Ave María Purísima. El sacerdote te responderá, Sin pecado concebida.
2. Hace (una semana, mes, días, etc.) que no me he confesado.
3. Los pecados que tengo son estos:....
4. Antes de que el sacerdote termine la absolución, haz algún acto de contrición (ej:
Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador).
5.Al final de la absolución se responde: Amén

Cómo confesarse

El sacramento de la Penitencia, Confesión o reconciliación es un encuentro especial con


Dios para experimentar su perdón y misericordia.

¿Cómo confesarse?
1. Dirígete al Sacerdote y salúdale diciendo: "Ave María Purísima". El sacerdote te
responderá: "Sin pecado concebida".
2. Dile al Sacerdote cuánto tiempo hace que no te confiesas (una semana, mes, días,
etc.).
3. Cuéntale los pecados que quieres confesar.
4. Antes de que el sacerdote termine la absolución, haz algún acto de contrición
(ejemplo: Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador).
5. Al final de la absolución se responde: Amén

Para confesarse bien se necesita:


1. Realizar un examen de conciencia.
2. Dolerse de los pecados cometidos.
3. Propósito de enmendarse de ellos.
4. Confesar al sacerdote todos los pecados mortales.
5. Cumplir la penitencia que nos fuere impuesta.
Los efectos de la reconciliación

1. El principal, como su nombre lo indica, es que nos reconcilia con Dios, es decir, nos
restituye, si la hemos perdido, a la Gracia de Dios, que no es otra cosa que la
participación de la Vida Divina, comunicada al hombre por el Sacramento del
Bautismo.

2. El perdón de los pecados, sean veniales o mortales, tiene como resultado, además, la
paz y la tranquilidad de conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo
espiritual. El saberse y sentirse perdonado por Nuestro Padre amoroso es una
verdadera resurrección espiritual. Es un nacer de nuevo, libres por fin del peso de
nuestros pecados.

3. Hay faltas, como el aborto, que dejan en el alma una huella muy difícil de borrar.
Mujeres hay que recurren a un psicólogo para liberarse del complejo de culpa que no
las deja vivir en paz. Aquel penitente que realmente contrito y con disposición religiosa
confiesa su pecado, puede estar seguro de que Dios le ha perdonado al confesarse. Es
más grande el amor de Dios que cualquiera de los pecados del hombre. Una vez
reconciliados con nuestro Padre Dios, no hay por qué sentirse atados a un pasado, por
pecaminoso que pueda ser. Cristo devolvió a María Magdalena, mujer de vida disoluta,
su dignidad total y la convirtió en Santa María Magdalena, testigo privilegiado (a) y
primero anunciador (ra), a los Apóstoles, de la Resurrección del Señor.

4. El pecado menoscaba o rompe totalmente la comunión fraterna. No hace falta


mencionar todos los pecados con los que el hombre ofende al prójimo: mentiras, odios,
rencores, injurias, traiciones, calumnias, golpes, asesinatos... Pero no solamente estos
pecados que hieren directamente al prójimo, rompen la comunión fraterna: aún los que
ofenden directamente a Dios o los muy personales, repercuten en la comunión de los
santos, al mermar la santidad de la Iglesia.

El Sacramento de la Penitencia restaura la comunión con la Iglesia. No solamente cura


al pecador arrepentido, sino que tiene también un efecto vivificante sobre la vida
misma de la iglesia que había sufrido por el pecado de uno de sus miembros
(1 Cor.12,26). Una vez restablecida plenamente su participación en la Comunión de los
Santos, goza de los bienes espirituales de aquellos que se hallan ya en la Patria Celestial
y de los que aún peregrinan en la tierra.

- Importantísima es también la reconciliación consigo mismo: el penitente perdonado


recupera su verdad interior y es liberado del peso que grava su conciencia. Por eso el
salmista dice: "Dichoso el que es perdonado de su culpa ... cuando yo me callaba se
consumían mis huesos...mi pecado reconocí y no ocultó mi culpa... y tú absolviste mi
culpa, perdonaste mi pecado". (Sal.32, 1-5)

-A toda buena obra, hecha en Gracia de Dios, corresponde un mérito de Vida Eterna,
pero al caer en pecado mortal, todos los méritos se pierden totalmente. Cuando somos
absueltos y reconciliados, dichos méritos reviven así como los dones del Espíritu
Santo y las virtudes infusas.

UNCIÓN DE LOS ENFERMOS


"Con la sagrada unción de los
enfermos y con la oración de
los presbíteros, toda la Iglesia
entera encomienda a los
enfermos al Señor sufriente y
glorificado para que los alivie y
los salve. Incluso los anima a
unirse libremente a la pasión y
muerte de Cristo; y contribuir,
así, al bien del Pueblo de Dios"
(Concilio Vaticano II).

La enfermedad en la vida
humana

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los


problemas más graves que aquejan la vida humana. En la
enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su
finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.

La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí


mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra
Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a
discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que
lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda
de Dios, un retorno a Él.

Un sacramento de los enfermos

La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe


un sacramento especialmente destinado a reconfortar a los
atribulados por la enfermedad: la Unción de los enfermos:

¿Quién debe recibir este sacramento?

La Unción de los enfermos no es un sacramento sólo para aquellos


que están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno
para recibirlo cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte,
por enfermedad o vejez, antes de una operación importante,
personas de edad avanzada cuyas fuerzas se debilitando.

La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos


tiene como efectos:

— la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de


toda la Iglesia;
— el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los
sufrimientos de la enfermedad o de la vejez; 
— el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo
por el sacramento de la penitencia; 
— el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud
espiritual; 
— la preparación para el paso a la vida eterna.

El rito consiste en la unción en la frente y las manos del enfermo,


unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote celebrante
que pide la gracia especial de este sacramento.

Este sacramento se puede recibir varias veces durante toda la vida.


Antes del Concilio Vaticano II, a este sacramento se le llamaba
"Extrema Unción". 

El Padre Jorge Loring nos cuenta las siguientes anécdotas sobre la


unción de los enfermos:
"Cuando uno está en peligro de muerte, hay que avisar al sacerdote
para que le dé los auxilios espirituales propios de estos momentos,
es decir, para que le confiese, le dé el Santo Viático y la Unción de
los Enfermos. No se debe esperar a que el enfermo esté demasiado
grave con peligro de que, cuando llegue el sacerdote, ya no tenga
lucidez y calma para hacer una buena confesión. Nadie se muere
por llamar a tiempo al sacerdote. En cambio, son muchos los que
mueren en pecado por haber llamado al sacerdote demasiado tarde.
Cargan con enorme responsabilidad los que, viendo a sus parientes,
amigos, vecinos, etc., en peligro de muerte, no avisan a tiempo al
sacerdote para que les asista.
Puede ser que muchos se condenen por un amor mal entendido de
sus familiares. Temen que el enfermo se asuste al recibir los
auxilios espirituales, y no temen que se presente ante el juicio de
Dios con el alma en pecado. Como si en el incendio de una casa no se
quiere avisar a los vecinos que están durmiendo por temor de
asustarles. ¡Vaya una caridad tan rara! 

Además, en caso de que el enfermo se asuste, este susto será


pasajero, y una larga experiencia enseña que los enfermos cuando
se confiesan y comulgan se quedan muy tranquilos. ¡Es natural! Un
católico en peligro de muerte, siempre se alegra de recibir los
auxilios de un sacerdote. 

Algunas personas comprometen a su familia para que les avisen con


tiempo cuando llegue el momento de recibir los Últimos
Sacramentos. En cambio, ¡qué tremendo remordimiento deben
tener los que se sientan culpables de haber dejado morir a un
enfermo sin los auxilios espirituales! Por el contrario, ¡qué consuelo
tan grande deben sentir aquellos a quienes se deba que el enfermo
hiciera una buena confesión antes de morir! Y, ¡qué  
agradecimiento tan grande les guardará ese alma por toda la
eternidad!
Pero el que se haya condenado porque las personas que le rodeaban
no quisieron llamar a tiempo al sacerdote, ¿qué sentimiento
guardará para con ellos?

Recuerdo una vez que fui a visitar a un enfermo que yo sabía que
estaba grave. En cuanto me quedé a solas con él me dijo: 
- « ¡Qué alegría he sentido, Padre, al verle entrar por esa puerta!
Estaba deseando llamarle, pero no me atrevía para no asustar a la
familia». 
Al salir me dice la familia: 
- « ¡Cómo le agradecemos, Padre, que haya Vd. venido. Lo
estábamos deseando, pero no nos atrevíamos a decírselo al
enfermo, para que no se asustara!» 
¿Qué te parece? Unos y otros deseando llamar al sacerdote; y, por
un miedo absurdo de ambas partes, un enfermo iba a morir sin
confesión. ¡Qué barbaridad! En cambio, después de la confesión,
¡qué tranquilidad para todos!"

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la gracia. En ellos


Cristo está presente para santificarnos por medio de la Iglesia.
 

 
 BAU  PENI EUCA CONFIR ORDE  MATR UNCI
TISM TENCI RISTÍ MACIÓ N IMONI ÓN
O A  A N  SACER O  DE
 (confes DOTAL  LOS  
ión)   ENFE
RMOS 
  

INTRODUCCIÓN GENERAL A LOS SACRAMENTOS


SEGÚN EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

El Misterio Pascual en los Sacramentos


Los Sacramentos DE CRISTO 
Los Sacramentos DE LA IGLESIA
Los Sacramentos DE LA FE 
Los Sacramentos DE LA SALVACIÓN 
Los Sacramentos DE LA VIDA ETERNA 
Resumen 

Celebrar la Liturgia de la Iglesia 


Quién, Como, Cuando, Donde, Resumen
Diversidad litúrgica y unidad del misterio
Los Siete Sacramentos de la Iglesia
Ver también: Sacramentos /aciprensa  

Ver también: Sacramentales
      

"Cristo envía a sus discípulos a bautizar a todas


las gentes en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo"
Mateo28, 19; Marcos16, 15-16

El Sacramento de Bautismo en el
Catecismo

Nombres Cristianos para niños y niñas (Es


recomendable que a los niños se les de
nombres cristianos, es decir, el nombre de un
santo patrón que sea un modelo para él/ella.)
Niños que mueren sin bautizar
Enciclopedia Catolica.com
NIÑOS QUE MUEREN SIN BAUTIZAR.

Niños, natos o nonatos, que mueren sin el bautismo de agua. ¿Pueden llegar a
la visión beatífica en el cielo?. Esta pregunta ha sido discutida por siglos y dio
lugar al concepto teológico llamado "limbo" que, aunque muy conocido, no es
ni nunca fue dogma de la Iglesia.

Aunque el magisterio de la Iglesia no se ha definido sobre esta cuestión, hay


principios de la doctrina Católica que deben ser tomados en cuenta. El
Segundo Concilio de Lyons (1274) y el Concilio de Florencia (1438-45)
explícitamente definen que aquellos que mueren con “sólo el pecado original”
(Peccato vel solo originali) no alcanzan el cielo.
Pero en muchos casos la falta de bautismo no es por negligencia ni rechazo.
Sabemos que, de acuerdo a la voluntad salvífica universal de Dios, de alguna
forma El da a todas las personas la oportunidad de alcanzar el cielo. Por eso
hay que considerar las palabras del Concilio Vaticano II en la Constitución
Dogmática sobre la Iglesia:

Aquellos que, sin tener culpa propia, no conocen el Evangelio de Cristo o de su


Iglesia, pero que sin embargo buscan a Dios con un corazón sincero, y,
movidos por la gracia, tratan a través de sus acciones de hacer Su voluntad,
como la conocen a través de los dictados de su conciencia - ésos también
podrán conseguir la salvación eterna” (Lumen Gentium, 16)

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a
la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto,
la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (Cf.
1Tim 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los
niños se acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en
que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por
eso es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños
pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo. -Catecismo 1261

En cuanto a cuándo es que un niño debe de ser bautizado, el ritual Romano


dice, “la consideración principal es el bienestar del niño(a), que no debe de ser
desposeído del beneficio del sacramento.” De ahí que, “si el niño(a) está en
peligro de muerte, deberá ser bautizado sin demora.”

¿Qué sucede con los niños fallecidos sin el bautismo?


Responde el teólogo Peter Gumpel, S.J.

14 diciembre 2004 www.ZENIT.org -¿A qué lugar del cielo van las almas de
los niños que mueren antes del parto o, poco después, y por lo tanto antes de
ser bautizados? ¿Dónde van los niños abortados?

«Según la doctrina católica, todos nacen con el pecado original, nadie puede
entrar en la visión beatífica si no supera el pecado original. La vía normal es
la de ser bautizado, es un medio infalible para asegurar la plena felicidad en la
visión beatífica»

--Pero, ¿qué sucede a quienes mueren sin bautismo?

--Gumpel: Aunque en la historia ha habido opiniones diversas, el supremo


Magisterio de la Iglesia ofrece documentos y afirmaciones muy precisos.

En especial, en la lucha entre san Agustín y Pelagio, este último negaba el


pecado original, mientras que Agustín, doctor de la Iglesia, afirmaba su
existencia. En el tiempo de san Agustín, existía la doctrina, según la cual, fuera
de la Iglesia no hay salvación, por lo que los no bautizados, adultos o recién
nacidos, se creía que no podían entrar en la visión salvífica.
En este contexto, san Agustín habla de los niños muertos sin bautismo y piensa
que su destino es el infierno, diciendo que están sujetos a las llamas del
infierno, aunque añade que son «llamas mitigadísimas». Ante esta
consideración tan dura, se presenta el problema de si san Agustín no habría
considerado una suplencia al bautismo por el agua. Por ejemplo el bautismo
de deseo.

Los catecúmenos que habían mostrado su voluntad de entrar en la Iglesia,


mediante el bautismo, quizá se podían salvar. Incluso los catecúmenos no
bautizados con el agua, pero que sufrían el martirio por la fe en Cristo, podían
sin duda salvarse. En este caso, se introduce el concepto de bautismo de
sangre.

San Agustín no consideró la cuestión de las personas que desean entrar en la


Iglesia.

--Santo Tomás de Aquino propone una visión distinta de la san


Agustín, ¿en que cambia?

--Gumpel: Así es. Santo Tomás y los escolásticos abandonan la teoría de san
Agustín por la que los niños no bautizados irían al infierno, aunque fuera éste
en forma mitigada, y construyen una forma intermedia, conocida como
«limbo». Se trata de una construcción teológica, para explicar la situación de
los seres humanos que mueren y no están en el cielo.

--Esta teoría del «limbo», ¿ha sido alguna vez presentada por la
Iglesia como materia de fe?

--Gumpel: En 1954, realicé un estudio que considero exhaustivo, en el que


examiné todos los argumentos a favor de la tesis expresada por el Magisterio
infalible hecho con autoridad. Estudié todos los concilios ecuménicos, y llegué
a la conclusión de que el «limbo» no es una respuesta obligatoria. Ha sido una
opinión que se ha repetido a lo largo del tiempo, sin hacer un examen histórico
critico de los concilios ecuménicos.

Antes del Vaticano II, se preparó un esquema titulado «Para salvar en su


pureza el depósito de la fe».De modo especial, por impulso de la Facultad
Teológica de Nápoles, en el documento se incluyó el undécimo capítulo, que
condenaba formalmente a quienes atacaban al «limbo».

Cuando el proyecto llegó a la Comisión general preparatoria, la comisión más


importante para la preparación del Concilio, hubo tales objeciones, por parte
de los cardenales y otros obispos, que se decidió cancelar este capítulo. La
comisión citó para ello explícitamente el estudio que realicé y que luego fue
publicado.

--¿Qué dice sobre este tema el Catecismo de la Iglesia Católica?

--Gumpel: El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado en 1992, dedica el


número 1261 a los niños muertos sin bautismo y allí se lee que se puede
esperar que puedan llegar a la visión beatifica.
Se trata de un elemento de máxima importancia, que abre la vía a un punto de
vista más abierto, y se trata de un pronunciamiento del magisterio ordinario
de la Iglesia. No podemos decir con certeza que se salvarán. Podemos esperar,
y el hecho de que podamos esperar, como dice el Catecismo, es una clave
interpretativa. Nadie espera o puede esperar legítimamente algo si está
seguro de que es imposible.

--¿Cuál es el fundamento de esta esperanza?

--Gumpel: La primera consideración que hay que hacer es que, cada ser
humano, aunque haya estado como embrión o como feto en el útero, forma
parte de la familia humana y, ontológicamente, en su ser, tiene una relación
con todos los hombres y, por tanto, también con Jesucristo, que es la cabeza de
la nueva humanidad, el nuevo Adán.

Por la Sagrada Escritura, conocemos la voluntad salvífica de Dios. Cristo es el


redentor de todos y quiere que todos se salven. Además Cristo ha fundado la
Iglesia, un organismo visible, y ha instituido el sacramento del bautismo. Y,
siendo el bautismo un medio infalible, debemos hacer todo lo posible por
bautizar a las personas.

Pero, ¿qué hacemos con aquellos que, sin que nadie tenga la culpa, no pueden
recibir el bautismo de agua? Tiene que haber otro medio para mantener el
designio salvífico de Dios.

No sabemos cuál es este medio. Hay muchas teorías. Por ejemplo, ¿los niños
pequeñitos seguirán siendo así o, después de la muerte, tendrán un estado
diverso? ¿Es posible que tengan una iluminación divina, con la posibilidad de
elegir a favor o contra Dios?

Otros recuerdan el deseo de aquellos padres, buenos católicos, que han


concebido un niño y que, ciertamente lo habrían llevado a bautizar si hubiera
sido posible, y se preguntan si no basta el deseo de los padres, o si basta el
deseo de la Iglesia.

Ciertamente si nosotros no podemos indicar con certeza con qué medio


podrían ser salvados, queda el hecho de su unión con Cristo y la voluntad
salvífica universal. Este es el punto central.

--¿Por qué el Papa ha pedido a la Comisión Teológica Internacional


que profundice este estudio?

--Gumpel: Hoy el problema es más complejo porque, con las leyes que han
legalizado el aborto, a muchos niños que podrían haber deseado el bautismo se
les quita la vida.

No conozco en detalle la intención del Santo Padre, pero no pienso que quiera
volver atrás. La cuestión es más bien de índole pastoral porque, cuando escribí
aquellos artículos en 1954, había pocos casos pero hoy, con la multiplicación
del número de abortos y los intentos de manipulación de los fetos, el número
de seres humanos implicados ha aumentado mucho.

--Queda por último el misterio del alma y su destino...

--Gumpel: Sí. Nosotros nos tomamos en serio un ser humano pequeñísimo,


apenas concebido, y lo llamamos persona humana. Si es así, ¿cuál será su
estado final, será un feto? ¿Crecerá? Es cierto que está ya separado del cuerpo
pero si decimos que tiene un alma, ¿como será esta alma? ¿Quedará este alma
en estado de feto, de niño, o se desarrollará?

Como cristianos rechazamos netamente cualquier aproximación eugenésica.


Los niños minusválidos, por ejemplo, no quedan con su limitación cuando
entran en la visión beatífica, porque ya no hay cuerpo, y el alma no tiene
minusvalías.

El alma de estos niños no tiene los obstáculos del cuerpo, y puede llegar al
pleno desarrollo de sus facultades mentales. Por tanto, son muchas las razones
por las que vale la pena tener esperanza.

Unción de los Enfermos


Sacramento para los enfermos.
Antes del concilio se llamaba "extremaunción" ya que solo se impartía a los
enfermos cerca de la muerte. Desde el Concilio Vaticano II, este sacramento es
para el fiel que "empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o
vejez" -CIC#1514.
Ver también: Tratamiento de pacientes graves

Referencias Bíblicas:

-Cristo da poder a los Apóstoles para sanar enfermos: Lucas 9, 1-2; Mateo 10,
7-8.
-Los Apóstoles sanan enfermos: Hechos 5, 15-16.
-Santiago apela al poder de la Unción impartida por los presbíteros: Santiago
5,14-15.
Solo puede ser administrado por un sacerdote u obispo Vaticano>>>

UNCION DE LOS ENFERMOS EN EL CATECISMO


I Fundamentos en la economía de la
salvación
II Quién recibe y quién administra este
sacramento
III La celebración del sacramento
IV Efectos de la celebración de este
sacramento
V El Viático, último sacramento del
cristiano
Síntesis
https://www.corazones.org/sacramentos/a_sacramentos.htm
https://www.corazones.org/sacramentos/uncion_enfermos/a_uncion.htm

ENFERMOS
Día de los enfermos: 11 de febrero,

Ver también otras páginas:


Etica Médica
Alimentación e Hidratación de enfermos
Calidad de Vida
Estado Vegetativo
Eutanasia
Hospitales católicos, identidad
Moribundos
Oraciones en la enfermedad
Salud
Transplante de Organos
Virgen de Lourdes patrona de los enfermos
Mensaje de Juan Pablo II a los enfermos

Testimonio de un tetraplégico

Enfermos en condiciones muy precarias -Benedicto XVI:


Se cuestiona: ¿tiene aún sentido la existencia de un ser humano que discurre
en condiciones muy precarias porque es anciano y está enfermo? ¿Por qué,
cuando el desafío de la enfermedad se hace dramático, seguir defendiendo la
vida, sin aceptar más bien la eutanasia como una liberación? ¿Es posible vivir
la enfermedad como una experiencia humana que hay que asumir con
paciencia y valor?

Con estas preguntas debe medirse quién está llamado a acompañar a los
ancianos enfermos, especialmente cuando parecen no tener ya posibilidades
de curación. La actual mentalidad eficientista tiende con frecuencia a
marginar a estos hermanos y hermanas nuestras que sufren, casi como si
fueran sólo un «peso» y «un problema» para la sociedad. Quien tiene sentido
de la dignidad humana sabe que, en cambio, hay que respetarles y sostenerles
mientras afrontan serias dificultades ligadas a su estado. Es incluso justo que
se recurra también, cuando es necesario, al empleo de cuidados paliativos, los
cuales, aunque no pueden curar, son capaces sin embargo de aliviar los
sufrimientos que se derivan de la enfermedad. Siempre, con todo, junto a las
indispensables atenciones clínicas, es necesario mostrar una capacidad
concreta de amar, porque los enfermos tienen necesidad de compresión, de
consuelo y de constante aliento y acompañamiento. Los ancianos, en
particular, deben ser ayudados a recorrer de manera consciente y humana el
último tramo de la existencia terrena, para prepararse serenamente a la
muerte, que –los cristianos lo sabemos— es un tránsito hacia el abrazo del
Padre celestial, lleno de ternura y de misericordia.

Desearía añadir que esta necesaria solicitud pastoral hacia los ancianos
enfermos no puede dejar de involucrar a las familias. En general es oportuno
hacer cuanto sea posible para que sean las propias familias las que acojan y se
hagan cargo de ellos con afecto reconocido, de forma que los ancianos
enfermos puedan pasar el último período de la vida en su casa y prepararse a
la muerte en un clima de calor familiar. También cuando fuera necesario el
ingreso en estructuras sanitarias, es importante que no decaiga el vínculo del
paciente con sus seres queridos y su propio entorno. Que en los momentos más
difíciles, el enfermo, sostenido por la atención pastoral, sea alentado a
encontrar la fuerza para afrontar su dura prueba en la oración y con el
consuelo de los Sacramentos. Que esté rodeado de hermanos en la fe,
dispuestos a escucharle y a compartir sus sentimientos. Es éste, realmente, el
verdadero objetivo de la atención «pastoral» de las personas ancianas,
especialmente cuando están enfermas, y más todavía si lo están gravemente.
Texto completo: Con Cristo «es posible afrontar y superar toda prueba física y
espiritual» Benedicto XVI, 17 XI 07

Tratamiento de Pacientes en Estado de


Gravedad
"El verdadero cometido de la medicina es "curar si es posible,
pero prestar asistencia siempre" (to cure if possible, always
to care)" -Juan Pablo II

Los avances médicos han hecho posible procedimientos


que prolongan la vida cada vez mas. Esto ha traído mucho
bienestar pero hay que prevenir el riesgo de querer manipular
la vida humana. No podemos olvidar que Dios es el Señor de
toda vida humana y los medios a nuestra disposición se deben someter a la
moral. Aquí presentamos algunos principios fundamentales para ayudar al
católico en casos difíciles.

1- La vida y el sufrimiento siempre tienen valor.

La vida es un don de Dios que debemos respetar. Los que abogan por la
eutanasia han perdido de vista que la vida siempre tiene valor.
Es aceptable que tratemos de aminorar el sufrimiento, pero este también tiene
un gran valor. Por medio del sufrimiento nos unimos a la pasión de Cristo y su
poder redentivo. El ofrecimiento a Dios del sufrimiento y la enfermedad con
amor, no solo purifica al enfermo, ayudándole a dejar atrás la vida de pecado
y crecer en santidad, sino que también purifica a los familiares y a los que
cuidan del enfermo. El sufrimiento le da al enfermo una oportunidad de
ofrecerse por el bien espiritual de otros. Así, lo que parece en el momento una
carga muy difícil, en la perspectiva del cielo lo veremos como una gracia.

2- La eutanasia es matar, sea por acción u omisión. Por lo tanto es contraria a


la moral.
Los que abogan por la eutanasia o el suicidio asistido sostienen que, cuando es
muy grande el deterioro físico, mental o emocional, la vida pierde valor hasta
el punto que no vale la pena vivirla. Así se ha llegado a crear un "derecho a
una dulce muerte". Según ellos esta "dulce muerte" es la solución ante el
sufrimiento y los problemas de una larga enfermedad. Esta posición es
contraria a la moral cristiana.

Hay quienes dice que no vale la pena vivir si no es posible la suficiente "calidad
de vida". Respuesta del Juan Pablo II: "Siento el deber de reafirmar con vigor
que el valor intrínseco y la dignidad personal de todo ser humano no cambian,
cualesquiera que sean las circunstancias concretas de su vida. Un hombre,
aunque esté gravemente enfermo o se halle impedido en el ejercicio de sus
funciones más elevadas, es y será siempre un hombre; jamás se convertirá en
un "vegetal" o en un "animal". - Admitir que se puede decidir sobre la vida del
hombre basándose en un reconocimiento exterior de su calidad equivale a
reconocer que a cualquier sujeto pueden atribuírsele desde fuera niveles
crecientes o decrecientes de calidad de vida, y por tanto de dignidad humana,
introduciendo un principio discriminatorio y eugenésico en las relaciones
sociales... ." 20-III-04 >>

Como cristianos creemos que todo ser humano es creado a imagen y


semejanza de Dios, quien nos da la vida como un don. De aquí procede que
todo ser humano tiene una dignidad inherente y permanente. Ninguna
circunstancia, no importa cuan difícil y dolorosa y ningún estado físico o
mental puede rebajar esa dignidad o quitarle valor a la vida. El hecho de que
el paciente esté grave o sufriendo o tenga una enfermedad incurable o esté en
estado "vegetativo", no se puede utilizar como justificación para matarle. El
matar deliberadamente, aun cuando la intención sea ponerle "fin al
sufrimiento", es eutanasia, un grave mal. Se trata de un asesinato, aunque esté
legalizado por la ley civil. Solo Dios tiene derecho sobre la vida y la muerte.
Dios nos ha dado conciencia de nuestra mortalidad no para ejercer poder
sobre ella sino para que nos preparemos bien a la vida eterna.

3-Medios ordinarios y extraordinarios para mantener la vida.

El Papa Pío XII declaró que hay obligación de usar los medios ordinarios pero
no los extraordinarios.
¿Cómo distinguimos entre los procedimientos ordinarios y los
extraordinarios?

Es cierto que la distinción no es siempre clara, pero si tenemos alguna base


para discernir en la mayoría de los casos. Un procedimiento es extraordinario
cuando sus beneficios no guardan "proporción" con el mal que ocasiona al
paciente.

Por ejemplo, en casos de un paciente desahuciado, algunas operaciones y


tratamientos traumatizan o causan excesivo dolor pero no ofrecen esperanzas
realistas de recuperación sino solo una corta prolongación de la vida. Hay que
pesar el grado de complejidad y riesgo, su impacto físico y emocional en el
paciente y los resultados que se pueden anticipar.

Hay que preguntarse: ¿Qué se logra con el tratamiento?, ¿De todas formas
morirá el paciente en cuestión de días o semanas a pesar del tratamiento?,
¿Cuáles son las alternativas de tratamiento?.

Abstenerse de usar métodos extraordinarios no equivale a la eutanasia. La


Iglesia no exige que se recurra a tratamientos extraordinarios que pueden ser
difíciles, largos o muy costosos. La opción de no usar medios extraordinarios y
desproporcionados NO es lo mismo que eutanasia o suicidio asistido. La
eutanasia y el suicidio asistido son acciones (Ej: envenenar, inyección letal,
etc.) u omisiones (Ej: negar alimento, agua, oxígeno).

4- Agua, oxigeno y alimento

En general, la hidratación (agua), el oxigeno y el alimento son medios


ordinarios para mantener la vida y por lo tanto no se pueden negar al
paciente, aun cuando se ofrecen por medios artificiales.

Del Magisterio de Juan Pablo II:

El enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin


natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica (alimentación,
hidratación, higiene, calefacción, etc.), y a la prevención de las complicaciones
vinculadas al hecho de estar en cama. Tiene derecho también a una
intervención específica de rehabilitación y a la monitorización de los signos
clínicos de eventual recuperación.

En particular, quisiera poner de relieve que la administración de agua y


alimento, aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre un
medio natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto, su uso
se debe considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como tal
moralmente obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su
finalidad propia, que en este caso consiste en proporcionar alimento al
paciente y alivio a sus sufrimientos.
-Juan Pablo II. Recomiendo lea el texto completo de esta enseñanza.

5-Sobre el cuidado de los moribundos, el Catecismo enseña:


2299 A los moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias para
ayudarles a vivir sus últimos momentos en la dignidad y la paz. Deben ser
ayudados por la oración de sus parientes, los cuales cuidarán que los enfermos
reciban a tiempo los sacramentos que preparan para el encuentro con el Dios
vivo.

Atención espiritual
El paciente no solo tiene el derecho del cuidado físico sino también del
espiritual. Lo mas importante que podemos hacer por un ser querido es
ayudarle con nuestras oraciones y cuidados espirituales. Los cristianos
enfermos deben procurar en primer lugar la salud de su alma ofreciendo todo
los sufrimientos en unión a los de Cristo.

Si el paciente está cerca de la muerte no debemos engañarle haciéndole creer


que todo anda bien. Se trata de un tiempo de suma importancia para que el
paciente se prepare ante Dios. ¡Se está decidiendo su vida eterna!. El enfermo
debe recibir la Confesión y la Comunión con frecuencia si está en condiciones
de hacerlo.

La Unción de los Enfermos se debe recibir tan pronto se sepa que hay
enfermedad seria. Hay que explicar que este sacramento no es solo para
pacientes desahuciados. No es solo para ayudar el bien morir. Al entregarnos
en las manos de Dios estamos abiertos a la curación o, si Dios lo permite, a
llevar la cruz de la enfermedad con gracia y para nuestro mayor bien.

Recemos con el enfermo el rosario y otras oraciones, meditemos la Biblia.


Debemos recordar que estamos con Nuestro Señor, la Santísima Virgen y San
José, patrón de la buena muerte. Ellos están siempre con el enfermo cuando
este está en gracia de Dios.
https://www.corazones.org/moral/enfermedad/a_enfermos.htm
SEGUNDA PARTE 
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO

PRIMERA SECCIÓN:
LA ECONOMÍA SACRAMENTAL

CAPÍTULO PRIMERO:
EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA 

ARTÍCULO 2
EL MISTERIO PASCUAL EN LOS SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

1113 Toda la vida litúrgica de la Iglesia gravita en torno al Sacrificio eucarístico y


los sacramentos (cf SC 6). Hay en la Iglesia siete sacramentos: Bautismo,
Confirmación o Crismación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden
sacerdotal y Matrimonio (cf DS 860; 1310; 1601). En este Artículo se trata de lo
que es común a los siete sacramentos de la Iglesia desde el punto de vista
doctrinal. Lo que les es común bajo el aspecto de la celebración se expondrá en el
capítulo II, y lo que es propio de cada uno de ellos será objeto de la sección II.

I Los sacramentos de Cristo

1114 "Adheridos a la doctrina de las Santas Escrituras, a las tradiciones apostólicas


y al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos de la
nueva Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo" (DS 1600-1601).

1115 Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio


público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban
y preparaban aquello que él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento.
Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por
los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque "lo que era
visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios" (S. León Magno, serm.
74,2).

1116 Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo de Cristo (cf Lc
5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que
actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva
y eterna Alianza.

II Los sacramentos de la Iglesia

1117 Por el Espíritu que la conduce "a la verdad completa" (Jn 16,13), la Iglesia
reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su "dispensación", tal
como lo hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe,
como fiel dispensadora de los misterios de Dios (cf Mt 13,52; 1 Co 4,1). Así, la
Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas,
hay siete que son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el
Señor.

1118 Los sacramentos son "de la Iglesia" en el doble sentido de que existen "por
ella" y "para ella". Existen "por la Iglesia" porque ella es el sacramento de la acción
de Cristo que actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen "para la
Iglesia", porque ellos son "sacramentos que constituyen la Iglesia" (S. Agustín, civ.
22,17; S. Tomás de Aquino, s.th. 3,64,2 ad 3), manifiestan y comunican a los
hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor,
uno en tres Personas.

1119 Formando con Cristo-Cabeza "como una única persona mística" (Pío XII, enc.
"Mystici Corporis"), la Iglesia actúa en los sacramentos como "comunidad
sacerdotal" "orgánicamente estructurada" (LG 11): gracias al Bautismo y la
Confirmación, el pueblo sacerdotal se hace apto para celebrar la Liturgia; por otra
parte, algunos fieles "que han recibido el sacramento del orden están instituidos en
nombre de Cristo para ser los pastores de la Iglesia con la palabra y la gracia de
Dios" (LG 11).

1120 El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial (LG 10) está al servicio del


sacerdocio bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa
por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el
Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores:
reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona (cf Jn 20,21-
23; Lc 24,47; Mt 28,18-20). Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que
une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo
que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos.

1121 Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden


sacerdotal confieren, además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el
cual el cristiano participa del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según
estados y funciones diversos. Esta configuración con Cristo y con la Iglesia,
realizada por el Espíritu, es indeleble (Cc. de Trento: DS 1609); permanece para
siempre en el cristiano como dis p osición positiva para la gracia, como promesa y
garantía de la protección divina y como vocación al culto divino y al servicio de la
Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no pueden ser reiterados.

III Los sacramentos de la fe

1122 Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a todas
las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47). "De todas las
naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por tanto la misión sacramental
está implicada en la misión de evangelizar, porque el sacramento es prep arado por
la Palabra de Dios y por la fe que es consentimiento a esta Palabra:

El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo... necesita la
predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos. En efecto, son
sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra" (PO 4).

1123 "Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la


edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios, pero, como
signos, también tienen un fin instructivo. No sólo suponen la fe, también la
fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por se llaman
sacramentos de la fe" (SC 59).

1124 La fe de la Iglesia es anterior a la fe del fiel, el cual es invitado a adherirse a


ella. Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe recibida de los
Apóstoles, de ahí el antiguo adagio: "Lex orandi, lex credendi" ("La ley de la oración
es la ley de la fe") (o: "legem credendi lex statuat supplicandi" ["La ley de la
oración determine la ley de la fe"], según Próspero de Aquitania, siglo V, ep. 217).
La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree como ora. La Liturgia es un
elemento constitutivo de la Tradición santa y viva (cf. DV 8).

1125 Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a


voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la Iglesia
no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de
la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia.

1126 Por otra parte, puesto que los sacramentos expresan y desarrollan la


comunión de fe en la Iglesia, la lex orandi es uno de los criterios esenciales del
diálogo que intenta restaurar la unidad de los cristianos (cf UR 2 y 15).

IV Los sacramentos de la salvación

1127 Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que


significan (cf Cc. de Trento: DS 1605 y 1606). Son eficaces porque en ellos actúa
Cristo mismo; El es quien bautiza, él quien actúa en sus sacramentos con el fin de
comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la
oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de cada sacramento, expresa su
fe en el poder del Espíritu. Como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el
Espíritu Santo transforma en Vida divina lo que se somete a su poder.

1128 Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS


1608): los sacramentos obran ex opere operato (según las palabras mismas del
Concilio: "por el hecho mismo de que la acción es realizada"), es decir, en virtud de
la obra salvífica de Cristo, realizada de una vez por todas. De ahí se sigue que "el
sacramento no actúa en virtud de la justicia del hombre que lo da o que lo recibe,
sino por el poder de Dios" (S. Tomás de A., STh 3,68,8). En consecuencia, siempre
que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la Iglesia, el poder de
Cristo y de su Espíritu actúa en él y por él, independientemente de la santidad
personal del ministro. Sin embargo, los frutos de los sacramentos dependen
también de las disposiciones del que los recibe.

1129 La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza
son necesarios para la salvación (cf Cc. de Trento: DS 1604). La "gracia
sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada
sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con
el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de
adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el
Salvador.

V Los sacramentos de la vida eterna

1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios sea
todo en todos" (1 Co 11,26; 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia es atraída
hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: "¡Marana tha!" (1 Co
16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús: "Con ansia he deseado comer
esta Pascua con vosotros...hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc
22,15-16). En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su
herencia, participa ya en la vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la
manifestación de la gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13).
"El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).

S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde
sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis
Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem,
scilicet gratiae; et prognosticum, id est, praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso
el sacramento es un signo que rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de
Cristo; es un signo que demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la
pasión de Cristo, es decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que
preanuncia la gloria venidera", STh III, 60,3).)

Resumen
del Misterio Pascual en los Sacramentos de la Iglesia

1131 Los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y


confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos
visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las
gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las
disposiciones requeridas.

1132 La Iglesia celebra los sacramentos como comunidad sacerdotal estructurada


por el sacerdocio bautismal y el de los ministros ordenados.

1133 El Espíritu Santo dispone a la recepción de los sacramentos por la Palabra de


Dios y por la fe que acoge la Palabra en los corazones bien dispuestos. Así los
sacramentos fortalecen y expresan la fe.

1134 El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte,
este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús: por otra parte, es para
la Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio.

CAPÍTULO SEGUNDO
LA CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DEL MISTERIO PASCUAL

1135 La catequesis de la Liturgia implica en primer lugar la inteligencia de la


economía sacramental (capítulo primero). A su luz se revela la novedad de
su celebración. Se tratará, pues, en este capítulo de la celebración de los
sacramentos de la Iglesia. A través de la diversidad de las tradiciones litúrgicas, se
presenta lo que es común a la celebración de los siete sacramentos. Lo que es
propio de cada uno de ellos, será presentado más adelante. Esta catequesis
fundamental de las celebraciones sacramentales responderá a las cuestiones
inmediatas que se presentan a un fiel al respecto:

– quién celebra

– cómo celebrar

– cuándo celebrar

– dónde celebrar.
ARTÍCULO 1
CELEBRAR LA LITURGIA DE LA IGLESIA

I ¿Quién celebra?

1136 La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Por tanto, quienes
celebran esta "acción", independientemente de la existencia o no de signos
sacramentales, participan ya de la Liturgia del cielo, allí donde la celebración es
enteramente Comunión y Fiesta.

La celebración de la Liturgia celestial

1137 El Apocalipsis de S. Juan, leído en la liturgia de la Iglesia, nos revela


primeramente que "un trono estaba erigido en el cielo y Uno sentado en el trono"
(Ap 4,2): "el Señor Dios" (Is 6,1; cf Ez 1,26-28). Luego revela al Cordero,
"inmolado y de pie" (Ap 5,6; cf Jn 1,29): Cristo crucificado y resucitado, el único
Sumo Sacerdote del santuario verdadero (cf Hb 4,14-15; 10, 19-21; etc), el mismo
"que ofrece y que es ofrecido, que da y que es dado" (Liturgia de San Juan
Crisóstomo, Anáfora). Y por último, revela "el río de Vida que brota del trono de
Dios y del Cordero" (Ap 22,1), uno de los más bellos símbolos del Espíritu Santo (cf
Jn 4,10-14; Ap 21,6).

1138 "Recapitulados" en Cristo, participan en el servicio de la alabanza de Dios y


en la realización de su designio: las Potencias celestiales (cf Ap 4-5; Is 6,2-3), toda
la creación (los cuatro Vivientes), los servidores de la Antigua y de la Nueva Alianza
(los veinticuatro ancianos), el nuevo Pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro
mil, cf Ap 7,1-8; 14,1), en particular los mártires "degollados a causa de la Palabra
de Dios", Ap 6,9-11), y la Santísima Madre de Dios (la Mujer, cf Ap 12, la Esposa
del Cordero, cf Ap 21,9), finalmente "una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).

1139 En esta Liturgia eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando
celebramos el Misterio de la salvación en los sacramentos.

Los celebrantes de la liturgia sacramental

1140 Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra.


"Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, s ino celebraciones de la Iglesia,
que es `sacramento de unidad', esto es, pueblo santo, congregado y ordenado bajo
la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia,
influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de
manera diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual"
(SC 26). Por eso también, "siempre que los ritos, según la naturaleza propia de
cada uno, admitan una celebración común, con asistencia y participación activa de
los fieles, hay que inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a
una celebración individual y casi privada" (SC 27).

1141 La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, "por el


nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como
casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan a través de todas las obras
propias del cristiano, sacrificios espirituales" (LG 10). Este "sacerdocio común" es el
de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros (cf LG 10; 34; PO
2):

La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella
participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la
naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del
bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5) (SC 14).

1142 Pero "todos los miembros no tienen la misma función" (Rm 12,4). Algunos
son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la comunidad.
Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden, por el
cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar en representación de Cristo-
Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia (cf PO 2 y 15). El
ministro ordenado es como el "icono" de Cristo Sacerdote. Por ser en la Eucaristía
donde se manifiesta plenamente el sacramento de la Iglesia, es también en la
presidencia de la Eucaristía donde el ministerio del obispo aparece en primer lugar,
y en comunión con él, el de los presbíteros y los diáconos.

1143 En orden a ejercer las funciones del sacerdocio común de los fieles existen
también otros ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del
Orden, y cuyas funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones
litúrgicas y las necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores, comentadores y los
que pertenecen a la 'schola cantorum' desempeñan un auténtico ministerio
litúrgico" (SC 29).

1144 Así, en la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada


cual según su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las
celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio,
hará todo y sólo aquello que le corresponde según la naturaleza de la acción y las
normas litúrgicas" (SC 28).

II ¿Cómo celebrar?

Signos y símbolos

1145 Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la


pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la
creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua
Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

1146 Signos del mundo de los hombres. En la vida humana, signos y símbolos


ocupan un lugar importante. El hombre, siendo un ser a la vez corporal y espiritual,
expresa y percibe las realidades espirituales a través de signos y de símbolos
materiales. Como ser social, el hombre necesita signos y símbolos para
comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo
sucede en su relación con Dios.

1147 Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se


presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador
(cf Sb 13,1; Rm 1,19-20; Hch 14,17). La luz y la noche, el viento y el fuego, el
agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su
grandeza y su proximidad.

1148 En cuanto creaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de
expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los
hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de
la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa
pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su
Creador.
1149 Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a a menudo de forma
impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia
de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura
humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en
Jesucristo.

1150 Signos de la Alianza. El pueblo elegido recibe de Dios signos y símbolos


distintivos que marcan su vida litúrgica: no son ya solamente celebraciones de
ciclos cósmicos y de acontecimientos sociales, sino signos de la Alianza, símbolos
de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo. Entre estos signos litúrgicos
de la Antigua Alianza se puede nombrar la circuncisión, la unción y la consagración
de reyes y sacerdotes, la imposición de manos, los sacrificios, y sobre todo la
pascua. La Iglesia ve en estos signos una prefiguración de los sacramentos de la
Nueva Alianza.

1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con


frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de
Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de
signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un
sentido nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo
y a la Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos
signos.

1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la


santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos
de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de
los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras
de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y
prefiguran y anticipan la gloria del cielo.

Palabras y acciones

1153 Toda celebración sacramental es un encuentro de los hijos de Dios con su


Padre, en Cristo y en el Espíritu Santo, y este encuentro se expresa como un
diálogo a través de acciones y de palabras. Ciertamente, las acciones simbólicas
son ya un lenguaje, pero es preciso que la Palabra de Dios y la respuesta de fe
acompañen y vivifiquen estas acciones, a fin de que la semilla del Reino dé su fruto
en la tierra buena. Las acciones litúrgicas significan lo que expresa la Palabra de
Dios: a la vez la iniciativa gratuita de Dios y la respuesta de fe de su pueblo.

1154 La liturgia de la Palabra es parte integrante de las celebraciones


sacramentales. Para nutrir la fe de los fieles, los signos de la Palabra de Dios deben
ser puestos de relieve: el libro de la Palabra (leccionario o evangeliario), su
veneración (procesión, incienso, luz), el lugar de su anuncio (ambón), su lectura
audible e inteligible, la homilía del ministro, la cual prolonga su proclamación, y las
respuestas de la asamblea (aclamaciones, salmos de meditación, letanías,
confesión de fe...).

1155 La palabra y la acción litúrgica, indisociables en cuanto signos y enseñanza,


lo son también en cuanto que realizan lo que significan. El Espíritu Santo, al
suscitar la fe, no solamente procura una inteligencia de la Palabra de Dios
suscitando la fe, sino que también mediante los sacramentos realiza las
"maravillas" de Dios que son anunciadas por la misma Palabra: hace presente y
comunica la obra del Padre realizada por el Hijo amado.

Canto y música
1156 "La tradición musical de la Iglesia universal constituye un tesoro de valor
inestimable que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente
porque el canto sagrado, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o
integral de la liturgia solemne" (SC 112). La composición y el canto de Salmos
inspirados, con frecuencia acompañados de instrumentos musicales, estaban ya
estrechamente ligados a las celebraciones litúrgicas de la Antigua Alianza. La
Iglesia continúa y desarrolla esta tradición: "Recitad entre vosotros salmos, himnos
y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,19; cf
Col 3,16-17). "El que canta ora dos veces" (S. Agustín, sal. 72,1).

1157 El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más
significativa cuanto "más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica" (SC
112), según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la
participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter
solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las
acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles (cf SC 112):

¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las
voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis
oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto
de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas (S. Agustín, Conf.
IX,6,14).

1158 La armonía de los signos (canto, música, palabras y acciones) es tanto más
expresiva y fecunda cuanto más se expresa en la riqueza cultural propia del pueblo
de Dios que celebra (cf SC 119). Por eso "foméntese con empeño el canto religioso
popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas
acciones litúrgicas", conforme a las normas de la Iglesia "resuenen las voces de los
fieles" (SC 118). Pero "los textos destinados al canto sagrado deben estar de
acuerdo con la doctrina católica; más aún, deben tomase principalmente de la
Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).

Imágenes sagradas

1159 La imagen sagrada, el icono litúrgico, representa principalmente a Cristo. No


puede representar a Dios invisible e incomprensible; la Encarnación del Hijo de Dios
inauguró una nueva "economía" de las imágenes:

En otro tiempo, Dios, que no tenía cuerpo ni figura no podía de ningún modo ser
representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha
vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios...con el
rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor (S. Juan Damasceno, imag.
1,16).

1160 La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico


que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se
esclarecen mutuamente:

Para expresar brevemente nuestra profesión de fe, conservamos todas las


tradiciones de la Iglesia, escritas o no escritas, que nos han sido transmitidas sin
alteración. Una de ellas es la representación pictórica de las imágenes, que está de
acuerdo con la predicación de la historia evangélica, creyendo que, verdaderamente
y no en apariencia, el Dios Verbo se hizo carne, lo cual es tan útil y provechoso,
porque las cosas que se esclarecen mutuamente tienen sin duda una significación
recíproca (Cc. de Nicea II, año 787: COD 111).
1161 Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también
las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en
efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan "la nube de testigos" (Hb
12,1) que continúan participando en la salvación del mundo y a los que estamos
unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el
hombre "a imagen de Dios", finalmente transfigurado "a su semejanza" (cf Rm
8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados
también en Cristo:

Siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la


tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita
en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que las venerables y santas
imágenes, como también la imagen de la preciosa y vivificante cruz, tanto las
pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente, se expongan en las
santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en
cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y
Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de
Dios, de los santos ángeles y de todos los santos y justos (Cc. de Nicea II: DS
600).

1162 "La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta


para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón
para dar gloria a Dios" (S. Juan Damasceno, imag. 127). La contemplación de las
sagradas imágenes, unida a la meditación de la Palabra de Dios y al canto de los
himnos litúrgicos, forma parte de la armonía de los signos de la celebración para
que el misterio celebrado se grabe en la memoria del corazón y se exprese luego en
la vida nueva de los fieles.

III ¿Cuándo celebrar?

El tiempo litúrgico

1163 "La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de


salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a
través del año. Cada semana, en el día que llamó 'del Señor', conmemora su
resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la
máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el
misterio de Cristo... Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la
riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace
presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y
se llenen de la gracia de la salvación" (SC 102).

1164 El pueblo de Dios, desde la ley mosaica, tuvo fiestas fijas a partir de la
Pascua, para conmemorar las acciones maravillosas del Dios Salvador, para darle
gracias por ellas, perpetuar su recuerdo y enseñar a las nuevas generaciones a
conformar con ellas su conducta. En el tiempo de la Iglesia, situado entre la Pascua
de Cristo, ya realizada una vez por todas, y su consumación en el Reino de Dios, la
liturgia celebrada en días fijos está toda ella impregnada por la novedad del
Misterio de Cristo.

1165 Cuando la Iglesia celebra el Misterio de Cristo, hay una palabra que jalona su
oración: ¡Hoy!, como eco de la oración que le enseñó su Señor (Mt 6,11) y de la
llamada del Espíritu Santo (Hb 3,7-4,11; Sal 95,7). Este "hoy" del Dios vivo al que
el hombre está llamado a entrar, es la "Hora" de la Pascua de Jesús que es eje de
toda la historia humana y la guía:
La vida se ha extendido sobre todos los seres y todos están llenos de una amplia
luz: el Oriente de los orientes invade el universo, y el que existía "antes del lucero
de la mañana" y antes de todos los astros, inmortal e inmenso, el gran Cristo brilla
sobre todos los seres más que el sol. Por eso, para nosotros que creemos en él, se
instaura un día de luz, largo, eterno, que no se extingue: la Pascua mística (S.
Hipólito, pasc. 1-2).

El día del Señor

1166 "La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día
de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día
que se llama con razón 'día del Señor' o domingo" (SC 106). El día de la
Resurrección de Cristo es a la vez el "primer día de la semana", memorial del
primer día de la creación, y el "octavo día" en que Cristo, tras su "reposo" del gran
Sabbat, inaugura el Día "que hace el Señor", el "día que no conoce ocaso" (Liturgia
bizantina). El "banquete del Señor" es su centro, porque es aquí donde toda la
comunidad de los fieles encuentra al Señor resucitado que los invita a su banquete
(cf Jn 21,12; Lc 24,30):

El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nuestro día.
Por eso es llamado día del Señor: porque es en este día cuando el Señor subió
victorioso junto al Padre. Si los paganos lo llaman día del sol, también lo hacemos
con gusto; porque hoy ha amanecido la luz del mundo, hoy ha aparecido el sol de
justicia cuyos rayos traen la salvación (S. Jerónimo, pasch.).

1167 El domingo es el día por excelencia de la Asamblea litúrgica, en que los fieles
"deben reunirse para, escuchando loa palabra de Dios y participando en la
Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar
gracias a Dios, que los 'hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos'" (SC 106):

Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron realizadas en este día del
domingo de tu santa Resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque
en él tuvo comienzo la Creación...la salvación del mundo...la renovación del género
humano...en él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de
luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del
paraíso para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor (Fanqîth,
Oficio siriaco de Antioquía, vol 6, 1ª parte del verano, p.193b).

El año litúrgico

1168 A partir del "Triduo Pascual", como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la
Resurrección llena todo el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas
partes, el año entero queda transfigurado por la Liturgia. Es realmente "año de
gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La Economía de la salvación actúa en el marco del
tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu
Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios
irrumpe en el tiempo de la humanidad.

1169 Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de


las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento
de los sacramentos (el gran sacramento). S. Atanasio la llama "el gran domingo"
(Ep. fest. 329), así como la Semana santa es llamada en Oriente "la gran semana".
El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra
en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido.
1170 En el Concilio de Nicea (año 325) todas las Iglesias se pusieron de acuerdo
para que la Pascua cristiana fuese celebrada el domingo que sigue al plenilunio (14
del mes de Nisán) después del equinoccio de primavera.Por causa de los diversos
métodos utilizados para calcular el 14 del mes de Nisán, en las Iglesias de
Occidente y de Oriente no siempre coincide la fecha de la Pascua. Por eso, dichas
Iglesias buscan hoy un acuerdo, para llegar de nuevo a celebrar en una fecha
común el día de la Resurrección del Señor.

1171 El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio
pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al
Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el
comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de
Pascua.

El santoral en el año litúrgico

1172 "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa


Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen
María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira
y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como en una
imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser" (SC
103).

1173 Cuando la Iglesia, en el ciclo anual, hace memoria de los mártires y los


demás santos "proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que padecieron con
Cristo y han sido glorificados con El; propone a los fieles sus ejemplos, que atraen a
todos por medio de Cristo al Padre, y por sus méritos implora los beneficios divinos"
(SC 104; cf SC 108 y 111).

La Liturgia de las Horas

1174 El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la


Eucaristía, especialmente en la Asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo
de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas, "el Oficio divino" (cf
SC IV). Esta celebración, en fidelidad a las recomendaciones apostólicas de "orar
sin cesar" (1 Ts 5,17; Ef 6,18), "está estructurada de tal manera que la alabanza de
Dios consagra el curso entero del día y de la noche" (SC 84). Es "la oración pública
de la Iglesia" (SC 98) en la cual los fieles (clérigos, religiosos y laicos) ejercen el
sacerdocio real de los bautizados. Celebrada "según la forma aprobada" por la
Iglesia, la Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la misma Esposa la que
habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre"
(SC 84).

1175 La Liturgia de las Horas está llamada a ser la oración de todo el Pueblo de
Dios. En ella, Cristo mismo "sigue ejerciendo su función sacerdotal a través de su
Iglesia" (SC 83); cada uno participa en ella según su lugar propio en la Iglesia y las
circunstancias de su vida: los sacerdotes en cuanto entregados al ministerio
pastoral, porque son llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de
la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5); los religiosos y religiosas por el carisma de su
vida consagrada (cf SC 98); todos los fieles según sus posibilidades: "Los pastores
de almas debe procurar que las Horas principales, sobre todo las Vísperas, los
domingos y fiestas solemnes, se celebren en la en la Iglesia comunitariamente. Se
recomienda que también los laicos recen el Oficio divino, bien con los sacerdotes o
reunidos entre sí, e incluso solos" (SC 100).
1176 Celebrar la Liturgia de las Horas exige no solamente armonizar la voz con el
corazón que ora, sino también "adquirir una instrucción litúrgica y bíblica más rica
especialmente sobre los salmos" (SC 90).

1177 Los signos y las letanías de la Oración de las Horas insertan la oración de los
salmos en el tiempo de la Iglesia, expresando el simbolismo del momento del día,
del tiempo litúrgico o de la fiesta celebrada. Además, la lectura de la Palabra de
Dios en cada Hora (con los responsorios y los troparios que le siguen), y, a ciertas
Horas, las lecturas de los Padres y maestros espirituales, revelan más
profundamente el sentido del Misterio celebrado, ayudan a la inteligencia de los
salmos y preparan para la oración silenciosa. La lectio divina, en la que la Palabra
de Dios es leída y meditada para convertirse en oración, se enraíza así en la
celebración litúrgica.

1178 La Liturgia de las Horas, que es como una prolongación de la celebración


eucarística, no excluye sino acoge de manera complementaria las diversas
devociones del Pueblo de Dios, particularmente la adoración y el culto del Santísimo
Sacramento.

IV ¿Dónde celebrar?

1179 El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado
a un lugar exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los
hombres. Cuando los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que
ellos son las "piedras vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual"
(1 P 2,4-5). El Cuerpo de Cristo resucitado es el templo espiritual de donde brota la
fuente de agua viva. Incorporados a Cristo por el Espíritu Santo, "somos el templo
de Dios vivo" (2 Co 6,16).

1180 Cuando el ejercicio de la libertad religiosa no es impedido (cf DH 4), los


cristianos construyen edificios destinados al culto divino. Estas iglesias visibles no
son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que
vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo.

1181 "En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se


reúnen los fieles y se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo
de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Debe ser
hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas" (PO 5; cf
SC 122-127). En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la
constituyen deben manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (cf
SC 7):

1182 El altar de la Nueva Alianza es la Cruz del Señor (cf Hb 13,10), de la que


manan los sacramentos del Misterio pascual. Sobre el altar, que es el centro de la
Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales. El
altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado (cf IGMR
259). En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro
(Cristo murió y resucitó verdaderamente).

1183 El tabernáculo debe estar situado "dentro de las iglesias en un lugar de los


más dignos con el mayor honor" (MF). La nobleza, la disposición y la seguridad del
tabernáculo eucarístico (SC 128) deben favorecer la adoración del Señor realmente
presente en el Santísimo Sacramento del altar.

El Santo Crisma (Myron), cuya unción es signo sacramental del sello del don del
Espíritu Santo, es tradicionalmente conservado y venerado en un lugar seguro del
santuario. Se puede colocar junto a él el óleo de los catecúmenos y el de los
enfermos.

1184 La sede del obispo (cátedra) o del sacerdote "debe significar su oficio de


presidente de la asamblea y director de la oración" (IGMR 271).

El ambón: "La dignidad de la Palabra de Dios exige que en la iglesia haya un sitio
reservado para su anuncio, hacia el que, durante la liturgia de la Palabra, se vuelva
espontáneamente la atención de los fieles" (IGMR 272).

1185 La reunión del pueblo de Dios comienza por el Bautismo; por tanto, el templo
debe tener lugar apropiado para la celebración del Bautismo y favorecer el recuerdo
de las promesas del bautismo (agua bendita).

La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto el templo debe


estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del
perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado.

El templo también debe ser un espacio que invite al recogimiento y a la oración


silenciosa, que prolonga e interioriza la gran plegaria de la Eucaristía.

1186 Finalmente, el templo tiene una significación escatológica. Para entrar en la


casa de Dios ordinariamente se franquea un umbral, símbolo del paso desde el
mundo herido por el pecado al mundo de la vida nueva al que todos los hombres
son llamados. La Iglesia visible simboliza la casa paterna hacia la cual el pueblo de
Dios está en marcha y donde el Padre "enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap
21,4). Por eso también la Iglesia es la casa de todos los hijos de Dios, ampliamente
abierta y acogedora.

Resumen de "Celebrar la Liturgia de la Iglesia"

1187 La Liturgia es la obra de Cristo total, Cabeza y Cuerpo. Nuestro Sumo


Sacerdote la celebra sin cesar en la Liturgia celestial, con la santa Madre de Dios,
los Apóstoles, todos los santos y la muchedumbre de seres humanos que han
entrado ya en el Reino.

1188 En una celebración litúrgica, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según
su función. El sacerdocio bautismal es el sacerdocio de todo el Cuerpo de Cristo.
Pero algunos fieles son ordenados por el sacramento del Orden sacerdotal para
representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo.

1189 La celebración litúrgica comprende signos y símbolos que se refieren a la


creación (luz, agua, fuego), a la vida humana (lavar, ungir, partir el pan) y a la
historia de la salvación (los ritos de la Pascua). Insertos en el mundo de la fe y
asumidos por la fuerza del Espíritu Santo, estos elementos cósmicos, estos ritos
humanos, estos gestos del recuerdo de Dios se hacen portadores de la acción
salvífica y santificadora de Cristo.

1190 La Liturgia de la Palabra es una parte integrante de la celebración. El sentido


de la celebración es expresado por la Palabra de Dios que es anunciada y por el
compromiso de la fe que responde a ella.

1191 El canto y la música están en estrecha conexión con la acción litúrgica.


Criterios para un uso adecuado de ellos son: la belleza expresiva de la oración, la
participación unánime de la asamblea, y el carácter sagrado de la celebración.
1192 Las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas,
están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo. A
través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos. A
través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y
de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados.

1193 El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la


Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por
excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del trabajo.
El es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico" (SC 106).

1194 La Iglesia, "en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde
la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la
dichosa esperanza y venida del Señor" (SC 102).

1195 Haciendo memoria de los santos, en primer lugar de la santa Madre de Dios,


luego de los Apóstoles, los mártires y los otros santos, en días fijos del año
litúrgico, la Iglesia de la tierra manifiesta que está unida a la liturgia del cielo;
glorifica a Cristo por haber realizado su salvación en sus miembros glorificados; su
ejemplo la estimula en el camino hacia el Padre.

1196 Los fieles que celebran la Liturgia de las Horas se unen a Cristo, nuestro
Sumo Sacerdote, por la oración de los salmos, la meditación de la Palabra de Dios,
de los cánticos y de las bendiciones, a fin de ser asociados a su oración incesante y
universal que da gloria al Padre e implora el don del Espíritu Santo sobre el mundo
entero.

1197 Cristo es el verdadero Templo de Dios, "el lugar donde reside su gloria"; por
la gracia de Dios los cristianos son también templos del Espíritu Santo, piedras
vivas con las que se construye la Iglesia.

1198 En su condición terrena, la Iglesia tiene necesidad de lugares donde la


comunidad pueda reunirse: nuestras iglesias visibles, lugares santos, imágenes de
la Ciudad santa, la Jerusalén celestial hacia la cual caminamos como peregrinos.

1199 En estos templos, la Iglesia celebra el culto público para gloria de la


Santísima Trinidad; en ellos escucha la Palabra de Dios y canta sus alabanzas,
eleva su oración y ofrece el Sacrificio de Cristo, sacramentalmente presente en
medio de la asamblea. Estas iglesias son también lugares de recogimiento y de
oración personal.

ARTÍCULO 2
DIVERSIDAD LITÚRGICA Y UNIDAD DEL MISTERIO

Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la Iglesia

1200 Desde la primera comunidad de Jerusalén hasta la Parusía, las Iglesias de


Dios, fieles a la fe apostólica, celebran en todo lugar el mismo Misterio pascual. El
Misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las formas de su celebración son
diversas.

1201 La riqueza insondable del Misterio de Cristo es tal que ninguna tradición
litúrgica puede agotar su expresión. La historia del nacimiento y del desarrollo de
estos ritos testimonia una maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han
vivido estas tradiciones litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la
fe, se han enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición y a la
misión común a toda la Iglesia (cf EN 63-64).

1202 Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de


la Iglesia. Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar
el Misterio de Cristo a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas:
en la tradición del "depósito de la fe" (2 Tm 1,14), en el simbolismo litúrgico, en la
organización de la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios, y
en tipos de santidad. Así, Cristo, Luz y Salvación de todos los pueblos, mediante la
vida litúrgica de una Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es
enviada y en los que se enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad,
purificándolas, todas las verdaderas riquezas de las culturas (cf LG 23; UR 4).

1203 Las tradiciones litúrgicas, o ritos, actualmente en uso en la Iglesia son el rito


latino (principalmente el rito romano, pero también los ritos de algunas iglesias
locales como el rito ambrosiano, el rito hispánico-visigótico o los de diversas
órdenes religiosas) y los ritos bizantino, alejandrino o copto, siriaco, armenio,
maronita y caldeo. "El sacrosanto Concilio, fiel a la Tradición, declara que la santa
Madre Iglesia concede igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente
reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los
medios" (SC 4).

Liturgia y culturas

1204 Por tanto, la celebración de la liturgia debe corresponder al genio y a la


cultura de los diferentes pueblos (cf SC 37-40). Para que el Misterio de Cristo sea
"dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe" (Rm 16,26), debe ser
anunciado, celebrado y vivido en todas las culturas, de modo que estas no son
abolidas sino rescatadas y realizadas por él (cf CT 53). La multitud de los hijos de
Dios, mediante su cultura humana propia, asumida y transfigurada por Cristo, tiene
acceso al Padre, para glorificarlo en un solo Espíritu.

1205 "En la liturgia, sobre todo en la de los sacramentos, existe una parte


inmutable –por ser de institución divina– de la que la Iglesia es guardiana, y
partes susceptibles de cambio, que ella tiene el poder, y a veces incluso el deber,
de adaptar a las culturas de los pueblos recientemente evangelizados (cf SC 21)"
(Juan Pablo II, Lit. Ap. "Vicesimusquintus Annus" 16).

1206 "La diversidad litúrgica puede ser fuente de enriquecimiento, puede también


provocar tensiones, incomprensiones recíprocas e incluso cismas. En este campo es
preciso que la diversidad no perjudique a la unidad. Sólo puede expresarse en la
fidelidad a la fe común, a los signos sacramentales que la Iglesia ha recibido de
Cristo, y a la comunión jerárquica. La adaptación a las culturas exige una
conversión del corazón, y, s i es preciso, rupturas con hábitos ancestrales
incompatibles con la fe católica" (ibid.).

Resumen

1207 Conviene que la celebración de la liturgia tienda a expresarse en la cultura


del pueblo en que se encuentra la Iglesia, sin someterse a ella. Por otra aparte, la
liturgia misma es generadora y formadora de culturas.

1208 Las diversas tradiciones litúrgicas, o ritos, legítimamente reconocidas, por


significar y comunicar el mismo Misterio de Cristo, manifiestan la catolicidad de la
Iglesia.
1209 El criterio que asegura la unidad en la pluriformidad de las tradiciones
litúrgicas es la fidelidad a la Tradición apostólica, es decir: la comunión en la fe y
los sacramentos recibidos de los Apóstoles, comunión que está significada y
garantizada por la sucesión apostólica.

SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

1210 Los sacramentos de la Nueva Ley fueron instituidos por Cristo y son siete, a
saber, Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos,
Orden sacerdotal y Matrimonio. Los siete sacramentos corresponden a todas las
etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y
crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta
semejanza entre las etapas de la vida natural y las etapas de la vida espiritual (cf
S. Tomás de A.,s.th. 3, 65,1).

1211 Siguiendo esta analogía se explicarán en primer lugar los tres sacramentos


de la iniciación cristiana (capítulo primero), luego los sacramentos de la curación
(capítulo segundo), finalmente, los sacramentos que están al servicio de la
comunión y misión de los fieles (capítulo tercero). Ciertamente este orden no es el
único posible, pero permite ver que los sacramentos forman un organismo en el
cual cada sacramento particular tiene su lugar vital. En este organismo, la
Eucaristía ocupa un lugar único, en cuanto "sacramento de los sacramentos":
"todos los otros sacramentos están ordenados a éste como a su fin" (S. Tomás de
A., s.th. 3, 65,3).

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

1212 Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la


Confirmación y la Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La
participación en la naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la
gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de
la vida natural. En efecto, los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el
sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con
el manjar de la vida eterna, y, así por medio de estos sacramentos de la iniciación
cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y
avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI, Const. apost. "Divinae
consortium naturae"; cf OICA, praen. 1-2).

ARTÍCULO 1
EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

1213 El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la


vida en el espíritu ("vitae spiritualis ianua") y la puerta que abre el acceso a los
otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados
como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la
Iglesia y hechos partícipes de su misión (cf Cc. de Florencia: DS 1314; CIC, can
204,1; 849; CCEO 675,1): "Baptismus est sacramentum regenerationis per aquam
in verbo" ("El bautismo es el sacramento del nuevo nacimiento por el agua y la
palabra", Cath. R. 2,2,5).

I El nombre de este sacramento

1214 Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito
central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa
"sumergir", "introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto
de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección
con El (cf Rm 6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).

1215 Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación


del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del
Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).

1216 "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza


(catequética) su espíritu es iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12). Habiendo
recibido en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn
1,9), el bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de
la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):

El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios...lo llamamos don,


gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración,
sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan
nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es
sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son
ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre
nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la
soberanía de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).

II El Bautismo en la economía de la salvación

Las prefiguraciones del Bautismo en la Antigua Alianza

1217 En la Liturgia de la Noche Pascual, cuando se bendice el agua bautismal, la


Iglesia hace solemnemente memoria de los grandes acontecimientos de la historia
de la salvación que prefiguraban ya el misterio del Bautismo:

¡Oh Dios!, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible,
y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia
del bautismo (MR, Vigilia Pascual, bendición del agua bautismal, 42).

1218 Desde el origen del mundo, el agua, criatura humilde y admirable, es la


fuente de la vida y de la fecundidad. La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de
Dios "se cernía" sobre ella (cf. Gn 1,2):

¡Oh Dios!, cuyo espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para
que ya desde entonces concibieran el poder de santificar (MR, ibid.).

1219 La Iglesia ha visto en el Arca de Noé una prefiguración de la salvación por el


bautismo. En efecto, por medio de ella "unos pocos, es decir, ocho personas, fueron
salvados a través del agua" (1 P 3,20):

¡Oh Dios!, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el
nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al
pecado y diera origen a la santidad (MR, ibid.).

1220 Si el agua de manantial simboliza la vida, el agua del mar es un símbolo de la


muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la Cruz. Por este simbolismo
el bautismo significa la comunión con la muerte de Cristo.
1221 Sobre todo el paso del Mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto, es el que anuncia la liberación obrada por el bautismo:

¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo s los hijos de Abraham,
para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de
los bautizados (MR, ibid.).

1222 Finalmente, el Bautismo es prefigurado en el paso del Jordán, por el que el


pueblo de Dios recibe el don de la tierra prometida a la descendencia de Abraham,
imagen de la vida eterna. La promesa de esta herencia bienaventurada se cumple
en la nueva Alianza.

El Bautismo de Cristo

1223 Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo Jesús.


Comienza su vida pública después de hacerse bautizar por S. Juan el Bautista en el
Jordán (cf. Mt 3,13 ), y, después de su Resurrección, confiere esta misión a sus
Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he mandado" (Mt 28,19-20; cf Mc 16,15-16).

1224 Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado


a los pecadores, para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Este gesto de Jesús es una
manifestación de su "anonadamiento" (Flp 2,7). El Espíritu que se cernía sobre las
aguas de la primera creación desciende entonces sobre Cristo, como preludio de la
nueva creación, y el Padre manifiesta a Jesús como su "Hijo amado" (Mt 3,16-17).

1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En
efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un
"Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el
agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son
figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-
8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el
Reino de Dios (Jn 3,5). Considera donde eres bautizado, de donde viene el
Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El
padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).

El bautismo en la Iglesia

1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo


Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:
"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien
crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13;
10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor
Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato
continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos"
(Hch 16,31-33).

1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte


de Cristo; es sepultado y resucita con él: ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él
sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue
resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también
nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col 2,12). Los bautizados se han
"revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que
purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).

1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de


la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín
dirá del Bautismo: "Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une la
palabra a la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3).

III La celebración del sacramento del Bautismo

La iniciación cristiana

1229 Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino
y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido
rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el
anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la
profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión
eucarística.

1230 Esta iniciación ha variado mucho a lo largo de los siglos y según las


circunstancias. En los primeros siglos de la Iglesia, la iniciación cristiana conoció un
gran desarrollo, con un largo periodo de catecumenado, y una serie de ritos
preparatorios que jalonaban litúrgicamente el camino de la preparación
catecumenal y que desembocaban en la celebración de los sacramentos de la
iniciación cristiana.

1231 Desde que el bautismo de los niños vino a ser la forma habitual de


celebración de este sacramento, ésta se ha convertido en un acto único que integra
de manera muy abreviada las etapas previas a la iniciación cristiana. Por su
naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal. No
se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino del
desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el
momento propio de la catequesis.

1232 El Concilio Vaticano II ha restaurado para la Iglesia latina, "el catecumenado


de adultos, dividido en diversos grados" (SC 64). Sus ritos se encuentran en
el Ordo initiationis christianae adultorum (1972). Por otra parte, el Concilio ha
permitido que "en tierras de misión, además de los elementos de iniciación
contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se
encuentran en uso en cada pueblo siempre que puedan acomodarse al rito
cristiano" (SC 65; cf. SC 37-40).

1233 Hoy, pues, en todos los ritos latinos y orientales la iniciación cristiana de


adultos comienza con su entrada en el catecumenado, para alcanzar su punto
culminante en una sola celebración de los tres sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y de la Eucaristía (cf. AG 14; CIC can.851.865.866). En los ritos
orientales la iniciación cristiana de los niños comienza con el Bautismo, seguido
inmediatamente por la Confirmación y la Eucaristía, mientras que en el rito romano
se continúa durante unos años de catequesis, para acabar más tarde con la
Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana (cf. CIC can.851, 2º;
868).

La mistagogia de la celebración

1234 El sentido y la gracia del sacramento del Bautismo aparece claramente en los
ritos de su celebración. Cuando se participa atentamente en los gestos y las
palabras de esta celebración, los fieles se inician en las riquezas que este
sacramento significa y realiza en cada nuevo bautizado.

1235 La señal de la cruz, al comienzo de la celebración, señala la impronta de


Cristo sobre el que le va a pertenecer y significa la gracia de la redención que Cristo
nos ha adquirido por su cruz.

1236 El anuncio de la Palabra de Dios ilumina con la verdad revelada a los


candidatos y a la asamblea y suscita la respuesta de la fe, inseparable del
Bautismo. En efecto, el Bautismo es de un modo particular "el sacramento de la fe"
por ser la entrada sacramental en la vida de fe.

1237 Puesto que el Bautismo significa la liberación del pecado y de su instigador,


el diablo, se pronuncian uno o varios exorcismos sobre el candidato. Este es ungido
con el óleo de los catecúmenos o bien el celebrante le impone la mano y el
candidato renuncia explícitamente a Satanás. Así preparado, puede confesar la fe
de la Iglesia, a la cual será "confiado" por el Bautismo (cf Rm 6,17).

1238 El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis


(en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por
medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de
que los que sean bautizados con ella "nazcan del agua y del Espíritu" (Jn 3,5).

1239 Sigue entonces el rito esencial del sacramento: el Bautismo propiamente


dicho, que significa y realiza la muerte al pecado y la entrada en la vida de la
Santísima Trinidad a través de la configuración con el Misterio pascual de Cristo. El
Bautismo es realizado de la manera más significativa mediante la triple inmersión
en el agua bautismal. Pero desde la antigüedad puede ser también conferido
derramando tres veces agua sobre la cabeza del candidato.

1240 En la Iglesia latina, esta triple infusión va acompañada de las palabras del
ministro: "N, Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo".
En las liturgias orientales, estando el catecúmeno vuelto hacia el Oriente, el
sacerdote dice: "El siervo de Dios, N., es bautizado en el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo". Y mientras invoca a cada persona de la Santísima
Trinidad, lo sumerge en el agua y lo saca de ella.

1241 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo,
significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano,
es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido
sacerdote, profeta y rey (cf OBP nº 62).

1242 En la liturgia de las Iglesias de Oriente, la unción postbautismal es el


sacramento de la Crismación (Confirmación). En la liturgia romana, dicha unción
anuncia una segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de
la Confirmación que, por así decirlo, "confirma" y da plenitud a la unción bautismal.

1243 La vestidura blanca simboliza que el bautizado se ha "revestido de Cristo"


(Ga 3,27): ha resucitado con Cristo. El cirio que se enciende en el cirio pascual,
significa que Cristo ha iluminado al neófito. En Cristo, los bautizados son "la luz del
mundo" (Mt 5,14; cf Flp 2,15).

El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Unico. Puede ya decir la oración
de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.
1244 La primera comunión eucarística. Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica
nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el
alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Las Iglesias orientales
conservan una conciencia viva de la unidad de la iniciación cristiana por lo que dan
la sagrada comunión a todos los nuevos bautizados y confirmados, incluso a los
niños pequeños, recordando las palabras del Señor: "Dejad que los niños vengan a
mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14). La Iglesia latina, que reserva el acceso a la
Sagrada Comunión a los que han alcanzado el uso de razón, expresa cómo el
Bautismo introduce a la Eucaristía acercando al altar al niño recién bautizado para
la oración del Padre Nuestro.

1245 La bendición solemne cierra la celebración del Bautismo. En el Bautismo de


recién nacidos, la bendición de la madre ocupa un lugar especial.

IV Quién puede recibir el Bautismo

1246 "Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano, aún no bautizado, y solo
él" (CIC, can. 864: CCEO, can. 679).

El Bautismo de adultos

1247 En los orígenes de la Iglesia, cuando el anuncio del evangelio está aún en sus
primeros tiempos, el Bautismo de adultos es la práctica más común. El
catecumenado (preparación para el Bautismo) ocupa entonces un lugar importante.
Iniciación a la fe y a la vida cristiana, el catecumenado debe disponer a recibir el
don de Dios en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.

1248 El catecumenado, o formación de los catecúmenos, tiene por finalidad


permitir a estos últimos, en respuesta a la iniciativa divina y en unión con una
comunidad eclesial, llevar a madurez su conversión y su fe. Se trata de una
"formación y noviciado debidamente prolongado de la vida cristiana, en que los
discípulos se unen con Cristo, su Maestro. Por lo tanto, hay que iniciar
adecuadamente a los catecúmenos en el misterio de la salvación, en la práctica de
las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que deben celebrarse en los
tiempos sucesivos, e introducirlos en la vida de fe, la liturgia y la caridad del Pueblo
de Dios" (AG 14; cf OICA 19 y 98).

1249 Los catecúmenos "están ya unidos a la Iglesia, pertenecen ya a la casa de


Cristo y muchas veces llevan ya una una vida de fe, esperanza y caridad" (AG 14).
"La madre Iglesia los abraza ya con amor tomándolos a sus cargo" (LG 14; cf CIC
can. 206; 788,3).

El Bautismo de niños

1250 Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el
pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf
DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio
de la libertad de los hijos de Dios (cf Col 1,12-14), a la que todos los hombres
están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta
particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían
al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el
Bautismo poco después de su nacimiento (cf CIC can. 867; CCEO, can. 681;
686,1).
1251 Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también
a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado (cf LG 11; 41; GS 48; CIC
can. 868).

1252 La práctica de bautizar a los niños pequeños es una tradición inmemorial de


la Iglesia. Está atestiguada explícitamente desde el siglo II. Sin embargo, es muy
posible que, desde el comienzo de la predicación apostólica, cuando "casas" enteras
recibieron el Bautismo (cf Hch 16,15.33; 18,8; 1 Co 1,16), se haya bautizado
también a los niños (cf CDF, instr. "Pastoralis actio": AAS 72 [1980] 1137-56).

Fe y Bautismo

1253 El Bautismo es el sacramento de la fe (cf Mc 16,16). Pero la fe tiene


necesidad de la comunidad de creyentes. Sólo en la fe de la Iglesia puede creer
cada uno de los fieles. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta
y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. Al catecúmeno o a
su padrino se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" y él responde: "¡La
fe!".

1254 En todos los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del


Bautismo. Por eso, la Iglesia celebra cada año en la noche pascual la renovación de
las promesas del Bautismo. La preparación al Bautismo sólo conduce al umbral de
la vida nueva. El Bautismo es la fuente de la vida nueva en Cristo, de la cual brota
toda la vida cristiana.

1255 Para que la gracia bautismal pueda desarrollarse es importante la ayuda de


los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser
creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en
su camino de la vida cristiana (cf CIC can. 872-874). Su tarea es una verdadera
función eclesial (officium; cf SC 67). Toda la comunidad eclesial participa de la
responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo.

V Quién puede bautizar

1256 Son ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la


Iglesia latina, también el diácono (cf CIC, can. 861,1; CCEO, can. 677,1). En caso
de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar (Cf CIC can.
861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La
intención requerida consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar. La
Iglesia ve la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios (cf 1
Tm 2,4) y en la necesidad del Bautismo para la salvación (cf Mc 16,16).

VI La necesidad del Bautismo

1257 El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn
3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a todas las
naciones (cf Mt 28, 19-20; cf DS 1618; LG 14; AG 5). El Bautismo es necesario
para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido anunciado y han tenido
la posibilidad de pedir este sacramento (cf Mc 16,16). La Iglesia no conoce otro
medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por
eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer
"renacer del agua y del espíritu" a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha
vinculado la salvación al sacramento del Bautismo, pero su intervención salvífica no
queda reducida a los sacramentos.
1258 Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen
la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su
muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del
Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento.

1259 A los catecúmenos que mueren antes de su Bautismo, el deseo explícito de


recibir el bautismo unido al arrepentimiento de sus pecados y a la caridad, les
asegura la salvación que no han podido recibir por el sacramento.

1260 "Cristo murió por todos y la vocación última del hombre en realmente una
sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el
Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por
Dios, se asocien a este misterio pascual" (GS 22; cf LG 16; AG 7). Todo hombre
que, ignorando el evangelio de Cristo y su Iglesia, busca la verdad y hace la
voluntad de Dios según él la conoce, puede ser salvado. Se puede suponer que
semejantes personas habrían deseado explícitamente el Bautismo si hubiesen
conocido su necesidad.

1261 En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a
la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la
gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cf 1 Tm
2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: "Dejad que los niños se
acerquen a mí, no se lo impidáis" (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un
camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más
apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños
vengan a Cristo por el don del santo bautismo.

VII La gracia del Bautismo

1262 Los distintos efectos del Bautismo son significados por los elementos
sensibles del rito sacramental. La inmersión en el agua evoca los simbolismos de la
muerte y de la purificación, pero también los de la regeneración y de la renovación.
Los dos efectos principales, por tanto, son la purificación de los pecados y el nuevo
nacimiento en el Espíritu Santo (cf Hch 2,38; Jn 3,5).

Para la remisión de los pecados...

1263 Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y


todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (cf DS 1316). En
efecto, en los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar
en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las
consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios.

1264 No obstante, en el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales


del pecado, como los sufrimientos, la enfermedad, la muerte o las fragilidades
inherentes a la vida como las debilidades de carácter, etc., así como una inclinación
al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o "fomes peccati": "La
concupiscencia, dejada para el combate, no puede dañar a los que no la consienten
y la resisten con coraje por la gracia de Jesucristo. Antes bien `el que
legítimamente luchare, será coronado'(2 Tm 2,5)" (Cc de Trento: DS 1515).

“Una criatura nueva”

1265 El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del
neófito "una nueva creación" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7)
que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" ( 2 P 1,4), miembro de Cristo
(cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf
1 Co 6,19).

1266 La Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la


justificación que :

– le hace capaz de creer en Dios, de esperar en él y de amarlo mediante


las virtudes teologales;

– le concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante
los dones del Espíritu Santo;

– le permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.

Así todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo
Bautismo.

Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo

1267 El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por


tanto...somos miembros los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la
Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva
Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las
culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos sido todos
bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1 Co 12,13).

1268 Los bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación de un edificio


espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5). Por el Bautismo participan del
sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son "linaje elegido, sacerdocio
real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os
ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 P 2,9). El Bautismo hace
participar en el sacerdocio común de los fieles.

1269 Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1


Co 6,19), sino al que murió y resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está
llamado a someterse a los demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn
13,12-15) en la comunión de la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los pastores de
la Iglesia (Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf 1 Ts 5,12-13). Del
mismo modo que el Bautismo es la fuente de responsabilidades y deberes, el
bautizado goza también de derechos en el seno de la Iglesia: recibir los
sacramentos, ser alimentado con la palabra de Dios y ser sostenido por los otros
auxilios espirituales de la Iglesia (cf LG 37; CIC can. 208-223; CCEO, can. 675,2).

1270 Los bautizados "por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados
a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la
Iglesia" (LG 11) y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de
Dios (cf LG 17; AG 7,23).

El vínculo sacramental de la unidad de los cristianos

1271 El Bautismo constituye el fundamento de la comunión entre todos los


cristianos, e incluso con los que todavía no están en plena comunión con la Iglesia
católica: "Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo están en
una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica... justificados por
la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo; por tanto, con todo derecho se
honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la
Iglesia Católica como hermanos del Señor" (UR 3). "Por consiguiente, el bautismo
constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido
regenerados por él" (UR 22).

Un sello espiritual indeleble...

1272 Incorporado a Cristo por el Bautismo, el bautizado es configurado con Cristo


(cf Rm 8,29). El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble
(character) de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado,
aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS 1609-1619).
Dado una vez por todas, el Bautismo no puede ser reiterado.

1273 Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido el carácter


sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano (cf LG 11). El sello
bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una
participación viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio
bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz (cf LG 10).

1274 El "sello del Señor" (Dominicus character: S. Agustín, Ep. 98,5), es el sello


con que el Espíritu Santo nos ha marcado "para el día de la redención" (Ef 4,30; cf
Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22). "El Bautismo, en efecto, es el sello de la vida eterna"
(S. Ireneo, Dem.,3). El fiel que "guarde el sello" hasta el fin, es decir, que
permanezca fiel a las exigencias de su Bautismo, podrá morir marcado con "el signo
de la fe" (MR, Canon romano, 97), con la fe de su Bautismo, en la espera de la
visión bienaventurada de Dios –consumación de la fe– y en la esperanza de la
resurrección.

Resumen del Bautismo

1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el


Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación que es su
afianzamiento; y la Eucaristía que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre
de Cristo para ser transformado en El.

1276 "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre


del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os
he mandado" (Mt 28,19-20).

1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la


voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a
la que introduce el Bautismo.

1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o


derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima
Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que
comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el
nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre,
miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el
bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del
sacerdocio de Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que
consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el
Bautismo no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).

1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los
hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan
sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse
aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).

1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque es
una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños son
bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la
verdadera libertad.

1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita
a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.

1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la
intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del
candidato diciendo: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo".

ARTÍCULO 2
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

1285 Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación constituye


el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana", cuya unidad debe ser
salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los fieles que la recepción de este
sacramento es necesaria para la plenitud de la gracia bautismal (cf OCf,
Praenotanda 1). En efecto, a los bautizados "el sacramento de la confirmación los
une más íntimamente a la Iglesia y los los enriquece con una fortaleza especial del
Espíritu Santo. De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos
testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras" (LG
11; cf OCf, Praenotanda 2):

I La Confirmación en la economía de la salvación

1286 En el Antiguo Testamento, los profetas anunciaron que el Espíritu del Señor
reposaría sobre el Mesías esperado (cf. Is 11,2) para realizar su misión salvífica (cf
Lc 4,16-22; Is 61,1). El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por
Juan fue el signo de que él era el que debía venir, el Mesías, el Hijo de Dios (Mt
3,13-17; Jn 1,33- 34). Habiendo sido concedido por obra del Espíritu Santo, toda su
vida y toda su misión se realizan en una comunión total con el Espíritu Santo que el
Padre le da "sin medida" (Jn 3,34).

1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el


Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27;
Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cf Lc
12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero el día de
Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch
2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las
maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el
signo de los tiempos mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la
predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu
Santo (cf Hch 2,38).
1288 "Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de
Cristo, comunicaban a los neófitos, mediante la imposición de las manos, el don del
Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo (cf Hch 8,15-17; 19,5-
6). Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos se recuerda, entre los primeros
elementos de la formación cristiana, la doctrina del bautismo y de la la imposición
de las manos (cf Hb 6,2). Es esta imposición de las manos la ha sido con toda razón
considerada por la tradición católica como el primitivo origen del sacramento de la
Confirmación, el cual perpetúa, en cierto modo, en la Iglesia, la gracia de
Pentecostés" (Pablo VI, const. apost. "Divinae consortium naturae").

1289 Muy pronto, para mejor significar el don del Espíritu Santo, se añadió a la
imposición de las manos una unción con óleo perfumado (crisma). Esta unción
ilustra el nombre de "cristiano" que significa "ungido" y que tiene su origen en el
nombre de Cristo, al que "Dios ungió con el Espíritu Santo" (Hch 10,38). Y este rito
de la unción existe hasta nuestros días tanto en Oriente como en Occidente. Por
eso en Oriente, se llama a este sacramento crismación, unción con el crisma,
o myron, que significa "crisma". En Occidente el nombre de Confirmación sugiere
que este sacramento al mismo tiempo confirma el Bautismo y robustece la gracia
bautismal.

Dos tradiciones: Oriente y Occidente

1290 En los primeros siglos la Confirmación constituye generalmente una única


celebración con el Bautismo, y forma con éste, según la expresión de S. Cipriano,
un "sacramento doble. Entre otras razones, la multiplicación de los bautismos de
niños, durante todo el tiempo del año, y la multiplicación de las parroquias
(rurales), que agrandaron las diócesis, ya no permite la presencia del obispo en
todas las celebraciones bautismales. En Occidente, por el deseo de reservar al
obispo el acto de conferir la plenitud al Bautismo, se establece la separación
temporal de ambos sacramentos. El Oriente ha conservado unidos los dos
sacramentos, de modo que la Confirmación es dada por el presbítero que bautiza.
Este, sin embargo, sólo puede hacerlo con el "myron" consagrado por un obispo (cf
CCEO, can. 695,1; 696,1).

1291 Una costumbre de la Iglesia de Roma facilitó el desarrollo de la práctica


occidental; había una doble unción con el santo crisma después del Bautismo:
realizada ya una por el presbítero al neófito al salir del baño bautismal, es
completada por una segunda unción hecha por el obispo en la frente de cada uno
de los recién bautizados (véase S. Hipólito de Roma, Trad. Ap. 21). La primera
unción con el santo crisma, la que daba el sacerdote, quedó unida al rito bautismal;
significa la participación del bautizado en las funciones profética, sacerdotal y real
de Cristo. Si el Bautismo es conferido a un adulto, sólo hay una unción
postbautismal: la de la Confirmación.

1292 La práctica de las Iglesias de Oriente destaca más la unidad de la iniciación


cristiana. La de la Iglesia latina expresa más netamente la comunión del nuevo
cristiano con su obispo, garante y servidor de la unidad de su Iglesia, de su
catolicidad y su apostolicidad, y por ello, el vínculo con los orígenes apostólicos de
la Iglesia de Cristo.

II Los signos y el rito de la Confirmación

1293 En el rito de este sacramento conviene considerar el signo de la unción y lo


que la unción designa e imprime: el sello espiritual.
La unción, en el simbolismo bíblico y antiguo, posee numerosas significaciones: el
aceite es signo de abundancia (cf Dt 11,14, etc.) y de alegría (cf Sal 23,5; 104,15);
purifica (unción antes y después del baño) y da agilidad (la unción de los atletas y
de los luchadores); es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas
(cf Is 1,6; Lc 10,34) y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza.

1294 Todas estas significaciones de la unción con aceite se encuentran en la vida


sacramental. La unción antes del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa
purificación y fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y el consuelo.
La unción del santo crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la
Ordenación, es el signo de una consagración. Por la Confirmación, los cristianos, es
decir, los que son ungidos, participan más plenamente en la misión de Jesucristo y
en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee, a fin de que toda su vida
desprenda "el buen olor de Cristo" (cf 2 Co 2,15).

1295 Por medio de esta unción, el confirmando recibe "la marca", el sello del


Espíritu Santo. El sello es el símbolo de la persona (cf Gn 38,18; Ct 8,9), signo de
su autoridad (cf Gn 41,42), de su propiedad sobre un objeto (cf. Dt 32,34) -por eso
se marcaba a los soldados con el sello de su jefe y a los esclavos con el de su
señor-; autentifica un acto jurídico (cf 1 R 21,8) o un documento (cf Jr 32,10) y lo
hace, si es preciso, secreto (cf Is 29,11).

1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27). El


cristiano también está marcado con un sello: "Y es Dios el que nos conforta
juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su
sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2 Co 1,22; cf Ef 1,13;
4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a
su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en
la gran prueba escatológica (cf Ap 7,2-3; 9,4; Ez 9,4-6).

La celebración de la Confirmación

1297 Un momento importante que precede a la celebración de la Confirmación,


pero que, en cierta manera forma parte de ella, es la consagración del santo
crisma. Es el obispo quien, el Jueves Santo, en el transcurso de la Misa crismal,
consagra el santo crisma para toda su Diócesis. En las Iglesias de Oriente, esta
consagración está reservada al Patriarca:

La liturgia de Antioquía expresa así la epíclesis de la consagración del santo crisma


(myron): " (Padre...envía tu Espíritu Santo) sobre nosotros y sobre este aceite que
está delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los que sean
ungidos y marcados con él, myron santo, myron sacerdotal, myron real, unción de
alegría, vestidura de la luz, manto de salvación, don espiritual, santificación de las
almas y de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco
terrible contra todas las obras del Adversario".

1298 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, como es el


caso en el rito romano, la liturgia del sacramento comienza con la renovación de las
promesas del Bautismo y la profesión de fe de los confirmandos. Así aparece
claramente que la Confirmación constituye una prolongación del Bautismo (cf SC
71). Cuando es bautizado un adulto, recibe inmediatamente la Confirmación y
participa en la Eucaristía (cf CIC can.866).

1299 En el rito romano, el obispo extiende las manos sobre todos los
confirmandos, gesto que, desde el tiempo de los apóstoles, es el signo del don del
Espíritu. Y el obispo invoca así la efusión del Espíritu:
Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste, por el
agua y el Espíritu Santo, a estos siervos tuyos y los libraste del pecado: escucha
nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu
de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de
ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor. Por Jesucristo
nuestro Señor.

1300 Sigue el rito esencial del sacramento. En el rito latino, "el sacramento de la


confirmación es conferido por la unción del santo crisma en la frente, hecha
imponiendo la mano, y con estas palabras: "Recibe por esta señal el don del
Espíritu Santo" (Paulus VI, Const. Ap. Divinae consortium naturae). En las Iglesias
orientales, la unción del myron se hace después de una oración de epíclesis, sobre
las partes más significativas del cuerpo: la frente, los ojos, la nariz, los oídos, los
labios, el pecho, la espalda, las manos y los pies, y cada unción va acompañada de
la fórmula: "Sfragi~ dwrea~ Pneumto~ æAgiou" ("Rituale per le Chiese orientali di
rito bizantino in lingua greca, I -LEV 1954), p. 36". ("Signaculum doni Spiritus
Sancti" - "Sello del don que es el Espíritu Santo").

1301 El beso de paz con el que concluye el rito del sacramento significa y
manifiesta la comunión eclesial con el obispo y con todos los fieles (cf S. Hipólito,
Trad. ap. 21).

III Los efectos de la Confirmación

1302 De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión


especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el
día de Pentecostés.

1303 Por este hecho, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la


gracia bautismal:

– nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá,
Padre" (Rm 8,15).;

– nos une más firmemente a Cristo;

– aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo;

– hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia (cf LG 11);

– nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe
mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar
valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf
DS 1319; LG 11,12):

Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e


inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de
piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha
marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la
prenda del Espíritu (S. Ambrosio, Myst. 7,42).

1304 La Confirmación, como el Bautismo del que es la plenitud, sólo se da una


vez. La Confirmación, en efecto, imprime en el alma una marca espiritual indeleble,
el "carácter" (cf DS 1609), que es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano
con el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que sea su
testigo (cf Lc 24,48-49).

1305 El "carácter" perfecciona el sacerdocio común de los fieles, recibido en el


Bautismo, y "el confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente,
y como en virtud de un cargo (quasi ex officio)" (S. Tomás de A., s.th. 3, 72,5, ad
2).

IV Quién puede recibir este sacramento

1306 Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la


Confirmación (cf CIC can. 889, 1). Puesto que Bautismo, Confirmación y Eucaristía
forman una unidad, de ahí se sigue que "los fieles tienen la obligación de recibir
este sacramento en tiempo oportuno" (CIC, can. 890), porque sin la Confirmación y
la Eucaristía el sacramento del Bautismo es ciertamente válido y eficaz, pero la
iniciación cristiana queda incompleta.

1307 La costumbre latina, desde hace siglos, indica "la edad del uso de razón",
como punto de referencia para recibir la Confirmación. Sin embargo, en peligro de
muerte, se debe confirmar a los niños incluso s i no han alcanzado todavía la edad
del uso de razón (cf CIC can. 891; 893,3).

1308 Si a veces se habla de la Confirmación como del "sacramento de la madurez


cristiana", es preciso, sin embargo, no confundir la edad adulta de la fe con la edad
adulta del crecimiento natural, ni olvidar que la gracia bautismal es una gracia de
elección gratuita e inmerecida que no necesita una "ratificación" para hacerse
efectiva. Santo Tomás lo recuerda:

La edad del cuerpo no constituye un prejuicio para el alma. Así, incluso en la


infancia, el hombre puede recibir la perfección de la edad espiritual de que habla la
Sabiduría (4,8): `la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide
por el número de los años'. Así numerosos niños, gracias a la fuerza del Espíritu
Santo que habían recibido, lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo
(s.th. 3, 72,8,ad 2).

1309 La preparación para la Confirmación debe tener como meta conducir al


cristiano a una unión más íntima con Cristo, a una familiaridad más viva con el
Espíritu Santo, su acción, sus dones y sus llamadas, a fin de poder asumir mejor las
responsabilidades apostólicas de la vida cristiana. Por ello, la catequesis de la
Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia de
Jesucristo, tanto a la Iglesia universal como a la comunidad parroquial. Esta última
tiene una resp onsabilidad particular en la preparación de los confirmandos (cf OCf,
Praenotanda 3).

1310 Para recibir la Confirmación es preciso hallarse en estado de gracia. Conviene


recurrir al sacramento de la Penitencia para ser purificado en atención al don del
Espíritu Santo. Hay que prepararse con una oración más intensa para recibir con
docilidad y disponibilidad la fuerza y las gracias del Espíritu Santo (cf Hch 1,14).

1311 Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos


busquen la ayuda espiritual de un padrino o de una madrina. Conviene que sea el
mismo que para el Bautismo a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos
(cf OCf, Praenotanda 5.6; CIC can. 893, 1.2).

V El ministro de la Confirmación
1312 El ministro originario de la Confirmación es el obispo (LG 26).

En Oriente es ordinariamente el presbítero que bautiza quien da también


inmediatamente la Confirmación en una sola celebración. Sin embargo, lo hace con
el santo crisma consagrado por el patriarca o el obispo, lo cual expresa la unidad
apostólica de la Iglesia cuyos vínculos son reforzados por el sacramento de la
Confirmación. En la Iglesia latina se aplica la misma disciplina en los bautismos de
adultos y cuando es admitido a la plena comunión con la Iglesia un bautizado de
otra comunidad cristiana que no ha recibido válidamente el sacramento de la
Confirmación (cf CIC can 883,2).

1313 En el rito latino, el ministro ordinario de la Conformación es el obispo (CIC


can. 882). Aunque el obispo puede, en caso de necesidad, conceder a presbíteros la
facultad de administrar el sacramento de la Confirmación (CIC can. 884,2),
conviene que lo confiera él mismo, sin olvidar que por esta razón la celebración de
la Confirmación fue temporalmente separada del Bautismo. Los obispos son los
sucesores de los apóstoles y han recibido la plenitud del sacramento del orden. Por
esta razón, la administración de este sacramento por ellos mismos pone de relieve
que la Confirmación tiene como efecto unir a los que la reciben más estrechamente
a la Iglesia, a sus orígenes apostólicos y a su misión de dar testimonio de Cristo.

1314 Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbítero puede darle la


Confirmación (cf CIC can. 883,3). En efecto, la Iglesia quiere que ninguno de sus
hijos, incluso en la más tierna edad, salga de este mundo sin haber sido
perfeccionado por el Espíritu Santo con el don de la plenitud de Cristo.

Resumen del sacramento de Confirmación

1315 "Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había
aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron
por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido
sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor
Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" (Hch 8,14-17).

1316 La Confirmación perfecciona la gracia bautismal; es el sacramento que da el


Espíritu Santo para enraizarnos más profundamente en la filiación divina,
incorporarnos más firmemente a Cristo, hacer más sólido nuestro vínculo con la
Iglesia, asociarnos todavía más a su misión y ayudarnos a dar testimonio de la fe
cristiana por la palabra acompañada de las obras.

1317 La Confirmación, como el Bautismo, imprime en el alma del cristiano un


signo espiritual o carácter indeleble; por eso este sacramento sólo se puede recibir
una vez en la vida.

1318 En Oriente, este sacramento es administrado inmediatamente después del


Bautismo y es seguido de la participación en la Eucaristía, tradición que pone de
relieve la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana. En la Iglesia
latina se administra este sacramento cuando se ha alcanzado el uso de razón, y su
celebración se reserva ordinariamente al obispo, significando así que este
sacramento robustece el vínculo eclesial.

1319 El candidato a la Confirmación que ya ha alcanzado el uso de razón debe


profesar la fe, estar en estado de gracia, tener la intención de recibir el sacramento
y estar preparado para asumir su papel de discípulo y de testigo de Cristo, en la
comunidad eclesial y en los asuntos temporales.
1320 El rito esencial de la Confirmación es la unción con el Santo Crisma en la
frente del bautizado (y en Oriente, también en los otros órganos de los sentidos),
con la imposición de la mano del ministro y las palabras: "Accipe signaculum doni
Spiritus Sancti" ("Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo"), en el rito
romano; "Signaculum doni Spiritus Sancti" ("Sello del don del Espíritu Santo"), en
el rito bizantino.

1324 Cuando la Confirmación se celebra separadamente del Bautismo, su conexión


con el Bautismo se expresa entre otras cosas por la renovación de los compromisos
bautismales. La celebración de la Confirmación dentro de la Eucaristía contribuye a
subrayar la unidad de los sacramentos de la iniciación cristiana.

CATECISMO, SEGUNDA PARTE 
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO

SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más
profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía
con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó
el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta
su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el
memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad,
vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de
gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (SC 47).
I La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás
sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado,
están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto,
contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua"
(PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del
Pueblo de Dios por las que la Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la
cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en
el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst.
"Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y
anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra
manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma
nuestra manera de pensar" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
II El nombre de este sacramento
1328 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos
nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le
llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19;
1 Co 11,24) y "eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que
proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la
redención y la santificación.
1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor
celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del  banquete de
bodas del Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial. 
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús
cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc
8,6.19), sobre todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los
discípulos lo reconocerán después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta
expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch
2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que comen de este único
pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo en él
(cf 1 Co 10,16-17). 
Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de
los fieles, expresión visibl e de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.
Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la
ofrenda de la Iglesia; o también santo sacrificio de la misa, "sacrificio de
alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio
puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la
Antigua Alianza.
Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su
expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la
llama también celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo
Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se
designan las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
1331 Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace
partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17);
se la llama también las cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12;
Didaché 9,5; 10,6) -es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla el
Símbolo de los Apóstoles-, pan de los ángeles, pan del cielo, medicina de
inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph 20,2), viático...
1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se
termina con el envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en
su vida cotidiana.
III La Eucaristía en la economía de la salvación
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino
que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa
haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su
pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente
en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando
también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por
el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de
la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec,
rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia
ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las
primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también
una nueva significación en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come
cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El
recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la
Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra
prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1
Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del
vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de
Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la
bendición del pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la
bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la
multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt
14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia
ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de
las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25)
convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio
de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn
6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa
de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta
pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir
que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su
Eucaristía es acogerlo a él mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había
llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de
una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para
dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles
partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su
resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles
entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han tran smitido el relato de la
institución de la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la
sinagoga de Cafarnaúm, palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo
se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en
Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús)
envió a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la
comamos'...fueron... y prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con
los apóstoles; y les dijo: `Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes
de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento
en el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: `Esto es
mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío'. De igual
modo, después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva Alianza en mi
sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-
25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete
pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a
su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y
celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua
final de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga"
(1 Co 11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la
celebración litúrgica por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su
vida, de su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de
Jerusalén se dice: Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la
comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos
los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la
resurrección de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch
20,7). Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha
perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia, con la
misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús
"hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda
estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se
sentarán a la mesa del Reino.
IV La celebración litúrgica de la Eucaristía
La misa de todos los siglos
1345 Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes
líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables
hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He
aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano
Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:
El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los
que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como
es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar
a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los demás
donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras
acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino
mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre
del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente
porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente
pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los
que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes
pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65;
67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura
fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende
dos grandes momentos que forman una unidad básica:
— La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración
universal;
— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias
consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto"
(SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de
la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus
discípulos: en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con
ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13- 35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea
eucarística. A su cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía.
El es sumo sacerdote de la Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente
toda celebración eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero
(actuando "in persona Christi capitis") preside la asamblea, toma la palabra después
de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte
activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los que presentan las
ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su
participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el
Antiguo Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los
Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es
verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego
las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del Apóstol: "Ante todo,
recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por
todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-
2).
1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces
en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo
en el sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la
acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia
presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que
proviene de su creación" (S. Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las
ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en
las manos de Cristo. El es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los
intentos humanos de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos
presentan tambié n s u s d o n e s p a r a compartirlos con los que tienen necesidad.
Esta costumbre de la colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de
Cristo que se hizo pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es
recogido es entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que
la enfermedad u otra causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una
palabra, socorre a todos los que están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de
consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:
En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por
todas sus obras , por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se
une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los
santos, cantan al Dios tres veces santo;
1353 En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder
de su bendición (cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se
conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman
parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones
litúrgicas colocan la epíclesis después de la anámnesis);
en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el
poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan
y de vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para
siempre;
1354 en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la
resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su
Hijo que nos reconcilia con él;
en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con
toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con
los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus
diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los
fieles reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de
Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados",
"llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él s i no cree en la
verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de
los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (S.
Justino, apol. 1, 66,1-2).
V El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su
substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias,
sucede porque sabemos que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de
su pasión: "haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al
hacerlo, ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el
pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en
el Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo se hace real y
misteriosamente presente.
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
— como acción de gracias y alabanza al Padre
— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz,
es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación.
En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a
través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el
sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de
bello y de justo en la creación y en la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por
la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo
lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. "Eucaristía"
significa, ante todo, acción de gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia
canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo
es posible a través de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su
intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo
y con Cristo para ser aceptado en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la
ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su
Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la
institución, una oración llamada anámnesis o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente
el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas
que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica,
estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera
Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los
acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de
que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia
celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el
sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre
actual (cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en
el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención"
(LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio.
El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la
institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la
nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la
Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre
misma que "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el
sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo
como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres)
una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su
sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue entregado" (1 Co
11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo
reclama la naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio sangriento
que iba a realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin
de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los
pecados que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único
sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los
sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de
ofrecer": (Cc. de Trento, Sess. 22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y
puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola
incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a sí mismo una
vez de modo cruento"; …este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el
Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece
totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la
Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su
Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se
unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio
de Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas generaciones de cristianos la
posibilidad de unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en
oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los
brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los
hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del
ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la
Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia
universal. El obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando
es presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en ella para
significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la
asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también por todos los ministros
que, por ella y con ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la presidencia
del obispo o de quien él ha señalado para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el sacrificio
espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en
nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y
sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que el Señor venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí
abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el
sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo
memoria de ella así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con
María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han
muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS
1743), para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente
os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor
(S. Mónica, antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en
general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran
provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se
halla presente la santa y adorable víctima...Presentando a Dios nuestras súplicas por
los que han muerto, aunque fuesen pecadores,... presentamos a Cristo inmolado por
nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los
hombres (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una
participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que
celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos,
es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la
forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros
el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo
muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio,
la Iglesia no cesa de reproducirlo en el Sacramento del altar bien conocido de los
fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por
nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en
su Palabra, en la oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi
nombre" (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los
sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del
ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva
la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección
de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A.,
s.th. 3, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están
"contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el
alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo
entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título
exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque
es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace
presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la
Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para
obrar esta conversión. Así, S. Juan Crisóstomo declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre
de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de
Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto
es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo
que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la
naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La
palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las
cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su
naturaleza primera que cambiársela (myst. 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo,
nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente
su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de
nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de
toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de
toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha
llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y
dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero
presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo
que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la
presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras,
arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La
Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se debe al
sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su
celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas,
presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en
procesión" (MF 56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar
dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes
fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su
Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor
presente bajo las especies eucarísticas. Por eso, el sagrario debe estar colocado en un
lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar construido de tal forma que
subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el santo sacramento.
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su
Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su
forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la
cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos
había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su
presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien
nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo los signos que
expresan y comunican este amor:
La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos
espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en
la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y
delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración. (Juan Pablo II, lit. Dominicae
Cenae, 3).
1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de
Cristo en este sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por
la fe , la cual se apoya en la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de S.
Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros', S. Cirilo declara:
`No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor,
porque él, que es la Verdad, no miente" (S. Tomás de Aquino, s.th. 3,75,1, citado por
Pablo VI, MF 18):
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.

Visus, gustus, tactus in te fallitur,


Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.

(Adórote devotamente, oculta Deidad,


que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.

La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;


sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI El banquete pascual
1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se
perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y
la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente
orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión.
Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía,
representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del
Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo,
presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por
nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el
altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S. Ambrosio (sacr. 5,7), y
en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está
sobre el altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la
comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu
presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos
el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de
gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la
Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento
tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el
pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del
Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues
quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Co 11,27-
29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de
la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y
con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que
entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S.
Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a
tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo:
Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben
observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud
corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese
momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas
disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la misa (cf CIC, can
917. Los fieles, en el mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una
segunda vez: Cf Pontificia Commissio Codici Iuris Canonici Authentice Interpretando,
Responsa ad proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la
participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión
del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la
divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es
posible en tiempo pascual (cf CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la
Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa
Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos
los días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la
comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia
propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha
establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene
una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya
que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete
eucarístico" (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la
comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el
Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn
6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo
mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que
me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a
otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a
María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la
resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de
Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo
realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de
Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva,
acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la
vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra
peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la
comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por
muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a
Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de
futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si
cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo
recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre,
debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la
Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta
caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a
nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos
desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él:
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su
muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el
amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a
dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios
corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros,
y sepamos vivir crucificados para el mundo...y, llenos de caridad, muertos para el
pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de
futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más
progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado
mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es
propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el
sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la
Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos
los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta
incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos
llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza
esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la
sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo?
Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es
puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén"
(es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis.
Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero
miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero (S. Agustín, serm.
272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la
verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a
Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa,
no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de
participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a
ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1
Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S.
Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!"
("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo.
26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia
que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son
las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los
que creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica
celebran la Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas,
tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el
sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo
estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no
solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y
aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia
católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la
sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la
Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible.
Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la
muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa
la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros
católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los
enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero
que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen
la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
VII La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "O
sacrum convivium in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis eius; mens
impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que
Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de
gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía es el memorial de
la Pascua del Señor y s i por nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda
bendición celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la
Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el
cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé
de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino
de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la
Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4).
En su oración, implora su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap
22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en
medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la
Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi"
("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo
después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos
gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de
nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para
siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor
Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que
habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se
realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es
remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para
siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
Resumen
1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá
para siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece
en mí y yo en él" (Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella
Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de
gracias ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio
derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra
de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el
don de su Hijo, la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete
litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos
constituyen un solo y mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la
salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se
hace presente por la acción litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el
ministerio de los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo
Cristo, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del
sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y
consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid,
sobre los cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia
las palabras de la consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi
Cuerpo entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo
mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su
Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los
pecados de los vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o
temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en
estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe
acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el
sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión
del comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados
graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la
recepción de este sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de
Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión
cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de
hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso
honrarlo con culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba
de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor"
(MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la
gloria que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica
con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos
hace desear la Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa
Virgen María y a todos los santos.

Continuación 
SEGUNDA PARTE 
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO

SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

CAPÍTULO SEGUNDO
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN

1420 Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida


nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en "vasos de barro" (2 Co
4,7). Actualmente está todavía "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Nos
hallamos aún en "nuestra morada terrena" (2 Co 5,1), sometida al sufrimiento,
a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser
debilitada e incluso perdida por el pecado.
1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que
perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-
12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de
curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad de
los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la
Unción de los enfermos.
ARTÍCULO 4
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN 

1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la


misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo
tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella
les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11). 

I El nombre de este sacramento  

1423 Se le denomina sacramento de conversión porque realiza


sacramentalmente la llamada de Jesús a la conversión (cf Mc 1,15), la vuelta al
Padre (cf Lc 15,18) del que el hombre se había alejado por el pecado. 

Se denomina sacramento de la Penitencia porque consagra un proceso


personal y eclesial de  conversión, de arrepentimiento  y de reparación por
parte del cristiano pecador. 

1424 Es llamado sacramento de la confesión porque la declaración o


manifestación, la confesión de los pecados ante el sacerdote, es un elemento
esencial de este sacramento. En un sentido profundo este sacramento es
también una "confesión", reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y
de su misericordia para con el hombre pecador.
Se le llama sacramento del perdón porque, por la absolución sacramental del
sacerdote, Dios concede al penitente "el perdón y la paz" (OP, fórmula de la
absolución).
Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el
amor de Dios que reconcilia: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20). El que
vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del
Señor: "Ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,24).
II Por qué un sacramento de la reconciliación después del
bautismo 

1425 "Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados


en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11).
Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los
sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el
pecado es algo que no cabe en aquél que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27).
Pero el apóstol S. Juan dice también: "Si decimos: `no tenemos pecado', nos
engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos
enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo
de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.
1426 La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, el don del
Espíritu Santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo recibidos como alimento nos
han hecho "santos e inmaculados ante él" (Ef 1,4), como la Iglesia misma,
esposa de Cristo, es "santa e inmaculada ante él" (Ef 5,27). Sin embargo, la
vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la
debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición
llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de
prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de
Dios (cf DS 1515). Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y
la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf DS 1545; LG 40).
III La conversión de los bautizados
1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del
anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la
Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a
Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión
primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf.
Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de
todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la
vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida
para toda la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que
siendo "santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante,busca
sin cesar la penitencia y la renovación" (LG 8). Este esfuerzo de conversión no
es sólo una obra humana. Es el movimiento del "corazón contrito" (Sal 51,19),
atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor
misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de
su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas
del arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple
afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene
también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a
toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).
S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el
agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia"
(Ep. 41,12).
IV La penitencia interior
1430 Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la
penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la
ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la
penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y
engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de
esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia (cf Jl
2,12-13; Is 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un
retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el
pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que
hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de
cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en
la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y
tristeza saludables que los Padres llamaron "animi cruciatus" (aflicción del
espíritu), "compunctio cordis" (arrepentimiento del corazón) (cf Cc. de Trento:
DS 1676-1678; 1705; Catech. R. 2, 5, 4).
1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al
hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente
una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones:
"Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la
fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios,
nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a
temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano
se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za
12,10).
Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa
es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha
conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento (S. Clem. Rom.
Cor 7,4).
1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente
al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el Padre
ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el Consolador
(cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del arrepentimiento y de
la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV 27-48).
V Diversas formas de penitencia en la vida cristiana 

1434 La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy


variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el
ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la
conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los
demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el
martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos
realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la
preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los
santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8).
1435 La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de
reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y
del derecho (Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los
hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia,
la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la
persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el
camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23).
1436 Eucaristía y Penitencia. La conversión y la penitencia diarias
encuentran su fuente y su alimento en la Eucaristía, pues en ella se hace
presente el sacrificio de Cristo que nos reconcilió con Dios; por ella son
alimentados y fortificados los que viven de la vida de Cristo; "es el antídoto
que nos libera de nuestras faltas cotidianas y nos preserva de pecados
mortales" (Cc. de Trento: DS 1638).
1437 La lectura de la Sagrada Escritura, la oración de la Liturgia de las
Horas y del Padre Nuestro, todo acto sincero de culto o de piedad reaviva en
nosotros el espíritu de conversión y de penitencia y contribuye al perdón de
nuestros pecados.
1438 Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el
tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son
momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC
can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente
apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las
peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el
ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y
misioneras).
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito
maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo
centro es "el Padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una
libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el
hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de
verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las
algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el
arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino
del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos
son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el
banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de
alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que
es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor
de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan
llena de simplicidad y de belleza. 

VI El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación 

1440 El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al
mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión
implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo
que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la
Reconciliación (cf LG 11).
Sólo Dios perdona el pecado
1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de
Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los
pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están
perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina,
Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en
su nombre.
1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su
obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos
adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de
absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la
reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es
Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con
Dios" (2 Co 5,20).
Reconciliación con la Iglesia
1443 Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también
manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los
vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los
había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que
Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, él mismo se sienta a su
mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios
(cf Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf Lc 19,9).
1444 Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los
pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores
con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente
en las palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del
Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo
que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). "Está claro
que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza (cf Mt 18,18; 28,16-
20), recibió la función de atar y desatar dada a Pedro (cf Mt 16,19)" LG 22).
1445 Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyáis de
vuestra comunión, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien que
recibáis de nuevo en vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la
suya. La reconciliación con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con
Dios.
El sacramento del perdón
1446 Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los
miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del
Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia
bautismal y lesionado la comunión eclesial. El sacramento de la Penitencia
ofrece a éstos una nueva posibilidad de convertirse y de recuperar la gracia de
la justificación. Los Padres de la Iglesia presentan este sacramento como "la
segunda tabla (de salvación) después del naufragio que es la pérdida de la
gracia" (Tertuliano, paen. 4,2; cf Cc. de Trento: DS 1542).
1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según la cual la Iglesia ha
ejercido este poder recibido del Señor ha variado mucho. Durante los primeros
siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados
particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría,
homicidio o adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según
la cual los penitentes debían hacer penitencia pública por sus pecados, a
menudo, durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A este "orden
de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era
admitido raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el
siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de
Oriente, trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia,
que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes
de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde
entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta
nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría
así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una
sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados
veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que la Iglesia
practica hasta nuestros días.
1448 A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este
sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una
misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente
esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción
del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la
satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia.
Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo
concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción,
ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y
restablecido en la comunión eclesial.
1449 La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el
elemento esencial de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente
de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su
Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia: 

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la


resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los
pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te
absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
(OP 102). 

VII Los actos del penitente 

1450 "La penitencia mueve al pecador a sufrir todo voluntariamente; en su


corazón, contrición; en la boca, confesión; en la obra toda humildad y
fructífera satisfacción" (Catech. R. 2,5,21; cf Cc de Trento: DS 1673) .
La contrición
1451 Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es
"un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de
no volver a pecar" (Cc. de Trento: DS 1676).
1452 Cuando brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas, la
contrición se llama "contrición perfecta"(contrición de caridad). Semejante
contrición perdona las faltas veniales; obtiene también el perdón de los
pecados mortales si comprende la firme resolución de recurrir tan pronto sea
posible a la confesión sacramental (cf Cc. de Trento: DS 1677).
1453 La contrición llamada "imperfecta" (o "atrición") es también un don de
Dios, un impulso del Espíritu Santo. Nace de la consideración de la fealdad del
pecado o del temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es
amenazado el pecador. Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo
de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la
absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta
no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el
sacramento de la Penitencia (cf Cc. de Trento: DS 1678, 1705). 

1454 Conviene preparar la recepción de este sacramento mediante


un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Para esto, los
textos más aptos a este respecto se encuentran en el Decálogo y en la
catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles: Sermón de
la montaña y enseñanzas apostólicas (Rm 12-15; 1 Co 12-13; Ga 5; Ef 4-6,
etc.). 

La confesión de los pecados 

1455 La confesión de los pecados, incluso desde un punto de vista simplemente


humano, nos libera y facilita nuestra reconciliación con los demás. Por la
confesión, el hombre se enfrenta a los pecados de que se siente culpable; asume
su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la
Iglesia con el fin de hacer posible un nuevo futuro.
1456 La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte
esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes
deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras
haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si
han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del
Decálogo (cf Ex 20,17; Mt 5,28), pues, a veces, estos pecados hieren más
gravemente el alma y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la
vista de todos" (Cc. de Trento: DS 1680):
Cuando los fieles de Cristo se esfuerzan por confesar todos los pecados que
recuerdan, no se puede dudar que están presentando ante la misericordia
divina para su perdón todos los pecados que han cometido. Quienes actúan de
otro modo y callan conscientemente algunos pecados, no están presentando
ante la bondad divina nada que pueda ser perdonado por mediación del
sacerdote. Porque `si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al
médico, la medicina no cura lo que ignora' (S. Jerónimo, Eccl. 10,11) (Cc. de
Trento: DS 1680).
1457 Según el mandamiento de la Iglesia "todo fiel llegado a la edad del uso
de razón debe confesar al menos una vez la año, los pecados graves de que
tiene conciencia" (CIC can. 989; cf. DS 1683; 1708). "Quien tenga conciencia de
hallarse en pecado grave que no celebre la misa ni comulgue el Cuerpo del
Señor sin acudir antes a la confesión sacramental a no ser que concurra un
motivo grave y no haya posibilidad de confesarse; y, en este caso, tenga
presente que está obligado a hacer un acto de contrición perfecta, que incluye
el propósito de confesarse cuanto antes" (CIC, can. 916; cf Cc. de Trento: DS
1647; 1661; CCEO can. 711). Los niños deben acceder al sacramento de la
penitencia antes de recibir por primera vez la sagrada comunión (CIC
can.914).
1458 Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin
embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia (cf Cc. de Trento: DS 1680;
CIC 988,2). En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a
formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar
por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con
frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el
creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso (cf Lc 6,36):
El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. Dios acusa tus pecados, si tú
también te acusas, te unes a Dios. El hombre y el pecador, son por así decirlo,
dos realidades: cuando oyes hablar del hombre, es Dios quien lo ha hecho;
cuando oyes hablar del pecador, es el hombre mismo quien lo ha hecho.
Destruye lo que tú has hecho para que Dios salve lo que él ha hecho...Cuando
comienzas a detestar lo que has hecho, entonces tus obras buenas comienzan
porque reconoces tus obras malas. El comienzo de las obras buenas es la
confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la Luz (S. Agustín, ev.
Ioa. 12,13).
La satisfacción 

1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible


para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la
reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple
justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo,
así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el
pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de
Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la
plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus
pecados: debe "satisfacer" de manera apropiada o "expiar" sus pecados. Esta
satisfacción se llama también "penitencia". 

1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación


personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo
posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede
consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al
prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación
paciente de la cruz que debemos llevar. Tales penitencias ayudan a
configurarnos con Cristo que, el Unico que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1
Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo
resucitado, "ya que sufrimos con él" (Rm 8,17; cf Cc. de Trento: DS 1690):
Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es
posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no
podemos nada, con la ayuda "del que nos fortalece, lo podemos todo" (Flp
4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda
"nuestra gloria" está en Cristo...en quien satisfacemos "dando frutos dignos de
penitencia" (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y
gracias a él son aceptados por el Padre (Cc. de Trento: DS 1691).
VIII El ministro de este sacramento 

1461 Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación


(cf Jn 20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros,
colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto,
los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el
poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo".
1462 El perdón de los pecados reconcilia con Dios y también con la Iglesia. El
obispo, cabeza visible de la Iglesia par ticular, es considerado, por tanto, con
justo título, desde los tiempos antiguos como el que tiene principalmente el
poder y el ministerio de la reconciliación: es el moderador de la disciplina
penitencial (LG 26). Los presbíteros, sus colaboradores, lo ejercen en la
medida en que han recibido la tarea de administrarlo sea de su obispo (o de un
superior religioso) sea del Papa, a través del derecho de la Iglesia (cf CIC can
844; 967-969, 972; CCEO can. 722,3-4).
1463 Ciertos pecados particularmente graves están sancionados con
la excomunión, la pena eclesiástica más severa, que impide la recepción de los
sacramentos y el ejercicio de ciertos actos eclesiásticos (cf CIC, can. 1331;
CCEO, can. 1431. 1434), y cuya absolución, por consiguiente, sólo puede ser
concedida, según el derecho de la Iglesia, al Papa, al obispo del lugar, o a
sacerdotes autorizados por ellos (cf CIC can. 1354-1357; CCEO can. 1420). En
caso de peligro de muerte, todo sacerdote, aun el que carece de la facultad de
oír confesiones, puede absolver de cualquier pecado (cf CIC can. 976; para la
absolución de los pecados, CCEO can. 725) y de toda excomunión. 

1464 Los sacerdotes deben alentar a los fieles a acceder al sacramento de la


penitencia y deben mostrarse disponibles a celebrar este sacramento cada vez
que los cristianos lo pidan de manera razonable (cf CIC can. 986; CCEO, can
735; PO 13).
1465 Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el
ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano
que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su
vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez
justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el
instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador.
1466 El confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios. El ministro
de este sacramento debe unirse a la intención y a la caridad de Cristo (cf PO
13). Debe tener un conocimiento probado del comportamiento cristiano,
experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído;
debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente
con paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer
penitencia por él confiándolo a la misericordia del Señor.
1467 Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a
las personas, la Iglesia declara que todo sacerdote que oye confesiones está
obligado a guardar un secreto absoluto sobre los pecados que sus penitentes le
han confesado, bajo penas muy severas (CIC can. 1388,1; CCEO can. 1456).
Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la
vida de los penitentes. Este secreto, que no admite excepción, se llama "sigilo
sacramental", porque lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda
"sellado" por el sacramento.
IX Los efectos de este sacramento 

1468 "Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia


de Dios y nos une con él con profunda amistad" (Catech. R. 2, 5, 18). El fin y el
efecto de este sacramento son, pues, la reconciliación con Dios. En los que
reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito y con una
disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la
conciencia, a las que acompaña un profundo consuelo espiritual" (Cc. de
Trento: DS 1674). En efecto, el sacramento de la reconciliación con Dios
produce una verdadera "resurrección espiritual", una restitución de la
dignidad y de los bienes de la vida de los hijos de Dios, el más precioso de los
cuales es la amistad de Dios (Lc 15,32).
1469 Este sacramento reconcilia con la Iglesia al penitente. El pecado
menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la
repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en
la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la
Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros (cf 1 Co 12,26).
Restablecido o afirmado en la comunión de los santos, el pecador es
fortalecido por el intercambio de los bienes espirituales entre todos los
miembros vivos del Cuerpo de Cristo, estén todavía en situación de peregrinos
o que se hallen ya en la patria celestial (cf LG 48-50):
Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como consecuencia,
por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el
pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más
íntimo de su propio ser, en el que recupera la propia verdad interior; se
reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación (RP 31).
1470 En este sacramento, el pecador, confiándose al juicio misericordioso de
Dios, anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta
vida terrena. Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección
entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos
entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta (cf 1 Co 5,11; Ga 5,19-21;
Ap 22,15). Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de
la muerte a la vida "y no incurre en juicio" (Jn 5,24).
X Las indulgencias 

1471 La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están


estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia (Pablo VI,
const. ap. "Indulgentiarum doctrina", normas 1-3).
Qué son las indulgencias
"La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados,
ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo
determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como
administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de
las satisfacciones de Cristo y de los santos".
"La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida
por los pecados en parte o totalmente".
"Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de
sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias" (CIC, can. 992-
994).
Las penas del pecado
1472 Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia es preciso
recordar que el pecado tiene una doble consecuencia. El pecado grave nos
priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna,
cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte, todo
pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que tienen
necesidad de purificación, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el
estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la
"pena temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser concebidas como
una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo
que brota de la naturaleza misma del pecado. Una conversión que procede de
una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador, de modo
que no subsistiría ninguna pena (Cc. de Trento: DS 1712-13; 1820).
1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios
entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas
temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse, soportando
pacientemente los sufrimientos y las pruebas de toda clase y, llegado el día,
enfrentándose serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas
penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante las obras de
misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas
de penitencia, a despojarse completamente del "hombre viejo" y a revestirse
del "hombre nuevo" (cf. Ef 4,24).
En la comunión de los santos
1474 El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda
de la gracia de Dios no se encuentra sólo. "La vida de cada uno de los hijos de
Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida
de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del Cuerpo
místico de Cristo, como en una persona mística" (Pablo VI, Const. Ap.
"Indulgentiarum doctrina", 5).
1475 En la comunión de los santos, por consiguiente, "existe entre los fieles
-tanto entre quienes ya son bienaventurados como entre los que expían en el
purgatorio o los que que peregrinan todavía en la tierra- un constante vínculo
de amor y un abundante intercambio de todos los bienes" (Pablo VI, ibid). En
este intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a los otros, más allá
del daño que el pecado de uno pudo causar a los demás. Así, el recurso a la
comunión de los santos permite al pecador contrito estar antes y más
eficazmente purificado de las penas del pecado.
1476 Estos bienes espirituales de la comunión de los santos, los llamamos
también el tesoro de la Iglesia, "que no es suma de bienes, como lo son las
riquezas materiales acumuladas en el transcurso de los siglos, sino que es el
valor infinito e inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos de
Cristo nuestro Señor, ofrecidos para que la humanidad quedara libre del
pecado y llegase a la comunión con el Padre. Sólo en Cristo, Redentor nuestro,
se encuentran en abundancia las satisfacciones y los méritos de su redención
(cf Hb 7,23-25; 9, 11-28)" (Pablo VI, Const. Ap. "Indulgentiarum doctrina",
ibid).
1477 "Pertenecen igualmente a este tesoro el precio verdaderamente inmenso,
inconmensurable y siempre nuevo que tienen ante Dios las oraciones y las
buenas obras de la Bienaventurada Virgen María y de todos los santos que se
santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos, y realizaron una
obra agradable al Padre, de manera que, trabajando en su propia salvación,
cooperaron igualmente a la salvación de sus hermanos en la unidad del
Cuerpo místico" (Pablo VI, ibid).
Obtener la indulgencia de Dios por medio de la Iglesia
1478 Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de
atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un
cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para
obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales
debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en
ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras de piedad, de
penitencia y de caridad (cf Pablo VI, ibid. 8; Cc. de Trento: DS 1835).
1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también
miembros de la misma comunión de los santos, podemos ayudarles, entre
otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean
libres de las penas temporales debidas por sus pecados.
XI La celebración del sacramento de la Penitencia 

1480 Como todos los sacramentos, la Penitencia es una acción litúrgica.


Ordinariamente los elementos de su celebración son: saludo y bendición del
sacerdote, lectura de la Palabra de Dios para iluminar la conciencia y suscitar
la contrición, y exhortación al arrepentimiento; la confesión que reconoce los
pecados y los manifiesta al sacerdote; la imposición y la aceptación de la
penitencia; la absolución del sacerdote; alabanza de acción de gracias y
despedida con la bendición del sacerdote.
1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas de absolución, en forma
deprecativa, que expresan admirablemente el misterio del perdón: "Que el
Dios que por el profeta Natán perdonó a David cuando confesó sus pecados, y
a Pedro cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas
sobre sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio de
mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga comparecer sin
condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los siglos de los siglos.
Amén.".
1482 El sacramento de la penitencia puede también celebrarse en el marco de
una celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la
confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido. Así la confesión
personal de los pecados y la absolución individual están insertadas en una
liturgia de la Palabra de Dios, con lecturas y homilía, examen de conciencia
dirigido en común, petición comunitaria del perdón, rezo del Padrenuestro y
acción de gracias en común. Esta celebración comunitaria expresa más
claramente el carácter eclesial de la penitencia. En todo caso, cualquiera que
sea la manera de su celebración, el sacramento de la Penitencia es siempre,
por su naturaleza misma, una acción litúrgica, por tanto, eclesial y pública (cf
SC 26-27).
1483 En casos de necesidad grave se puede recurrir a la celebración
comunitaria de la reconciliación con confesión general y absolución general.
Semejante necesidad grave puede presentarse cuando hay un peligro
inminente de muerte sin que el sacerdote o los sacerdotes tengan tiempo
suficiente para oír la confesión de cada penitente. La necesidad grave puede
existir también cuando, teniendo en cuenta el número de penitentes, no hay
bastantes confesores para oír debidamente las confesiones individuales en un
tiempo razonable, de manera que los penitentes, sin culpa suya, se verían
privados durante largo tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada
comunión. En este caso, los fieles deben tener, para la validez de la absolución,
el propósito de confesar individualmente sus pecados graves en su debido
tiempo (CIC can. 962,1). Al obispo diocesano corresponde juzgar s i existen las
condiciones requeridas para la absolución general (CIC can. 961,2). Una gran
concurrencia de fieles con ocasión de grandes fiestas o de peregrinaciones no
constituyen por su naturaleza ocasión de la referida necesidad grave.
1484 "La confesión individual e íntegra y la absolución continúan siendo el
único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y la Iglesia, a
no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión"
(OP 31). Y esto se establece así por razones profundas. Cristo actúa en cada
uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores:
"Hijo, tus pecados están perdonados" (Mc 2,5); es el médico que se inclina
sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de él (cf Mc 2,17) para
curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la
confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios
y con la Iglesia.
Resumen 

1485 En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les


dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
1486 El perdón de los pecados cometidos después del Bautismo es concedido
por un sacramento propio llamado sacramento de la conversión, de la
confesión, de la penitencia o de la reconciliación.
1487 Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de
hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que
cada cristiano debe ser una piedra viva.
1488 A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene
peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el
mundo entero.
1489 Volver a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el
pecado, es un movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y
deseoso de la salvación de los hombres. Es preciso pedir este don precioso para
sí mismo y para los demás.
1490 El movimiento de retorno a Dios, llamado conversión y
arrepentimiento, implica un dolor y una aversión respecto a los pecados
cometidos, y el propósito firme de no volver a pecar. La conversión, por tanto,
mira al pasado y al futuro; se nutre de la esperanza en la misericordia divina.
1491 El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres
actos realizados por el penitente, y por la absolución del sacerdote. Los actos
del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los
pecados al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de
penitencia.
1492 El arrepentimiento (llamado también contrición) debe estar inspirado
en motivaciones que brotan de la fe. Si el arrepentimiento es concebido por
amor de caridad hacia Dios, se le llama "perfecto"; si está fundado en otros
motivos se le llama "imperfecto".
1493 El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe
confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de
los que se acuerda tras examinar cuidadosamente su conciencia. Sin ser
necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales está recomendada
vivamente por la Iglesia.
1494 El confesor impone al penitente el cumplimiento de ciertos actos de
"satisfacción" o de "penitencia", para reparar el daño causado por el pecado y
restablecer los hábitos propios del discípulo de Cristo.
1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la
facultad de absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre
de Cristo.
1496 Los efectos espirituales del sacramento de la Penitencia son: 
— la reconciliación con Dios por la que el penitente recupera la gracia;
— la reconciliación con la Iglesia; 
— la remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales; 
— la remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del
pecado;
— la paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual;
— el acrecentamiento de las fuerzas espirituales para el combate cristiano.
1497 La confesión individual e integra de los pecados graves seguida de la
absolución es el único medio ordinario para la reconciliación con Dios y con la
Iglesia.
1498 Mediante las indulgencias, los fieles pueden alcanzar para sí mismos y
también para las almas del Purgatorio la remisión de las penas temporales,
consecuencia de los pecados.

ARTÍCULO 5
LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

1499 "Con la sagrada unción de los enfermos y con la oración de los


presbíteros , toda la Iglesia entera encomienda a os enfermos al Señor
sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Incluso los anima a
unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo; y contribuir, así, al bien del
Pueblo de Dios" (LG 11).
I Fundamentos en la economía de la salvación

La enfermedad en la vida humana


1500 La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los
problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el
hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad
puede hacernos entrever la muerte.
1501 La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí
mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede
también h acer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo
que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la
enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a él.
El enfermo ante Dios
1502 El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios.
Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf Sal 38) y de él, que es el Señor de
la vida y de la muerte, implora la curación (cf Sal 6,3; Is 38). La enfermedad
se convierte en camino de conversión (cf Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios
inaugura la curación (cf Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que
la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que
la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te
sana" (Ex 15,26). El profeta entreve que el sufrimiento puede tener también un
sentido redentor por los pecados de los demás (cf Is 53,11). Finalmente, Isaías
anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta
y curará toda enfermedad (cf Is 33,24).
Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones
de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios
ha visitado a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca.
Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los
pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el
médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que
sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis"
(Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo
largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos
hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen
a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se
sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-
25), barro y ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41;
3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así,
en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los
enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y
cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los
enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios.
Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte
por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-
6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es sino
una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido
nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos une a su
pasión redentora.
“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf Mt
10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre
los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar
de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron
que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a
muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre...impondrán las
manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con
los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3).
Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente
"Dios que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co
12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin
embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de
todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te
basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que los
sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente:
"completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su
Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del
Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los
enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en
la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta
presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera
especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya
conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf 1 Co 11,30).
1510 No obstante la Iglesia apostólica tuvo un rito propio en favor de los
enfermos, atestiguado por Santiago: "Está enfermo alguno de vosotros?
Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el
nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que
se levante, y s i hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (St 5,14-15).
La Tradición ha reconocido en este rito uno de los siete sacramentos de la
Iglesia (cf DS 216; 1324-1325; 1695-1696; 1716-1717).
Un sacramento de los enfermos
1511 La Iglesia cree y confiesa que, entre los siete sacramentos, existe un
sacramento especialmente destinado a reconfortar a los atribulados por la
enfermedad: la Unción de los enfermos:
Esta unción santa de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor
como un sacramento del Nuevo Testamento, verdadero y propiamente dicho,
insinuado por Mc (cf.Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por
Santiago, apóstol y hermano del Señor [cf. St 5,14-15] (Cc. de Trento: DS
1695).
1512 En la tradición litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente, se poseen
desde la antigüedad testimonios de unciones de enfermos practicadas con
aceite bendito. En el transcurso de los siglos, la Unción de los enfermos fue
conferida, cada vez más exclusivamente, a los que estaban a punto de morir. A
causa de esto, había recibido el nombre de "Extremaunción". A pesar de esta
evolución, la liturgia nunca dejó de orar al Señor a fin de que el enfermo
pudiera recobrar su salud si así convenía a su salvación (cf. DS 1696).
1513 La Constitución apostólica "Sacram Unctionem Infirmorum" del 30 de
Noviembre de 1972, de conformidad con el Concilio Vaticano II (cf SC 73)
estableció que, en adelante, en el rito romano, se observara lo que sigue:
El sacramento de la Unción de los enfermos se administra a los gravemente
enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva
debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas,
y pronunciando una sola vez estas palabras: "per istam sanctam unctionem et
suam piissimam misericordiam adiuvet te Dominus gratia spiritus sancti ut a
peccatis liberatum te salvet atque propitius allevet" ("Por esta santa Unción, y
por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu
Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en
tu enfermedad", cf. CIC, can. 847,1).
II Quién recibe y quién administra este sacramento

En caso de grave enfermedad ...


1514 La unción de los enfermos "no es un sacramento sólo para aquellos que
están a punto de morir. Por eso, se considera tiempo oportuno para recibirlo
cuando el fiel empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez"
(SC 73; cf CIC, can. 1004,1; 1005; 1007; CCEO, can. 738).
1515 Si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de
nueva enfermedad grave, recibir de nuevo este sacramento. En el curso de la
misma enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la enfermedad se
agrava. Es apropiado recibir la Unción de los enfermos antes de una
operación importante. Y esto mismo puede aplicarse a las personas de edad
edad avanzada cuyas fuerzas se debilitan.
"...llame a los presbíteros de la Iglesia"
1516 Solo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son ministros de la unción de
los enfermos (cf Cc. de Trento: DS 1697; 1719; CIC, can. 1003; CCEO. can.
739,1). Es deber de los pastores instruir a los fieles sobre los beneficios de este
sacramento. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al sacerdote
para recibir este sacramento. Y que los enfermos se preparen para recibirlo en
buenas disposiciones, con la ayuda de su pastor y de toda la comunidad
eclesial a la cual se invita a acompañar muy especialmente a los enfermos con
sus oraciones y sus atenciones fraternas.
III La celebración del sacramento

1517 Como en todos los sacramentos, la unción de los enfermos se celebra de


forma litúrgica y comunitaria (cf SC 27), que tiene lugar en familia, en el
hospital o en la iglesia, para un solo enfermo o para un grupo de enfermos. Es
muy conveniente que se celebre dentro de la Eucaristía, memorial de la Pascua
del Señor. Si las circunstancias lo permiten, la celebración del sacramento
puede ir precedida del sacramento de la Penitencia y seguida del sacramento
de la Eucaristía. En cuanto sacramento de la Pascua de Cristo, la Eucaristía
debería ser siempre el último sacramento de la peregrinación terrenal, el
"viático" para el "paso" a la vida eterna.
1518 Palabra y sacramento forman un todo inseparable. La Liturgia de la
Palabra, precedida de un acto de penitencia, abre la celebración. Las palabras
de Cristo y el testimonio de los apóstoles suscitan la fe del enfermo y de la
comunidad para pedir al Señor la fuerza de su Espíritu.
1519 La celebración del sacramento comprende principalmente estos
elementos: "los presbíteros de la Iglesia" (St 5,14) imponen -en silencio- las
manos a los enfermos; oran por los enfermos en la fe de la Iglesia (cf St 5,15);
es la epíclesis propia de este sacramento; luego ungen al enfermo con óleo
bendecido, si es posible, por el obispo.
Estas acciones litúrgicas indican la gracia que este sacramento confiere a los
enfermos.
IV Efectos de la celebración de este sacramento

1520 Un don particular del Espíritu Santo. La gracia primera de este


sacramento es un gracia de consuelo, de paz y de ánimo para vencer las
dificultades propias del estado de enfermedad grave o de la fragilidad de la
vejez. Esta gracia es un don del Espíritu Santo que renueva la confianza y la fe
en Dios y fortalece contra las tentaciones del maligno, especialmente tentación
de desaliento y de angustia ante la muerte (cf. Hb 2,15). Esta asistencia del
Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir al enfermo a la curación del
alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios (cf Cc. de
Florencia: DS 1325). Además, "si hubiera cometido pecados, le serán
perdonados" (St 5,15; cf Cc. de Trento: DS 1717).
1521 La unión a la Pasión de Cristo. Por la gracia de est e sacramento, el
enfermo recibe la fuerza y el don de unirse más íntimamente a la Pasión de
Cristo: en cierta manera es consagrado para dar fruto por su configuración
con la Pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, secuela del pecado
original, recibe un sentido nuevo, viene a ser participación en la obra salvífica
de Jesús.
1522 Una gracia eclesial. Los enfermos que reciben este sacramento,
"uniéndose libremente a la pasión y muerte de Cristo, contribuyen al bien del
Pueblo de Dios" (LG 11). Cuando celebra este sacramento, la Iglesia, en la
comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo, a su
vez, por la gracia de este sacramento, contribuye a la santificación de la
Iglesia y al bien de todos los hombres por los que la Iglesia sufre y se ofrece,
por Cristo, a Dios Padre.
1523 Una preparación para el último tránsito. Si el sacramento de la unción
de los enfermos es concedido a todos los que sufren enfermedades y dolencias
graves, lo es con mayor razón "a los que están a punto de salir de esta vida"
("in exitu viae constituti"; Cc. de Trento: DS 1698), de manera que se la
llamado también "sacramentum exeuntium" ("sacramento de los que parten",
ibid.). La Unción de los enfermos acaba de conformarnos con la muerte y a la
resurrección de Cristo, como el Bautismo había comenzado a hacerlo. Es la
última de las sagradas unciones que jalonan toda la vida cristiana; la del
Bautismo había sellado en nosotros la vida nueva; la de la Confirmación nos
había fortalecido para el combate de esta vida. Esta última unción ofrece al
término de nuestra vida terrena un sólido puente levadizo para entrar en la
Casa del Padre defendiéndose en los últimos combates (cf ibid.: DS 1694).
V El Viático, último sacramento del cristiano

1524 A los que van a dejar esta vida, la Iglesia ofrece, además de la Unción de
los enfermos, la Eucaristía como viático. Recibida en este momento del paso
hacia el Padre, la Comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo tiene una
significación y una importancia particulares. Es semilla de vida eterna y
poder de resurrección, según las palabras del Señor: "El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6,54).
Puesto que es sacramento de Cristo muerto y resucitado, la Eucaristía es aquí
sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre (Jn 13,1).
1525 Así, como los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la
Eucaristía constituyen una unidad llamada "los sacramentos de la iniciación
cristiana", se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía, en
cuanto viático, constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, "los
sacramentos que preparan para entrar en la Patria" o los sacramentos que
cierran la peregrinación.
Resumen, Unción de los Enfermos

1526 "¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la


Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la
oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera
cometidos pecados, le serán perdonados" (St 5,14-15).
1527 El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una
gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al
estado de enfermedad grave o de vejez. 1528 El tiempo oportuno para recibir
la Santa Unción llega ciertamente cuando el fiel comienza a encontrarse en
peligro de muerte por causa de enfermedad o de vejez.
1529 Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la
Santa Unción, y también cuando, después de haberla recibido, la enfermedad
se agrava.
1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el
sacramento de la Unción de los enfermos; para conferirlo emplean óleo
bendecido por el Obispo, o, en caso necesario, por el mismo presbítero que
celebra.
1531 Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en
la frente y las manos del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del
cuerpo (en Oriente), unción acompañada de la oración litúrgica del sacerdote
celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.
1532 La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene
como efectos:
— la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la
Iglesia;
— el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos
de la enfermedad o de la vejez; 
— el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el
sacramento de la penitencia; 
— el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual; 
— la preparación para el paso a la vida eterna.

CAPÍTULO TERCERO
LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

1533. El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la


iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común de todos los discípulos
de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo.
Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta vida de
peregrinos en marcha hacia la patria.
1534 Otros dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio, están ordenados a la
salvación de los demás. Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero
esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás. Confieren una
misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios.
1535 En estos sacramentos, los que fueron ya consagrados por el Bautismo y
la Confirmación (LG 10) para el sacerdocio común de todos los fieles, pueden
recibir consagraciones particulares. Los que reciben el sacramento del orden
son consagrados para "en el nombre de Cristo ser los pastores de la Iglesia
con la palabra y con la gracia de Dios" (LG 11). Por su parte, "los cónyuges
cristianos, son fortificados y como consagrados para los deberes y dignidad
de su estado por este sacramento especial" (GS 48,2).
ARTÍCULO 6
EL SACRAMENTO DEL ORDEN

1536 El Orden es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo


a sus Apóstoles sigue siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos:
es, pues, el sacramento del ministerio apostólico. Comprende tres grados: el
episcopado, el presbiterado y el diaconado.
(Sobre la institución y la misión del ministerio apostólico por Cristo ya se ha
tratado en la primera parte. Aquí sólo se trata de la realidad sacramental
mediante la que se transmite este ministerio)
I El nombre de sacramento del Orden

1537 La palabra Orden designaba, en la antigüedad romana, cuerpos


constituidos en sentido civil, sobre todo el cuerpo de los que
gobiernan. Ordinatiodesigna la integración en un ordo. En la Iglesia hay
cuerpos constituidos que la Tradición, no sin fundamentos en la Sagrada
Escritura (cf Hb 5,6; 7,11; Sal 110,4), llama desde los tiempos antiguos con el
nombre de taxeis (en griego), de ordines (en latín): así la liturgia habla
del ordo episcoporum, del ordo presbyterorum, del ordo diaconorum.
También reciben este nombre de ordo otros grupos: los catecúmenos, las
vírgenes, los esposos, las viudas...
1538 La integración en uno de estos cuerpos de la Iglesia se hacía por un rito
llamado ordinatio, acto religioso y litúrgico que era una consagración, una
bendición o un sacramento. Hoy la palabra ordinatio está reservada al acto
sacramental que incorpora al orden de los obispos, de los presbíteros y de los
diáconos y que va más allá de una
simple elección, designación, delegación o institución por la comunidad, pues
confiere un don del Espíritu Santo que permite ejercer un "poder sagrado"
(sacra potestas; cf LG 10) que sólo puede venir de Cristo, a través de su Iglesia.
La ordenación también es llamada consecratio porque es un "poner a parte" y
un "investir" por Cristo mismo para su Iglesia. La imposición de manos del
obispo, con la oración consecratoria, constituye el signo visible de esta
consagración.
II El sacramento del Orden en la economía de la salvación
El sacerdocio de la Antigua Alianza
1539 El pueblo elegido fue constituido por Dios como "un reino de sacerdotes
y una nación consagrada" (Ex 19,6; cf Is 61,6). Pero dentro del pueblo de
Israel, Dios escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico
(cf. Nm 1,48-53); Dios mismo es la parte de su herencia (cf. Jos 13,33). Un rito
propio consagró los orígenes del sacerdocio de la Antigua Alianza (cf Ex 29,1-
30; Lv 8). En ella los sacerdotes fueron establecidos "para intervenir en favor
de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por
los pecados" (Hb 5,1).
1540 Instituido para anunciar la palabra de Dios (cf Ml 2,7-9) y para
restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios y la oración, este
sacerdocio de la Antigua Alianza, sin embargo, era incapaz de realizar la
salvación, por lo cual tenía necesidad de repetir sin cesar los sacrificios, y no
podía alcanzar una santificación definitiva (cf. Hb 5,3; 7,27; 10,1-4), que sólo
podría alcanzada por el sacrificio de Cristo.
1541 No obstante, la liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el
servicio de los levitas, así como en la institución de los setenta "ancianos" (cf
Nm 11,24-25), prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza.
Por ello, en el rito latino la Iglesia se dirige a Dios en la oración consecratoria
de la ordenación de los obispos de la siguiente manera:
Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo...has establecido las reglas de la
Iglesia: elegiste desde el principio un pueblo santo, descendiente de Abraham ,
y le diste reyes y sacerdotes que cuidaran del servicio de tu santuario...
1542 En la ordenación de presbíteros, la Iglesia ora:
Señor, Padre Santo...en la Antigua Alianza se fueron perfeccionando a través
de los signos santos los grados del sacerdocio...cuando a los sumos sacerdotes,
elegidos para regir el pueblo, les diste compañeros de menor orden y dignidad,
para que les ayudaran como colaboradores...multiplicaste el espíritu de
Moisés, comunicándolo a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó
fácilmente un pueblo numeroso. Así también transmitiste a los hijos de Aarón
la abundante plenitud otorgada a su padre.
1543 Y en la oración consecratoria para la ordenación de diáconos, la Iglesia
confiesa:
Dios Todopoderoso...tú haces crecer a la Iglesia...la edificas como templo de tu
gloria...así estableciste que hubiera tres órdenes de ministros para tu servicio,
del mismo modo que en la Antigua Alianza habías elegido a los hijos de Leví
para que sirvieran al templo, y, como herencia, poseyeran una bendición
eterna.
El único sacerdocio de Cristo
1544 Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza
encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús, "único mediador entre Dios y los
hombres" (1 Tm 2,5). Melquisedec, "sacerdote del Altísimo" (Gn 14,18), es
considerado por la Tradición cristiana como una prefiguración del sacerdocio
de Cristo, único "Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec" (Hb 5,10;
6,20), "santo, inocente, inmaculado" (Hb 7,26), que, "mediante una sola
oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados" (Hb 10,14),
es decir, mediante el único sacrificio de su Cruz.
1545 El sacrificio redentor de Cristo es único, realizado una vez por todas. Y
por esto se hace presente en el sacrificio eucarístico de la Iglesia. Lo mismo
acontece con el único sacerdocio de Cristo: se hace presente por el sacerdocio
ministerial sin que con ello se quebrante la unicidad del sacerdocio de Cristo:
"Et ideo solus Christus est verus sacerdos, alii autem ministri eius" ("Y por eso
sólo Cristo es el verdadero sacerdote; los demás son ministros suyos", S.
Tomás de A. Hebr. VII, 4).
Dos modos de participar en el único sacerdocio de Cristo
1546 Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia "un
Reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P 2,5.9).
Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, sacerdotal. Los fieles ejercen
su sacerdocio bautismal a través de su participación, cada uno según su
vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Por los
sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los fieles son "consagrados
para ser...un sacerdocio santo" (LG 10)
1547 El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los presbíteros,
y el sacerdocio común de todos los fieles, "aunque su diferencia es esencial y no
sólo en grado, están ordenados el uno al otro; ambos, en efecto, participan,
cada uno a su manera, del único sacerdocio de Cristo" (LG 10). ¿En qué
sentido? Mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo
de la gracia bautismal (vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el
Espíritu), el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en
orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de
los medios por los cuales Cristo no cesa de construir y de conducir a su Iglesia.
Por esto es transmitido mediante un sacramento propio, el sacramento del
Orden.
In persona Christi Capitis...
1548 En el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está
presente a su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo
sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de la Verdad. Es lo que la Iglesia
expresa al decir que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden, actúa
"in persona Christi Capitis" (cf LG 10; 28; SC 33; CD 11; PO 2,6):
El ministro posee en verdad el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si,
ciertamente, aquel es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración
sacerdotal recibida, goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo
a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi) (Pío XII, enc. Mediator
Dei)
"Christus est fons totius sacerdotii; nan sacerdos legalis erat figura ipsius,
sacerdos autem novae legis in persona ipsius operatur" ("Cristo es la fuente de
todo sacerdocio, pues el sacerdote de la antigua ley era figura de EL, y el
sacerdote de la nueva ley actúa en representación suya" (S. Tomás de A., s.th.
3, 22, 4).
1549 Por el ministerio ordenado, especialmente por el de los obispos y los
presbíteros, la presencia de Cristo como cabeza de la Iglesia se hace visible en
medio de la comunidad de los creyentes. Según la bella expresión de San
Ignacio de Antioquía, el obispo es typos tou Patros, es imagen viva de Dios
Padre (Trall. 3,1; cf Magn. 6,1).
1550 Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si
éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de
errores, es decir del pecado. No todos los actos del ministro son garantizado s
de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los
sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del
ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que
la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de
la fidelidad al evangelio y que pueden dañar por consiguiente a la fecundidad
apostólica de la Iglesia.
1551 Este sacerdocio es ministerial. "Esta Función, que el Señor confió a los
pastores de su pueblo, es un verdadero servicio" (LG 24). Está enteramente
referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su
sacerdocio único, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad
de la Iglesia. El sacramento del Orden comunica "un poder sagrado", que no es
otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse
según el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos
(cf. Mc 10,43-45; 1 P 5,3). "El Señor dijo claramente que la atención prestada a
su rebaño era prueba de amor a él" (S. Juan Crisóstomo, sac. 2,4; cf. Jn 21,15-
17).
“En nombre de toda la Iglesia”
1552 El sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a
Cristo –Cabeza de la Iglesia– ante la asamblea de los fieles, actúa también en
nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia (cf
SC 33) y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico (cf LG 10).
1553 "En nombre de toda la Iglesia", expresión que no quiere decir que los
sacerdotes sean los delegados de la comunidad. La oración y la ofrenda de la
Iglesia son inseparables de la oración y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Se
trata siempre del culto de Cristo en y por su Iglesia. Es toda la Iglesia, cuerpo
de Cristo, la que ora y se ofrece, per ipsum et cum ipso et in ipso, en la unidad
del Espíritu Santo, a Dios Padre. Todo el cuerpo, caput et membra, ora y se
ofrece, y por eso quienes, en este cuerpo, son específicamente sus ministros,
son llamados ministros no sólo de Cristo, sino también de la Iglesia. El
sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia porque representa a
Cristo.
III Los tres grados del sacramento del Orden

1554 "El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos


órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros y
diáconos" (LG 28). La doctrina católica, expresada en la liturgia, el magisterio
y la práctica constante de la Iglesia, reconocen que existen dos grados de
participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el
presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y a servirles. Por eso, el
término "sacerdos" designa, en el uso actual, a los obispos y a los presbíteros,
pero no a los diáconos. Sin embargo, la doctrina católica enseña que los
grados de participación sacerdotal (episcopado y presbiterado) y el grado de
servicio (diaconado) son los tres conferidos por un acto sacramental llamado
"ordenación", es decir, por el sacramento del Orden:
Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al
obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y
como a la asamblea de los apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia (S.
Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1)
La ordenación episcopal, plenitud del sacramento del Orden
1555 "Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer
lugar el ministerio de los obispos que, que a través de una sucesión que se
remonta hasta el principio, son los transmisores de la semilla apostólica" (LG
20).
1556 "Para realizar estas funciones tan sublimes, los Apóstoles se vieron
enriquecidos por Cristo con la venida especial del Espíritu Santo que descendió
sobre ellos. Ellos mismos comunicaron a sus colaboradores, mediante la
imposición de las manos, el don espiritual que se ha transmitido hasta
nosotros en la consagración de los obispos" (LG 21).
1557 El Concilio Vaticano II "enseña que por la consagración episcopal se
recibe la plenitud del sacramento del Orden. De hecho se le llama, tanto en la
liturgia de la Iglesia como en los Santos Padres, `sumo sacerdocio' o `cumbre
del ministerio sagrado'" (ibid.).
1558 "La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar,
también las funciones de enseñar y gobernar... En efecto...por la imposición de
las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del
Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los
obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo,
Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona agant)"
(ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los obispos los
verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores" (CD 2).
1559 "Uno queda constituido miembro del Colegio episcopal en virtud de la
consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza y con los
miembros del Colegio" (LG 22). El carácter y la naturaleza colegial del orden
episcopal se manifiestan, entre otras cosas, en la antigua práctica de la Iglesia
que quiere que para la consagración de un nuevo obispo participen varios
obispos (cf ibid.). Para la ordenación legítima de un obispo se requiere hoy
una intervención especial del Obispo de Roma por razón de su cualidad de
vínculo supremo visible de la comunión de las Iglesias particulares en la
Iglesia una y de garante de libertad de la misma.
1560 Cada obispo tiene, como vicario de Cristo, el oficio pastoral de la Iglesia
particular que le ha sido confiada, pero al mismo tiempo tiene colegialmente
con todos sus hermanos en el episcopado la solicitud de todas las Iglesias:
"Mas si todo obispo es propio solamente de la porción de grey confiada a sus
cuidados, su cualidad de legítimo sucesor de los apóstoles por institución
divina, le hace solidariamente responsable de la misión apostólica de la
Iglesia" (Pío XII, Enc. Fidei donum, 11; cf LG 23; CD 4,36-37; AG 5.6.38).
1561 Todo lo que se ha dicho explica por qué la Eucaristía celebrada por el
obispo tiene una significación muy especial como expresión de la Iglesia
reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien representa visiblemente
a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41; LG 26).
La ordenación de los presbíteros - cooperadores de los obispos
1562 "Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, hizo a los obispos
partícipes de su misma consagración y misión por medio de los Apóstoles de
los cuales son sucesores. Estos han confiado legítimamente la función de su
ministerio en diversos grados a diversos sujetos en la Iglesia" (LG 28). "La
función ministerial de los obispos, en grado subordinado, fue encomendada a
los presbíteros para que, constituidos en el orden del presbiterado, fueran los
colaboradores del Orden episcopal para realizar adecuadamente la misión
apostólica confiada por Cristo" (PO 2).
1563 "El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal,
participa de la autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y
gobierna su Cuerpo. Por eso el sacerdocio de los presbíteros supone
ciertamente los sacramentos de la iniciación cristiana. Se confiere, sin
embargo, por aquel sacramento peculiar que, mediante la unción del Espíritu
Santo, marca a los sacerdotes con un carácter especial. Así quedan
identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que puedan actuar como
representantes de Cristo Cabeza" (PO 2).
1564 "Los presbíteros, aunque no tengan la plenitud del sacerdocio y
dependan de los obispos en el ejercicio de sus poderes, sin embargo están
unidos a éstos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del
Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza,
a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28),
para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto
divino" (LG 28).
1565 En virtud del sacramento del Orden, los presbíteros participan de la
universalidad de la misión confiada por Cristo a los apóstoles. El don
espiritual que recibieron en la ordenación los prepara, no para una misión
limitada y restringida, "sino para una misión amplísima y universal de
salvación `hasta los extremos del mundo'" (PO 10), "dispuestos a predicar el
evangelio por todas partes" (OT 20).
1566 "Su verdadera función sagrada la ejercen sobre todo en el culto o en
la comunión eucarística. En ella, actuando en la persona de Cristo y
proclamando su Misterio, unen la ofrenda de los fieles al sacrificio de su
Cabeza; actualizan y aplican en el sacrificio de la misa, hasta la venida del
Señor, el único Sacrificio de la Nueva Alianza: el de Cristo, que se ofrece al
Padre de una vez para siempre como hostia inmaculada" (LG 28). De este
sacrificio único, saca su fuerza todo su ministerio sacerdotal (cf PO 2).
1567 "Los presbíteros, como colaboradores diligentes de los obispos y ayuda e
instrumento suyos, llamados para servir al Pueblo de Dios, forman con su
obispo un único presbiterio, dedicado a diversas tareas. En cada una de las
comunidades locales de fieles hacen presente de alguna manera a su obispo, al
que están unidos con confianza y magnanimidad; participan en sus funciones
y preocupaciones y las llevan a la práctica cada día" (LG 28). Los presbíteros
sólo pueden ejercer su ministerio en dependencia del obispo y en comunión con
él. La promesa de obediencia que hacen al obispo en el momento de la
ordenación y el beso de paz del obispo al fin de la liturgia de la ordenación
significa que el obispo los considera como sus colaboradores, sus hijos, sus
hermanos y sus amigos y que a su vez ellos le deben amor y obediencia.
1568 "Los presbíteros, instituidos por la ordenación en el orden del
presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad del
sacramento. Forman un único presbiterio especialmente en la diócesis a cuyo
servicio se dedican bajo la dirección de su obispo" (PO 8). La unidad del
presbiterio encuentra una expresión litúrgica en la costumbre de que los
presbíteros impongan a su vez las manos, después del obispo, durante el rito
de la ordenación.
La ordenación de los diáconos, “en orden al ministerio”
1569 "En el grado inferior de la jerarquía están los diácon os, a los que se les
imponen las 'para realizar un servicio y no para ejercer el sacerdocio'" (LG 29;
cf CD 15). En la ordenación al diaconado, sólo el obispo impone las manos ,
significando así que el diácono está especialmente vinculado al obispo en las
tareas de su "diaconía" (cf S. Hipólito, trad. ap. 8).
1570 Los diáconos participan de una manera especial en la misión y la gracia
de Cristo (cf LG 41; AA 16). El sacramento del Orden los marco con
un sello(carácter) que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con
Cristo que se hizo "diácono", es decir, el servidor de todos (cf Mc 10,45; Lc
22,27; S. Policarpo, Ep 5,2). Corresponde a los diáconos, entre otras cosas,
asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios
sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la
celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el evangelio y predicar,
presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad (cf LG
29; cf. SC 35,4; AG 16).
1571 Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina ha restablecido el
diaconado "como un grado particular dentro de la jerarquía" (LG 29),
mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido siempre.
Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados,
constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. En
efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un ministerio
verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las obras
sociales y caritativas, "sean fortalezcan por la imposición de las manos
transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más estrechamente al servicio
del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia
sacramental del diaconado" (AG 16).
IV La celebración de este sacramento
1572 La celebración de la ordenación de un obispo, de presbíteros o de
diáconos, por su importancia para la vida de la Iglesia particular, exige el
mayor concurso posible de fieles. Tendrá lugar preferentemente el domingo y
en la catedral, con una solemnidad adaptada a las circunstancias. Las tres
ordenaciones, del obispo, del presbítero y del diácono, tienen el mismo
dinamismo. El lugar propio de su celebración es dentro de la Eucaristía.
1573 El rito esencial del sacramento del Orden está constituido, para los tres
grados, por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenando
así como por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión
del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual el
candidato es ordenado (cf Pío XII, const. ap. Sacramentum Ordinis, DS 3858).
1574 Como en todos los sacramentos, ritos complementarios rodean la
celebración. Estos varían notablemente en las distintas tradiciones litúrgicas,
pero tienen en común la expresión de múltiples aspectos de la gracia
sacramental. Así, en el rito latino, los ritos iniciales - la presentación y elección
del ordenando, la alo cución del obispo, el interrogatorio del ordenando, las
letanías de los santos - ponen de relieve que la elección del candidato se hace
conforme al uso de la Iglesia y preparan el acto solemne de la consagración;
después de ésta varios ritos vienen a expresar y completar de manera
simbólica el misterio que se ha realizado: para el obispo y el presbítero la
unción con el santo crisma, signo de la unción especial del Espíritu Santo que
hace fecundo su ministerio; la entrega del libro de los evangelios, del anillo, de
la mitra y del báculo al obispo en señal de su misión apostólica de anuncio de
la palabra de Dios, de su fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, de su cargo de
pastor del rebaño del Señor; entrega al presbítero de la patena y del cáliz, "la
ofrenda del pueblo santo" que es llamado a presentar a Dios; la entrega del
libro de los evangelios al diácono que acaba de recibir la misión de anunciar el
evangelio de Cristo.
V El ministro de este sacramento

1575 Fue Cristo quien eligió a los apóstoles y les hizo partícipes de su misión y
su autoridad. Elevado a la derecha del Padre, no abandona a su rebaño, sino
que lo guarda por medio de los apóstoles bajo su constante protección y lo
dirige también mediante estos mismos pastores que continúan hoy su obra (cf
MR, Prefacio de Apóstoles). Por tanto, es Cristo "quien da" a unos el ser
apóstoles, a otros pastores (cf. Ef 4,11). Sigue actuando por medio de los
obispos (cf LG 21).
1576 Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio
apostólico, corresponde a los obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles,
transmitir "el don espiritual" (LG 21), "la semilla apostólica" (LG 20). Los
obispos válidamente ordenados, es decir, que están en la línea de la sucesión
apostólica, confieren válidamente los tres grados del sacramento del Orden (cf
DS 794 y 802; CIC, can. 1012; CCEO, can. 744; 747).
VI Quién puede recibir este sacramento

1577 "Sólo el varón (vir) bautizado recibe válidamente la sagrada


ordenación" (CIC, can 1024). El Señor Jesús eligió a hombres (viri) para
formar el colegio de los doce apóstoles (cf Mc 3,14-19; Lc 6,12-16), y los
apóstoles hicieron lo mismo cuando eligieron a sus colaboradores (1 Tm 3,1-
13; 2 Tm 1,6; Tt 1,5-9) que les sucederían en su tarea (S.Clemente Romano Cor,
42,4; 44,3). El colegio de los obispos, con quienes los presbíteros están unidos
en el sacerdocio, hace presente y actualiza hasta el retorno de Cristo el colegio
de los Doce. La Iglesia se reconoce vinculada por esta decisión del Señor. Esta
es la razón por la que las mujeres no reciben la ordenación (cf Juan Pablo II,
MD 26-27; CDF decl. "Inter insigniores": AAs 69 [1977] 98-116).
1578 Nadie tiene derecho a recibir el sacramento del Orden. En efecto, nadie
se arroga para sí mismo este oficio. Al sacramento se es llamado por Dios (cf
Hb 5,4). Quien cree reconocer las señales de la llamada de Dios al ministerio
ordenado, debe someter humildemente su deseo a la autoridad de la Iglesia a
la que corresponde la responsabilidad y el derecho de llamar a recibir este
sacramento. Como toda gracia, el sacramento sólo puede ser recibido como
un don inmerecido.
1579 Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los
diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes
que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato "por el
Reino de los cielos" (Mt 19,12). Llamados a consagrarse totalmente al Señor y
a sus "cosas" (cf 1 Co 7,32), se entregan enteramente a Dios y a los hombres. El
celibato es un signo de esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el
ministro de la Iglesia; aceptado con un corazón alegre, anuncia de modo
radiante el Reino de Dios (cf PO 16).
1580 En las Iglesias Orientales, desde hace siglos está en vigor una disciplina
distinta: mientras los obispos son elegidos únicamente entre los célibes,
hombres casados pueden ser ordenados diáconos y presbíteros. Esta práctica
es considerada como legítima desde tiempos remotos; estos presbíteros ejercen
un ministerio fructuoso en el seno de sus comunidades (cf PO 16). Por otra
parte, el celibato de los presbíteros goza de gran honor en las Iglesias
Orientales, y son numerosos los presbíteros que lo escogen libremente por el
Reino de Dios. En Oriente como en Occidente, quien recibe el sacramento del
Orden no puede contraer matrimonio.
VII Los efectos del sacramento del Orden

El carácter indeleble
1581 Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del
Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia.
Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo,
Cabeza de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
1582 Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación
en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento
del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser
reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado (cf Cc. de Trento: DS
1767; LG 21.28.29; PO 2).
1583 Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por causas graves,
ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o
se le puede impedir ejercerlas (cf CIC, can. 290-293; 1336,1, nn 3º y 5º;
1338,2), pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto (cf. CC.
de Trento: DS 1774) porque el carácter impreso por la ordenación es para
siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan
de manera permanente.
1584 Puesto que en último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación
a través del ministro ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo
actuar (cf Cc. de Trento: DS 1612; 1154). S. Agustín lo dice con firmeza:
En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin embargo,
el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través de él conserva
su pureza, lo que pasa por él permanece limpio y llega a la tierra fértil...En
efecto, la virtud espiritual del sacramento es semejante a la luz: los que deben
ser iluminados la reciben en su pureza y, si atraviesa seres manchados, no se
mancha (Ev. Ioa. 5, 15).
La gracia del Espíritu Santo
1585 La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento es la de ser
configurado con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es
constituido ministro.
1586 Para el obispo, es en primer lugar una gracia de fortaleza ("El Espíritu
de soberanía": Oración de consagración del obispo en el rito latino): la de
guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con
amor gratuito para todos y con predilección por los pobres, los enfermos y los
necesitados (cf CD 13 y 16). Esta gracia le impulsa a anunciar el evangelio a
todos, a ser el modelo de su rebaño, a precederlo en el camino de la
santificación identificándose en la Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima,
sin miedo a dar la vida por sus ovejas:
Concede, Padre que conoces los corazones, a tu siervo que has elegido para el
episcopado, que apaciente tu santo rebaño y que ejerza ante ti el supremo
sacerdocio sin reproche sirviéndote noche y día; que haga sin cesar propicio tu
rostro y que ofrezca los dones de tu santa Iglesia, que en virtud del espíritu del
supremo sacerdocio tenga poder de perdonar los pecados según tu
mandamiento, que distribuya las tareas siguiendo tu orden y que desate de
toda atadura en virtud del poder que tú diste a los apóstoles; que te agrade
por su dulzura y su corazón puro, ofreciéndote un perfume agradable por tu
Hijo Jesucristo... (S. Hipólito, Trad. Ap. 3).
1587 El don espiritual que confiere la ordenación presbiteral está expresado
en esta oración propia del rito bizantino. El obispo, imponiendo la mano, dice:
Señor, llena del don del Espíritu Santo al que te has dignado elevar al grado
del sacerdocio para que sea digno de presentarse sin reproche ante tu altar, de
anunciar el evangelio de tu Reino, de realizar el ministerio de tu palabra de
verdad, de ofrecerte dones y sacrificios espirituales, de renovar tu pueblo
mediante el baño de la regeneración; de manera que vaya al encuentro de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, tu Hijo único, el día de su segunda
venida, y reciba de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel
administración de su orden (Euchologion).
1588 En cuanto a los diáconos, "fortalecidos, en efecto, con la gracia del
sacramento, en comunión con el obispo y sus presbíteros, están al servicio del
Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad"
(LG 29).
1589 Ante la grandeza de la gracia y del oficio sacerdotales, los santos
doctores sintieron la urgente llamada a la conversión con el fin de
corresponder mediante toda su vida a aquel de quien el sacramento los
constituye ministros. Así, S. Gregorio Nazianceno, siendo joven sacerdote,
exclama:
Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso
ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a
Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la
mano y aconsejar con inteligencia (Or. 2, 71). Sé de quién somos ministros,
donde nos encontramos y adonde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la
flaqueza del hombre, pero también su fuerza (ibid. 74) (Por tanto, ¿quién es el
sacerdote? Es) el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica
con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los
sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece
(en ella) la imagen (de Dios), la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir
lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza (ibid. 73).
Y el santo Cura de Ars dice: "El sacerdote continua la obra de redención en la
tierra"..."Si se comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría no de
pavor sino de amor"..."El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús".
Resumen
1590 S. Pablo dice a su discípulo Timoteo: "Te recomiendo que reavives el
carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos" (2 Tm 1,6), y
"si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función" (1 Tm 3,1). A
Tito decía: "El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de
organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo
te ordené" (Tt 1,5).
1591 La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautis mo, todos los
fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama
"sacerdocio común de los fieles". A partir de este sacerdocio y al servicio del
mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio
conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y en la
representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad.
1592 El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de
los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los
ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la
enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el
gobierno pastoral (munus regendi).
1593 Desde los orígenes, el ministerio ordenado fue conferido y ejercido en
tres grados: el de los Obispos, el de los presbíteros y el de los diáconos. Los
ministerios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura
orgánica de la Iglesia: sin el obispo, los presbíteros y los diácono s no se puede
hablar de Iglesia (cf. S. Ignacio de Antioquía, Trall. 3,1).
1594 El obispo recibe la plenitud del sacramento del Orden que lo incorpora
al colegio episcopal y hace de él la cabeza visible de la Iglesia particular que le
es confiada. Los Obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles y miembros del
colegio, participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la
Iglesia bajo la autoridad del Papa, sucesor de S. Pedro.
1595 Los presbíteros están unidos a los obispos en la dignidad sacerdotal y al
mismo tiempo dependen de ellos en el ejercicio de sus funciones pastorales;
son llamados a ser cooperadores diligentes de los obispos; forman en torno a
su Obispo el presbiterio que asume con él la responsabilidad de la Iglesia
particular. Reciben del obispo el cuidado de una comunidad parroquial o de
una función eclesial determinada.
1596 Los diáconos son ministros ordenados para las tareas de servicio de la
Iglesia; no reciben el sacerdocio ministerial, pero la ordenación les confiere
funciones importantes en el ministerio de la palabra, del culto divino, del
gobierno pastoral y del servicio de la caridad, tareas que deben cumplir bajo
la autoridad pastoral de su Obispo.
1597 El sacramento del Orden es conferido por la imposición de las manos
seguida de una oración consecratoria solemne que pide a Dios para el
ordenando las gracias del Espíritu Santo requeridas para su ministerio. La
ordenación imprime un carácter sacramental indeleble.
1598 La Iglesia confiere el sacramento del Orden únicamente a varones
(viris) bautizados, cuyas aptitudes para el ejercicio del ministerio han sido
debidamente reconocidas. A la autoridad de la Iglesia corresponde la
responsabilidad y el derecho de llamar a uno a recibir la ordenación.
1599 En la Iglesia latina, el sacramento del Orden para el presbiterado sólo es
conferido ordinariamente a candidatos que están dispuestos a abrazar
libremente el celibato y que manifiestan públicamente su voluntad de
guardarlo por amor del Reino de Dios y el servicio de los hombres.
1600 Corresponde a los Obispos conferir el sacramento del Orden en los tres
grados.

Continuación de:
SEGUNDA PARTE  
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO TERCERO
LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD
ARTÍCULO 7
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen
entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al
bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por
Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC, can.
1055,1)
I El matrimonio en el plan de Dios
1602 La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y
de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la
visión de las "bodas del Cordero" (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la
Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del
sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a
lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y
de su renovación "en el Señor" (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la
Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).
El matrimonio en el orden de la creación
1603 "La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el
Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del
matrimonio... un vínculo sagrado... no depende del arbitrio humano. El mismo
Dios es el autor del matrimonio" (GS 48,1). La vocación al matrimonio se
inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la
mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a
pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los
siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales.
Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanente.
A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la
misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la
grandeza de la unión matrimonial. "La salvación de la persona y de la
sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la
comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).
1604 Dios que ha creado al hombre por amor lo ha llamado también al amor,
vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue
creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16).
Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se
convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al
hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn 1,31). Y
este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra
común del cuidado de la creación. "Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos
y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'" (Gn 1,28).
1605 La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el
uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo". La mujer, "carne de su
carne", su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por
Dios como una "auxilio", representando así a Dios que es nuestro "auxilio" (cf
Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su
mujer, y se hacen una sola carne" (cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión
indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue
"en el principio", el plan del Creador: "De manera que ya no son dos sino una
sola carne" (Mt 19,6).
El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
1606 Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la
experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones
entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer
vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los
celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este
desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más
o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre
aparece como algo de carácter universal.
1607 Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina
en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus
relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como
consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la
mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn
3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en
relaciones de dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16b); la hermosa vocación
del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra
(cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el
pan (cf Gn 3,16-19).
1608 Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente
perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan
la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha
negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a
realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".
El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley
1609 En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Las penas
que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto" (Gn 3,16), el trabajo
"con el sudor de tu frente" (Gn 3,19), constituyen también remedios que limitan
los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a vencer el repliegue
sobre s í mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a abrirse al otro,
a la ayuda mutua, al don de sí.
1610 La conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad del
matrimonio se desarrolló bajo la pedagogía de la Ley antigua. La poligamia
de los patriarcas y de los reyes no es todavía prohibida de una manera
explícita. No obstante, la Ley dada por Moisés se orienta a proteger a la mujer
contra un dominio arbitrario del hombre, aunque ella lleve también, según la
palabra del Señor, las huellas de "la dureza del corazón" de la persona
humana, razón por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer (cf Mt 19,8;
Dt 24,1).
1611 Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor
conyugal exclusivo y fiel (cf Os 1-3; Is 54.62; Jr 2-3. 31; Ez 16,62;23), los
profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una
comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del
matrimonio (cf Mal 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios
conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de la
ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los
Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo
del amor de Dios, amor "fuerte como la muerte" que "las grandes aguas no
pueden anegar" (Ct 8,6-7).
El matrimonio en el Señor
1612 La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la
nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando
su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él (cf. GS
22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9).
1613 En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición
de su Madre- con ocasión de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia
concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná.
Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en
adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
1614 En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la
unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la
autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la
dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer
es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe el
hombre" (Mt 19,6).
1615 Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo
matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia
irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una
carga imposible de llevar y demasiado pesada (cf Mt 11,29-30), más pesada
que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación
perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en
la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a s í
mismos, tomando sobre s í sus cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán
"comprender" (cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la
ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz
de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.
1616 Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo: "Maridos, amad a
vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: "`Por es o dejará el
hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una
sola carne'. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef
5,31-32).
1617 Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de
la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial.
Es, por así decirlo, como el baño de bodas (cf Ef 5,26-27) que precede al
banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su
parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto
que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es
un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (cf DS 1800; CIC, can. 1055,2).
La virginidad por el Reino de Dios
1618 Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el
primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf Lc 14,26;
Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres
que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero
dondequiera que vaya (cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para
tratar de agradarle (cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (cf
Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del
que El es el modelo:
Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los
hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los
Cielos. Quien pueda entender, que entienda (Mt 19,12).
1619 La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia
bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la
ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el
matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo
(cf 1 Co 7,31; Mc 12,25).
1620 Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por
el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les
concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (cf Mt
19,3-12). La estima de la virginidad por el Reino (cf LG 42; PC 12; OT 10) y el
sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente:
Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo
es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad... (S. Juan
Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16).
II La celebración del Matrimonio
1621 En el rito latino, la celebración del matrimonio entre dos fieles católicos
tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que
tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo (cf SC 61). En la
Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió
para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó (cf LG 6). Es,
pues, conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al
otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de
Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la
Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre
de Cristo, "formen un solo cuerpo" en Cristo (cf 1 Co 10,17).
1622 "En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del
matrimonio...debe ser por sí misma válida, digna y fructuosa" (FC 67). Por
tanto, conviene que los futuros esposos se dispongan a la celebración de su
matrimonio recibiendo el sacramento de la penitencia.
1623 Según la tradición latina, los esposos, como ministros de la gracia de
Cristo, manifestando su consentimiento ante la Iglesia, se confieren
mutuamente el sacramento del matrimonio. En las tradiciones de las Iglesias
orientales, los sacerdotes –Obispos o presbíteros– son testigos del recíproco
consentimiento expresado por los esposos (cf. CCEO, can. 817), pero también
su bendición es necesaria para la validez del sacramento (cf CCEO, can. 828).
1624 Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis
pidiendo a Dios su gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente
sobre la esposa. En la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el
Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32).
El Espíritu Santo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre
generosa de su amor, la fuerza con que se renovará su fidelidad.
III El consentimiento matrimonial
1625 Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer
bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su
consentimiento. "Ser libre" quiere decir:
— no obrar por coacción; 
— no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.
1626 La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los
esposos como el elemento indispensable "que hace el matrimonio" (CIC, can.
1057,1). Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.
1627 El consentimiento consiste en "un acto humano, por el cual los esposos se
dan y se reciben mutuamente" (GS 48,1; cf CIC, can. 1057,2): "Yo te recibo
como esposa" - "Yo te recibo como esposo" (OcM 45). Este consentimiento que
une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos
"vienen a ser una sola carne" (cf Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
1628 El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los
contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo (cf CIC, can. 1103).
Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento (CIC, can. 1057,
1). Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.
1629 Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el
matrimonio; cf. CIC, can. 1095-1107), la Iglesia, tras examinar la situación por
el tribunal eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del
matrimonio", es decir, que el matrimonio no ha existido. En este caso, los
contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las
obligaciones naturales nacidas de una unión precedente precedente (cf CIC,
can. 1071).
1630 El sacerdote ( o el diácono) que asiste a la celebraci ón del matrimonio,
recibe el consentimiento de los esposos en nombre de la Iglesia y da la
bendición de la Iglesia. La presencia del ministro de la Iglesia (y también de
los testigos) expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial.
1631 Por esta razón, la Iglesia exige ordinariamente para sus fieles la forma
eclesiástica de la celebración del matrimonio (cf Cc. de Trento: DS 1813-1816;
CIC, can. 1108). Varias razones concurren para explicar esta determinación:
— El matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente
que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia. 
— El matrimonio introduce en un ordo eclesial, crea derechos y deberes en la
Iglesia entre los esposos y para con los hijos. 
— Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso que exista
certeza sobre él (de ahí la obligación de tener testigos).
— El carácter público del consentimiento protege el "Sí" una vez dado y ayuda
a permanecer fiel a él.
1632 Para que el "Sí" de los esposos sea un acto libre y responsable, y para
que la alianza matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y
estables, la preparación para el matrimonio es de primera importancia:
El ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son el
camino privilegiado de esta preparación.
El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como "familia de Dios" es
indispensable para la transmisión de los valores humanos y cristianos del
matrimonio y de la familia (cf. CIC, can. 1063), y esto con mayor razón en
nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia de hogares
rotos que ya no aseguran suficientemente esta iniciación:
Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la
dignidad, dignidad , tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el
seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la castidad,
puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo vivido al
matrimonio (GS 49,3).
Matrimonios mixtos y disparidad de culto
1633 En numerosos países, la situación del matrimonio mixto (entre católico
y bautizado no católico) se presenta con bastante frecuencia. Exige una
atención particular de los cónyuges y de los pastores. El caso de matrimonios
con disparidad de culto (entre católico y no bautizado) exige una aún mayor
atención.
1634 La diferencia de confesión entre los cónyuges no constituye un obstáculo
insuperable para el matrimonio, cuando llegan a poner en común lo que cada
uno de ellos ha recibido en su comunidad, y a aprender el uno del otro el modo
como cada uno vive su fidelidad a Cristo. Pero las dificultades de los
matrimonios mixtos no deben tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de
que la separación de los cristianos no se ha superado todavía. Los esposos
corren el peligro de vivir en el seno de su hogar el drama de la desunión de los
cristianos. La disparidad de culto puede agravar aún más estas dificultades.
Divergencias en la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero también
mentalidades religiosas distintas pueden constituir una fuente de tensiones en
el matrimonio, principalmente a propósito de la educación de los hijos. Una
tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa.
1635 Según el derecho vigente en la Iglesia latina, un matrimonio mixto
necesita, para su licitud, el permiso expreso de la autoridad eclesiástica (cf
CIC, can. 1124). En caso de disparidad de culto se requiere una dispensa
expresa del impedimento para la validez del matrimonio (cf CIC, can. 1086).
Este permiso o esta dispensa supone que ambas partes conozcan y no excluyan
los fines y las propiedades esenciales del matrimonio; además, que la parte
católica confirme los compromisos –también haciéndolos conocer a la parte
no católica– de conservar la propia fe y de asegurar el Bautismo y la
educación de los hijos en la Iglesia Católica (cf CIC, can. 1125).
1636 En muchas regiones, gracias al diálogo ecuménico, las comunidades
cristianas interesadas han podido llevar a cabo una pastoral común para los
matrimonios mixtos. Su objetivo es ayudar a estas parejas a vivir su situación
particular a la luz de la fe. Debe también ayudarles a superar las tensiones
entre las obligaciones de los cónyuges, el uno con el otro, y con sus
comunidades eclesiales. Debe alentar el desarrollo de lo que les es común en la
fe, y el respeto de lo que los separa.
1637 En los matrimonios con disparidad de culto, el esposo católico tiene una
tarea particular: "Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer,
y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente" ( 1 Co 7,14).
Es un gran gozo para el cónyuge cristiano y para la Iglesia el que esta
"santificación" conduzca a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana
(cf. 1 Co 7,16). El amor conyugal sincero, la práctica humilde y paciente de las
virtudes familiares, y la oración perseverante pueden preparar al cónyuge no
creyente a recibir la gracia de la conversión.
IV Los efectos del sacramento del Matrimonio
1638 "Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges
un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el
matrimonio cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como
consagrados por un sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su
estado" (CIC, can. 1134).
El vínculo matrimonial
1639 El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente
es sellado por el mismo Dios (cf Mc 10,9). De su alianza "nace una institución
estable por ordenación divina, también ante la sociedad" (GS 48,1). La alianza
de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: "el
auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino" (GS 48,2).
1640 Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de
modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede
ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los
esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y
da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no
tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina
(cf CIC, can. 1141).
La gracia del sacramento del matrimonio
1641 "En su modo y estado de vida, (los cónyuges cristianos) tienen su
carisma propio en el Pueblo de Dios" (LG 11). Esta gracia propia del
sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los
cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia "se
ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la
acogida y educación de los hijos" (LG 11; cf LG 41).
1642 Cristo es la fuente de esta gracia. "Pues de la misma manera que Dios en
otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y
fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el
sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos" (GS
48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza de segu irle tomando su cruz, de
levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos
las cargas de los otros (cf Ga 6,2), de estar "sometidos unos a otros en el temor
de Cristo" (Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo.
En las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto
anticipado del banquete de las bodas del Cordero:
¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la
dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella
la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica...¡Qué
matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo,
una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre,
servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la
carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la
carne es una, también es uno el espíritu (Tertuliano, ux. 2,9; cf. FC 13).
V Los bienes y las exigencias del amor conyugal
1643 "El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los
elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del
sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira
una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola
carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la
indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a
fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo
amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica
y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de
valores propiamente cristianos" (FC 13). Unidad e indisolubilidad del
matrimonio
1644 El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la
indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los
esposos: "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6; cf Gn
2,24). "Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la
fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total"
(FC 19). Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada
por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del matrimonio.
Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en
común.
1645 "La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la
igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el
mutuo y pleno amor" (GS 49,2). La poligamia es contraria a esta igual
dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo.
La fidelidad del amor conyugal
1646 El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una
fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen
mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo
definitivo, no algo pasajero. "Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de
dos personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y
urgen su indisoluble unidad" (GS 48,1).
1647 Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de
Cristo a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los esposos son
capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento,
la indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo.
1648 Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un
ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que
Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos
participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad
se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia
de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles,
merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf FC 20).
1649 Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se
hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la
Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación.
Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para
contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, s i
es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a
estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de
su matrimonio que permanece indisoluble (cf FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
1650 Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren
al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una
nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo
("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra
aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc
10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido
el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se
ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo
cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta
situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades
eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede
ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo
de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total
continencia.
1651 Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia
conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y
toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos
no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben
participar en cuanto bautizados:
Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la
misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las
iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe
cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este
modo, día a día, la gracia de Dios (FC 84).
La apertura a la fecundidad
1652 "Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el
amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y
con ellas son coronados como su culminación" (GS 48,1):
Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien
de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "No es bueno que el hombre
esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer" (Mt
19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en su propia obra
creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gn
1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de
vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del
matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo
a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos
aumenta y enriquece su propia familia cada día más (GS 50,1).
1653 La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida
moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por
medio de la educación. Los padres son los principales y primeros educadores
de sus hijos (cf. GE 3). En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y
de la familia es estar al servicio de la vida (cf FC 28).
1654 Sin embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos
pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente.
Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de
sacrificio.
VI La iglesia doméstica
1655 Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de
María. La Iglesia no es otra cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes,
el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, "con toda su
casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían
deseaban también que se salvase "toda su casa" (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas
familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.
1656 En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a
la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros
de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia,
con una antigua expresión, "Ecclesia domestica" (LG 11; cf. FC 21). En el seno
de la familia, "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores
de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación
personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida
consagrada" (LG 11).
1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio
bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los
miembros de la familia, "en la recepción de los sacramentos, en la oración y en
la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el
amor que se traduce en obras" (LG 10). El hogar es así la primera escuela de
vida cristiana y "escuela del más rico humanismo" (GS 52,1). Aquí se aprende
la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso,
incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la
ofrenda de su vida.
1658 Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que
permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir,
a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran
particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y
solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de
ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de condiciones de
pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las
bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas
ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, "iglesias domésticas" y las
puertas de la gran familia que es la Iglesia. "Nadie se sienta sin familia en este
mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están
`fatigados y agobiados' (Mt 11,28)" (FC 85).
Resumen
1659 S. Pablo dice: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la
Iglesia...Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia" (Ef
5,25.32).
1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen
una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes
propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los
cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados,
el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento
(cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
1661 El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia.
Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su
Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los
esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida
eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).
1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es
decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una
alianza de amor fiel y fecundo.
1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público
de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de
modo público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el
testigo cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son
esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del
matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la
fecundidad priva la vida conyugal de su "don más excelente", el hijo (GS 50,1).
1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras
viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por
Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia pero no
pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana
sobre todo educando a sus hijos en la fe.
1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio
de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente "Iglesia doméstica",
comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad
cristiana.
CAPÍTULO CUARTO
OTRAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
ARTÍCULO 1
LOS SACRAMENTALES
1667 "La santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son
signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se
expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la
Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los
sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (SC 60; CIC
can 1166; CO can 867).
Características de los sacramentales
1668 Han sido instituidos por la Iglesia en orden a la santificación de ciertos
ministerios eclesiales, de ciertos estados de vida, de circunstancias muy
variadas de la vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre.
Según las decisiones pastorales de los obispos pueden también responder a las
necesidades, a la cultura, y a la historia propias del pueblo cristiano de una
región o de una época. Comprenden siempre una oración, con frecuencia
acompañada de un signo determinado, como la imposición de la mano, la
señal de la cruz, la aspersión con agua bendita (que recuerda el Bautismo).
1669 Los sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es
llamado a ser una "bendición" (cf Gn 12,2) y a bendecir (cf Lc 6,28; Rm 12,14; 1
P 3,9). Por eso los laicos pueden presidir ciertas bendiciones (cf SC 79; CIC
can. 1168); la presidencia de una bendición se reserva al ministerio ordenado
(obispos, presbíteros o diáconos, cf. De benedictionibus, 16,18), en la medida
en que dicha bendición afecte más a la vida eclesial y sacramental.
1670 Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera
de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia preparan a recibirla y
disponen a cooperar con a ella. "La liturgia de los sacramentos y de los
sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los
acontecimientos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana
del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, de quien
reciben su poder todos los sacramentos y sacramentales, y que todo uso
honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del
hombre y a la alabanza de Dios" (SC 61).
Diversas formas de sacramentales
1671 Entre los sacramentales figuran en primer lugar las bendiciones (de
personas, de la mesa, de objetos, de lugares). Toda bendición es alabanza de
Dios y oración para obtener sus dones. En Cristo, los cristianos son bendecidos
por Dios Padre "con toda clase de bendiciones espirituales" (Ef 1,3). Por eso la
Iglesia da la bendición invocando el nombre de Jesús y haciendo
habitualmente la señal santa de la cruz de Cristo.
1672 Ciertas bendiciones tienen un alcance permanente: su efecto
es consagrar personas a Dios y reservar para el uso litúrgico objetos y
lugares. Entre las que están destinadas a personas - que no se han de
confundir con la ordenación sacramental -figuran la bendición del abad o de
la abadesa de un monasterio, la consagración de vírgenes y de viudas, el rito
de la profesión religiosa y las bendiciones para ciertos ministerios de la Iglesia
(lectores, acólitos, catequistas, etc.). Como ejemplo de las que se refieren a
objetos, se puede señalar la dedicación o bendición de una iglesia o de un altar,
la bendición de los santos óleos, de los vasos y ornamentos sagrados, de las
campanas, etc.
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de
Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas
del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó
(cf Mc 1,25s; etc.), de él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar (cf Mc
3,15; 6,7.13; 16,17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración
del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un
sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con
prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El
exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco
gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy
distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo síquicas, cuyo cuidado
pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante, asegurarse , antes de
celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia del Maligno y no de una
enfermedad (cf. CIC, can. 1172).
La religiosidad popular
1674 Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis
debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad
popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo
tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida
sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas
a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el via crucis, las danzas
religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Cc. de Nicea II: DS 601;603; Cc. de
Trento: DS 1822).
1675 Estas expresiones prolongan la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la
sustituyen: "Pero conviene que estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta
los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia,
deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia,
por su naturaleza, está muy por encima de ellos" (SC 13).
1676 Se necesita un discernimiento pastoral para sostener y apoyar la
religiosidad popular y, llegado el caso, para purificar y rectificar el sentido
religioso que subyace en estas devociones y para hacerlas progresar en el
conocimiento del Misterio de Cristo (cf CT 54). Su ejercicio está sometido al
cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia.
La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde
con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La
sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva
creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, espíritu y cuerpo;
comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria, inteligencia y
afecto. Esa sabiduría es un humanismo cristiano que afirma radicalmente la
dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad
fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y
proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida
muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de
discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente
cuándo se sirve en la Iglesia al Evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con
otros intereses (Documento de Puebla, 1979, nº 448; cf EN 48).
Resumen
1677 Se llaman sacramentales los signos sagrados instituidos por la Iglesia
cuyo fin es preparar a los hombres para recibir el fruto de los sacramentos y
santificar las diversas circunstancias de la vida.
1678 Entre los sacramentales, las bendiciones ocupan un lugar importante.
Comprenden a la vez la alabanza de Dios por sus obras y sus dones, y la
intercesión de la Iglesia para que los hombres puedan hacer uso de los dones
de Dios según el espíritu de los evangelios.
1679 Además de la liturgia, la vida cristiana se nutre de formas variadas de
piedad popular, enraizadas en las distintas culturas. Esclareciéndolas a la luz
de la fe, la Iglesia favorece aquellas formas de religiosid ad popular que
expresan mejor un sentido evangélico y una sabiduría humana, y que
enriquecen la vida cristiana.
ARTÍCULO 2
LAS EXEQUIAS CRISTIANAS
1680 Todos los sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana,
tienen como fin último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a
través de la muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se
cumple en él lo que la fe y la esperanza han confesado: "Espero la resurrección
de los muertos y la vida del mundo futuro" (Símbolo de Nicea-
Constantinopla).
I La última Pascua del cristiano
1681 El sentido cristiano de la muerte es revelado a la luz del Misterio
pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, en quien radica nuestra
única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús "sale de este cuerpo
para vivir con el Señor" (2 Co 5,8).
1682 El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida
sacramental, la plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la
"semejanza" definitiva a "imagen del Hijo", conferida por la Unción del
Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino anticipado en la
Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas purificaciones para
revestirse de la túnica nupcial.
1683 La Iglesia que, como Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al
cristiano durante su peregrinación terrena, lo acompaña al término de su
caminar para entregarlo "en las manos del Padre". La Iglesia ofrece al Padre,
en Cristo, al hijo de su gracia, y deposita en la tierra, con esperanza, el germen
del cuerpo que resucitará en la gloria (cf 1 Co 15,42-44). Esta ofrenda es
plenamente celebrada en el Sacrificio eucarístico; las bendiciones que
preceden y que siguen son sacramentales.
II La celebración de las exequias
1684 Las exequias cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El
ministerio de la Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con
el difunto, hacer participar en esa comunión a la asamblea reunida para las
exequias y anunciarle la vida eterna.
1685 Los diferentes ritos de las exequias expresan el carácter pascual de la
muerte cristiana y responden a las situaciones y a las tradiciones de cada
región, aun en lo referente al color litúrgico (cf SC 81).
1686 El Ordo exequiarum (OEx) o Ritual de los funerales de la liturgia
romana propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a
tres lugares de su desarrollo (la casa, la iglesia, el cementerio), y según la
importancia que les presten la familia, las costumbres locales, la cultura y la
piedad popular. Por otra parte, este desarrollo es común a todas las
tradiciones litúrgicas y comprende cuatro momentos principales:
1687 La acogida de la comunidad. El saludo de fe abre la celebración. Los
familiares del difunto son acogidos con una palabra de "consolación" (en el
sentido del Nuevo Testamento: la fuerza del Espíritu Santo en la esperanza; cf
1 Ts 4,18). La comunidad orante que se reúne espera también "las palabras de
vida eterna". La muerte de un miembro de la comunidad (o el aniversario, el
séptimo o el trigésimo día) es un acontecimiento que debe hacer superar las
perspectivas de "este mundo" y atraer a los fieles, a las verdaderas
perspectivas de la fe en Cristo resucitado.
1688 La Liturgia de la Palabra. La celebración de la Liturgia de la Palabra en
las exequias exige una preparación, tanto más atenta cuanto que la asamblea
allí presente puede incluir fieles poco asiduos a la liturgia y amigos del difunto
que no son cristianos. La homilía, en particular, debe "evitar" el género
literario de elogio fúnebre (OEx 41) y debe iluminar el misterio de la muerte
cristiana a la luz de Cristo resucitado.
1689 El Sacrificio eucarístico. Cuando la celebración tiene lugar en la Iglesia,
la Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana (cf
OEx 1). La Iglesia expresa entonces su comunión eficaz con el difunto:
ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y
resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus
consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino
(cf. OEx 57). Así celebrada la Eucaristía, la comunidad de fieles, especialmente
la familia del difunto, aprende a vivir en comunión con quien "se durmió en el
Señor" , comulgando con el Cuerpo de Cristo, de quien es miembro vivo, y
orando luego por él y con él.
1690 El adiós ("a Dios") al difunto es "su recomendación a Dios" por la
Iglesia. Es el "último adiós por el que la comunidad cristiana despide a uno de
sus miembros antes que su cuerpo sea llevado a su sepulcro" (OEx 10). La
tradición bizantina lo expresa con el beso de adiós al difunto:
Con este saludo final "se canta por su partida de esta vida y por su separación,
pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto, una vez
muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos
recorremos el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo
lugar. No nos separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora
estamos unidos a Cristo, yendo hacia él...estaremos todos juntos en Cristo" (S.
Simeón de Tesalónica, De ordine sep).

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
1691 “Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la
naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada.
Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate
de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la
luz del Reino de Dios” (San León Magno).
1692 El Símbolo de la fe profesa la grandeza de los dones de Dios al hombre
por la obra de su creación, y más aún, por la redención y la santificación. Lo
que confiesa la fe, los sacramentos lo comunican: por “los sacramentos que les
han hecho renacer”, los cristianos han llegado a ser “hijos de Dios” (Jn 1,12 ;1
Jn 3,1), “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4). Los cristianos,
reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante
una “vida digna del Evangelio de Cristo” (Flp 1,27). Por los sacramentos y la
oración reciben la gracia de Cristo y los dones de su Espíritu que les capacitan
para ello.
1693 Cristo Jesús hizo siempre lo que agradaba al Padre(cf Jn 8,29). Vivió
siempre en perfecta comunión con El. De igual modo sus discípulos son
invitados a vivir bajo la mirada del Padre ‘que ve en lo secreto’ (Mt 6,6) para
ser ‘perfectos como el Padre celestial es perfecto’ (Mt 5,48).
1694 Incorporados a Cristo por el bautismo (cf Rm 6,5), los cristianos están
‘muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús’ (Rm 6,11), participando
así en la vida del Resucitado (cf Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él
(cf Jn 15,5), los cristianos pueden ser ‘imitadores de Dios, como hijos queridos
y vivir en el amor’ (Ef 5,1.), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus
acciones con ‘los sentimientos que tuvo Cristo’ (Flp 2,5.) y siguiendo sus
ejemplos (cf Jn 13,12-16).
1695 “Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de
nuestro Dios” (1 Co 6,11.), “santificados y llamados a ser santos” (1 Co 1,2.), los
cristianos se convierten en ‘el templo del Espíritu Santo’(cf 1 Co 6,19). Este
‘Espíritu del Hijo’ les enseña a orar al Padre (Ga 4, 6) y, haciéndose vida en
ellos, les hace obrar (cf Ga 5, 25) para dar ‘los frutos del Espíritu’ (Ga 5, 22.)
por la caridad operante. Sanando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos
renueva interiormente mediante una transformación espiritual (cf. Ef 4, 23.),
nos ilumina y nos fortalece para vivir como ‘hijos de la luz’ (Ef 5, 8.), ‘por la
bondad, la justicia y la verdad’ en todo (Ef 5,9.).
1696 El camino de Cristo ‘lleva a la vida’, un camino contrario ‘lleva a la
perdición’ (Mt 7,13; cf Dt 30, 15-20). La parábola evangélica de los dos
caminosestá siempre presente en la catequesis de la Iglesia. Significa la
importancia de las decisiones morales para nuestra salvación. ‘Hay dos
caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero entre los dos, una gran
diferencia’ (Didaché, 1, 1)
1697 En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las
exigencias del camino de Cristo (cf CT 29). La catequesis de la ‘vida nueva’ en
El (Rm 6, 4.) será:
— una catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior de la vida según Cristo,
dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y fortalece esta vida;
— una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y también
por la gracia nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna;
— una catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino de Cristo está
resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a la que
aspira el corazón del hombre;
— una catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el
hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo,
y sin el ofrecimiento del perdón no podría soportar esta verdad;
— una catequesis de las virtudes humanas que haga captar la belleza y el
atractivo de las rectas disposiciones para el bien;
— una catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad que se
inspire ampliamente en el ejemplo de los santos;
— una catequesis del doble mandamiento de la caridad desarrollado en el
Decálogo;
— una catequesis eclesial, pues en los múltiples intercambios de los ‘bienes
espirituales’ en la ‘comunión de los santos’ es donde la vida cristiana puede
crecer, desplegarse y comunicarse.
1698. La referencia primera y última de esta catequesis será siempre
Jesucristo que es ‘el camino, la verdad y la vida’ (Jn 14,6). Contemplándole en
la fe, los fieles de Cristo pueden esperar que El realice en ellos sus promesas, y
que amándolo con el amor con que El nos ha amado realicen las obras que
corresponden a su dignidad:
Os ruego que penséis que Jesucristo, Nuestro Señor, es vuestra verdadera
Cabeza, y que vosotros sois uno de sus miembros. El es con relación a vosotros
lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es vuestro,
su espíritu, su Corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debéis
usar de ellos como de cosas que son vuestras, para servir, alabar, amar y
glorificar a Dios. Vosotros sois de El como los miembros lo son de su cabeza.
Así desea El ardientemente usar de todo lo que hay en vosotros, para el
servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de El. (San Juan
Eudes).
Mi vida es Cristo (Flp 1,21).
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
1699. La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre (Capítulo
primero). Está hecha de caridad divina y solidaridad humana (Capítulo
segundo). Es concedida gratuitamente como una Salvación (Capítulo tercero).
CAPÍTULO PRIMERO
LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA
1700 La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a
imagen y semejanza de Dios (artículo 1); se realiza en su vocación a la
bienaventuranza divina (artículo 2). Corresponde al ser humano llegar
libremente a esta realización (artículo 3). Por sus actos deliberados (artículo
4), la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por
Dios y atestiguado por la conciencia moral (artículo 5). Los seres humanos se
edifican a sí mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible
y espiritual un material de su crecimiento (artículo 6). Con la ayuda de la
gracia crecen en la virtud (artículo 7), evitan el pecado y, si lo han cometido
recurren como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-31) a la misericordia de nuestro
Padre del cielo (artículo 8). Así acceden a la perfección de la caridad.
ARTÍCULO 1
EL HOMBRE , IMAGEN DE DIOS
1701 “Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). En Cristo, “imagen del Dios invisible”
(Col 1,15; cf 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” del
Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el
hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y
ennoblecida con la gracia de Dios.
1702 La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la
comunión de las personas a semejanza de la unión de las personas divinas
entre sí (cf. Capítulo segundo).
1703. Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana
es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24,
3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”
1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino.
Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el
Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien
verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y
del bien (cf GS 15, 2).
1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y
de voluntad, el hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen
divina” (GS 17).
1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a
hacer el bien y a evitar el mal”(GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley que
resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo. El
ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona humana.
1707 “El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el
comienzo de la historia”(GS 13, 1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal.
Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado
original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error.
De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana,
singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el
bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. (GS 13, 2)
1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la
vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el
pecado había deteriorado.
1709 “El que cree en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo
transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace
capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador,
el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral,
madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.
Resumen
1710 “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la grandeza de su vocación” (GS 22, 1).
1711 Dotada de alma espiritual, de entendimiento y de voluntad, la persona
humana está desde su concepción ordenada a Dios y destinada a la
bienaventuranza eterna. Camina hacia su perfección en la búsqueda y el amor
de la verdad y del bien. (cf GS 15, 2).
1712 La verdadera libertad es en el hombre el “signo eminente de la imagen
divina” (GS 17).
1713 El hombre debe seguir la ley moral que le impulsa “a hacer el bien y a
evitar el mal” (GS 16). Esta ley resuena en su conciencia.
1714 El hombre, herido en su naturaleza por el pecado original, está sujeto al
error e inclinado al mal en el ejercicio de su libertad.
1715 El que cree en Cristo tiene la vida nueva en el Espíritu Santo. La vida
moral, desarrollada y madurada en la gracia, alcanza su plenitud en la gloria
del cielo.
ARTÍCULO 2
NUESTRA VOCACIÓN A LA BIENAVENTURANZA
I.- Las bienaventuranzas
1716 Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con
ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero
las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino
de los cielos:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
(Mt 5,3-12)
1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su
caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y
de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la
vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las
tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya
incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los
santos.
II El deseo de felicidad
1718 Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este
deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de
atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer:
Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no
hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que
sea plenamente enunciada. (S. Agustín, mor. eccl. 1, 3, 4).
¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida
feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi
alma y mi alma vive de ti. (S. Agustín, conf. 10, 20.29).
 Sólo Dios sacia. (Santo Tomás de Aquino, symb. 1).
1719 Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin
último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza.
Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto
de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella
en la fe.
III. La bienaventuranza cristiana
1720 El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la
bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios
(cf Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos
verán a Dios” (Mt 5,8; cf 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor
(cf Mt 25, 21. 23); la entrada en el Descanso de Dios (Hb 4, 7-11):
Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y
alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos,
sino llegar al Reino que no tendrá fin? (S. Agustín, civ. 22, 30).
1721 Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y
amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la
naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3). Con ella, el hombre
entra en la gloria de Cristo (cf Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria.
1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas
humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural,
así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a
entrar en el gozo divino.
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, ‘nadie verá a Dios y
seguirá viviendo’, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad
hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman
el privilegio de ver a Dios... ‘porque lo que es imposible para los hombres es
posible para Dios’. (S. Ireneo, haer. 4, 20, 5).
1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales
decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a
buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha
no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni
en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las
artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo
amor:
El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje ‘instintivo’ la
multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y,
según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la
convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de
los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho de
ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama
de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien
soberano, un objeto de verdadera veneración. (Newman, mix. 5, sobre la
santidad).
1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos
describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos
paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del
Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos
en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del sembrador: Mt 13, 3-
23).
Resumen
1725 Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios
desde Abraham ordenándolas al Reino de los cielos. Responden al deseo de
felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.
1726 Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el
Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida
eterna, la filiación, el descanso en Dios.
1727 La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es
sobrenatural como también lo es la gracia que conduce a ella.
1728 Las bienaventuranzas nos colocan ante opciones decisivas con respecto
a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a
Dios sobre todas las cosas.
1729 La bienaventuranza del cielo determina los criterios de discernimiento
en el uso de los bienes terrenos en conformidad a la Ley de Dios.

ARTÍCULO 3 LA LIBERTAD DEL HOMBRE

1730 Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una


persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios ‘dejar
al hombre en manos de su propia decisión’ (Si 15,14.), de modo que busque a su
Creador sin coacciones y, adhiriéndose a El, llegue libremente a la plena y feliz
perfección”(GS 17):
El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de
sus actos. (S. Ireneo, haer. 4, 4, 3).

I Libertad y responsabilidad

1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o


de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones
deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es
en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la
bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios,
nuestra bienaventuranza.
1732 Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que
es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por
tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los
actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche,
de mérito o de demérito.
1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también
más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la
justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y
conduce a “la esclavitud del pecado”(cf Rm 6, 17).
1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que
éstos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la
ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.
1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar
disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia,
la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores
psíquicos o sociales.
1736 Todo acto directamente querido es imputable a su autor:
Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: ‘¿Qué has hecho?’
(Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4, 10). Así también el profeta Natán al rey
David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12, 7-
15).
Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una
negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un
accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación.
1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa, por
ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El
efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de
la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro.
Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el
que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un
homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez.
1738 La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda
persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser
reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada
cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de la libertades
una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana,
especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2). Este derecho debe ser
reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del
orden público (cf DH 7).

II. La libertad humana en la economía de la salvación

1739 Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el


hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios, se
engañó a sí mismo y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación
engendró una multitud de alienaciones. La historia de la humanidad, desde
sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del corazón del
hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.
1740 Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el
derecho a decir y hacer cualquier cosa. Es falso concebir al hombre ‘sujeto de
esa libertad como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su
interés propio en el goce de los bienes terrenales’ (CDF, instr. "Libertatis
conscientia" 13). Por otra parte, las condiciones de orden económico y social,
político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con
demasiada frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y
de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los
débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Al apartarse de la ley
moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo,
rompe la fraternidad con sus semejantes y se rebela contra la verdad divina
1741 Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación
para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a
esclavitud. ‘Para ser libres nos libertó Cristo’ (Ga 5,1). En El participamos de
‘la verdad que nos hace libres’ (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y,
como enseña el apóstol, ‘donde está el Espíritu, allí está la libertad’ (2 Co 3,17).
Ya desde ahora nos gloriamos de la ‘libertad de los hijos de Dios’ (Rm 8,21).
1742 Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a
nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien
que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la
experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más
dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y
nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y
coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo
nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres
de su obra en la Iglesia y en el mundo.
Dios omnipotente y misericordioso, aparta de nosotros los males, para que,
bien dispuesto nuestro cuerpo y nuestro espíritu, podamos libremente cumplir
tu voluntad. (MR, colecta del domingo 32)

Resumen

1743 Dios ha querido ‘dejar al hombre en manos de su propia decisión’ (Si


15,14). Para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar así a la
bienaventurada perfección (cf GS 17, 1).
1744 La libertad es el poder de obrar o de no obrar y de ejecutar así, por sí
mismo, acciones deliberadas. La libertad alcanza su perfección, cuando está
ordenada a Dios, el supremo Bien.
1745 La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Hace al ser
humano responsable de los actos de que es autor voluntario. Es propio del
hombre actuar deliberadamente.
1746 La imputabilidad o la responsabilidad de una acción puede quedar
disminuida o incluso anulada por la ignorancia, la violencia, el temor y otros
factores psíquicos o sociales.
1747 El derecho al ejercicio de la libertad, especialmente en materia religiosa
y moral, es una exigencia inseparable de la dignidad del hombre. Pero el
ejercicio de la libertad no implica el pretendido derecho de decir o de hacer
cualquier cosa.
1748 “Para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1).

ARTÍCULO 4 LA MORALIDAD DE LOS ACTOS HUMANOS

1749 La libertad hace del hombre un sujeto moral. Cuando actúa de manera
deliberada, el hombre es, por así decirlo, el padre de sus actos. Los actos
humanos, es decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son
calificables moralmente: son buenos o malos.

I. Las fuentes de la moralidad

1750 La moralidad de los actos humanos depende:


— del objeto elegido;
— del fin que se busca o la intención;
— de las circunstancias de la acción.
El objeto, la intención y las circunstancias forman las ‘fuentes’ o elementos
constitutivos de la moralidad de los actos humanos.
1751 El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la
voluntad. Es la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica
moralmente el acto del querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue
conforme o no conforme al bien verdadero. Las reglas objetivas de la
moralidad enuncian el orden racional del bien y del mal, atestiguado por la
conciencia.
1752 Frente al objeto, la intención se sitúa del lado del sujeto que actúa. La
intención, por estar ligada a la fuente voluntaria de la acción y por
determinarla en razón del fin, es un elemento esencial en la calificación moral
de la acción. El fin es el término primero de la intención y designa el objetivo
buscado en la acción. La intención es un movimiento de la voluntad hacia un
fin; mira al término del obrar. Apunta al bien esperado de la acción
emprendida. No se limita a la dirección de cada una de nuestras acciones
tomadas aisladamente, sino que puede también ordenar varias acciones hacia
un mismo objetivo; puede orientar toda la vida hacia el fin último. Por
ejemplo, un servicio que se hace a alguien tiene por fin ayudar al prójimo,
pero puede estar inspirado al mismo tiempo por el amor de Dios como fin
último de todas nuestras acciones. Una misma acción puede, pues, estar
inspirada por varias intenciones como hacer un servicio para obtener un
favor o para satisfacer la vanidad.
1753 Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno
ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la
maledicencia). El fin no justifica los medios. Así,.no se puede justificar la
condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el
contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte
en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna).
1754 Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias, son los
elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir
la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad
de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del
que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden
de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni
justa una acción que de suyo es mala.

II. Los actos buenos y los actos malos

1755 El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y


de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque su
objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar ‘para ser visto por los
hombres’).
El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay
comportamientos concretos -como la fornicación- que siempre es un error
elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un
mal moral.
1756 Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos
considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias [ambiente,
presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.] que son su marco. Hay
actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de
las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por
ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está
permitido hacer el mal para obtener un bien.
Resumen
1757 El objeto, la intención y las circunstancias constituyen las tres ‘fuentes’
de la moralidad de los actos humanos.
1758 El objeto elegido especifica moralmente el acto de la voluntad según que
la razón lo reconozca y lo juzgue bueno o malo.
1759 “No se puede justificar una acción mala por el hecho de que la intención
sea buena” (S. Tomás de A., dec. praec. 6). El fin no justifica los medios.
1760 El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y
de las circunstancias.
1761 Hay comportamientos concretos cuya elección es siempre errada porque
ésta comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral. No está
permitido hacer un mal para obtener un bien.

ARTÍCULO 5 LA MORALIDAD DE LAS PASIONES

1762 La persona humana se ordena a la bienaventuranza por medio de sus


actos deliberados: las pasiones o sentimientos que experimenta pueden
disponerla y contribuir a ello.
I Las pasiones
1763 El término ‘pasiones’ pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano.
Los sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la
sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o
imaginado como bueno o como malo.
1764 Las pasiones son componentes naturales del psiquismo humano,
constituyen el lugar de paso y aseguran el vínculo entre la vida sensible y la
vida del espíritu. Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la fuente
de donde brota el movimiento de las pasiones (cf Mc 7, 21).
1765 Las pasiones son numerosas. La más fundamental es el amor que la
atracción del bien despierta. El amor causa el deseo del bien ausente y la
esperanza de obtenerlo. Este movimiento culmina en el placer y el gozo del
bien poseído. La aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante
el mal que puede sobrevenir. Este movimiento culmina en la tristeza a causa
del mal presente o en la ira que se opone a él.
1766 “Amar es desear el bien a alguien” (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 26, 4). Los
demás afectos tienen su fuerza en este movimiento original del corazón del
hombre hacia el bien. Sólo el bien es amado (cf. S. Agustín, Trin. 8, 3, 4). “Las
pasiones son malas si el amor es malo, buenas si es bueno” (S. Agustín, civ. 14,
7).

II. Pasiones y vida moral

1767 En sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas. Sólo reciben


calificación moral en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad.
Las pasiones se llaman voluntarias ‘o porque están ordenadas por la voluntad,
o porque la voluntad no se opone a ellas’ (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 24, 1).
Pertenece a la perfección del bien moral o humano el que las pasiones estén
reguladas por la razón.
1768. Los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la
santidad de las personas; son el depósito inagotable de las imágenes y de las
afecciones en que se expresa la vida moral. Las pasiones son moralmente
buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas en el caso contrario.
La voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza los movimientos
sensibles que asume; la voluntad mala sucumbe a las pasiones desordenadas y
las exacerba. Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en
las virtudes, o pervertidos en los vicios.
1769 En la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando todo
el ser incluidos sus dolores, temores y tristezas, como aparece en la agonía y la
pasión del Señor. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos humanos pueden
alcanzar su consumación en la caridad y la bienaventuranza divina.
1770 La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo
por su voluntad, sino también por su apetito sensible según estas palabras del
salmo: ‘Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo’ (Sal 84,3).
Resumen
1771 El término ‘pasiones’ designa los afectos y los sentimientos. Por medio de
sus emociones, el hombre intuye lo bueno y lo malo.
1772 Ejemplos eminentes de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el
temor, la alegría, la tristeza y la ira.
1773 En las pasiones, en cuanto impulsos de la sensibilidad, no hay ni bien ni
mal moral. Pero según dependan o no de la razón y de la voluntad, hay en
ellas bien o mal moral.
1774 Las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos por las virtudes, o
pervertidos en los vicios.
1775 La perfección del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al
bien sólo por su voluntad, sino también por su ‘corazón‘.

ARTÍCULO 6 LA CONCIENCIA MORAL

1776  “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él


no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es
necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el
bien y a evitar el mal... El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su
corazón... La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en
el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16).

I El dictamen de la conciencia

1777 Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rm 2, 14-


16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga
también las opciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando
las que son malas (cf Rm 1, 32). Atestigua la autoridad de la verdad con
referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y
cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la
conciencia moral, puede oír a Dios que le habla.
1778 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona
humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está
haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a
seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su
conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina:
La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da
órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza... La conciencia
es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la
gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La
conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (Newman, carta al
duque de Norfolk 5).
1779 Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y
seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más
necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda
reflexión, examen o interiorización:
Retorna a tu conciencia, interrógala... retornad, hermanos, al interior, y en
todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios (S. Agustín, ep. Jo. 8, 9).
1780 La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la
conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los
principios de la moralidad (‘sindéresis’), su aplicación a las circunstancias
concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y
en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o
se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la
razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la
conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o
juicio.
1781 La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos
realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser
en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la
malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia
constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Al hacer patente la
falta cometida recuerda el perdón que se ha de pedir, el bien que se ha de
practicar todavía y la virtud que se ha de cultivar sin cesar con la gracia de
Dios:
Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene
nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo
(1 Jn 3, 19-20).
1782 “El hombre tiene el derecho de actuar en conciencia y en libertad a fin de
tomar personalmente las decisiones morales. ‘No debe ser obligado a actuar
contra su conciencia. Ni se le debe impedir que actúe según su conciencia,
sobre todo en materia religiosa’ (DH 3)
II La formación de la conciencia

1783 Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una


conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón,
conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La
educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a
influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a
rechazar las enseñanzas autorizadas.
1784 La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los
primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior
reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud;
preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos
sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos
de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia
garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.
1785 En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro
caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en
práctica. Es necesario también examinar nuestra conciencia en relación con la
Cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados
por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada
de la Iglesia (cf DH 14).
III Decidir en conciencia

1786 Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular


un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un
juicio erróneo que se aleja de ellas.
1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio
moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es
justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.
1788 Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la
experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la prudencia, los
consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus
dones.
1789 En todos los casos son aplicables algunas reglas:
— Nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien. 
— La ‘regla de oro’: ‘Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo
también vosotros’ (Mt 7,12; cf  Lc 6, 31; Tb 4, 15).
— La caridad debe actuar siempre con respeto hacia el prójimo y hacia su
conciencia: ‘Pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia...,
pecáis contra Cristo’ (1 Co 8,12). ‘Lo bueno es... no hacer cosa que sea para tu
hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad’ (Rm 14, 21).
IV El juicio erróneo
1790 La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su
conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí
mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la
ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya
cometidos.
1791 Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad
personal. Así sucede ‘cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y
el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi
ciega’ (GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.
1792 El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos
recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal
entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia
y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a
desviaciones del juicio en la conducta moral.
1793 Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin
responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede
serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por
tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.
1794 La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la
caridad procede al mismo tiempo ‘de un corazón limpio, de una conciencia
recta y de una fe sincera’ (1 Tm 1,5; 3, 9; 2 Tm 1, 3; 1 P 3, 21; Hch 24, 16).
Cuanto mayor es el predominio de la conciencia recta, tanto más las personas
y los grupos se apartan del arbitrio ciego y se esfuerzan Lapor adaptarse a las
normas objetivas de moralidad (GS 16). 
Resumen
1795 “La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el
que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16).
1796 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona
humana reconoce la calidad moral de un acto concreto.
1797 Para el hombre que ha cometido el mal, el veredicto de su conciencia
constituye una garantía de conversión y de esperanza.
1798 Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según
la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador.
Cada cual debe poner los medios para formar su conciencia.
1799 Ante una decisión moral, la conciencia puede formar un juicio recto de
acuerdo con la razón y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo que se
aleja de ellas.
1800 El ser humano debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia.
1801 La conciencia moral puede permanecer en la ignorancia o formar juicios
erróneos. Estas ignorancias y estos errores no están siempre exentos de
culpabilidad.
1802 La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la
asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la
conciencia moral.

ARTÍCULO 7 LAS VIRTUDES

1803 “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable,


de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo
en cuenta” (Flp 4, 8).
La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la
persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con
todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el
bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.
El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios. (S.
Gregorio de Nisa, beat. 1).

I Las virtudes humanas

1804 Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables,


perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan
nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la
razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida
moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.
Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los
frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las
potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino.
Distinción de las virtudes cardinales
1805 Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama
‘cardinales’; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la
prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. ‘¿Amas la justicia? Las
virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la
prudencia, la justicia y la fortaleza’ (Sb 8, 7). Bajo otros nombres, estas
virtudes son alabadas en numerosos pasajes de la Escritura.
1806 La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en
toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para
realizarlo. ‘El hombre cauto medita sus pasos’ (Pr 14, 15). ‘Sed sensatos y
sobrios para daros a la oración’ (1 Pe 4, 7). La prudencia es la ‘regla recta de la
acción’, escribe santo Tomás (s. th. 2-2, 47, 2), siguiendo a Aristóteles. No se
confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es
llamada ‘auriga virtutum’: conduce las otras virtudes indicándoles regla y
medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El
hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta
virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y
superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos
evitar.
1807 La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con
Dios es llamada ‘la virtud de la religión’. Para con los hombres, la justicia
dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones
humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al
bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas
Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su
conducta con el prójimo. ‘Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del
pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo’ (Lv 19, 15).
‘Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente
que también vosotros tenéis un Amo en el cielo’ (Col 4, 1).
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la
firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de
resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La
virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de
hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la
renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. ‘Mi
fuerza y mi cántico es el Señor’ (Sal 118, 14). ‘En el mundo tendréis tribulación.
Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo’ (Jn 16, 33).
1809 La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los
placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el
dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites
de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos
sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ‘para seguir la
pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada
en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos
refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o
‘sobriedad’. Debemos ‘vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo
presente’ (Tt 2, 12).
Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda el
alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a El (lo cual pertenece a la
justicia), quien vela para discernir todas las cosas por miedo a dejarse
sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece a la prudencia), le
entrega un amor entero (por la templanza), que ninguna desgracia puede
derribar (lo cual pertenece a la fortaleza). (S. Agustín, mor. eccl. 1, 25, 46).
Las virtudes y la gracia
1810 Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante
actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son
purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el
carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al
practicarlas.
1811 Para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio
moral. El don de la salvación por Cristo nos otorga la gracia necesaria para
perseverar en la búsqueda de las virtudes. Cada cual debe pedir siempre esta
gracia de luz y de fortaleza, recurrir a los sacramentos, cooperar con el
Espíritu Santo, seguir sus invitaciones a amar el bien y guardarse del mal.

II Las virtudes teologales

1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que


adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina
(cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen
a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como
origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.
1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral
del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas
por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos
suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del
Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes
teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13).
La fe
1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El
nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la
verdad misma. Por la fe ‘el hombre se entrega entera y libremente a Dios’ (DV
5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. ‘El
justo vivirá por la fe’ (Rm 1, 17). La fe viva ‘actúa por la caridad’ (Ga 5, 6).
1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Cc.
Trento: DS 1545). Pero, ‘la fe sin obras está muerta’ (St 2, 26): privada de la
esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él
un miembro vivo de su Cuerpo.
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino
también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: ‘Todos vivan
preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el
camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia’
(LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la
salvación: ‘Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me
declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue
ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos’
(Mt 10, 32-33).

La esperanza

1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los


cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en
las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los
auxilios de la gracia del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la
esperanza, pues fiel es el autor de la promesa’ (Hb 10,23). Este es ‘el Espíritu
Santo que El derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo
nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos
herederos, en esperanza, de vida eterna’ (Tt 3, 6-7).
1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por
Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las
actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos;
protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en
la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva
del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo
elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las
promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del
sacrificio. ‘Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de
muchas naciones’ (Rm 4, 18).
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la
predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzaselevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la
nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas
que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su
pasión, Dios nos guarda en ‘la esperanza que no falla’ (Rm 5, 5). La esperanza
es ‘el ancla del alma’, segura y firme, ‘que penetra... a donde entró por
nosotros como precursor Jesús’ (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos
protege en el combate de la salvación: ‘Revistamos la coraza de la fe y de la
caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación’ (1 Ts 5, 8). Nos procura el
gozo en la prueba misma: ‘Con la alegría de la esperanza; constantes en la
tribulación’ (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración,
particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza
nos hace desear.
1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los
que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda
circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar hasta
el fin’ (cf Mt 10, 22; cf Cc. Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como
eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de
Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ‘todos los hombres se salven’
(1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:
Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con
cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto
dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más
mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con
gozo y deleite que no puede tener fin. (S. Teresa de Jesús, excl. 15, 3)

La Caridad

1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas
las cosas por El mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor
de Dios.
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando
a los suyos ‘hasta el fin’ (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha
recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que
reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: ‘Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor’ (Jn 15, 9). Y
también: ‘Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os
he amado’ (Jn 15, 12).
1824 “Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda
los mandamientos de Dios y de Cristo: ‘Permaneced en mi amor. Si guardáis
mis mandamientos, permaneceréis en mi amor’ (Jn 15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm
13, 8_10).
1825 Cristo murió por amor a nosotros ‘cuando éramos todavía enemigos’
(Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como El hasta a
nuestros enemigos(cf Mt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf
Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres como a El
mismo (cf Mt 25, 40.45).
El apóstol san Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: ‘La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa,
no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta
el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa.
Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13, 4-7).
1826 “‘Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy...’. Y todo lo que
es privilegio, servicio, virtud misma... ‘si no tengo caridad, nada me
aprovecha’ (1 Co 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la
primera de las virtudes teologales: ‘Ahora subsisten la fe, la esperanza y la
caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad’ (1 Co
13,13). 1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la
caridad. Esta es ‘el vínculo de la perfección’ (Col 3, 14); es la forma de las
virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica
cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La
eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.
1828 “La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la
libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un
esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino
como un hijo que responde al amor del ‘que nos amó primero’ (1 Jn 4,19):
O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del
esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a
mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que
manda... y entonces estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg. fus.
prol. 3).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la
práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la
reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos
(S. Agustín, ep.Jo. 10, 4).

III Dones y frutos del Espíritu Santo

1830. La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu
Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para
seguir los impulsos del Espíritu Santo.
1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo,
Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de
quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las
inspiraciones divinas.
Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana (Sal 143,10).
Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios... Y, si hijos,
también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rm 8,14.17)
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el
Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia
enumera doce: ‘caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad,
benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad’ (Ga
5,22-23, vg.).
Resumen
1833 La virtud es una disposición habitual y firme para hacer el bien.
1834 Las virtudes humanas son disposiciones estables del entendimiento y de
la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían
nuestra conducta según la razón y la fe. Pueden agruparse en torno a cuatro
virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
1835 La prudencia dispone la razón práctica para discernir, en toda
circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir los medios justos para
realizarlo.
1836 La justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que les es debido.
1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la
práctica del bien.
1838 La templanza modera la atracción hacia los placeres sensibles y
procura la moderación en el uso de los bienes creados.
1839 Las virtudes morales crecen mediante la educación, mediante actos
deliberados y con el esfuerzo perseverante. La gracia divina las purifica y las
eleva.
1840 Las virtudes teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con
la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido
por la fe, esperado y amado por El mismo.
1841 Las virtudes teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co
13, 13). Informan y vivifican todas las virtudes morales.
1842 Por la fe creemos en Dios y creemos todo lo que El nos ha revelado y que
la Santa Iglesia nos propone como objeto de fe.
1843 Por la esperanza deseamos y esperamos de Dios con una firme
confianza la vida eterna y las gracias para merecerla.
1844 Por la caridad amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos por amor de Dios. Es el ‘vínculo de la perfección’ (Col
3, 14) y la forma de todas las virtudes.
1845 Los siete dones del Espíritu Santo concedidos a los cristianos son:
sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

ARTÍCULO 8
EL PECADO

I La misericordia y el pecado

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios


con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: ‘Tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’ (Mt 1, 21). Y en la
institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: ‘Esta es mi
sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los
pecados’ (Mt 26, 28).
1847 “Dios nos ha creado sin nosotros, pero no ha querido salvarnos sin
nosotros” (S. Agustín, serm. 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige
de nosotros la confesión de nuestras faltas. ‘Si decimos: «no tenemos pecado»,
nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros
pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia’ (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma san Pablo, ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la
gracia’ (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado
para convertir nuestro corazón y conferirnos ‘la justicia para la vida eterna
por Jesucristo nuestro Señor’ (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la
herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una
luz viva sobre el pecado:
La conversión exige el reconocimiento del pecado, y éste, siendo una
verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre,
llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del
amor: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Así, pues, en este ‘convencer en lo referente al
pecado’ descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia
y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito.
(DeV 31).

II Definición de pecado

1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es


faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un
apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta
contra la solidaridad humana. Ha sido definido como ‘una palabra, un acto o
un deseo contrarios a la ley eterna’ (S. Agustín, Faust. 22, 27; S. Tomás de A.,
s. th., 1-2, 71, 6) )
1850 El pecado es una ofensa a Dios: ‘Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo
malo a tus ojos cometí’ (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que
Dios nos tiene y aparta de El nuestros corazones. Como el primer pecado, es
una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse ‘como
dioses’, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado
es así ‘amor de sí hasta el desprecio de Dios’ (S. Agustín, civ, 1, 14, 28). Por esta
exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la
obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9).
1851 En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde
éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y
burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los
soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono
de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe
de este mundo (cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente
en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.

III La diversidad de pecados

1852 La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas.


La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: ‘Las
obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones,
envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os
prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el
Reino de Dios’ (5,19-21; cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm
1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).
1853. Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto
humano, o según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o
según los mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según
que se refieran a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados
espirituales y carnales, o también en pecados de pensamiento, palabra, acción
u omisión. La raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre
voluntad, según la enseñanza del Señor: ‘De dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones. robos, falsos
testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre’ (Mt 15,19-20). En
el corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, a
la que hiere el pecado.

IV La gravedad del pecado: pecado mortal y venial

1854 “Conviene valorar los pecados según su gravedad. La distinción entre


pecado mortal y venial, perceptible ya en la Escritura se ha impuesto en la
tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la corroboran.”
1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una
infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin
último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la hiere.
1856 El pecado mortal, que ataca en nosotros el principio vital que es la
caridad, necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una
conversión del corazón que se realiza ordinariamente en el marco del
sacramento de la Reconciliación:
Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo contraria a la caridad por la
que estamos ordenados al fin último, el pecado, por su objeto mismo, tiene
causa para ser mortal... sea contra el amor de Dios, como la blasfemia, el
perjurio, etc., o contra el amor del prójimo, como el homicidio, el adulterio,
etc... En cambio, cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa
que contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es contraria al amor
de Dios y del prójimo, como una palabra ociosa, una risa superflua, etc., tales
pecados son veniales (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 88, 2).
1857. Para que un pecado sea mortal se requieren tres condiciones: ‘Es
pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es
cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento’ (RP 17).
1858 La materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la
respuesta de Jesús al joven rico: ‘No mates, no cometas adulterio, no robes, no
levantes testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre’ (Mc
10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un asesinato es más
grave que un robo. La cualidad de las personas lesionadas cuenta también: la
violencia ejercida contra los padres es más grave que la ejercida contra un
extraño.
1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento.
Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a
la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado
para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento
del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el
carácter voluntario del pecado.
1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no excusar, la
imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los
principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre.
Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el
carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o
los trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por
malicia, por elección deliberada del mal.
1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como
lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la
gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el
arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la
muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer
elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar
que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos
confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.
1862 Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la
medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en
materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento.
1863 El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a
bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la
práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial
deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a
cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace
contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios.
Es humanamente reparable con la gracia de Dios. ‘No priva de la gracia
santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la
bienaventuranza eterna’ (RP 17):
El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al
menos los pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los
consideres poca cosa: si los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando
los cuentas. Muchos objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de
agua llenan un río. Muchos granos hacen un montón. ¿Cuál es entonces
nuestra esperanza? Ante todo, la confesión... (S. Agustín, ep. Jo. 1, 6)..
1864 “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca,
antes bien será reo de pecado eterno” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10). No
hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a
acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón
de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46).
Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la
perdición eterna.
V La proliferación del pecado
1865 El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la
repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la
conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el
pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido
moral hasta su raíz.
1866 Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o
también pueden ser referidos a los pecados capitales que la experiencia
cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio
Magno (mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados,
otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula,
la pereza.
1867 La tradición catequética recuerda también que existen ‘pecados que
claman al cielo’. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf Gn 4, 10); el pecado de
los sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido en Egipto
(cf Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano (cf Ex 22,
20-22); la injusticia para con el asalariado (cf Dt 24, 14-15; Jc 5, 4).
1868 El pecado es un acto personal. Pero nosotros tenemos una
responsabilidad en los pecados cometidos por otros cuando cooperamos a
ellos:
— participando directa y voluntariamente;
— ordenándolos, aconsejándolos, alabándolos o aprobándolos; 
— no revelándolos o no impidiéndolos cuando se tiene obligación de hacerlo; 
— protegiendo a los que hacen el mal.
1869 Así el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace
reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados
provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina.
Las ‘estructuras de pecado’ son expresión y efecto de los pecados personales.
Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico
constituyen un ‘pecado social’ (cf RP 16).
Resumen
1870 “Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos
ellos de misericordia” (Rm 11, 32).
1871 El pecado es ‘una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna‘
(S. Agustín, Faust. 22). Es una ofensa a Dios. Se alza contra Dios en una
desobediencia contraria a la obediencia de Cristo.
1872 El pecado es un acto contrario a la razón. Lesiona la naturaleza del
hombre y atenta contra la solidaridad humana.
1873 La raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre. Sus especies
y su gravedad se miden principalmente por su objeto.
1874 Elegir deliberadamente, es decir, sabiéndolo y queriéndolo, una cosa
gravemente contraria a la ley divina y al fin último del hombre, es cometer un
pecado mortal. Este destruye en nosotros la caridad sin la cual la
bienaventuranza eterna es imposible. Sin arrepentimiento, tal pecado conduce
a la muerte eterna.
1875 El pecado venial constituye un desorden moral que puede ser reparado
por la caridad que tal pecado deja subsistir en nosotros.
1876 La reiteración de pecados, incluso veniales, engendra vicios entre los
cuales se distinguen los pecados capitales.

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
PRIMERA SECCIÓN
LA VOCACIÓN DEL HOMBRE:
LA VIDA EN EL ESPÍRITU
Comienzo de:
CAPÍTULO SEGUNDO
LA COMUNIDAD HUMANA
1877 La vocación de la humanidad es manifestar la imagen de Dios y ser
transformada a imagen del Hijo Unico del Padre. Esta vocación reviste una
forma personal, puesto que cada uno es llamado a entrar en la
bienaventuranza divina; pero concierne también al conjunto de la comunidad
humana.
ARTÍCULO 1
LA PERSONA Y LA SOCIEDAD
I  El carácter comunitario de la vocación humana
1878 Todos los hombres son llamados al mismo fin: Dios. Existe cierta
semejanza entre la unión de las personas divinas y la fraternidad que los
hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor (cf GS 24, 3). El
amor al prójimo es inseparable del amor a Dios.
1879 La persona humana necesita la vida social. Esta no constituye para ella
algo sobreañadido sino una exigencia de su naturaleza. Por el intercambio con
otros, la reciprocidad de servicios y el diálogo con sus hermanos, el hombre
desarrolla sus capacidades; así responde a su vocación (cf GS 25, 1).
1880 Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica
por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez
visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y
prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido ‘heredero’,
recibe ‘talentos’ que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar
(cf Lc 19, 13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para
con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las
autoridades encargadas del bien común de las mismas.
1881 Cada comunidad se define por su fin y obedece en consecuencia a reglas
específicas, pero ‘el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones
sociales es y debe ser la persona humana’ (GS 25, 1).
1882 Algunas sociedades, como la familia y la ciudad, corresponden más
inmediatamente a la naturaleza del hombre. Le son necesarias. Con el fin de
favorecer la participación del mayor número de personas en la vida social, es
preciso impulsar, alentar la creación de asociaciones e instituciones de libre
iniciativa ‘para fines económicos, sociales, culturales, recreativos, deportivos,
profesionales y políticos, tanto dentro de cada una de las naciones como en el
plano mundial’ (MM 60). Esta ‘socialización’ expresa igualmente la tendencia
natural que impulsa a los seres humanos a asociarse con el fin de alcanzar
objetivos que exceden las capacidades individuales. Desarrolla las cualidades
de la persona, en particular, su sentido de iniciativa y de responsabilidad.
Ayuda a garantizar sus derechos (cf GS 25, 2; CA 12).
1883 “La socialización presenta también peligros. Una intervención
demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y la iniciativa
personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado
de subsidiariedad. Según éste, ‘una estructura social de orden superior no
debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior,
privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de
necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes
sociales, con miras al bien común’ (CA 48; Pío XI, enc. "Quadragesimo anno").
1884 Dios no ha querido retener para El solo el ejercicio de todos los poderes.
Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las
capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la
vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del mundo, que
manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de
los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben comportarse como
ministros de la providencia divina.
1885 El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo.
Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las
relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden
internacional.
II La conversión y la sociedad
1886 La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana.
Para alcanzar este objetivo es preciso que sea respetada la justa jerarquía de
los valores que subordina las dimensiones ‘materiales e instintivas’ del ser del
hombre ‘a las interiores y espirituales’(CA 36):
La sociedad humana... tiene que ser considerada, ante todo, como una
realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres,
iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos
conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los
bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas
sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los
demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los
bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo
tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la
convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico
y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la
comunidad humana en su incesante desarrollo. (PT 36).
1887 La inversión de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar
valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las
personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que
‘hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a
los mandamientos del Legislador Divino’(Pío XII, discurso 1 junio 1941).
1888 Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de
la persona y a la exigencia permanente de su conversión interiorpara obtener
cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a
la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario,
impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida,
cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se
conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de
oponerse a él (cf LG 36).
1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían ‘acertar con el
sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia
que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava’ (CA 25). Es el camino de la
caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el
mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica
de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de
entrega de sí mismo: ‘Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la
pierda la conservará’ (Lc 17, 33)
Resumen
1890 Existe una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
fraternidad que los hombres deben instaurar entre sí.
1891 Para desarrollarse en conformidad con su naturaleza, la persona
humana necesita la vida social. Ciertas sociedades como la familia y la ciudad,
corresponden más inmediatamente a la naturaleza del hombre.
1892 “El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe
ser la persona humana” (GS 25, 1).
1893 Es preciso promover una amplia participación en asociaciones e
instituciones de libre iniciativa.
1894 Según el principio de subsidiariedad, ni el Estado ni ninguna sociedad
más amplia deben suplantar la iniciativa y la responsabilidad de las personas
y de las corporaciones intermedias.
1895 La sociedad debe favorecer el ejercicio de las virtudes, no ser obstáculo
para ellas. Debe inspirarse en una justa jerarquía de valores.
1896 Donde el pecado pervierte el clima social es preciso apelar a la
conversión de los corazones y a la gracia de Dios. La caridad empuja a
reformas justas. No hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio.
ARTÍCULO 2
LA PARTICIPACIÓN EN LA VIDA SOCIAL
I La autoridad
1897 “Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes,
investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren,
en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del
país” (PT 46).
Se llama ‘autoridad’ la cualidad en virtud de la cual personas o instituciones
dan leyes y órdenes a los hombres y esperan la correspondiente obediencia.
1898 “Toda comunidad humana necesita una autoridad que la rija (cf León
XIII, enc. "Inmortale Dei"; enc. "Diuturnum illud"). Esta tiene su fundamento
en la naturaleza humana. Es necesaria para la unidad de la sociedad. Su
misión consiste en asegurar en cuanto sea posible el bien común de la
sociedad.
1899 La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios ‘Sométanse
todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga
de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien
se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se
atraerán sobre sí mismos la condenación’ (Rm 13, 1-2; cf 1 P 2, 13-17).
1900 El deber de obediencia impone a todos la obligación de dar a la
autoridad los honores que le son debidos, y de rodear de respeto y, según su
mérito, de gratitud y de benevolencia a las personas que la ejercen.
La más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política tiene como
autor a san Clemente Romano:
‘Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que
ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey
celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder
sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno,
según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz
y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio’ (S.
Clemente Romano, Cor. 61, 1-2).
1901 Si la autoridad responde a un orden fijado por Dios, ‘la determinación
del régimen y la designación de los gobernantes han de dejarse a la libre
voluntad de los ciudadanos’ (GS 74, 3).
La diversidad de los regímenes políticos es moralmente admisible con tal que
promuevan el bien legítimo de la comunidad que los adopta. Los regímenes
cuya naturaleza es contraria a la ley natural, al orden público y a los derechos
fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien común de las
naciones en las que se han impuesto.
1902 La autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral. No debe
comportarse de manera despótica, sino actuar para el bien común como una
‘fuerza moral, que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y
obligaciones que ha recibido’ (GS 74, 2).
La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la
justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna.
En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla
injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de
violencia (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 93, 3 ad 2).
1903 La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del
grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si
los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al
orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. ‘En
semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se
origina una iniquidad espantosa’ (PT 51).
1904 “Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras
esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es éste el
principio del «Estado de derecho» en el cual es soberana la ley y no la
voluntad arbitraria de los hombres” (CA 44)
II El bien común
1905 Conforme a la naturaleza social del hombre, el bien de cada cual está
necesariamente relacionado con el bien común. Este sólo puede ser definido
con referencia a la persona humana:
No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya
justificados, sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común
(Bernabé, ep. 4, 10).
1906 Por bien común, es preciso entender ‘el conjunto de aquellas condiciones
de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros
conseguir más plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1; cf GS 74, 1).
El bien común afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada
uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad. Comporta tres
elementos esenciales:
1907 Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. En
nombre del bien común, las autoridades están obligadas a respetar los
derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. La sociedad
debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su vocación. En particular,
el bien común reside en las condiciones de ejercicio de las libertades naturales
que son indispensables para el desarrollo de la vocación humana: ‘derecho a...
actuar de acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de la
vida privada y a la justa libertad, también en materia religiosa’ (cf GS 26, 2).
1908 En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y
el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes
sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien
común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno
lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento,
vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de
fundar una familia, etc. (cf GS 26, 2).
1909 El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la
seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por
medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien
común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva.
1910 Si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en
cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en
la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien
común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones
intermedias.
1911 Las interdependencias humanas se intensifican. Se extienden poco a poco
a toda la tierra. La unidad de la familia humana que agrupa a seres que
poseen una misma dignidad natural, implica un bien común universal. Este
requiere una organización de la comunidad de naciones capaz de ‘proveer a
las diferentes necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida
social, a los que pertenecen la alimentación, la salud, la educación..., como en
no pocas situaciones particulares que pueden surgir en algunas partes, como
son... socorrer en sus sufrimientos a los refugiados dispersos por todo el
mundo o de ayudar a los emigrantes y a sus familias’ (GS 84, 2).
1912 El bien común está siempre orientado hacia el progreso de las personas:
‘El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas... y
no al contrario’ (GS 26, 3). Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la
justicia, es vivificado por el amor.
III Responsabilidad y participación
1913 La participación es el compromiso voluntario y generoso de la persona
en los intercambios sociales. Es necesario que todos participen, cada uno
según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien
común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana.
1914 La participación se realiza ante todo con la dedicación a las tareas
cuya responsabilidad personal se asume: por la atención prestada a la
educación de su familia, por la responsabilidad en su trabajo, el hombre
participa en el bien de los demás y de la sociedad (cf CA 43).
1915 Los ciudadanos deben cuanto sea posible tomar parte activa en la vida
pública. Las modalidades de esta participación pueden variar de un país a
otro o de una cultura a otra. ‘Es de alabar la conducta de las naciones en las
que la mayor parte posible de los ciudadanos participa con verdadera libertad
en la vida pública’ (GS 31, 3).
1916 La participación de todos en la promoción del bien común implica, como
todo deber ético, una conversión, renovada sin cesar, de los miembros de la
sociedad. El fraude y otros subterfugios mediante los cuales algunos escapan a
la obligación de la ley y a las prescripciones del deber social deben ser
firmemente condenados por incompatibles con las exigencias de la justicia. Es
preciso ocuparse del desarrollo de instituciones que mejoran las condiciones
de la vida humana (cf GS 30, 1).
1917. Corresponde a los que ejercen la autoridad reafirmar los valores que
engendran confianza en los miembros del grupo y los estimulan a ponerse al
servicio de sus semejantes. La participación comienza por la educación y la
cultura. ‘Podemos pensar, con razón, que la suerte futura de la humanidad
está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones
venideras razones para vivir y para esperar’ (GS 31, 3).
Resumen
1918 “No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios
han sido constituidas” (Rm 13, 1).
1919 Toda comunidad humana necesita una autoridad para mantenerse y
desarrollarse.
1920 “La comunidad política y la autoridad pública se fundan en la
naturaleza humana y por ello pertenecen al orden querido por Dios” (GS 74,
3).
1921 La autoridad se ejerce de manera legítima si se aplica a la prosecución
del bien común de la sociedad. Para alcanzarlo debe emplear medios
moralmente aceptables.
1922 La diversidad de regímenes políticos es legítima, con tal que promuevan
el bien de la comunidad.
1923 La autoridad política debe actuar dentro de los límites del orden moral y
debe garantizar las condiciones del ejercicio de la libertad.
1924 El bien común comprende ‘el conjunto de aquellas condiciones de la vida
social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más
plena y fácilmente su propia perfección’ (GS 26, 1).
1925 El bien común comporta tres elementos esenciales: el respeto y la
promoción de los derechos fundamentales de la persona; la prosperidad o el
desarrollo de los bienes espirituales y temporales de la sociedad; la paz y la
seguridad del grupo y de sus miembros.
1926 La dignidad de la persona humana implica la búsqueda del bien común.
Cada cual debe preocuparse por suscitar y sostener instituciones que mejoren
las condiciones de la vida humana.
1927 Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la
sociedad civil. El bien común de toda la familia humana requiere una
organización de la sociedad internacional.
ARTÍCULO 3
LA JUSTICIA SOCIAL
1928. La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que
permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según
su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al
ejercicio de la autoridad.
I El respeto de la persona humana
1929. La justicia social sólo puede ser conseguida sobre la base del respeto de
la dignidad trascendente del hombre. La persona representa el fin último de la
sociedad, que está ordenada al hombre:
La defensa y la promoción de la dignidad humana ‘nos han sido confiadas por
el Creador, y de las que son rigurosa y responsablemente deudores los
hombres y mujeres en cada coyuntura de la historia’ (SRS 47).
1930 El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se
derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la
sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad:
menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una
sociedad mina su propia legitimidad moral (cf PT 65). Sin este respeto, una
autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la
obediencia de sus súbditos. Corresponde a la Iglesia recordar estos derechos a
los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o
falsas.
1931 El respeto a la persona humana pasa por el respeto del principio: ‘Que
cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como «otro yo»,
cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla
dignamente’ (GS 27, 1). Ninguna legislación podría por sí misma hacer
desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo
que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas.
Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un
‘prójimo’, un hermano.
1932 El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se
hace más acuciante todavía cuando éstos están más necesitados en cualquier
sector de la vida humana. ‘Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis’ (Mt 25, 40).
1933 Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente
de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas.
Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los
enemigos (cf Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es
incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al
mal que hace en cuanto enemigo.
II Igualdad y diferencias entre los hombres
1934 Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma
racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen.
Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la
misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma
dignidad.
1935 La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad
personal y de los derechos que dimanan de ella:
Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de
discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o
cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión.
(GS 29,2).
1936 Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario
para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás.
Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad,
a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las
circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las
riquezas (GS 29, 2). Los ‘talentos’ no están distribuidos por igual (cf Mt 25, 14-
30, Lc 19, 11-27).
1937 “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno
reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’
particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias
alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la
benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a
otras:
Yo no doy todas las virtudes por igual a cada uno... hay muchos a los que
distribuyo de tal manera, esto a uno, aquello a otro... A uno la caridad, a otro
la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva... En cuanto a los bienes
temporales las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la
mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era
necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de
practicar la caridad unos con otros... He querido que unos necesitasen de otros
y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las
liberalidades que han recibido de mí. (S. Catalina de Siena, dial. 1, 7).
1938. Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millones de
hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio:
La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida
más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y
sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana
resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la
dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional (GS
29, 3).
III La solidaridad humana
1939 El principio de solidaridad, expresado también con el nombre de
‘amistad’ o ‘caridad social’, es una exigencia directa de la fraternidad humana
y cristiana (cf SRS 38-40; CA 10):
Un error, ‘hoy ampliamente extendido, es el olvido de esta ley de solidaridad
humana y de caridad, dictada e impuesta tanto por la comunidad de origen y
la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres, cualquiera que sea
el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por
Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad
pecadora’ (Pío XII, enc. "Summi pontificatus").
1940 La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de
bienes y la remuneración del trabajo. Supone también el esfuerzo en favor de
un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y
donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada.
1941 Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda
de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los
ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los
empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad
internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del
mundo depende de ella.
1942 La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales.
Difundiendo los bienes espirituales de la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez el
desarrollo de los bienes temporales, al cual con frecuencia ha abierto vías
nuevas. Así se han verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor:
‘Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura’ (Mt 6, 33):
Desde hace dos mil años vive y persevera en el alma de la Iglesia ese
sentimiento que ha impulsado e impulsa todavía a las almas hasta el heroísmo
caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de esclavos, de los que
atienden enfermos, de los mensajeros de fe, de civilización, de ciencia, a todas
las generaciones y a todos los pueblos con el fin de crear condiciones sociales
capaces de hacer posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano
(Pío XII, discurso de 1 junio 1941).
Resumen
1943 La sociedad asegura la justicia social procurando las condiciones que
permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido.
1944 El respeto de la persona humana considera al prójimo como ‘otro yo’.
Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad
intrínseca de la persona.
1945 La igualdad entre los hombres se vincula a la dignidad de la persona y a
los derechos que de ésta se derivan.
1946 Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere
que nos necesitemos los unos a los otros. Esas diferencias deben alentar la
caridad.
1947 La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para
reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a la
desaparición de las desigualdades inicuas.
1948 La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de
comunicación de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienes
materiales.
CAPÍTULO TERCERO
LA SALVACIÓN DE DIOS: 
LA LEY Y LA GRACIA
1949 El hombre, llamado a la bienaventuranza, pero herido por el pecado,
necesita la salvación de Dios. La ayuda divina le viene en Cristo por la ley que
lo dirige y en la gracia que lo sostiene:
Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra
en vosotros el querer y el obrar como bien le parece (Flp 2, 12-23).
ARTÍCULO 1
LA LEY MORAL
1950. La ley moral es obra de la Sabiduría divina. Se la puede definir, en el
sentido bíblico, como una instrucción paternal, una pedagogía de Dios.
Prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la
bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de
Dios y de su amor. Es a la vez firme en sus preceptos y amable en sus
promesas.
1951 La ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad
competente para el bien común. La ley moral supone el orden racional
establecido entre las criaturas, para su bien y con miras a su fin, por el poder,
la sabiduría y la bondad del Creador. Toda ley tiene en la ley eterna su verdad
primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una
participación en la providencia del Dios vivo, Creador y Redentor de todos.
‘Esta ordenación de la razón es lo que se llama la ley’ (León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum"; citando a S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90, 1):
El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de
haber sido digno de recibir de Dios una ley: animal dotado de razón, capaz de
comprender y de discernir, regular su conducta disponiendo de su libertad y
de su razón, en la sumisión al que le ha entregado todo. (Tertuliano, Marc. 2,
4). 
1952 Las expresiones de la ley moral son diversas, y todas están coordinadas
entre sí: la ley eterna, fuente en Dios de todas las leyes; la ley natural; la ley
revelada, que comprende la Ley antigua y la Ley nueva o evangélica;
finalmente, las leyes civiles y eclesiásticas.
1953 La ley moral tiene en Cristo su plenitud y su unidad. Jesucristo es en
persona el camino de la perfección. Es el fin de la Ley, porque sólo El enseña y
da la justicia de Dios: ‘Porque el fin de la ley es Cristo para justificación de
todo creyente’ (Rm 10, 4).
I La ley moral natural
1954. El hombre participa de la sabiduría y la bondad del Creador que le
confiere el dominio de sus actos y la capacidad de gobernarse con miras a la
verdad y al bien. La ley natural expresa el sentido moral original que permite
al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y
la mentira:
La ley natural está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los
hombres porque es la razón humana que ordena hacer el bien y prohíbe
pecar... Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de
ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro
espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos. (León XIII, enc. "Libertas
praestantissimum").
1955 La ley ‘divina y natural’ (GS 89) muestra al hombre el camino que debe
seguir para practicar el bien y alcanzar su fin. La ley natural contiene los
preceptos primeros y esenciales que rigen la vida moral. Tiene por raíz la
aspiración y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, así como el sentido
del prójimo en cuanto igual a sí mismo. Está expuesta, en sus principales
preceptos, en el Decálogo. Esta ley se llama natural no por referencia a la
naturaleza de los seres irracionales, sino porque la razón que la proclama
pertenece propiamente a la naturaleza humana:
¿Dónde, pues, están inscritas estas normas sino en el libro de esa luz que se
llama la Verdad? Allí está escrita toda ley justa, de allí pasa al corazón del
hombre que cumple la justicia; no que ella emigre a él, sino que en él pone su
impronta a la manera de un sello que de un anillo pasa a la cera, pero sin
dejar el anillo. (S. Agustín, Trin. 14, 15, 21).
La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros
por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar.
Esta luz o esta ley, Dios la ha dado a la creación. (S. Tomás de A., de. praec. 1).
1956 La ley natural, presente en el corazón de todo hombre y establecida por
la razón, es universal en sus preceptos, y su autoridad se extiende a todos los
hombres. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus
derechos y sus deberes fundamentales:
Existe ciertamente una verdadera ley: la recta razón. Es conforme a la
naturaleza, extendida a todos los hombres; es inmutable y eterna; sus órdenes
imponen deber; sus prohibiciones apartan de la falta... Es un sacrilegio
sustituirla por una ley contraria; está prohibido dejar de aplicar una sola de
sus disposiciones; en cuanto a abrogarla enteramente, nadie tiene la
posibilidad de ello. (Cicerón, rep. 3, 22, 33).
1957 La aplicación de la ley natural varía mucho; puede exigir una reflexión
adaptada a la multiplicidad de las condiciones de vida según los lugares, las
épocas y las circunstancias. Sin embargo, en la diversidad de culturas, la ley
natural permanece como una norma que une entre sí a los hombres y les
impone, por encima de las diferencias inevitables, principios comunes.
1958 La ley natural es inmutable (cf GS 10) y permanente a través de las
variaciones de la historia; subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y
sostiene su progreso. Las normas que la expresan permanecen
substancialmente valederas. Incluso cuando se llega a renegar de sus
principios, no se la puede destruir ni arrancar del corazón del hombre.
Resurge siempre en la vida de individuos y sociedades:
El robo está ciertamente sancionado por tu ley, Señor, y por la ley que está
escrita en el corazón del hombre, y que la misma iniquidad no puede borrar.
(S. Agustín, conf. 4, 4, 9).
1959 La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los
fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio de las
normas morales que guían sus decisiones. Establece también la base moral
indispensable para la edificación de la comunidad de los hombres. Finalmente
proporciona la base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante
una reflexión que extrae las conclusiones de sus principios, bien mediante
adiciones de naturaleza positiva y jurídica.
1960 Los preceptos de la ley natural no son percibidos por todos de una
manera clara e inmediata. En la situación actual, la gracia y la revelación son
necesarias al hombre pecador para que las verdades religiosas y morales
puedan ser conocidas ‘de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin
mezcla de error’ (Pío XII, enc. "Humani generis": DS 3876). La ley natural
proporciona a la Ley revelada y a la gracia un cimiento preparado por Dios y
armonizado con la obra del Espíritu.
II La ley antigua
1961 Dios, nuestro Creador y Redentor, eligió a Israel como su pueblo y le
reveló su Ley, preparando así la venida de Cristo. La Ley de Moisés contiene
muchas verdades naturalmente accesibles a la razón. Estas están declaradas y
autentificadas en el marco de la Alianza de la salvación.
1962 La Ley antigua es el primer estado de la Ley revelada. Sus
prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos. Los
preceptos del Decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre,
formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del
prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la
conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de
Dios, y para protegerle contra el mal:
Dios escribió en las tablas de la Ley lo que los hombres no leían en sus
corazones. (S. Agustín, sAL. 57, 1)
1963 Según la tradición cristiana, la Ley santa (cf. Rm 7, 12) espiritual (cf.
Rm 7, 14) y buena (cf. Rm 7, 16) es todavía imperfecta. Como un pedagogo (cf.
Ga 3, 24) muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la
gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede
quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según san Pablo tiene por
función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una ‘ley de
concupiscencia’ (cf. Rm 7) en el corazón del hombre. No obstante, la Ley
constituye la primera etapa en el camino del Reino. Prepara y dispone al
pueblo elegido y a cada cristiano a la conversión y a la fe en el Dios Salvador.
Proporciona una enseñanza que subsiste para siempre, como la Palabra de
Dios.
1964 La Ley antigua es una preparación para el Evangelio. ‘La ley es profecía
y pedagogía de las realidades venideras’ (S Ireneo, haer. 4, 15, 1). Profetiza y
presagia la obra de liberación del pecado que se realizará con Cristo;
suministra al Nuevo Testamento las imágenes, los ‘tipos’, los símbolos para
expresar la vida según el Espíritu. La Ley se completa mediante la enseñanza
de los libros sapienciales y de los profetas, que la orientan hacia la Nueva
Alianza y el Reino de los cielos.
Hubo..., bajo el régimen de la antigua alianza, gentes que poseían la caridad y
la gracia del Espíritu Santo y aspiraban ante todo a las promesas espirituales
y eternas, en lo cual se adherían a la ley nueva. Y al contrario, existen, en la
nueva alianza, hombres carnales, alejados todavía de la perfección de la ley
nueva: para incitarlos a las obras virtuosas, el temor del castigo y ciertas
promesas temporales han sido necesarias, incluso bajo la nueva alianza. En
todo caso, aunque la ley antigua prescribía la caridad, no daba el Espíritu
Santo, por el cual «la caridad es difundida en nuestros corazones» (Rm 5,5.).
(S. Tomás de A., s. th. 1-2, 107, 1 ad 2).
III La ley nueva o ley evangélica
1965 La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley
divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en
el Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a
ser la ley interior de la caridad: ‘Concertaré con la casa de Israel una alianza
nueva... pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré
su Dios y ellos serán mi pueblo’ (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).
1966 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante
la fe en Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para
enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la
gracia de realizarlo:
El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor
pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo,
encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana... Este
Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana. [S.
Agustín, serm. Dom. 1, 1).
1967 La Ley evangélica ‘da cumplimiento’ (cf Mt 5, 17-19), purifica, supera, y
lleva a su perfección la Ley antigua. En las ‘Bienaventuranzas’ da
cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al ‘Reino de
los cielos’. Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza
nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los
perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del
Reino.
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El
Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la
Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella
nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade
preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el
corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19),
donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes.
El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la
perfección del Padre celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración
por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).
1969 La Ley nueva practica los actos de la religión: la limosna, la oración y el
ayuno, ordenándolos al ‘Padre que ve en lo secreto’, por oposición al deseo ‘de
ser visto por los hombres’ (cf Mt 6, 1-6; 16-18). Su oración es el Padre Nuestro
(Mt 6, 9-13).
1970 La Ley evangélica entraña la elección decisiva entre ‘los dos caminos’ 
(cf Mt 7, 13-14) y la práctica de las palabras del Señor (cf Mt 7, 21-27); está
resumida en la regla de oro: ‘Todo cuanto queráis que os hagan los hombres,
hacédselo también vosotros; porque ésta es la Ley y los profetas’ (Mt 7, 12; cf
Lc 6, 31).
Toda la Ley evangélica está contenida en el ‘mandamiento nuevo’ de Jesús (Jn
13, 34): amarnos los unos a los otros como El nos ha amado (cf Jn 15, 12).
1971 Al Sermón del monte conviene añadir la catequesis moral de las
enseñanzas apostólicas, como Rm 12-15; 1 Co 12-13; Col 3-4; Ef 4-5, etc. Esta
doctrina transmite la enseñanza del Señor con la autoridad de los apóstoles,
especialmente exponiendo las virtudes que se derivan de la fe en Cristo y que
anima la caridad, el principal don del Espíritu Santo. ‘Vuestra caridad sea sin
fingimiento... amándoos cordialmente los unos a los otros... con la alegría de
la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración;
compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad’ (Rm
12, 9-13). Esta catequesis nos enseña también a tratar los casos de conciencia a
la luz de nuestra relación con Cristo y con la Iglesia (cf Rm 14; 1 Co 5, 10).
1972 La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor
que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque
confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los
sacramentos; ley de libertad (cf St 1, 25; 2, 12), porque nos libera de las
observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar
espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la
condición del siervo ‘que ignora lo que hace su señor’, a la de amigo de Cristo,
‘porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’ (Jn 15, 15), o
también a la condición de hijo heredero (cf Ga 4, 1-7.21-31; Rm 8, 15).
1973 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos
evangélicos. La distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos
evangélicos se establece por relación a la caridad, perfección de la vida
cristiana. Los preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con
la caridad. Los consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle
contrario, puede constituir un impedimento al desarrollo de la caridad (cf S.
Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 184, 3).
1974 Los consejos evangélicos manifiestan la plenitud viva de una caridad
que nunca se sacia. Atestiguan su fuerza y estimulan nuestra prontitud
espiritual. La perfección de la Ley nueva consiste esencialmente en los
preceptos del amor de Dios y del prójimo. Los consejos indican vías más
directas, medios más apropiados, y han de practicarse según la vocación de
cada uno:
(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los
que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las
ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que,
como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los
consejos, y en suma de todas las leyes y de todas las acciones cristianas, da a
todos y a todas rango, orden, tiempo y valor. (S. Francisco de Sales, amor 8,
6).
 Resumen
1975 Según la Sagrada Escritura, la ley es una instrucción paternal de Dios
que prescribe al hombre los caminos que llevan a la bienaventuranza
prometida y proscribe los caminos del mal.
1976 “La ley es una ordenación de la razón para el bien común, promulgada
por el que está a cargo de la comunidad” (S. Tomás de Aquino, s. th. 1-2, 90, 4).
1977 Cristo es el fin de la ley; sólo El enseña y otorga la justicia de Dios.
1978 La ley natural es una participación en la sabiduría y la bondad de Dios
por parte del hombre, formado a imagen de su Creador. Expresa la dignidad
de la persona humana y constituye la base de sus derechos y sus deberes
fundamentales.
1979 La ley natural es inmutable, permanente a través de la historia. Las
normas que la expresan son siempre substancialmente válidas. Es la base
necesaria para la edificación de las normas morales y la ley civil.
1980 La Ley antigua es la primera etapa de la Ley revelada. Sus
prescripciones morales se resumen en los diez mandamientos.
1981 La Ley de Moisés contiene muchas verdades naturalmente accesibles a
la razón. Dios las ha revelado porque los hombres no las leían en su corazón.
1982 La Ley antigua es una preparación al Evangelio.
1983 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo recibida mediante la fe en
Cristo, que opera por la caridad. Se expresa especialmente en el Sermón del
Señor en la montaña y se sirve de los sacramentos para comunicarnos la
gracia.
1984 La Ley evangélica cumple, supera y lleva a su perfección la Ley antigua:
sus promesas mediante las bienaventuranzas del Reino de los cielos, sus
mandamientos, reformando el corazón que es la raíz de los actos.
1985 La Ley nueva es ley de amor, ley de gracia, ley de libertad.
1986 Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos
evangélicos. ‘La santidad de la Iglesia también se fomenta de manera especial
con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio a sus
discípulos para que los practiquen’ (LG 42).
ARTÍCULO 2
GRACIA Y JUSTIFICACIÓN
I  La justificación
1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de
lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos ‘la justicia de Dios por la fe en
Jesucristo’ (Rm 3, 22) y por el Bautismo (cf Rm 6, 3-4):
Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo
que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la
muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una
vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros,
consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6,
8-11).
1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo,
muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos
miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la
Vid que es él mismo (cf Jn 15, 1-4)
Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu
venimos a ser partícipes de la naturaleza divina... Por eso, aquellos en quienes
habita el Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1, 24).
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que
obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio:
‘Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca’ (Mt 4, 17). Movido por la
gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo alto. ‘La justificación entraña, por tanto, el perdón de
los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior’(Cc. de
Trento: DS 1528).
1990 La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor
de Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa
misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios,
libera de la servidumbre del pecado y sana.
1991 La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la
fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la
justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la
caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció
en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser
instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La
justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos asemeja a
la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su
misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida
eterna (cf Cc de Trento: DS 1529)
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia alguna; todos
pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de
su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios
exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la
fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos
anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su
justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en
Jesús (Rm 3 ,21-26).
1993 La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la
libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la
fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la
caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia:
Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu
Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por
otra parte puede rechazar; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco
puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de El. [Cc. de
Trento: DS 1525).
1994 La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado
en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que ‘la
justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la
tierra’, porque ‘el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la
justificación de los elegidos permanecerán’ (S. Agustín, ev. Jo 72, 3). Dice
incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles
en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
1995 El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al ‘hombre
interior’ (Rm 7, 22 ; Ef 3, 16), la justificación implica la santificación de todo el
ser:
Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza
y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia
para la santidad... al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis
para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).
II La gracia
1996 Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor,
el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser
hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17), partícipes de la
naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3).
1997 La gracia es una participación en la vida de Dios. Nos introduce en la
intimidad de la vida trinitaria: por el Bautismo el cristiano participa de la
gracia de Cristo, Cabeza de su Cuerpo. Como ‘hijo adoptivo’ puede ahora
llamar ‘Padre’ a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu
que le infunde la caridad y que forma la Iglesia.
1998 Esta vocación a la vida eterna es sobrenatural. Depende enteramente de
la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo El puede revelarse y darse a sí
mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la
voluntad humana, como las de toda creatura (cf 1 Co 2, 7-9)
1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida
infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla del pecado y
santificarla: es la gracia santificante o divinizadora, recibida en el Bautismo.
Es en nosotros la fuente de la obra de santificación (cf Jn 4, 14; 7, 38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es
nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5,
17-18).
2000 La gracia santificante es un don habitual, una disposición estable y
sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de
obrar por su amor. Se debe distinguir entre la gracia habitual, disposición
permanente para vivir y obrar según la vocación divina, y las gracias
actuales, que designan las intervenciones divinas que están en el origen de la
conversión o en el curso de la obra de la santificación.
2001 La preparación del hombre para acoger la gracia es ya una obra de la
gracia. Esta es necesaria para suscitar y sostener nuestra colaboración a la
justificación mediante la fe y a la santificación mediante la caridad. Dios
completa en nosotros lo que El mismo comenzó, ‘porque él, por su acción,
comienza haciendo que nosotros queramos; y termina cooperando con nuestra
voluntad ya convertida’ (S. Agustín, grat. 17):
Ciertamente nosotros trabajamos también, pero no hacemos más que trabajar
con Dios que trabaja. Porque su misericordia se nos adelantó para que
fuésemos curados; nos sigue todavía para que, una vez sanados, seamos
vivificados; se nos adelanta para que seamos llamados, nos sigue para que
seamos glorificados; se nos adelanta para que vivamos según la piedad, nos
sigue para que vivamos por siempre con Dios, pues sin él no podemos hacer
nada. (S. Agustín, nat. et grat. 31).
2002 La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque
Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de
conocerle y amarle. El alma sólo libremente entra en la comunión del amor.
Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso
en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo El puede colmar.
Las promesas de la ‘vida eterna’ responden, por encima de toda esperanza, a
esta aspiración:
Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue
para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, ‘que son
muy buenas’ por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también
nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti. (S. Agustín, conf.
13, 36, 51).
2003 La gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos
justifica y nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el
Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces
de colaborar en la salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones propios de
los distintos sacramentos. Son además las gracias especiales, llamadas
también ‘carismas’, según el término griego empleado por san Pablo, y que
significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG 12). Cualquiera que sea su
carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los
carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien
común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que edifica la Iglesia (cf 1
Co 12).
2004 Entre las gracias especiales conviene mencionar las gracias de estado,
que acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de
los ministerios en el seno de la Iglesia:
Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don
de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el
ministerio, la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da,
con sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con
jovialidad (Rm 12, 6-8).
2005 La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra
experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos
fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que
estamos justificados y salvados (Cc. de Trento: DS 1533-34). Sin embargo,
según las palabras del Señor: ‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mt 7, 20), la
consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los
santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y
nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de
confianza:
Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la
respuesta de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces
eclesiásticos: ‘Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: «si
no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera
conservar en ella»’ (Juana de Arco, proc.).
III El mérito
Manifiestas tu gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus améritos,
coronas tu propia obra (MR, prefacio de los santos, citando al "Doctor de la
gracia" San Agustín, Sal. 102, 7).
2006 El término ‘mérito’ designa en general la retribución debida por parte
de una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros,
considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de
sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio
de igualdad que la rige.
2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por
parte del hombre. Entre El y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque
nosotros lo hemos recibido todo de El, nuestro Creador.
2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de
que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La
acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que El impulsa, y el libre
obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que los
méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer
lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae
también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias
prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.
2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la
naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un
verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del
amor, que nos hace ‘coherederos’ de Cristo y dignos de obtener la ‘herencia
prometida de la vida eterna’ (Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras
buenas obras son dones de la bondad divina (cf Cc. de Trento: DS 1548). ‘La
gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido... los méritos son dones de
Dios’ (S. Agustín, serm. 298, 4-5).
2010 “Puesto que la iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie
puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de
la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos
después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra
santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la
obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la salud, la
amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y
bienes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad de
la gracia para las acciones meritorias.
2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros
méritos ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo,
asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su
mérito tanto ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre
una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.
Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero
amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor... En
el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor,
porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen
manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir
de tu Amor la posesión eterna de ti mismo... (S. Teresa del Niño Jesús, ofr.).
IV La santidad cristiana
2012  “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman... a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y
a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos
también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8,
28-30).
2013 ‘Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a
la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (LG 40). Todos
son llamados a la santidad: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es
perfecto’ (Mt 5, 48):
Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según
la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y
al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose
conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre.
De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes,
como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos.
(LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo.
Esta unión se llama ‘mística’, porque participa del misterio de Cristo mediante
los sacramentos -‘los santos misterios’- y, en El, del misterio de la Santísima
Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con El, aunque las
gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean
concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a
todos.
2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin
renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la
ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el
gozo de las bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante
comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya
conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
 2016 Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la
perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras
buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Cc. de Trento: DS
1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la
‘bienaventurada esperanza’ de aquellos a los que la misericordia divina
congrega en la ‘Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo, de junto a
Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo’ (Ap 21, 2).
Resumen
2017 La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu,
uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de
Cristo, nos hace participar en su vida.
2018 La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la
moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado,
acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto.
2019 La justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación y la
renovación del hombre interior.
2020 La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo. Nos es
concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia de Dios que nos
hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de Cristo y el don de la
vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios.
2021 La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra
vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de
la vida trinitaria.
2022 La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita
la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones
profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la
perfecciona.
2023 La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida,
infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y
santificarla.
2024 La gracia santificante nos hace ‘agradables a Dios’. Los carismas, que
son gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia
santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así
mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual,
que es permanente en nosotros.”
2025 El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como
consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El
mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del
hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.
2026 La gracia del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva,
puede conferirnos un verdadero mérito según la justicia gratuita de Dios. La
caridad es en nosotros la principal fuente de mérito ante Dios.
2027 Nadie puede merecer la gracia primera que constituye el inicio de la
conversión. Bajo la moción del Espíritu Santo podemos merecer en favor
nuestro y de los demás todas las gracias útiles para llegar a la vida eterna,
como también los necesarios bienes temporales.”
2028 ‘Todos los fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la
perfección de la caridad’ (LG 40). ‘La perfección cristiana sólo tiene un límite:
el de no tener límite’ (San Gregorio de Nisa, v. Mos.).
2029 ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame’ (Mt 16, 24).
ARTÍCULO 3
La Iglesia, madre y educadora
2030 El cristiano realiza su vocación en la Iglesia, en comunión con todos los
bautizados. De la Iglesia recibe la Palabra de Dios, que contiene las
enseñanzas de la ‘ley de Cristo’ (Ga 6, 2). De la Iglesia recibe la gracia de los
sacramentos que le sostienen en el camino. De la Iglesia aprende el ejemplo de
la santidad; reconoce en la Bienaventurada Virgen María la figura y la fuente
de esa santidad; la discierne en el testimonio auténtico de los que la viven; la
descubre en la tradición espiritual y en la larga historia de los santos que le
han precedido y que la liturgia celebra a lo largo del santoral.
2031 La vida moral es un culto espiritual. Ofrecemos nuestros cuerpos ‘como
una hostia viva, santa, agradable a Dios’ (Rm 12, 1) en el seno del Cuerpo de
Cristo que formamos y en comunión con la ofrenda de su Eucaristía. En la
liturgia y en la celebración de los sacramentos, plegaria y enseñanza se
conjugan con la gracia de Cristo para iluminar y alimentar el obrar cristiano.
La vida moral, como el conjunto de la vida cristiana, tiene su fuente y su
cumbre en el sacrificio eucarístico.
I Vida moral y magisterio de la Iglesia
2032. La Iglesia, ‘columna y fundamento de la verdad’ (1 Tm 3, 15), ‘recibió de
los apóstoles este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad que nos
salva’ (LG 17). ‘Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los
principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su
juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los
derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas’
(CIC can. 747, 2).
2033 El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce
ordinariamente en la catequesis y en la predicación, con la ayuda de las obras
de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha transmitido de
generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el
‘depósito’ de la moral cristiana, compuesto de un conjunto característico de
normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en Cristo y
están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente
como base, junto al Credo y el Padre Nuestro, el Decálogo que enuncia los
principios de la vida moral válidos para todos los hombres.
2034 El Romano Pontífice y los obispos como ‘maestros auténticos por estar
dotados de la autoridad de Cristo... predican al pueblo que tienen confiado la
fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica’ (LG 25). El magisterio
ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a
los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la
bienaventuranza que han de esperar.
2035 El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está
asegurado por el carisma de la infalibilidad. Esta se extiende a todo el
depósito de la revelación divina (cf LG 25); se extiende también a todos los
elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades
salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas (cf
CDF, decl. "Mysterium ecclesiae" 3).
2036 La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos
específicos de la ley natural, porque su observancia, exigida por el Creador, es
necesaria para la salvación. Recordando las prescripciones de la ley natural,
el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de
anunciar a los hombres lo que son en verdad y de recordarles lo que deben ser
ante Dios (cf. DH 14).
2037 La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como
camino de vida y de verdad. Los fieles, por tanto, tienen el derecho (cf CIC
can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos salvíficos que purifican el
juicio y, con la gracia, sanan la razón humana herida. Tienen el deber de
observar las constituciones y los decretos promulgados por la autoridad
legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares, estas determinaciones
requieren la docilidad en la caridad.
2038 En la obra de enseñanza y de aplicación de la moral cristiana, la Iglesia
necesita la dedicación de los pastores, la ciencia de los teólogos, la
contribución de todos los cristianos y de los hombres de buena voluntad. La fe
y la práctica del Evangelio procuran a cada uno una experiencia de la vida ‘en
Cristo’ que ilumina y da capacidad para estimar las realidades divinas y
humanas según el Espíritu de Dios (cf 1 Co 2, 10-15). Así el Espíritu Santo
puede servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los
constituidos en más alta dignidad.
2039 Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de
entrega a la Iglesia en nombre del Señor (cf Rm 12, 8.11). Al mismo tiempo, la
conciencia de cada cual en su juicio moral sobre sus actos personales, debe
evitar encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño debe
abrirse a la consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral,
natural y revelada, y consiguientemente en la ley de la Iglesia y en la
enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de
oponer la conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la
Iglesia.
2040 Así puede desarrollarse entre los cristianos un verdadero espíritu filial
con respecto a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la gracia bautismal, que
nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo.
En su solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va
más allá del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el
sacramento de la Reconciliación. Como madre previsora, nos prodiga también
en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del
Señor.
II Los mandamientos de la Iglesia
2041 Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral
referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de
estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin
garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el
esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los
mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco:
2042 El primer mandamiento [oír misa entera los domingos y fiestas de
precepto] exige a los fieles participar en la celebración eucarística, en la que se
reúne la comunidad cristiana, el día en que conmemora la Resurrección del
Señor, y en aquellas principales fiestas litúrgicas que conmemoran los
misterios del Señor, la Virgen María y los santos (cf CIC can 1246-1248; CCEO
can. 881, 1.2.4).
El segundo mandamiento (confesar los pecados mortales al menos una vez al
año, y en peligro de muerte, y si se ha de comulgar) asegura la preparación
para la Eucaristía mediante la recepción del sacramento de la Reconciliación,
que continúa la obra de conversión y de perdón del Bautismo (cf CIC can. 989;
CCEO can. 719).
El tercer mandamiento (comulgar por Pascua de Resurrección) garantiza un
mínimo en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor en relación con el
tiempo de Pascua, origen y centro de la liturgia cristiana (cf CIC can. 920;
CCEO can. 708-881, 3).
2043 El cuarto mandamiento (ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo
manda la Santa Madre Iglesia) asegura los tiempos de ascesis y de penitencia
que nos preparan para las fiestas litúrgicas; contribuyen a hacernos adquirir
el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón (cf CIC can. 1249-
1251; CCEO can. 882).
El quinto mandamiento (ayudar a la Iglesia en sus necesidades) señala la
obligación de ayudar, cada uno según su capacidad, a subvenir a las
necesidades materiales de la Iglesia (cf CIC can. 222).
III Vida moral y testimonio misionero
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el
anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para
manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje
de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los
cristianos. ‘El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas
realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a
la fe y a Dios’ (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf
Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de
sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla
por la santidad de sus fieles (cf LG 39), ‘hasta que lleguemos al estado de
hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo’ (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del
Reino de Dios, ‘Reino de justicia, de verdad y de paz’ (MR, Prefacio de
Jesucristo Rey). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que,
fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Resumen
2047 La vida moral es un culto espiritual. El obrar cristiano se alimenta en la
liturgia y la celebración de los sacramentos.
2048 Los mandamientos de la Iglesia se refieren a la vida moral y cristiana,
unida a la liturgia, y que se alimenta de ella.
2049 El Magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce
ordinariamente en la catequesis y la predicación tomando como base el
Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todo
hombre.
2050 El Romano Pontífice y los obispos, como maestros auténticos, predican
al pueblo de Dios la fe que debe ser creída y aplicada a las costumbres. A ellos
corresponde también pronunciarse sobre las cuestiones morales que atañen a
la ley natural y a la razón.
2051 La infalibilidad del Magisterio de los pastores se extiende a todos los
elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades
salvíficas de la fe no pueden ser salvaguardadas, expuestas u observadas.
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
Éxodo 20, 2-17 Deuteronomio 5, 6-21  
Yo soy el Señor tu Yo soy el Señor,  
Dios que te ha sacado tu Dios, que te ha sacado
del país de Egipto, de Egipto, de la
de la casa servidumbre.
de servidumbre
No habrá para ti otros No habrá para ti otros Amarás a Dios sobre
dioses delante de mí. dioses delante de mí... todas las cosas.
No te harás escultura
ni imagen alguna, ni de
lo que hay arriba en los
cielos, ni de lo que hay
abajo en la tierra.
No te postrarás ante
ellas ni les darás culto,
porque el Señor,
tu Dios, soy un Dios
celoso, que castigo la
iniquidad de los padres
en los hijos, hasta la
tercera y cuarta
generación
de los que me odian, y
tengo misericordia por
millares con los que me
aman y guardan
mis mandamientos.
No tomarás en falso No tomarás en falso No tomarás
el nombre del Señor, tu el nombre del Señor el nombre de Dios en
Dios, porque el Señor no tu Dios... vano.
dejará
sin castigo a quien toma
su nombre en falso.
Recuerda el día del Guardarás el día del Santificarás las
sábado para santificarlo. sábado para santificarlo. fiestas.
Seis días trabajarás y
harás todos tus trabajos,
pero el día séptimo
es día de descanso para
el Señor, tu Dios. No
harás ningún trabajo, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni
tu siervo,
ni tu sierva, ni tu
ganado,
ni el forastero que
habita en tu ciudad. 
Pues en seis días hizo
el Señor el cielo y la
tierra,
el mar y todo cuanto
contienen, y el séptimo
descansó,
por eso bendijo el Señor
el día del sábado.
Honra a tu padre y a tu Honra a tu padre y a tu Honrarás a tu padre y
madre para que se madre. a tu madre.
prolonguen tus días
sobre la tierra que el
Señor,
tu Dios, te va a dar.
No matarás. No matarás. No matarás.
No cometerás actos
No cometerás adulterio. No cometerás adulterio.
impuros.
No robarás. No robarás. No robarás.
No darás falso No dirás falso
No darás testimonio
testimonio contra tu testimonio ni
falso contra tu prójimo.
prójimo. mentirás
No consentirás
No codiciarás la casa de No desearás la mujer de
pensamientos ni
tu prójimo. tu prójimo.
deseos impuros.
No codiciarás la mujer No codiciarás nada que No codiciarás los
de tu prójimo, ni su sea de tu prójimo. bienes ajenos.
siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno,
ni nada que sea de tu
prójimo.
 
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 ‘Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?’
Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la
necesidad de reconocer a Dios como ‘el único Bueno’, como el Bien por
excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: ‘Si quieres
entrar en la vida, guarda los mandamientos’. Y cita a su interlocutor los
preceptos que se refieren al amor del prójimo: ‘No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu
madre’. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera
positiva: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Mt 19, 16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: ‘Si quieres ser perfecto,
vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos;
luego ven, y sígueme’ (Mt 19, 21). Esta res puesta no anula la primera. El
seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es
abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la
Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta. En los tres
evangelios sinópticos la llamada de Jesús, dirigida al joven rico, de seguirle en
la obediencia del discípulo, y en la observancia de los preceptos, es
relacionada con el llamamiento a la pobreza y a la castidad (cf Mt 19, 6-12. 21.
23-29). Los consejos evangélicos son inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del
Espíritu operante ya en su letra. Predicó la ‘justicia que sobre pasa la de los
escribas y fariseos’ (Mt 5, 20), así como la de los paganos (cf Mt 5, 46-47).
Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: ‘habéis oído que se dijo a
los antepasados: No matarás... Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice
contra su hermano, será reo ante el tribunal’ (Mt 5, 21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta: ‘¿cuál es el mandamiento mayor de la
Ley?’ (Mt 22, 36), Jesús responde: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer
mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22,
37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este
doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y
todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto,
la ley en su plenitud (Rm 13, 9-10).
2056 La palabra ‘Decálogo’ significa literalmente ‘diez palabras’ (Ex 34, 28 ;
Dt 4, 13; 10, 4). Estas ‘diez palabras’ Dios las reveló a su pueblo en la montaña
santa. Las escribió ‘con su Dedo’ (Ex 31, 18), a diferencia de los otros preceptos
escritos por Moisés (cf Dt 31, 9.24). Constituyen palabras de Dios en un sentido
eminente. Son transmitidas en los libros del Exodo (cf Ex 20, 1-17) y del
Deuteronomio (cf Dt 5, 6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros santos
hablan de las ‘diez palabras’ (cf por ejemplo, Os 4, 2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero
su pleno sentido será revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.
2057 El Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el con texto del
Exodo, que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la
antigua Alianza. Las ‘diez palabras’, bien sean formula das como preceptos
negativos, prohibiciones, o bien como mandamientos positivos (como ‘honra a
tu padre y a tu madre’), indican las condiciones de una vida liberada de la
esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida:
Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, sus
preceptos y sus normas, vivirás y te multiplicarás (Dt 30, 16).
Esta fuerza liberadora del Decálogo aparece, por ejemplo, en el mandamiento
del descanso del sábado, destinado también a los extranjeros y a los esclavos:
Acuérdate de que fuiste esclavo en el país de Egipto y de que tu Dios te sacó de
allí con mano fuerte y con tenso brazo (Dt 5, 15).
2058 Las ‘diez palabras’ resumen y proclaman la ley de Dios: ‘Estas palabras
dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en la montaña, de en medio del fuego,
la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada más añadió. Luego las
escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a mí’ (Dt 5, 22). Por eso estas
dos tablas son llamadas ‘el Testimonio’ (Ex 25, 169, pues contienen las
cláusulas de la Alianza establecida entre Dios y su pueblo. Estas ‘tablas del
Testimonio’ (Ex 31, 18; 32, 15; 34, 29) se debían depositar en el ‘arca’ (Ex 25,
16; 40, 1-2).
2059 Las ‘diez palabras’ son pronunciadas por Dios dentro de una teofanía
(‘el Señor os habló cara a cara en la montaña, en medio del fuego’: Dt 5, 4).
Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de
los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su
voluntad, Dios se revela a su pueblo.
2060 El don de los mandamientos de la ley forma parte de la Alianza sellada
por Dios con los suyos. Según el libro del Exodo, la revelación de las ‘diez
palabras’ es concedida entre la proposición de la Alianza (cf Ex 19) y su
ratificación (cf Ex 24), después que el pueblo se comprometió a ‘hacer’ todo lo
que el Señor había dicho y a ‘obedecerlo’ (Ex 24, 7). El Decálogo no es
transmitido sino tras el recuerdo de la Alianza (‘el Señor, nuestro Dios,
estableció con nosotros una alianza en Horeb’: Dt 5, 2).
2061 Los mandamientos reciben su plena significación en el interior de la
Alianza. Según la Escritura, el obrar moral del hombre adquiere todo su
sentido en y por la Alianza. La primera de las ‘diez palabras’ recuerda el amor
primero de Dios hacia su pueblo:
Como había habido, en castigo del pecado, paso del paraíso de la libertad a la
servidumbre de este mundo, por eso la primera frase del Decálogo, primera
palabra de los mandamientos de Dios, se refiere a la libertad: ‘Yo soy el Señor
tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre’ (Ex 20, 2;
Dt 5, 6) (Orígenes, hom. in Ex. 8, 1).
2062 Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar.
Expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza.
La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es
reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación
con el designio que Dios se propone en la historia.
2063 La alianza y el diálogo entre Dios y el hombre están también
confirmados por el hecho de que todas las obligaciones se enuncian en primera
persona (‘Yo soy el Señor...’) y están dirigidas a otro sujeto (‘tú’). En todos los
mandamientos de Dios hay un pronombre personal en singular que designa el
destinatario. Al mismo tiempo que a todo el pueblo, Dios da a conocer su
voluntad a cada uno en particular:
El Señor prescribió el amor a Dios y enseñó la justicia para con el prójimo a
fin de que el hombre no fuese ni injusto, ni indigno de Dios. Así, por el
Decálogo, Dios preparaba al hombre para ser su amigo y tener un solo
corazón con su prójimo... Las palabras del Decálogo persisten también entre
nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y
desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne. (S. Ireneo, haer. 4,
16, 3-4).
El Decálogo en la Tradición de la Iglesia
2064 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la
Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación
primordiales.
2065 Desde san Agustín, los ‘diez mandamientos’ ocupan un lugar
preponderante en la catequesis de los futuros bautizados y de los fieles. En el
siglo XV se tomó la costumbre de expresar los preceptos del Decálogo en
fórmulas rimadas, fáciles de memorizar, y positivas. Estas fórmulas están
todavía en uso hoy. Los catecismos de la Iglesia han expuesto con frecuencia la
moral cristiana siguiendo el orden de los ‘diez mandamientos’.
2066 La división y numeración de los mandamientos ha variado en el curso
de la historia. El presente catecismo sigue la división de los mandamientos
establecida por san Agustín y que ha llegado a ser tradicional en la Iglesia
católica. Es también la de las confesiones luteranas. Los Padres griegos
hicieron una división algo distinta que se usa en las Iglesias ortodoxas y las
comunidades reformadas.
2067 Los diez mandamientos enuncian las exigencias del amor de Dios y del
prójimo. Los tres primeros se refieren más al amor de Dios y los otros siete
más al amor del prójimo.
Como la caridad comprende dos preceptos en los que el Señor condensa toda
la ley y los profetas..., así los diez preceptos se dividen en dos tablas: tres están
escritos en una tabla y siete en la otra. (S. Agustín, serm. 33, 2, 2).
2068 El Concilio de Trento enseña que los diez mandamientos obligan a los
cristianos y que el hombre justificado está también obligado a observarlos (cf
DS 1569-1670). Y el Concilio Vaticano II afirma que: ‘Los obispos, como
sucesores de los apóstoles, reciben del Señor... la misión de enseñar a todos los
pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los
hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos,
consigan la salvación’ (LG 24).
La unidad del Decálogo
2069 El Decálogo forma un todo indisociable. Cada una de las ‘diez palabras’
remite a cada una de las demás y al conjunto; se condicionan recíprocamente.
Las dos tablas se iluminan mutuamente; forman una unidad orgánica.
Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2, 10-11). No
se puede honrar a otro sin bendecir a Dios su Creador. No se podría adorar a
Dios sin amar a todos los hombres, que son sus creaturas. El Decálogo unifica
la vida teologal y la vida social del hombre.
El Decálogo y la ley natural
2070 Los diez mandamientos pertenecen a la revelación de Dios. Nos enseñan
al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los
deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales,
inherentes a la naturaleza de la persona humana. El Decálogo contiene una
expresión privilegiada de la ‘ley natural’:
Desde el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los
preceptos de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto
fue el Decálogo. (S. Ireneo, haer. 4, 15, 1).
2071 Aunque accesibles a la sola razón, los preceptos del Decálogo han sido
revelados. Para alcanzar un conocimiento completo y cierto de las exigencias
de la ley natural, la humanidad pecadora necesitaba esta revelación:
En el estado de pecado, una explicación plena de los mandamientos del
Decálogo resultó necesaria a causa del oscurecimiento de la luz de la razón y
de la desviación de la voluntad. (S. Buenaventura, sent. 4, 37, 1, 3).
Conocemos los mandamientos de la ley de Dios por la revelación divina que
nos es propuesta en la Iglesia, y por la voz de la con ciencia moral.
La obligación del Decálogo
2072 Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del
hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial
obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre
y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos
están grabados por Dios en el corazón del ser humano.
2073 La obediencia a los mandamientos implica también obligaciones cuya
materia es, en sí misma, leve. Así, la injuria de palabra está prohibida por el
quinto mandamiento, pero sólo podría ser una falta grave en razón de las
circunstancias o de la intención del que la profiere
“Sin mí no podéis hacer nada”
2074 Jesús dice: ‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en
mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada’ (Jn
15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha
fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos
en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en
nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su
persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro
obrar. ‘Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo
os he amado’ (Jn 15, 12).
Resumen
2075. ‘¿Qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?’ - ‘Si
quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’ (Mt 19, 16-17).
2076 Por su modo de actuar y por su predicación, Jesús ha atestiguado el
valor perenne del Decálogo.
2077 El don del Decálogo fue concedido en el marco de la alianza establecida
por Dios con su pueblo. Los mandamientos de Dios reciben su significado
verdadero en y por esta Alianza.
2078 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la
Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación
primordial.
2079 El Decálogo forma una unidad orgánica en la que cada ‘palabra’ o
‘mandamiento’ remite a todo el conjunto. Transgredir un mandamiento es
quebrantar toda la ley (cf St 2, 10-11).
2080 El Decálogo contiene una expresión privilegiada de la ley natural. Lo
conocemos por la revelación divina y por la razón humana.
2081 Los diez mandamientos, en su contenido fundamental, enuncian
obligaciones graves. Sin embargo, la obediencia a estos preceptos implica
también obligaciones cuya materia es, en sí misma, leve.
2082 Dios hace posible por su gracia lo que manda.
CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
2083 Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en estas palabras:
‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
mente’ (Mt 22, 37; cf Lc 10, 27: '...y con todas tus fuerzas'). Estas palabras
siguen inmediatamente a la llamada solemne: ‘Escucha, Israel: el Señor
nuestro Dios es el único Señor’ (Dt 6, 4).
Dios nos amó primero. El amor del Dios Unico es recordado en la primera de
las ‘diez palabras’. Los mandamientos explicitan a continuación la respuesta
de amor que el hombre está llamado a dar a su Dios.
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
ARTÍCULO 1
EL PRIMER MANDAMIENTO
Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de
servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás
escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que
hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te
postrarás ante ellas ni les darás culto (Ex 20, 2-5).
Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto (Mt 4, 10).
I ‘Adorarás al señor tu Dios, y le servirás’
2084 Dios se da a conocer recordando su acción todopoderosa, bondadosa y
liberadora en la historia de aquel a quien se dirige: ‘Yo te saqué del país de
Egipto, de la casa de servidumbre’. La primera palabra contiene el primer
mandamiento de la ley: ‘Adorarás al Señor tu Dios y le servirás... no vayáis en
pos de otros dioses’ (Dt 6, 13-14). La primera llamada y la justa exigencia de
Dios consiste en que el hombre lo acoja y lo adore.
2085 El Dios único y verdadero revela ante todo su gloria a Israel (cf Ex 19,
16-25; 24, 15-18). La revelación de la vocación y de la verdad del hombre está
ligada a la revelación de Dios. El hombre tiene la vocación de hacer manifiesto
a Dios mediante sus obras humanas, en conformidad con su condición de
criatura hecha ‘a imagen y semejanza de Dios’:
No habrá jamás otro Dios, Trifón, y no ha habido otro desde los siglos sino el
que ha hecho y ordenado el universo. Nosotros no pensamos que nuestro Dios
es distinto del vuestro Es el mismo que sacó a vuestros padres de Egipto ‘con
su mano poderosa y su brazo extendido’. Nosotros no ponemos nuestras
esperanzas en otro, que no existe, sino en el mismo que vosotros: el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob. (S. Justino, dial. 11, 1).
2086 “El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En
efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo,
fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente
aceptar sus Palabras y tener en El una fe y una confianza completas. El es
todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría
no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando
todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De
ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo
como al final de sus preceptos: ‘Yo soy el Señor’” (Catec. R. 3, 2, 4).
La fe
2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su
amor. San Pablo habla de la ‘obediencia de la fe’ (Rm 1, 5; 16, 26) como de la
primera obligación. Hace ver en el ‘desconocimiento de Dios’ el principio y la
explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber
para con Dios es creer en El y dar testimonio de El.
2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con
prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella.
Hay diversas maneras de pecar contra la fe:
La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo
que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa
la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la
fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se
fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
2089 La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo
voluntario de prestarle asentimiento. ‘Se llama herejía la negación pertinaz,
después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina
y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de
la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la
comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos’ (CIC can. 751).
La esperanza
2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder
plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le
dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los
mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la
bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de
ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.
2091 El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la
esperanza, que son la desesperación y la presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal,
el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad
de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus promesas- y a su
Misericordia.
2092 Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus
capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien
presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener
su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).
La caridad
2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de
responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer
mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas
por El y a causa de El (cf Dt 6, 4-5).
2094 Se puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios.
La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina;
desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se
niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor. La tibieza es
una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la
negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedía o pereza
espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el
bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de
Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.
II ‘A él sólo darás culto’
2095 “Las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, informan y
vivifican las virtudes morales. Así, la caridad nos lleva a dar a Dios lo que en
toda justicia le debemos en cuanto criaturas. La virtud de la religión nos
dispone a esta actitud.
La adoración
2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios
es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo
que existe, como Amor infinito y misericordioso. ‘Adorarás al Señor tu Dios y
sólo a él darás culto’ (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).
2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la ‘nada
de la criatura’, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y
humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con
gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-
49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí
mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
La oración
2098. “Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer
mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es
una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción
de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una condición
indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. ‘Es preciso orar
siempre sin desfallecer’ (Lc 18, 1).
El sacrificio
2099. Es justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud,
de súplica y de comunión: ‘Toda acción realizada para unirse a Dios en la
santa comunión y poder ser bienaventurado es un verdadero sacrificio’ (S.
Agustín, civ. 10, 6).
2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del
sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es un espíritu contrito...’ (Sal 51, 19). Los
profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios
hechos sin participación interior (cf Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al
prójimo (cf Is 1, 10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas:
‘Misericordia quiero, que no sacrificio’ (Mt 9, 13; 12, 7; cf Os 6, 6). El único
sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor
del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio,
podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.
Promesas y votos
2101 En varias circunstancias, el cristiano es llamado a hacer promesas a
Dios. El bautismo y la confirmación, el matrimonio y la ordenación las exigen
siempre. Por devoción personal, el cristiano puede también prometer a Dios
un acto, una oración, una limosna, una peregrinación, etc. La fidelidad a las
promesas hechas a Dios es una manifestación de respeto a la Majestad divina
y de amor hacia el Dios fiel.
2102 ‘El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de
un bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de la religión’ (CIC can.
1191, 1). El voto es un acto de devoción en el que el cristiano se consagra a Dios
o le promete una obra buena. Por tanto, mediante el cumplimiento de sus
votos entrega a Dios lo que le ha prometido y consagrado. Los Hechos de los
Apóstoles nos muestran a san Pablo cumpliendo los votos que había hecho (cf
Hch 18, 18; 21, 23-24).
2103 La Iglesia reconoce un valor ejemplar a los votos de practicar
los consejos evangélicos (cf CIC can. 654).
La santa Iglesia se alegra de que haya en su seno muchos hombres y mujeres
que siguen más de cerca y muestran más claramente el anonadamiento de
Cristo, escogiendo la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y renunciando
a su voluntad propia. Estos, pues, se someten a los hombres por Dios en la
búsqueda de la perfección más allá de lo que está mandado, para parecerse
más a Cristo obediente (LG 42).
En algunos casos, la Iglesia puede, por razones proporcionadas, dispensar de
los votos y las promesas (CIC can. 692; 1196- 1197).
El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa
2104 ‘Todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo
que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y
practicarla’ (DH 1). Este deber se desprende de ‘su misma naturaleza’ (DH 2).
No contradice al ‘respeto sincero’ hacia las diversas religiones, que ‘no pocas
veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos
los hombres’ (NA 2), ni a la exigencia de la caridad que empuja a los cristianos
‘a tratar con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error
o en la ignorancia de la fe’ (DH 14).
2105 El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre
individual y socialmente considerado. Esa es ‘la doctrina tradicional católica
sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión
verdadera y a la única Iglesia de Cristo’ (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los
hombres, la Iglesia trabaja para que puedan ‘informar con el espíritu cristiano
el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad
en la que cada uno vive’ (AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y
suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a
conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia
católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a ser la luz del
mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la
creación y, en particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, enc.
"Inmortale Dei"; Pío XI, enc. "Quas primas").
2106 ‘En materia religiosa, ni se obligue a nadie a actuar contra su
conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella, pública o privadamente,
solo o asociado con otros’ (DH 2). Este derecho se funda en la naturaleza
misma de la persona humana, cuya dignidad le hace adherirse libremente a la
verdad divina, que trasciende el orden temporal. Por eso, ‘permanece aún en
aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y adherirse a ella’
(DH 2).
2107 ‘Si, teniendo en cuenta las circunstancias peculiares de los pueblos, se
concede a una comunidad religiosa un reconocimiento civil especial en el
ordenamiento jurídico de la sociedad, es necesario que al mismo tiempo se
reconozca y se respete el derecho a la libertad en materia religiosa a todos los
ciudadanos y comunidades religiosas’(DH 6).
2108 El derecho a la libertad religiosa no es ni la permisión moral de
adherirse al error (cf León XIII, enc. "Libertas praestantissimum"), ni un
supuesto derecho al error (cf Pío XII, discurso 6 diciembre 1953), sino un
derecho natural de la persona humana a la libertad civil, es decir, a la
inmunidad de coacción exterior, en los justos límites, en materia religiosa por
parte del poder político. Este derecho natural debe ser reconocido en el
ordenamiento jurídico de la sociedad de manera que constituya un derecho
civil (cf DH 2).
2109 El derecho a la libertad religiosa no puede ser de suyo ni ilimitado (cf
Pío VI, breve "Quod aliquantum"), ni limitado solamente por un ‘orden
público’ concebido de manera positivista o naturalista (cf Pío IX, enc. "Quanta
cura"). Los ‘justos límites’ que le son inherentes deben ser determinados para
cada situación social por la prudencia política, según las exigencias del bien
común, y ratificados por la autoridad civil según ‘normas jurídicas, conforme
con el orden objetivo moral’ (DH 7).
III ‘No habrá para ti otros dioses delante de mí’
2110 El primer mandamiento prohíbe honrar a dioses distintos del Unico
Señor que se ha revelado a su pueblo. Proscribe la superstición y la irreligión.
La superstición representa en cierta manera una perversión, por exceso, de la
religión. La irreligión es un vicio opuesto por defecto a la virtud de la religión.
La superstición
2111 La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las
prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al verdadero
Dios, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo,
mágica a ciertas prácticas, por otra parte, legítimas o necesarias. Atribuir su
eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales,
prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la
superstición (cf Mt 23, 16-22).
La idolatría
2112 El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer
en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al
único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los ‘ídolos,
oro y plata, obra de las manos de los hombres’, que ‘tienen boca y no hablan,
ojos y no ven...’ Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: ‘Como ellos
serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza’ (Sal 115, 4-5.8; cf.
Is 44, 9-20; Jr 10, 1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15,19). Dios, por el
contrario, es el ‘Dios vivo’ (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en
la historia.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una
tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay
idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una
criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el
satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del
dinero, etc. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’, dice Jesús (Mt 6, 24).
Numerosos mártires han muerto por no adorar a ‘la Bestia’ (cf Ap 13-14),
negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de
Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina divina(cf Gál 5, 20;
Ef 5, 5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una
dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso innato
en el hombre. El idólatra es el que ‘aplica a cualquier cosa, en lugar de a Dios,
la indestructible noción de Dios’ (Orígenes, Cels. 2, 40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin
embargo, la actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las
manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda
curiosidad malsana al respecto. Sin embargo, la imprevisión puede constituir
una falta de responsabilidad.
2116 Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o
a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que
equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf Dt 18, 10; Jr 29, 8). La
consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de
presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’
encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los
hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos.
Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso,
que debemos solamente a Dios.
2117 Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se
pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener
un poder sobrenatural sobre el prójimo -aunque sea para procurar la salud-,
son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más
condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro,
recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también
reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o
mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso
a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las
potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo.
La irreligión
2118 El primer mandamiento de Dios reprueba los principales pecados de
irreligión: la acción de tentar a Dios con palabras o con obras, el sacrilegio y
la simonía.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de
obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de
Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a
actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las palabras de Dios: ‘No tentarás al Señor
tu Dios’ (Dt 6, 16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la
confianza que debemos a nuestro Creador y Señor. Incluye siempre una duda
respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co 10, 9; Ex 17, 2-7; Sal 95,
9).
2120 El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los
sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y
los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre todo
cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de
Cristo se nos hace presente substancialmente (cf CIC can. 1367; 1376).
2121 La simonía (cf Hch 8, 9-24) se define como la compra o venta de cosas
espirituales. A Simón el mago, que quiso comprar el poder espiritual del que
vio dotado a los apóstoles, Pedro le responde: ‘Vaya tu dinero a la perdición y
tú con él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero’ (Hch 8,
20). Así se ajustaba a las palabras de Jesús: ‘Gratis lo recibisteis, dadlo gratis’
(Mt 10, 8; cf Is 55, 1)]. Es imposible apropiarse de los bienes espirituales y de
comportarse respecto a ellos como un poseedor o un dueño, pues tienen su
fuente en Dios. Sólo es posible recibirlos gratuitamente de El.
2122 ‘Fuera de las ofrendas determinadas por la autoridad competente, el
ministro no debe pedir nada por la administración de los sacramentos, y ha de
procurar siempre que los necesitados no queden privados de la ayuda de los
sacramentos por razón de su pobreza’ (CIC can. 848). La autoridad
competente puede fijar estas ‘ofrendas’ atendiendo al principio de que el
pueblo cristiano debe contribuir al sostenimiento de los ministros de la Iglesia.
‘El obrero merece su sustento’ (Mt 10, 10; cf Lc 10, 7; 1 Co 9, 5-18; 1 Tm 5, 17-
18).
El ateísmo
2123 ‘Muchos de nuestros contemporáneos no perciben de ninguna manera
esta unión íntima y vital con Dios o la rechazan explícitamente, hasta tal
punto que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas más graves de
esta época’ (GS 19, 1).
2124 El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una forma
frecuente del mismo es el materialismo práctico, que limita sus necesidades y
sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo ateo considera
falsamente que el hombre es ‘el fin de sí mismo, el artífice y demiurgo único de
su propia historia’ (GS 20, 1). Otra forma del ateísmo contemporáneo espera
la liberación del hombre de una liberación económica y social para la que ‘la
religión, por su propia naturaleza, constituiría un obstáculo, porque, al
orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría
de la construcción de la ciudad terrena’ (GS 20, 2).
2125 En cuanto rechaza o niega la existencia de Dios, el ateísmo es un pecado
contra la virtud de la religión (cf Rm 1, 18). La imputabilidad de esta falta
puede quedar ampliamente disminuida en virtud de las intenciones y de las
circunstancias. En la génesis y difusión del ateísmo ‘puede corresponder a los
creyentes una parte no pequeña; en cuanto que, por descuido en la educación
para la fe, por una exposición falsificada de la doctrina, o también por los
defectos de su vida religiosa, moral y social, puede decirse que han velado el
verdadero rostro de Dios y de la religión, más que revelarlo’ (GS 19, 3).
2126 Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la
autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a
Dios (GS 20, 1). Sin embargo, ‘el reconocimiento de Dios no se opone en ningún
modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona
en el mismo Dios’ (GS 21, 3). ‘La Iglesia sabe muy bien que su mensaje conecta
con los deseos más profundos del corazón humano’ (GS 21, 7).
El agnosticismo
2127 El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico se
resiste a negar a Dios; al contrario, postula la existencia de un ser
trascendente que no podría revelarse y del que nadie podría decir nada. En
otros casos, el agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios,
manifestando que es imposible probarla e incluso afirmarla o negarla.
2128 El agnosticismo puede contener a veces una cierta búsqueda de Dios,
pero puede igualmente representar un indiferentismo, una huida ante la
cuestión última de la existencia, y una pereza de la conciencia moral. El
agnosticismo equivale con mucha frecuencia a un ateísmo práctico
IV ‘No te harás escultura alguna...’
2129 El mandamiento divino implicaba la prohibición de toda representación
de Dios por mano del hombre. El Deuteronomio lo explica así: ‘Puesto que no
visteis figura alguna el día en que el Señor os habló en el Horeb de en medio
del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna escultura de cualquier
representación que sea...’ (Dt 4, 15-16). Quien se revela a Israel es el Dios
absolutamente Trascendente. ‘El lo es todo’, pero al mismo tiempo ‘está por
encima de todas sus obras’ (Si 43, 27- 28). Es la fuente de toda belleza creada
(cf. Sb 13, 3).
2130 Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la
institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el
Verbo encarnado: la serpiente de bronce (cf Nm 21, 4-9; Sb 16, 5-14; Jn 3, 14-
15), el arca de la Alianza y los querubines (cf Ex 25, 10-12; 
1 R 6, 23-28; 7, 23-26).
2131 Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio
Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el
culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de
Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse,
inauguró una nueva ‘economía’ de las imágenes.
2132 El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer
mandamiento que proscribe los ídolos. En efecto, ‘el honor dado a una imagen
se remonta al modelo original’ (S. Basilio, spir. 18, 45), ‘el que venera una
imagen, venera en ella la persona que en ella está representada’ (Cc de Nicea
II: DS 601); cf Cc de Trento: DS 1821-1825; Cc Vaticano II: SC 126; LG 67). El
honor tributado a las imágenes sagradas es una ‘veneración respetuosa’, no
una adoración, que sólo corresponde a Dios:
El culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como
realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos
conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la
imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la
que ella es imagen. (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 81, 3, ad 3).
Resumen
2133 ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas’ (Dt 6, 59).
2134 El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios, espere
en El y lo ame sobre todas las cosas.
2135 ‘Al Señor tu Dios adorarás’ (Mt 4, 10). Adorar a Dios, orar a El, ofrecerle
el culto que le corresponde, cumplir las promesas y los votos que se le han
hecho, son todos ellos actos de la virtud de la religión que constituyen la
obediencia al primer mandamiento.
2136 El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre
individual y socialmente considerado.
2137 El hombre debe ‘poder profesar libremente la religión en público y en
privado’ (DH 15).
2138 La superstición es una desviación del culto que debemos al verdadero
Dios, la cual conduce a la idolatría y a distintas formas de adivinación y de
magia.”
2139 La acción de tentar a Dios de palabra o de obra, el sacrilegio y la
simonía son pecados de irreligión, prohibidos por el primer mandamiento.
2140 El ateísmo, en cuanto niega o rechaza la existencia de Dios, es un pecado
contra el primer mandamiento.
2141 El culto de las imágenes sagradas está fundado en el misterio de la
Encarnación del Verbo de Dios. No es contrario al primer mandamiento.

TERCERA PARTE
LA VIDA EN CRISTO
SEGUNDA SECCIÓN
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
CAPÍTULO PRIMERO
«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»
ARTÍCULO 2
EL SEGUNDO MANDAMIENTO
«No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Ex 20, 7; Dt 5, 11).
«Se dijo a los antepasados: “No perjurarás”... Pues yo os digo que no juréis en
modo alguno» (Mt 5, 33-34).
I El nombre del Señor es santo
2142 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor.
Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula
más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas.
2143 Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la
revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en El; se
revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de
la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es santo’. Por eso el hombre
no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de
adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino
para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).
2144 “La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al
misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de
lo sagrado pertenece a la virtud de la religión:
Los sentimientos de temor y de ‘lo sagrado’ ¿son sentimientos cristianos o no?
Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que
tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano.
Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la
medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no
verificar, no creer que está presente. (Newman, par. 5, 2).
2145 El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su
fe sin ceder al temor (cf Mt 10, 32; 1 Tm 6, 12). La predicación y la catequesis
deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de Nuestro
Señor Jesucristo.
2146 El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir,
todo uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y
de todos los santos.
2147 Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor,
la fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en
justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en cierta manera,
hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10).
2148 La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste
en proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de odio, de
reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones,
en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a ‘los que blasfeman el
hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos’ (St 2, 7). La
prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de
Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al
nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a
servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para
cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.
La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de
suyo un pecado grave (cf CIC can. 1396).
2149 Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención
de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo
mandamiento prohíbe también el uso mágico del Nombre divino.
El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido a
su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo allí donde se le
nombra con veneración y temor de ofenderle (S. Agustín, serm. Dom. 2, 45,
19).
II Tomar el nombre del Señor en vano
2150 El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer
juramento o jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar
la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento
compromete el nombre del Señor. ‘Al Señor tu Dios temerás, a él le servirás,
por su nombre jurarás’ (Dt 6, 13).
2151 La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios. Como
Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está de
acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad misma. El juramento,
cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana
con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una
mentira.
2152 Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene
intención de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no
mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto hacia el Señor que
es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer una
obra mala es contrario a la santidad del Nombre divino.
2153 Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña:
‘Habéis oído que se dijo a los antepasados: «no perjurarás, sino que cumplirás
al Señor tus juramentos». Pues yo os digo que no juréis en modo alguno... sea
vuestro lenguaje: «sí, sí»; «no, no»: que lo que pasa de aquí viene del Maligno’
(Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una
referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada
en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la
atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una
de nuestras afirmaciones.
2154 Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la tradición de la Iglesia
ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al
juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa [por ejemplo, ante
el tribunal]. ‘El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como
testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con
justicia’ (CIC can. 1199, 1).
2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles,
y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar
como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando
el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado.
Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las
personas o a la comunión de la Iglesia.
III El nombre cristiano
2156 El sacramento del Bautismo es conferido ‘en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo’ (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor
santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. Puede ser el
nombre de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida de fidelidad
ejemplar a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio de un santo, se ofrece al
cristiano un modelo de caridad y se le asegura su intercesión. El ‘nombre de
bautismo’ puede expresar también un misterio cristiano o una virtud
cristiana. ‘Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga
un nombre ajeno al sentir cristiano’ (CIC can. 855).
2157 El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la
señal de la cruz, ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’.
El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del
Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la
cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.
2158 Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43, 1; Jn 10, 3). El nombre de
todo hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto
en señal de la dignidad del que lo lleva.
2159 El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino de Dios, el
carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios
brillará a plena luz. ‘Al vencedor... le daré una piedrecita blanca, y grabado en
la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe’ (Ap 2,
17). ‘Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión,
y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el
nombre del Cordero y el nombre de su Padre’ (Ap 14, 1).
Resumen
2160 ‘Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!’
(Sal 8, 2).
2161 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. El
nombre del Señor es santo.
2162 El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de
Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de
Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.
2163 El juramento en falso invoca a Dios como testigo de una mentira. El
perjurio es una falta grave contra el Señor, que es siempre fiel a sus promesas.
2164 ‘No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad,
necesidad y reverencia’ (S. Ignacio de Loyola, ex. spir. 38).
2165 En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano. Los padres, los
padrinos y el párroco deben procurar que se dé un nombre cristiano al que es
bautizado. El patrocinio de un santo ofrece un modelo de caridad y asegura su
intercesión.
2166 El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones haciendo la señal de
la cruz ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’.
2167 Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43, 1).
ARTÍCULO 3
EL TERCER MANDAMIENTO
«Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás
todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu
Dios. No harás ningún trabajo» (Ex 20, 8-10; cf Dt 5, 12-15).
«El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado.
De suerte que el Hijo del hombre también es Señor del sábado» (Mc 2, 27-28). 
I El día del sábado 
2168 El tercer mandamiento del Decálogo proclama la santidad del sábado:
‘El día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor’ (Ex 31,
15).
2169 La Escritura hace a este propósito memoria de la creación: ‘Pues en seis
días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el
séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado’
(Ex 20, 11).
2170 La Escritura ve también en el día del Señor un memorial de la liberación
de Israel de la esclavitud de Egipto: ‘Acuérdate de que fuiste esclavo en el país
de Egipto y de que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso
brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado’ (Dt
5, 15).
2171 Dios confió a Israel el sábado para que lo guardara como signo de la
alianza inquebrantable (cf Ex 31, 16). El sábado es para el Señor, santamente
reservado a la alabanza de Dios, de su obra de creación y de sus acciones
salvíficas en favor de Israel.
2172 La acción de Dios es el modelo de la acción humana. Si Dios ‘tomó
respiro’ el día séptimo (Ex 31, 17), también el hombre debe ‘descansar’ y hacer
que los demás, sobre todo los pobres, ‘recobren aliento’ (Ex 23, 12). El sábado
interrumpe los trabajos cotidianos y concede un respiro. Es un día de protesta
contra las servidumbres del trabajo y el culto al dinero (cf Ne 13, 15-22; 2 Cro
36, 21).
2173 El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de
quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día
(cf Mc 1, 21; Jn 9, 16), sino que con autoridad da la interpretación auténtica de
esta ley: ‘El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado’ (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que ‘es lícito en sábado
hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla’ (Mc 3, 4). El
sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios (cf Mt 12, 5;
Jn 7, 23). ‘El Hijo del hombre es Señor del sábado’ (Mc 2, 28).
II El día del Señor
¡Este es el día que ha hecho el Señor, exultemos y gocémonos en él! (Sal 118,
24).
El día de la Resurrección: la nueva creación
2174 Jesús resucitó de entre los muertos ‘el primer día de la semana’ (Mt 28,
1; Mc 16, 2; Lc 24, 1; Jn 20, 1). En cuanto es el ‘primer día’, el día de la
Resurrección de Cristo recuerda la primera creación. En cuanto es el ‘octavo
día’, que sigue al sábado (cf Mc 16, 1); Mt 28, 1), significa la nueva creación
inaugurada con la resurrección de Cristo. Para los cristianos vino a ser el
primero de todos los días, la primera de todas las fiestas, el día del Señor (‘Hè
kyriakè hèmera’, ‘dies dominica’), el ‘domingo’:
Nos reunimos todos el día del sol porque es el primer día (después del sábado
judío, pero también el primer día), en que Dios, sacando la materia de las
tinieblas, creó al mundo; ese mismo día, Jesucristo nuestro Salvador resucitó
de entre los muertos (S. Justino, Apol. 1,67).
El domingo, plenitud del sábado
2175 El domingo se distingue expresamente del sábado, al que sucede
cronológicamente cada semana, y cuya prescripción litúrgica reemplaza para
los cristianos. Realiza plenamente, en la Pascua de Cristo, la verdad espiritual
del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios. Porque el
culto de la ley preparaba el misterio de Cristo, y lo que se practicaba en ella
prefiguraba algún rasgo relativo a Cristo (cf 1 o 10, 11):
Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva
esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra
vida es bendecida por El y por su muerte. (S. Ignacio de Antioquía, Magn. 9,
1).
2176 La celebración del domingo cumple la prescripción moral, inscrita en el
corazón del hombre, de ‘dar a Dios un culto exterior, visible, público y regular
bajo el signo de su bondad universal hacia los hombres’ (S. Tomás de A., s. th.
2-2, 122, 4). El culto dominical realiza el precepto moral de la Antigua Alianza,
cuyo ritmo y espíritu recoge celebrando cada semana al Creador y Redentor
de su pueblo.
La Eucaristía dominical
2177 La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un
papel principalísimo en la vida de la Iglesia. ‘El domingo, en el que se celebra
el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la
Iglesia como fiesta primordial de precepto’ (CIC can. 1246, 1).
"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión,
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios,
Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo
y, finalmente, todos los Santos" (CIC can. 1246, 1).
2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la
edad apostólica (cf Hch 2, 42-46; 1 Co 11, 17). La carta a los Hebreos dice: ‘No
abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien,
animaos mutuamente’ (Hb 10, 25).
La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: ‘Venir
temprano a la iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse
en la oración... Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no
marcharse antes de la despedida... Lo hemos dicho con frecuencia: este día os
es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él
exultamos y nos gozamos. (Autor anónimo, serm. dom.).
2179 ‘La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de
modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del
obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio’ (CIC
can. 515, 1). Es el lugar donde todos los fieles pueden reunirse para la
celebración dominical de la Eucaristía. La parroquia inicia al pueblo cristiano
en la expresión ordinaria de la vida litúrgica, le congrega en esta celebración;
le enseña la doctrina salvífica de Cristo. Practica la caridad del Señor en obras
buenas y fraternas:
No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos,
donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella
algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la
caridad, las oraciones de los sacerdotes. (S. Juan Crisóstomo, incomprehens.
3, 6).
La obligación del domingo
2180 El mandamiento de la Iglesia determina y precisa la ley del Señor: ‘El
domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de
participar en la misa’ (CIC can. 1247). ‘Cumple el precepto de participar en la
misa quien asiste a ella, dondequiera que se celebre en un rito católico, tanto el
día de la fiesta como el día anterior por la tarde’ (CIC can. 1248, 1).
2181 La Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica
cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los
días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria [por
ejemplo, enfermedad, el cuidado de niños pequeños] o dispensados por su
pastor propio (cf CIC can. 1245). Los que deliberadamente faltan a esta
obligación cometen un pecado grave.”
2182 La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es
un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles
proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la
santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente,
guiados por el Espíritu Santo.
2183 ‘Cuando falta el ministro sagrado u otra causa grave hace imposible la
participación en la celebración eucarística, se recomienda vivamente que los
fieles participen en la liturgia de la palabra, si ésta se celebra en la iglesia
parroquial o en otro lugar sagrado conforme a lo prescrito por el obispo
diocesano, o permanezcan en oración durante un tiempo conveniente, solos o
en familia, o, si es oportuno, en grupos de familias’ (CIC can. 1248, 2).
Día de gracia y de descanso
2184 Así como Dios ‘cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho’ (Gn
2, 2), así también la vida humana sigue un ritmo de trabajo y descanso. La
institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de
descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar,
cultural, social y religiosa (cf GS 67, 3).
2185 Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se
abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido
a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de
misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo. Las necesidades
familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al
precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas
excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia
y a la salud.
El amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad del amor cultiva el justo
trabajo. [S. Agustín, civ. 19, 19).
2186 Los cristianos que disponen de tiempo de descanso deben acordarse de
sus hermanos que tienen las mismas necesidades y los mismos derechos y no
pueden descansar a causa de la pobreza y la miseria. El domingo está
tradicionalmente consagrado por la piedad cristiana a obras buenas y a
servicios humildes para con los enfermos, débiles y ancianos. Los cristianos
deben santificar también el domingo dedicando a su familia el tiempo y los
cuidados difíciles de prestar los otros días de la semana. El domingo es un
tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el
crecimiento de la vida interior y cristiana.
2187 Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común.
Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría
guardar el día del Señor. Cuando las costumbres [deportes, restaurantes, etc.]
y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un
trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo
suficiente al descanso. Los fieles cuidarán con moderación y caridad evitar los
excesos y las violencias engendrados a veces por espectáculos multitudinarios.
A pesar de las presiones económicas, los poderes públicos deben asegurar a los
ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino. Los patronos
tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados.
2188 En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los
cristianos deben esforzarse por obtener el reconocimiento de los domingos y
días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un
ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones
como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si
la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día
debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace
participar en esta ‘reunión de fiesta’, en esta ‘asamblea de los primogénitos
inscritos en los cielos’ (Hb 12, 22-23).
Resumen
2189 ‘Guardarás el día del sábado para santificarlo’ (Dt 5, 12). ‘El día séptimo
será día de descanso completo, consagrado al Señor’ (Ex 31, 15).
2190. El sábado, que representaba la coronación de la primera creación, es
sustituido por el domingo que recuerda la nueva creación, inaugurada por la
resurrección de Cristo.
2191 La Iglesia celebra el día de la Resurrección de Cristo el octavo día, que es
llamado con toda razón día del Señor, o domingo.
2192 ‘El domingo ha de observarse en toda la Iglesia como fies ta primordial
de precepto‘ (CIC can. 1246, 1). ‘El domingo y las demás fies tas de precepto,
losfieles tienen obligación de participar en la misa’(CIC can. 1247).
2193 ‘El domingo y las demás fiestas de precepto... los fieles se abstendrán de
aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la
alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y
del cuerpo‘ (CIC can. 1247).
2194 La institución del domingo contribuye a que todos disfruten de un
‘reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar, cultural, social y
religiosa‘ (GS 67, 3).
2195 Todo cristiano debe evitar imponer, sin necesidad, a otro impedimentos
para guardar el día del Señor.
CAPÍTULO SEGUNDO
«AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO»
Jesús dice a sus discípulos: ‘Amaos los unos a los otros como yo os he amado’
(Jn 13, 34).
2196 En respuesta a la pregunta que le hacen sobre cuál es el primero de los
mandamientos, Jesús responde: ‘El primero es: «Escucha Israel, el Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». El segundo es:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No existe otro mandamiento mayor
que éstos’ (Mc 12, 29-31).
El apóstol san Pablo lo recuerda: ‘El que ama al prójimo ha cumplido la ley.
En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos
los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a
ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley
en su plenitud’ (Rm 13, 8-10).
ARTÍCULO 4
EL CUARTO MANDAMIENTO
Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra
que el Señor, tu Dios, te va a dar (Ex 20, 12).
Vivía sujeto a ellos (Lc 2, 51).
El Señor Jesús recordó también la fuerza de este ‘mandamiento de Dios’ (Mc 7,
8 -13). El apóstol enseña: ‘Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor;
porque esto es justo. «Honra a tu padre y a tu madre», tal es el primer
mandamiento que lleva consigo una promesa: «para que aseas feliz y se
prolongue tu vida sobre la tierra»’ (Ef 6, 1-3; cf Dt 5 16).
2197 El cuarto mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la
caridad. Dios quiso que, después de El, honrásemos a nuestros padres, a los
que debemos la vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios.
Estamos obligados a honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro
bien, ha investido de su autoridad.
2198 Este precepto se expresa de forma positiva, indicando los deberes que se
han de cumplir. Anuncia los mandamientos siguientes que contienen un
respeto particular de la vida, del matrimonio, de los bienes terrenos, de la
palabra. Constituye uno de los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia.
2199 El cuarto mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus
relaciones con sus padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere
también a las relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar.
Exige que se dé honor, afecto y reconocimiento a los abuelos y antepasados.
Finalmente se extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de
los empleados respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes,
de los ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la
gobiernan.
Este mandamiento implica y sobrentiende los deberes de los padres, tutores,
maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una
autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
2200 “El cumplimiento del cuarto mandamiento lleva consigo su
recompensa: ‘Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días
sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar’ (Ex 20, 12; Dt 5, 16). La
observancia de este mandamiento procura, con los frutos espirituales, frutos
temporales de paz y de prosperidad. Y al contrario, la no observancia de este
mandamiento entraña grandes daños para las comunidades y las personas
humanas.
I La familia en el plan de Dios
2201 La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los
esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a
la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación
de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales
y responsabilidades primordiales.
2202 Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una
familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad
pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en
función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.
2203 Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la
dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en
dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia
implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
La familia cristiana
2204. ‘La familia cristiana constituye una revelación y una actuación
específicas de la comunión eclesial; por eso... puede y debe decirse iglesia
doméstica’ (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad,
posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo
Testamento (cf Ef 5, 21-6, 4; Col 3, 18-21; 1 P 3, 1-7).
2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la
comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora
y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en
la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la
Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es
evangelizadora y misionera.
2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de
sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto
de las personas. La familia es una ‘comunidad privilegiada’ llamada a realizar
un ‘propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres
en la educación de los hijos’ (GS 52, 1).
II La familia y la sociedad
2207 La familia es la ‘célula original de la vida social’. Es la sociedad natural
en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de
la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la
familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la
fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que,
desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a
honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la
vida en sociedad.
2208 La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado
y la responsabilidad respecto de los pequeños y mayores, de los enfermos o
disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos
momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda. Corresponde
entonces a otras personas, a otras familias, y subsidiariamente a la sociedad,
proveer a sus necesidades. ‘La religión pura e intachable ante Dios Padre es
ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse
incontaminado del mundo’ (St 1, 27).
2209 La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales
apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los
otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución
familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades
más vastas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y
de inmiscuirse en sus vidas.
2210 La importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad
(cf GS 47, 1) entraña una responsabilidad particular de ésta en el apoyo y
fortalecimiento del matrimonio y de la familia. La autoridad civil ha de
considerar como deber grave ‘el reconocimiento de la auténtica naturaleza del
matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla, asegurar la moralidad
pública y favorecer la prosperidad doméstica’ (GS 52, 2).
2211 La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y
asegurarle especialmente:
— la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con
sus propias convicciones morales y religiosas;
— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución
familiar;
— la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los
medios y las instituciones necesarios;
— el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un
trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
— conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la
asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
— la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se
refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
— la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así
representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46).
2212 El cuarto mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En
nuestros hermanos y hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en
nuestros primos, los descendientes de nuestros antepasados; en nuestros
conciudadanos, los hijos de nuestra patria; en los bautizados, los hijos de
nuestra madre, la Iglesia; en toda persona humana, un hijo o una hija del que
quiere ser llamado ‘Padre nuestro’. Así, nuestras relaciones con el prójimo se
deben reconocer como pertenecientes al orden personal. El prójimo no es un
‘individuo’ de la colectividad humana; es ‘alguien’ que por sus orígenes,
siempre ‘próximos’ por una u otra razón, merece una atención y un respeto
singulares.
2213 Las comunidades humanas están compuestas de personas. Gobernarlas
bien no puede limitarse simplemente a garantizar los derechos y el
cumplimiento de deberes, como tampoco a la sola fidelidad a los compromisos.
Las justas relaciones entre patronos y empleados, gobernantes y ciudadanos,
suponen la benevolencia natural conforme a la dignidad de personas humanas
deseosas de justicia y fraternidad.
III Deberes de los miembros de la familia
Deberes de los hijos
2214 La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3, 14);
es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos,
menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1, 8; Tb 4,
3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por
el precepto divino (cf Ex 20, 12).
2215 “El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para
quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos
al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia.
‘Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre.
Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han
hecho?’ (Si 7, 27-28).
2216 “El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas.
‘Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu
madre... en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti;
conversarán contigo al despertar’ (Pr 6, 20-22). ‘El hijo sabio ama la
instrucción, el arrogante no escucha la reprensión’ (Pr 13, 1).
2217 Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo
lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. ‘Hijos, obedeced en todo
a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor’ (Col 3, 20; cf Ef 6,
1). Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus
educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si
el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa
orden, no debe seguirla.
Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres.
Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus
amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la
emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual
permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno
de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad
sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden,
deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus
enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda
este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre
su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es
quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus
hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá
largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si 3, 2-6).
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque
haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu
vigor... Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien
irrita a su madre (Si 3, 12-13.16).
2219 El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe
también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres
irradia en todo el ambiente familiar. ‘Corona de los ancianos son los hijos de
los hijos’ (Pr 17, 6). ‘Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad,
dulzura y paciencia’ (Ef 4, 2).
2220 Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos
de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la
Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los
abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. ‘Evoco
el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela
Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti’ (2 Tm 1, 5).
Deberes de los padres
2221 La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de
los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su
formación espiritual. El papel de los padres en la educación ‘tiene tanto peso
que, cuando falta, difícilmente puede suplirse’ (GE 3). El derecho y el deber de
la educación son para los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).
2222 Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos
como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la
ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de
los cielos.
2223 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos.
Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar,
donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado
son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes.
Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio
de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los
hijos a subordinar las dimensiones ‘materiales e instintivas a las interiores y
espirituales’ (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar
buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios
defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
El que ama a su hijo, le corrige sin cesar... el que enseña a su hijo, sacará
provecho de él (Si 30, 1-2).
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien amediante la
instrucción y la corrección según el Señor (Ef 6, 4).
2224 El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano
en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben
enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que
amenazan a las sociedades humanas.
2225 Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la
responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera
edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe, de los que ellos son para sus
hijos los ‘primeros heraldos de la fe’ (LG 11). Desde su más tierna infancia,
deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede
alimentar las disposiciones afectivas que, durante toda la vida, serán
auténticos cimientos y apoyos de una fe viva.
2226 La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna
infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se
ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de
acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y
enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión
de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (cf LG
11). La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica
de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los
niños y de los padres.
2227 Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la
santidad (cf GS 48, 4). Todos y cada uno deben otorgarse generosamente y sin
cansarse el mutuo perdón exigido por las ofensas, las querellas, las injusticias
y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt
18, 21-22; Lc 17, 4).
2228 Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante
todo en el cuidado y la atención que consagran para educar a sus hijos, y
para proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del
crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a
enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.
2229. Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos,
tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus
propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los
padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea
de educadores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de
garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de
su ejercicio.
2230 Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el
derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas
responsabilidades deberán asumirlas en una relación de confianza con sus
padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres
deben cuidar de no presionar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni
en la de su futuro cónyuge. Esta indispensable prudencia no impide, sino al
contrario, ayudar a los hijos con consejos juiciosos, particularmente cuando
éstos se proponen fundar un hogar.
2231 Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus
hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o
por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al
bien de la familia humana.
IV La familia y el reino de Dios
2232 Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos.
A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y
espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad
y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de
sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del
cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre
más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí,
no es digno de mí” (Mt 10, 37).
2233 Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a
la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: ‘El que
cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y
mi madre’ (Mt 12, 49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el
llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por
el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
V Las autoridades en la sociedad civil
2234 El cuarto mandamiento de Dios nos ordena también honrar a todos los
que, para nuestro bien, han recibido de Dios una autoridad en la sociedad.
Este mandamiento determina tanto los deberes de quienes ejercen la
autoridad como los de quienes están sometidos a ella.
Deberes de las autoridades civiles
2235 Los que ejercen una autoridad deben ejercerla como un servicio. ‘El que
quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo’ (Mt 20, 26). El
ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su
naturaleza racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o establecer lo
que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural.
2236 El ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de
valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad
de todos. Los superiores deben ejercer la justicia distributiva con sabiduría,
teniendo en cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo
a la concordia y la paz. Deben velar porque las normas y disposiciones que
establezcan no induzcan a tentación oponiendo el interés personal al de la
comunidad (cf CA 25).
2237 El poder político está obligado a respetar los derechos fundamentales de
la persona humana. Y a administrar humanamente justicia en el respeto al
derecho de cada uno, especialmente el de las familias y de los desheredados.
Los derechos políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser
concedidos según las exigencias del bien común. No pueden ser suspendidos
por la autoridad sin motivo legítimo y proporcionado. El ejercicio de los
derechos políticos está destinado al bien común de la nación y de toda la
comunidad humana.
Deberes de los ciudadanos
2238 “Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores
como representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones (cf
Rm 13, 1-2): ‘Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana...
Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un
pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios’ (1 P 2, 13.16.). Su
colaboración leal entraña el derecho, a veces el deber, de ejercer una justa
crítica de lo que les parece perjudicial para la dignidad de las personas o el
bien de la comunidad.
2239 Deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la
sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el
servicio de la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la
caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común
exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la
comunidad política.
2240 La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común
exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la
defensa del país:
Dad a cada cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien
tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor (Rm 13, 7).
Los cristianos residen en su propia patria, pero como extranjeros
domiciliados. Cumplen todos sus deberes de ciudadanos y soportan todas sus
cargas como extranjeros... Obedecen a las leyes establecidas, y su manera de
vivir está por encima de las leyes... Tan noble es el puesto que Dios les ha
asignado, que no les está permitido desertar (Epístola a Diogneto, 5, 5.10; 6,
10).
El apóstol nos exhorta a ofrecer oraciones y acciones de gracias por los reyes y
por todos los que ejercen la autoridad, ‘para que podamos vivir una vida
tranquila y apacible con toda piedad y dignidad’ (1 Tm 2, 2).
2241 Las naciones más prósperas tienen el deber de acoger, en cuanto sea
posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no
puede encontrar en su país de origen. Las autoridades deben velar para que se
respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes
lo reciben.
Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su
cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas
condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los
emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a
respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge,
a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.
2242 El ciudadano tiene obligación en conciencia de no seguir las
prescripciones de las autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios
a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas
o a las enseñanzas del Evangelio. El rechazo de la obediencia a las
autoridades civiles, cuando sus exigencias son contrarias a las de la recta
conciencia, tiene su justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el
servicio de la comunidad política. ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo
que es de Dios’ (Mt 22, 21). ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’
(Hch 5, 29):
Cuando la autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los
ciudadanos, éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común;
pero les es lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el
abuso de esta autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y
evangélica. (GS 74, 5).
2243 La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir
legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones siguientes:
1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos
fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos; 3) sin
provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5) si es
imposible prever razonablemente soluciones mejores.
La comunidad política y la Iglesia
2244 Toda institución se inspira, al menos implícitamente, en una visión del
hombre y de su destino, de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de
valores, su línea de conducta. La mayoría de las sociedades han configurado
sus instituciones conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las
cosas. Sólo la religión divinamente revelada ha reconocido claramente en
Dios, Creador y Redentor, el origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a
las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y
sobre el hombre:
Las sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su
independencia respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o a
tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un
criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino,
un poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia. (cf CA
45; 46).
2245 La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia, no se
confunde en modo alguno con la comunidad política, es a la vez signo y
salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana. La Iglesia
‘respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad política de los
ciudadanos’ (GS 76, 3).
2246 Pertenece a la misión de la Iglesia ‘emitir un juicio moral incluso sobre
cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos
fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando todos y
sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según
la diversidad de tiempos y condiciones’ (GS 76, 5).
Resumen
2247 ‘Honra a tu padre y a tu madre’ (Dt 5,16 ; Mc 7,10).
2248 De conformidad con el cuarto mandamiento, Dios quiere que, después
que a El, honremos a nuestros padres y a los que El reviste de autoridad para
nuestro bien.
2249 La comunidad conyugal está establecida sobre la alianza y el
consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al
bien de los cónyuges, a la procreación y a la educación de los hijos.
2250 ‘La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está
estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar’
(GS 47, 1).
2251 Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda.
El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.
2252 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos en
la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la
medida de lo posible, las necesidades materiales y espirituales de sus hijos.
2253 Los padres deben respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de
recordar y enseñar que la vocación primera del cristiano es la de seguir a
Jesús.
2254 La autoridad pública está obligada a respetar los derechos
fundamentales de la persona humana y las condiciones del ejercicio de su
libertad.
2255 El deber de los ciudadanos es cooperar con las autoridades civiles en la
construcción de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y
libertad.”
2256 El ciudadano está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones
de las autoridades civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden
moral. ‘Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres’ (Hch 5, 29).
2257. Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre
y de su destino. Si se prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el
hombre, las sociedades se hacen fácilmente totalitarias. 
ARTÍCULO 5
EL QUINTO MANDAMIENTO
No matarás (Ex 20, 13).
Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás’; y aquel que mate será
reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5, 21-22).
2258 ‘La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción
creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el
Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su
término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de
matar de modo directo a un ser humano inocente’ (CDF, instr. "Donum vitae"
intr. 5).
I El respeto de la vida humana
2259 La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano
Caín (cf Gn 4, 8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la
presencia en el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado
original. El hombre se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios
manifiesta la maldad de este fratricidio: ‘¿Qué has hecho? Se oye la sangre de
tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este
suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano’ (Gn
4, 10-11).
2260 La alianza de Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a
reconocer la vida humana como don divino y de la existencia de una violencia
fratricida en el corazón del hombre:
Y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre... Quien vertiere sangre de
hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios
hizo él al hombre (Gn 9, 5-6).
El Antiguo Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de
la vida (cf Lv 17, 14). La validez de esta enseñanza es para todos los tiempos.
2261 La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: ‘No quites
la vida del inocente y justo’ (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente
es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la
santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal:
obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.
2262 En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: ‘No
matarás’ (Mt 5, 21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la
venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf
Mt 5, 22-39), amar a los enemigos (cf Mt 5, 44). El mismo no se defendió y dijo
a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt 26, 52).
La legítima defensa
2263 La legítima defensa de las personas y las sociedades no es una excepción
a la prohibición de la muerte del inocente que constituye el homicidio
voluntario. ‘La acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es
la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor... solamente es
querido el uno; el otro, no’ (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).
2264 El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la
moralidad. Es, por tanto, legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida.
El que defiende su vida no es culpable de homicidio, incluso cuando se ve
obligado a asestar a su agresor un golpe mortal:
Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría
de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la
acción sería lícita... y no es necesario para la salvación que se omita este acto
de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la
obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás
de Aquino, s. th. 2-2, 64, 7).
2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber
grave, para el que es responsable de la vida de otro, del bien común de la
familia o de la sociedad.”
2266 La preservación del bien común de la sociedad exige colocar al agresor
en estado de no poder causar perjuicio. Por este motivo la enseñanza
tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber
de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la
gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la
pena de muerte. Por motivos análogos quienes poseen la autoridad tienen el
derecho de rechazar por medio de las armas a los agresores de la sociedad que
tienen a su cargo.
Las penas tienen como primer efecto el de compensar el desorden introducido
por la falta. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable,
tiene un valor de expiación. La pena tiene como efecto, además, preservar el
orden público y la seguridad de las personas. Finalmente, tiene también un
valor medicinal, puesto que debe, en la medida de lo posible, contribuir a la
enmienda del culpable (cf Lc 23, 40-43).
2267 Si los medios incruentos bastan para defender las vidas humanas contra
el agresor y para proteger de él el orden público y la seguridad de las
personas, en tal caso la autoridad se limitará a emplear sólo esos medios,
porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y
son más conformes con la dignidad de la persona humana.
El homicidio voluntario
2268 El quinto mandamiento condena como gravemente pecaminoso
el homicidio directo y voluntario. El que mata y los que cooperan
voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo (cf Gn
4, 10).
El infanticidio (cf GS 51, 3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del
cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales
que destruyen. Preocupaciones de eugenesia o de salud pública no pueden
justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias
autoridades.
2269 El quinto mandamiento prohíbe hacer algo con intención de
provocar indirectamente la muerte de una persona. La ley moral prohíbe
exponer a alguien sin razón grave a un riesgo mortal, así como negar la
asistencia a una persona en peligro.
La aceptación por parte de la sociedad de hambres que provocan muertes sin
esforzarse por remediarlas es una escandalosa injusticia y una falta grave.
Los traficantes cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y
la muerte de sus hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio.
Este les es imputable (cf Am 8, 4-10).
El homicidio involuntario no es moralmente imputable. Pero no se está libre
de falta grave cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera
que se ha seguido la muerte, incluso sin intención de causarla.
El aborto
2270 La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta
desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia,
el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales
está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf CDF, instr. "Donum
vitae" 1, 1).
Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que
nacieses te tenía consagrado (Jr 1, 5; Jb 10, 8-12; Sal 22, 10-11).
Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en
las honduras de la tierra (Sal 139, 15).
2271 Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo
aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El
aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente
contrario a la ley moral.
No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido.
(Didajé, 2, 2; Bernabé, ep. 19, 5; Epístola a Diogneto 5, 5; Tertuliano, apol. 9).
Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de
conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por
consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la
concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables (GS
51, 3).
2272 La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La
Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida
humana. ‘Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión
latae sententiae’ (CIC can. 1398), es decir, ‘de modo que incurre ipso facto en
ella quien comete el delito’ (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el
Derecho (cf CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el
ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen
cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus
padres y a toda la sociedad.
2273 El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida
constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:
‘Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados
por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del
hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco
son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza
humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha
originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este
propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a la integridad física
desde la concepción hasta la muerte’ (CDF, instr. "Donum vitae" 3).
‘Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la
protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de
todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los
derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se
quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho... El respeto y la
protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe
nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda
deliberada violación de sus derechos’. (CDF, instr. "Donum vitae" 3).
2274 Puesto que debe ser tratado como una persona desde la concepción, el
embrión deberá ser defendido en su integridad, cuidado y atendido
médicamente en la medida de lo posible, como todo otro ser humano.
El diagnóstico prenatal es moralmente lícito, ‘si respeta la vida e integridad
del embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su protección o hacia su
curación... Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla la
posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un
diagnóstico que atestigua la existencia de una malformación o de una
enfermedad hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte’ (CDF,
instr. "Donum vitae" 1, 2).
2275 Se deben considerar ‘lícitas las intervenciones sobre el embrión humano,
siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a
riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus
condiciones de salud o su supervivencia individual’ (CDF, instr. "Donum vitae"
1, 3).
‘Es inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como
«material biológico» disponible’ (CDF, instr. "Donum vitae" 1, 5).
‘Algunos intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no
son terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos
seleccionados en cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas
manipulaciones son contrarias a la dignidad personal del ser humano, a su
integridad y a su identidad’ (CDF, instr. "Donum vitae" 1, 6).
La eutanasia
2276 Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho
a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser
atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible.
2277 Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa
consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o
moribundas. Es moralmente inaceptable.
Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la
muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario
a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El
error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la
naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre.
2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos,
extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima.
Interrumpir estos tratamientos es rechazar el ‘encarnizamiento terapéutico’.
Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las
decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y
capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre
la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios
debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos.
El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con
riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad
humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino
solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos
constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta
razón deben ser alentados.
El suicidio
2280 Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado.
El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con
gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas.
Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado.
No disponemos de ella.
2281 El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar
y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo.
Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de
solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales
estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
2282 Si se comete con intención de servir de ejemplo, especialmente a los
jóvenes, el suicidio adquiere además la gravedad del escándalo. La
cooperación voluntaria al suicidio es contraria a la ley moral.
Trastornos psíquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del
sufrimiento o de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.
2283 No se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que
se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que El solo
conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las
personas que han atentado contra su vida.
II El respeto de la dignidad de las personas
El respeto del alma del prójimo: el escándalo
2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer
el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta
contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte
espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión,
arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de
quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor
esta maldición: ‘Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí,
más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven
los asnos y le hundan en lo profundo del mar’ (Mt 18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El
escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por
función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo
reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de
corderos (cf Mt 7, 15).
2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por
la moda o por la opinión.
Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras
sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la
vida religiosa, o a ‘condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente,
hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los
mandamientos’ (Pío XII, discurso 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los
empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los
educadores que ‘exasperan’ a sus alumnos (cf Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que,
manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a
hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o
indirectamente ha favorecido. ‘Es imposible que no vengan escándalos; pero,
¡ay de aquel por quien vienen!’ (Lc 17, 1).
El respeto de la salud
2288 La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios.
Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de
los demás y el bien común.
El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad
para lograr las condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la
madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados de la salud, enseñanza
básica, empleo y asistencia social.
2289 La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un
valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover
el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el
éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los
fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones
humanas.
2290 La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos, el
abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en
estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en
peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar
o en el aire, se hacen gravemente culpables.
2291 El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida
humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones
estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el
tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación
directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley
moral.
El respeto de la persona y la investigación científica
2292 Los experimentos científicos, médicos o psicológicos, en personas o
grupos humanos, pueden contribuir a la curación de los enfermos y al
progreso de la salud pública.
2293 Tanto la investigación científica de base como la investigación aplicada
constituyen una expresión significativa del dominio del hombre sobre la
creación. La ciencia y la técnica son recursos preciosos cuando son puestos al
servicio del hombre y promueven su desarrollo integral en beneficio de todos;
sin embargo, por sí solas no pueden indicar el sentido de la existencia y del
progreso humano. La ciencia y la técnica están ordenadas al hombre que les
ha dado origen y crecimiento; tienen por tanto en la persona y en sus valores
morales el sentido de su finalidad y la conciencia de sus límites.
2294 Es ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación
científica y de sus aplicaciones. Por otra parte, los criterios de orientación no
pueden ser deducidos ni de la simple eficacia técnica, ni de la utilidad que
puede resultar de ella para unos con detrimento de otros, y, menos aún, de las
ideologías dominantes. La ciencia y la técnica requieren por su significación
intrínseca el respeto incondicionado de los criterios fundamentales de la
moralidad; deben estar al servicio de la persona humana, de sus derechos
inalienables, de su bien verdadero e integral, conforme al designio y la
voluntad de Dios.
2295 Las investigaciones o experimentos en el ser humano no pueden
legitimar actos que en sí mismos son contrarios a la dignidad de las personas
y a la ley moral. El eventual consentimiento de los sujetos no justifica tales
actos. La experimentación en el ser humano no es moralmente legítima si hace
correr riesgos desproporcionados o evitables a la vida o a la integridad física
o psíquica del sujeto. La experimentación en seres humanos no es conforme a
la dignidad de la persona si, por añadidura, se hace sin el consentimiento
consciente del sujeto o de quienes tienen derecho sobre él.
2296 El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus
representantes no han dado su consentimiento consciente. El trasplante de
órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y
riesgos físicos o psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien
que se busca en el destinatario. Es moralmente inadmisible provocar
directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien
su muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas.
El respeto de la integridad corporal
2297 Los secuestros y el tomar rehenes hacen que impere el terror y,
mediante la amenaza, ejercen intolerables presiones sobre las víctimas. Son
moralmente ilegítimos. El terrorismo, que amenaza, hiere y mata sin
discriminación es gravemente contrario a la justicia y a la caridad.
La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar confesiones,
para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio,
es contraria al respeto de la persona y de la dignidad humana. Exceptuados
los casos de prescripciones médicas de orden estrictamente terapéutico,
las amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones directamente voluntarias de
personas inocentes son contrarias a la ley moral (cf DS 3722).
2298 En tiempos pasados, se recurrió de modo ordinario a prácticas crueles
por parte de autoridades legítimas para mantener la ley y el orden, con
frecuencia sin protesta de los pastores de la Iglesia, que incluso adoptaron, en
sus propios tribunales las prescripciones del derecho romano sobre la tortura.
Junto a estos hechos lamentables, la Iglesia ha enseñado siempre el deber de
clemencia y misericordia; prohibió a los clérigos derramar sangre. En tiempos
recientes se ha hecho evidente que estas prácticas crueles no eran ni necesarias
para el orden público ni conformes a los derechos legítimos de la persona
humana. Al contrario, estas prácticas conducen a las peores degradaciones. Es
preciso esforzarse por su abolición, y orar por las víctimas y sus verdugos.
El respeto a los muertos
2299 A los moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias
para ayudarles a vivir sus últimos momentos en la dignidad y la paz. Deben
ser ayudados por la oración de sus parientes, los cuales cuidarán que los
enfermos reciban a tiempo los sacramentos que preparan para el encuentro
con el Dios vivo.
2300 Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en
la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de
misericordia corporal (cf Tb 1, 16-18), que honra a los hijos de Dios, templos
del Espíritu Santo.
2301 La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay
razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos
después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio.
La Iglesia permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la
resurrección del cuerpo (cf CIC can. 1176, 3).
III La defensa de la paz
2302 Recordando el precepto: ‘no matarás’ (Mt 5, 21), nuestro Señor pide la
paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La cólera es un deseo de venganza. ‘Desear la venganza para el mal de aquel a
quien es preciso castigar, es ilícito’; pero es loable imponer una reparación
‘para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia’ (S. Tomás de
Aquino, s. th. 2-2, 158, 1 ad 3). Si la cólera llega hasta el deseo deliberado de
matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra
la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: ‘Todo aquel que se encolerice
contra su hermano, será reo ante el tribunal’ (Mt 5, 22).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es
pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un
pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. ‘Pues yo os
digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial...’ (Mt 5, 44-45).
2304 El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es
sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas
adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los
bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el
respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de
la fraternidad. Es la ‘tranquilidad del orden’ (S. Agustín, civ. 19, 13). Es obra
de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el ‘Príncipe de la
paz’ mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, ‘dio muerte al odio en su
carne’ (Ef 2, 16; cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres le hizo de su
Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios.
‘El es nuestra paz’ (Ef 2, 14). Declara ‘bienaventurados a los que construyen la
paz’ (Mt 5, 9).
2306 Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la
defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más
débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin
lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades.
Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del
recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78, 5).
Evitar la guerra
2307 El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida
humana. A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la
Iglesia insta constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad
divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra (cf GS 81, 4).
2308 Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en
evitar las guerras.
Sin embargo, ‘mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad
internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez
agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los
gobiernos el derecho a la legítima defensa’ (Gs 79, 4).
2309 Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima
defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete
a ésta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
– Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las
naciones sea duradero, grave y cierto.
– Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado
impracticables o ineficaces.
– Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
– Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que
el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de
destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta
condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la
‘guerra justa’.
La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio
prudente de quienes están a cargo del bien común.
2310 Los poderes públicos tienen en este caso el derecho y el deber de imponer
a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional.
Los que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de
la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea,
colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de
la paz (cf GS 79, 5).
2311 Los poderes públicos atenderán equitativamente al caso de quienes, por
motivos de conciencia, rehúsan el empleo de las armas; éstos siguen obligados
a servir de otra forma a la comunidad humana (cf GS 79, 3).
2312 La Iglesia y la razón humana declaran la validez permanente de la ley
moral durante los conflictos armados. ‘Una vez estallada desgraciadamente la
guerra, no todo es lícito entre los contendientes’ (GS 79, 4).
2313 Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, a los
soldados heridos y a los prisioneros.
Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus
principios universales, como asimismo las disposiciones que las ordenan, son
crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a
ella. Así, el exterminio de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica
debe ser condenado como un pecado mortal. Existe la obligación moral de
desobedecer aquellas decisiones que ordenan genocidios.
2314 ‘Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de
ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen
contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y
sin vacilaciones’ (GS 80, 4). Un riesgo de la guerra moderna consiste en
facilitar a los que poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas
o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes.
2315 La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica
de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz de los
medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de
disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no
asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de
agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación de armas
siempre más modernas impide la ayuda a los pueblos indigentes (cf PP 53), y
obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de
conflictos y aumenta el riesgo de contagio.
2316 La producción y el comercio de armas atañen hondamente al bien
común de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las
autoridades tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda de
intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima empresas que
fomentan violencias y conflictos entre las naciones, y que comprometen el
orden jurídico internacional.
2317 Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social,
la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las
naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace
para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra:
En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará
hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos
por la caridad, superan el pecado, se superan también las violencias hasta que
se cumpla la palabra: ‘De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas
podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se
adiestrarán más para el combate’ (Is 2, 4) (GS 78, 6).
Resumen
2318 ‘Dios tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda
carne de hombre’ (Jb 12, 10).
2319 Toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte,
es sagrada, pues la persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y
semejanza del Dios vivo y santo.
2320 Causar la muerte a un ser humano es gravemente contrario a la
dignidad de la persona y a la santidad del Creador.
2321 La prohibición de causar la muerte no suprime el derecho de impedir
que un injusto agresor cause daño. La legítima defensa es un deber grave para
quien es responsable de la vida de otro o del bien común.
2322 Desde su concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto directo,
es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame (cf GS
27, 3), gravemente contraria a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena
canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
2323 Porque ha de ser tratado como una persona desde su concepción, el
embrión debe ser defendido en su integridad, atendido y cuidado médicamente
como cualquier otro ser humano.
2324 La eutanasia voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus
motivos, constituye un homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la
persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador.
2325 El suicidio es gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la
caridad. Está prohibido por el quinto mandamiento.”
2326 El escándalo constituye una falta grave cuando por acción u omisión se
induce deliberadamente a otro a pecar.”
2327 A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra,
debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla. La Iglesia
implora así: ‘del hambre, de la peste y de la guerra, líbranos Señor’.
2328 La Iglesia y la razón humana afirman la validez permanente de la ley
moral durante los conflictos armados. Las prácticas deliberadamente
contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales son crímenes.
2329 ‘La carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y
perjudica a los pobres de modo intolerable’ (GS 81, 3).
2330 ‘Bienaventurados los que construyen la paz, porque ellos serán
llamados hijos de Dios’ (Mt 5, 9).
ARTÍCULO 6
EL SEXTO MANDAMIENTO
No cometerás adulterio (Ex 20, 14; Dt 5, 17).
Habéis oído que se dijo: ‘No cometerás adulterio’. Pues yo os digo: Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt
5, 27-28).
I ‘Hombre y mujer los creó’ 
2331 ‘Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de
amor. Creándola a su imagen... Dios inscribe en la humanidad del hombre y
de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la
responsabilidad del amor y de la comunión’ (FC 11).
‘Dios creó el hombre a imagen suya... hombre y mujer los creó’ (Gn 1, 27).
‘Creced y multiplicaos’ (Gn 1, 28); ‘el día en que Dios creó al hombre, le hizo a
imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó ‘Hombre’ en
el día de su creación’ (Gn 5, 1-2).
2332 La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la
unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad,
a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud
para establecer vínculos de comunión con otro.
2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar
su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y
espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la
vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en
parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad,
la necesidad y el apoyo mutuos.
2334 ‘Creando al hombre «varón y mujer», Dios da la dignidad personal de
igual modo al hombre y a la mujer’ (FC 22; cf GS 49, 2). ‘El hombre es una
persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque
los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal’ (MD 6).
2335 Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera
distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la
mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y
la fecundidad del Creador: ‘El hombre deja a su padre y a su madre y se une a
su mujer, y se hacen una sola carne’ (Gn 2, 24). De esta unión proceden todas
las generaciones humanas (cf Gn 4, 1-2.25-26; 5, 1).
2336 Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el
Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: ‘Habéis
oído que se dijo: «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: «Todo el que mira
a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’» (Mt 5,
27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf Mt 19, 6).
La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a
la globalidad de la sexualidad humana.
II La vocación a la castidad
2337 La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la
persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y
espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al
mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana
cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo
total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer.
La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la
totalidad del don.
La integridad de la persona
2338 La persona casta mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de
amor depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona; se
opone a todo comportamiento que la pueda lesionar. No tolera ni la doble vida
ni el doble lenguaje (cf Mt 5, 37).
2339 La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una
pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre
controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace
desgraciado (cf Si 1, 22). ‘La dignidad del hombre requiere, en efecto, que
actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido
personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o
de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando,
liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre
elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados’
(GS 17).
2340 El que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir
las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la
práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia
a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad
a la oración. ‘La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que
habíamos perdido dispersándonos’ (S. Agustín conf. 10, 29; 40).
2341 La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de
la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los
apetitos de la sensibilidad humana.
2342 El dominio de sí es una obra que dura toda la vida. Nunca se la
considerará adquirida de una vez para siempre. Supone un esfuerzo reiterado
en todas las edades de la vida (cf tt 2, 1-6). El esfuerzo requerido puede ser más
intenso en ciertas épocas, como cuando se forma la personalidad, durante la
infancia y la adolescencia.
2343 La castidad tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados
marcados por la imperfección y, muy a menudo, por el pecado. ‘Pero el
hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de
Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas
y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas
etapas de crecimiento’ (FC 34).
2344 La castidad representa una tarea eminentemente personal; implica
también un esfuerzo cultural, pues ‘el desarrollo de la persona humana y el
crecimiento de la sociedad misma están mutuamente condicionados’ (GS 25,
1). La castidad supone el respeto de los derechos de la persona, en particular,
el de recibir una información y una educación que respeten las dimensiones
morales y espirituales de la vida humana.
2345 La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios,
una gracia, un fruto del trabajo espiritual (cf Ga 5, 22). El Espíritu Santo
concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza
de Cristo (cf 1 Jn 3, 3).
La integridad del don de sí
2346 La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la
castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de
sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a
ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.
2347 La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo
cómo seguir e imitar al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15, 15), a quien se
dio totalmente a nosotros y nos hace participar de su condición divina. La
castidad es promesa de inmortalidad.
La castidad se expresa especialmente en la amistad con el prójimo.
Desarrollada entre personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad
representa un gran bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.
Los diversos regímenes de la castidad
2348 Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de
Cristo’ (Ga 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son
llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento
de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la
castidad.
2349 La castidad ‘debe calificar a las personas según los diferentes estados de
vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente
de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la
manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o
celibatarias’ (CDF, decl. "Persona humana" 11). Las personas casadas son
llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la
continencia.
Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las
viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las
otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica. (S. Ambrosio, vid. 23).
2350 Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta
prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la
fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán
para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del
amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad.
Las ofensas a la castidad
2351 La lujuria es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El
placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo,
separado de las finalidades de procreación y de unión.
2352 Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los
órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. ‘Tanto el Magisterio de
la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de
los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto
intrínseca y gravemente desordenado’. ‘El uso deliberado de la facultad sexual
fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual
fuere el motivo que lo determine’. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen
de ‘la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que
realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en
el contexto de un amor verdadero’ (CDF, decl. "Persona humana" 9).
Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y
para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez
afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros
factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso anulan la culpabilidad
moral.
2353 La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera
del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la
sexualidad humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a
la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando
hay de por medio corrupción de menores.
2354 La pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o
simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante
terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque
desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de
quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene
a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita.
Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta
grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución
de material pornográfico.
2355 La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se
prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella. El
que paga peca gravemente contra sí mismo: quebranta la castidad a la que lo
comprometió su bautismo y mancha su cuerpo, templo del Espíritu Santo (cf 1
Co 6, 15-20). La prostitución constituye una lacra social. Habitualmente afecta
a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en
estos dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre
gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el
chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta.
2356 La violación es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de
una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona
profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad
física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para
toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es
la violación cometida por parte de los padres (cf. incesto) o de educadores con
los niños que les están confiados.
Castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que
experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas
del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las
culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado.
Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones
graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha
declarado siempre que ‘los actos homosexuales son intrínsecamente
desordenados’ (CDF, decl. "Persona humana" 8). Son contrarios a la ley
natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una
verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir
aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias
homosexuales instintivas. No eligen su condición homosexual; ésta constituye
para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con
respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de
discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad
de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor
las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante
virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces
mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia
sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la
perfección cristiana.
III El amor de los esposos
2360 La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la
mujer. En el matrimonio, la intimidad corporal de los esposos viene a ser un
signo y una garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos
del matrimonio están santificados por el sacramento.
2361 ‘La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan el uno al
otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente
biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal.
Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte
integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente
entre sí hasta la muerte’ (FC 11).
Tobías se levantó del lecho y dijo a Sara: ‘Levántate, hermana, y oremos y
pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve’. Ella se levantó
y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él
diciendo: ‘¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres... tú creaste a Adán, y para
él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos
proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: «no es bueno que el
hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él». Yo no tomo a ésta
mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de
ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad’. Y dijeron a coro: ‘Amén,
amén’. Y se acostaron para pasar la noche (Tb 8, 4-9).
2362 ‘Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí
son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano,
significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen
mutuamente con alegría y gratitud’ (GS 49, 2). La sexualidad es fuente de
alegría y de agrado:
El Creador... estableció que en esta función (de generación) los esposos
experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por
tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él.
Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben
saber mantenerse en los límites de una justa moderación (Pío XII, discruso 29
octubre 1951).
 2363 Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el
bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos
significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los
cónyuges ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la
familia.
Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble
exigencia de la fidelidad y la fecundidad.
La fidelidad conyugal
2364 El matrimonio constituye una ‘íntima comunidad de vida y amor
conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias’. Esta
comunidad ‘se establece con la alianza del matrimonio, es decir, con un
consentimiento personal e irrevocable’ (GS 48, 1). Los dos se dan definitiva y
totalmente el uno al otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La
alianza contraída libremente por los esposos les impone la obligación de
mantenerla una e indisoluble (cf CIC can. 1056). ‘Lo que Dios unió, no lo
separe el hombre’ (Mc 10, 9; cf Mt 19, 1-12; 1 Co 7, 10-11).
2365 La fidelidad expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra
dada. Dios es fiel. El sacramento del Matrimonio hace entrar al hombre y la
mujer en el misterio de la fidelidad de Cristo para con su Iglesia. Por la
castidad conyugal dan testimonio de este misterio ante el mundo.
San Juan Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a
sus esposas: ‘Te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida.
Porque la vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo
de tal manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos
está reservada... pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más
penoso que no tener los mismos pensamientos que tú tienes’ (hom. in Eph. 20,
8).
La fecundidad del matrimonio
2366 La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal
tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al
amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del
que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que ‘está en favor de la vida’
(FC 30), enseña que todo ‘acto matrimonial debe quedar abierto a la
transmisión de la vida’ (HV 11). ‘Esta doctrina, muchas veces expuesta por el
Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y
que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador’ (HV 12; cf Pío XI, enc. "Casti connubii").
2367 Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la
paternidad de Dios (cf Ef. 3, 14; Mt 23, 9). ‘En el deber de transmitir la vida
humana y educarla, que han de considerar como su misión propia, los
cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta
manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad
humana y cristiana’ (GS 50, 2).
2368 Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la ‘regulación
de la natalidad’. Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar
los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no
nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una
paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento según
los criterios objetivos de la moralidad:
El carácter moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor
conyugal con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la
sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a
partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus
actos; criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la
procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si
no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal (GS 51, 3).
2369 ‘Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el
acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su
ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad’ (HV 12).
2370 La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos
fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (HV 16)
son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos
respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la
educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala
‘toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el
desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como
medio, hacer imposible la procreación’ (HV 14):
‘Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el
anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es
decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo
de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior
del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal’. Esta
diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y el recurso a los
ritmos periódicos ‘implica... dos concepciones de la persona y de la sexualidad
humana irreconciliables entre sí’ (FC 32).
2371 Por otra parte, ‘sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de
transmitirla no se limita sólo a este mundo y no se puede medir ni entender
sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres’ (GS 51, 4).
2372 El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es
legítimo que intervenga para orientar la demografía de la población. Puede
hacerlo mediante una información objetiva y respetuosa, pero no mediante
una decisión autoritaria y coaccionante. No puede legítimamente suplantar la
iniciativa de los esposos, primeros responsables de la procreación y educación
de sus hijos (cf HV 23; PP 37). El Estado no está autorizado a favorecer medios
de regulación demográfica contrarios a la moral.
El don del hijo
2373 La Sagrada Escritura y la práctica tradicional de la Iglesia ven en
las familias numerosas como un signo de la bendición divina y de la
generosidad de los padres (cf GS 50, 2).
2374 Grande es el sufrimiento de los esposos que se descubren estériles.
Abraham pregunta a Dios: ‘¿Qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?’ (Gn 15,
2). Y Raquel dice a su marido Jacob: ‘Dame hijos, o si no me muero’ (Gn 30, 1).
2375 Las investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben
alentarse, a condición de que se pongan ‘al servicio de la persona humana, de
sus derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la
voluntad de Dios’ (CDF, instr. "Donum vitae" intr. 2).
2376 Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por
intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o
del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas
(inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del
niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el
matrimonio. Quebrantan ‘su derecho a llegar a ser padre y madre
exclusivamente el uno a través del otro’ (CDF, instr. "Donum vitae" 2, 4).
2377 Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas [inseminación y
fecundación artificiales homólogas] son quizá menos perjudiciales, pero no
dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto
procreador. El acto fundador de la existencia del hijo ya no es un acto por el
que dos personas se dan una a otra, sino que ‘confía la vida y la identidad del
embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la
técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal
relación de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser
común a padres e hijos’ (cf CDF, instr. "Donum vitae" 82). ‘La procreación
queda privada de su perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando
no es querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de
la unión de los esposos... solamente el respeto de la conexión existente entre los
significados del acto conyugal y el respeto de la unidad del ser humano,
consiente una procreación conforme con la dignidad de la persona’ (CDF,
instr. "Donum vitae" 2, 4).
2378 El hijo no es un derecho sino un don. El ‘don más excelente del
matrimonio’ es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como
un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un
pretendido ‘derecho al hijo’. A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos
derechos: el de ‘ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus
padres, y tiene también el derecho a ser respetado como persona desde el
momento de su concepción’ (CDF, instr. "Donum vitae" 2, 8).
2379 El Evangelio enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los
esposos que, tras haber agotado los recursos legítimos de la medicina, sufren
por la esterilidad, deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda
fecundidad espiritual. Pueden manifestar su generosidad adoptando niños
abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo.
IV Las ofensas a la dignidad del matrimonio
2380 El adulterio. Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un
hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una
relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena
incluso el deseo del adulterio (cf Mt 5, 27-28). El sexto mandamiento y el
Nuevo Testamento prohíben absolutamente el adulterio (cf Mt 5, 32; 19, 6; Mc
10, 11; 1 Co 6, 9-10). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio
la imagen del pecado de idolatría (cf Os 2, 7; Jr 5, 7; 13, 27).
2381 El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos.
Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el
derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio,
violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación
humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres.
El divorcio
2382 El Señor Jesús insiste en la intención original del Creador que quería un
matrimonio indisoluble (cf Mt 5, 31-32; 19, 3-9; Mc 10, 9; Lc 16, 18; 1 Co 7, 10-
11), y deroga la tolerancia que se había introducido en la ley antigua (cf Mt 19,
7-9).
Entre bautizados católicos, ‘el matrimonio rato y consumado no puede ser
disuelto por ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte’
(CIC can. 1141).
2383 La separación de los esposos con permanencia del vínculo matrimonial
puede ser legítima en ciertos casos previstos por el Derecho Canónico (cf CIC
can. 1151-1155).
Si el divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos
derechos legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede
ser tolerado sin constituir una falta moral.
2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural. Pretende romper el
contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir juntos hasta la muerte.
El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el matrimonio
sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva unión, aunque
reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge
casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y
permanente:
Si el marido, tras haberse separado de su mujer, se une a otra mujer, es
adúltero, porque hace cometer un adulterio a esta mujer; y la mujer que
habita con él es adúltera, porque ha atraído a sí al marido de otra (S. Basilio,
moral.regla 73).
2385 El divorcio adquiere también su carácter inmoral a causa del desorden
que introduce en la célula familiar y en la sociedad. Este desorden entraña
daños graves: para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos,
traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en
tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una
verdadera plaga social.
2386 Puede ocurrir que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del
divorcio dictado en conformidad con la ley civil; entonces no contradice el
precepto moral. Existe una diferencia considerable entre el cónyuge que se ha
esforzado con sinceridad por ser fiel al sacramento del Matrimonio y se ve
injustamente abandonado y el que, por una falta grave de su parte, destruye
un matrimonio canónicamente válido (cf FC 84).
Otras ofensas a la dignidad del matrimonio
2387 “Es comprensible el drama del que, deseoso de convertirse al Evangelio,
se ve obligado a repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido
años de vida conyugal. Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral,
pues contradice radicalmente la comunión conyugal. La poligamia ‘niega
directamente el designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes,
porque es contraria a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que
en el matrimonio se dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo’
(FC 19; cf GS 47, 2). El cristiano que había sido polígamo está gravemente
obligado en justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas
mujeres y sus hijos.
2388 Incesto es la relación carnal entre parientes dentro de los grados en que
está prohibido el matrimonio (cf Lv 18, 7-20). San Pablo condena esta falta
particularmente grave: ‘Se oye hablar de que hay inmoralidad entre
vosotros... hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su
padre... en nombre del Señor Jesús... sea entregado ese individuo a Satanás
para destrucción de la carne...’ (1 Co 5, 1.4-5). El incesto corrompe las
relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad.
2389 Se puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por
adultos en niños o adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta
adquiere una mayor gravedad por atentar escandalosamente contra la
integridad física y moral de los jóvenes que quedarán así marcados para toda
la vida, y por ser una violación de la responsabilidad educativa.
2390 Hay unión libre cuando el hombre y la mujer se niegan a dar forma
jurídica y pública a una unión que implica la intimidad sexual.
La expresión en sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión en la
que las personas no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta
de confianza en el otro, en sí mismo, o en el porvenir?
Esta expresión abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del
matrimonio en cuanto tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a
largo plazo (cf FC 81). Todas estas situaciones ofenden la dignidad del
matrimonio; destruyen la idea misma de la familia; debilitan el sentido de la
fidelidad. Son contrarias a la ley moral: el acto sexual debe tener lugar
exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado
grave y excluye de la comunión sacramental.
2391 No pocos postulan hoy una especie de ‘unión a prueba’ cuando existe
intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se
comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas ‘no garantizan que la
sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una
mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las
veleidades de las pasiones’ (CDF, decl. "Persona humna", 7). La unión carnal
sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida
definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la ‘prueba’.
Exige un don total y definitivo de las personas entre sí (cf FC 80).
Resumen
2392 ‘El amor es la vocación fundamental e innata de todo ser humano’ (FC
11).
2393 Al crear al ser humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad
personal de manera idéntica a uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer,
corresponde reconocer y aceptar su identidad sexual.
2394 Cristo es el modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar
una vida casta, cada uno según su estado de vida.
2395 La castidad significa la integración de la sexualidad en la persona.
Entraña el aprendizaje del dominio personal.
2396 Entre los pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la
masturbación, la fornicación, las actividades pornográficas y las prácticas
homosexuales.
2397 La alianza que los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les
confiere la obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398 La fecundidad es un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida,
los esposos participan de la paternidad de Dios.
2399 La regulación de la natalidad representa uno de los aspectos de la
paternidad y la maternidad responsables. La legitimidad de las intenciones de
los esposos no justifica el recurso a medios moralmente reprobables (p.e., la
esterilización directa o la anticoncepción).
2400 El adulterio y el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas
graves a la dignidad del matrimonio.

ARTÍCULO 7
EL SÉPTIMO MANDAMIENTO
No robarás (Ex 20, 15; Dt 5,19).
No robarás (Mt 19, 18).
2401 El séptimo mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo
injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes.
Prescribe la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los
frutos del trabajo de los hombres. Con miras al bien común exige el respeto del
destino universal de los bienes y del derecho de propiedad privada. La vida
cristiana se esfuerza por ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de
este mundo.
I El destino universal y la propiedad privada de los bienes
2402 Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración
común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara
mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes
de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la
tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta
a la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es
legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para
ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades
de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad
natural entre los hombres.
2403 El derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo, o recibida
de otro por herencia o por regalo, no anula la donación original de la tierra al
conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienes continúa siendo
primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la
propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.
2404 ‘El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas
externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como
comunes, en el sentido de que han de aprovechar no sólo a él, sino también a
los demás’ (GS 69, 1). La propiedad de un bien hace de su dueño un
administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus
beneficios a otros, ante todo a sus próximos.
2405 Los bienes de producción -materiales o inmateriales- como tierras o
fábricas, profesiones o artes, requieren los cuidados de sus poseedores para
que su fecundidad aproveche al mayor número de personas. Los poseedores de
bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor
parte al huésped, al enfermo, al pobre.
2406 La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función
del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71, 4; SRS
42; CA 40; 48).
II El respeto de las personas y sus bienes
2407 En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la
práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de
este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo
que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la
generosidad del Señor, que ‘siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que
os enriquecierais con su pobreza’ (2 Co 8, 9).
2408 El séptimo mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del
bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el
consentimiento puede ser presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al
destino universal de los bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en
que el único medio de remediar las necesidades inmediatas y esenciales
(alimento, vivienda, vestido...) es disponer y usar de los bienes ajenos (cf GS
69, 1).
2409 Toda forma de tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no
contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo
mandamiento. Así, retener deliberadamente bienes prestados u objetos
perdidos, defraudar en el ejercicio del comercio (cf Dt 25, 13-16), pagar
salarios injustos  (cf Dt 24,14-15; St 5,4), elevar los precios especulando con la
ignorancia o la necesidad ajenas (cf Am 8, 4-6).
Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende
hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un
beneficio en detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio
de los que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso
privados de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el
fraude fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el
despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o
públicas es contrario a la ley moral y exige reparación.
2410 Las promesas deben ser cumplidas, y los contratos rigurosamente
observados en la medida en que el compromiso adquirido es moralmente
justo. Una parte notable de la vida económica y social depende del valor de los
contratos entre personas físicas o morales. Así, los contratos comerciales de
venta o compra, los contratos de arriendo o de trabajo. Todo contrato debe ser
hecho y ejecutado de buena fe.
2411 Los contratos están sometidos a la justicia conmutativa, que regula los
intercambios entre las personas en el respeto exacto de sus derechos. La
justicia conmutativa obliga estrictamente; exige la salvaguardia de los
derechos de propiedad, el pago de las deudas y el cumplimiento de
obligaciones libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible
ninguna otra forma de justicia.
La justicia conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que
el ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la
justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en
proporción a sus contribuciones y a sus necesidades.
2412 En virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la
injusticia cometida exige la restitución del bien robado a su propietario:
Jesús bendijo a Zaqueo por su resolución: ‘Si en algo defraudé a alguien, le
devolveré el cuádruplo’ (Lc 19, 8). Los que, de manera directa o indirecta, se
han apoderado de un bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el
equivalente en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los
frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente de ese
bien. Están igualmente obligados a restituir, en proporción a su
responsabilidad y al beneficio obtenido, todos los que han participado de
alguna manera en el robo, o que se han aprovechado de él a sabiendas; por
ejemplo, quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto.
2413 Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos
contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables
cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus
necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre peligro de
convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas
en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño infligido sea
tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo
significativo.
2414 El séptimo mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u
otra razón, egoísta o ideológica, mercantil o totalitaria, conducen a esclavizar
seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a
venderlos y a cambiarlos como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de
las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la
condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio. San Pablo
ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo cristiano ‘no como
esclavo, sino... como un hermano... en el Señor’ (Flm 16).
El respeto de la integridad de la creación
2415 El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación.
Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente
destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1,
28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no
puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido
por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es
absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo
incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la
integridad de la creación (cf CA 37-38).
2416 Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud
providencial (cf Mt 6, 16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria
(cf Dn 3, 57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué
delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.
2417 Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a
su imagen (cf Gn 2, 19-20; 9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los
animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar
para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos
médicos y científicos en animales, si se mantienen en límites razonables, son
prácticas moralmente aceptables, pues contribuyen a cuidar o salvar vidas
humanas.
2418 Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los
animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en
ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se
puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto
debido únicamente a los seres humanos.
III La doctrina social de la Iglesia
2419 ‘La revelación cristiana... nos conduce a una comprensión más profunda
de las leyes de la vida social’ (GS 23, 1). La Iglesia recibe del Evangelio la plena
revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el
Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su
vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la
justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina.
2420 La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económica y social,
‘cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de
las almas’ (GS 76, 5). En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión
distinta de la que ejercen las autoridades políticas: ella se ocupa de los
aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al supremo
Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso
de los bienes terrenos y en las relaciones socioeconómicas.
2421 La doctrina social de la Iglesia se desarrolló en el siglo XIX, cuando se
produce el encuentro entre el Evangelio y la sociedad industrial moderna, sus
nuevas estructuras para producción de bienes de consumo, su nueva
concepción de la sociedad, del Estado y de la autoridad, sus nuevas formas de
trabajo y de propiedad. El desarrollo de la doctrina de la Iglesia en materia
económica y social da testimonio del valor permanente de la enseñanza de la
Iglesia, al mismo tiempo que del sentido verdadero de su Tradición siempre
viva y activa (cf CA 3).
2422 La enseñanza social de la Iglesia contiene un cuerpo de doctrina que se
articula a medida que la Iglesia interpreta los acontecimientos a lo largo de la
historia, a la luz del conjunto de la palabra revelada por Cristo Jesús y con la
asistencia del Espíritu Santo (cf SRS 1; 41). Esta enseñanza resultará tanto
más aceptable para los hombres de buena voluntad cuanto más inspire la
conducta de los fieles.
2423 La doctrina social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae
criterios de juicio, da orientaciones para la acción:
Todo sistema según el cual las relaciones sociales deben estar determinadas
enteramente por los factores económicos, resulta contrario a la naturaleza de
la persona humana y de sus actos (cf CA 24).
2424 Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la
actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de
dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los
numerosos conflictos que perturban el orden social (cf GS 63, 3; LE 7; CA 35).
Un sistema que ‘sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los
grupos en aras de la organización colectiva de la producción’ es contrario a la
dignidad del hombre (cf GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no
ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la
idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. ‘No podéis servir a Dios
y al dinero’ (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
2425 La Iglesia ha rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en
los tiempos modernos al ‘comunismo’ o ‘socialismo’. Por otra parte, ha
rechazado en la práctica del ‘capitalismo’ el individualismo y la primacía
absoluta de la ley de mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La
regulación de la economía por la sola planificación centralizada pervierte en
su base los vínculos sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado
quebranta la justicia social, porque ‘existen numerosas necesidades humanas
que no pueden ser satisfechas por el mercado’ (CA 34). Es preciso promover
una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según
una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común.
IV La actividad económica y la justicia social
2426 El desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la
producción están destinados a satisfacer las necesidades de los seres humanos.
La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a
aumentar el lucro o el poder; está ordenada ante todo al servicio de las
personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana. La actividad
económica dirigida según sus propios métodos, debe moverse no obstante
dentro de los límites del orden moral, según la justicia social, a fin de
responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
2427 El trabajo humano procede directamente de personas creadas a imagen
de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio, la obra de la
creación dominando la tierra (cf Gn 1, 28; GS 34; CA 31). El trabajo es, por
tanto, un deber: ‘Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma’ (2  Ts 3, 10;
cf 1 Ts 4, 11). El trabajo honra los dones del Creador y los talentos recibidos.
Puede ser también redentor. Soportando el peso del trabajo (cf Gn 3, 14-19), en
unión con Jesús, el carpintero de Nazaret y el crucificado del Calvario, el
hombre colabora en cierta manera con el Hijo de Dios en su obra redentora. Se
muestra como discípulo de Cristo llevando la Cruz cada día, en la actividad
que está llamado a realizar (cf LE 27). El trabajo puede ser un medio de
santificación y de animación de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo.
2428 En el trabajo, la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades
inscritas en su naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al
hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre
y no el hombre para el trabajo (cf LE 6).
Cada cual debe poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la
de los suyos, y para prestar servicio a la comunidad humana.
2429 Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar
legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa
para todos, y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse
a las reglamentaciones dictadas por las autoridades legítimas con miras al
bien común (cf CA 32; 34).
2430 La vida económica se ve afectada por intereses diversos, con frecuencia
opuestos entre sí. Así se explica el surgimiento de conflictos que la caracterizan
(cf LE 11). Será preciso esforzarse para reducir estos últimos mediante la
negociación, que respete los derechos y los deberes de cada parte: los
responsables de las empresas, los representantes de los trabajadores, por
ejemplo, de las organizaciones sindicales y, en caso necesario, los poderes
públicos.
2431 La responsabilidad del Estado. ‘La actividad económica, en particular la
economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío
institucional, jurídico y político. Por el contrario supone una seguridad que
garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema
monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del
Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja
y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta
estimulado a realizarlo eficiente y honestamente... Otra incumbencia del
Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el
sector económico; pero en este campo la primera responsabilidad no es del
Estado, sino de cada persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se
articula la sociedad’ (CA 48).
2432 A los responsables de las empresas les corresponde ante la sociedad la
responsabilidad económica y ecológica de sus operaciones (CA 37). Están
obligados a considerar el bien de las personas y no solamente el aumento de
las ganancias. Sin embargo, éstas son necesarias; permiten realizar las
inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los
puestos de trabajo.
2433 El acceso al trabajo y a la profesión debe estar abierto a todos sin
discriminación injusta, a hombres y mujeres, sanos y disminuidos, autóctonos
e inmigrados (cf LE 19; 22-23). Habida consideración de las circunstancias, la
sociedad debe por su parte ayudar a los ciudadanos a procurarse un trabajo y
un empleo (cf CA 48).
2434 El salario justo es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo
puede constituir una grave injusticia (cf Lv 19, 13; Dt 24, 14-15; St 5, 4). Para
determinar la justa remuneración se han de tener en cuenta a la vez las
necesidades y las contribuciones de cada uno. ‘El trabajo debe ser remunerado
de tal modo que se den al hombre posibilidades de que él y los suyos vivan
dignamente su vida material, social, cultural y espiritual, teniendo en cuenta
la tarea y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la
empresa y el bien común’ (GS 67, 2). El acuerdo de las partes no basta para
justificar moralmente la cuantía del salario.
2435 La huelga es moralmente legítima cuando constituye un recurso
inevitable, si no necesario para obtener un beneficio proporcionado. Resulta
moralmente inaceptable cuando va acompañada de violencias o también
cuando se lleva a cabo en función de objetivos no directamente vinculados con
las condiciones del trabajo o contrarios al bien común.
2436 Es injusto no pagar a los organismos de seguridad social
las cotizaciones establecidas por las autoridades legítimas.
La privación de empleo a causa de la huelga es casi siempre para su víctima
un atentado contra su dignidad y una amenaza para el equilibrio de la vida.
Además del daño personal padecido, de esa privación se derivan riesgos
numerosos para su hogar (cf LE 18).
V Justicia y solidaridad entre las naciones
2437 En el plano internacional la desigualdad de los recursos y de los medios
económicos es tal que crea entre las naciones un verdadero ‘abismo’ (SRS 14).
Por un lado están los que poseen y desarrollan los medios de crecimiento, y
por otro, los que acumulan deudas.
2438 Diversas causas, de naturaleza religiosa, política, económica y
financiera, confieren hoy a la cuestión social ‘una dimensión mundial’ (SRS 9).
Es necesaria la solidaridad entre las naciones cuyas políticas son ya
interdependientes. Es todavía más indispensable cuando se trata de acabar
con los ‘mecanismos perversos’ que obstaculizan el desarrollo de los países
menos avanzados (cf SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros
abusivos, si no usurarios (cf CA 35), las relaciones comerciales inicuas entre
las naciones, la carrera de armamentos, por un esfuerzo común para
movilizar los recursos hacia objetivos de desarrollo moral, cultural y
económico ‘redefiniendo las prioridades y las escalas de valores’(CA 28).
2439 Las naciones ricas tienen una responsabilidad moral grave respecto a
las que no pueden por sí mismas asegurar los medios de su desarrollo, o han
sido impedidas de realizarlo por trágicos acontecimientos históricos. Es un
deber de solidaridad y de caridad; es también una obligación de justicia si el
bienestar de las naciones ricas procede de recursos que no han sido pagados
con justicia.
2440 La ayuda directa constituye una respuesta apropiada a necesidades
inmediatas, extraordinarias, causadas por ejemplo por catástrofes naturales,
epidemias, etc. Pero no basta para reparar los graves daños que resultan de
situaciones de indigencia ni para remediar de forma duradera las
necesidades. Es preciso también reformar las instituciones económicas y
financieras internacionales para que promuevan y potencien relaciones
equitativas con los países menos desarrollados (cf SRS 16). Es preciso sostener
el esfuerzo de los países pobres que trabajan por su crecimiento y su liberación
(cf CA 26). Esta doctrina exige ser aplicada de manera muy particular en el
ámbito del trabajo agrícola. Los campesinos, sobre todo en el Tercer Mundo,
forman la masa mayoritaria de los pobres.
2441 Acrecentar el sentido de Dios y el conocimiento de sí mismo constituye la
base de todo desarrollo completo de la sociedad humana. Este multiplica los
bienes materiales y los pone al servicio de la persona y de su libertad.
Disminuye la miseria y la explotación económicas. Hace crecer el respeto de
las identidades culturales y la apertura a la trascendencia (cf SRS 32; CA 51).
2442 No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en
la actividad política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma
parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa
con sus conciudadanos. La acción social puede implicar una pluralidad de vías
concretas. Deberá atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje
evangélico y a la enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los fieles laicos ‘animar,
con su compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y
operadores de paz y de justicia’ (SRS 47; cf 42).
VI El amor de los pobres
2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se
niegan a hacerlo: ‘A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le
vuelvas la espalda’ (Mt 5, 42). ‘Gratis lo recibisteis, dadlo gratis’ (Mt 10, 8).
Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf
Mt 25, 31-36). La buena nueva ‘anunciada a los pobres’ (Mt 11, 5; Lc 4, 18)) es
el signo de la presencia de Cristo.
2444 ‘El amor de la Iglesia por los pobres... pertenece a su constante
tradición’ (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf
Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8, 20), y en su atención a los pobres
(cf Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber
de trabajar, con el fin de ‘hacer partícipe al que se halle en necesidad’ (Ef 4,
28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas
de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las
riquezas o su uso egoísta:
Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están
para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos
están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y
su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes
como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos.
Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros
campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del
Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis
entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la
matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5, 1-6).
2446 San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: ‘No hacer participar a
los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que
poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos’. Es preciso ‘satisfacer ante
todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de
caridad lo que ya se debe a título de justicia’ (AA 8):
Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos
liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que
realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia. (S.
Gregorio Magno, past. 3, 21).
2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales
socorremos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf.
Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras
espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con
paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en
dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo,
visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46).
Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno
de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica
de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):
El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para
comer que haga lo mismo (Lc 3, 11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y
así todas las cosas serán puras para vosotros (Lc 11, 41). Si un hermano o una
hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros
les dice: ‘Id en paz, calentaos o hartaos’, pero no les dais lo necesario para el
cuerpo, ¿de qué sirve? (St 2, 15-16).
2448 ‘Bajo sus múltiples formas -indigencia material, opresión injusta,
enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte-, la miseria
humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el
hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por
ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha
querido cargar sobre sí e identificarse con los «más pequeños de sus
hermanos». También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de
un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a
pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para
aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras
de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables’
(CDF, instr. "Libertatis conscientia" 68).
2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año
jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda, obligación
del diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho de rebusca después de la
vendimia y la siega) corresponden a la exhortación del Deuteronomio:
‘Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este
mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es
indigente y pobre en tu tierra’ (Dt 15, 11). Jesús hace suyas estas palabras:
‘Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me
tendréis’ (Jn 12, 8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos
antiguos: ‘comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de
sandalias...’ (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los
pobres que son sus hermanos (cf Mt 25, 40):
El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y
enfermos, santa Rosa de Lima le contestó: ‘Cuando servimos a los pobres y a
los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro
prójimo, porque en ellos servimos a Jesús’.
Resumen
2450 ‘No robarás’ (Dt 5, 19). ‘Ni los ladrones, ni los avaros..., ni los rapaces
heredarán el Reino de Dios’ (1Co 6, 10).
2451 El séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la
caridad en el uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los
hombres.
2452 Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El
derecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes.
2453 El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del
bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño.
2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno es
contraria al séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación.
La justicia conmutativa impone la restitución del bien robado.
2455 La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios,
llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos
como si fueran mercaderías.” 2456. “El dominio, concedido por el Creador,
sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser
separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres,
incluidos los de las generaciones venideras.
2457 Los animales están confiados a la administración del hombre que les
debe benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del
hombre.
2458 La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo
exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.
Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al
supremo Bien, nuestro fin último.
2459 El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y
social. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados
por Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda
de la caridad.
2460 El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor
y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la
creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2461 El desarrollo verdadero es el del hombre en su integridad. Se trata de
hacer crecer la capacidad de cada persona a fin de responder a su vocación y,
por lo tanto, a la llamada de Dios (cf CA 29).
2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es
también una práctica de justicia que agrada a Dios.
2463 En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que
reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola (cf 16, 19-31). En
dicha multitud hay que oír a Jesús que dice: ‘Cuanto dejasteis de hacer con uno
de éstos, también conmigo dejasteis de hacerlo’ (Mt 25, 45).
ARTÍCULO 8
EL OCTAVO MANDAMIENTO
No darás testimonio falso contra tu prójimo (Ex 20, 16).
Se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus
juramentos (Mt 5, 33).
2464 El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con
el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser
testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad
expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la
rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido,
socavan las bases de la Alianza.
I Vivir en la verdad
2465 El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su
Palabra es verdad (cf Pr 8, 7; 2 S 7, 28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). ‘Tu
verdad, de edad en edad’ (Sal 119, 90; Lc 1, 50). Puesto que Dios es el ‘Veraz’
(Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal
119, 30).
2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. ‘Lleno de
gracia y de verdad’ (Jn 1, 14), él es la ‘luz del mundo’ (Jn 8, 12),  la Verdad (cf
Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El
discípulo de Jesús, ‘permanece en su palabra’, para conocer ‘la verdad que
hace libre’ (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir
del ‘Espíritu de verdad’ (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14,
26) y que conduce ‘a la verdad completa’ (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus
discípulos el amor incondicional de la verdad: ‘Sea vuestro lenguaje: «sí, sí»;
«no, no»’ (Mt 5, 37).
2467 El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y
atestiguarla: ‘Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas...,
se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además,
tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad
religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han
conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias’ (DH 2).
2468 La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por
nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud
que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus
palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2469 ‘Los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza
recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad’ (S. Tomás de Aquino, s. th.
2-2, 109, 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le
es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto
que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, ‘un
hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad’ (S. Tomás de
Aquino, s. th. 2-2, 109, 3).
2470 El discípulo de Cristo acepta ‘vivir en la verdad’, es decir, en la
simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su
Verdad. ‘Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en
tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad’ (1 Jn 1, 6).
II  ‘Dar testimonio de la verdad’
2471 Ante Pilato, Cristo proclama que había ‘venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad’ (Jn 18, 37). El cristiano no debe ‘avergonzarse de dar
testimonio del Señor’ (2 Tm 1, 8). En las situaciones que exigen dar testimonio
de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo
ante sus jueces. Debe guardar una ‘conciencia limpia ante Dios y ante los
hombres’ (Hch 24, 16).
2472 El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los
impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se
derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El
testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf Mt
18, 16):
Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a
manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre
nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que
les ha fortalecido con la confirmación (AG 11).
2473 El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un
testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo,
muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la
verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto
de fortaleza. ‘Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a
Dios’ (S. Ignacio de Antioquía, Rom 4, 1).
2474 Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de
quienes llegaron hasta el extremo para dar testimonio de su fe. Son las actas
de los Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras
de sangre:
No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo.
Es mejor para mí morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta los
confines de la tierra. Es a El a quien busco, a quien murió por nosotros. A El
quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca... [S. Ignacio de
Antioquía, Rom. 6, 1-2).
Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser
contado en el número de tus mártires... Has cumplido tu promesa, Dios de la
fidelidad y de la verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te
glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado.
Por El, que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los
siglos venideros. Amén. (S. Policarpo, mart. 14, 2-3).
III Las ofensas a la verdad
2475 Los discípulos de Cristo se han ‘revestido del Hombre Nuevo, creado
según Dios en la justicia y santidad de la verdad’ (Ef 4, 24). ‘Desechando la
mentira’ (Ef 4, 25), deben ‘rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías,
envidias y toda clase de maledicencias’ (1 Pe 2, 1).
2476 Falso testimonio y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee
una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene
a ser un falso testimonio (cf Pr 19, 9). Cuando es pronunciada bajo juramento
se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a condenar a un
inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en que ha
incurrido el acusado (cf Pr 18, 5); comprometen gravemente el ejercicio de la
justicia y la equidad de la sentencia pronunciada por los jueces.
2477 El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda
palabra susceptibles de causarles un daño injusto (cf CIC can. 220). Se hace
culpable:
– de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin
tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;
– de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los
defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran;
– de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la
reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
2478 Para evitar el juicio temerario, cada uno debe interpretar, en cuanto sea
posible, en un sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su
prójimo:
Todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo,
que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal
la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios
convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola, ex.
spir. 22).
2479 La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el honor del
prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad
humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su
reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las
virtudes de la justicia y de la caridad.
2480 Debe proscribirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación o
complacencia, alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos y en la
perversidad de su conducta. La adulación es una falta grave si se hace
cómplice de vicios o pecados graves. El deseo de prestar un servicio o la
amistad no justifica una doblez del lenguaje. La adulación es un pecado venial
cuando sólo desea hacerse grato, evitar un mal, remediar una necesidad u
obtener ventajas legítimas.
2481 “La vanagloria o jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo
mismo sucede con la ironía que trata de ridiculizar a uno caricaturizando de
manera malévola tal o cual aspecto de su comportamiento.
2482 ‘La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar’ (S.
Agustín, mend. 4, 5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica:
‘Vuestro padre es el diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la
mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la
mentira’ (Jn 8, 44).
2483 La mentira es la ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar
u obrar contra la verdad para inducir a error al que tiene el derecho de
conocerla. Lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo,
la mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el
Señor.
2484 La gravedad de la mentira se mide según la naturaleza de la verdad
que deforma, según las circunstancias, las intenciones del que la comete, y los
daños padecidos por los que resultan perjudicados. Si la mentira en sí sólo
constituye un pecado venial, sin embargo llega a ser mortal cuando lesiona
gravemente las virtudes de la justicia y la caridad.
2485. La mentira es condenable por su misma naturaleza. Es una
profanación de la palabra cuyo objeto es comunicar a otros la verdad
conocida. La intención deliberada de inducir al prójimo a error mediante
palabras contrarias a la verdad constituye una falta contra la justicia y la
caridad. La culpabilidad es mayor cuando la intención de engañar corre el
riesgo de tener consecuencias funestas para los que son desviados de la
verdad.
2486 La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una
verdadera violencia hecha a los demás. Atenta contra ellos en su capacidad de
conocer, que es la condición de todo juicio y de toda decisión. Contiene en
germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La
mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres
y rompe el tejido de las relaciones sociales.
2487 Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de
reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible
reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha
sufrido un perjuicio no puede ser indemnizado directamente, es preciso darle
satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación se
refiere también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta
reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del
daño causado. Obliga en conciencia
IV El respeto de la verdad
2488 El derecho a la comunicación de la verdad no es incondicional. Todos
deben conformar su vida al precepto evangélico del amor fraterno. Este exige,
en las situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad a quien
la pide.
2489 La caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a
toda petición de información o de comunicación. El bien y la seguridad del
prójimo, el respeto de la vida privada, el bien común, son razones suficientes
para callar lo que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El
deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta discreción.
Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla
(cf Si 27, 16; Pr 25, 9-10).
2490 El secreto del sacramento de la Reconciliación es sagrado y no puede
ser revelado bajo ningún pretexto. ‘El sigilo sacramental es inviolable; por lo
cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de
palabra o de cualquier otro modo, y por ningún motivo’ (CIC can. 983, 1),
2491 Los secretos profesionales -que obligan, por ejemplo, a políticos,
militares, médicos, juristas- o las confidencias hechas bajo secreto deben ser
guardados, salvo los casos excepcionales en los que el no revelarlos podría
causar al que los ha confiado, al que los ha recibido o a un tercero daños muy
graves y evitables únicamente mediante la divulgación de la verdad. Las
informaciones privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido
confiadas bajo secreto, no deben ser divulgadas sin una razón grave y
proporcionada.”
2492 Se debe guardar la justa reserva respecto a la vida privada de la gente.
Los responsables de la comunicación deben mantener un justo equilibrio entre
las exigencias del bien común y el respeto de los derechos particulares. La
ingerencia de la información en la vida privada de personas comprometidas
en una actividad política o pública, es condenable en la medida en que atenta
contra su intimidad y libertad.
V El uso de los medios de comunicación social
2493 Dentro de la sociedad moderna, los medios de comunicación social
desempeñan un papel importante en la información, la promoción cultural y
la formación. Su acción aumenta en importancia por razón de los progresos
técnicos, de la amplitud y la diversidad de las noticias transmitidas, y la
influencia ejercida sobre la opinión pública.
2494 La información de estos medios es un servicio del bien común (cf IM 11).
La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la
libertad, la justicia y la solidaridad:
El recto ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a su contenido, la
comunicación sea siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la
caridad; además, en cuanto al modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir,
debe respetar escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la
dignidad del hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como en su
divulgación. (IM 11).
2495 ‘Es necesario que todos los miembros de la sociedad cumplan sus
deberes de caridad y justicia también en este campo, y, así, con ayuda de estos
medios, se esfuercen por formar y difundir una recta opinión pública’ (IM 8).
La solidaridad aparece como una consecuencia de una información verdadera
y justa, y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el
respeto del prójimo.
2496 Los medios de comunicación social (en particular, los mass-media)
pueden engendrar cierta pasividad en los usuarios, haciendo de éstos,
consumidores poco vigilantes de mensajes o de espectáculos. Los usuarios
deben imponerse moderación y disciplina respecto a los mass-media. Han de
formarse una conciencia clara y recta para resistir más fácilmente las
influencias menos honestas.
2497 Por razón de su profesión en la prensa, sus responsables tienen la
obligación, en la difusión de la información, de servir a la verdad y de no
ofender a la caridad. Han de esforzarse por respetar con una delicadeza igual,
la naturaleza de los hechos y los límites el juicio crítico respecto a las personas.
Deben evitar ceder a la difamación.
2498 ‘La autoridad civil tiene en esta materia deberes peculiares en razón del
bien común, al que se ordenan estos medios. Corresponde, pues, a dicha
autoridad... defender y asegurar la verdadera y justa libertad’ (IM 12).
Promulgando leyes y velando por su aplicación, los poderes públicos se
asegurarán de que el mal uso de los medios no llegue a causar ‘graves peligros
para las costumbres públicas y el progreso de la sociedad’ (IM 12). Deberán
sancionar la violación de los derechos de cada uno a la reputación y al secreto
de la vida privada. Tienen obligación de dar a tiempo y honestamente las
informaciones que se refieren al bien general y responden a las inquietudes
fundadas de la población. Nada puede justificar el recurso a falsas
informaciones para manipular la opinión pública mediante los mass-media.
Estas intervenciones no deberán atentar contra la libertad de los individuos y
de los grupos.
2499 La moral denuncia la llaga de los estados totalitarios que falsifican
sistemáticamente la verdad, ejercen mediante los mass-media un dominio
político de la opinión, manipulan a los acusados y a los testigos en los procesos
públicos y tratan de asegurar su tiranía yugulando y reprimiendo todo lo que
consideran ‘delitos de opinión’.
VI Verdad, belleza y arte sacro
2500 La práctica del bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y
de belleza moral. De igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la
belleza espiritual. La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra,
expresión racional del conocimiento de la realidad creada e increada, es
necesaria al hombre dotado de inteligencia, pero la verdad puede también
encontrar otras formas de expresión humana, complementarias, sobre todo
cuando se trata de evocar lo que ella entraña de indecible, las profundidades
del corazón humano, las elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de
revelarse al hombre en palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el
lenguaje universal de la Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el
orden y la armonía del cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre de
ciencia, ‘pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por
analogía, a contemplar a su Autor’ (Sb 13, 5), ‘pues fue el Autor mismo de la
belleza quien las creó’ (Sb 13, 3).
La sabiduría es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria
del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo
de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de
su bondad (Sb 7, 25-26). La sabiduría es en efecto más bella que el Sol, supera
a todas las constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la
luz sucede la noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb 7, 29-
30). Yo me aconstituí en el amante de su belleza (Sb 8, 2).
2501 El hombre, ‘creado a imagen de Dios’ (Gn 1, 26), expresa también la
verdad de su relación con Dios Creador mediante la belleza de sus obras
artísticas. El arte, en efecto, es una forma de expresión propiamente humana;
por encima de la satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las
criaturas vivas, el arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior
del ser humano. Este brota de un talento concedido por el Creador y del
esfuerzo del hombre, y es un género de sabiduría práctica, que une
conocimiento y habilidad (cf Sb 7, 16-17) para dar forma a la verdad de una
realidad en lenguaje accesible a la vista y al oído. El arte entraña así cierta
semejanza con la actividad de Dios en la creación, en la medida en que se
inspira en la verdad y el amor de los seres. Como cualquier otra actividad
humana, el arte no tiene en sí mismo su fin absoluto, sino que está ordenado y
se ennoblece por el fin último del hombre (cf Pío XII, discurso 25 diciembre
1955 y discurso 3 septiembre 1950).
2502 El arte sacro es verdadero y bello cuando corresponde por su forma a
su vocación propia: evocar y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio
trascendente de Dios, Belleza sobreeminente e invisible de Verdad y de Amor,
manifestado en Cristo, ‘Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia’ (Hb
1, 3), en quien ‘reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente’ (Col 2,
9), belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, en los
Angeles y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a
la oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.
2503 Por eso los obispos deben personalmente o por delegación vigilar y
promover el arte sacro antiguo y nuevo en todas sus formas, y apartar con la
misma atención religiosa de la liturgia y de los edificios de culto todo lo que no
está de acuerdo con la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro(cf
SC 122-127).
Resumen
2504 ‘No darás falso testimonio contra tu prójimo’ (Ex 20, 16). Los discípulos
de Cristo se han ‘revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia
y santidad de la verdad’ (Ef 4, 24).
2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero
en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la
hipocresía.
2506 El cristiano no debe ‘avergonzarse de dar testimonio del Señor’ (2 Tm 1,
8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la
fe.
2507 El respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda
actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia.
2508 La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al
prójimo que tiene derecho a la verdad.
2509 Una falta cometida contra la verdad exige reparación.
2510 La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si
conviene o no revelar la verdad a quien la pide.
2511 ‘El sigilo sacramental es inviolable’ (CIC can. 983, 1), Los secretos
profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no
deben ser divulgadas.
2512 La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la
libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de
los medios de comunicación social.
2513 Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, ‘están relacionadas, por su
naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún
modo, en las obras humanas. Y tanto más se consagran a Dios y contribuyen a
su alabanza y a su gloria, cuanto más lejos están de todo propósito que no sea
colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres
piadosamente hacia Dios’ (SC 122).
ARTÍCULO 9
EL NOVENO MANDAMIENTO
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su
siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex
20, 17).
El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón (Mt 5, 28).
2514 San Juan distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la
concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la
vida (cf 1 Jn 2, 16). Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno
mandamiento prohíbe la concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la
codicia del bien ajeno.
2515 En sentido etimológico, la ‘concupiscencia’ puede designar toda forma
vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido
particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la
razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la ‘carne’
sostiene contra el ‘espíritu’ (cf Gal 5, 16.17.24; Ef 2, 3). Procede de la
desobediencia del primer pecado (Gn 3, 11). Desordena las facultades morales
del hombre y, sin ser una falta en sí misma, le inclina a cometer pecados (cf Cc
Trento: DS 1515).
2516 En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe
cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el ‘espíritu’ y la
‘carne’. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es
una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma
parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual:
Para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el
alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad
personal, sino que trata de las obras -mejor dicho, de las disposiciones
estables-, virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto
de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a
la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: ‘si vivimos
según el Espíritu, obremos también según el Espíritu’ (Ga 5, 25) (Juan Pablo
II, DeV 55).
I La purificación del corazón
2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: ‘de dentro del corazón
salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19).
La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del
corazón:
Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que
ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2, 1).
2518 La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan
a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la
santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4, 3-9;
2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4, 7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el
amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1, 15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26).
Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:
Los fieles deben creer los artículos del Símbolo ‘para que, creyendo, obedezcan
a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y
purificando su corazón, comprendan lo que creen’ (S. Agustín, fid. et symb. 10,
25).
2519 A los ‘limpios de corazón’ se les promete que verán a Dios cara a cara y
que serán semejantes a El (cf 1 Co 13, 12, 1 Jn 3, 2). La pureza de corazón es el
preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede
ver según Dios, recibir al otro como un ‘prójimo’; nos permite considerar el
cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu
Santo, una manifestación de la belleza divina.
II El combate por la pureza
2520 El Bautismo confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de
todos los pecados. Pero el bautizado debe seguir luchando contra la
concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios
lo consigue
– mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar
con un corazón recto e indiviso;
– mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del
hombre: con una mirada limpia el bautizado se afana por encontrar y realizar
en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12, 2; Col 1, 10);
– mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina
de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en
los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los
mandamientos divinos: ‘la vista despierta la pasión de los insensatos’ (Sb 15,
5);
– mediante la oración:
Creía que la continencia dependía de mis propias fuerzas, las cuales no sentía
en mí; siendo tan necio que no entendía lo que estaba escrito: que nadie puede
ser continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior
gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado (S.
Agustín, conf. 6, 11, 20).
2521 La pureza exige el pudor. Este es parte integrante de la templanza. El
pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo
que debe permanecer velado. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza
proclama. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de
las personas y con la relación que existe entre ellas.
2522 El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la
paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las
condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer
entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección de la vestimenta. Mantiene
silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se
convierte en discreción.
2523 Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo.
Este pudor rechaza, por ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano
propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de
comunicación a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una
manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la
presión de las ideologías dominantes.
2524 Las formas que reviste el pudor varían de una cultura a otra. Sin
embargo, en todas partes constituye la intuición de una dignidad espiritual
propia al hombre. Nace con el despertar de la conciencia personal. Educar en
el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona
humana.
2525 La pureza cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a los
medios de comunicación social a una información cuidadosa del respeto y de
la discreción. La pureza de corazón libera del erotismo difuso y aparta de los
espectáculos que favorecen el exhibicionismo y los sueños indecorosos.
2526 Lo que se llama permisividad de las costumbres se basa en una
concepción errónea de la libertad humana; para llegar a su madurez, ésta
necesita dejarse educar previamente por la ley moral. Conviene pedir a los
responsables de la educación que impartan a la juventud una enseñanza
respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral
y espiritual del hombre.
2527 ‘La buena nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura
del hombre caído; combate y elimina los errores y males que brotan de la
seducción, siempre amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las
costumbres de los pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida,
completa y restaura en Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades
espirituales de cada pueblo o edad’ (GS 58, 4).
Resumen
2528 ‘Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella
en su corazón’ (Mt 5, 28).
2529 El noveno mandamiento pone en guardia contra el desorden o
concupiscencia de la carne.
2530 La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación
del corazón y por la práctica de la templanza
2531 La pureza del corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la
capacidad de ver según Dios todas las cosas.
2532 La purificación del corazón es imposible sin la oración, la práctica de la
castidad y la pureza de intención y de mirada.
2533 La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y
discreción. El pudor preserva la intimidad de la persona.
ARTÍCULO 10
EL DÉCIMO MANDAMIENTO
No codiciarás... nada que sea de tu prójimo (Ex 20, 17).
No desearás... su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno:
nada que sea de tu prójimo (Dt 5, 21).
Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6, 21).
2534 El décimo mandamiento desdobla y completa el noveno, que versa sobre
la concupiscencia de la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo,
de la rapiña y del fraude, prohibidos por el séptimo mandamiento. La
‘concupiscencia de los ojos’ (cf 1 Jn 2, 16) lleva a la violencia y la injusticia
prohibidas por el quinto precepto (cf Mi 2, 2). La codicia tiene su origen, como
la fornicación, en la idolatría condenada en las tres primeras prescripciones
de la ley (cf Sb 14, 12). El décimo mandamiento se refiere a la intención del
corazón; resume, con el noveno, todos los preceptos de la Ley.
I El desorden de la concupiscencia
2535 El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no
poseemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se
tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no
guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que
no es nuestro y pertenece, o es debido a otra persona.
2536 El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una
apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado
nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe
también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al
prójimo en sus bienes temporales:
Cuando la Ley nos dice: ‘No codiciarás’, nos dice, en otros términos, que
apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del
bien del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: ‘El
ojo del avaro no se satisface con su suerte’ (Si 5, 9) (Catec. R. 3, 37).
2537 No se quebranta este mandamiento deseando obtener cosas que
pertenecen al prójimo siempre que sea por medios justos. La catequesis
tradicional señala con realismo ‘quiénes son los que más deben luchar contra
sus codicias pecaminosas’ y a los que, por tanto, es preciso ‘exhortar más a
observar este precepto’:
Los comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que
ven con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo
contrario podrían vender más caro y comprar a precio más bajo; los que
desean que sus semejantes estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o
comprándoles... Los médicos, que desean tener enfermos; los abogados que
anhelan causas y procesos importantes y numerosos... (Catec. R. 3, 37).
2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano
la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey
David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba
como una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al
primero y acabó por robarle la oveja (cf 2 S 12, 1-4). La envidia puede
conducir a las peores fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29). La muerte entró en
el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2, 24).
Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...
Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos?
Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo... Nos declaramos miembros de un
mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras. (S. Juan
Crisóstomo, hom. in 2 Cor. 28, 3-4).
2539 La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada
ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en
forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el ‘pecado diabólico por excelencia’ (ctech. 4,8).
‘De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada
por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad’ (S. Gregorio
Magno, mor. 31, 45).
2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un
rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la
benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha
de esforzarse por vivir en la humildad:
¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del
progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros.
Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia
poniendo su alegría en los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom.
7, 3). 
II Los deseos del Espíritu
2541 La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres
de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye
en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra
la seducción de lo que, desde entonces, aparece como ‘bueno para comer,
apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría’ (Gn 3, 6).
2542 “La Ley confiada a Israel nunca fue suficiente para justificar a los que le
estaban sometidos; incluso vino a ser instrumento de la ‘concupiscencia’ (cf
Rm 7, 7). La inadecuación entre el querer y el hacer (cf Rm 7, 10) manifiesta el
conflicto entre la ‘ley de Dios’, que es la ‘ley de la razón’, y la otra ley que ‘me
esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros’ (Rm 7, 23).
2543 ‘Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen’ (Rm 3, 21-22.]. Por eso, los fieles de Cristo
‘han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias’ (Ga 5, 24); ‘son
guiados por el Espíritu’ (Rm 8, 14) y siguen los deseos del Espíritu (cf Rm 8,
27).
III La pobreza de corazón
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a El respecto a todo y a todos
y les propone ‘renunciar a todos sus bienes’ (Lc 14, 33) por El y por el
Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la
pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir
(cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio
para entrar en el Reino de los cielos.
2545 ‘Todos los cristianos... han de intentar orientar rectamente sus deseos
para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les
impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor
perfecto’ (LG 42).
2546 ‘Bienaventurados los pobres en el espíritu’ (Mt 5, 3). Las
bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de
paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc
6, 20)
 El Verbo llama ‘pobreza en el Espíritu’ a la humildad voluntaria de un
espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de
Dios cuando dice: ‘Se hizo pobre por nosotros’ (2 Co 8, 9) (S. Gregorio de Nisa,
beat, 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la
abundancia de bienes (cf Lc 6, 24). ‘El orgulloso busca el poder terreno,
mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos’ (S. Agustín, serm.
Dom. 1, 3). El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la
inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la
bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.
IV ‘Quiero ver a Dios’
2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego
desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la
bienaventuranza de Dios. ‘La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En
la Escritura, ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se
pueden concebir’ (S. Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto,
para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios,
los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios,
vencen las seducciones del placer y del poder.
2550 En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a
quien les escucha (cf Ap 22, 17) a la comunión perfecta con Dios:
Allí se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por
adulación; los verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen
ni concedidos a los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá
honores, pues allí sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera
paz, donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La
recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió
a ella como la recompensa mejor y más grande que puede existir: "Yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo" (Lv 26, 12)...Este es también el sentido de las
palabras del apóstol: "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15, 28). El será el
fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin
saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación
serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos (S. Agustín, civ.
22,30).
Resumen
2551 "Donde está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la
pasión inmoderada de las riquezas y del poder.
2553 La envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el
deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.
2554 El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el
abandono en la providencia de Dios.
2555 Los fieles cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y sus
concupiscencias" (Gal 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen sus deseos.
2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino
de los cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón".
2557 El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es
saciada por el agua de la vida (cf Jn 4,14).

CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN 
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
2558 "Este es el Misterio de la fe". La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los
Apóstoles (Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia
sacramental (Segunda Parte), para que la vida de los fieles se conforme con
Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por
tanto, este Misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en
una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la
oración.
¿QUÉ ES LA ORACIÓN?
Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada
hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la
prueba como desde dentro de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms
autob. C 25r).
La oración como don de Dios
2559 "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos
cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia
voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y
contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la
base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26).
La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de
la oración: el hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).
2560 "Si conocieras el don de Dios"(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se
revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua:
allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el
que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las
profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el
encuentro de la sed de Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el
hombre tenga sed de El (cf San Agustín, quaest. 64, 4).
2561 "Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva" (Jn 4, 10).
Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la
queja del Dios vivo: "A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para
hacerse cisternas, cisternas agrietadas" (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa
gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed
del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).
La oración como Alianza
2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje
de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo,
para designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a
veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil
veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la
oración es vana.
2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la
expresión semítica o bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro
escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el
Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo
más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí
donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a
imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.
2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre
en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de
nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana
del Hijo de Dios hecho hombre.
La oración como Comunión
2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios
con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu
Santo. La gracia del Reino es "la unión de la Santísima Trinidad toda entera
con el espíritu todo entero" (San Gregorio Nac., or. 16, 9). Así, la vida de
oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en
comunión con El. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante
el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La
oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende
por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf
Ef 3, 18-21).
CAPÍTULO PRIMERO
LA REVELACIÓN DE LA ORACIÓN
La llamada universal a la oración
2566 El hombre busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la
nada a la existencia. "Coronado de gloria y esplendor" (Sal 8, 6), el hombre es,
después de los ángeles, capaz de reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del
Señor por toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su
pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador.
Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las religiones
dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf Hch. 17, 27).
2567 Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a s u Creador
o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad
de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a
cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor
del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es
siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí
mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo
acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un
trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la
historia de la salvación.
ARTÍCULO 1
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La revelación de la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la
caída y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus
primeros hijos: "¿Dónde estás?... ¿Por qué lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la
respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: "He aquí que vengo... a hacer,
oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con la historia de
los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de la historia.
La creación, fuente de la oración
2569 La oración se vive primeramente a partir de las realidades de
la creación. Los nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación
con Dios como ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4),
como invocación del nombre divino por Enós (cf Gn 4, 26), como "marcha con
Dios" (Gn 5, 24). La ofrenda de Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a
través de él, bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón
es justo e íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Una muchedumbre
de hombres pertenecientes a todas las religiones siempre han vivido esta
característica de la oración.
En su alianza indefectible con todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios
llama siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la
oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.
La Promesa y la oración de la fe
2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor"
(Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del
corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor
relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos:
hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más
tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando
a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo
surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la
oración: la prueba de la fe en la fidelidad a Dios.
2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en
alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al
Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la
anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38).
Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está
en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a
interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).
2572 Como última purificación de su fe, se le pide al "que había recibido las
promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no
vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22, 8), "pensaba que
poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19). Así, el
padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su
propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración
restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la
potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).
2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf
Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche
entera con "alguien" misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le
bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha
tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una
victoria de la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la oración del mediador
2574 Cuando comienza a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la
Ley y conclusión de la Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora
de la oración de intercesión que tiene su cumplimiento en "el único Mediador
entre Dios y los hombres, Cristo-Jesús" (1 Tm 2, 5).
2575 También aquí, Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la
zarza ardiendo (cf Ex 3, 1-10). Este acontecimiento quedará como una de las
figuras principales de la oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En
efecto, si "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" llama a su servidor Moisés
es que él es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se revela para
salvarlos, pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a
Moisés para enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra de salvación.
Hay como una imploración divina en esta misión, y Moisés, después de
debatirse, acomodará su voluntad a la de Dios salvador. Pero en este diálogo
en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: se humilla, objeta, y
sobre todo pide y, en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre
inefable que se revelará en sus grandes gestas.
2576 Pues bien, "Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre
con su amigo" (Ex 33, 11). La oración de Moisés es típica de la oración
contemplativa gracias a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés
"habla" con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña
para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle las
palabras de su Dios y guiarlo. "El es de toda confianza en mi casa; boca a boca
hablo con él, abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque "Moisés era un hombre
humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra" (Nm 12, 3).
2577 De esta intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex
34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por
él, sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el
combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de
Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del
pueblo cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para salvar
al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es
también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes
tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y
fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su
Gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la oración del rey
2578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de
Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo -
pastores y profetas - son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel
aprendió de su madre Ana cómo "estar ante el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del
sacerdote Elí cómo escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha"
(cf 1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la
intercesión: "Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de
suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto" (1 S 12, 23).
2579 David es, por excelencia, el rey "según el corazón de Dios", el pastor que
ruega por su pueblo y en su nombre, aquél cuya sumisión a la voluntad de
Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo.
Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-
29), confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los
Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la
oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de
David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.
2580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir,
será la obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1
R 8, 10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de
su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El
rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el
pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus
necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único
Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a El.
Elías, los profetas y la conversión del corazón
2581 Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a
orar: las peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el
incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la Santidad y de
la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y caminos de la
oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia
un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la conversión
del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y después del Destierro.
2582 Elías es el padre de los profetas, "de la raza de los que buscan a Dios, de
los que persiguen su Faz" (Sal 24, 6). Su nombre, "El Señor es mi Dios",
anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo
(cf 1 R 18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La oración
ferviente del justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después de haber aprendido la misericordia en su retirada al torrente
de Kérit, aprende junto a la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que
confirma con su oración insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf
1 R 17, 7-24).
En el sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo
de Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el
holocausto "a la hora de la ofrenda de la tarde": "¡Respóndeme, Señor,
respóndeme!" son las palabras de Elías que repiten exactamente las liturgias
orientales en la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).
Finalmente, repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo
y verdadero se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés "en la
hendidura de la roca" hasta que "pasa" la presencia misteriosa de Dios (cf 1 R
19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se
dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de
la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co 4,
6).
2584 En el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su
misión. Su oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la
palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que
espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am
7, 2. 5; Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos, oración de la Asamblea
2585 Desde David hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras
contienen textos de oración que atestiguan el sentido profundo de la oración
para sí mismo y para los demás (cf Esd 9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3,
11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos fueron reunidos poco a poco en un conjunto de
cinco libros: los Salmos (o "alabanzas"), son la obra maestra de la oración en
el Antiguo Testamento.
2586 Los Salmos alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como
Asamblea, con ocasión de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las
sinagogas. Esta oración es indisociablemente individual y comunitaria;
concierne a los que oran y a todos los hombres; asciende desde la Tierra santa
y desde las comunidades de la Diáspora, pero abarca a toda la creación;
recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la
consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya
realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo. Los
Salmos, usados por Cristo en su oración y que en él encuentran su
cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia (cf IGLH
100-109).
2587 El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración
del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento "las palabras
proclaman las obras" (de Dios por los hombres) "y explican su misterio" (DV
2). En el salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios,
sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la
respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de
enseñarnos a orar.
2588 Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se encarnan a la vez
en la liturgia del templo y en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un
himno como de una oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica
individual o comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación
sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de
su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo
puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que se
puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y de todo
tiempo.
2589 Hay unos rasgos constantes en los Salmos: la simplicidad y la
espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a través de su creación, y
con todo lo que hay de bueno en ella, la situación incómoda del creyente que,
en su amor preferente por el Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos
y de tentaciones; y que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la
certeza del amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los
salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde bien al
conjunto de los salmos el título de "Las Alabanzas". Reunidos los Salmos en
función del culto de la Asamblea, son invitación a la oración y respuesta a la
misma: "Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad al Señor!"
¿Qué hay mejor que un Salmo? Por eso, David dice muy bien: "¡Alabad al
Señor, porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios alabanza dulce y bella!". Y
es verdad. Porque el salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza
de Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo,
voz de la Iglesia, melodiosa profesión de fe (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
Resumen
2590 "La oración es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de
bienes convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24).
2591 Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con
El. La oración acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada
recíproca entre Dios y el hombre.
2592 La oración de Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida
en la confianza a la fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a
quienes perseveran.
2593 La oración de Moisés responde a la iniciativa del Dios vivo para la
salvación de su pueblo. Prefigura la oración de intercesión del único mediador,
Cristo Jesús.
2594 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de
Dios, el arca de la alianza y el Templo, bajo la guía de los pastores,
especialmente el rey David, y de los profetas.
2595 Los profetas llaman a la conversión del corazón y, buscando siempre el
rostro de Dios, como Elías, interceden por el pueblo.
2596 Los salmos constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo
Testamento. Presentan dos componentes inseparables: individual y
comunitario. Abarcan todas las dimensiones de la historia, conmemorando las
promesas de Dios ya cumplidas y esperando la venida del Mesías.
2597 Rezados y cumplidos en Cristo, los Salmos son un elemento esencial y
permanente de la oración de su Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda
condición y de todo tiempo.
ARTÍCULO 2 
EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
2598 El drama de la oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha
hecho carne y que habita entre nosotros. Intentar comprender su oración, a
través de lo que sus testigos nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al
Santo Señor Jesús como a la Zarza ardiendo: primero contemplando a él
mismo en oración y después escuchando cómo nos enseña a orar, para
conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.
Jesús ora
2599 El Hijo de Dios hecho hombre también aprendió a orar conforme a su
corazón de hombre. El aprende de su madre las fórmulas de oración; de ella,
que conservaba toas las "maravillas " del Todopoderoso y las meditaba en su
corazón (cf Lc 1, 49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de
la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su
oración brota de una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad
de los doce años: "Yo debía estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí
comienza a revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos:
la oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por
el propio Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.
2600 El Evangelio según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el
sentido de la oración en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los
momentos decisivos de su misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en
su Bautismo (cf Lc 3, 21) y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar
cumplimiento con su Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora
también ante los momentos decisivos que van a comprometer la misión de sus
Apóstoles: antes de elegir y de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de que
Pedro lo confiese como "el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20) y para que la fe del
príncipe de los Apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La
oración de Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es
una entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad
amorosa del Padre.
2601 "Estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: `Maestro, enséñanos a orar'" (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al
contemplar a su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar.
Entonces, puede aprender del Maestro de la oración. Contemplando y
escuchando al Hijo, los hijos aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús se aparta con frecuencia a la soledad en la montaña, con
preferencia por la noche, para orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los
hombresen su oración, ya que también asume la humanidad en la
Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que
ha "asumido la carne", comparte en su oración humana todo lo que viven "sus
hermanos" (Hb 2, 12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb
2, 15; 4, 15). Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras
aparecen entonces como la manifestación visible de su oración "en lo secreto".
2603 Los evangelistas han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo
durante su ministerio. Cada una de el las comienza precisamente con la acción
de gracias. En la primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al
Padre, le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a
los que se creen doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su
corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el "Fiat" de Su
Madre en el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en
su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su
corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del Padre (Ef 1, 9).
2604 La segunda oración es narrada por San Juan (cf Jn 11, 41-42) en el
pasaje de la resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al
acontecimiento: "Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado", lo que
implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a
continuación: "Yo sabía bien que tú siempre me escuchas", lo que implica que
Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción
de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición
sea otorgada, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El
Dador es más precioso que el don otorgado, es el "tesoro", y en El está el
corazón de su Hijo; el don se otorga como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).
La oración "sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único en la
Economía de la salvación. (Su explicación se hace al final de esta primera
sección) Esta oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la
plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que Jesús
nos enseña en la oración del Padrenuestro (la cual se explica en la sección
segunda).
2605 Cuando llega la hora de realizar el plan amoroso del Padre, Jesús deja
entrever la profundidad insondable de su plegaria filial, no solo antes de
entregarse libremente ("Abbá ...no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino
hasta en sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una
sola cosa: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34); "Yo
te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43); "Mujer, ahí tienes a
tu Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28);
"¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf Sal 22, 2);
"Todo está cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc
23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira entregando el espíritu (cf Mc 15,
37; Jn 19, 30b).
2606 Todos los infortunios de la humanidad de todos los tiempos, esclava del
pecado y de la muerte, todas las súplicas y las intercesiones de la historia de la
salvación están recogidas en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el
Padre las acoge y, por encima de toda esperanza, las escucha al resucitar a su
Hijo. Así se realiza y se consuma el drama de la oración en la Economía de la
creación y de la salvación. El salterio nos da la clave para su comprensión en
Cristo. Es en el "hoy" de la Resurrección cuando dice el Padre: "Tú eres mi
Hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en
propiedad los confines de la tierra" (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria
de Jesús en la victoria de la salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días
de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que
podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun
siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la
perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen" (Hb 5, 7-9).
Jesús enseña a orar
2607 Cuando Jesús ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra
oración es su oración a su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una
enseñanza explícita de Jesús sobre la oración. Como un pedagogo, nos toma
donde estamos y, progresivamente, nos conduce al Padre. Dirigiéndose a las
multitudes que le siguen, Jesús comienza con lo que ellas ya saben de la
oración por la Antigua Alianza y las prepara para la novedad del Reino que
está viniendo. Después les revela en parábolas esta novedad. Por último, a sus
discípulos que deberán ser los pedagogos de la oración en su Iglesia, les
hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del
corazón: la reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda
sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el amor a los enemigos y la oración por los
perseguidores (cf Mt 5, 44-45), orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no
gastar muchas palabras (cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al
orar (cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6,
21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.
2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es
una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y
comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el acceso al
Padre. Puede pedirnos que "busquemos" y que "llamemos" porque él es la
puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir
sus dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración,
"todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21,
22). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6,
6) y la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la "gran fe" del
centurión romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en
disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a
sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan
divino (cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En Jesús "el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la fe
pero también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél
que "es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad de la
carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc 13; Lc
21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es un
combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc 22,
40. 46).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración
insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará
todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los
dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las
cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con
la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe
sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a
la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy
pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2614 Cuando Jesús confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la
oración al Padre, les desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando
haya vuelto, con su humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo
ahora es "pedir en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los
discípulos en el conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la Verdad
y la Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus
mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta
permanecer en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados
en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a
la de Jesús, es "otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus
condiciones aparece en todo el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7.
16; 16, 13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión
de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en El:
"Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que
vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a
través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección:
Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-
41; Jairo: cf Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43),
o en silencio (los portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca
su vestido: cf Mc 5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-
38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de
David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha
sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo de
Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o perdonando
pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en
paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de
Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum,
oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et
voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en
nosotros como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios
nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en
nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La oración de la Virgen María
2617 La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los
tiempos. Antes de la encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del
Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso
del Padre: en la anunciación, para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en
Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En
la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba
desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho "llena de
gracia" responde con la ofrenda de todo su ser: "He aquí la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra". Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de
El, ya que El es todo nuestro.
2618 El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf
Jn 2, 1-12) la madre de Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un
banquete de bodas, signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da
su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la
nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva
Eva, la verdadera "madre de los que viven".
2619 Por eso, el cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el "Magnificat" latino, el
"Megalynei" bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la
Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de acción
de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la
salvación, cántico de los "pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el
cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres "en favor de Abraham
y su descendencia, para siempre".
Resumen
2620 En el Nuevo Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en
la oración filial de Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la
oración de Jesús entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta
la cruz y una absoluta confianza en ser escuchada.
2621 En su enseñanza, Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un
corazón purificado, una fe viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a
la vigilancia y les invita a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El
mismo escucha las plegarias que se le dirigen.
2622 La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se
caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe.
ARTÍCULO 3
EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA
2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los
discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1), que lo esperaban
"perseverando en la oración con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). El Espíritu
que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será
también quien la formará en la vida de oración.
2624 En la primera comunidad de Jerusalén, los creyentes "acudían
asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción
del pan y a las oraciones" (Hch 2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la
oración de la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la
caridad, se alimenta con la Eucaristía.
2625 Estas oraciones son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en
las Escrituras, pero las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de
su cumplimient o en Cristo (cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda
así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad
plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio
de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas
formulaciones se desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y
espirituales. Las formas de la oración, tal como las revelan las Escrituras
apostólicas canónicas, siguen siendo normativas para la oración cristiana.
I La bendición y la adoración
2626 La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es
encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del
hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del
hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede
bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición.
2627 Dos formas fundamentales expresan este movimiento: o bien sube
llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le
bendecimos por habernos bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o
bien implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende
del Padre (es él quien nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura
ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6)
y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humill
ar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en
presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de
Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da
seguridad a nuestras súplicas.
II La oración de petición
2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno
de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e
incluso "luchar en la oración" (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más
habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de
petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser
criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras
adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores,
sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya
es un retorno hacia El.
2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación,
frecuentes en el Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la
Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y
tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras
profundidades, de lo que S. Pablo llama el gemido: el de la creación "que sufre
dolores de parto" (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del rescate de
nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm 8, 23-
24), y, por último, los "gemidos inefables" del propio Espíritu Santo que "viene
en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene"
(Rm 8, 26).
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición
(cf el publicano: "ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el
comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la
luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros
(cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3, 22).
Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con
la petición de perdón.
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del
Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2.
13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo
que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación
con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es
objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la
oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud
divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef
1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la
Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende
que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha
asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que
ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago
(cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-
7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
III La oración de intercesión
2634 La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de
cerca con la oración de Jesús. El es el único intercesor ante el Padre en favor
de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1
Tm 2. 5-8). Es capaz de "salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios,
ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio
Espíritu Santo "intercede por nosotros... y su intercesión a favor de los santos
es según Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un
corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la
intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión
de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el
de los demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a
Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma
de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les
hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1
Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La
intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los hombres, por
todos los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por los perseguidores (cf Rm
12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).
IV La oración de acción de gracias
2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar
la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la
obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para
consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de
gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
2638 Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda
necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de
San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y
el Señor Jesús siempre está presente en ella. "En todo dad gracias, pues esto es
lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed perseverantes
en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col 4, 2).
V La oración de alabanza
2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa
que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino
por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le
aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a
nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16),
da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien
glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las
lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre, del
cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 6).
2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la
alabanza ante las maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las
acciones del Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles : la comunidad
de Jerusalén (cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la
muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de
Pisidia que "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor" (Hch
13, 48).
2641 "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y
salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores
inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen
el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del
Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento
inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte
vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2,
6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta
"maravilla" de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la
alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).
2642 La revelación "de lo que ha de suceder pronto", el Apocalipsis, está
sostenida por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-
12) y también por la intercesión de los "testigos" (mártires: Ap 6, 10). Los
profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar
testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que,
venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la
alabanza de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-
8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en
la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda
esperanza y da gracias al "Padre de las luces de quien desciende todo don
excelente" (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.
2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la
"ofrenda pura" de todo el Cuerpo de Cristo "a la gloria de su Nombre" (cf Ml 1,
11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, "el sacrificio de
alabanza".
Resumen
2644 El Espíritu Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús
dijo, la educa también en la vida de oración, suscitando expresiones que se
renuevan dentro de unas formas permanentes de orar: bendición, petición,
intercesión, acción de gracias y alabanza.
2645 Porque Dios bendice al hombre, su corazón puede bendecir, a su vez, a
Aquel que es la fuente de toda bendición.
2646 La oración de petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino
y cualquier necesidad verdadera.
2647 La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No
conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos.
2648 Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden
ser materia de la acción de gracias que, participando en la de Cristo, debe
llenar toda la vida: "En todo dad gracias" (1 Ts 5, 18).
2649 La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios;
canta para El y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque él es.

Continuación de:
CUARTA PARTE
LA ORACIÓN CRISTIANA
PRIMERA SECCIÓN 
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
Comienza:
CAPÍTULO SEGUNDO
LA TRADICIÓN DE LA ORACIÓN
2650. La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior:
para orar es necesario querer orar. No basta sólo con saber lo que las
Escrituras revelan sobre la oración: es necesario también aprender a orar.
Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición), el Espíritu Santo, en
la "Iglesia creyente y orante" (DV 8), enseña a orar a los hijos de Dios.
2651 La tradición de la oración cristiana es una de las formas de crecimiento
de la Tradición de la fe, en particular mediante la contemplación y la reflexión
de los creyentes que conservan en su corazón los acontecimientos y las
palabras de la Economía de la salvación, y por la penetración profunda en las
realidades espirituales de las que adquieren experiencia (cf DV 8).
ARTÍCULO 1
LAS FUENTES DE LA ORACIÓN
2652 El Espíritu Santo es el "agua viva" que, en el corazón orante, "brota
para vida eterna" (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma
Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo
nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo.
La Palabra de Dios
2653 La Iglesia "recomienda insistentemente todos sus fieles... la lectura
asidua de la Escritura para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo'
(Flp 3,8)... Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar
la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios
hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras'
(San Ambrosio, off. 1, 88)" (DV 25).
2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las
disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración:
"Buscad leyendo, y encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá
por la contemplación" (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).
La Liturgia de la Iglesia
2655 La misión de Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental
de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se
continúa en el corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el
corazón a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y
después de su celebración. Incluso cuando la oración se vive "en lo secreto" (Mt
6, 6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf
IGLH 9).
Las virtudes teologales
2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha
de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que
buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.
2657 El Espíritu Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno
de Cristo, nos educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la
Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos
muy particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar
nuestra esperanza en Dios: "En el Señor puse toda mi esperanza, él se inclinó
hacia mí y escuchó mi clamor" (Sal 40, 2). "El Dios de la esperanza os colme de
todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del
Espíritu Santo" (Rm 15, 13).
2658 "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). La
oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos
amados en Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha
amado. El amor es la fuente de la oración: quien saca el agua de ella, alcanza
la cumbre de la oración:
Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi
vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a
vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte
eternamente... Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos
que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan
María Bautista Vianney, oración).
"Hoy"
2659 Aprendemos a orar en ciertos momentos escuchando la palabra del
Señor y participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los
acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la
oración. La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la
misma línea que la de la Providencia (cf. Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las
manos del Padre; lo encontramos en el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy:
"¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95, 7-8).
2660 Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los
secretos del Reino revelados a los "pequeños", a los servidores de Cristo, a los
pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del
Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es
importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas
las formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara el
Reino (cf Lc 13, 20-21).
Resumen
2661 Mediante la Tradición viva, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña a los
hijos de Dios a orar.
2662 La Palabra de Dios, la liturgia de la Iglesia y las virtudes de fe,
esperanza y caridad son fuentes de la oración.
ARTÍCULO 2
EL CAMINO DE LA ORACIÓN
2663 En la tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles,
según el contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración:
palabras, melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10)
discernir la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe
apostólica y compete a los pastores y catequistas explicar el sentido de ello,
con relación siempre a Jesucristo.
La oración al Padre
2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o
individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que
si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el
camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la
celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté
dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas
de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización en la
Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios y
gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo
de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado,
Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza,
Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe
en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios
humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra
humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH
salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda
la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde
nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que
significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al
Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16;
Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición
de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación
más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte
Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de
nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la
petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52).
Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la
misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la
oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente
atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra
y fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo tiempo" porque
no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a
Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como
invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que,
por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración
cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el
Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su
santa Cruz nos redimió.
"Ven, Espíritu Santo"
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo"
(1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu
Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración.
Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos
también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al
Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción
importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si
debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio
Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por
medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11,
13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en que
promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la
oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional: "Ven,
Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e
himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego
de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en
todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven,
habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia
bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro
interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración.
Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo
Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo
la oración cristiana es oración en la Iglesia.
En comunión con la Santa Madre de Dios
2673 En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en
su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial
comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al
pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los
hermanos y a las hermanas de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que
están ante los peligros y las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el
Camino de nuestra oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura
transparencia de él: María "muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su
"signo", según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.
2675 A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu
Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios,
centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los
innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan
habitualmente dos movimientos: uno "engrandece" al Señor por las
"maravillas" que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en todos
los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las
súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora la
humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una
expresión privilegiada en la oración del Ave María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel abre
la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel,
saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la
mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a
alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se
aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella.
La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de
toda gracia. "Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So 3,
14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el
arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la
morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha dado
toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del
Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las
generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48):
"Bienaventurada la que ha creído... " (Lc 1, 45): María es "bendita entre todas
las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor.
Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la
tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes,
gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la
bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.
2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos
maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a
mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre
nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora
para nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc
1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de
Dios: "Hágase tu voluntad".
"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos
dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos
ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra
confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra
muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de
su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf
Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en
sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica
del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en
las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca
han preferido los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en
el Ave María, los theotokia, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de
Narek, la tradición de la oración es fundamentalmente la misma.
2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos
adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a
todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la
madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a
ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está
unida en la esperanza (cf LG 68-69).
Resumen
2680 La oración está dirigida principalmente al Padre; igualmente se dirige
a Jesús, en especial por la invocación de su santo Nombre: "Jesús, Cristo, Hijo
de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!"
2681 "Nadie puede decir: 'Jesús es Señor', sino por influjo del Espíritu Santo"
(1 Co 12, 3). La Iglesia nos invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro
interior de la oración cristiana.
2682 En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la
Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella
las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y
alabanzas.
ARTÍCULO 3
MAESTROS Y LUGARES DE ORACIÓN
Una pléyade de testigos
2683 Los testigos que nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1),
especialmente los que la Iglesia reconoce como "santos", participan en la
tradición viva de la oración, por el modelo de su vida, por la transmisión de
sus escritos y por su oración actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan
de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. Al entrar "en la alegría" de
su Señor, han sido "constituidos sobre lo mucho" (cf Mt 25, 21). Su intercesión
es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que
intercedan por nosotros y por el mundo entero.
2684 En la comunión de los santos, se han desarrollado
diversas espiritualidades a lo largo de la historia de la Iglesia. El carisma
personal de un testigo del amor de Dios hacia los hombres, por ejemplo el
"espíritu" de Elías a Eliseo (cf 2 R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17), ha
podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese espíritu (cf
PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra
también una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura
la fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades
cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías
indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única
Luz del Espíritu Santo.
"El Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el
Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su
templo" (San Basilio, Spir. 26, 62).
Servidores de la oración
2685 La familia cristiana es el primer lugar de la educación en la oración.
Fundada en el sacramento del matrimonio, es la "Iglesia doméstica" donde los
hijos de Dios aprenden a orar "en Iglesia" y a perseverar en la oración.
Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el
primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada
pacientemente por el Espíritu Santo.
2686 Los ministros ordenados son también responsables de la formación en
la oración de sus hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor,
han sido ordenados para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la
oración: la Palabra de Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las
situaciones concretas (cf PO 4-6).
2687 Muchos religiosos han consagrado y consagran toda su vida a la
oración. Desde el desierto de Egipto, eremitas, monjes y monjas han dedicado
su tiempo a la alabanza de Dio s y a la intercesión por su pueblo. La vida
consagrada no se mantiene ni se propaga sin la oración; es una de las fuentes
vivas de la contemplación y de la vida espiritual en la Iglesia.
2688 La catequesis de niños, jóvenes y adultos, está orientada a que la
Palabra de Dios se medite en la oración personal, se actualice en la oración
litúrgica, y se interiorice en todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva.
La catequesis es también el momento en que se puede purificar y educar la
piedad popular (cf. CT 54). La memorización de las oraciones fundamentales
ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante
hacer gustar su sentido (cf CT 55).
2689 Grupos de oración, es decir, "escuelas de oración", son hoy uno de los
signos y uno de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia, a
condición de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana. La
salvaguarda de la comunión es señal de la verdadera oración en la Iglesia.
2690 El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de
discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección
espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones son
verdaderos servidores de la Tradición viva de la oración:
Por eso, el alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San
Juan de la Cruz, debe "considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea
el maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo". Y añade: "No
sólo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado... Si el
guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de
conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las
comprenderá" (Llama estrofa 3).
Lugares favorables para la oración
2691 La iglesia, casa de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la
comunidad parroquial. Es también el lugar privilegiado para la adoración de
la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar
favorable no es indiferente para la verdad de la oración:
— para la oración personal, el lugar favorable puede ser un "rincón de
oración", con las Sagradas Escrituras e imágenes, para estar " en lo secreto"
ante nuestro Padre (cf Mt 6, 6). En una familia cristiana este tipo de pequeño
oratorio favorece la oración en común.
— en las regiones en que existen monasterios, una vocación de estas
comunidades es favorecer la participación de los fieles en la Oración de las
Horas y permitir la soledad necesaria para una oració n personal más intensa
(cf PC 7).
— las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo. Son
tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la oración. Los santuarios
son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas, lugares excepcionales para
vivir "en Iglesia" las formas de la oración cristiana.
Resumen
2692 En su oración, la Iglesia peregrina se asocia con la de los santos cuya
intercesión solicita.
2693 Las diferentes espiritualidades cristianas participan en la tradición viva
de la oración y son guías preciosos para la vida espiritual.
2694 La familia cristiana es el primer lugar de educación para la oración.
2695 Los ministros ordenados, la vida consagrada, la catequesis, los grupos
de oración, la "dirección espiritual" aseguran en la Iglesia una ayuda para la
oración.
2696 Los lugares más favorables para la oración son el oratorio personal o
familiar, los monasterios, los santuarios de peregrinación y, sobretodo, el
templo que es el lugar propio de la oración litúrgica para la comunidad
parroquial y el lugar privilegiado de la adoración eucarística.
CAPÍTULO TERCERO
LA VIDA DE ORACIÓN
2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo
momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro
Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de
los profetas, insisten en la oración como un "recuerdo de Dios", un frecuente
despertar la "memoria del corazón": "Es necesario acordarse de Dios más a
menudo que de respirar" (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero no se
puede orar "en todo tiempo" si no se ora, con particular dedicación, en algunos
momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en
duración.
2698 La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración
destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de
la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas.
El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio
de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos
fundamentales de la vida de oración de los cristianos.
2699 El Señor conduce a cada persona por los caminos de la vida y de la
manera que él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación
de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la
tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de
oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación.
Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta
actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de
Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.
ARTÍCULO 1
LAS EXPRESIONES DE LA ORACIÓN
I La oración vocal
2700 Por medio de su Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras,
mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más importante es la
presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la oración. "Que
nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor
de nuestras almas" (San Juan Crisóstomo, ecl. 2).
2701 La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los
discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña
una oración vocal: el "Padre Nuestro". Jesús no solamente ha rezado las
oraciones litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan elevando
la voz para expresar su oración personal, desde la bendición exultante del
Padre (cf Mt 11, 25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36).
2702 Esta necesidad de asociar los sentidos a la oración interior responde a
una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y
experimentamos la necesidad de traducir exteriormente nuestros
sentimientos. Es necesario rezar con todo nuestro ser para dar a nuestra
súplica todo el poder posible.
2703 Esta necesidad responde también a una exigencia divina. Dios busca
adoradores en espíritu y en verdad, y, por consiguiente, la oración que sube
viva desde las profundidades del alma. También reclama una expresión
exterior que asocia el cuerpo a la oración interior, esta expresión corporal es
signo del homenaje perfecto al que Dios tiene derecho.
2704 La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser
exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las
oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior
en la medida en que tomamos conciencia de Aquél "a quien hablamos" (Santa
Teresa de Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en una
primera forma de oración contemplativa.
II La meditación
2705 La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de
comprender el por qué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y
responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar.
Habitualmente, se hace con la ayuda de un libro, que a los cristianos no les
faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes
sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres
espirituales, obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la
historia, la página del "hoy" de Dios.
2706 Meditar lo que se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo
mismo. Aquí, se abre otro libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la
realidad. Según sean la humildad y la fe, se descubren los movimientos que
agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de hacer la verdad para
llegar a la Luz: "Señor, ¿qué quieres que haga?".
2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros
espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se parece a
las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7.
15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con
el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la
emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las
convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad
de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar
"los misterios de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma
de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más
lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El.
III La oración de contemplación
2709 ¿Qué es esta oración? Santa Teresa responde: "no es otra cosa oración
mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando
a solas con quien sabemos nos ama" (vida 8).
La contemplación busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a
Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del
amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él y vivir en él.
En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada
en el Señor.
2710 La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación
depende de una voluntad decidida reveladora de los secretos del corazón. No
se hace contemplación cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de
estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar,
cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede
meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación,
independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El
corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.
2711 La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia
eucarística: "recoger" el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del
Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos,
despertar la fe para entrar en la presencia de Aquél que nos espera, hacer que
caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos
ama para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y
transformar.
2712 La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado
que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a
él amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su
vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia por
parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad
amante del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado.
2713 Así, la contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la
oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad
y en la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza
establecida por Dios en el fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en
ella, la Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su
semejanza".
2714 La contemplación es también el tiempo fuerte por excelencia de la
oración. En ella, el Padre nos concede "que seamos vigorosamente fortalecidos
por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en
nuestros corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor" (Ef
3, 16-17).
2715 La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me
mira", decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante
el Sagrario. Esta atención a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el
corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos
enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los
hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la
vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más
amarle y seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).
2716 La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva,
esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y
adhesión amorosa del hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el
"fiat" de su humilde esclava.
2717 La contemplación es silencio, este "símbolo del mundo venidero" (San
Isaac de Nínive, tract. myst. 66) o "amor silencioso" (San Juan de la Cruz). Las
palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que
alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre
"exterior", el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto
y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús.
2718 La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que
ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por
la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación
para que sea manifestado por medio de la caridad en acto.
2719 La contemplación es una comunión de amor portadora de vida para la
multitud, en la medida en que se acepta vivir en la noche de la fe. La noche
pascual de la resurrección pasa por la de la agonía y la del sepulcro. Son tres
tiempos fuertes de la Hora de Jesús que su Espíritu (y no la "carne que es
débil") hace vivir en la contemplación. Es necesario consentir en "velar una
hora con él" (cf Mt 26, 40).
Resumen
2720 La Iglesia invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias,
Liturgia de las Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico.
2721 La tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida
de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las
tres tienen en común el recogimiento del corazón.
2722 La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la
naturaleza humana, asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a
ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el "Padre nuestro" a sus
discípulos.
2723 La meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al
pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo. Tiene por objeto la
apropiación creyente de la realidad considerada, que es confrontada con la
realidad de nuestra vida.
2724 La oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la
oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de
Dios, un silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la
medida en que nos hace participar de su misterio.
ARTÍCULO 2
EL COMBATE DE LA ORACIÓN
2725 La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra
parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza
antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que
la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las
astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la
oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se
ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo,
tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El "combate espiritual" de
la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
I Las objeciones a la oración
2726 En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros
mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven
en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración
para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras
rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación
incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes
buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque
ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de
ellos.
2727 También tenemos que hacer frente a mentalidades de "este mundo" que
nos invaden si no estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo
aquello que se puede verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un
misterio que desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso
aquello que produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es
improductiva); el sensualismo y el confort adoptados como criterios de
verdad, de bien y de belleza (y he aquí que la oración es "amor de la Belleza
absoluta" (philocalia), y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y
verdadero); y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la
cual la oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la
oración cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).
2728 Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido
como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no
entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10,
22), decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida
de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores,
alergia a la gratuidad de la oración... La conclusión es siempre la misma:
¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia,
si se quieren vencer estos obstáculos.
II Necesidad de la humilde vigilancia
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración
vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La
distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que oramos,
tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la meditación y en la
oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes;
basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora
aquello a lo que su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe
empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se
decide cuando se elige a quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador
consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en
relación a El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de
la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón:
busca su rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar,
es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está
seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso
espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene
firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere,
da mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la
Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una mayor
conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se
expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de
hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y
cuidados que se consideran más urgentes.
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los
Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de
desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la
vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne
es débil" (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción.
Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor
confianza, a mantenerse firme en la constancia.
III La confianza filial
2734 La confianza filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5),
particularmente cuando se ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien
deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada. A este respecto se
plantean dos cuestiones: Por qué la oración de petición no ha sido escuchada;
y cómo la oración es escuchada o "eficaz".
Queja por la oración no escuchada
2735 He aquí una observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos
gracias por sus beneficios en general, no estamos preocupados por saber si
esta oración le es agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el
resultado. ¿Cuál es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar:
Dios como medio o Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como
conviene" (Rm 8, 26)? ¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"? Nuestro
Padre sabe bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf.
Mt 6, 8) pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su
libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder
conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 "No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la
intención de malgastarlo en vuestras pasiones" (St 4, 2-3; cf. todo el contexto
St 4, 1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, "adúltero" (St 4,
4), Dios no puede escucharnos porque él quiere nuestro bien, nuestra vida.
"¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que
El ha hecho habitar en nosotros" (St 4,5)? Nuestro Dios está "celoso" de
nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor. Entremos en el deseo de su
Espíritu y seremos escuchados:
No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien
quiere hacerte más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer
con él en oración (Evagrio, or. 34). El quiere que nuestro deseo sea probado en
la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San
Agustín, ep. 130, 8, 17).
La oración es eficaz
2738 La revelación de la oración en la economía de la salvación enseña que la
fe se apoya en la acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada
por medio de su acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo.
La oración cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor
hacia los hombres.
2739 En San Pablo, esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la
oración del Espíritu en nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a
su Hijo único (cf Rm 8, 26-39). La transformación del corazón que ora es la
primera respuesta a nuestra petición.
2740 La oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El
es su modelo. El ora en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo
no busca más que lo que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se
apegaría más a los dones que al Dador?.
2741 Jesús ora también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas
nuestras peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la
Cruz; y escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de
interceder por nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra
oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia
filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que
pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
IV Perseverar en el amor
2742 "Orad constantemente" (1 Ts 5, 17), "dando gracias continuamente y por
todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 20),
"siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando
juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos" (Ef 6, 18)."No
nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente; pero sí
tenemos una ley que nos manda orar sin cesar" (Evagrio, cap. pract. 49). Este
ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra nuestra inercia y
nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor humilde, confiado y
perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres evidencias de fe,
luminosas y vivificantes:
2743 Orar es siempre posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo
resucitado que está "con nosotros, todos los días" (Mt 28, 20), cualesquiera
que sean las tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de
Dios:
Es posible, incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y
fervorosa oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o
incluso haciendo la cocina (San Juan Crisóstomo, ecl.2).
2744 Orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu
caemos en la esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu
Santo ser "vida nuestra", si nuestro corazón está lejos de él?
Nada vale como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es
difícil. Es imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo,
Anna 4, 5).
Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San
Alfonso María de Ligorio, mez.).
2745 Oración y vida cristiana son inseparables porque se trata del mismo
amor y de la misma renuncia que procede del amor. La misma conformidad
filial y amorosa al designio de amor del Padre. La misma unión transformante
en el Espíritu Santo que nos conforma cada vez más con Cristo Jesús. El
mismo amor a todos los hombres, ese amor con el cual Jesús nos ha amado.
"Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo concederá. Lo que os mando
es que os améis los unos a los otros" (Jn 15, 16-17).
Ora continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración.
Sólo así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua
(Orígenes, or. 12).
V La oración de la hora de Jesús
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la
más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la
creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que
la Pascua de Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual,
de la misma manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la
Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración
"sacerdotal" de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable
de su sacrificio, de su "paso" [pascua] hacia el Padre donde él es "consagrado"
enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf Ef
1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor
que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que
creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la
unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su
sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la
"hora de Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación.
Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre
y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19.
24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha
hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega
por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en
toda su hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración
sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del
Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26),
el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de
la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12.
24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento"
indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo
de la vida de oración.
Resumen
2752 La oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y
contra las astucias del Tentador. El combate de la oración es inseparable del
"combate espiritual" necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de
Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.
2753 En el combate de la oración debemos hacer frente a concepciones
erróneas, a diversas corrientes de menta lidad, a la experiencia de nuestros
fracasos. A estas tentaciones que ponen en duda la utilidad o la posibilidad
misma de la oración conviene responder con humildad, confianza y
perseverancia.
2754 Las dificultades principales en el ejercicio de la or ación son la
distracción y la sequedad. El remedio está en la fe, la conversión y la
vigilancia del corazón.
2755 Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la
acedia que es una forma de depresión debida al relajamiento de la ascesis y
que lleva al desaliento.
2756 La confianza filial se pone a prueba cuando tenemos el sentimiento de
no ser siempre escuchados. El Evangelio nos invita a conformar nuestra
oración al deseo del Espíritu.
2757 "Orad continuamente" (1 Ts 5, 17). Orar es siempre posible . Es incluso
una necesidad vital. Oración y vida cristiana son inseparables.
2758 La oración de la "hora de Jesús", llamada rectamente "oración
sacerdotal" (cf Jn 17), recapitula toda la Economía de la creación y de la
salvación. Inspira las grandes peticiones del "Padre Nuestro".
SEGUNDA SECCIÓN 
LA ORACIÓN DEL SEÑOR:
"PADRE NUESTRO"
2759 "Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'"
(Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su
Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve
(con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más desarrollada
(con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica de la Iglesia ha
conservado el texto de San Mateo:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una
doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: "Tuyo es el poder y la gloria por
siempre". Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo: "el
reino"': y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La tradición
bizantina añade después un gloria al "Padre, Hijo y Espíritu Santo". El misal
romano desarrolla la última petición (Embolismo: "líbranos del mal") en la
perspectiva explícita de "aguardando la feliz esperanza" (Tt 2, 13) y "la
gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo"; después se hace la
aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las
Constituciones apostólicas.
ARTÍCULO 1
"RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO"
2761 "La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio"
(Tertuliano, or. 1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración,
añadió: 'Pedid y se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al
cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por
la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, or.
10).
I Corazón de las Sagradas Escrituras
2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de
la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San
Agustín concluye:
Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis
encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical (ep. 130, 12, 22).
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en
Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio
está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues
bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este
contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el
Señor:
La oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo
pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden
en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a
pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A., s.
th. 2-2. 83, 9).
2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es
plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros
deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos
enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por
medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra
vida en El.
II "La oración del Señor"
2765 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del
Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor
Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es
"del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo
único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro
de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su
corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres,
y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.
2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf
Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través
de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús
no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el
Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más
todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá,
Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante
Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál es
la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según
Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del
Hijo y del Espíritu.
III Oración de la Iglesia
2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que
les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la
Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del
Señor "tres veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar de las "Dieciocho
bendiciones" de la piedad judía.
2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada
esencialmente en la oración litúrgica.
El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él
no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de que
nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia (San
Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de
las principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con
evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:
2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración
del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración
cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son
engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a
invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden
hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha
sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser
filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro
están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la
Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene
misericordia (cf 1 P 2, 1-10).
2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración
de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la
Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula por una
parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la
epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la
comunión sacramental va a anticipar.
2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el
carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos
tiempos", tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del Espíritu
Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a
diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de
salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y
resucitado.
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las
siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo
de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que
seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están
orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).
Resumen
2773 En respuesta a la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos a orar":
Lc 11, 1), Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el "Padre
Nuestro".
2774 "La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio"
(Tertuliano, or. 1), "la más perfecta de las oraciones" (Santo Tomás de A. s. th.
2-2, 83, 9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras.
2775 Se llama "Oración dominical" porque nos viene del Señor Jesús, Maestro
y modelo de nuestra oración.
2776 La Oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma
parte integrante de las principales Horas del Oficio divino y de los
sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
Inserta en la Eucaristía, manifiesta el carácter "escatológico" de sus
peticiones, en la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26).
ARTÍCULO 2
"PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO"
I Acercarse a Él con toda confianza
2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el
Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y
desarrollan expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos
dignos de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques aquí.
Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina,
sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de llevar a cabo la purificación
de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: "Hénos aquí, a
mí y a los hijos que Dios me dio" (Hb 2, 13):
La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría
meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la
autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen
a proferir este grito: 'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un
mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo
íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo,
serm. 71).
2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se
expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra,
típicamente cristiana: "parrhesia", simplicidad sin desviación, conciencia
filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb
3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II "¡Padre!"
2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del
Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes
falsas de "este mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce al
Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", es decir "a los
pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a imágenes
paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y
cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre
transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra él,
nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler.
Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo nos lo
ha revelado:
La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés
preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha
sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del
Padre (Tertuliano, or. 3).
2780 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha sido
revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el
hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la
relación personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del
Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el
Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo,
Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con
admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es
una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de
Dios es que nosotros le reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le
damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido
creer en él y por haber sido habitados por su presencia.
2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida
al adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos
incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se
derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de nosotros "cristos":
Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha
conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante,
como participantes de Cristo, sois llamados "cristos" con justa causa. (San
Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice
primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).
2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros
mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos
hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados
te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo...
Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y
di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de
manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di
entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo
suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión
continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros
dos disposiciones fundamentales:
El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza
se nos ha dado por gracia y tenemos que responder a ella.
Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que
debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).
No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un
corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la
señal de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).
Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de
ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf
Mt 18, 3); porque es a "los pequeños" a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):
Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se
abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre,
muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan
Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto
en la oración, ... y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir ...
¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya
previamente les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
III Padre "nuestro"
2786 Padre "Nuestro" se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no
expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.
2787 Cuando decimos Padre "nuestro", reconocemos ante todo que todas sus
promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y
eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo" y El es desde ahora
en adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva es una pertenencia mutua
dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que
responder "a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo (Jn
1, 17).
2788 Como la Oración del Señor es la de su Pueblo en los "últimos tiempos",
ese "nuestro" expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última
promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: "Yo seré su Dios y él
será mi hijo" (Ap 21, 7).
2789 Al decir Padre "nuestro", es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien
nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su
"fuente y origen", sino confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por
El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de ninguna manera
las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su
Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es
consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le
glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.
2790 Gramaticalmente, "nuestro" califica una realidad común a varios. No
hay más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en
su Hijo único, han renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn
3, 5). La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el
Hijo único hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm 8, 29) se
encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo
Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre "nuestro", la oración de cada bautizado
se hace en esta comunión: "La multitud de creyentes no tenía más que un solo
corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).
2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos, la oración al Padre
"nuestro" continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante para
todos los bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los
cristianos deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus
discípulos (cf UR 8; 22).
2792 Por último, si recitamos en verdad el "Padre Nuestro", salimos del
individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo
"nuestro" al comienzo de la Oración del Señor, así como el "nosotros" de las
cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad
(cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los conflictos
entre nosotros.
2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro" sin llevar con ellos
ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El
amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. NA
5). Orar a "nuestro" Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en
Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para
que "estén reunidos en la unidad" (Jn 11, 52). Esta solicitud divina por todos
los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes orantes.
IV "Que estás en el cielo"
2794 Esta expresión bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una
manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está
"fuera", sino "más allá de todo" lo que acerca de la santidad divina puede el
hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón
humilde y contrito:
Con razón, estas palabras 'Padre nuestro que estás en el Cielo' hay que
entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en
su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien
invoca (San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).
El "cielo" bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo
celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén, catech.
myst. 5, 11).
2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos
cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es
por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha
desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón
nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el
cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo",
solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su
Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás en el cielo",
profesa que somos el Pueblo de Dios "sentado en el cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2,
6), "ocultos con Cristo en Dios" (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, "gemimos en
este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación
celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):
Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida
en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).
Resumen
2797 La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las
disposiciones propias del que reza el "Padre Nuestro".
2798 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque nos lo ha revelado el Hijo
de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y
adoptados como hijos de Dios.
2799 La oración del Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a nosotros mismos. (cf GS 22,1).
2800 Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de
asemejarnos a él, así como debe fortalecer un corazón humilde y confiado.
2801 Al decir Padre "Nuestro", invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la
comunión con la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por
medio de la Iglesia a lo largo del mundo.
2802 "Que estás en el cielo" no designa un lugar sino la majestad de Dios y su
presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, constituye la
verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.
ARTÍCULO 3
LAS SIETE PETICIONES
2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para
adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros
corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más
teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como
caminos hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al
abismo" (Sal 42, 8).
2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El:
¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar
primeramente en Aquél que amamos. En cada una de estas tres peticiones,
nosotros no "nos" nombramos, sino que lo que nos mueve es "el deseo
ardiente", "el ansia" del Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14;
12, 50): "Santificado sea ... venga ... hágase ...": estas tres súplicas ya han sido
escuchadas en el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en
la esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo
en todos (cf 1 Co 15, 28).
2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de
ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la
mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya
ahora, en este mundo: "danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos". La
cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para
alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro
combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos
de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores
todavía, debemos pedir para nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la
historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro
Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por
medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
I Santificado sea tu nombre
2807 El término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su
sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un
sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es
como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza
y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada
por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el
hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos
sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación
de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en
"el benévolo designio que él se propuso de antemano" para que nosotros
seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef 1, 9. 4).
2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre,
pero lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en
nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que
se manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo llama  Gloria,
la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a su
imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal 8, 6), pero al
pecar, el hombre queda "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23). A partir de
entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para
restituir al hombre "a la imagen de su Creador" (Col 3, 10).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf
Hb 6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a
revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo
salvándolo de los egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del
Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa" (o consagrada, es la
misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre de Dios habita en
él.
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19,
2: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque el
Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se separó del
Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez 20, 36). Por
eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los
profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la
carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él ss,
por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el
núcleo de su oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me consagro a mí
mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19).
Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque "santifica" él
mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su Pascua, el Padre le
da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios
Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados
en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11).
A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a la santidad" (1 Ts 4, 7)
y como nos viene de él que "estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para
nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida
el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la
exigencia de nuestra primera petición.
¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos
nosotros en estas palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26),
pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos
comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y
debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante...
Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en
nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).
2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su
Nombre sea santificado entre las naciones:
Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la
creación por medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación al
mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea
santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el
nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las
palabras del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado
entre las naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer
tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro
Dios (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en
nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de
Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por
todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos
expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo
sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).
2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de
Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración
nuestra si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26).
Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre a los
que me has dado" (Jn 17, 11).
II Venga a nosotros tu reino
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por
realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar,
nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el
Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte
y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por
la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando
Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos
(San Cipriano, Dom. orat. 13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento
del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con
premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el
altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y
veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la
tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de
los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del
Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no
distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.
Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor "a
fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo" (MR,
plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,
17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu
Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la carne" y el
Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu
Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el
pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva
puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios:
'¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el
crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la
sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La
vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de
poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir
en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17,
17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las
Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo
2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia,
no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su mandamiento
que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que "nos
amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc
10, 25-37).
2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en él se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga a Cristo
por Cabeza ... a él por quien entramos en herencia, elegidos de antemano
según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su
Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este
designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre
fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el
mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal
40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8,
29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga
mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué
Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de Dios"
(Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la
oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia"
(Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros,
criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él!
Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo.
Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con
el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y
decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al
Padre (cf Jn 8, 29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir
su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo
(Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que
nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios.
El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra.
Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la
tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella,
que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la
tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12,
2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos
enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino
"haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn
5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor,
sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima
Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido
"agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en
nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el
Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6,
24).
IV Danos hoy nuestro pan de cada día
2828 "Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su
Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos"
(Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27).
Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre
reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él
de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como
Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en
solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el
alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y
espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial
que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos
impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda
inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los
hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por
añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta,
si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan
revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama
a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus
hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la
familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de
las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-
46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la
tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la
instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e
internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres
humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las
Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y
compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor,
para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-
15).
2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo
dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después
de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro
Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la
bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra
clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el
hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8,
3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben
movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay
hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la
Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de
esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene
que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-
58).
2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf
Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre
todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de
nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy,
todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he
engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San
Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el
Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición
pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin
reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y
más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8).
Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa directamente
el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de
Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56)
Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el
del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que
pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se
celebre "cada día".
La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino
alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de
nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan
cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia,
en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en
nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn
6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la
Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la
Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento
celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
V Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de
la frase, -"perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida, implícitamente,
en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de
Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro
de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a
una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe
haberla precedido; una palabra las une: "como".
Perdona nuestras ofensas...
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre.
Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada
vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no
dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos
volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos
pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza
con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y
su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la
redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e
indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt
26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en
nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido.
El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a
quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1
Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón
se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en
la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor
vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11,
25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el
hombre. Pero "todo es posible para Dios".
... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos,
'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he amado, así os
améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el
mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el
modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del fondo del
corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo
el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos
sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón
se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en
Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor
que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin
entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf.
Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre
celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en
efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en
nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece
al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria
transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-
44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es
cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más
que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da
testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los
mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la
condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de
Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18,
21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de
"deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con
nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de
la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1
Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-
24):
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del
altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser
pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra
paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de
todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
VI No nos dejes caer en la tentación
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son
los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no
nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil:
significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes sucumbir a la
tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie" (St 1, 13), al
contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el
camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate "entre
la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de
fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en
orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser
tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento
desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno,
seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es
la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación es
buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios,
incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a
conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias
por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque
donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos
señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según
el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir"
por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la medida
humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras
fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con
éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración.
Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf
Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta
petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La
vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya
(cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del
corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (Jn 17, 11). El
Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co
16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido
dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide
la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en
vela" (Ap 16, 15).
VII Y Líbranos del mal
2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración
de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del
Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero
siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la
salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos
a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en
el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de
Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una
persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-
bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de
salvación cumplida en Cristo.
2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,
44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del
cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva
derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte"
(MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no
peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle.
Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno"
(1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también
os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que
el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda.
Quien confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de
una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte
para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo
está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la
Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de
gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la
muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios,
María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer
la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran:
"Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser
liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor
o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las
desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la
humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera
perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la
fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la
Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que
ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para
que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y
protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).
LA DOXOLOGÍA FINAL
2855 La doxología final "Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por
siempre Señor" vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones
del Padrenuestro: la glorificación de su nombre, la venida de su Reino y el
poder de su voluntad salvífica. Pero esta repetición se hace en forma de
adoración y de acción de gracias, como en la Liturgia celestial (cf Ap 1, 6; 4,
11; 5, 13). El príncipe de este mundo se había atribuido con mentira estos tres
títulos de realeza, poder y gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el Señor, los restituye a
su Padre y nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea
consumado definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en
todos (cf 1 Co 15, 24-28).
2856 "Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio
de este Amén, que significa 'Así sea' (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que
Dios nos enseñó" (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 18).
Resumen
2857 En el Padrenuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la
Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el
cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre
nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o
para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del
Bien sobre el Mal.
2858 Al pedir: "Santificado sea tu Nombre" entramos en el plan de Dios, la
santificación de su Nombre -revelado a Moisés, después en Jesús - por
nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.
2859 En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el
retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el
crecimiento del Reino de Dios en el "hoy" de nuestras vidas.
2860 En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la
de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.
2861 En la cuarta petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con
nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo.
"Nuestro pan" designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de
todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo.
Se recibe en el "hoy" de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial
del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.
2862 La quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de
Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido
perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
2863 Al decir: "No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos
permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la
perseverancia final.
2864 En la última petición, "y líbranos del mal", el cristiano pide a Dios con
la Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el
"Príncipe de este mundo", sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente
a Dios y a Su plan de salvación.
2865 Con el "Amén" final expresamos nuestro "fiat" respecto a las siete
peticiones: "Así sea".

Reflexiones del Web Católico de Javier


http://www.webcatolicodejavier.org/indiceref.html

Los Sacramentos
Sacramento es un signo sensible instituido por Cristo, que comunica la gracia.
El número de los sacramentos son siete, no porque sea un número simbólico o
sagrado, sino porque Cristo no instituyó ni más ni menos.
Todos tienen una materia y una forma, pues en todos hay algún objeto-gesto
exterior y en todos hay unas palabras.
En todo sacramento hay un ministro que lo confiere, debe ser el ministro
legítimo para que Cristo actúe por él.

El Bautismo
Materia: agua verdadera y bendecida (fuera del caso de necesidad)
Forma: Las palabras, YO TE BAUTIZO EN EL NOMBRE DEL PADRE
DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO.
Sujeto: la persona, (niño o adulto).
Ministro: el ordinario es el obispo, el sacerdote y el diácono. Mc 16,15-16; Mt
28,18-20; Jn 3,5-6; Mt 3,16.

La Reconciliación
Materia: Pecados mortales y aún los veniales.
Forma: Las palabras, "yo te absuelvo en nombre del padre del hijo y del
espíritu santo" Jn 20, 22-23
Ministro: El presbítero o sea el sacerdote.
Sujeto: Toda persona bautizada.

La Eucaristía
Materia: pan de trigo ácimo, y el vino de uva puro.
Forma: Las palabras con las que Cristo en la cena entregó su cuerpo y su
sangre a los apóstoles, tal como se han conservado en el Canon de la Misa. Mt
26,26.
Ministro: El sacerdote
Sujeto: Toda persona bautizada y en estado de gracia.

La Confirmación
Materia: el sacramento de la Confirmación se administra por la unción con el
crisma en la frente, que se hace con la imposición de las manos.
Forma: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo"
Ministro: El Obispo es ministro ordinario, también el presbítero dotado de
facultad por el derecho común o con el permiso del obispo.
Sujeto: Cristiano bautizado en gracia antes de recibirlo. "Entonces les
imponían las manos y recibían el Espíritu Santo" Hech 8,17
La Unción de los Enfermos
Materia: Aceite consagrado por el Obispo o por el sacerdote en caso de
necesidad.
Forma: Las palabras de la oración que acompaña la unción:
"Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con
la gracia del Espíritu conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad.
Amén. St 5, 13-15
Ministro: Todo sacerdote.
Sujeto: El cristiano enfermo que reúna las condiciones prescritas por el código
de derecho canónico.

El Matrimonio
Materia: es el Si en cuanto donación total al otro.
Forma: es el Si en cuanto aceptación del otro cónyuge.
Ministros: son los mismos contrayentes.
Sujetos: el hombre y la mujer bautizados que cumplan con las condiciones
para la validez del sacramento y que no sean impedidos por lo prescrito por el
Derecho Canónico. Mt 5,32; Mt 19,6.
El Orden Sacerdotal
Materia: imposición silenciosa de las manos.
Forma: oración ritual del sacramento.
Ministro: el Obispo.
Sujeto: el varón bautizado que a juicio del propio Obispo superior reúna las
cualidades requeridas y no tenga ningún impedimento. Mt 28,16-20; 2 Tim
1,6; Hech 14,23.

QUINCE MINUTOS EN COMPAÑÍA DE JESÚS


SACRAMENTADO

No es preciso, hijo mío, saber mucho para


agradarme mucho; basta que me ames con
fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente,
como hablarías a tu madre, a tu hermano.
¿Necesitas hacerme en favor de alguien
una súplica cualquiera? Dime su nombre,
bien sea el de tus padres, bien el de tus
hermanos y amigos; dime en seguida qué
quisieras que hiciese actualmente por ellos.
Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me
gustan los corazones generosos que llegan a
olvidarse en cierto modo de sí mismos, para
atender a las necesidades ajenas. Háblame
así, con sencillez, con llaneza, de los pobres
a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los
extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que
quisieras ver otra vez a tu lado.

Dime por todos una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa.


Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón ;
y ¿no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu
corazón especialmente ama?

Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de tus
necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes
-soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta,
inconstante, negligente... ; y pídeme luego que venga en ayuda de los
esfuerzos, pocos o muchos, que haces para quitar de ti tales miserias.

No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos


Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron
con humildad... ; y poco a poco se vieron libres de ellos.

Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud,


memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo
darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes
favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué
puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte !

¿Traes ahora mismo entre manos algún Proyecto? Cuéntamelo todo


minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué
quieres que haga por tu hermano, por tu amigo, por tu superior? ¿qué
desearías hacer por ellos?

¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer
algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven
quizás olvidados de Mí?

Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más
vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu
empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me
interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y
dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.

¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma


desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió?
¿quién lastimó tu amor propio ? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi
Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo.
Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de
Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora
bendición.

¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no


por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi
providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo
oigo, ni un momento te desamparo.

¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora


olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por
ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.

¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? ¿Por qué no me haces
partícipe de ella a fuer de buen amigo ?

Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha


consolado y hecho como sonreir tu corazón. Quizá has tenido agradables
sorpresas, quizá has visto disipados negros recelos, quizá has recibido
faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna
dificultad, o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te lo
he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y
decirme sencillamente, como un hijo a su padre: « ¡Gracias, Padre mío,
gracias!»? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al
bienhechor le gusta verse correspondido.

¿Tampoco tienes Promesa alguna para hacerme? Leo, ya lo sabes, en el


fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no.
Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no
exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto
que te dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no
tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma ?

¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien,


por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?

Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la


familia, al estudio... ; pero no olvides los quince minutos de grata
conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario.
Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación,
caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen
Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más
entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor,
nuevos beneficios, nuevos consuelos.

Sugerencia: Lea todos los días los 15 minutos en compañía de Jesús


Sacramentado y recomiéndela a sus contactos en las redes sociales

Web católico de Javier

Cómo rezar el Santo Rosario

1.- Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios
nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

2.- Rezar el Acto de Contrición: Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os
amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también
me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra
divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la
penitencia que me fuere impuesta. Amén.

3.- Rezar tres avemarías y un Gloria.

4.- En función del día de la semana, elegimos los misterios a meditar, según lo que
se indica más abajo. Tras enunciar el primer misterio, se reza un padrenuestro.
Misterios Gozosos (Lunes y Sábados)

La Encarnación del Hijo de Dios.


La Visitación de Nuestra Señora a su prima santa Isabel.
El Nacimiento del Hijo de Dios en Belén.
La Purificación de Nuestra Señora y Presentación del Niño Jesús. 
El Niño perdido y hallado en el Templo.

Misterios Dolorosos (Martes y Viernes)

La Oración de Jesús en el Huerto de los olivos.


La Flagelación del Señor.
La Coronación de espinas.
La Cruz a cuestas camino del Calvario .
Crucifixión y muerte de Jesús  en la Cruz.

Misterios Gloriosos (Miércoles  y Domingos)

La Resurrección del Señor.


La Ascensión del Señor.
La Venida del Espíritu Santo.
La Asunción de Nuestra Señora.
La Coronación de María Santísima.

Misterios Luminosos (Jueves)

El Bautismo en el Jordán
La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná. 
El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión. 
La Transfiguración del Señor en el monte Tabor. 
La institución de la Sagrada Eucaristía.

5.- Se rezan 10 avemarías, un gloria y a continuación la Jaculatoria: María, Madre


de gracia, Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos
ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

6.- Se enuncia el segundo misterio y se reza un padrenuestro.

7.- Se rezan 10 avemarías, un Gloria y la Jaculatoria: María, Madre de gracia, Madre


de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en la hora
de nuestra muerte. Amén.

8.- Se enuncia el tercer misterio y se reza un padrenuestro.

9.- Se rezan 10 avemarías, un Gloria y la Jaculatoria: María, Madre de gracia,


Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén.

10.- Se enuncia el cuarto misterio y se reza un padrenuestro.


11.- Se rezan 10 avemarías, un Gloria y la Jaculatoria: María, Madre de gracia,
Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén.

12.- Se enuncia el quinto misterio y se reza un padrenuestro.

13.- Se rezan 10 avemarías, un Gloria y la Jaculatoria: María, Madre de gracia,


Madre de misericordia, defiéndenos de nuestros enemigos y ampáranos ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén.

14.- Se reza un padrenuestro y estas tres avemarías:

Dios te salve, María, Hija de Dios Padre, llena eres de gracia, el Señor es contigo,
bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén.

Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo, llena eres de gracia, el Señor es contigo,
bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén.

Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo, llena eres de gracia, el Señor es
contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte. Amén.

15.- Finalmente, se reza la Letanía de la Santísima Virgen María:

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad


Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos
Dios, Padre celestial. Ten misericordia de nosotros.
Dios, Hijo Redentor del mundo. Ten misericordia de nosotros.
Dios, Espíritu Santo. Ten misericordia de nosotros.
Trinidad santa, un solo Dios. Ten misericordia de nosotros.
Santa María. Ruega por nosotros
Santa Madre de Dios. Ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes. Ruega por nosotros.
Madre de Cristo. Ruega por nosotros.
Madre de la Iglesia. Ruega por nosotros.
Madre de la Divina Gracia. Ruega por nosotros.
Madre purísima. Ruega por nosotros.
Madre castísima. Ruega por nosotros.
Madre y Virgen. Ruega por nosotros.
Madre sin mancha. Ruega por nosotros.
Madre inmaculada. Ruega por nosotros.
Madre amable. Ruega por nosotros.
Madre admirable. Ruega por nosotros.
Madre del buen consejo. Ruega por nosotros.
Madre del Creador. Ruega por nosotros.
Madre del Salvador. Ruega por nosotros.
Virgen prudentísima. Ruega por nosotros.
Virgen digna de veneración. Ruega por nosotros.
Virgen poderosa. Ruega por nosotros.
Virgen acogedora. Ruega por nosotros.
Virgen fiel. Ruega por nosotros.
Ideal de santidad. Ruega por nosotros.
Trono de sabiduría. Ruega por nosotros.
Causa de nuestra alegría. Ruega por nosotros.
Templo del Espíritu Santo. Ruega por nosotros.
Obra maestra de la gracia. Ruega por nosotros.
Modelo de entrega a Dios. Ruega por nosotros.
Rosa escogida. Ruega por nosotros.
Fuerte como la torre de David. Ruega por nosotros.
Hermosa como torre de marfil. Ruega por nosotros.
Casa de oro. Ruega por nosotros.
Arca de la Nueva Alianza. Ruega por nosotros.
Puerta del cielo. Ruega por nosotros.
Estrella de la mañana. Ruega por nosotros.
Salud de los enfermos. Ruega por nosotros.
Refugio de los pecadores. Ruega por nosotros.
Consoladora de los tristes. Ruega por nosotros.
Auxilio de los cristianos. Ruega por nosotros.
Reina de los Ángeles. Ruega por nosotros.
Reina de los Patriarcas. Ruega por nosotros.
Reina de los Profetas. Ruega por nosotros.
Reina de los Apóstoles. Ruega por nosotros.
Reina de los Mártires. Ruega por nosotros.
Reina de los confesores de la fe. Ruega por nosotros.
Reina de las Vírgenes. Ruega por nosotros.
Reina de todos los Santos. Ruega por nosotros.
Reina concebida sin pecado original. Ruega por nosotros.
Reina llevada al cielo. Ruega por nosotros.
Reina del Santo Rosario. Ruega por nosotros.
Reina de la Familia. Ruega por nosotros.
Reina de la paz. Ruega por nosotros.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.


Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor. 
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de las
promesas de Cristo.

Oración

Te pedimos, Señor, que nosotros tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y
cuerpo y por la intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, líbranos de
las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del Cielo.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Ave María Purísima. Sin pecado concebida.


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VIA CRUCIS

¿Cómo rezar el viacrucis?


Origen y promesas de Jesús a los devotos
del viacrucis

¿Qué es el viacrucis?
Es la meditación de los momentos y sufrimientos vividos por Jesús desde que fue
hecho prisionero hasta su muerte en la cruz y posterior resurrección. Literalmente,
via crucis significa "camino de la cruz". Al rezarlo, recordamos con amor y
agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado durante su
pasión y muerte. Dicho camino se representa mediante 15 imágenes de la Pasión
que se llaman "estaciones". Te animarás a cargar con las cruces de cada día, si
recuerdas con frecuencia las estaciones o pasos de Jesús hasta el Calvario.

¿Cuáles son las promesas de Jesucristo a los devotos del via crucis?
A la edad de 18 años, Estanislao, joven español, ingresó al noviciado de los
“Hermanos de las escuelas cristianas" , en Bugedo (Burgos, España). En la vida
religiosa, este joven tomó los votos de religión que son: el cumplimiento de los
reglamentos, avanzar en la perfección cristiana; y alcanzar el amor puro. En el mes
de octubre de 1926, este hermano se ofreció a Jesús por medio de María Santísima.
Poco después de haber hecho esta donación heroica de sí mismo, el joven religioso
enfermó y meses después, murió. Fue en marzo de 1927.

Según el maestro de novicios, Estanislao era un alma escogida de Dios que recibía
mensajes del cielo. Sus confesores y teólogos reconocieron estos hechos
sobrenaturales como actos insignes. Su director espiritual le había ordenado
escribir todas las promesas transmitidas por Nuestro Señor, entre otras las
relacionadas con los devotos del via crucis.

Promesas para los devotos del Via Crucis

1.- Yo concederé todo cuanto se me pidiere con fe, durante el rezo del Via Crucis.
2.- Yo prometo la vida eterna a los que, de vez en cuando, se aplican a rezar el Via
Crucis.
3.- Durante la vida, yo les acompañaré en todo lugar y tendrán Mi ayuda especial en
la hora de la muerte.
4.- Aunque tengan más pecados que las hojas de las hierbas que crece en los
campos, y más que los granos de arena en el mar, todos serán borrados por medio
de esta devoción al Via Crucis. (Nota: Esta devoción no elimina la obligación de
confesar los pecados mortales. Se debe confesar antes de recibir la Santa
Comunión.)
5.- Los que acostumbran rezar el via crucis frecuentemente, gozarán de una gloria
extraordinaria en el cielo.
6.- Después de la muerte, si estos devotos llegasen al purgatorio, Yo los libraré de
ese lugar de expiación, el primer martes o viernes después de morir. 
7.- Yo bendeciré a estas almas cada vez que rezan el Via Crucis; y mi bendición les
acompañará en 
todas partes de la tierra. Después de la muerte, gozarán de esta bendición en el
Cielo, por toda la eternidad.
8.- A la hora de la muerte, no permitiré que sean sujetos a la tentación del demonio.
Al espíritu maligno le despojaré de todo poder sobre estas almas. Así podrán
reposar tranquilamente en mis brazos.
9.- Si rezan con verdadero amor, serán altamente premiados. Es decir, convertiré a
cada una de estas almas en Copón viviente, donde me complaceré en derramar mi
gracia.
10.- Fijaré la mirada de mis ojos sobre aquellas almas que rezan el via crucis con
frecuencia y Mis Manos estarán siempre abiertas para protegerlas.
11.- Así como yo fui clavado en la cruz, igualmente estaré siempre muy unido a los
que me honran, con el rezo frecuente del via crucis.
12.- Los devotos del via Crucis nunca se separarán de mí porque Yo les daré la
gracia de jamás cometer un pecado mortal.
13.- En la hora de la muerte, Yo les consolaré con mi presencia, e iremos juntos al
cielo. La muerte será dulce para todos los que Me han honrado durante la vida con
el rezo del via Crucis
14.- Para estos devotos del viacrucis, Mi alma será un escudo de protección que
siempre les prestará auxilio cuando recurran a Mí..
¿Cómo se reza el Via Crucis?
Oraciones iniciales

Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo,


embriágame. Agua del costado de Cristo, lávame. Pasión de Cristo, confórtame. Oh
buen Jesús, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de
Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame y
mándame ir a Ti, para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.

Por la señal, de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y redentor mío; por
ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa
de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme
con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente
nunca más pecar, confesarme, y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.

1ª ESTACIÓN: JESÚS SENTENCIADO A MUERTE

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Sentenciado y no por un tribunal, sino por todos. Condenado por los mismos que le
habían aclamado poco antes. Y El calla...

Nosotros huimos de ser reprochados. Y saltamos inmediatamente...


Dame, Señor, imitarte, uniéndome a Ti por el Silencio cuando alguien me haga
sufrir. Yo lo merezco. ¡Ayúdame!

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro


2ª ESTACIÓN: JESÚS CARGADO CON LA CRUZ

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Que yo comprenda, Señor, el valor de la cruz, de mis pequeñas cruces de cada día,
de mis achaques, de mis dolencias, de mi soledad.
Dame convertir en ofrenda amorosa, en reparación por mi vida y en apostolado por
mis hermanos, mi cruz de cada día.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

3ª ESTACIÓN: JESÚS CAE, POR PRIMERA VEZ, BAJO


EL PESO DE LA CRUZ

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Tú caes, Señor, para redimirme. Para ayudarme a levantarme en mis caídas diarias,
cuando después de haberme propuesto ser fiel, vuelvo a reincidir en mis defectos
cotidianos.
¡Ayúdame a levantarme siempre y a seguir mi camino hacia Ti!

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

4ª ESTACIÓN: ENCUENTRO CON LA VIRGEN

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Haz Señor, que me encuentre al lado de tu Madre en todos los momentos de mi


vida. Con ella, apoyándome en su cariño maternal, tengo la seguridad de llegar a Ti
en el último día de mi existencia.
¡Ayúdame Madre!

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

5ª ESTACIÓN: EL CIRINEO AYUDA AL SEÑOR A


LLEVAR LA CRUZ
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Cada uno de nosotros tenemos nuestra vocación, hemos venido al mundo para algo
concreto, para realizarnos de una manera particular. ¿Cuál es la mía y cómo la llevo
a cabo?
Pero hay algo, Señor, que es misión mía y de todos: la de ser Cirineo de los demás,
la de ayudar a todos.
¿Cómo llevo adelante la realización de mi misión de Cirineo?

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

6ª ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE


JESÚS

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Es la mujer valiente, decidida, que se acerca a Ti cuando todos te abandonan. Yo,


Señor, te abandono cuando me dejo llevar por el "qué dirán", del respeto humano,
cuando no me atrevo a defender al prójimo ausente, cuando no me atrevo a replicar
una broma que ridiculiza a los que tratan de acercarse a Ti. Y en tantas otras
ocasiones.

Ayúdame a no dejarme llevar por el respeto humano, por el "qué dirán".


Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

 
7ª ESTACIÓN: SEGUNDA CAÍDA EN EL CAMINO DE LA
CRUZ

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Caes, Señor, por segunda vez. El Via Crucis nos señala tres caídas en tu caminar
hacia el Calvario. Tal vez fueran más.
Caes delante de todos... ¿Cuándo aprenderé yo a no temer el quedar mal ante los
demás, por un error, por una equivocación?. ¿Cuándo aprenderé que también eso
se puede convertir en ofrenda?

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

8ª ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE


JERUSALÉN

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Muchas veces, tendría yo que analizar la causa de mis lágrimas. Al menos, de mis
pesares, de mis preocupaciones. Tal vez hay en ellos un fondo de orgullo, de amor
propio mal entendido, de egoísmo, de envidia.
Debería llorar por mi falta de correspondencia a tus innumerables beneficios de
cada día, que me manifiestan, Señor, cuánto me quieres.
Dame profunda gratitud y correspondencia a tu misericordia.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

9ª ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Tercera caída. Más cerca de la Cruz. Más agotado, más falto de fuerzas. Caes
desfallecido, Señor.
Yo digo que me pesan los años, que no soy el de antes, que me siento incapaz.
Dame, Señor, imitarte en esta tercera caída y haz que mi desfallecimiento sea
beneficioso para otros, porque te lo doy a Ti para ellos. 

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

10ª ESTACIÓN: JESÚS DESPOJADO DE SUS


VESTIDURAS
Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Arrancan tus vestiduras, adheridas a Ti por la sangre de tus heridas.


A infinita distancia de tu dolor, yo he sentido, a veces, cómo algo se arrancaba
dolorosamente de mí por la pérdida de mis seres queridos. Que yo sepa ofrecerte el
recuerdo de las separaciones que me desgarraron, uniéndome a tu pasión y
esforzándome en consolar a los que sufren, huyendo de mi propio egoísmo.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

11ª ESTACIÓN: JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Señor, que yo disminuya mis limitaciones con mi esfuerzo y así pueda ayudar a mis
hermanos. Y que cuando mi esfuerzo no consiga disminuirlas, me esfuerce en
ofrecértelas también por ellos.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro.

 
12ª ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Te adoro, mi Señor, muerto en la Cruz por Salvarme. Te adoro y beso tus llagas, las
heridas de los clavos, la lanzada del costado... ¡Gracias, Señor, gracias!
Has muerto por salvarme, por salvarnos. Dame responder a tu amor con amor,
cumplir tu Voluntad, trabajar por mi salvación, ayudado de tu gracia. Y dame
trabajar con ahínco por la salvación de mis hermanos.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

13ª ESTACIÓN: JESÚS EN BRAZOS DE SU MADRE

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Déjame estar a tu lado, Madre, especialmente en estos momentos de tu dolor


incomparable. Déjame estar a tu lado. Más te pido: que hoy y siempre me tengas
cerca de Ti y te compadezcas de mí.
¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía!

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.


Se reza a continuación un Padrenuestro

14ª ESTACIÓN: EL CADÁVER DE JESÚS PUESTO EN EL


SEPULCRO

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Todo ha terminado. Pero no: después de la muerte, la Resurrección. Enséñame a


ver lo transitorio y pasajero, a la luz de lo que perdura. Y que esa luz ilumine todos
mis actos. Así sea.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

15ª ESTACIÓN: JESÚS RESUCITA

Te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado»
(Lc 24,5-6).
Unas piadosas mujeres fueron al sepulcro de Jesús muy temprano.  El anuncio de la
resurrección convierte su tristeza en alegría. Jesús está vivo y nosotros vivimos en
Él para siempre. La resurrección de Cristo inaugura para la humanidad una
renovada primavera de esperanza.

Jesús, enséñame a mantener siempre la esperanza.

Señor, pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Se reza a continuación un Padrenuestro

ORACIÓN FINAL

Te suplico, Señor, que me concedas, por intercesión de tu Madre la Virgen, que


cada vez que medite tu Pasión, quede grabado en mí con marca de actualidad
constante, lo que Tú has hecho por mí y tus constantes beneficios. Haz, Señor, que
me acompañe, durante toda mi vida, un agradecimiento inmenso a tu Bondad.
Amén.

Virgen Santísima de los Dolores, mírame cargando la cruz de mi sufrimiento;


acompáñame como acompañaste a tu Hijo Jesús en el camino del Calvario; eres mi
Madre y te necesito. Ayúdame a sufrir con amor y esperanza para que mi dolor sea
dolor redentor que en las manos de Dios se convierta en un gran bien para la
salvación de las almas. Amén.

http://www.webcatolicodejavier.org/ConsagracionDivinaMisericordia.html
LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS
EN LA CRUZ

Las 7 palabras se refieren a las siete frases que pronunció Nuestro Señor
desde la Cruz.

Primera Palabra

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34)

Aunque he sido tu enemigo,


mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,


no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí.
Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu
sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para
alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los
hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por
los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un
dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu
infinita misericordia.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Segunda Palabra

"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón


con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.

Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta
generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu
humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a
asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de
todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el
mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un
espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones
del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda
alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Tercera Palabra

"He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre" (Jn 19, 26)


Jesús en su testamento
a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá
de María el sentimiento?

Hijo tuyo quiero ser,


sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora 
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de


tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa,
para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten
misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de
la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio
de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los
méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de
la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Cuarta Palabra

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27, 46)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar


a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor ,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras
tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible
paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre;
ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me
haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre,
concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y
contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el
mundo, para que siempre unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta
contigo lo más cerca de Ti tu triunfo eterno.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Quinta Palabra

"Tengo sed" (Jn 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;


para poder mitigar 
la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto:


la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe
la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con
tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los
hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la
sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí
cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre,
concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora
universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda
la eternidad.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Sexta Palabra

"Todo está consumado" (Jn 19,30)

Con firme voz anunció


Jesús, aunque ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura
de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la
redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y
heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y
de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu
preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el
mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer
realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste
haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede
haber hecho más por Ti.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.

Séptima Palabra

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)

A su eterno Padre, ya
el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora


mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la


voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para
inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que
sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por
los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el
sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta
conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade,
siempre mi alma en tus manos.

Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.


LA MUERTE CIENTÍFICA DE
JESÚS
A los 33 años Jesús fue condenado a
muerte y enviado a la cruz, la "peor"
muerte de la época.

Sólo los peores criminales murieron


como Jesús. Y con Jesús todavía fue
peor, porque no todos los criminales
condenados a aquel castigo recibieron
clavos en sus miembros.

Sí, fueron clavos ¡y de los grandes!


Cada uno tenía de 15 a 20 cm, con una
punta de 6 cm. y el otro extremo
puntiagudo. Fueron clavados en sus
muñecas y en sus pies.

Jesús tuvo que forzar todos los


músculos de su espalda, por tener sus
manos clavadas, para poder respirar
porque perdía todo el aire de sus
pulmones.

De esta forma era obligado a apoyarse


en el clavo metido en sus pies que
todavía era más grande que el de sus
manos, porque clavaban los dos pies juntos.

Y como sus pies no aguantarían por mucho tiempo sin rasgarse


también,Jesús era obligado a alternar ese "ciclo" simplemente para lograr
respirar

Jesús aguantó esa situación por poco más de 3 horas. Sí, ¡más de 3 horas!
Mucho tiempo, ¿verdad? Algunos minutos antes de morir, Jesús ya no
sangraba mas. Sencillamente le salía agua de sus cortes y heridas. Cuando
lo imaginamos herido, imaginamos meras heridas,pero no.Las de Él eran
verdaderos agujeros, agujeros hechos en su cuerpo Él no tenía más sangre
para sangrar, por lo tanto, le salía agua.

El cuerpo humano está compuesto de aproximadamente 3,5 litros de


sangre (en un adulto). Jesús derramó 3,5 litros de sangre; tuvo tres clavos
enormes metidos en sus miembros; una corona de espinas en su cabeza
(en forma de casco) y además un soldado romano le clavó una lanza en su
tórax.

Todo esto sin mencionar la humillación que pasó después de haber


cargado su propia cruz por casi dos kilómetros, mientras la multitud le
escupía el rostro y le tiraba piedras (la cruz pesaba cerca de 30 kilos, tan
solo en la parte superior, en la que le clavaron sus manos).

Todo eso pasó Jesús, sólo para que tú tengas un libre acceso a Dios. Para
que tengas todos tus pecados lavados".¡Todos ellos sin excepción! No
ignores esta situación.

¡ÉL MURIÓ POR TÍ!

No creas que Él murió sólo por otros, por aquellos que van a la iglesia o
por aquellos monjes, curas, pastores, obispos,etc.

¡ÉL MURIÓ POR TI!

Es fácil pasar un chiste de mal gusto, fotos y tonterías por correo


electrónico, whatsapp, facebook o twitter, pero cuando es alguna cosa
relacionada con Dios, da vergüenza pasarlo a los demás. Acepta la
realidad, la verdad de que JESÚS ES LA ÚNICA SALVACIÓN PARA EL
MUNDO, así que envía a tus contactos la dirección de esta reflexión:
http://webcatolicodejavier.org/muertedeJesus.html

CRUCIFIXIÓN

Mucho antes de la Era


Cristiana se inventó una
atroz forma de
ejecución considerada
maldita, a la que luego
se llamó
CRUCIFIXIÓN.
Originalmente esta
tortura, junto con la
horca, fueron
denominadas "árbol
siniestro". No fue un
invento de los romanos
exclusivamente para
sacrificar a Jesucristo,
como muchos creen. Arqueólogos e historiadores concuerdan que su origen es
Asiático, específicamente Persa. En el Imperio Romano la muerte por Crucifixión
era reservada para los criminales más sucios, crueles y  despreciados. Un
condenado a muerte que pudiese probar que tenía la ciudadanía Romana, podía
disfrutar del "privilegio" de ser decapitado, ejecución más digna, rápida y
"humanitaria" que la agonía lenta e insoportable de la crucifixión.

Procedimiento para un condenado a


crucifixión
El reo tenía que cargar hasta el lugar de su ejecución, un leño horizontal amarrado a
su cuerpo (casi siempre un pino llamado "stipes") de 1.90 m. ó 2.00 m.

Cuando llegaban, al lugar designado era izado en el "patibulum" (parte vertical de la


cruz que podía ser un tronco colocado o un árbol especialmente podado), utilizando
cuerdas que pasaban por encima de ese tronco.

Cuando el reo estaba izado se fijaban los troncos, "Stipes" y "Patibulum" (en ese
momento era cuando tomaban la forma que hoy llamamos CRUZ). Se clavaban los
pies, uno delante del otro con las piernas un poco dobladas, luego les rompían las
piernas a la altura de las rodillas para que no pudieran sostener el cuerpo. Mientras
que los brazos eran fijados por clavos que atravesaban las muñecas. Así se dejaba al
crucificado morir lentamente de hambre, sed, insolación, dolor, asfixia, etc.

Las cruces no eran muy altas y los reos más fuertes podían tardar entre 3 y 5 días en
morir. Durante este tiempo, los crucificados eran atacados por las alimañas,
quienes devoraban sus extremidades inferiores. Con el tiempo, en un acto de
"misericordia", las cruces fueron hechas mas altas.

Autopsia a un Crucificado
Los médicos forenses dicen que el cuerpo humano en esta situación sufre una
asfixia gradual, y para obtener aire, el crucificado debía levantarse a la fuerza
apoyándose dolorosamente sobre los clavos, que al mismo tiempo desgarran la
carne y los nervios del antebrazo. Cada esfuerzo para respirar una vez más
representaba para su cuerpo otra caída sobre los brazos, al no poder sostenerse
sobre las piernas que estaban rotas. Luego de un rato, el reo muere de asfixia con
los pulmones destrozados.

El "caso" Jesús
Los más grandes historiadores y teólogos de todos los tiempos concuerdan en que la
crucifixión de Cristo fue una muy distinta a las acostumbradas. El único muerto en
cruz del cual se tiene constancia histórica, que fue azotado, coronado de espinas,
golpeado y humillado antes de su crucifixión, es JESÚS DE NAZARET (y existen
muchas evidencias de otros crucificados).

Los libros de Mateo:27, Marcos:15, Lucas:23, y Juan:19, relatan como fue todo el
preámbulo a la muerte de Cristo. El Doctor C. Davis Truman hace una descripción
médica exacta de la agonía y muerte de Jesús en uno de sus conocidos escritos (les
recomiendo leerla)

La cruz desde sus orígenes ha sido creada como un símbolo de una muerte
considerada maldita. En la antigüedad las cruces eran exhibidas para intimidar al
pueblo y recordarles cuan miserable podía ser su muerte. La pregunta es ¿porque
las exhiben ahora? Sencillamente para recordar el inmerecido sufrimiento de Jesús
por amor a ti y a mi. El verdadero triunfo está en la realidad de su resurrección.

¿Cuántos están dispuestos a morir en una cruz por lo que creen? La próxima vez
que pases frente a una cruz, sabrás su verdadero sentido, su significado, su porqué.
Y te sentirás infinitamente agradecido por aquella entrega de Amor que nadie más
haría por ti.

CONSAGRACIÓN AL INMACULADO
CORAZÓN DE MARÍA
Consagración individual al Inmaculado
Corazón de María

Oh, Virgen mía, Oh, Madre mía, 


yo me ofrezco enteramente a tu Inmaculado
Corazón
y te consagro mi cuerpo y mi alma,
mis pensamientos y mis acciones.

Quiero ser como tú quieres que sea, 


hacer lo que tú quieres que haga.
No temo, pues siempre estás conmigo.
Ayúdame a amar a tu hijo Jesús, 
con todo mi corazón y sobre todas las
cosas. 

Pon mi mano en la tuya para que esté


siempre contigo.
Consagración del hogar y la familia al Inmaculado Corazón de María
¡Oh Virgen María!, queremos consagrar hoy nuestro hogar y cuantos lo habitan a
vuestro Purísimo Corazón.
Que nuestra casa, como la tuya de Nazaret, llegue a ser un oasis de paz y felicidad
por:
   -  el cumplimiento de la voluntad de Dios,
   -  la práctica de la caridad,
   -  y el abandono a la Divina Providencia,
¡Que nos  amemos  todos como Cristo  nos enseñó!. Ayúdanos a vivir siempre
cristianamente y envuélvenos en tu ternura.
Te pido por los hijos que Dios nos ha dado (se citan los nombres) para que los libres
de todo mal y peligro de alma y cuerpo, y los guardes dentro de Tu Corazón
Inmaculado. Dígnate, Madre nuestra, transformar nuestro hogar en un pequeño
cielo, consagrados todos a vuestro Corazón Inmaculado. Amén.

¡Corazón Inmaculado de María, sálvanos! 

¿Qué es la Consagración al Inmaculado Corazón de María?

Una promesa de amor en donde se le da todo lo que la familia es, tiene y hace a
Jesús a través del Corazón Inmaculado de la Virgen María, para vivir plenamente
entregados a la voluntad del Padre.

La familia se abandona en las manos de la Virgen María para que ella ejerza su
papel de Madre espiritual, de Mediadora de las gracias, de Abogada y de Reina.

La meta final de toda consagración es Jesús; La Virgen María es el medio eficaz


para alcanzar mayor unión con Cristo y es fuente de protección maternal contra
Satanás.

Por medio de la consagración, los miembros de la familia han de llegar a ser como
San José, totalmente dedicados a Jesús y a María. Deben pedir a Dios la gracia de
vivir fieles a esta consagración, reconociendo que pertenecen a los Corazones de
Jesús y de María, quienes han de ser el centro de cada aspecto de sus vidas,
decisiones, relaciones, etc.

¿Cuáles son los frutos de la Consagración al Inmaculado Corazón de María?

Permitirá a la Virgen Santísima usar libremente su poder de intercesión y de


santificación para el crecimiento de su familia en la gracia. 

La Virgen  respeta la voluntad de cada uno y por eso espera a que la familia se
consagre libremente para entonces ejercer su misión plenamente. Primero hay que
abrir las puertas y luego responder fielmente a todo cuanto pide la Virgen para
acercarnos al Corazón de Jesús.

La Virgen María será Fuente de Protección: Por la decisión libre que han tomado, su
familia pertenece a al Corazón de María, y serán protegidos espiritualmente.

Les obtendrá gracias para vivir en la virtud y les ayudará a abrir sus corazones
para vivir las virtudes que se encuentran en los Corazones de Jesús y María.
Especialmente la humildad, la mansedumbre, el amor sacrificial, la pureza y la
obediencia
También les ayudará a ejercer las virtudes que construyen y mantienen la unidad
de familia, como la  paz, el orden, el respeto, la delicadeza, el pensar primero en el
otro, la abnegación, la comunicación y sobre todo la caridad.

¿Cómo debe vivir una Familia consagrada al Corazón Inmaculado de María?


-Fidelidad a la Iglesia y a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la
Confesión habitual.
-Oración, personal y familiar, especialmente el rezo del Santo Rosario con
frecuencia.
-Tener una imagen del Corazón Inmaculado de María en un lugar destacado del
hogar
-Apoyar a su parroquia de la manera que ustedes puedan (con su tiempo, con
recursos, etc.)
-Ser generosos en las necesidades de los demás.
-Renovar regularmente la oración de Consagración de la familia al Corazón
Inmaculado de María.

Ejercicio de los siete dolores de la Madre de


Dios

1.- La aflicción que causó a su tierno corazón, la profecía del


anciano Simeón. (Avemaría.)

2.-La angustia que padeció su sensibilísimo corazón, en la huida y permanencia en


Egipto. (Avemaría.)

3.-Las congojas que experimentó su solícito corazón, en la pérdida de su Hijo Jesús.


(Avemaría.)

4.-La consternación que sintió su maternal corazón, al encontrar a su Hijo Jesús


llevando la cruz a cuestas. (Avemaría.)

5.-El martirio de su generoso corazón, asistiendo a su Hijo Jesús en la agonía.


(Avemaría.)
6.-La herida que sufrió su piadoso corazón, en la lanzada que abrió el costado de su
Hijo Jesús. (Avemaría)

7.-El desconsuelo y desamparo que padeció su amantísimo corazón, en la sepultura


de su Hijo Jesús. (Avemaría.)

Ruega por nosotros, Virgen dolorosísima, para que seamos dignos de las promesas
de Cristo.

Siete gracias que la Santísima Virgen concede a las almas que le honran
diariamente, meditando sus dolores, con el rezo de siete avenarías.
(Santa Brígida).

1-Pondré paz en sus familias.


2.-Serán iluminadas en los divinos Misterios.
3.-Las consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.-Les daré cuanto me pidan, con tal que no sea opuesto a la voluntad adorable de
mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
5.-Las defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré
en todos los instantes de la vida.
6.-Las asistiré visiblemente: en el momento de su muerte y verán el rostro de su
Madre.
7.-He conseguido de mi Divino Hijo que, cuantas propaguen esta devoción, sean
trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán
borrados todos sus pecados y mi Hijo y Yo seremos su consolación eterna y alegría.

Oración

Madre mía: Desde que amanece el día, bendíceme; 


en lo rudo del trabajo, ayúdame; 
si vacilo en mis buenas decisiones, fortaléceme; 
en las tentaciones y peligros, defiéndeme; 
si desfallezco, sálvame y al cielo llévame.
Amén.

Magnificat
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humildad de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho


obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono
a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a
los ricos despide vacíos.

Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido


a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en un principio, ahora y


siempre, por los siglos de los siglos.

Amén.

Salve Regina
Salve Regina, Mater misericordiae,
Vita dulcedo et spes nostra salve.
Ad te clamamus exsules filii Hevae.
Ad te suspiramus gementes et flentes,
in hac lacrimarum valle.
Eja ergo advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte.
Et Jesum benedictum fructum ventris tui
nobis post hoc exsilium ostende.
O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.

Santo Rosario
Para saber cómo se reza el Santo Rosario o para rezarlo, accede
a http://webcatolicodejavier.org/comorezarelRosario.html

CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN


DE JESÚS
Consagración de la Familia
al Sagrado Corazón de
Jesús

Santísimo Amor de Jesús, te


consagramos nuestros
corazones, nuestras vidas, y
nuestras familias.
Conocemos que el ejemplo
bello de Tu hogar en
Nazaret, fue un modelo para
cada una de nuestras
familias.
Esperamos obtener con Tu
ayuda, la unión y el amor
fuerte y perdurable que
recibiste. 
- Que nuestro hogar se llene
de gozo. 
- Que el afecto sincero, la
paciencia, la tolerancia y el
respeto mutuo, estén siempre
presentes. 
- Que nuestras oraciones incluyan las necesidades de los otros, no sólo las
nuestras.
- Que siempre estemos cerca de los Sacramentos.
- Que la paz esté con nosotros, y cuando vengan las dificultades danos consuelo y
esperanza.
Bendice a todos los que aquí habitamos y también a los difuntos
Mantén nuestras familias cerca de tu Amor y que Tu protección esté siempre con
nosotros.
Amén.
 
Consagración de la casa al Sagrado Corazón de Jesús
Sagrado Corazón de Jesús;

Nos hemos reunido aquí para ofrecerte nuestra casa.


Hoy, que te echan de tantos sitios, 
nosotros te recibimos encantados en nuestro hogar.
Queremos que vivas a nuestro lado;
que participes de nuestras alegrías y de nuestras penas. 
de nuestra riqueza y de nuestra pobreza, 
de nuestros triunfos y de nuestros fracasos.

Queremos que nos ilumines en nuestras dudas,


que nos adviertas en nuestros peligros, 
que nos ayudes en nuestras tentaciones,
que nos alientes en nuestros contratiempos, 
que nos orientes en nuestras resoluciones y, sobre todo, 
que nos enciendas en un gran amor a Ti, 
que nos lleve a servirte siempre con toda fidelidad.

Concédenos, Señor, que seamos cada día mejores cristianos,


que nuestra vida sea un auténtico testimonio de nuestra fe,
que aprendamos a verte en los demás,
que sepamos pedir perdón sinceramente de nuestros pecados,

y. finalmente, que consigamos la gracia suprema de una santa muerte, que nos reúna
contigo, en la Gloria, a todos los que ahora nos amamos aquí.

Señor, no somos dignos de que entres en nuestra casa;


pero si fuiste a la del centurión, y entraste en la de Zaqueo, y viviste en la de
María Magdalena, 
dígnate quedarte aquí, con nosotros, para siempre.

Nosotros vamos a procurar siempre en esta casa:


creer lo que Tú quieres que creamos, 
pensar lo que Tú quieres que pensemos,
leer lo que Tú quieres que leamos, 
hablar lo que Tú quieres que hablemos,
amar lo que Tú quieres que amemos, 
y hacer lo que Tú quieres que hagamos.

Que toda esta familia sea conforme siempre a tus deseos. 


Porque confiamos en Ti como en nuestro Padre. Y no te hemos entronizado aquí
para que presencies nuestras rebeldías y pecados, sino para que bendigas la buena
voluntad que tenemos de servirte.
Ayúdanos con tu gracia, pues reconocemos nuestra debilidad.
Pero en Ti ponemos nuestra confianza.

Sagrado Corazón de Jesús, en TI confío (tres veces). 


Padrenuestro. Avemaría. Gloria. 

Nota: Se recomienda renovar esta consagración todos los años, a ser posible
confesando y comulgando toda la familia.
 
Consagración diaria al Sagrado Corazón de Jesús
Amable Jesús mío, como testimonio de mi agradecimiento y en reparación de mis
infidelidades, yo N…te doy mi corazón; me consagro enteramente a ti y propongo
con tu gracia no ofenderte ya más.
Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús
Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos arrodillados humildemente
en tu presencia. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y para estar más firmemente
unidos a Ti, hoy cada uno de nosotros se consagra voluntariamente a Tu Sagrado
Corazón.
Muchos nunca Te han conocido; muchos Te han rechazado, despreciando tus
mandamientos. Compadécete de unos y de otros, benignísimo Jesús, y atráelos a
todos a Tu Sagrado Corazón. Reina, Señor, no sólo sobre los que nunca se han
separado de Ti, sino también sobre los hijos pródigos que Te han abandonado; haz
que vuelvan pronto a la casa paterna, para que no mueran de miseria y de hambre.
Reina sobre aquellos que están extraviados por el error o se parados por la
discordia, y haz que vuelvan al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que
pronto no haya más que un solo rebaño y un solo pastor. Concede, Señor, a Tu
Iglesia una plena libertad y seguridad; concede a todo el mundo la tranquilidad del
orden; haz que desde un extremo al otro de la tierra no se oiga más que una sola
voz: Alabado sea el Divino Corazón, por quien nos ha venido la salvación; a Él la
gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

Consagración de los jóvenes al Sagrado Corazón de Jesús


Corazón divino de Jesús, por el Corazón de María, la mujer nueva de Nazaret, nos
consagramos a tu Corazón para ser en nuestro mundo antorcha de esperanza para
los decaídos, alegría para tantos jóvenes que se encuentran solos y desesperados.
No nos dejes caer en la tentación de no hacer nada. Ayúdanos a sembrar los
caminos de amor a los que sufren y ser entre los jóvenes constructores de la
Civilización del Amor. Amén.

Oración de la consagración de las familias de todo el mundo al Sagrado


Corazón de Jesús (realizada el 3 de Junio de 2007 en Barcelona (España) por el
Cardenal De Giorgi) Señor Jesucristo, Redentor del mundo, Amigo de los sencillos
y de los pecadores,  que en la Cruz te has dejado traspasar tu Corazón
Sagrado para salvarnos del pecado y darnos la abundancia de la gracia divina.
Mira compasivo nuestra debilidad, y ten piedad.
Libéranos del pecado y del mal, y condúcenos a la auténtica paz, que se encuentra
por la conversión y la acogida de tu Palabra.
Tú que nos invitas a seguirte
y a amarte como discípulos, porque así encontraremos el descanso  y la felicidad
que tanto deseamos, no nos dejes nunca de tu mano poderosa, y sostennos
bondadoso en todos nuestros caminos.

Hoy consagramos humildemente a tu Corazón nuestras vidas y nuestras familias,


y encomendamos a tu misericordia todas las familias del mundo.
porque queremos vivir siempre con la confianza puesta sólo en Ti, que eres el Amor
infinito, y porque te queremos servir de todo corazón a Ti y a nuestros hermanos
por amor a Ti.
Haz, Señor, que todos podamos encontrar en Ti el Amigo verdadero y el Maestro
bondadoso y humilde, y que en tu Corazón Sagrado aprendamos el amor generoso y
sacrificado hacia todos.
Amén

Oraciones a la
Virgen María
Ave María

Dios te salve María, llena eres de gracia; el


Señor es contigo, bendita tú eres entre todas
las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de
nuestra muerte. Amén.

Bendita sea tu pureza

Bendita sea tu pureza


y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.
A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada, María,
te ofrezco en este día
alma, vida y corazón.
¡Mírame con compasión!
¡No me dejes, Madre mía¡

Oración de San Bernardo

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María! que jamás se ha oído decir que ninguno de los
que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado
vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animado con esta confianza, a Vos
también acudo, ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes! Y aunque gimiendo bajo el peso de
mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis,
¡oh Madre de Dios!, mis humildes súplicas, antes bien, inclinad a ellas vuestros oídos y
dignaos atenderlas favorablemente.

La Salve

Dios te salve,
Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva;
a Ti suspiramos,
gimiendo y llorando,
en este valle de lágrimas.
Ea, pues,
Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos
misericordiosos,
y después de este destierro
muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clemente, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!
D- Ruega por nosotros Santa Madre de Dios.
T- Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Bajo tu amparo
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No
desoigas nuestras súplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, antes bien, líbranos de todos los peligros, Virgen
gloriosa y bendita.
Préstame, madre...
Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por
ellos miro, nunca volveré a pecar.
Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si
con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.
Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar, pues es tu
lengua patena de amor y de santidad.
Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así
rendirá el trabajo una y mil veces más.
Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierto con tu manto al Cielo
he de llegar.
Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús, ¿qué más
puedo yo desear?
Y esa será mi dicha por toda la eternidad.

Ejercicio de los siete dolores de la Madre de Dios


1.- La aflicción que causó a su tierno corazón, la profecía del
anciano Simeón. (Avemaría.)
2.-La angustia que padeció su sensibilísimo corazón, en la
huida y permanencia en Egipto. (Avemaría.)
3.-Las congojas que experimentó su solícito corazón, en la
pérdida de su Hijo Jesús. (Avemaría.)
4.-La consternación que sintió su maternal corazón, al
encontrar a su Hijo Jesús llevando la cruz a cuestas.
(Avemaría.)
5.-El martirio de su generoso corazón, asistiendo a su Hijo
Jesús en la agonía. (Avemaría.)
6.-La herida que sufrió su piadoso corazón, en la lanzada que
abrió el costado de su Hijo Jesús. (Avemaría)
7.-El desconsuelo y desamparo que padeció su amantísimo
corazón, en la sepultura de su Hijo Jesús. (Avemaría.)
Ruega por nosotros, Virgen dolorosísima, para que seamos dignos de las promesas de
Cristo.
Siete gracias que la Santísima Virgen concede a las almas que le honran
diariamente, meditando sus dolores, con el rezo de siete avenarías. (Santa
Brígida).
1-Pondré paz en sus familias.
2.-Serán iluminadas en los divinos Misterios.
3.-Las consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.-Les daré cuanto me pidan, con tal que no sea opuesto a la voluntad adorable de mi
Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
5.-Las defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en
todos los instantes de la vida.
6.-Las asistiré visiblemente: en el momento de su muerte y verán el rostro de su Madre.
7.-He conseguido de mi Divino Hijo que, cuantas propaguen esta devoción, sean
trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados
todos sus pecados y mi Hijo y Yo seremos su consolación eterna y alegría.

Oración
Madre mía: Desde que amanece el día, bendíceme; 
en lo rudo del trabajo, ayúdame; 
si vacilo en mis buenas decisiones, fortaléceme; 
en las tentaciones y peligros, defiéndeme; 
si desfallezco, sálvame y al cielo llévame.
Amén.

Magníficat
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras
grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación
en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a
los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los
ricos despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a
nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.
Amén.

Salve regina
Salve Regina, Mater misericordiae,
Vita dulcedo et spes nostra salve.
Ad te clamamus exsules filii Hevae.
Ad te suspiramus gementes et flentes,
in hac lacrimarum valle.
Eja ergo advocata nostra,
illos tuos misericordes oculos ad nos converte.
Et Jesum benedictum fructum ventris tui
nobis post hoc exsilium ostende.
O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.
Sacramento del Bautismo
El Sacramento del Bautismo es el primer paso en la iniciación de la vida cristiana, con este acto se
abre el acceso a otros sacramentos, a la relación con Dios y a la salvación para la vida eterna.
¿QUÉ ES EL BAUTISMO?
El bautismo es el sacramento por el que renacemos a la vida y somos hechos hijos de Dios.
La palabra bautismo, viene del griego baptizein, que significa sumergir o introducir dentro del agua;
en la fe cristiana al sumergirnos somos liberados del pecado original heredado por Adán,
regenerados como hijos de Dios, injertados en la iglesia, y nos convertimos en partícipes del
dogma para poder dar el fruto de nuestro aprendizaje a otros.
Es así como el Sacramento del Bautismo está representado por la voluntad de los padres
en compartir la fe al presentar a sus hijos ante la iglesia, con el fin de purificar sus pecados y darle
fuerza a los preceptos del evangelio de Jesucristo para de esta manera consagrarlo ante Dios y el
Espíritu Santo; siendo la función de los padrinos velar para que el nuevo creyente se afiance
en Dios y con el tiempo dé sus frutos a otros.
¿CUÁLES SON LOS ELEMENTOS DEL BAUTISMO?
En el Sacramento del Bautismo se usan una serie de elementos que poseen una simbología
espiritual:
El agua significa que somos liberados del pecado original.
La unción con óleo representa la fuerza del Espíritu Santo.
El Fuego encarna la llama de fe en Dios que ilumina nuestra vida.
La ropa blanca declara la pureza de Jesucristo que habita en nuestro interior.
Durante el ritual del Sacramento del Bautismo se establecen diálogos buscando respuestas sobre
la vida eterna, la negación al pecado y la tentación del diablo, y la afirmación al Padre, Hijo y
Espíritu Santo.

https://www.arguments.es/liturgia/cuales-son-los-7-sacramentos/

https://es.wikipedia.org/wiki/Portal:Iglesia_cat%C3%B3lica

Un joven jugaba con una pelota y decía la pelota del amor al que no sabe definirla o definirla,
no sabe recibirla ni rebotar con ella; es una pelota de quien la recibe y la reconoce su riqueza
es inmensa lo entiende todo y lo sabe todo nunca se entristece y cuando le llegan los
sufrimientos los recibe pero también sabe de donde viene y a donde va

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