Axel-Kaiser - La Caída de Chile
Axel-Kaiser - La Caída de Chile
Axel-Kaiser - La Caída de Chile
Axel Kaiser
Traducción Carlos
P. González
Ahora, por fin, Chile tiene las tres cosas: libertad política,
libertad humana y libertad económica. Chile seguirá siendo un
experimento interesante para ver si se puede mantener las tres o
si, ahora que tiene libertad política, esa libertad política tenderá
a ser utilizada para destruir o reducir la libertad económica.
Cato Journal, Vol. 40, No. 3 (Fall 2020). Copyright © Cato Institute. All rights
reserved. DOI:10.36009/CJ.40.3.6.
Axel Kaiser es presidente del think tank chileno Fundación Para el Progreso.
También es director de la Cátedra Friedrich Hayek en la Universidad Adolfo Ibáñez
de Santiago.
Carlos P. González es estudiante de Periodismo en la Universidad Adolfo Ibáñez.
que capturó atención mundial.1 Como expresó el economista premio
Nobel Gary Becker (1997), Chile se convirtió en “un modelo
económico para todo el mundo subdesarrollado”. Este hecho, dijo
Becker, “se hizo aún más impresionante cuando el gobierno se
transformó en una democracia”. En la misma línea, el premio Nobel
de Economía, Paul Krugman, manifestó que las reformas
introducidas por los Chicago Boys “demostraron ser altamente
exitosas y se conservaron intactas cuando Chile finalmente regresó a
la democracia en 1989” (Krugman 2008: 31). En efecto, de 1990 a
2010 llegó al poder la coalición de izquierda llamada “Concertación”.
A pesar de estar integrada por opositores a la dictadura militar y por
muchos ex miembros del gobierno de Salvador Allende, la
Concertación mantuvo los fundamentos del sistema de libre mercado.
Prevaleciendo una visión pragmática que llevó al reconocimiento y
adopción del legado económico de los años de Pinochet. Como
explicó Alejandro Foxley, el primer ministro de Hacienda del período
democrático:
1
En la década de 1950 la Universidad Católica y la Universidad de Chicago
comenzaron un programa de intercambio que permitió a los estudiantes chilenos
realizar estudios de postgrado en el Departamento de Economía de la Universidad
de Chicago. Estos estudiantes llegaron a ser conocidos como los "Chicago Boys",
una etiqueta que también se aplicó a otros estudiantes que se graduaron en
universidades americanas distintas de Chicago y participaron en la implementación
de reformas de libre mercado bajo el régimen de Pinochet.
mercado… Thatcher y Reagan vinieron después” (ibid.). En la misma
línea, William Ratliff y Robert Packenham (2007) sostienen que
Chile fue el primer país del mundo en hacer “esa ruptura
trascendental con el pasado, lejos del socialismo y el capitalismo de
estado extremo”, precedente a la “Gran Bretaña de Margaret
Thatcher y los Estados Unidos de Ronald Reagan”. Para el intelectual
marxista, David Harvey (2005: 7–8), “el primer experimento de
formación de un estado neoliberal ocurrió en Chile después del golpe
de Estado de Pinochet”, proporcionando “evidencia útil para apoyar
el subsiguiente giro hacia el neoliberalismo tanto en Gran Bretaña
(bajo Thatcher) y los Estados Unidos (bajo Reagan)”.
La visita de George H. W. Bush a Chile en 1990 confirmó el
simbolismo de la historia de éxito de los Chicago Boys. A su llegada
a Santiago, Bush (1990) declaró que “el pacífico retorno de Chile a
las filas de las democracias del mundo” era motivo de “orgullo y
celebración”. Continuó enfatizando la importancia de la revolución
del libre mercado que había tenido lugar bajo el gobierno militar del
general Pinochet: “El registro de los logros económicos de Chile es
una lección para América Latina sobre el poder del libre mercado. En
ninguna otra nación de este continente el ritmo de la reforma del libre
mercado ha ido tan lejos, tan rápido como aquí en Chile”. Bajo la
misma línea, la ex Primer Ministra británica, Margaret Thatcher
(1990) declaró que el régimen de Pinochet había convertido a Chile
“de un colectivismo caótico a la economía modelo de América
Latina”.
Los datos disponibles apoyan abrumadoramente estas opiniones.
La inflación crónica, que había alcanzado un peak de más del 500 por
ciento en 1973, cayó por debajo del 10 por ciento en la década de
1990 y por debajo del 5 por ciento en los años 2000 (Banco Mundial
2019). Entre 1975 y 2015, el ingreso per cápita en Chile se
cuadruplicó hasta alcanzar los 23.000 dólares, el más alto de América
Latina (CNP 2016). Como resultado, desde principios de la década
de 1980 hasta 2014, la pobreza se redujo del 45 por ciento al 8 por
ciento (CNP 2016). Varios indicadores muestran que este “milagro
económico” benefició a la mayor parte de la población. Por ejemplo,
en 1982 sólo el 27 por ciento de los chilenos tenía un televisor. En
2014, el 97 por ciento lo tenía (CNP, 2016). Lo mismo ocurre con los
refrigeradores (del 49 por ciento al 96 por ciento), lavadoras (del 35
por ciento al 93 por ciento), los automóviles (del 18 por ciento al 48
por ciento), y otros artículos. Todavía más importante, es que la
esperanza de vida aumentó de 69 a 79 años en el mismo período y el
hacinamiento en las viviendas se redujo del 56 por ciento al 17 por
ciento. La clase media, según la definición del Banco Mundial,
aumentó de un 23,7 por ciento en 1990 a un 64,3 por ciento en 2015
y la pobreza extrema se redujo del 34,5 por ciento a 2,5 por ciento
(Libertad y Desarrollo 2017: 3). En promedio, el acceso a la
educación superior se multiplicó por cinco en el mismo período,
beneficiando principalmente al quintil más bajo, que vio su acceso a
la educación superior multiplicado por ocho (PNUD 2017: 20). Esto
es coherente con el crecimiento de los ingresos en los diferentes
grupos socioeconómicos. Si bien entre 1990 y 2015 los ingresos del
10 por ciento más rico crecieron un total de 30 por ciento, los ingresos
del 10 por ciento más pobre experimentaron un aumento del 145 por
ciento (PNUD 2017: 21). A su vez, el índice de Gini cayó de 52,1 en
1990 a 47,6 en 2015 (PNUD 2017: 37). Si se mide la desigualdad de
ingresos dentro de las diferentes generaciones, la reducción es aún
mayor (Sapelli 2014). Otros indicadores de desigualdad también
muestran una reducción de la brecha entre los ricos y el resto de la
población. El índice de Palma, que mide la desigualdad de ingresos
del 10 por ciento más rico en relación con el 40 por ciento más pobre,
se redujo de 3,58 a 2,78 en el mismo período de tiempo mientras que
la relación entre los ingresos de los quintiles más bajos y los más altos
disminuyó de 14,8 a 10,8 (PNUD 2017: 21). Además de esta
disminución de la desigualdad de ingresos, un informe de la OCDE
de 2017 mostró que Chile tenía mayor movilidad social que todos los
demás países de la OCDE (2018).2 Chile también ocupaba la posición
más alta entre las naciones latinoamericanas en el Índice de
Desarrollo Humano de Naciones Unidas (PNUD 2019).
En resumen, gracias a las reformas de libre mercado introducidas
por los Chicago Boys y mantenidas por los regímenes democráticos
que vinieron después, Chile se convirtió en el país más próspero de
América Latina, lo que benefició sobre todo a los miembros más
pobres de la población.
2Según el estudio, era más probable que las personas con padres en el fondo del 25 por
ciento de la escala de ingresos pudieran pasar al 25 por ciento superior de la escala de
ingresos en Chile que en cualquier otro país de la OCDE.
Explicando la “Paradoja” de
Chile
Para muchos, el enorme progreso económico y social que ha
logrado Chile en las últimas cuatro décadas parece estar en plena
contradicción con la crisis que estalló en octubre de 2019,
caracterizada por manifestaciones masivas, violencia coordinada por
pequeños grupos y demandas de la izquierda política y otros para
abandonar el modelo de libre mercado. La crisis ha hecho tambalear
la política y la sociedad chilena, conduciendo a un referéndum sobre
la redacción de una nueva constitución.3 Algunos han descrito la
situación actual de Chile como una “paradoja” (Edwards 2019). De
hecho, parece paradójico que un país que ha logrado tanta
prosperidad se haya vuelto amargamente en contra de las mismas
instituciones que hicieron posible esa prosperidad.
Parte de la explicación de la rabia mostrada por la población
chilena tiene que ver con el colapso de la confianza pública en las
instituciones cívicas y estatales tradicionales, incluyendo la
democracia. Entre 2009 y 2015 las personas que creían que la
democracia chilena funcionaba bien o muy bien se desplomaron del
26 al 10 por ciento, y las que creían que funcionaba mal pasaron del
16 al 32 por ciento (Aninat y González 2016: 3). Entre 2015 y 2019,
el primer grupo se redujo aún más al 6 por ciento y el segundo grupo
subió al 47 por ciento. (CEP 2019). Instituciones como la Iglesia
Católica, las emisoras de radio, la policía y las fuerzas armadas, los
5
Ver www.latercera.com/noticia/bachelet-habia-vestigios-del-modelo-neoliberal-los-
ido-terminando-traves-las-reformas.
6Aunque Chile experimentó un alto crecimiento económico durante la primera
acertada.
8Para una revisión de los mitos, falacias y errores de El Otro Modelo, ver Kaiser (2015).
1970 e implementado tras la caída de Allende. El mensaje de la
portada —y del libro mismo— era claro: el modelo económico de los
Chicago Boys tenía que terminar, y Bachelet, que fue la oradora
estrella en el lanzamiento del libro en 2013, debía liderar ese proceso.
Según El Otro Modelo, el neoliberalismo y el individualismo habían
creado una sociedad desigual, egoísta e injusta donde unos pocos
privilegiados tenían acceso a cosas que deberían ser consideradas
como derechos para todos. En vista de los autores, los gobiernos eran
responsables de asegurarse de que no existieran diferencias cuando
se trataba de bienes económicos como la educación, las pensiones o
cualquier otra cosa que los autores definieran como un “derecho
social”. Los autores además argumentaron que sólo cuando la lógica
del mercado hubiera sido expulsada de estas esferas podría surgir una
sociedad igualitaria y justa basada en la solidaridad. Aunque lo hizo
en términos diferentes, El Otro Modelo presentó y defendió una
ideología y un sistema político socialista. El segundo gobierno de
Bachelet encarnó esta ideología radical y las reformas que siguieron.
Debido a la persistencia de la narrativa igualitaria a lo largo de los
años, gran parte del público compró la idea de que el neoliberalismo
había llevado a más desigualdad e injusticias a pesar de que la
desigualdad de ingresos estaba disminuyendo. Cuando en febrero de
2020, Bachelet en su calidad de Alta Comisionada de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, declaró que la desigualdad era
la causa de las manifestaciones en Chile y Ecuador, reforzando la
percepción de gran parte de la población de Chile.9 En efecto, según
las encuestas de opinión publicadas en diciembre de 2019, los
chilenos consideraban que la principal razón de la crisis social había
sido el alto nivel de desigualdad de los ingresos (CEP 2019). El
Índice de Desigualdad Percibida del 2015 de la CEPAL mostró que
Chile era el país con mayor percepción de desigualdad en los ingresos
de América Latina. De igual forma, el mismo índice mostraba que la
percepción de que la desigualdad de ingresos era injusta había
aumentado a lo largo de los años.
Si el consenso entre las elites era que la desigualdad era el
principal problema de Chile antes de la crisis social, no es de extrañar
9Ver www.latercera.com/mundo/noticia/bachelet-pide-que-se-fijen-responsabili-
dades-por-violaciones-de-ddhh-cometidas-durante-protestas-en-chile-y-
ecuador/EFXRNNTG5RGUVAZC4WJ6AOLHVI.
que después de que estallara la crisis este consenso se reforzara. En
referencia a la explicación popular de la crisis, Carlos Peña, un
influyente académico de centroizquierda, observó: “Si tomamos en
cuenta las reacciones inmediatas de estos días, la causa del fenómeno
sería la injusticia y especialmente la incuestionable desigualdad que
afecta a la sociedad chilena” (Peña 2020: 11–12).10 Sin embargo, el
propio Peña notó correctamente que el país nunca había sido más
próspero e igualitario que en la actualidad. Esto significaba que la
idea bien establecida de que la desigualdad económica había sido la
causa de la crisis social era "intelectualmente incorrecta" (ibid.: 13).
A su vez, Peña argumentó acertadamente que era la percepción de la
desigualdad la que había cambiado. Así, aunque la desigualdad había
disminuido en Chile, la gente se había vuelto más sensible a ella
porque la sensación de que la desigualdad existente era legítima se
había erosionado (ibíd.: 128-29). Fue precisamente este sentimiento
de injusticia, creado en gran medida por la narrativa igualitarista, la
que pavimentó el camino para las desastrosas reformas de la segunda
administración de Bachelet. A su vez, esas reformas crearon una
frustración adicional con el sistema al detener el tren del progreso
económico. Después de Bachelet, Piñera llegó al poder por segunda
vez prometiendo traer de vuelta “tiempos mejores”, en palabras de su
lema de campaña. Después de fracasar en el cumplimiento de sus
promesas, la crisis social estalló.
Parte de la razón por la cual la crisis será tan difícil de resolver en
Chile es que los creadores de opinión no se dan cuenta de que sus
orígenes son principalmente ideológicos. Es a través de este lente que
10
Hay otra causa de la crisis social que Peña menciona, a saber, la excesiva
emocionalidad de las generaciones más jóvenes. Según Peña, los estudiantes chilenos
carecen hoy en día de marcos normativos capaces de orientar sus vidas más allá de su
mera subjetividad. Como resultado, se han vuelto más intolerantes, mostrando una
tendencia a romper las reglas de conducta socialmente aceptadas (Peña 2020: 142).
Este argumento se asemeja mucho al análisis de Jonathan Haidt y Lukianoff sobre la
juventud americana en su obra The Coddling of the American Mind (2018). También
hay que mencionar que otra causa de frustración entre los jóvenes de clase media y sus
familias es lo que se puede llamar la “paradoja del bienestar”. Esto se refiere al hecho
de que los retornos económicos de la educación superior — el principal motor de la
movilidad social en Chile durante las últimas décadas—han disminuido junto con su
masificación. En otras palabras, el mismo proceso que ha permitido a millones de
personas ascender en la escala de ingresos ha hecho más difícil la meta de un ingreso
alto y el estatus social asociado a él (Klapp y Candia 2016).
los ataques generalizados al libre mercado deben ser entendidos. El
sociólogo de centroizquierda, Eugenio Tironi estaba en lo cierto
cuando argumentó que las manifestaciones masivas de 2019 eran
ideológicamente opuestas al modelo económico de los Chicago Boys
(Tironi 2020: 26-27). Sin embargo, como Peña y muchos otros,
Tironi no pareciera entender que las percepciones de la legitimidad
de ese modelo habían sido erosionadas por las ideologías igualitarias
que intelectuales como él y otros habían popularizado. Esto desplazó
las instituciones políticas y económicas del país casi por completo
hacia el redistribucionismo.
Como Douglass North (1988: 15) observó, las ideologías se
refieren a las “percepciones subjetivas que la gente tiene sobre cómo
es el mundo y lo que debería ser”. En la medida en que las ideologías
tienen un componente prescriptivo, “afectan a la percepción de las
personas sobre la equidad o justicia de las instituciones de un sistema
político-económico” (ibíd.). Más aún, dado que las ideologías y
creencias disponibles en una determinada cultura definen en última
instancia la forma de gobierno que determina las reglas formales del
juego—es decir, los derechos de propiedad y las características de
aplicación—no es una sorpresa, dijo North (1993), que los mercados
económicos eficientes sean tan excepcionales.
North (1990: 110–11) también sostuvo que la ideología es clave
para resaltar los malos resultados económicos de los países del Tercer
Mundo, por la razón de que sus ideologías suelen promover políticas
que imponen limitaciones institucionales y desalientan la actividad
productiva. De hecho, en el caso de Chile, la ideología igualitaria de
la nación condujo a cambios en el marco institucional de su libre
mercado, transformando su sistema en uno cada vez más incapaz de
proporcionar resultados económicos beneficiosos. Esto alimentó aún
más las narrativas igualitarias porque, como es típico de los
dogmáticos ideológicos, los defensores del sistema igualitario se
negaron a cambiar sus puntos de vista. Contra toda evidencia, la
frecuente repetición de la idea de que los problemas del país eran el
resultado de una desigualdad extrema y de la injusticia social terminó
por convencer a muchas personas de que el sistema debía socializarse
más. Como ha argumentado el psicólogo Daniel Kahneman, “una
forma fiable de hacer creer a la gente en falsedades es la repetición
frecuente porque la familiaridad no se distingue fácilmente de la
verdad” (2012: 62).
La Muerte de la Concertación y el Colapso del
Consenso de Mercado
En cierto sentido, el modelo económico de los Chicago Boys
estaba condenado a ser desmantelado con el paso del tiempo. El
hecho de que los gobiernos que vinieron después de los Chicago Boys
aceptaran sus reformas no significa que estas administraciones
tuvieran una profunda comprensión de la naturaleza positiva de las
fuerzas del mercado, y mucho menos un verdadero compromiso
moral con la libertad económica. Patricio Aylwin, el primer
presidente después de los años de Pinochet, reflejó de mejor forma la
visión de centroizquierda sobre el mercado cuando a principios de
1990, declaró:
13Ver https://clasemediaprotegida.gob.cl
14 www.youtube.com/watch?v=JlPfH76A_BI. Joaquín Lavín, candidato presidencial y
uno de los políticos de centroderecha más emblemáticos y populares del país, fue más
allá de Piñera. En una columna publicada en El Mercurio, argumento que Chile
necesitaba “cambiar su modelo de desarrollo” porque había creado dos países separados
al igual que el Muro de Berlín. Lavín pidió una “reunificación” social y atacó a la élite
económica de Chile por obstaculizar la movilidad social. También denunció la
desigualdad “horizontal” que, en su opinión, caracterizaba a la sociedad chilena. Bajo
este concepto, Lavín se refería a las desigualdades en la atención sanitaria, la vivienda
y la educación. Bajo su punto de vista, estas injusticias tienen que ser “terminadas” a
través un mayor gasto gubernamental, niveles de impuestos más altos y políticas
públicas diferentes a las implementadas (Lavín: 2019).
cuestión constitucional, si hay algo que la caída de Chile puede
enseñar al mundo, es que, una vez más, el poder de las ideas e
ideologías es mucho mayor que el atractivo de los hechos. En otras
palabras, Chile confirma la vieja lección liberal clásica de que no hay
esperanza para la supervivencia del libre mercado sin el argumento
moral de la libertad económica. Dicho caso moral y cultural a favor
de la libertad económica, que debe ser aceptado por el público, debe
ser ante todo generado —al menos en parte— por la élite intelectual,
política y económica.
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