François Hartog El Presente y El Historiador

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TAREA 1 (1) 27-41

El presente y el historiador
François Hartog1

École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), París

L as condiciones del ejercicio del oficio de historiador han cambiado,


hasta nuestros días, rápidamente ante nuestros ojos. La fórmula de
“crisis” hizo su pronta aparición y se impuso a partir de 1990. Así, se habló
de “crisis” de la historia, o de historia “desorientada”, mientras que nues-
tras relaciones con el tiempo se iban modificando.2 El futuro se cerraba,
el pasado se oscurecía, el presente se imponía como el único horizonte.3
¿Qué iba a ser del lugar y la función de quien se había definido, en el
siglo XIX –cuando la historia, habiéndose vuelto una evidencia, se había
pretendido ciencia y se había organizado como disciplina–, como el me-
diador sapiente, entre el pasado y el presente, en torno a ese objeto mayor,
si no único, la Nación o el Estado, en un mundo que, privilegiando en
adelante la dimensión del presente, incluso solo la del presente, comenza-
ba a proclamarse globalizado? Alemania, al menos hasta su reunificación,
había tanteado el camino de lo posnacional e intentado el patriotismo de
la Constitución. El Estado, bajo la forma del Estado providencia, se veía
urgentemente invitado a “repensarse”, mientras los neoliberales se “encar-
gaban de los regímenes de adelgazamiento”. 1 La traducción estuvo a cargo de
¿No se había aprendido que el historiador moderno, incluso antes Gerardo Losada.
de comenzar, debía plantear la neta separación del pasado y del presen- 2 “Le temps désorienté”, Annales,
Histoire, Sciences sociales,
te –sin perjuicio de, a continuación, olvidarla rápidamente–? Porque la Volumen 50, Nº 6, 1995; Gérard
historia solo debía ser la ciencia del pasado: una ciencia pura, como lo Noiriel. Sur la ‘crise’ de l’histoire.
reclamaba Fustel de Coulanges, y su servidor, un ojo, capaz de descifrar Paris, Belin, 1996.

documentos en el silencio de los archivos. Todavía con Fernand Braudel, 3 François Hartog. Régimes
d’historicité. Présentisme et expé-
a mediados del siglo XIX, el historiador longue durée se veía ubicado –aun- riences du temps. Paris, Collection
que más no fuese implícitamente– en una posición visual dominante. En Points-Seuil, 2012.

27
4 Marc Bloch. Apologie pour l’his- Europa, uno de los primeros signos o síntomas, observado prematuramen-
toire ou Métier d’historien. Paris, te y consignado por ciertos historiadores, respecto del resquebrajamiento
Armand Colin, 1997, p. 65.
del mundo surgido de la posguerra, fue, a fines de la década del setenta,
5 Rapport sur les études histo-
riques. Paris, Imprimerie Impériale, la emergencia de la memoria. El fenómeno era, a la vez, una expresión de
1868, p. 356. ese ascenso del presente y una respuesta a él. Con la noción de “memoria
colectiva”, que había sido elaborada por el sociólogo Maurice Halbwachs
entre las dos guerras, el historiador disponía de un acceso de primera,
donde, por intermedio de los marcos sociales de la memoria, memoria y
sociedad se encontraban vinculadas.
A grandes rasgos, el historiador ha ocupado cuatro posiciones en
el curso de los siglos XIX y XX. (a) En Francia, se lo piensa como profeta
–con Jules Michelet como vates del Pueblo, a la manera del “vidente” de
Hugo–; (b) se lo pretende “pontífice” y “maestro” –con Gabriel Monod y
Ernest Lavisse, el historiador es el que realiza un “puente” entre la antigua
y la nueva Francia, el que relata la lenta formación de la nación e inculca
la República–; (c) reivindica “el olvido” previo del presente –Fustel de
Coulanges es quien llevó más lejos esta postura– para consagrarse al co-
nocimiento solo del pasado; (d) insiste sobre la necesidad de tener las dos
puntas de la cadena juntas: el pasado y el presente –con los fundadores de
los Annales–. Para Marc Bloch, la historia, “ciencia de los hombres en el
tiempo”, tiene una “incesante necesidad de unir el estudio de los muertos
con el de los vivos”, de moverse del pasado al presente y del presente al
pasado en un constante movimiento de ida y vuelta.4
¿Hoy, el historiador debería mantenerse solo en el círculo del pre-
sente? Me estoy refiriendo a ese presente extendido, nuevo territorio de
la memoria. En 1867, un Informe sobre los estudios históricos en Francia
concluía con estas fuertes constataciones: “El historiador no nace para una
época, sino cuando esa época está muerta del todo. El dominio de la histo-
ria es entonces el pasado. El presente le corresponde a la política, y el futu-
ro pertenece a Dios”.5 El autor no dejaba de presentarse, ante el ministro,
destinatario del informe, como un “notario exacto”. ¿Qué se le escribe hoy
a un ministro? ¿Para ser admitido en el espacio público y ser reconocido
en la sociedad civil, el historiador debe “presentificarse”, empero, “politi-
zarse”, o dedicarse a una historia militante? Puesto que, al “notario exacto”
de las cosas ocurridas, se lo llama hoy “experto”: ¿el historiador se debería
presentar como un experto de la memoria y asumir su “responsabilidad”?
Muy claramente, esta posición de guía del presente se encuentra
ocupada, en el presente, por numerosos historiadores de lo contempo-
ráneo o de lo muy contemporáneo, los cuales han tenido los primeros
papeles en el espacio público y en la profesión, y han padecido dificultades
y alcanzado honores. Fundada en 1984, la revista Vingtième Siècle aspiraba
a “hacerse cargo de la identidad del presente”. En el mismo momento, Pie-
rre Nora diagnosticaba que “el presente se había convertido en la categoría
de nuestra comprensión de nosotros mismos”. Al historiador, “le corres-
ponde explicar el presente en el presente”, a él, que se coloca “entre la pre-

28
6 Pierre Nora (ed.). Lieux de gunta ciega y la respuesta ilustrada, entre la presión pública y la paciencia
mémoire. Paris, Gallimard, [1984]
1992.
solitaria del laboratorio, entre lo que siente y lo que sabe”. En los Lieux de
mémoire, el procedimiento de quien los conceptualizó era, sin duda, ese:
partir del presente para volver a él, después de haber convocado y trabaja-
do la memoria, para hacerlo pasar por el tamiz del lugar de memoria. De
tal modo que el lector no encontraba, al final, ni la epopeya retrospectiva
de la Nación realizada, ni el desfile de los estadios de la Historia. Ahí, el
modo de ser del pasado debía ser, en efecto, el de su surgimiento en el
presente, pero bajo el control del historiador. Tal era el postulado de esta
amplia investigación, cuyo primer volumen apareció en 1984 y, el último,
en 1992,6 y que estaba motivado por la ambición de renovar la historia, de
relanzarla, y, en ningún caso, de encabezar su cortejo fúnebre.
Con esta experiencia inédita de historia del presente, la historia
contemporánea ha ganado la partida, tal vez, incluso más allá de lo que
esperaba. Ese abordaje de lo contemporáneo, que apenas hace poco pre-
sentaba argumentos para defender su legitimidad frente a los otros “pe-
ríodos”, y que muy poco después estaba atento al “retorno” del aconteci-
miento, hoy habla en nombre de la historia. Para el gran público y para
los medios de comunicación, se ha convertido en la historia, en toda la
historia, o casi. El pasado como exotismo y receptáculo de la alteridad de
los años setenta ha desaparecido. ¿Pero ese innegable éxito no tiene un
precio? ¿La historia contemporánea, en Francia y en otros lugares, puede
escapar a los calendarios de las conmemoraciones y a las agendas de la
comunicación política? ¿Llevada, en todo caso, por la ola del presente, no
corre el riesgo de ser superada por ella?
¿Qué pasa, por otra parte, con los historiadores de otros períodos?
¿Pueden dedicarse a sus ocupaciones y valerse del saber acumulado en
sus especialidades, como si todos esos cambios, aun siendo de fondo, no
les concernieran sino lejanamente? Pero hay algunas señales. La historia
no se enseña más en los colegios en los últimos años de estudio con
orientación científica. En la universidad, los cursos de historia atraen
menos estudiantes. El lugar que le concedían los diarios y revistas se ha
ido reduciendo y, sin sorprender a nadie, los promedios de venta de los
libros de historia han bajado. Salvo excepciones, la historia se ha conver-
tido en una figura secundaria en el paisaje de los medios. Pero, al mismo
tiempo, y en sentido contrario, se habla del apetito por la historia, se cita
la audiencia de un programa como “La fábrica de la historia”, el éxito
de las “Jornadas de Blois”, que, cada año, atraen un amplio público,
compuesto, en parte, por profesores de Historia. Curiosos, interesados
y participantes se agolpan en las conferencias, en las múltiples mesas
redondas, y se detienen delante de los numerosos stands de los editores.
Es innegable que la “fiesta” ha prendido. Como una peregrinación, bien
organizada, reúne, cada año, en la misma época, a sus fieles. En ella,
como es evidente, no domina ninguna ortodoxia, porque hay más de un
cuarto en la casa de Clío. Basta con creer en la historia. ¿Pero esos aconte-

29
7 François Bédarida. Histoire, cri- cimientos, esas prácticas culturales, son suficientes para concluir, a partir
tique et responsabilité. Bruselas, de ellas, que, a fin de cuentas, la historia no sale tan mal parada como
Complexe, 2003, pp. 305-329.
se dice? Yo no lo creo. Si bien no hay que ignorarlos, tampoco se puede
8 Fernand Braudel. Écrits sur
l’histoire. Paris, Flammarion, estimar que su significación sea unívoca, y tampoco no se puede ver, en
1969, p. 32. ellos, una función tranquilizadora. “Sí, la historia está siempre ahí, nos
instruye, nos distrae, es nuestra memoria colectiva, nos responsabiliza, a
nosotros hoy, como ciudadanos”.

Las condiciones del ejercicio del oficio

¿Cuál es, formulado de la manera más general, el papel del historiador,


sino el de aportar un poco más de inteligibilidad al mundo y un plus de
lucidez a sus ciudadanos? Ni más ni menos que los otros cultores de las
ciencias humanas y sociales, pero de una manera propia, la del historiador.
De lo cual, se deriva un supuesto, la necesidad de una previa captación lo
más correcta y fina posible de las condiciones del ejercicio del oficio. Entre
ellas, detengámonos, ante todo, en la del tiempo. Porque si la relación con
el tiempo es, para cada uno, la dimensión fundamental de su experiencia
del mundo y de sí mismo, lo es doblemente para el historiador. Puesto que
el tiempo es, primero, aquel en el cual él vive y trabaja, pero es también
“su” período, el tiempo sobre el cual trabaja. Por esto, François Bédarida lo
había denominado “el organizador del tiempo”.7 ¿Cuáles son las relaciones
que se establecen entre esos dos tiempos? Con esta pregunta suplementaria
para el historiador de lo contemporáneo: ¿qué pasa con esas relaciones des-
de el momento en que la distancia entre el tiempo vivido y el tiempo es-
tudiado se reduce a casi nada y que “su” tiempo lo es doblemente? ¿Cómo
retroceder y tomar distancia para obtener el equivalente de la mirada ale-
jada que el etnólogo creaba en otra época al desplazarse en el espacio? Una
vez abandonadas las ilusorias seguridades del evolucionismo, el etnólogo,
desde allá lejos, podía cuestionar las evidencias del acá, al mismo nivel. La
comparación es una respuesta posible, lo cual implica que acepta salir de
“su” tiempo y de su “lugar”.
“Ocurre, con frecuencia, que, bajo la influencia de fuertes y ricas
tradiciones, una generación entera atraviesa el tiempo de una revolución
intelectual sin participar en ella”.8 Esta otra advertencia, enunciada hace
tiempo por Fernand Braudel, es un útil llamado de atención. Porque,
como se sabe, existen las inercias de las disciplinas, las rutinas de las es-
cuelas y de los cuestionarios, el peso de las instituciones, junto con su ri-
gidez, pero, también, su relativa exterioridad. Por esto, para el historiador,
una manera de hacerse contemporáneo de lo contemporáneo es comenzar
cuestionando la evidencia masiva de su tiempo contemporáneo, lo cual es
todo lo contrario de quedarse sin aliento corriendo detrás de la actualidad
o de ceder a la moda del tiempo contemporáneo. Como lo nota el filósofo
Marcel Gauchet, que habla por experiencia, “hay que querer ser de su

30
9 Marcel Gauchet. La Condition tiempo para serlo, y hay que trabajar para llegar a serlo”.9 ¿Cuál es, enton-
historique. Paris, Stock, 2003,
p. 60.
ces, el trabajo por desarrollar para quien quiere serlo como historiador?
¿Cómo convertirse en organizador o, mejor, yo diría, en vigía del tiempo
10 Fue uno de los más activos
abogados de una antropología de o, mejor, de los tiempos?
los mundos contemporáneos. El rápido ascenso de lo “contemporáneo” o del “presente”, como
11 Johannes Fabian. Le Temps et categoría dominante, ha sido el rasgo predominante de esta coyuntura.
les autres. Comment l’anthropolo-
gie construit son objet. Toulouse, En historia, evidentemente, pero también, en antropología, en la cual el
Anacharsis, 2006; Alban Bensa. desplazamiento ha sido todavía más espectacular. Desde lo lejano y tra-
La Fin de l’exotisme. Essais
d’anthropologie critique. Toulouse,
dicional hasta lo actual de nuestras sociedades, hasta la observación et-
Anacharsis, 2006, pp. 157-169. nológica de lo que está pasando. De ahí, la rápida importancia de los
12 Olivier Dumoulin. Le Rôle lugares de la modernidad, a la manera de un Marc Augé,10 junto con el
social de l’historien. De la chaire cuestionamiento de la noción misma de cultura (denunciada como cul-
au prétoire. Paris, Albin Michel,
2003. turalismo) en provecho de la sola contemporaneidad de las situaciones de
interlocución entre el etnólogo y aquellos a quien estudia. Olvidémonos
de las estructuras y el estructuralismo –adiós Tristes trópicos–, y apostemos
a lo pragmático. Se acabaron las viejas lunas evolucionistas, pero también,
las innumerables variaciones sobre la alteridad, último avatar del eurocen-
trismo y del colonialismo. Todos somos similarmente contemporáneos.11
La sociología no ignora, evidentemente, esta tendencia, la cual tuvo como
proyecto original investigar sobre el presente de las sociedades y sus dis-
funciones. Pero “la intervención sociológica”, tal como lo propuso Alain
Touraine, se pretendía una forma de sociología caliente o inmediata, en el
corazón del presente y para él.
Bajo el nombre de presente, lo contemporáneo se ha convertido en
un imperativo social y político, en una evidencia indiscutible. De hecho,
se ejerce una presión, a la vez, difusa y fundada, venida de los medios de
comunicación, de la edición, de los procuradores de fondos tanto públicos
como privados, para que las ciencias humanas y sociales se vuelvan más
hacia lo contemporáneo y respondan mejor, más rápido, a la “demanda
social”, a la urgencia de las situaciones, de las emociones, de las desgracias,
en tanto saben ponerlas en cifras y palabras. Para atender esta demanda,
se apela a los expertos, por lo que el historiador es entonces solicitado
bajo ese título.12 Para ser quien, en las comisiones ad hoc, supuestamente,
aporte los hechos, incluso, no otra cosa que los hechos o, en ocasión de
ciertos procesos, quien ocupe un lugar de testigo. El experto de la memo-
ria, experto para decir lo que realmente ha ocurrido, experto del contexto.
¿Cuál es la trama de ese tiempo contemporáneo? Una serie de pa-
labras, cuyo uso se ha impuesto, es una manera de reconocerlo y decirlo.
Esos términos dibujan los principales motivos de ese tiempo. Si ya no
hay grandes relatos, en cambio, se han puesto en circulación palabras cla-
ve, que funcionan como soportes de toda clase de relatos fragmentarios y
provisorios. Permiten dar forma; autorizan a tomar la palabra; gracias a
ellas, las injusticias pueden ser expresadas, los crímenes denunciados, los
silencios nombrados, las ausencias evocadas. Propiamente insoslayables, se
han impuesto como contraseñas, palabras de época. En adelante, bastaría

31
13 Pierre Nora (ed.). Lieux de con pronunciarlas sin que hubiera necesidad de explicarlas. Está, en pri-
mémoire, III, Les France. Paris,
Gallimard, 1992, pp. 988, 992,
mer lugar, el cuarteto formado por la memoria, la conmemoración, el
1010. patrimonio y la identidad, al cual, al menos, habría que añadir el crimen
14 Vincent Descombes. Identités de lesa humanidad, la víctima, el testigo y otras más. En la medida que
à la dérive. Marsella, Editions constituyen, más o menos, un sistema, esas palabras, que no tienen ni la
Parenthèses, 2011, pp. 55-56.
misma historia, ni el mismo alcance, remiten las unas a las otras. Se han
convertido en referencias, a la vez, poderosas y vagas; en soportes para la
acción, en eslóganes para hacer valer reivindicaciones y exigir reparacio-
nes. Inevitablemente, portan consigo toda una carga de quid pro quo. Si
el historiador menos que nadie puede ignorarlas, debe, más que nadie,
cuestionarlas, captar su historia, trazar sus usos y sus malos usos, antes de
retomarlas en su cuestionario.
Esas palabras han suscitado una avalancha de libros, de artículos,
de informes, pero también, un frenesí de declaraciones, de decisiones y de
leyes. Del lado de la historia, Pierre Nora ha hecho de ellas el hilo con-
ductor de su gran investigación en los Lieux de mémoire. Desde el texto
que abre el libro, “Entre historia y memoria”, hasta “La era de la conme-
moración”, en el séptimo volumen. En ese último texto, ya retrospectivo,
deducía lo que él llamaba “la inversión de la dinámica de la conmemo-
ración”. Según el autor, al “modelo histórico” de lo conmemorativo ha
sucedido un “modelo memorial”, justo cuando, en menos de veinte años,
“Francia pasaba de una conciencia nacional unitaria a una conciencia de
sí de tipo patrimonial”, en la cual dominaba el presente. Pero ese presente
“historizado”, cargado de un pasado que no terminaba de pasar, iba a la
par de la emergencia de la “identidad”. Francia, como persona, subrayaba
nuevamente Nora, apelaba a su historia. Francia, como identidad, no se
prepara un futuro, sino en el desciframiento de su memoria.13 Patrimonio,
identidad y memoria también resultaron, en ciertos aspectos, nociones
para tiempos de incertidumbre. El filósofo Vincent Descombes lo expre-
saba, con gran claridad, a propósito de la identidad nacional:

La identidad nacional puede significar el pasado nacional, es decir, las generaciones


pasadas de nuestro país. Concierne, entonces, a la situación fija, porque el pasado
ya se ha desarrollado, es un objeto histórico. En cambio, el futuro, que es la otra
cara de la identidad nacional, significa que tenemos una identidad en la medida en
que tenemos un futuro y tenemos un problema de identidad en la medida en que
tenemos un problema con nuestro futuro. El problema de identidad planteado a ni-
vel colectivo implica la dificultad de representar un futuro que sea nuestro futuro.14

Memoria

La mitad de la década del ochenta coincidió con la emergencia plena del


fenómeno memorial en el espacio público. Literatura, arte, museos, filoso-
fía, ciencias sociales, discurso político le dieron cada vez más lugar. La cro-
nología, la extensión de las diversas expresiones de ese fenómeno fueron

32
15 Kerwin Lee Klein. “On the conocidas y han sido repertoriadas. Ese deslizamiento de la historia hacia
Emergence of Memory in
Historical Discourse”, Repre-
la memoria indicaba, como se lo percibe ahora, un cambio de época. Des-
sentations Nº 69, 2000, p. 145; de la Revolución Francesa, la historia y la memoria han marchado como
Didier Fassin y Richard Rechtman. dos grandes veleros que, al navegar juntos, podían alejarse, el uno del otro,
L’empire du traumatisme. Enquête
sur la condition de victime. Paris, como también, ir borda contra borda. En el conjunto, la historia impuso
Flammarion, 2007. su ley. Porque estaba vuelta hacia el futuro, conducida por el progreso y
16 Benjamin Wilkomirski. Frag- las leyes de la evolución, componía, cada día, el relato del devenir. Pero
ments. Une enfance 1939-1948.
Paris, Calmann-Lévy, [1995]
las grandes crisis que atravesó la sociedad acarrearon, con ritmos variables,
1996. Ver Régine Robin. “Entre ascensos y erupciones de la memoria, de los que la historia se sirvió, en
histoire et mémoire”, en Bertrand parte, para transformarlos en historias prioritariamente nacionales. Erup-
Müller (ed.): L’histoire entre
mémoire et épistémologie. Autour ciones de esta índole tuvieron lugar después de 1820, en torno a 1880,
de Paul Ricoeur. Lausanne, Payot, antes y después de 1914, a partir de la mitad de la década de 1970. Pero
pp. 62-73.
el mecanismo se frenó.
En una época, bastante cercana todavía, el simple enunciado del
término “Historia” –con mayúscula– significaba explicación. La Historia
quiere, juzga, condena… hoy, aunque de un modo diferente, la memoria
se ha convertido en esa palabra clave que exime de una explicación adi-
cional. Es un derecho, un deber, un arma. Duelo, trauma, catharsis, tra-
bajo de la memoria, compasión, la acompañan. En un cierto número de
situaciones, se recurre a ella, no como complemento o como suplemento
de, sino más bien como reemplazo de la historia. Es, claramente, una
alternativa a una historia que, según se piensa, ha fallado, se ha matado.
La historia de los vencedores, y no la de las víctimas, de los olvidados, de
los dominados, de las minorías, de los colonizados. Una historia encerra-
da en la nación, con historiadores al servicio de una historia, de hecho,
“oficial”. Y se habla incluso, aquí y allá, de la memoria como “alternativa
terapéutica” a un discurso histórico que nunca habría sido otra cosa que
una “ficción opresiva”.15
Como toda palabra de época, su dominio se basa en su plurivoci-
dad, que remite a una multiplicidad de situaciones, las cuales están tam-
bién tejidas con temporalidades bastante diferentes. Según que se hable de
Ruanda, de África del Sur, de la Shoh, de la trata de negros, la palabra no
tendrá exactamente la misma significación. Incluso, si viene a inscribirse
en la temporalidad unificadora e inédita del crimen de lesa humanidad,
en ese tiempo que no pasa, el de lo imprescriptible. Recorrer todo el arco
de los usos contemporáneos de la memoria e identificar la diversidad de
los contextos de los temas en juego sería una tarea, a la vez, repetitiva e in-
terminable. Podría llegarse, incluso, hasta la memoria simulada, puesta en
palabras por Benjamin Wilkomirski, quien se inventó una identidad me-
diante una identificación con las víctimas judías.16 Hablar de exceso o de
abuso de la memoria no resuelve nada y, por otra parte, ¿quién puede estar
tan seguro de encontrarse en posesión del verdadero patrón de medida? Lo
cual nos llevaría hacia Paul Ricœur y lo que motivó su largo rodeo filosó-
fico: la búsqueda de una “justa memoria” y, de paso, el reconocimiento de
una “inquietante extrañeza” de la historia. Un exceso de preocupación por

33
17 Emmanuel Terray. Face aux el pasado corre el riesgo, según estiman algunos, de ser una excusa para no
abus de la mémoire. Arles, Actes
Sud, 2006.
ver los males del presente.17
Esto puede ocurrir, pero, para preocuparse de las desgracias del tiem-
po, es necesario, más allá de una compasión por el instante, estimar que se
puede obrar, que el futuro podría ser diferente, que hay lugar para proyec-
tos, incluso, para una alternativa. En resumen, es necesario creer en una
cierta apertura del futuro, luego, en la historia, para poder escapar a la sola
imposición del presente. De un presente que, además, nunca termina de
diagnosticarse, que presenta un estado de crisis permanente. Pero una crisis
que dura, que no termina, ¿sigue siendo una crisis, en el sentido original
y médico del término, es decir, un momento crítico y un punto decisivo?

Patrimonio

El patrimonio está ahí, como algo ya familiar, presente tanto en la retórica


oficial como en nuestros discursos ordinarios. En Francia, cada septiem-
bre, se produce su retorno bajo la forma de las “Jornadas del patrimonio”,
también llamadas, desde hace poco, “Jornadas europeas del patrimonio”.
Se habla del tema durante un fin de semana, se entrevista a “trabajado-
res” del patrimonio, se critican las insuficiencias de presupuesto, se lanzan
cifras, se da la lista de las “residencias” abiertas en esa ocasión, el Palacio
del Elíseo –¿con presidente incluido?, nunca se sabe– atrae a las muche-
dumbres. Un balance, bajo la forma de un comunicado emanado del Mi-
nisterio de Cultura, cierra las actividades el lunes a la mañana: “¡Éxito!”,
“Más de doce millones de visitantes” durante las vigesimocuartas jornadas.
Alguien dirá que es la política de los pequeños pasos en la Europa de la
cultura. El mismo día, a la misma hora, cada uno puede visitar su patrimo-
nio, que se encuentra por eso etiquetado como “patrimonio europeo”. Así,
imperceptiblemente, avanza la Europa del patrimonio y, por consiguiente,
la Europa que se querría promover como patrimonio. Esas manifestacio-
nes, convertidas en rutinarias, como la fiesta de la música, o la temporada
de las liquidaciones, constituyen el telón de fondo de toda reflexión sobre
el objeto patrimonio: un signo de su presencia en nuestros espacios públi-
cos. Seguramente, uno se puede irritar con respecto a la idea de “todo es
patrimonio”, esa “muleta para una identidad achacosa”, según la expresión
de Jean-Pierre Rioux.
Queda por averiguar el porqué de ese entusiasmo, al cual remite la
ola de la patrimonialización. El patrimonio surgió y se impuso rápidamen-
te antes de instalarse. Se difundió en todos los rincones de la sociedad y del
territorio. Se movilizó, y fue tomado a cargo por múltiples asociaciones.
Estuvo al alcance de ellas, inervó el tejido asociativo, fue institucionalizado,
se convirtió en un topos del discurso político, fue objeto de informes, de en-
cuestas, de conversaciones y altercados. En Francia y mucho más allá. Va-
lorizarlo se ha convertido en una evidencia, en una exigencia. Concebido

34
18 Max Querrien. Pour une como un recurso, pide una buena gestión. Se ha multiplicado. La Unesco
nouvelle politique du patrimoine.
Documento oficial. Paris, Ministère
no escapó a esta tendencia y lo ha hecho variar de distintas maneras, lo ins-
de la culture, 1982. cribió en convenciones siempre más amplias y ambiciosas, cuyo sujeto es
la Humanidad, todo bajo la enseña de la preservación y, desde hace poco,
del desarrollo sustentable. Un poco por todas partes, ha inspirado políticas
urbanas que han puesto en marcha la rehabilitación, la renovación y la real
apropiación de centros históricos o predios industriales. Ciertos profesio-
nales han hecho de él su razón social. Investigadores de distintos horizontes
lo han escrutado, en tanto han acompañado y dado forma a su incremento
de poder, rastreado su historia, explorado sus significaciones, y se han in-
terrogado, al mismo tiempo, sobre su propia disciplina. Es lo que a veces
se ha llamado el momento reflexivo: ese tiempo de detención, de mirada
retrospectiva sobre el camino recorrido, pero, también, la expresión de la
pérdida de seguridad, incluso, de una desorientación. ¿Qué hacer ahora?
La fase ascendente y conquistadora del patrimonio se ha termina-
do. No es que haya un reflujo, pero se ha entrado en el régimen ordina-
rio del patrimonio, que va desde su invención hasta su asimilación. Su
rutina cotidiana. Ya no es el tiempo de las incursiones, de las avanzadas
pioneras y de los manifiestos, más bien, el de la velocidad constante y
de los ajustes en torno a la economía del patrimonio y a las políticas
de comunicación –de las ciudades, de los grandes organismos, especial-
mente–. Es ilustrativo el recorrido del “patrimonio” en las comunidades
científicas, y sus efectos de rebote sobre los saberes mismos de aquellas o,
mejor, sobre la percepción que se tiene de ese fenómeno o que se quisiera
dar. ¿Hay que destruir, conservar, clasificar? Los científicos muestran,
según las disciplinas, una actitud ambivalente a propósito de la patrimo-
nialización. Conservar, sí, pero en la medida en que eso sirva a la vida.
Por definición, la ciencia mira hacia adelante, no hacia atrás. Conservar,
sí, incluso, cuando ciertas disciplinas, como la Física, atraviesan una cri-
sis –identitaria–. Conservar, por cierto, pero como una manera de llevar
a cabo una operación de comunicación.
Cuando, en 1937, Jean Perrin lanzó la idea del Palais de la Dé-
couverte (‘Palacio de los descubrimientos’), quería un museo para crear
un vínculo directo con el público, pero un museo “que mantuviera un
contacto vivo con la Ciencia que continuaba creándose”. Se toca, con ello,
el punto clave de las relaciones con el tiempo: ¿cómo un museo puede
dar lugar al futuro, no solamente como horizonte, sino de forma activa?
Ser una máquina no solo orientada al pasado, sino futurista? Esta inte-
rrogación fue nuevamente lanzada, en la década de 1980, en torno a los
ecomuseos, concebidos idealmente como guías y productores de futuro.
En 1982, Max Querrien anunciaba que quería “hacer pasar por nuestro
patrimonio el soplo de la vida”, mientras que otros, del lado de la Unesco,
querían concebirlo como lo que debería “permitir a una población inte-
riorizar la riqueza cultural de la cual es depositaria”, tal como lo expresaba
un informe de Quebec.18

35
19 Jean Davallon. Le Don du El patrimonio es, como bien se sabe, un recurso para tiempos de
patrimoine: Une approche
communicationnelle de la
crisis. Cuando las referencias se desvanecen o desaparecen, cuando el
patrimonialisation. Paris, Hermès sentimiento de la aceleración del tiempo hace más sensible la desorienta-
Sciences-Lavoisier, 2006. ción, entonces, el gesto de poner aparte, de elegir lugares, objetos, acon-
tecimientos “olvidados”, modos de obrar se impone, se convierte en una
manera de reencontrarse. Sobre todo, cuando la amenaza desborda sobre
el futuro mismo –el patrimonio natural–, y se pone en movimiento la
máquina infernal de la irreversibilidad. Uno se aplica, entonces, para pro-
teger el presente y, según se proclama, preservar el futuro. Es la extensión
reciente más considerable de la noción, que se vuelve operativa, a la vez,
para el pasado y para el futuro, bajo la responsabilidad de un presente
amenazado, que hace la experiencia de una doble pérdida, la del pasado y
la de un presente que se consume a sí mismo.
Al inventariar los múltiples usos actuales de la noción de patri-
monio, salta inmediatamente a la vista la plasticidad y la elasticidad del
concepto. Es lo característico de toda noción que prende al punto de con-
vertirse en una palabra de época. Produce consenso y, al mismo tiempo,
lleva con ella su carga de quid pro quo. Lo mismo ocurre con la memoria.
Aplicar la denominación de patrimonio a algo es inmediatamente perfor-
mativo, tiene sentido cualesquiera que sean las motivaciones por las cuales
se procede así y las significaciones que se le den a la palabra. Aplicarse a
justificar sus empleos, clasificarlos, captar sus ambigüedades, dedicarse a
producir un modelo de lo que es fundar mentalmente la patrimonializa-
ción en una historia cultural de larga duración, es un procedimiento que
posee una legitimidad plena y toda su utilidad.19
Pero limitémonos a registrar la polisemia de la noción. Para de-
cirlo de una vez, el patrimonio, en la actualidad, se encuentra apresado
entre la historia y la memoria. Depende de una y de otra, participa del
régimen de una y de otra, incluso, cuando ya ha entrado, cada vez más,
en la esfera de atracción de la memoria. De la historia nos llegó “el mo-
numento histórico”, que ocupó todo su lugar en una historia concebida
como nacional, e indujo una administración de las formas del saber y
de la intervención que, en Francia, fue la del Servicio de Monumentos
Históricos. Paralelamente, el museo sustraía objetos al tiempo ordina-
rio para darlos a ver –teóricamente, para siempre– a las generaciones
sucesivas, puesto que su selección los convertiría, en principio, en ina-
lienables. Pero hoy, en nombre de una mejor gestión de las colecciones,
aparecen interrogantes sobre este punto. ¿Por qué el museo, que debe
valorizar su patrimonio, recoger fondos y hacerlo circular, no podría,
igualmente, vender para comprar?
Si esta primera inscripción del patrimonio en la esfera de la historia
no ha sido abandonada para nada, se ha venido a añadir la de su asunción
por la memoria. Convertido en palabra de época, patrimonio –como me-
moria, conmemoración e identidad– remite a un malestar con respecto al
presente y trata de traducir, bien o mal, una nueva relación con el tiempo.

36
La del presentismo. Ahora bien, el concepto moderno de historia, como
lo hemos ya subrayado, el de una historia como proceso y desarrollo, in-
corporaba la dimensión del futuro y establecía, al mismo tiempo, que el
pasado era algo pasado. Era dinámico. Según esta perspectiva, el patrimo-
nio era concebido, en primer lugar, como un depósito por transmitir, por
preservar, de modo que estuviera en condiciones de ser transmitido. Pero
la pérdida de evidencia de la historia se tradujo en un rápido ascenso del
patrimonio –segunda manera–, en particular, bajo la forma de la “patri-
monalización”. Mediante esta operación, se apuntó, entonces, menos a
preservar para transmitir que a convertir el presente en más habitable y a
“preservarlo” para sí mismo, en primer lugar, para su propio uso. En esta
nueva economía del patrimonio, se tiene la impresión de que, a partir de
ahí, lo que resulta cuestionable es la transmisión misma. Porque el futuro
ya no acude a la cita. Desde entonces, la patrimonialización hace las veces
de historización, y apela a todas las técnicas poderosas de la presentifica-
ción, entre las cuales los museos y los monumentos conmemorativos son,
en el presente, de gran uso.

“La inquietud” del historiador

Memoria, patrimonio, conmemoración, identidad, todas partes de la red


de palabras del presente que ha sido apropiada ampliamente por otros
actores que, desde larga data, son ocupantes de pleno derecho. El histo-
riador es solamente un visitante tardío. Al primero que encontramos ahí
es al periodista, cuyos informes son el pan de cada día. Sin embargo, helo
ahí desestabilizado por esas dos formas de aceleración que son la instan-
taneidad y la simultaneidad de todo lo que circula sin interrupción en la
pantalla. La ola se ha convertido en un flujo mientras las redes sociales
ganan en extensión y en presencia. ¿Qué pasa, en estas condiciones, con
su rol de mediador, encargado de seleccionar, de dar forma, orden y pers-
pectiva? ¿No sería una cierta inconsecuencia para el historiador, que es
fundamentalmente un mediador –un go-between, un guía…–, el querer
parecerse siempre más al periodista, en el momento mismo en que el lugar
y la función de este último se encuentra fuertemente cuestionada? En el
curso de los últimos años, la crisis general de la prensa escrita ha dado
testimonio de estas transformaciones, que nadie estuvo en condiciones
de controlar. Por otro lado, cuando hemos entrado en un tiempo mediá-
tico de historización del presente, que ya no es ni siquiera cotidiana, sino
instantánea, ¿el historiador puede, también él, “hacer historia en directo”,
siempre más rápida, y dar inmediatamente el punto de vista de la poste-
ridad en un tweet? ¿Esta carrera, perdida de antemano, no desemboca en
una situación, en el sentido literal, de aporía, sin salida? ¿Pero renunciar a
esa fuga hacia adelante no es, precisamente, salir de la carrera y encontrarse
a remolque? Obsoleto, antes de haber escrito una palabra.

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20 Ver, en Le Débat, el conjunto De un estilo judicial de historia
del informe “Vérité judiciaire, véri-
té historique”, ibídem, pp. 4-51.
En el campo de una contemporaneidad judicializada, el historiador encuen-
21 Pierre Vidal-Naquet. L’Affaire
Audin. Paris, Éd. de Minuit, 1958. tra, en primer lugar, un ocupante de pleno derecho, el juez. Con este últi-
22 Ídem, en V. Duclert y P. mo, el encuentro puede ser directo o indirecto, real o metafórico. En efecto,
Simon-Nahum (eds.): Les los jueces se ven encargados de decidir acerca de –casi– todo, y de “curar”
événements fondateurs. L’Affaire
Dreyfus. Paris, Armand Colin, males públicos y privados, pasados y presentes, e, incluso, futuros. A partir
2009, p. 277. de ahí, se habla de “terapia” judicial. De donde se plantea, en Historia, la
23 F. Hartog. Vidal-Naquet, histo- reapertura de un legajo –a decir verdad, antiguo–, el de las relaciones entre
rien en personne, l’homme-mé-
moire et le moment mémoire.
el juez y el historiador, y de las claras interferencias entre lo histórico y lo
Paris, La Découverte, 2007, pp. judicial.20 Si ya nadie habla del tribunal de la historia o en su nombre, se
30-31. han reactivado, en cambio, los interrogantes sobre el juez de la historia, el
24 Thomas, ibídem, pp. 278-279. que emite la sentencia o, más bien, el juez de instrucción. Precisamente,
Carlo Ginzburg. Le juge et l’histo-
rien, Considérations en marge du porque la historia no es ya esa instancia superior, es por lo que surge o
procès Sofri. Paris, Verdier, 1997. resurge la cuestión del historiador como juez. Un buen ejemplo es el de Pie-
rre Vidal-Naquet, que en 1958, a propósito de la desaparición de Maurice
Audin, actuó de esta manera. Detenido y torturado por los paracaidistas en
el momento de la batalla de Argelia, ese joven matemático, miembro del
Partido Comunista Argelino, no fue reencontrado con vida y su cadáver
nunca apareció.21 De esa matriz dreyfusarda, nació, en Vidal-Naquet, un
cierto estilo judicial de historia, plenamente consciente y deliberado. En
efecto, este autor reconocía que había “nacido” para la historia con el relato
del Caso Dreyfus que le había hecho su padre a fines de 1942 o comien-
zos de 1943. Con él desapareció el más dreyfusardo de los historiadores
contemporáneos, incluso, en cierto sentido, el último “contemporáneo” del
caso. “Seré dreyfusardo al mismo título que seré historiador”, escribía en lo
que fue su última intervención pública: “Mis casos Dreyfus”.22
Desmontar la impostura y obtener justicia para Audin era la con-
signa. En esa posición de historiador público, Vidal-Naquet se puso a tra-
bajar, para hacer justicia de o a alguien, por lo que realizó y revisó, desde
1958, el trabajo de instrucción que la justicia no había hecho o había
hecho mal.23 Más recientemente, de esta confrontación entre el juez y el
historiador han surgido reflexiones sobre la prueba y la noción de con-
texto, desarrolladas, en particular por Carlo Ginzburg, a propósito de los
procesos y de la condenación de Adriano Sofri por un asesinato, que él
siempre negó. Cuando el historiador carece de fuentes, recurre a los datos
contextuales. Así, si escribe una biografía, puede hacer que el personaje
“sea portador de un contexto”, que, en cierta manera, se lo “incorpore”.
Tal procedimiento, que produce verosimilitud, no podría ser empleado
por el juez, el cual debe, al contrario, “distinguir un acto de su contexto” y,
entonces, debe prohibirse reconstituir un hecho del cual no tiene pruebas
por otra vía. La demostración de Ginzburg sobre el caso Sofri se basa esen-
cialmente en esa confusión. Los jueces pusieron en juego verosimilitudes
contextuales como si fueran pruebas, con lo que confundieron Justicia e
Historia. El resultado, la condenación del acusado.24

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25 Charles Péguy. “Bernard En cambio, la cuestión del juicio histórico ha despertado poca
Lazare”, en: Œuvres en prose
complètes. Paris, Gallimard, 1987,
atención –salvo en el notable caso de Hannah Arendt, lectora de Kant, en
tomo 1, p. 1223. la continuación del proceso Eichmann–. ¿Existe tal juicio? ¿Cuál es y en
26 Ibídem, p. 1228. qué difiere del juicio judicial? En la larga serie de sus reflexiones sobre el
caso Dreyfus, Charles Péguy, dreyfusardo y justiciero si los hubo, tuvo el
mérito de enfrentar con franqueza la cuestión. Para él, lo jurídico se ubica
del lado de lo discontinuo, puesto que los delitos y las penas están gradua-
dos. El juicio jurídico “no puede y no debe acompañar a la realidad sino
con un movimiento discontinuo (…). Solo puede y debe moverse después
de que la realidad que lo acompaña ha recorrido bastante camino para
justificar, por así decirlo, un desencadenamiento, un paso, un cambio de
tratamiento, un agravamiento o un aligeramiento”. Mientras que el juicio
histórico “debe acompañar la realidad con un movimiento continuo, debe
plegarse a todas las flexibilidades de la realidad cambiante”.25 Por esto, no
hay ninguna “tranquilidad” para el historiador, cuyo rol consiste menos
en pronunciar juicios que en elaborarlos constantemente. “Su conciencia
es todo inquietud; no le basta, en efecto, con acordar a los personajes de
la historia, esos grandes inculpados, las garantías jurídicas, las garantías
legales, modestas, limitadas, determinadas, sumarias, precarias, groseras
que el jurista y el instructor acuerdan a los inculpados jurídicos, el juez a
los inculpados judiciales. El historiador no pronuncia juicios judiciales, se
puede decir que, tampoco, pronuncia juicios históricos, sino que elabora
constantemente juicios históricos, está en perpetuo trabajo”.26
Detengámonos todavía un poco en el caso Dreyfus, como Péguy
lo quería con tanto ardor. “Cuanto más terminado está este caso –observó
en Nuestra juventud, en 1910–, tanto más evidente es que no terminará
jamás. Cuanto más terminado está, tanto más prueba”. ¿Qué es lo que si-
gue probando ese caso con relación a la historia, la memoria y ese presente
del historiador que tratamos de definir? Al prologar, en 1962, una nueva
edición de Cinco años de mi vida, relato publicado por Alfred Dreyfus en
1901, François Mauriac invitaba a mirar el Caso como un espejo “cuya
fidelidad es terrible”. En ese espejo muchos de los protagonistas reconocie-
ron la importancia de lo que estaba en juego, lo que probaba. A partir de
1898, en la misma época en que el caso estaba en curso, Jean Jaurès publi-
có Las pruebas. “No más puertas cerradas”, reclamaba, quería apostar a “la
sola fuerza de la luz”. En la posición opuesta, también en 1898, Ferdinand
Brunetière veía ahí la ocasión de denunciar “el individualismo”, que era
entendido como “la gran enfermedad de nuestro tiempo”. A lo cual Émile
Durkheim respondió vivamente que si algunos “han creído deber negar su
asentimiento a un juicio cuya legalidad les parecía sospechosa, no es que
en su calidad de químicos o de filólogos, de filósofos o de historiadores, se
atribuyan no se qué privilegios especiales y como un derecho excepcional
de control sobre la cosa juzgada. Sino que, siendo hombres, pretenden
ejercer todos sus derechos de hombres y comprometerse en presencia de
ellos con un asunto que compete solo a la razón”.

39
27 Vincent Duclert. Dreyfus au En julio de 2006, el Tribunal de Casación organizó un coloquio en
Panthéon, Voyage au cœur de
la République. Paris, Galaade
ocasión del centenario de la decisión de 1906, por la cual el Tribunal anu-
Editions, 2007, p. 425 (artículo laba el juicio del Consejo de Guerra de Rennes, “atendiendo, en último
publicado en Le Figaro el 10 de análisis, que de la acusación presentada contra Dreyfus nada queda en pie
julio de 2006). Ver, también, Alfred
Dreyfus, L’honneur d’un patriote. (…) anula el juicio del Consejo de Guerra de Rennes…”. En esas pocas
Paris, Fayard, 2006. líneas, Vincent Duclert y Antoine Garapon vieron “una decisión verdade-
28 Duclert. Dreyfus au Panthéon, ramente fundadora de los derechos del hombre”.27 Si de la acusación nada
op. cit., pp. 202, 265.
quedaba en pie, la rehabilitación tuvo, durante un largo tiempo, algo de
29 Ibídem, p. 358.
inacabado. Es cierto que Alfred Dreyfus fue condecorado y reintegrado al
Ejército, pero solo con el grado de comandante. No tuvo, entonces, otra
opción que dimitir. Y, a continuación, no hubo más nada o casi nada, sal-
vo un silencio oficial en el cual había una buena parte de embarazo. Prueba
de esto también lo fueron, un siglo más tarde, las tribulaciones que cono-
ció la estatua de Dreyfus, ordenada por Jack Lang a Tim. Su Homenaje al
capitán Dreyfus, inicialmente remitida a las Tullerías, a falta de un acuerdo
sobre un lugar más visible y más significativo, debió esperar hasta 1994 (y
el “primer” centenario) para que Jacques Chirac, entonces alcalde de París,
la instalara en el VI° distrito, “inmediatamente cerca” –como él mismo
lo subrayó– de la prisión de Cherche-Midi –en cuyo emplazamiento se
encontraban la École des Hautes Études en Sciences Sociales y la Maison
des Sciences de l’Homme– y “también cerca” del hotel Lutétia, “todavía
cargado de sombríos recuerdos de la Segunda Guerra Mundial”.28
En 2006, finalmente, esta vez como presidente de la República,
decidió rendir homenaje en el patio de la Escuela Militar –ahí mismo
donde ocurrió la infame degradación– a la memoria de ese hombre “al
que, sepamos reconocerlo, no se le ha hecho justicia cabalmente (…). Es
por eso por lo que la nación debía rendirle hoy un homenaje solemne”.29
Con esa reparación simbólica, la rehabilitación encontró, finalmente, su
pleno cumplimiento. Desde la Escuela Militar hasta la Escuela Militar, el
recorrido se cerró y, después de un siglo, esa conmemoración-reparación
vino para poner un punto final al caso. La república apuró sus cuentas,
reconoció sus errores y asumió su responsabilidad. A menos que el caso
siga “probando” hoy. A menos que la cuestión de la panteonización de
Dreyfus, lanzada en la primavera de 2006, no ingrese, un día –¿en ocasión
del bicentenario?– en el debate público.

40
Resumen Abstract

En el texto, se analizan los retos que enfrenta el The text discusses the challenges the historian is
oficio del historiador ante el privilegio que ha coping with in the face of the privileged position
adquirido, en los últimos tiempos, la dimen- the dimension of the present has aquired in re-
sión del presente. En este sentido, se examina cent times. In this sense, the author examines the
la crisis que afronta, en la actualidad, el saber crisis that historical knowledge is currently fa-
histórico frente al ascenso de lo contemporá- cing as it is being confronted by the ascension of
neo, representado en las categorías de memoria, the contemporary, represented in the categories
conmemoración, patrimonio e identidad. De esta of memory, commemoration, heritage and identi-
forma, se demuestra cómo el imperativo social ty. He demonstrates how the social imperative
del presente pone en cuestión el espacio social of the present makes it possible to question the
ocupado por el historiador desde el siglo XIX, social space occupied by the historian since the
para acercarlo al del reportero, el experto presto nineteenth century, making room for the repor-
a aportar datos y cifras a la realidad, o el juez, ter, the expert who is ready to provide facts and
que dictamina en una causa histórica un valor de numbers of reality or the judge who in a histori-
verdad en aras del principio de reparación. cal trial rules in accordance with the value of the
truth for the sake of the principle of reparation.

Palabras clave: imperativo del presente, memoria, Key words: imperative of the present, memory,
conmemoración, patrimonio e identidad commemoration, heritage and identity

Recibido: 13 de julio de 2012


Aprobado: 1 de septiembre de 2012

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