Atahualpa Yupanqui Biografia

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Atahualpa Yupanqui (1908-1992)

Biografía

Payada se llama a las poesías que el gaucho (payador) cantaba casi recitando con la ayuda de la
guitarra, caracterizándose por ser improvisada y cantada.
Los principales temas mencionados eran el origen de la vida, el amor, su hogar o el misterio de la
muerte.
La payada podía ser individual o a dúo, esta última se llamaba contrapunto y podía ser a preguntas y
respuestas, o sobre varios asuntos; durando, generalmente, varias horas o días y terminaba cuando uno
de los cantores no respondía inmediatamente la pregunta.

Nació en 1908 en la Provincia de Buenos Aires, Partido de Pergamino. Su verdadero


nombre fue Héctor Roberto Chavero. Durante la adolescencia adoptaría el seudónimo
que lo acompañaría para siempre y por el cual todos lo hemos conocido: Atahualpa
Yupanqui.
Entre sus antepasados se encuentran indios, criollos y vascos: “En aquellos pagos del
Pergamino nací, para sumarme a la parentela de los Chavero del lejano Loreto
santiagueño, de Villa Mercedes de San Luís, de la ruinosa capilla serrana de Alta
Gracia. Me galopaban en la sangre trescientos años de América, desde que don Diego
Abad Martín Chavero llegó para abatir quebrachos y algarrobos y hacer puertas y
columnas para iglesias y capillas   (...)   Por el lado materno vengo de Regino Haram, de
Guipúzcoa, quien se planta en medio de la pampa, levanta su casona, y acerca a su vida
a los Guevaras, a los Collazo, gentes “muy de antes...”
Los primeros años de su infancia transcurren en Roca, pueblo de la provincia de
Buenos Aires donde su padre trabaja en el ferrocarril.  Allí sus días transcurren entre los
asombros y revelaciones que le brinda la vida rural y el maravilloso descubrimiento del
mundo de la música, al que se acerca a través del canto de los paisanos y el sonido de
sus guitarras: “... mientras a lo largo de los campos se extendía la sombra del
crepúsculo, las guitarras de la pampa comenzaban su antigua brujería, tejiendo una red
de emociones y recuerdos con asuntos inolvidables.   Eran estilos de serenos compases,
de un claro y nostálgico discurso, en el que cabían todas las palabras que inspirara la
llanura infinita, su trebolar, su monte, el solitario ombú, el galope de los potros, las
cosas del amor ausente. Eran milongas pausadas, en el tono de do mayor o mi menor,
modos utilizados por los paisanos para decir las cosas objetivas, para narrar con tono
lírico los sucesos de la pampa. El canto era la única voz en la penumbra (...) Así, en
infinitas tardes, fui penetrando en el canto de la llanura, gracias a esos paisanos. Ellos
fueron mis maestros. Ellos, y luego multitud de paisanos que la vida me fue arrimando
con el tiempo. Cada cual tenía “su” estilo. Cada cual expresaba, tocando o cantando, los
asuntos que la pampa le dictaba”.
  Y la guitarra será un amor constante a lo largo de toda su vida. Luego de un breve y
fracasado intento con el violín, comienza a tomar clases de guitarra con el maestro
Bautista Almirón, y allí queda marcado a fuego su destino y su vocación. Descubre,
además, la existencia de un vasto repertorio que excedía los temas gauchescos.
  “Muchas mañanas, la guitarra de Bautista Almirón llenaba la casa y los rosales del
patio con los preludios de Fernando Sor, de Costes, con las acuarelas prodigiosas de
Albéniz, Granados, con Tárrega, maestro de maestros, con las transcripciones de Pujol,
con Schubert, Liszt, Beethoven, Bach, Schumann. Toda la literatura guitarrística pasaba
por la oscura guitarra del maestro Almirón, como derramando bendiciones sobre el
mundo nuevo de un muchacho del campo, que penetraba en un continente encantado,
sintiendo que esa música, en su corazón, se tornaba tan sagrada que igualaba en virtud
al cantar solitario de los gauchos”.
  Sus estudios no pudieron ser constantes ni completos, por diversos motivos: falta de
dinero, estudios de otra índole, traslados familiares o giras de concierto del maestro
Almirón, pero como él mismo señala estaba el signo impreso en su alma, y ya no habría
otro mundo que ése: ¡La Guitarra!   “La guitarra con toda su luz, con todas las penas y
los caminos, y las dudas. ¡La guitarra con su llanto y su aurora, hermana de mi sangre y
mi desvelo, para siempre!” (“El canto del viento”, II).
Cuenta con 9 años cuando su familia viaja al Tucumán, provincia a la que volverá
repetidas veces a lo largo de su vida, y a la cual lo une un profundo afecto. En el terreno
musical, describe este lugar como “el reino de las zambas más lindas de la tierra”.
Muchas canciones suyas han sido dedicadas al Tucumán o han evocado su gente y sus
parajes: la famosísima “Luna tucumana”, “Nostalgias tucumanas”, “Adiós Tucumán”,
“Zamba del grillo”, “La tucumanita”, “La pobrecita”, “La raqueña”, etc.
   Durante su adolescencia regresa a la provincia de Buenos Aires, a Junín. A partir de
los 18 años inicia un peregrinaje casi constante, que lo llevará por los más diversos
lugares: la ciudad de Buenos Aires, Entre Ríos, el Uruguay, Santa fe, Rosario, Córdoba,
Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, La Puna, La Rioja, etc.
  Como señala Félix Luna, durante mucho tiempo resulta imposible seguir en detalle
su itinerario: “Son años y años de andar de aquí para allá, pasando a veces por un
pueblo u otro, deteniéndose otras veces por años en cualquier lugar” .
  En esos años de adolescencia y juventud, además de su trabajo como músico, se
desempeña en distintos oficios para ganarse la vida. Fue así, entre otras cosas, hachero,
arriero, cargador de carbón, entregador de telegramas, oficial de escribanía, corrector de
pruebas y periodista.
  También fue común, durante esos primeros años, que recorriera junto con un amigo
distintos pueblos del interior proyectando películas en una sábana que utilizaban como
pantalla. Terminada la película, venía el concierto de guitarra a cargo de Atahualpa.
  Por esas vueltas que tiene la vida, encontrándose en la ciudad de Rosario, donde se
desempeñaba como periodista en un diario dirigido por Manolo Rodríguez Araya, le
llegó la noticia de la muerte de su maestro de guitarra, Bautista Almirón, y el encargo
del director del diario de escribir una crónica sobre su fallecimiento. Escuchemos el
doloroso relato de Yupanqui: “Sentado frente a una máquina de escribir, rodeado de
muchachos que trabajaban cada cual su tema, que gritaban cosas y nombres y deportes,
y telefoneaban afiebradamente, estaba mi corazón desolado. ¡Y tan lejos de ahí!
¡Qué selva de guitarras enlutadas contemplaban mis ojos en la noche!
El destino quiso que fuera yo, aquel chango lleno de pampa y timidez, quien
escribiera una semblanza del maestro.
De un tirón, como si me hubiera abierto las venas, me desangré en la crónica. Hablé
de su capa azul y su chambergo, de su guitarra y de su estampa de músico romántico,
sólo comparable a Agustín Barrios en el sueño y el impulso.
(...) Y luego caminé, no sé por dónde, en la ciudad desconocida. Revivía uno a uno,
los detalles de mi conocimiento del maestro Almirón. Tenía necesidad de nombrarlo
para mí solo en la noche. Y no me animé a verlo muerto. Quiero creer que sigue por ahí,
trajinando mundo con su capa y su guitarra y su arrogancia” (“El canto del viento”, IV).
Hacia fines de la década del 30 comienza a efectuar sus primeras grabaciones
difundiendo, también, su propio cancionero. Registra así, para el sello RCA Víctor
numerosos cantos y danzas, como “La zamba del cañaveral”, “La andariega”, La
arribeña”, “La churqueña”, “Tierra Jujeña”, “Kaluyo de Huascar”, “Viento, viento”,
“Camino de los valles”, “Cañada Honda”, “La viajerita”, “La raqueña”, etc. (Fernando
Boasso - “Tierra que anda ...” , pág. 42/43).

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  En la década del “40 suma a su actividad como compositor e intérprete la de escritor,
publicando sus dos primeros libros: “Piedra Sola” (Jujuy) en 1941 y “Aires Indios”
(Montevideo) en 1943. Más adelante publica la novela “Cerro Bayo”, en la que luego se
basaría el guión de la película “Horizontes de Piedra”.
  Continúan sus grabaciones: “Viene clareando”, “Hui jo jo”, “Ahí andamos señor”,
“El arriero”, “Zamba del grillo”, “Chilca Juliana”, “La añera”, “La pobrecita”, “Camino
del indio”, entre otras, van cimentando su fama y su prestigio en todo el país.
  En 1945 se afilia al Partido Comunista, vínculo que mantendrá hasta el año 1952,
fecha en que renuncia al mismo retomando una posición política independiente. Esta
afiliación y su actitud crítica ante el gobierno peronista le valdrán un silenciamiento
forzoso durante todos esos años. Sus actuaciones fueron prohibidas, no participó en
programas radiales, sus grabaciones se interrumpen desde 1947 hasta 1953. Tampoco se
permitía la interpretación de sus temas por otros artistas.
  Es detenido y encarcelado en ocho oportunidades.
  Comienzan en estos años sus retiros en la localidad de Cerro Colorado, en la
provincia de Córdoba, donde levanta su casa, y sus viajes por Europa donde obtendrá un
reconocimiento excepcional. En 1949 actúa en distintos países de la órbita comunista:
Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria. Recala luego en París, donde se vincula
con distintos artistas e intelectuales del momento. Conoce a Edith Piaf quien queda
impresionada con su arte y lo invita a participar en sus propios recitales ante el público
parisino, en los que obtiene un resonante éxito.   En 1950 obtiene el premio de la
Academia Charles Cross de París al mejor disco folklórico del año.
  A partir de 1953 se levanta su proscripción y vuelve a grabar en forma sostenida:
“Tierra querida”, “Chacarera de las piedras”, “Recuerdos del Portezuelo”, “La
Tucumanita”, “Indiecito dormido”, “Lloran las ramas del viento”, “La humilde”, “Le
tengo rabia al silencio”, “Luna Tucumana”, etc., etc.
  Retoma, también, sus actuaciones en Buenos Aires y el interior del país.
En la década del “60 además de sus giras de concierto por Europa, comienza a actuar
en el Japón, donde nuevamente obtiene un profundo reconocimiento.   Continúa con sus
grabaciones: “Los ejes de mi carreta”, “Sin caballo y en Montiel”, “La alabanza”,
“Cantor del sur”, “El árbol que tu olvidaste”, “El payador perseguido” entre muchos
otros títulos. Edita, asimismo, uno de sus libros más importantes: “El canto del viento”.
  En 1967 obtiene el Premio del Festival de Cosquín y en 1968 y 1969 el Premio de la
Academia Charles Cross de París al mejor disco extranjero.
De aquí en adelante el reconocimiento de su propio país, América y Europa se ve
plasmado en una serie de premios y homenajes: El escenario del Festival Folklórico de
Cosquín (el más importante de Argentina) es bautizado con su nombre (1972); es
nombrado ciudadano ilustre en el estado de Vera Cruz, México (1973); es condecorado
por el gobierno de Venezuela (1978); es nombrado Presidente Honorario de la
Asociación de Trovadores de Medellín, Colombia (1979); recibe el Diploma de Honor
del Consejo Interamericano de Música de la O.E.A. (1983); recibe el Premio Konex de
Platino como autor de folklore (1985); Premio “Caballero de las Artes y Letras” del
Ministerio de Cultura de Francia (1986); Doctor Honoris Causa en la Universidad
Nacional de Córdoba, Argentina (1990); Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos
Aires (1991).
Recomiendo consultar el libro de Fernando Boasso quien incorpora una extensa lista
de premios y distinciones recibidos por el artista. Aquí sólo se han citado algunos
(“Tierra que anda...”, pág. 183/185).

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Compone en París dos cantatas con música de compositores argentinos: “El sacrificio
de Tupac-Amaru” (1971) con música de Enzo Gieco y Raúl Maldonado; y “La Palabra
Sagrada” (1989) con música de Juan José Mosalini y Enzo Gieco.
Para completar esta sucinta enunciación de sus obras, cabe recordar aquí sus últimos
libros: “Guitarra”, “El payador perseguido”, “Del algarrobo al cerezo” y “La capataza”.
A fines de los “80 concreta la creación de la “Fundación Yupanqui”. Cuenta Fernando
Boasso: “Por 1987 Don Ata va ultimando los detalles para una fundación, que se
concretará en 1989, como Fundación Yupanqui. Declara a “Clarín” (17 de mayo de
1987): “Por supuesto, será en Cerro Colorado. Aún no tiene un nombre definido. Será
un sitio para los enamorados de la ecología, la naturaleza, la botánica, los idiomas
antiguos. En definitiva un hecho cultural en una zona alejada de todo, y un canto de
amor muy personal a la tradición. Tengo muchas expectativas de todo esto. Tal vez,
cuando yo no esté en el mundo, ese modesto centro de ideas continuará de algún modo
con mis ideas, con mis afectos”.
(...) “Lo pensamos con mi amigo, el investigador Rex González. Tenía cosas muy
valiosas, iba a causar muchos problemas para el hijo tener que conservarlas. Y entonces
dejé para la Fundación mi casa de Cerro Colorado. Tenía una casa grande; la regalé con
mis libros, los puñales de mi abuelo, ponchos, aperos, regalos que me fue dando la
gente en todos estos años de recorrer el mundo...” “. (“Tierra que anda...”, pág. 111).
Encontrará Ud., en más de una oportunidad, la firma de “Pablo del Cerro” en algunas
de las canciones interpretadas por Yupanqui. Se trata del seudónimo artístico de quien
fue su esposa: Antonieta Paula Pepín Fitzpatrick de Chavero, la que dejó un grupo de
aproximadamente 40 composiciones.
Atahualpa Yupanqui falleció en Francia el 23 de mayo de 1992. Sus restos descansan
ahora en el Cerro Colorado, Provincia de Córdoba, República Argentina.

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