Natividad Frias
Natividad Frias
Natividad Frias
Artículo 11. — Todo aquello que llegare a conocimiento de las personas cuya actividad se
reglamenta en la presente ley, con motivo o en razón de su ejercicio, no podrá darse a
conocer —salvo los casos que otras leyes así lo determinen o cuando se trate de evitar un
mal mayor y sin perjuicio de lo previsto en el Código Penal—, sino a instituciones,
sociedades, revistas o publicaciones científicas, prohibiéndose facilitarlo o utilizarlo con fines
de propaganda, publicidad, lucro o beneficio personal.
Lo que hace este art es imponer un deber de confidencialidad a todos lols profesionales
de la salud respecto de aquella información de la cual tomaran conocimiento en el
ejercicio de la medicina o en su vínculo con el paciente.
Hay dos excepciones: cuando una ley establezca lo contrario o para evitar un mal
mayor.
Las leyes que establecen un deber de notificar ciertas circunstancias que los médicos
pueden conocer en el vínculo con un paciente está la ley de salud pública que menciona
una lista de enfermedades que una vez detectadas los profesionales de la salud deben
notificar a la autoridad sanitara.
“La abortante es antes que nada una paciente a la que está obligado a asistir y procurar
curación; obligarlo, en tales condiciones, a denunciar a su propia paciente, sobre
recargar su conciencia y constituir una flagrante violación del secreto profesional,
redundaría a buen seguro en grave perjuicio y riesgo de las asistidas”, sostiene la
sentencia.
Quien recurre a un médico por una afección autoprovocada, aún delictuosa como el
aborto, goza de la seguridad de que su secreto no será hecho público; en cambio, no
ocurre lo mismo cuando el atentado lo ha producido un extraño. En estos casos el
facultativo debe denunciar el hecho delictuoso ejecutado por terceros”, aclara el fallo.
Según el antecedente, la mujer que se somete a aborto comete un delito, pero si las
consecuencias de ese delito ponen en riesgo su vida, y acude a un hospital para
salvarse, no es punible porque, según el fallo plenario de 1966, “el interés público no
podría justificar este inhumano dilema: o la muerte o la cárcel”.