WINSOR
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Capítulo 1.
¿Qué es política?
Política le resulta familiar, en términos del conocimiento humano; refieren con naturalidad a la
heliantina (indicador) , los quarks (color sabor), la eritocitrosis (SABER ), la metonimia (EFECTO
DE LA CAUSA) o el valor añadido. En cambio, la política forma parte de nuestro lenguaje habitual;
en las relaciones familiares, en las conversaciones de negocios, en las informaciones de los
medios. Se aplica el término para describir la conducta de muchos actores;
Los entrenadores de fútbol respecto de sus jugadores, las empresas respecto de sus competidores
o de sus clientes, los estudiantes y los profesores —incluso padres e hijos— en sus relaciones
mutuas, etc., cuando tratamos de quienes dicen profesar la actividad política como tarea principal
y aparecen de un modo o de otro en el escenario público; los gobernantes de todos los niveles
(estatales, regionales, municipales), los funcionarios, los representantes de los grupos de
intereses, de los partidos, de los medios de comunicación, de las iglesias, etc. Pero la familiaridad
con la palabra no implica que quienes la usan la entiendan del mismo modo.
Las discrepancias pueden afectar, según los casos, al control de recursos materiales, al disfrute de
beneficios y de derechos o a la defensa de ideas y valores. En más de una ocasión, la tensión o el
antagonismo puede afectar simultáneamente a bienes materiales, derechos legales y creencias
religiosas o filosóficas. ¿Qué explica esta presencia constante de desacuerdos sociales? ¿Por qué
razón la armonía social aparece como una situación excepcional. Por su parte, quienes se sienten
más perjudicados aspiran por hacer realidad sus expectativas de mejora. O simplemente pugnan
por sobrevivir en su misma condición de inferioridad, sin ser totalmente marginados o aniquilados.
Junto a unos y otros,
¿De dónde arrancan los conflictos que la política se ve obligada a gestionar? Por esta razón puede
ser considerada como la gestión de las desigualdades sociales. ¿Cuál es el origen de estas
desigualdades? • Dichas desigualdades se originan en el hecho de que no todos los miembros de
la comunidad gozan de las mismas oportunidades para acceder a Todos los recursos básicos que
facilitan el desarrolló máximo de sus capacidades personales. Esta diferencia de situación se
expresa de múltiples modos: — en el disfrute de habilidades y talentos considerados a veces —y
no sin discusión— como «naturales»: inteligencia, capacidades físicas y psíquicas, sensibilidad
artística, destreza manual, etc.; — en los roles desempeñados en las funciones reproductiva y
familiar, según el género, la edad, el parentesco y modos de pensar distinto.
Como punto de arranque provisional que la política es un modo de regular conflictos que hace
uso, cuando conviene, de la obligación y de la coacción. Pero bastaría un repaso a las hemerotecas
para comprobar que algunas situaciones conflictivas que hoy se someten a la política no lo han
sido en el pasado. Y viceversa. Hasta hace un siglo, por ejemplo, las condiciones de trabajo de los
asalariados fueron consideradas como un asunto «privado» que no debía tratarse desde la
política. La alteración del paisaje o la explotación de recursos naturales —cuando se industrializa
o cuando se urbaniza— ha sido durante años un tema ajeno a la regulación política. El estatuto
subordinado de la mujer en muchas esferas de la vida social, fue admitido como el efecto
inevitable de una condición biológica que la política no podía alterar. En cambio, la infidelidad
matrimonial o la homosexualidad fueron —y son todavía en algunos países— sancionados con
penas de prisión, porque se estimaba que alteraban el orden social y merecían, por tanto, la
intervención represiva de la Autoridad política. Estos ejemplos muestran que no es constante la
presencia de la política en la regulación de conflictos producidos por diferencias humanas; de
género, de raza, de condición laboral, de creencia, de cultura, de valores, etcétera.
La modificación del ámbito político no ha seguido siempre la misma pauta. Pero, en un plano ideal,
serían cuatro las etapas que pueden llevar a la politización de una diferencia social:
b) toma de conciencia por parte de los colectivos implicados y expresión de sus demandas,
exigencias y propuestas-para corregir la situación-y controlar el riesgo que acarrea;
Éstas decisiones, que pretenden modificar el desequilibrio anterior-; deben contar con el respaldo
de la coacción que administran las instituciones políticas. En cada una de estas etapas ideales —
que a menudo se solapan— se reproducen las tensiones y los antagonismos, puesto que algunos
actores colectivos pueden oponerse a la politización del conflicto.
¿Es imaginable una sociedad sin política? Los antropólogos y los prehistoriadores nos hablan de
sociedades «sin política», cuándo describen la existencia de comunidades de tamaño reducido,
vinculadas por lazos de parentesco, en las que los bienes necesarios para subsistir son
compartidos. En estos grupos, la generosidad mutua sustituye a la apropiación individual de los
recursos básicos. Se trata, pues, de comunidades igualitarias. En ellas, la cooperación en la caza o
en la recolección —de cuyos resultados todos participan— es la mejor protección que un individuo
puede obtener frente a las amenazas de un entorno natural ante el que se siente muy vulnerable.
Dado lo elemental y lo simple de su organización y de sus necesidades, pueden «permitirse el lujo»
de prescindir de estructuras políticas permanentes. Decisiones y sanciones son tomadas por la
propia comunidad, porque no hay más desigualdades consolidadas que las que se derivan de la
posición de género o de parentesco. El rol de liderazgo que aparece en algunos grupos —el
«consejo de ancianos», el «jefe de la tribu»— no equivale a una posición de superioridad o de
dominio sobre los demás: su función se asemeja más al de un portavoz de lo que la comunidad
necesita y siente en cada momento, responsable de dar ejemplo de la dedicación, del espíritu de
servicio al colectivo y de la ayuda mutua que son las pautas de conducta en tales grupos. La
aparición de nuevos conocimientos y de nuevas técnicas —por ejemplo, el «descubrimiento» de la
agricultura o la «revolución industrial»— y la progresiva especialización del trabajo que trajeron
consigo incrementaron en su momento la diferenciación interna de las comunidades. Con esta
diferenciación, aumentó el riesgo de conflictos y la necesidad de asegurarse contra ellos mediante
el recurso a la política. ¿Es previsible el retomo a una «sociedad sin política»? Tal vez pueda darse
en el futuro una comunidad donde se hayan eliminado determinadas diferencias, consideradas
como la raíz de las tensiones. Si tales diferencias desaparecieran, los conflictos se irían atenuando,
el riesgo social disminuiría y la política se iría haciendo cada vez menos necesaria, hasta su
completa «evaporación».
Capítulo 2.
«La política es la lucha por el poder», «los sindicatos —o los medios de comunicación— tienen un
poder excesivo». Hasta el punto de que la ciencia política ha sido considerada por algunos como
«cratología» (del griego kratos, poder): una ciencia del poder, encargada de estudiar su
naturaleza, su distribución y sus manifestaciones. ¿Cómo se relaciona nuestra idea de la política
con la noción de poder? Hemos descrito la política como gestión del conflicto social por medio de
decisiones vinculantes. Hay, pues, un componente de obligación o de imposición en la acción
política, que nos lleva de manera natural a cierta idea de poder. Con todo, no es sencillo definir el
concepto de manera precisa e indiscutible.
El poder es un recurso controlado por individuos, grupos, clases o elites. O depositado en manos
de las instituciones. Con frecuencia se tiende a considerar el poder como algo exclusivo,
controlado monopolísticamente por un actor determinado: el estado, la clase, la elite, la
burocracia.
La que entiende el poder como un recurso disponible y la que concibe el poder como resultado de
una relación.
• Cuando se interpreta el poder como un recurso se tiende a percibirlo como una cosa que se
tiene o se posee: «el poder político está en manos de tal grupo o tal persona».
Por tanto, la cuestión importante en política es cómo apoderarse del poder, si se acepta la
redundancia.
Y, a continuación, cómo administrarlo, echando mano de él como quien administra una sustancia
que se tiene almacenada en algún depósito.
Desde este punto de vista, el poder es un recurso controlado por individuos, grupos, clases o
elites. O depositado en manos de las instituciones. Con frecuencia se tiende a considerar el poder
como algo exclusivo, controlado monopolísticamente por un actor determinado: el estado, la
clase, la elite, la burocracia.
Son acciones que privan a algunos de bienes que poseen o de oportunidades que pueden
presentarse. Lo hacen los grupos terroristas cuando secuestran, matan o torturan con un objetivo
político. Pero también lo hacen otros actores sociales cuando cortan una carretera, ocupan un
local, paralizan un servicio público o se niegan a cumplir determinadas obligaciones legales.
Influencia cuando el poder político se basa en la capacidad para persuadir a otros de que conviene
adoptar o abandonar determinadas conductas. Esta aptitud para la persuasión depende del
manejo y difusión de datos y argumentos, con los que se persigue modificar o reforzar las
opiniones y las actitudes de los demás. Pero también se manifiesta en la aptitud para despertar
emociones respecto de las expectativas positivas y negativas de los individuos y de los grupos.
Autoridad un sujeto individual o colectivo, son atendidas por los demás, porque cuenta con un
crédito o una solvencia que se le reconocen de antemano. Esta reputación inicial no sólo hace
innecesaria la aplicación directa de la fuerza. También permite prescindir de argumentos
racionales o del estímulo de las emociones, que están en la base de la influencia. Esta acumulación
de crédito o de confianza que exhibe quien goza de Autoridad puede provenir de factores
diversos. Para algunos ciudadanos, quien ocupa un cargo público —una alcaldesa, un presidente
del gobierno, una diputada, el secretario general de un partido— puede contar de entrada y por
razón de su cargo con un depósito de confianza: sus indicaciones son atendidas solamente por
proceder de quien proceden.
En un segundo nivel, el poder político adopta formas menos visibles. Así ocurre cuando se dan
actuaciones destinadas a evitar que un determinado conflicto se «politice»: es decir, que sea
incluido entre las cuestiones sometidas a una decisión vinculante para toda la comunidad. El poder
aquí no busca una decisión, sino una no-decisión.
algunos autores identifican un tercer nivel desde el que se condiciona de manera todavía más
encubierta la actividad política (Lukes). Así sucede cuando un actor consigue que una situación de
desigualdad o desequilibrio no sea vista como problemática. En el primer nivel, el poder se ejerce
—como hemos visto— impulsando una determinada decisión colectiva sobre un problema social
Quien ejerce poder impone ciertos límites a la voluntad de otros actores: así ocurre cuando el
parlamento aprueba determinados tributos que los ciudadanos deberán asumir, cuando la
mayoría de un partido elabora un programa del que la minoría discrepa o cuando la voluntad
popular da la victoria electoral a unos candidatos y rechaza a otros. Cualquier actor —
ciudadano, institución pública, partido, líder, medio de comunicación, sindicato— que interviene
en un conflicto aspira a que su intervención no tenga que descansar exclusivamente en su
capacidad de forzar la voluntad de los demás:
El poder impone su eJe. Conocerse como. Legitimidad, Incluso los regímenes dictatoriales o los
promotores de un golpe de estado violento no renuncian a dar argumentos para convencer a la
opinión pública de lo justificado de su actuación. Ciertamente, para imponer sus pretensiones
aplican la violencia. Pero no sólo la violencia. Intentan también —en la medida de lo posible—
ganarse el consentimiento de algunos sectores: al menos, de los que le son imprescindibles para
mantener su dominio sobre el conjunto de la comunidad. En otras palabras, no renuncian a
conquistar una relativa legitimidad, por parcial y reducida que sea.
¿De dónde extrae el poder los resortes que hacen aceptables sus propuestas y sus decisiones?
¿Dónde adquiere su legitimidad? Se admite que sus decisiones serán percibidas como legítimas en
tanto en cuanto se ajusten a los valores y a las creencias que dominan en una sociedad. Si
concuerda con lo que aquella sociedad considera conveniente o digno de aprecio, una decisión o
una propuesta adquieren mayor legitimidad y cuentan con más probabilidades de ser aceptadas.
En cambio, cuanto más lejos están de las ideas y valores dominantes, sólo la aplicación de una
mayor dosis de coacción podrá hacerlas efectivas. Así, por ejemplo, las políticas segregacionistas
que establecen una discriminación entre grupos étnicos han contado con legitimidad suficiente —
y, por tanto, han sido relativamente fáciles de ejecutar— en épocas y sociedades en que la
ideología dominante ha admitido que hay superioridad de una raza o grupo étnico sobre otras.
La noción de legitimidad, por tanto, vincula el poder con el mundo de las ideas y de los valores. Es
en este mundo donde se encuentran las raíces de la legitimidad de un sistema político
determinado y de cada una de las demandas y propuestas que propugnan los diferentes actores.
Esta relación no será siempre la misma y variará según épocas y sociedades. Max Weber elaboró
una tipología que intentaba sintetizar en un esquema ideal los diferentes modos de legitimidad del
poder político.
Legitimidad, legalidad y constitución
El término legitimidad evoca la conformidad de un mandato o de una institución con la ley. Hemos
señalado también que la legitimidad racional es la que se ampara en normas estables y
formalizadas. En la actualidad, son las leyes y las constituciones las que contienen estas normas. La
constitución es justamente una norma suprema, de la que derivan todas las demás. La legitimidad
del poder en los sistemas liberales se apoya —desde finales del siglo xviii— en la existencia de una
constitución, en la que una comunidad política establece las reglas fundamentales de su
convivencia.
¿Hay que entender, por tanto, que los dos conceptos —legitimidad y legalidad— son
equivalentes? El concepto de legitimidad es más amplio que el de legalidad. Mientras que la
legalidad comporta la adecuación de una decisión o de una propuesta a la ley vigente, la
legitimidad nos señala el ajuste de esta misma decisión a un sistema de valores sociales, que van
más allá de la propia ley escrita, incluida la constitución. Cuando la ley refleja adecuadamente el
predominio del sistema dominante de valores sociales tiende a darse una coincidencia entre
legalidad y legitimidad. Pero si la ley no se acomoda a la evolución de estos valores sociales, una
decisión o una propuesta legal pueden ser percibidas como no legítimas. O incluso como
manifiestamente injustas. En tal caso, se producen conflictos entre lo que la ley exige y la
convicción social sobre lo que es aceptable.
Capítulo 3.
Ya hemos dicho que la política se nos presenta como un trabajo colectivo, encaminado a gestionar
los conflictos provocados por situaciones de desigualdad en la comunidad. Pero esta tarea
colectiva adquiere un aspecto diferente según el punto de vista que adoptemos al contemplarla:
puede ser percibida como una estructura, como un proceso o como un resultado.
Cuando observamos la política como estructura fijamos nuestra atención en el modo estable en
que una comunidad determinada organiza sus actuaciones políticas. Dicho de otro modo,
intentamos identificar a qué estructuras permanentes se ajustan —o tratan de ajustarse—
aquellas actuaciones. En esta estructura se revela la arquitectura fija —compuesta por
instituciones y reglas— por la que transitan los comportamientos políticos. Por ejemplo, nos
ilustra sobre los factores que explican la aparición de los parlamentos, qué funciones tienen
asignadas y cómo las ejercen. O sobre los métodos existentes para designar a los titulares de
poder: la herencia, la fuerza, la elección, etc. Tienen aquí su lugar los análisis del estado y de otras
formas preestatales de organización política, el examen de las instituciones estatales o el estudio
de las organizaciones políticas internacionales.
• Cuando examinamos la política como proceso observamos ante todo una secuencia de
conductas individuales y colectivas que se encadenan dinámicamente. Desde esta perspectiva,
atendemos de manera particular a los comportamientos de diferentes sujetos, examinando sus
motivaciones y sus formas de intervención. Por ejemplo, nos interesan desde este ángulo los
factores que influyen en una negociación entre partidos para formar una coalición de gobierno. O
por qué determinados grupos se organizan en partidos y asociaciones y otros, en cambio,
prefieren la acción individual. Nos ayuda a entender qué lleva a unos ciudadanos a inclinarse por
una candidatura en lugar de otra en el momento de unas elecciones. Si la estructura nos ofrece la
cara estable de la política, el proceso nos presenta su cara dinámica: la política en acción. 4 6
SOCIEDAD, POLÍTICA, PODER
A lo largo de la historia, cada formación social —cada sociedad— ha generado su propio modo de
estructurar la actividad política. Estas formas históricas de organización política se han sucedido
unas a otras como resultado de cambios económicos, sociales, técnicos y culturales. La forma
política en que se organizan las sociedades agrarias, cerradas sobre sí mismas, con una población
mayoritariamente analfabeta, no es la misma que la que adoptan las sociedades postindustriales,
globalmente comunicadas e informáticamente instruidas. Ello explica la aparición de formas de
organización diversas, a las que se ha dado nombres diferentes: la polis, el imperio, la monarquía
estamental o el estado. En cada una de estas estructuras se da una combinación de instituciones,
reglas y pautas de conducta, que ofrece un perfil característico. Así, varían las normas que regulan
la relación entre economía y política o los modos de seleccionar el personal que se dedica a la
política de manera exclusiva. Cuando se ha intentado describir la estructura de la política, los
autores han acudido a metáforas o imágenes que permiten «visualizar» algo que no se nos
presenta de manera sensible. Pero cada una de estas metáforas o imágenes no son inocentes:
cada una de ellas lleva consigo una determinada manera de entender la política. Veamos las más
importantes, por su influencia sobre el conocimiento científico de la política.
• Para algunos, la estructura política es percibida de modo semejante a una máquina, en la que
se ensamblan una serie de resortes, engranajes y palancas. El reloj mecánico —una de las
máquinas más antiguas— inspira esta aproximación. Con la activación física de tales resortes y
palancas se desencadenan una serie de efectos o resultados, producidos con la determinación
inevitable de una relación causal. Siguiendo el automatismo propio de una máquina, lo que daría
movimiento a la estructura sería la acción causal de unos sujetos sobre otros.
El sistema político
Una descripción más detallada del modelo sistémico ha de tener en cuenta el conjunto de
elementos con que se constituye para comprender su funcionamiento global. • Nos referimos al
entorno del sistema político para describir el conjunto de interacciones —sociales, económicas,
culturales— que se da en la sociedad. Estas interacciones —como vimos al tratar de la base social
de la política— reflejan situaciones de desigualdad y, a menudo, de tensión entre diferentes
actores. La distribución desigual de recursos y posiciones entre individuos, grupos y comunidades
motiva el desacuerdo entre ellos y reclama la intervención política. Este entorno es, por tanto, el
que presiona sobre la política, sea en el ámbito local, en el estatal o en el planetario. Así ocurre,
por ejemplo, cuando un conflicto sobre recursos naturales —el dominio sobre áreas con reservas
de petróleo— actúa sobre el sistema político estatal e internacional, generando intervenciones
públicas de carácter económico, diplomático o militar. O cuando el entorno cultural alberga
poblaciones con idiomas diferentes, cuyos hablantes se sienten amenazados en la posesión de
este recurso simbólico y piden una intervención política para su regulación, en forma de incentivos
positivos —ventajas, privilegios, subvenciones— o negativos —sanciones, prohibiciones—.
• La conexión entre este entorno y el núcleo del sistema político se hace mediante la expresión
de demandas y apoyos: se les denomina inputs —«entradas» o «insumos», según las traducciones
— para evocar que acceden al sistema desde el exterior. Proceden de actores colectivos e
individuales. Pueden adoptar la forma de demandas o reivindicaciones. Así sucede, por ejemplo,
cuando los agricultores manifiestan su descontento por los precios bajos de sus productos o
cuando los usuarios de la sanidad pública expresan su preocupación por la deficiente calidad de las
prestaciones que reciben. También pueden tomar la forma de apoyos o reproches dirigidos a los
diversos componentes del sistema político: a sus instituciones, a sus reglas, a sus protagonistas,
etc. Aquí se cuentan las actitudes y opiniones positivas o negativas respecto del gobierno, del
parlamento, de los partidos y de sus líderes. O respecto del sistema fiscal, del sistema educativo o
del sistema de transporte público.
• El conjunto de mensajes —de inputs— que el entorno social genera es procesado —o digerido
— por el sistema, hasta producir una reacción a las demandas y apoyos planteados. Esta reacción
—calificada como output, salida o producto del sistema— puede consistir en decisiones
circunstanciales o en políticas sectoriales más estructuradas y de mayor alcance. En algunos casos
es útil distinguir la respuesta del sistema —el output— del efecto que esta respuesta produce
realmente sobre la realidad —el output come o impacto efectivo—. Cuando se pone en marcha
una acción política, no siempre se alcanzan los objetivos deseados: a veces se consiguen de
manera parcial y en otras se produce el fracaso. O incluso se consiguen efectos contrarios a los
esperados. Es importante, por consiguiente, averiguar si la reacción política ha modificado
significativamente la realidad previa. Por ejemplo, no sólo es útil saber qué reacción —represiva,
preventiva, combinada— ha elaborado el sistema político ante las tensiones sociales generadas
por el consumo de drogas entre los jóvenes. También es necesario conocer cómo ha repercutido
esta reacción sobre la situación anterior: ¿disminuyen o se alteran la producción, el tráfico y el
consumo?, ¿de qué forma y con qué intensidad?, ¿se dan efectos imprevistos y no deseados? •
¿Cómo se procesan las demandas recibidas? ¿Cómo se elabora la reacción —el output— del
sistema a la exigencia externa? El modelo sistèmico no ofrece una respuesta propia a esta
pregunta. Deja abierto un espacio —^una «caja negra»— que cada analista ha de completar,
echando mano de alguna de las propuestas que ha formulado la teoría política. En cada una de
ellas se subraya el papel de algunos actores y mecanismos. En el recuadro siguiente se presenta
una relación esquemática de las más importantes
La noción de sistema político como modelo tiene ventajas importantes, que explican su éxito
desde que David Easton (1953, 1965) lo introdujo en el análisis de la política. Entre estas ventajas,
pueden señalarse las siguientes:
• deja claro que la política ha de ser entendida como un efecto de las tensiones y conflictos que
afectan a diferentes colectivos sociales;
• señala la interdependencia de los diversos elementos que integran la estructura política, entre
sus funciones y sus instituciones;