Vivir Sencillamente (Pozo de Si - ANSELM GRUN

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Anselm Grün

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PRÓLOGO

Vivir sencillamente

PRIMERA PARTE

Al ritmo de las estaciones del año

Todo tiene su tiempo

ENERO

Tiempo de partida

FEBRERO

Tiempo celebrar y renunciar

MARZO

Tiempo de eclosión de la vida

ABRIL

Tiempo para el misterio de la vida

MAYO

Tiempo del amor y la belleza

JUNIO

Tiempo de vigilancia y calor

JULIO

Tiempo de libertad y recuperación

AGOSTO

Tiempo de alegría y de ocio

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SEPTIEMBRE

Tiempo de maduración

OCTUBRE

Tiempo de cosechar y dar gracias

NOVIEMBRE

Tiempo de oscuridad y de luz

DICIEMBRE

Tiempo de espera y de llegada

SEGUNDA PARTE

Siguiendo el ciclo de la vida

Las etapas de la vida

EMBARAZO

Potencial de vida

NACIMIENTO

Esperanza y nuevo comienzo

INFANCIA

El poder de la vitalidad

NIÑEZ

Imaginación y juego

ADOLESCENCIA

Vivir apasionadamente

EDAD ADULTA

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Responsabilidad para con los demás

LA MITAD DE LA VIDA

Oportunidades de la crisis vital

VEJEZ TEMPRANA

El don de la benevolencia

ANCIANIDAD

El don de la sabiduría

TERCERA PARTE

El ciclo festivo de la salvación

Un proceso de individuación

ADVIENTO

Cuando el cielo se abre sobre nosotros

NAVIDAD

Conciencia de nuestras raíces

NAVIDAD

Luz en la oscuridad

NOCHEVIEJA Y AÑO NUEVO

Acabar con lo viejo y dar paso a lo nuevo

TIEMPO DE NAVIDAD

Fiestas de transformación

LA FIESTA DE REYES

Un camino de sabiduría

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EPIFANÍA

Bendición de las casas

EL BAUTISMO DE JESÚS

El misterio de nuestra vida

LA CANDELARIA

Luz en medio de nuestras tinieblas

LA BENDICIÓN DE SAN BLAS

Rito de curación

MIÉRCOLES DE CENIZA Y CUARESMA

Purificar el cuerpo y el alma

TIEMPO DE PASIÓN

El camino hacia la gloria

PASCUA

Pasar, misterio de nuestra vida

RESURRECCIÓN

La certeza de vivir

TIEMPO PASCUAL

El camino de la resurrección

ANUNCIACIÓN DE MARÍA

Inversión de las pautas de comportamiento

FIESTA DE SAN JOSÉ OBRERO

Del sentido del trabajo

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ASCENSIÓN DE CRISTO

Transformación y consumación

PENTECOSTÉS

Juntos de nuevo

PENTECOSTÉS

La fuerza del entusiasmo

FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA

Tiempos de cambio en nuestra vida

CORPUS CHRISTI

Una nueva visión del mundo

VISITACIÓN DE MARÍA

Bendición del encuentro

FIESTA DE SANTIAGO

Peregrinos en el camino del deseo

ASUNCIÓN DE MARÍA

La fuente de bendición

FIESTAS DE MARÍA

Imágenes de nuestra vida

FIESTAS DE LOS ÁNGELES

Mensajeros de Dios entre nosotros

FIESTA DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS

Contamos con la protección de Dios

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ACCIÓN DE GRACIAS POR LA COSECHA

Celebración de la madurez y la plenitud

TODOS LOS SANTOS

El cielo conectado con la tierra

DÍA DE LOS DIFUNTOS

La perspectiva del juicio

DÍA DE LOS DIFUNTOS

Conmemoración de los difuntos

FIESTA DE CRISTO REY

Invitación a vivir con dignidad

CONCLUSIÓN

Nuestro tiempo en las manos de Dios

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VVIR SENCILLAMENTE», ¿cómo hay que entender estas palabras? Y, sobre todo,
¿cómo hacerlas realidad? Para mí, contienen un mensaje primordial: vivir en armonía
conmigo mismo, como persona libre y auténtica, justamente como corresponde a mi
propio ser. Esto presupone que no soy esclavo de las apariencias, ni me pliego a las
exigencias de terceras personas, que vivo como yo quiero y no como otros decidan por
mí.

En cualquier caso, vivir sencillamente significa también: existir en el «aquí y ahora»,


sentir de cerca cada instante y disfrutar agradecidamente de él. Frente a una cultura que
pone en primer plano el tener, la posesión y el consumo, este estilo de vida se propone
alcanzar otra experiencia fundamental: yo estoy sencillamente aquí. Existo en este
momento. Nada me apremia. No tengo que demostrar nada a nadie. Me está permitido
existir sin más.

Todo esto suena a simple y parece muy fácil de conseguir. Pero, justamente, esta
simplicidad nos resulta a menudo difícil. En este terreno sabemos una cosa: en la vida,
las cosas mejores y más hermosas no pueden comprarse. Se dan de balde. Tampoco son
difíciles de encontrar. Las alegrías que nos ofrece la vida están a nuestro alcance sin que
tengamos que esforzarnos por buscarlas: el aire fresco y puro, el sol que nos calienta, un
bello paisaje, la flor que se abre an te nuestros ojos. Para percibir las cosas bellas y tomar
conciencia de ellas, el individuo debe adoptar una actitud interior de apertura. Tengo todo
lo que necesito para ser feliz.

«Cuando no eches nada de menos en tu vida, se puede decir que todo el mundo te
pertenece», afirma Lao Tse. De este principio del sabio chino se desprende una ligereza
apacible: la levedad del ser. Y bajo estas palabras se esconde una sabiduría intemporal,
válida también para el hombre de nuestros días. Esta, ni más ni menos, es la auténtica
apuesta de nuestras vidas: notar de verdad con todos los sentidos esta ligereza del ser y
percibir efectivamente los aspectos felices apacibles de cada instante. Que las cosas me
resulten ligeras o pesadas, es algo que depende de mi propio punto de vista. Quien fija su
mirada en lo esencial, deja de percibir muchos detalles que tal vez le desagraden. Porque
quien se deja contagiar por la apacibilidad del ser, descubre también a su alrededor
muchas cosas que son fuente de felicidad en su vida.

La vida es perfectamente comprensible en sí misma, pero también es un arte. A los


niños les resulta fácil; en cambio, los adultos lo tienen más difícil. Vivir sencillamente es
simple; sin embargo, para aprender el arte de vivir, todos debemos asistir a la escuela de
la vida. Enseñar el arte de vivir ha sido la tarea fundamental encomendada a la filosofía

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desde Platón (427-347 a.C.), el principal representante de la filosofía griega. En tiempos
de Jesús y más tarde, durante la época de los primeros padres de la Iglesia, fue sobre
todo la filosofía estoica la que se preocupó de enseñar el arte de vivir. Y para la filosofía
estoica, la «sencillez» - o «simplicidad» - fue un valor central. De este concepto echó
mano sobre todo el emperador Marco Aurelio, el filósofo que llegó a ocupar el trono
imperial. El término griego utilizado por él es haplotés, que también aparece
repetidamente en la versión griega de la Biblia. Marco Aurelio afirma expresamente que
en el ser humano verdaderamente bueno debe ser «todo sencillo y lleno de
benevolencia». En cierta ocasión no dudó en dirigirse a sí mismo una invitación como
esta: «¡Sé sencillo y no dejes que en ti surja inquietud alguna!».

Según Marco Aurelio, «ser sencillo» significa cumplir el deber sin segundas
intenciones, no dejarse dominar por las propias pasiones y estar libre de las ilusiones que
a menudo nos hacemos sobre la vida. Una persona sencilla no desconfía nunca de los
demás. También el auténtico filósofo debería proponerse alcanzar este objetivo. Y esta
cualidad empieza a manifestarse en el hecho de que los principios que formula no son
nunca complicados. «Sencillez y modestia son cometido de la filosofía». Y según este
pensador, la sencillez lo es con mayor razón. Por un solo motivo: la sencillez describe la
meta de la humanización y, consiguientemente, es una cualidad válida para cada uno de
los individuos humanos. En efecto, el hombre auténtico es sencillo y claro, ingenuo y
leal, sin malicia y sin segundas intenciones. De ahí que Marco Aurelio exclame: «Alma
mía, ¿cuándo te decidirás a ser buena, sencilla (haploús), a estar de acuerdo contigo
misma y a mostrarte sin velos, más transparente que el cuerpo que te envuelve?».

Así, pues, para este gran filósofo de la antigüedad, la sencillez es uno de los más
sublimes bienes, y como tal constituye un objetivo por el que merece la pena luchar. Sus
puntos de vista giran en torno a estos polos: vida en armonía con la naturaleza, con la
propia esencia interna y con Dios y, paralelamente, libertad con respecto a las pasiones
destructivas. Entre estos mismos polos sigue discurriendo hoy día nuestro propio debate
acerca de cuál es el correcto estilo de vida.

Para aprender el arte de vivir, además de con la filosofía, contamos con otro maestro
destacado: la naturaleza. Y esto desde tiempos inmemoriales. Los seres humanos
aprendieron muy pronto a descifrar el misterio de su propia vida en el ritmo de la
naturaleza, y fue precisamente la simplicidad lo que les hizo sentirse protegidos. El poeta
Jean Paul expresó de la siguiente manera la dicha que había experimentado justamente
tras abandonarse a la naturaleza: «Uno puede vivir los días más felices aunque no
disponga de otra cosa que el cielo azul y el verde campo de primavera». Por este motivo,
cuando yo hablo de «vivir sencillamente», también quiero decir: «¡Hemos de vivir como
nos enseña la naturaleza!». Y esto significa que tenemos que confiar plenamente en la
vida que de múltiples formas nos sale al encuentro en la naturaleza. Vivir en armonía con
la naturaleza es, para quien realmente lo consigue, una fuente ininterrumpida de nuevas
experiencias felices. De hecho, la felicidad es en esencia la experiencia de estar en

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armonía conmigo mismo y con todo lo que existe, sobre todo con la naturaleza, de la que
yo formo parte.

Entre los medios que pueden ayudarme a conocer mi manera de ser, mi carácter, me
atrevo a señalar la contemplación de la naturaleza, el análisis de la marcha de mi propia
vida, y la celebración de las fiestas del calendario cristiano, que despliegan ante mis ojos
importantes imágenes de mi propia alma. A continuación me gustaría llamar la atención
sobre la importancia de estas tres vías de acceso. En mi carta mensual einfach leben
-«vivir sencillamente»- trato de describir los aspectos que más nos afectan de cada una
de las estaciones del año, lo que me permite explicar el ciclo festivo anual de la liturgia e
invitar a los lectores a que aprovechen esas circunstancias para progresar en el camino
espiritual. En este libro recojo y amplío muchas de las ideas que se me ocurrieron al
escribir esa carta; de ahí que ahora, en mi exposición, resulte mucho más clara la
estrecha relación de espiritualidad y arte de vivir precisamente a partir de la idea de
sencillez o simplicidad.

Por eso, me gustaría invitaros, querida lectora y querido lector, a que os dejéis
inspirar por el arte de la vida sana. Vivid sencillamente, como corresponde a vuestra
naturaleza, a vuestro modo de ser. Cada mes se pone de relieve este aspecto de una
manera diferente. Confiad en lo que la naturaleza pone ante vuestros ojos. Es algo que
está también en vosotros. La sabiduría de la naturaleza se pone de manifiesto en el hecho
de que ella no juzga. Todos formamos parte de ella, lo que explica también que los seres
humanos encontremos en ella protección y descanso.

Si vivís sencillamente la vida que palpita en vosotros -y que, por lo tanto, responde a
vuestra manera de ser-, si sois francos con ella y superáis los formalismos y
superficialidades, es que domináis el arte de vivir sanamente. Y eso mismo es lo que en
el fondo significa también ser una persona espiritual. En efecto, espiritualidad quiere decir
que se vive de la fuente del Espíritu Santo. Esta fuente está en cada uno de nosotros. Por
desgracia, con demasiada frecuencia nuestra comunicación con dicha fuente está
interrumpida. Las variadas imágenes que el calendario de la Iglesia nos permite
contemplar con ocasión de las fiestas anuales nos ponen de nuevo en contacto con esta
fuente interior. Si bebemos de esta fuente que está dentro de nosotros, la vida fluye con
sencillez, nuestra vida está en orden. Es armoniosa. Está en armonía con nuestra
verdadera esencia. Fluye y florece. Está bajo la bendición de Dios, que nos es prometida
y dispensada en la naturaleza y en cada una de las fiestas del calendario cristiano. Y la
vida que fluye y florece en nosotros se convierte en bendición para nosotros mismos y
para quienes conviven con nosotros. Así, pues, os deseo que aprendáis tan a fondo el
arte de vivir, que os convirtáis en personas sencillas, simples, claras, inequívocas, y de
ese modo no solo alcancéis la libertad personalmente, sino que además seáis una fuente
de bendición para otros muchos seres humanos.

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«TODO TIENE SU TIEMPO», afirma el maestro de sabiduría Qohelet - en griego,
Eclesiastés - hacia el año 180 a.C. El ser humano no puede disponer del tiempo a su
antojo. Tiene que contar con que el tiempo le sea dado. Dios ha dispuesto que cada
instante goce de cualidad propia. Y nuestra tarea consiste precisamente en aceptar cada
instante de acuerdo con esa peculiaridad. Si vivo de esta manera, respetando la
disposición de Dios sobre el tiempo, vivo rectamente. Y esto es bueno para mí. Según
Qohelet, la vida que tiene en cuenta la peculiaridad de cada instante conduce a la calma y
al disfrute de la vida.

Qohelet interpreta el cambio de los tiempos como algo perfecto y hermoso. «Dios
todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara; pero el
hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el fin» (Ecl 3,11).
Dios todo lo hizo bien. Esta afirmación vale también para el tiempo. Como ser humano
individual debo olvidarme de las medidas que yo mismo aplico al tiempo. Todo tiempo es
bueno. Pero mi tarea consiste en encajar en el tiempo que me corresponda: como tiempo
que Dios ha dispuesto para mí.

Qohelet trató de conectar las sabidurías judía y griega. Con su filosofía, el pensador
griego Platón había querido enseñar el arte de vivir sanamente. El arte es para Platón una
imitación de la naturaleza. Y un aspecto muy importante de la naturaleza es su ritmo. Por
eso, el tiempo de la naturaleza es siempre un tiempo acompasado, con ritmo. Quien
quiera aprender el arte de vivir sanamente, tiene que acomodarse al ritmo de la
naturaleza, teniendo en cuenta las características propias de las distintas estaciones del
año. Quien vive de acuerdo con el ritmo de la naturaleza, lleva una vida sana. El arte
cristiano de vivir sanamente, desarrollado por los padres de la Iglesia a partir del arte de
vivir de los griegos, aceptó el ritmo de la naturaleza y le dio una interpretación cristiana,
o, dicho de otro modo, lo «bautizó». La Iglesia hizo coincidir con cada una de las fechas
más importantes del año fiestas cristianas que, además de captar el misterio de la
naturaleza, profundizaban en su sentido espiritual.

Las fiestas cristianas interpretan el ritmo del año en sentido espiritual y existencial.
Cuando C.G.Jung afirma que el año cristiano constituye un «sistema terapéutico» quiere
decir: con ocasión de las fiestas del año, la Iglesia pone ante los ojos de los creyentes los
más importantes temas del alma humana. Y en la medida en que nosotros nos
planteamos estos temas crece en nosotros la concienciación. De esta manera, cada vez
nos acercamos más a nuestro verdadero yo. De todos modos, las fiestas del año cristiano
tienen un fundamento más profundo, que no es otro que el ritmo de la naturaleza. En un
principio, este fue para los seres humanos fuente del conocimiento de sí mismos. En el
fenómeno de la aparición y desaparición de las cosas en la naturaleza, así como en la
peculiaridad de las diversas estaciones del año, los seres humanos vieron desde tiempos

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inmemoriales una imagen de su nacimiento y de su muerte, una imagen de su propia
constitución como seres humanos y como personas individuales.

Por eso, me gustaría abarcar con una sola mirada el ritmo del año natural y el del
año cristiano, juntamente con el ritmo de la vida humana. Y me gustaría invitar a los
lectores y las lectoras de estas páginas a que, en el ritmo de las estaciones del año y de
las fiestas del calendario cristiano, reconozcan el ritmo y el orden de su propia alma,
comprometiéndose así a llevar una vida sana e íntegra.

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LA NIEVE, QUE EN ENERO cubre a menudo el paisaje, es un símbolo de nuestro
deseo de enterrar lo viejo. Al comienzo de cada año alimentamos la esperanza de que
Dios renueve interiormente nuestra vida, de que nuevas experiencias hagan de nosotros
personas nuevas. En realidad, una y otra vez volvemos a experimentar que continuamos
siendo la misma persona de siempre. Pero, a pesar de todo, esperamos: bajo la capa de
nieve lo viejo está llamado a desaparecer, para que pueda resurgir la vida nueva y
original. Esperamos que, una vez disuelta la nieve, florezca en nosotros algo nuevo.

Todo comienzo ejerce sobre nosotros un encanto especial. Lo nuevo nos fascina. El
coche nuevo brilla. Estrenar ropa nueva significa también que uno mismo se siente
renovado, y sin duda más guapo que con la ropa vieja. En todas estas experiencias se
esconde siempre la esperanza de ser una persona nueva, de poder cambiar la propia
conducta, de que en adelante nadie nos identifique ya con nuestros antiguos roles.
Comenzar significa: poner manos a una obra, configurar uno mismo la propia vida.

Comenzar significó originalmente: hacer cultivable. Al comienzo del año hemos de


empezar haciendo cultivable el campo de nuestra vida, para que en nosotros pueda
crecer algo nuevo.

El Año Nuevo entraña siempre la promesa de que también en nosotros surja algo
nuevo. Lo nuevo nos fascina. En lo nuevo se esconde el presentimiento de que lo que se
espera es mejor que lo viejo, de que lo que nos sale al encuentro es algo puro y no
adulterado, algo perfecto y medicinal.

En Año Nuevo, muchos se proponen una serie de cosas. Quieren empezar de nuevo.
Aunque, por otra parte, saben que «todo comienzo es difícil». Este viejo refrán expresa
la experiencia que tienen muchas personas al emprender una acción. No saben dónde han
de empezar. Temen poner manos a una obra nueva. Desconocen las consecuencias o
efectos que tendrá. Y no han encontrado todavía el camino adecuado para hacerse cargo
de la nueva empresa. Por otra parte, el refrán en cuestión trata de quitarnos el miedo. En
efecto, al confirmar que todo comienzo es difícil nos libra de culpabilizarnos a nosotros
mismos si al principio nos topamos con más dificultades de las previstas.

«Todo comienzo es difícil». Este refrán nos acepta como somos: seres humanos que
tenemos miedo a empezar algo nuevo. Pero, por otra parte, también nos anima a
traspasar esta barrera y a no dejarnos acobardar por las dificultades inherentes a todo
comienzo.

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En alemán, el término anfangen significaba originariamente «agarrar, tomar, echar
mano». En español, empezar se deriva de «pieza», con el sentido primitivo de «cortar un
pedazo (de alguna cosa) y comenzar a usarlo». Si no sabemos qué es lo que tomamos en
las manos, qué es lo que agarramos, es natural que nos entre el miedo, ya que podríamos
quemarnos los dedos, por ejemplo, si lo que tomamos en nuestras manos está demasiado
caliente. O tenemos miedo de agarrar el objeto de forma incorrecta, con el consiguiente
peligro de que lo nuevo y desconocido se quiebre en nuestras manos. De ahí la necesidad
de que en todo comienzo se actúe con precaución, pero sin dejar de confiar nunca en
que lo que tomamos en nuestras manos se deja moldear. Es solo el primer momento lo
que nos mete miedo. Tan pronto como nos hacemos cargo de alguna cosa nueva, nos
familiarizamos con ella. Y enseguida nos damos cuenta de cómo debemos tratarla. En
este sentido, lo que en realidad pretende el refrán es animarnos a tocar lo que está
delante de nosotros y a tomarlo en nuestras manos. Pero, puesto que todo comienzo es
difícil, debemos estar muy atentos y actuar conscientemente.

Puede suceder que, pocas semanas después de celebrar Año Nuevo, tengamos la
sensación de que lo nuevo no es en realidad muy diferente de lo viejo, pues volvemos a
cometer los mismos errores. En Año Nuevo nos propusimos cambiar ciertas cosas en
nuestra vida. Y luego hemos visto que nuestra forma de reaccionar ante los conflictos, la
crítica y los problemas sigue siendo la misma del año que acaba de terminar. Nuestra
conducta evidencia la misma cobardía, la misma indecisión y la misma falta de claridad.
Esto nos defrauda y nos lleva a pensar que el hecho de hacer buenos propósitos carece
de sentido. La vida hace un alto en su carrera.

En cualquier caso, estas experiencias, sin duda desalentadoras, no deben provocar en


nosotros un estado de resignación. El Año Nuevo nos remite a la vida nueva que hemos
recibido como regalo de Navidad. Por eso, aunque el nuevo comienzo a principios del
año no haya sido del todo exitoso, nunca será demasiado tarde para comenzar de nuevo.
Dios no se cansa de empezar de nuevo con nosotros. Él nos llena con su nueva vida. No
estamos atados a nuestro pasado. Hemos de arriesgarnos a emprender nuevas acciones.

Cuando el día 1 de enero saludamos a nuestros familiares y amigos con un «¡Feliz


Año Nuevo!», nos estamos deseando mutuamente que el año que empieza sea para
todos un año que nos aporte felicidad. Queremos que el nuevo año sea para nosotros
bueno y nos traiga toda suerte de ben diciones. Que cada una de las acciones que
emprendamos reciba la bendición divina y sea para nosotros fuente de bendición. En
realidad, los primeros días de enero de cada año desconocemos qué nos aportará el
nuevo año. Pero con nuestros saludos y felicitaciones expresamos la esperanza de que,
en último término, todo lo que vaya a suceder sea bueno y represente una bendición para
nosotros. En esta actitud se adivina una gran confianza. En efecto, nuestra experiencia
nos dice que nada nos garantiza lo que esperamos. Podemos caer enfermos, sufrir algún
tipo de crisis o trastorno, perder a personas que nos son muy queridas.

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La bendición que nos deseamos unos a otros para el nuevo año quiere expresar que
todo puede convertirse en bendición. La fe en la bendición de Dios, que extiende su
mano benéfica y protectora sobre nosotros, nos dispensa de tener que rompernos la
cabeza calculando lo que tal vez nos aporte el nuevo año. De una cosa estamos seguros:
suceda lo que suceda, nada nos separará del amor de Dios. Nada puede doblegarnos,
porque, con nuestra endeblez y fragilidad, estamos bajo su bendición.

Así, pues, te deseo un feliz y santo Año Nuevo. Confía en la nueva vida que hay en ti. Y
no dudes ni por un momento que Dios avala tu camino. Que la bendición divina te
acompañe, para que todas las iniciativas que emprendas se conviertan en bendición para
ti y para las personas con quienes y para quienes vives y trabajas.

Te deseo que empieces el nuevo año con renovada esperanza y que experimentes la
magia de lo nuevo. Ten plena confianza en que Dios te ofrece nuevas posibilidades,
nuevas oportunidades y nuevas aptitudes, para que también tú puedas experimentar todas
las veces que sean necesarias el esplendor de lo nuevo y no gastado en ti y a tu
alrededor.

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LA PRIMERA NIEVE NOS FASCINA. Sin embargo, cuando la nieve nos mantiene
secuestrados durante semanas, suspiramos por la primavera. El frío del invierno es
también una imagen para nuestra alma. Cuando soñamos con paisajes nevados, o con
hielo y heladas, nuestro sueño tal vez quiera remitirnos siempre a nuestros sentimientos
congelados. Una parte de nosotros está cubierta de nieve. Y otra buena parte está
congelada. Esta imagen onírica nos exige que, en medio del frío del invierno interior,
descubramos en nosotros el calor, para que se deshielen los sentimientos que en nosotros
están congelados. Dios nos libre de congelarnos interiormente, de volvernos fríos, en
nuestro corazón, en nuestro lenguaje y en el trato mutuo. Hemos de avivar de nuevo el
fuego interior de nuestro corazón, para que de esta manera se transformen también desde
dentro nuestro lenguaje y nuestras relaciones mutuas. Si las palabras que salen de nuestra
boca proceden del corazón y están llenas del fuego del Espíritu Santo, calentarán también
a quienes las escuchen. Solo entonces podremos crear un clima de proximidad y
confianza. Y solo así estaremos en condiciones de edificar una morada en la que nos
instalemos a gusto, en la que nos sintamos como en casa.

El invierno no nos impulsa solo externamente a buscar calor, a refugiarnos en una


vivienda con calefacción, en la que nos sentimos a gusto. El invierto nos invita también a
no dejar enfriar nuestras relaciones. Karl Rahner habló en cierta ocasión de una Iglesia
invernal, en la que con el paso del tiempo se han endurecido y congelado muchas cosas.
Él reclamaba paciencia. También la Iglesia experimentará una primavera. A veces solo
nos queda la esperanza de que, pasado el invierno, nuestras congeladas relaciones se
deshielen y de nuevo estemos en condiciones de comunicarnos humanamente unos con
otros. Así, pues, ahora puede crecer la esperanza de que también nuestro invierno
interior termine pronto y de que, con la llegada de la primavera a nuestras almas, de
nuevo florezca en ellas la vida.

En febrero empieza también, por regla general, la «quinta estación del año», el
carnaval - en algunas regiones recibe nombres como «carnestolendas» o «antruejo»-,
que luego desemboca en la Cuaresma. Febrero se distingue también por este tiempo de
ayuno.

El tiempo invernal de este mes es también imagen del tiempo improductivo de las
semanas de ayuno. Todo en nosotros descansa por decirlo así bajo el manto de nieve, a
la espera de que en primavera pueda brotar y florecer de nuevo. Durante este tiempo
renunciamos a muchas cosas que en otras circunstancias nos alegran la vida, a ciertas
bebidas y manjares festivos. Y con estas renuncias no pretendemos hacernos difícil la
vida, sino liberarnos de cargas innecesarias. Entramos dentro de nosotros mismos para

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que salga a la luz lo esencial, lo propio de cada uno. Durante el tiempo de Cuaresma
ralentizamos nuestra vida, para ponernos en contacto con nosotros mismos y ver más
claramente hacia dónde queremos ir. Y ponemos en práctica actitudes que dan estabilidad
a nuestra vida. Sobre todo nos ejercitamos en la práctica de la libertad. En realidad, este
es de alguna manera un tiempo de formación: el tiempo de que disponemos para
entrenarnos en la libertad interior.

Febrero y marzo abarcan dos tiempos de signo contrario: los días dedicados a la
celebración del carnaval y el periodo de Cuaresma, un tiempo de celebración y un tiempo
de ayuno, un tiempo de alegría y un tiempo de seriedad, un tiempo de reír y un tiempo
de llorar. Uno y otro forman parte de nuestra vida. Como personas individuales podemos
rechazar uno y otro. Quienes se muestran contrarios al carnaval evitan ese tipo de
celebraciones. Y seguramente no les falten razones para ello. Sin embargo, negarse
radicalmente a participar en toda manifestación de alegría no hace bien al alma. Y si los
días de carnaval fallan, lo reprimido busca en otro lugar una válvula de escape. Otros se
muestran contrarios a la Cuaresma, y no tienen en cuenta para nada este tiempo
dedicado al ayuno. Ven la Cuaresma como un tiempo cualquiera, y opinan que toda esa
cuestión del ayuno hace tiempo que está pasada de moda. Sin embargo, también estos se
olvidan de algo esencial. Se olvidan de purificar su vida y de liberarse de todo tipo de
dependencias. Continúan viviendo como hasta entonces. La Iglesia conoce la sabiduría
de las contraposiciones, y es consciente de que los diversos tiempos nos ejercitan en las
múltiples facetas de nuestra existencia, en la celebración y en la renuncia. Ambas son
inseparables. La una sin la otra resulta aburrida. La Cuaresma nos invita a ejercitar la
libertad interior. Y precisamente en nuestros días, cuando todos nos sentimos
dependientes de tantas cosas, esta práctica nos es especialmente provechosa.

Así, pues, te deseo una santa Cuaresma. Aprovecha este tiempo para concienciarte de
algunos problemas y abordarlos más tranquila y cuidadosamente. Para que, entrando
cada día más en ti mismo, experimentes en Pascua una plenitud de vida que se convierta
en bendición para ti y para las personas que te rodean.

Y no te deseo solo una saludable Cuaresma, sino también unos carnavales alegres -y
traviesos, en el caso de los habitantes de Renania y de algunos otros lugares del planeta-.
Que todo contribuya a liberarte de tus dependencias y a hacerte sentir que sigues siendo
una persona que tiene vida propia.

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EL MES DE MARZO PRESENTA DOS características que lo distinguen de todos los
demás: en la naturaleza, la primavera da sus primeros pasos; en el calendario cristiano,
continúa el tiempo de Cuaresma. Este tiempo nos invita a vivir sencillamente, a renunciar
a la multiplicidad y a concentrarnos en lo único esencial, para vivir en armonía con
nosotros mismos, identificados con nuestra más íntima esencia. En marzo comienza
también la primavera, momento en que la vida eclosiona de nuevo. También en la vida
de cada uno de nosotros, la primavera quiere disolver toda rigidez. La vida que vemos
eclosionar a nuestro alrededor debe llegar a su florecimiento también en nosotros
mismos. Déjate convencer por esta invitación al festín de la vida que te dirige el Cantar
de los Cantares: «Habla mi amado y me dice: "¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven
a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en
la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos"»
(Cant 2,10-12). En este sentido, debemos celebrar el comienzo de la primavera de forma
consciente y vivirlo sencillamente.

Vivir con sencillez, se dice pronto. Pero ¿qué significa realmente vivir? ¿Y en qué
consiste el arte de la vida sencilla? Vivir sencillamente quiere decir vivir en armonía con
uno mismo, no dejarse guiar por normas de vida complicadas. Para los primeros
representantes del monacato cristiano, el arte de vivir consistía en la sencillez y la llaneza.
Contentarse con pocas cosas, estar abierto justamente a aquello que está delante de
nosotros, en esto consistía la sencillez. De todos modos, en la palabra «sencillez»
resuena también el anhelo de la unificación. Para los místicos alemanes, sencillez es
sinónimo de integridad del corazón. El ser humano es sencillo cuando actúa sin segundas
intenciones. Tomás de Aquino habla de la sencillez de Dios. Dios es el ser puro.

El ayuno es un camino que nos ayuda a reencontrar esta sencillez. Los aspectos que
presenta son muy amplios. Citaré algunos: la eficacia medicinal y purificadora del ayuno;
la dimensión política del ayuno; ayuno y ecología; el ayuno como forma diferente de
relacionarse con la creación; el ayuno como vía para establecer una nueva comunicación
interior con el cuerpo y, finalmente, el ayuno como vía que acreciente nuestra
permeabilidad para Dios. Para mí, una idea importante de la Cuaresma es la vinculación
que debe existir siempre entre las esferas de lo espiritual y lo social: si crecemos juntos en
la búsqueda de Dios, este mundo adquirirá un rostro más humano. Con nuestras ideas y
nuestros sentimientos, cada uno de nosotros contribuye a la humanización de este mundo
globalizado. Todo lo que pensamos, decimos y hacemos repercute, para bien o para mal,
no solo en nuestro entorno inmediato, sino en todo el mundo.

Todavía estamos en plena Cuaresma, y la Iglesia nos invita a celebrar el domingo

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Laetare. En el canto de entrada (introito) de este domingo resuena ya el Aleluya pascual.
Seguimos en Cuaresma, pero nos acercamos ya con paso decidido a la Semana Santa y
al Domingo de Pascua. El tiempo del ayuno concluye con la Pascua, fiesta que en
ocasiones se celebra durante el mes de marzo. En el calendario cristiano, la fecha del
Domingo de Pascua coincide con el primer do mingo posterior a la luna llena de
primavera. Y la fecha más temprana en que puede caer la primera luna llena de
primavera es el 21 de marzo; por lo tanto, la fecha más temprana en que puede caer el
Domingo de Pascua es el 22 de marzo.

Si vivimos conscientemente la Cuaresma, esta experiencia nos prepara también para


celebrar la Pascua. Los meses de marzo y abril muestran el tipo de tensión que están
llamados a vivir especialmente los cristianos: junto a la tensión de renuncia y disfrute, el
cristiano tiene que escoger a menudo entre oscuridad y luz, entre seguir tumbado y
levantarse, entre replegarse en uno mismo y abrirse a la vida, entre muerte y
resurrección.

La tensión también genera en nosotros energía. Cada vez que prescindimos de un


polo de la realidad que nos plantea un desafío, eliminamos la tensión. En cambio, el
aumento exagerado de la tensión nos plantea una exigencia excesiva. Pero tampoco una
tensión excesivamente baja nos hace bien. Lo que nos hace bien es una energía interior
que no se limite a existir en nosotros, sino que fluya hacia los demás y a nosotros nos
haga fructificar, en favor de nosotros mismos y de otras personas.

Así, pues, te deseo que esta tensión entre la experiencia del ayuno y la pregustación de la
Pascua sea para ti fuente de salud y energía. Te deseo que te liberes de las cadenas que
te aprisionan y que, abandonando el sepulcro de la oscuridad y la resignación, te adentres
en la anchura y la libertad de la resurrección.

Y deseo que, especialmente en este tiempo de Cuaresma, todos y cada uno de


nosotros contribuyamos a que nuestro mundo se vea libre de odios y discordias, y a que
el espíritu cristiano se difunda por doquier, para que todos podamos convivir siempre en
paz.

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EN ABRIL, EL TIEMPO NOS SORPRENDE a menudo con cambios imprevistos. Es
un mes que nos permite disfrutar de días admirablemente cálidos, en los que la primavera
se hace valer y los campos verdean por doquier. Y, al mismo tiempo, es un mes en el que
una nevada inesperada puede cubrir de nuevo los brotes que anticipan la primavera. «Un
tiempo típico de abril», decimos para referirnos a esos días en que de pronto llueve y
acto seguido brilla de nuevo el sol.

El año cristiano ha recogido este carácter saltarín de abril. En este mes celebramos la
Pascua. Pero antes hemos tenido que pasar por la Semana Santa, con el abandono de
Cristo en la cruz. También nuestra disposición interior fluctúa a menudo entre el Viernes
Santo y el Domingo de Pascua. Nuestra alma no se ajusta siempre a los deseos de
nuestra voluntad. Está henchida de alegría y con ganas de vivir, y luego la tristeza se
apodera de nuevo de ella. Se siente viva y apenas un instante después se ve vacía y
como entumecida.

Abril nos remite al misterio de la vida. Nosotros mismos nos experimentamos a


menudo como un misterio. No nos comprendemos a nosotros mismos. Nos preguntamos
por qué de repente nos sentimos completamente hundidos. Al acostarnos estábamos
alegres, pero al levantarnos nos sentimos pesados y apenas logramos ponernos de pie. 0
empezamos la jornada con ganas de hacer cosas. Pero, de repente, nos sentimos sin
fuerza. No sabemos por qué nuestro estado de ánimo está sometido a estos cambios
repentinos. Y tampoco comprendemos a menudo el motivo de nuestras reacciones frente
a nuestros prójimos. Tal vez nos alegremos de encontrarnos con un amigo. Por
desgracia, el diálogo con él no ha funcionado. Y de repente nos preguntamos qué es lo
que realmente nos une con él. El otro nos pone nerviosos. Y la alegría del encuentro se
trueca en un profundo desencanto. No podemos explicarnos por qué las cosas han tenido
este desenlace.

En Grecia y en Egipto, la capacidad de resolver determinados enigmas o misterios


indicaba la sabiduría de una persona. Y en ocasiones, cuando alguien no conseguía
resolver el enigma, debía morir. En estas leyendas se dice claramente que nuestra vida
depende también del hecho de que nosotros seamos capaces de descifrar su misterio.
Para ello se requiere inteligencia, pero también el don del Espíritu Santo, que nos permite
contemplar las cosas más profundamente; y en profundidad todo se percibe formando un
conjunto, experiencia que no nos es dado tener cuando vemos las cosas superficialmente.
Comprender el misterio de la vida es condición previa para que nuestra vida tenga éxito.
Con la celebración de la muerte y la resurrección, el mes de abril quiere introducirnos en
el arte de descifrar el misterio de nuestra vida. La contemplación del misterio de Jesús

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nos ayuda a comprender más de cerca también el misterio de nuestra propia vida.

El mes de abril, en el que se recuerdan la pasión y la resurrección de Jesús, está


marcado para los cristianos por el acontecimiento sacro de la Semana Santa y de la
Pascua. Desde mi infancia, la Semana Santa ha despertado en mí profundas emociones.
Como monaguillo pude participar siempre intensamente en la liturgia de esos días. Me
sentía tocado entonces por una fuerza misteriosa, aunque todavía no estaba en
condiciones de entender todos los aspectos de las celebraciones religiosas como, por
ejemplo, las oraciones y los cantos. Durante mis primeros años de vida monástica creció
en mí la conciencia del significado de estos días. Entre mis meditaciones favoritas para
los días de la Semana Santa he de señalar en primer lugar los discursos de despedida de
Jesús, que aún hoy me siguen impresionando profundamente. Y todavía hay otra
experiencia que hace que me sienta especialmente vinculado con estos días: tras mi
ordenación sacerdotal, durante veinticinco años celebré la Semana Santa con los jóvenes
que venían a pasar esos días al monasterio. Acudían a confesarse y participaban
intensamente en la liturgia de esos días. Para ellos, la Pascua era a menudo una explosión
de libertad, ya que sentían de cerca la fuerza del mensaje pascual: liberarse de todas las
cadenas del miedo y de las inhibiciones interiores, levantarse y vivir la propia vida.
Durante esos días experimentaban que la luz del cirio pascual disipaba sus tinieblas
interiores y que a partir de entonces estaban en condiciones de contemplarlo y aceptarlo
todo en ellos a la luz de este cirio. Vivían la Semana Santa y la Pascua como liberación
interior y como superación de sus angustias y heridas.

La Cuaresma está orientada hacia la Pascua, como señalan ya claramente los textos
antiguos. En el capítulo sobre el ayuno, san Benito invita a los monjes a esperar la
festividad sagrada de la Pascua en la alegría del Espíritu Santo. Y, por lo que a mí
respecta, ya a comienzos de abril siento de alguna manera en mi interior la gozosa espera
de Pascua. Cuando miro dentro de mí mismo, la alegría que siento no se debe
exclusivamente al hecho de que haya quedado atrás la Cuaresma. Es una alegría más
profunda. Nace del presentimiento de que en Pascua tanto yo mismo como las personas
de mi entorno asistiremos al despertar de una vida nueva. No es solo que la primavera
eclosione y nos llene de nueva vitalidad. En el fondo de mi corazón confío firmemente
en que Dios vivificará en Pascua de nuevo todo aquello que ahora está entumecido en
mí. Y es también la alegría de saber que han merecido la pena la renuncia y la disciplina
que he practicado durante la Cuaresma. Soy consciente de que la Cuaresma me ha hecho
bien como tiempo de entrenamiento en el ejercicio de la propia libertad interior. Pero el
tiempo de la fatiga y del ejercicio ha pasado. Ha llegado el momento de la fiesta. Y en la
fiesta no es necesario ya que yo me vigile tan atentamente. Ahora puedo dejarme
contagiar por la fiesta y, simplemente, celebrarla.

Así, pues, te deseo que, al contemplar el misterio de la vida de Jesús, comprendas el


enigma de tu propia vida y te muestres agradecido por el misterio que en ella se esconde

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y que, de alguna manera, te permite rastrear el misterio mismo de Dios.

Te deseo también una alegre y vivificante fiesta de Pascua. Que la alegría del
Espíritu Santo se despierte en ti y te insufle nueva amplitud de miras y vivacidad.

Que la resurrección de Jesús sea para ti un camino que te enseñe a vivir en este
mundo de pie y erguido de una forma nueva y, al mismo tiempo, a creer que también
para ti el amor es más fuerte que la muerte.

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EN MAYO, LA NATURALEZA ESTÁ en plena floración. «¡Qué espléndida brilla para
mí la naturaleza!», exclama Goethe en su Canción de mayo. Todo está verde, blanco y
multicolor. Y cuando paseamos por las floridas praderas de mayo, también nosotros nos
contagiamos de esta vitalidad. Nuestro estado de ánimo se hace más diáfano y alegre. De
alguna manera, la plenitud que vemos a nuestro alrededor la sentimos también dentro de
nosotros mismos. Desde tiempos inmemoriales, mayo es para los poetas y los cantores el
«mes de delicias». Este mes especial nos introducirá en el secreto de la felicidad. Nos
empuja a salir al aire libre y, cuando en esas circunstancias nos movemos a pie por
entornos naturales, sentimos a nuestro alrededor la plenitud de la vida. Y bastante a
menudo nos sentimos felices.

La felicidad no es algo que aparezca en nuestras vidas espontáneamente; de alguna


manera debemos buscarla. Tampoco podemos retenerla a la fuerza. Pero si nos
mostramos abiertos, experimentaremos instantes especiales: aquí la pradera perfuma el
aire; el bosque desprende aquí un olor inconfundible. Y nosotros lo olfateamos, lo
saboreamos, lo escuchamos y lo contemplamos con nuestros ojos. Quien está en sus
cinco sentidos y percibe la creación que lo rodea, no puede por menos de experimentar
algo de felicidad, que sale a su encuentro desde fuera. Si acogemos tal plétora de vida en
nosotros, ello quiere decir que estamos en consonancia con nosotros mismos. La plenitud
de vida está ahí. Solo tenemos que abrirnos a ella. En este sentido, la felicidad tiene que
ver con la capacidad de olvidarnos de nosotros mismos, de estar simplemente ahí. La
felicidad es pura existencia. La persona que se olvida de sí misma, que está concentrada
en lo que hace, es feliz. No se trata por tanto de un sentimiento. Como tales, los
sentimientos no pueden retenerse. Se trata simplemente de la capacidad de estar ahí sin
reflexionar sobre uno mismo, de percibir simplemente lo que existe, dentro de mí y
alrededor de mí, y de rastrear cómo existo yo en Dios.

Así, pues, el mes de mayo nos invita a que, a la vista de una naturaleza en plena
floración, nos olvidemos de nosotros mismos y simplemente nos preocupemos de
percibir con nuestros sentidos la belleza que ella nos brinda. Quien esté atento a las
enseñanzas que puede recibir del mes de mayo saboreará sin duda la felicidad que
muchos instantes de la vida le tienen reservada.

Las imágenes relacionadas con este mes son numerosas. Muchas obedecen al hecho
de que la primavera hace que la naturaleza alcance todo su esplendor. En la tradición
católica, mayo es el mes de María. En numerosas iglesias, o incluso al aire libre, tienen
lugar devociones propias de mayo. En mi niñez, estas prácticas piadosas siempre me

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resultaron especialmente simpáticas, porque en ellas percibía yo una cierta unidad de
naturaleza e Iglesia, de creación y espiritualidad. El templo bellamente adornado
despertaba sentimientos de protección, y los cantos marianos actuaban de altavoces de
una experiencia del amor materno. También la experiencia de la naturaleza nos interpela
profundamente. En la naturaleza nos sentimos como una parte. Todos formamos parte
de ella. Y todos y cada uno de nosotros parti cipamos de la fuerza y del dinamismo de la
creación. La vida, que brota en los prados y los bosques a nuestro alrededor, trata
también de abrirse paso en nosotros. Lo que muchos relacionan con la madre naturaleza,
la Iglesia lo ha proyectado en María. Ella es la mujer que personifica la belleza de la
creación. Ella es cantada como la «más bella de los flores». En este sentido, María se ha
convertido en el símbolo por excelencia que nos garantiza que la belleza de Dios brilla
también en nosotros.

Con el tiempo, María terminaría simbolizando la hermosura de la flor. Ya en la


primera Iglesia fue comparada también con la Madre Tierra. Seguramente en esta imagen
confluyen asimismo las representaciones de las primitivas diosas madres, que habían sido
veneradas ya por los antiguos griegos y egipcios. Aquí se pone de manifiesto, en mi
opinión, la sabiduría de la primitiva Iglesia. Esta supo percibir los anhelos que en otras
religiones se expresaban por medio de las imágenes de las diosas madres y no dudó en
incorporar toda la carga de ese mundo simbólico al cristianismo. ¿Cómo? Proyectándolo
en la figura de María - o, como tal vez dirían otros, «bautizándolo cristianamente»-. En
cualquier caso, en la comparación de María con la Madre Tierra veo yo otro aspecto
interesante: como madre que es, María no nos juzga. La espiritualidad que ella nos
muestra es optimista; es decir, no establece juicios de valor, y no amenaza; es maternal,
tierna, tiene sentido del humor. María florece. En ella florece la belleza de la creación,
para que descubramos también en nosotros nuestra propia belleza.

También nosotros podemos escudriñar hoy día el misterio de la vida. En su último


concierto de piano, en su tercer movimiento, Mozart introdujo una serie de variaciones
en el tema de su melodía, que era la misma sobre la que había compuesto su canción
«¡Ven, querido mayo, y haz que los árboles recuperen su verdor! ¡Y que las pequeñas
violetas florezcan para mí al lado del arroyo!». Esta melodía fue el vehículo que le
permitió a Mozart expresar todo su amor y su alegría. Mozart compuso este concierto en
primavera, y más concretamente en la que sería la última primavera de su vida. Para
Mozart, la primavera era algo más que una hermosa estación del año. Para él, era
superación de la muerte, puerta de todas las incomunicaciones, eclosión de vida y de
verdor. Para Mozart, todo esto era símbolo de una realidad más profunda; en último
término, de la realidad de la resurrección, de la victoria del amor sobre la muerte, de la
victoria de la vida sobre todas las formas de rigidez y entumecimiento.

Así, pues, desde tiempos inmemoriales los seres humanos han relacionado con el
mes de mayo algo más que una subida de la temperatura que hace más agradable su
vida. Mayo fue siempre para ellos un tiempo del amor. Cuando en la creación todo

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florece, es porque estamos ante algo más que una fuerza vital de la naturaleza. Los seres
humanos - y entre ellos seguramente también Mozart - han visto en este fenómeno un
amor más grande, que no solo hace florecer la naturaleza, sino también el corazón
humano. Cuando aman, los seres humanos florecen. Y al florecer, comparten de alguna
manera la belleza y la ternura que Mozart dejó depositadas en su melodía.

Así, pues, te deseo que pases un hermoso mes de mayo, que el amor florezca de nuevo
en ti y te colme de alegría y prontitud de ánimo.

Que este mes especial sea para ti un tiempo colmado de bendiciones, para que
sientas en tu interior el dinamismo y la belleza que percibes en la naturaleza. Que, a la
vista del ejemplo de María, también tú tomes conciencia de ser objeto del amor y de la
elección de Dios. Es más, te deseo que experimentes que cada uno de los seres humanos
es amado incondicionalmente por Dios. Porque Dios nos ha elegido a cada uno de
nosotros para que nos convirtamos en fuente de bendición para los demás.

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LA LUZ Y EL CALOR DE JUNIO nos reaniman. La primavera y el verano se funden la
una en el otro. Se alternan los días fríos y los días calurosos. Junio es un mes para estar
vigilantes. Nos llama la atención el hecho de que los días se alargan y disfrutamos de sus
dilatados atardeceres. Cada día oscurece algo más tarde. Pero junio es también el mes en
que los días, al principio de manera casi imperceptible, empiezan a ser de nuevo más
cortos. En este sentido, el mes de junio nos entrena en la vigilancia. Debemos estar
atentos y tomar nota de dónde crece y dónde disminuye algo, de dónde hemos de
permitir algo y de dónde hemos de prescindir de algo. Si observamos el ritmo interior de
nuestra alma, podremos seguir nuestro propio ritmo personal y no viviremos en
contradicción con nuestra naturaleza más íntima. Vigilancia significa que en todo lo que
hago busco el misterio que se esconde en cada una de mis acciones. Un encuentro
vigilante es aquel que me desvela el misterio que se esconde en cada encuentro humano.
En el encuentro con el otro descubro mi verdadera esencia y el misterio del otro, en el
que brilla para mí el rostro de Dios.

A veces, a principios de junio hace ya tanto calor como en pleno verano. Más tarde,
volvemos a tener días frescos. Pero en algún momento del mes de junio el verano vence
al frío. El comienzo del verano coincide en nuestras latitudes con el día más largo. A
partir de entonces, los días vuelven a ser más cortos cada vez. La Iglesia fijó para el 24
de junio la fiesta de san Juan Bautista. Es el día en que ella celebra el solsticio de verano.
De Juan Bautista es este célebre dicho referido a Jesús: «Él debe crecer y yo disminuir»
(Jn 3,30). La Iglesia aplicó estas palabras al Sol como símbolo de Jesucristo. Como el
Sol, Cristo nace cada día en nuestros corazones.

En verano, nuestra atención gira a menudo en torno al Sol. ¿Brillará hoy el Sol o
tendremos un día lluvioso? ¿Hará mucho calor? Desde siempre los seres humanos han
tenido una relación especial con el Sol. Y en muchas religiones el Sol ha sido venerado
como un dios. El Sol nos calienta e ilumina. Su luz tiene propiedades terapéuticas. Pero
quien se exponga a los rayos del Sol sin las debidas precauciones - por ejemplo,
simplemente para broncearse - podría experimentar también sus efectos peligrosos.

El cristianismo primitivo proyectó diversos elementos del culto solar, extendido por
Grecia y Roma gracias al proselitismo de las numerosas religiones mistéricas, en la
persona de Jesucristo: él es el auténtico Sol. Cuando él nace, sale el Sol. De ahí que la
fiesta de su nacimiento se fijase para una fecha próxima al día en que el Sol ocupa la
posición más alejada del Ecuador celeste. En Pascua hemos celebrado el Sol de la
resurrección, que vence las tinieblas de la muerte. En la fiesta de san Juan Bautista
celebramos el solsticio de verano. A partir de esa fecha el Sol se pone de nuevo cada día

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un poco antes. Juan señala con su mano extendida hacia Jesucristo: «Él debe crecer y yo
disminuir». Cada mañana la Iglesia le canta a Cristo un himno, pidiendo que su Sol salga
sobre nosotros. Y cada noche pide que la luz de Cristo no se ponga nunca en nuestro
corazón.

Para la Iglesia primitiva todo se ha convertido en símbolo de Jesucristo y del misterio


de su resurrección.

Así, pues, te deseo que, durante el verano, todas tus experiencias de contacto con la
naturaleza las veas también como imagen de tu propia vida. Que al tomar el Sol
experimentes también la luz de Dios y su amor benéfico y cálido.

Te deseo que este verano el Sol destierre de tu vida toda frialdad y tiniebla, y que te
colme de calor.

Y, sobre todo, te deseo un mes de atenta vigilancia. Ejercita esta actitud vigilante
cuando te levantes por la mañana, cuando te dirijas al trabajo, y siempre que puedas a lo
largo del día. Notarás que tu vida se hace más intensa. Y descubrirás el misterio del
tiempo y su ritmo interno.

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JULIO PASA POR SER EL MES MÁS CALUROSO del verano. Pero no siempre
podemos estar seguros de ello. A muchos les gusta tomar el sol: los días calurosos han
llegado, por fin. Otros se quejan cuando hace demasiado calor. Durante los últimos años,
el clima nos ha dado repetidas sorpresas. En Navidades ha hecho calor. En Pascua ha
nevado. Al parecer, las antiguas reglas sobre el clima han dejado de ser válidas. Y no
deberíamos descartar que en julio, tras varios días de lluvia persistente, nuestro estado de
ánimo no levante cabeza. Por eso, no hagamos depender nuestra suerte de los
pronósticos meteorológicos; aceptemos cada día tal como se presenta en cada caso.

Estos cambios no afectan exclusivamente a nuestra actitud frente al clima, sino al


conjunto de los desafíos que todos hemos de afrontar cada día: en el trabajo, en nuestras
relaciones, en la familia, en la política. La infracción de reglas que fijan nuestra conducta
habitual puede angustiarnos. Pero, por otra parte, nos ofrece la oportunidad de no
aferrarnos a las rutinas de siempre, y de abrirnos a la voz que diariamente nos interpela
en las más diversas circunstancias externas e internas de nuestra vida. San Benito nos
invita con las palabras del Salmo 95: «Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis vuestro
corazón». Hoy hemos de estar dispuestos a acoger lo que Dios quiera decirnos. Hoy, de
lo que se trata es de grabar la impronta de mi propia vida en este mundo. Hoy, la
pregunta que no puedo esquivar es cómo respondo personalmente a la llamada de Dios y
de las personas de mi entorno.

Para muchas personas, julio es el mes de las vacaciones. Se puede disfrutar del sol y
de la belleza de la creación, que estos días está en todo su esplendor. Algunos ponen
rumbo a destinos lejanos. Muchos pasarán sus vacaciones en la patria. Aprovechan estos
días de descanso para encontrar cerca algo que desconocían y para descubrir lugares que
todavía no habían visitado. En este sentido, la misma escasez de recursos económicos
puede convertirse en una oportunidad que nos obligue a reflexionar sobre los propios
hábitos vacacionales. En lugar de emprender largos viajes, procuramos hacer algo que
sea realmente bueno para el cuerpo y para el alma. ¿Qué es lo que efectivamente me
ayuda a descansar? ¿Cómo recuperaré yo mis fuerzas?

Mi forma preferida de recrearme son, sin ninguna duda, las excursiones a pie. La
acción de caminar me proporciona todo aquello que necesito: movimiento, hermosos
paisajes, la compañía de personas amigas y un sano cansancio que, una vez alcanzada la
meta de la excursión, invita al descanso y a la celebración.

Estrechamente ligado a la idea de vacaciones está el concepto de libertad. Finalmente


libres. Libres de preocupaciones, libres de la presión diaria del trabajo, libres de

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obligaciones. Durante todo ese tiempo, uno puede no echarlas de menos. En español
«vacaciones» se deriva del término latino vacare, que significa «estar ocioso», «disponer
de tiempo libre», «vagar». En alemán Urlaub, que normalmente traducimos por
«vacaciones», significa literalmente «permiso», o «licencia» - en el sentido de las
expresiones españolas «estar de permiso, tener permiso», «estar de licencia, te ner
licencia»-, y proviene de la raíz verbal erlauben, que significa «permitir», «autorizar».
En un principio, el «permiso», o la «licencia», se refería a la autorización que alguien
situado por encima de mí me daba para marcharme. En este sentido, estar de vacaciones
significa estar exonerado de una relación de servicio; o dicho de otro modo: estar libre de
la obligación de prestar un determinado servicio. Me bajo, me apeo: de la relación de
servicio. Me bajo, me apeo: de la presión de las expectativas de los seres humanos. Me
es indiferente lo que los demás quieran de mí. Pero también es importante: hago algo que
sea bueno para mí. La realidad no siempre es compatible con los propios anhelos y
deseos.

La necesidad que sentimos de ser libres no siempre se ve satisfecha en vacaciones.


Es más, cada vez son más las personas que en sus vacaciones no experimentan nada de
libertad. Sin duda gozan de libertad externa. Pueden viajar adonde quieran. Pueden hacer
esto o lo otro. Nadie se mete con ellos. Sin embargo, íntimamente no se sienten libres. Se
sienten permanentemente juzgados por los demás. Ellos mismos se comparan con otras
personas y se preguntan de continuo si están a la altura de fulano o de mengano. No
permanecen en ellos mismos, sino que siempre se ocupan de otros. De ahí que terminen
dependiendo de la opinión y del juicio de los demás.

Incluso de vacaciones, muchos están permanentemente ocupados. Dan la impresión


de ser personas muy ajetreadas, y son incapaces de tomarse un auténtico descanso.
Tampoco para estos existe un tiempo libre de juicios y valoraciones. Continuamente
emiten juicios sobre ellos mismos o sobre los demás. Algunos se sienten obligados a
criticar cada una de las comidas que les sirven en el extranjero. Juzgan a quienes no son
como ellos. Son incapaces de percibir lo extraño, o extranjero, y de dejarse enriquecer
por esa experiencia. Este afán de juzgarse ellos mismos y de juzgar a los demás, de
someterlo todo a su criterio, hace que el miedo se apodere de ellos cuando, no pudiendo
ya hablar de otros, han de enfrentarse a sí mismos y a su propia verdad. En este sentido,
las vacaciones nos ofrecen también la posibilidad de alcanzar un compromiso consciente
con el momento y su verdad. Finalmente, en las vacaciones uno también puede aprender:
ante todo, la verdadera libertad es la posibilidad de ser, de existir. Es la libertad que nos
libera de la coacción de compararnos con los demás.

Así, pues, te deseo un feliz y tranquilo tiempo de vacaciones. Que aproveches tus días
libres para experimentar y profundizar en el sentido de tu propia libertad, que por encima
de todo es el arte de ser sencillo, de estar en condiciones de prescindir del juicio de los
demás, de vivir en armonía contigo mismo.

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Te deseo también que durante las vacaciones acumules la fuerza y la libertad
necesarias para que, en medio de las turbulencias de nuestro tiempo, vivas con actitud
abierta y comprendas la llamada del «hoy», y la sigas. Aprender a vivir en el «aquí y
ahora», incluso en circunstancias de máxima inseguridad, te brindará la claridad y la
certidumbre de que también hoy día tu vida es plena y está llena de sentido.

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EN AGOSTO VIVIMOS el punto culminante del verano. Pero la despedida de la
estación veraniega no se hará ya esperar. El otoño llamará pronto a la puerta. Esta
experiencia no la tenemos solo en esta estación del año, sino que es frecuente en la vida
de cada uno de nosotros: no podemos retener aquello que nos resulta más hermoso. A
menudo, el punto culminante representa también el punto de inflexión. La naturaleza es
un símbolo en este sentido: allí donde más a gusto nos sentimos es justamente donde
debemos despedirnos.

Pero, aun reconociendo que en la vida no podemos retener el punto culminante, si


estamos dispuestos a abandonar el instante hermoso, más adelante estaremos abiertos a
lo bello, que siempre podría aparecer de nuevo en nuestra vida.

El verano tardío exhibe una belleza propia. Muchas personas prefieren el mes de
septiembre para realizar sus excursiones a pie. El sol no quema ya. Pueden disfrutar
como es debido del paseo. De manera parecida, para que nosotros podamos disfrutar los
dones que Dios nos hace día a día, hemos de estar dispuestos a no aferrarnos a nada y a
abrirnos a lo nuevo que se nos presenta una y otra vez.

El poeta austriaco Adalbert Stifter escribió una novela titulada Der Nachsommer
[Verano tardío]. Es el tiempo que suele sorprendernos en agosto. A lo largo de este mes
al canza el verano su punto culminante. Sin embargo, ya el 15 de agosto, fiesta de la
Asunción de María, cambia bruscamente el punto culminante. Es el inicio del verano
tardío. Los días tienen características propias a partir de esta fecha. Todavía pueden ser
muy calurosos. Sin embargo, el calor es a menudo agradable, porque los rayos de sol nos
llegan más templados. Los campos recientemente cosechados exhalan un aroma peculiar.
Salir a pasear y disfrutar del sol resulta especialmente agradable. Pero a veces aparece
también la melancolía: cuando las vacaciones han terminado y uno tiene que someterse
de nuevo a la disciplina del trabajo y empieza de nuevo la escuela.

Por lo que a mí respecta, hago siempre las vacaciones en agosto. Cuando voy a salir
de excursión con mis hermanos, por la región de los Alpes y sus estribaciones, espero
desde mucho antes con impaciencia ese momento. Durante esas salidas puedo caminar
liberado de todo lo que me agobia. Disfruto de esas horas.

Hay sobre todo dos actitudes que corresponden al verano tardío: alegría y ocio.
Nosotros necesitamos este tiempo tranquilo. Este nos ofrece la posibilidad de encontrar el
ocio necesario para escuchar las voces que surgen del interior de nuestra alma y entrar
allí en contacto con la alegría que, ya presente en nosotros, está llamada a impregnarnos

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más y más cada día.

Así, pues, te deseo un tiempo lleno de bendiciones, en el que cada día te hagas cargo de
qué es lo que Dios espera hoy de ti. Y cuando te sorprenda un día lluvioso, cuando en tu
alma todo se vuelva más oscuro, confía en que tampoco esta situación será duradera.
Vendrán días en que de nuevo brille el sol. Acoger y soltar, en esto consiste el arte de
vivir cada día como regalo venido de la mano de Dios. Que cada día te sepas bendecido
de nuevo, independientemente de cómo se presente a primera hora de la mañana en tu
corazón.

Te deseo que disfrutes a fondo del verano tardío, que recuerdes con agradecimiento
estos hermosos días de descanso y que con fuerza renovada, pero también con una
actitud más vigilante, te reincorpores a las tareas que la vida te haya encomendado.

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LO EXTERIOR SIEMPRE ES IMAGEN de lo interior. En septiembre, el año va en
declive. Comienza el otoño, que parece invitarnos a mirar retrospectivamente lo que han
sido los meses ya transcurridos, lo que ha estado bien y aquellos aspectos que han sido
menos positivos. Es tiempo de hacer balance. Durante los meses de otoño se recoge la
cosecha. Es un tiempo que nos obliga a pensar en la cosecha agrícola, pero también en la
cosecha de la vida. Esta experiencia relacionada con la naturaleza nos plantea una serie
de preguntas: ¿Hasta qué punto produce mi vida una buena cosecha? ¿Qué es lo que ha
crecido en mí durante este año? ¿Dónde ha producido frutos mi trabajo en mí mismo y
el trabajo a favor de los demás?

Es bonito cuando alguien vuelve la vista atrás para agradecer la cosecha de un año y
puede hacer un balance positivo de la propia vida.

Pero también existen derrotas y fracasos. Suele decirse: «La victoria tiene muchos
padres, la derrota solamente uno». Todo el mundo piensa que ha contribuido al éxito de
una empresa. Pero cuando algo sale mal, nos quedamos completamente solos. Entonces
nos llueven las críticas y con demasiada frecuencia somos objeto de burlas maliciosas.
Por este motivo, cuando contemplemos retrospectiva mente nuestras victorias
personales, conviene que lo hagamos agradecida y humildemente. Parecida importancia
tiene el hecho de ser un buen perdedor y de estar dispuesto a reconocer también las
derrotas que la vida nos regala. La vida de cada uno de nosotros presenta siempre
cumbres y barrancos, luces y sombras. Mostrémonos agradecidos a unas y a otros.
Porque de ambas situaciones extremas aprendemos: de las victorias y de las derrotas. En
las victorias se esconde la promesa de que nuestra vida alcanzará su objetivo. No
siempre nos encontramos en el grupo de los perdedores. Nuestra vida sigue el derrotero
trazado. Estamos en armonía con nosotros mismos. En cualquier caso, una derrota
también puede tener efectos terapéuticos. Nos arranca las máscaras que puedan cubrir
nuestro rostro. Nos pone de golpe en contacto con nuestra verdad. En la derrota
perdemos todo aquello de lo que podemos jactarnos. Hace que nos sintamos desnudos.
Nos obliga a plantearnos preguntas como estas: ¿Qué queremos hacer en realidad con
nuestra vida? ¿Quiénes somos verdaderamente? Nuestro mérito no se fundamenta
exclusivamente en nuestros éxitos, ni siquiera en lo que hacemos, sino también en
nuestra manera personal de aceptar lo que nos sucede. En el mundo del deporte se
considera que la auténtica grandeza de un deportista se pone de manifiesto en su
capacidad para soportar la derrota y en su conducta como perdedor. Algunos no saben
perder. Siempre achacan a otros la culpa de sus derrotas. Sin embargo, cuando admito la
derrota y la acepto sin tratar de excusarme, me estoy definiendo por mi manera de ser,

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por mi personalidad, y no por mis éxitos. Es aplicable aquí un principio que dice: «Quien
quiere vencer, debe aceptar también la posibilidad de perder». En efecto, quien no esté
dispuesto a perder, no debería participar en un juego ni en ningún otro tipo de
competición. El vencedor leal respeta también al perdedor. Y al contrario, el perdedor leal
felicita al vencedor. En efecto, ambas experiencias forman parte de nuestra vida. De ahí
que solamente quien sabe cómo ha de comportarse en uno y otro caso pueda ser
considerado un buen deportista; es más, una persona madura.

En la antigüedad, el otoño, justamente en su calidad de tiempo de la cosecha, era


considerado también un tiempo de abundancia, lo que daba lugar a numerosas y bien
provistas celebraciones. Se agradecían a Dios todos los dones recibidos de su mano. Y
los seres humanos disfrutaban de esos dones de Dios. De esta manera, el otoño puede
convertirse también en un tiempo en el que nosotros descubramos la plenitud de la vida
vivida y demos gracias por ello.

Así, pues, te deseo que, independientemente de la etapa vital por la que ahora estés
pasando, logres percibir la experiencia de la estación otoñal también como una
experiencia de madurez y desprendimiento. Te deseo, además, que la gratitud te impulse
a contemplar la vida con ojos nuevos, que te permitan alegrarte de los dones que cada
día nos ofrecen la vida y Dios.

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OCTUBRE POSEE UNA CARACTERÍSTICA peculiar. El otoño se impone ahora lenta,
pero inexorablemente, en la naturaleza. Los días están a menudo impregnados de un
fulgor propio, que todo lo baña en una suave luz. Es una luz que hace que nos sintamos
bien. Cuando el Sol ilumina las amarillentas hojas de los árboles solemos hablar de
«octubre dorado». Una vez más, palpamos ahora de cerca la felicidad de una estación
del año que parece invitarnos a saborear los frutos de la tierra.

Los excursionistas esperan con impaciencia poder ponerse de camino con este Sol
dorado del octubre. Los viticultores recogen su cosecha. Y en los alrededores de la
abadía donde vivo en Münsterschwarzach, en la región de Franconia (Alemania), poco
tiempo después de la cosecha se pone a la venta un «vino joven», elaborado con la uva
recientemente vendimiada. Es un tiempo para disfrutar de la vida. Octubre es el mes de
la cosecha. De ahí que celebremos fiestas de acción de gracias por la cosecha, y que
aprovechemos la ocasión para hacer balance de lo que ha sido hasta este momento la
cosecha de nuestra vida.

Estos días me traen también con frecuencia a la memoria recuerdos de mi infancia.


Recuerdo, por ejemplo, que siendo alumno colaboraba en la recogida de las patatas.
Aunque hoy día los trabajos agrícolas se llevan a cabo con toda suerte de maquinaria
agrícola, cuando paso al lado de un campo recientemente cosechado sigo percibiendo
algo de este olor específico de octubre. De una manera muy especial, este olor me
recuerda la patria chica. Y el olor del otoño me hace reflexionar sobre lo que sale de mí,
sobre el «gusto» que yo mismo lego con mi vida a los demás.

La luz de octubre es por sí misma una invitación especial. Personalmente me siento


invitado por ella a mirarme y a mirar a los demás con la misma ternura con que lo hace el
Sol de octubre. Cuando a lo largo del mes de octubre disfrutamos de la variedad de
colores de la naturaleza, estamos en condiciones de mirar con otros ojos nuestra propia
vida: nos damos cuenta de que cada uno de nosotros hace gala en su vida de una rica
paleta de colores. A nadie le gusta ser un «hombre gris». De hecho, basta con que
aprendamos a ver correctamente, para que descubramos el colorido de nuestra vida. Y
otra cosa: los colores de octubre son suaves, e igualmente el Sol tiene en este mes una
luz más suave. También nosotros deberíamos ser capaces de contemplar con una suave
mirada todo lo que a nosotros se refiere: nuestras fuerzas y flaquezas, nuestro pasado y
el pasado de los demás; en una palabra, todo lo que es humano. Esto nos ayudaría a dar
otro paso: a renunciar a todo juicio sobre nosotros mismos y sobre los demás. Y a ver
que nuestra vida es bella y valiosa.

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Para mí, el mes de octubre está inseparablemente unido a la Feria del Libro de
Frankfurt. Las editoriales de todo el mundo presentan en ella sus nuevas publicaciones.
De ahí que en esta feria se perciban ya cuáles son las tendencias del pensamiento y de la
literatura que van a predominar durante los próximos meses, y cuáles son los temas que
conmueven a los lectores. A veces, uno puede tener la impresión de que son las mismas
editoriales las que, con su pro paganda masiva, pretenden determinar cuáles son las
temáticas que deberían interesar a los ciudadanos. De todos modos, al final son siempre
los lectores y las lectoras quienes deciden cuáles son los temas que realmente interesan.
Se necesita tener buen olfato para saber exactamente qué es lo que en realidad conmueve
a los seres humanos. Los libros escritos con el propósito de hacer dinero rápido son
necesariamente efímeros. Solo aquellos libros que abordan los anhelos del ser humano y
tocan su corazón cumplen de lleno con su cometido. Se necesita tener buen olfato para
saber qué piensan, de qué tienen miedo y qué es lo que anhelan los seres humanos.

Así, pues, te deseo que prestes atención y observes cuidadosamente los impulsos
interiores que afloran en tu propio corazón, y que en tu vida logres darles la adecuada
respuesta.

Te deseo también que el suave Sol de octubre brille en tu corazón y te colme de una
profunda paz interior. Te deseo que, impulsado por el espíritu de gratitud, puedas
disfrutar de los dones que Dios te ha concedido y de los frutos que tú mismo has hecho
crecer en ti.

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EXPERIENCIAS DE NOVIEMBRE. UNA DE ELLAS ES PARA MÍ el olor de las
hojas secas, que se marchitan envueltas en una niebla cada vez más densa. También se
puede mencionar aquí la lluvia de noviembre, que parece no tener fin. De todos modos,
tampoco en noviembre faltan los días soleados, durante los cuales las hojas que todavía
conservan los árboles siguen enviándonos un resplandor pasajero.

Para muchas personas, este mes se asocia también con trabajo intenso. Antes de que
llegue el tiempo más tranquilo del Adviento, todavía habrá que tener en cuenta algunas
fechas importantes. Aunque sea bajo presión, antes de que termine el año se han de
cumplir los buenos propósitos.

A pesar de todo, noviembre es también un mes durante el cual se amortigua de


alguna manera el ajetreo del año y, por tanto, se dispone de mayor tranquilidad para
reflexionar.

A muchas personas les plantea serios problemas la tristeza de noviembre. Para ellas
es el mes de los difuntos. La naturaleza se atrofia, los árboles pierden su variado follaje.
Y cuando fuera los días empiezan a ser notablemente más cortos, en el alma de algunas
personas se instala también un estado de ánimo depresivo.

Es frecuente que las personas depresivas se angustien al acercarse estas fechas. No


solo se hará antes de noche cada día. La oscuridad se instala también en su corazón.
Estas personas se sienten como bajo un velo. Y el ambiente melancólico que reina en la
naturaleza penetra también en sus almas. En noviembre se dedican también algunos días
a celebrar la memoria de los difuntos, como el Día de Difuntos o el Domingo de
Difuntos, que reproducen el sombrío estado de ánimo de la estación.

De todos modos, la liturgia cristiana celebra también fiestas de otro tipo para
recordar a los muertos: el día de Todos los Santos nos invita a contemplar la gloria de los
bienaventurados y a esperar para nosotros mismos la bienaventuranza eterna. En
Alemania, la fiesta de san Martín del 11 de noviembre no es una celebración destinada
exclusivamente para los niños. Otras dos fiestas que aportan algo de luz a nuestra vida
son: santa Isabel de Hungría - también llamada de Turingia-, el 19 de noviembre, y santa
Catalina de Alejandría, el 25 de noviembre. Isabel, mujer de ascendencia real, irradió la
luz del amor al prójimo y a Dios con una fuerza especial. Catalina superó en sabiduría a
los filósofos paganos; es representada con una rueda dentada rota, el instrumento
escogido por el emperador romano para torturarla. Su fiesta nos dice: no somos un
juguete del destino, que determina el curso de nuestra vida desde fuera. No estamos

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expuestos irremediablemente al ambiente exterior. En nosotros hay un espacio luminoso
donde no puede actuar el poder de las tinieblas. La fiesta de Cristo Rey, celebrada el
último domingo del año cristiano, nos recuerda que los cristianos, no solo no debemos
someternos al dominio despótico de otros seres humanos, sino que hemos de ser capaces
de mantenernos íntegros en medio de las amenazas de nuestra vida.

Por estas fechas podemos disfrutar todavía de días soleados, durante los cuales las
hojas que siguen suspendidas de los árboles brillan maravillosamente. Los días tienen
ahora una luz propia: una luz que brilla en la oscuridad. Este es también el motivo interno
de este mes. Cuando en la fiesta de san Martín los niños iluminan la noche con sus
candelas, todos podemos recibir este mensaje: lo que realmente importa es que, incluso
durante estas semanas, no nos olvidemos de la luz interior. Brilla para nosotros sobre
todo en las fiestas de los santos, no solo en la fiesta de Todos los Santos.

Así, pues, te deseo un mes de noviembre lleno de bendiciones. Que Dios haga llegar su
palabra a los rincones claros y oscuros de tu alma a través de los diferentes ambientes de
la naturaleza y que con su gracia te transforme. Te deseo que a medida que disminuye la
luz solar descubras la luz en tu corazón y que en medio de las bajas temperaturas de
estos días sientas dentro de ti el fuego del Espíritu Santo, para que tu corazón se abra a
Dios y a las personas que viven cerca de ti y te necesitan.

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DESDE MI INFANCIA ESPERO CON IMPACIENCIA la llegada de diciembre. Dentro
de este mes caen el Adviento, la fiesta de Navidad y el final del año. Aunque por mi
cargo de cillerero debo dejar solucionados muchos de los problemas que afectan a la
administración de nuestro monasterio antes de que termine el año en curso, no me gusta
renunciar a la alegría del tiempo de Adviento. Cada año es este para mí un tiempo
saludable, durante el cual trato de dedicar conscientemente algunos momentos especiales
a la lectura y la meditación. Es sin duda el tiempo que todos sentimos en nuestros
corazones como una oportunidad especial. Es el tiempo de convertimos en personas
pacíficas y de tomar en serio ese anhelo que sentimos de abrir nuestro corazón a Dios.

Esto no siempre es fácil. Para muchas personas diciembre es un mes denso. A lo


largo del Adviento pueden surgir tensiones. En las empresas se amontonan ahora los
asuntos que justamente han de resolverse antes de que termine el año. Las compras de
Navidad incitan a otros a moverse sin descanso. Las celebraciones de la Navidad se
multiplican. Durante el tiempo del Adviento, la publicidad nos desborda con sus ofertas,
y sobre todo con su mensaje imperativo: «¡No esperes, compra ahora!». Según ella, el
consumo dará pleno cumplimiento a nuestros deseos. Sin embargo, el Adviento cristiano
es un tiempo para poner un poco de orden en el barullo exterior, para aprender de nuevo
a esperar y para transformar nuestros afanes y manías en anhelos.

Es importante que organicemos el tiempo del Adviento como a nosotros nos guste.
No estamos obligados a tomar parte en todas las iniciativas que otras personas nos
propongan, o que nosotros mismos nos exijamos en un determinado momento. El
Adviento lo definimos también como «tiempo de quietud» o «tiempo silencioso». La
quietud supone acciones como tranquilizarse, detenerse, estarse quieto. Cuando me
detengo, también mi agitación interna tiende a calmarse.

Por otra parte, de acuerdo con el sentido original de su etimología latina, «adviento»
significa también «venida», «llegada». Querido lector, aprovecha el tiempo del Adviento
para entrar dentro de ti mismo. Los cristianos celebramos la venida de Dios en Jesucristo
y, al mismo tiempo, su llegada al corazón de cada uno de nosotros. Cuando acogemos a
Dios en nuestra vida, nos encontramos con nuestro yo auténtico. Pero, para que
podamos sentir la llegada de Dios, debemos empezar acogiéndonos a nosotros mismos.
Pregúntate si realmente estás cerca de ti mismo, y si el tiempo tenía antes pleno sentido y
ahora está vacío para ti. Trata de estar cerca de ti mismo. Solo si durante las cuatro
semanas del Adviento entras dentro de ti, podrás experimentar en Navidad la venida de
Dios en el nacimiento de Jesucristo como cumplimiento de tu gran anhelo. Por eso, te
deseo un tiempo de Adviento lleno de bendiciones, para que la Navidad se convierta para

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ti en la celebración de un nuevo comienzo, en una fiesta de la alegría. Que el Niño Dios
quiera hacerlo todo nuevo en ti, de manera que puedas dejar de lado lo viejo del año, y
que lleno de fe y confianza te entregues a trabajar por lo nuevo que sinceramente
esperas.

En Adviento disfruto de mi rincón de oración. Es un lugar especial que utilizo para


tomar conciencia de mis propios anhelos y deseos. No se trata aquí de echar una mirada
al pasado y de rememorar una vez más los sentimientos de la infancia. Más bien me
pregunto qué significado tiene hoy para mí la venida de Jesús, y cómo podría influir
positivamente en mí esta experiencia. Naturalmente, ya sé que Jesucristo ha venido a la
tierra hace muchos siglos. Pero la verdad teórica no se convierte sin más en verdad
personal de quien la conoce. Para eso justamente necesito yo este tiempo de Adviento
preparatorio de la Navidad, durante el cual me planteo cada año las mismas preguntas: si
Cristo viene a mi vida y entra en mi corazón, ¿cómo debería reflejarse este hecho en mi
vida? ¿Qué me diría Jesús a mí personalmente? ¿Sobre qué aspectos me llamaría la
atención? ¿Me muestra Jesús que no he entrado aún realmente en mí mismo, y que, aun
cuando visite y me presente en muchos lugares, sigo sin entrar en mi interior? Y le pido
que, a pesar de todo, se digne venir a mí, para que gracias a él también yo alcance mi
propia verdad.

Cada año me planteo estas preguntas como si fuese la primera vez: ¿Qué significa
para mí el Adviento y qué representan para mí las Navidades? ¿Cómo puedo
comprender cuáles son nuestras expectativas actuales durante el Adviento y el objeto de
nuestra celebración de la Navidad? Por eso, me gustaría invitarte también a ti, querido
lector, a que te detengas un momento y con toda tranquilidad te preguntes: ¿Qué espero
obtener personalmente del Adviento de este año y de la celebración de la Navidad? Solo
conoceré cuáles son estas expectativas cuando me decida a hacer frente a mi propia
verdad: ¿Qué es lo que en este momento me impulsa? ¿Qué es lo que me hace sufrir?
¿Dónde me encuentro personalmente a disgusto? ¿Qué es lo que está bloqueado en mí?
¿De qué me siento frustrado en mi vida? ¿Cuál es mi anhelo más profundo?

Cada año, nuestra celebración del Adviento y de la Navidad es diferente, porque


cada año los temas que nos preo cupan interiormente son distintos. Las palabras de las
promesas que escuchamos a lo largo del Adviento hemos de aplicarlas a nuestra propia
situación interior, a nuestras preocupaciones y angustias, a nuestra rigidez, a nuestro
vacío, a nuestro sufrimiento, a nuestra tristeza. Estas palabras quieren decirnos: Dios
transformará tu angustia y tu tristeza. También para ti hay una nueva tierra y un nuevo
cielo. También sobre tu oscuridad se alzará la luz de Navidad. También tu rigidez se
ablandará cuando Cristo nazca en ti.

Así, pues, te deseo que vivas el Adviento como una oportunidad de ver más claro en
medio de tu oscuridad y también como un tiempo de transformación de tu estado de

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ánimo más profundo. De este modo, en el silencio y la quietud, crecerá en ti la esperanza
de que todo te vaya bien.

También te deseo que la espera de la venida de Jesucristo te ayude a descubrir cuál


es tu auténtica verdad y cuáles son las posibilidades que atesoras de actuar de un modo
más positivo en este mundo.

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EL RITMO DEL AÑO NOS REMITE al ritmo de nuestra propia vida. Desde tiempos
inmemoriales hemos entendido las estaciones del año también como imágenes del curso
de nuestra vida: la primavera representa la juventud; el verano, el momento de apogeo de
la edad adulta; el otoño, la fase del envejecimiento; y el invierno, la última etapa de
nuestra vida y la muerte. En las reflexiones que a continuación haré sobre las diferentes
etapas de la vida, no veas, querido lector, otra cosa que una invitación a tomar conciencia
de la característica específica de cada una de las estaciones del año y a descubrir en ellas
una imagen de la propia vida. Cada uno de nosotros pasa por un momento distinto de su
ciclo vital. Y no sabemos hasta dónde abarcará el ciclo completo de nuestra vida.
Sabemos cuándo empieza, pero no cuándo termina. Es una suerte que podamos
considerar los días de cualquiera de los meses como imágenes de los diversos tiempos
por los que ya hemos tenido que pasar.

De todos modos, así como cada año se celebran todas las estaciones del ciclo de la
vida, eso mismo sucede también en nosotros, independientemente de la edad que
tengamos. Siempre la misma cantinela: embarazo, nacimiento, crecimiento, apogeo,
decadencia y muerte. Una y otra vez hemos de desprendernos de lo viejo, para que
pueda nacer lo nuevo. La vida humana está marcada por dos polos: el ci clo, de
naturaleza circular, que siempre vuelve a repetirse, y el camino, que nos aleja cada vez
más del punto de partida en dirección a una meta. En Oriente se ha desarrollado un
pensamiento de marchamo claramente cíclico. El pensamiento histórico tiene allí una
presencia menos destacada. Todo retorna. La misma muerte no es un final, sino que
desemboca en un nuevo nacimiento, con el que todo vuelve a empezar de nuevo. En
cambio, en Occidente estamos más marcados por el pensamiento histórico, que es de
carácter lineal. Los occidentales vemos la vida como un camino que siempre nos lleva
más lejos y que finalmente nos conduce a la muerte. Ambas modalidades del
pensamiento, la cíclica y la lineal, se unen en la imagen de la espiral. La espiral gira sobre
sí misma. Pero también lleva más adelante, siempre hacia arriba. Y también tiene una
meta.

Así, pues, el ciclo de nuestra vida nos muestra dos cosas: los seres humanos
experimentamos una y otra vez la serie formada por embarazo, nacimiento, crecimiento,
apogeo, decadencia y muerte. De todos modos, no se trata de un círculo que se repita
eternamente igual a sí mismo. Cada vez que algo viejo muere, nace en nosotros algo
nuevo. Nos vemos obligados a abandonar la infancia, para que en la juventud podamos
florecer. De manera parecida, tenemos que despedirnos de la cima que corona la mitad
de la vida, para que nuestra vida interior progrese. Y en la vejez hemos de saber
prescindir de la fuerza, para descubrir nuestra riqueza interior, que ni siquiera en la
muerte nos será arrebatada. En este sentido, hacerse hombre significa: decir sí al
movimiento circular con que nos encontramos a lo largo del ciclo anual y en los polos

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siempre recurrentes de la serie «aceptar - desprenderse - renovarse» y, al mismo tiempo,
decir sí a nuestro camino, que no puede repetirse simplemente. El camino que cada uno
de nosotros recorre es úni co. De ahí que merezca la pena prestar atención a este
camino. A esto precisamente nos exhorta Jesús una y otra vez: a que avancemos
atentamente, porque el camino recorrido por cada uno de nosotros es único. E
irrevocable. Nos conduce de la infancia a la juventud, a la edad madura, a la ancianidad
y, finalmente, a la muerte. La muerte señala el final del camino, pero también la plenitud.
Todo lo que haya crecido en las diversas fases de la vida, en la muerte se vuelve íntegro
y completo, cabal e intacto para siempre.

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LA VIDA HUMANA COMIENZA con la procreación. Varón y mujer se unen
sexualmente entre sí y procrean. El semen del varón fecunda el óvulo de la mujer. De
ese óvulo fecundado surge el hijo. Durante los nueves meses que dura el embarazo, la
mujer lleva en su propio cuerpo al hijo que se está formando. El vientre de la madre es el
espacio protegido que hace posible el desarrollo del niño. Durante el embarazo, además
de recibir el alimento, el hijo percibe de alguna manera muchas de las cosas que pasan en
el cuerpo de la madre. Por ejemplo, percibe sus estados de ánimo, el ritmo de su cuerpo,
y las sustancias que ingiere. El alcohol y el tabaco representan auténticas amenazas para
el hijo en el cuerpo de la mujer. De ahí que, durante el embarazo, las mujeres renuncien
a consumir estas sustancias estimulantes, para que el hijo no solo disponga de un espacio
bien protegido, sino que se sienta a gusto en el vientre de su madre.

VIENTRE BENDITO 1 Las diversas lenguas disponen de diferentes expresiones para


referirse al embarazo. En español se habla, por ejemplo, de «estado de buena
esperanza», de «estar encinta» (¿aludiendo a las cintas o fajas benditas que solían
ponerse las futuras madres?). En alemán, se dice que la mujer embarazada tiene un
«cuerpo bendito». La mujer en cuyo vientre crece el niño le da a este una cuna y un
hogar. Ella misma se arriesga, a veces con peligro para su propia vida, por el hijo, para
que este pueda nacer sano. Decimos que la mujer «pare a su hijo a término». Hasta el
momento en que el hijo esté en condiciones de vivir fuera del vientre de la madre, esta lo
lleva en su seno. En esto precisamente consiste la apuesta de la madre. Muchos niños a
quienes sus madres entregan en adopción poco tiempo después de nacer, porque ellas
mismas no se sienten capacitadas para criarlos en las debidas condiciones, lamentan el
hecho de que sus madres los hayan dejado en la estacada. A estos hijos, yo trato siempre
de recordarles que, en cualquier caso, sus madres los llevaron en su seno durante nueve
meses. Y esto también es dedicación. En su día, la madre puso en peligro su vida, para
que el hijo pudiera nacer. Este es un acto de amor que todos, como hijos que somos,
deberíamos valorar. Ya el hecho mismo de que nosotros hayamos nacido indica que, para
engendrarnos a cada uno de nosotros, se han amado dos seres humanos, y que una
madre ha sacrificado algo de sí misma durante nueve meses para que nosotros hayamos
podido crecer.

COMPRENDER Y ACEPTAR 1 Las vivencias que tenemos durante el embarazo no se


reducen a la bendición que nos llega a través de la madre. A veces, ya en el seno de esta
experimentamos las amenazas de nuestra vida. Varones y mujeres nacidos durante la
guerra me cuentan que cuando estaban en el vientre de sus madres, ellas tuvieron que
refugiarse a menudo en los refugios antiaéreos. Los hijos compartieron de alguna manera
el miedo con sus madres. Todavía hoy, algunas de estas personas sienten un miedo

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irracional cuando tienen que bajar al sótano, o se encuentran frente a espacios húmedos
y oscuros. Estas reacciones tienen algo que ver con las experiencias vividas por la madre
durante el emba razo. Frente a las experiencias que hayamos tenido en el vientre de
nuestra madre apenas podemos defendernos. Porque en el momento de tenerlas no está
todavía a nuestro alcance la mínima reflexión racional. Y consiguientemente, tampoco
podemos eliminarlas. Lo que debemos hacer con estas experiencias y sus consecuencias -
como pueden ser nuestras angustias, nuestra inseguridad, nuestra aversión a
determinadas sustancias y olores - es reconciliarnos con ellas, o en todo caso aceptarlas
resignadamente. Y en cualquier caso, es importante que nos comprendamos a nosotros
mismos, en lugar de juzgarnos o de obsesionarnos con la idea de que deberíamos haber
llegado ya mucho más lejos en nuestro desarrollo. Solo aquello que comprendemos y
aceptamos puede llegar a transformarse con el tiempo.

A decir verdad, en la experiencia de un embarazo real pueden caber vivencias


contradictorias: lo doloroso y lo agradable, la luz y la oscuridad, lo bello y lo feo, lo
bueno y lo malo.

EL NIÑO QUE QUIERE NACER EN NOSOTROS 1 De todos modos, el alcance del


embarazo no se reduce a la experiencia que todos hemos tenido antes de -y durante -
nuestra más tierna infancia. El embarazo está también en estrecha relación con el
potencial de que estamos dotados todos los seres humanos. En alemán y otras muchas
lenguas, el vocabulario relacionado con la concepción y el embarazo se utiliza también
ampliamente en sentido figurado. Así, mientras unos conciben nuevas ideas, y otros
representaciones artísticas, los hay que generan proyectos creativos. A veces acariciamos
una idea; es decir, aunque la hemos concebido, todavía no la hemos alumbrado. Así,
pues, cada una de las fases del ciclo de nuestra vida simboliza también todo aquello que
hoy querría hacerse realidad en nosotros.

A veces soñamos (no solo las mujeres, sino también los varones) que estamos
embarazados. Esta imagen nos dice que en nosotros quiere nacer algo. En nuestro
interior se está tramando algo. Todavía no sabemos qué es lo que está a punto de ver la
luz en nuestra vida. Pero los sueños de embarazo son siempre sueños de esperanza. Lo
que en nosotros está queriendo nacer es la imagen original y auténtica que Dios mismo se
ha formado de nosotros. Ahora bien, el niño que querría nacer en nosotros abarca
también lo nuevo que querría hacerse realidad en nuestra vida. Lo viejo quiere ser dejado
de lado, para que en nosotros surja lo nuevo. A menudo, lo nuevo todavía no podemos
nombrarlo. Pero los sueños de embarazo nos invitan a entrar dentro de nosotros mismos
y a escrutar atentamente qué es lo que se está fraguando en nuestra alma. Dios mismo
obra en nosotros. Dios mismo quiere renovarnos interiormente. Él mismo quiere nacer en
nosotros, para que a través de él contactemos con la imagen clara y pura que él ha
soñado de nosotros y que querría hacer realidad en nuestra vida.

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Ritual

Ser lo que somos

Siéntate cómodamente en la butaca, o en una silla, o en tu banqueta de meditación, y


trata de tranquilizarte.

A continuación coloca ambas manos sobre tu vientre y presta atención a lo que sucede
dentro de ti. ¿Cómo sientes tu vientre? ¿Es para ti un espacio que te pone en contacto
con tu propia fuerza? ¿0 percibes que de tu vientre emergen intuiciones que te hacen
presentir qué deberías pensar o hacer?

Recuerda una vez más la imagen del embarazo. ¿De qué te sientes embarazado en este
momento? ¿Qué es lo que se está formando en ti? ¿Tienes la sensación de ser
plenamente auténtico, de ser el varón o la mujer que realmente querrías ser?

Tal vez en este momento tu mente y tu corazón guarden silencio, y por tanto no pienses
ni sientas nada. Tal vez solo surjan en tu mente imágenes. Sigue prestando atención a
estas imágenes interiores.

Permanece sentado en esta actitud durante 15 minutos y trata de sentir qué sucede en tu
vientre y cómo se integran en ti imágenes, sentimientos o ideas. Confía en que Dios
mismo actúa en ti, y te configura interiormente cada vez más de acuerdo con la forma
que corresponde a tu verdadera esencia.

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FELICIDAD Y ESPERANZA 1 Cuando a las personas se les pregunta cuál ha sido el
acontecimiento más emocionante de su vida, la respuesta es a menudo: «El nacimiento
de mis hijos». El nacimiento de un hijo, la «venida al mundo» de un nuevo ser humano,
nos fascina. Ha aparecido entre nosotros algo nuevo, algo que hasta entonces nosotros
no habíamos podido presenciar nunca.

El nacimiento es una profunda experiencia emocional y existencial, para el hijo y


para sus padres, sobre todo para la madre. Antes de dar a luz, esta se siente a menudo
angustiada pensando en los futuros dolores del parto. Y las dudas se apoderan de ella
cuando se pregunta si el hijo que lleva en su vientre será un niño realmente sano. Jesús
mismo habla en el Evangelio de Juan de estas preocupaciones de la madre antes del
parto: «Cuando una mujer va a dar a luz está triste, porque le llega su hora. Pero cuando
ha dado a luz a la criatura, no se acuerda de la angustia, por la alegría de haber traído un
hombre al mundo» (Jn 16,21). Sin embargo, la madre no siempre está exultante de
alegría después del nacimiento de un hijo. En algunos casos, la madre sigue todavía tan
inmersa en el dolor que apenas puede atender como es debido al recién nacido. Otras
sufren tras el parto una depresión que las obliga a guardar cama durante semanas. No
pueden alegrar se por el hijo, porque su depresión solo les deja fuerzas para ocuparse de
ellas mismas. En algunos iconos con imágenes de la Navidad, María es presentada como
una mujer agotada que descansa en la cama. A veces contempla a su hijo, pero en otros
casos aparta de él su mirada. Esta imagen debería servir para que ninguna mujer se
sintiese culpable si, tras el nacimiento de su hijo, se siente agotada y no es capaz de
atender a su hijo como a ella le gustaría.

ALEGRÍA Y ASOMBRO 1 Sin embargo, en la mayoría de los casos el nacimiento de un


niño es motivo de alegría no solo para la madre y el padre, sino también para los
hermanos, los abuelos y en general para todas las personas emparentadas con el recién
nacido. Todos querrían ver al niño, contemplarlo de cerca. Es siempre un verdadero
milagro el que de pronto en una familia aparezca un bebé, y el hecho de que ese niño
recién nacido le mire a uno con su rostro único e irrepetible. Ahora bien, este niño va a
necesitar enseguida mucha dedicación, para que se sienta bien acogido en el mundo,
amado y protegido. Necesita que unas manos lo acaricien con ternura. De esta manera
adquirirá esa confianza primigenia que le hará sentirse bien en el mundo. No debemos
perder de vista que el embarazo puede resultar doloroso tanto para la madre como para
el mismo niño. Algunos experimentan un trauma durante el parto, cuando el camino que
tienen que recorrer para nacer está erizado de dificultades y es doloroso. A menudo esta
experiencia traumática se refleja más tarde en una difusa angustia frente a lo nuevo: para
estas personas, hacer frente a algo nuevo es como un alumbramiento que solo puede

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llevarse a cabo a costa de grandes dolores y angustias.

ANHELO DE UN NUEVO COMIENZO 1 Un recién nacido no está atado al pasado.


Tiene todo el futuro por delante. Puede de sarrollar todo lo que en él es ahora
simplemente potencial. A veces también los adultos anhelamos volver a este estado en el
que todo es todavía futuro para nosotros. O dicho de otro modo: todavía estamos a
tiempo de dar forma a nuestra propia vida. Todavía no hemos caído en las redes de una
imagen que hemos ido creando durante todo el curso de nuestra vida. Querríamos sentir
de nuevo en nosotros al niño completamente íntegro y abierto al futuro. Tenemos la
impresión de haber desatendido muchos aspectos de nuestra personalidad, de haber
vivido de espaldas a nosotros mismos y a nuestra razón de ser. Querer ponernos de
nuevo en contacto con el niño que hay en nosotros, para ser auténticos, es un deseo
legítimo.

PROMESA Y EVOCACIÓN 1 Para muchas personas, el nacimiento de un hijo es


también símbolo de uno de los muchos nuevos comienzos que nos vemos obligados a
emprender la mayoría de nosotros a lo largo de nuestra vida. Después de aprobar un
examen difícil y de solucionar un conflicto, decimos a veces que ha sido un «parto
difícil». Y nos sentimos felices, como la madre después de haber dado a luz a su hijo.
Todos y cada uno de los hijos traen consigo al nacer esta promesa de felicidad: la
promesa de que todo será para bien. En el rito del bautizo, los cristianos expresamos este
mismo deseo al encender el cirio bautismal, que luego se entrega al padre del niño
bautizado. La Iglesia le recuerda así al padre que con su hijo ha llegado algo de luz a este
mundo. En cada niño se hace visible una luz de Dios, que solo en este niño brilla para
nosotros.

RITO DE PURIFICACIÓN 1 Todavía ahora, cuando al entrar en un templo tomamos


agua bendita, la Iglesia nos recuerda: con este gesto expresamos que, a través del
bautismo, los bautizados nos convertimos en nuevas criaturas y que, a partir de ahora,
vivimos de la fuente del Espíritu Santo, que nos renueva sin cesar. Cada vez que
tocamos con agua bendita la frente, el pecho o el bajo vientre, el hombro izquierdo y el
hombro derecho, expresamos el deseo de que todas nuestras opacidades, que desfiguran
nuestra imagen original, queden limpias. Nuestro pensamiento se aclara y purifica de
nuevo, nuestra vitalidad recupera su sentido original, nuestro inconsciente y nuestra
conciencia se vuelven más nítidos y receptivos de lo propio e intrínseco, que Dios ha
puesto en el fondo de nuestro corazón. Cada vez que hacemos la señal de la cruz con
agua bendita, expresamos nuestra fe, que nos asegura que en nosotros brilla el esplendor
original de Dios. También el tiempo del ayuno - es decir, la Cuaresma - tiene el sentido
de purificarnos de todas nuestras opacidades, para que podamos mantenernos en
contacto con el esplendor original de nuestro niño interior.

ARTE DE COMADRONAS 1 Durante el desarrollo del parto, la madre necesita contar


con la ayuda de una mujer experimentada, que la asista cuando empiezan los dolores,

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que la tranquilice y, cuando sea necesario, intervenga. En la antigüedad, ya Sócrates
había entendido su filosofía y acompañamiento de los seres humanos como una especie
de partería, porque se parecía mucho al trabajo de las comadronas. El filósofo ateniense
ayudaba a sus conciudadanos a cambiar la propia visión de la vida. Para ello, no les
imponía ideas nuevas, sino que por medio de sencillas preguntas trataba de que sus
discípulos pudiesen confiar en los propios puntos de vista. De la misma manera, todo
acompañamiento espiritual o terapéutico se propone ayudar al acompañado a convertirse
en la persona que realmente es, a que entre en contacto con sus propias fuentes de poder
curativo. Todo acompañamiento es un arte de comadrona, que asiste al nuevo
nacimiento en el alma del acompañado.

NACIMIENTO DE DIOS EN EL ALMA 1 La tradición espiritual habla del nacimiento


de Dios en el alma humana. Cristo quiere nacer en nosotros y hacernos entrar en
contacto con la imagen original que Dios se ha hecho de nosotros, con el niño divino que,
aun cuando ya existe en nosotros, todavía no está marcado por las expectativas de los
seres humanos. El nacimiento de Dios en el corazón de cada uno de nosotros nos pone
en contacto con nuestro auténtico yo. Nos muestra que en todo momento podemos
convertirnos en seres nuevos. Porque nuestro Dios es un Dios que todo lo hace nuevo.
Él nos renueva también a nosotros, nos pone en contacto con el niño interior, para que
nos liberemos de todo lo que nos ata y nos fiemos de lo nuevo que pide la palabra en
nosotros.

Ritual

Da gracias por tu vida

Imagínate que acabas de salir del cuerpo de tu madre. Descansas en tu cálida cuna.
Tienes toda la vida por delante. En este momento eres todavía una página en blanco.
Estás libre de las expectativas que otros ponen en ti. Nadie te juzga. Nadie espera nada
en particular de ti. Nadie te exige nada. Imagínate quién es este pequeño ser que todavía
no está condicionado por su pasado.

Y a continuación, piensa cómo organizarías tu vida, si todavía pudieses empezar de


nuevo. ¿Cambiarías algunas cosas en tu manera de obrar, o volverías a repetir lo mismo
que has hecho hasta ahora? Es evidente que no todo lo sucedido ha dependido de tu
voluntad.

¿Dué habría podido suceder de manera distinta, si esto o aquello no te hubiese sido
impuesto desde fuera, si tus padres no hubiesen muerto tan jóvenes, si hubieras escogido
otra profesión?

No te entretengas mucho tiempo en estas fantasías. Retorna enseguida a lo que ha sido tu


vida. ¿Puedes dar gracias por tu vida, tal como esta haya discurrido desde el momento de

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tu nacimiento?

A continuación, ofrece a Dios este pequeño niño recién nacido. Y piensa que todavía hoy
está en ti. En ti sigue estando presente y naciendo ese niño. En ti sigue habiendo nuevas
posibilidades. En ti todavía hay páginas en blanco, que ahora puedes llenar poniendo por
escrito tus pensamientos y anhelos íntimos.

¿Dué te gustaría escribir en estas páginas en blanco? ¿Dué anhela en realidad tu corazón?
¿Qué debería aportar ahora a tu vida este recién nacido? ¿Qué panorama descubriría tu
mirada si contemplaras el mundo con los ojos del niño recién nacido?

Ruega a Dios que te ponga en contacto con este niño recién nacido y que cada día tenga
menos peso todo aquello que oculta en ti al niño interior, y serás plenamente tú mismo,
auténtico, original y genuino.

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FELICIDAD DE LA INFANCIA 1 A la edad de 60 años, recordando un instante feliz de
su niñez, Hermann Hesse explicó en qué había consistido para él la felicidad de la
infancia: «Esta felicidad consistía sencillamente en la consonancia con mi propio ser del
par de cosas que formaban mi entorno, en un bienestar completo, que no exigía ni
alteración ni incremento». Animación, vitalidad y no disimulada alegría vital son rasgos
distintivos de los niños pequeños. Incluso viejos gruñones se vuelven sensibles y rompen
de pronto a reír cuando contemplan o tal vez toman en sus brazos a un niño pequeño. Su
actitud, hasta entonces dura y gélida, desaparece como por arte de magia en esos
momentos. Y a la vista de estas tiernas criaturas, las personas en cuestión sienten de
pronto que, tras su fachada de dureza, aún sigue presente en ellos la ternura.

GENUINO Y AUTÉNTICO 1 Un niño nos pone en contacto con el niño que hay en
nosotros. En el niño sentimos lo genuino y auténtico, lo no viciado ni falseado. Todavía
no se ha amoldado a nuestras expectativas. Aunque está necesitado de nuestra dedicación
y amor, vive por cuenta propia. Cuando he podido pasar mis vacaciones en casa de mis
hermanos, siempre me ha gustado tomar en mis brazos a sus hijos pequeños. Y a
muchas personas les sucede como a mí. Se sienten fascinadas por el niño pequeño que,
tumbado en su cunita, responde agradecido a todas las sonrisas que se le hacen. Al tomar
en mis brazos a un niño pequeño, entro en contacto con el niño que hay en mí. Siento de
pronto la ternura que hay en mí, la levedad y la libertad del niño. Y miro asombrado a
este niño único e irrepetible, distinto de todos los demás, que con apenas un año muestra
ya rasgos de su propia personalidad.

CADA HIJO ES ÚNICO 1 Los padres lo sienten de una manera del todo particular: cada
hijo es único. Cada uno de ellos reacciona de distinta manera a su dedicación. Cada uno
muestra, ya en sus primeros años de vida, sus reacciones más personales. En este
sentido, cada niño es un misterio. Sin duda, cada uno refleja algo de los padres. Decimos
que por los rasgos de su cara se parece al padre o a la madre. Pero a pesar de todos los
parecidos, cada hijo es algo especial. Tiene su propio rostro y su propio sentir. Como
lactante parece absolutamente necesitado de ayuda. Pero un año después, ese lactante
que se pasa durmiendo buena parte del tiempo se ha convertido en un niño que investiga
todo lo que encuentra a su paso. Gatea de un lado para otro. Da a conocer sus propias
necesidades. Se lleva las cosas a la boca, para sentirlas más de cerca. Luego él mismo se
siente fascinado, porque puede mantenerse en pie y caminar, y algo más tarde es capaz
de decir las primeras palabras y hasta de conversar con los seres humanos. Los padres
son testigos de cómo su hijo se desarrolla un poco más cada semana. Demuestra estar en
posesión de una vitalidad tan fuerte que le permite ir conquistando poco a poco su

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mundo y crecer sin cesar en personalidad.

LO VIVO SE DESARROLLA 1 Durante las Navidades, los cristianos solemos meditar


en la persona de Cristo como niño pe queño. En tiempo de Pascua pueden ser
importantes otros aspectos de la vida de Jesús. En Navidades nos llama la atención el
hecho inaudito de que Dios mismo venga a nosotros como niño necesitado de ayuda. En
Pascua nos fijamos en la vitalidad que despliega el niño pequeño. Nunca se da por
vencido. Cuando ensaya sus primeros pasos y se cae una y otra vez, su impulso a
aprender a andar es cada vez mayor. Finalmente, consigue mantenerse en pie y dar unos
pasos. Y el hijo está orgulloso de llegar hasta el padre, hasta la madre, y de dejarse asir
por ellos. Sin embargo, muy pronto explora paso a paso cada rincón de la vivienda, el
jardín y todo lo que está al alcance de sus pies.

Hay algo que siempre llama la atención: la alegría del niño pequeño. Cuando miro
mis propias fotografías de niño, me maravilla sobre todo el hecho de que, en un tiempo
que no fue precisamente de color de rosa - inmediatamente después de la segunda guerra
mundial-, yo siempre aparezca riendo y divertido ante la cámara. De la misma manera
que durante el tiempo de Pascua - tiempo de primavera - la vida renace y florece de
nuevo, así el niño pequeño nos trae a la memoria el brotar y el florecer de nuestra vida.
El niño crece y expresa cada vez más explícitamente rasgos presentes en él, pero aún
implícitos. Lo vivo está dotado de fuerza propia. Se desarrolla, a pesar de todas las
resistencias.

¡VIVE LO QUE ERES! 1 A aquellas personas que no se ven capaces de tomar ninguna
iniciativa, se experimentan privadas de todo dinamismo e interiormente se sienten vacías,
les propongo a veces la tarea de mirar con detenimiento sus fotografías de niños. La risa,
la alegría espontánea y la vitalidad que descubren estos individuos en sí mismos cuando
eran niños pequeños, son cualidades que siguen presentes todavía ahora en ellos. Tal vez
están simplemente soterradas. En cualquier caso, la mirada al niño pequeño que hay en
nosotros nos dará valor para confiar en la propia vitalidad. En nosotros están presentes
esta libertad interior del niño, este perfecto entendimiento con nosotros mismos, este
impulso a investigar la vida y a conquistar el propio mundo. La meditación del niño
pequeño que fuimos cada uno de nosotros un día nos pone en contacto con la fuente de
la vitalidad, de la esperanza y de la confianza, que están en nosotros, pero en las que
demasiado a menudo hemos dejado de creer. Determinadas experiencias negativas nos
impiden la comunicación con esta fuente interior. El niño pequeño presente en nosotros
nos dice: «Confía en la fuerza que hay en ti. Confía en la fuente que mana en ti. Confía
en tu propio sentimiento. Confía en tu alegría y facilidad interiores. Todas estas
cualidades están todavía hoy en ti. Sácalas a relucir. Ponlas en juego. Échate una
carcajada a su costa. El impulso a vivir es en ti más fuerte que tus dudas acerca del éxito
final de tu vida. Confía en mí. Yo estoy en ti. Y me gustaría ponerte en contacto con tu
especificidad y originalidad personales. Tú eres tú mismo. ¡Vive lo que eres!».

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VOLVER A SER COMO NIÑOS 1 Infancia y ancianidad no deben entenderse como
contradictorias. Ambas etapas de la vida personifican aspectos de la existencia humana,
una y otra representan algo que pertenece a la naturaleza humana. Jesús nos exige,
también y sobre todo a las personas de edad, que nos hagamos como niños. Porque solo
quien recibe el reino de Dios como un niño entrará en él (véase Me 10,15). La actitud del
niño se define con una palabra: franqueza. Dios es alguien que siempre está dispuesto a
renovar nuestra vida. La expresión «reino de los cielos» significa que en nosotros manda
Dios, y no el poder o el dinero. Y si Dios manda en nosotros, somos personas
interiormente libres, sanas e íntegras. Y estamos en contacto con la imagen original de
Dios en nosotros. En cualquier caso, el reino de los cielos no se puede comprar, ni
conseguir por méritos propios. Se necesita tener la actitud del niño, que se deja obsequiar
y se muestra abierto a lo nuevo y frente a Dios.

EL NIÑO INTERIOR 1 Sobre la relación interna de la infancia y la ancianidad, el


anciano Picasso afirmó: «Hacerse joven lleva tiempo». Con estas palabras, Picasso quiso
decir que uno debe familiarizarse conscientemente con la actitud propia de la infancia o
de la juventud. Y esto exige tiempo. Esto significa que los humanos dejamos de lado muy
rápidamente la actitud del niño y la recubrimos con otras actitudes. De ahí que nos
veamos obligados a adquirir de nuevo la vivacidad y la franqueza interiores del niño. No
se nos permite continuar siendo infantiles por mucho tiempo. Ello equivaldría a dejar de
desarrollarnos. El arte de vivir consiste en que, por una parte, seamos cada vez más
maduros y adultos y, por otra parte, conservemos al niño interior que hay en nosotros.
La psicología habla de la necesidad que tenemos todos de entrar en contacto con el niño
interior, que es una fuente de inspiración y vivacidad. Y el niño interior presiente de
alguna manera su carácter único. «Yo soy yo. Yo soy quien soy». En este sentido,
cuando una persona conserva su alma infantil, el niño interior es señal del hombre
maduro. Este permanece entonces interiormente activo y abierto al misterio de su vida.
En todas las fases de su vida.

Ritual

Descubre al niño que hay en ti

Busca en viejos álbumes de fotos o en tarjetas postales con antiguas imágenes de la


historia de tu vida y selecciona algunas de esas imágenes en que aparezcas tú
fotografiado de niño.

Contempla una tras otra esas imágenes, deja que penetren en ti; siente en tu interior las
sensaciones que desencadenan en ti; trata de imaginar dentro de ti esas imágenes.

Repítete una y otra vez: ¡Este soy yo! ¡Lo que ahora estoy viendo está en mí!

Acto seguido, presta atención a lo que te susurra tu cuerpo.

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¿Dónde encuentras ahora en tu propio cuerpo la alegría que irradia el niño? ¿Está en tus
ojos, en tu corazón, en tu pecho...?

¡Quédate en tu cuerpo! Y tómate el tiempo necesario para rastrear en ti este sentimiento.

¿Cómo modifica ahora este sentimiento tu autopercepción? ¿Cómo se modifica tu estado


de ánimo?

A continuación, trata de tomar en tus brazos a este niño pequeño y de mecerlo


amorosamente.

Puedes ofrecerle dentro de ti una cuna. Te lo agradecerá con la vivacidad, la alegría y la


naturalidad que hay en él.

Después, pídele a Dios que fortalezca en ti a este niño y que a ti mismo te conceda
compartir la fuente de vitalidad que Dios ha conferido a este niño en el momento mismo
de su nacimiento.

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EL JUEGO COMO FUENTE DE FUERZA INTERIOR 1 A los niños les gusta jugar.
Durante el juego, concentran totalmente su atención en lo que hacen, hasta poder
olvidarse de sí mismos. A menudo se construyen entonces un mundo propio. Jugando,
los niños expresan con frecuencia sus necesidades personales. Su alma sabe qué es
bueno para ellos. Incluso los adultos, que vivimos en un mundo de fines y beneficios,
necesitamos estar conectados a fuentes de fuerza interior, las cuales nos resultan
accesibles a través de la imaginación y del juego.

LA IMAGINACIÓN CURA 1 Una muchacha jugaba con muñecas, consiguiendo de esa


manera crear una familia sana. En ella había padre, madre e hijos. Los padres
acariciaban a los hijos y los cuidaban. Cuando estos caían enfermos, los tocaban y los
tomaban en brazos. Sin embargo, la realidad de esta muchacha era muy distinta. En su
familia no encontraba protección de ninguna clase, porque sus padres apenas tenían
tiempo para ella. Y apenas le manifestaban cuáles eran sus sentimientos con respecto a
ella. Todo lo que le faltaba, la muchacha lo buscaba en el juego. En el juego podía
ensayar qué apariencia tenía una vida hermosa. Conseguía expresar aquello por lo que
tanto suspiraba su alma. Como terapia del yo, en el juego un trozo cualquiera era realidad
para ella. Los niños combinan su juego con imaginación. Se representan el mundo que
quieren configurar. Echan mano de un trozo de madera y juegan con él. La madera es
para ellos una excavadora o una locomotora. De esta manera, en el juego su propia
fantasía se muestra muy activa. Sus representaciones son más variadas que la realidad, y
nada se opone a sus deseos. Los niños se representan un mundo hermoso, con seres
humanos sinceramente amistosos. En el juego, el bien vence al mal. Y todo lo que
quiere, el niño lo consigue en esta vida de la fantasía.

FANTASÍA ESTRUCTURADA 1 La psicología dice: quien de niño sabe jugar bien,


trabajará bien de mayor. En efecto, en el juego el niño expresa algo, crea algo, configura
y ordena su mundo. También cuando trabaje, este niño dará forma a muchas cosas.
Acudirá ilusionado a su trabajo.

Hoy día, a los niños a menudo no se les permite jugar. El motivo es porque al niño
se le exige más y más cada día. Tiene que sacar buenas notas, para que su progreso
escolar no peligre. Tiene que aprender a hablar lo antes posible, para que más tarde
triunfe profesionalmente. Sin embargo, para salir airoso de las exigencias de la vida, no
basta la buena voluntad. Para poder reaccionar creativamente a los retos que nos plantea
la vida, necesitamos estar en contacto con nuestra fuente interior. Otro motivo por el que
los niños juegan hoy en día cada vez menos, es porque cada vez dedican más tiempo a
ver la televisión, o a jugar con el ordenador. Los juegos de ordenador no son

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precisamente los más creativos, porque su desarrollo está fijado de antemano. El jugador
solamente puede introducir las variaciones que admita el programa. Pero no inventa
nada. La creatividad queda eliminada. Quien se contenta con observar pasivamente la
vida, nunca aprenderá a jugar. De adulto, se aco modará a lo que se le exija. Pero en
algún momento se sentirá agotado, porque está incomunicado con su fuente interior.
Nada nuevo saldrá de él. Quien nunca haya aprendido a crear su propio mundo, se
contentará con copiar el mundo, pero no forjará uno nuevo.

JUGAR FACILITA LA VIDA 1 No basta con que de mayores recordemos los juegos de
nuestra infancia, sino que además deberíamos concedernos tiempo para jugar. A los
padres y a las madres les viene bien jugar con sus hijos, aunque se trate de juegos muy
sencillos, tradicionales - como «el Parchís» o «la Oca» - y modernos - como «¡No te
enfades, hombre!» en Alemania-, o algunos juegos de cartas. A menudo, gracias a esta
participación en los juegos de sus hijos, los padres toman contacto con el niño que hay
en ellos mismos. Por otra parte, los adultos deberían tomarse su propia vida con un
espíritu más juguetón. Muchos opinan que jugar es una pérdida de tiempo, porque ellos
tienen cosas más importantes que hacer. Sin embargo, esta conclusión es equivocada.
Quien solo se ocupa de lo importante, corre el peligro de desconectarse de su fuente de
creatividad. El juego facilita la vida. En el juego nos sobreponemos a nuestra vida
cotidiana funcional y utilitaria. Al jugar, aflojamos las cadenas que las expectativas de
otras personas han echado sobre nosotros, entramos en contacto con la libertad y la
creatividad internas.

JUEGOS SAGRADOS 1 En las fiestas del año cristiano, la liturgia pone ante nuestros
ojos aspectos de la vida del alma que son decisivos para el desarrollo y la plenitud
personales. Para que todos podamos convertirnos en seres humanos maduros,
representamos teatralmente los diversos aspectos del alma humana en los ritos de las
fiestas cristianas. El juego sagrado actúa como terapia de nuestra vida. Nos reanima y
nos pone en contacto con la vida divina que está en nosotros y de la que Dios quiere
hacernos partícipes en Jesucristo. Poco antes de su muerte -y no sin cierto escepticismo-,
Romano Guardini se preguntaba si el hombre actual seguía estando capacitado para
celebrar la liturgia. A los adultos que ven en el juego una actividad pueril les resultará
muy difícil poder participar de lleno en el juego sagrado de la liturgia. Por eso, a las
personas adultas nos es muy provechoso no solo recordar los juegos de nuestra infancia,
sino también recuperar el gusto por el juego. Ya sea en la liturgia o en el tiempo libre, el
juego nos ayuda a tomar conciencia de nuestra libertad, de nuestra amplitud de miras y,
en definitiva, de nuestra liberación por medio de Jesucristo, de nuestra salvación.

Ritual

Apaga tu sed en la fuente del gozo

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Siéntate cómodamente y cierra los ojos. Después, trata de recordar cómo jugabas tú de
niño y cuáles eran tus juegos preferidos. ¿Dónde podías pasarte horas enteras jugando,
sin cansarte? ¿En qué juego participabas con mayor entusiasmo y entrega?

No te contentes con recordar las cosas, pregúntate: ¿Qué era lo que tanto me fascinaba
en ese juego? ¿Dué significa hoy para mí este juego que evidentemente ha calado tan
hondo en mi corazón? ¿Dué significado se esconde en esta experiencia para mi
comportamiento actual?

Acepta que tu juego es la imagen de lo que entonces quería expresar tu alma. Tal vez
puedas llevarlo siempre contigo, como imagen interior que te acompañe en todo lo que
hoy hagas. Si, por ejemplo, en tu juego te has creado un mundo propio, piensa que en
todo lo que hoy hagas, ya sea como padre o como madre en la familia, o en una u otra
profesión, siempre estás construyendo a tu alrededor un mundo propio. Si te ha gustado
jugar con trenes, piensa qué es lo que hoy te gustaría mover, o dónde podrías empalmar
unas con otras las diversas vías que discurren por tu vida. Si has jugado con muñecas,
piensa qué es lo que has expresado con esa opción y cómo puedes hoy, al encontrarte
con los seres humanos, crear el mundo que entonces te imaginabas en el juego.

En todos los juegos que te entretenían de niño trata de descubrir una imagen de lo que
ahora haces. Si logras contactar con las imágenes que representan tus antiguos juegos,
probablemente experimentarás dentro de ti un nuevo impulso de vida y de fuerza.

Tú sientes: ¡Sí, esto soy yo! Este es mi estilo personal de vivir, de trabajar, de poner en
marcha algo en este mundo.

Sentirás dentro de ti una fuente de gozo y de fuerza, en la que puedes apagar tu sed para
seguir adelante con tu trabajo y con tu vida.

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UNA ETAPA DIFÍCIL 1 La adolescencia, el paso a la edad adulta, el periodo
comprendido entre la pubertad y la madurez, no es una fase sencilla. Es el momento de
responsabilizarse de la propia vida, y de aceptar también cierta responsabilidad en la
sociedad. Es una fase de riesgo y de apasionamiento, en la que a menudo uno no sabe
todavía lo que quiere. Y precisamente desde ese punto de vista es una fase ejemplar.

NUEVAS INSEGURIDADES 1 Durante la adolescencia, muchos jóvenes sufren una


crisis de identidad del todo particular. Durante la pubertad, uno está a gusto en el círculo
de los compañeros de edad. En los años escolares se ha vivido en un marco
perfectamente establecido, que facilitaba amparo y orden. Pero ese marco ha
desaparecido. Si los primeros exámenes de la carrera no resultan tan fáciles, o las
experiencias en el terreno profesional no son tan buenas, son cosas que afectan
negativamente a la autoestima. Si bien es verdad que ahora es el momento de entablar
relaciones con personas del otro sexo, muchos jóvenes maduros se muestran inseguros
en este terreno. No es solo angustia frente a la vinculación, sino una actitud ambivalente
con respecto a la proximidad. El varón adolescente no sabe todavía con se guridad quién
es exactamente él mismo, de ahí que tema que su amiga pueda llegar a conocerlo mejor
en el momento mismo en que él establezca con ella una relación más cercana. El chico
no se fía de la amiga, porque él mismo no tiene confianza en el propio camino. Solo
quien ha encontrado su propia identidad es capaz de mantener una buena relación de
pareja. Esta persona puede comprometerse en una relación, porque su identidad no
depende en absoluto de ese hecho.

DESARROLLAR LA PASIÓN 1 Al mismo tiempo, la adolescencia es también el tiempo


en que los jóvenes desarrollan su pasión. Para empezar, ahí está la pasión en la relación
con el otro sexo. Si un varón joven se enamora de una mujer, el amor se apodera
totalmente de él. El amor lo hechiza. El enamorado arriesga todo lo que tiene y lo que es
para conseguir a la mujer amada. El amor despierta fuerzas insospechadas. Lo mismo le
sucede a la mujer joven que se enamora de un varón. De todos modos, la pasión no se
limita a las relaciones de pareja. En esta edad no debe extrañarnos que los jóvenes se
comprometan apasionadamente con tareas llenas de sentido a favor de este mundo.
Algunos deciden marchar a África como voluntarios con alguna ONG. Otros se
apasionan por la profesión que les gusta. Otros muchos deciden dedicar parte de su vida
a trabajar en favor del medio ambiente, de la justicia social y de la paz.

AVIVAR EL FUEGO 1 El jesuita Alfred Delp (1907-1945), que el 2 de febrero de 1945


pagó con su muerte en la cárcel de Plótzensee su apasionada contribución en favor de
una Alemania más humana, escribió tres semanas antes de su ejecución: «Una vida

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puede darse por perdida cuando no se resume en una palabra interior, en una actitud, en
una pasión». Solo entonces escapa un ser humano al peligro de convertirse en una
baratija de la que otros disponen a su antojo. Y en otro texto, el mismo Delp dice: «¡Ay
del ser humano que trata de vivir sin pasión!». De todos modos, la pasión «debe
aceptarse con una doble reserva: ha de mantener intactos el empuje, el fuego y el amor
capaz de producir importantes efectos en favor del ser humano, pero ha de renunciar a
aquello que en toda pasión se convierte fácilmente en ceguera, pérdida, aproximación
excesiva y falta de tacto». Dicho de otro modo, el ser humano necesita poner pasión para
comprometerse a fondo por un mundo más humano. Pero, por otra parte, tiene el deber
de velar para que su pasión adopte formas positivas.

LIBRES DEL DOMINIO DE LAS PASIONES 1 Por su origen, la pasión es ante todo
una poderosa fuerza capaz de lanzar al ser humano tras objetivos buenos y malos. No
surge directamente de la inteligencia, sino de la constitución psíquica del ser humano. Las
filosofías platónica y estoica le exigían al hombre el dominio de sus pasiones y que su
alma estuviese totalmente libre de ellas. También los primeros monjes cristianos
presentan la apátheia - apatía, literalmente «ausencia de pasión» - como meta del camino
espiritual. No se trata, sin embargo, de reprimir o eliminar las pasiones, sino de liberarse
de su dominio despótico, para después dejar que desemboquen en todas mis actuaciones:
en mi espiritualidad, en mi amor a otro ser humano, en mi trabajo, en todas mis apuestas
por los seres humanos.

LA FRIALDAD NO LLEVA LEJOS 1 En este sentido, hoy necesitamos contar de nuevo


con personas apasionadas. Mi impresión personal es que hoy día hemos olvidado la
pasión. Hoy predomina un clima social que nos lleva a ser siempre cada vez más fríos, a
preocuparnos exclusivamente de nosotros mismos, a no complicarnos excesivamente la
vida. Sin em bargo, sin pasión es imposible hacer política. Sin pasión, es imposible hacer
que el mundo mejore. Sin pasión, nada sigue adelante en este mundo. Según los
psicólogos, la pasión ha disminuido hoy día incluso en la sexualidad. Sin duda se quiere
disfrutar del sexo, pero muchas personas temen hacerlo con excesivo apasionamiento,
porque temen enamorarse.

ENERGÍA DE LA IRA 1 Jesús encarnó un sano apasionamiento. Defendió


apasionadamente el verdadero culto a Dios y expulsó de la zona del templo de Jerusalén
a los mercaderes y a los cambistas de dinero. Esta conducta apasionada de Jesús les hizo
recordar a sus discípulos un pasaje de las Escrituras: «El celo por tu casa me devora» (Jn
2,17). Jesús no se ajustó al estricto pensamiento legal de los fariseos. Cuando estos, para
controlarlo, trataron de averiguar si también curaba en sábado, Jesús reaccionó con gran
ira. La ira era la fuerza que lo distanciaba de la mentalidad de los fariseos. Y esta ira lo
llenaba de energía para hacer lo que, de acuerdo con los dictados de su corazón, él
consideraba correcto, aunque encontrara resistencia externa.

VIVIR APASIONADAMENTE 1 La pasión, lo mismo que la fuerza y la tenacidad que

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se derivan de ella, no deberían ser característica exclusiva de los adultos jóvenes. Todos
necesitamos esta fuerza, para que nuestra vida sea provechosa para nosotros mismos y
para el mundo, para que todos seamos capaces de mirar más allá de nosotros mismos y
estemos dispuestos a colaborar en la creación de un mundo más humano. También la
espiritualidad necesita pasión, porque de lo contrario se vuelve enclenque e insípida: un
aburrido círculo narcisista alrededor de uno mismo, que no produce ya absolutamente
nada.

Por este motivo, todos, independientemente de la edad que tengamos, deberíamos


dejarnos contagiar del apasiona miento de los adultos jóvenes. En cualquier caso, todos
hemos de tomar en serio la tarea de integrar nuestras pasiones en nuestra vida, de
manera que no sean las pasiones las que viven a costa nuestra, sino que seamos nosotros
los que vivamos apasionadamente y con verdadera pasión nos comprometamos en favor
de los seres humanos y de Dios.

Ritual

Siente tu energía

Siéntate y trata de relajarte en tu silla preferida.

Cierra los ojos y escucha lo que interiormente te dice tu cuerpo: ¿Dónde sientes que
fluye en ti una fuerza?

Empieza colocando ambas manos sobre el pecho, por encima del corazón.

A continuación, mantenlas un momento sobre el corazón, sobre el vientre y, por último,


sobre el bajo vientre.

Siente por dónde fluye dentro de ti más energía. En conexión con esta, tal vez sientas
también una pasión, algo a lo que agarrarte, algo que configurar y estructurar, algo que
modificar en tu vida, o la invitación a pasar a otra cosa.

Siente en qué dirección te impulsa a actuar tu pasión.

Finalmente, ora para que Dios se digne bendecir las iniciativas en las que tu pasión te
lleve a participar.

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EN LA FLOR DE LA VIDA 1 La edad de la madurez no puede delimitarse con
exactitud. Podemos situarla entre los 25 y los 40 años. Es la etapa en que varones y
mujeres están en plena forma, fundan una familia y encuentran una profesión. A
menudo, en esta fase construyen también una casa. Toman una orientación en su vida.
Están llenos de fuerza y de ideas. Tienen la sensación de que pueden mover el mundo
entero. No obstante, hoy día sigue habiendo personas de esta edad que carecen de la
confianza necesaria para vivir por su cuenta. Hacen un curso de formación tras otro,
pero les asusta la idea de escoger una profesión y aceptar un cargo de responsabilidad.

¿QUÉ QUIERE DECIR «RESPONSABILIDAD»? 1 El cometido propio de la edad


adulta es asumir responsabilidad: frente a la propia familia, frente a la empresa para la
que se trabaja, frente a los amigos y la sociedad, frente al Estado. El filósofo griego
Platón exhorta a quienes se encuentran en esta banda de edad a que asuman
responsabilidad política. Justamente porque son muchas las personas que se niegan a
hacerlo, resultan tan importantes los individuos adultos maduros que se responsabilizan
del mundo en que viven. En un mundo en el que el infantilismo está en alza, en el que de
forma creciente los seres humanos le planteamos al pla neta sobre todo expectativas cada
vez más difíciles de satisfacer, en lugar de intervenir decididamente en su favor, la
responsabilidad se ha convertido en concepto clave de la ética moderna y ha desbancado
a otros conceptos tradicionales, como virtud, ley, opinión y obligación. Para Albert
Schweitzer, el núcleo de una ética de la responsabilidad ilimitada es el respeto a la vida.
Carl Friedrich von Weizsácker exige una responsabilidad cristiana global y activa en favor
de la paz, la justicia y la preservación de la creación. Hans Jonas se expresa así: «Actúa
de manera que los resultados de tu actuación sean compatibles con la permanencia de
auténtica vida humana en la Tierra».

DAR RESPUESTA 1 Dios nos ha llamado a la existencia. Nosotros respondemos a esta


llamada con nuestra vida, en la medida en que la vivimos responsablemente, en la
medida en que en ella hacemos visible la imagen única que Dios se ha formado de cada
uno de nosotros. La responsabilidad tiene algo que ver con la obediencia. Nosotros
escuchamos lo que Dios nos dice, para tratar de responderle con nuestro obrar. Ya en los
primeros capítulos, la Biblia nos muestra qué difícil le resulta al ser humano
responsabilizarse de sus propias acciones. Adán no se hace responsable de su acción,
sino que echa la culpa a Eva. Esta, a su vez, atribuye a la serpiente la responsabilidad de
haber comido la fruta prohibida.

En la Biblia, la idea de responsabilidad no termina aquí y abarca también el matiz de


velar por nuestro prójimo. Después de que Caín hubiese matado a su hermano Abel,

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Dios le pregunta al asesino: «¿Dónde está tu hermano Abel?». Caín se niega a asumir
responsabilidad alguna por la muerte de su hermano: «No lo sé. ¿Soy yo acaso el
guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Para la Biblia no cabe la menor duda: somos
decididamente responsables de cómo les vaya a nuestros hermanos y hermanas.

NUESTRA VOCACIÓN 1 La conciencia nos apremia a distinguir entre el bien y el mal y


a llevar una vida que esté de acuerdo con nuestra naturaleza y nuestra vocación. Dios
nos llama a desempeñar una misión. En español, los términos que mejor traducen este
concepto bíblico son: «vocación» y «llamada». Jesús llama a sus discípulos. Y los envía
para que anuncien su mensaje, curen a los hombres y los liberen de los espíritus impuros.
De ahí que los discípulos de Jesús tengan una misión en este mundo. En este sentido,
responsabilidad no significa solo que pensemos en los hermanos y las hermanas que
viven a nuestro lado, sino además que reflexionemos sobre cuál es nuestra misión,
aquella para la cual nos ha llamado Dios. Así, por ejemplo, Dios puede pedir a alguien
que, como padre o como madre, funde una familia y vele responsablemente por cada
uno de sus miembros. Sin embargo, la misión se refiere a veces a un ámbito más amplio
que el círculo estrictamente familiar. Alguien podría sentirse llamado a trabajar en la
promoción de las personas discapacitadas, o en proyectos que se proponen hacer más
humano el medio ambiente. Mientras que uno se siente llamado a actuar en política, a
otro le atrae la investigación. Ambos pueden contribuir a que las generaciones futuras
vivan más humanamente en este mundo. Otro se siente impulsado a utilizar su palabra y
su capacidad artística para crear obras de arte que remitan al sentido que todos
absolutamente necesitamos para poder vivir como seres racionales en el planeta. De una
u otra manera, cada uno de nosotros tiene encomendada una misión en este mundo.

MIRADA DE CONJUNTO 1 Nuestra responsabilidad no se refiere exclusivamente a las


consecuencias inmediatas de nuestras acciones. Ya desde ahora nuestra responsabilidad
ha de ser previsora, para que quienes nos sucedan puedan llevar una vida humana digna
en el planeta habitable que nosotros estamos obligados a dejarles. La responsabilidad de
los pa dres respecto de sus hijos es la imagen arquetípica de toda responsabilidad. Los
padres se responsabilizan del hijo como tal, de su cuerpo y de su alma, de su aparición
en el mundo y de su desarrollo, de su presente y de su futuro. Muy parecida a esta es la
responsabilidad que tenemos con respecto al mundo y al conjunto de la humanidad. Esta
responsabilidad hace que nos preguntemos: ¿Qué pasará después? ¿Hacia dónde nos
conducirá todo esto? ¿Qué consecuencias tiene para el conjunto?

Ser adulto significa: puesto que ya hemos vivido juntos una fracción de historia,
hemos contraído una responsabilidad histórica. Nuestra manera de pensar ha dejado su
impronta en este mundo. Nuestras acciones quedan grabadas en él. Con la historia de la
propia vida, cada uno forja su futuro. No somos responsables solo de nuestras acciones,
sino también de nuestras palabras: ¿Son palabras que suscitan o que coartan la vida, que
estimulan o que paralizan, que levantan o que doblegan, que, vistas en conjunto,
transmiten esperanza o desesperación?

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DEPENDE DE Mí 1 Responsabilizarse de la propia vida es un ideal que, aun cuando se
les recuerde principalmente a los adultos, debe proponerse a personas de toda edad y
condición. La cuestión se plantea ya en la adolescencia. Alguna vez deja por fin de tener
sentido la pretensión de hacer responsables a otras personas de los propios problemas.
Por ejemplo, el hijo que acusa a sus padres de no haberlo amado lo suficiente. En algún
momento deja de tener una importancia decisiva cómo transcurrió mi infancia. Alguna
vez y en algún momento debo responsabilizarme de mi propia vida. Depende de mí qué
voy a hacer con lo que yo he recibido hasta ese momento. Solo quien asume la
responsabilidad sobre sí mismo y sobre la propia vida será capaz de responsabilizarse
también de otros seres humanos y de este mundo.

Ritual

Desde el centro

El rito al que me gustaría invitarte ahora puedes realizarlo en medio del ajetreo de tu vida
cotidiana.

0 en tu despacho, si tienes la sensación de estar recibiendo un flujo excesivo de


solicitaciones.

0 en el coche, si la vorágine del tráfico te aturde.

0 mientras esperas el autobús, o incluso mientras cocinas y realizas el trabajo doméstico.

Permanece quieto un momento y recorre tu cuerpo desde la cabeza, pasando por el


corazón, hasta el fondo de tu alma.

No puedes localizar este fondo del alma en el cuerpo.

Pero imagínate descendiendo con tu atención hasta el abdomen, hasta debajo del
ombligo, el lugar aproximado donde se detiene el aliento al espirar.

Imagínate que allí, en lo profundo, todo está tranquilo en ti.

Luego, a partir de esta tranquilidad interior, observa todo lo que se mueve a tu alrededor:
las llamadas, los deseos de los compañeros de trabajo, los numerosos correos
electrónicos que te esperan en el ordenador, las preguntas de los hijos.

Haz una breve pausa.

Luego, desde tu centro, dirige de nuevo la atención a las actividades que en este
momento te reclaman en la empresa o en casa.

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Verás que puedes realizarlas de otra manera. Tu ocupación no te hará perder la
tranquilidad que has experimentado dentro de ti.

Todo movimiento surge de la tranquilidad. Ya no estás amarrado a la noria de tu trabajo,


sino en tu centro.

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LO REPRIMIDO PIDE LA PALABRA 1 Al llegar a la mitad de su vida - entre los 40 y
los 50 años-, muchas personas se preguntan si deben darse por satisfechas con lo que
han vivido hasta ese momento. Han fundado una familia, han construido una casa, se
han labrado una envidiable situación profesional. Pero ¿deben continuar las cosas como
hasta ese momento? ¿Qué metas están todavía a su alcance? ¿Hay que contentarse con
esto?

C.G.Jung fue el primer psicólogo que se ocupó seria y sistemáticamente del tema de
la crisis de la mitad de la vida. En su opinión, es del todo normal que durante la primera
mitad de su vida el ser humano realice determinadas tareas íntimamente relacionadas con
el proceso de individuación. De puertas afuera se construye una identidad bien definida.
Sabe orientarse en la vida. En el trato con los demás goza de aceptación social. Ha
descubierto cuál es su función en la vida. Sin embargo, corre el peligro de identificarse
con su persona, es decir, con su «máscara». En la mitad de la vida el alma se rebela
contra esta situación. De repente, aparecen en nuestros sueños esferas reprimidas de
nuestra alma, a consecuencia de lo cual nos volvemos inseguros. Las pesadillas nos
sobresaltan. El término «pesadilla» nos remite al mundo de los «elfos», de los seres infer
nales, a los fantasmas del alma que de noche nos visitan y aterran. Desde el punto de
vista psicológico, todos estos mundos representan los aspectos reprimidos y subyugados
del alma, la sombra. El concepto de «sombra», específico de la psicología de Jung,
abarca todo lo no vivido, lo reprimido, lo descuidado. Jung parte del supuesto de que en
el ser humano coexisten dos polos contrapuestos: amor y agresividad, inteligencia y
sentimiento, claridad y oscuridad, dulzura y dureza, responsabilidad y libertad, disciplina
y caos. Durante la primera mitad de la vida, concentramos nuestra atención normalmente
en uno de los dos polos opuestos de nuestra vida interior. Y es justamente el polo
descuidado el que de nuevo deja oír su voz con ocasión de la crisis de la mitad de la
vida. Pensemos en un varón que hasta entonces siempre se había mostrado disciplinado.
Había sido un marido fiel y un profesional fiable. Y de pronto asistimos a un cambio
radical: se olvida del sentimiento de solidaridad hacia los demás y lo único que ahora le
interesa es vivir de acuerdo con sus propias ideas. O en una madre que, tras haberse
sacrificado durante años por sus hijos, descubre sus propias exigencias y trata de
satisfacerlas, sin preocuparse de la familia.

ACEPTAR LA SOMBRA 1 A menudo nos extrañan las rupturas interiores que presentan
las vidas de algunas personas. De todos modos, esas rupturas dependen en general del
hecho de que quienes las presentan han reprimido con excesiva dureza las zonas de
sombra de su personalidad. Cuanto mayor ha sido esa represión, con tanta más fuerza

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hace ahora oír su voz lo reprimido. En tales casos habría que compensar la parcialidad de
la primera parte de la vida, prestando atención también a los aspectos sombríos y
concediéndoles una cierta justificación. De todos modos, aceptar la sombra no significa
disfrutar sin más de ella. Jung nos advierte del peligro de ir demasiado lejos en este
terreno. Ahora vivimos los aspectos de sombra, pero descuidamos aquellos otros que
durante años habían sido centrales en nuestra vida. De alguna manera, volvemos a ser
parciales. Sería necesario integrar ambos polos de nuestra personalidad. Jung distingue
aquí dos tipos de sombra: la personal y la colectiva. A la sombra colectiva le asigna la
antítesis representada por ánima y ánimus. Mientras que ánima representa la dimensión
femenina del alma de los varones, ánimus representa la dimensión masculina del alma de
las mujeres. Durante la primera parte de su vida, el varón proyecta su ánima en la mujer,
y esta su ánimus en el varón. Pero al llegar a la mitad de la vida, podría suceder que la
proyección se derogue y que ánima y ánimus se integren en el yo del individuo. Solo si el
varón y la mujer aceptan este cometido se convertirán en varón y mujer en sentido pleno
y podrán respetarse mutuamente. Si el varón no integra su ánima, corre un doble peligro:
o bien minusvalora y combate a las mujeres, o bien se vuelve esclavo de ellas. Por su
parte, la mujer que no integra su ánimus, o bien se esconde cada vez más, o bien adopta
actitudes cada vez más críticas y agresivas hacia todo lo masculino.

PENETRAR EN TI MISMO 1 Según C.G.Jung, al llegar a la mitad de la vida el ser


humano debería hacerse a la idea de que sus fuerzas disminuyen. Quien se niegue a dar
este paso y pretenda ser eternamente joven, corre el peligro de que su vida psíquica se
detenga y se paralice. Al llegar a la mitad de la vida, el individuo se decide entre dos
opciones: o bien se atreve a penetrar en sí mismo, convirtiéndose así en un ser humano
más maduro, o, por el contrario, se pierde en superficialidades. Quien se orienta
exclusivamente hacia lo exterior, termina siendo un doctrinario, obtuso y de miras
estrechas, o en cualquier caso vive en permanente inquie tud, obligado a emprender cada
día nuevas iniciativas para no tener que enfrentarse a la propia verdad. A partir de la
mitad de la vida, solo vive de verdad quien se pone a disposición de su alma, presta
atención a los impulsos de esta y está dispuesto a morir, a desprenderse de sí mismo y de
todas las obras que ha hecho de cara a la galería, con tal de acoger lo nuevo que va a
nacer en él, novedad que en último término coincide con el nacimiento de Dios en su
corazón y con el brotar de la nueva vida que los cristianos celebramos en la resurrección
de Jesús.

PRESTAR ATENCIÓN A LOS SIGNOS 1 En algunos casos la crisis de la mitad de la


vida pasa casi desapercibida. Son personas que se abren espontáneamente a lo nuevo y
se transforman de manera imperceptible. Se vuelven más maduras, más silenciosas,
viven más conscientemente, cultivan la espiritualidad, de pronto leen libros y se interesan
por cuestiones filosóficas y religiosas. En otros casos, la crisis vital se anuncia a voz en
grito. Son personas que reaccionan con enfermedades corporales. Hasta entonces han
gozado de buena salud. Pero de pronto su cuerpo hace huelga y le obliga a uno a

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observarlo más atentamente. A veces, los médicos no descubren la causa de la
enfermedad. Esto hace que algunos se pregunten qué querrá decir a los interesados la
reacción corporal. En la mitad de la vida se observan a menudo sensaciones de vértigo.
En concreto, estas últimas reacciones muestran que la persona en cuestión se siente
interiormente insegura, y que la vida ha dejado de estar de acuerdo con el alma. O
también que esa persona se ha fijado ideales excesivamente elevados. Ahora dejan oír su
voz las zonas de sombra. Pero no se está dispuesto a escucharlas. De ahí que el cuerpo
reaccione con los vértigos. La distancia entre la realidad y los ideales es tan grande que a
uno no le queda otra salida que marearse. Muchos prefieren tener contro lados lo antes
posible los síntomas corporales por medio de una medicación rigurosa. No escuchan lo
que les dice su cuerpo. En este caso, no tiene mucho sentido preguntar por las causas de
los síntomas de la enfermedad. En ocasiones, todo queda supeditado a los sentimientos
de culpabilidad del propio enfermo. Siendo realista, prefiero agradecer al alma el hecho
de que se rebele y me lo haga saber, obligándome a observar aspectos de mi alma y de
mi vida que hasta ahora he pasado por alto.

PASOS HACIA LA MADUREZ 1 Corremos el peligro de ver la crisis de la mitad de la


vida como un accidente que se ha de reparar cuanto antes, para que podamos continuar
viviendo como hasta ahora. Si adoptáramos esta perspectiva, no tomaríamos en serio el
reto de la mitad de la vida. La crisis típica de esos años de la existencia del ser humano
nos invita a cambiar la propia vida, a entrar a fondo en nosotros mismos más que a salir
al exterior, a contemplar las zonas de nuestra alma que hasta ahora hemos tenido
descuidadas y a darles cabida en nuestra vida. No volveremos a ser los mismos de antes.
La mitad de la vida nos obliga a cambiar de rumbo. En ese momento se decide si los
próximos años serán - o no - plenos. Quien se niegue a dar el paso hacia la madurez que
le exige la crisis de la mitad de la vida corre el peligro de entumecerse, si es que algún día
no se refugia en el alcohol o en la adicción al trabajo. Nadie puede vivir durante mucho
tiempo al margen de su verdad sin pagar un precio por ello.

BUSCAR LO ESENCIAL 1 De la interpretación que demos a la crisis de la mitad de la


vida depende el interés que pongamos en solucionarla. Algunos interpretan la crisis como
un error humano. Se reprochan haber procedido siempre de manera equivocada. Solo
tienen ojos para los aspectos ne gativos de su vida. Pero si únicamente me interesa
aclarar la cuestión de la culpa de mi crisis, realmente no estoy tomando en serio mi
situación. El místico alemán Johannes Tauler (Juan Taulero) explica la crisis de la mitad
de la vida como obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo mismo pone a los creyentes en
apuros. No estaría mal que quienes se han instalado ya demasiado cómodamente en la
casa donde viven, contasen con la posibilidad de que Dios se comporte con ellos como
una mujer que busca algo. Desplaza los armarios, coloca las sillas sobre la mesa, para -
como sucede en la parábola de la dracma perdida, en Le 15,8-10 - buscar algo que ha
perdido, la imagen originaria y no adulterada de Dios. Según Tauler, Dios se serviría de la
crisis para conducir al alma hasta el fondo de sí misma. Allí encontramos la dracma que

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hemos perdido. Allí descubrimos la imagen auténtica que Dios tiene de cada uno de
nosotros. Allí reconocemos qué nuevas posibilidades se nos ofrecen de vivir la existencia
humana. En este sentido, se podría resumir el cometido de la mitad de la vida con estas
palabras: «¡Hombre, busca lo esencial! ¡Vive en armonía con tu verdadero ser!».

BALANCE Y JUBILEO 1 Según C.G.Jung, el final de la mitad de la vida habría que


situarlo a la edad aproximada de 45 años. Hoy seguramente retrasaríamos algo esta edad.
Sobre todo en los varones, la crisis de la mitad de la vida puede empezar a los 45 años.
Pero se puede afirmar que al cumplir los 50 años la crisis es ya cosa del pasado. Para
muchos, el quincuagésimo aniversario de su nacimiento es una fecha simbólica.
Representa la promesa de que quien cumple ese aniversario, tras haber superado todas
las crisis imaginables, hace balance de su vida y de alguna manera se ha convertido en
una persona sabia y madura.

50 es una cifra simbólica, que nos trae a la memoria ideas como balance, redondeo,
remate. Todo lo que en nuestra vida fue anguloso y quebradizo, se depura y redondea. A
sus 50 años, el ser humano se siente todavía lleno de vida, pero no está ya obligado a
combatir. Entre los romanos, a partir de los 50 años los varones estaban dispensados de
prestar servicios militares. También esto es simbólico: no necesitamos ya luchar contra
otros, ni destacar en la lucha, ni demostrarles a los demás lo que valemos. En este
sentido, el quincuagésimo aniversario nos invita a vivir relajados. Este es también el
sentido de la costumbre judía de celebrar cada 50 años un «jubileo», durante el cual los
campos descansan - es decir, no se cultivan - y los esclavos recobran la libertad:
cumplidos los 50 años, no tengo ya que continuar «matándome labrando la tierra». El
ocio, tiempo que ahora puedo dedicar a escuchar mi alma, adquiere mayor relevancia en
mi vida. En sentido figurado, también puedo liberar a «mis esclavos»: me está permitido
poner ahora en libertad todo aquello que durante años, a menudo con enorme
intransigencia por mi parte, he tenido esclavizado en mí, necesidades, sentimientos,
deseos reprimidos. Esto no quiere decir que, de pronto, estos «esclavos» liberados se
dediquen sin más a gozar de la vida. Su puesta en libertad se justifica más bien porque
confío en que todos ellos están al corriente de la marcha de la vida: no debo seguir
reprimiendo mis necesidades, porque el núcleo más íntimo de mi persona dispone ahora
de la fuerza necesaria para que yo trate con ellas, pero sin dejarme dirigir por ellas.

Ritual

Algo podría nacer en ti

Siéntate en tu banco preferido, o en aquella pradera que te produce un placer especial, y


observa la naturaleza, que en agosto y a principios de septiembre está en proceso de
cambio. Es el verano tardío. El punto culminante del verano ha pasado. Ahora se acerca
el otoño.

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Aplícate a ti mismo lo que contemplas en la naturaleza. En la mitad de la vida alcanzas el
punto culminante de tu carrera vital.

Puedes preguntarte: ¿Ha sido esto todo lo que yo he vivido hasta este momento? ¿Qué
pasará a partir de ahora? ¿Qué puedo aprender de la naturaleza, que en este momento se
prepara para el otoño? ¿Es cuestión de que también yo me prepare para el otoño de mi
vida? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Qué valores me gustaría expresar con mi vida?
¿Qué huella me gustaría dejar impresa en este mundo? ¿De qué debería prescindir yo
para que en mí pueda surgir algo nuevo?

El verano tardío te invita a que otorgues a tu vida un brillo nuevo, que sea además
tranquilo y tierno. Haz que en tu vida enmudezcan todos los ruidos y ábrete a lo que
podría nacer en ti.

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BUENA VOLUNTAD 1 La vejez temprana se sitúa hoy entre los 60 y los 75 años.
Cuando hablamos de casos individuales, estos límites se desplazan hacia atrás o hacia
delante. Las cualidades que deberían distinguir a los seres humanos en esta edad son
bondad y clemencia, y benevolencia para con uno mismo y para con los seres humanos
en general.

La palabra «benevolencia» reproduce el término latino benevolentia, que significa:


tener buenos sentimientos, buena voluntad, mostrar buena disposición. Esta buena
voluntad nos afecta en primer lugar a nosotros mismos, pero con esa expresión damos a
entender también el trato bueno, clemente y benévolo con el prójimo. Deseamos a los
demás que les vaya bien, que su vida está llena de bendiciones.

La contrapartida la encontramos en los seres humanos malevolentes, que quieren el


mal, desean algo malo para los demás y se muestran malhumorados y malévolos. Entre
las personas de esta edad hay también individuos endurecidos por la vida. Y como los
primeros a quienes tratan con dureza son ellos mismos, sus ideas acerca de los demás
suelen ser también de signo negativo. En último término, la dureza para con uno mismo
nace de una mala voluntad frente a la vida y frente a uno mismo. Quien es duro consigo
mismo no se acepta a sí mismo, no se quiere a sí mismo tal como es. Querría ser una
persona distinta, para poder aceptarse a sí mismo. Pero como a esta edad resulta ya
prácticamente imposible transformarse en otra persona, la dureza de estos individuos los
lleva a descargar su rabia contra ellos mismos, aunque a menudo estos accesos de rabia
afectan también a otros.

NO JUZGA A NADIE NI NADA 1 En la palabra «benevolencia» se esconde la idea de


voluntad. Sin embargo, la benevolencia no puede identificarse sin más con una decisión
deliberada. Debe convertirse en una actitud que nos marca. Entre las condiciones que
cumple, he aquí la primera: renuncio a juzgarme a mí mismo. Al juzgarme a mí mismo, a
menudo me infravaloro. O, si no, me sobrevaloro de tal manera que pierdo de vista mi
propia realidad. Lo que devalúo en mí sigue estando presente en mí. Cuando me
sobrevaloro, en definitiva me estoy rechazando a mí mismo. En efecto, si únicamente
estoy dispuesto a aceptar una imagen sobrevalorada de mí mismo, que con demasiada
frecuencia es una ilusión, es porque no me acepto tal como soy. La renuncia a todo tipo
de juicio es la primera condición para que yo pueda salir al encuentro de mí mismo y de
los demás con benevolencia.

ACEPTARSE A SÍ MISMO 1 Otra cosa importante: he de decidirme a ser de buena


gana el que soy. Según Erasmo de Rotterdam, la felicidad del ser humano consiste en

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que cada uno quiera ser aquel que es. No es que uno tenga que hacerse violencia para
aceptarse tal como es. A decir verdad, puede darse el caso de que alguien se lamente con
razón de ser como es. A pesar de lo cual, se decide más bien por esta forma suya de ser
única. Él sabe que no es perfecto, pero se acepta a sí mismo y su manera de ser.
Renuncia a compararse con otras personas. Agradece la vida que Dios le ha regalado.
Así, pues, debo quererme a mí mismo, ya que so lo así seré capaz de enfrentarme
benévolamente conmigo mismo.

OJOS TIERNOS 1 En nosotros mismos, todos conocemos también los ojos agudos, que
quieren examinarlo todo con rayos X; los ojos curiosos, que quieren posesionarse de lo
que ven; los ojos condenadores, los ojos que miran fijamente... Se necesita una «escuela
de los ojos», para que todos aprendamos a mirar con una mirada bondadosa, dulce y
creyente, todo lo que existe. De la misma manera que el suave sol del otoño sumerge la
naturaleza en una agradable luz, con nuestros ojos debemos envolver incluso lo negativo
que hay en nosotros con un manto de amor y ternura. Esto no significa que hayamos de
verlo todo de color rosa, ni que tengamos que cerrar los ojos cuando a veces la realidad
es cruel. Vemos la realidad tal como es. Pero, de todos modos, la sumergimos en la
suave luz del atardecer. A partir de ese momento podemos contemplarlo todo con ojos
benévolos. Esta benevolencia es un fruto propio de la vejez. La ternura es consecuencia
de acciones como moler y pulverizar: el hombre se convierte en un ser tierno tras pasar
por el molino - ¡y la molienda! - de la vida, tras verse reducido a polvo por conflictos y
experiencias fronterizas, por desengaños y frustraciones, tras comprobar cómo el molino
de la realidad ha hecho añicos la fachada falsamente segura de uno mismo. Por eso,
habiendo dejado ya de condenarse a sí mismo, el hombre opta por no condenar tampoco
a los demás.

DON NATURAL Y GRACIA 1 La actitud de la benevolencia nace de una experiencia y


una decisión. Sin olvidar que, al mismo tiempo, es un don natural. Para llegar a poseer
esta benevolencia interior necesitamos contar también con la gracia de Dios. Gracia
significa: contemplación benévola del hombre por Dios. Con ocasión del nacimiento de
Jesús, los ángeles cantan: «¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que
él ama!». O, como podríamos traducir también: «¡Paz a los hombres objeto de su
beneplácito, de su benevolencia»!». En el nacimiento de su Hijo, Dios se ha inclinado
hacia los hombres con benevolencia. En Jesús niño, la benevolencia de Dios nos sale al
encuentro como tierno amor. Como adulto, Jesús se acercará con benevolencia a los
hombres. No los condenará, ni siquiera a los pecadores. Con su benevolencia, crea para
cada uno un espacio, dentro del cual puede incorporarse y empezar de nuevo.

APRENDER DE JESÚS 1 En la vejez podemos aprender de Jesús cómo, con nuestra


benevolencia, creamos para las personas de nuestro entorno una atmósfera propicia, que
contribuye a que todos se sientan como en casa, aprobados, aceptados, estimulados. Y
en esto precisamente consiste la bendición de las personas ancianas, en que difunden a su
alrededor un ambiente de benevolencia que a todos les hace bien. Si ellas mismas viven

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con esa actitud benévola, es porque han comprendido el Espíritu de Jesucristo. No se les
exige ya prestar grandiosos servicios, ni trabajar con la tenacidad de los jóvenes. Su
cometido consiste en hacer posible que las personas de su entorno abran su corazón y
hablen de aquello que realmente les preocupa en el fondo del alma. De alguna manera,
quienes se encuentran con estos ancianos se sienten invitados a no emitir juicios ni
condenas, y a ser menos duros con ellos mismos. El que las personas mayores hagan
gala de actitudes más suaves y benévolas representa una auténtica bendición para el
conjunto de la sociedad, porque de esta manera contribuyen a que este mundo se vuelva
más claro, más cálido y más humano.

Ritual

Deja que nazca lo nuevo

Si dispones de un jardín, date una vuelta por él y observa los árboles de hoja caduca que
allí encuentres. 0 pasea por un bosque caducifolio. Observa las hojas que siguen
desprendiéndose de los árboles.

Detente a meditar para tus adentros en estas hojas que caen y descubre en ellas una
imagen de tu propia vida. Las hojas que se desprenden no están en el árbol simplemente
esperando la muerte. Las hojas caen cada otoño. Ya durante nuestra vida nos vemos
obligados a desprendernos de ciertas cosas para que en nosotros puedan aparecer otras
nuevas. Lo nuevo no está todavía a la vista. Primero tiene que llegar el invierno, durante
el cual lo nuevo se desarrolla invisiblemente en las yemas de los árboles.

Reflexiona: ¿Qué es lo que ha sobrevivido en ti y de qué puedes prescindir dejándolo que


caiga sobre la tierra?

A continuación, escucha dentro de ti y trata de tomar conciencia de lo nuevo que podría


crecer en tu interior. Tal vez no te lo imagines todavía. Pero confía en que, a su debido
tiempo, la primavera volverá una vez más a tu vida. Y con ella, nacerá en ti algo nuevo,
para que puedas crecer ininterrumpidamente en conformidad con la imagen que Dios se
ha formado de ti.

Cuando no caigan ya más hojas de los árboles, contempla qué es lo que sucede con las
hojas que cubren el suelo. Se convierten en abono para la tierra. Confía en que todo lo
que se ha desprendido de ti, aquello que no has podido retener contigo, se convertirá en
abono de nueva vida, en ti mismo, en los demás seres humanos, y en la comunidad de la
que formas parte.

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CON LOS OJOS DE DIOS 1 El don que hace más hermosa la ancianidad es la
sabiduría.

Los griegos sintieron verdadera predilección por el concepto de sabiduría. Pero, por
desgracia, cuando la sabiduría se equiparó con saber dominador, en la filosofía griega se
produjo una crisis. Platón establece otro tipo de comparación: el ser humano es sabio, ya
que participa de la sabiduría de Dios. Pero no puede «poseer» la sabiduría como
propiedad personal. En efecto, solo Dios es la verdad. En cualquier caso, el hombre
puede acercarse a ella, hasta llegar incluso a tocarla. La sabiduría no se identifica sin más
con la ciencia exacta. La sabiduría plantea preguntas sobre los fundamentos más
profundos de la existencia y representa un tipo de conocimiento abierto al misterio del
ser. Un concepto igualmente profundo de la sabiduría es el que encontramos en la Biblia
hebrea: la sabiduría consiste en verlo todo con los ojos de Dios. Es sabio quien participa
de la sabiduría divina y contempla la realidad con los ojos de Dios.

SABOREO E IRRADIACIÓN 1 Por su parte, también los romanos desarrollaron un


concepto propio de sabiduría. Así nos lo sugiere ya el término latino sapiencia, derivado
del verbo sapere, que significa «saborear». Según ellos, en último tér mino es sabio aquel
que es capaz de saborearse a sí mismo, de vivir en consonancia consigo mismo, aquel
que se ha reconciliado consigo mismo y con la historia de su vida, que se acepta a sí
mismo e irradia algo positivo. El diálogo con una persona sabia no deja nunca en el
interlocutor un regusto amargo o insípido. En la comprensión de los romanos, la
sabiduría tenía menos que ver con el conocimiento intelectual que con la irradiación que
uno deja como persona.

UNA FORMA DE VIDA 1 El término alemán Weisheit, «sabiduría», se deriva del verbo
wissen, «saber». Y wissen (que procede del latín vid¡ = «vi, he visto») significa
propiamente: divisar, ver, conocer. Sabio es, por tanto, aquel que ve correctamente, que
ve el mundo como es, que conoce las relaciones internas de las cosas. Solemos hablar
críticamente de alguien que es un «sabelotodo». En efecto, no es sabio quien se interesa
curiosamente por todo lo que pasa a su alrededor. Sabio es aquel que ve con más
profundidad y presta atención a lo que realmente importa en cada caso: es decir, aquel
que, a través de lo que ven sus ojos, comprende el mundo en sus relaciones internas. Lo
decisivo no es aquí el conocimiento de cada cosa aislada, sino la interpretación global de
la existencia humana. En último término, la sabiduría es una forma de vida. El sabio vive
de forma distinta que el necio. Este tema aparece una y otra vez en la literatura sapiencial
del Antiguo Testamento. «Discernir el camino es sabiduría del sagaz, mientras que el
engaño es locura de los necios» (Prov 14,8). Y también: «La sabiduría hace que el pobre

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lleve alta la cabeza y se siente entre los nobles» (Eclo 11,1).

CAMINO DE LA SABIDURÍA 1 En los Evangelios de Mateo y de Lucas, Jesús se


presenta a sí mismo como maestro de sabiduría. Él nos enseña el camino de los sabios y
nos muestra cómo conseguir que la vida esté llena de sentido. Más aún: quien lo
contempla, quien medita en él, de alguna manera participa de su sabiduría. La gnosis
comprendió perfectamente este aspecto de Jesús. Según la gnosis, el hombre vive en un
estado de sueño, o de embriaguez. La sabiduría de Jesús nos abre los ojos para que nos
desperecemos y vayamos despiertos por la vida. Según san Agustín, la diferencia con
respecto a la sabiduría de Platón radica sobre todo en que los creyentes en Jesús
participan personalmente de la sabiduría de su maestro. La sabiduría de Jesús vale para
todos. La sabiduría de Platón es elitista. Jesús, «con el júbilo del Espíritu Santo, dijo:
"¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y
entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!"» (Le 10,21). En el Evangelio de
Lucas, que reacciona frente a la sabiduría de la filosofía platónica, Jesús alaba a sus
discípulos, personas sencillas que, gracias a su fe, conocen y han visto más cosas que los
sabios de este mundo (Le 10,23s). Según Tomás de Aquino, a lo ya dicho habría que
añadir: no es solo la fe la que nos permite ver más profundamente, sino también el amor.
El amor se convierte para el ser humano en ojo que le permite ver. Quien cree y ama es
verdaderamente sabio. Ve la realidad tal como es.

SABIOS GRACIAS A LOS AÑOS 1 Los viejos han visto muchas cosas y ahora su
mirada penetra más a fondo en los entresijos y los abismos de lo visible. Los hombres de
edad son sabios cuando han logrado reconciliarse con ellos mismos, han aprendido a
paladearse a sí mismos y su propia fragilidad, y a hacerse cargo de la historia de su
propia vida. Una persona que cumpla estas condiciones no necesita ya demostrarse nada
a sí misma. La sabiduría siempre ha tenido algo que ver también con la tranquilidad. Es
algo que irradia de una persona. Cuando nos encontramos cerca de una persona sabia,
nosotros mismos somos capaces de tener una visión más aguda, penetramos más a fondo
en los secretos de nuestra alma y reconocemos las circunstancias de nuestra vida. Cerca
de un sabio también nosotros nos volvemos tranquilos y tratamos de vivir en
consonancia con nosotros mismos. Este tipo de sabiduría es el don que las personas de
edad pueden ofrecer a nuestra sociedad. Todos la necesitamos, porque a todos nos afecta
la profunda inquietud de nuestro tiempo. Necesitamos personas que, frente a tantas
propuestas desesperadas que pretenden acabar con las crisis actuales, se mantengan
tranquilas y apunten la solución adecuada: la necesidad de acertar en la vida y de cuidar
las relaciones más profundas. Y tal vez comprendamos entonces algo que ya sugirió
Platón: que en la proximidad de los sabios, nosotros mismos captamos algo de la verdad
de Dios; más aún, que gracias a los sabios descubrimos que el misterio de Dios es lo que
da plena satisfacción a nuestros más profundos anhelos y pacifica de verdad nuestro
corazón.

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Ritual

Reconciliado

Siéntate cómodamente y mira dentro de ti mismo.

Trata de ver con ternura todo lo que vayas descubriendo en ti. Y, a través de todas las
emociones e ideas que te asalten, trata de penetrar a fondo en tu alma. Todo lo que
emerja en tu conciencia, te ayudará a llegar hasta el fondo de ti mismo, donde todo está
íntimamente relacionado.

Y trata de reconciliarte con todo lo que vaya emergiendo dentro de ti.

Di en voz alta: esto también me pertenece, esto también soy yo, y tengo derecho a serlo.
Cuando te reconcilies contigo mismo, cuando te hagas cargo de todo lo que has
descubierto dentro de ti, tu vida empezará a tener buen gusto y podrás paladearla. Ya
eres sabio, en el sentido que esta palabra tenía para los romanos. A partir de ahora, el
sabor que desprendas será agradable.

Es sabio aquel que ve la auténtica realidad de las cosas. Reflexiona: ¿Qué has visto tú en
tu propia vida? ¿Qué te ha ensañado lo que has observado? Lo que has visto, ¿te ha
hecho sabio? A través de lo que ya has visto, trata de penetrar hasta el fondo de ti
mismo, donde todo está íntimamente relacionado. Si, más allá de la variedad de cosas
vistas, descubres una base o fundamento que reduce semejante multiplicidad a la unidad,
se puede afirmar que eres sabio, que comprendes, que tu mirada penetra hasta el origen
de todas las cosas. A partir de ahora, se te hará patente la esencia de cada ser. Esta es
justamente la meta de la sabiduría.

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LA IDEA DEL «AÑO ECLESIÁSTICO» - o «año de la iglesia»- apareció por primera
vez en tiempos de la Reforma, el año 1589. En la tradición católica se habla más bien de
«año litúrgico». El concepto de año eclesiástico se entendió a menudo en un sentido
pedagógico: a lo largo de un año se celebran los principales acontecimientos de la vida de
Jesús. Con esta celebración, la Iglesia quiere que los cristianos se familiaricen cada vez
más con Jesucristo e imiten su comportamiento. También es posible entender el año
eclesiástico en sentido dogmático: a lo largo del año, la Iglesia proclama en las
celebraciones litúrgicas sus principales enseñanzas. Personalmente, considero que es
también muy importante otro enfoque del año cristiano: la comprensión psicológica. Este
enfoque explota una serie de fuerzas positivas que influyen en nuestra vida anímica.
Como un «sistema terapéutico» (C.G.Jung), a través de las celebraciones festivas el año
eclesiástico nos introduce en el misterio de la encarnación y, en un plano más personal,
en el misterio de nuestro propio desarrollo como seres humanos. En la liturgia de las
fiestas se nos describe el proceso de la individuación humana. La vida de Jesús no es un
hecho histórico que solo interese a los historiadores. Para los cristianos, representa la
imagen primigenia que nos señala el camino que hemos de seguir también nosotros, si
queremos alcanzar a Dios y nuestro verdadero yo. Esta comprensión psicológica del año
cristiano tiene claramente sus raíces en la Biblia. A Lucas se le considera el evangelista
del año eclesiástico. Describe la actuación pública de Jesús como un año de salvación,
como el año en el que Dios, en la persona de Jesús, ha revelado a los hombres su
salvación y la ha hecho realidad. Este año de la salvación será celebrado cada año, para
que su impronta en nuestro mundo sea cada vez más profunda y de esta manera
transforme y cicatrice la historia. Desde esta perspectiva, Jesús aparece como el
introductor a la vida. Jesús nos introduce en el arte de vivir con el ejemplo de su propio
itinerario vital y nos acepta como compañeros de viaje para que, a través de todos los
conflictos, alcancemos juntamente con él la forma que Dios ha pensado para nosotros.

El año cristiano con sus diversas festividades ofrece la posibilidad de que


pensamientos y sentimientos, imágenes y representaciones que a menudo permanecen
reprimidos en el inconsciente se expresen y se expliquen. El año litúrgico pone ante
nuestros ojos imágenes y símbolos que corresponden a nuestras imágenes inconscientes
y a los contenidos de nuestros sueños. En nuestro lenguaje cotidiano carecemos en
general de palabras y conceptos para referirnos a lo que sucede bajo la superficie de
nuestra conciencia. En cualquier caso, este mundo subconsciente debe tener cabida en
nuestro lenguaje, para que no se escinda y nos conduzca a nosotros mismos a una
escisión desastrosa. Poder hablar sobre nuestros contenidos de conciencia tiene efectos
saludables para nuestra vida anímica y, en cualquier caso, nos da nuevas fuerzas y un
equilibrio interior. Las imágenes y los símbolos del año cristiano nos hacen ver quiénes
somos realmente. Nos permiten tomar conciencia de nuestros pensamientos y
sentimientos inconscientes, y a estos les ofrecen una forma de expresarse. Esto nos hace

116
bien. Nos libera de la angustia de que en un determinado mo mento pueda inundarnos
algo procedente de nuestro inconsciente. Además, nos da la posibilidad de tratar con toda
franqueza con nuestro inconsciente. El año eclesiástico nos pronuncia conferencias
psicológicas acerca de nuestro inconsciente, y tampoco se entretiene en analizarlo;
simplemente, lo describe en símbolos e imágenes, en la celebración de la liturgia, en ritos
y gestos. Destaca los contenidos inconscientes, los activa.

En 1918, el filósofo de la religión Romano Guardini escribió un libro que se haría


famoso: El espíritu de la liturgia. En él habla de la liturgia como juego sagrado. Se trata
de una acción pura, sin otro objetivo distinto de ella misma. Gracias a la liturgia,
intervenimos en la salvación a través de Jesucristo. En último término, esta intervención
afecta a nuestra verdadera naturaleza. En efecto, si cuando asistimos a un acto litúrgico
participamos en el juego que allí se celebra, necesariamente tiene que suceder algo en
nosotros. La vivencia que tenemos de nosotros mismos en situaciones como esa es
nueva. Experimentamos quiénes somos nosotros realmente. Y nos sumergimos en un
misterio que es más grande que nosotros mismos, en el misterio de Jesucristo. De esta
manera, participamos en la salvación que Jesucristo nos trajo.

Cuando celebraban una fiesta, los antiguos se referían a algo que estaba fuera de
ellos, a una acción de Dios, a un acontecimiento sagrado. Y en la fiesta querían tomar
parte en esta acción salvífica. Querían que la celebración los renovase. Al celebrar una
acción de Dios, querían convertirse de nuevo en hombres auténticos, en hombres
conscientes de su dignidad, de sus raíces y posibilidades, en hombres que no viviesen en
el olvido ni interiormente agotados en las actividades de cada día.

La mayor parte de las fiestas del año cristiano celebran acontecimientos históricos,
acciones de Dios que en su día se hicieron visibles en la historia por obra de Jesucristo,
su Hijo. Cada vez que celebramos la acción de Dios, esta se reproduce en nosotros, y
nosotros somos salvados. De todos modos, en la antigüedad, además de acontecimientos
históricos, en las fiestas se celebraban también acontecimientos de la naturaleza. Por
ejemplo, el comienzo de la primavera, el solsticio de invierno, las fiestas de la siembra y
de la cosecha. Desde tiempo inmemorial, el hombre ha reconocido en la vida de la
naturaleza su propia ley de vida. De la misma manera que la naturaleza brota y florece
para morir de nuevo, así también el ser humano. Al celebrar la muerte y el renacer de la
naturaleza, el ser humano acepta su propio destino y se reconcilia con él. En las raíces de
algunas fiestas cristianas resulta perceptible todavía hoy una fiesta pagana de la
naturaleza. A más de uno podrá parecerle que son simples reliquias paganas que hoy
debemos superar. Sin embargo, la vinculación del año cristiano con el ritmo de la
naturaleza es saludable para nosotros. En el discurrir de la vida natural de nuestro
entorno vemos un símbolo de lo que sucede dentro de nosotros. Así, cuando celebramos
la fiesta de Pascua, la pujanza de la vida de la naturaleza ratifica la vida que irrumpe de
pronto en la resurrección de Cristo. Esta perspectiva implica también: como seres
espirituales, no debemos colocarnos por encima de lo natural. Estamos encajados en la

117
naturaleza. Aceptar de lleno esta circunstancia y convivir con la naturaleza es algo que
nos hace bien. Es saludable para nuestra psique que nos adaptemos al ritmo de la
naturaleza, en lugar de exponernos a un ritmo artificial, o incluso a un comportamiento
cada vez más apresurado, cosas ambas que están en contradicción con la naturaleza.
Vivir de acuerdo con la naturaleza significa también vivir en armonía con la esencia de
nuestra alma. Por sencillo que parezca, este razonamiento es fundamental: incluso en las
circunstancias actuales, los seres hu manos seguimos dependiendo de lo que sucede en
nuestro entorno, de la estación del año en que estamos, del estado de la naturaleza en
que nos movemos.

En nuestros sueños, las imágenes de la naturaleza a menudo nos informan de cómo


nos va en un determinado momento de nuestra vida. Y también en la liturgia del año
cristiano se han aprovechado las imágenes naturales para explicar a los fieles la eficacia
curativa que la naturaleza puede tener en nosotros. La vida de la naturaleza debe
ayudarnos a descubrir nuestra propia capacidad de vivir. El creyente que, a través de las
fiestas del año litúrgico, conecta con el ritmo de la naturaleza, termina adoptando una
nueva actitud frente a la vida natural y, en general, cambia el tipo de relación que
mantiene con ella. Se siente íntimamente unido con la naturaleza, formando parte del río
de la vida y, como fruto de este cambio, surge en él un sentimiento nuevo y más sano de
la existencia, que no solo le beneficia a él, sino a todo nuestro mundo.

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A LO LARGO DEL ADVIENTO, LOS TEXTOS que escuchamos en la liturgia cristiana
nos transmiten maravillosas promesas y enérgicas voces proféticas que se proponen abrir
nuestro corazón. «¡Despeja los cielos, oh Salvador!» es uno de los más hermosos
cánticos que expresa lo profunda que puede llegar a ser el anhelo del corazón humano:
que Dios se digne despejar los cielos, tan a menudo encapotados sobre nuestras cabezas
e impenetrables para nosotros, para que nuestra vida sea más luminosa y sana.

NINGUNA VANA PROMESA 1 Los textos del Adviento despiertan en nosotros el


anhelo de que en el futuro nuestra vida no se circunscriba a los problemas, las intrigas y
los conflictos a los que cotidianamente nos sentimos expuestos ahora. Desearíamos
disfrutar de una vida que lleve la impronta de Dios. ¿Solo bellas promesas, que se repiten
año tras año? ¿Por qué este mundo no se hace realmente más sano y luminoso con el
correr de los años? ¿Se reduce todo a una vana promesa? De ninguna manera. Puesto
que todos experimentamos a menudo que nuestro mundo es muy imperfecto, para no
perder la esperanza necesitamos mirar hacia otro mundo diferente. Y ahora mismo, si el
cielo se despeja sobre nosotros, el mundo se hace distinto. Nuestra oscuridad conoce la
luz; nuestra angustia, la confianza. Las profecías que escuchamos en las lecturas
litúrgicas del Adviento poseen una fuerza explosiva. Anécdota: tres palabras de una de las
profecías de Isaías - «espadas (convertidas) en azadones» - estuvieron prohibidas en la
antigua República Democrática Alemana, porque los gobernantes las temían. Ellas eran,
en definitiva, más fuertes que los carros blindados del ejército. Si escuchamos las
palabras de los profetas, tomamos conciencia de nuevas posibilidades de nuestra alma. Y,
además, alcanzamos nuestro yo verdadero. Y el hecho de que descubramos nuestras
posibilidades auténticas hace que también experimentemos de otra manera el mundo que
nos rodea. No nos parece ya tan amenazador. En medio del mundo nos sentimos
protegidos por Su proximidad. Si el cielo se despeja, también nuestro corazón se abre de
par en par, para acoger al único capaz de darle paz.

EN ACTITUD DE ESPERA 1 Un hombre deja su casa para emprender un viaje.


Encarga a sus criados del cuidado de la casa. Cada uno deberá responsabilizarse de una
tarea concreta. De todos modos, ordena al portero que se mantenga vigilante. Esta
parábola la encontramos en el Evangelio de Marcos (13,34). Jesús nos indica cómo debe
ser nuestra espera vigilante de Adviento. Jesús exige dos actitudes: por una parte, la
disposición de cada uno de los criados a aceptar una determinada responsabilidad. A cada
uno le encomienda una tarea distinta. Cada uno debe dejar grabado en este mundo el
rastro personal de su paso por la vida. No estamos aquí simplemente para que nos vaya
bien. Somos responsables de este mundo. La espera del Adviento no es una huida. Es
más bien una oportunidad de sensibilizarnos y tomar buena nota de la responsabilidad

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que tiene cada uno del ámbito que Dios le ha asignado. Así, pues, estar vigilantes
significa rastrear: ¿Qué me gustaría hacer con mi vi da? ¿Cuál es el mensaje que me
gustaría transmitir a las personas de mi entorno? ¿A qué me siento llamado
personalmente? No se trata de pensar en grandes cosas. Cada uno tiene asignada su
tarea. Y, en cualquier caso, esta tarea es importante, para que la casa siga estando bien
administrada y la buena convivencia en ella sea posible.

EN CADA INSTANTE 1 Al portero, Jesús le ordena que no baje la guardia, que se


mantenga vigilante. Y Jesús compara nuestra vida con la existencia de un portero. A la
vuelta de su viaje, el amo de la casa quiere encontrar al portero en su puesto. No
sabemos cuándo vendrá el amo de la casa, como tampoco sabemos cuándo nos
sorprenderá la muerte. En la muerte, el Señor llama a nuestra puerta, para que le
abramos. De todos modos, el Señor no viene a nuestro encuentro por primera vez en la
muerte. En cada instante podemos sentir que llama a las puertas de nuestro corazón,
porque quiere entrar en él. A menudo se trata de impulsos silenciosos, fáciles de ignorar.
Adviento es el tiempo que, en el silencio, me permite estar atento a la escucha de lo que
Cristo quiera decirme. Tal vez se me acerque para decirme que vivo de espaldas a mi
propia vida, que mi vida no es coherente. Tal vez quiera abrirme los ojos, para que yo
pueda ver la realidad tal como es.

HACER DE PORTERO 1 En el siglo IV, en una carta dirigida a un monje amigo suyo,
Evagrio Póntico le exhortaba a ser un buen portero. Para ello, a cada pensamiento que
llamase a las puertas de su alma debía preguntarle si venía con intenciones amistosas o
con ganas de disputarle al propietario los derechos sobre la casa. Este podría ser hoy día
un ejercicio saludable, sobre todo durante el Adviento. Querido lector: siéntate
cómodamente, durante aproximadamente media hora, en tu habitación, sin meditar en
nada concreto, sin re zar y sin reflexionar. Trata sencillamente de mantenerte en
presencia de Dios, atento a las imágenes que emergen de los pensamientos que
sucesivamente llamen a tu puerta. Pregunta a cada uno de los pensamientos y
sentimientos que desfilen por tu mente: ¿Qué quieres decirme? ¿Qué deseo íntimo se
esconde en ti? El ejercicio de portero no es tan fácil como parece. Tal vez algunos digan:
«¡No puedo hacerlo! ¡Podría estallar como un volcán!». Sin embargo, si alguien lleva
dentro de sí esta angustia, se verá obligado a consumir mucha energía para tener bajo
llave su volcán personal. Ahora bien, si como el portero vigilante nos atrevemos a
plantear algunas preguntas a cada pensamiento, experimentaremos dentro de nosotros
una profunda paz interior. Tal vez emerjan sentimientos como la ira, los celos, la envidia,
la tristeza, el desengaño o la angustia, o la sensación de no poder controlar la propia vida.
Todos estos sentimientos pueden aparecer. En ellos se esconde un anhelo insatisfecho.
En los celos se esconde el deseo de ser amado; en la tristeza, la añoranza de una
profunda paz interior; en el desengaño, el anhelo de claridad y verdad; y en la angustia, el
deseo de liberarme del juicio de los demás, o de dejar de lado todas aquellas
representaciones de la vida que me resultan excesivamente exigentes. Si consigo

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identificar qué deseo profundo se esconde detrás de cada uno de mis sentimientos, estos
pierden su carácter amenazador. Se convierten en amigos que me invitan a tomar
posesión de todos los ámbitos de mi casa y a vivir a gusto sin salir de ella.

ABIERTO Y DILATADO 1 Te deseo, querido lector, un bendito tiempo de Adviento:


que el cielo se abra sobre tu vida y que tu corazón se dilate para la llegada de Dios. Y te
deseo que durante todos los días de tu vida te mantengas vigilante, como el portero de la
parábola, para que escuches la llamada de Jesús a la puerta de tu corazón. Entre todos
los pensa mientos que llamen a tu puerta distinguirás la voz de Alguien que quiere entrar
para morar en ti y llenar tu casa de luz y amor, distinguirás a Jesucristo, que viene para
salvarte y curarte.

Ritual

Una luz que ilumina tu vida cotidiana

Instala una corona de Adviento en tu vivienda y siéntate ante ella. Cada sábado de
Adviento enciende una vela nueva. A continuación, medita qué te sugieren la corona de
Adviento y especialmente las velas. Imagínate que todo lo que en ti es anguloso y
quebradizo, Dios lo hace perfecto y redondo como esta corona.

La corona de Adviento nos trae a la memoria la corona del vencedor. Confía plenamente
en que también tu vida llegará a buen puerto, y en que terminarás triunfando sobre todo
lo que te angustia y amenaza.

La corona de Adviento se erige para la comunidad. Ora por tu familia y por tus amigos,
que Dios mantenga sinceramente unidas a estas personas, y que todo lo que va en
detrimento de la comunidad desaparezca en este tiempo de Adviento, para que la vida
comunitaria se acreciente cada día.

A continuación, cada uno de los sábados de Adviento por la noche medita en el


significado que tiene para ti la nueva vela que enciendes y añades a la corona.

La primera vela representa para ti la promesa de que alcanzarás la unidad contigo mismo
y con Dios.

La segunda vela te anima a esperar que todas tus contradicciones internas se reconcilien
a la luz de Dios.

Además, te muestra que las contraposiciones existentes en el seno de tu familia - varón y


mujer, padres e hijos- pueden transformarse con la colaboración de todos en una luz
única que lo ilumina todo.

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La tercera vela te invita a dejar que la luz de Dios se difunda por los tres ámbitos de tu
persona: cuerpo, corazón y vientre (de acuerdo con la división del enneagrama), o
inteligencia, voluntad y memoria (de acuerdo con la división de san Agustín).

Por último, la cuarta vela quiere decirte: la luz de Dios quiere iluminar tu vida cotidiana,
lo telúrico y terrenal. Dios aparecerá en la Tierra, para curar y santificar la Tierra. Dios
mismo ha manifestado su deseo de fijar su morada en tu vida cotidiana, en tu trabajo, en
tu vivienda, y de iluminarlo todo con su luz.

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ENTRE LOS TEXTOS EVANGÉLICOS que se leen en la liturgia de la misa durante el
Adviento, poco antes de la Navidad, está la genealogía de Jesús. De los nombres propios
mencionados en ese texto, la mayoría no nos dicen ya nada a los cristianos actuales. A
muchas personas este tipo de textos les resultan aburridos, tanto al leerlos como al
escucharlos. Sin embargo, quien los entienda, adquirirá conocimientos realmente
interesantes.

UN NUEVO COMIENZO 1 Analizada más de cerca, la genealogía de Jesús está llena de


sorpresas. Mateo ha conseguido darle una forma extraordinariamente artística. Detrás de
esta serie de nombres asoma la teología utilizada por Mateo para interpretar el nacimiento
de Jesús: con la descripción de la genealogía quiere mostrarnos el significado del ser
humano llamado Jesús. La historia de Israel comienza con la promesa hecha por Dios a
Abrahán: «Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo» (Gn 12,3). Esta
historia se cumple en Jesús. Y en Jesús crea Dios un nuevo comienzo. De la misma
manera que al principio creó Dios el cielo y la tierra, en Jesús creó al ser humano que en
sí mismo representa el sentido y la meta de la creación. Mientras que en Lucas la
genealogía de Jesús arranca del mismo Adán, porque para él Jesús representa la
verdadera imagen del ser humano, Mateo la inicia con Abrahán. Para Mateo, Jesús no
solo forma parte del pueblo de Israel, sino que es la plenitud de la historia salvífica, que
es al mismo tiempo una historia de elección, iniciada por Dios con Abrahán.

TODA LA HUMANIDAD 1 Desde hace siglos han tratado los exegetas de descifrar el
significado exacto de las cuatro mujeres que aparecen mencionadas en la genealogía de
Jesús en Mateo. Son Tamar, Rajab, Rut y Betsabé, la mujer de Urías. Tamar era nuera
de Judá. Habiéndose sentido injustamente tratada por este, le tendió una trampa: se
disfrazó de prostituta y así, de incógnito, tuvo un encuentro sexual con él, a consecuencia
del cual quedó embarazada. Rajab era prostituta y ayudó a los israelitas a conquistar la
ciudad de Jericó. En la exégesis antigua estas cuatro mujeres eran consideradas
pecadoras. En realidad, esta interpretación no parece reflejar la intención del evangelista,
sino, en todo caso, los prejuicios de los exegetas. Las cuatro mujeres son extranjeras.
Mateo muestra así en la genealogía, ya al comienzo de su Evangelio, que Jesús había
aceptado a toda la humanidad y había ofrecido la salvación también a los gentiles. Estas
cuatro mujeres nos recuerdan y anuncian la figura de María, la quinta mujer.

AMOR COMO PLENITUD 1 María encaja tan mal en la genealogía como las cuatro
mujeres ya señaladas. En efecto, la genealogía sigue la línea de la descendencia de José,
y no la de María. Pero de María se dice que «de ella nació Jesús, llamado el Mesías [es
decir, Cristo]» (Mt 1,16). María es la quinta mujer. En ella alcanza la perfección lo que

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en las otras cuatro aparecía solamente insinuado. Estas mujeres representan otras tantas
rupturas en la línea de la descendencia que sigue la genealogía. La inserción del nombre
de estas mujeres representa siempre una irregularidad en la sucesión prevista. Se pone así
de relieve la acción desconcertante de Dios, que no se ajusta a las escalas o medidas
humanas. Además, queda claro que Cristo ha asumido y salvado la historia humana en su
totalidad, con sus enormes altibajos, con sus vías rectas y sus rodeos. En María culmina
la acción desconcertante de Dios. Aquí, en medio de una historia milenaria de éxitos y
fracasos, Dios inaugura un nuevo comienzo. Podemos recurrir de nuevo al simbolismo.
María es la quinta mujer. Los cinco libros de Moisés se corresponden con la figura de las
cinco mujeres. Cinco es el número de Venus, la diosa del amor. El amor corona la ley. En
el camino del desarrollo, cuatro pasos conducen desde el mundo mineral, pasando por el
mundo de las plantas y el mundo de los animales, hasta el ser humano. El quinto paso es
el salto hacia lo divino. En María, la humanidad salta por encima de sí misma para
desembocar en Dios, en el sentido de que Dios mismo se hace hombre en ella.

SÍMBOLO DE TRANSFORMACIÓN 1 Mateo ha elaborado una genealogía de Jesús de


un elevado interés artístico: tres series de catorce generaciones. Tanto el tres como el
catorce son números simbólicos. El tres es el número de la perfección. El catorce es el
número de la curación y la transformación. Catorce eran los dioses auxiliares en
Babilonia. Con su nacimiento, Jesús liberó a la humanidad de sus divisiones y unió de
nuevo a los seres humanos entre sí. Y con su venida a este mundo curó y rehabilitó la
historia humana, que con demasiada frecuencia había sido una historia de desgracias. Las
tres series de catorce generaciones utilizadas para resumir la historia salvífica tienen su
punto culminante en David; su punto más bajo corresponde al exilio, y, finalmente, el
cumplimiento o plenitud coincide con la venida de Jesucristo. En la persona de Jesucristo
se sobrepasan y transforman tanto las cimas como los valles de la historia de Israel.

NUESTRAS PROPIAS RAíCES 1 La genealogía de Jesús nos invita a meditar en


nuestra propia historia. ¿Qué sé yo de mis antepasados? ¿Han tratado mis padres de
poner por escrito una genealogía de mi familia? ¿Hay cortes también en esta historia? O
bien contemplo la historia de mi propia vida. Navidad quiere decir que el nacimiento de
Jesús cura y rehabilita mi historia de todas sus heridas. Y todo lo que yo he heredado de
mis antepasados en talento y experiencias, en vitalidad personal y en dinamismo de fe,
Cristo lo santifica y lo confirma. En este sentido, vivo de mis raíces, que siguen dándome
fuerza. Hoy día muchas personas se deprimen, porque sienten que han roto totalmente
con sus raíces. Navidad nos invita a reflexionar sobre las propias raíces y a agradecer a
Dios el hecho de que, con la encarnación histórica de su Hijo, haya santificado las raíces
de todos los seres humanos y las haya fortalecido con la fuerza de su divinidad.

Ritual

Mira dentro de tu corazón

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Siéntate en el rincón de la casa donde sueles orar, o en cualquier otro lugar donde te
sientas solo. Enciende una vela y apaga las luces eléctricas, de manera que únicamente
estés pendiente de la luz de la vela.

Contempla su apacible luz y luego mira dentro de tu corazón. ¿Qué pensamientos y


sentimientos se te ocurren? ¿Qué preocupaciones, qué miedos o angustias sientes con
más fuerza?

Deja que la luz de la vela penetre en todas esas emociones. La luz misericordiosa del
amor de Dios desciende a nosotros en Navidad. Quiere iluminar nuestro corazón, y
expulsar de él todo lo oscuro y sombrío, lo amenazador y lo que pueda provocar en
nosotros sentimientos de angustia.

Deja que esta luz penetre en tu corazón, hasta que encuentres la paz en medio de las
inquietudes de tu vida. Ahora se produce dentro de ti el Adviento, la llegada de la luz que
viene de lo alto. Y gracias a esta luz, llegas a ti mismo y a Dios. Has encontrado tu
verdadero hogar, tu hogar en Dios y tu hogar dentro de tu corazón.

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EN NAVIDAD, EN LA MISA DE MEDIANOCHE, escuchamos el maravilloso texto
tomado del profeta Isaías: «El pueblo que caminaba a oscuras vio una luz intensa, los
que habitaban un país de sombras se inundaron de luz» (Is 9,1). También a mí me
gustaría contemplar ahora el misterio de la Navidad desde el punto de vista de la luz. Los
tres evangelistas que describen el misterio navideño echan mano de la imagen de la luz,
aunque cada uno de ellos lo hace de manera muy personal.

SEGUIR LA ESTRELLA 1 Mateo nos cuenta la historia de los Magos que han visto una
estrella y se ponen en camino para rendir homenaje al rey recién nacido, que encarna la
sabiduría de Oriente y de Occidente. La estrella les señala el camino. La estrella brilla en
la noche. Si todo en nosotros es oscuridad, la estrella nos orienta. La luz que irradia una
estrella es cautivadora. Nos transmite amor y dedicación. Y la luz de la estrella nos señala
el camino hacia el hogar. Donde Cristo nace surge hogar. Solo donde habita el misterio
podemos los seres humanos sentirnos en casa. Los judíos se imaginaban que cada
estrella estaba protegida por un ángel. Así, pues, la luz de la estrella nos hace saber que
los seres humanos gozamos de la protección divina, que un ángel vela por nosotros, nos
protege y ampara. Si en tu casa cuelgas estrellas de Navidad, deberías pensar siempre en
el significado de la estrella. Y la estrella debe hacerte saber que Dios, el misterio, habita
también en tu casa, y que tú y los tuyos gozáis de la protección y la bendición de Dios y
de sus ángeles.

PROMESA CUMPLIDA 1 Cuando Jesús se retiró por primera vez a Galilea, se cumplió
según Mateo la promesa del profeta Isaías: «Así se cumplió lo anunciado por el profeta
Isaías: "Territorio de Zabulón y territorio de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que vivía en tinieblas vio una luz intensa, a los
que vivían en sombras de muerte les amaneció la luz"» (Mt 4, 14-16). Cuando Jesús
predica, cuando Jesús cura enfermos, quienes estamos envueltos en tinieblas vemos una
luz. La oscuridad nos recuerda la muerte. Todo en nosotros se oscurece. A veces nos
sentimos ya aquí, cuando aún estamos vivos, como muertos. Las tinieblas son siempre
algo amenazador, que nos produce angustia. La oscuridad es especialmente pavorosa
cuando la depresión se apodera de nosotros. Tenemos la sensación de estar hundidos y
amarrados en un pozo oscuro. Hemos perdido toda esperanza de salir un día del pozo.
Todo se ha vuelto oscuro para nosotros. La palabra de Jesús y su amor, que brilla en su
actuación salvífica, deben iluminarnos en medio de la oscuridad de nuestra depresión.
Entonces, como nos promete el evangelista, también para nosotros amanecerá. El tiempo
de Adviento y de Navidad nos invita a reconocer la propia oscuridad, con la esperanza de
que Cristo ilumine también nuestras tinieblas y transforme nuestra depresión en nueva
esperanza.

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LUZ Y PAZ 1 El evangelista Lucas explica el misterio de Navidad con estas palabras:
«Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará desde lo alto un amanecer
que ilumina a los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte, que endereza nuestros
pasos por un camino de paz» (Le 1,78s). En Jesucristo es Dios mismo quien nos visita e
ilumina nuestra vida. La persona de Jesús viene a nosotros con luz que desciende del
cielo. El efecto de su luz es que nosotros dirijamos nuestros pasos por el camino de la
paz. La luz se presenta como paz con nosotros mismos y con todo el mundo. Una vez
más, en su relato de Navidad conecta Lucas las imágenes de la luz y de la paz. Cuando el
ángel se aparece a los pastores, la gloria de Dios los envuelve con su resplandor. Y el
ángel luminoso anuncia a los hombres la paz en la tierra. Allí donde reinan la disputa y la
discordia, la oscuridad se extiende en torno al alma humana. La luz de Navidad quiere
colmar de paz nuestro corazón desgarrado. Por eso, hemos de celebrar la Navidad con la
esperanza de que todos nosotros, que tan a menudo nos sentimos interiormente
alborotados, volvamos a vivir de nuevo en armonía con nosotros mismos. Para muchas
personas, la Navidad está estrechamente relacionada con el anhelo de paz. Es verdad que
la paz no se produce de manera automática, pero si todos nosotros dejamos que la luz de
Jesús penetre en nuestros corazones no reconciliados, podemos experimentar la paz
dentro de nosotros. Querido lector, en Navidad concédete el silencio y la quietud que te
permitan pasar revista a tu división interna, a tus conflictos y sentimientos no
reconciliados a la luz de la vela de Navidad. Imagínate que esta luz te colma de la paz
que proviene del Niño recostado en el pesebre.

ESCLARECIMIENTO DE LA EXISTENCIA 1 El Evangelio de Juan describe la Palabra


de Dios, hecha hombre en Jesucristo, como luz que viene a este mundo: «La luz
verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo» (Jn 1,9). Por lo que se
refiere al nacimiento de Jesús, Juan lo ve así: «La Palabra se hizo hombre y acampó
entre nosotros. Y nosotros contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14). En este Niño pobre y desamparado, recostado en
el pesebre, y más tarde en el hombre Jesús brilla la luz de Dios para nosotros. En su
predicación, Jesús mismo se identifica con la luz: «Yo soy la luz del mundo, quien me
siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12). Las palabras
que pronuncia Jesús son luz para nosotros. Ellas esclarecen nuestra existencia. Nos
señalan el camino en medio de nuestra desorientación. Dan a nuestra vida otro sabor.
Según Rudolf Bultmann, el encuentro con Jesucristo nos lleva a experimentar la vida de
una forma nueva, gracias a lo que él denomina «esclarecimiento de la existencia». De
repente comprendemos quiénes somos. No podemos describir con palabras el misterio de
nuestra vida. Pero, de pronto, todo nos resulta claro. En lo profundo de nuestro corazón
se ha hecho la luz. Sentimos que la luz de Dios está en nosotros. Y donde brilla la luz de
Dios, cesa toda tristeza, la depresión deja de tenernos bajo su control, y toda confusión
desaparece. En el fondo de nuestro corazón sabemos que estamos en el buen camino y
que Dios mismo impregna e ilumina nuestra vida.

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VIVENCIA DE TRANSFORMACIÓN 1 Aprovechando el simbolismo de la luz de
Navidad, la Iglesia primitiva vinculó la fiesta del nacimiento de Jesús con la fiesta romana
del Sol Invictus, la divinidad solar invicta. Su mensaje era claro: lo que los romanos
expresaban con la imagen del Sol - que el día 24 de diciembre alcanza su punto más bajo
y a partir de esa fecha empieza a ascender de nuevo y los días vuelven a ser más largos -
se cumplió en el nacimiento de Jesucristo. En el momento mismo en que la oscuridad
tiene el máximo poder sobre nosotros, nace Cristo como luz del mundo. Y todo queda
iluminado por su luz. En su maravilloso cántico Ich steh an deiner Krippe hier («Estoy
aquí, junto a tu pesebre»), Paul Gerhard relaciona esta imagen del Sol con el nacimiento
de Cristo: «Yo me encontraba hundido en profundas tinieblas. Tú fuiste mi sol, el sol que
me trajo luz, vida, alegría y felicidad. ¡Oh Sol, que preparas en mí la apreciada luz de la
fe, qué hermosos son tus rayos!». Paul Gerhard entiende el acontecimiento de la
Navidad como una vivencia personal de transformación. Las tinieblas que me envuelven,
la desesperación del corazón, los estados de ánimo depresivos, todo se transforma,
gracias a la Navidad, en luz, vida, alegría y felicidad. Si entonamos esta canción, crece en
nuestro corazón la esperanza de que también nosotros experimentemos lo que en ella se
anuncia. Al cantar, brilla el sol también en nuestro corazón, y también para nosotros es
Navidad.

Ritual

Calor en el corazón

Siéntate tranquilo delante de una vela y enciéndela con cuidado. Con este sencillo rito
asegúrate de que la luz de Dios ilumina tu existencia y te promete una vida coronada por
el éxito.

Naturalmente, sabes muy bien que el éxito de tu vida no depende del hecho de encender
una vela. Pero al encenderla atentamente, expresas tu convencimiento de que tu vida está
bajo la promesa de Dios: «Yo cumplo en ti todo lo que te he prometido».

Observa atentamente la luz y deja que ella penetre en los abismos de tu alma, en aquellos
espacios cerrados a cal y canto en los que se han cobijado muchas experiencias
reprimidas y sojuzgadas, en la oscuridad de tu tristeza, en tu angustia, en tus dudas, en tu
inseguridad, en tu vacío.

Imagínate que la cálida y tierna luz de la vela lo ilumina todo en ti. En la luz penetra en ti
el amor de Dios. Es un amor que no te juzga, sino que te transmite que todo tiene cabida
en ti. Pero, al mismo tiempo, todo puede ser transformado gracias a la luz y al amor.

Mientras realizas este rito no pienses demasiado. Deja que la luz penetre simplemente en
ti. Tal vez a continuación sientas cómo se calienta la zona que rodea tu corazón, cómo el
amor fluye en ti y te transmite que todo es bueno. Tal vez emerjan también en ti deseos,

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o necesidades, o incluso aspectos no vividos. Esto puede resultar a veces muy doloroso.
De todos modos, es bueno que la luz de la vela te ponga en contacto con tu anhelo. Ello
demuestra que tu vida no es tan limitada ni está tan vacía como a veces pueda parecerte.
En ti está Su luz. Ella lo iluminará y curará todo en ti, y te colmará de amor y esperanza.

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133
ACABAR CON UN VIEJO PROYECTO Y EMPRENDER una nueva tarea es, desde
tiempos inmemoriales, algo muy especial para los seres humanos. La puerta del año viejo
debe cerrarse, para que la puerta del nuevo año pueda abrirse.

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS 1 Lo viejo y lo nuevo despiertan en el ser humano


distintos sentimientos. Lo viejo es lo familiar, aquello con lo que uno se siente a gusto.
Sin embargo, en el lenguaje de la juventud, «parecer viejo» es más bien un insulto.
Existe, en efecto, lo viejo que ha sido superado, que nadie quiere tener ya. También el
concepto de lo nuevo es ambivalente. Está, por ejemplo, el «novato» que acaba de
entrar en la empresa, y que todavía no tiene ni idea de lo que va a hacer. Lo nuevo es lo
no probado, aquello que en un primer momento muchos no están dispuestos a tomar en
sus manos. Lo nuevo que sucede provoca miedo, angustia. Algunos trabajadores se
defienden contra las nuevas estructuras y las nuevas técnicas que la empresa estaría
dispuesta a introducir. No saben lo que les espera. Se sienten superados. Por otra parte,
lo nuevo es también un estímulo. Lo nuevo es mejor que lo viejo. Jesús habla de este
problema al afirmar que el vino nuevo no debe echarse en odres viejos. Un coche nuevo
nos fascina. Un televisor nuevo sus cita admiración. Estamos convencidos de que es
mejor, o técnicamente más avanzado, que el modelo viejo del que nos hemos
desprendido.

UN ESPÍRITU QUE LO RENUEVA TODO 1 Para referirse a lo «nuevo», la lengua


griega dispone de dos palabras: néos y kainós. El término néos, que podemos traducir por
«nuevo» o «joven», expresa el aspecto más bien negativo de lo nuevo y no
experimentado, lo que todavía no ha sido puesto a prueba. En cambio, el término kainós
es lo nuevo que Dios crea. Dios es aquel que todo lo hace nuevo, que nos envía a
nosotros un nuevo Espíritu que todo lo renueva en nosotros. Este Espíritu que todo lo
renueva en nosotros y que durante el nuevo año nos ofrecerá nuevas oportunidades, es el
que le pedimos a Dios en Nochevieja.

TOMAR Y DEJAR 1 Si en Nochevieja celebramos la despedida del año que termina, se


nos planteará la necesidad de escoger ambos polos, el de tomar y el de dejar. Por una
parte, debemos aceptar - es decir, tomar - el Año Viejo con todo lo que ha sido para
nosotros, incluso con aquello que nos ha planteado dificultades. Si únicamente
quisiéramos olvidarnos de él - es decir, dejar - continuaríamos estando pendientes de él y
nos agobiaría. Solo si aceptamos lo viejo, podremos conservarlo como un valioso tesoro
que continúa en nuestro poder. Pero no debemos aferrarnos ni quedar atados a lo viejo.
En caso contrario, en lugar de un tesoro que nos enriquece, se convertirá para nosotros

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en una carga. Se trata de desprenderse de lo viejo para que de ese modo podamos
conservarlo como algo valioso.

PROMESA DE ALGO NUEVO 1 Quien ha dejado de buen grado el año viejo, está
preparado para lo nuevo que Dios quiere realizar en él durante el nuevo año. Dios nos
concede nue vas oportunidades. No estamos atados a lo que nos ha salido mal en el año
que termina. Tendremos nuevas posibilidades en la vida de relación, nuevas posibilidades
en el trabajo, nuevos caminos para nuestra vida personal, para nuestra espiritualidad.
Sobre el Año Nuevo recae la promesa de que Dios lo renovará todo en nosotros, de que
gracias a él vamos a disponer de nuevas fuerzas. En efecto, Dios nos ha prometido:
«Aun los muchachos se cansan, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que
esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin
cansarse, marchan sin fatigarse» (Is 40,30s). Esta promesa recae sobre el Año Nuevo.
Deja que en Nochevieja estas palabras penetren profundamente en ti. Experimentarás
entonces que las palabras te ponen en contacto con lo nuevo y lo joven, con lo limpio y
lo vigoroso, para lo que tu alma está ya preparada y que Dios hará madurar durante el
nuevo año.

Ritual

Detente un momento

Me gustaría sugerirte un rito que puedas celebrar durante la Nochevieja, en el instante


mismo en que se produce el cambio de año.

En lugar de saludar el Año Nuevo con salvas de honor, detente un momento y


permanece en silencio. Trata de imaginarte sin decir palabra cómo transcurre el tiempo
antiguo ya consumido y cómo después, a medianoche, se puede experimentar el tiempo
nuevo, todavía no consumido.

Percibe este tiempo nuevo. Es un tiempo que se te ofrece regalado, en el que todavía no
han dejado su impronta los acontecimientos del mundo externo. Es un tiempo nuevo,
colmado de Dios, un tiempo que te invita a renovarte tú mismo, el tiempo nuevo para
vivir como un ser humano renovado. Precisamente en el momento de producirse el
cambio de año tienes la oportunidad de rastrear el misterio del tiempo.

Bendice lo nuevo

Empieza el Año Nuevo bendiciéndolo.

Ponte de pie y alza las manos en actitud de impartir una bendición. Mantén las manos
por encima de la cabeza, abiertas hacia delante, y a través de ellas envía tu bendición a

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todo aquello con lo que vas a encontrarte en el transcurso del nuevo año.

Confía en que la bendición de Dios a través de tus manos llegue a todas las cosas que
durante el año que comienza tomes y manipules con tus manos. Entrarás así en el nuevo
año con mayor confianza.

Trata de empezar cada día del mes de enero con este gesto de bendición. Envía la
bendición a los diversos espacios de tu vivienda, a los miembros de tu familia y a tus
amigos. Envía la bendición a los lugares y ambientes donde trabajas y sobre todo a las
personas con quienes trabajas. Vivirás el día de otra manera. Todos los espacios por los
que te muevas y todas las personas con quienes te encuentres habrán recibido la
bendición de Dios. Esto será también para ti una fuente de bendición.

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LA IDEA DE QUE ES POSIBLE UNA VIDA NUEVA es propia de la fiesta de Navidad.
De todos modos, su influjo se extiende más allá de la Navidad. En realidad, es una de las
ideas centrales del mensaje del Nuevo Testamento. Jesús nos regaló el vino nuevo, que
debe guardarse en odres nuevos. Se ofreció para inaugurar con nosotros una nueva
alianza, que nos permite vivir de una forma nueva. Por su parte, Pablo habla del nuevo
tipo de vida que deben llevar quienes han abrazado la fe cristiana. El comienzo mismo
del año, tal como se celebra en las festividades correspondientes, pone de relieve la idea
de la novedad. Estas fiestas señalan pistas que invitan a quienes las celebran a avanzar
hacia una nueva comprensión de la vida.

PARA QUE LA VIDA FLOREZCA 1 El comienzo del año está marcado por la
celebración de las fiestas cristianas. El día 1 de enero celebra la Iglesia la solemnidad de
María, Madre de Dios. Como madre, María es protectora de la vida. Al comienzo del
año nos exhorta a que también nosotros cuidemos y protejamos la vida en nosotros
mismos y en nuestro entorno, a que brindemos a la vida un ambiente maternal, en el que
pueda florecer. Y como madre de Dios, María es para nosotros una imagen modélica, ya
que, en último tér mino, cada uno de nosotros es también madre de Dios, en el sentido
de que cada uno lleva dentro de sí un niño divino, del que debemos responsabilizarnos.
Cada uno de nosotros lleva en su interior un niño herido. No podemos continuar siendo
niños para siempre ni seguir lamentándonos de haber tenido una infancia muy dura y de
que nos sentimos abandonados. Como una madre amorosa, debemos tomar en nuestros
brazos a este niño herido y abandonado. Y a través de él, terminaremos descubriendo al
niño divino que habita en cada uno de nosotros, y que sabe exactamente qué es lo
adecuado para nosotros. El niño divino nos pone en contacto con la imagen auténtica e
incontaminada de Dios en nosotros. María nos recuerda que todos debemos mirar
atentamente a este niño divino en nosotros y reflexionar sobre lo que él quiera decirnos y
sobre la dirección que nos invite a tomar.

ANHELO CUMPLIDO 1 El 6 de enero celebramos la segunda gran fiesta del tiempo de


Navidad: la Epifanía, la fiesta de la manifestación del Señor. La gloria de Dios se reveló a
todo el mundo en el Niño recostado en el pesebre. Mateo describe en su Evangelio cómo
unos magos, sabios procedentes de Oriente, se pusieron en camino y llegaron hasta
donde estaba el Niño, al que adoraron. Postrándose delante del Niño, reconocieron que
en Jesús se unía la sabiduría de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur. Jesús no es
solo el salvador, sino también el maestro de sabiduría. Él reúne en su persona todo el
saber que los sabios de todos los tiempos han conocido. Y con su acto de adoración, los
magos proclaman que este niño cumple el anhelo de todos los seres humanos. A saber: el

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anhelo de un Dios que está al alcance de la experiencia humana, que posee un rostro
humano y que nos colma de amor.

LA ESTRELLA DEL DESEO 1 En la piedad popular, los Magos se han convertido en


los Tres Reyes Magos. De ahí que la fiesta de la Epifanía se llame en la piedad popular
Fiesta de Reyes. Los tres reyes representan los tres ámbitos o esferas que conviven en
nosotros: cuerpo, alma y espíritu, o pensamiento, sentimiento y vitalidad. Estos tres
ámbitos se transforman cuando se abren a la gloria de Dios, gloria que ha brillado en el
Niño recostado en el pesebre. Los tres reyes han visto una estrella y han seguido el
camino que ella les señalaba. También nosotros descubrimos a menudo en el horizonte
de nuestro corazón una estrella. Por desgracia, no confiamos en ella. Es la estrella del
deseo. Los tres reyes nos animan a emprender el camino del deseo y a avanzar por él sin
detenernos, hasta que encontremos en el pesebre al Niño que calma nuestro deseo más
profundo. Los reyes le ofrecen al Niño sus dones: oro, incienso y mirra. El oro
representa nuestro amor; el incienso, nuestro deseo; y la mirra, nuestros sufrimientos. De
todos modos, la mirra es también una planta medicinal del paraíso. Al ofrecerle a Dios
nuestros sufrimientos, confiamos también en que él nos sane con la planta medicinal que
ha crecido en el paraíso. El Niño en el pesebre es el salvador que nos ha nacido. Él
curará nuestras heridas con su amor, que viene de Dios. En su hermosa meditación sobre
la fiesta de Epifanía, Karl Rahner opina que para recorrer nuestro camino de peregrinos
del deseo no necesitamos cargar con muchas cosas; con nosotros mismos nos basta. En
efecto, el oro del amor, el incienso de nuestro deseo y la mirra de nuestros sufrimientos
nos acompañan siempre. Lo único de debemos hacer es postrarnos y adorar al Niño. Al
adorarlo, nos olvidamos de nosotros mismos. Y al olvidarnos de nosotros mismos y
dejarnos seducir por Dios, que nos sale al encuentro, nos sentimos mejor y cambia
nuestra manera de ser.

Ritual

Que la luz y el amor de la Navidad colmen tu corazón

Te sugiero que practiques un rito que expresa perfectamente el misterio del tiempo de
Navidad: el gesto de juntar las manos y mantenerlas así algún tiempo, una sobre otra,
descansando sobre tu pecho.

Puedo sentir con ambas manos el calor que genera mi pecho. Siento, además, que en mi
pecho toma cuerpo el anhelo. Y en este anhelo me siento a mí mismo y a Dios. En el
anhelo de amor experimento el amor. Y en el anhelo de protección siento el hogar.

Durante el tiempo de Navidad, este gesto me remite al nacimiento de Jesús en mi


corazón. Puedo imaginarme el calor que difunde la sonrisa del Niño en el establo de
Belén, y la tenue luz que crea una atmósfera agradable en el establo. Si a continuación
escucho el Oratorio de Navidad de J.S.Bach, mantengo mis manos sobre el pecho y me

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balanceo como si meciera a un niño en mis brazos mientras la orquesta toca las arias para
contralto Bereite dich, Zion, mit zártlichen Trieben («Prepárate, Sión, con gestos de
cariño») y Schlafe, mein Liebster geniesse der Ruh («Duerme, amor mío, descansa»).
Vislumbro entonces qué sentimientos quiere transmitir Bach con esta música: que el
nacimiento de Jesús se produce en nuestro corazón, razón por la cual nos sentimos llenos
de ternura y amor. La Navidad transforma la percepción que tengo de mí mismo. A la luz
de la Navidad, descubro que mi corazón rebosa de luz y amor. Esto me llena a su vez de
paz interior. La paz navideña es la que también yo te deseo a ti, querido lector. Que
gracias al gesto de las manos cruzadas sobre tu pecho, el misterio del nacimiento de Jesús
transforme tu cuerpo y tu alma, tu manera de ser y la percepción que tienes de ti mismo,
y colme tu corazón de luz y de amor.

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LA FIESTA DE EPIFANÍA, POPULARMENTE conocida como «Fiesta de los Tres
Reyes Magos», o simplemente «Fiesta de Reyes», fue para mí importante desde mi
infancia. Curiosamente, es una fiesta en la que, con el tiempo, he descubierto matices
que de niño ni siquiera sospechaba que pudiera tener esta celebración cristiana. Esta
nueva visión afecta a todos los aspectos de la fiesta: sus usos tradicionales, sus imágenes,
sus símbolos y sus historias.

UN NUEVO ESPÍRITU 1 En la fiesta de los Tres Reyes de mi infancia tenía lugar la


bendición de las casas. Llevábamos el incensario de la iglesia a nuestra casa. Mi padre
trazaba con una tiza en la puerta de la casa las letras C + M + B y el año en que
estábamos. Los niños pensábamos que las tres letras representaban las iniciales de los
nombres de los tres reyes: Gaspar (en alemán: Caspar), Melchor y Baltasar. En realidad,
eran las letras iniciales de la siguiente invocación latina: Christus Mansionem Benedicat
(«¡Que Cristo bendiga esta casa!»). A continuación pasábamos por todas las habitaciones
de la casa y las incensábamos abundantemente. La casa cambiaba de olor. Esta antigua
costumbre tenía un profundo significado. Los germanos solían expulsar ese mismo día a
los demonios de sus casas. Hoy día los demonios son más bien criaturas extrañas. De
todos modos, actualmente sigue siendo provechoso arrojar de nuestras casas los estados
de ánimo negativos y los espíritus sombríos - que pueden enturbiar nuestras ideas,
nuestros sentimientos y las relaciones dentro de la familia-, para llenarlas con el buen olor
de Jesucristo. Que durante el año que acaba de empezar el Espíritu de Jesús penetre y
deje su impronta en esta casa.

LA MANIFESTACIÓN DE LA GLORIA 1 Hoy día la fiesta de Epifanía tiene para mí


un significado distinto. Un lema lo resume bien: «Manifestación del Señor». La gloria de
Dios se manifiesta sobre nosotros y en nosotros. Hace años organizamos un curso de
meditación sobre el tema: «Manifestación de la gloria de Dios en mi cuerpo». Hicimos
ejercicios prácticos para mostrar que nuestro cuerpo es el lugar de la gloria y la belleza de
Dios, y que en nuestro cuerpo brilla el esplendor divino, que nosotros irradiamos en este
mundo. En la liturgia, por mi parte doy mucha importancia al canto del gradual:
Illuminare Jerusalem = «¡Brilla, Jerusalén!». En el coral gregoriano, el Illuminare se
ejecuta en el quinto tono. Es el tono que abre el cielo sobre nuestra vida. El Illuminare
asciende desde la profundidad hasta el tono más elevado, que se mantiene durante un
tiempo más prolongado de lo normal, para que la luz de Dios realmente ilumine el interior
de nuestros corazones. Personalmente, me es imposible cantar este gradual sin que me
venga a la memoria nuestro antiguo cantor, el Padre Godehard Joppich. Para él, en este
tono se decidía si realmente la fiesta iba a tener lugar, o no... ¡en nuestro corazón! El

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éxtasis no puede forzarse. Pero, tal como él pensaba, en este tono uno tenía que darlo
todo, tenía que olvidarse del miedo que provocan los tonos altos, y abandonarse
simplemente al tono que iba a interpretar. En definitiva, de lo que aquí se trata es de estar
dispuesto a acoger la luz que llama a la puerta de nuestro corazón, porque desea entrar
en él.

EL CARÁCTER DE LOS SABIOS 1 A lo largo de los últimos años, mi visión de la


fiesta ha cambiado también en lo que al carácter de los sabios de Oriente se refiere. He
aquí que unos sabios de Oriente, intérpretes de estrellas y de sueños, unos magos,
iniciados en los profundos misterios del ser humano, se ponen en camino para adorar al
niño Jesús, que está recostado en el pesebre. Con este gesto reconocen que este niño
divino encarna la sabiduría de Oriente y de Occidente, del Sur y del Norte. Jesús no es
solo el salvador. Es también el maestro de sabiduría, que nos introduce en el misterio de
nuestra humanización. Este carácter de los sabios es también muy significativo: ahí está
la imagen del deseo, de nuestros anhelos más profundos. El anhelo de luz y de verdadera
sabiduría impulsa a los magos a ponerse en camino. Ellos nos animan a confiar en
nuestros propios anhelos y a ponernos manos a la obra para hacerlos realidad. Por
nuestra parte, hemos de movernos por el mundo con la certeza de que un día veremos la
luz, de que un día lo veremos a ÉL, que satisface nuestro anhelo más profundo.

IMÁGENES DE LA SABIDURÍA 1 Como regalo, los magos le ofrecen al niño divino


oro, incienso y mirra. La tradición ha sugerido diversas interpretaciones de estos dones.
El oro honra al rey, el incienso al Dios encarnado, y la mirra a aquel que un día morirá
por nosotros en la cruz.

Si interpreto los dones centrándome en los sabios que los ofrecen, encuentro en ellos
un nuevo significado: el oro es imagen de la inmutabilidad, de la eternidad y de la
perfección. Pero también representa el conocimiento esotérico. Al ofrecer el oro, los
sabios reconocen que Jesús nos guía por el camino del verdadero conocimiento, que él
nos con duce a la gnosis, a la iluminación. En la alquimia se trataba de conseguir oro a
partir de metales ordinarios. Los alquimistas hablaban de la piedra de los sabios, la piedra
filosofal, que ellos querían fabricar. El oro es también imagen de la sabiduría que
conduce a la iluminación.

El incienso, que tiende a elevarse hacia el cielo, nos remite al conocimiento que une
el cielo con la tierra. Y como sustancia que se utiliza para expulsar de un lugar a los
malos espíritus, el incienso nos recuerda que la verdadera ciencia nos libera de aquellas
formas de pensar que de alguna manera nos impiden vivir. El incienso también tiene
siempre efectos terapéuticos. La sabiduría de Dios actúa como una terapia para nuestra
vida. El pensamiento recto nos sana.

La eficacia terapéutica de la sabiduría es aún más profunda en el caso de la mirra. En


realidad, esta es una planta medicinal que facilita la curación de las heridas. La mirra cura

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las heridas que la vida va dejando en nosotros. Además, es una planta que crece en el
paraíso. De ahí que este don de los magos nos recuerde también que la verdadera
sabiduría, la que Jesús nos regala, nos hace partícipes del saber original del ser humano,
saber del que disfrutó en el paraíso, mientras vivió en unión con Dios y no se dejó
arrastrar ni por la codicia ni por deseos desmedidos.

LA ILUMINACIÓN 1 El tema de la sabiduría es decisivo también para que la idea de la


luz en Epifanía adquiera un nuevo significado. El término latino illuminare no significa
solo «¡Que se haga la luz!», sino «¡Que seas iluminado!». En la Edad Media, quienes
vivían preocupados por encontrar la iluminación recibían el nombre de «iluminados». En
la fiesta de Epifanía, nosotros aspiramos a recibir la verdadera sabiduría, la sabiduría de
Dios, que nos ilumina, que ilumina nuestra vida, que aporta luz a nuestra oscuridad,
sentido a nuestra insensatez, orientación a nuestra desorientación, sa ber a nuestra
ignorancia, conocimiento a nuestro desconocimiento. Por eso, al comienzo de este nuevo
año te deseo una bendita fiesta de Epifanía, una fiesta de Reyes en la que recorras con
los sabios de Oriente el camino de la sabiduría para que, junto al niño Dios que descansa
en el pesebre, aprendas la sabiduría divina, que contiene en sí - y al mismo tiempo
supera - toda sabiduría humana.

Ritual

Olvidarse de uno mismo

Contempla algunas imágenes que representen la adoración de los Tres Reyes.


Probablemente hayas recibido en Navidad tarjetas postales que reproduzcan esta imagen.
Con frecuencia, los artistas representan a los Tres Reyes como personas de tres edades
distintas, para que en cada uno de ellos puedan verse reflejados los jóvenes, los hombres
de mediana edad y los ancianos.

Además, uno de los reyes es a veces negro. Es una imagen que quiere poner de
manifiesto que todos los ámbitos del ser humano - los conscientes y los inconscientes, los
sectores de luz y los sectores de sombra, lo viejo lo nuevo - deben rendir homenaje a
Cristo para ser transformados por él.

Las manos del rey anciano se convierten a menudo en manos excesivamente juveniles en
el acto de adoración. Y los rostros de los poderosos reyes se vuelven tiernos cuando
miran al Niño.

Contempla las imágenes navideñas. Y a continuación imita personalmente los gestos de


los reyes. Arrodíllate y trata de imaginarte lo que significa caer de rodillas ante Dios, por
ser Dios quien es. Este gesto puede significar: que uno se olvida de sí mismo y se deja
cautivar por el Dios que resplandece para nosotros en el Niño recostado en el pesebre.

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Tal vez también tú sientas entonces la transformación que experimentaron los tres Reyes
Magos, como podemos comprobar todos en las postales navideñas que representan este
acontecimiento de la historia evangélica.

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EN LA FIESTA DE REYES, o EPIFANÍA, en muchas comunidades cristianas se
bendicen también las casas. Para algunos, esta es una costumbre pagana. Antes de la
llegada del cristianismo, los germanos solían aprovechar este día para expulsar de sus
viviendas a los demonios. Para realizar esta limpieza simbólica utilizaban ramas de abeto.
Durante los primeros siglos de su existencia, la Iglesia decidió no erradicar las costumbres
paganas de los pueblos bárbaros a los que anunciaba la fe cristiana, y se limitó a dar una
nueva interpretación de dichas costumbres, lo que sin duda demuestra su sabiduría. De
hecho, estas siguieron practicándose, pero con un sentido cristiano.

PURIFICACIÓN MEDICINAL 1 Nosotros no necesitamos expulsar a ningún demonio.


Pero a lo largo de un año en nuestras viviendas a menudo echan raíces actitudes
negativas que estropean la convivencia. No hemos barrido a fondo bajo las alfombras,
hemos dejado sin aclarar algunos conflictos. Hemos pronunciado palabras hirientes, que
han quedado grabadas en las paredes de los distintos espacios de la casa. A menudo, al
entrar en una casa, percibimos el espíritu que se respira en ella. Por ejemplo, podemos
distinguir perfectamente entre un estado de ánimo que transmite claridad, paz, amor y
esperanza, y otro que delata tensión, opresión o depresión. Percibimos la carga negativa
que se desprende de algunos ambientes. De ahí que hoy siga siendo una práctica llena de
sentido recorrer las habitaciones de una casa quemando algo de incienso y rociándolas
con agua bendita, para llenarlas con el olor de Jesucristo. Desde siempre, la incensación
de un espacio ha sido el medio utilizado para purificarlo de sus tensiones y energías
negativas. Hoy día sabemos que el humo resultante de quemar ramas de abeto, brotes de
salvia, o resina de incienso, puede tener efectos medicinales, y que, por lo tanto, no es
una práctica totalmente absurda ni supersticiosa.

BENDICIÓN DE LAS CASAS 1 En Epifanía, la ceremonia de la bendición de las casas


empieza con el gesto de escribir sobre la puerta principal de la casa los números del año
que acaba de empezar y las letras CMB. Para el año 2011, la escritura sobre la puerta
aparecería de la siguiente manera: 20 + C + M + B + 11. Las tres letras representan las
iniciales de la oración latina Christus Mansionem Benedicat, que significa: «¡Que Cristo
bendiga (esta) vivienda!». A continuación se pasa por las diversas habitaciones de la
casa, para que todas ellas puedan ser rociadas con agua bendita y perfumadas con
incienso. Naturalmente, sería deseable que esta costumbre no se practicase de una forma
puramente exterior. Recorre, querido lector, cada una de las habitaciones y párate a
pensar un momento. Qué te gustaría que Dios bendijera en esta habitación o, por el
contrario, qué te gustaría que él hiciera desaparecer de ella. Que Dios se digne expulsar
de tu dormitorio todas las pesadillas y alucinaciones. Que Él bendiga tu dormitorio, para

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que puedas dormir tranquilo y tener hermosos sueños. En cierta ocasión, una familia
amiga me invitó a bendecir su casa y se me ocurrió preguntar a su hijo, de 8 años, qué
bendición divina desea ba para su propia habitación. La respuesta del niño fue: «Que
Dios me quite el miedo que a menudo paso por la noche». Es decir, el miedo a los
animales salvajes, que le amenazaban en el sueño. Este niño había comprendido qué
significa la bendición de Dios.

LA FUERZA PURIFICADORA DE DIOS 1 Para empezar, recita una oración en cada


uno de los espacios diferenciados de la casa. Después rocía esos mismos espacios con
agua bendita. Esta purifica y refresca. Que el Espíritu refrescante de Dios se digne llenar
estos espacios. Y que el Señor purifique todas las formas de tristeza y lobreguez que
hayan logrado infiltrarse en ellos. Después recorre la casa, habitación por habitación, con
el incensario encendido, para que el perfume de Cristo y su amor medicinal colmen todos
esos espacios. En la sala de estar de tu casa, pide que Dios difunda su amor a raudales,
para que los diálogos lleguen aquí a buen fin y para que quienes participen en esos
diálogos se sientan mutuamente protegidos y amparados. En la cocina, pide que Dios
bendiga todos los manjares, y que los miembros de la familia se conserven fuertes y
sanos. Si la casa dispone de un despacho, o simplemente de una habitación donde suele
trabajar algún miembro de la familia, pide a Dios que su Espíritu colme también ese
espacio, para que todas las iniciativas tomadas en él gocen de la bendición divina y sean a
su vez fuente de bendición para los demás. En el cuarto de baño, ruega a Dios que su
fuerza purificadora haga acto de presencia también allí, para que en este espacio,
juntamente con la limpieza del cuerpo, experimentes también la limpieza del alma.

PATRIA - DONDE HABITA EL MISTERIO 1 Cuando recorráis los espacios de vuestra


vivienda y, además de rociarlos con agua bendita y de incensarlos, los bendigáis con
oraciones adecuadas para cada caso, los distintos miembros de la familia tal vez quieran
pronunciar la bendición destinada a un espacio concreto de la casa. Esto contribuirá sin
duda a que todos experimentéis vuestra vivienda de una forma más consciente. Todos
tendréis la sensación de vivir en espacios bendecidos. Ningún miembro de la familia se
sentirá a solas con sus problemas. El amor de Dios, el Espíritu de Dios y la fuerza de
Dios envuelven a los habitantes de tu casa y a todos ellos les permiten degustar el sabor
de la patria, del hogar. Porque, en efecto, la patria del ser humano solamente está donde
habita el misterio. Por eso, si el misterio de Dios mora en ti, dentro de ti puedes sentirte
en tu propia casa, en tu hogar.

Ritual

Siéntete protegido

Siéntate en un lugar de tu casa que te resulte especialmente atractivo y contempla en


silencio tu vivienda. Imagínate que no estás solo, que tu vivienda rebosa de bendiciones

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divinas, que el amor de Dios te envuelve, que la paz de Dios colma totalmente la casa
donde vives.

Contempla las imágenes que cuelgan de las paredes, las distintas piezas del mobiliario que
has ido instalando en tu vivienda. Todo te trae a la memoria la historia de tu propia vida.
Tal vez algunas cosas te recuerden también a tus padres y abuelos.

Luego imagínate que todo lo que está en tu casa ha sido bendecido. Tu historia está
bendecida. No es ninguna carga pesada para ti. A partir de ahora, con más motivo se
convertirá para ti en bendición. Tu vivienda goza de todas las bendiciones divinas.

Y está repleta no solo de tus propios pensamientos y sentimientos, sino también de los
pensamientos y sentimientos de tus padres y abuelos, que de alguna manera siguen
estando presentes entre vosotros.

Es más, todos estos pensamientos y sentimientos han sido transformados por la gracia de
Dios. En el ambiente no se percibe ya la presencia de ningún sentimiento negativo. La
bendición divina ha penetrado en sentimientos como el desengaño, la rabia, la ira, los
celos, la envidia, la humillación.

Incluso en ellos percibes tú ahora un anhelo de amor. Y este amor colma ahora tu casa y
tu vivienda. Por eso, en tu vivienda puedes sentirte realmente seguro. Tu casa es en
verdad tu patria y tu hogar, porque el misterio del amor de Dios habita en ella.

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S EGÚN LA NUEVA ORDENACIÓN DE LA LITURGIA católica, el tiempo de
Navidad concluye con la fiesta del bautismo de Jesús, que se celebra el domingo
posterior al 6 de enero. Esta fiesta gira en torno al misterio de Jesús. De rebote, esta
celebración pone de manifiesto el trasfondo de nuestra propia vida.

DIOS HECHO HOMBRE 1 En el relato del bautismo de Jesús, este es reconocido


públicamente por Dios como Hijo suyo. El Espíritu Santo desciende sobre él. Y Dios lo
proclama Hijo suyo amado. La paradoja de este corto relato reside en el hecho de que,
mientras se produce una declaración divina tan trascendental, Jesús permanece de pie, en
medio del río Jordán. El Hijo de Dios se ha tomado en serio nuestra condición humana.
Mientras permanece en el agua, Jesús se solidariza con los pecadores, representados en
las personas que se acercan a recibir el bautismo de manos de Juan. En ese preciso
momento, estando rodeado de pecadores y sumergido en el agua - y, a través de ella, en
todos los elementos de la Tierra-, Jesús escucha una voz del cielo que lo proclama Hijo
amado de Dios. Como tantos artistas han dejado plasmado en sus lienzos, en Jesús Dios
mismo ha descendido entre los hombres, que se habían apartado de Dios. En el bautismo
de Jesús, Dios ha santificado los elementos de este mundo. Dios ha descendido entre los
pecadores, para proclamar que, a través de Jesús, también para ellos está cerca el reino
de Dios. Este Jesús, que en su bautismo se solidarizó con quienes se sienten fuera de la
ley y del orden, hará que a su alrededor se reúnan y dirijan de nuevo sus corazones a
Dios estos seres humanos que a sí mismos se dan por perdidos.

EL MISTERIO DE NUESTRO BAUTISMO 1 La celebración de esta fiesta nos invita a


recordar el misterio de nuestro propio bautismo. Las tres imágenes utilizadas por el
evangelista Marcos para describir el misterio del bautismo de Jesús podemos aplicarlas
también a nuestro bautismo. También sobre nosotros se abre el cielo en el momento de
ser bautizados. El Espíritu Santo desciende también sobre nosotros. El ministro del
bautismo derrama sobre nuestra cabeza algo de agua, para que la fuente del Espíritu
Santo brote siempre en nosotros y nunca nos sintamos desfallecer de sed. En el agua, el
Espíritu Santo nos purifica de todas las oscuridades que empañan la imagen original de
Dios en nosotros. El Espíritu Santo nos purifica de las imágenes que los padres, los
amigos, la sociedad y nosotros mismos nos hemos ido sobreponiendo. No estamos ya
obligados a comportarnos de acuerdo con esas imágenes. El bautismo nos pone en
contacto con la imagen original que Dios se ha formado de nosotros. Y en el bautismo
también nosotros escuchamos la voz de Dios, que nos dice: «Tú eres mi hijo querido, mi
predilecto. Tú eres mi hija querida, mi predilecta». En el bautismo hemos experimentado
el amor incondicional que Dios nos tiene. Dios nos ama, por ser como somos,
independientemente de que consigamos ser lo que nos proponemos. Este amor

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incondicional es el fundamento sobre el que nosotros podemos construir nuestra vida. En
su libro De so brevivir a vivir, el jesuita Karl Frielingsdorf afirma que muchos niños solo
experimentan hoy una justificación condicionada de su existencia, como queda reflejado
en los siguientes lemas: «Tu vida está justificada si consigues un determinado objetivo, si
tienes éxito, si eres fácilmente manejable, si te adaptas». Y esta experiencia condiciona el
desarrollo de las estrategias de supervivencia de los niños. Tratan de rendir al máximo
para ser amados. Se acomodan y no manifiestan lo que realmente piensan para que todos
los amen. Por desgracia, esta actitud no permite vivir, sino simplemente sobrevivir. Solo
la justificación incondicional de la existencia que podemos experimentar en el bautismo
nos permite vivir realmente.

RITO DE CONSAGRACIÓN 1 El misterio que el evangelista Marcos pone ante


nuestros ojos en el relato del bautismo de Jesús lo ha continuado desarrollando la Iglesia
en diversos ritos. En el rito bautismal, los creyentes somos ungidos con el crisma como
rey o reina, como sacerdote o sacerdotisa, como profeta o profetisa. En Dios
descubrimos nuestra verdadera dignidad. En lugar de estar bajo el dominio de otras
personas, los bautizados vivimos como reyes y reinas. Como sacerdotes y sacerdotisas,
todos nosotros somos guardianes de lo santo en este mundo. Protegemos en nosotros
mismos lo santo, dimensión sobre la cual el mundo no tiene poder alguno. E
intercedemos por lo santo que hay en cada uno de los seres humanos. Como profetas,
hacemos explícito un aspecto de Dios en este mundo que solo nosotros podemos
explicitar. En el bautismo recibimos una vestidura blanca, como señal de que nos hemos
revestido de Cristo, de que, por así decirlo, nos fusionamos con él. Se nos ofrece una
vela, con la esperanza de que a través de nosotros la luz de Dios brille en este mundo.
Con el rito del effetá, la Iglesia se propone abrir nuestros sentidos, concre tamente
nuestra boca y nuestro oído, para que las palabras que pronunciemos den vida, y para
que en todo lo que oímos percibamos la voz de Dios. La Iglesia abre también nuestros
ojos, para que seamos capaces de ver la belleza y la bondad en este mundo y en los seres
humanos, y para que tengamos el valor de contemplar nuestra propia verdad. Algunos
amplían el rito de abrir los sentidos, por ejemplo, bendiciendo las manos del niño, para
que este se haga cargo de su propia vida y para que esas manos solo repartan bendición.
También bendicen los pies del bautizado, para que el niño encuentre suelo firme, sobre el
que mantenerse de pie, y dé los pasos adecuados para vivir.

Ritual

La fuente que brota dentro de ti

No puedes recordar tu propio bautismo. Pero seguramente has participado, siendo ya


adulto, en alguna celebración bautismal. Imagínate que eres rociado con agua. Dentro de
ti hay una fuente que nunca se seca. Tu alma no morirá de sed. Imagínate también que el
agua elimina todos tus puntos sombríos, que ocultan tu verdadera naturaleza.

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Y acto seguido repite el antiguo rito, despacio y poniendo tu atención en cada gesto que
realizas: toma agua bendita y santíguate con ella.

Después de sumergir ligeramente tu mano en el agua bendita, toca con ella tu frente, e
imagínate que el agua bautismal purifica tu pensamiento de todos los motivos agresivos y
ególatras.

A continuación, pon tu mano sobre el bajo vientre. El agua purifica tu vitalidad y tu


sexualidad, para que en adelante no actúes a impulsos de la avidez, sino del amor.

Después, pon tu mano en el hombro izquierdo. El agua purifica las imágenes de tu


inconsciente, todo ese caos interior que a veces se presenta en tus sueños. Imagínate que
el poder purificador del agua bautismal llega hasta el fondo de tu inconsciente.

Después toca con tu mano el hombro derecho, e imagínate: el agua purifica mi conducta
de todas las intenciones ocultas, de toda apetencia de poder. De esta manera, este
sencillo rito te permite experimentar de nuevo el misterio de tu bautismo.

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LA FIESTA DE LA CANDELARIA, que se celebra el día 2 de febrero, demuestra la
sabiduría de la Iglesia antigua. Esta fijó la fiesta de la Purificación de la Virgen María
para un día que ya era significativo para otras culturas y religiones. Se aprovecharon
tradiciones y costumbres romanas, griegas, judías, celtas y germánicas, que se
reinterpretaron para que dentro de ellas tuviese cabida el mensaje cristiano. Se mantuvo
la tradición religiosa de este día, pero con un sentido diferente.

FIESTA DE LA LUZ 1 Los romanos celebraban este día una fiesta en honor de Februo,
dios del mundo subterráneo, y de la diosa Februa, madre de Marte. Los romanos
empezaban el día con una procesión. Este rito englobaba diversos significados: en parte,
era una ocasión para orar por la paz. Al mismo tiempo, esta procesión se celebraba en
recuerdo del rapto de Proserpina. La Iglesia dio a la procesión el siguiente sentido: la luz,
que en Navidad había aparecido en el mundo coincidiendo con el nacimiento de Jesús y
había permanecido escondida en el establo de Belén, debía llevarse en ese momento por
toda la ciudad. Esta luz debía iluminar la vida de cada día y transformarla. Debía
iluminar incluso el mundo infernal, el reino de lo inconsciente y to do aquello que marca
subterráneamente la atmósfera de una ciudad. Si los creyentes aceptaron llevar la luz de
Jesucristo por la ciudad, fue porque reconocían públicamente que ellos mismos se habían
convertido en portadores de luz gracias al nacimiento de Jesucristo en sus corazones.
Como Simeón, los cristianos querían anunciar que en Jesucristo había venido la luz al
mundo. Él es «la luz que ha sido revelada a los paganos» (Le 2,32). Él es, por tanto, la
luz que ilumina en mí todo lo pagano, todo lo mundano y que querría aclarar este mundo
con sus tinieblas. De esta manera, la fiesta de la Purificación de María - la Candelaria-,
se convirtió en un lazo de unión entre el ciclo festivo de Navidad y el año. El mensaje de
Navidad debía dejar su impronta en todo el año. La luz que brilló en el establo de Belén
debía penetrar en todos los espacios de nuestra vida, incluso en los espacios paganos y
ateos, incluso en los espacios del mundo subterráneo, en el tártaro.

FIESTA DE LA ESPERANZA 1 La procesión se hacía en recuerdo del rapto de


Proserpina. El mito romano cuenta que Plutón, el dios del infierno - los romanos lo
conocían también con el nombre de Februo (Februus)-, había raptado a Proserpina, la
hija de Ceres. Ceres - la Deméter de los griegos- era la diosa de la agricultura y más
específicamente de las cosechas. Absolutamente desesperada, con una antorcha
encendida en sus manos se pasó toda la noche recorriendo la ciudad en busca de su hija
Proserpina, conocida entre los griegos con los nombres de Core (Kore) y más tarde de
Perséfone. Si aceptamos este mito como imagen para la fiesta de la Purificación de
María, es evidente que también para nosotros adquiere un nuevo significado. Los
cristianos nos movemos con la luz de Jesucristo por la ciudad de nuestra vida y

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buscamos algo que nos ha sido robado. Podemos pensar en lo que nos ha robado el dios
de los infiernos, o en aquello que asciende a nuestra alma desde abajo, como
clandestinamente. Plutón proviene del mundo subterráneo, de los infiernos. A veces lo
que nos roban es una amistad, porque en lo profundo de nuestro corazón surgen dudas,
oscuras agresiones y estados de ánimo que nos es imposible esclarecer. Está también
aquello que en nosotros emerge desde abajo, lo extraño, lo que no conseguimos poner en
su lugar; todo ello puede robarnos el amor que nos une a otras personas. Estas o
parecidas circunstancias podrían robarnos la propia seguridad y estabilidad, o echar por
tierra nuestro sentimiento de autoestima. Lo oscuro puede robarnos también nuestros
valores. Algo que para nosotros es sagrado, desaparece de repente. Es como si nos lo
quitasen de la mano. En estos casos, lo único que nos queda es lamentar como Ceres la
desaparición de su amada hija Proserpina, que por su mismo nombre era ya una promesa
de fertilidad. Aquello en lo que habíamos depositado nuestra esperanza nos ha sido
arrebatado. Debemos celebrar el duelo por semejante pérdida. Pero no tenemos derecho
a hundirnos en la tristeza y en la oscuridad. Necesitamos una vela - una «candela»-,
necesitamos la luz de Jesucristo, para descender con él a las cámaras oscuras de nuestro
cuerpo y de nuestra alma, y buscar allí lo que hemos perdido.

ADOPCIÓN DE TRADICIONES 1 A Jacobo de Vorágine, la fiesta de la Purificación de


María, la Candelaria, le recuerda la costumbre de las mujeres romanas de recorrer la
ciudad con luces y antorchas en busca de las hijas perdidas. La adopción por parte del
cristianismo de esta costumbre la justifica este autor de la siguiente manera: «Resulta
difícil dar de lado a algo a lo que estamos acostumbrados. Por eso, los romanos que
abrazaron la fe cristiana no quisieron abandonar esta costumbre pagana, lo que movió al
papa Sergio a convertir en buena esta tradición, y con este fin ordenó que es te mismo
día de cada año los cristianos iluminasen todo el mundo con velas encendidas y cera
bendecida para honrar a la Madre de Dios. De esta manera, aunque se mantuvo la
práctica religiosa, el sentido de la celebración fue muy distinto». Para Jacobo de
Vorágine, la costumbre de las mujeres romanas era una práctica religiosa. Esto mismo
puede decirse de los usos y costumbres religiosos tradicionales de los romanos, los
griegos, los celtas, los germanos y otros pueblos. La Iglesia actuó sabiamente al no
prohibir estas prácticas religiosas. Se limitó a darles un sentido nuevo.

FIESTA DE LA RECUPERACIÓN DE LO PERDIDO 1 Jesús utilizó este motivo en su


parábola de la dracma perdida. La valiosa dracma es una imagen de nuestro verdadero
yo. Si perdemos esta dracma, perdemos muestro propio centro. Nuestro yo se
resquebraja. Según la interpretación de san Gregorio de Nisa, la mujer - una imagen del
alma - busca entonces su dracma perdida en el ámbito de lo inconsciente. Y cuando la ha
encontrado, celebra con sus amigas la fiesta de la Recuperación de lo perdido. También
nosotros podríamos celebrar la Purificación de María como una fiesta de recuperación de
algo que habíamos perdido. Hemos encontrado de nuevo a Cristo. Los primeros días de
febrero, cuando el invierno se aproxima lentamente a la primavera, nuestro estado de

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ánimo se cubre a veces de nubarrones. Nos hemos perdido de vista a nosotros mismos.
Recorremos entonces con velas encendidas las calles de nuestra vida, los espacios de
nuestra alma y la ciudad de nuestras relaciones, para buscar lo que nos han robado o
hemos perdido y celebrar que hemos recuperado alguna de las cosas perdidas. A la luz de
las velas buscamos todo lo que hemos perdido: nuestros sueños de vida, nuestro
entusiasmo, nuestros ideales, nuestros valores, nuestra identidad personal.

FIESTA DE PURIFICACIÓN 1 Entre los celtas, el 2 de febrero era la fiesta de Brigit.


Este personaje simboliza la diosa rejuvenecida, la virgen blanca, que retorna de las
profundidades de la Tierra y despierta las semillas dormidas de las plantas, agita y sacude
los árboles para que la savia empiece de fluir. La fiesta de Brigit era una fiesta de
purificación. La oscuridad se experimentaba entonces como una mancha, como
contaminante. Como en febrero los días empiezan a ser más largos, los celtas pensaron
que era el momento de proceder a un lavado general. Los cristianos aplicaron la imagen
de la virgen blanca a María. Ella es la virgen pura, que nunca estuvo manchada por el
pecado. Y el día 2 de febrero se reserva para la limpieza de las madres. Con relación a
esta fecha, en que se cumplen los 40 días después del nacimiento del Niño divino, afirma
el Evangelio de Lucas: «Y, cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley
de Moisés, lo llevaron a Jerusalén» (Le 2,22). Jacobo de Vorágine escribe a propósito de
esta fiesta: «De la misma manera que la luz expulsa las tinieblas y las sombras se retiran
necesariamente en presencia del sol, también hubo de darse por terminada la purificación
simbólica cuando llegó la verdadera purificación». Las madres no necesitaban ya
purificarse. Todos hemos crecido puros y limpios gracias a Jesucristo. De ahí que esta
fiesta nos invite sobre todo a quitar de nosotros todo aquello que impida el brillo de
nuestra alma y, a la vez, a poner nuestra confianza en el brillo interior.

Ritual

En el fondo del alma

Al atardecer, siéntate en silencio en el rincón de tu casa donde a veces oras y enciende


una vela. A continuación, contempla durante un momento la luz de la vela, tratando de
penetrar al mismo tiempo en el interior de ti mismo.

Al principio, serán muchos los pensamientos que desfilen por tu mente, pensamientos
sobre el hoy y sobre el mañana. Después tendrás que hacer frente a determinados
sentimientos: de ira, de celos, de envidia, de miedo, tal vez de tristeza.

Dirige tu mirada siempre más adentro. No te detengas en los sentimientos y las pasiones.
Después te saldrán al encuentro pensamientos sobre Dios e imágenes de Dios. Pero si
seguimos el consejo del monje y escritor del siglo IV llamado Evagrio Póntico, todavía
debemos penetrar más a fondo en nosotros mismos.

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En el fondo de nuestra alma podremos contemplar finalmente la luz interior. Es el brillo
de nuestra alma, la belleza de nuestro auténtico yo. Y al mismo tiempo es la luz de Dios.
Los monjes la denominan la luz increada de Dios. No conseguirás por la fuerza
contemplar esa luz.

Pero imagínate con toda sencillez que esta luz está en el fondo de tu alma. Tal vez
ocasionalmente te sea permitido barruntarla, o incluso contemplarla durante un instante.
Intuirás después cuál es la respuesta que habría que dar a la pregunta de Friedrich
Hólderlin: «Si es invierno, ¿dónde recogeré flores, y dónde tomaré el sol?».

Dentro de ti mismo está Cristo, el sol que todo lo ilumina. A pesar de tus oscuridades,
dentro de ti mismo brilla una luz indestructible, que todo lo calienta e ilumina en tu
interior.

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EN INVIERNO, MUCHAS PERSONAS SUFREN resfriados. Es una dolencia que suele
empezar afectando a la garganta del enfermo. El día 3 de febrero, fiesta de san Blas, en
algunos países la Iglesia invita a los fieles a participar en una ceremonia tradicional
llamada «la bendición de san Blas». Mientras apoya dos velas cruzadas sobre el cuello
del devoto, el sacerdote recita una oración en la que pide a Dios que, por intercesión de
san Blas, aquella persona se vea libre de las enfermedades de garganta.

QUÉ NOS OPRIME LA GARGANTA 1 Para muchas personas, la llamada bendición de


san Blas es una simple reliquia del pasado. Sin embargo, un compañero benedictino me
contó que en Mitwara, una ciudad de Tanzania cuyos habitantes son en su mayoría
musulmanes, el día 3 de febrero el templo cristiano se llena de fieles que desean
participar en este rito tradicional. ¿Se trata de una comprensión mágica - es decir,
equivocada - de la bendición? No lo creo. En mi opinión, esa gente expresa más bien el
anhelo profundo de experimentar la curación del cuello, una parte del cuerpo
especialmente sensible.

Nuestro cuello se siente oprimido cuando la angustia nos atenaza. En situaciones de


ese tipo no nos salen las pa labras. El cuello parece estar encadenado. La melancolía está
como agazapada en nuestra garganta. No hemos dejado que la tristeza cicatrice. Y como
consecuencia se ha formado un nudo en nuestra garganta. O tal vez hemos tragado
demasiado. También entonces podemos tener dificultades para engullir bien. En invierno,
nuestro cuello se resfría. El cuello es la parte del ser humano más necesitada de amor. A
veces, nos resfriamos porque nuestro cuello no ha recibido la medida adecuada de amor.
También a un perro se le acaricia sobre todo el cuello, para que se sienta querido. A
menudo, la dedicación que recibimos es poco cariñosa, lo que nos hace más sensibles a
los resfriados.

EL VERDADERO MÉDICO 1 La bendición de san Blas no pretende alejar de nosotros


todas las enfermedades que puedan afectar a nuestro cuello. Es el consuelo que Dios nos
permite experimentar corporalmente dándonos a entender por medio de este rito que él
nos rodea con su amor, y que este amor puede tener efectos terapéuticos. Si al contacto
con las dos velas encendidas dejamos que en nuestro cuello se derrame el cálido amor de
Dios, podemos estar seguros de que esto nos hará bien. Los creyentes tenemos derecho
a acercarnos a Dios con nuestras heridas y enfermedades a cuestas. Y Dios se inclina
hacia nosotros amorosamente, como nos muestran las dos velas encendidas. Dios no nos
juzga. Hace que, al penetrar en nosotros, su luz misericordiosa toque todo lo que en
nosotros está enfermo y se cure. Esto no quiere decir que los creyentes rechacemos todo
medicamento ni que prescindamos sistemáticamente del servicio de los médicos. En

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cualquier caso, cada vez que acudimos a Dios también con nuestras enfermedades
corporales y psíquicas demostramos la confianza que tenemos en él. Su amor nos hace
bien. El amor que dejamos que se derrame en nuestras heridas es siempre un amor
medicinal. Lo decisivo no es el hecho de que nuestro resfriado desaparezca o no. Lo
realmente decisivo es que los creyentes confiamos en Dios, porque él es el verdadero
médico de nuestra alma y de nuestro cuerpo. El amor de Dios puede entrar en contacto
con las partes no amadas de nuestro cuerpo. Esto hará que nosotros nos sintamos mejor,
rodeados por su amor, o - si se me permite hablar así - acariciados por su tierno amor.

SI DIOS NOS SANA 1 Los cristianos medievales no creían en la eficacia mágica de este
tipo de ritos. Eso sí, querían encontrarse con Dios con el bagaje de todas sus
experiencias, incluso con sus puntos débiles, con sus enfermedades corporales y
psíquicas. Confiaban plenamente en el poder sanador de Dios. Pero nadie creía que la
ayuda divina fuese el fruto automático de recitar una oración o de practicar un rito. Es
mucho más importante la confianza con que me dirijo a Dios y espero que él cure mis
heridas. Esta confianza nos es hoy más necesaria que nunca. Nos libraría de andar dando
tumbos por las consultas de los médicos con la esperanza de encontrar la medicina
mágica que cure todos nuestros males. Ninguna medicina lo cura todo y los médicos
prodigiosos no existen. Ambas cosas pueden ayudarnos. En cualquier caso, compaginar
esta ayuda humana también con la ayuda divina es algo muy humano. Y lo que nos
demuestra es que, si Dios nos sana, es siempre un milagro.

Ritual

El cálido amor de Dios

Si te es imposible recibir en un templo la bendición de san Blas de manos de un


sacerdote, realiza este rito por tu propia cuenta. Toma una vela en tu mano y mantenla
apoyada en tu cuello. Imagínate que la suave luz y el cálido amor que brota de la vela se
derraman por tu cuello.

Haz que la luz penetre en todo lo que te oprime y te coacciona, en esas palabras que a
menudo surgen ahogadas de tu garganta. Imagínate que la luz transforma tu lenguaje y
que de tu garganta brotan ahora palabras que son una luz para otros seres humanos.

Mantén la luz en el nudo que se esconde en tu cuello, en tus duelos no vividos, y en todo
aquello que has deglutido y se ha quedado atascado en ti.

Imagínate también que la cálida luz de la vela disuelve todo lo que se ha fijado en tu
cuello. Después mantén durante breves instantes la cálida luz sobre las zonas enfermas
de tu cuello, en el lugar exacto donde alguna vez hayas experimentado dolor.

Imagínate que precisamente donde has sentido o sientes dolor, donde notas que te afecta

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el resfriado, puedes experimentar también el cálido amor de Dios.

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EN PRIMAVERA, LAS REVISTAS FEMENINAS ofrecen a menudo a sus lectoras
algún tipo de dieta. Y una dieta se propone, o bien que las mujeres que la sigan
adelgacen, o bien que personas que sufren determinadas enfermedades o alergias se
priven de determinados alimentos que podrían dañar su salud. En cambio, quienes
ayunan no se proponen adelgazar, sino purificarse personalmente en cuerpo y alma, es
decir, interna y externamente.

El tiempo de Cuaresma empieza el miércoles de Ceniza, con una ceremonia cargada


de un fuerte simbolismo: la imposición de la ceniza.

RITO DE PURIFICACIÓN 1 El miércoles de Ceniza, tras el evangelio de la misa, el


sacerdote procede a la bendición de la ceniza, y acto seguido los fieles que desean
recibirla desfilan ante él. Tomando un poco de ceniza en sus dedos índice y pulgar, el
sacerdote traza sobre la frente de los fieles la señal de la cruz. Desde tiempo inmemorial
la ceniza ha sido considerada signo de penitencia, de conversión y de duelo. La ceniza se
ha empleado, entre otras cosas, para purificar vasos y recipientes. Aquí la ceniza viene a
recordarnos cuál ha de ser nuestra principal preocupación durante el tiempo de
Cuaresma. En principio, lo que está en juego es la purificación del cuerpo y del espíritu.
El ayuno depura los cuerpos. Es un tratamiento purificador y medicinal. De todos
modos, esta purificación exterior debe ir acompañada de otra interior. Hemos de purificar
las emociones de las impurezas que diariamente dejan en ellas los diferentes estados de
ánimo que experimentamos, porque, aun cuando provengan del exterior, estas impurezas
nos salpican y terminan mezclándose con nuestros sentimientos. Hemos de purificar el
lenguaje de tantas palabras que ofenden, evalúan, condenan y reprochan sin cesar.

IMAGEN DEL DUELO 1 Al poner la ceniza en la cabeza de los fieles, el sacerdote


puede servirse de una doble fórmula. Una de ellas, la más antigua, dice: «¡Acuérdate,
hombre, que eres polvo y en polvo te has de convertir!». La otra, más reciente, suena
así: «¡Conviértete y cree en el evangelio!». La fórmula más antigua le recuerda al
hombre que él ha sido tomado de la tierra y que tarde o temprano volverá de nuevo ella.
La ceniza nos trae a la memoria nuestra condición mortal y transitoria. Y, al mismo
tiempo, simboliza la tristeza, el duelo. El duelo es una experiencia imprescindible en toda
vida humana. En el universo terapéutico del año cristiano, la Cuaresma es sobre todo un
tiempo de purificación, beneficiosa tanto para el cuerpo como para el alma. Pero al
hablar de la dimensión terapéutica de este tiempo no podemos olvidar el duelo. La
celebración del duelo no consiste exclusivamente en lamentar la muerte de una persona
querida, sino también en asimilar positivamente la sensación de pérdida que uno mismo

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ha experimentado. La ceniza nos recuerda nuestra estrecha vinculación con la tierra.
Aunque nuestro espíritu vuele a veces muy alto, todos nosotros somos seres humanos
caducos, personas que con demasiada frecuencia actuamos a impulsos de nuestra inercia,
de nuestros instintos, de necesidades puramente terrenales. Nuestra lamentación debe
extenderse también a las oportunidades que hemos perdido, a las fracturas que han
provocado que nuestra vida esté lejos de alcanzar los ideales que un día acariciamos, al
fracaso de nuestros sueños. La imposición de la ceniza nos invita a lamentar la
mediocridad de nuestra vida, no solo en el plano personal, sino también en nuestra
convivencia con los demás, en nuestra vida de pareja, en la familia, en la comunidad.
Solo si estoy dispuesto a hacer duelo por mis limitaciones personales y la pobreza de mi
relaciones con los demás seré capaz de descubrir lo positivo que hay en mí mismo y en
las personas con quienes convivo. Podré percibir entonces con toda humildad las
posibilidades de hacer el bien que todavía se esconden en mí. Y contemplaré
agradecidamente, por ejemplo, lo que ha sido para mí el matrimonio y la familia. A pesar
de todo, hemos sido capaces de convivir estrechamente unidos durante muchos años.
Hemos hecho bien muchas cosas. Y, pese a las limitaciones humanas, nos hemos
apoyado mutuamente. Quien no esté dispuesto a lamentar la banalidad de su propia vida,
o bien se contentará con quejarse de que su vida se haya convertido en lo que ahora es,
o - lo que es peor - echará la culpa de todo a otros. En lugar de asumir en el proceso de
duelo el dolor de la pérdida, y de esta manera llegar hasta el fondo mismo de su alma,
muchas personas permanecen ancladas en una actitud de autocompasión. Ahora bien, la
autocompasión tiene un precio: solo nos pone en contacto con la superficie del dolor. En
cambio, el auténtico duelo traspasa esa superficie, hasta alcanzar el fondo mismo del
alma, donde descubrimos la riqueza de nuestros talentos y capacidades, y los dones que
Dios ha ido depositando en nosotros a lo largo de la vida.

LA CONVERSIÓN EXIGE CAMBIAR DE MENTALIDAD 1 La fórmula bíblica


«¡Conviértete y cree en el evangelio!» nos trae a la memoria las ideas de penitencia y
conversión, temas centrales del tiempo de Cuaresma. La fórmula en cuestión recoge las
palabras con las que Jesús empezó su predicación: «Se ha cumplido el plazo. El reinado
de Dios está cerca. Convertíos y creed en el evangelio» (Me 1,15). El término griego
metanoeite significa literalmente «cambiad de mentalidad». Es decir, la conversión
empieza en el pensamiento. Quien piensa equivocadamente, de alguna manera vive
también equivocadamente. El dicho de Jesús nos recuerda que a menudo nuestras ideas
acerca de nosotros mismos y de la realidad son inadecuadas. Jesús quiere abrirnos los
ojos, para que nuestra visión sea certera. La gnosis, que fascinó a muchos cristianos en el
primer siglo de nuestra era, sostenía que, si se nos permite hablar así, el ser humano va
por el mundo en estado de ensoñación o de embriaguez. El que yo abra los ojos y
contemple la realidad tal como es recibe diversos nombres: gnosis, reconocimiento,
iluminación. Para Jesús, el auténtico secreto consiste en ver a Dios en todo y detrás de
todo, en reconocer que el reinado de Dios está cerca. Dios reina sobre este mundo. Dios
quiere reinar también en mí. Cuando Dios reina en mí, alcanzo mi verdadera esencia.

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Solo entonces me convierto en un ser auténticamente humano.

CONVERSIÓN Y PENITENCIA SE DAN LA MANO 1 También el término


«conversión» tiene un profundo significado. A menudo tomamos el camino equivocado.
Pensamos estar en el buen camino. Pero nos aleja de la meta deseada. O puede suceder
que no lleve a ninguna parte. Nos hemos metido en un callejón sin salida. La Cuaresma
nos invita a «convertirnos», es decir, a abandonar definitivamente los caminos que no
llevan a ninguna parte y a buscar el camino que nos conduzca a Dios y a la propia
verdad. Conversión y penitencia se dan la mano. Ambas palabras tienen para los oídos ac
tuales resonancias excesivamente severas. Pero su significado no debe asustarnos: hasta
ahora nuestra vida ha tenido cosas buenas y malas, lo que significa que puede mejorar.
La Cuaresma es un tiempo de entrenamiento durante el cual nos gustaría hacer mejor
algunas cosas. Por lo tanto, debemos fijarnos un programa de entrenamiento y
reflexionar sobre aspectos concretos de nuestra vida que podríamos mejorar. Así,
algunos empiezan con la alimentación, a la que a partir de este momento les gustaría
prestar una atención más consciente. Otros revisan su agenda y se preguntan dónde
podrían disfrutar de más espacios de libertad. Algunos se proponen dedicar más tiempo a
la oración y la meditación. Otros ven en la Cuaresma una excelente ocasión para mejorar
sus relaciones humanas, para preocuparse más intensamente de sus hijos, para dedicar
más tiempo a la familia, o para tratar de solucionar conflictos con los compañeros de
trabajo.

LIMPIEZA DE PRIMAVERA DEL ALMA 1 Para los cristianos, la Cuaresma no debería


ser un tiempo tenebroso, sino sencillamente un periodo de entrenamiento, que nos
permite recuperar las ganas de vivir por cuenta propia -y no a las órdenes de otros-, de
vivir más conscientemente y más libres de dependencias, de hacer más clara nuestra vida
interior. Todo lo que ha nublado nuestra vida, lo que ha enturbiado nuestras ideas y
nuestros sentimientos, debe ser purificado. Si se me permite hablar así, esta purificación
representa una limpieza de primavera del alma. De la misma manera que después de la
limpieza de primavera, en la que se han eliminado cosas inútiles de la vivienda, el ama de
casa se siente interiormente libre y a gusto en su hogar, también nosotros deberíamos
sentirnos de nuevo a gusto en la casa de nuestro cuerpo y de nuestra alma gracias a la
Cuaresma. La imposición de la ceniza nos invita a entrar conscientemente en este
tiempo, y a aprovecharlo como una oportunidad para purificar nuestra vida, cambiar de
mentalidad y convertirnos, y para tomar conciencia, gracias a la celebración del duelo, de
la propia fuerza interior y del potencial de nuestras capacidades. De ser así, la Cuaresma
se convertirá en un tiempo bendito y para nosotros en una oportunidad de sanación y de
bienestar.

SIGNIFICADO ESPIRITUAL 1 El ayuno tiene un significado espiritual en todas las


religiones. En otro tiempo, tenía el sentido de enseñar la libertad interior. Para otros, el
ayuno debía ser una expresión de la fe del creyente. En el ayuno expreso la seriedad con
que yo me tomo a Dios, que es para mí más importante que la comida, a la que no dudo

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en renunciar por él. De ahí que mi relación con él la perciba también en mi cuerpo.
Como práctica espiritual, la Cuaresma es un tiempo dedicado a ejercitarse en la libertad
interior por medio de la ascesis externa.

Ritual

Purifica tu cuerpo y tu alma

En Cuaresma, renuncia a una de tus comidas diarias, a ser posible a la cena. En


sustitución de la cena, bebe muy despacio una infusión de té depurativo o purgativo.

Imagínate que el té penetra en tu interior y purifica todas las sustancias nocivas que se
han ido acumulando dentro de tu cuerpo.

Imagínate que el té purifica también tu alma de toda suciedad. ¿Qué es lo que en este
momento enturbia tus pensamientos, tus sentimientos, y tus sensaciones? ¿Qué
sentimientos negativos han penetrado en ti desde el exterior que, primero, se han
mezclado con tus propios sentimientos y, finalmente, lo han contaminado todo?

Imagínate que el té te purifica por dentro. E imagínate que esa infusión calma tu hambre.
No debes cebarte. Si renuncias conscientemente a la comida, tal vez te sientas más libre
y más clarividente.

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EL DOMINGO DE RAMOS CELEBRAMOS la entrada triunfal de Jesús en la ciudad
santa de Jerusalén. Los cuatro evangelistas narran este episodio. Es un acontecimiento
que contrasta claramente con lo que sucederá en Jerusalén durante los próximos días:
traición, condena a muerte y crucifixión de Jesús. ¿Qué significa para nosotros el hecho
de que quien entra en Jerusalén montado en un pollino el Domingo de Ramos es Cristo,
el auténtico rey de este mundo?

ENTRADA EN EL CIELO 1 Para Lucas, Jerusalén es la ciudad en la que entra Jesús,


para desde allí ser acogido en el cielo. Llenos de alegría, los discípulos alaban a Dios en
voz alta, «por todos los milagros que habían presenciado. Gritaban: "Bendito sea el rey
que viene en nombre del Señor. ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!"» (Le 19,37s). En
su descripción de estos hechos, Lucas se refiere al relato del nacimiento de Jesús en
Belén. Quienes allí alababan y cantaban eran los ángeles de Dios: «¡Gloria a Dios en lo
alto y en la tierra paz a los hombres que él ama!» (Le 2,14). Por tanto, si Lucas relaciona
la entrada de Jesús en Jerusalén con su entrada en el cielo, hemos de entender: con Jesús
entra en el cielo la paz de Dios. Y solo las personas que ven en Jesús al Rey que viene en
nombre de Dios pueden compartir esta paz celestial. Gracias a su fe, estas personas traen
el cielo a la tierra. Los fariseos le exigen a Jesús que haga callar a sus discípulos. Pero
Jesús responde: «Os digo que, si estos callan, hablarán las piedras» (Le 19,40). Todo el
mundo reconoce a Jesús como el verdadero rey, que entra en su ciudad y finalmente en
el cielo. Con Cristo entra también nuestro mundo en el cielo.

ANHELO DE PAZ 1 La liturgia del Domingo de Ramos empieza con la procesión


festiva. La comunidad se reúne fuera del templo. El diácono lee el Evangelio de la
entrada de Jesús en Jerusalén. Los asistentes portan ramos de palma o ramilletes de hojas
de palma, que luego serán bendecidos por el sacerdote. La procesión de la comunidad
entra cantando en el templo, símbolo de la ciudad santa de Jerusalén. Con esta
procesión, la comunidad expresa su anhelo de paz. Que la paz, que entra en el cielo con
Jesús, llene los corazones de quienes aquí en la tierra tomamos parte en esta liturgia. En
la procesión acompañamos a aquel cuya pasión escucharemos enseguida en la liturgia, a
aquel que morirá clavado en una cruz. La paz del cielo es crucificada. Pero después de
resucitar, Jesús se presenta en medio de sus discípulos y les dice: «¡La paz sea con
vosotros!». Cuando y donde nos encontramos con el Resucitado, la paz del cielo se
convierte en nuestra paz. Los fieles que han participado en la liturgia del día llevan a sus
casas los ramos o ramilletes bendecidos; con ellos, además de adornar sus viviendas, se
llevan también un símbolo de la paz de Jesús. Con estos ramos de palma, los creyentes
confiesan que Cristo es su verdadero rey, al que invitan a reinar también en su casa y en

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su corazón.

INTERPRETACIÓN DE LA PASIÓN 1 En la liturgia del día se lee la historia de la


pasión. En el Evangelio de Lucas, este re lato responde al anhelo que sentían los griegos
de un hombre verdaderamente justo. Platón, el filósofo griego más importante, se había
preguntado cuatro siglos antes: ¿Qué destino le espera en este mundo a un hombre
verdaderamente justo? He aquí su respuesta: lo expulsarán de la ciudad, le quemarán los
ojos y lo colgarán de una cruz. Jesús es el hombre verdaderamente justo. Ni siquiera sus
asesinos logran apartarlo del camino que él mismo ha escogido. Muere con una oración
en sus labios. Su primera palabra en la cruz es una oración: «¡Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen!» (Le 23,34). La segunda palabra es la promesa que hace al
malhechor crucificado a su derecha: «Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el
paraíso» (Le 23,43). Y su última palabra antes de morir es también una oración:
«¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu!» (Le 23,46). Jesús muere con una
oración en los labios, y de esta manera nos enseña cómo hemos de superar nosotros los
conflictos más graves en nuestra vida: orando como él, llenos de confianza, a un Dios
que es nuestro Padre. La oración nos da fuerza para perdonar a quienes nos han
ofendido y, al mismo tiempo, nos libera de la energía negativa que la ofensa haya podido
generar en nosotros. En la oración también a nosotros se nos hace la promesa: «Te
aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso». Siempre que oramos,
experimentamos en nosotros mismos el lugar elegido por Cristo para morar en nosotros y
acudir en nuestro auxilio en caso de necesidad. La oración transforma nuestra muerte en
un acto de entrega confiada en los brazos amorosos de Dios.

EL TEMA DE LA SEMANA SANTA 1 El tema de la Semana Santa es la entrada de


Jesús en la gloria del Padre. Tanto en el caso de Jesús como en el de cada uno de
nosotros, este camino nos obliga a afrontar situaciones conflictivas de muy diversa
naturaleza, que en último término están representadas por la cruz. También en nuestro
camino se producen acontecimientos que ninguno de nosotros elegiría de buena gana.
Pero incluso aquello que de buenas a primeras desbarata nuestros planes contribuirá a
que finalmente nos abramos al misterio del amor divino, que es más fuerte que la muerte.
En su relato de la pasión, Lucas no invita a sus lectores a compadecerse de Jesús, que
más bien es presentado como un ejemplo que todos debemos imitar. Como Jesús, las
personas justas han de estar dispuestas a afrontar todo tipo de injusticia. Lucas quiere
presentarnos también a Jesús como ejemplo de un amor que, impulsado por la
contemplación de la pasión, estaría dispuesto a penetrar en nosotros y a transformarnos
más profundamente cada día. Si en la pasión percibimos siempre la presencia de un amor
que es más fuerte que la muerte, la contemplación de los dolores de Jesús no nos
deprimirá, sino que, por el contrario, nos estimulará. En efecto: en medio de sus
tormentos, Jesús es siempre quien previene toda necesidad y aguanta todos los dolores.
El hecho de que Jesús se proclame vencedor de la muerte entraña la promesa de que
también nosotros seremos capaces de superar las dificultades que pueda reservarnos la

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vida.

Ritual

Gestos saludables inspirados en la cruz

Los gestos del crucificado nos permiten vislumbrar más de cerca el misterio de la cruz de
Jesús. Ponte de pie, firme, y levanta y extiende los brazos y las manos, a derecha e
izquierda, a la altura de los hombros. Las manos abiertas apuntan hacia delante.

Este gesto me permite sentir que estoy clavado a mí mismo. Soy la cruz para mí mismo.
Estoy lleno de contradicciones, de las que no puede escapar. No tengo más remedio que
aceptar mis contradicciones. Cuando así trato de hacerlo, siento que con mis brazos
extendidos abrazo todo el mundo.

Nada humano, nada cósmico me es ajeno. Me convierto en una sola cosa con todo el
mundo y con todo lo que este contiene. Me siento unido con todos los seres humanos.
En el Evangelio de Juan, Jesús dice a propósito de este gesto: «Cuando sea elevado de la
tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Es, pues, un gesto de amor, un abrazo.

En este gesto vislumbro el amor que Jesús me tiene, en el que yo puedo encontrar
refugio. Pero también puedo hacer otra cosa: poner personalmente en práctica el amor
que, a imitación de Jesús, me abre a los hombres y los invita a comprender el misterio
del amor con el que Jesucristo nos ha amado, hasta no poder más, en la cruz.

Y en este gesto puedo abrazar todo lo que en mí es contradictorio: lo fuerte y lo débil, lo


sano y lo enfermo, lo íntegro y lo fragmentado.

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LA FIESTA DE PASCUA SE DENOMINA en la liturgia latina Pascha-mysterium:
«Misterio de Pascua», o «Misterio pascual». Pascha es la forma latina de un término
hebreo que podríamos traducir por «paso», o «tránsito». El pueblo de Israel, tras ser
liberado de la esclavitud de Egipto, atravesó el mar Rojo y peregrinó durante años por el
desierto, hasta que finalmente se instaló en la Tierra Prometida.

ALGO QUE SUCEDE EN LA FE 1 En el Evangelio de Juan, la fiesta de Pascua tiene


una importancia central. Tres veces habla Juan de la fiesta de Pascua. Y siempre sale a
relucir la idea del tránsito o paso. Jesús está en movimiento permanente. Desciende del
cielo a la tierra, se mueve de dentro hacia fuera, de arriba abajo, de la tierra al cielo.
También los relatos pascuales están llenos de movimiento. Ellos nos muestran el misterio
del tránsito, del paso del mundo terrenal al mundo divino, y también el misterio de
nuestra vida.

El primer relato que Juan relaciona con la fiesta de Pascua es la expulsión del templo.
En el templo mora Dios. Por desgracia, los mercaderes y los cambistas de dinero se
impusieron en el recinto. Con el relato de la expulsión del templo de los comerciantes
trata Juan de explicarnos en qué consiste el tránsito propiamente dicho: en Jesús, Dios
entra en nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo es la Tierra Prometida. Pero antes de nada, este
cuerpo debe ser purificado. Porque en él los ruidosos pensamientos de los comerciantes
reinan a su antojo, lo mismo que los cambistas de dinero, que únicamente se preocupan
de mantener alta su cotización entre los seres humanos. Y en nuestro cuerpo hay vacas,
ovejas y palomas, tendencias y pensamientos instintivos y superficiales, que revolotean
de acá para allá. Jesús entra en nuestro cuerpo, que de esa manera se convierte en
templo de Dios. Y acto seguido explica Jesús en qué consiste el auténtico tránsito o paso.
El ser humano debe pasar de la muerte a la vida. Esto sucede en la fe. Quien cree, ha
pasado ya de la muerte a la vida (véase Jn 5,24).

FORTALECIDOS PARA PASAR 1 El segundo relato relacionado con la fiesta de Pascua


es la multiplicación de los panes, que tendrá su prolongación en el discurso del pan
eucarístico. En la eucaristía, Jesús nos da de comer mientras caminamos por el desierto
hacia la Tierra Prometida, el país de Dios. La eucaristía es el lugar donde el cielo se une
con la tierra, el lugar donde se produce un tránsito - o paso - permanente de la tierra al
cielo. Y la eucaristía es el alimento que nos fortalece para pasar al mundo divino. Porque,
en efecto, esa es la meta de nuestro caminar por el desierto. Jesús mismo interpreta el
misterio de su vida sobre el trasfondo de la salida de los israelitas de Egipto: «Yo soy el
pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el
pan que baja del cielo, para que quien coma de él no muera» (Jn 6,48-50). Jesús

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descendió como pan del cielo a la tierra, para acompañarnos y fortalecernos en el
tránsito; es más, para mostrarnos que él mismo es el paso. Ya ahora, con Jesucristo todos
nosotros hemos pasado de alguna manera al Padre.

LA MUERTE SE TRANSFORMA EN VIDA 1 En el Evangelio de Juan, la historia de la


pasión comienza con estas palabras: «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que
llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre...» (Jn 13,1). Es decir, la pasión y la
resurrección son dos momentos del paso propiamente dicho de Jesús al mundo de Dios.
La idea de pasar aparece repetidamente en el relato de la pasión. Jesús pasa a la otra
parte del torrente Cedrón y se retira a orar en el huerto. Cuando Judas llega con su
cuadrilla, Jesús le sale al encuentro. Y todos retrocedieron y cayeron al suelo. Estas
entradas y salidas se repiten a menudo en el relato de la pasión. Pilato interroga a Jesús
en el pretorio. Los judíos se niegan a entrar, para no contaminarse y poder celebrar la
Pascua. Pilato hace salir dos veces con él a Jesús. Este, que está dentro, que mora en el
espacio interior de Dios, sale fuera. Y Pilato dice: «Ecce horno! ¡Aquí tenéis al
hombre!». Y les muestra a los judíos a Jesús, que realmente encarna el misterio del ser
humano. La segunda salida la aprovecha Pilato para entregar a Jesús a los judíos. Ahora
Jesús, cargado con la cruz, atraviesa la ciudad camino del Gólgota. Allí, en la cruz se
produce el tránsito propiamente dicho. En la cruz Jesús es glorificado. El amor de Dios
se muestra allí en toda su plenitud. La muerte se transforma en vida.

EL CAMINO DE PASCUA 1 El primer relato pascual, tal como podemos leerlo en el


Evangelio de Juan, gira en torno al tema del camino. María de Magdala acude muy de
mañana al sepulcro de Jesús, a quien ama de todo corazón. Como ve que la piedra del
sepulcro está retirada, se vuelve de prisa adonde estaban Pedro y Juan. Ambos discípulos
corren al sepulcro, pero Juan llega primero. A continuación, el relato está entretejido de
entradas y salidas, idas y venidas. Juan se inclina para observar el sepulcro, pero no
entra. En cambio, Pedro sí entra. Y entonces entra también Juan. Este ve y cree. El
sepulcro, de suyo lugar de la muerte, se ha convertido en lugar de la luz. María
permanece fuera, y llora. En ese momento se inclina también ella para observar el
sepulcro y ve que dentro hay dos ángeles. Se da media vuelta y ve que detrás de ella está
Jesús, aunque no lo reconoce. Cuando María pregunta por tercera vez al presunto
hortelano por el lugar donde ha puesto al Señor, este se dirige a ella llamándola por su
nombre: «¡María!». Es un saludo lleno de amor. María se vuelve entonces una vez más
y dice: «¡Rabbuni! ¡Maestro mío!». Ha reconocido a Jesús. En este momento, el jardín
del sepulcro se convierte en jardín del amor. La resurrección se produce en el encuentro.
El encuentro con el Resucitado transforma el lugar en que ella está ahora en un jardín de
amor y en un jardín paradisíaco. María pretende retener a Jesús, pero este le contesta:
«Suéltame, que todavía no he subido al Padre». Es decir, Jesús todavía tiene que
completar su paso. No podemos retener al Resucitado. Y tampoco podemos aferrarnos al
jardín del amor ni al paraíso. María debe abandonar el jardín, llegarse hasta donde están
los discípulos y anunciarles el mensaje de que Jesús sube al Padre, porque debe

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completar su paso. Ahora, cielo y tierra se unen.

AQUÍ ESTÁ EL JARDÍN DEL PARAÍSO 1 María de Magdala se dirige al lugar donde
se encuentran los discípulos y les anuncia: «He visto al Señor». Esta es justamente la
condición para que el jardín del sepulcro se convierta en un jardín del amor y un paraíso.
Hemos de confiar en que también nosotros, en medio de este mundo en el que de
momento nos toca vivir, podemos contemplar al Resucitado, en cada uno de los rostros
humanos, en la belleza de la creación, en esa palabra que nos llega al corazón, en el
silencio, en la eucaristía. En este caso, el lugar donde nos encontramos se convierte para
nosotros en nuestro lugar de paso. Es nuestra Pascua, nuestro paso de este mundo a otro
mundo distinto. Por otra parte, este otro mundo penetra entonces en el nuestro. Y así,
gracias a este intercambio, podemos decir que seguimos donde estamos, en el jardín del
amor, en el jardín del paraíso.

Disponemos de muchos caminos que, en medio de nuestra vida, nos permiten


experimentar la Pascua, el paso, el tránsito. Coincidiendo con el tiempo pascual, la
naturaleza nos muestra el paso de la muerte a la vida. Un conflicto que se soluciona es
también una experiencia de paso. Para mí, la música es un lugar privilegiado para
experimentar el tránsito. El conocido crítico musical Joachim Berendt escribió un libro
que en alemán se titula Hinübergehen, que podríamos traducir: «Atravesar», «Pasar al
otro lado». En el libro describe piezas musicales compuestas por grandes músicos poco
antes de su muerte. Para ellos, la última música representó siempre un «paso al otro
lado». Y si nosotros escuchamos esa misma música, experimentaremos también algo
parecido. El mundo de Dios penetra entonces en nuestro mundo. Y ya ahora nuestra
alma pasa a formar parte del mundo de Dios, del mundo de la resurrección, del mundo
de la vida eterna.

Te deseo, querido lector, que siempre estés dispuesto a vivir la Pascua, a pasar, a
transitar, y que el jardín que experimentes en este hermoso tiempo de primavera se
transforme para ti en un jardín de amor, en un paraíso. También te deseo que puedas
creer que este jardín de amor, este paraíso, está en el fondo de tu alma y que, cuando
contemples al Resucitado y dejes que sus palabras te lleguen al corazón, te sea dado
consumar el paso en lo más profundo de ti mismo.

Ritual

Sentir la vida

Un hermoso día de primavera sal al campo y sitúate en medio de la naturaleza. Cierra los
ojos. Abre las manos en forma de concha e intenta vivir totalmente concentrado este
momento.

Siente el Sol que brilla sobre ti. En sus rayos, el amor de Dios penetra en ti.

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Siente el viento que te acaricia con ternura. Abre los ojos y contempla la vida que brota a
tu alrededor. Imagínate que esta vida está también en ti. Simplemente, percibe la vida
que hay en ti y a tu alrededor con todos tus sentidos.

Si te mantienes concentrado durante unos segundos, sin pensamientos ni reflexiones,


atento solo al hecho de que existes, sabes lo que es la vida. De alguna manera has
contactado con la vida. Y la vida, que es más fuerte que la muerte, está en ti.

Entonces comprendes lo que es la resurrección.

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AUNQUE ES ALGO QUE FORMA PARTE de la vida de la naturaleza, se trata también
de experiencias del alma, que nos acompañan entre el Viernes Santo y el Domingo de
Pascua. Todos lo sabemos: también nuestro estado de ánimo interior puede sufrir
importantes cambios entre el Viernes Santo y el Domingo de Pascua.

YA AHORA 1 Nuestra alma no sigue siempre los dictados de la voluntad. Está muy
alegre y de pronto la invade de nuevo la tristeza o se siente decepcionada. Ahora se
siente viva y al instante siguiente está vacía y entumecida. A menudo no nos
comprendemos a nosotros mismos. Nos preguntamos por qué, de pronto, nos sentimos
abatidos. Estamos alegres cuando por la noche nos metemos en la cama. Pero al
levantarnos por la mañana nos sentimos pesados y nos cuesta ponernos de pie. O
empezamos el día llenos de dinamismo. Pero, de pronto, nos sentimos sin fuerza, como
muertos. Todas estas experiencias podemos incorporarlas a este tiempo pascual.

Pascua es el tiempo más hermoso en la naturaleza. Y también en la liturgia del


tiempo abundan las canciones maravillosas. En la Iglesia antigua, Pascua era -y sigue
siendo hoy - la fiesta más importante del año cristiano. Su mensa je central: nuestra vida
no acaba con la muerte. Tras morir, resucitaremos en Dios. De todos modos, la
resurrección de Jesús no tiene que ver exclusivamente con lo que pueda suceder en
nuestra muerte y tras ella. Los cristianos celebramos la resurrección de Jesús como signo
de que, ya ahora, pasamos de la muerte a la vida. La fe nos permite sobreponernos a
este mundo herido de muerte.

LIBERTAD BAILADA 1 Descubrimos la superficialidad de nuestra vida y vemos detrás


de las cosas. Gracias a la fe participamos ya de la vida eterna, de la vida divina, que no
puede ser destruida por la muerte. La fe nos sumerge en la verdadera vida. Y esta vida
vence a la muerte. Ya ahora, pasarse de la muerte a la vida significa en concreto: me
levanto de la tumba de mi angustia, de mi resignación, de mi oscuridad, de mi depresión,
de mis inhibiciones y bloqueos. La piedra que está colocada sobre mí y me bloquea ha
sido removida. Puedo levantarme y vivir por mi cuenta. Soy libre. Ya no me paraliza el
miedo a lo que los demás puedan pensar de mí. Durante la Edad Media, los cristianos
celebraban la fiesta de Pascua bailando, porque el baile les permitía arrojar lejos de sí
todas las cadenas que, de otro modo, les habrían impedido vivir de verdad. La libertad de
la resurrección los impulsaba a bailar.

ABRIRSE - NO ROMPERSE 1 La fiesta de Pascua está precedida por el Viernes Santo.


La Iglesia no celebra el Viernes Santo como un día de duelo, sino más bien como un día
de esperanza. Para ella, la cruz es ya un signo de la victoria de Jesús sobre la muerte. La

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cruz como signo de sufrimiento y muerte se convierte en señal de confianza y alegría.
«Por este madero [de la cruz] ha venido el gozo a todo el mundo», dice la letra de una
de las antífonas de la liturgia del Viernes Santo. En la cruz contemplamos el misterio de
nuestra vida. La cruz es la imagen de la unidad de todos los contrarios. Jesús, colgado en
la cruz y con los brazos extendidos, abarca todo el mundo. En la cruz de Jesús se unen
cielo y tierra, Dios y hombre, vida y muerte, varón y mujer, luz y tiniebla, consciente e
inconsciente. En la cruz vemos todo aquello que una y otra vez perturba nuestra vida.
Sin embargo, nuestra mirada de creyentes a la cruz no refleja angustia ni tristeza, sino la
certeza de que aquello que nos perturba no nos destruye, sino que nos abre al misterio de
Dios, al misterio del amor de Jesús, que en la cruz alcanza su plenitud. La celebración del
Viernes Santo se produce siempre a la luz de Pascua. La muerte ha sido vencida y la
cruz se ha convertido ya en signo de que el amor de Cristo abraza todas las oposiciones
existentes en nosotros, de que no hay nada en nosotros que pueda separarnos de este
amor.

Ritual

Ábrete al misterio de Dios

Contempla una cruz que te resulte especialmente entrañable. Contémplala con los ojos de
la fe. Los ojos de la fe no te dejan ver en esta cruz el sufrimiento, sino a un Jesús
sufriente que te ama con un amor que es más fuerte que la muerte.

La fe no te deja ver en la cruz un instrumento de sufrimiento, sino el signo esperanzador


de que todo puede cambiar. No hay muerte que no desemboque en la resurrección, ni
fracaso que no pueda convertirse en un nuevo comienzo, ni oscuridad que no pueda
iluminarse, ni agarrotamiento que no pueda recuperar la flexibilidad, si la vida del
Resucitado penetra en nosotros.

Así, pues, que la cruz sea para ti un signo de esperanza y de victoria. Y contempla en la
cruz todo aquello que ya te haya creado problemas en tu vida, así como el sufrimiento
que te hayan provocado causas externas a ti mismo. Piensa que nada que ya te haya
ocurrido puede hundirte.

Lo único que la contemplación de la cruz quiere echar por tierra son tus representaciones
de la vida, para que siempre estés abierto a tu verdadero yo, al misterio del inefable amor
de Dios, tal como se nos ha manifestado en la muerte y la resurrección de Jesús.

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Los CRISTIANOS NO CELEBRAMOS SOLO la fiesta de Pascua, sino también los 50
días del tiempo pascual. La liturgia de este tiempo destaca por una serie de cantos
especialmente gozosos. El Aleluya se canta con inusual frecuencia. Todos los tiempos del
año cristiano son saludables. La Cuaresma es un tiempo de purificación y depuración. En
cambio, el tiempo pascual nos enseña dinamismo y vivacidad. Es un camino que nos
invita a vivir cada día con mayor intensidad.

UN CAMINO QUE NOS LLEVA MUY LEJOS 1 El tiempo pascual es un recorrido por
el camino de la resurrección. Durante el tiempo de Pasión recorrimos el camino de la
cruz - via crucis-, con sus 14 estaciones. Durante los 50 días del tiempo pascual la Iglesia
nos invita a profundizar en el hecho y las consecuencias de la resurrección de Jesús. Al
final de este recorrido, habremos comprendido que la vida florece cada vez más en
nosotros y que, poco a poco, resurge todo aquello que forma parte de nuestra
personalidad.

Si comparamos el poder terapéutico del camino de la resurrección con las distintas


orientaciones de la terapia, comprobamos que el primero no representa una terapia
preocupada de curar o reelaborar las heridas del pasado, sino más bien una terapia
orientada a los recursos. Se preocupa sobre todo de que cada uno descubra de nuevo por
sí mismo las fuentes saludables de las que vivió siendo niño. La llamada Salutogénesis,
desarrollada por el terapeuta judío Aaron Antonovsky, se interesa sobre todo por conocer
qué es lo que hace que alguien goce de «buena salud» (salus), qué le hace crecer y qué
lo fortifica. También el camino que nosotros recorremos durante el tiempo pascual quiere
ponernos en contacto con la vida que hay en nosotros, aunque con demasiada frecuencia
esta se encuentre entumecida o aletargada bajo una capa de activismo. Es un camino que
apunta hacia cotas de actividad y libertad cada vez más altas. Las cadenas que me
esclavizan y coartan, las cadenas de mi angustia, de mi depresión y de mis coacciones
tienen que desaparecer, para que yo pueda levantarme de la estrechez del sepulcro y
recorrer a grandes pasos un camino que me lleva lejos.

HISTORIAS DE RESURRECCIÓN 1 ¿Cómo se presenta el camino de la resurrección?


Durante el tiempo pascual no escuchamos solo los relatos sobre la resurrección de Jesús
que nos transmiten los cuatros evangelistas. Durante los días de la semana, la liturgia nos
recuerda además otros textos de los Hechos de los Apóstoles y del Evangelio de Juan. En
los Hechos de los Apóstoles se nos dice que los discípulos de Jesús no solo pierden el
miedo a los judíos, sino que están dispuestos a anunciar el evangelio en todo el mundo.
Lucas nos transmite numerosos relatos de resurrección. Por ejemplo, nos cuenta cómo,
obedeciendo una orden de Pedro, un paralítico se levanta de su camilla, echa a andar y

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alaba a Dios. Los discípulos de Jesús, «hombres simples y sin letras» (Hch 4,13),
pronuncian un discurso ante el sanedrín y rebaten las palabras del sumo sacerdote.
Cuando los apóstoles son encarcelados, un ángel del Señor los saca de la cárcel y ellos se
presentan de nuevo en el templo, sin mie do a las autoridades religiosas. Cuando,
después de la muerte de Esteban, la comunidad es perseguida y se dispersa, Dios
transforma esta aparente derrota en una victoria. De hecho, esta dispersión contribuye a
que la buena nueva del evangelio se dé a conocer fuera de Jerusalén y a que empiecen a
surgir comunidades cristianas en muchos lugares. Pablo, el fanático perseguidor de los
creyentes, cae al suelo al encontrarse con el Resucitado, y se levanta como un hombre
nuevo que comprenderá como ningún otro el misterio de la resurrección de Jesús como
un mensaje de gracia y libertad. Lucas nos muestra cómo se afianza en la historia la fe en
la resurrección de Jesús, no solo en la historia personal de los individuos, que rompen
con sus antiguos modelos, sino también en la historia de la Iglesia, que a partir de ahora
dejará una impronta cada vez más clara en la historia del mundo. En cualquier caso, el
tiempo pascual gira una vez más en torno a nuestra biografía personal. En ella debe
levantarse lo que está caído, abrirse lo que está rígido, reverdecer lo que está seco. Pero
también se ocupa de nuestra historia en el mundo. Cada año celebramos durante 50 días
el tiempo pascual: para que en la política mundial se abandonen los frentes rígidos, para
que la paz disponga de nuevos caminos, y para que las disputas y las discordias den paso
a una nueva actitud de diálogo y colaboración, como nos dice Lucas que sucedió al
constituirse la primera Iglesia: «La comunidad de los creyentes tenía una sola alma y un
solo corazón» (Hch 4,32).

VIDA DIVINA EN MEDIO DEL MUNDO 1 La teología de la resurrección del


Evangelio de Juan destaca otros aspectos. Se trata de que abramos los ojos y de que
descubramos la vida divina en medio de lo terrenal. El diálogo de Jesús con Nicodemo
habla del nuevo nacimiento del cristiano. No se nos exige que vivamos fuera del mundo,
sino más bien en el mundo a partir de la nueva realidad de Jesucristo. Pascua significa
que el mundo no tiene ya poder alguno sobre nosotros. Estamos muertos para este
mundo y su escala de valores. Para los cristianos, lo decisivo no es ya ni la aprobación ni
el rechazo de los demás. Porque nos definimos a partir de Dios. Esto nos hace
interiormente libres. Según el Evangelio de Juan, las cosas terrenas son símbolos de la
vida propiamente dicha. El pan terrenal se convierte en símbolo del pan de vida, que no
es otro que Jesucristo. Quien coma de este pan, vivirá para siempre. El pastor, que tal
vez podamos observar cuidando sus ovejas en una pradera, se convierte en imagen de
Jesucristo, que como buen pastor ha dado su vida por nosotros, para que tengamos vida,
y la tengamos en abundancia. La puerta se convierte en imagen de Jesucristo, que se
abre para dejarnos acceder al núcleo más íntimo de nuestra alma y a la vida verdadera en
medio de la inautenticidad del mundo. Finalmente, durante el tiempo pascual escuchamos
palabras de Jesús tomadas de sus discursos de despedida. Son palabras que el Resucitado
nos dirige ahora a nosotros, palabras que en sí mismas unen ya el cielo con la tierra,
palabras que expresan el triunfo de Jesús sobre la muerte y a nosotros podrían hacernos

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saborear el cielo y la vida eterna mientras todavía estamos en el mundo.

Ritual

Cada vez más ligero de equipaje

En primavera, la nueva vida nos arrastra al aire libre. También paseando por la
naturaleza en plena floración podemos comprender mejor el mensaje de Pascua. La
victoria de la vida sobre la muerte la percibimos también en la creación. Esto nos hace
interiormente más vivos y dinámicos.

Por otra parte, todo paseo es una forma de peregrinación, y como tal tiene un profundo
significado espiritual. El peregrino busca lugares donde lo divino esté más al alcance de
sus aspiraciones y necesidades espirituales.

Haz una excursión o sal a dar un largo paseo por la naturaleza. Imagínate que emigras de
ti mismo, de todas tus dependencias y de las imágenes que te has hecho de tu persona.
Déjalo todo tras de ti. Vagas de un sitio para otro, libre de los roles que has tenido que
desempeñar hasta ahora, y te adentras en la figura única que Dios se ha hecho de ti.

No puedes describir esa figura. Pero a medida que te desplazas de un sitio para otro,
sientes cómo cambias, cómo te vuelves más auténtico cada día, cómo cada vez es más
ligero el equipaje que llevas sobre los hombros y cada vez te pareces más a la persona
que realmente eres.

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LA UNIÓN DE LA EXPERIENCIA DE LA NATURALEZA con la historia de la
salvación, en imágenes arquetípicas que nos ayudan a conocer más profundamente
nuestra propia realidad anímica, la encontramos también en la antigua fiesta del Anuncio
a María.

BAUTISMO CRISTIANO DE UNA FIESTA ROMANA 1 No solo está el hecho de que


la fiesta se celebra exactamente nueve meses antes del día de Navidad. Para la fijación
de la fiesta es importante también otro dato: los romanos empezaban el 25 de marzo el
día de la siembra de primavera. La Iglesia hizo suya esta antigua costumbre pagana, pero
le dio una interpretación nueva, distinta de la que tenía entre los romanos. Por así
decirlo, la bautizó cristianamente. El 25 de marzo la Iglesia celebra la fiesta de la
Anunciación de María. En esta fiesta se hace realidad aquello que anhelamos y
esperamos. El contenido espiritual de esta fiesta es profundamente simbólico: Dios
siembra la semilla divina y el vientre de María, como tierra fértil, la recibe y la hace
madurar. María hace todo lo que está de su parte para que la semilla divina se desarrolle
y dé fruto en ella. La respuesta de María al ángel fue: «Aquí tienes a la sierva del Señor:
que se cumpla en mí tu palabra» (Le 1,38). María se pone a disposición de Dios. Está
preparada para que Dios pueda actuar en ella. Y Dios hace algo grande en ella. Invierte
las pautas de comportamiento de este mundo: exalta a los humildes y expulsa a los
poderosos del trono.

REFERENCIAS AL MISTERIO 1 Para comentar el misterio que la Iglesia quiere


celebrar en la fiesta de la Anunciación de María, san Agustín echó mano de dos
versículos del Salmo 85: «Bondad y Lealtad se encuentran, Justicia y Paz se besan;
Lealtad brota de la tierra, Justicia se asoma desde el cielo» (Sal 85,11-12). Cuando Dios
siembra su semilla en la tierra, la justicia y la paz se besan, el amor y la fidelidad se
encuentran mutuamente. La justicia sale fiadora de la tierra. Esta vuelve a ser como
había sido pensada, cuando la paz de Dios se instaló en ella. Y se encuentran
mutuamente el amor divino y la fidelidad humana. Fidelidad es sinónimo de firmeza. La
tierra adquiere su firmeza cuando el amor de Dios se hunde en ella. Uno debe tomar de
nuevo -y una vez más - conciencia de este misterio: la liturgia de la Iglesia ha vinculado
con la fiesta de la Anunciación de María maravillosas imágenes de la primavera.

IMÁGENES DEL ALMA 1 En la escena de la anunciación, Lucas nos presenta a María


como modelo de fe. Mientras que Zacarías, varón y sacerdote, no cree en el mensaje del
ángel, María, una mujer del pueblo, acepta la palabra del ángel. María cree las promesas
de Dios y se pone a su servicio. El siervo (doúlos) Israel se ha mostrado reacio frente a
Dios y no ha hecho caso a los profetas. María se considera «sierva» (doúlé) del Señor.

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Tampoco ella sabe cómo va a suceder eso de que ella engendrará un hijo, que además
será llamado Hijo del Altísimo. Pero ella confía, porque para Dios no hay nada
imposible. Los místicos han entendido siempre esta escena también como imagen del
nacimiento de Dios en nuestra alma. Como María, también nosotros hemos de ser virgen
y madre. Cristo debe ser engendrado también en cada uno de nosotros. Y si también
nosotros planteamos la duda de cómo puede suceder esto, ya que somos seres humanos
mortales, débiles y además pecadores, Dios nos responde con las mismas palabras: para
Él no hay nada imposible. Como María, nosotros debemos decir: «Aquí tienes a la sierva
del Señor: que se cumpla en mí tu palabra» (Le 1,38). En el discurrir de la vida diaria del
claustro, el toque del Ángelus tiene un importante papel. Los monjes nos ejercitamos tres
veces cada día, coincidiendo con los tres toques del Ángelus, en esta actitud de
aceptación de María, para que la semilla divina encuentre también en nosotros una tierra
fértil y dé mucho fruto. El brotar del fruto en primavera es una imagen del fruto divino
que madura dentro de nosotros y querría florecer también en nosotros. Como María,
también nosotros debemos convertirnos en tierra capaz de producir un fruto intachable,
como canta la liturgia griega en una de sus antífonas. Una vez más, la imagen de esta
fiesta pone nuestra alma en contacto con el acontecer salvífico y, de esta manera, se
convierte en un poste indicador de nuestra más profunda disposición interior.

LLEVAR LA VIDA A SU FLORECIMIENTO 1 La primavera despierta en nosotros el


deseo íntimo de que nuestra vida florezca. De alguien que está enamorado se dice a
menudo: «¡Realmente es otra persona!». Lo que hasta hace poco era en ella sequedad,
se ha tornado viveza; irradia algo especial. Uno ve que su amigo, o su amiga, realmente
se abren y maduran, y se alegra por ello. Para los cristianos, no es solo la primavera la
que les promete que también sus vidas florecerán un día. En este aspecto tienen un
significado especialmente relevante los misterios de la Anunciación de María y de la
Resurrección de Jesús. Ambos fortalecen la fe en que también nuestra vida alcanzará su
objetivo.

SIGNO DE ESPERANZA 1 Nuestra alma se siente interpelada por el lenguaje simbólico


de la religión: María ha sido representada a menudo con la imagen de una flor. Es la flor
mística, imagen del amor. Otro símbolo floral de María es el lirio de los valles, que
representa el poder curativo de la tierra. Ella es el lirio blanco, la azucena, imagen de
honestidad y pureza. En ella se han hecho realidad los valores que para nosotros
encarnan las flores. María es la mujer hermosa, la mujer honesta y pura, la mujer que
sabe amar. De ahí que María, representada por los artistas siempre con la misma flor, sea
para los creyentes un signo de esperanza: también nuestra vida camina hacia su plenitud
y despliega todo lo que Dios ha depositado en nosotros en forma de predisposiciones y
talentos. En el momento de florecer, saldrá a la luz lo propio de cada uno. Se despliega
entonces todo lo que en nosotros está ya a punto. Tal es el mensaje de las imágenes
antiguas, cuyo lenguaje podemos descubrir nosotros hoy de nuevo.

ROMPER RIGIDECES Y ENTUMECIMIENTOS 1 Originalmente, Pascua era la fiesta

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de primavera de los cananeos. Los israelitas añadieron a esta celebración algunos motivos
propios, sobre todo el tema de la salida de Egipto a las órdenes de Moisés. De esta
manera, la Pascua judía se convirtió en una fiesta de liberación de la esclavitud y de la
dependencia. Para los cristianos, ambos misterios se hicieron realidad y culminaron en la
resurrección de Jesús. En la resurrección somos sacados del país de la dependencia, de
una tierra en la que somos extranjeros, y trasladados a la Tierra Prometida, en la que
somos plenamente nosotros mismos, en la que somos nosotros quienes sembramos y
cosechamos, construimos nuestras casas y vivimos en ellas. De todos modos, como telón
de fondo de la Pascua cristiana está todavía nuestra relación con los procesos de la
naturaleza: en la resu rrección celebramos la victoria de la vida sobre la muerte, que
también es algo propio de la primavera. Y en la fe pascual confesamos que el amor es
más fuerte que la muerte. Si el misterio de la resurrección lo vinculamos con la
primavera, la celebración de la Pascua nos da la certeza de que también nuestra vida se
verá libre de rigideces y entumecimientos, así como de todo tipo de cadenas, para,
finalmente, florecer también en nosotros.

Ritual

La simiente está echada

Aprovechando alguno de tus paseos, párate y contempla una tierra de labranza. Ahora,
en primavera, no verás todavía ningún fruto. Pero la simiente está echada. Imagínate que
tu alma es uno de esos campos de labranza, en el que Dios siembra la semilla de su
palabra divina.

La semilla de Dios querría florecer en tu campo y producir frutos que alimenten a los
seres humanos. Como en María, Cristo debe encarnarse en ti, y de esta manera
transformar tu carne, para que a través de ella la luz de Cristo ilumine este mundo.
Compárate con el campo de labranza, que todavía permanece yermo. Tu alma se parece
a este campo. También ella sigue siendo un terreno baldío.

Y, sin embargo, en ella ha sido sembrada ya la simiente divina, que a su tiempo dará
fruto. Tal vez ahora, al comienzo de la primavera, puedas ver ya los primeros brotes
tiernos que asoman en la tierra. En el verano, sus frutos habrán alcanzado la plena
madurez. Así madurará también en ti la palabra divina, hasta que finalmente tú mismo te
conviertas en fruto que alimente y fortalezca a otros en su caminar.

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S EGÚN LUTERO, EL SER HUMANO HA SIDO CREADO para trabajar como el
pájaro para volar. El día 1 de mayo, la Iglesia celebra la fiesta de san José Obrero, que
ejerció el oficio de carpintero, lo que le permitió planificar y construir algunas cosas y
ganarse el sustento para su familia. En la conciencia de la Iglesia, esta fiesta ha dejado de
tener un significado especial. En cualquier caso, los sindicatos aprovechan la ocasión y
ese mismo día celebran el Día del Trabajo. La verdad es que también los cristianos
deberíamos concienciarnos de nuevo del valor y del mérito del trabajo, más aún si cabe
en estos tiempos de racionalización y paro.

ASEGURARSE EL SUSTENTO 1 San Benito exigió a sus monjes que viviesen del
trabajo de sus manos, y que no mendigasen dinero a otros. Finalmente, resumió esta
motivación espiritual en un lema de tres palabras: Ora et labora!, «¡Reza y trabaja!». En
la espiritualidad de los monjes, el trabajo tiene una importante función. Cuando
reflexionamos sobre el significado del trabajo, nadie pone en duda el primer sentido del
término: que cado uno se gane su propio sustento. Es la condición de vida que, como
anunció Dios mismo, le esperaba a Adán - y seguimos experimentando nosotros mismos
- tras ser expulsado del paraíso: «Con el sudor de tu frente comerás el pan» (Gn 3,19).
Muchas personas saben hoy que, incluso en tiempos en que las máquinas sustituyen a los
seres humanos en las tareas más duras, ganarse el propio sustento con el trabajo personal
es cansado y exige mucho esfuerzo, y no solo corporal. Muchos trabajadores reciben un
salario claramente insuficiente para alimentar a sus familias. Lo cierto es que, en el
sentido de la Biblia, es absolutamente necesario que el trabajo se organice y se pague de
tal manera que todos podamos vivir dignamente por propia cuenta.

SERVICIO A LAS PERSONAS 1 Que el trabajo haya de servir a las personas no es


aplicable solo al sector de la prestación de servicios, que hoy hace retroceder cada vez
más a los sectores de la producción industrial y la agricultura. Vale para todo tipo de
trabajo. El conductor de autobús, que se presenta puntualmente en su empresa y
conduce su vehículo con atención y seguridad, sirve a las personas. Pero incluso los
productos que nos ofrecen las empresas son servicios que nos prestan. Los muebles
buenos hacen que nos sintamos a gusto en casa y que podamos colocar bien nuestras
pertenencias. Un coche seguro nos sirve en nuestros viajes. En último término, todo
trabajo es un servicio que se convierte en bendición para otras personas. De todos
modos, hoy día son muchos los trabajadores que no tienen la sensación de que su trabajo
sirva a otros. Trabajan sin ver el sentido y la meta de su trabajo.

SIGNIFICADO ESPIRITUAL 1 Algunas personas piensan que ellas no necesitan

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trabajar, porque están llamadas a la vida contemplativa. De todos modos, con demasiada
frecuencia, sus pensamientos y reflexiones giran después, con evidente narcisismo,
alrededor de ellas mismas. Cuando san Benito ponía a prueba a los monjes jóvenes para
comprobar si real mente buscaban a Dios, el criterio que utilizaba era el interés que
demostraban por el trabajo. En opinión de san Benito, quien no se comprometía en el
trabajo, tampoco se comprometía con Dios. Tanto en la oración como en el trabajo, de
lo que se trata es de liberarse de uno mismo, de entregarse al trabajo, a los seres
humanos y a Dios, de olvidarse de uno mismo. En este sentido, el trabajo es una prueba
de la autenticidad de la oración. La dimensión espiritual del trabajo se manifiesta todavía
de otra manera. La manera de trabajar revela el alma de cada uno de nosotros. Quien
trabaja caóticamente, sin orden ni concierto, refleja un alma caótica. Otros trabajan con
excesiva presión. Con ello demuestran que ellos mismos se ponen bajo presión. Otros
trabajan con excesiva lentitud. Son personas que se ocupan demasiado de sí mismas, de
sus oposiciones internas. O bien necesitan demasiada energía para reprimir aquello que
no quieren reconocer en sí mismas. Esta energía la echan de menos después en el
trabajo. Para Antonio, el primer monje cristiano, el trabajo realizado con rapidez y
eficacia era una señal que demostraba la espiritualidad de un monje.

ATENCIÓN Y VIGILANCIA 1 Para mí, que por mi cargo de cillerero del monasterio
soy responsable de la administración de los bienes de la comunidad, la dimensión
espiritual del trabajo tiene todavía otro aspecto. En el trabajo, personalmente trato de
mantener las mismas actitudes que en la oración: humildad, amor, atención y vigilancia,
pero también entrega y servicio. Durante el trabajo también yo experimento a menudo
decepciones y enfados. De todos modos, siento que yo mismo soy responsable del
estado de ánimo que transmito en mi entorno. Por eso, en la meditación le manifiesto a
Cristo una y otra vez cómo me encuentro anímicamente, para que su piedad penetre
dentro de mis sentimientos negativos y los transforme. En este sentido, la oración
contribuye a que en mi trabajo se difundan actitudes de paz, amor y reconciliación. Y de
rechazo, impido que mis sentimientos negativos compliquen innecesariamente la vida de
quienes viven en mi lugar de trabajo.

Si queremos desarrollar una visión cristiana de nuestro trabajo, hemos de tener en


cuenta, en primer lugar, los tres significados del trabajo que he tratado de exponer aquí.
Pero, además, no podemos olvidar que, gracias a nuestro trabajo, los seres humanos
participamos de algún modo del poder creador de Dios. Como Dios, con nuestro trabajo
los seres humanos creamos algo. Configuramos y moldeamos el mundo Nos construimos
un mundo propio, con sus propias leyes internas, un mundo que lleva la impronta
humana del amor y el respeto.

Ritual

Pon tu corazón en el trabajo

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Oración y trabajo, rendimiento y ocio son aspectos de nuestra vida estrechamente
relacionados. Es bueno que nos comprometamos sinceramente con el trabajo. Vivimos
para lo que hacemos. Sin embargo, a veces también el trabajo nos pierde.

Por eso, de vez en cuando conviene que hagamos una pausa en el trabajo o, mejor aún,
una inter-rupción. Como indica literalmente esta palabra, mi alto en el trabajo tiene un
doble efecto: por una parte, «rompo» - es decir, corto, o abandono - la acción ya
empezada; por otra parte, estoy fuera y decido entrar en mí mismo.

Siento mi interior. Y me aferro al interior. Esta pausa se produce en medio del trabajo,
que a veces amenaza con arrollarme. Al pararme, tomo conciencia de cómo me siento
interiormente en mi trabajo, percibo justamente el estado de tensión o relajación en que
vivo. Durante esta pausa, puedo hacer que mi tensión se rebaje, que mis sentimientos
apasionados se enfríen y que mi agitación interior se tranquilice.

La pausa funciona así: tomo asiento, concentro mi atención durante un momento y


rastreo dentro de mí. Vuelvo a sentir el ámbito interior del silencio, sin comunicación
alguna con el trabajo. Así, en medio del trabajo puedo disfrutar de un espacio de libertad.
Retorno de nuevo a mí. El trabajo no me aleja de mí mismo. Cuando me mantengo en
contacto conmigo mismo, el trabajo se convierte en mi devenir personal. Pondré mi
corazón en el trabajo. Este influirá entonces de otra manera también en las personas de
mi entorno.

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«CIELO» ES UNA PALABRA PRIMIGENIA de nuestro lenguaje. Naturaleza y religión
confluyen en esta imagen hasta tal punto, que hasta el día de hoy hablar del cielo era
hablar de anhelo íntimo y de felicidad, porque esta imagen nos recuerda la patria
definitiva del ser humano. El cielo es el lugar donde la realidad divina y la realidad
humana se unen.

TRANSFORMACIÓN INTERIOR 1 En la fiesta de la Ascensión de Cristo, 40 días


después de Pascua, todo resuena. El número 40 representa la transformación. En opinión
de san Gregorio Magno, el ser humano necesita 40 años para convertirse en una persona
espiritual, para que el Espíritu penetre en ella. Tanto en el Antiguo Testamento como en
el Nuevo Testamento, el número 40 está cargado de un simbolismo especial: 40 días
peregrinó Elías por el desierto, hasta que en el monte Horeb escuchó de nuevo la llamada
de Dios. También Jesús se retiró durante 40 días al desierto, con el fin de prepararse en
la soledad para llevar a cabo su misión. Es el tiempo necesario para que se produzca una
transformación interior. Dentro del ciclo festivo del año cristiano, 40 días después de
Pascua se celebra la Ascensión de Cristo. Como en otras muchas fiestas del calendario
cristiano, seguimos el relato del evangelista Lucas, que de alguna manera po dría ser
considerado fundador del año cristiano. Hemos guardado 40 días de ayuno - la
Cuaresma-, sobre todo para purificarnos de aquello que nos impide vivir. Desde Pascua
hasta la Ascensión de Cristo han pasado 40 días: esto significa que el misterio de la
resurrección de Cristo necesita 40 días para penetrar en nosotros, transformarnos e
infundirnos valor, y para que todo lo que en nosotros se ha vuelto rígido recupere de
nuevo su vitalidad. Jesús asciende al cielo. A partir de ahora, no podemos ni debemos
limitarnos a seguirlo externamente. Ha ascendido a nuestro cielo interior y se ha
convertido en nuestro maestro interior. Y desde dentro de nosotros mismos quiere
señalarnos el camino hacia una vida plena.

LA ASCENSIÓN, ¿UNA FIESTA EXTRAÑA? 1 Para muchos, la fiesta de la Ascensión


de Cristo es hoy una celebración extraña. No saben ya qué es lo que celebramos
realmente. Una fiesta se celebra solo cuando aporta algo a nuestra vida. ¿Qué podría
enseñarnos a nosotros la fiesta de la Ascensión de Cristo? ¿Hasta qué punto podemos
vivir hoy de ella? Me gustaría señalar varios aspectos que nos permiten descubrir el
sentido de esta fiesta para nuestra vida. Para empezar, ahí está el dicho de la Carta a los
Efesios, que afirma: «Lo de "subió", ¿qué significa sino que bajó a lo profundo de la
tierra?» (4,9). La ascensión al cielo no pretende incitarnos a huir de la realidad de este
mundo y de la cotidianidad de nuestra propia vida. Al contrario, nosotros, como Jesús,
no subiremos al cielo si antes no nos atrevemos a descender a lo profundo de la tierra, a

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bajar hasta la propia oscuridad, hasta nuestro caos personal, hasta el ámbito de sombra
de nuestros sentimientos y necesidades reprimidos. En nosotros hay todavía muchas
cosas irredentas, que escondemos celosamente, porque nos perturban, porque ponen en
tela de juicio nuestra imagen ideal. El impulso hacia lo alto está presente en todos
nosotros. A todos nos gustaría ascender, soñamos con llegar lejos en la carrera, trepar
hasta lo más alto de la escala espiritual, disfrutar cada día de mayor autoconfianza,
expandir al máximo nuestra conciencia, crecer en experiencia espiritual. Ahora bien, la
paradoja cristiana consiste precisamente en que, cada vez que descendemos,
ascendemos. Al descender a la propia suciedad, a la impureza de nuestra culpa, al polvo
de nuestra angustia, a la oscuridad de nuestra tristeza y depresión, ascendemos hasta el
cielo. Por tanto, uno de los mensajes de la fiesta de la Ascensión de Cristo puede ser:
nosotros solo conseguimos alcanzar el cielo si comprendemos el movimiento de Cristo,
que descendió a la tierra antes de subir al cielo.

EL ÁMBITO DE LO DIVINO 1 En pocas palabras podríamos definirlo así: el cielo es el


ámbito de Dios. Donde está Dios, está el cielo. Con su ascensión al cielo, Jesús nos ha
abierto el cielo sobre nosotros. El cielo es anchura, libertad, belleza. La fiesta de la
Ascensión de Cristo quiere decirnos que los seres humanos vivimos en la anchura de
Dios, que el cielo nos rodea. No solo somos criaturas de la tierra, sino también del cielo.
Esta comprensión da a nuestra vida una dignidad divina. Nadie puede encerrarnos en la
estrechez de esta vida. Dentro de nosotros hay una anchura que nadie puede quitarnos.
No nos está permitido tener ideas demasiado pequeñas sobre nosotros. Nosotros
respiramos la anchura del cielo. En nuestra alma hay algo del esplendor del cielo. Sin
duda, esto lo hemos experimentado ya cada uno de nosotros, cuando de pronto una
canción cantada en común nos ha abierto el cielo, o cuando en el silencio comunitario
hemos podido percibir a Dios, o cuando uno siente que su corazón está a punto de
estallar. O cuando de pronto lo vemos todo claro. Hemos comprendido. Pudimos decir sí
a nuestra vida. En tales situaciones hemos experi mentado aquí y ahora el cielo; después,
el cielo se ha abierto sobre nosotros y hemos sentido: todo es bueno. Todo tiene derecho
a ser como es. El cielo lo circunda todo. El cielo de Dios se abre sobre todas las cosas.

ANCHURA Y LIBERTAD 1 «Detente, ¿hacia dónde corres? El cielo está dentro de ti.
Buscas a Dios en otro lugar, él te echa de menos desde la eternidad». Son pensamientos
del poeta y místico silesio Angelus Silesius. Según la Carta a los Hebreos, con su muerte
Cristo penetró en el santo de los santos - también llamado sanctasanctórum - del templo.
Dentro de nosotros hay un espacio al que la tierra no puede acceder de ninguna manera,
y sobre el cual el mundo no tiene poder alguno. Dentro de nosotros está el cielo, un
espacio santo. Para los griegos, lo santo es algo separado del mundo. Tampoco en el
santo de los santos que hay en cada uno de nosotros puede penetrar el mundo. Los
hombres, con sus expectativas y exigencias, con sus deseos y juicios, no pueden llegar
hasta él. Nadie puede hacernos daño en ese santuario interior. Ni siquiera nuestros
propios reproches y sentimientos de culpa llegan hasta allí. En ese espacio santo, yo

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mismo me encuentro sano e íntegro. Para los griegos, solo lo santo puede curar. En el
espacio santo me encuentro sano e íntegro. Todo aquí es santo en mí. No necesito ya
reprimir u ocultar algo. Sin embargo, el cielo en mí no se reduce a ser el santuario
celeste, del que nos habla la Carta a los Hebreos. Es también el cielo al que se ha elevado
Jesús, como nos cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles. El cielo que está sobre
nosotros es anchura y libertad. La anchura y la libertad están en mí. Los padres de la
Iglesia afirman que Dios solamente puede morar en un corazón amplio. Un corazón
estrecho y pequeño, que se irrita por cualquier motivo, no es un espacio para Dios. En
este sentido, la Ascensión de Cristo me interpela y me obli ga a preguntarme: ¿Es mi
corazón lo suficientemente amplio para que Cristo pueda morar en él?

EL CIELO DENTRO DE NOSOTROS 1 En latín, las palabras coelum y celta están


emparentadas. Los antiguos monjes expresaron esta relación en la frase: Celta est
coelum, «[Tu] celda es [tu] cielo». Tu celda, tu habitación, es el cielo en que estás a
solas con Dios. Si permaneces en tu habitación, si perseveras dentro de ti mismo, tu
habitación se convierte en tu cielo, experimentas la proximidad de Dios, y disfrutas de la
oportunidad de conversar con Dios como un amigo con otro. Para los antiguos monjes,
la Ascensión de Cristo a los cielos no representó nunca un alejamiento de nosotros, sino
más bien un movimiento que lo acercó más a nosotros. En su Ascensión, Cristo entra en
nosotros, para establecer en nosotros su morada. Y gracias a que él mora en mí, yo
mismo persevero en mí mismo, y me siento en mí como en casa. Si en medio del silencio
me encontrara únicamente conmigo mismo, con la historia de mi vida con sus heridas,
con mis propios pensamientos y reflexiones, con mis sentimientos y pasiones, con mis
lados de sombra reprimidos, me vería obligado a huir de mí mismo. Sin embargo, en el
silencio no me encuentro con el infierno de mi caos interior, sino que a través del silencio
alcanzo el cielo, en el que Cristo mismo mora en mí. Cristo en mí, el misterio que habita
en mí, me permite morar permanentemente en mí como en mi hogar. En efecto, solo
donde habita el misterio, puede uno hallar el propio hogar.

MIRADA HACIA ARRIBA Y HACIA DENTRO 1 En otro de sus poemas, Angelus


Silesius dice: «El cielo está en ti. Así, pues, ¿por qué solo lo buscas en la puerta de
otro?». Estas palabras del poeta silesio nos advierten sobre un peligro al que todos
podemos sucumbir. Pensamos que el otro puede con vertirse en cielo para nosotros.
Cuando nos enamoramos, tenemos la impresión de haber alcanzado el séptimo cielo. El
amor puede convertirse en una experiencia celestial. Pero cuando el amor lo esperamos
siempre y exclusivamente de otra persona, si esta no corresponde a nuestro amor, nos
sentimos terriblemente desgraciados. El amor está en nosotros. Y con el amor, está en
nosotros el cielo. Si el amor es correspondido, debemos estar agradecidos. Pero, aun
cuando el otro no sienta por nosotros el mismo amor que nosotros sentimos por él, el
amor que nosotros sentimos nos pertenece a nosotros. Y donde el amor está en nosotros,
también está el cielo. No deberíamos hacernos totalmente dependientes de otra persona.
Si el cielo solo lo esperamos de otra persona, seremos excesivamente exigentes con ella,

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y probablemente no encontraremos nunca el cielo. Necesitamos mirar también hacia
arriba, para vislumbrar el misterio de la anchura del cielo y de la alteridad de Dios. Pero
también necesitamos mirar hacia dentro, para reconocer que el cielo está allí. No
tendremos ya entonces que correr, apresurarnos y matarnos trabajando, porque el cielo
está ya dentro de nosotros.

ABRIR EL CIELO A OTROS 1 El cielo se abre sobre todos, se dice en el canon. El


cielo no es algo individual. Por este motivo, la fiesta de la Ascensión de Cristo no es solo
una fiesta de la mística, que me invita a adentrarme en mi alma. El cielo es algo que nos
concierne a todos. Cuando nos inclinamos ante una persona necesitada, prisionera de sus
propios problemas, podemos abrirle el cielo, de manera que ensanche su mirada y pueda
experimentar la cercanía de Dios. Cuando nos inclinamos hacia una persona que corre el
peligro de hundirse en el pantano de sus emociones, podemos tirar hacia arriba de ella, en
dirección al cielo de la cercanía y del amor de Dios. En este sentido, la fiesta de la Aseen
Sión de Cristo no es solo un camino para nosotros, que puede ayudarnos a vivir más
intensamente. Es, además, una fiesta que nos interpela: nuestra manera de hablar, nuestra
forma de encontrarnos con los demás, nuestra conducta personal, ¿contribuyen a abrir el
cielo a otras personas? Solo cuando el cielo se abra sobre todos nosotros, celebraremos
esta fiesta tal como la primitiva Iglesia cristiana, siguiendo la teología de Lucas, entendió
que debía hacerlo.

Ritual

Nostalgia de hogar

Durante la fiesta de la Ascensión de Cristo, date una vuelta a pie por entornos naturales.
Y, mientras caminas, repite para ti el dicho del apóstol Pablo a los fieles de Filipos:
«Nuestra patria es el cielo» (Flp 3,20).

Fíjate bien que al caminar, aunque tus pies tocan la tierra, vuelven a dejarla enseguida
para continuar adelante. No caminas simplemente para alcanzar un objetivo terreno. La
meta que tú persigues está más allá del horizonte que divisan tus ojos. Novalis lo expresó
con una fórmula que se ha hecho famosa: «Así, pues, ¿adónde nos llevan nuestros
pasos? Siempre a casa».

Imagínate que el camino que recorres te lleva a un hogar eterno. Cada paso que das
aviva en ti el anhelo de alcanzar una meta en la que, finalmente, puedas sentirte como en
tu propio hogar. Esta no será nunca la casa que ocupas con tu familia. Te lo diré
claramente: es la casa que a todos nos espera en el cielo. A cada paso que das, sientes
que tu peregrinar te lleva hacia esta casa, en la que finalmente podrás vivir para siempre
como en tu verdadero hogar.

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EN EL RELATO DE PENTECOSTÉS que el evangelista Lucas nos ha dejado en el
libro de los Hechos de los Apóstoles hay tres imágenes que me impresionan
especialmente: la tormenta, el fuego, y el nuevo lenguaje. En mi opinión, las tres
imágenes tienen que ver con una vida renovada.

VIDA NUEVA 1 El Espíritu Santo nos zarandea como una poderosa tormenta. Nos
arranca de donde estamos y hace de nosotros un revoltijo. Nos obliga a dejarlo todo y a
abrirnos a aquello que querría entrar en nosotros. Si nos exponemos al viento, se abren
los poros de nuestra piel, se enrojecen las mejillas, a través de todo nuestro cuerpo corre
nueva vida. De todos modos, el Espíritu - pneuma en griego, spiritus en latín - Santo no
es solo tormenta. Es también aliento, que puede penetrar en nosotros y transformarnos.
Cuando en un espacio muy reducido tenemos dificultades para respirar, si abrimos la
ventana y dejamos entrar aire fresco, nos sentimos vivos de nuevo. Este último ejemplo
nos ayuda a comprender el tipo de transformación que el Espíritu Santo opera en
nosotros. La casa donde se habían encerrado los 120 varones y mujeres seguidores de
Jesús, y donde seguían juntos por miedo a sus vecinos, se abrió a consecuencia de la
tormenta. Entonces, la atmósfera sofocante desapareció de pronto, y aquellas personas
miedosas y agarrotadas re cobraron de nuevo el movimiento. Son de todos conocidas las
palabras pronunciadas por el papa Juan XXIII al convocar el concilio Vaticano II:
«¡Abrid de par en par las ventanas! ¡Dejad que entre aire fresco!». Confiaba plenamente
en que el Espíritu Santo iba a renovar una tradición que se había vuelto estrecha, y que
era necesario dejar limpia del polvo y de la pátina de siglos para insuflarle nueva vida.

NUEVO FUEGO 1 El Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en forma de lenguas
de fuego. El fuego calienta, ilumina y transforma. El fuego sirve también para depurar el
oro. De un sucio conglomerado metálico se obtiene un metal precioso puro. Nuestra vida
se transforma en el fuego del bautismo. El fuego es también imagen del amor. Cuando
alguien se enamora apasionadamente, sus ojos brillan como el fuego. Desprenden
dinamismo y fuerza. Sin embargo, el fuego también puede quemar y destruir. El fuego
hay que dominarlo, controlarlo. En Pentecostés le pedimos al Espíritu Santo que él
transforme el fuego de nuestras pasiones en un fuego de entusiasmo y amor, para que de
nosotros pueda saltar la chispa que prenda en otros.

Cuando en el corazón de una persona arde el fuego del amor, otras muchas pueden
calentarse a su lado. En cambio, si en nosotros el fuego se ha extinguido, nadie podrá
recobrar su calor cerca de nosotros. Estar llenos del Espíritu Santo significa estar
contagiados del fuego del amor divino. La fiesta de Pentecostés es el anuncio de que en
nosotros ha prendido el fuego del amor divino. Descubrimos así que nuestros

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sentimientos languidecen, y que nuestro corazón está vacío. Muy adentro se esconde
este rescoldo: el Espíritu de Dios en nosotros. Pentecostés es también una celebración del
Espíritu Santo. Está en nosotros y hoy desearía envolvemos y ponernos al rojo vivo, y
atizar este amor nuestro, hoy tan insípido, para que de nuevo se vuelva incandescente.

UN NUEVO LENGUAJE 1 La tercera imagen de la transformación es el nuevo


lenguaje. Los discípulos de Jesús hablan de pronto un lenguaje que todos comprenden.
El lenguaje tiene la capacidad de transformar a las personas. Cuando alguien no puede
expresar sus sentimientos más profundos, cuando alguien no puede manifestar las heridas
de su niñez, nada puede cambiar en él. Quien encuentra las palabras que le permiten
contar su vida a otra persona, se cura. Encerrados en su casa, los discípulos carecían
todavía de palabras que les permitieran expresar lo que habían vivido. La muerte y la
resurrección de Jesús les resultaban todavía incomprensibles. Y como no disponían de un
lenguaje nuevo para expresar su nueva experiencia, sus nuevos sentimientos y sospechas,
optaron por callar. Permanecieron encerrados, estériles para el mundo. En Pentecostés,
el Espíritu Santo dota a los discípulos de un lenguaje que todos comprenden. Además, es
un lenguaje que obliga a aguzar el oído y, de hecho, fueron muchos los curiosos que
acudieron a escucharlo. Un lenguaje nuevo, que nadie había escuchado hasta entonces.

En el lenguaje, el ser humano expresa su vida, sus experiencias, sus deseos íntimos y
sus sospechas. Sin embargo, el ser humano no consigue expresarse a sí mismo en todos
los lenguajes. Muchos no comprenden el lenguaje de la Iglesia actual. Cuando escuchan
una parta pastoral o una encíclica, a menudo las palabras les resbalan. Los poetas lo
saben: solo quien encuentra la palabra exacta transforma la realidad. En una poesía
titulada Varita mágica, Joseph von Eichendorff expresó esta misma idea: «Y el mundo
empieza a cantar, si das con la palabra mágica». El Espíritu Santo puso en boca de los
discípulos la palabra mágica, que hizo que el mundo los escuchase y que en el corazón
de los seres humanos surgiese el asombro. El hecho de que, gracias a la palabra mágica
del nuevo lenguaje, cada oyente es cuchase a los apóstoles en su propio idioma tuvo un
resultado inmediato: de pronto, muchas personas de la más diversa procedencia
alcanzaron una maravillosa consonancia. Rompieron su aislamiento. Acudieron en masa
y de 12 naciones diferentes se formó una sola comunidad. Más tarde, Lucas dirá de ella
que la multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón.

Hoy pasa lo mismo: un lenguaje frío provoca el que los oyentes se cierren en banda.
Nadie quiere calentarse con nuestra frialdad. En cambio, si lo que decimos brota de un
corazón amante, de nuestro lenguaje se desprende algo que une a los seres humanos
entre sí y los abre al misterio de la vida.

NUEVA VIDA EN COMUNIDAD 1 La comunidad solo se hace posible gracias al


lenguaje. A menudo, cuando hablamos entre nosotros, nos andamos por las ramas. Si los
políticos se atrincheran en sus habituales consignas, el lenguaje se pervierte y pasa a ser
un instrumento de poder y arrogancia. Si en las familias sus miembros no pueden seguir

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hablándose entre ellos, la vida en común se vuelve estéril. Si en una pareja sus
integrantes son incapaces de poner de manifiesto su más honda realidad, o de
intercambiar unas palabras, el compañerismo se esfuma como la arena entre los dedos.
En Pentecostés pedimos que Dios nos conceda este nuevo lenguaje que toca los
corazones de los seres humanos, un lenguaje que nos permite expresar nuestras propias
necesidades, añoranzas y previsiones. Porque, solo si encontramos un lenguaje que
responda a nuestra más íntima realidad, podrá esta transformarse y mejorar. También
pedimos un nuevo lenguaje para la Iglesia: que sus representantes no se limiten a repetir
las palabras de siempre, sino que traten de encontrar un lenguaje actual, capaz de
anunciar el amor de Dios con palabras que lleguen al corazón del hombre de hoy. Y
pedimos que este nuevo lenguaje ponga las bases de una nueva vida en común. Cuando
de pronto todos hablamos el mismo lenguaje, surge la comunidad, entramos en contacto
con el misterio del otro y con el nuestro. El cielo se abre y el Espíritu de Dios se hace
tangible.

Ritual

El rescoldo bajo las cenizas

Ponte cómodo en un lugar al aire libre e imagínate que el viento te acaricia suave y
tiernamente. El Espíritu Santo querría acariciarte con ternura y amor. Pero, en medio de
una tormenta, el viento también puede azotarte. Entonces quiere barrer de ti el polvo
acumulado en el camino, empujarte para que sigas adelante, para que te acerques a los
seres humanos. También esta es una posibilidad del Espíritu Santo.

Ponte al sol. Deja que sus rayos brillen en tu piel. Después imagínate que el sol penetra
en tu cuerpo, y que su calor y su luz te llenan hasta rebosar. E imagínate que en el fondo
de tu alma está vivo el rescoldo del Espíritu Santo. Si estás en contacto con este
rescoldo, sientes que no te has extinguido. Bajo las cenizas de tu ajetreada vida cotidiana
arde un rescoldo que nunca se apaga, porque es el fuego del Espíritu Santo.

Si entras en contacto con este rescoldo, sientes el pálpito de tu propia vida. Y de tu boca
no saldrán nunca palabras frías y distantes, ni palabras ofensivas, sino palabras cálidas,
que confortan a los demás.

Serán palabras eficaces, que construyen para los demás una casa en la que estos se
sientan a gusto.

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«1 ENTECOSTÉS, LA FIESTA AGRADABLE, HA LLEGADO», Se dice en la
adaptación libre que Goethe hace de la fábula Reineke Fuchs [El zorro Reineke]. «Con
alegría festiva brilló el sol y la tierra se vistió de color». El brillo de la naturaleza, que está
rota, el nuevo placer de vivir, el entusiasmo de los seres humanos por una vida en
plenitud, tal como aparece ahora ante nuestros ojos, nos habla de esto.

VIVACIDAD Y TRANSFORMACIÓN 1 Pentecostés es la fiesta de la vivacidad y la


transformación. Lo que en la floración de la naturaleza era todavía una promesa, se ha
convertido ahora en realidad. La plenitud de vida que hemos presentido, deseado y
esperado, es ahora visible y nos estimula a nosotros mismos de una forma totalmente
elemental. La misma tradición espiritual y la liturgia están impregnadas de profundo
simbolismo. 50 días después de Pascua celebramos la transformación. También el fruto
de Pascua se pone entonces de manifiesto. El número 50 significa plenitud y perfección.
50 días después de Pascua celebraban los judíos la fiesta de la Cosecha del trigo. Según
una antigua tradición espiritual y sapiencial, el ser humano debe esperar 40 años para ser
él mismo con plenitud. El papa Gregorio Magno dice: «Después debe esperar todavía 10
años más, hasta que el Espíritu Santo lo transforme y lo capacite para acompañar a otras
personas». Pentecostés celebra esta realidad. Para el místico Tauler (o Taulero), el
Espíritu Santo es el «Espíritu del cambio».

UN FUEGO QUE PRENDE 1 El espíritu marca al ser humano. Espíritu no significa


solamente capacidad de conocer y de diferenciar. También el entusiasmo está
estrechamente relacionado con el espíritu. El término mismo «entusiasmo» tiene
etimológicamente el sentido de «inspirado por los dioses, por la divinidad». El
entusiasmo es una fuerza. Es algo que se quiere comunicar, y tiene algo de contagioso.
Pentecostés representa también una historia de contagio. El evangelista Lucas describe
Pentecostés como un acontecimiento lingüístico, como un hecho de habla. El Espíritu
Santo descendió sobre los discípulos en forma de lenguas de fuego. Esta es para mí una
hermosa imagen. El fuego es un símbolo de vivacidad. El fuego depura, purifica y tiene
una fuerza transformadora: aleja el frío y hace claro lo que era oscuro. Sirve para
preparar nuestras comidas y tiene el poder de forjar el hierro. Y en nuestra convivencia
cotidiana nos encontramos con él a cada paso: hay personas que llevan en su interior un
fuego, que se trasluce también al exterior. Quien habla con lenguas de fuego prende
también a otras personas, las inflama. De él sale fuego. Salta una chispa. Y su lenguaje
calienta.

PARA QUE EL FUEGO INTERIOR NO SE EXTINGA 1 Hoy día, se recurre cada vez
más en la sociedad, por parte de las empresas y de las autoridades, pero también en las

202
familias, e incluso en la Iglesia, a un lenguaje frío. Henri Nouwen ha retratado esta
situación con una imagen especialmente acertada: muchas personas dicen frases llenas de
sentido, pero sus palabras suenan como si procedieran de un bidón vacío. Carecen de
contenido y no aclaran nada. Carecen de calidez, y no conmueven. Recientemente me
contó un empresario que si él mismo se encuentra vacío y agotado, no logra que sus
colaboradores entiendan sus palabras. A estas les falta calor, fuego, rescoldo. No basta,
por tanto, argumentar racionalmente. Nuestras palabras deben proceder del corazón. Y
surgir del espacio interior de nuestra alma donde arde el rescoldo del Espíritu Santo.
Como observó también Henri Nouwen, muchas personas están exhaustas, porque tienen
permanentemente abierta la puerta de su estufa. La vida espiritual me obliga a cerrar la
puerta, para que el rescoldo del Espíritu Santo que hay en mí no se extinga, sino que
empiece a arder de nuevo y todo lo colme en mí con su calidez y amor.

PRESTAR ATENCIÓN AL ALMA 1 Al lado de una persona que nos habla con un
lenguaje frío, uno se congela. Automáticamente se aleja uno de ella. Es desagradable
escucharla. Un lenguaje frío es algo dividido ya en sí mismo. Carece de fuego interior,
que según Lucas es algo que pertenece esencialmente al habla. Está seccionado del
corazón. Es un lenguaje que solo proviene de la cabeza. Pero, para que un lenguaje
toque el corazón de los seres humanos, cree vida, inspire la fantasía, comunique ideas,
exprese la vida y fomente vida, debe tener una doble fuente: la experiencia vivida y el
corazón del hablante. No deberíamos extrañarnos de que hoy día el lenguaje - por
ejemplo, el de los comunicados oficiales en el mundo de la política y en la Iglesia - no
alcance con frecuencia a los seres humanos, ni mucho menos suscite en ellos arrebatos
de entusiasmo. Cuando quienes hablan son personas extenuadas, que, aun cuando
realmente no les falte buena voluntad, apenas se han preocupado de su alma y no han
protegido el rescoldo que esconden en su interior, su lenguaje permanece inoperante, sin
efecto.

EN ALAS DEL ENTUSIASMO 1 Si nuestro lenguaje contiene fuego, no solo calienta,


sino que incluso entusiasma. Los seres humanos notan la inteligencia en el lenguaje,
respetan el saber del hablante, pero, sobre todo, sienten la presencia del Espíritu Santo,
que habla a través de sus palabras y las colma de su ardor. Los seres humanos sienten
que este Espíritu los mantiene vivos a ellos mismos, que él es quien despierta en ellos el
gusto por la vida. Entusiasmo quiere decir: estar lleno del Espíritu. Quien se entusiasma,
deja que su indiferencia se transforme, acepta comprometerse con algo. Acepta ponerse
en movimiento. Está dispuesto a emprender algo. Y su entusiasmo da alas también a
otros, que de esa manera se deciden a colaborar en una gran obra común. Este fue el tipo
de entusiasmo que se apoderó de los primeros discípulos de Jesús cuando, en
Pentecostés, descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Semejante entusiasmo infunde
valor, y une a los discípulos. Nos sentimos personas nuevas. Todos necesitamos algo de
este entusiasmo, para que el Espíritu de Dios pueda utilizarnos también hoy como
instrumentos de su acción transformadora del mundo. En efecto, el entusiasmo genera

203
cambios y novedades, y hace posible un nuevo lenguaje capaz de transformar la realidad
sin dividir a los seres humanos. El lenguaje de Pentecostés promueve la unidad entre los
hombres.

EL FUEGO INTERIOR 1 En cualquier caso, del entusiasmo también se puede abusar.


Poder entusiasmar a otras personas es también un don. Hay oradores que, precisamente,
entusiasman a los jóvenes. Por desgracia, no siempre saben servirse como Dios manda
de su don. Ellos mismos están fascinados por la eficacia de sus palabras, pero acto
seguido exigen de sus entusiasmados admiradores una dependencia total, o excesiva. El
lenguaje no debe convertirse en truco o instrumento de seducción. Conozco
personalmente a mu chas personas que se dejaron llevar por el entusiasmo y algunos
años más tarde sintieron que se había abusado de ellas. Se vieron metidas en iniciativas
en las que nunca habrían entrado libremente por su cuenta. Eran personas dependientes
del gurú que las había entusiasmado. El entusiasmo que es fruto del Espíritu Santo ni
manipula ni engaña a nadie. No crea personas dependientes, sino llenas a rebosar del
Espíritu, y por lo tanto creativas. El contacto con el fuego interior del Espíritu Santo que
habita en ellas las mantiene incandescentes.

Ritual

Encontrar un nuevo lenguaje

Me siento cómodamente y me imagino que dentro de mí arde el fuego del Espíritu Santo.
Aunque estoy agotado y me siento vacío, bajo las cenizas se mantiene viva todavía la
llama del Espíritu Santo. Dejo que esta llama afluya a mi corazón, para que se llene de
amor y calidez.

Dejo que la llama penetre después en mi lenguaje, para que, como les sucediera a los
primeros discípulos, también mi lenguaje se vuelva ardiente, para que sea un lenguaje
que haga saltar la chispa del Espíritu Santo, un lenguaje cálido, que sea capaz de tocar
los corazones de la gente y a mí mismo me dé nueva fuerza.

204
205
DÍA 24 DE JUNIO, FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA. Este día, además de
celebrarse la festividad de Juan Bautista, el precursor de Cristo, coincide con el solsticio.
Es el día más largo del año, el día en que el Sol alcanza su punto más alto. A partir de
hoy volverá a disminuir el tiempo de luz solar, hasta que en Navidad vuelva de nuevo a
aumentar. ¿Qué tiene que ver la celebración del solsticio de verano con la fiesta del
Bautista? Ambas celebraciones, la fiesta de la naturaleza y la memoria del santo, están
estrechamente relacionadas en la comprensión simbólica del año cristiano.

DENTRO Y FUERA 1 La Iglesia ha dedicado este día a la memoria de Juan Bautista,


quien dijo refiriéndose a Cristo: «Él debe crecer y yo disminuir» (Jn 3,30). Es un lema
que podemos utilizar en todos los tiempos de cambio en nuestra vida. El ego debe
disminuir, para que en nosotros pueda crecer el núcleo de nuestra auténtica identidad
personal. El ego, que es la cara aparente del ser humano, se vuelve más débil cada vez
que en nuestra vida hemos de afrontar un momento crítico. Esto último es una condición
necesaria para que el contacto que mantenemos con nuestra verdadera esencia sea cada
día más estrecho. El Sol exterior, que en verano nos ilumina y calienta tan
generosamente, empieza a disminuir a partir del 24 de junio. Sin embargo, el Sol interior,
que cada uno lleva en su corazón - para los primeros cristianos, el Sol era una imagen de
Cristo resucitado-, debe crecer a partir del verano.

SIMBOLISMO SOLAR 1 En casi todas las religiones, el Sol ha recibido alguna forma de
culto. Los griegos y los romanos lo veneraron como la fuerza ordenadora del mundo.
Teniendo en cuenta que el Sol brilla por igual para todos, es considerado también
símbolo de la justicia. La Iglesia primitiva quiso aprovechar la veneración que griegos y
romanos tributaban al Sol y la adaptó para aplicársela a Jesucristo. Cristo es el Sol de
justicia. Y se habla del Sol de la resurrección. De la misma manera que Cristo resucita de
entre los muertos, el Sol sale cada mañana de la oscuridad de la noche. De ahí que tanto
al comienzo - en laudes - como al final del día - en vísperas-, la Iglesia cante himnos al
Sol, que como Cristo debe salir en nuestro corazón, para eliminar de él toda oscuridad.

SOLSTICIO 1 El solsticio se ha celebrado en muchas religiones, a menudo con acciones


rituales. Todavía hoy, en muchos lugares los jóvenes encienden hogueras en la fiesta de
san Juan Bautista. En mi juventud era una costumbre bien vista saltar después sobre
estos fuegos. Para los jóvenes varones era una especial demostración de valor. Con estos
fuegos del solsticio, los antiguos pretendían incrementar de alguna manera la fuerza del
Sol, porque se creía que en el solsticio el Sol se debilitaría. Para que esta debilitación no
desencadenase una crisis en todo el mundo, se encendían fuegos por doquier. La Iglesia

206
ha recogido y aprovechado el contenido de estos cultos religiosos, aunque previamente
los ha liberado de sus elementos mágicos. Así, por ejemplo, la imagen del solsticio le
sugirió la idea de que a medida que el Sol exterior disminuye, Cristo, nuestro Sol interior,
debe crecer en nosotros.

TIEMPOS DE CAMBIO 1 Los tiempos de cambio son también tiempos de


transformación. Los conceptos de «cambio» y «transformación» no solo están
relacionados, sino que en parte coinciden. En toda vida humana se dan tiempos y
ocasiones de cambio radical, que nos obligan a prescindir de cosas que hemos amado
hasta ese momento. Los tiempos de cambio son siempre tiempos de crisis. Por ejemplo,
los cambios de la pubertad, de la mitad de la vida y, finalmente, del final de la vida
laboral en la jubilación, van acompañados de la crisis correspondiente. De ahí que se
necesite poner especial atención para que las crisis conduzcan a una mayor madurez y no
a un desastre. El solsticio nos invita a reflexionar sobre los distintos tiempos de cambio
de nuestra vida y a pedirle a Dios que él lo conduzca todo para nuestro bien.

TIEMPO DE COSECHA 1 Lo que la tradición espiritual ha relacionado con el Sol - el


interior y el exterior-, lo expresa maravillosamente el relato infantil El ratón Frederick, de
Leo Leonni. No es de extrañar que la historia de unos ratoncitos campestres, que
trabajan sin descanso en la recogida de granos, nueces, trigo y paja, se haya convertido
en un clásico para jóvenes y mayores. Todos los ratones trabajan día y noche. Todos,
menos Frederick. Y cuando le preguntan a este por qué no hace nada, el aludido
responde: «¡Pero si yo trabajo! Recojo rayos de sol para los fríos y oscuros días del
invierno». Y más adelante, cuando lo acusan de pasarse el día tumbado en la pradera,
contesta: «Recojo colores, porque el invierno es gris». En efecto, cuando llega el invierno
y los ratones viven escondidos entre las rocas, totalmente a oscuras, el ratón Frederick
les habla de los rayos de sol del verano, que él ha almacenado en el interior de cada uno
de ellos. Al escuchar este relato de un colega suyo, los ateridos y hambrientos ratones
notan cómo su pecho se calienta alrededor del corazón.

Te deseo, querido lector, que durante el verano dejes que los rayos de sol desciendan
al fondo de tu corazón, para que más adelante, cuando se haga de noche, recuerdes la
luz del sol. Te deseo, además, que dejes crecer en ti la alegría de vivir, el Sol interior, que
te acompaña incluso en tiempos oscuros.

Ritual

Hazte permeable a la luz

Disfruta del día más largo del año. Disfruta del agradable atardecer, que todavía nos
ofrecerá unas horas de luz antes de anochecer. Y, como el ratón Frederick en el famoso
relato infantil, recoge y almacena en tu interior los rayos de sol.

207
Imagínate que el Sol, que hoy nos ilumina durante tanto tiempo, a partir de ahora
menguará. De todos modos, él querría brillar siempre en tu corazón.

Imagínate que Cristo, el verdadero Sol, no se pone nunca en tu corazón, ni siquiera


cuando se hace de noche.

Imagínate, finalmente, que Cristo únicamente puede brillar dentro de ti cuando tú hagas
pasar a un segundo plano tu ego y consigas que este se vuelva permeable a la luz de
Jesucristo.

208
209
CORPUS CHRISTI, UNA FIESTA QUE A MUCHOS les parece típicamente católica y
que para otros es una celebración especialmente clerical. Pero ¿es correcta esta visión?
¿Cuál es realmente el significado de esta fiesta?

UNA VISIÓN FEMENINA 1 Una fiesta está siempre llena de imágenes arquetípicas, lo
suficientemente amplias como para que consigan interpelar a todas las personas. Lo
realmente decisivo es cómo se interpretan esas imágenes. Hace años tuve que dar un
curso antes de la fiesta del Corpus. En él hablamos del significado de esta fiesta. Algunas
mujeres afirmaron que el Corpus les había parecido siempre una fiesta especialmente
clerical. Por mi parte, traté de explicarles que precisamente el Corpus era una fiesta
típicamente femenina. ¿Cómo es posible? Históricamente, la fiesta del Corpus se
remonta a la piedad eucarística de los círculos de mujeres de Brabante y Flandes y, en
último término, a las visiones de Juliana de Lüttich (t 1258). En una de sus visiones,
Juliana contempló un brillante disco lunar, que en su periferia mostraba un punto oscuro,
una especie de mancha. Según la propia vidente, esta visión contenía un mensaje para la
Iglesia: debía celebrar una fiesta especial para agradecer el don de la eucaristía. De esta
manera, a pro puesta suya, el obispo Robert introdujo la fiesta del Corpus en Lüttich. Y
desde allí se fue extendiendo, primero por los monasterios femeninos y después por toda
la Iglesia. Por tanto, el Corpus surgió como un presentimiento y una exigencia de
mujeres. Es la fiesta que santifica la materia. Y con ello quiero decir: el Corpus nos
ofrece una nueva visión de la dignidad del cuerpo y del misterio de la materia.

VER EL MUNDO CON OJOS NUEVOS 1 ¿Cuál es el mensaje actual del Corpus?
¿Cómo puede transmitirnos esta fiesta una nueva visión de nuestra vida y de nuestro
mundo? En el pan transformado, Cristo mismo es llevado por el mundo, para decir: en
todas partes, Cristo es el auténtico fundamento de este mundo. Por eso, en último
término todo transparenta a Cristo. El pan es fruto de la creación. Cuando el pan ha sido
transformado en el cuerpo de Cristo y cuando Cristo mismo se nos muestra en él, esto
significa: Cristo está en todo. Y todo existe gracias a él. El pan transformado es como un
espejo en el que los creyentes vemos el mundo con ojos nuevos. En todos los lugares por
donde Cristo sea portado en la custodia, confesamos: Cristo está aquí. Cristo está en las
calles de nuestra ciudad, en las casas de nuestras familias, en las fábricas y en los
despachos. Está en las flores y en los árboles. El gran paleontólogo jesuita francés
Teilhard de Chardin describe la curiosa experiencia que tuvo al arrodillarse ante el
Santísimo expuesto en la custodia en la iglesia de un pueblecito durante la guerra. De
pronto, al fijar su mirada en la custodia, tuvo la impresión de que la blancura de la hostia
se extendía paulatinamente por el mundo entero y lo impregnaba todo del amor de

210
Cristo. Teilhard habla de «amorización», para referirse a la lenta - pero imparable -
penetración del amor de Cristo en el mundo. En su exposición, el pan transformado es al
mismo tiempo imagen del amor de Cristo, que lo llevó a morir por nosotros en la cruz.

FIESTA DE LA VISTA 1 Este amor de Jesús, que tiene su máxima expresión en la cruz,
lo llevamos sus discípulos por el mundo, porque nuestra fe nos dice que este amor está
presente y actúa en toda la creación, especialmente en cada uno de los seres humanos,
incluso en aquellos que parecen respirar odio por todos sus poros. Cuando la custodia es
llevada por el mundo, el mensaje que nos transmite es: en último término, cada ser
humano es una custodia, porque todos llevamos a Cristo dentro de nosotros. Así
entendida, la procesión del Corpus debería transformar nuestra manera de mirar a los
seres humanos. Debería ser para nosotros una invitación a ver a Cristo en cada uno de
los seres humanos. Estos ojos transformados harían bien a nuestro mundo. Serían un
símbolo de esperanza para él. En lugar de mirarnos con ojos desconfiados o acusadores,
deberíamos aprender a vernos unos a otros con los ojos de la fe y a descubrir en cada ser
humano el núcleo bueno, o por lo menos el anhelo del bien, el deseo de encontrar la
límpida imagen de Cristo en su corazón. Esto significa portar la custodia por el mundo de
nuestra vida cotidiana, para ver este mundo con otros ojos. En este sentido, Corpus
Christi es la fiesta de un ver que penetra a fondo el misterio de las cosas, el misterio del
mundo y del ser humano.

TODO ES METÁFORA 1 El escritor evangélico Erhard Kástner describió


admirablemente el misterio del Corpus en su libro Stundentrommel auf dem Berg Athos
(literalmente: «El tambor de las horas en el Monte Atos»). En él se refiere a las parábolas
y al lenguaje gráfico de Jesús. Para Jesús, todo es una metáfora del misterio de Dios y de
su encarnación. Jesús se denomina a sí mismo vid verdadera, pan de vida, puerta, pastor
y agua que nos da vida eterna. De estas palabras de Jesús, Kástner deduce: «Lo
transitorio puede ser metáfora de lo permanente. ¡Qué acontecimiento! ¿Se en tiende que
la Tierra tenga otro rostro, según que uno lo crea o no? ¡Qué dignidad, qué disponibilidad
para ser salvado aporta esto al mundo! Si en otro tiempo "cosecha" significó también
cumplimiento, y "curación" significó también salvación; si, por tanto, las cosas de este
mundo realmente aceptaron funcionar como metáforas de la salvación, sin hacerse añicos
por ello, esto no puede acabar así, ha de tener consecuencias. A todas luces, la metáfora
debe aportar una elevación sacramental a las cosas mentadas, a la vid y al sarmiento, al
pan y a las campiñas que maduran, a la cosecha y a las bodas: una transformación que
tiene su más alta expresión en la transformación del pan y del vino, pero que no es la
única». Del pan transformado, de Cristo en la custodia se desprende un rayo de luz sobre
nuestro mundo. Todo se vuelve diáfano para Cristo. La puerta se convierte en imagen de
los nuevos espacios que Cristo nos hace accesibles. La ventana nos recuerda que todo el
mundo es un mirador, a través del cual barruntamos a Dios, misterio incomprensible e
invisible. La casa se convierte en imagen de la morada que el mismo Dios quiere fijar con
nosotros y en nosotros. Las calles se convierten en metáfora de que Jesús, el caminante

211
divino, recorre con nosotros todos los caminos.

TODO NACE DE NUEVO 1 Por tanto, el Corpus no es una fiesta de los clérigos, sino
de las mujeres. La idea de instituirla surgió de mujeres y fue creada como fiesta para
mujeres. Estas tienen sensibilidad para el misterio de la creación, para el misterio de que
Dios se ha de encontrar en todo, y de que todo es transparente para el amor. Esta fiesta
nos invita a mirarnos los unos a los otros y a mirar el mundo con ojos nuevos y a
impregnar de amor todo aquello que traemos entre manos y todo lo que tocamos. Todo
nace entonces de nuevo, y el misterio de la encarnación se prolonga en el mundo. El
nacimiento de Jesús de la Virgen se consuma de nuevo para nosotros. Dios nace dentro
del mundo. La encarnación de Dios colma el mundo entero. Y nosotros celebramos la
encarnación universal del amor de Dios en nuestro mundo. Así, pues, Corpus es una
fiesta optimista, que no nos introduce solo en una nueva experiencia de Dios, sino
también en una nueva experiencia de este mundo: en la experiencia de un mundo que
refleja el amor de Dios.

Ritual

Todo ha sido transformado

Sal a pasear y observa algunos ejemplares de árboles, flores, arbustos, hierbas, campos
de cultivo, praderas y campiñas. Medita en ellos con la mirada profunda de Jesús, que
dice: «Yo soy la verdadera vid». Todo en la naturaleza es imagen y metáfora de nuestra
relación con Dios y con Jesucristo.

En la naturaleza todo está penetrado por Cristo, cabeza de la creación, que hace que todo
esté intercomunicado. Medita así profundamente en la creación e imagina que te
encuentras a cada paso con Cristo, que lo penetra todo, como quiso expresar Teilhard de
Chardin con su palabra «amorización».

Tal vez comprendas entonces el misterio de la fiesta del Corpus: lo que se ha


transustanciado en Cristo no es solo el pan de la hostia, sino toda la creación, que está en
contacto por Cristo, penetrada y transformada por él.

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EL DíA 2 DE JULIO CELEBRAMOS LA FIESTA de la «Visitación de María». Es una
fiesta celebrada también por la Iglesia evangélica. Johann Sebastian Bach compuso una
cantata especial para este día. A ella pertenece el famoso canto coral Jesus bleibet meine
Freude, «Jesús, alegría de los hombres». Es una fiesta que siempre ha sido bien acogida
entre los creyentes. Seguramente porque gira en torno al misterio del encuentro.

EL PROPIO CAMINO 1 Dos mujeres embarazadas se encuentran. El encuentro pone


algo en movimiento, en ellas y entre ellas. María se pone en camino. Para llegar adonde
vive Isabel debe pasar la montaña. En este detalle veo personalmente una imagen de la
decisión de María de seguir su propio camino y de afrontar sin miedo los obstáculos que
habrá de superar al recorrerlo. María se ha puesto en manos de Dios. Ahora se atreve a
romper con su vida cotidiana y a pasar la montaña de los prejuicios, de las inhibiciones y
de los miedos, para llegar al lugar adonde se sabe llamada.

Cuando llega a la casa de Isabel, saluda a su pariente. Los artistas han representado a
menudo la escena de las dos mujeres que se saludan y se funden en un abrazo. Ambas se
confían la una a la otra. En el seno de Isabel da un salto el hijo. En el encuentro se
produce movimiento. Lo interior empieza a moverse. El hijo es garantía del yo original y
auténtico. Podría decirse: Isabel entra en contacto con su verdadera naturaleza. Gracias
al encuentro con María, Isabel se reconoce a sí misma y su auténtica naturaleza, su
dinamismo y originalidad. El Espíritu Santo llena a Isabel y la mueve a pronunciar
palabras que hasta entonces no habían salido nunca de su boca: «Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Le 1,42). En este encuentro, ambas mujeres se
intercambian la bendición. María bendice a Isabel, e Isabel bendice a María. Ambas se
convierten en bendición la una para la otra. Cuando el encuentro es pleno, se convierte
siempre en una bendición para quienes han participado en él.

EL MISTERIO DEL OTRO 1 Juntamente con la bendición, Isabel reconoce también el


misterio de su pariente: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Le
1,43). Estas palabras valen para cada encuentro. Cuando nos encontramos realmente con
el otro y establecemos con él un contacto que no sea superficial, reconocemos que él es
la madre de nuestro Señor. Los padres de la Iglesia interpretaron estas palabras en el
sentido de que cada uno de nosotros, varón o mujer, puede ser en su alma madre de
Cristo. En cada uno de nosotros quiere nacer Cristo. En este sentido, al otro únicamente
lo reconocemos de forma plena cuando vemos que Cristo es su auténtico núcleo. He
tratado de exponer esta idea gráficamente, por medio de algunos ejercicios prácticos, en
diversos cursos. Para ello distribuyo a los participantes en dos grupos - más exactamente,
en dos filas - y les pido que se coloquen unos frente a otros. Cada uno debe mirar al que

214
tiene enfrente con los ojos de la fe, que no juzgan ni condenan al otro, sino que ven en él
a Cristo. Después, cada uno debe inclinarse ante el otro, para expresar su
convencimiento de fe de que Cristo está en él. A continuación, hacen este mismo gesto
los de la otra fila. A muchos les resulta más fácil inclinarse ante quien tienen delante que
aceptar la inclinación que les dedican los otros. Y es que nosotros tal vez podemos creer
que Cristo está en el otro, que en el otro existe un núcleo bueno o divino. Pero nos
resulta difícil creer esto de nosotros mismos. Y, sin embargo, en el encuentro de estas
dos mujeres, Isabel y María, deberíamos ver un ejemplo de cómo superar esta dificultad.
También para mí vale la afirmación de que soy madre de Cristo. Yo soy el bendecido y
el otro quien bendice.

TOTALMENTE CON EL OTRO, TOTALMENTE CON UNO MISMO 1 María


responde a la bendición de Isabel y a su bienaventuranza («¡Dichosa tú que has creído,
porque se cumplirá lo que el Señor te anunció», Le 1,45) con una alabanza a Dios:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor... Porque se ha fijado en la humildad de su
esclava y en adelante me felicitarán todas las generaciones» (Le 1,46-48). Son palabras
que rebosan autoconfianza y confianza en Dios. En su encuentro con Isabel, María
conoce su propia dignidad y el misterio de su vida. Y levanta sus ojos a Dios, para
agradecerle que le haya concedido la gracia de hacer lo que tan meritoriamente hace.

Este admirable encuentro entre dos mujeres embarazadas ha fascinado desde


siempre a muchos lectores del Evangelio de Lucas. La fiesta de la Visitación quiere
invitarnos asimismo a mirar con ojos nuevos los encuentros de que disfrutamos a
menudo. Si estamos plenamente con el otro, nos acercaremos al mismo tiempo a la
esencia y al misterio de nosotros mismos. Y también en nosotros se produce un
encuentro. Reconocemos quiénes somos y cuál es el misterio del otro. En el encuentro se
pone de manifiesto quién es Dios para nosotros y de qué dignidad disfrutamos nosotros
gracias a él.

Ritual

Encontrarse

Todos vivimos encuentros en los que otras personas se abren a nosotros, y rastreamos
algo de su misterio. Y también tenemos experiencia de cómo nosotros nos abrimos al
otro. Piensa a quién te gustaría visitar hoy, alguien a quien hace tiempo habrías querido ir
a ver. Después te lanzas a cruzar la montaña de tus excusas y vacilaciones sobre si esta
visita te viene bien o no hoy.

Y como María, te encaminas con todo cuidado hacia la persona a la que debes visitar o
encontrar. Como Isabel, puedes decir al otro - u otros - con quien - o quienes - te vas a
encontrar: «Bendita seas, tú eres la madre de mi Señor. Tú llevas a Cristo dentro de ti».

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Si te acercas al otro con esta mirada, entenderás qué significa encontrarse con alguien: yo
mismo salgo bendecido y transformado del encuentro. No hemos hablado de nada en
particular. Ambos hemos rastreado algo del misterio del otro.

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EL DíA 25 DE JULIO LA IGLESIA CELEBRA la fiesta del apóstol Santiago.

La ruta que conduce a la tumba del apóstol, el famoso «Camino de Santiago», lleva
cada año a miles de personas a Santiago de Compostela. Ello demuestra que la
peregrinación forma parte de los grandes movimientos espirituales de nuestro tiempo.

UNA ANTIGUA TRADICIÓN 1 Según una antigua tradición, después de su martirio se


hicieron cargo del cuerpo del apóstol sus discípulos. Estos decidieron colocarlo en un
barco, pero en lugar de conducirlo ellos mismos en una determinada dirección, decidieron
que el barco navegase al azar, guiado solo por la voluntad de Dios. El barco tocó
finalmente tierra en Galicia. Allí los discípulos desembarcaron el cuerpo de Santiago y
sobre su tumba construyeron una pequeña iglesia. Pero esta cayó en el olvido. Con el
tiempo, cuando los cristianos habían reconquistado parte de España a los musulmanes,
un habitante de la zona vio una luz en aquel lugar. Se lo comunicó al obispo, quien
ordenó arrancar el matorral y excavar el terreno. Se encontraron así los huesos del
apóstol Santiago. En el «Campo de la Estrella» - es decir, Compostela - se levantó una
gran iglesia. De esta mane ra, a partir del siglo VIII se iniciaron las peregrinaciones a
Santiago de Compostela. Durante la Edad Media, esta ciudad se convirtió, detrás de
Jerusalén y de Roma, en el tercer centro más importante de peregrinación del mundo
cristiano. Es más, en ocasiones Compostela fue más atractiva para los peregrinos que las
dos ciudades antes citadas. Muchos reyes y santos vistieron el hábito de peregrinos y se
lanzaron a recorrer el Camino de Santiago. Este fue declarado patrono de los peregrinos.
Se le representa con la venera, o vieira - es decir, la concha de peregrino-, con un largo
bastón - bordón-, zurrón de viaje y calabaza.

CAMINO DE PURIFICACIÓN 1 El Camino de Santiago ha experimentado en nuestros


días un nuevo impulso. El número de peregrinos aumenta cada año. Quienes ya han
hecho esta peregrinación afirman haber tenido profundas experiencias durante la misma.
Para la mayoría, este es un camino de purificación y cambio personal. El peregrino se
libera de todos los pensamientos y emociones. Su cabeza está clara. Aunque experimenta
sus propios límites, siente que algo cambia en él. Caminar tiene que ver con cambio y
transformación. Y peregrinar significa: liberarse de ataduras y dependencias. Al
peregrinar, experimentamos que toda nuestra vida es una peregrinación. El hecho de que,
en último término, seamos peregrinos aquí, desde el punto de vista puramente
etimológico significa: como extranjeros en este mundo, los seres humanos estamos de
camino hacia nuestra patria eterna (peregrinus, del latín peregre [de viaje, de lejos], es el
extranjero).

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QUIEN SE QUEDA QUIETO, SE ENTUMECE 1 Peregrinar es algo diferente de
vagabundear. El peregrino tiene un objetivo religioso, que trata de alcanzar. Conozco a
personas que cada año se reservan dos semanas de sus vacaciones para pere gripar a
Santiago. Lo hacen por etapas. Inician su andadura en la misma Alemania, atraviesan
Suiza y Francia hasta la frontera española y, a partir de allí, siguen el «Camino», en el
que desembocan todos los senderos y vías secundarias. No importa que el camino lleve a
Santiago o a cualquier otro lugar: lo importante es que uno se proponga una meta para
sus desplazamientos, preferiblemente un lugar o centro de peregrinación. Este tipo de
centros abundan en Alemania y en toda Europa. Los peregrinos se ponen de camino con
sol o con lluvia, se lanzan a recorrer nuevos caminos. Quien se arriesga a partir, siente
que en su alma se rompe algo. Está abierto a aquello que su alma anhela. A medida que
avanza en su camino, experimenta algo esencial sobre la existencia del ser humano: nota
que él no puede quedarse quieto. La vida es movimiento. Quien se queda quieto, se
entumece. Sin duda, en nuestro caminar hay tiempos de reposo. Pero se trata siempre de
descansos limitados. Una vez recuperadas las fuerzas, de nuevo hemos de echar a andar.
Una meta nos espera.

UN HOGAR DEFINITIVO 1 Estamos siempre en busca de un hogar definitivo. El lugar


de peregrinación es símbolo de este hogar. Por ejemplo, los santuarios marianos de
peregrinación tienen algo de maternal. Tras varios días de camino, en un santuario
dedicado a María nos sentimos protegidos, como niños en el seno materno. De alguna
manera, al peregrino le llegan ya allí los ecos del hogar eterno, de una patria donde el
misterio del amor divino nos abraza. Uno solamente puede sentirse en casa allí donde
algo más grande lo abraza. Algunas lenguas no conocen términos como «hogar», o
«patria» (en alemán: Heimat). «Estoy en casa» se dice en francés Je suis chez moi, que
literalmente significa: «Estoy en mí». Es una bonita forma de expresar también aquello
que todos esperamos como peregrinos: avanzamos hacia una meta que queremos
alcanzar. Al llegar al lugar de peregrinación al que nos dirigimos, llegamos también a
nosotros mismos, a nuestro verdadero yo. Hemos roto con aquello que nos ata
exteriormente, con nuestros roles y máscaras, con la rutina de nuestra vida cotidiana,
para, tras un largo caminar, acercarnos más a nosotros mismos y a Dios. Ambas cosas
van juntas: quien llega a Dios, llega también a sí mismo. Se encuentra con su verdadero
yo, con el espacio interior en el que Dios mismo mora en él. Y donde Dios mora en el ser
humano, este es plenamente él mismo, porque se acerca a la imagen original y auténtica
que Dios mismo se ha hecho de él.

Ritual

El camino interior

Durante el verano, tómate cada día el tiempo necesario para dar un paseo. Y, en uno de
esos paseos, trata de poner en práctica el rito que te propongo. Camina lentamente,

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tarareando - o, al menos, susurrando suavemente - una canción o melodía que te
acompañe interiormente mientras paseas.

¿Qué canción o melodía te atrae con más fuerza en este momento? ¿Cuál es la canción
que expresa mejor tu anhelo más profundo? Cuando la hayas escogido, camina
conscientemente con esta canción interior en los labios y trata de sentir cómo te va.

Seguramente caminarás más ligero. Sentirás que tu paseo se convierte en un camino


interior, que apunta a una meta que es más grande que lo que ven tus ojos. Si te parece -
y te resulta factible-, la canción de acompañamiento puedes sustituirla por estas palabras
de Novalis: «¿Adónde vamos? ¡Siempre a casa!».

Así, pues, imagínate que cada paso que das te acerca más a tu verdadero hogar. Tal vez
presientas entonces que cada paso te pone más en contacto con la tierra. Sentirás tal vez
también que, por encima de esta tierra, tus pasos te aproximan a esa casa en la que
también tú estás llamado a morar por siempre. La belleza de la naturaleza que te rodea se
convierte para ti en imagen del hogar eterno, lleno a su vez de hermosura y de vida, en el
que te sabes aceptado y amado para siempre.

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EL DÍA 15 DE AGOSTO, EN PLENO VERANO, LA IGLESIA Celebra la fiesta de la
Asunción de María a los cielos. Antiguamente era la fiesta de la siega. La Iglesia ha
querido que se mantenga vigente la relación de esta fiesta con la naturaleza.

LA CREACIÓN ES UNA BENDICIÓN 1 En algunos países existe la antigua costumbre


de ir este día a la iglesia con manojos de hierbas y verduras. El padre - o la madre - va
con sus hijos al campo y juntos recogen plantas medicinales. Ya de por sí es hermoso
que la familia al completo decida hacer algo que la pone en contacto con las fuerzas
sanadoras de la naturaleza. Los niños descubren que incluso en nuestro entorno más
cercano crecen plantas medicinales. Además de las plantas, recogen hermosas flores y
con unas y otras forman artísticos ramilletes. Cada familia acude con su ramillete a la
liturgia festiva y, acabada esta, todas vuelven a casa con los ramilletes bendecidos. La
mayoría de ellas colocan el ramillete bendito en la sala de estar, bajo la cruz, en el
llamado «rincón de Dios», que todavía se conserva en muchas casas, un lugar donde la
familia suele reunirse para orar. De esta manera, toda la familia se siente bendecida. A lo
largo del año, el ramillete de plantas les recuerda diariamente a todos que la bendición de
Dios acompaña a cada miembro de la familia y que en cada flor y en cada planta
medicinal nos sale al paso esa misma bendición de Dios. La creación en su conjunto se
convierte en bendición de Dios, que nos envuelve.

UNA FIESTA AMIGA DEL CUERPO 1 En la fiesta de la Asunción de María al cielo


celebramos que nosotros, después de morir, estamos llamados a vivir con Dios en cuerpo
y alma, como María. Naturalmente, este cuerpo se desintegrará. Pero resucitar en cuerpo
y alma quiere decir: nuestra persona, en su singularidad, estará con Dios. Nuestro cuerpo
tiene una dignidad inviolable. Está destinado a la resurrección. Estamos, por tanto, ante
una fiesta que considera amistosamente el cuerpo. Esta actitud amistosa con respecto al
cuerpo se muestra también en la gran estima de la naturaleza. La hermosura de Dios y su
poder sanador resplandecen por doquier en la naturaleza. Este poder curativo no se
muestra solo en las plantas medicinales, sino en la naturaleza en general. Desplazarnos
por la naturaleza es saludable para nosotros. De esta manera entramos en contacto con la
energía vital que Dios ha depositado en la naturaleza. Y experimentamos que todos
formamos parte de ella, que su energía y el amor que la impregna nos llenan. Esto es
saludable para nuestro cuerpo y nuestra alma.

UNA FIESTA NECESARIA 1 Necesitamos este tipo de fiestas, que expresan una
aceptación del mundo y una aceptación de nuestra existencia como seres humanos. De
estas fiestas volvemos a la vida cotidiana henchidos de esperanza. Este gusto por la
celebración impregna todavía algunas regiones católicas. Todos deberíamos dejarnos

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contagiar por este gusto de la celebración y por el optimismo que irradia esta fiesta de
María: nuestro cuerpo tiene una dignidad divina. Está destinado a la resurrección. Y la
creación en la que vi vimos es saludable para nosotros, una fuente de renovación y
restablecimiento, una fuente de bendición.

Ritual

Confía en las energías curativas

Aprovecha la fiesta de la Asunción de María para pasear por la naturaleza. Observa la


singular animación que presenta la naturaleza este día de fiesta. Es el punto culminante
del verano, pero de alguna manera se anuncia ya el otoño. Mira las flores y absorbe su
belleza dentro de ti. La belleza de la flor está también en ti, en tu cuerpo.

Tu cuerpo es hermoso, cuando es transparente para el Espíritu de Dios, para la belleza y


para el amor de Dios. Este es también el misterio de María, representada siempre por los
artistas como una mujer hermosa. Ella es diáfana para el amor de Dios.

Contémplate en medio de la naturaleza, y trata de reconocer algunas plantas medicinales.


Y luego contempla con agradecimiento dichas plantas. Imagínate que Dios ha depositado
en la naturaleza energías sanadoras. La naturaleza lo tiene todo, aquello que te hace bien
y aquello que te permite curar tus heridas.

Confía en las energías medicinales que se esconden dentro de ti mismo y en las energías
sanadoras de la naturaleza. Dios mismo es tu médico, que te cura gracias a la energía
medicinal que ha depositado en ti y en el interior de la naturaleza.

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LAS TRES FIESTAS MARIANAS QUE CELEBRAMOS en septiembre tratan de
resaltar otros tantos aspectos de la vida de María y de nuestra propia vida.

LA NATIVIDAD DE MARíA 1 En la fiesta de la Natividad de María, señalada por la


Iglesia para el día 8 de septiembre, celebramos con inmensa alegría el nacimiento de una
muchacha que, hace unos 2.000 años en Israel, se puso confiadamente en manos de
Dios, convirtiéndose de esa manera en fuente de salvación y de bendición para todos
nosotros. Podemos pensar también en nuestro propio nacimiento. Porque no hemos de
olvidar que también nosotros somos una fuente de salud para otros. Muchos tienden a
rechazar esta idea. Ellos mismos se minusvaloran y prefieren destacar sus faltas y
debilidades. Las fiestas marianas son siempre optimistas y alegres. Nuestra mirada a
María debe contribuir a que nosotros mismos nos miremos con otra perspectiva: a María
hemos de verla como la mujer que se dejó impregnar totalmente por la luz y el amor de
Dios. Como en María, también en nosotros se ha derramado el amor de Dios, gracias al
Espíritu Santo que nos ha sido dado (véase Rom 5,5).

EL NOMBRE DE MARÍA 1 La fiesta del Nombre de María se celebra el 12 de


septiembre y nos recuerda la importancia de nuestro propio nombre. Cada uno de
nosotros tiene un nombre propio, con el que nos han llamado no solo los padres y los
hermanos, sino también todas las personas con las que nos hemos encontrado desde
nuestra infancia. En este nombre resuena el amor que hemos experimentado de tantas
personas que nos han dirigido la palabra a lo largo de nuestra vida. Nuestro nombre es
también un programa de vida. Podemos deducirlo de la etimología de nuestro nombre.
Lo que esta nos dice puede ser importante. Así, por ejemplo, mi nombre, Anselm,
significa «protegido de los dioses». Enrique significa «señor en la casa», Bárbara es la
que proviene del mundo divino, distinto del nuestro. Hildegarda es «la que protege en el
combate». Sobre el significado del nombre «María», los sabios no se ponen de acuerdo:
podría significar «la que ama a Dios», o «la amada por Dios». Cuando meditamos en
nuestros nombres propios, tomamos conciencia de importantes aspectos de nuestra
manera de ser. En cualquier caso, debemos sentirnos agradecidos por lo que somos.

LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN MARÍA 1 La fiesta de los Siete Dolores de la


Virgen María se celebra el 15 de septiembre y nos trae a la memoria los dolores que
todos, sobre todo las mujeres, hemos de soportar en nuestra vida. Muchos padres y
madres sufren, por ejemplo, porque el desarrollo de sus hijos toma derroteros que ellos
no habían previsto. Sufren con sus hijos, cuando estos tienen que recorrer un vía crucis,
o incluso fracasan. Esta fiesta nos muestra cómo se comportó María con sus propios
sufrimientos. Las mujeres reaccionan frente al dolor de distinta forma que los varones.

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Aunque a lo largo de su vida pasa por momentos muy duros, María se comporta siempre
co mo madre amorosa, convencida de que los dolores del parto pueden desembocar en
una vida nueva. María sufre en silencio sus dolores, con la esperanza de que sean solo
un paso hacia el nuevo nacimiento.

TENSIÓN Y CALMA 1 Los meses de agosto y septiembre invitan a caminar o a


peregrinar. Fíjate una meta que merezca la pena para tus viajes. Si cerca de donde vives
hay un templo dedicado a María que te gusta, no dudes en llegarte caminando hasta él.
Siéntate en el templo, contempla las imágenes y trata de sentir qué efectos produce esto
en ti. No es estrictamente necesario que creas lo que la Iglesia enseña sobre María.
Confía en tu propio corazón, en tus ojos y en lo que sientes dentro de ti. Adivinas la
tensión entre existencia nómada y existencia hogareña, entre turismo y un descanso que
nos lleva a contemplar la propia verdad a una luz indulgente y sin pretensiones
valorativas. En medio de los trastornos de nuestra vida, esto nos llena de una paz que
nadie puede ya quitarnos.

Ritual

Llamado por tu nombre

Medita en tu nombre. ¿Qué conexiones estableces con tu nombre? Puedes consultar en


un diccionario qué significa tu nombre desde el punto de vista etimológico. Infórmate del
santo o santa que ha llevado tu mismo nombre. ¿Qué dice la biografía de estos santos?
¿Y qué cuenta la tradición? ¿Cómo los han representado los artistas?

Si contemplas las imágenes y meditas en las tradiciones sobre ellos, descubrirás en ti


mismo nuevas posibilidades. También tú tienes dentro de ti algo de estos santos, de sus
capacidades. El santo es una imagen que de buena gana se metería en tu cabeza, para
hacerte tomar conciencia de facultades que de hecho ya posees, pero que con excesiva
frecuencia no pones a trabajar.

Recuerda cómo pronunciaban -y pronuncian - tu nombre tus padres y abuelos, tus


amigos y amigas, y trata de adivinar qué emociones expresaba cada uno de ellos al
pronunciar tu nombre. Tal vez tu nombre no te haya gustado nunca, porque lo
consideras excesivamente trivial, o demasiado llamativo, o porque muchos lo han
convertido en un apelativo familiar cómico.

Reconcíliate con tu nombre, trata de amarlo, porque muchas personas te han demostrado
el amor que te tienen utilizando ese nombre, y porque Dios mismo te llama con este
nombre.

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EL DÍA 29 DE SEPTIEMBRE, LAS IGLESIAS CATÓLICA y evangélica celebran la
fiesta del arcángel san Miguel. Es una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el
misterio de los ángeles, tal como lo ha visto y comprendido la tradición cristiana a partir
de las historias de la Biblia. Tras la reforma litúrgica posterior al concilio Vaticano II, la
Iglesia católica celebra también este día la memoria de los otros dos arcángeles: Gabriel y
Rafael.

HISTORIAS DE ÁNGELES EN LA BIBLIA 1 El Antiguo Testamento narra varias


historias maravillosas sobre ángeles. Dios envía sus ángeles en las más diversas
situaciones. Está, por ejemplo, el caso del ángel que escucha el llanto del niño y lo
conduce a la fuente de la vida, para que beba el agua que lo va a salvar. Está también el
ángel que nos anima cuando, como le sucediera a Elías, nos sentimos tan decepcionados
que preferiríamos morir. También son importantes los ángeles en la vida de Jesús: el
ángel Gabriel anuncia a María que concebirá un hijo, que «será llamado Hijo del
Altísimo» (Le 1,32); un ángel anuncia a los pastores el nacimiento del Mesías, y varios
ángeles alaban a Dios celebrando el misterio del nacimiento de Jesús; cuando Jesús está
en el desierto y es tentado, los ángeles están a su lado; al comienzo de su ministerio
público, los ángeles le acompañan, para que de su acción se beneficien todos los
hombres; al final de su vida, un ángel del cielo lo conforta cuando, en Getsemaní, Jesús
le pide al Padre que aparte de él el cáliz de su pasión; y son ángeles los que anuncian su
resurrección; finalmente, serán también los ángeles los que, según la promesa de Jesús,
nos llevarán al seno del Padre misericordioso en el momento de la muerte.

AYUDA Y Apoyo 1 La Carta a los Hebreos dice que los ángeles «son espíritus
servidores, enviados para ayudar a los que han de heredar la salvación» (Heb 1,14). Dios
mismo nos envía sus ángeles para apoyarnos. Los ángeles son servidores de Dios. La
teología dice que los ángeles son seres creados. Dios puede enviarnos a un ángel en una
persona, que se presenta en el momento oportuno para ayudarnos o darnos ánimo. Dios
nos envía un impulso interior. Un ángel nos toca en el corazón y nos invita a ponernos de
pie y a dar los pasos apropiados para nuestra propia salvación y la de los demás. Un
ángel puede ser una experiencia de luz. Un ángel puede hablarnos también en nuestros
sueños y decirnos cómo están las cosas a nuestro alrededor y qué promesa de futuro se
cierne sobre nuestra vida. Nosotros mismos podemos convertirnos a veces en ángeles
para los demás.

MIGUEL, NUESTRO INTERCESOR 1 La Biblia solo menciona por su nombre a tres


ángeles: Miguel, Gabriel y Rafael. Miguel significa «¿Quién como Dios?». Es un ángel

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poderoso y muy influyente. Está a nuestro lado para luchar contra todo tipo de
tentaciones. Y nos obliga a plantearnos una y otra vez la cuestión de quién es Dios para
nosotros. Miguel nos invita a despojarnos de nuestras imágenes de Dios y a volvernos
hacia el Dios verdadero. Los seres humanos necesitamos imágenes de Dios. Pero, al
mismo tiempo, estas imá genes empequeñecen a Dios. A menudo, nuestras imágenes de
Dios representan ídolos. En muchos casos, el dinero, el éxito o la relación son otros
tantos ídolos a los que rendimos culto. Miguel nos invita a mirar al Dios que está sobre
todos los ídolos. No nos deja en paz con nuestras concepciones de la vida. Su pregunta
«¿Quién como Dios?» es como un aguijón, que llevamos clavado para siempre. Solo
cuando servimos al Dios verdadero, es nuestra vida sana e íntegra. En la Iglesia hay
muchos templos dedicados al arcángel Miguel. Los creyentes buscan en él protección
frente a todos los peligros de la vida.

GABRIEL, EL ÁNGEL DE LA ANUNCIACIÓN 1 Gabriel significa «Fuerza de Dios» o


«Héroe de Dios». Gabriel es el ángel de la anunciación. Él nos anuncia que también en
nosotros nace un niño divino, que también en nosotros quiere Dios crear algo nuevo.
Dios quiere ponernos en contacto con la imagen original y no falsificada que él mismo se
ha formado de cada uno de nosotros. Lo nuevo que crece en nosotros lo hace impulsado
por la fuerza de Dios, y no en virtud de nuestras facultades y posibilidades. Nuestra vida
solo será fecunda si bebe de la fuente de Dios. La cuestión es si nosotros prestamos
atención a la voz del ángel Gabriel, como María, o si, por el contrario, como Zacarías,
hacemos enmudecer esta susurrante voz angélica con las razones de nuestra inteligencia,
y en consecuencia, como el mismo Zacarías, también nosotros quedamos mudos.

RAFAEL, «DIOS CURA» 1 En el relato sobre el joven Tobías, que va a tener de


compañero de viaje al ángel Rafael, este sana tanto la relación entre varón y mujer como
la relación entre padre e hijo. También hoy puede ayudarnos el ángel Rafael. Los
progenitores tienen derecho a confiar en que sus hijos e hijas contarán con la protección
de un ángel, aunque resulte evidente que ellos mismos han escogido la pareja equivocada
para sí, o sencillamente están pasando por una crisis en su relación. Rafael salva la
relación entre marido y mujer. A Tobías le pide que queme el corazón y el hígado del
pez. El corazón es la sede del amor. Con demasiada frecuencia, nuestro amor aparece
mezclado con supuestos derechos de propiedad, dudas y celos. De ahí que deba ser
purificado por el fuego de todos sus puntos oscuros. El hígado es una imagen de las
ilusiones que a menudo nos hacemos sobre nuestra pareja. Le sobreponemos una imagen
que es demasiado grande para ella. Todas estas ilusiones deben arder en el fuego, para
que cada uno vea con realismo a su pareja y la amemos como realmente es. Rafael sana
la relación entre padre e hijo. Tobías debe verter la bilis en los ojos del padre. La bilis es
la sede de las agresiones. El hijo debe independizarse del padre, para poder establecer
una relación sana con él.

Así, pues, el día 29 de septiembre celebramos fiesta en honor de los santos ángeles,
a los que Johann Sebastian Bach dedicó su cantata Gottes Engel weichen nie

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(literalmente: «Los ángeles de Dios no se apartan nunca»). Permanecen a nuestro lado
en todas las situaciones de la vida. Los ángeles nos muestran que Dios mismo no se
aparta nunca de nosotros, sino que nos cubre con su presencia saludable y amorosa.

Ritual

¡Ángeles de Dios, permaneced conmigo!

Si te gusta la música, en la fiesta de san Miguel escucha una de las dos cantatas
compuestas por Johann Sebastian Bach para esta fiesta. En una de las cantatas, la
soprano canta la maravillosa aria Gottes Engel weichen nie (<(Los ángeles de Dios no se
apartan nunca»); en la otra cantata, el tenor interpreta una oración rebosante de
confianza en Dios: Bleibt ¡hr Engel, bleibt be¡ mir (<(Ángeles, permaneced conmigo»).

Deja que la música y las palabras penetren en ti y trata de creer que los ángeles de Dios
nunca se separan de ti, sino que permanecen a tu lado, para protegerte de todas las
corrientes negativas que otras personas puedan dirigir contra ti.

Si no tienes a mano las cantatas de Bach, contempla alguna imagen del arcángel san
Miguel, que con su espada evita que tus enemigos te hagan daño. Ten plena confianza en
que estás bien defendido, en que Dios mismo envía a su ángel para que te proteja en
todos tus caminos.

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UN HERMANO DE RELIGIÓN SALE ILESO de un automóvil totalmente destrozado,
y el policía que ha acudido al lugar del accidente comenta: «¡No ha tenido usted uno,
sino muchos ángeles de la guarda!». Difícilmente habría encontrado el policía una
imagen más apropiada que esta para, en el contexto de aquel accidente, expresar el
misterio de que un hombre hubiese resultado ileso. De alguna manera allí se había hecho
palpable la protección divina.

PROTEGIDO Y SEGURO 1 La idea del ángel custodio - o de la guarda - les da a


muchos niños un sentimiento de seguridad y protección cuando se sienten abandonados o
amenazados por alguien. El ángel custodio acompaña al niño en todos sus caminos y lo
sostiene, incluso cuando el mismo niño no puede hacerlo. Está con él, incluso cuando el
niño no está consigo mismo, cosa por lo demás bastante frecuente. Y, en cualquier caso,
la idea de los ángeles custodios no es importante solo para los niños. También las
personas adultas lo necesitamos. Cuando alguien en la autopista nos adelanta teniendo
nosotros la preferencia, cuando repentinamente nos vemos en medio de una gran
tormenta, y en tantas otras ocasiones. Todos hemos tenido alguna vez en la vida - por
ejemplo, tras salir una vez más ilesos de un accidente, o tras superar una grave
enfermedad - esta experiencia: «Me han protegido. Un ángel me ha guardado».

En esta época del año, la Iglesia celebra dos fiestas que invitan al creyente a recordar
la realidad de los ángeles: el día 29 de septiembre, la ya mencionada fiesta de los tres
arcángeles Gabriel, Rafael y Miguel. El mes de octubre empieza con la fiesta de los
Ángeles Custodios: el día 2. ¿Cuál es el origen de la enseñanza de la Iglesia sobre los
ángeles custodios? ¿Y qué busca realmente la Iglesia con estas enseñanzas?

EL VALOR ESPECIAL 1 Jesús nos advirtió que no despreciásemos a nadie, pero mucho
menos a los pequeños y a las personas aparentemente insignificantes. Y explicó por qué:
«Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Pues os digo que sus ángeles en el
cielo contemplan continuamente el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18,10). Al hablar de
los pequeños, Jesús no se refiere a los niños, sino más bien a aquellas personas que no
llaman la atención, que cuentan poco, que no tienen una formación especial. Si sus
ángeles en el cielo contemplan el rostro de Dios, es porque estas personas tienen un valor
especial ante Dios. Partiendo de este dicho de Jesús, los padres de la Iglesia desarrollaron
la enseñanza de los ángeles custodios. Según enseña Orígenes a principios del siglo III, a
cada persona se le asigna al nacer un ángel custodio, que la acompaña hasta la muerte y
en el momento de morir la entrega en las manos amorosas de Dios. Sentirse acompañado
en todas las circunstancias de la vida es para el ser humano un estímulo y una fuente de

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consuelo.

¿DÓNDE ESTABA EL ÁNGEL? 1 Por hermosa que sea la idea de los ángeles
custodios, hemos de preguntar con sentido crítico: «¿Dónde estaba el ángel custodio del
niño al que sus padres dejaron morir de hambre? ¿Dónde estaba el ángel de la guarda del
joven que sufrió un accidente mortal con su moto?». No deberíamos representarnos al
ángel custodio de una forma excesivamente ingenua. No es un ángel que,
incondicionalmente y siempre, nos proteja de la enfermedad, de los accidentes o de la
muerte. Sin duda nos protegerá en la enfermedad, en los accidentes y en el momento de
morir. Extenderá sus alas protectoras alrededor del núcleo más íntimo de nuestra
persona. Ningún ser humano puede herir este núcleo íntimo. Ni siquiera la muerte podrá
destruirlo.

CONFIANZA Y ESPERANZA 1 Cuando los padres creen sinceramente que a sus hijos
los acompaña un ángel, sienten que esta fe los alivia. No tienen que mantener atados a
sus hijos para que no les suceda nada malo. Confían en que sea cual sea el camino que
escojan en la vida, y aunque a veces se pierdan en rodeos y caminos equivocados,
gracias a la ayuda del ángel sus hijos terminarán encontrando de nuevo el camino que
corresponde a su verdadera esencia. Esto afianza en ellos la esperanza de que la vida de
sus hijos acabe bien, aun cuando pase por fases en que la fe en el éxito final casi se
tambalee. Todos debemos confiar en el ángel custodio, que nos pone en contacto con
nuestra propia alma, nos da alas para recorrer el camino espiritual y protege el núcleo
más profundo de nuestra personalidad de todos los peligros.

Ritual

Oración al ángel custodio

Cuando te sientes en el coche para ir a algún sitio, no te olvides nunca de pedirle a Dios
que te envíe al ángel custodio, para que este te proteja durante el viaje. Ningún viaje, por
pequeño que sea, es completamente seguro y sin peligro. En cualquier tramo del
recorrido puede surgir un peligro.

Si quieres viajar confiado y tranquilo, te recomiendo que, o bien le pidas a Dios que te
envíe tu ángel custodio, o bien que tú mismo te dirijas al ángel custodio para pedirle que
te acompañe en tu viaje. Ahora bien, esta oración en la que pides la protección del ángel
custodio no significa que tú puedas viajar de manera irresponsable.

El ángel custodio te acompaña también en tus viajes, para que conduzcas atenta y
precavidamente, sin poner a nadie en peligro, y para que en todo momento tú mismo
estés protegido de todo peligro.

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EN SU TRANSCURSO, CADA AÑO es espejo y símbolo de nuestra vida. Hace un par
de años asistí como invitado a un congreso dedicado al tema de «Los colores del otoño».
Giraba en torno al arte de envejecer. El título me había gustado mucho. Fija el tema del
desarrollo humano en una imagen positiva y lo sitúa en el marco general del desarrollo de
la vida en la naturaleza.

DEJAR LO VIEJO, PARA QUE LO NUEVO SE ABRA PASO 1 El otoño, cuando las
hojas se desprenden de los árboles, nos recuerda nuestro propio envejecimiento. El ser
humano empieza a envejecer el mismo día en que nace. Cuanto más conscientemente
vivimos, tanta mayor conciencia tenemos de este desarrollo. Nuestra experiencia es: cada
año cae algo al suelo, para que se produzca el nuevo fruto. Para que lo nuevo se abra
paso en nuestra vida, algo tiene que marchitarse en nosotros. Hemos de interiorizar la ley
interior que gobierna el proceso de morir y llegar a ser. Se trata de que, una y otra vez,
nos desprendamos de algo, para que lo nuevo que Dios nos confía pueda crecer en
nosotros. Para que el proceso de envejecimiento resulte bien en nosotros, tenemos que
ejercitarnos en el desprendimiento. Al envejecer experimentamos también: a nadie le
resulta fácil dejar de lado su fuerza, olvidarse de su salud, renunciar a sus éxitos.

EL PRECIO DE LA TRANQUILIDAD 1 Me viene ahora a la memoria la figura de un


profesor que, al jubilarse, tuvo que renunciar a la secretaria que le escribía sus artículos.
De pronto tuvo que hacer él mismo esta penosa tarea. Antes había sido un apreciado
orador. De pronto dejaron de invitarlo a dar conferencias o a colaborar en la radio. Sentía
que debía renunciar a muchas cosas: a su capacidad de trabajo, a la agradable experiencia
de estar bien atendido, a que otros le hiciesen preguntas, al reconocimiento y la
admiración de los de fuera, a los propios éxitos. Tenía que ejercitarse en algo que era
nuevo para él, reconciliarse con ello y tomar conciencia de que la meta de su camino no
debía situarla fuera, sino dentro de sí mismo. Aunque le resultó doloroso, finalmente lo
vio todo claro: solo cuando se preocupaba de la riqueza interior de su alma, cuando se
reservaba algún tiempo para la meditación y la contemplación, cuando estaba dispuesto a
guardar silencio y a prestar atención a los ligeros impulsos de Dios, se sentía vivo. Solo el
desprendimiento le daba acceso a la tranquilidad.

DOLOR Y CONFORMIDAD 1 Otro ejemplo de envejecimiento me lo ofreció mi propia


madre, que durante los últimos veinte años de su vida solo conservaba un tres por ciento
de su visión. Un año antes de su muerte se fracturó el cuello del fémur, lo que le impidió
continuar frecuentando su círculo habitual de personas de la tercera edad. Tuvo que
prescindir de muchas personas de su confianza, que habían muerto antes que ella. Mi

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madre vivió estas pérdidas como un proceso doloroso. Sin embargo, al final consiguió
alcanzar un estado de profunda paz interior y una gran tranquilidad. No solo tuvo que
dejar atrás a personas, sino que también tuvo que renunciar a su ritmo de vida y a sus
ritos, a los que se había mantenido fiel en la vejez. En cierta ocasión me dijo: «No puedo
ya rezar». Antes rezaba cada día dos veces el ro sano: por los hijos y por los nietos. Esto
se había acabado. Pero, con el tiempo, consiguió desprenderse incluso de la oración. So
opinión era: «Tal vez baste con decir sí a Dios. Las cosas son como son. No puedo hacer
otra cosa». Su oración se hizo cada día más sencilla. Pero ella sabía muy bien que, en
último término, estas palabras sencillas captaban precisamente la esencia de toda oración:
«¡Hágase tu voluntad!».

LO ETERNO NO ES DE ESTE MUNDO 1 Hermann Hesse comprendió muy bien que


el desprendimiento de sí mismo en la ancianidad forma parte de la naturaleza del ser
humano. Es una ley eterna de toda vida natural. Para Hesse, el ser humano que envejece
es como una hoja otoñal, que flota en el viento hacia el hogar.

MIRAR CON GRATITUD EL CRECIMIENTO EXPERIMENTADO 1 De todos


modos, no es únicamente la propia edad biográfica la que hace que evoquemos nuestra
vida pasada. La fiesta otoñal de la cosecha nos brinda una magnífica oportunidad para
llevar a cabo esa operación en cada fase de la vida. Si echamos una mirada retrospectiva
a la cosecha de un año determinado, debemos hacerlo con profunda gratitud. Este mirar
atrás forma parte de toda vida consciente. Cada uno de nosotros ha tenido en su vida
momentos en los que ha necesitado contemplar cómo se ha desarrollado su existencia
hasta ese momento. Para algunos, ese momento coincide con el cumpleaños, que
celebrado con mayor o menor solemnidad se repite cada año, o con el aniversario de la
boda, que permite echar una ojeada retrospectiva a las relaciones de pareja, o con la
fecha de la finalización de un contrato laboral, que invita a pasar revista a lo logrado
hasta ese momento, a los éxitos y a los fracasos en las empresas donde uno ha trabajado.
Para otros, son momentos de ese tipo, por ejemplo, unos ejercicios espirituales, en los
que uno hace un balance de lo que ha sido su vida ante Dios. Lo que desde luego no va a
faltar a nadie son oportunidades de contemplar con espíritu agradecido el crecimiento que
hemos experimentado en nosotros mismos a lo largo del año y lo que ello podría

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significar para el curso de nuestra vida. Y, de todos modos, lo decisivo es que cada uno
esté de acuerdo con la propia vida y que viva en consonancia con aquello en lo que se ha
convertido.

Acción de gracias por la cosecha significa: todo ser humano tiene motivos suficientes
para estar agradecido. Personalmente, no solo estoy agradecido por las cosas que Dios
me ha dado, sino también por las personas que me ha concedido, y por aquellas otras -
muchas, desde luego - que él ha puesto cerca de mí y poseen dones que no encuentro en
mí mismo. No puedo acapararlo todo en mi persona. Es hermoso poder admirar en los
demás algo que a mí me falta. Superada así la envidia, la riqueza que encuentro en otras
personas es para mí motivo de alegría. La plenitud de colores de la vida no se muestra
entonces solo en mí, sino también en la comunidad que nos es dado experimentar con
otros.

MADUREZ Y PLENITUD 1 Así, pues, el otoño presenta varios aspectos que pueden
ser una inspiración para nuestra vida. Por ejemplo, nos recuerda que cada año nos
hacemos un po co más viejos y que, por tanto, cada año debemos prescindir de algo,
para que en el silencio del invierno pueda surgir en nuestras almas algo nuevo. Antes de
desprenderse del árbol y caer al suelo, las hojas exhiben su gama más amplia de colores.
Entonces pinta el otoño los colores más hermosos. También en este detalle podemos ver
un signo de esperanza. Si estamos dispuestos a desprendernos de nosotros mismos,
aparecen en nosotros los colores más bellos. Nuestra vida se vuelve de colores. Y sobre
todo aquello de lo que nos desprendemos brilla la suave luz del otoño. De esta manera, la
fiesta de acción de gracias por la cosecha podemos celebrarla también como fiesta de
gratitud por la cosecha que cada uno de nosotros ha recogido hasta ahora en su vida.

Ritual

En las bondadosas manos de Dios

Siéntate cómodamente y mantén ligeramente elevadas tus manos delante de ti en forma


de concha. Contempla tus manos: hasta ahora, ¿qué cosas han creado, moldeado,
configurado o puesto en marcha estas manos? De todas ellas, ¿cuáles han salido bien y
cuáles han fracasado? ¿Cuáles se te han ido de las manos? ¿Qué obras has dejado sin
terminar, qué obras se han frustrado? ¿Qué habilidades ha puesto Dios en tus manos y
qué uso has hecho de ellas?

Presenta a Dios tu vida entera en tus manos, tal como es, con sus fallos y frustraciones.
Al hacer esto, evita hacer una valoración de tu vida y ponla ante la misericordia de Dios.
Después, imagínate que las manos de Dios toman las tuyas, y que Dios recoge los
fragmentos de tu vida y los hace nuevos. Imagínate también que Dios extiende sus
manos bondadosas sobre tu vida y te bendice.

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Lo que se desvanecía entre tus dedos, recupera su integridad. Lo que estaba a punto de
frustrarse, se restablece. Y empiezas a confiar de nuevo en tus manos. Ellas han recogido
una vez más todas tus iniciativas fracasadas y no se han dado por vencidas. Así, pues,
confía en tus manos. Dios mismo pone su Espíritu creativo en ellas, para que empieces
de nuevo a moldear tu vida y respondas cada vez más a la imagen primigenia que Dios se
ha formado de ti.

Otro gesto que desde tiempo inmemorial se interpreta como señal de agradecimiento es el
de levantar los brazos y mantenerlos extendidos. Fue el gesto más común entre los
primeros cristianos para presentar a Dios sus oraciones. También yo podría servirme de
este gesto para agradecer a Dios los dones que hoy me ha otorgado. Con esta postura me
resulta más fácil pensar en las cosas por las que debo mostrarme agradecido.

Cada gesto tiene su propia eficacia. Gracias a él yo puedo experimentarme de una forma
nueva. Con las manos abiertas y los brazos extendidos experimento una mayor libertad
interior y amplitud de miras. Estoy abierto a Dios. Acepto con la mejor disposición sus
favores. Y siento cómo mi alma se vierte en él, cómo me uno con su libertad y amor
ilimitados.

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ES EL DÍA QUE DEDICA LA IGLESIA A RECORDAR a todos los santos. Es una
fiesta que, por unir el cielo con la tierra, nos invita a mirar con admiración a todos
aquellos que han alcanzado el cielo. Cuando este día participamos en la liturgia, ellos la
celebran con nosotros, cantan con nosotros, lanzan gritos de júbilo con nosotros.

UNA OJEADA AL CIELO 1 Habitualmente, la contemplación del reino luminoso de los


santos en el cielo está vedada a los ojos humanos. Pero en determinados momentos el
cielo se abre. Estos momentos de apertura tienen un nombre propio en la mitología
germánica: Wunschstunden, que podríamos traducir por «horas del deseo», u «horas
deseadas». Porque en esos momentos los seres humanos pueden conocer los deseos que
se esconden en su corazón, con la seguridad de que esos deseos se cumplirán. Para
nuestros antepasados, una de estas «horas deseadas» era el 1 de noviembre, día en que
los antiguos pueblos de cultura céltica celebraban la fiesta de Samain. Ese día se abría
ante los ojos de los iniciados el país angélico celestial, las almas de los bienaventurados
descendían a la tierra y se relacionaban con los humanos. Este día, en el que cada año
desaparecían las fronteras que ordinariamente separan el cielo y la tierra, lo transformó la
Iglesia antigua en la fiesta de Todos los Santos. El año 608, el papa Bonifacio IV
consagró el templo del Panteón de Roma como iglesia en honor de la Madre de Dios y
de Todos los Santos, e instituyó para la Iglesia universal la fiesta de Todos los Santos.

MÁS GRANDE QUE NUESTRO CORAZÓN 1 La fiesta de Todos los Santos nos quita
por un momento el velo que cubre nuestros ojos, y ello nos permite echar una mirada en
el mundo del más allá. En realidad, no se trata de un mundo lejano, puesto que en parte
coexiste con nuestro propio mundo. Cuando celebramos la eucaristía, se abre una
ventana y el cielo se hace presente en nuestra asamblea. No la celebramos nosotros
solos, sino en comunión con todos los santos que nos han precedido en este mundo.
Nosotros nos sumergimos en la gran comunidad de las personas que han buscado a Dios
a lo largo de su vida. No todas ellas fueron héroes. La mayoría fueron personas como
nosotros, con faltas y debilidades. Si se distinguieron por algún motivo fue por haber
ofrecido a Dios su vida, para que él la transformase y santificase. Todos los Santos es
una fiesta muy humana. Dios no es solo el totalmente otro. Es también alguien en cuya
compañía viven personas a quienes nosotros hemos conocido. Y cuando pensamos en
Dios, nos está permitido pensar también en todas las personas a las que hemos amado y
que ahora están a su lado. Igualmente nos está permitido pensar en aquellos santos que
cada uno de nosotros tiene más cerca de su corazón. Por ejemplo: en santa Teresa de
Jesús, en san Francisco, en los santos Benito y Escolástica, en san Agustín, y en todos
aquellos cuyo deseo de Dios es de todos conocido. De ahí que en el espejo de los santos
veamos reflejada la imagen de un Dios humano. El cielo se nos ofrece como un espacio

240
que es también patria u hogar para nosotros, como un espacio que satisfará plenamente
nuestro anhelo de amor, de vida, de protección y de actividad. En el espejo de los santos
vemos claramente que todo en nosotros será transformado y que lo esencial de nuestra
vida se hará diáfano. Los santos no eran superhombres, sino personas de carne y hueso.
Esto lo vemos ejemplificado en figuras bíblicas como Jacob o David en el Antiguo
Testamento, y Pedro, que traiciona a Jesús, en el Nuevo Testamento. O en figuras de la
historia de la Iglesia, como san Agustín, que en las Confesiones describe
autobiográficamente su ambición enfermiza, y san Jerónimo, que hasta el último
momento fue una persona polémica y se defendió de sus adversarios. En este sentido,
Todos los Santos es una fiesta de la esperanza. En ella celebramos que Dios es más
grande que nuestro corazón, que él puede transformar todo lo que en nosotros está
enfermo y herido, lo que es culpa y debilidad.

VI UNA MULTITUD INMENSA 1 Cuando en 1964 nuestro maestro de novicios nos


habló del sentido de la fiesta de Todos los Santos, nos contó cómo, en 1941,
encontrándose él en Rusia en medio del campo, hacia las 6 de la tarde se acordó de sus
hermanos de religión. En aquel momento, estos cantaban la primera antífona de las
vísperas de la fiesta de Todos los Santos, que dice: Vid¡ turbam magnam, quam
dinumerare nemo poterat, «Vi una gran multitud, que nadie podía contar». En medio del
campo, en un entorno hostil, en el extranjero, de pronto se abrió el cielo para él y
comprendió de golpe el misterio central de la fiesta. Sus palabras me impresionaron
mucho. Me imaginé qué habría significado para él esta experiencia. Desde entonces, cada
año me siento obligado a pensar en esta primera antífona de las vísperas de Todos los
Santos. Y, por otra parte, sé que ahora el cielo no se abre solo para mí, sino para todos
los seres humanos que son torturados y oprimidos, y para todos aquellos que a sí mismos
se dan por perdidos. Para todos ellos se abre el cielo, para todos ellos se pone de
manifiesto lo propio de la fiesta, el objetivo de nuestra vida. Y no sotros podemos
esperar que todos perteneceremos un día a esa gran multitud que nadie podía contar.

BIENAVENTURADOS LOS POBRES, LOS AFLIGIDOS 1 La esperanza de que todos


nosotros formemos un día parte de esta multitud nos la confirma Jesús en las
Bienaventuranzas, que se leen justamente como evangelio de la fiesta de Todos los
Santos. En el citado texto evangélico se declara bienaventurados a los pobres, que no
pueden hacer gala de nada. Se declara bienaventurados a los atribulados, porque siempre
caen en las mismas faltas, porque siempre se quedan muy lejos de la imagen que ellos
tienen de sí mismos. Se nos declara bienaventurados a nosotros, los que pasamos
hambre y sed de justicia, los que no estamos de acuerdo con el estado de nuestro
mundo, con la injusticia y la enemistad. En ese mismo texto, Jesús apunta claramente
cuáles son los horizontes de una vida que pretenda ser verdaderamente feliz. Jesús nos
invita a vivir sin violencia, a no presionar a los demás con nuestras agresiones o con
nuestra depresión, a no dominar a los demás insistiendo una y otra vez en los puntos que
más les duelen. Jesús nos invita a ser misericordiosos, a dejar que los demás entren en

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nuestro corazón. También se nos invita a tener un corazón puro, a dejar que nuestro
corazón esté cada día más penetrado por el Espíritu y el amor de Dios, para que todo en
nosotros sea más íntegro cada día. En todos nosotros está ya plantada la primera semilla
de esta integridad, de este corazón puro. La fiesta de Todos los Santos quiere despertar
en nosotros las posibilidades de integridad, de paz y de misericordia. Quiere invitarnos a
vivir en la autenticidad y la verdad. Todos nosotros vislumbramos en qué consiste una
vida verdadera. Por desgracia, con demasiada frecuencia reprimimos ese presentimiento.
La fiesta de Todos los Santos no es un llamamiento moral a evitar todo pecado y a
desarrollar en nosotros la virtud. Más bien, nos hace tomar conciencia de las propias
posibilidades, nos invita a llevar una vida que nos haga bien, una vida plena y feliz.
Quiere despertar en nosotros las ganas de vivir, de llevar una vida que merezca ese
nombre, porque tiene amplitud de miras y es libre, dinámica y variada, delicada y
sensible.

VIDA INDESTRUCTIBLE 1 En su novela El doctor Zhivago describe Boris Pasternak


cómo Lara, después de haber sido seducida por un rico abogado, se dirige a una iglesia
agobiada por su sentimiento de culpa. Pasternak dice de esta mujer: «Lara no era
piadosa. No creía ni en los dogmas ni en los ritos de la Iglesia. Pero, en ocasiones,
necesitaba escuchar una determinada música interior para poder soportar la vida. Esta
música no podía componerse a voluntad en cada ocasión. Lara encontró algo de esta
música en la palabra de Dios sobre la vida. Y por eso se dirigió al templo, para allí poder
llorar a gusto». En ese momento se estaban leyendo en la liturgia las Bienaventuranzas.
«Lara se estremeció: se hablaba sin duda de ella. Se dio por aludida. Él había dicho:
"Bienaventurados los que sufren, los débiles y oprimidos". Ellos tienen algo especial que
decir al mundo, a ellos les pertenece el futuro. Esto había pensado él. Esta era su
opinión. Esto había enseñado Cristo». La fiesta de Todos los Santos es una música
interior que todos necesitamos para poder soportar nuestra vida. Nos proclama
bienaventurados y muestra que el futuro nos pertenece, que Dios nos ha preparado un
futuro que colma nuestro deseo más profundo, y que el cielo está abierto para nosotros.
Si nosotros mismos nos damos por vencidos, si la mediocridad de nuestra vida y la
trivialidad de los problemas que traemos entre manos cada día nos decepcionan, esta
fiesta nos muestra que Dios puede transformarnos radicalmente, y que nosotros podemos
formar comunidad con todas esas personas a las que tan a menudo admiramos, porque
pensamos que no se parecen a nosotros. La fiesta de Todos los Santos nos enseña:
nosotros somos de los suyos. La frontera entre el cielo y la tierra desaparece. Podemos
echar una mirada a la vida verdadera, a la vida divina, que nos conmueve, impregna y
transforma cada vez que celebramos la eucaristía, hasta que algún día esta experiencia se
haga visible en la gloria. Esta vida, que los cristianos comemos con el pan de vida, es
indestructible. Y Cristo, que en el evangelio nos proclama bienaventurados, nos hablará
también en el momento de la muerte y nos invitará a participar para siempre de la vida
verdadera, de la vida eterna, en la que finalmente irrumpirá lo más propio e íntimo de
nosotros mismos y seremos dichosos para siempre.

242
Ritual

Irradiar algo de Dios

¿Cuáles son tus santos preferidos? Medita sobre su vida y pregúntate: ¿Qué fue lo que
realmente destacó en su vida? Lo que tanto te fascina en ellos lo posees también tú.
Reflexiona acerca de cuáles son las habilidades y posibilidades que posees tú mismo y
que te recuerdan a los santos. Confía en que también a través de ti querría Dios poner de
manifiesto en este mundo algo de lo que él ha sembrado en la creación.

De la misma manera que los santos han dejado grabada su huella en el mundo en que
vivieron, también tú estás obligado a dejar tu huella personal en el mundo en que te ha
tocado vivir. A través de los santos, en el mundo se ha hecho visible algo de Dios, y ello
es saludable para nosotros. También a través de ti querría Dios irradiar en el mundo algo
que realmente haga bien al mundo.

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244
ANTIGUAMENTE, LA LITURGIA DEL DÍA DE LOS DIFUNTOS incluía el canto de
la secuencia Dies irae, dies illa: el juicio final como «Día de la ira» de Dios. Tanto
Mozart como Verdi incluyeron este texto en el Requiem compuesto por cada uno de
ellos. Hablar de juicio, de Dios como juez, provoca angustia en muchos de nuestros
contemporáneos. Pero tampoco solucionamos nada eliminando ciertas palabras bíblicas
de nuestro discurso. En relación con el lenguaje de la Biblia, el reto que se nos plantea es
más bien el de comprenderlo e interpretarlo de manera que vuelva a tener para nosotros
un sentido que nos ayude a interpretar nuestra propia vida.

LA HORA DE LA CORDURA 1 Hablar de un juez que se sienta en el trono para


esclarecer todos los secretos del acusado, afirmar que ninguna fechoría de este quedará
sin el castigo correspondiente, es un lenguaje tradicional que sin duda ha generado
angustia en las almas de muchos seres humanos. En cualquier caso, las imágenes
generadoras de angustia no corresponden ya a nuestra imagen de Dios. Sin duda, la
imagen del juicio tuvo su origen en la Biblia. El evangelista Mateo nos presenta a Jesús
como juez del mundo. En el Apocalipsis se dice: «La hora del juicio ha llegado» (Ap
14,7). ¿Debemos dejar de lado esta imagen bíblica como desproporcionada? Es probable
que nosotros vinculemos con excesiva facilidad la imagen del juicio con la angustia del
acusado antes de la condena. Pero en la mayor parte de las lenguas modernas, los
términos «juzgar» y «juicio» expresan una gama muy amplia de matices. Así, por
ejemplo, en español «juicio» significa «litigio», «pleito», y en sentido más amplio
«sentencia» e incluso «condenación», pero también se usa a veces esa palabra como
sinónimo de «sensatez» y «cordura». Por eso, personalmente entiendo así este pasaje:
en el juicio, Dios nos invita a que, como personas cuerdas y de buen juicio, centremos
nuestra vida en él. Solo quien deseche esta invitación es juzgado. Y él mismo se
condena.

VÍCTIMAS Y VERDUGOS 1 El filósofo Max Horkheimer defendió en cierta ocasión la


idea de la existencia de un anhelo primigenio en el ser humano que le llevaba a creer que
los verdugos no triunfarían definitivamente sobre sus víctimas. Nosotros mismos apenas
podemos imaginarnos que en el cielo los verdugos convivan con sus víctimas, o incluso
que estén por encima de ellas. El juicio es necesario para que la convivencia sea posible.
Los verdugos son juzgados al morir. El juicio es para ellos la oportunidad de mostrarse
cuerdos y de orientar su vida hacia Dios. Este proceso de orientación hacia Dios es sin
duda una experiencia dolorosa. Para que víctimas y verdugos puedan vivir juntos en paz
tienen que darse estas condiciones: que los verdugos acepten centrar su vida en Dios, que
se reorienten también con respecto a sus víctimas reconociendo su culpa, y que, gracias

245
al amor divino, también las víctimas acepten centrarse en Dios perdonando a sus
verdugos.

IMAGEN ESPERANZADORA 1 Nadie acepta con gusto su propia verdad. Pero el


juicio no es una imagen que deba infundir nos miedo, sino esperanza: la esperanza de
que quienes han incurrido en culpa no serán condenados automáticamente, de que
también a ellos se les ofrecerá la posibilidad de ser transformados en el juicio, pudiendo
así participar en el cielo de Dios. Es importante no olvidar: no es posible que alguien se
acerque a Dios haciendo caso omiso de la propia culpa. En el juicio todos haremos frente
a nuestra verdad y a nuestra culpa, y todos tendremos ocasión de abrirnos a Dios y a su
amor.

ANGUSTIA Y GRACIA 1 La tradición, y más concretamente el poeta que escribió el


Dies irae, probablemente han exagerado el aspecto atemorizador del juicio. Pero esta
secuencia habla también de la gracia. Cito textualmente sus palabras: Recordare, Jesu pie,
quod sum causa tuae viae; ne me pendas illa die, «Acuérdate, piadoso Jesús, de que soy
la causa de tu calvario; no me pierdas aquel día». Wolfgang Amadeus Mozart musicalizó
este maravilloso texto. Mozart tiene en cuenta ambos aspectos: la seriedad del juicio,
pero también el amor de Jesús, que es más fuerte que todos los juicios. En su música
predomina la esperanza. La confianza en el amor vence el temor. El amor de Jesús se
hace, por así decirlo, perceptible en la última estrofa de este poema, cuando el coro
interpreta la tierna melodía del Pie Jesu Domine. Este amor silencioso es más fuerte que
las ruidosas trompetas del juicio, y finalmente vencerá. Este es un consuelo que
transforma nuestra angustia y es capaz de generar en el fondo de nuestra alma una paz
profunda y duradera.

Ritual

Comunidad con los difuntos

A los vivos nos hace bien dedicar cada año uno o más días para recordar
conscientemente a quienes ya han muerto y experimentar la comunidad que todavía nos
une a esas personas ya desaparecidas. A este tipo de celebraciones pertenece el Día de
los Difuntos. Es una saludable costumbre celebrar una misa por los difuntos de la familia,
de la parroquia, o de la comunidad en que uno vive.

No es necesario que le pidamos a Dios que los muertos sean recibidos por él. Hemos de
confiar en que nuestros familiares o conocidos difuntos ya están con Dios. La eucaristía
nos pone en relación con ellos. Porque, con ocasión de la celebración de la muerte y de
la resurrección de Jesús, se abre la frontera entre el cielo y la tierra, entre la vida y la
muerte, y a todos se nos permite experimentar la comunidad con los muertos.

En Navidad, en algunos lugares se coloca una vela encendida al lado del portal de Belén,

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para recordarnos que nuestros muertos celebran la Navidad con nosotros, aunque lo
hagan de otra manera. Los muertos celebran ahora el misterio de la encarnación de Dios,
mientras contemplan para siempre el rostro de Jesucristo glorificado.

Nosotros lo celebramos como creyentes, pero no lo contemplamos cara a cara. Ahora


bien, la contemplación de que gozan los difuntos podría abrirnos los ojos también a
nosotros, de manera que nos sea dado vislumbrar algo del misterio que celebramos en
Navidad.

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EL DÍA 2 DE NOVIEMBRE, LA IGLESIA HACE MEMORIA de los fieles difuntos. A
menudo, ese día se reúne toda la familia. Los familiares acuden, a veces desde muy
lejos, al hogar familiar, para poder tomar parte en el cementerio en la ceremonia de la
bendición de las tumbas y encontrarse con el resto de la familia. Es evidente que el ser
humano necesita honrar a sus muertos.

COMUNIDAD CON LOS DIFUNTOS 1 Si nos preguntamos qué sentido damos los
cristianos actuales a este homenaje a los nuestros, es conveniente que reflexionemos
sobre la eucaristía. Cuando celebramos la eucaristía por los difuntos, a diferencia de las
generaciones que nos han precedido, no le pedimos ya a Dios que los admita lo antes
posible en el cielo y abrevie sus tormentos en el purgatorio. Nosotros celebramos la
eucaristía confiados en que hace ya tiempo que Dios ha admitido a nuestros familiares y
amigos difuntos en el cielo. En realidad, nuestras celebraciones de la eucaristía son más
bien expresión de nuestra comunidad de vida con los difuntos. Porque en la eucaristía
celebramos la muerte y la resurrección de Jesucristo.

SUPRESIÓN DE FRONTERAS 1 Mientras nosotros celebramos la cena de Jesús,


confiamos en que los difuntos celebren el banquete nupcial con Jesucristo en el cielo: no
ya como nosotros, como creyentes, sino como quienes lo contemplan cara a cara. La
celebración eucarística suprime en realidad la frontera entre el cielo y la tierra, entre los
muertos y los vivos. Podemos, pues, imaginarnos que los difuntos nos acompañan
alrededor del altar. Y los ritos que celebramos nosotros son los mismos que ellos
celebraron a lo largo de su vida. Con este convencimiento tomamos parte en ellos.
Reflexionamos sobre el mensaje que ellos nos anuncian a través de su vida y de su
muerte. Pensamos en cada uno de ellos, en el significado que para ellos tuvo la eucaristía
y en cómo, gracias a la liturgia, se fortaleció su fe, y de esta manera fueron capaces de
orientar su vida a la luz del evangelio.

ORACIÓN CONSCIENTE 1 Y cuando recitamos el Padrenuestro, oramos


conscientemente con ellos. A menudo me imagino cómo recitaban estas palabras mi
padre, mi madre y algunos hermanos de religión de los cuales me he sentido
especialmente cercano, cómo en los momentos difíciles todos ellos se apoyaban en esta
oración. Tal vez no siempre comprendían las palabras que pronunciaban. Pero esta
oración les dio fuerzas para dominar su vida. Por todo ello, cuando rezo el Padrenuestro
me siento acompañado por ellos, y comparto su fe y su contemplación. Ellos recitan
ahora las mismas palabras de Jesús contemplándolo cara a cara, mientras que yo las
recito como creyente.

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LAS PROPIAS RAíCES 1 La eucaristía es el lugar donde más intensamente
experimentamos la comunidad con los difuntos. De todos modos, muchas personas
conceden una importancia especial a la visita al cementerio y a las tumbas de los
familiares difuntos. Confían en que estos estén con Dios. Pero sienten la necesidad de
cuidar sus tumbas y de decorarlas cariñosamente. Necesitan disponer de un lugar donde
les sea permitido expresar libremente su duelo, aunque este cambia con el paso de los
años. En la conmemoración de los difuntos, más que la tristeza destaca el deseo de
respetar y homenajear a los muertos. Hacemos memoria de ellos. Recordamos lo que
nos han dejado. Queremos contactar con quienes han sido y son nuestras raíces. Porque,
para que el árbol de nuestra vida florezca, todos necesitamos buenas raíces. Hoy son
muchas las personas que se sienten desarraigadas, carentes de raíces. Tan pronto como
se presentan las dificultades, se sienten sin fuerza para afrontarlas. Porque,
efectivamente, no tienen raíces. La conmemoración de los difuntos es un día para tomar
conciencia de nuestras propias raíces. Honramos a nuestros muertos, sabiendo que de
esa manera nos honramos a nosotros mismos. Porque, si respeto la memoria de mis
progenitores muertos, me respeto a mí mismo. Quien desprecia a sus progenitores,
desprecia una parte de sí mismo.

ALEGRÍA DE VIVIR FRENTE A LA MUERTE 1 En mi familia existe la tradición de


que el Día de los Difuntos por la tarde mis hermanos visiten juntos el cementerio y, tras
asistir a la bendición de las tumbas, tomen juntos un café. Muchos se alegran de
encontrarse de nuevo y de compartir estas celebraciones. El rito del café tomado en
común no parece impregnado de tristeza, sino más bien de alegría. Se rememoran hechos
de la vida de nuestros padres, y no se escatiman las risas. La conmemoración de los
difuntos es sin duda algo serio, lo que no impide que a los creyentes nos transmita una
alegría de vivir que puede mantenerse intacta incluso en presencia de la muerte.

Ritual

En las manos maternales de Dios

En la conmemoración de los difuntos coloca en tu vivienda velas en recuerdo de los


muertos que quieras tener especialmente presentes a lo largo de este año. Enciende las
velas e imagínate que los difuntos llenan tu casa con su amor, iluminan tu oscuridad y te
dan calor en tu desamparo. Tu casa te parecerá distinta. Te sentirás mejor y más a gusto
en ella. Compartirás las experiencias que han enriquecido la vida de los difuntos y que
ellos han salvado al pasar a vivir junto con Dios.

Si lo prefieres, también puedes encender velas por los difuntos ante el altar de la Virgen.
Contempla alguna imagen de María. Observa cómo María sostiene amorosamente a su
hijo en brazos. Así descansa ahora en las manos maternales de Dios el difunto por quien
tú rezas y al que tratas de recordar.

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LA IGLESIA CATÓLICA CELEBRA EL ÚLTIMO DOMINGO del año cristiano la
fiesta de Cristo Rey. La piedad centrada en la figura de Cristo Rey, que tanto nos
entusiasmaba en nuestra juventud, no goza hoy de mucha aceptación. En mi opinión, el
acceso a esta fiesta pasa hoy por una más profunda comprensión de la imagen del rey.

EL MENSAJE DE LOS CUENTOS 1 En el lenguaje de los cuentos, la palabra «rey» no


designa una institución política. Expresa la imagen de una persona que demuestra tener
un perfecto dominio de sí misma, que no se deja dominar por otras personas, que vive
en paz consigo misma y difunde la paz a su alrededor. En esta comprensión gráfica y
simbólica, el rey es alguien que se ha encontrado plenamente a sí mismo, y a partir de
ese fundamento irradia una dignidad regia. El rey - o la reina - camina erguido por el
mundo y hace que las personas de su entorno también se incorporen. El rey es alguien
que no solo pone orden en su reino, sino que además estructura perfectamente el ámbito
interior de su alma. En los cuentos, a menudo se nos habla de tres hijos del rey, que
tienen que abandonar la casa paterna para traerle al padre el agua de la vida, o tal vez un
objeto de gran valor, que le devolverá la salud. Esto podemos entenderlo así: para que el
ser humano sea íntegro y sano, todas las esferas de su persona han de estar abiertas a
Dios. El rey es la persona que ha logrado integrar todas sus energías anímicas y vive con
un espíritu globalizador. Este es el acceso que nos ofrecen los cuentos para una más
profunda comprensión de la imagen del rey.

LAS IMÁGENES BÍBLICAS 1 Los evangelios aplican a Jesús la imagen del rey, y la
explican a su manera. En Lucas resuena la filosofía de Platón. Para este gran filósofo
griego es rey aquel que conoce las grandezas y las miserias del ser humano. En su
evangelio, Lucas solamente utiliza el título de rey al hablar de la crucifixión. En la cruz,
Jesús es el rey, que conoce las luces y las sombras del ser humano, así como los abismos
del alma, y los ilumina con su luz divina.

En el evangelio que se lee en la liturgia de la fiesta se habla tres veces del rey. Los
soldados que han crucificado a Jesús y lo vigilan, se burlan del crucificado con estas
palabras: «Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo» (Le 23,37). Aquí el título de
rey es utilizado burlonamente. Para estos soldados, Jesús es en realidad la caricatura de
un rey. Está expuesto - sin posibilidad alguna de defenderse - a las palabras hirientes y a
las miradas burlonas del entorno. ¿En ese pobre hombre hemos de ver a un rey? Al
contrario, un rey es alguien que tiene poder y domina sobre los demás.

«REY DE LOS JUDÍOS» 1 La segunda vez, el término «rey» se utiliza en sentido más

253
bien objetivo. En la inscripción clavada en la cruz por encima de la cabeza de Jesús, se
dice: «Este es el rey de los judíos» (Le 23,38). Es el texto que Pilato mandó escribir y
colocar en la cruz. Por una parte, indica el motivo de la crucifixión. Jesús fue crucificado,
porque él mismo se quiso hacer pasar por rey, o porque otros lo consideraron rey de los
judíos. En cualquier caso, esta palabra también puede describir correctamente la
naturaleza de Jesús. A pesar de su total impotencia externa, en ese mismo momento
Jesús es verdaderamente rey de los judíos. Dios lo ha declarado Señor y Rey de los
hombres. De ahí que, en Pentecostés, Lucas ponga en boca de Pedro este anuncio
público: «Que toda la casa de Israel reconozca que a este Jesús que habéis crucificado,
Dios lo ha nombrado Señor y Mesías» (Hch 2,36). En la cruz, Dios echa por la borda
todas las escalas de valor de este mundo. Según todas las apariencias, el hombre clavado
en la cruz está desamparado y desprovisto de todo poder, pero Dios lo llama de nuevo a
la vida y en su resurrección lo proclama Señor y Rey de todos los hombres.

EL REINO DE DIOS ESTÁ ENTRE NOSOTROS 1 La tercera vez que Lucas utiliza el
término «rey» lo pone en boca del malhechor crucificado a la derecha de Jesús: «Jesús,
cuando llegues a tu reino acuérdate de mí» (Le 23,42). Observando el comportamiento
de Jesús mientras los soldados lo clavaban en la cruz, este malhechor se había
convencido del carácter regio de su compañero de patíbulo. Por eso se atreve a hacerle
esta petición nacida de su fe en la persona de Jesús. Está convencido de que este Jesús,
que ahora muere a su lado, tras su muerte accederá a su reino y volverá de nuevo a la
tierra con todo su poder. Jesús recompensa la fe de su compañero de patíbulo con una
maravillosa respuesta: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Le 23,43).
Jesús hará su entrada triunfal como rey en el paraíso de Dios. Ejercerá su soberanía en la
gloria de Dios. Y a quienes lo invocan les promete que también ellos estarán un día con
él en el paraíso. Así, pues, el término «rey» se refiere aquí a la culminación última de la
vida de Cristo, que él experimentará en su muerte. Si hoy celebramos la fiesta de Cristo
Rey, es porque estamos convencidos de que, como apunta Lucas en su evangelio, hoy
sigue siendo válida la promesa que Cristo hizo al malhechor crucificado con él: «Te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso». Esta promesa no vale solo para el
momento de la muerte, sino ya ahora. Cada vez que los cristianos confesamos que Cristo
es nuestro Rey, somos recibidos con él en su reino y, por tanto, su reino se hace presente
en nosotros. «El reino de Dios está entre vosotros» (Le 17,21), les explicó Jesús en
cierta ocasión a sus discípulos. Si nosotros nos abrimos a Cristo, él reina en nosotros y,
consiguientemente, su reino está en nosotros. Y si su reino está en nosotros, somos
realmente libres, tomamos conciencia de -y contactamos con - nuestro yo auténtico, y de
alguna manera ya ahora estamos en el paraíso.

GRANDEZAS Y MISERIAS 1 Para el filósofo griego Platón, el rey es alguien que ha


conocido las grandezas y las miserias del ser humano y ha conseguido unir en sí mismo
lo contrario. Como rey, Jesús concilió en sí mismo en la cruz todos los ámbitos opuestos
del ser humano. Y nos invita a todos, varones y mujeres, a que también nosotros, como

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reyes que somos, conciliemos en nosotros mismos los contrarios y nos movamos por el
mundo con plena conciencia de nuestra dignidad regia: como personas libres, que no se
dejan dominar por otros, que viven por cuenta propia y no se dejan guiar por las
expectativas de los demás. La fiesta de Cristo Rey quiere transmitirnos un doble mensaje:
todos debemos sentirnos reyes y reinas; y como reyes y reinas debemos llevar una vida
digna y en libertad. No debemos permitir que otros decidan sobre nuestra vida. No nos
guiamos por las expectativas que los demás ponen en nosotros. Somos libres para decidir
qué es lo que nos conviene y qué no nos conviene. No nos dejamos dominar por
caprichos o manías. Nosotros mandamos en nuestra propia vida. Y así forjamos la paz
dentro de nosotros y en el ámbito de nuestra alma, y nos reconciliamos con nuestros
enemigos interiores.

INVITACIÓN A VIVIR CON DIGNIDAD 1 Para ser auténtica, toda celebración festiva
ha de afectar a nuestra vida personal, iluminarla y tener una irradiación en nuestra
existencia cotidiana. En este sentido, celebramos la fiesta de Cristo Rey para que
nosotros mismos podamos sentirnos como reyes y reinas, erguidos e íntegros, en
armonía con nosotros mismos, portadores de una dignidad inviolable. También
celebramos esta fiesta para que Cristo ejerza cada vez más su realeza en nuestra vida,
para que él reine sobre nosotros y no seamos víctimas de nuestros caprichos ni de las
pasiones o las arbitrariedades de otras personas. Por su contenido esencial, la fiesta de
Cristo Rey es para nosotros una promesa de verdadera libertad. Si el reino de Dios está
en nosotros, es que vivimos en armonía con nuestra verdadera naturaleza, con la imagen
originaria y no adulterada de Dios en nosotros. La fiesta no solo nos dice algo de Cristo
como verdadero rey, sino también de nosotros como hombres y mujeres portadores de
una dignidad regia. Esta fiesta quiere invitarnos a caminar erguidos por la vida.

CON LA DIGNIDAD DE REYES 1 Si, dóciles a la invitación de esta fiesta,


aprendiéramos a ver en cada persona con la que nos encontremos a un rey o una reina,
estaríamos en condiciones de descubrir que, tras la apariencia de un pordiosero, o incluso
de personas agresivas o gravemente deterioradas, que más bien suscitan en nosotros la
idea de protegernos de ellas, se esconde un ser humano tan digno como un rey. Si
realmente creemos en su regia dignidad, podemos ayudarlos a que se liberen de todo
aquello que los domina - su impaciencia, su adicción, sus caprichos, su deterioro
personal, su agresividad - y descubran su condición regia. Y si ayudamos a alguien a que
él mismo crea en su dignidad de rey, el interesado se dará cuenta de que no necesita ya
atacar o insultar a nadie. Una importante tarea que recae sobre cada uno de nosotros es
recordar a las personas con quienes nos encontramos a diario su dignidad regia, por
nuestra forma de hablarles, por nuestro comportamiento con ellas y por nuestra forma de
mirarlas.

Ritual

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En Dios me siento seguro

Ponte de pie, con las piernas algo separadas. Después imagínate cómo poco a poco las
plantas de tus pies se hunden cada vez más en el suelo, como un árbol que echa raíces
en la tierra. Sientes que ha penetrado en la tierra la mitad de tu cuerpo, hasta la zona de
la pelvis.

Y entonces te imaginas cómo abres tu cuerpo hacia arriba y cómo, por así decirlo, Dios
lo levanta hacia lo alto. De la misma manera que los árboles desarrollan su copa, así te
abres tú al cielo. Como un árbol, que no pregunta por qué se mantiene erguido o para
quién debe estar bien. Tú te mantienes de pie, simplemente porque así lo quieres.

Si te parece bien, puedes decir en voz alta frases como estas: «Soy capaz de estar de pie.
Puedo aguantar esta postura algún tiempo. Dispongo de un lugar donde puedo estar de
pie. Puedo responsabilizarme de mí mismo. Estoy centrado en mí mismo». Mientras
mantienes esta postura desarrollas tu autoconfianza. Dejas de estar presionado. No tienes
que demostrarte nada. Simplemente estás ahí. Y está bien que así sea.

Si lo prefieres, también puedes recitar lentamente algunos versículos de los Salmos:


«Descarga tus preocupaciones en el Señor. Él te apoya». 0 también: «Siempre tengo al
Señor ante mis ojos. Él está a mi derecha, y no vacilo». Si estás de pie, probablemente te
sea más fácil adivinar la realidad a que se refieren estas afirmaciones: de repente me
encuentro seguro en Dios, lleno de confianza y agradecido por el mérito que recibo de
Dios y tengo en Él.

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EN ESTE LIBRO HE REFLEXIONADO CON MIS LECTORES sobre los más
destacados aspectos del triple ritmo de nuestra vida: el ritmo del año con sus estaciones y
la peculiaridad de los doce meses; el ritmo de nuestra vida, desde el embarazo y el
nacimiento hasta la ancianidad; y, finalmente, el ritmo del año cristiano, con sus fiestas
más importantes. Estos tres ritmos se dan la mano. El ritmo de la naturaleza se refleja en
el biorritmo del ser humano. Si el hombre vive de acuerdo con su ritmo interior, su vida
es sana. Y, además, sostenible. Porque quien vive de esta manera valora adecuadamente
sus propias fuerzas. Incluso en sus actividades cotidianas, la experiencia le demostrará:
quien trabaja respetando su ritmo - como señala C.G.Jung-, puede trabajar más y de
forma más eficaz. No consume demasiada energía. El ritmo nos renueva continuamente.

Las fiestas del año cristiano se adaptan al ritmo del año, tal como la naturaleza nos
hace ver. Pero, además, estas fiestas relacionan lo que nos muestra la naturaleza con
acontecimientos de la vida de Jesucristo. En la vida de Jesús se cumplen los más
profundos anhelos que los seres humanos han vinculado desde tiempo inmemorial con el
nacer y el morir en la naturaleza. Y el destino de Jesús, tal como nos lo presentan las
fiestas del año cristiano, refleja las cuestiones más importantes que afectan al alma
humana. Las fiestas interpretan las imágenes arquetípicas que duermen en nuestra alma.
Al contactar con estas imágenes arquetípicas, tomamos conciencia de nuestro auténtico
yo personal. Las imágenes arquetípicas nos arrastran hacia nuestro centro personal. Y en
la medida en que nos centran, nos hacen desembocar en nuestro yo auténtico.

Es muy provechoso que tomemos conciencia de nuestro ritmo interior y que


redescubramos las imágenes interiores en la naturaleza y en las fiestas del año cristiano,
para describirlas y darles forma. Para mí, se esconde aquí una profunda sabiduría:
descubrir que tanto en la naturaleza como en las fiestas del año cristiano y en las etapas
de mi propio desarrollo personal aparecen igualmente las imágenes de mi alma. Cuanto
más estrecho es el contacto que establezco con las imágenes que responden a mi esencia,
tanto más sana y fructífera es mi vida. Porque, de hecho, a menudo son las imágenes
desproporcionadas las que nos alejan de la vida, nos exigen un esfuerzo exagerado y nos
alienan de nuestra propia esencia.

Tanto el ritmo de la naturaleza como el ciclo de nuestra vida y el ciclo anual de las
fiestas cristianas nos muestran que en todo momento los seres humanos estamos en
manos de Dios. Nuestro tiempo es un regalo que Dios nos hace minuto a minuto. «Mi
tiempo está en tus manos», dice el salmista (Sal 31,16). Así, pues, en todo momento
estoy en manos de Dios. Todos los tiempos son buenos, porque todos reciben la
bendición divina. Lo que yo debo hacer es dar mi sí a todo lo que en cada instante

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sucede en mí, y aceptar mi propio ritmo vital interior. Solo así viviré en armonía con mi
propia naturaleza. También desde el punto de vista espiritual vivo entonces en armonía
con el Espíritu de Dios, que ha modelado mi esencia y ha impreso en ella un ritmo
interior propio.

Por eso os deseo, queridos lectores y lectoras, que todos veáis una imagen de
vuestro propio camino en aquello que os ofrezcan la naturaleza y las fiestas del año
cristiano, y en todo lo que vosotros mismos experimentéis en vuestro corazón. También
os deseo que recorráis atenta y conscientemente vuestro camino, llenos de confianza y
con la esperanza inquebrantable de que vuestro camino os conduce hacia cotas cada vez
más altas de sensibilidad, libertad, amor y paz. Por mi parte, un último deseo: ¡Que
vuestro camino os permita experimentar el significado exacto de vivir sencillamente!

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