Borges Las Metáforas
Borges Las Metáforas
Borges Las Metáforas
La primera
de las muchas metáforas que trataré de recordar procede del Lejano Oriente, de China. Si
no me equivoco, los chinos llaman al mundo «las diez mil cosas», o –y eso depende del
gusto y el capricho del traductor– «los diez mil seres».
Supongo que podemos aceptar el muy prudente cálculo de diez mil. Seguro que existen más
de diez mil hormigas, diez mil hombres, diez mil esperanzas, temores o pesadillas en el
mundo. Pero si aceptamos el número de diez mil, y si pensamos que todas las metáforas son
la unión de dos cosas distintas, entonces, en caso de que tuviéramos tiempo, podríamos
elaborar una casi increíble suma de metáforas posibles. He olvidado el álgebra que aprendí,
pero creo que la cantidad sería 10.000 multiplicado por 9.999, multiplicado por 9.998,
etcétera. Evidentemente, la cantidad de posibles combinaciones no es infinita, pero asombra
a la imaginación. Así que podríamos pensar: ¿por qué los poetas de todo el mundo y todos
los tiempos habrían de recurrir a la misma colección de metáforas, cuando existen tantas
combinaciones posibles?
El poeta argentino Lugones, allá por el año 1909, escribió que creía que los poetas usaban
siempre las mismas metáforas, y que iba a acometer el descubrimiento de nuevas metáforas
de la luna. y, de hecho, inventó varios centenares. También dijo, en el prólogo de un libro
llamado Lunario sentimental, que toda palabra es una metáfora muerta. Esta afirmación es,
desde luego, una metáfora. Pero creo que todos percibimos la diferencia entre metáforas
vivas y muertas. Si tomamos un buen diccionario etimológico (pienso en el de mi viejo y
desconocido amigo el doctor Skeat) y buscamos una palabra, estoy seguro de que en algún
sitio encontraremos una metáfora escondida.
Por ejemplo -y pueden verlo en los primeros versos del Beowulf-la palabra «pbreat»
significaba 'multitud airada', pero ahora la palabra «, al pueblo'. Así, etimológicamente.
«king», «kinsman» ('pariente') y «gentleman» son la misma palabra. Pero si digo «El rey se
sentó a contar su dinero», no pensamos que la palabra «king» sea una metáfora. De hecho,
si optamos por el pensamiento abstracto, tenemos que olvidar que las palabras fueron
metáforas. Tenemos que olvidar, por ejemplo, que en la palabra «considerar» hay una
sombra de astrología: significaba originariamente 'estar en relación con las estrellas', 'hacer
un horóscopo'.
Yo diría que lo importante a propósito de la metáfora es el hecho de que el lector o el
oyente la perciban como metáfora. Limitaré esta charla a las metáforas que el lector percibe
como metáforas. No a palabras como «king» o «threat» (y podríamos continuar, quizá hasta
el infinito).
Veamos ahora otro ejemplo menos ilustre: «Las estrellas miran hacia abajo», Si tomamos
en serio el pensamiento lógico, encontramos aquí la misma metáfora. Pero el efecto en
nuestra imaginación es muy distinto. «Las estrellas miran hacia abajo» no nos sugiere
ternura; bien nos hace pensar en generaciones y de hombres que se fatigan sin fin mientras
las estrellas miran hacia abajo con una especie de sublime indiferencia.
Tomemos un ejemplo distinto, una de las estrofas que más me han impresionado. Los
versos proceden de un poema de Chesterton llamado «A Second Childhood» «
Hemos examinado tres imágenes que pueden real mismo modelo. Pero el aspecto que me
gustaría destacar -y éste es realmente uno de los dos puntos importantes de mi charla-es
que, aunque el modelo sea esencialmente el mismo, en el primer caso, el ejemplo griego
«Desearía ser la el poeta nos hace sentir su ternura, su ansiedad; en el segundo, sentimos
una especie de divina indiferencia hacia las cosas humanas; y, en el tercero, la noche
familiar se convierte en pesadilla.
Tomemos ahora un modelo diferente: la idea del tiempo que fluye, que Huye como un río.
El primer ejemplo procede de un poema que Tennyson escribió cuando tenía, me parece,
trece o catorce arios. Lo destruyó; pero, felizmente para nosotros, sobrevive un verso. Creo
que pueden ustedes encontrarlo en la biografía de Tennyson que escribió Andrew Lang.
Existe también una novela (estoy seguro de que habrán pensado en ella) llamada
simplemente O] Time and the River. El mero hecho de unir las dos palabras sugiere la
metáfora: el tiempo y el río, los dos fluyen. Y existe la famosa sentencia del filósofo griego:
«Nadie baja dos veces al mismo Aquí encontramos un atisbo de terror, porque primero
pensamos en el fluir del río, en las gotas de agua como ser diferente, y luego caemos en la
cuenta de que nosotros somos el río, que somos tan fugitivos como el río.
que es morir.
que es el morir:
derechos a se acabar
y consumir...
Y ahora pasaremos a algo muy trillado, algo que quizá les haga sonreír: la comparación
entre mujeres y flores, y también entre flores y mujeres. Aquí, evidentemente, los ejemplos
son abundantísimos. Pero hay uno que me gustaría recordar (puede que no les resulte
familiar) de esa obra maestra inacabada, Weir of Hermiston, de Robert Louis Stevenson.
Cuenta Stevenson cómo su héroe va a la iglesia, en Escocia, donde ve a una chica: una
chica preciosa, según se nos hace saber. y sabemos que el héroe está a punto de enamorarse
de ella. Porque la mira, y entonces se pregunta si existe un alma inmortal dentro de esa
figura bellísima, o si sólo es un animal del color de las flores. Y la brutalidad de la palabra
«animal-queda destruida, sin duda, por «el color de las flores». No creo que necesitemos
más ejemplos de este modelo, que se encuentra en todas las épocas, en todas las lenguas, en
todas las literaturas.
Pasemos ahora a otro de los modelos esenciales de metáfora: el de la vida como sueño, esa
sensación de que nuestra vida es un sueño. El ejemplo evidente que se nos ocurre es «We
are such stuff as dreams are made on» («Estamos hechos de la misma materia que los
sueños»). Ahora bien, aunque quizá suene a blasfemia -amo demasiado a Shakespeare para
que eso me preocupe-, creo que aquí, si lo examinamos (y no creo que debamos examinarlo
muy de cerca; antes bien. debemos agradecerle a Shakespeare y sus otros muchos dones),
hay una levísima contradicción entre el hecho de que nuestras vidas sean como un sueño o
posean la esencia de un sueño, y la afirmación, un poco tajante, «Estamos hechos de la
misma materia que los sueños». Porque, si somos reales en un sueño, o si sólo somos
soñadores de sueños, entonces me pregunto si podemos hacer semejantes afirmaciones
categóricas. La frase de Shakespeare pertenece más a la filosofía o a la metafísica que a la
poesía, aunque, desde luego, el contexto la realza y eleva a poesía.
Otro ejemplo del mismo modelo procede de un gran poeta alemán; un poeta menor al lado
de Shakespeare (pero supongo que todos los poetas son menores a su lado, excepto dos o
tres). Se trata de una famosa pieza de Walter van der Vogelweide. Supongo que se dice así
(me pregunto qué tal es mi alemán medieval; tendrán ustedes que perdonarme): «Ist mir
min leben getroumet, oder ist es war?» («¿He soñado mi o fue un sueño?»). Creo que esto
se acerca más a lo que el poeta intenta decir, pues en lugar de una afirmación categórica
encontramos una pregunta. El poeta está perplejo. Nos ha sucedido a todos nosotros, pero
no lo hemos expresado como Walter van der Vogelweide. El poeta se pregunta a sí mismo:
«Ist mir min leben getroumet, oder ist es war?», y su duda nos trae, creo, esa esencia de la
vida como sueno.
No recuerdo si en la conferencia anterior (porque es una frase que cito muchas veces,
siempre, y la llevo citando toda la vida) les cité al filósofo chino Chuang Tzu. Soñó que era
una mariposa y, al despertar, no sabía si era un hombre que había soñado ser una mariposa,
o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre. Creo que esta metáfora es la más delicada.
Primero, porque empieza con un sueño, y, luego, cuando Chuang Tzu despierta, su vida
sigue teniendo algo de sueño. y, segundo, porque, con una especie de casi milagrosa
felicidad, el filósofo ha elegido el animal adecuado. Si hubiera dicho «Chuang Tzu soñó
que era un tigre» sería insustancial. Una mariposa tiene algo de delicado y evanescente. Si
fuéramos sueños, para sugerirlo fielmente necesitaríamos una mariposa y no un tigre. Si
Chuang Tzu hubiera soñado que era un mecanógrafo, no hubiera acertado en absoluto. O
una ballena: tampoco sería un acierto. Creo que eligió exactamente la palabra precisa para
lo que se proponía decir.
Examinemos otro modelo: ese tan corriente que reúne las ideas del dormir y el morir. Es
muy común incluso en la lengua cotidiana; pero, buscamos ejemplos, advertiremos que los
hay muy diferentes. Creo que en algún sitio Homero habla del «sueño de hierro de la
muerte». Nos propone, así, dos ideas opuestas: la muerte es una especie de sueno, pero esa
especie de sueno está hecha de un metal duro, inexorable y cruel, el hierro. Es un dormir
perpetuo e inquebrantable. Y, por supuesto. también tenemos a Heine: «Der Tod dass ist
die frühe Nacht» «
Pero cuando algo sólo es dicho o -mejor todavía- sugerido, nuestra imaginación lo acoge
con una especie de hospitalidad. Estamos dispuestos a aceptarlo. Recuerdo haber leído,
hace una treintena de anos, las obras de Martin Buber, que me parecían poemas
maravillosos. Luego, cuando fui a Buenos Aires, leí un libro de un amigo mío, Dujovne, y
descubrí en sus páginas, para mi asombro, que Martin Buber era un filósofo y que toda su
filosofía estaba contenida en los libros que yo había leído como poesía. Puede que yo
aceptara aquellos libros porque los acogí como poesía, como sugerencia o insinuación, a
través de la música de la poesía, y no como razonamientos. Creo que en Walt Whitman, en
alguna parte, podemos encontrar la misma idea: la idea de que la razón es poco
convincente. Creo que Whitman dice en alguna parte que el aire de la noche, las inmensas y
escasas estrellas, son mucho más convincentes que los meros razonamientos.
Recuerdo que he olvidado un excelente ejemplo de la ecuación sueno igual a vida. Pero
creo rememorarlo ahora: pertenece al poeta americano Cummings. Son cuatro versos. Debo
disculparme por el primero. Evidentemente fue escrito por un joven que escribía para
jóvenes, un privilegio del que ya no puedo participar: soy ya demasiado viejo para ese tipo
de juegos. Pero debemos citar la estrofa completa. El primer verso es: «Cods terrible face,
brighter than a spoon» (vla terrible cara de Dios, más brillante que una cuchara»). El primer
verso casi me parece lamentable, porque, evidentemente, uno intuye que el poeta pensó
primero en una espada, o en la luz de una vela, o en el sol, o en un escudo, o en algo
tradicionalmente radiante, y entonces "No, que soy moderno, así que meteré una cuchara».
Y tuvo su cuchara. Pero podemos perdonárselo por lo que viene a continuación: «Cods
terrible face, brighter than a spoon, / collects the image of one fatal word» ("La terrible cara
de Dios, más brillante que una cuchara, / acoge la imagen de una palabra fatal»). Este
segundo verso es mejor, creo. Y, como me dijo mi amigo Murchison, en una cuchara a
menudo encontramos recogidas muchas imágenes. Yo nunca había pensado en ello, porque
había quedado desconcertado por la cuchara y no había darle demasiadas vueltas.
«Se parece a algo que no ha sucedido»: este verso entraña una rara sencillez. Creo que nos
transmite la esencia de la vida como sueño mejor que aquellos poetas más famosos,
Shakespeare y Walter van der Vogelweide.
Sólo he elegido. evidentemente, unos pocos ejemplos. Estoy seguro de que su memoria está
llena de metáforas que ustedes han ido atesorando, metáforas que quizá esperen oír citadas
por mí. Sé que después de esta conferencia sentiré cómo me invade el remordimiento, al
pensar en las muchas y hermosas metáforas que he omitido. y, naturalmente, ustedes me
dirán en un aparte: "Pero ¿cómo ha olvidado aquella maravillosa metáfora de Fulano?», Y
entonces tendré que disculparme y seguir buscando a tientas.
Pero, ahora, creo que deberíamos proseguir con metáforas que parecen eludir los viejos
modelos. Y, ya que he hablado de la luna, tomaré una metáfora persa que leí en alguna
parte de la historia de la literatura persa de Brown. Señalemos que procede de Farid al-Din
Attar o de Omar Hayyam, o de Hafiz, o de alguno de los grandes poetas persas. Habla de la
luna llamándola "el espejo del tiempo». Me figuro que, desde el punto de vista de la
astronomía, la idea de que la luna sea un espejo sería apropiada, pero esto es más bien
irrelevante desde un punto de vista poético. Si la luna es o no es realmente un espejo carece
de la menor importancia, puesto que la poesía habla a la imaginación. Contemplemos la
luna como espejo del tiempo. Creo que es una metáfora excelente: en primer lugar, porque
la idea de espejo nos transmite la luminosidad y fragilidad de la y, en segundo lugar, porque
la idea de tiempo nos recuerda de repente que la luna clarísima que vemos es muy antigua,
está llena de poesía y mitología, y es tan vieja como el tiempo.
Puesto que he usado la frase «tan Vieja como el tiempo», debo citar otro verso, uno que
quizá bulla en la memoria de ustedes. No puedo recordar el nombre de su autor. Lo
encontré citado en un libro no demasiado memorable de Kipling titulado From Sea lo Sea:
«A rose-red city, half as old as time» ««casi tan vieja como el tiempo» nos transmite una
especie de precisión mágica: el mismo tipo de mágica precisión que logra la extraña y
común frase inglesa «I will love you forever and a day» («Te querré siempre y un día»).
«Forever» significa 'un tiempo larguísimo' pero es demasiado abstracto para despertar la
imaginación.
Encontramos el mismo tipo de truco (pido perdón por el uso de esta palabra) en el título de
ese libro famoso, Las mil y una noches. Pues «las mil noches» significa para la imaginación
'las muchas noches', tal como en el siglo XVII se usaba «cuarenta» para significar 'muchos'.
«When forty winters shall besiege thy brow- («Cuando muchos inviernos pongan sitio a tu
frente»), escribe Shakespeare; y pienso en la habitual expresión inglesa «forty winks-
(literalmente, «cuarenta parpadeos») para la siesta «
Para considerar diferentes metáforas, volveré ahora -inevitablemente, dirán ustedes-a los
anglosajones, mis favoritos. Recuerdo aquella kenning verdaderamente común que llamaba
al mar «el camino de la ballena». Me pregunto si el sajón desconocido que acuñó por
primera vez esa kenning sabía lo hermosa que era. Me pregunto si se daba cuenta (aunque
esto apenas tiene por qué importarnos) de que la inmensidad de la ballena sugería y
enfatizaba la inmensidad del mar.
Hay otra metáfora, escandinava, sobre la sangre. La kenning usual para la sangre es «el
agua de la serpiente». En esta metáfora tenemos la noción -que también encontramos en los
sajones-de la espada como ser esencialmente maligno; un ser que bebe la sangre de los
hombres como si fuera agua.
Y tenemos las metáforas de la batalla. Algunas de ellas son bastante triviales; por ejemplo,
«encuentro de hombres». Quizá, aquí, exista algo sutilísimo: la idea de los hombres que se
encuentran para matarse unos a otros (como si no fuera posible otro tipo de «encuentros»).
Pero también tenemos «encuentro de espadas», «baile de espadas», «fragor de armaduras»,
«fragor de escudos». Todas están en la Oda de Brunanburh. Y hay otra preciosa: «born
aeneoht», «encuentro de ira». Aquí la metáfora quizá nos impresione porque, cuando
pensamos en un encuentro, pensamos en el compañerismo, en la amistad; y entonces surge
el contraste, el encuentro «de ira».
Pero yo diría que estas metáforas no son nada comparadas con la hermosísima metáfora
escandinava y -lo que parece bastante extraño-irlandesa para la batalla. Llama a la batalla
red de hombres». La palabra «red» es verdaderamente maravillosa aquí, pues la idea de una
red nos brinda el modelo de una batalla medieval: tenemos las espadas, los escudos, el
chocar de las armas. y también tenemos el matiz de pesadilla de una red entretejida por
seres vivos. «Red de hombres»: una red de hombres que mueren y se matan unos a otros.
Me viene a la memoria de repente una metáfora de Góngora que es muy parecida a la «red
de hombres». Góngora habla de un viajero que llega a una «bárbara aldea»; y entonces la
aldea tiende una soga de perros a su alrededor:
Así, de un modo muy extraño, encontramos la misma imagen: la idea de una soga o una red
hecha de seres vivos. Pero incluso en estos casos que parecen sinónimos existe una
diferencia notable. Una soga de perros es algo barroco y grotesco, mientras que «red de
hombres» añade algo terrible, algo espantoso, a la metáfora.
Para terminar, consideraré una metáfora, o una comparación (después de todo, no soy
profesor y la diferencia apenas me preocupa) del hoy olvidado Byron. Leí el poema cuando
era un chico; me figuro que todos lo leímos a muy tierna edad. Pero hace dos o tres días
descubrí de repente que se trataba de una metáfora muy compleja. Nunca había pensado
que Byron fuera especialmente complejo. Todos ustedes conocen la frase: «She walks in
beauty, like the night («Camina en belleza, como la noche»). El verso es tan perfecto que
no le damos ninguna importancia. Pensamos: «Bien, nosotros podríamos haberlo escrito, si
hubiéramos querido». Pero sólo Byron quiso escribirlo.
Me ocupo ahora de la oculta y secreta complejidad del verso. Supongo que ustedes ya
habrán descubierto lo que ahora vaya revelarles. (Pues es lo que siempre pasa con las
sorpresas, ¿verdad? Nos pasa cuando leemos una novela policiaca.) «She walks in beauty,
like the night»: tenemos, en principio, una hermosa mujer, y en seguida se nos dice que
«camina en belleza». Esto nos sugiere, de algún modo, la lengua francesa: algo como «vous
êtes en beauté». Pero: «She walks in beauty, like the night». Tenemos, en primera instancia,
una hermosa mujer, una hermosa señora, que se asemeja a la noche. Para entender el verso
debemos pensar que también la noche es una mujer; si no, el verso no tiene sentido. Así, en
estas palabras tan sencillas encontramos una doble metáfora: una mujer es comparada con
la noche, pero la noche es comparada con una mujer. No sé, ni me importa, si Byron sabía
esto. Creo que si lo hubiera sabido el verso difícilmente sería tan bueno. Puede que antes de
morir lo descubriera, o alguien se lo señalara.
Así llegamos a las dos principales y obvias conclusiones de esta conferencia. La primera es,
por supuesto, que aunque existan cientos y desde luego miles de metáforas por descubrir,
todas podrían remitirse a unos pocos modelos elementales. Pero esto no tiene por qué
inquietarnos, pues cada metáfora es diferente: cada vez que usamos el modelo, las
variaciones son diferentes. Y la segunda conclusión es que existen metáforas -por ejemplo,
«red de hombres» o «camino de la ballena-e-que no podemos remitir a modelos definidos.
Creo, pues, que las perspectivas -incluso después de mi conferencia-son bastante favorables
para la metáfora. Porque, si nos parece, podemos ensayar nuevas variaciones de las
tendencias esenciales. Las variaciones podrían ser muy bellas y sólo algunos críticos como
yo se molestarían en decir: «Bien, ahí volvemos a encontrar ojos y estrellas, y el tiempo y
el río una y otra vez, siempre». Las metáforas estimularán la imaginación. Pero también
podría sernos concedida -y por qué no esperarlo- la invención de metáforas que no
pertenecen, o que no pertenecen todavía, a modelos aceptados.