Los Años Tormentosos de Hollywood

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16.

Los años tormentosos de Hollywood


Al contrario que lo que supuso para Europa, el fin de la guerra abrió una época
de prosperidad en América. En la industria cinematográfica la situación también era
óptima. Se alcanzaría la suma de 425 películas en 1946 con la recaudación de 4.600
millones de dólares en taquilla. Esta atmosfera de prosperidad en Hollywood pronto
comenzó a enrarecerse debido a las noticias provenientes de Washington, del
departamento de Justicia nada menos. Desde los tiempos heroicos del nacimiento del
cine, el cine había sido un campo e batalla entre los independientes y el cuasi monopolio
de la MPPC, que acaparaba esta última a más del 75% de la producción total de
películas, y el 100% de los noticiarios y publicidad. Los productores independientes,
desde 1932 agrupados en la Motion Pictures Producers Association venían batallando
contra la situación de cuasi monopolio que violaba flagrantemente la ley Sherman anti
trust. Para 1949 y 1953, el Tribunal Superior de Justicia fallo en contra de las grandes
empresas, desvinculando el negocio de la producción de el de la exhibición.
Por otro lado, comenzó a tacar un enemigo más formidable aun, la televisión. Su
era se había iniciado en 1946 cuando había en el país 11.000 aparatos. Para 1952 ya
existían cerca de 21 millones. En muchos hogares, este aparato se convirtió en el centro
del entretenimiento para toda la familia. La industria del cine comenzó a actuar,
emitiendo en 1948 un bloqueo al alquiler de películas a la televisión con la esperanza de
asfixiar a su contrincante. Sin embargo, esta batalla no empezaría de forma firme hasta
1952 con el lanzamiento de las macro pantallas y las superproducciones espectaculares.
Al igual que sucedería en la gran crisis del 29, estos castores bélica de la que
recién se salía supuso un revulsivo moral, conmocionando a la opinión pública. Se
lanzará la película Los mejores años de nuestra vida (1946) que muestra el regreso de
tres veteranos de guerra a su hogar. Oportunismo estudio psico-social de la época de la
reconversión de la industria, no exento de concesiones sentimentales, era una llamada
de atención al pueblo americano. Wyler es un prestigioso productor que no duda con
películas como esta, mirara cara a cara a los problemas del país, pero será la nueva
hornada de jóvenes productores, la llamada “generación perdida” será la que mejor los
afrente.
Robert Rossen se enfrentará a la corrupción que rodea el mundo del boxeo con
Cuerpo y Alma tema que por su fotogenia y riqueza dramática atrajo a Mark
Robinson otro joven director de origen canadiense, autor del Ídolo de barro (1949)
protagonizada por Kirk Douglas. El tema de la corrupción instalado en muchos sectores
públicos parece ser un tema de preocupación creciente en esta generación. En esta línea
trabajará Rossen con su Político que narra la historia de un político de ideas generosas,
vencido finalmente por la corrupción del medio ambiente en el que opera. Entre los
nombres más destacados que produce esta generación se encuentra el canadiense
Edward Dmytryk de padres ucranianos, que se lanzó al éxito con los Niños de Hitler
(1942) y alcanzó su mejor momento con Encrucijada de Odios (1947) donde ponía el
dedo en la llaga de un problema candente, el odio antisemita, mostrando el asesinato de
un soldado judío desmovilizado. Es una autentico alegato, teniendo en cuenta que por
estas fechas se hace plenamente patente la masacre judía en Europa, movida por los
esbirros con un odio a los judíos similar al que se demuestra en la película. El tema del
antisemitismo, arraigado plenamente en la sociedad americana tan vulnerable a los
prejuicios raciales interesa también a Elia Kazán que lo aborda en la Barrera invisible.
En este caso vemos por vez primera el abordaje del racismo negro en los Estados
Unidos. Entre 1945 y 1950, se habían cometido al menos que se sepa, trece
linchamientos contra hombres de color. Pero, muchos negros han perdido la vida con el
uniforme estadounidense y comienza a abrirse paso la exigencia de que la igualdad de
deberes corresponde a la igualdad de derechos. Por ello algunos films como Un rayo de
sol o el Pozo de la angustia empiezan a mostrar con timidez este problema candente.
Pero esta saludable e higiénica corriente de cine critico fue casi extirpada de raíz
a causa del inicio en 1947 de la Comisión de Actividades Antiamericanas destinada a
extirpar cualquier corriente filo comunista en américa en la industria del cine.
Tengamos en cuenta que por estas fechas se están configurando ya los dos bloques
antagónicos que protagonizarán la Guerra Fría. El senador Joseph McCarthy promoverá
la angustia colectiva con su caza de brujas, que alcanzará a algunos de los intelectuales
más brillantes del panorama cultural de la época y que, por supuesto, también implicará
al mundo del cine. El productor J.L. Warner será interrogado para comprobar si había
introducido propaganda comunista en sus películas, declaró que algunas películas tenían
dobles sentidos o alusiones, que había que seguir ocho o diez cursos de jurisprudencia
para comprender. Que el vicepresidente de la Warner no comprendiese el contenido de
algunos de sus films era grave, pero no menos que Ayn Rand declarase que Song of
Russia (1944) era propaganda comunista. En cualquier caso, se produjeron largas
sesiones para definir que era exactamente “propaganda comunista”. Finalmente se
calificó como tales aquellas que iban en contra de los ricos o los miembros del
Congreso o que mostrasen a un soldado desmovilizado desengañado de su experiencia
bélica. En aquel clima de pánico e histeria, el director Robert Rossen terminó huyendo
a México, para volver poco después y delatar a algunos de sus antiguos camaradas.
Dmytryk sería interrogado no pocas veces, admitiendo en la segunda de ellas que había
formado parte del Partido Comunista Americano. Al cerrar las sesiones en 1951, el
tribunal había condenado o marcado en una lista negra a unos trescientos nombres a los
que se comprometió a no dar trabajo. No es de extrañar que en este clima, Charles
Chaplin o Welles partieran a Europa. Estos últimos trabajarían juntos en lo que sería la
última película de Chaplin en suelo americano, Monsieur Verdoux (1946) con
argumento de Welles en el cual un asesino en serie, mata a doce mujeres para alimentar
con su riqueza a sus hijos, en una crítica a la fragilidad de la moral que rige las
relaciones humanas. En 1952, Chaplin rodará en suelo inglés Candilejas (1952) historia
del payaso Calvero que se desarrolla entre los music hall londinenses antes de la
Primera Guerra Mundial.
Fruto de esta neurosis colectiva de estos años, es el tremendo auge del cine
negro o policiaco. Algo tendrá que ver el incremento pavoroso de la delincuencia en
estos años de posguerra, con un delito grave cada 15 segundos. John Huston fue el
iniciador de este género con su Halcón Maltés (1941) interpretada por Humphrey
Bogar, actor que haría de puntal de este género hasta los 50. Los productores se
esconderían dentro de este género que, con su sórdida negrura, daba un reflejo pesimista
de la realidad social. Humphrey Bogar prototipo del bad good boy triunfa sobre el gran
Edward G. Robinson, el último gran gangter en Cayo Largo (1948) de John Huston.
Este cien está marcadas por una quiebra del conformismo ético, dando a todos los
personajes de un barniz de ambigüedad moral, quebrando en parte la lucha del bien
contra el mal, estando presentes el subconsciente y traumas infantiles propios del
psicoanálisis. Pabst había introducido el psicoanálisis en el cine en 1926, pero ahora
contemplaremos una avalancha de conflictos psíquicos aderezada con conflictos
violentos y erotismo. Montgomery lo había intentado al igual que Welles, con su obra
La dama del Lago, producida íntegramente en cámara subjetiva, pero con el error
evidente de que un punto de cámara no sustituirá las vivencias que definen la
personalidad. El subjetivismo y el relativismo moral dominan este sórdido catálogo de
historias psicoanalíticas criminales, que destrozan la imagen conformista e idealizada de
la sociedad. La serie se afianzo con el rotundo éxito de Gilda (1946) de Vidor que
trasponía al mundo del hampa el trastorno de Edipo. Elemento primordial de la película
fue la figura, casi fetichista, de Rita Hayworth que se convertiría en el sex simbol de
esta época. La moda de los films de “complejos” hizo furor y con clave psicoanalista.
Anatole Litvak situó su Nido de víboras (1948) en un manicomio de mujeres, mientras
que el genio del suspender, Alfred Hitcock jugaría a fondo con las bazas psicopáticas
con La Soga, Extraños en un tren o Atormentada. De ellas destaca Extraños en un
tren, dos personas aparentemente normales, que deciden intercambiarse los papeles de
asesinos, para limpiarse de toda sospecha o incriminación.
Los “grandes de anteguerra” a pesar de notables producciones como la
Heredera de Wyler, comienzan a alejarse de la escena cinematográfica para interesarse
más por la producción. Frank Capra dirigirá ¡Qué bello es vivir! Primera y única
producción de la empresa Liberty Films. Sus huecos serán llenados por los nombres de
la denominada “generación perdida”. John Huston sería una de las personalidades más
sólidas de la nueva hornada. Debutaría con el Halcón Maltés de marcado cine negro,
para proseguir con la búsqueda de la riqueza, el esfuerzo y el fracaso con El tesoro de
Sierra Madre (1947) cuyos protagonistas mueren, mientras la riqueza es tragada por la
tierra; el fracaso de los gangters en la Jungla de Asfalto o la desoladora frustración del
pintor deforme Toulouse Lautrec en Moline Rouge (1953) o el prodigioso uso del
Technicolor en La reina de África (1952) el único acorde optimista de su filmografía
son algunas de las obras que caracterizan su producción.
También Elia Kazán emigrado de Constantinopla a los cuatro años, será parte
de esa generación marcada profundamente por la gran depresión. Kazán llegará al cine
cuando ya se había consagrado como un productor teatral de primer orden. En su
escuela dramática Actor´s Studio (1947) surgirán actores de la talla de Marlon
Brando, James Dean o Paul Newman entre otros. Marlon Brando debutara con su Un
tranvía llamado deseo (1951) con el que Kazán y Marlon ya han triunfado en
Broadway. Con su siguiente producción, causaran autentico furor, en ¡Viva Zapata!
Donde Kazán, tras ser depurado por la Comisión, expone de manera magistral algunas
de las escenas más relevantes de la revolución, que corrompe a sus dirigentes cuando
llegan al poder. Esta línea anti obrera continuara con su crítica a los sindicatos
portuarios en La ley del silencio (1954).
El pesimismo que protagoniza la postguerra, sobre la que planea la amenaza de
la Guerra Fría o la guerra de Corea, marca profundamente la filmografía. En esta línea,
el austríaco Fred Zinemann realiza la sombría trilogía sobre la herencia de la catástrofe
bélica con Los ángeles perdidos, Hombres y Teresa. Sin embargo, su mayor éxito
será Solo ante el peligro (1952) que muestra la plena madurez del western psicológico,
a través de la moral del sheriff Gary Cooper desgarrado entre el dilema de cumplir su
obligación o el instinto de conservación. Su compatriota Billy Wilder ofreció también
una visión acida de la realidad en el Crepúsculo de los dioses (1950) desolador retablo
del mundo del cine y de sus viejas glorias en el que incluyo el comentario en off y en
primera persona de un cadáver y El gran carnaval donde cuenta los excesos de la
prensa sensacionalista a través de la explotación de un desgraciado accidente en una
cueva. Einstein trataría de llevar a la gran pantalla ese drama del joven humilde que
ambiciona lo que está más allá de su alcance, perdiendo su novia la vida. Se trataría de
La muerte de un viajante. Sin embargo, las condiciones de Hollywood no son las
apropiadas para el nacimiento de un auténtico cine social, a semejanza del italiano, por
lo que todo se resume a historias particularizadas. En estos años se habla del neo
realismo americano que no es tal, pues solo aprovecha las fachadas de las casas y
edificios de Nueva York para dar realidad a sus dramas urbanos. Un ejemplo de este
abuso del callejero será La casa de la calle 92 (1945) que se rodará de forma casi
paralela a Roma, ciudad abierta, que se rodará prácticamente desde el interior de una
furgoneta dotada de espejos transparentes. Paralelamente, se aprecia por estos años la
caída y desmantelamiento del cine documentalista de la escuela de Nueva York.
Muchos de ellos habrán de huir de la persecución de la “caza de brujas”, solo resistirá el
viejo Flaherty que rodará para la Standard Oil el bello documental Louisiana Story
(1947) donde se introduce en mundo de las maquinas.
En otros géneros si hay novedades. Tras el hongo de Hiroshima, la ciencia
ficción empieza a demandar su propio espacio cinematográfico. Se abrirá con la
producción Destino a la luna de Irving en 1950. Pronto la física recreativa se completa
con el mensaje moral, advirtiendo al género humano de la idiotez de sus querellas a
través de las amenazas cósmicas en Cohete K-1 o Ultimátum a la tierra (1951). En
cuanto a la comedia musical, sufre una enérgica renovación tras deshacerse de ese
complejo de inferioridad que el género tenia y que poco a poco se va desembarazando.
Gran ayuda en este proceso tuvo en el Technicolor en Un día en Nueva York (1949) o
sobre todo Cantando bajo la lluvia (1952) una de las cimas del género, gracias a
Stanley Donen. Se trata de una deliciosa evocación de los difíciles años del nacimiento
del cine sonoro. Será junto con Vicente Minelli en su Un americano en París (1951)
los puntales de este género.
También ha habido cambios en el género de los dibujos animados con la
revolución copernicana introducida en el género por Stephen Bosustow. Dibujante a las
órdenes de Walt Disney, fue despedido en 1941. Ni corto ni perezosos, formaría en los
años siguientes la United Productions of America e impuso un estilo lineal de los
dibujos animados o cartoons, con una revalorización de los gags y el color, junto con
personajes muy llamativos y originales como son Mr. Magoo, imagen satírica del
americano medio que cree vivir en el mejor de los mundos.

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