Los Nombres de Los Colores en El Espanol de Los Siglos Xvi Xvii PDF
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nombres
de los
colores
en el
español
de los
siglos
XVI-XVII
Ewa
Stala
ÍNDICE
I. INTRODUCCIÓN
1.1 La elección del tema y del corpus, el método de investigación
1.2 La organización de la monografía
V. GLOSARIO
Blanco
Negro
Gris
Rojo
Marrón
Amarillo
Azul
Verde
Violeta
Apéndice
Bibliografía
INTRODUCCIÓN
I. Introducción
ahora existentes cubren los dos puntos extremos de la historia de la lengua: la Edad
Media (como, por ejemplo, el trabajo de R. M. Duncan “Adjetivos de color en el español
medieval” ) o la época contemporánea (cf. los trabajos de Emma Martinell o de María
del Mar Espejo Muriel).
Por todo ello, el método aplicado es sencillo sin recurrir a los enfoques modernos
(cf. Komorowska 2010): cada uno de los párrafos del Glosario está dedicado a un color
básico o más bien su denominación. Al principio presentamos la información general:
definiciones y prototipos posibles, connotaciones más comunes. Luego, por ser un
estudio diacrónico, agregamos la información sobre las denominaciones de este color en
latín en base del estudio de André (1949) y español medieval (Duncan 1968). El estudio
sincrónico – de la época investigada – comprende el material lexicográfico: tanto la
traducción de los términos latinos al español como la lista de los lexemas extraídos más
la información tipo: 1ª documentación, derivados y formas idiomáticas, todos con los
significados documentados.
Otra razón del peculiar interés de estos estudios es la exploración de las
estrategias para construir definiciones de las denominaciones cromáticas. Definiciones
que tendrían en cuenta no sólo criterios físicos, sino también lingüísticos. Será
interesante estudiar hasta qué punto y de qué manera los lexicógrafos de los siglos XVI
y XVII lograron resolver el problema de la definición de los colores.
Los términos cromáticos constituyen también un grupo léxico cargado de fuertes
valores connotativos y simbólicos: su huella ha pervivido sobre todo en las expresiones
formadas a partir de los nombres de colores. La investigación de éstas puede constituir
un buen punto de partida para observaciones tanto lingüísticas como socioculturales.
La base de este estudio son los diccionarios mono y multilingües de los siglos
XVI y XVII que contienen la parte española y cuya descripción aparece en los capítulos
siguientes. Dejamos de lado los textos literarios, donde el uso del adjetivo de color
puede variar y adquirir diversos matices semánticos según el contexto, la invención del
autor y el tipo de obra, ya que “en el lenguaje poético el rojo solo, el verde solo, no
significan nada por sí, sino incrustados en el contexto de la obra” (González-Calvo,
1976: 56). Prescindimos, pues, de la cuestión de las variantes textuales y de la polisemia
3
del texto, que tantos problemas causan en las investigaciones semánticas1. Nuestra
elección en cuanto al corpus adquiere su explicación si tenemos en cuenta que “es
imposible hacer un recuento total del léxico de la Edad de Oro, por lo que nos veremos
obligados a imponer ciertas restricciones, si queremos que el resultado obtenido sea
manejable” (Alvar Ezquerra, 1976: 94). Y aunque el eminente lingüista, habiendo
dividido todas las posibles fuentes en los textos literarios y no literarios, crea oportuno
prescindir, en el caso del segundo grupo, de las obras de carácter lexicográfico, porque
“no representan el sentir de la comunidad, ya que son el reflejo de la competencia del
autor” (Alvar Ezquerra, 1976: 96), a nuestro parecer, los diccionarios como tales
reflejan, a través de la competencia del autor, el verdadero estado de la lengua y, siendo
la recopilación de las voces usadas en aquel entonces, constituyen la fuente más directa
de las posibles formas léxicas.
Los siglos XVI y XVII son el período en que la lengua española adquiere su
plena autonomía y gana terreno el concepto de corrección lingüística, lo que condujo a
una “considerable fijación de usos en la lengua literaria y, en menor grado, en la lengua
hablada también” (Lapesa, 1980: 367). En 1492, aparece el primer diccionario de
español de A. Nebrija, seguido de numerosos diccionarios multilingües: la hegemonía
política de España hace que el castellano sea un idioma de gran valor e importancia para
muchos extranjeros. Ya que la mayoría de los diccionarios aquí utilizados son
multilingües - con el latín como punto de partida - tendremos la oportunidad de
comparar la organización de los campos léxicos del color en ambos idiomas y observar
el rumbo de la evolución del castellano en su proceso de la independencia lingüística.
1
Para más detalles sobre la frontera exacta (si la hay) entre el significado lexicográfico y el contextual
remitimos, entre otros, a: Ullmann, 1976: 191; Buttler, 1976; Lyons, 1989 II: 185-226; Korżyk, 1995;
Lyons, 1995; Grzegorczykowa, 1986 y 2001: 40-42 quien, a su vez, remite a la literatura detallada al
respeto o Taylor, 2003.
4
Entre el número total de los sentidos humanos destacan los “básicos”, es decir el
sentido de la vista, del oído, del tacto, del olfato y del gusto. Los que se mencionan
desde hace pocos años son el sentido del balance, de la temperatura (frío, calor) y el
sentido kinestético. Sin embargo, son los primeros cinco los que tienen su reflejo en la
lengua. Por eso, en polaco se habla del llamado sexto sentido (pol. szósty zmysł), lo que
quiere decir ‘sensibilidad, intuición’. No cabe duda alguna de que el sentido más
importante para el ser humano es la vista. Ya Heráclito dijo que “los ojos son mejores
testigos que las orejas” y se suponen, por lo menos, tres causas principales que
justifican este estado:
1. el sentido de la vista asegura el número de las informaciones adquiridas mucho
mejor que el del oído (las posibilidades del código acústico y la memoria son
mucho más reducidas, como comprueban los recientes análisis). La vista, en un
grado mucho más amplio, posibilita la elección del objeto percibido y el
establecimiento de distancia entre el objeto y el sujeto de la percepción.
2. es el sentido menos subjetivo: se puede aceptar que las personas que no sufren
ningún defecto de la vista, mirando desde el mismo punto y hacia la misma
dirección, perciben lo mismo. El oyente no puede escoger lo que oye, mientras
que el observador puede fijarse en los objetos que le convienen. De ahí
provienen varias expresiones basadas en la metáfora conceptual SABER ES
6
VER: hacer la vista gorda = aparentar con disimulo que no se ha visto algo que
se considera defectuoso o negativo; poner la vista en algo/ alguien = fijarse
especialmente en una persona o cosa por algún motivo; echar uno la vista a una
cosa = elegir mentalmente algo; estar visto = darse por seguro, obvio; si bien se
mira = si se piensa detenidamente; mirado = prudente, cauto o delicado (todas
las acepciones del Diccionario Esencial Santillana de la Lengua Española de
1991). Son los usos metafóricos comunes a muchas lenguas europeas (para los
ejemplos polacos, v. Pajdzińska, 1996: 117).
La filosofía antigua establecía diferencias entre calidades primarias y
secundarias. Las primeras, por ejemplo la forma, existen objetivamente, mientras que las
segundas existen en la percepción. Un ejemplo típico de éstas últimas es el color. El
acto de ver es un complejo fenómeno psico-fisiológico. Ahora, no cabe duda de que es
uno de los fundamentales universales biológicos. Hubo, sin embargo, otras teorías,
como, por ejemplo, el planteamiento evolucionista, según el cual, a lo largo del tiempo,
se ha producido un gran desarrollo de los órganos sensoriales, al que se atribuyó la cada
vez más aguda percepción de los colores. En el siglo XIX Hugo Magnus, profesor de
oftalmología en la Universidad de Breslau, escribía: “Durant certains périodes de
l'histoire de notre espèce, l'oeil n'a pas été capable de sentir la lumière comme telle, sans
distinguer, en outre, sa coloration comme une perception distincte de la sensation
lumineuse” (H. Magnus, 1878, Histoire de l'évolution du sens des couleurs en: Leduc-
Adine, 1980: 67-68). Actualmente la mayoría de los lingüistas se pronuncia a favor de la
existencia de constantes en la percepción del color y “el problema de los colores no es
tanto una cuestión de los universales biológicos (su existencia real parece haber sido
demostrada) sino una cuestión de los universales de cultura claramente reflejados en la
lengua” (Baran, 1996: 7). María del Mar Espejo Muriel (1990: 21) esquematiza así el
proceso de la visión:
LUZ > OBJETOS > OJO > CEREBRO > CORTEZA CEREBRAL
(retina) (lóbulo occipital)
La luz emitida por las fuentes luminosas llega al ojo e ilumina los objetos. La luz
que los objetos reflejan es la que incide sobre el globo ocular. Por la acción de células
sensibles presentes en la retina, se generan los impulsos nerviosos, que son
transmitidos por el nervio óptico al lóbulo occipital del cerebro. Ahí se produce la
sensación que pasa a los centros superiores de la corteza cerebral: el lugar de la
percepción consciente.
Se advierte en seguida que el acto de la percepción consta de varias etapas que se
pueden enumerar da la siguiente manera (Zausznica, 1959):
1. la percepción de la luz;
2. la percepción de los colores - es decir, la reacción del globo ocular frente a los
impulsos;
3. la percepción visual del espacio;
4. la “integración” de las impresiones.
En algunos trabajos - sobre todo, en los que tratan de explicar algunos fenómenos
lingüísticos a través de la fisiología - hallamos teorías aún más detalladas en lo
referente a la percepción de los colores. Por ejemplo, Michera (1987: 92) al destacar la
vinculación entre la biología y la cultura - basándose en el trabajo de R.L. De Valois y
G. H. Jacobs “Primate Color Vision” (en: Science 162, 1968) - introduce algunos
detalles más. Sobre todo, rechaza la idea de que el continuum cromático que el hombre
percibe sea un ser homogéneo. Es sólo una etapa que tiene lugar en la retina. Pero ya
los canales que transmiten los impulsos cromáticos producidos por la retina al cerebro
actúan de una manera totalmente distinta. Estos canales se dividen en dos tipos: a) los
responsables de la transmisión de los impulsos relacionados con el blanco y el negro,
más la información sobre la intensividad de la luz, y b) las células transmisoras de la
retina al cerebro. Estas ya tienen carácter antagónico:
1. estimulados por el impulso rojo y reprimido por el verde (+R, - V);
2. estimulados por el amarillo y reprimidos por el azul (+Am, -Az);
3. estimulados por el verde y reprimidos por el rojo (+V, -R);
4. estimulados por el azul, reprimidos por el amarillo (+Az, - Am).
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En total, se puede decir que el hombre posee tres tipos de las células de
percepción del color: las no-antagónicas blanco-negras, las antagónicas rojo-verdes y
las antagónicas amarillo-azules. Las sensaciones cromáticas son efecto de la
estimulación de uno u otro tipo de células o su posible combinación. Esta teoría fue
precedida por las observaciones de Hering en su Outlines of Theory of Light Sense,
editado en Cambridge, en 1964 ( cit. siguiendo a: Sahlins, 1976), quien advirtió que el
proceso de la percepción del color constituye un complejo de tres oposiciones binarias:
rojo-verde, azul-amarillo, negro-blanco (v. también Kay y McDaniel, 1978: 620) y
seguida de otro descubrimiento de suma importancia: el de la existencia de las tres
cracterísticas del color: claridad, matiz y saturación que crean el llamado “espacio
cromático”. Nos parecen sumamente importantes estas descripciones de la percepción:
se advierte claramente que es común a la gente de todas las culturas, ya que no
depende de ellas, sino de la construcción del órgano ocular. Hay que poner de relieve
el universalismo de este proceso como éste fue la base de las más recientes teorías
sobre “los colores básicos”, de Berlin, Kay y sus seguidores. Para más detalles sobre la
percepción del color – al no ser este el tema principal de nuestro trabajo - se pueden
mencionar artículos tales como Expectation and the Perception of Color, de J. S.
Bruner, L. Postman y J. Rodrigues (1951) o E.D. Adrian: O fizycznym podłożu wrażeń
zmysłowych (1948).
Aunque el color es, por lo general, atributo de un objeto, el mismo hecho de
aludir al color requiere su “extracción” de una situación. Dado sólo en una situación
concreta, el color funciona como una entidad independiente, es CUALIDAD de esta
cosa. Por eso, en diversos idiomas, color es sinónimo de cualidades tales como forma o
figura. En chino, por ejemplo, color significa ‘cualidad’ (cf. Zausznica, 1959: 442). Se
supone que existe cierta dualidad en cuanto a la percepción del color: es decir, su
forma abstracta y su forma concreta. Por eso, en varias lenguas se pueden distinguir
lexemas que determinan las formas abstractas de los colores. El desarrollo y la
variedad de estas formas se advierte no sólo en el caso de individuos anónimos, sino
también en la historia de toda la nación y, por supuesto, en su propia lengua. De ahí, la
inmensa individualización y variedad de las formas y categorías del léxico cromático
en las diferentes lenguas. La lingüística describe este fenómeno en categorías de
9
distintas denotaciones del mismo lexema (cf. Lyons, 1984: 240). Hay que distinguir la
denotación central (o “focal”, utilizando la terminología de Lyons) de la denotación
global. Así, puede ocurrir que dos idiomas difieran en lo referente a las fronteras del
continuum denotativo, pero coincidan en la denotación central de los lexemas.
de Gladstone era que los griegos advertían diferencias en la luminosidad de los colores,
pero no tenían una idea clara del color como tal. Para explicar este fenómeno, el
científico sugirió que en los tiempos antiguos la capacidad perceptora del ojo humano no
estaba tan desarrollada como la del hombre moderno. Nueve años después, en 1867,
apareció, por primera vez en la historia de los análisis cromáticos, la supuesta secuencia
evolutiva de los colores, elaborada por Lazarus Geiger. En su opinión, el hombre se
vuelve consciente de los colores según el orden de su aparición en el espectro solar y
comenzando con la máxima longitud de la onda. Así, fueron destacadas seis etapas de la
evolución:
I. el hombre distinguía sólo un color: las nociones de negro y rojo, en contraste con el
no-color;
II. apareció el dualismo entre el rojo y el negro;
III. se destacó el amarillo;
IV. apareció el blanco;
V. apareció el verde;
VI. como último color, aparece el azul.
El gran adversario de Geiger fue Grant Allen , según el cual la escasez de los
términos cromáticos en las lenguas primitivas no tenía nada que ver con el desarrollo de
las capacidades de percepción. Como posible causa de este fenómeno proponía la
variedad de colores. En el caso de los objetos que interesaban más a los observadores
era esta variedad cromática la que les vedaba usar una denominación abstracta.
Antes del año 1880, la comunidad científica era consciente de dos hechos
principales: 1) que las lenguas europeas, en sus relativas etapas anteriores, y las lenguas
de las tribus primitivas contenían menos nombres de colores básicos que las lenguas
modernas; 2) que había poca concordancia en relación con el presunto orden de
aparición de los sucesivos nombres de colores. Fue Hugo Magnus quien, en 1877, en su
trabajo Entwicklung des Farbensinnes, hizo notar que las capacidades perceptuales y el
proceso de denominación pueden variar independientemente. Su estudio - basado en dos
lenguas europeas, quince norteamericanas, una sudamericana, veinticinco africanas,
quince asiáticas y tres australianas - demostró que la capacidad de percibir colores
nuevos está menos desarrollada en el caso de las tribus primitivas. Quizás la conclusión
11
1
V. tamb. los artículos de esta misma autora (1970).
12
el diccionario de P. de Alcalá (Stala, 1999) y sobre la constitución del campo léxico del
color rojo en español (Stala, 2010). Vale la pena mencionar también que en 1997
aparecieron actas de Congreso Internacional del Color: Galicia 97.
En realidad, las obras dedicadas a la problemática cromática en la lengua
española cubren un espectro muy vasto, entre otros: los trabajos de carácter más bien
general o teórico (cf. Michelena, 1972; Ferrer, 1999; Cabo Villaverde, 2001), los
trabajos dedicados a la variedad americana del español (cf. Gallardo Ballacey, 1981;
Mora Monroy, 1989), al pelaje de caballo (cf. Granada, 1920; Villafane, 2007), el color
en la traducción (cf. Gallen, 2005), el color en la toponimia (cf. Roca Garriga, 1954); el
simbolismo del color (cf. Portal, 1989), las denominaciones cromáticas de las razas
humanas (cf. Stephens, 1989), los estudios comparativos (cf. Baran, 1996), los estudios
de índole etimológica, léxica o gramatical dedicados a los nombres o colores específicos
(cf. Malkiel, 1956; González Calvo, 1976; Skultety, 1982; García, 1990; Jensen, 1992).
Finalmente, hay una serie de obras dedicadas al color en la obra literaria, por citar unos
ejemplos: baladas españolas (Kenyon, 1915), poesía española (Rogers, 1964), Biblia
(Heitzman, 1979), Lope de Vega (Fichter, 1927) o Azorín (Moguilny, en-línea).
Los colores gozan de una enorme popularidad entre los lingüistas eslavos. Basta
con decir que hasta 1990 se han publicado unos 500 trabajos sobre el color en las
lenguas eslavas del Este (Czykało en: Komorowska, 2010: 17). Los estudios abarcan
tanto lenguas eslavas (cf. Grzegorczykowa, Waszakowa, 2000 y 2003; Komorowska,
2010) como estudios comparativos con otros idiomas: sueco (Teodorowicz Hellmann,
1996, 1997, 2000, 2003), vietnamita (Oanh Hoang 1993) o sueco (Pietrzak-Porwisz,
2006, 2007), árabe (Górska, 2010). Hay obras que analizan las connotaciones socio-
culturales de los colores (cf. Tokarski, 1995), enfoques semántico-culturales (cf.
Wierzbicka, 2006) o monografías temáticas (cf. Komorowska, Stanulewicz, 2010). Hay
una serie de artículos dedicados al color en la literatura polaca. A algunos de ellos
recurrimos en estas páginas; para una bibliografía más completa al respeto, remitimos a
la monografía de Komorowska (2010).
13
Se estima que hay más de siete millones de colores distinguibles y durante una o
dos semanas nos ponemos en contacto con la mayoría de ellos. Sin embargo, en vez de
utilizar estos siete millones, nuestra sociedad emplea alrededor de una docena de ellos.
El hecho de haber disminuido hasta tal grado el número de los colores utilizados,
supone la simplificación y la categorización de este campo léxico. La categorización en
el nivel de la percepción se define como el acto de colocar la contribución del estímulo
basándose en sus atributos que la definen en ciertos grupos (Bruner, Goodnow, Austin,
1962: 9).
Las primeras pruebas de la categorización técnica de los colores fue un conjunto
de 85 papeletas coloreadas preparadas por la Munsell Color Company y utilizadas hasta
hoy día en los experimentos. Sin embargo, la categorización de los colores en el idioma
sigue suscitando numerosas polémicas. Como dicen los autores de A Study of Thinking
(Bruner, Goodnow, Austin, 1962: 29): “Whoever has troubled to examine color
nomenclature in different cultures knows the extraordinary variability in the width of
such color categorization as blue and green”. En todo el proceso de la categorización2,
el hombre percibe a través del ojo distintas coloraciones y, mediante su actividad
mental, da forma a esa impresión física a través de la expresión oral. Es la tesis basada
en el pensamiento humboldtiano, según el cual “no existe un pensamiento prelingüístico,
sino que el lenguaje interviene en el proceso de conceptualización, dando forma al
pensamiento” (en: Espejo Muriel, 1990: 22). Así pues, la lengua hace de intermediaria
entre el hablante y el mundo externo y organiza la realidad en distintas categorías
gramaticales, determinando así el pensamiento y la percepción del hablante según el
idioma que hable. Fue precisamente esta idea de Humboldt la que inspiró a los
lingüistas americanos E. Sapir y B. Whorf a principios del siglo XX. Estos pusieron de
relieve la relación existente entre el idioma y la manera de categorizar y describir el
mundo. Como bien se sabe, la llamada teoría del relativismo lingüístico (la hipótesis de
Whorf) consta de dos partes: 1) la percepción del mundo depende del idioma del
2
Para el tema de la categorización del color en la lengua remitimos a la, ya clásica, obra de John R. Taylor
(1989) o Corrigan, Eckman, Noonan (1989).
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hablante; 2) nuestra percepción del mundo está determinada por el idioma que
hablamos.
Este concepto fue compartido por muchos científicos y fueron precisamente los
colores el ejemplo que más se ha prestado a ejemplificar el relativismo lingüístico. En
su obra clásica Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Hjelmslev (1971: 79-80)
sostiene que “tras los paradigmas que proporcionan en diversas lenguas las
designaciones de color podemos descubrir, eliminando las diferencias, [un] continuum
amorfo, el espectro del color, en el que cada lengua establece sus fronteras de modo
arbitrario”. B. Malmberg (1966) demostró la diferencia en el análisis del espectro en
dos idiomas: el danés y el galés:
gwyrd
gren
blaa
glas
graa
llwyd
brun
por medio de ella, la clasificación espontánea de los colores” (Michelena, 1972: 91). El
idioma, pues, no influye en nuestro modo pensar y, además, el parentesco entre los
llamados colores básicos se puede explicar por las influencias culturales internacionales.
Así “en las lenguas de los pueblos que han alcanzado cierto grado de desarrollo, hay
clasificaciones internacionales que conviven con las populares y en parte se sobreponen
a ellas” (Michelena, 1972: 89). Para Gawroński (1984:187 y passim), el hecho de que en
diversos idiomas existan distintas divisiones en el sistema cromático es mera
consecuencia de la continuidad física de los colores. Esta sistematización resulta de una
necesidad funcional de definir varios grados de un fenómeno continuo, igual que, por
ejemplo, la temperatura (caluroso, frío, templado, etc.). Por eso, propone el método de
la referencia bilateral, donde en el idioma influyen, a la vez, dos factores: la realidad (el
universo) y el intersubjetivismo de la sociedad, que da cierta forma a la realidad que la
rodea. Según esta teoría, en todas las sociedades (en sus respectivos idiomas), coexisten
los campos semánticos relacionados con el color (al contrario de, por ejemplo, el campo
de las sensaciones de gusto, tacto, olfato, etc.) y sólo dentro de este campo las diversas
lenguas establecen clasificaciones de maneras distintas. Así, todo el ejemplo de
Malmberg se basa en la hipótesis errónea de que los límites de las denominaciones de
colores tienen que concordar con todo el espectro solar. El idioma es selectivo por
naturaleza, escoge y realiza en sus enunciados (ing. speech-acts) lo que le es
imprescindible (Gawroński, 1984:189). En varios idiomas indígenas la denominación
de los colores funciona de otra manera: el idioma no cubre todo el espectro solar; pero
esto no quiere decir que sus hablantes no adviertan otros colores, sino que simplemente
no tienen necesidad de mencionarlos y denominarlos: en la naturaleza, en el campo de
los colores, existe una división funcional, que los extrae de su continuidad física. La
teoría de Gawroński coincide con lo que, en 1879, dijo Allen: que la aparición de la
palabra está estrechamente vinculada con la necesidad de expresar lo que la palabra
significa (en: Zausznica, 1959: 448). Esto nos puede explicar por qué‚ en casi todos los
idiomas, existen las denominaciones de colores tales como el blanco, el negro, el rojo y
el amarillo, mientras que la distinción entre el verde y el azul o nombres como el rosado,
el naranja o el violeta aparecieron relativamente tarde, siendo, en la mayoría de los
casos, préstamos de otros idiomas.
16
3
Pronto resultará que hay más excepciones de este tipo (cf. Kristol 1978a).
19
Los colores ejemplifican la teoría de los “conjuntos borrosos” (ing. fuzzy sets). Así, ha
sido reinterpretado el modelo de Berlin y Kay:
Fig. 1 Los colores básicos según Kay & McDaniel (Kay, McDaniel, 1978: 639).
4
Para otras aplicaciones críticas de la teoría en cuestión v., por ejemplo, Allott (1989), Moss (1989) o
Gellatly (1995).
22
CONCEPTUALIZACIÓN varía según las culturas. Wierzbicka (1990: 103) hace una
distinción muy adecuada entre brain (cerebro) y mind (mente):
“Language reflects what happens in the mind, not what happens in the brain (...) Conceptual
universals do exist (...) but I believe thay can be found through conceptual analysis, based on data from
many different languages of the world, not through research in neurophysiology”.
La teoría de Berlin y Kay solo revela los focus de los colores y no sus límites (lo
que admiten ellos mismos) o el significado. Por eso, Wierzbicka propone su propia
definición de los colores (de la que nos ocupamos en el siguiente capítulo) y ofrece una
nueva interpretación de la secuencia evolucionista, basada en los referentes prototípicos,
comunes a todos los seres humanos (nos limitaremos aquí a las dos primeras y a la
última etapa de la evolución):
Etapa I: dos colores básicos
- colores que evocan el fuego, el sol, la luz del día
- colores que no evocan el fuego, el sol o la luz del día hacen, sino la noche.
Etapa II: tres colores básicos:
- colores que evocan la luz del día;
- colores que evocan la noche;
- colores fácilmente visibles y que pueden evocar el fuego y el sol.
La escala se sigue extendiendo hasta llegar a la etapa VII, con ocho colores básicos:
- colores que evocan la luz del día;
- colores que evocan la noche;
- colores que evocan el fuego;
- colores que evocan el sol;
- colores que evocan las plantas que crecen en la tierra;
- colores que evocan el cielo;
- colores que evocan la tierra;
- colores que evocan otros dos colores.
A pesar de lo verosímil de esta teoría, nos parece que valdría la pena comprobarla en
varios ambientes, ya que de otros experimentos llevados a cabo (por ejemplo, el de
McNeill) resulta que a veces los referentes pueden estar tomados del entorno más
23
cercano: nombres de minerales, insectos, etc. Entonces se podría afirmar con certeza
que dichos referentes forman parte de los universales conceptuales.
Lyons (1984: 242) intenta conciliar las dos teorías antitéticas de los colores, es
decir, la del universalismo cromático de Berlin y Kay y la de especificación de cada
sistema lingüístico. Según este lingüista, el hecho de que todos los idiomas compartan
ciertas características universales no descalifica la hipotesis estructuralista, según la cual
cada lengua es irrepetible y autónoma en su propio carácter.
III. EL COLOR EN EL LENGUAJE
24
Esta parte está dedicada a las cuestiones netamente lingüísticas, relacionadas con
la posición del léxico cromático en la lengua. Se va a presentar el método aplicado de la
delimitación del campo léxico de los términos cromáticos y las posibles relaciones
dentro de este campo. Además, aparecen los fenómenos afines: la teoría del prototipo
aplicada a los colores, el fenómeno de los llamados seudoadjetivos de color y la
simbólica del color que, aunque más se inscribe en las pesquisas culturales, a veces
resulta de gran provecho en la resolución de dilemas lingüísticos.
Ya que el tema de este trabajo son los nombres de los colores de cierto período
en la historia de la lengua española, nos parece imprescindible definir la extensión de
este grupo léxico en toda la lengua. La tarea va a constar de dos procesos. Como
advierte Eugenio Coseriu en su conocidísima frase: “la lengua funciona sincrónicamente
y se constituye diacrónicamente”. Esto quiere decir que hay que delimitar el campo
semántico de los colores que funcionaron en el español del siglo XVI y XVII - parte
sincrónica de la investigación - mientras que todas las observaciones y comparaciones
de giros semánticos, fonéticos y morfosintácticos, aunque no todos formen parte de este
estudio, nos van a aportar la dimensión diacrónica.
Los intentos de ordenar el léxico en diversos grupos se remontan ya a la
Antigüedad, cuando aparecieron los primeros diccionarios onomásticos, es decir,
ordenados por grupos de materias. Esta tradición se mantuvo durante varias centurias y
en los siglos XVI y XVII - el período de nuestras investigaciones - nos enfrentamos
también con numerosos diccionarios redactados de esta manera, los cuales siempre
dedican un capítulo a los colores, por ser la parte del léxico utilizada con frecuencia1.
1
Recordemos solo que el concepto de “campo lingüístico”, como tal, no aparece hasta el siglo XIX,
cuando E. Tégner en 1874 lo anticipa usando el término feld ‘campo’. En 1910, R. M. Meyer define, por
primera vez de una manera coherente y detallada, la idea de campo, entendido como la agrupación de un
número limitado de expresiones desde un punto de vista individual, que distingue tres tipos de sistemas
semánticos: naturales, artificiales (por ejemplo, los grados militares) y semiartificiales (como el lenguaje
de la caza). La primera formulación explícita del campo semántico es de G. Ipsen, quien en 1924 al
25
advirtir que “las palabras autóctonas no están nunca solas en una lengua, sino que se encuentran reunidas
en grupos semánticos” (Geckeler, 1994: 103) concluyó que estos grupos forman una estructura parecida
a la de un mosaico. Para él, la primera fase de la delimitación del campo consiste en la equiparación
formal de sus miembros. A la teoría del campo semántico en forma de mosaico se opuso Coseriu.
Renuncia a esta imagen del campo, igual que a la de la red que podría cubrir la realidad extralingüística:
“El léxico estructurado de una lengua no es una superficie plana, sino un edificio de varios pisos; y las
distinciones <de campo> que las lenguas hacen con respecto a la realidad designada no se encuentra en los
mismos pisos de las distintas lenguas” (Coseriu, 1986: 242). Y define el campo semántico como
“estructura primaria paradigmática” , “un paradigma que se origina por la distribución de un continuo de
contenido léxico en diferentes unidades, dadas en las lenguas como palabras, que están recíprocamente en
oposición inmediata mediante rasgos distintivos de contenidos simples” (Coseriu, 1986 : 210).
Otras teorías anteriores a Trier, considerado el fundador de la teoría de los campos, fueron propuestas
por A. Jolles y su idea reducida a los campos mínimos compuestos por solo dos miembros: por ejemplo,
padre-hijo, día-noche. Otra idea “minimalista” fue aportada por W. Porzig, quien, en 1934, llamó la
atención sobre las relaciones fundadas en la esencia misma de los significados, las llamadas “relaciones
esenciales”, como por ejemplo, coger/ mano, ladrar/ perro (Geckeler, 1994:109). A partir de Trier se
puede hablar de la historia de las investigaciones del campo semántico. En su obra, se nota mucha
influencia de Humboldt y del concepto de Saussure de la lengua como sistema. Tanto los campos
semánticos como sus miembros - es decir, las palabras - están entre sí en una relación de coordinación o
jerarquía. El significado de cada palabra no es un ser autónomo, sino que depende de los significados de
otros miembros del mismo campo, del sistema. Trier, partiendo del concepto de campo - mosaico (“Words
should not be considered in isolation, but they should be considered in their relationship with regard to
semantically related words: the semantic demarcation of words is always a demarcation relative to other
words” (Geeraerts, 1994: 104), estudió la evolución sufrida en los términos relacionados con
características del intelecto en el antiguo alto alemán: wîsheit, kunst y list. La desventaja de la teoría de
Trier está en la Lückenlosigkeit ( ausencia de huecos), esto es, suponer que en este mosaico no falta
ninguna parte; mientras que en 1974 Lehrer, al investigar el campo semántico de los términos culinarios,
mostró que en el idioma algunas posibilidades conceptuales quedan vacías (en: Geeraerts, 1994).
Duchaček (1959) propuso otro modo de organizar el campo semántico, al ocuparse de sistematizar los
términos de belleza. El centro del campo lo constituyen los términos directamente relacionados con el
concepto de belleza (beau, beauté), mientras que los conectados en menor grado (harmonieux, gracieux,
séduisant) forman las categorías radiales. No cabe duda de que el establecimiento de campos semánticos
es mucho más difícil que en el caso de los sistemas fonológicos y no puede llevarse a cabo sólo a través de
la investigación de oposiciones, sobre todo, de las binarias (Duchaček, 1959: 569). Sin embargo, una vez
cumplidas ciertas condiciones, es posible formar un sistema léxico completo. Duchaček (1959: 565) las
enumera en el orden siguiente:
1) aborder la sémantique comme une discipline linguistique (...),
2) baser son étude sur l'analyse du matériel concret et non sur une théorie formée a priori,
3) se servir de toutes les méthodes propres a éclaircir les changements de sens ainsi que les relations,
souvent complexes, entre les mots,
4) n'oublier aucun des facteurs qui influencent l'évolution de la signification (façon de penser, (...),
conditions historiques et sociales, etc.),
5) préciser la connexion de la sémantique avec d'autres disciplines linguistiques.
26
nombres básicos: blanco, negro, gris, amarillo, naranja, rojo, marrón, azul, verde. Zaręba
(1954) divide los colores entre los neutrales (pol. barwy neutralne): blanco, negro, gris y
los colores propios (pol. barwy właściwe): marrón, rojo, amarillo, verde y azul. Kristol
(1978) en su estudio de los colores en las lenguas románicas divide el campo semántico
de los colores en blanco, negro, rojo, azul, amarillo y verde. Tokarski (1995) al analizar
la semántica de los nombres de los colores en polaco, acepta la siguiente delimitación:
blanco, negro, gris, rojo, amarillo (marcando la fuerte presencia del color dorado en el
léxico polaco), azul, verde, rosado, naranja, violeta, marrón. Ampel-Rudolf (1994), en
su estudio sintáctico-semántico de los adjetivos polacos de color, divide los nombres de
los colores en a) básicos: blanco, amarillo, rojo, azul, verde, negro y b) los que
complementan la escala básica: gris, rosado, violeta, marrón, plateado y dorado.
Wierzbicka (1990) propuso, como colores básicos, el rojo, el amarillo, el azul, el verde,
el blanco, el negro; como colores “mixtos” el naranja, el rosado, el gris, el violeta, y
admitió que el estatus léxico del marrón constituye un caso dudoso y precisa más
análisis para clasificarlo en uno de los dos grupos. Para Lyons (1984), el conjunto de
colores básicos se divide en una escala continua (negro, gris, blanco) y el ciclo de los
siguientes colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, violeta. Los lexemas negro y
blanco, rojo y verde, amarillo y violeta forman, para él, oposiciones diametrales.
Finalmente, Komorowska (2010) los divide entre acromáticos (blanco, negro, gris) y
cromáticos (rojo, amarillo y dorado, verde, azul y cerúleo). La presencia del dorado y
cerúleo se explica por la específica tanto de polaco como ruso - los dos idiomas
analizados en su obra
Como nuestro trabajo abarca los siglos XVI y XVII - la etapa de la constitución
de la lengua española y de su plena autonomía del latín - la lengua originaria - nos
parece adecuado basarnos en la delimitación de los colores aplicada en el latín, como
punto de partida para estas investigaciones. André (1949), en su obra Étude sur les
termes de couleur dans la langue latine , los enumera de la siguiente manera: le blanc/
le noir/ le gris/ le rouge/ le brun/ le jaune/ le bleu/ le vert/ le violet. Será, pues, este el
orden de la delimitación. Así, los lexemas latinos del tipo lacteus, argenteus, purpureus,
flammeus, etc., y sus equivalentes españoles formarán el tercer nivel del campo y
quedarán adscritos a uno de los grupos básicos. Además, es la división que se puede
28
Una vez delimitado el campo junto con sus niveles, quedan por investigar las
relaciones internas que - como se ha sido dicho anteriormente - forman parte de la
organización del campo. Nos delimitamos a las tres más importantes: sinonimia,
antonimia e hiponimia (para la polisemia véase el apartado dedicado a los
pseudoadjetivos de color).
Grochowski (1993) considera a la hiponimia - unidireccional surgimiento de
significados - la relación básica. La sinonimia la podemos definir, pues, como
hiponimia simétrica: pÆ q Ù qÆ p, término, junto con la de “hiponimia bilateral”,
aplicado por Lyons (1980). Él mismo divide la sinonimia en:
a) completa: cuando es posible el intercambio de los sinónimos en cualquier uso
contextual (condición aparentemente imposible de ser cumplida),
b) incompleta: cuando la posibilidad de intercambio es sólo parcial.
Apresjan (1980) como punto de referencia, elige la siguiente definición: los
sinónimos se dividen en aquellos cuyas definiciones coinciden total y parcialmente.
Ampel-Rudolf (1994) destaca dos tipos de sinonimia:
a) la que se relaciona con ciertos objetos:
X es verde Ù el color X es como el color de la vegetación
X es azul Ù el color X es como el color del cielo
b) la que se sirve de las relaciones con otros colores:
X es violeta ≈ X es azul-rojo
X es rosado ≈ X es blanco-rojo.
Si aplicamos la división de Apresjan o Lyons en el inventario de nuestro corpus,
tropezaremos con casos de sinonimia incompleta, ya que siempre habrá un sema
diferenciador2. La teoría de Ampel-Rudolf permite encontrar ejemplos de ambos géneros
de sinonimia:
a) X es amarillo Ùcolor X es el ‘que quiere imitar al oro amortiguado’
2
Para las discusión sobre la sinonimia v., entre otros, Salvador 1985: 51-66 quien apuesta por la existencia
de los sinónimos completos o, entre otros, Apresjan 2000: 205-240.
29
Esta teoría ha sido ampliada por varios lingüistas, que añaden la característica del
ser secundario, ya que los lexemas no sólo ocupan una zona de significación continua,
sino que también mantienen oposiciones entre sí (cf. Espejo Muriel, 1996: 19). Estas
oposiciones no son del todo iguales, y Grzenia (1993: 157) tiene razón al constatar que
el campo semántico del léxico cromático se caracteriza por cierta gradación. En toda la
estructuración del léxico enumera las siguientes relaciones de contenido:
1) campos léxicos: grupo de lexemas unidos por un rasgo léxico común;
2) modificaciones o derivación homogénea: determinación complementaria de un
lexema entero: por ejemplo, voir/ revoir, donde voir es lexema A, revoir este lexema
más la determinación;
3) desarrollos: relación entre lexemas idénticos expresados por categorías verbales
diferentes; por ejemplo, blanco/ blancura, blanquear, etc.;
4) derivación: combinación de dos lexemas en los que uno determina al otro; por
ejemplo, vender/ vendedor, leche/lechero;
5) solidaridades: relación de dos lexemas pertenecientes a campos diferentes, de los
que uno está comprendido, en parte o en su totalidad, en el otro, como rasgo distintivo
(sema) que limita su combinabilidad; esta relación contiene tres tipos:
5a) afinidad: cuando el clasema del lexema A funciona como rasgo distintivo del lexema
B; por ejemplo, miles senex: el clasema de miles de <persona> funciona como rasgo
distintivo en senex (<viejo> + <persona>);
5b) selección: cuando el clasema del primer lexema funciona como rasgo distintivo del
segundo; por ejemplo, al. Schiff – fahren, el archilexema es ‘vehículo’, constituye el
rasgo distintivo de fahren;
5c) implicación: el primer lexema funciona como rasgo distintivo en el segundo; por
ejemplo, caballo bayo (bayo se dice sólo de los caballos).
Para describir la configuración del campo léxico, nos basaremos en el concepto
de dimensión de Coseriu que es “el punto de vista de articulación que constituye la
escala de oposiciones entre los lexemas determinados de un campo” (en: Geckeler,
1994: 298) y las tres características del color mencionadas en el capítulo anterior: matiz,
nitidez y saturación. Así, por ejemplo, el latín candidus ‘blanco florescente’ se opone a
albus ‘blanco en cuanto a matiz’, mientras que el español está desprovisto de esta
31
En nuestro caso, podrán servir de ejemplo: color de agua, color de oro, color de
boj, color de seda cruda, color semejante a la cera, color de ceniza, color de citrones y
otros. Vale la pena agregar que, en la encuesta elaborada por E. Martinell (1979: 273-
276), aparecen denominaciones tales como agua estancada, aviación, cielo de noche,
hilo crudo, maquillaje, miga de pan, pigmento boreal, Suecia, trébol o vainilla, lo que
claramente demuestra que la lista de referencias es enorme y siempre está abierta.
Generalmente, la base para la denominación del color son objetos bien conocidos por el
ser humano y el proceso de creación de nuevos nombres es interminable, al constituir “el
fruto de una profunda experiencia y observación” (Schabowska, 1960: 304). Algunos de
estos nombres son intentos de designar con toda exactitud cierto matiz (el ojo humano es
capaz de diferenciar 10.000 tonalidades: el idioma se revela impotente ante esta
inmensidad); otros - como señala el mismo Mollard-Desfour - muestran tan solo el
esfuerzo de ser original. Como observa Martinell (1979:320), “la riqueza de
denominaciones es menor para una tonalidad definida y mayor para una tonalidad
mezclada e imprecisa”. La lengua francesa conoce, por ejemplo, denominaciones tales
como bikini ‘nuance de rouge’ o tango ‘nuance d'orangé vif’; algunos términos, sobre
todo los arcaicos, resultan ahora muy difíciles de reconocer, por ejemplo, fr. bacchus,
belzébuth, pétrarque (en: Baran, 1996:12) - y su relación referencial no precisa ningún
matiz concreto. Hay un proceso de lexicalización constante que hace que nombres cuyo
referente posee como característica una tonalidad lleguen a poder usarse como
denominación para ese color. Es el caso de, por ejemplo, butano (Martinell, 1979: 320)
33
y por eso, la eminente lingüista acepta como denominación de color miel, mientras que
rechaza playa. Se puede imaginar, sin embargo, una situación en que la supuesta
lexicalización llegue a tal grado que playa sea un nombre de color más.
Vale la pena agregar que la nomenclatura cromática puede desarrollarse nacional
e internacionalmente. Ejemplo de este segundo tipo son:
- las denominaciones de lugares y organizaciones internacionales: Plaza Roja,
Mar Rojo, Cruz Roja, etc.,
- internacionalismos del tipo mercado negro, prensa amarilla, sangre azul,
magia negra, oro negro, etc.,
- títulos de obras literarias o películas conocidas: Rojo y Negro (Stendhal), La
Casa Verde (Vargas Llosa), El submarino amarillo (película).
El estudio comparativo de Baran (1996) muestra claramente que, aunque en la
mayoría de los casos este tipo de expresiones coinciden en varias lenguas, hay casos de
diferencia o falta de equivalencia exacta, hasta en idiomas tan relacionados como el
español y el francés.
El segundo grupo lo constituyen las denominaciones que funcionan en el entorno
nacional de la lengua y éstas difieren según el país. Por ejemplo, en Chile, los
albicelestes designa a un equipo de fútbol, los casacas negras se refería a jóvenes
rebeldes y los verdes alude comúnmente a la policía chilena (ejemplos de: Obregón
Muñoz, 1978); mientras que en Colombia el verde se puede referir a la explotación de
esmeraldas: la guerra verde en Boyacá y azul designa todo lo relacionado con el partido
conservador colombiano (Mora Monroy, 1989). Obregón Muñoz (1978) hace una
observación interesante acerca de la “creación cromática”. Según él, los colores
primarios poseen la gama más rica de matices: entre ellos, se cuentan los colores
acromáticos (blanco y negro), los que han desarrollado menos matices, mientras que
rojo, verde y azul enriquecen el léxico en mayor grado4.
4
Obviamente, en algunos casos, el nombre de color puede experimentar cambios semánticos a través del
tiempo. Tal es el ejemplo del polaco liliowy ‘de color de lila’, que al principio designaba el color blanco y
en la segunda mitad del siglo XIX pasó a designar el ‘violado’ (Skwarczyńska, 1932). La dialectología
constituye un interesante aporte. Hay casos en que el nombre del color no tiene nada que ver con su
supuesto referente, como, por ejemplo, en polaco blaszkowy ‘jasnoliliowy’ (‘violado claro’), dubeltowy
‘pomarańczowy’ (‘anaranjado’), morderowy ‘brunatny pomieszany z czerwonawym’ ‘marrón mezclado
con rojo’ - todos los ejemplos extraídos de: Zaręba, 1959.
34
5
Por supuesto, muchos de ellos no fueron documentados en ningún diccionario y su existencia se debe -
como ocurre en muchos casos con los adjetivos de color - a la creatividad instantánea o a la originalidad
del hablante. Vale la pena mencionar que, desde el punto de vista diacrónico, los métodos de matización
de los adjetivos de color también han experimentado ciertos cambios. La historia de las composiciones
polacas tipo: biało-czerwony o jasnoniebieski (Ostrowska, 1948) constituye un buen ejemplo. En el polaco
del siglo XVI, tuvieron lugar cuatro tipos de composiciones: 1) sintagmas preposicionales: z biała na żółto
czerwony, z stara dawny; 2) sintagmas nominales: jasnej brunatności, kwaśnej cierpności; 3) sintagmas
conjuncionales: zielona a czerwona, białe a rumiane, stary a dawny y 4) formas descriptivas: na poły
modre i żółte, stary dawny, zielone jasne. Se supone entonces que la construcción z biała czerwony pasó a
biało-czerwony , mientras que las composiciones del tipo jasnej brunatności dieron paso a las formas
jasnobrunatny, jasnoniebieski. Así pues, parece probable que, al principio, la construcción biało-czerwony
denominaba el color transitorio (rosado) y después adquirió un nuevo significado. Para más detalles, v.
Nitsch, 1948.
35
nuevos nombres de colores y sus matizaciones, la lengua (o, más bien, el idiolecto de
ciertas personas), al denominar los colores, divide el continuum del espectro de una
manera artificial. Los experimentos realizados (Martinell, 1979: 321) muestran
claramente que “no hay frontera entre colores (...), tampoco hay frontera clara entre los
matices de tonalidad (gradación del claro al oscuro), ni entre los matices de luminosidad
(gradación del apagado al brillante)”. Tampoco hay una clara correspondencia entre los
objetos y su color característico: casos del tipo cielo azul, azul celeste (Martinell, 1979).
Sólo con el correr del tiempo algunos de los nombres empiezan a funcionar en la lengua,
mientras que otros caen en desuso, por ser tan solo un elemento esporádico en un estado
sincrónico de la misma.
3. 4. La categoría de prototipo
6
Remitimos, asimismo, al estudio sobre la semántica de prototipo de G. Kleiber (1990).
36
comparados no siempre coinciden: el vietnamita posee sólo una palabra que se puede
referir tanto al azul como al verde, fenómeno presente en varios idiomas. El lexema
oxanh quiere decir ‘color de planta, mar, cielo despejado’ y sólo acompañado de otra
palabra consigue el significado más afín. Además, tampoco resultan idénticos algunos de
los prototipos. Coinciden como tales: el rojo (sangre, fuego) y, parcialmente, el azul
(cielo). Las restantes denominaciones parecen estar arraigadas en la realidad de los
hablantes de los respectivos idiomas. Mientras que el negro, en polaco, se asocia
comúnmente con el carbón y el hollín; en vietnamita, con el carbón y la tinta. El blanco
prototípico, en polaco, es el de la nieve, y en vietnamita es el color del algodón o la clara
de huevo. El gris, que en polaco carece de prototipo, en vietnamita se asocia con la
ceniza. Difieren también entre sí los nombres de colores no básicos y las expresiones
formadas a partir de los nombres de colores. Todo esto parece desbaratar en alto grado la
hipótesis de Wierzbicka. Su modelo de prototipos universales, independientes de la
cultura y las condiciones de la vida, se revela irreal.
7
No es el lugar de explicar los pormenores de la polisemia como tal. Para ellos, basta remitir a estudios
detallados (cf. Ullmann 1976: 180-198; Lyons 1989 II: 166-184; Navarro Pottier 1981; Muñoz Nuñez
1999; Apresjan 2000: 168-204; Grzegorczykowa 2001: 42-51 et al.). Tal vez vale la pena tan solo
mencionar que la polisemia como fuente de cambio semántico aparece en los trabajos clásicos (cf. Meillet
1921) y su importancia cobra más valor en los estudios más recientes: “polysemy is no longer a curse for
linguistic analysis; on the contrary, it should be viewed as a very important, if not the most important
vehicle for semantic change or, at least, the most important ingredient” (Kleparski, 1997: 3).
38
adjetivos de color; por eso descartamos ejemplos del tipo: * el turismo verdea,
*eminencia se hace gris, *lo verde del turismo, etc.
Otra característica de los seudoadjetivos de color es la imposibilidad de colocar
cualquier otro adjetivo en el sintagma ya existente: el turismo verde y agradable -
resulta inaceptable. Tampoco se aceptan frases exclamativas con estos adjetivos del tipo
* ¡Qué turismo tan verde!, * ¡Qué eminencia tan gris!
La polisemia de los adjetivos de color hace que puedan aparecer en diversos
contextos y oponerse a significados muy distintos. En la mayoría de los casos, son los
seudoadjetivos de color los que se oponen a aquellos adjetivos que en su significado no
poseen el sema de color. Navarro Pottier (1981) estudia la polisemia del adjetivo verde,
que, a pesar de oponerse a otros adjetivos de color (rojo, blanco, negro, etc.), puede
aparecer en oposiciones tales como verde/ maduro (frutas), verde/ seco (leña), verde/
negro (aceituna), verde/ seco (legumbres); significar inicio en su valor positivo: mis
años verdes - significar inicio en su valor negativo: un proyecto verde (aún no está a
punto); significar fuerza, dinámica: viuda verde, chiste verde, y muchas otras
connotaciones y funciones simbólicas que posee en la literatura.
Sucede también que, a veces, el mismo adjetivo de color puede, en varias
relaciones fraseológicas, adquirir distintos matices semánticos. Tokarski (1963: 142)
denomina este fenómeno “polisemia subjetiva en grado sumo” (pol. polisemia w
znacznej mierze subiektywna) y como ejemplo propone varios usos del adjetivo czarny
(negro). Resulta que en expresiones del tipo przedmiot czarny, czarna noc, czarna
ściana lasu, czarne chmury (esp. objeto negro, noche negra, negra pared del bosque,
nubes negras), el adjetivo cambia constantemente de valor. Puede significar ‘el que
absorbe por completo los rayos del sol’, ‘oscuro’, ‘más oscuro que el entorno’. Es sólo
una parte del uso polisémico del adjetivo czarny , ya que otra parte la constituyen los
usos emocionales, cuando czarny se asocia comúnmente con lo peligroso, sombrío,
lúgubre (casos de pol. czarna rozpacz, czarna przyszłość, czarny charakter, esp. tristeza
negra, futuro negro, carácter negro).
El fenómeno de la polisemia está relacionado directamente con el del
enriquecimiento léxico. Tal como ha sido mencionado, Obregón Muñoz (1978: 201)
destaca dos vías principales por las cuales las denominaciones cromáticas contribuyen
40
El simbolismo de los colores, aunque parece dominar más bien en áreas tales
como la antropología, la estética o la cromoterapia, nos muestra claramente cómo se
encadenan los diversos campos de la ciencia. Desde los tiempos más remotos, los
colores se han venido asociando con diferentes fenómenos del entorno humano: los
cuatro puntos cardinales, las partes del cuerpo, las estaciones, los elementos, las épocas,
etc. Martí (1960: 103) cita algunas asociaciones entre los colores y las direcciones en la
religión maya: el rojo era el color del Este; el blanco, el del Norte; el negro, el del Oeste
y el amarillo, el color del Sur; un quinto color, el verde, podía haber estado en el centro.
También, la mayor parte de los dioses mayas formaban grupos de cuatro deidades cada
uno, que se asociaban con su dirección y color. En Guatemala, el negro representaba las
armas, ya que era el color de la obsidiana; el amarillo, al ser el color del maíz, era
41
de que su portador está enamorado; el azul es símbolo de la fidelidad, etc. Para los
alquimistas medievales (Rabinowicz, 1978), el color significaba la realidad que liga al
cielo con la tierra, el negro simbolizaba el norte; el blanco – el oeste; el azul – el sur y el
rojo o amarillo – el este. La transmutación de colores constituía una parte fundamental
de los procesos alquimistas: desde el negro (plomo) hasta el rojo (oro) pasando por el
blanco (estaño). Los colores tenían sus equivalentes en el mundo animal. Es interesante
observar que este código medieval pasó, con el transcurso del tiempo, a la literatura.
Kenyon (1915), por ejemplo, describe el simbolismo de los colores en los tempranos
romances españoles, donde ya se advierten ciertos cambios respecto al código medieval:
el símbolo del amor es el violeta; sólo el verde claro se asocia con la esperanza porque el
matiz oscuro hace pensar en la pérdida de ésta; el azul simboliza los celos; el negro, el
luto; el blanco sigue siendo el símbolo de la inocencia. El autor considera,
aproximadamente, el año 1650 como la fecha a partir de la cual este código comienza a
extinguirse. Esto no quiere decir que el simbolismo de los colores haya perdido su
vigencia en la literatura. Hay numerosos trabajos que analizan la presencia del color en
la poesía, el drama o la narrativa de diferentes autores y épocas. Al no ser éste el tema
primordial de nuestras investigaciones, mencionamos sólo algunos ejemplos: Rogers
(1964), que investiga el papel del color en la poesía del Renacimiento y Barroco;
Morawska (1964), que se ocupa del color en la poesía de Mallarmé; Fichter (1927), que
estudia el simbolismo cromático en la poesía de Lope de Vega o C. Guillemard, quien en
su Le dico des mots de la couleur (1998) cita muchos ejemplos del uso de los adjetivos
cromáticos en la literatura francesa (más títulos de este tipo de análisis se pueden hallar
en: Grossmann, 1988.) De manera semejante, la religión católica, hasta hoy día, utiliza
los colores para las diversas etapas del año litúrgico, cosa que varía con los siglos
(Zausznica, 1959: 458). Ahora, el blanco simboliza inocencia, pureza, alegría, gloria; el
negro - luto, entierro, pena; el rojo - sacrificio, misericordia, martirio; el verde -
esperanza, vida eterna; el morado - resignación, contemplación. Muestras de este
simbolismo persisten en varias locuciones contemporáneas, así, por ejemplo, se habla de
ponerse rojo, barrio rojo, sangre azul, camisa azul, verlo todo color de rosa, raza
blanca, pena negra, etc. “Les noms de couleurs s'emploient métaphoriquement de
beaucoup de manieres”, dice Nyrop (1908: 254), y da otros ejemplos de la lengua
43
francesa: une humeur grise, des idées roses, une peur bleue, un républicain rouge, etc.
Hasta nuestros días un pelirrojo simboliza traición e infidelidad, y el color verde la
alegría o esperanza. En muchos casos son símbolos válidos para toda la cultura europea,
ya que muchas tribus americanas o de África poseen un simbolismo bastante distinto.
Hay varias teorías a propósito del proceso de la simbolización. Michera (1987: 98)
menciona el proceso en el que lo importante es la naturaleza del objeto que muestra
cierto color. En este proceso, la calidad semántica del objeto pasa a su característica
abstracta: el color. Otro modo de proceder consiste en relacionar los colores con las
emociones y las experiencias. Es la teoría basada en las investigaciones llevadas a cabo
por V.W. Turner (1966). Según su opinión, existe una relación indirecta entre los colores
y las excreciones del cuerpo humano: los colores no sólo simbolizan las conexiones
directas (el semen, la unión entre mujer y hombre; la leche, la unión entre madre e hijo,
etc.), sino pasan al nivel más elevado volviéndose símbolos de sentimientos humanos
tales como el miedo, la agresión, la maternidad, etc. Otra teoría - la de A. Jacobson-
Widding (1979) - relaciona los colores con los principios y valores, y coloca estos
símbolos en una red de relaciones mútuas. No obstante, nos parece de suma importancia
relacionar cierto sistema simbólico con su entorno cultural y temporal, ya que este
esquema cambia a veces con el transcurso del tiempo al mezclarse diversas culturas.
El conocimiento del simbolismo cromático nos puede servir de gran ayuda para
resolver cuestiones filológicas. Este es el caso de los nombres de las regiones históricas
de Rusia (Mańczak, 1976), cuando, al asociar la posición geográfica de las respectivos
áreas (Rusia Blanca, Rusia Roja, Rusia Negra) con la función simbólica de los colores
que utilizaban las tribus tártaras dio como resultado una teoría muy convincente. A.
Alegre Heitzmann (1979) nos aporta otro ejemplo del simbolismo de los colores
aplicado a los estudios lingüísticos, en su estudio etimológico-semántico sobre el color
de la Sulamita en las biblias medievales romanceadas. El autor, basándose en varios
ejemplos de la literatura española, llega a la conclusión de que el uso de la palabra baça,
para subrayar la morenez de la doncella, no alude tan sólo al color de su piel, sino que
simboliza también el embarazo: la unión del esposo y la esposa y, yendo aún más lejos,
el pacto de Yahvé con Israel.
En ocasiones, el simbolismo de los colores sirve para enriquecer el significado
44
del referente. Tokarski (1998) cita dos ejemplos del polaco: biała brzoza, czarna ziemia
(esp. abedul blanco, tierra negra), donde las connotaciones de respectivos adjetivos de
color añaden a estos referentes valores tales como pureza, ingenuidad (asociados con el
blanco) y maldad, muerte (asociados con el negro). Todos estos ejemplos muestran
claramente que los idiomas no existen en vacío y que el conocimiento de los factores
extralingüísticos nos puede ayudar, a veces, a resolver los misterios del idioma que, a su
vez, constituye parte de nuestra cultura.
IV. EL ESTATUS LEXICOGRÁFICO DEL COLOR
EN LOS SIGLOS XVI – XVII
45
Esta parte tiene por objetivo presentar el corpus de investigación: los diccionarios
editados entre los años 1500-1700 con la parte española. Su lista, adjunta abajo, ha sido
elaborada en base de la bibliografía de Fabbri (1979). La segunda cuestión es la
definición lexicográfica como tal y las maneras de definir los colores en las obras
estudiadas.
De acuerdo con las modernas investigaciones (cf. Miguel, 2009), entendemos por
lexicología la parte de la lingüística cuyo propósito es analizar el significado de las
palabras, sus combinaciones entre sí, su uso y etimología, mientras que la lexicografía es
la técnica de componer diccionarios. Así, podemos considerar la lexicología como la
base teórica de la lexicografía.
Al ser nuestro estudio de tipo lexicológico y basado en el material lexicográfico
extraído de los diccionarios concebidos y editados en los siglos XVI y XVII, nos parece
adecuado incluir una breve descripción del material investigado.
Según Dubois (1971: 7), “les dictionnaires sont des objets manufacturés dont la
production, importante dans les sociétés développées, répond à des exigences
d’information et de communication. Leur objet est essentiellement pédagogique (...) ils
sont le lieu de référence à la langue et à la science”. Según Pidal (en: Fernández –
Sevilla, 1974: 39), “el diccionario (...) ha de cultivar el criterio histórico considerando la
vida de las palabras como en influjo y reflujo (...) Ha de mostrar (...) el valor originario
de cada vocablo, su trayectoria histórica y su situación precisa en el presente”. Todo ello
comprueba la validez de la elección del material lexicográfico como corpus de
investigación1.
1
La historia de lexicografía se remonta al 2600 a. C., época de donde provienen las recopilaciones de
signos que probablemente funcionaron como diccionarios unilingües de motivación pedagógica; también
existieron glosarios bilingües sumero-acadíes y glosarios cuadrilingües (Fernández – Sevilla, 1974). Los
antiguos griegos solían componer glosas con el propósito de explicar antiguas palabras griegas, sobre
todo, de obras literarias tales como la Ilíada y la Odisea, que constituían la base para la educación de la
juventud. Como al mismo tiempo, despreciaban las culturas extranjeras - que consideraban ”bárbaras” e
46
El período comprendido entre los siglos XVI y XVII se caracteriza por una gran
actividad lexicográfica. Los contactos diplomáticos y mercantiles, y la conciencia del
valor de la propia lengua nacional son las principales razones de la creciente creación de
diversos diccionarios, ya que son ellos un “instrumento fundamental (...) en el
aprendizaje y enriquecimiento de las lenguas” (Alvar Ezquerra, 1992: 2). Ya en la
última década del siglo XV, aparecen dos obras monumentales de la lexicografía
española: en 1490, el Universal Vocabulario, de Alfonso de Palencia, la primera obra
lexicográfica en romance impresa en España y en 1492, el Vocabulario de Romance en
Latín, de E. A. de Nebrija,
“el primero en idear un sistema ortográfico coherente y ensayar una interpretación fonética de la lengua
romance (...), el primero en establecer correspondencias precisas para las vocales castellanas que tenían
equivalentes en latín y en forjar definiciones para las palabras que no encontraban equivalencias en
aquella lengua” (Fernández-Sevilla, 1974: 164).
inferiores a la suya - los diccionarios bilingües nunca llegaron a tener auge entre las actividades
lexicográficas. Los romanos utilizaron diccionarios en su lectura de la literatura griega y la romana antigua
(cf. Miodunka, 1989). En la Edad Media se consideraba que el único libro digno de interés era la Biblia;
por eso, la tarea básica de los diccionarios de la época era acercar el contenido de la Santa Escritura a los
miembros de las congregaciones o a los candidatos a la vida eclesiástica. Las explicaciones se daban en
latín y, como nota explicatoria secundaria se daban términos en alguna lingua vulgaris: celta, anglosajón,
alemán, checo, etc. (Urbańczyk, 1967). Aquellos glosarios son una importante fuente para el conocimiento
de las lenguas europeas en su etapa más antigua. La necesidad de traducir los términos latinos a la lengua
vulgar servía para enriquecerla, preparándola para asumir la futura dignidad de idioma nacional.
47
2
Utilizamos esta edición por contener la parte española.
48
Todos los diccionarios que forman el corpus de este trabajo son, por supuesto,
sincrónicos, es decir, abarcan sólo una fase del desarrollo del idioma, en este caso,
coetánea de sus autores. Los diccionarios diacrónicos (siguiendo la división de Zgusta,
1971), sobre todo, los históricos y etimológicos, aparecen, en su gran parte, junto con la
lexicología moderna. Son dignos de mención, sin embargo, los esfuerzos de Covarrubias
en descubrir las etimologías de las palabras recogidas en su Tesoro, por erróneas y
fantásticas que fueran; lo mismo ocurre con el Origen, y Etimología, de todos los
Vocablos Originales de la Lengua Castellana, compuesto por el médico cordobés
Francisco del Rosal antes de 1601 y todavía inédito (Alvar Ezquerra, 1992)3.
Naturalmente, pocas de las obras aquí mencionadas son trabajos realmente originales. La
mayoría se basa en sus predecesores ya que “nadie puede escribir un diccionario
original, sino que todos los autores se copian unos a otros, añadiendo y quitando a las
obras de sus antecesores lo que les parece adecuado a su época o a los fines que se
proponen” (Gili Gaya, 1960: VIII). La mayoría, sin embargo, arranca de autores tales
como Las Casas (1570), Percivale (1599) y Palet (1604).
Según Gili Gaya (1960), la evolución de la lexicografía española anterior a 1726
(primera edición del Diccionario de Autoridades) sigue la siguientes etapas: la primera,
iniciada por Nebrija con los diccionarios como instrumentos para el estudio del latín u
otras lenguas modernas, entre españoles, o del español entre extranjeros; la segunda,
alrededor del año 1600, con autores como, por ejemplo, Covarrubias, que se centran en
el español mismo, en su historia y etimología; la tercera, a finales del siglo XVII, cuando
la obra de los escritores del Siglo de Oro sirve como ejemplo de corrección y buen uso
del idioma.
Según Alvar Ezquerra (1992: 5), “la lexicografía moderna europea nace a finales del
siglo XV y comienzos del XVI, pues hasta entonces sólo existían los vocabularios y
glosarios que prolongaban la tradición latinizante medieval” Si caracterizamos la
lexicografía moderna tal como lo hizo Casares (1951: 7), en el sentido de que “la
Lexicografía empieza a ser “moderna” en el momento en que, rebasada la primitiva
etapa, puramente literaria, y superada luego la preocupación selectiva (aceptación de
unos hechos lingüísticos y repulsa de otros), aparece como criterio científico según el
3
Poco después aparece en versión digitalizada como parte de Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua
Española (NTLLE 2001).
49
cual todos los materiales léxicos han de merecer la misma atención”, resulta evidente
que la obra lexicográfica del período comprendido entre los siglos XVI - XVII carece a
menudo de este criterio científico.
Ya el título mismo de las obras puede causar confusión. Actualmente, la línea divisoria
entre los tipos de diccionarios, según los elementos analizados, está claramente marcada:
las recopilaciones que se basan en la lengua - es decir, que se fundan en la competencia
del hablante – se suelen denominar diccionario o léxico, mientras que las que tienen el
soporte en la actuación del hablante - es decir, los basados en el habla - se llaman
glosario o vocabulario. Así, en cuanto al corpus analizado, el diccionario no tiene
fronteras teóricas, mientras que los límites del vocabulario o glosario están fijados (por
ejemplo, el vocabulario de la caza). Una simple observación de los títulos de las obras
analizadas muestra la arbitrariedad en esta área: a las obras de la misma índole se les
aplican tanto el nombre de diccionario (Dictionarium septem linguarum, de A.
Calepinus) como de vocabulario (Vocabulario de la lengua castellana y mexicana, de
A. Molina). Además, suelen usarse denominaciones tales como tesoro (Tesoro de la tres
lenguas..., de V. Hieronymus) o nomenclator (Nomenclator en castellano, francés y
flamenco, de F. Marcos).
Según Grochowski (1982: 9), la descripción del idioma debe ser la idealización de la
auténtica actividad de oyentes y hablantes y consiste en construir modelos del habla
concreta. No cabe duda de que, en nuestro caso, el criterio de objetividad no siempre se
cumple. A menudo, son la elocuencia y la competencia del autor los que rigen la
elección de los vocablos y su traducción al otro idioma.
En cuanto a la ordenación del material, Casares (1921) enumera los siguientes sistemas:
- alfabético - muy aconsejado por M. Pidal (en: Alvar Ezquerra, 1976: 49) -: “la
agrupación del caudal léxico por orden alfabético es la más cómoda y práctica, ya que
mejor permite dedicar a cada palabra una breve monografía en que se integren las
oportunas cuestiones etimológicas, históricas, gramaticales y semánticas”,
- por raíces (cabeza, capitán, cabo, etc.),
- fonético: según el mayor o menor número de elementos sonoros que posean en
común,
- gráfico (como, por ejemplo, en el caso del chino),
50
4
El término definición aparece por primera vez en el diálogo Teeteto de Platón, sin embargo, se
considera a Aristóteles como el precursor del arte de definir. Es él quien creó la llamada definición clásica
a través del género próximo y la diferencia específica. Para Aristóteles, la definición no es la explicación
del significado de un término, sino, más bien, la descripción del objeto nombrado con dicho término, que
debe reflejar lo esencial de este objeto, su naturaleza. Las consecuencias de este concepto motivaron la
búsqueda de lo esencial de varios objetos y la elaboración de la definición, a través de las condiciones
necesarias y suficientes, teoría cuyo polo opuesto es una de las teorías más recientes: la llamada definición
cognitiva. En los tiempos modernos, la definición ha sido considerada como un medio indispensable para
la adecuada clasificación de los términos y objetos. Actualmente, existen en la ciencia numerosos géneros
de definición, según las disciplinas y métodos de realización. Nos limitaremos aquí a la definición
lexicográfica.
52
niebieski – the colour thought of as the colour of the sky on a sunny day5.
El uso del lenguaje está ligado directamente al conocimiento de la realidad, cuyas
unidades se someten al proceso de definir. El lexicógrafo, a menudo, se enfrenta al
problema de definir lexemas de campos que le son totalmente ajenos. Sus conocimietos
(tanto como la habilidad para servirse de otras fuentes) constituyen cierto tipo de
“filtro” para las definiciones. En oposición a este subjetivismo, Iorgu Iordan propone
que “les spécialistes doivent rédiger les articles concernant leurs domaines, tout seuls
d’abord et ensemble avec les linguistes ensuite, de manière que la forme définitive de
leur rédaction soit le produit d’un trvail commun.” ( citado por Ezquerra, 1976: 53). Un
postulado que, con toda certeza, no pudo realizarse en el período aquí analizado.
Ampel-Rudolf (1994: 23) rechaza la posibilidad de construir la definición a través de
mostrar objetos extralingüísticos como posibles referentes del definiendum ya que ésta
sería una definición abierta: siempre se podría añadir nuevos referentes del color
definido. En cambio, propone definición basada en hiperónimo como nombre de función
que referiría a las características denotadas6. Existen también varias maneras de
clasificar las definiciones. Casares (en: Alvar Ezquerra, 1976) divide las definiciones en:
1) reales, que aspiran a descubrir la esencia de la cosa significada;
2) nominales, que se limitan a explicarnos el significado de la palabra.
Según este lingüista, la verdadera definición científica es sólo la nominal. Otra
clasificación aplicada por el mismo lexicógrafo distingue entre definición teleológica,
que informa sobre la naturaleza de las cosas y definición descriptiva que describe el
objeto. Rey Debove muestra otra división, aceptada en su obra por Fernández- Sevilla
(1974). Y, así, las definiciones pueden ser:
1) sustanciales: responden a la pregunta ¿qué es lo definido? (especialmente aptas
para categorías tales como el nombre, el adjetivo, el verbo, el adverbio),
5
Para los últimos logros de la estudiosa polaca en el área de la definición y de los colores, v. Wierzbicka
(2006: 269-291; 323-371).
6
“Należy przypuszczać, że wyrażenia predykatywne takie, jak przymiotniki koloru, kształtu, smaku
także są jednostkami, dla których sensowna definicja znaczenia powinna być ograniczona do podania ich
hiperonimu jako nazwy funkcji orzekającej o odesłaniu do denotowanych przez nie klas cech”.
54
7
“Definicja leksykalna (językowa) powinna zawierać takie cechy charakterystyczne, które potwierdzają
się na istniejącym materiale językowym, głównie na derywatach onomazjologicznych (asocjacyjnych),
metaforach, porównaniach, frazeologizmach oraz przysłowiach, w których skład wchodzi dany wyraz”.
55
definición puede abarcar tanto el mundo científico como el mundo de las ideologías
populares, supersticiones, hábitos intelectuales, ya que la visión humana del mundo está
como extendida entre el polo de imágenes “racionales”, “científicas” y el polo de las
imágenes irracionales, populares, razonables, incluyendo todas las etapas intermedias8
(Chlebda, 1993: 201).
El deber del lexicográfo consiste en reflejar esta visión total del mundo en el diccionario,
y no es fácil distinguir con claridad los aspectos importantes de los de menos
importancia. Tokarski (1993) enumera los siguientes rasgos de la definición cognitiva:
1) refleja la manera de pensar y comprender de los hablantes;
2) rechaza la conceptualización restringida sólo a los rasgos imprescindibles y
suficientes a favor de la popular y común;
3) ordena los ragos definitorios de una manera facética.
Así, los elementos de la pragmática lingüística, los conocimientos extralingüísticos y las
connotaciones contextuales entran en el diccionario, al igual que los rasgos
imprescindibles y suficientes y las connotaciones comunes. Tokarski cita algunos
ejemplos de la literatura, donde el negro, comúnmente asociado con la maldad y la
muerte, puede admitir connotaciones de tranquilidad y felicidad, mientras que el blanco,
a pesar de su usual connotación positiva (felicidad, pureza), puede asociarse con la
tristeza e incluso con la muerte. De momento, a pesar de varios trabajos teóricos
(Bartmiński, 1988; Langacker, 1998), este tipo de definición apenas entra en la tradición
lexicográfica .
Ampel-Rudolf (1988: 53) sigue en su trabajo la sugerencia de los autores de
Mašinnyj perevod (1964): como los designados de los adjetivos del color son ciertas
características existentes en la naturaleza, las definiciones de los colores se deberían dar
a través del llamado vocabulario “concreto”. La definición ostensiva, según estos
lingüistas, debería consistir, por ejemplo, en colocar en la entrada del diccionario la
ilustración de cierto objeto de la realidad extralingüística, a fin de evitar posibles
vacilaciones al definir dicho objeto hablantes de diversos idiomas. Así, se formaría la
definición iconográfica, aplicada a menudo en diccionarios enciclopédicos y
8
“Ludzka wizja świata jest jakby rozpięta miedzy biegunem wyobrażeń “racjonalnych”,
“scjentystycznych” - i biegunem wyobrażeń nieracjonalnych, potocznych, zdroworozsądkowych,
obejmując wszelkie stadia pośrednie między nimi”.
56
• Definiciones científicas.
Este tipo de definición consiste en indicar la longitud de onda o la frecuencia del color y
situarlo en el espectro solar. La definición, a pesar de ser muy exacta, resulta muy
especializada y poco comprensible para la mayoría de los hablantes, también por su
metalenguaje científico: por eso, normalmente, va acompañada de una explicación en
términos divulgativos. Aparece, por ejemplo, en diccionarios enciclopédicos. Estos son
los ejemplos de las definiciones científicas:
amarillo: ‘el tercer color del arco iris’ (Diccionario Esencial Santillana, 1991);
‘se aplica al color que está en tercer lugar en el espectro solar’ (Moliner,
1991);
rojo: ‘se dice del primer color del espectro solar’ (Diccionario Esencial Santillana,
1991);
‘el primer color del espectro solar’ (Moliner, 1991);
‘encarnado muy vivo, está situado entre la región de infrarrojo (invisible) y el color
anaranjado y corresponde a radiaciones cuyas longitudes de onda están comprendidas
entre 7.800 y 6.100 Å’ (Salvat, 1969).
Gracias a este método de definir, los colores quedan divididos en espectrales y no
espectrales; sin embargo, esta no es la definición que debería ser aplicada en la
lingüística.
Consisten en dar como ejemplos los objetos concretos comúnmente conocidos en varias
culturas. Por ejemplo:
amarillo: ‘se aplica al color que es, por ejemplo, el de la cáscara de limón, y a las cosas
que lo tienen’ (Moliner, 1991);
‘se dice del color parecido al oro, al limón, etc.’ (Diccionario Esencial Santillana,
1991); ‘ de color semejante al del oro, el limón, la flor de retama, etc.’ (RAE ,1984);
rojo: ‘el color semejante al de las amapolas (Diccionario Esencial Santillana, 1991);
‘se aplica al color como de la sangre o semejante’ (Moliner, 1991).
Los objetos de referencia pueden ser: términos de tecnologías de tinte, de pintura, de
material de origen, etc. Un buen ejemplo de este tipo de definición lo constituyen las
definiciones de los colores en latín que se encuentran en nuestro material, por ejemplo,
buxues ‘color de boj’, aureus ‘color de oro’, byssinus ‘color de seda cruda’, aenus
‘color de cobre’, etc. (todos los ejemplos de Nomenclator, 1583).
por ejemplo, rosado, definido como color de rosas, no parece tan adecuado, ya que las
rosas pueden ser de varios colores. También, el prototipo puede variar según la cultura
(v., por ejemplo, Hoang Oanh, 1993). Baran (1996) cita unos ejemplos de las
definiciones donde los mismos redactores del diccionario conocen el matiz exacto del
color descrito, en estos casos la delimitación referencial es la tarea principal y a la vez la
más difiícil que encuentra el lexicógrafo. Además, también es posible la modificación
semántica del tinte, como por ejemplo, en el caso de vermeil que al principio designaba
el rojo vivo de una tela y con tiempo evolucionó hasta referirse a una persona cuyo
rostro, por alguna razón (frío o gran emoción), queda colorado.
Ya que la mayoría de los diccionarios áureos son bilingües o plurilingües, la definición
no es un fenómeno común:
“les définitions des dictionnaires bilingues sont du même type que celles des glossaires: un terme est
traduit dans l’autre langue par une série de synonymes, ces synonymes étant soit des mots uniques (...) soit
des prépositions qui sont formées d’un terme de base suivi d’une relative restrictive et qui sont données
comme équivalentes au mot d’entrée” (Dubois, 1971: 35).
Todas las definiciones están redactadas en la lengua natural, más comúnmente en latín,
ya que éste es el idioma básico de los lexemas. A veces (como, por ejemplo, en el caso
de Oudin, 1607), la definición está en la lengua de destino para mejorar la comprensión.
Los procedimientos principales entre los lexicógrafos áureos son los siguientes:
• Definición a través del prototipo (u objeto asociado con este color), por ejemplo :
herbeus: ‘idem quod viridis vel herbae colorem habens’ (Calepinus, 1682);
amarillo: ‘es color que quiere imitar al oro amortiguado’ (Covarrubias, 1611);
azul: ‘es la color que llamamos de cielo’ (Covarrubias, 1611);
pardo: ‘color propio que la oueja, o el carnero tiene’ (Covarrubias, 1611);
verde: ‘es color de la yerba, y de plantas cuando están en su vigor’ (Covarrubias, 1611);
violaceus: ‘color de violetas’ (Calepinus, 1682).
• Definición, donde, como definiendum queda otro color (que resulta más
conocido) u otro objeto que se caracteriza por este color, por ejemplo :
gris: ‘color escura entre pardo y negro’ (Covarrubias, 1611);
59
• Definición sinonímica:
añir ‘color azul o pastel’ (Covarrubias, 1611);
rubidus ‘fulvus, flavus, rubidus’ (Calepinus, 1583).
9
Para más detalles sobre este diccionario y varios más de la lista adjunta, v. Medina Guerra (2003).
V. GLOSARIO
61
V. Glosario
ingl. inglés
it. italiano
lat. latín
lat. cl. latín clásico
lat. vg. latín vulgar
med. medieval
pol. polaco
port. portugués
s.v. sub vocem
tamb. también
v. véase
BLANCO
66
BLANCO
1. INFORMACIÓN GENERAL
“color sinifica castidad, limpieza, alegría. Hay muchos lugares en la escritura Sagrada, de donde se
colige que por no cansar no los refiero. La vestidura blanca sinifica regozijo y siesta, y en las bodas,
combites, y sacrificios usauan della. Los pretendientes de magistrados en Roma, trayan vestiduras
blancas, y por esso se llamaron candidatos”.
En la mayoría de los casos, este simbolismo permanece actual hasta los tiempos
contemporáneos. Los diccionarios modernos asocian el blanco con la nieve: “se aplica
al color, por ejemplo, el de la nieve, suma de todos los del espectro, y a las cosas que lo
tienen” (DUE, 1991 I: 383) o también con la leche: “se dice del color de la nieve o de la
leche y de las cosas que tienen dicho color” (DESLE, 1991: 143). Sin embargo, algunos
diccionarios subrayan también la sensación de claridad que da el blanco, lo que podría
llevar a considerar el día como el posible prototipo del blanco: “Se dice de las cosas que
son más claras que otras de su especie” (DESLE, 1991: 134). Tokarski (1995: 45), no
obstante, admite esta acepción sólo en el caso en que <blanco> se toma como sinónimo
67
2. ESTUDIO DIACRÓNICO
En latín el campo semántico del blanco estaba dominado por dos términos:
albus y candidus. Según André (1949: 26), albus significaba ‘le blanc dépourvu de
l’éclat et de l’affectivité qui sont le propre de candidus’, que, a su vez, venía de candere
‘être enflammé’ y “devait garder l’éclat de la flamme, l’éblouissement du métal en
fusion et nous allons, grâce a cette constatation originelle, saisir la différence qui sépare
candidus d’albus” (André, 1949: 32).
Otros adjetivos pertenecientes a este campo semántico del latín eran:
encuentra en el Poema de Mio Cid) , duró hasta el año 1212, cuando blanco empezó a
ganar terreno en toda la Península, no sólo en la parte meridional. Roca Garriga (1954:
255) basándose en el estudio de los topónimos en albus y en blank, explica el
predominio de blank en la parte sureña por la mayor desromanización de esta región, y
su posterior dominio en toda la Península lo atribuye a la reconquista: “al ser
reconquistada y entrar de nuevo en el dominio románico en época más tardía que la
zona situada al norte de la línea, los topónimos de nuevo cuño formados sobre la idea de
color blanco fueron creados sobre la base de blank, que ya había tomado la carta de
ciudadanía en el romance, tras desplazar albus, con lo cual aumentó la cifra absoluta de
los topónimos en esa zona”.
Suscita polémicas el recorrido que hizo este vocablo para llegar al español. La
mayoría de los lingüistas lo considera un préstamo directo del francés, sobre todo, por
haber conservado el grupo bl- inicial: “la conservación del grupo consonántico inicial
indica palabra entrada tardíamente, seguramente desde Francia. La vieja palabra
española era ALBO, la más extendida en la toponimia” (DCECEH, 1980 I: 598). Sin
embargo, hace unos años ha surgido otra teoría de Jensen (1992), según la cual la
palabra pasó directamente del latín vulgar *blancus a las lenguas románicas y sólo los
idiomas que estaban alejados geográficamente del centro de ese cambio han mantenido
la antigua forma: alb el rumano y alvu el cerdeño. Es digno de mencionar que el
portugués, aun hoy en día, guarda la bipartición del campo semántico del blanco entre
dos términos: alvo y branco. Mientras en la mayoría de las lenguas románicas (español
incluido) albo es una palabra usada sólo en poesía, en portugués existen las dos
palabras. Aunque los diccionarios explican su uso con teorías contradictorias, Kristol
(1978: 60) lo resume de la siguiente manera: “alvo ne peut pas exprimer l’á-peu-près-
blanc”; branco ne comprend pas l’élément lumineux”. En el resto de idiomas románicos
el sema de luminosidad tiene que ser expresado mediante otro adjetivo.
Duncan (1968) enumera los siguientes adjetivos del color blanco en el español
medieval: aluo, alua, albo, albiello, argentado, blanco, blanchet, blancho, blanque,
blanqueado, blanqueante, blanquiello, blanquinoso, blanquo, branco, branqueado,
emblanquecido.
69
3. ESTUDIO SINCRÓNICO
Las formas que denominan los matices del blanco no mencionan la presencia
de otro color, sino la incompleta saturación del blanco. Son todos adjetivos diminutivos:
blanquezino o blanquecino (Alcalá 1505, Molina 1555, Casa 1682, Hornkens 1599,
Percyval 1591, Oudin 1607, Bravo 1628, Casas 1532, Percyval, Lexicon 1660, Tesoro
1671, Henriquez 1679), blanquisco o blanquizco (Alcalá 1505, Minsheu 1599,
Trognesius 1639), blanquillo (Alcalá 1505, Hornkens 1599, Oudin 1607, Trognesius
1639), blanquito (Hornkens 1599), blancuzco (Alcalá 1505), blanquinoso (Alcalá
1505). En Covarrubias (1611) tropezamos con la forma de superlativo: blanquísimo.
Desde el punto de vista de la derivación no presentan ninguna dificultad particular,
salvo blanquecino, cuya forma, objeto del análisis de Malkiel (1956), fue explicada
como derivado de blanquizo o blancazo que, por disimilación de vocales y coexistencia
de blanquecer, ha creado la forma blanquecino. Alcalá (1505) menciona la forma
superlativa analítica mas blanco.
Además, en las obras lexicográficas del Siglo de Oro, se encuentran las siguientes
formas:
acecalado (Comenius 1661) - explicado como ‘de color de agua’ y uno de los
matices del blanco, hoy: acicalado, sinónimo de pulido (DCECEH, 1980 I: 37), igual
que durante la Edad Media (Alonso, 1986 I: 87);
alabastrino (Covarrubias 1611, Trognesius 1639) - ‘de estremada blancura’, ya
en aquel entonces caracterizado como término poético;
aluarino (Minsheu 1599, Trognesius 1639) – este derivado de albo (DCECEH,
1980 I: 118), que significa ‘cierto afeite usado antiguamente por las mujeres para
blanquearse el rostro’ (DUE, 1991 I: 115), parece denominar en el Siglo de Oro cierto
matiz del marrón: para Minsheu es ‘swart colour’; para Trognesius ‘brun’;
argentado (Oudin 1607, Tesoro 1617) – hoy en día conserva el significado de
‘plateado’ (DUE, 1991 I: 239), que se puede relacionar también con el color de plata;
argentino (Comenius 1661) – supuestamente fue equivalente del lat. argentevs, ya
que se sitúa en la entrada dedicada al blanco, sin embargo, hoy mantiene sólo su
relación con el metal ‘de aspecto de plata por el brillo y el color’ (DUE, 1991 I: 239) o
funciona como gentilicio;
71
El adjetivo blanco, bien arraigado en el sistema léxico del español del Siglo de
Oro, ha generado muchos derivados y expresiones idiomáticas. Su lista aquí presentada
es indudablemente incompleta, ya que se pueden encontrar más ejemplos en la
literatura. Excluida, sin embargo, ésta del círculo de nuestras investigaciones,
colocamos aquí solamente las formas encontradas en las fuentes lexicográficas, dejando
los usos literarios para futuras investigaciones.
a. Sustantivos
Entre todos los derivados sustantivos, pocos se han formado a partir del radical
*alb- :
alba (Hornkens 1599) - ‘amanecer’;
albumen (Oudin 1607, Florentin 1638, Tesoro 1671, Calepinus 1682) - definido
como ‘lo blanco o claro del huevo’;
albura (Minsheu 1599) - sinónimo de blancura o ‘blanco de la madera’
(Calepinus 1682).
Hay sólo un vocablo derivado de argentado:
argentador (Oudin 1607, Tesoro 1617) – forma que ya no existe en el español
moderno, se supone que era sinónimo de blanqueador;
y uno que viene de candidus:
candor (Trognesius 1636).
Todos los restantes vienen de la forma adjetival blanco:
blanchete (Palet 1604, Oudin 1607, Florentin 1638) - explicado como ‘perrillo,
perrico’ o ‘petit chien’ porque, como indica Moliner (DUE, 1991 I: 383), antiguamente
se aplicaba a los perrillos blanquecinos; más información: Corominas (DCECEH, 1980
I: 598-9);
blancor (Alcalá 1505, Percyval 1591, Minsheu 1599, Thresor 1617, Florentin
1638, Trognesius 1639 );
blancura (Alcalá 1505, Molina 1555, Casas 1582, Fernández 1569, Percyval
1591, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin 1607, Bravo 1628, Casas 1532,
Pereira 1634, Florentin 1638, Trognesius 1639, Henriquez 1679);
73
blanqueador (Minsheu 1599, Lexicon 1660, Tesoro 1671) ‘el que blanquea’;
blanqueadura (Percyval 1591, Minsheu 1599, Tesoro 1591) – usado solo en
referencia a la palidez de la piel;
blanqueamiento (Lexicon 1660) - ‘acción de blanquear’;
blanquecedor (Minsheu 1599, Tesoro 1671) - antes supuestamente fue nomen
agentis como tal, hoy su significado queda bien delimitado: ‘operario que blanquece en
la casa de la moneda’ (DUE, 1991 I: 383);
blanquera (Lexicon 1660) - sinónimo de blancura;
blanquero (Alcalá 1505) - ‘curtidor’;
blanqueta (Alcalá 1505) - ‘tejido de lana’;
blanquete (Tesoro 1671) - antes ‘albayalde’, ahora ‘cualquier substancia que se
emplea para blanquear’ (Moliner, 1991 I: 383);
blanquibol (Minsheu 1599) - traducido por ceruse ‘carbonato de plomo’;
blanquimento o (em)blanquimiento (Alcalá 1505) - ‘disolución, generalmente de
un cloruro, que se emplea para blanquear las telas, los metales y otras cosas’ (DUE,
1991 I:383);
emblanquecimiento (Alcalá 1505) - nomen actionis de blanquecer.
b. Verbos
Todas las formas verbales derivadas de este adjetivo son los verbos incoativos,
cuyo significado es ‘hacer(se), devenir blanco’:
argentar, argenter (Oudin 1607);
blanquear (Alcalá 1505, Casas 1582, Sánchez 1587, Thorius 1590, Percyval
1591, Stepney 1591, Hornkens 1599, Covarrubias 1611, Bravo 1628, Hexaglosson
1646, Lexicon 1660, Henriquez 1679);
blanquecer (Alcalá 1505);
emblanquear (Alcalá 1505);
emblanquecer(se) (Alcalá 1505, Molina 1555, Calepinus 1682, Sánchez 1587).
c. Participios
74
d. Formas idiomáticas
NEGRO
I. INFORMACIÓN GENERAL
Junto con el blanco, el negro constituye la primera etapa de la evolución del léxico
cromático en todos los idiomas. Se define por oposición al blanco.
A principios del siglo XVII, Covarrubias (1611: 562) lo definió como “uno de los
estremos de los colores, opuesto a blanco”. Hoy en día, “se aplica a las cosas que no
tienen color ni luz, como el carbón o la boca de un túnel” (DUE, 1991 II: 501). Esta
definición destaca el hecho de que el negro no refleja ninguna radiación visible, tal vez
por eso Martínez (1570) considera los vocablos descolorar y ennegrecer otra cosa
como sinónimos. Otra posibilidad es, considerando el negro como el supuesto antónimo
del blanco y contrastando sus relativos prototipos, suponer que el prototipo del negro es
la noche. Tokarski (1995) subraya que ninguno de los posibles prototipos es lo
suficientemente amplio como para que pueda ser único. Sin embargo, las
investigaciones llevadas a cabo en los últimos años (por ejemplo, Baran, 1996) admiten
la noche como prototipo del negro cuantitativo y cualitativo. En cuanto al primero, hay
que subrayar su función en el lenguaje como sinónimo de oscuro, contrastando con la
luminosidad del blanco.
En latín, al igual que en el campo del blanco, había una visible oposición entre la
variedad brillante del negro y su equivalente mate. Ater “se présente moins comme une
couleur que comme une notion négative”, mientras que niger “correspond à un noir
brillant” (André, 1949: 44) - tal vez por eso Calepinus (1682) lo define como ‘negro
obscuro y no lympio’. Al principio se forman dos parejas: ater/ albus, niger/ candidus.
Con el tiempo, ater desaparece del panorama lingüístico y el adjetivo niger entra en
oposición también con albus, convirtiéndose en el único representante del campo
semántico del negro y, a la vez, perdiendo la posibilidad de expresar el negro brillante.
Esta forma ha dado origen a las denominaciones del negro en todos los idiomas
románicos. Las últimas huellas del latín ater se encuentran en las obras literarias en
antiguo italiano (adro). A partir de esta forma, el italiano es la única lengua románica
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que ha reintroducido ater con la forma latinizante atro (Kristol, 1978), enriqueciendo de
este modo el campo semántico del negro y sus sinónimos.
Junius en 1583 traduce por negro las formas latinas ater, niger, anthracinus,
furvus. El resto de los adjetivos adquiere la forma descriptiva:
locución negra y mala suerte, pues, para Palet (1604), negra hija quiere decir
‘desafortunada’.
Existe también prieto, cuyo significado define Oudin (1607) como ‘couleur tirant
sur le noir’ y Florentin (1638) ‘color muy oscuro que casi no se distingue del negro’
(Molina 1555, Casas 1582, Percyval 1591, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Palet 1604,
Oudin 1607, Luna 1625, Colloquia 1630, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro
1671).
En realidad, existen muy pocos nombres de este color distintos de negro y prieto:
loro (Molina 1555, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Florentin 1638, Trognesius
1639, Henriquez 1679) – ‘dum coloured’, ‘entre blanco y negro’, color que ‘tira a
negro’, pero también ‘color alvarino’ y ‘bruno’ (Florentin 1638). Los diccionarios
modernos apuntan ‘de color oscuro’ (DCECEH, 1980 III: 697), ya en Nebrija (1495)
tenemos “loro, que tira a negro, luridus, loro llamaban también al esclavo, que ahora
decimos mulato”. Rosal deriva la palabra del latín lora ‘agua o vino segundo, que tiene
este color’; Pidal deriva port. louro, loiro y gall. louro del lat. laurus ‘en atención al
color obscuro de las hojas de esa planta, y al más obscuro de su fruto’ aunque
Corominas considera este cambio semántico del verde de laurel al negro. En la alta edad
media, el sustantivo laurus tenía realmente funciones de adjetivo para designar el color
de ciertos animales, por ejemplo, vacca laura (Pidal 1900, citado por Corominas,
DCECEH, 1980 III); en el español medieval denominaba ‘color amarillento oscuro o de
barro; color castaño oscuro’ (Alonso, 1986 II: 1320); hoy solamente se aplica a las
personas de ‘color amulatado’ (DUE, 1991 II: 285);
morcillo (Minsheu 1599, Oudin 1607, Covarrubias 1611, Luna 1625, Florentin
1638, Trognesius 1639, Tesoro 1671) – de origen incierto, a menudo sinónimo de
‘negro’, para Minsheu caballo morcillo es ‘flea-bitten gray horse’, para otros ‘moreau’
o ‘brun’ (Oudin, Luna), para Covarrubias ‘el cauallo dela color que tira a la mora’; hoy
día ‘caballo yegua de color negro con viso rojizo’ (DUE, 1991 II: 455);
sable (Trognesius 1639) – traducido por ‘noir en armoiries’, significado que
ha permanecido hasta hoy día: ‘color heráldico que se representa en pintura con negro y
en dibujo o grabado con líneas horizontales y verticales formando enrejado’ (DUE,
1991 II: 1077), tomado, por conducto del francés, del alemán ant. sabel, que a su vez se
tomó de una lengua del Este de Europa, tal vez del húngaro (DCECEH, 1954 IV: 107),
aunque Wartburg (1968: 567) lo deriva del ant. fr. sablon ‘sable’.
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Tampoco hay muchos vocablos que designen los matices del negro. Las maneras
más frecuentes de describir la poca saturación del negro son los siguientes:
• sintagmas adjetivales del tipo negro un poco (Alcalá 1505, Molina 1555),
negro algun poco (Bravo 1628) o negro obscuro (Comenius 1661) o mas negro
(Alcalá 1505)
• derivados del tipo negruno (Hornkens 1599), formas diminutivas tales como
negrillo (Sánchez 1587, Percyval 1591, Palet 1604, Oudin 1607, Florentin 1638, Tesoro
1671) o negrito (Minsheu 1599, Oudin 1607, Florentin 1638, Lexicon 1660, Tesoro
1671), que pueden significar tanto ‘negro un poco’, ‘blackish’ (Lexicon) o denominar
persona de tez morena, ‘little black Moore’ ( Minsheu).
En el mismo Lexicon del 1660, se encuentran tres formas sinónimas: negrecito,
moreno, negrillo, que se refieren al color de la piel, junto con la forma atezado (según
Trognesius 1639, ‘qui a bon tient et couleur vive’), ya que “como sustantivo, es ya
antigua su sustitución eufemística por moreno” (DCECEH, 1980 III: 211); Covarrubias
(1611) explica negro por ‘mujer negra’ y añade un dicho callar como negra en baño (v.
Formas idiomáticas), que nos hace pensar en las connotaciones peyorativas que poseía
este adjetivo ya en la época, un fenómeno, a su vez, muy frecuente en el siglo XX y de
naturaleza compleja (v., por ejemplo, Baran, 1996; Stephens, 1989). Junto a estas
acepciones, destaca el caso de Oudin (1607), quien explica negro ‘en jargon Ruse’.
Comenius (1661), en la entrada del negro enumera varios sinónimos de este
vocablo, que más bien se refieren al negro cualitativo, es decir, el matiz oscuro de este
color:
anoguerado – parece que el autor del diccionario colocó esta palabra más bien
por su matiz oscuro que por carácter cromático, hoy la forma noguerado se refiere a
‘color pardo o nogal’, es decir, ‘ocre más o menos claro, sobre todo hablando de
maderas o muebles’ (DUE, 1991 II: 514);
atezado – participio del verbo atezar ‘ennegrecer, poner la piel morena el sol’
(DUE, 1991 I: 292), también figura en Trognesius (1639);
azavachado – junto con el sintagma adjetival de azabache (Henriquez 1679) se
refiere a ‘variedad de lignito muy duro (...) que se emplea como adorno (...) y se emplea
laudatoriamente como calificación o como término de comparación para cosas muy
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negras’ (DUE, 1991 I : 319); Molina (1555) da la forma azauache y Trognesius (1639)
azauachado negro;
baço – como viene del lat. badius y denomina comúnmente un matiz del rojo, más
información sobre este vocablo se encuentra en el apartado dedicado a ROJO;
bruno cerrado – bruno se refiere a ‘color negro u obscuro’ (DUE, 1991 I: 421),
cerrado designa un matiz muy oscuro de este color (Henriquez (1679) traduce caelum
obscuratum por cielo cerrado); v. también el apartado dedicado al GRIS;
pardo, pardo claro – aunque en algunos casos puede significar ‘negruzco’, su
función más común es designar uno de los matices del MARRÓN, por eso damos más
información en el apartado dedicado a ese color;
tané – vocablo francés (la forma moderna: tanné), lo mismo que atezado.
a. Sustantivos
b. Verbos
c. Participios
d. Formas idiomáticas
GRIS
I. INFORMACIÓN GENERAL
Nouvelle Grammaire (1695) el fr. gris fue traducido al esp. pardo. Más ejemplos se
encuentran en nuestro glosario abajo.
Las denominaciones medievales eran: cano, canoso, canudo, ceniziento, gris y
colunpio, forma cuyo significado no queda del todo claro (Duncan, 1968).
El Lexicon (1660) traduce ingl. gray al esp. rucio rodado, hobero, cano, canoso.
El adjetivo gris no parece gozar de más popularidad que los otros adjetivos
de este color:
gris (Oudin 1607, Covarrubias 1611, Thresor 1617, Florentin 1638, Trognesius
1639, Lexicon 1660, Tesoro 1671) – se nota la gran filiación con pardo: Oudin lo
traduce por ‘couleur gris, gris brun’; Covarrubias lo define como ‘color oscura entre
pardo y negro’, en el Lexicon gris es simplemente sinónimo de pardo.
Otras denominaciones del color gris documentadas en la época son:
cano (Molina 1555, Sánchez 1587, Hornkens 1599, Megiserus 1603, Palet 1604,
Oudin 1607, Covarrubias 1611, Florentin 1638) o canoso (Palet 1604) - llamado
también ‘blanco de su natural’, ‘blanco’, explicado por ‘cosa blanca o cana de cabellos’
(Martínez 1570), según Covarrubias se refiere solamente a las personas y designa ‘el
hombre que tiene canas o la cosa que esta canecida y blanca’; actualmente ‘se aplica al
pelo, la barba o el bigote que tienen canas, o las personas que los tienen así’ (DUE,
1991 I: 493);
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ceniziento (Molina 1555, Casas 1582, Palet 1604, Bravo 1628, Florentin 1638);
ceniziente (Hornkens 1599); cenizado (Hornkens 1599, Oudin 1607, Lexicon 1660);
ceniciento (Florentin 1638, Henriquez 1679) – el Lexicon lo traduce al ingl. bright gray,
colocado por Oudin en el apartado del blanco, la forma actual es ceniciento o cenizoso
(DUE, 1991 I: 575) y se la asocia más bien con el color de ceniza, es decir el gris;
columbino (Luna 1625, Lexicon 1660, Trognesius 1639); colombino (Minsheu
1599) - ‘of colour pertaining to the dove’ (Minsheu), ‘colombin’ (Luna), ‘dove-colour’
(Lexicon), ‘de couleur colombine’ (Trognesius); hoy se aplica al ‘color algo amoratado
de ciertas granates’ (DUE, 1991 I: 675);
fraylesco (Oudin 1607) – ‘gris’, según el autor, tal vez porque hasta el siglo XVII,
a los Franciscanos se les llamaba “hermanos grises” (fr. frères gris) y el mismo San
Francisco era conocido como el “Santo Gris” (Baran, 1996: 98);
liniziento (Quinque 1529) - ‘griseus, gris’;
palomado (Lexicon 1660) – ‘dove-coloured’;
palomo (Hornkens 1599, Trognesius 1639) - ‘cardeno, bizet, biset, vinago, livio’
para Hornkens, ‘color palomino, columbinus pullus’ para Trognesius.
El único adjetivo encontrado que denomina cierto matiz del gris es:
griseado ‘grisé’ en la obra de Oudin (1607).
ROJO
I. INFORMACIÓN GENERAL
En la jerarquía de Berlin y Kay, el rojo ocupa la posición más elevada entre los
colores cromáticos, igual que en todas las culturas y sistemas simbólicos de la
Antigüedad. Es el color predominante en las pinturas prehistóricas, Baran (1996: 57)
menciona los “entierros rojos”, donde los cuerpos de los difuntos estaban cubiertos de
ocre rojo, señal de la preocupación por los muertos. El rojo representaba el nivel más
alto de perfección. Antiguamente simbolizaba la virginidad e inocencia, luego también
la felicidad: durante la Edad Media fue color fúnebre y en la lengua popular hoy día se
asocia con sangre y valentía. Para Portal (1989), el rojo es símbolo del amor divino,
hecho visible en la liturgia cristiana.
Los dos prototipos del rojo son: el fuego y la sangre: ‘se aplica al color como el
de la sangre o semejante’ (DUE, 1991 II: 1053), aunque algunas fuentes lo asocian con
el color de las amapolas (DESLE, 1991: 1073). Sin embargo, la existencia del adjetivo
sanguíneo en español y otras lenguas románicas da una primacia indudable al primer
prototipo. Además, tanto el español como el francés se sirven de referencias prototípicas
para formar diversas locuciones basadas en el concepto de sangre y fuego (véase, por
ejemplo, Baran, 1996). Covarrubias (1611) no da ninguna definición del rojo ni de sus
sinónimos, pero en otros diccionarios del Siglo de Oro el fuego y la sangre son las base
comparativa más común: rutilus ‘color di fuego’ (Bravo 1628), rubicundus ‘roxo como
la sangue’ (Junius 1583).
Kristol (1978) subraya la exuberante cantidad de palabras para expresar
matices precisos, el número más elevado de procedimientos metafóricos y ciertas
evoluciones semánticas, visibles, sobre todo, en las lenguas iberorrománicas, que
identifican el color con el rojo. Skultéty (1982) cita algunos datos para poner de relieve
la riqueza de denominaciones del color rojo en diversos idiomas: el latín poseía más de
setenta adjetivos que expresaban este color y aunque Casares, en su Diccionario
ideológico de la lengua española, enumera 61 adjetivos, Skultéty después de un
pormenorizado examen que incluye las expresiones usadas en América del Sur,
concluye que “en español actual existen más de 160 adjetivos que denominan el color
rojo” (Skultéty, 1982: 668).
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A pesar de ser ruber el término más corriente en latín, fue sustituido por la palabra
de origen dialectal rubeus, que sólo en el caso del francés mantuvo su posición central
(pasando a rouge), mientras que en rumano, portugués y español su uso contextual
queda exclusivamente reservado al color del cabello.
El étimo del español moderno rojo es el vocablo latino russeus. Kristol (1978:
148-155) mantiene la tesis de que el término rojo no está atestado en la literatura
medieval. Duncan (1968: 470) atestigua este vocablo en obras medievales, aunque
observa que se aplicaba especialmente a cierto color de cabellos. Es cierto que, también
en el Siglo de Oro, el rojo era uno de los numerosos elementos del campo semántico de
este color. Hoy, aunque es el término central, lo comparte con otras denominaciones,
formando una red de interdependencias semánticas y contextuales, que, a su vez,
presentan diferencias entre España y otros países hispanohablantes (véanse Skultéty,
1982 y Baran, 1996).
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En la mayoría de los casos, los nombres latinos han sido sustituidos en español
por sintagmas nominales del tipo <color de algo> o construcciones, ya sea comparativas
o descriptivas (todas las definiciones citadas abajo provienen de los mismos
diccionarios):
blanco amarillento’, significado común en la Edad Media (Alonso, 1986 I: 509), según
Corominas (DCECEH, 1980 I: 550) es ‘moreno tirando a amarillo’; aplicado a caballos
adquiere el significado de ‘blanco amarillento’, mientras que en francés designa más
bien el ‘rojo tirando a moreno’;
bazo (Calepinus 1682, Junius 1583, Hornkens 1599, Oudin 1607, Florentin 1638,
Trognesius 1639) - experimentó otro desarrollo fonético y semántico de este mismo
étimo: en la Edad Media ‘de color moreno que tira a amarillo’ (Alonso, 1986 I: 508), en
el Siglo de Oro su significado oscilaba entre ‘pardo, cosa un poco negra, hosco, brun,
obscur’ (Hornkens 1599, Oudin 1607), para Covarrubias (1611: 110) era ‘color pardilla
que tira a negra porque el baço tiene aquella color, causada del humor ternestre y colera
adusta’, para Trognesius: sinónimo de pardo o ‘cosa un poco negra’. Hoy significa ‘de
color moreno amarillento’, también nombre de un órgano, probabl. por el color que
tiene; baço (Alcalá 1505, Molina 1555, Casas 1582, Percyval 1591, Hornkens 1599,
Minsheu 1599, Thresor 1617, Henriquez 1679) – aunque el significado presente es ‘de
color moreno amarillento’ (DUE, 1991 I: 361), los lexicógrafos del Siglo de Oro dan
este vocablo como sinónimo del negro, Hornkens lo hace equivalente a hosco, en
Thresor encontramos ‘cosa un poco negra’; ‘cosa morena’ para Henriquez; Duncan
(1968: 466) diferencia bayo de bazo, que “sigue nuevos senderos en cuanto a su
fonología y semántica (...) es un color mucho más obscuro – tanto que da su nombre a
un órgano notable por su color de marrón oscuro”, para Corominas (DCECEH, 1980 I:
550) es ‘moreno tirando a amarillo’ y viene probablemente del lat. badius ‘rojizo’;
bermeio (Megiserus 1603); bermejo (Alcalá 1505, Molina 1555, Vocabulario
1558, Sánchez 1587, Fernández 1569, Casas 1582, Junius 1583, Percyval 1591,
Minsheu 1599, Covarrubias 1611, Luna 1625, Bravo 1628, Pereira 1634, Francosini
1638, Lexicon 1660, Tesoro 1671, Calepinus 1682); bermello (Molina 1555); vermejo
(Junius 1583, Stepney 1591, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin 1607,
Tresor 1617, Florentin 1638), bermejáro (Tesoro 1671) – antes término general de
‘rojo’ o ‘el nombre que tiene el cabello y barba de color roxo, muy subido’ (Covarrubias
1611), ahora: ‘rubio o rojo aplicado al pelo o al color de la piel’ (DUE, 1991 I: 369).
Como explica Covarrubias (1611: 130), “entre roxo y bermejo hazemos diferencia
porque el roxo es una color dorada; la bermeja es mas encendida y arguye mas calor”;
brasil (Minsheu 1599, Nomenclator, Bravo 1628, Percyval 1591) – para la
mayoría de los lexicógrafos ‘the red colour made with brasil’, árbol de color rojo claro,
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oscuro o amarillento, viene de brasa, por el color encarnado del palo de brasil
(DCECEH, 1980 I: 656), también equivalente español de purpurissimum; la forma
moderna es brasilado, mientras que brasil conserva el significado de cierta familia de
árboles o ‘cierto afeite rojo usado antiguamente’ (DUE, 1991 I: 411);
buriel (Minsheu 1599, Oudin 1607, Covarrubias 1611, Florentin 1638,
Trognesius 1639, Henriquez 1679) – en varios diccionarios aparece como tipo de
prenda (‘a kinde of cloth’ para Minsehu, ‘vne sorte de drap ce peut estre du bureau ou
burail’ para Oudin), Covarrubias parece por primera vez introducir la acepción
cromática: ‘color roxo o bermejo, entre negro y leonado’ - actualmente: ‘de color pardo
rojizo’ (DUE, 1991 I: 430).
carbonizado (Oudin 1607) – el autor lo traduce a ‘rouge de seu’,
probablemente por la asociación con el color rojo del carbón cuando se está quemando;
carmesí (Alcalá 1505, Molina 1555, Sánchez 1587, Junius 1583, Minsheu 1599,
Palet 1604, Oudin 1607, Thresor 1617, Florentin 1638, Trognesius 1639, Lexicon 1660,
Comenius 1661, Tesoro 1671, Henriquez 1679); carmosí (Hornkens 1599) – aunque
para Covarrubias (1611) es sólo ‘seda de color roja’, para otros lexicógrafos expresa el
color rojo, igual que en español moderno;
carmín (Minsheu 1599) – ‘a kinde of red colour’ lo define Minsheu, palabra de
origen incierto (DCECEH, 1980 I: 877), actualmente designa ‘materia colorante de
color rojo intenso’ junto con ‘ese color y las cosas que lo tienen’ (DUE, 1991 I: 528);
colorado (Alcalá 1505, Garon 1541, Molina 1555, Gramatica 1565, Liaño 1565,
Casas 1582, Percyval 1591, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Sánchez 1587, Covarrubias
1611, Thresor 1617, Luna 1625, Collado 1632, Florentin 1638, Trognesius 1639,
Lexicon 1660, Comenius 1661, Tesoro 1671, Nouvelle 1695); colorido (Trognesius
1639 ‘rougy’) – tanto en el Siglo de Oro (donde era equivalente de coloratus o rubeus)
como ahora significa ‘rojo’, aunque antes tenía otro significado también de ‘adornado,
compuesto’ (DCECEH, 1980 II: 228) , se aplica particularmente a la cara de las
personas (DUE, 1991 I: 674);
encarnado (Junius 153, Luna 1625, Bravo 1628, Collado 1632, Trognesius 1639,
Lexicon 1660, Tesoro 1671); encarniçado (Molina 1555, Palet 1604, Florentin 1638);
encarnizado (Thresor 1617, Trognesius 1639); incarnado (Hornkens 1599, Nouvelle
1695) – tanto uno como el otro eran denominaciones del rojo, con tiempo encarnado
pasó a referirse al color del cuerpo humano y color rojo como tal, mientras que
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Lexicon propone su equivalente inglés ‘tawny’, sin embargo, para Hornkens es ‘rojo’
por excelencia y también en la Nouvelle Gramatique aparece definición ‘couleur de
Roy’, lo que implica más bien el color rojo o purpureo, ya que leonardo oscuro para
Florentin (1638) es ‘couleur de Prince’; esta posición intermedia leonado la conserva
hasta hoy: ‘pardo o rubio rojizo como el de león’ (DUE, 1991 II: 241);
pauonaz (Quinque 1529) – traducido al ‘sanguinaceus’, la forma actual pavonazo
ha mantenido el mismo significado ‘color mineral rojo oscuro’ (DUE, 1991 II: 673);
purpureo (Casas 1532, Tesoro 1671) – mantiene el significado de ‘color de
púrpura’ (DUE, 1991 II: 896);
rojo (Percyval 1591, Minsheu 1599, Oudin 1607, Covarrubias 1611, Thresor
1617, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro 1671, Henriquez 1679); roxo (Alcalá
1505, Quinque 1529, Molina 1555, Sánchez 1587, Calepinus 1682, Junius 1583, Corro
1590, Thorius 1590, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Colloquia 1600, Megiserus 1603,
Palet 1604, Oudin 1607, Thresor 1617, Luna 1625, Bravo 1628, Collado 1632,
Florentin 1638, Trognesius 1639, Lexicon 1660, Comenius 1661, Tesoro 1671) – el
vocablo parece empezar a ganar su posición dominante entre todas las denominaciones
de este color, es digno de mencionar que en Lexicon del año 1660 fue sinónimo de
moreno, Percyval lo aplica sólo al color de cabellos ‘auburn headed’, para Covarrubias
es ‘encendido en color, flauus’;
rosado (Alcalá 1505, Molina 1555, Fernández 1569, Martínez 1570, Percyval
1591, Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin 1607, Thresor 1617, Trognesius 1639, Lexicon
1660, Tesoro 1671 ) - ‘color de rosas’ lo explica Molina, ‘ruddy colour’ en Lexicon,
‘color de rosas’ explica Alcalá;
rosa seca (Lexicon 1660) – ‘rose colour’;
roseta color (Alcalá 1505);
rosso (Florentin 1638) – probablemente variante ortográfica de rojo, ya que en la
Edad Media funcionaba como sinónimo de ‘rubio’ (Alonso, 1986 II: 1563), clasificado
por el mismo autor como ‘vocable antico’;
roydo (Trognesius 1639, Casas 1582) – para Trognesius significaba ‘rougé’, para
Casas sinónimo de roso; hoy mantiene su acepción de ‘carcomido (participio de roer),
miserable, misero, tacaño’ (DUE, 1991 II: 1053);
rubicondo (Florentin 1638); rubicundo (Minsheu 1599, Trognesius 1639 –
‘reddish colour’ (Minsheu) o ‘plein de rouge’ (Trognesius); hoy ‘se aplica a las
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personas que tienen la cara de color rojo encendido, a la cara y el color mismo’ (DUE,
1991 II: 1066);
rubio (Garon 1541, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Covarrubias 1611, Pereira
1634, Lexicon 1660); ruuio ( Alcalá 1505, Molina 1555, Calepinus 1682, Percyval
1591, Minsheu 1599, Palet 1604, Megiserus 1603, Thresor 1617, Bravo 1628, Pereira
1634, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro 1671, Henriquez 1679) – aunque el
étimo era uno de los términos cromáticos del rojo, en español es interpretado de
diversas maneras: puede pertenecer tanto al rojo como al amarillo, DUE (1991 II: 1066)
concilia las dos opciones: ‘1. del color de oro o de la mies madura; 2. (aplicado a las
personas). Con el pelo de ese color, o más obscuro tendiendo a castaño o rojizo’, aunque
para Covarrubias todavía es ‘roxo y encendido de color’;
sanguino (Hornkens 1599) - ‘colorado’, como dice Hornkens o, según la
definición moderna, ‘de color de sangre’ (DUE, 1991 II: 1103), sinónimo de sanguíneo;
scarlatino (Tesoro 1671) – esta forma hoy está ya en desuso, una de las variantes
de escarlata;
taheño (Molina 1555, Minsheu 1599, Trognesius 1639) – Minsheu: ‘auburne
browne colour’, Molina lo aplica solamente al color de barba y cabello, según Moliner
(DUE, 1991 II: 1251) ‘se aplica al pelo de color rojizo’;
tinto (Alcalá 1505, Molina 1555, Minsheu 1599, Oudin 1607, Thresor 1617,
Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro 1671) – aplicado al color del vino ‘vin rouge
ou noir’ (Oudin) como el vino mismo ‘blackish wine in Spain’ (Minsheu), igual hoy
denomina color ‘rojo obscuro’ (DUE, 1991 II: 1318) o cierto tipo de vino; la
convergencia de uso entre tinto en acepción de ‘rojo’ y ‘negro’ se explica por el
significado primario de este vocablo, que era ‘de cualquier color’, de ahí, en oposición a
incoloro, descolorado, pudo acceder tanto el significado de ‘oscuro, negro’ como de
‘colorado, rojo’ (por más detalles, v. Kristol, 1978: 123-125);
vajo (Megiserus 1603); vayo (Oudin 1607, Pereira 1634 , Florentin 1638,
Trognesius 1639 ) – v. bayo.
Los métodos sintácticos a los cuales recurría el castellano del Siglo de Oro para
describir varios matices del rojo cuantitativo se pueden dividir en dos grupos
principales:
97
3. Otros matices:
blanco & colorado (Collado 1632) – traducción exacta del lat. album &
rubeum.
Los nombres del color rojo han dejado una huella muy profunda en el vocabulario
cromático de los siglos XVI y XVII, de testimonio sirven numerosos derivados, algunos
ya inexistentes en el castellano moderno.
a. Sustantivos
Los sustantivos derivados de varios nombres del color rojo que se empleaban en el
Siglo de Oro forman los siguientes grupos:
• Nombres que denominan la cualidad de rojo:
98
b. Verbos
c. Participios
almagrado - ‘marked with ocre, redded’ (Minsheu 1599), ‘rougi, teint coloré’
(Trognesius 1639);
bermejado (Lexicon 1660);
descolorido (Covarrubias 1611) – ‘que ha perdido la color sana en su rostro de
blanco y roxo’;
enroxado (Florentin 1638);
enruuiado (Florentin 1638, Tesoro 1671);
vermejado (Lexicon 1660).
d. Adverbios
e. Composiciones
f. Formas idiomáticas
101
Las locuciones aquí citadas, además de ser muy escasas, no son formas
idiomáticas, sino expresiones utilizadas en el Siglo de Oro, que muestran el entorno
contextual que solían tener ciertas denominaciones del color rojo:
MARRÓN
I. INFORMACIÓN GENERAL
El marrón, aunque forma parte de los llamados colores básicos en español, posee
un estatus indeciso, ya que su matiz se encuentra repartido entre, por lo menos, dos (o
más) vocablos. Su campo está formado por denominaciones tales como marrón, pardo,
café, castaño, sin contar la variedad de denominaciones del color del caballo (v., por
ejemplo, Granada, 1920; Mora Monroy, 1989) o la piel humana (Stephens, 1989). El
término central parece ser marrón, al menos, según las indicaciones de las autoridades
lingüísticas; sin embargo, en realidad varía según los usuarios y los propios países
hispanohablantes. También los teóricos del color mantienen esta posición intermedia del
marrón entre los colores cromáticos y acromáticos. Los físicos lo definen como
‘amarillo con poca fuerza iluminatoria’ (pol. “żółty o małej sile światła”) o ‘naranja
oscurecido’ (pol. “przyciemniony oranż”) (Rzepińska, 1970: 24).
En el español moderno, las definiciones recurren a menudo a comparaciones tales
como cáscara de castaño, color de los animales: marrón: ‘nombre del color como el de
la cáscara de la castaña o el del chocolate’ (DUE, 1991 II: 355); ‘se aplica al color
parecido al de la cáscara de la castaña y a las cosas que lo tienen’ (DESLE, 1991: 749);
pardo ‘color neutro que resulta de mezclar los colores negro, rojo y algo de amarillo o
naranja (...), por ejemplo, el color de la piel del oso común o de la cáscara del castaño’
(DUE, 1991 II: 637), ‘se aplica a la mezcla del rojo, negro y amarillo’ (DESLE, 1991:
876). Ya Covarrubias, en 1611, lo definió como ‘color pardo obscuro como el dela
castaña’. Wierzbicka (1990), al referirse al inglés brown, sugiere el prototipo de la
tierra, pero al igual que los diccionarios mencionados arriba, lo define como mezcla de
los tres colores (negro, amarillo, rojo), lo que sitúa este color como el único procedente
de la mezcla que posee la definición por prototipo.
103
Teniendo en cuenta la relativa escasez de los términos latinos que pudieran ser
nombres del color marrón, es fácil deducir que este color no atraía demasiado la
atención de los romanos, hecho que corrobora la observación de André (1949: 123):
“Cette teinte ne paraît pas avoir frappé les Romains en tant que telle”, quien enumera
denominaciones tales como robius, spadix, erythraeus, puniceus, que tenían un valor
similar solamente en su empleo técnico para clasificar el pelaje del ganado. Es
significativo el hecho de que el término central en el español moderno, marrón, es de
procedencia germánica (DCECEH, 1980 III: 861) o prerromana (Wartburg, 1968: 394).
El marrón se situaba en latín sea en el campo del rojo, sea en el del negro, sin haber
formado su propio campo semántico. El único término que nombraba hasta los matices
más oscuros era fuscus, que se aplicaba sobre todo al color del rostro humano. Otro
término que cita André (1949), coloratus, que ya en español medieval significaba
‘color natural de una cosa’ o ‘enrojecido (por la sangre)’ (Duncan, 1968: 467), en el
Siglo de Oro mantuvo prácticamente sólo la segunda acepción: por eso forma parte del
apartado dedicado al rojo. Los lexicógrafos del período aquí investigado utilizan, como
punto de partida en sus diccionarios, algunos otros términos:
En el Siglo de Oro, el campo semántico del marrón estaba compuesto por varios
términos, cosa existente hasta hoy día, aunque con ciertos cambios semánticos.
Resulta chocante la frecuente sinonimia entre los vocablos gris y pardo, como
denominaciones del marrón. En 1660 el Lexicon hace equivalentes gray a rucio rodado,
hovero, color de caballo, cano, fenómeno que tiene lugar en diversas obras
lexicográficas de aquel período. M. De Toto y Gisbert (1920) compara diversas
ediciones de los diccionarios de la Real Academia Española, donde el término recorre la
trayectoria que va del ‘color que resulta de la mezcla del negro con blanco’ (octava
edición) al ‘color de la tierra o de la piel del oso común, intermedio entre blanco y
negro’ (decimotercera edición). Bello y Cuervo (1960: 425) explican esta evolución
semántica de la siguiente manera: “Algo parecido sucede con los colores, especialmente
aquellos que resultan de la mezcla de otros: poco a poco va predominando uno de los
componentes, hasta que con una misma palabra se expresan matices diferentes”.
También nos puede servir de explicación el origen germánico del vocablo gris, ya que
en bajo alemán antiguo grîs significaba ‘anciano, cano’ y, como subraya Corominas
(DCECEH, 1980 III: 218), en la Edad Media se sustituía con la palabra pardo.
Según los lexicógrafos de los siglos XVI y XVII el español contenía las siguientes
denominaciones del marrón:
alazán (Minsheu 1599, Covarrubias 1611, Luna 1625, Florentin 1638,
Trognesius 1639, Henriquez 1679); alazano (Palet 1604); alecán (Tesoro 1671);
alezán (Thresor 1617) – utilizado exclusivamente para describir el color de caballo:
para Covarrubias ‘color de cavallo que tira a dorado’, según Minsheu ‘dark browne bay
colour’, Henriquez lo explica como ‘equus medio colore inter rusum & album, helvus
equus’; en el español medieval ‘del color muy parecido al de la canela, con variaciones
de pálido, claro, dorado, vinoso, tostado, etc.’ (Alonso, 1986 I: 202); hoy: ‘de color de
canela’ (DUE, 1991 I: 112);
alheñado (Oudin 1607, Florentin 1638, Trognesius 1639 ) – aplicado a cola y
crin de caballo, para Oudin ‘la queue & crin d’un cheval teinte en pourpre’, para
Florentin ‘tinto rosso con ligustro’, ‘alheña o alfeña’, ‘para teñir pelo de negro’
(Thresor, 1617); el español moderno no posee otra acepción de este vocablo salvo la
general ‘teñido con polvos de alheña’ (DUE, 1991 I: 133);
105
bruno (Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin 1607, Trognesius 1639, Comenius
1661) – aunque Minsheu lo traduce por ‘browne coloured’, para la mayoría de los
lexicógrafos del Siglo de Oro era ‘cosa negra’ (Trognesius, Oudin) o ‘noir brun’
(Oudin), ya que antiguamente este vocablo significaba tanto ‘moreno’ como ‘negro’
(DCECEH, 1980 I: 681), aunque nunca llegó a competir con pardo y moreno;
castaño (Casas 1582, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin 1607,
Covarrubias 1611, Thresor 1617, Bravo 1628, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro
1671, Henriquez 1679) – aunque hoy se aplica ‘al color pardo obscuro como el de la
castaña (...) particularmente al pelo de ese color y a las personas o animales’ (DUE,
1991 I: 550), antiguamente se refería, sobre todo, al color de caballo: para Hornkens es
‘equus badius, bai, baiard, brune’, para Oudin ‘bay’; para Covarrubias ‘color en los
cauallos y mulas, dividese en castaño escuro y castaño claro por tener la color de la
cáscara de castaña’, hecho que corrobora Corominas (DCECEH, 1980 I: 916);
cabellado (Nouvelle 1695) – ‘couleur de cheveux’, parece que hasta hoy día
mantiene el mismo significado de ‘color castaño con visos’ (DUE, 1991 I: 438);
hobero (Alcalá 1505, Hornkens 1599, Covarrubias 1611, Trognesius 1639);
hovero (Oudin 1607); ouero (Luna 1625) – la forma moderna de este vocablo es overo
y se lo aplica ‘a los animales, particularmente a los caballos que tienen el pelo mezclado
de pelos rojos y blancos’ (DUE, 1991 II: 595), o, según el diccionario de la R.A.E.
(1984), ‘de color parecido al del melocotón’, significado que no ha cambiado con el
transcurso del tiempo ya que para Hornkens es ‘variegatus’, para Trognesius ‘color
cabellado’, para Covarrubias ‘color de cauallo de pellejo, remendado’;
hosco (Alcalá 1505, Molina 1555 , Percyval 1591, Minsheu 1599, Palet 1604,
Covarrubias 1611, Thresor 1617, Bravo 1628, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro
1671); fosco (Thresor 1617, Florentin 1638, Tesoro 1671) – hoy ‘se aplica al color
moreno muy obscuro, como el de los mulatos’ (DUE, 1991 I: 67), en el Siglo de Oro
sinónimo de tales nombres como bazo (Molina, Thresor, Trognesius), ‘browne or dum
colour’ (Minsheu), según Covarrubias se aplicaba también ‘a los toros que tienen los
sobrecejos escuros’ aunque según Alonso (1986 II: 1241) ‘del color muy oscuro, como
suele ser el de los indios o mulatos’;
marrón (Florentin 1638) – el vocablo poco usado en aquel período, hoy término
considerado como central de este campo semántico (por lo menos en el español de
España), Corominas (DCECEH, 1980 III: 861) lo deriva de marrar alteración del ant.
106
marrir que viene del germ. occid. marrjan (gt. marrjan ‘irritar’, a. alem. ant. marren
‘impedir, estorbar’), Wartburg (1968: 394) “probabl. du même radical préroman que
marelle” ;
moreno (Molina 1555 , Thorius 1580, Casas 1582, Thorius 1590, Hornkens 1599,
Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin 1607, Covarrubias 1611, Thresor 1617, Trognesius
1639, Tesoro 1671, Nouvelle 1695) – aunque Moliner (DUE, 1991 II: 457) menciona
dos usos contextuales posibles de este vocablo: ‘las personas de raza blanca que tienen
la piel algo obscura y el pelo negro o castaño’ y ‘color obscuro que tira al negro’,
predomina el que se refiere al color de la piel humana, cosa no tan evidente en el Siglo
de Oro, ya que muchos lexicógrafos lo definen como color obscuro como tal: Oudin
‘brun, noir, obscur, couleur d’olives, baço, brune, obscure, qui n’est pas du tout noire’ ,
Thorius ‘brown, tawnie’, aunque Covarrubias lo define como ‘lo que no es de todo
negra, como lo de los moros’ y Minsheu lo refiere tanto al color del pan como del
hombre, muchas veces es sinónimo de bazo (Trognesius, Molina), también definido
como ‘couleur d’olive’ (Nouvelle);
pardo (Alcalá 1505, Molina 1555, Calepinus 1682, Casas 1582, Junius 1583,
Percyval 1591, Stepny 1591, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Colloquia 1600,
Megiserus 1603, Palet 1604, Oudin 1607, Covarrubias 1611, Thresor 1617, Luna 1625,
Bravo 1628, Collado 1632, Florentin 1638, Trognesius 1639, Lexicon 1660, Tesoro
1671) – las definiciones se dividen principalmente entre las que definen pardo como
gris (Luna: ‘gris obscur’, Lexicon ‘gris’, Oudin ‘gris de minime’, Covarrubias ‘color
propio que la oueja, o el carnero tiene’) o como color obscuro (Nomenclator, Minsheu
‘baço’, Stepny ‘tawny’, Collado ‘fuscus’, Tesoro ‘cosa un poco negra’), actualmente
Moliner (DUE, 1991 II: 639) lo compara con el color del oso común o el de la cáscara
de castaña;
rodado (Minsheu 1599, rucio (rodado), Trognesius 1639) – aunque en la mayoría
de los casos aparece como calificación del otro color, Minsheu lo traduce por ‘a dapple
grey colour horse’, Trognesius lo aplica sólo a caballo (cauallo rucio rodado) y como
sinónimo de rucio;
ruano (Covarrubias 1611, Thresor 1617) – se aplica al caballo ‘por ser propio
para desempedrar las calles pero puede ser le haya dado este nombre su color’ dice
Covarrubias, hoy se aplica ‘al caballo o yegua de pelo mezclado de blanco, gris y rojo’
107
(DUE, 1919 II: 1065), aunque, según Corominas (DCECEH, 1954 IV: 37) antiguamente
y todavía en algunas partes significa ‘rojizo’;
rucio (Alcalá 1505, Casas 1582, Percyval 1591, Minsheu 1599, Oudin 1607,
Thresor 1617, Luna 1625, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro 1671) – antes se
aplicaba no sólo a animales de pelo entrecano, sino a personas viejas o de pelo cano
(DCECEH, 1954 IV: 44), de ahí la variedad de las definiciones que equivalen este
vocablo a gris y color de caballo (Minsheu ‘grey’, Oudin ‘gris, couleur de cheval’,
Thresor ‘gris de cheval’, Luna ‘grison, gris’, Tesoro ‘gris leardo pomelato’, Alcalá
‘como cauallo’, Percyval ‘ruuio’; la forma ruciado (Trognesius, 1639) es
probablemente sinónimo de rucio;
vellori, vellorin (Oudin 1607, Trognesius 1639, Lexicon 1660) - ‘cavallo entre
oro y negro’, también ‘drap de colueur de minime sans teinture & naturel, selon aucuns
c’est le gris blanc’ según Trognesius, ‘un cheval de couleur entre l’alazan et le moreau’
según Oudin, ‘minime colour’ en Lexicon, hoy ‘paño entrefino, de color pardo o del
color natural de la lana’ (DUE, 1991 II: 1450).
Aunque en la mayoría de los casos los nombres del color marrón son unidades
monolexemáticas, aparecen también sintagmas nominales del tipo:
color de avellana (Nouvelle 1695) traducido como ‘couleur de noisette’;
color de cabellos , llamado también color cabellino (Lexicon 1660) traducido al
‘hair colour’, sinónimo de cabellado, mencionado arriba.
Además se han notado las siguientes maneras de describir matices de este color:
• mediante otros adjetivos cromáticos:
alazán tostado (Covarrubias 1611, Luna 1625);
alazán claro, dorado (Covarrubias 1611);
hobero cabellado (Oudin 1607, Thresor 1617) – traducido por ambos como
‘couleur de cheveux’;
pardo fraylesco (Luna 1625); pardo fraylengo (Lexicon 1660) - definidos como
’pardillo, gris blanc, argenté’ o ‘silver gray’;
rucio rodado (Percyval 1591, Minsheu 1599, Oudin 1607, Thresor 1617, Luna
1625, Trognesius 1639, Tesoro 1671) – color de caballo definido por ‘grey’ (Percyval),
‘apple grey’ (Minsheu), ‘gris pommelé’ (Oudin, Luna).
108
a. Sustantivos
Entre otros usos de los nombres de este color destaca la antigua forma del nombre
de animal: pardo animal (Percyval 1591, Oudin 1607), hoy leopardo y un refrán,
empleado también actualmente: De noche todos los gatos son pardos (Covarrubias
1611).
AMARILLO
109
AMARILLO
I. INFORMACIÓN GENERAL
El amarillo ocupa una posición muy alta en el sistema de Berlin y Kay: está
situado justo detrás del rojo, compartiendo esta posición con el verde. Los teóricos del
arte consideran el amarillo, junto con el rojo y el azul, como los colores cromáticos
básicos.
En la mayoría de las definiciones lexicográficas, el oro está comúnmente asociado
con este color. Ya para Covarrubias (1611: 63), “es el color que quiere imitar al oro
amortiguado”. Según los lexicógrafos modernos, del color semejante al del oro. Pero
existen otros prototipos del amarillo: según Moliner (DUE, 1990 I: 158), ‘se aplica al
color que está en tercer lugar en el espectro solar, que es, por ejemplo, el de la cáscara
del limón, y a las cosas que lo tienen’. El diccionario Santillana (DESLE, 1991: 58)
reúne los dos prototipos: ‘se dice del tercer color del arco iris, parecido al oro, al limón,
etc.’. También Kristol (1978), en su estudio sobre los términos cromáticos en los
idiomas románicos, subraya el importante papel del oro como objeto de referencia de
este color. Baran (1996) añade objetos de referencia tales como la flor de retama, la paja
y la miel. Wierzbicka, en su estudio de los objetos prototípicos de los colores, en el caso
del amarillo propone el sol. Le contradice Tokarski (1995) según el cual el sol connota
no sólo el color mismo sino el elemento de brillo y calidez, mientras que los objetos de
referencia adolecen de cierta bipartición. Por un lado, existen elementos tales como el
sol, la calidez, la riqueza, por otro, el amarillo arrastra tales connotaciones como la
vejez, la enfermedad, la sequía. A menudo, sobre todo, en caso de piel y cabello, el
amarillo se acerca a términos de extrema palidez, lo que Kristol (1978) explica por su
cercanía al blanco. Baran (1996) enumera una lista de expresiones con este adjetivo que
son lexicalizaciones de valores despreciativos o negativos: enfermedad, envidia,
descontento, molestia, reacción, traición. Ya Covarrubias añadió en su Tesoro (1611)
que el amarillo “entre las colores se tiene por la mas infelice, por ser la de la muerte, y
de la larga y peligrosa enfermedad, y la color de los enamorados”.
En latín el campo del amarillo estaba dividido entre varios términos, de los cuales
ninguno lo cubría por completo. André (1949) enumera las siguientes denominaciones
de este color:
flavus – ‘amarillo claro’, opuesto a amarillo oscuro y rojo, su uso contextual más
común era designar el color del cabello;
fulvus – ‘amarillo oscuro’, usado a menudo para describir el pelaje de los animales
luridus – ‘amarillo grisáceo’;
pallidus – ‘amarillo claro’ que constituía campo totalmente independiente del
blanco;
exsanguis – ‘desprovisto de sangre’ que arrastra el matiz amarillo claro;
florus – ‘amarillo claro’, utilizado sólo como calificación de cabello;
galbinus – ‘amarillo verdusco’;
gilvus – usado para designar color de pelaje de caballo, su matiz no queda
aclarado;
helvus – ‘amarillo que tiende a rojo’;
y añade derivados: luteus, croceus, aureus, auratus, cereus, melleus, sulferus,
silaceus, buxeus, oleaginus, sandaracinus y murreus. Dos de ellos: luteus y croceus se
pueden considerar miembros del futuro campo del anaranjado por su vecindad con el
rojo.
En el español de hoy existen los siguientes términos que eran adjetivos cromáticos
en latín: galbinus > jalde y flavus > flavo (término puramente literario). Pero el
español no ha conservado la continuidad con el latín y ninguno de ellos ha llegado a ser
el término central de este campo. La palabra actual amarillo viene del bajo lat.
hispánico amarĕllus ‘amarillento, pálido’, diminutivo de amārus ‘amargo’. Según
Corominas (DCECEH, 1980 I: 233) probablemente se aplicaba este vocablo a los que
padecían de ictericia, según Kristol (1978: 300) también significaba ‘rubio’ y “est
l’héritier direct et ancien de tous les emplois du *jaune* latin”. Por deslizamiento
semántico se hizo con tiempo término cromático aunque en las etapas anteriores con
frecuencia se lo traducía por pallidus. Ya en San Isidro se dice amarus de todo lo que es
muy verde (DCECEH, 1980 IV: 233), que se podría referir al matiz verdusco de los
enfermos, corroborando así la tesis de la etimología de esta palabra. Hoy en día el
español tiene un término aparte pálido para describir la palidez de la piel humana. El
diccionario de la R.A.E. (1984) no menciona el sema designante de palidez, él de
111
Moliner (DUE, 1991 I: 158) considera amarillo como matiz de piel de personas
enfermas, aunque en otras obras la estructura semántica de amarillo también abarca
cualidades de ‘pálido, demacrado’ (DESLE, 1991: 58). En el español áureo este matiz
semántico de amarillo era bien conocido ya que en uno de los diccionarios encontramos
término del color cromático amarillo como sinónimo del color acromático: pararase
amarillo o descolorido (Thresor 1617).
El término naranja fue documentado por primera vez ya en el s. XIII y naranjado
en 1362 (DCECEH, 1980 IV: 212). En los siglos XVI y XVII existía el término
naranjado, pero no aparece con frecuencia y a menudo como uno de los matices del
amarillo.
Duncan (1968) enumera las siguientes denominaciones medievales de este color:
amariello, amarillo, amarello, amaraelo, amarialo, amarielo, aureo, açafranado,
çafranero, cetrino, dorado, jalde.
helvus – ‘color de paja’ (Junius 1583, Megiserus 1603); ‘color medius est inter
firum [sic] & album’ (Calepinus 1682);
luteus – ‘color semejante a la meolla del huevo’ (Junius 1583, Megiserus 1603);
‘por la yema del huevo o por aquel color’ (Martínez 1570);
- sustituidos directamente por el vocablo español:
flavus – ‘amarillo’ (Collado 1632);
luridus – ‘color amarillo’ (Calepinus 1682, Junius 1583, Megiserus 1603);
pallidus – ‘de color amarilla’ (Junius 1583, Megiserus 1603); ‘por cosa de color
amarilla (Martínez 1570); ‘amarillo’ (Collado 1632).
Llama la atención el caso de Calepinus (1682) quien traduce galbinus al
‘enflaquecido, luxurioso’ tal vez porque el matiz verde de galbinus situaba este color
entre los poco populares ya que fue un color “rejetée par les Romains de bon goût (qui
préféraient la jaune à tendance orange), mais aimée des parvenus et des Barbares”
(André, 1949: 150).
Comenius (1661) enumera los siguientes sinónimos de amarillo: açafranado,
dorado, rubio, naranjado, color de cera, bayo o melado, pagiço color de ladrillo crudo
o borroso, anteado, yemado. Es interesante que el lexicógrafo hubiera colocado
naranjado entre los matices del amarillo, lo que nos hace pensar que en la época, el
color naranja no poseía su propio campo léxico sino constituía parte del campo del color
amarillo, el “más básico”.
Otros autores se sirven de formas descriptivas que muestran claramente cuáles
eran los prototipos más comunes en aquel período:
color de paja (Minsheu 1599);
color del oro (Hornkens 1599, Henriquez 1679);
color de box (Junius 1583, Henriquez 1679) – se refiere probablemente a un
matiz muy pálido del amarillo, en latín buxues significaba ‘jaune comme le buis (...) une
teinte pâle’ (André, 1949: 159); actualmente este arbusto se asocia tanto con el blanco
como con el amarillo, según la fuente: ‘arbusto de hojas persistentes que se emplea
para setos y cuya madera, muy dura y blanca, se emplea para mangos de herramienta y
trabajos de tornería’ (DUE, 1991 I: 392), ‘arbusto de tallos derechos y ramosos, cuya
medra amarillenta (...) es muy apreciada en tornería y xilografía’ (DESLE, 1991: 146);
color de açafran (Henriquez 1679);
113
jalde (Alcalá 1505, (Molina 1555, Minsheu 1599, Percyval 1591, Palet 1604 ,
Oudin 1607, Thresor 1617, Luna 1625, Florentin 1638, Trognesius 1639, Lexicon 1660)
– ‘amarillo encendido’ para Covarrubias, ‘deep yellow’ en el Lexicon, en otros
diccionarios ingleses simplemente ‘yellow’, ‘giallo’ en Vocabulario, hoy ‘color
amarillo fuerte’ (DUE, 1991 II: 181);
limonado (Nouvelle 1695) - ‘couleur de citron’; hoy más bien se utiliza el
vocablo limón ‘color como el de la cáscara del limón maduro’ (DUE, 1991 II: 259);
naranjado (Stepny 1591, Colloquia 1600, Thresor 1617, Trognesius 1639,
Lexicon 1660, Tesoro 1671, Henriquez 1679, Nouvelle 1695) - ‘tawny’ para Stepny,
‘orangé’ en Nouvelle; actualmente se usa junto con la forma anaranjado;
ochra (Megiserus 1603) - ‘color de almagra quemada’, variante otrográfica de
ocre (Covarrubias 1611, Florentin 1638) - ‘color giallo’, hoy ‘se aplica como nombre
cualificativo en aposición a <color> para designar el color neutro mezcla de amarillo y
pardo’ (DUE, 1991 II: 547);
pagizo (Hornkens 1599, Palet 1604, Luna 1625, Bravo 1628, Trognesius 1639,
Lexicon 1660) - ‘iaune paille ou paillé’ para Trognesius, en ingl. straw colour; la forma
ortográfica actual pajizo ha conservado el mismo significado;
pálido (Minsheu 1599, Henriquez 1679); pallido (Hornkens 1599) – en aquel
período aun utilizado como sinónimo de amarillo (‘vide amarillo’ en el diccionario de
Minsheu).
MATICES
2. los derivados:
amarillejo (Palet 1604, Oudin 1607, Thresor 1617, Florentin 1638, Trognesius
1639, Lexicon 1660, Tesoro 1671) - ‘jaunastre’ en Tesoro;
doradillo (Alcalá 1505, Luna 1625) – para Alcalá significa ‘yerua’, sin embargo
según Luna es sinónimo de francés ‘blond, jaune, doré’; hoy como término de color
usado sólo en algunos países de América del Sur, donde se aplica a las caballerías de
color melado brillante (DUE, 1991 I: 1036).
AZUL
I. INFORMACIÓN GENERAL
Comenius (1661) como posibles denominaciones del color azul cita: color de
zaphira, jacintho, violado o violate, turquí, cardeno, açul, color de ayre, garço, celeste
o ojo de gata, el de aguas marinas.
Algunos autores recurren a métodos descriptivos:
color de agua (Minsheu 1599) – ‘waterish colour’ traduce el autor;
color del cielo (Henriquez 1679) – traducción fiel del lat. caeruleus;
flor de gualdas (Lexicon 1660) – ‘dark blue’; Corominas, (DCECEH, 1980 III:
239) cita la definición errónea de Laguna del a. 1555 que da gualda como ‘nombre de la
hierba pastel, de color azul’, tal vez de ahí esta explicación en este diccionario.
Sin duda, el vocablo más popular en el Siglo de Oro es azul:
azul (Alcalá 1505, Garon 1541, Molina 1555, Grammatica 1565, Liaño 1565,
Casas 1582, Percyval 1591, Stepny 1591, Hornkens 1599, Minsheu 1599, Megiserus
1603, Palet 1604, Oudin 1607, Thresor 1617, Luna 1625, Florentin 1638, Trognesius
1639, Lexicon 1660, Nouvelle 1695); açul (Henriquez 1679).
Otros términos monolexemáticos pertenecientes a este campo son:
añir (Alcalá 1505, Martínez 1570, Palet 1604, Covarrubias 1611, Thresor 1617,
Florentin 1638, Oudin 1607, Trognesius 1639, Lexicon 1660, Tesoro 1671); añil
(Percyval 1591, Oudin 1607, Thresor 1617, Florentin 1638, Trognesius 1639, Tesoro
1671) – ‘color azul o pastel’ según Trognesius, definición tomada de Nebrija, según
dice Covarrubias, hoy sinónimo de azul, Corominas (DCECEH, 1980 I: 288) subraya el
matiz oscuro de este color;
blao (Minsheu 1599, Trognesius 1639, Covarrubias 1611) – ‘azul’ para
Trognesius, ‘of blewish colour’ para Minsheu, la definición de Covarrubias ‘color del
nombre Frances bleu, veneris color’ subraya la importancia del azul en el panorama
cromático de la época; no se menciona el uso reducido de este vocablo, tal como tiene
lugar ahora cuando blao está desprovisto de la información sobre su uso contextual:
blao ‘azul’ en terminología heráldica (DUE, 1991 I: 384); Corominas (DCECEH, 1980
I: 599) menciona la forma blavo y como étimo propone la forma fr. med. blave ‘pálido’,
aunque según este mismo autor antiguamante blavo significaba ‘pardo tirando a
bermejo’;
cardeno, cardeño (Alcalá 1605, Casas 1582, Junius 1583, Percyval 1591,
Hornkens 1599, Minsheu 1599, Molina 1599, Palet 1604, Tesoro 1607, Thresor 1617,
Bravo 1628, Pereira 1634, Florentin 1638, Trognesius 1639, Lexicon 1660, Tesoro
120
1671, Henriquez 1679, Nouvelle 1695) - el significado de este vocablo no queda nada
claro en el período investigado y varía entre matices de azul: ‘lividus’ según Bravo,
Henriquez y Pereira, gris: ‘come il piombo ’en Tesoro, ‘como el plomo’ en
Nomenclator, ‘couleur de plomb’ en Nouvelle, violeta: ‘de color morado’ para Alcalá,
azul negrusco: ‘black and blew colour, much like old brass’, ‘color cardeño o de
plomo’ para Minsheu, ‘anything black and blew, of a leaden and dead colour’ según
Molina; muchos lexicógrafos señalan la variedad de posibles matices: ‘plombé livide,
basané, brun’ para Palet, ‘qui a la chair neutrie & noire, comme ayant esté battu de
escourgées, couleur de plomb, violet, tirant sur le bleu, terne livide’ es la explicación en
Tesoro; la presencia de brun en la explicación de Palet se puede explicar por la
esctructura semántica de este vocablo en alemán muy parecida a la violeta y el hecho de
que durante la Edad Media se utilizaba brun para designar violeta, ya que alemán
medieval no disponía de una palabra aparte para este color (Kristol, 1978); en la Edad
Media ‘de color amorotado’ (Alonso, 1986 I: 626); actualmente cardeno ‘se aplica al
color morado y a las cosas que lo tienen’ (DUE, 1991 I: 522);
celeste (Henriquez 1679); celestial (Casas 1582, Palet 1604); celestre (Minsheu
1599) - ‘a skie colour in cloth’ restringe su uso Minsheu, aunque hoy en día se refiere a
cualquier cosa del ‘color azul claro, parecido al del cielo’ (DESLE, 1991: 212);
ceruleo (Minsheu 1599) - ‘blewish, seawater greene or skie colour’ en el s. XVI,
hoy sinónimo de azul (Moliner, 1991 I: 589);
garço – v. zarco;
Indico (Lexicon 1660) – ‘blew inde’ en Lexicon, antes término literario (Kristol,
1978), actualmente término del campo de tintorería, sinónimo de añil (DUE, 1991 II:
118);
turquesado (Molina 1555, Covarrubias 1611, Thresor 1617, Pereira 1634,
Florentin 1638, Trognesius 1639, Lexicon 1660); turquezado (Nouvelle 1638); turquín
(Florentin 1638) - las definiciones ‘color de la turquesa’ explica Covarrubias, ‘azurro,
turchio’ para Florentin no precisan el matiz de este color, aunque según Kristol (1978)
designaba azul oscuro, hoy ‘azul verdoso’ (DUE, 1991 II: 1409);
ultramarino (Casas 1582) – vocablo que apareció para modificar el gran campo
de azul, ‘bleu central de très grande intensité lumineuse’ (Kristol, 1978: 242), hoy los
diccionarios lo admiten como ‘lapislázuli pulverizado, que se usa mucho en pintura’
121
(DUE, 1991 I : 323 s.v. azul ultramarino), DESLE (1991: 1256) lo admite también
como color de este mineral;
zarco, çarco (Percyval 1591, Minsheu 1599, Florentin 1638, Trognesius 1639,
Tesoro 1671); garço (Hornkens 1599, Molina 1599, Trognesius 1639, Lexicon 1660);
çarca (Covarrubias 1611) – es una de las palabras cuyo uso, según parece, causaba
mucha confusión entre los lexicógrafos y, a lo mejor, entre los usuarios. En Tesoro
(1671) disponemos de la siguiente definición: zarca de ojos ‘une femme qui a les yeux
verdes’, zarco ‘un qui a les yeux verdes’, en Thresor (1617): zarco ‘di occhi verdi’,
igual que Trognesius (1639), según el cual: zarca de ojos ‘une femme qui a les yeux
verdes’, pero allá mismo encontramos dos definiciones más: garço de ojos ‘les yeux
vers ou bleus’, garço ‘bleu, de coulueur d’eau’. Thorius (1590) lo traduce por ‘squint
eyez’ dejando al lado todo lo que se pueda asociar con el posible color de los ojos. Para
Covarrubias (1611), sin embargo, çarca es la ‘mujer que tiene ojos azules’, mientras
que Minsheu (1599) lo define por ‘one that is gray eied’, para Percyval zarco es ‘grey’,
para Hornkens equivalente del lat. glaucus. Todavía otra definición la encontramos en
Lexicon (1660): ‘verde color de mar o garço’. Hoy el significado de este término está
reducido a sólo un uso contextual y un color: de color azul claro se aplica,
particularmente, a los ojos’ (DUE, 1991 II: 1577) y éste matiz se aplicaba también para
la Edad Media (Alonso, 1986 II: 1191). La palabra viene de ár. zarka ‘mujer de ojos
azules’, femenino del azrak ‘azul’ (DCECEH, 1954 IV: 849) y por eso colocamos esta
forma en el apartado dedicado a este color, mencionando la palabra en los que se
refieren al verde y gris; según Corominas (DCECEH, 1980 III: 118) “queda en cuestión
de si hay parentesco entre garza y el adj. garzo ‘azulado’, tampoco es cierto que garzo
sea variante fonética de zarco”.
MATICES:
VERDE
I. INFORMACIÓN GENERAL
El color verde ocupa una posición muy elevada en la percepción del mundo. En el
esquema de Berlin y Kay se sitúa en la parte izquierda (después del rojo, junto con el
amarillo), lo que significa que es uno de los primeros términos básicos que aparece
incluso en los sistemas lingüísticos que no poseen un léxico cromático muy
desarrollado.
El verde, como tal, puede obtenerse al mezclar los otros colores (generalmente, es
el azul y el amarillo que dan varios matices del verde), sin embargo, sólo en el campo
de pintura. Como, con mucha razón, observa Baran (1996: 67), “la interpretación
lingüística no debería (...) efectuarse a partir del análisis de los elementos
constituyentes: ni el azul ni el amarillo pueden ser considerados como puntos de
referencia para el estudio de la significación del verde”.
Covarrubias definió el verde (1611: 959): “color de yerba y de las plantas,
cuando están en su vigor”. Calepinus (1682: 917) da la siguiente definición: “viridis,
verde de color (...), quod est herbacei coloris, a vigore, ut nonnuli existimant, quod
nunquam equem vigeant planae, atque cum virides sunt”. La definición más moderna,
“color simple que se encuentra en el espectro de luz blanca entre el amarillo y el azul.
Es, por ejemplo, el color del follaje” (DUE, 1991 II: 1508), también subraya la
vinculación con el mundo vegetal, siendo ése el prototipo indiscutible de este color.
“Le vocabulaire du vert, comme celui du rouge, avait l’avantage de posséder un terme général,
uiridis, dont l’extension rendait au premier abord tout mot inutile. Cependant, comme dans les autres
teintes, mais avec un développement bien moindre, le besoin s’est fait sentir de marquer plus exactement
les nuances grâce à des emprunts au grec ou à des dérivés qui n’ont parfois qu’une existence éphémère et
limitée à leur créateur”.
124
Uirens, uiridis abarcaba tanto el concepto de ‘verde oscuro’ como ‘verde claro’,
extendiendo así sus zonas limítrofes hacia negro (alter, niger) y blanco, pálido (albus,
canus, uiridi pallore) o amarillo (galbinus).
Los derivados de origen latino que denominaban el color verde eran:
felleus ‘verde oscuro y brillante’;
herbeus, herbidus, herbaceus ‘color de hierba’, tanto claro o blanquecino como
oscuro;
myrteus que denominaba varios matices;
porraceus ‘verde oscuro’;
vitreus ‘verde claro’.
Mientras que los derivados de origen griego eran los siguientes:
callainus ‘cierto matiz de verde-esmeralda’;
cumatilis ‘verde de mar’;
prasinus ‘vert foncé souvent bleuté’, en Junius (1583) ‘verde que tiene un poco de
ruuio’.
Sin embargo, fue viridis el único vocablo que se conservó en todas las lenguas
románicas. El campo del verde, siendo el más conservador de todos los colores, en la
mayoría de los casos ha logrado mantener intacta su estructura, resistiéndose a las
influencias ajenas. Sólo en italiano del sur de Italia, en algunos casos de rumano y en
albanés se nota cierta influencia griega: el italiano y el rumano tienden a usar el vocablo
‘verde’ para expresar ‘azul’, mientras que en albanés la vecindad entre verde y amarillo,
expresada mediante las estructuras griegas pero con vocablos latinos hace a sus usuarios
confundir a menudo verdhë y gjelbër (Kristol, 1978: 272). Corominas (DCECEH, 1954
IV: 707-708) como la primera documentación de la forma verde da la fecha 1019. Más
informaciones sobre los adjetivos de este color se encuentran en Espejo (1987).
Duncan (1968) al analizar los nombres de los colores en el español medieval,
menciona el número bastante reducido de las formas que denominan el color verde:
ultramarino (azul verde), verde, verdezi(e)llo, y reverdido, aunque admite que en la
obra de los escritores del medievo español que “no tenían los ojos abiertos al color del
mundo de la naturaleza que los rodeaba” (Duncan, 1968: 463) el verde es uno de los
colores mencionados con más frecuencia.
125
Trognesius 1639, Tesoro 1671), verdinegro (Minsheu 1599, Oudin 1607, Thresor 1617,
Florentin 1638, Lexicon 1660, Tesoro 1671), verde algo amarillo (Lexicon 1660).
Otra manera de matizar el color es mediante los sintagmas cuyo componente se
puede asociar con cierto color. Así fue formado verde de alambre (Oudin 1607)
traducido por ‘du verd gris’ o ‘Spanish green’ (Lexicon 1660) llamado también
caparosa (vea abajo). Algunos lexicógrafos se sirven también de la manera descriptiva
para traducir ciertos términos y así Hornkens (1599) llama a thalassius ‘color de mar’.
a. Sustantivos
En la investigada obra lexicográfica hay sólo un derivado, que designa la calidad
de verde:
verdor (Sánchez 1587, Tesoro 1671).
b. Verbos
128
Todo los verbos comparten el mismo significado: sea ‘poner verde alguna cosa’,
sea su forma reflexiva: ‘ponerse verde’:
verdear (Minsheu 1599, Oudin 1607, Thresor 1617, Lexicon 1660);
verdecer(se), uerdecer(se) (Molina 1555, Minsheu 1599, Palet 1604, Oudin
1607, Thresor 1617, Tesoro 1671, Florentin 1638);
verdeguear (Molina 1555, Minsheu 1599, Oudin 1607, Bravo 1628, Lexicon
1660);
verdescer (Hornkens 1599, Minsheu 1599).
c. Formas idiomáticas
darse un verde (Oudin 1607, Covarrubias 1611, Trognesius 1639) – Oudin lo
traduce por ‘faire un bon repas, faire bonne chere’, lo que Covarrubias explica en
castellano: ‘holgarse en banquete y placeres’. Esta locución ha persistido en la lengua
hasta hoydía: Baran (1996: 66) la compara con la francesa ‘jouir de qqch pleinement, à
l’excès’;
estar uno verde (Covarrubias 1611) – ‘no dejar lo loçaniada moço habiendo
entrado en edad’, que equivale a contemporáneo ‘estar inmaduro’;
no dexar verde ni seco (Oudin 1607, Covarrubias 1611) – ‘raffler tout’,
‘llevarlo todo barrisco’, dice Covarrubias, lo que quiere decir ‘no dejar nada, apoderarse
de todo’ suponemos, ya que esta locución no figura ya en los diccionarios
contemporáneos.
VIOLETA
129
VIOLETA
I. INFORMACIÓN GENERAL
1
„Fiolet przy braku “specyficznej jasności” zbliża się do czerni, będąc jednocześnie barwą chromatyczną”.
130
violetas’, aunque hoy en día morado y violeta funcionan como sinónimos, su posición
en la lengua y contenido semántico no eran iguales en los siglos XVI y XVII;
A pesar de estas denominaciones más comunes, están documentadas las siguientes
formas:
violate (Comenius 1661) – junto con la forma violado forman parte del campo de
AZUL;
violet (Stepny 1591) – igual que en el diccionario de Megiserus traducido por
gray;
violeta (Minsheu 1599, Lexicon 1660);
violeto (Lexicon 1660).
Tanto Hornkens (1599) como Megiserus (1603) recurren a forma compuesta:
color de violetas.
Como ejemplo del único derivado encontrado en el corpus investigado citamos:
violar (Tesoro 1671) – ‘lugar de violetas’.
VI. OBSERVACIONES Y CONCLUSIONES
130
1
Sin entrar en la discusión acerca de la indiscreción de las categorías gramaticales, remitimos al
brillante estudio de I. Bosque (1989).
131
6. 2. Cambios semánticos
2
El cambio de significado, como bien se sabe, ha suscitado el interés de los investigadores de la
retórica desde la Antigüedad. Desde el siglo XIX, con la aparición de las teorías modernas de Michel
Bréal (1897) y Arsène Darmesteter (1887), se discuten sus causas, mecanismos y consecuencias. La
historia de dichas polémicas ha sido presentada varias veces, la lista de los que participaron en ella es
casi interminable (para un buen resumen v. Otaola Olano 2004 publicado en España o Kleparski 1999
- en Polonia). Entre las causas y factores de dicho cambio se enumeran tanto los errores de
transmisión de significados (cf. Milewski 1965; Romaine 1989), la vaguedad de significado y la
arbitrariedad del signo (cf. McMahon 1994), la pérdida de motivación, la polisemia o la incidencia del
contexto (cf. Meillet 1965; Mac Mahon 1994; Blank, Koch 1989), como la influencia extranjera y el
prestigio de la lengua prestataria (Lehman 1992), analogía (Kroesch 1926), homonimia (Coates 1968;
Dworkin 1991), discontinuidad hablante-oyente (Hoenigswald 1990, McMahon 1994); contacto de
lenguas (Trudgill en: Breivik, Håkpn 1989) o medio-ambiente (Anderson 1977). Restrepo (1974)
engloba entre los factores del cambio: variaciones de las cosas, modificaciones de los conceptos e
intervención de los sentiemientos. Cada vez se subraya más la importancia de los factores
extralingüísticos (Grygiel & Kleparski 2007) o la fuerza de la pragmática (en la llamada
subjetivización (Traugott 1989; Langacker 1990, 2005; Traugott & Dasher 2005 et al.).
133
El análisis de los nombres de los colores del Siglo de Oro muestra claramente
que los llamados colores básicos no constituyen un conjunto homogéneo, sino que
forman una jerarquía. En ella ocupan el lugar preeminente: rojo, amarillo, verde,
azul y de los colores acromáticos: blanco y negro. Son éstos los que fueron
atestiguados con mayor frecuencia y, a la vez, cuentan con mayor cantidad de
derivados y expresiones idiomáticas acuñadas con ellos. Los colores mixtos (rosa,
gris, marrón, violeta, anaranjado), en la época áurea, ocupan una posición mucho
más baja en esta escala. Destaca el caso de naranjado (hoy anaranajado) que, en
aquel entonces, empieza a actuar en el idioma como denominación de color
independiente del amarillo.
Teniendo en cuenta estos datos, la escala evolutiva de Berlin y Kay para el
español del Siglo de Oro, podría describirse de la siguiente manera:
rosado (?)
blanco verde violeta
rojo azul marrón anaranjado (?)
negro amarillo gris
Entre ellos, se puede delimitar un conjunto de seis ítemes: blanco, negro, rojo,
amarillo, verde y azul, que reúnen rasgos propios de los colores básicos y coinciden
con los enumerados por Berlin y Kay.
Por supuesto, son los primeros tres colores focales que gozan de la posición
más fuerte y estable en el idioma: poseen mayor cantidad de denominaciones y de
derivados:
blanco: 19 sustantivos, 6 verbos, 3 participios;
negro: 14 sustantivos, 10 verbos, 5 participios;
rojo: 15 sustantivos, 26 verbos, 6 participios, 1 adverbio, 2 composiciones
135
acecalado
açafranado
açufar
açul
alabastrino
alazán
alazano
albo
alecán
alezán
alheñado
alimonado
aluarino
amarillejo
amarillento
amarillo
anaranjado
anoguerado
añil
añilado
añir
añirado
argentado
argentino
arrebol
atezado
avinado
azafranado
azarcón
azauachado
azavachado
azeytuni
azul
baço
baio
bayo
bazo
bermeio
bermejáro
bermejeto
bermejito
bermejo
bermejuelo
bermello
bermellon
bianco
blanc
blanco
139
blancuzco
blanqueado
blanquecino
blanquezino
blanquiello
blanquillo
blanquinoso
blanquisco
blanquísimo
blanquito
blanquizco
blanquizo
blao
bohorde
brasil
bruno
buriel
cabellado
café
calcil
candido
cano
canoso
caparosa
carbonizado
çarco
carde
cardenillo
cardeno
cardeño
cardo
carmesí
carmín
carmosí
castaño
castañuelo
celeste
celestial
celestre
ceniciento
cenizado
ceniziente
ceniziento
cenizoso
ceruleo
cetrino
colombino
colorado
colorido
columbino
140
copparosa
coxo
doradillo
dorado
doredo
eburneo
encarnado
encarniçado
encarnizado
encendido
enmielado
escarlata
escarlatin
espadaña
fosco
fraylengo
fraylesco
garço
garzo
gateado
gay
ginzolino
goles
grana
granado
granate
granato
gris
grisáceo
griseado
gualdo
herboso
hobero
hosco
hovero
incarnado
Indico
jacintho
jalde
leonado
leonardo
leonino
limonado
liniziento
loro
marrón
morado
morcillo
morenito
moreno
141
morillo
nacarado
naranja
naranjado
negrecito
negrillo
negrito
negro
negruno
niegro
ochra
ocre
ojo de gata
ouero
pagizo
pajizo
pálido
pallido
palomado
palomo
pardillo
pardisco
pardo
pardusco
pario
pauonado
pauonaz
pavonazo
perlado
plateado
plomo
prieto
purpureo
rodado
rojizo
rojo
rosa seca
rosado
roseta
rosso
roxo
roydo
ruano
rubicondo
rubicundo
rubio
rubioso
rucio
ruuio
sable
142
sanguíneo
sanguino
sanguinolento
scarlatino
sinoble
taheño
tané
tinto
tinto
trigueño
turquesado
turquezado
turquí
turquín
ultramarino
vajo
vayo
vellori
vellorin
verdazuro
verde
verdeciente
verdemar
verdezillo
verdgay
verdinegro
verdoso
verdusco
vermegito
vermejito
vermejo
vermejuelo
vermelo
violáceo
violado
violate
violet
violeta
violeto
zarco
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144
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