Ciclónicas N°10-Jessica Isla
Ciclónicas N°10-Jessica Isla
Ciclónicas N°10-Jessica Isla
Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
P O E S Í A / C U E N T O
Jessica Isla
Jessica Sánchez, (Lima, Perú). Escritora, investigadora y activista
hondureña-peruana. Licenciada en Letras con orientación en
Literatura por la UNAH, con estudios de Maestría en Estudios
Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana cuenta con
una Especialización en Género y Efectividad de la Ayuda del
ITC/ILO. Consultora independiente para agencias internacionales
como Medicus Mundi, Freedom House y USAID, así como diversas
agencias del Sistema de Naciones Unidas, incluyendo PNUD, OIT,
OIM, ONU Mujeres y UNFPA. También ha trabajado en instancias
regionales para el avance de las mujeres como el COMMCA-SICA y
diversas organizaciones de sociedad civil.
Ha publicado los libros Antología de Narradoras Hondureñas
(Letra negra 2005), Infinito Cercano (Colección de relatos, Letra
Negra 2010) y fue parte con otros cinco autores de la edición
“Centroamérica Cuenta”, además de investigaciones relacionadas
con derechos de las mujeres y derechos humanos. Columnista de
medios nacionales e internacionales como CIP-Américas, Revista
Itsmíca, Políticamente Incorrecto, entre otras.
Forma parte de diversas antologías: Mujeres poetas en el país de
las nubes (2002), Relámpago Perpetuo 2010), Antología de cuento
centroamericano: Pasos audaces 2012, Antología Mundial de
Poetas Siglo XXI Incluida también en Un espejo roto: Antología
del nuevo cuento centroamericano y de República Dominicana”
(2014) y “Una región de historias: Panorama del cuento
centroamericano” compiladas y prologadas por Sergio Ramírez,
Ulises Juárez Polanco y Goethe Institute. Su obra ha sido
parcialmente traducida al inglés, alemán y francés.
En el ámbito de crítica e historia de la literatura, particularmente
historia de la literatura de las mujeres hondureñas y
centroamericanas ha participado en eventos y congresos en
Centroamérica, México, Cuba y República Dominicana.
Co-fundadora de la Red Latinoamericana de Escritoras y Artistas
feministas (2002).
J E S S I C A I S L A
Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
P O E S Í A / C U E N T O
Ciclónicas N°10.
(poesía y cuento)
CICLÓNICAS:
Encuentro de escritoras hondureñas
Primera edición
septiembre 2020
© de los textos: Jessica Isla
Edición bajo el cuidado de Armando Maldonado
Corrección de textos: Iveth Vega
Publicado por Ediciones MALPASO, propiedad
de Inversiones Culturales Honduras: ICH.
Tegucigalpa, M.D.C. Honduras.
Septiembre de 2020
Esta breve publicación es de libre circulación, no se permite su
comercialización. Se permite citar los textos para fines académicos, de
investigación o de enseñanza, siempre y cuando se den los créditos de
autoría y de la casa editora.
Cassandra
He visto
mis manos amputadas
escribiendo en el vacío
los laberintos entramados de la soledad.
He sentido mis huesos, deshaciéndose y perdiéndose
extraños
en los bruscos arpegios de la nada
y desapareciendo invisibles
entre polvo de estrellas.
Los labios abultados han dejado salir
envueltos en sangre
los hilos cintilantes de mi ser.
El cabello que
sostengo entre mis manos
ha perecido contando los minutos
de la angustia,
al desasosiego.
He tratado de abrir
mi pecho para dar paso
al dolor lacerante
que lo sostiene.
He visto lo que se supone que no debo ver.
Y es por eso que vivo condenada
a repetir inexorablemente
la dulce melodía del silencio,
sabiendo que de un día para otro
el reloj se moverá
indefectiblemente
de reversa
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y me encontrará con
una profecía que nadie quiere oír,
pero que se espera, mientras tanto.
Entonces,
mi túnica se vestirá de rojo
y cantaré bajo la lluvia
la sublime tragedia de
encontrarme por fin,
detrás de las palabras.
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Presentación
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Soy miles de sombreros y
cientos de palabras,
soy abrazos, lágrimas,
ternura, carcajadas.
Estoy llena de
sonrisas que iluminan el día
colores que vienen de todas partes
tengo alegría, ganas de bailar,
tengo esperanza.
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Cambio de piel
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Olvidar, conocer
amar,
esperar en
una tarde cálida a los sueños
atraparlos,
pasearlos por las
calles.
Sonreír...
tener tiempo para
sentarse sobre la impunidad
y desgarrarle la piel
con dulces papelitos de
colores.
No volver a hablarle a
la justicia,
(por puro y banal resentimiento)
Señalar a los tipos de la esquina,
a los burócratas,
a los elegidos,
a los habladores de cafetín,
a los seudo-artistas,
a los reconciliadores de la mierda.
Raparme la cabeza,
y recorrer las calles
vestida de paciencia,
oído, luz, ventana.
En fin,
asomarme un ratito a
lo posible.
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Crónica
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Rojo
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Ignoran que Eros hace tiempo que no vive con ella,
se fue llevándose tras él los sueños incendiarios,
los deseos.
Fue una simple cuestión de sobrevivencia.
La abandonó el día en que tuvo que enfrentarse
a la humanidad cotidiana, al polvo,
a la indiferencia.
No es nada personal,
que desilusionados, los adoradores pretendan
cortarle la cara a pedazos,
profanarla, violarla, mutilarla.
El mundo conocido la observa y la saluda
con la misma expresión de hastío de todas las mañanas,
mientras rumian
palabras desechadas,
y uno que otro cuento inacabado.
A nadie le interesa y
a todos les asombra,
que la diosa perdida
conviva entre los muertos.
No quiere saber...
No la obliguen a
conocer la nada.
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Recuerdos de la infamia
Por la ventana,
cinco años infantiles se asoman
y
ven como la tarde
se esconde, oscura
centelleante.
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Nada de eso la asombra.
Ni la detiene
y de nuevo
se reinventa.
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Corazón
Esta noche
decidí
abrir mis manos y hurgar mi pecho
apartando las costillas
que me estorban,
para poder ganarle la batalla
al insomnio
y así extraer mi
corazón sangrante que
palpita
acompasado y suave
como el mar.
Me coloco en posición fetal
y lo atraigo hacia mí,
pegado a mi oreja
rojo brillante,
mientras lo escucho latir…
y
me adormezco
acurrucada
en la cálida paz de la inconsciencia.
Más tarde sabré
que no he soñado
porque mi corazón duerme
y soy yo la que palpita
desde el exilio de los sueños.
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Inconsciencia
2001
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Correr desnuda
A la tía Juanita
—Un día de estos, me van a sacar carrera... ¡No van a saber cuando salga
corriendo desnuda por en medio del parque con las tetas al aire! ¡Y ese día se
van a quedar sin nadie que se preocupe por ustedes!— decía mi madre ante
tres pares de ojos que la miraban asustados. Dicho esto, ella procedía a
quitarse la camisa y sacarse el sostén bajo la excusa de no aguantar el calor
que nos hacía sudar a chorros dentro de la casa.
Debo decir que mi madre era un ser extraño, siempre lo fue. Como si
fuese una diosa acuática acostumbraba bañarse dos o tres veces al día con
agua fría, andar por la casa desnuda de la cintura para arriba una vez que
llegaba del trabajo, no usar ningún tipo de loción, ni desodorante puesto que,
para ella, quien usaba este tipo de afeites era porque algún mal olor escondía.
Obsesionada con los efectos del calor, cualquier tipo de etiqueta la producía
una alergia violenta en su piel clara, por lo que se cuidaba siempre de usar
ropa que fuese exclusivamente de algodón (desde el calzón hasta calcetines
pasando por blusa y pantalones). Aparte de eso, era una amazona
competente: cuidaba sola de sus hijos y su casa, suturando heridas sin miedo
a la sangre y matando las culebras, algunas inofensivas, que tenían la
desgracia de encontrarnos, en el solar. Luego de perseguirlas sin descanso y
asesinarlas, las exhibía enfrente de la casa, para que todo transeúnte pudiese
apreciarlas, en un intento, que hasta hoy me doy cuenta, de dar un mensaje
de lo que podría pasarles a quienes irrumpían sin permiso en nuestra casa.
Así las cosas, la imagen de mi madre como valquiria guerrera, de pechos
pequeños, (exactamente talla 32) estaba grabada en nuestras pequeñas
mentes a sangre y fuego. Como éramos tres hermanos, todos de padres
diferentes, ella el único eje seguro de nuestras pequeñas vidas y la posibilidad
de que algún día enloqueciera y dejara de ser el motor que nos sostenía era
simplemente impensable.
Sin embargo, mi madre no sería la primera mujer de la familia que
enloqueciera y saliera corriendo por las calles. De hecho, mi abuela contaba
que una tía suya, muy querida, profesora de escuela para más señas, había
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llegado una tarde de sus labores de enseñanza y después de comer, mientras
todos hacían la siesta, se había retirado a su cuarto y allí, lentamente se había
quedado los zapatos y las medias, había ordenado su cama, primorosamente
arreglada con las sábanas de los calados que ella misma había hecho, para
luego acomodar con devoción en el librero sus libros de enseñanza y había
abierto primero la puerta de su cuarto y luego la de la casa, para arrancar a
correr en corpiño y calzones largos, por el pueblo, quitándose la ropa
interior en la carrera, con las tetas al aire, lanzando cada prenda a la gente
que fuera de sus casas, la miraba pasar. Ni que decir que mi familia la atrapó
en cuando pudo (muy lejos ya del pueblo), le puso ropa y la encerró para
siempre. Aún así ella buscaba cualquier descuido para escaparse y calzón en
mano, arreciaba la carrera por las calles. Juanita se llamaba y mi abuela decía
nunca explicarse porque había llevado a cabo ese acto: -no tenía necesidad,
ni problemas, decía-ninguno.
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Así que esperé pacientemente el fin de la jornada y me dirigí a su oficina,
donde el tomaba una taza de café.
En ese momento fugaz, creo que pasó por mi cabeza en como se podían
vivir las cosas de forma diferente, para el erotismo, para mí dolor y
paciencia. Dos perspectivas: los tetas para la realidad, las tetas para la fantasía.
También pensé en como este tipo, director de una reconocida editorial,
casado y con hijos, que decía ser respetable, podía llegar a hacerme eso, a mí,
a su empleada de años, a mí, la correctora fiel de los textos de trabajo y los
suyos, los que escribía y me hacía llegar como escritor amateur, para
compensar las horas de mis llegadas tarde.
Así que lentamente le fui quitando la mano de mis senos, mientras me
deletreaba enronquecido que podíamos llegar a un acuerdo, que ya éramos
adultos y nadie tenía porque darse cuenta. Me paré frente a el y sujetando su
mano, le acaricié la cara, le dije que estaba bien, que, si eso valía mi trabajo
para la empresa, entonces lo que iba a hacer era lo correcto. Y mientras
pensaba en las figuras de mi madre y la tía Juanita, fui agarrando con mi
mano libre, la lapicera de su escritorio y se la estampé en la cara. No me
quedé a ver que había pasado y corrí a la salida, escuchando sus gritos de
dolor, donde la palabra puta y desagradecida, iban y venían. Corrí sin
detenerme al desvencijado ascensor y me metí dentro, con la cabeza y el
corazón amenazando con salírseme del cuerpo.
Pensé en Pedro y tuve ganas de llorar, pero imaginé a mi madre, sus
pechos de amazona y la exhibición de las culebras que solía matar. Llegué al
lobby y vi el cartel de la empresa, exhibiéndose impúdicamente frente a mis
ojos, con su paleta de colores y su calidad de papel ofreciendo el mejor
servicio posible. Sentí el dolor de cabeza incrementándose detrás de mis
ojos. Ese monstruo que tarde o temprano vendría por mí y fue en ese preciso
momento, que lo decidí. Me saqué los zapatos y procedí a quitarme las
medias, para luego desabotonar mi camisa y seguir con el pantalón. Los
alcanzaron el calzón y por ultimo el sostén. Desnuda, calibré las fuerzas de
mis piernas y la posibilidad de agarre de mis brazos para luego arrancar el
rótulo de la editorial y ponerlo a modo de escudo sobre mi cuerpo.
Aspiré profundo y cerré los ojos, colocándome en posición de carrera.
Consciente de ello, inhalé el aire de la ciudad, lleno de humo y olor a cuerpos
sudados, a descomposición y desesperanza. Lentamente, puse los pies sobre
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la acera, arrodillándome en posición de salida y pude escuchar clarísimo,
detrás de la oreja, el silbato invisible que me invita a correr: “Lista: en uno,
dos, tres”...
Jessica Isla
En el país de los hospitales imaginarios
Texto escrito originalmente para Abecedaria Editoras.
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Índice
5 Cassandra
7 Presentación
9 Cambio de piel
11 Crónica
12 Rojo
13 Afrodita
15 Recuerdos de la infamia
17 Corazón
18 Inconsciencia
19 Correr desnuda
10
Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
P O E S Í A