Ciclónicas N°10-Jessica Isla

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J E S S I C A I S L A

Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
P O E S Í A / C U E N T O
Jessica Isla
Jessica Sánchez, (Lima, Perú). Escritora,  investigadora y activista
hondureña-peruana. Licenciada en Letras con orientación en
Literatura por la UNAH, con estudios de Maestría en Estudios
Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana cuenta con
una Especialización en Género y Efectividad de la Ayuda del
ITC/ILO. Consultora independiente para agencias internacionales
como Medicus Mundi, Freedom House y USAID, así como diversas
agencias del Sistema de Naciones Unidas, incluyendo PNUD, OIT,
OIM, ONU Mujeres y UNFPA. También ha trabajado en instancias
regionales para el avance de las mujeres como el COMMCA-SICA y
diversas organizaciones de sociedad civil.
 
Ha publicado los libros Antología de Narradoras Hondureñas
(Letra negra 2005), Infinito Cercano (Colección de relatos, Letra
Negra 2010) y fue parte con otros cinco autores de la edición
“Centroamérica Cuenta”, además de investigaciones relacionadas
con derechos de las mujeres y derechos humanos. Columnista de
medios nacionales e internacionales como CIP-Américas, Revista
Itsmíca, Políticamente Incorrecto, entre otras.
 
Forma parte de diversas antologías: Mujeres poetas en el país de
las nubes (2002), Relámpago Perpetuo  2010), Antología de cuento
centroamericano: Pasos audaces 2012, Antología Mundial de
Poetas Siglo XXI  Incluida también en Un espejo roto: Antología
del nuevo cuento centroamericano y de República Dominicana”
(2014) y “Una región de historias: Panorama del cuento
centroamericano” compiladas y prologadas por Sergio Ramírez,
Ulises Juárez Polanco y Goethe Institute. Su obra ha sido
parcialmente traducida al inglés, alemán y francés.
 
En el ámbito de crítica e historia de la literatura, particularmente
historia de la literatura de las mujeres hondureñas y
centroamericanas ha participado en eventos y congresos en
Centroamérica, México, Cuba y República Dominicana.
Co-fundadora de la Red Latinoamericana de Escritoras y Artistas
feministas (2002).
J E S S I C A I S L A

Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
P O E S Í A / C U E N T O
Ciclónicas N°10.
(poesía y cuento)
 
 
 
CICLÓNICAS:
Encuentro de escritoras hondureñas

Primera edición
septiembre 2020

 
© de los textos: Jessica Isla

© de esta edición: Ediciones MALPASO


Tegucigalpa, M.D.C., Honduras.

 
Edición bajo el cuidado de Armando Maldonado

 
Corrección de textos: Iveth Vega

© de la fotografía: Jessica Isla

 
Publicado por Ediciones MALPASO, propiedad
de Inversiones Culturales Honduras: ICH.
Tegucigalpa, M.D.C. Honduras.
Septiembre de 2020

 
Esta breve publicación es de libre circulación, no se permite su
comercialización. Se permite citar los textos para fines académicos, de
investigación o de enseñanza, siempre y cuando se den los créditos de
autoría y de la casa editora.
Cassandra

He visto
mis manos amputadas
escribiendo en el vacío
los laberintos entramados de la soledad.
He sentido mis huesos, deshaciéndose y perdiéndose
extraños
en los bruscos arpegios de la nada
y desapareciendo invisibles 
entre polvo de estrellas.
 
Los labios abultados han dejado salir
envueltos en sangre
los hilos cintilantes de mi ser.
El cabello que
sostengo entre mis manos
ha perecido contando los minutos
de la angustia,
al desasosiego.
 
He tratado de abrir
mi pecho para dar paso
al dolor lacerante
que lo sostiene.
 
He visto lo que se supone que no debo ver.
 
Y es por eso que vivo condenada
a repetir inexorablemente
la dulce melodía del silencio,
sabiendo que de un día para otro
el reloj se moverá
indefectiblemente
de reversa
 
-5-
y me encontrará con
una profecía que nadie quiere oír,
pero que se espera, mientras tanto.

Entonces,
mi túnica se vestirá de rojo
y cantaré bajo la lluvia
la sublime tragedia de
encontrarme por fin,
detrás de las palabras.

-6-
Presentación

A Suyapa, quien inspiró este poema.

Soy este cuerpo dibujado a golpes


que camina día tras día bajo el sol, 
bajo  este cielo incierto de máquinas aladas,
en medio de ráfagas de humo y
el sonido de fusiles .
Soy infinidad de  rostros:
el de un chico asesinado,
el de la abuela que camina.
el de la gente lenca armada de una paciencia infinita
El de la pintora de mantas, 
el de la chica de las muletas
que se enfrentan de a pedazos o en conjunto
a las murallas verde olivo cargadas de violencia.
 
Puedo decir que de mi cuerpo salen muchos olores
el de la montuca fresca
el de la tortilla y los frijoles
el de manos sudadas y cuerpos cansados,
pero también
el olor de sangre derramada
el de gas y pólvora
el olor a muerte y a miedo.
 
Mi garganta
está poblada de voces:
estoy en las discusiones acaloradas de las asambleas
en  el grito de la maestra
en el relato de la joven violada,
en la protesta de los golpeados, de las torturadas
en la voz que canta en las calles
 

-7-
Soy miles de sombreros y
cientos  de palabras,
soy abrazos, lágrimas,
ternura, carcajadas.
Estoy llena de
sonrisas que iluminan el día
colores que vienen de todas partes
tengo alegría, ganas de bailar,
tengo esperanza.

Porque sin mí las calles


se quedarían solas,
porque sin mí las paredes no dirían nada
porque soy tus manos, tus pies cansados,
tu voz.
Yo soy la resistencia

-8-
Cambio de piel

Solo es la vieja costumbre


de mudar la piel,
ni nombre, ni apellidos
solo espacios,
intemporalidad. 
 
Recurrencias,
apropiación de noche
reino de los sentidos,
 
Cambiar de corteza
dejar que se vaya poco a poco,
salir a caminar
mientras me diluyo a pedazos.
 
La estética del yo,
ego-manía
egocéntrica
solo por un rato,
darme el permiso.
 
Admitirme en el silencio,
donar lo que me sobre,
perdonarme la imperfección.
Imperfecta, imperfecta.
Alabado sea Dios.
 
Morir de rabia
desmayarme,
morder a las personas
saltar sobre las bancas de los parques
(en especial los nuevos)
Intertextualidad.

 
 
  -9-
 
Olvidar, conocer
amar,
esperar en
una tarde cálida a los sueños
atraparlos,
pasearlos por las
calles.
 
Sonreír...
tener tiempo para
sentarse sobre la impunidad
y desgarrarle la piel
con dulces papelitos de
colores.
No volver a hablarle a
la justicia,
(por puro y banal resentimiento)
 
Señalar a los tipos de la esquina,
a los burócratas,
a los elegidos,
a los habladores de cafetín, 
a los seudo-artistas,
a los reconciliadores de la mierda.
 
Raparme la cabeza,
y recorrer las calles
vestida de paciencia,
oído, luz, ventana.
 
En fin,
asomarme un ratito a
lo posible.

-10-
Crónica

Pasó el tiempo del miedo,


del silencio forzado,
del hacerse invisible
del desaparecer.
 
La cara azul y pálida de la democracia
nos sonríe desde una vitrina hueca y desdentada
apresando nuestros sueños,
haciéndolos cómplices de la nada.
 
Apenas opinamos
sobre el menú
que nos sirven en los medios de la nada,
dentro de cajas estridentes
que  promulgan juicios y amenazas.
 
Ahora los cuerpos aparecen por las calles
y el silencio se come las ventanas.
 
La sangre recorre las esquinas
vestida de decencia y las niñas  son sacrificadas
en los altares familiares.
 
El asesino ya no tiene nombre.
 
La batalla transcurre al otro lado del mundo,
en nuestros barrios, en la casa de la vecina,
en la propia.
   
Y es así
como en tiempos de paz
 
seguimos…
 
 en pie de guerra.

-11-
Rojo

Mi cuerpo está teñido de rojo.


 
Rojo de sangre que me devuelven las aceras
de los charcos que solo pueden reflejar
la ignominia y
el dolor.
 
Las venas se abren, cortadas por miles de navajas invisibles
que se abren paso entre la gente
esa gente que no existe, que es apenas una cifra,
un pálido recuento de la nada.
 
Las calles, descarnadas se niegan a dar paso a la creencia
de un mundo diferente
porque no puede ser posible vivir
sin pagar la cuota de miseria que a cada quien
le toca.
 
No hay misericordia en este lugar
donde la gente ríe acaso por olvido
o
por rebeldía.
 
Los minutos se paran.
 
 
En este espectáculo del miedo
esta ya no soy yo.

Alguien más ha ocupado mi lugar.


 
 
-12-
Afrodita

Afrodita se encuentra sentada


a la orilla de la tarde
y otea al infinito
desde las cuencas de sus ojos vacíos.
 
Se vuelve,
cotidiana
 
y sueña con la noche,
como un anhelo triste e inacabado.
 
El mundo que conoce se derrumba
mientras ella juega desnuda
sobre camas vacías
con sombras de recuerdos ocultos 
y pasados fugaces.
 
Los hijos, las ansias
la ropa que lavar,
el problema del piso,
la ropa media puesta de
camino al trabajo,
 
¿en qué esquina y de qué modo
se perdió
la diosa?
¿dónde encontrarla?
 
Perdidos,
los sin  rostro  
acuden en su busca
como fieles adoradores de lo oculto,
esperando comprar una ilusión ficticia. 
 

-13-
Ignoran que Eros hace tiempo que no vive con ella,
se fue llevándose tras él los sueños incendiarios,
los deseos.
 
Fue una simple cuestión de sobrevivencia.
 
La abandonó el día en que tuvo que enfrentarse
a la humanidad cotidiana, al polvo,
a la indiferencia.
 
No es nada personal,
que desilusionados, los adoradores pretendan
cortarle la cara a pedazos,
profanarla, violarla, mutilarla.
 
El mundo conocido la observa y la saluda
con la misma  expresión de hastío de todas las mañanas,
mientras rumian
palabras desechadas,
y uno que otro cuento inacabado.
 
A nadie le interesa y 
a todos les asombra,
que la diosa perdida
conviva entre los muertos. 
 
No quiere saber...
 
No la obliguen a
conocer la nada.

-14-
Recuerdos de la infamia

Un látigo colgado en una pared,


una cama sin nombre
y un espacio ocupado.

Por la ventana,
cinco años infantiles se asoman

ven como la tarde
se esconde, oscura
centelleante.

A su lado, junto a la cama


una muñeca de cristal
(la última de su generación)
envejece con una sonrisa eterna
mientras
los labios de un rojo intenso,
se insinúan contra la idea de la inocencia
promulgada por los ángeles y los santos
de la iglesia nuestra de cada día. 

Ella sabe que no sueña


cuando la puerta del cuarto es
tirada abajo de una patada,
Sabe que es cierta esa mano que la
agarrará de las colas mal hechas y
la estrellará en la pared.
 
Los azules se confunden 
con la noche y
en su cabeza
retozan alocadas
las luces increíbles del
horror.

-15-
Nada de eso la asombra.

Ni la detiene

a través de los gritos, se agiganta y


abre la boca, inmensa
engullendo el tiempo.
 
El reloj se detiene
y es un tic-tac vacío
dentro de su cuerpo, un río
de colores que navega por cuenta
y riesgo propio.
 
Prueba a tocarse sola
primero las manos,
luego el vientre y las piernas
desde donde otras marcas le
recuerdan las cosas innombrables,
las excusas,
el no quise hacerlo,
los perdones.
 
Por último
adivina su cara,
máscara perfecta del aquí no pasa nada
y se atreve a sonreír, 
entre el manantial que envuelve
su cuerpo.
 
Satisfecha vuelve la mirada hacia
mañana,
donde se espera
a sí misma

y de nuevo

 se reinventa.

-16-
Corazón

Esta noche
decidí
abrir mis manos y hurgar mi pecho
apartando las costillas
que me estorban,
 
para poder ganarle la batalla
al insomnio
y así  extraer mi
corazón sangrante que
                     palpita
 
acompasado y suave
como el mar.
 
Me coloco en posición fetal
                  y lo atraigo hacia mí,
pegado a mi oreja
rojo brillante,
 
mientras lo escucho latir…
 
y
 
me adormezco
acurrucada
en la cálida paz de la inconsciencia. 
 
Más tarde sabré
que no he soñado
porque mi corazón duerme
                    y soy yo la que palpita
desde el exilio de los sueños.

-17-
Inconsciencia

Detrás de los espejos


se esconden las Furias,
no las mitológicas y auténticas
las que buscan venganzas y reparaciones
solo las furias cotidianas,
pequeñas y monstruosas.
 
Intuyo que un día, cualquiera
podrían traspasar el límite y
escaparse por los bordes;
pasar acuosas hacia esta realidad.
 
Una señal
una mirada cómplice;
una caricia por el borde del espejo
bastaría.
 
Desde la orilla de mi luminosidad
me observo:
enrollada de amor,
propensa a la locura
fraccionada de ansias.
 
Escucho su llamado:
Soy una Furia perdida y recurrente
y apenas me doy cuenta.
 

2001

-18-
Correr desnuda

A la tía Juanita

—Un día de estos, me van a sacar carrera... ¡No van a saber cuando salga
corriendo desnuda por en medio del parque con las tetas al aire! ¡Y ese día se
van a quedar sin nadie que se preocupe por ustedes!— decía mi madre ante
tres pares de ojos que la miraban asustados. Dicho esto, ella procedía a
quitarse la camisa y sacarse el sostén bajo la excusa de no aguantar el calor
que nos hacía sudar a chorros dentro de la casa.
 
Debo decir que mi madre era un ser extraño, siempre lo fue. Como si
fuese una diosa acuática acostumbraba bañarse dos o tres veces al día con
agua fría, andar por la casa desnuda de la cintura para arriba una vez que
llegaba del trabajo, no usar ningún tipo de loción, ni desodorante puesto que,
para ella, quien usaba este tipo de afeites era porque algún mal olor escondía.
Obsesionada con los efectos del calor, cualquier tipo de etiqueta la producía
una alergia violenta en su piel clara, por lo que se cuidaba siempre de usar
ropa que fuese exclusivamente de algodón (desde el calzón hasta calcetines
pasando por blusa y pantalones). Aparte de eso, era una amazona
competente: cuidaba sola de sus hijos y su casa, suturando heridas sin miedo
a la sangre y matando las culebras, algunas inofensivas, que tenían la
desgracia de encontrarnos, en el solar. Luego de perseguirlas sin descanso y
asesinarlas, las exhibía enfrente de la casa, para que todo transeúnte pudiese
apreciarlas, en un intento, que hasta hoy me doy cuenta, de dar un mensaje
de lo que podría pasarles a quienes irrumpían sin permiso en nuestra casa.
 
Así las cosas, la imagen de mi madre como valquiria guerrera, de pechos
pequeños, (exactamente talla 32) estaba grabada en nuestras pequeñas
mentes a sangre y fuego. Como éramos tres hermanos, todos de padres
diferentes, ella el único eje seguro de nuestras pequeñas vidas y la posibilidad
de que algún día enloqueciera y dejara de ser el motor que nos sostenía era
simplemente impensable.
 
Sin embargo, mi madre no sería la primera mujer de la familia que
enloqueciera y saliera corriendo por las calles. De hecho, mi abuela contaba
que una tía suya, muy querida, profesora de escuela para más señas, había

-19-
llegado una tarde de sus labores de enseñanza y después de comer, mientras
todos hacían la siesta, se había retirado a su cuarto y allí, lentamente se había
quedado los zapatos y las medias, había ordenado su cama, primorosamente
arreglada con las sábanas de los calados que ella misma había hecho, para
luego acomodar con devoción en el librero sus libros de enseñanza y había
abierto primero la puerta de su cuarto y luego la de la casa, para arrancar a
correr en corpiño y calzones largos, por el pueblo, quitándose la ropa
interior en la carrera, con las tetas al aire, lanzando cada prenda a la gente
que fuera de sus casas, la miraba pasar. Ni que decir que mi familia la atrapó
en cuando pudo (muy lejos ya del pueblo), le puso ropa y la encerró para
siempre. Aún así ella buscaba cualquier descuido para escaparse y calzón en
mano, arreciaba la carrera por las calles. Juanita se llamaba y mi abuela decía
nunca explicarse porque había llevado a cabo ese acto: -no tenía necesidad,
ni problemas, decía-ninguno.

Pero con el correr de los años y por la lengua de un primo chismoso me


di cuenta que la tía Juanita tenía un novio que no era muy querido por su
familia, por pobre y don nadie, así que los hombres de mi familia le
advirtieron que lo dejara ir y que no hiciese escándalo, sin explicaciones.
Pero ella, mujer de pocas palabras, solo callaba y salía a verlo, a escondidas,
hasta que un día, una turba de estos hombres la encontró con el flamante
novio y frente a sus ojos procedieron a asesinarlo. Según me contaba el
primo, todos los hombres de la familia, hasta los hijos de crianza, incluyendo
a mi abuelo, dejaron al menos una puñalada en su cuerpo, como muestra
filial de su participación y su rechazo. Ella, bajó la cabeza y no lloró, solo
procedió a caminar donde la familia del muchacho y decirles que estaba
muerto y lo llevasen a enterrar. Demás está decir que no le permitieron ir ni
al velorio, ni al entierro y siguió dando clases con la misma seriedad de
siempre, como si nada hubiese pasado, hasta que una semana después
cuando todos creyeron que había aprendido la lección de no mezclarse con
castas inferiores, fue cuando echó, a correr para siempre. Desde ese día, hasta
su muerte, vivió encerrada, la mayor parte de veces desnuda, solo
acompañada de sus lentes y sus libros, que no se atrevían a quitarle, porque
en caso de hacerlo se desataba una oleada de gritos sin final.

La imagen de la tía Juanita y la de mi propia madre me encontró un día y


debo decir que no por casualidad. Regresando de haber parido a mi hijo,
recién me integré al trabajo en una editorial, donde mi jefe me aleccionaba
sobre mis nuevos deberes. El cansancio que tenía, desde que tuve a Pedro, no
escampaba. Pocas veces pude sentir como el peso del cuidado de otro ser,
recaía sobre mi espalda, que literalmente me dolía, ya que todo el trabajo y
las horas de no dormir, me pasaban factura.
 
—Pérez, pásese por la oficina antes de irse— me dijo mi jefe.
 
—Está bien, señor. ¿Se puede saber el motivo?

—Espérese a las cinco y hablamos.


 

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Así que esperé pacientemente el fin de la jornada y me dirigí a su oficina,
donde el tomaba una taza de café.

—Estimada, debo decirle que su rendimiento ha bajado mucho en el


último mes.
 
—Así es señor, tengo un bebé en casa que no para de llorar y no cuento
con mucha ayuda.
 
—¿Y el padre de la criatura?
 
—Se fue a España a trabajar, aquí conseguir trabajo es imposible. Damos
gracias porque yo tengo este empleo, por favor, no me lo quite. Lo
necesitamos.
 
—Lo entiendo Pérez, pero el rezago suyo hace que los otros empleados
tengan que trabajar el doble. Domínguez, por ejemplo, tuvo que cubrir el
trabajo que a usted le tocaba hoy.
 
—Si, lo sé, lo siento mucho…
 
Y justo en ese instante me di cuenta que estaba llorando, justo cuando mis
pechos hinchados empezaron a gotear la leche que debería estar dándole a
Pedro. Pensé en lo tonta que era en disculparme por algo que sabía que no lo
merecía. Una mancha empezó a formarse a los lados de mi pecho y yo,
angustiada, pensaba en como detener ese lago de fluidos inesperados que
empezaban casi involuntariamente a manar de mi cuerpo. Una mujer hecha
de agua, pensé, una mujer lago con fondo desconocido. Estremecida por el
llanto, no sentí a que hora mi jefe camino hasta estar a mis espaldas y alzar su
mano hacia mis hombros, mientras me decía:
 
—Tranquila Pérez, ya sabe que en esta empresa todo se puede arreglar y
yo soy un hombre muy comprensivo.
 
Mientras decía esto había pasado a hacerme un suave masaje en mis
hombros (cosa que francamente agradecí) mientras me decía que la
maternidad no tiene porque ser una desgracia, que más bien, tener hijos hace
que las mujeres sean más maduras y felices: -Aquí en la editorial sabemos
eso, usted lo sabe Pérez. Todas las mujeres quieren ser madres, me susurró
ya casi al oído.
Y justo en ese momento, bajó sus manos de los hombros a mis pechos,
acariciándolos, masajeándolos, mientras continuaba diciéndome que por
experiencia propia sabía lo difícil que pueden ser los hijos, que el estaba allí
para apoyarme y al final, con su boca rozándome la nuca, explicándome lo
mucho que necesitaba de unas tetas grandes y gordas como las mías. Que
desde que había regresado al trabajo, siempre que me miraba y tenía
fantasías con esos, mis recién estrenados pechos de mamá.

De ese momento, recuerdo como empecé a ponerme rígida y lo dejé


hacer. Porque seguro nadie le habría contado las fiebres que me asaltaron de
-21-
sorpresa al bajar la leche, ni las jaladas de pezones que me daba mi hijo, ni
tampoco nadie le habría contado de la enfermera que llegó a apretarme los
senos para “destripar” las bolas de leche coagulada que se me habían
formado en el pecho cuando Pedro se negaba a mamar. Nadie le contaría
que quedé temblando del dolor y que tenía las aureolas de los senos peladas
y resecas, razón por la cual, me aplicaba una pomada de manzanilla tres
veces al día. No sabría jamás que, a pesar de todos los avances de la ciencia
médica, que había inventado pastillas hasta para un dolor nimio, no tenía
medicamento alguno para apaciguar mis dolores, porque todo estaba
pensado para el ¨bienestar¨ del niño.

En ese momento fugaz, creo que pasó por mi cabeza en como se podían
vivir las cosas de forma diferente, para el erotismo, para mí dolor y
paciencia. Dos perspectivas: los tetas para la realidad, las tetas para la fantasía.
También pensé en como este tipo, director de una reconocida editorial,
casado y con hijos, que decía ser respetable, podía llegar a hacerme eso, a mí,
a su empleada de años, a mí, la correctora fiel de los textos de trabajo y los
suyos, los que escribía y me hacía llegar como escritor amateur, para
compensar las horas de mis llegadas tarde.
 
Así que lentamente le fui quitando la mano de mis senos, mientras me
deletreaba enronquecido que podíamos llegar a un acuerdo, que ya éramos
adultos y nadie tenía porque darse cuenta. Me paré frente a el y sujetando su
mano, le acaricié la cara, le dije que estaba bien, que, si eso valía mi trabajo
para la empresa, entonces lo que iba a hacer era lo correcto. Y mientras
pensaba en las figuras de mi madre y la tía Juanita, fui agarrando con mi
mano libre, la lapicera de su escritorio y se la estampé en la cara. No me
quedé a ver que había pasado y corrí a la salida, escuchando sus gritos de
dolor, donde la palabra puta y desagradecida, iban y venían. Corrí sin
detenerme al desvencijado ascensor y me metí dentro, con la cabeza y el
corazón amenazando con salírseme del cuerpo.
 
Pensé en Pedro y tuve ganas de llorar, pero imaginé a mi madre, sus
pechos de amazona y la exhibición de las culebras que solía matar. Llegué al
lobby y vi el cartel de la empresa, exhibiéndose impúdicamente frente a mis
ojos, con su paleta de colores y su calidad de papel ofreciendo el mejor
servicio posible. Sentí el dolor de cabeza incrementándose detrás de mis
ojos. Ese monstruo que tarde o temprano vendría por mí y fue en ese preciso
momento, que lo decidí. Me saqué los zapatos y procedí a quitarme las
medias, para luego desabotonar mi camisa y seguir con el pantalón. Los
alcanzaron el calzón y por ultimo el sostén. Desnuda, calibré las fuerzas de
mis piernas y la posibilidad de agarre de mis brazos para luego arrancar el
rótulo de la editorial y ponerlo a modo de escudo sobre mi cuerpo.
 
Aspiré profundo y cerré los ojos, colocándome en posición de carrera.
Consciente de ello, inhalé el aire de la ciudad, lleno de humo y olor a cuerpos
sudados, a descomposición y desesperanza. Lentamente, puse los pies sobre

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la acera, arrodillándome en posición de salida y pude escuchar clarísimo,
detrás de la oreja, el silbato invisible que me invita a correr: “Lista: en uno,
dos, tres”...

Jessica Isla
En el país de los hospitales imaginarios
Texto escrito originalmente para Abecedaria Editoras.

-22-
Índice
5 Cassandra

7 Presentación

9 Cambio de piel

11 Crónica

12 Rojo

13 Afrodita

15 Recuerdos de la infamia

17 Corazón

18 Inconsciencia

19 Correr desnuda
10

Ciclónicas
Encuentro de escritoras hondureñas
P O E S Í A

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