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APORTACIONES FILOSÓFICAS

DE AGUSTÍN DE HIPONA
Padre y Doctor de la Iglesia

Adrián Llobell Grimalt


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APORTACIONES FILOSÓFICAS DE AGUSTÍN DE HIPONA Adrián Llobell Grimalt
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Introducción
En general, a excepción de San Agustín, la filosofía no es tan apreciable en los
Padres latinos como en los griegos, hecho que deriva de la formación recibida en las
escuelas latinas, de las que había desaparecido la filosofía. La patrística es el
pensamiento cristiano elaborado por los padres de la Iglesia desde los inicios de la
era cristiana hasta los siglos VII y VIII. Estos pensadores establecieron la base
doctrinal del cristianismo y lo defendieron de las acusaciones de herejías que recibía
de la cultura pagana. Se apoyan en la Biblia y en la filosofía neoplatónica de corte
estoico, compatible con los dogmas y las verdades de fe del cristianismo.

Los autores cristianos


Dentro de la patrística, los principales autores cristianos se clasifican en:
Gnósticos. Destacan Simón Mago, Dositeo, Menandro de Samaría y Marción
de Siria, entre otros. Recibieron influencia del neoplatonismo y se han considerado
como el primer intento de una filosofía cristiana de la religión y de la historia,
aunque fueron expulsados de la Iglesia por su heterodoxia. Partían de ideas tomadas
del judaísmo tardío y de elementos de la revelación cristiana. Defendían el
conocimiento directo, intuitivo y secreto de Dios sin intervención racional. Para ello,
utilizaron la naturalización de lo sobrenatural.

Apologetas. Entre ellos destacan san Justino y Tertuliano. Fueron muchos y se


llaman así porque llevaron a cabo numerosas apologías o defensas del cristianismo
entre los años 150 y 300 d. C. Se propusieron deshacer las objeciones que los
filósofos paganos tenían sobre el cristianismo y compararon la religión cristiana con
las paganas con el fin de resaltar su superioridad frente a ellas. Mientras que san
Justino defendió la compatibilidad entre el cristianismo y la filosofía griega, por el
contrario, Tertuliano consideró que el Evangelio se basta a sí mismo y no necesitaba
la ayuda de la filosofía.

La patrística griega. Se inicia hacia el 200 d. C., tras la muerte de Panteno,


fundador de la escuela de Alejandría, y finaliza a mediados del siglo viii con san
Damasceno. Reúne la escuela de Alejandría (Panteno, Clemente de Alejandría y
Orígenes), la de Cesarea de Palestina (Julio Africano y san Alejandro de Jerusalén) y
la escuela de Antioquía (san Luciano). Los principales temas filosóficos que trataron
estas escuelas fueron: la relación entre razón y fe, la creación, el destino trascendente
del ser humano y la existencia y la naturaleza de Dios.

La patrística latina. Gira en torno a la figura clave de San Agustín de Hipona,


que inserta la filosofía griega en el pensamiento cristiano, elevando la filosofía
neoplatónica al nivel de la teología cristiana. Agustín de Hipona llega a identificar la

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filosofía con el amor y el culto a Dios, y al verdadero filósofo con el cristiano


auténtico. La mayoría de los problemas filosóficos de la Edad Media se encuentran
esbozados en sus obras. Desde comienzos del S. V, San Agustín es una autoridad
reconocida en Occidente y su influencia durará toda la Edad Media, el Renacimiento,
e incluso, hasta día de hoy, aunque, su compleja personalidad no ha sido siempre
bien comprendida, talvez porque él mismo fue cambiante, polémico e inquieto.
(Gómez, 2000, p.80)

San Agustín (354-430) nació en Tagaste (Argelia), de padre de pagano y


madre cristiana. Ésta última sembró en él la llama del cristianismo, aunque no le
bautizó, postergándolo para cuando fuese adulto, según las tradiciones del tiempo.
Estudió gramática, aritmética, latín y algo de griego, aunque nunca fue totalmente
competente en esta última lengua. A los 11 años fue enviado a Madaura, en un
contexto totalmente pagano que le hizo olvidar su fe cristiana y tras la muerte de su
padre se desplazó hasta Cartago para estudiar retórica. A los 19 años, tras una lectura
de Cicerón, despertó su pasión por la filosofía y un gran amor por la verdad que a
partir de aquel entonces dominarían toda su vida1. (Cremona, 1991, p.20). Pero esta
lectura no fue casual: el Hortensius2 de Cicerón3, hoy perdido, es la lectura iniciática
de un largo periodo de conversión, aunque realmente existe un problema de fondo: el
problema del mal.

San Agustín se plantea la cuestión de cómo un Dios todopoderoso y justo es


capaz de permitir el mal y durante cierto tiempo intenta buscar la solución al
problema en las doctrinas de los maniqueos, que sostenían que el mundo estaba
regido por dos principios: el bien y el mal, la luz y las tinieblas. San Agustín se vio
atraído por esta mezcla de cristianismo deformado y racionalismo, que atrajo su
espíritu lógico. Los maniqueos eran una secta cerrada, pero, San Agustín,
aprovechando el paso de un doctor maniqueo por Cartago le planteó todas sus
incertidumbres y éste le respondió que no podía resolver racionalmente los
problemas que le planteaba. De este modo, San Agustín, pasa a una etapa de
escepticismo.
Tras una estancia en Roma, se traslada a Milán donde recibirá el influjo de tres
corrientes: los neo académicos o discípulos lejanos de Platón que preservaban la
afición por la discusión con la idea de fondo de que era imposible alcanzar la verdad.

1
Una interesante descripción de la vida de San Agustín puede hallarse en el libro de Carlo Cremona: Agustín de
Hipona (Véase apartado bibliografía) −aunque la mejor fuente para su biografía sigue siendo el libro Confesiones.
Esta biografía presenta a Agustín de Hipona en su sufrimiento por encontrar la verdad; muestra, a través de su
periplo vital, su talante abierto y profundo, dialogante, culto y cercano. El autor ha recurrido no sólo a las
Confesiones, de las que saca toda la intimidad de San Agustín; también ha utilizado la obra completa, las ideas,
los gestos, palabras, anécdotas que ilustran y hacen más cercana su persona. Es una biografía que desarrolla casi
como un relato los sucesivos momentos del santo, desembarazándola de todo aparato crítico y de cualquier asomo
de erudición. Se lee como una novela. Carlo Cremona es un sacerdote muy conocido entre el público italiano por
sus comentarios en televisión y radio. Escribe con un estilo muy directo y ameno.
2
Hortensio (Hortensius, escr. 45/46 a. C.), de la que sólo quedan testimonios en fragmentos de Nonio y Agustín.
3
San Agustín rebatió la tesis de Cicerón de que bastaba la investigación de la verdad, aun sin alcanzarla, para
lograr la felicidad. Dando por sentado que todo hombre aspira a la felicidad, el santo de Hipona defiende que ésta
se alcanza viviendo conforme a la razón. De modo que, siendo ésta el órgano de la verdad, no tendría sentido
vivir conforme a la razón si ésta renunciase al objeto de su actividad: el conocimiento de la verdad. (Ferrer &
Roman, 2010)

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La otra corriente era la de Ambrosio, obispo de Milán a quien escuchaba atentamente


en sus disertaciones dirigidas al pueblo y la última, la de su madre Mónica que
finalmente vuelve a enfocarlo hacia el cristianismo.
Las lecturas de Plotino, cuando contaba con treinta años, influirán de manera
profunda en el pensamiento de San Agustín. De este modo, se retirará a las afueras
de la ciudad para convivir con sus discípulos, su hijo y su madre. En ese momento
comenzará la labor de meditación y también sus primeras creaciones, los primeros
escritos: Contra académicos (386) y De beata vita (387). Una vez bautizado,
regresará con todos sus discípulos a Tagaste para continuar la vida monástica,
aunque finalmente se instalarán en Hipona, ciudad de la que llegará a ser obispo. Su
muerte acaecerá el año 430, cuando la ciudad se verá rodeada por las tropas vándalas
que tratarán de conquistar las provincias romanas de África.
Respecto a la producción escrita de San Agustín, llevada a cabo desde el año
368 hasta su muerte, podemos sintetizar que se encamina contra las diversas herejías
que se expandían por el mundo cristiano y en cierto modo la mayor parte de su
producción es una apología de la religión cristiana, no en vano, a su muerte, San
Agustín dejó prácticamente unificada toda la Iglesia de África. Entre sus
producciones literarias cabe destacar: Soliloquios (comenzado en 386), De la
Trinidad (escrito entre el año 400 y 416), De la naturaleza del bien (405)). Aunque
entre las obras de mayor influencia que han pervivido en el mundo occidental cabe
destacar: Confesiones (400) y La ciudad de Dios (413-426), (Xirau, 2000, pp. 129-
131). En conjunto, su obra es un esfuerzo para armonizar la fe y la razón, la filosofía
de la religión; esfuerzo que recibe el nombre de filosofía cristiana, ya iniciada con los
denominados Padres de la Iglesia y que se prolongó durante la alta y baja Edad
Media, dando nombre a la Filosofía escolástica.
El pensamiento de San Agustín es homogéneo, de “un solo bloque”, en el que
no caben segmentaciones. Sólo reconoce una verdad a la cual se entregó durante toda
su vida, pues, consideraba que ésta emanaba de Dios, que se transformaba en su ley y
su ser. La fe y la razón, aunque son cosas distintas, en el cristiano funcionan al
unísono, de este modo, una vez alcanzada la fe cristiana, la razón y la fe conviven de
manera compenetrada. San Agustín considera su fe como el fruto final obtenido tras
una larga indagación a través de diversas filosofías, así, la combinación de fe y razón
derivan de un proceso indagatorio e intelectual que converge en el amor: “Intellige ut
credas; crede ut intelligas”. Por tanto, podemos decir que inicialmente la
inteligencia es la que prepara para la fe y posteriormente la fe encamina e ilumina la
inteligencia y por último la inteligencia, con la luz de la fe desemboca con ésta en el
amor: del entendimiento a la creencia, de la creencia al entendimiento y de la
creencia y el entendimiento, al amor. (Moreno, 2003, p.27)

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Contexto histórico
San Agustín vivió en tiempos de la decadencia del Imperio Romano, aunque
envuelto por la viva tradición de la cultura intelectual de Roma. Presenció el saqueo
de Roma por Alarico, aunque esto no implicara que el final del gran Imperio
estuviese cercano. Aunque se consideró romano en el mismo grado que cristiano y
perteneciendo todavía a la cultura antigua, representó a la cristiana y forjó una nueva
cultura, adoptando, en parte, el legado de la antigua. En su producción escrita se
cruzaron dos épocas, dos filosofías y dos estéticas; asumió los principios estéticos de
los antiguos, pero los transformó y los transmitió a la Edad Media, de este modo, su
obra significa un punto crucial en la historia de la estética, un punto de convergencia
entre corrientes antiguas y medievales. (Tatarkiewicz, 1990, p. 51)
Aunque a mediados del s. IV, el Imperio Romano alcanzó su apogeo, llegando
sus dominios hasta prácticamente 5000 km de Roma, a comienzos del s.V,
comenzarán las incursiones de los "bárbaros del Norte": godos, hunos y vándalos;
hecho que finalmente culminaría en la "caída de Roma", el año 410, cuando Alarico
tomó la ciudad. El vasto imperio debilitado mantiene sus funciones, mientras los
emperadores de Oriente y Occidente gobiernan desde Constantinopla y Rávena. La
caída de Roma propició que San Agustín escribiera La ciudad de Dios, una de las
mejores obras de la literatura cristiana.
El año año 380 d.C. Teodosio, el último emperador, hizo del cristianismo la
religión oficial,que cada cobra mayor relevancia y se acentúa como soporte moral e
ideológico para la reconstrucción del Imperio de Occidente. En el plano cultural, se
da una fusión entre el helenismo de Platón y el cristianismo, surgiendo de este modo
la filosofía cristiana, principalmente debido a los filósofos recién convertidos al
cristianismo que defendían el cristianismo (Apologética). Por otra parte, los padres
de la Iglesia, es decir, aquellos que comenzaron a vigorizarla con un carácter más
pedagógico y conciliador (Patrística). Paralelamente, surgieron durante este periodo
las primeras herejías, como el arrianismo, que defendía que el Hijo de Dios no era
igual al Padre, sino una criatura inferior. Por otra parte, el nestorismo, que negaba la
divinidad de Jesucristo, al ser engendrado por una mujer. El pelagianismo defendió
que el pecado original no era tal y por tanto, la redención de Cristo no habría sido
necesaria. Finalmente, el maniqueísmo promulgaba que todo se debía a dos
principios fundamentales: el bien y el mal.
La corriente filosófica surgida en la época era el Neoplatonismo, a través de
Plotino, que percibió las similitudes entre Platón y el cristianismo, puesto que ambos
defendían la inmortalidad del alma y simbolizaban al cuerpo como prisión del alma.
También afirmarían la existencia de dos mundos: uno perfecto y el otro perecedero.

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Principales aportaciones de San Agustín


La aportación principal de San Agustín a la reflexión teológica respecto a la
Iniciación cristiana se puede apreciar desde dos puntos de vista: el testimonial y el
pastoral. Respecto al testimonial, el legado de su obra Confesiones, que transmite
ciertos datos autobiográficos con importantes detalles personales y profundas
consideraciones vitales, por otra parte, desde la perspectiva pastoral, San Agustín se
enfrentó a donatistas y pelagianos, así, desde estas dos perspectivas, podemos decir
que, en el ámbito de la teología, la contribución agustiniana se dio en cuatro
momentos: i) la iniciación cristiana la vida San Agustín, ii) la clarificación de la
doctrina frente a donatistas y pelagianos, iii) la teología bautismal y 4) la teología
eucarística. (Rico, 2006, p.205) San Agustín concibe el pensamiento como progreso
sobre el mismo eje: la verdad. Evita la sistematización es de carácter cerrado que en
cierto modo le alejan de la vida y de las propias cosas. De este modo, comprender el
pensamiento de San Agustín es captar su sistemática de especulación: concreta y
abierta, de lo contrario, asumimos el riesgo de que se presente como un
conglomerado de temas, sin poder visualizar la interna nervadura dialéctica que le da
sentido a todos ellos. (Villalobos, 1982, p.19)
El conocimiento de la verdad
San Agustín de Hipona orienta toda su filosofía a la búsqueda de la verdad
trascendente. Acorde con la influencia socrático-platónica, busca la verdad eterna,
necesaria e inmutable y rechaza el conocimiento mutable que ofrecen los sentidos. El
medio para encontrar la verdad no está en el exterior, en las cosas, sino en el interior
del ser humano, en el alma. La verdad suprema es Dios y solo el alma, a través de la
iluminación divina, puede descubrirla. La búsqueda en el interior culmina en un
movimiento hacia el conocimiento de la trascendencia divina. De este modo, Agustín
de Hipona rechazó la teoría de la reminiscencia platónica y de la transmigración de
las almas, y señaló la vía de la interioridad como llamada hacia la verdad.
Dios y la creación del mundo
En el Antiguo Testamento, en el Génesis, se relata cómo Dios creó el mundo
de la nada. San Agustín de Hipona, distanciándose de las ideas neoplatónicas,
mantuvo las ideas religiosas del cristianismo, pero intentó afrontar este problema de
forma teológica. En primer lugar, sostuvo que la creación debió de darse de la nada,
porque, si no, habría que admitir, como hicieron los filósofos griegos, que Dios se
limitó a dar forma a una materia ya preexistente y eterna. De esta forma, cambia el
concepto griego de «demiurgo» y «emanación» por el bíblico de «creación» desde la
nada (ex nihilo). En segundo lugar, si Dios había creado el mundo de manera libre y
voluntaria, entonces, ¿cómo explicar la existencia del mal en el mundo? Esta idea de
la responsabilidad de Dios en la creación del mal, que admitían los maniqueos, la
critica San Agustín de Hipona afirmando que el mal no existe, que es solo ausencia
del ser. El mal consiste en no-ser, en una deficiencia o privación de algo que el sujeto
debería tener. La deficiencia no radica pues en la causa primera, que es Dios, sino en

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el uso incorrecto del don de la libertad que posee el ser humano.En tercer lugar, se
plantea la cuestión de conciliar la eternidad de Dios con el hecho de que las cosas
creadas por él no sean eternas sino temporales. San Agustín de Hipona soluciona el
problema afirmando que Dios está fuera del tiempo y que, al crear el mundo, creó
también el tiempo. Sin su creación, el tiempo no habría existido nunca.

La filosofía de la historia
En su obra La ciudad de Dios, San Agustín de Hipona realizó un estudio
filosófico-teológico de la historia. Redactó esta obra en defensa del cristianismo que,
tras el saqueo de Roma por los bárbaros de Alarico en el año 410 d. C., había sido
acusado de la decadencia del Imperio Romano. Divide esta obra en dos partes: La
primera la dedica a rechazar las acusaciones de los romanos hacia los cristianos y la
segunda la dedica a presentar la redención de Cristo como el momento clave de toda
la historia de la humanidad. Según su planteamiento la historia universal consta de
dos grandes épocas: desde la aparición del ser humano hasta el advenimiento de
Cristo y desde Cristo hasta el fin de los tiempos, en el que se cumplirá la redención y
salvación del ser humano. Todos los acontecimientos históricos los guía la
providencia divina y desde el principio del mundo están en lucha dos ciudades: La
ciudad celeste de Dios o Jerusalén celeste, ciudad de los justos y la ciudad terrestre
de Babilonia, ciudad de los pecadores y de los reprobados por Dios.
«Dos amores fundaron dos ciudades. El amor propio hasta el desprecio de Dios
fundó la ciudad terrena. Y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo fundó la ciudad
celestial. La primera se gloria en sí misma, y la segunda en Dios. Porque aquella busca la
gloria de los hombres, y esta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su conciencia.»4

Una ciudad se origina por el amor y la otra por el desprecio a Dios. Estas dos
ciudades subsisten mezcladas en el mundo, pero resulta fácil identificar la ciudad
celeste con la Iglesia y la ciudad terrestre con el Imperio Romano. La tesis de
Agustín de Hipona es que Roma se derrumbaba no por culpa de los cristianos, sino
por la mezquindad y los excesos del paganismo. Concluye que, al final de los
tiempos, habrá una separación entre ambas ciudades, con el triunfo definitivo de la
ciudad de Dios. La ciudad de Dios es la primera obra de la filosofía occidental que
trata el problema de la historia desde una concepción rectilínea del tiempo. Junto a
estas cuestiones teológicas, San Agustín de Hipona fue el primero en comparar el
tiempo histórico con una flecha que avanzaba hacia adelante, como una sucesión de
hechos irreversibles e irrepetibles. Esta idea no se encuentra en el mundo griego, que
poseía una concepción cíclica del tiempo, posiblemente por la difusión de las
religiones fundadas en los misterios, que creían en la metempsicosis o reencarnación
cíclica del alma, y también por la observación de la regularidad de las estaciones, de
los ciclos de la naturaleza, donde todo se repite cada año.
La concepción rectilínea del tiempo procedía de la cultura hebrea y de allí pasó
al cristianismo. Se funda en la idea de un sentido único del tiempo que ha de
realizarse en la historia. El filósofo que elaboró de una forma teórica esta nueva
concepción del tiempo histórico fue San Agustín de Hipona y con ello implantó la
noción de progreso en la historia, donde cada etapa desarrolla una serie de sucesos

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Agustín de Hipona: La ciudad de Dios, XIV, 28, Madrid, BAC, 2002.

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decisivos e irrepetibles para la consecución de un ideal religioso. En la Edad Media


este ideal consistía en la salvación espiritual de la humanidad.

Repercusión de su pensamiento
«El pensamiento patrístico, especialmente el de san Agustín, influyó profundamente
no sólo durante los primeros tiempos medievales, no sólo en pensadores tan eminentes
como San Anselmo y San Buenaventura, sino incluso en el propio Santo Tomás de
Aquino» (Copleston, 2011, p.35)

La influencia universal de Agustín en todas las edades subsiguientes puede


justificarse por la combinación acertada del corazón y la mente. Su obra,
profundamente unitaria y expresión auténtica de su vida, es la de un hombre religioso
y teórico, que vivió con gran pasión por la verdad que identificó con la inquietud por
lo absoluto y el anhelo de felicidad. Los principales autores escolásticos de la Edad
media siguieron las huellas de San Agustín desde el principio de sus especulaciones,
y la concepción platónico-cristiana del mundo guió e iluminó sus mentes. Pueden
ser considerados agustinianos: Scoto Eriúgena, San Anselmo, Abelardo, Pedro
Lombardo y los escritores de la escuela de San Víctor, entre otros.
Posteriormente, ya en el siglo XIII comenzaron a ser conocidas las obras
metafísicas y físicas de Aristóteles y se produjo una doble actitud frente a sus
doctrinas: en unos, actitud de repulsa, por creerlas peligrosas para la fe; en otros, de
simpatía, porque pensaron que podían servir de sólido fundamento para el
pensamiento cristiano.
El agustinismo del siglo XIII se caracterizará, pues, por defender las siguientes
tesis: la primacía de la voluntad sobre el entendimiento (y, por consiguiente,
predominio del amor sobre el conocimiento, de la intuición afectiva sobre los
métodos racionales), la producción de todos o de algunos conocimientos sin en
concurso inicial de las cosas externas o sensibles (teoría de la iluminación), el
hilemorfismo universal (todas las criaturas, incluso las espirituales, están compuestas
de materia y forma), la positividad de la materia (que no es pura potencia), la
pluralidad de formas substanciales en el individuo, la identidad del alma y sus
facultades (negación de la distinción esencial de las potencias del alma), la
imposibilidad de la eternidad del mundo, la identificación de la filosofía y la teología
en una sabiduría única. Los dos principales representantes de esta corriente fueron
Alejandro de Hales y San Buenaventura.
Tomás de Aquino también reconoció la indiscutible autoridad de San Agustín
como doctor de la fe; pero, en cuanto filósofo, asumió algunas de sus teorías y
rechazó otras. Concretamente, Santo Tomás de Aquino aceptó tres importantes
doctrinas agustinianas: el trascendentalismo causal o abismo metafísico existente
entre Dios y las criaturas (que son causadas); el ejemplarismo, recogiendo la doctrina
de la participación en la cumbre de su pensamiento metafísico; y la solución al
problema del mal. No obstante, tuvo serias reservas respecto a la estructura
metafísica de la criatura y la doctrina del conocimiento agustinianas.

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Conclusiones
Sin duda, el legado de San Agustín es un claro ejemplo de cómo el hombre
puede cambiar para transformarse y al igual que el propio santo, saber tomar el
camino adecuado rodeándose de aquellos que inspiran por su mensaje e iluminan el
pensamiento. El legado de San Agustín es considerable y no sólo a nivel teológico,
sino a nivel literario y ético. Su vastísima producción escrita es un claro ejemplo de
ello. Es una lástima que a día de hoy no se promueva el interés por el estudio de
personajes como San Agustín, que, aun viviendo en tiempos remotos y de carencias,
supo buscar los medios y la dedicación necesaria para poder crear y dejarnos su
valiosísimo legado.
Su vida también fue ejemplar: se despojó de todo tipo de bienes para dedicarse
en cuerpo y alma a la transmisión del conocimiento y de su legado, San Agustín
murió el 28 de agosto del año 430, cuando la ciudad de Hipona era cercada por
vándalos. Aun así, la vida monástica que junto a sus discípulos extendió por el África
latina estuvo realmente consolidada y con gran fuerza vital resistió durante más de un
siglo la violencia de los vándalos y los agarenos. San Agustín encontró un gran
sucesor: San Fulgencio de Ruspe, que logró mantener viva la congregación hasta el
siglo VI, fecha en que falleció (527). Para culminar, no hay mejor testimonio
Posidio, que escribió la vida de San Agustín y relata:
«Aquellos que lean lo que él [Agustín] ha escrito sobre las cosas divinas pueden
obtener mucho provecho; pero pienso que el provecho habría sido mayor si hubieran
podido oírle y verle predicar en la iglesia, y especialmente aquellos que tuvieron el
privilegio de disfrutar de íntimo trato con él». (Migne, 1993)

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