POBLAMIENTO Del Pacifico Jacques Aprile-Gniset
POBLAMIENTO Del Pacifico Jacques Aprile-Gniset
POBLAMIENTO Del Pacifico Jacques Aprile-Gniset
DEL PACÍFICO
Jacques Aprile-Gniset 1
INTRODUCCIÓN
1. Aquellas épocas muy antiguas que configuran un dilatado periodo, las cuales
sólo suministran alguna información, fragmentaria y territorialmente dispersa, y
unos escasos hallazgos de la arqueología moderna. No obstante, y referido a su
extensión territorial, se comprueba que:
- Tanto la literatura del siglo XVI como su cartografía, y por igual los
hallazgos cotidianos de los moradores y las escasas labores arqueológicas,
1 Arquitecto Urbanista, Profesor Titular de la Universidad del Valle (jubilado). Vinculado al Centro
de Investigaciones CITCE de la Universidad del Valle.
2 Los lectores interesados en superar el carácter esquemático de esta breve ponencia, pueden
consultar en Colciencias (Código 1106-13-619-95) los informes finales originales, completos y
detallados. Algunas proposiciones y tesis aquí formuladas en pocas palabras, tienen su extenso
apoyo factual en dichos documentos.
evidencian un poblamiento prehispánico generalizado y de larga duración,
desde Panamá hasta Ecuador.
2. La situación de los hábitats en los siglos XVI y XVII, según las pocas notas
referidas por los cronistas de la conquista del Chocó y de lo que llamaron las
Barbacoas, solo atestiguan:
- Ante los reiterados operativos militares de los siglos XVI y XVII, se produce
un repliegue desde la costa hacia los ríos costeros; en los valles anchos
opera con retroceso desde los ríos principales (Atrato y San Juan por
ejemplo) hacia las quebradas y riachuelos selváticos.
- Hacia fines del siglo XVIII, inscritas en los ámbitos de la economía minera,
se configuraron unas cortas aldeas de deportación y servidumbre,
conocidas como reducción y pueblo de indios. En algunos centros
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mineros principales, por ejemplo Barbacoas, Citará, Tadó o Nóvita,
conforman un barrio de la localidad adyacente, aunque separado.
Para las Provincias del Sur, el padrón de 1797 indica un total de 1798 indios así
localizados:
- Ciudad de Iscuandé, sin minas denunciadas pero con lavaderos de oro corrido
de vecinos libres: 398 indios. La población nativa se halla dispersa en ríos y
playas, sin pueblos.
- Provincia de Micay, 382 indios. Abarca las cuencas de los ríos Micay, Saija,
Timbiquí, Guajuí, Napi, Guapi. Con 14 minas, dos pueblos de reducción y
población dispersa.
- Cumplido este objetivo más económico que evangélico, la Corona detiene las
expediciones y entradas armadas. De allí en adelante no se extendería más la
conquista del Chocó.
- Por huida de la deportación y fuga del cautiverio, en las partes más altas e
inaccesibles de los cursos de agua ocurre, desde el siglo XVII hasta la República y
mediante el cimarronismo de aborígenes, una recomposición territorial y
productiva de sus hábitats y comunidades.
c) Episodios muy elocuentes del fracaso militar son los sucesivos intentos de
fundaciones urbanas de españoles, desde Santa María del Daríen (hacia 1515)
hasta La Buena Ventura (1540); Agreda (1541), Madrigal (1544), Ecija (1584),
todas en la cuenca del Patía; Toro (1573), San Agustín de Avila en 1596 (según
R. West, 1956), Santa María de Barbacoas hacia 1616 (desplazada en 1627 y
nuevamente hacia 1750 según F. Jurado) e incluso San Juan de Castro (cercana
de Toro) en 1635. En este último caso se revela la desmesurada pretensión
conquistadora. Una tardía expedición militar de cartagueños funda (en las
vecindades de la futura Nóvita) una efímera ciudad con sus veinte pobladores y
solicita de la Corona una jurisdicción que abarca la mitad sur del actual Chocó.
Pretendía un dominio que incluía la casi totalidad de las cuencas del San Juan y
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del Baudó, de las cuales los fundadores ignoraban su extensión, e incluso su
existencia.
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plusvalía y el inicio de las primeras fortunas que se transforman luego en capital
de inversión, con el cual se posibilita la compra de esclavos. Por lo tanto:
- Para lograr una mayor veracidad y precisión en los análisis de tipo sociológico,
es necesario reconocer e incorporar el temprano y muy documentado mestizaje
afro-aborigen.
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La zona de Barbacoas dispone de un puerto en la ensenada y la isla de Tumaco,
conectados por un sendero y arrastradero terrestres entre las minas y el mar: una
trocha une las áreas mineras con Pasto. En la región minera del Raposo el camino
de Cali se prolonga hasta el puerto – entonces fluvial – de La Buena Ventura. Más
al norte la vía fluvial del río San Juan es la ruta de los mineros (cartagueños,
payaneses y caleños) de Nóvita, hasta el puerto (ilegal) de Charambirá. En la
cuenca del Atrato un camino conecta los ríos Arquía y Bebará con el valle de
Urrao y Santa Fe de Antioquia.
Pero el oro tiene sus lugares y las labranzas otros lugares. El dueño tiene que
dividir la cuadrilla; asigna labores distintas, en lugares diferentes. Así se llega a la
división laboral entre esclavos de minas y esclavos de platanares. Con eso el
hábitat minero se dilata, se divide, y también se dispersa, pero en las
inmediaciones del Real.
Asimismo, con la libre circulación del trabajador entre los cortes, los rastrojos y el
rancherío, el amo va perdiendo el control absoluto del esclavo. Fenómeno con el
cual se afloja el dominio espacial de la mano de obra agrícola, y así surgen
perspectivas nuevas de las cuales va brotando el liberto. El esclavo minero de
cuadrilla se convierte en labrador estanciero relativamente libre, aunque en tierras
ajenas. Los esclavos de rozas y platanares adquieren una obligada libertad de
circulación en los múltiples colinos de taludes distantes de la mina. Acceden,
mediante la agricultura, a una libertad parcial, y configuran luego el embrión del
campesinado neoafricano que tendría en adelante una notable expansión en toda
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la región. Este es el origen colonial y minero, del campesinado afro-aborigen del
Pacífico.
En la mitad norte los valles del Atrato y del San Juan, las terrazas ribereñas,
secas y cultivables están con frecuencia bañadas por las crecientes. En la costa
alta del Baudó existen numerosas playas, cada una con un hinterland aluvial
plano y muy fértil, pero con escasa extensión.
d) Diversas formas de expulsión originan las migraciones, como son las ventas
de las propiedades mineras coloniales por los herederos de los amos. La política
de concesiones mineras de fines del siglo XIX y principios del siglo XX y sus
leyes, actúan a favor de los latifundistas mineros y éstos venden los placeres
donde habían perdido el control, a sociedades extranjeras. Eso ocurre con las
minas de Iscuandé y de Timbiquí, de Bagadó, del Cajón y del Sipi, de Condoto y
Andagueda, de Istmina, Tadó y Nóvita. Igual ocurre con minas de Dagua, del
Calima, del Anchicayá y del Raposo, tituladas por comerciantes enriquecidos y
enseguida negociadas con empresas francesas, inglesas o yanquis. En todos los
lugares estos negocios generan disputas y reclamos culminando muy a menudo
con el desalojo de los campesinos-mazamorreros.
e) Es de observar esta paradoja que desde el siglo XIX, tanto en las costas del
sur y las comarcas de Timbiquí o Barbacoas, como en el alto San Juan y el alto
Atrato, lo mismo que en el Raposo, es de las veredas mineras más prósperas,
más prometedoras y de mayor codicia; tanto así que salieron más habitantes
emigrando hacia otras áreas. La emigración no se da en zonas económicamente
deprimidas sino por el contrario en aquellas supuestamente más favorecidas por
sus recursos. El análisis de la relación espacio-demografía y del régimen
imperante de propiedad latifundista, explica la aparente contradicción.
Poco a poco los colonos van ocupando los valles del Atrato, del San Juan, del
Baudó, del Patía. Se establecen en la parte baja de todas las cuencas fluviales
donde desarrollan una agricultura con un patrón de finca familiar de vegas y
taludes, en una sucesión de unidades configurando una calle larga: topónimo
muy frecuente para designar una colonia en su etapa finquera. Y finalizando el
siglo XIX, activado por la demanda externa de maderas, del caucho, del níspero y
de la tagua, el poblamiento llega a las playas marítimas donde los colonos
recolectores se sedentarizan y desmontan las llanuras del hinterland costero. De
este episodio histórico de colonización popular selvática, surge un campesinado
del Pacífico con personalidad propia.
En todas las comarcas y aldeas rurales observadas, el dominio legal del ámbito
natural vital se origina en el trabajo de desmonte selvático, en zonas que – según
el Estado – son propiedades nacionales, o con antiguos títulos obsoletos o
vencidos. Igual sucedió a lo largo del siglo XIX en la Provincia de Novita, así
como en la Provincia de Citará, en el Bebará, en el Atrato y el San Juan, en el
Cajón, en Sipí o Istmina, en Barbacoas y en Timbiquí; asimismo en las llanuras
costeras.
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Algo parecido se puede decir del moderno platanar campesino, del talud de
orillas y del minifundio disperso (Gutiérrez y Pineda, 1986), descendientes
directos de los derechos de tierras, de rozas y platanares del siglo XVIII. Hay
continuidad desde la formación espacial minera del siglo XVIII, hasta la formación
espacial de colonización agraria que persiste hasta hoy; en el modo de ocupación
y explotación del suelo mediante la multiplicación de predios dispersos alineados
en franja estrecha sobre el dique aluvial formado por el talud del río. Es hoy
tradicional el modelo de desmonte y siembra mediante el minifundio esparcido,
conservando vigencia desde la época de los rastrojos y platanares de los
mineros esclavistas. Completado por la aparición de sistemas aldeanos
articulados, este modelo sigue vigente en los hábitats del campesinado afro-
aborigen.
k) Mientras abortaban los proyectos urbanos exógenos, desde fines del siglo XIX y
como adecuada respuesta ajustada a los imperativos de la misma vida, en toda la
región brotaban de las prácticas sociales miles de caseríos endógenos. En medio
del bosque y entre los troncos derribados iban creciendo troncos humanos; y de
éstos nacían tallos y ramas. Al mismo tiempo surgía, del proceso social y de los
mismos moradores, un patrón pre-urbano (o proto-urbano) de poblamiento: la
peculiar aldea lineal-parental que iba a dar de manera durable su propia
personalidad espacial a las sociedades fluviales y costeras del Pacífico.
Se parte del postulado – por cierto ampliamente comprobado – que a lo largo del
siglo XX, la urbanización de la población es el fenómeno demográfico y territorial
de mayor trascendencia en la sociedad y la nación colombianas. No obstante, en
el Pacífico el proceso y el hecho urbanos sólo se manifiestan tardíamente.
Asimismo, aunque inscritos en un fenómeno histórico y social de dimensión
nacional, los centros urbanos son distintos en su origen y trayectoria, al proceso
urbano central.
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Las pequeñas sociedades aborígenes de comunidad doméstica eran exentas de
ciudades. Su poca población estaba dispersa, sus sistemas y redes de
intercambio operaban sin centros de mercadeo, su auto gobierno funcionaba sin
centros – tangibles – del poder. La carencia de estos atributos tradicionales de
centralización, hacía innecesaria la ciudad.
La ciudad de conquista fundada por decreto Real, era una quimera nacida de la
codicia y se quedó en una hoja de papel: no podía ser más que frustrada, efímera
y derrotada. No se conoce caso alguno de una fundación consolidada y
persistente hasta nuestros días.
Luego los mecanismos de dilatación del conjunto urbano por densificación in situ,
desintegraron un núcleo central inicial antes de que lograra su propia articulación y
consolidación. Saturados por una mezcolanza de casas y negocios de toda clase,
los ámbitos originales alcanzaron máximas densidades residenciales y
comerciales, donde prosperaron múltiples incendios destructores. Mientras tanto,
iban creciendo en su vecindad y en forma de coronas unos conglomerados semi-
urbanos disputados a las aguas, vagos e indeterminados, esparcidos e inconexos,
atomizados en una topografía adversa; antagónica con cualquier intento para
lograr la unidad de sitio.
BIBLIOGRAFÍA
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WEST, Robert. Pacific lowlands of Colombia. Louisiana State University, Baton
Rouge, USA, 1956.
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