POBLAMIENTO Del Pacifico Jacques Aprile-Gniset

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NOTAS SOBRE LA TRAYECTORIA DEL POBLAMIENTO

DEL PACÍFICO

Jacques Aprile-Gniset 1

INTRODUCCIÓN

Las fuentes documentales  tanto literales como cartográficas  y las evidencias


arqueológicas, nos enseñan que en la región del Pacífico la organización socio-
territorial moderna es el producto de varias fases enlazadas de poblamiento,
presentando cada etapa su modo peculiar de organización social y productiva del
espacio vital.

Nuestras labores lograron identificar distintos fenómenos que permiten afirmar la


originalidad de las diversas formaciones socio-espaciales, destacando sus
peculiaridades y rasgos más notables. Asimismo evidencian múltiples situaciones
geográficas, históricas y humanas que conllevan a la idea de un continuo histórico
de gran diversidad.

En los límites de un corto artículo de síntesis, estas anotaciones sólo apuntan


hacia la caracterización de algunos periodos esenciales para la comprensión del
proceso de poblamiento. Resumidos en forma muy apretada, a continuación se
señalan unos rasgos que singularizan las sociedades y ámbitos de las diferentes
formaciones socio-espaciales identificadas . 2

LAS FORMACIONES SOCIO-ESPACIALES ABORÍGENES

En el proceso de poblamiento vernáculo aborigen, es procedente separar épocas


como:

1. Aquellas épocas muy antiguas que configuran un dilatado periodo, las cuales
sólo suministran alguna información, fragmentaria y territorialmente dispersa, y
unos escasos hallazgos de la arqueología moderna. No obstante, y referido a su
extensión territorial, se comprueba que:

- Tanto la literatura del siglo XVI como su cartografía, y por igual los
hallazgos cotidianos de los moradores y las escasas labores arqueológicas,
1 Arquitecto Urbanista, Profesor Titular de la Universidad del Valle (jubilado). Vinculado al Centro
de Investigaciones CITCE de la Universidad del Valle.
2 Los lectores interesados en superar el carácter esquemático de esta breve ponencia, pueden
consultar en Colciencias (Código 1106-13-619-95) los informes finales originales, completos y
detallados. Algunas proposiciones y tesis aquí formuladas en pocas palabras, tienen su extenso
apoyo factual en dichos documentos.
evidencian un poblamiento prehispánico generalizado y de larga duración,
desde Panamá hasta Ecuador.

- Las sociedades indoamericanas se asentaban en numerosas playas del


litoral, ocupaban incluso unas islas costeras (Gorgona, Tumaco y Palmas,
por ejemplo), y se establecieron a lo largo del curso bajo y medio de todos
los ríos de la región.

- Las huellas indican un reducido volumen demográfico, una baja densidad


territorial, y un predominio del poblamiento disperso.

- En ciertos lugares se hallan vestigios de pequeñas agrupaciones


residenciales en asentamientos multihogareños.

- Por el contrario, nunca encontraron hasta hoy huellas que indicaran la


presencia de grandes concentraciones humanas o de núcleos compactos
de alta densidad.

- No se conocen restos que indiquen la existencia de localidades de


configuración urbana.

- No se hallaron obras de ingeniería de transporte  caminos, puentes,


drenajes  en las que se hubiesen usado materiales líticos.

- La comarca de las tolas, en el sur y hasta la frontera con Ecuador,


evidencia la existencia precolombina de una sociedad de cierto volumen
poblacional, de mayor desarrollo tecnológico y artístico; de este último es
testimonio su abundante producción escultórica de barro y de arcilla. Según
los arqueólogos, a unos tres mil años (1.200 años antes de nuestra era) se
remonta esta cultura Tumaco (E. Barney Cabrera). Pero de ella nada
subsistía en el siglo XVI entre las comunidades campesinas Awa-Kwaiker
(B. Cerón Solarte). Es de observar que en las demás comarcas de la
región, por carencia de trabajos arqueológicos tecnificados, no se ha
llegado a fechar los asentamientos detectados.

2. La situación de los hábitats en los siglos XVI y XVII, según las pocas notas
referidas por los cronistas de la conquista del Chocó y de lo que llamaron las
Barbacoas, solo atestiguan:

- La comprobación de los hallazgos arqueológicos.

- La persistencia de numerosas etnias distribuidas en toda la franja del


Pacífico entre el mar y las faldas cordilleranas.

- El predominio del hábitat familiar disperso.


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- Una nuclearización multihogareña con agrupaciones que  al parecer 
nunca pasan de cinco viviendas: tamaño y modelo de agrupación
residencial que señalaron los cronistas del siglo XVI y sus compiladores.
Según Herrera, “No había pueblos grandes en estas provincias, sino que
cada principal tenia tres o cuatro casas juntas con su gente; cada uno,
adonde sembraba, tenía la suya”.

- Nada permite medir el volumen demográfico de la región en aquellos


tiempos (Romoli, 1975 -1976).

3. Los ámbitos de migraciones y traslados del periodo colonial:

- Ante los reiterados operativos militares de los siglos XVI y XVII, se produce
un repliegue desde la costa hacia los ríos costeros; en los valles anchos
opera con retroceso desde los ríos principales (Atrato y San Juan por
ejemplo) hacia las quebradas y riachuelos selváticos.

- Las entradas militares tienen como resultado la captura de aborígenes, su


deportación y venta como esclavos a los encomenderos de Cali y Popayán.
Esto origina un despoblamiento en las áreas agredidas. Sin embargo, es
de anotar que no se conocen, para la región, las acostumbradas crónicas
elogiosas de prestigiosas hazañas militares; por lo tanto, nada permite
suponer un exterminio masivo de la población nativa. Por el contrario, los
informes oficiales evidencian el prolongado éxito de la resistencia armada y
la derrota de todas las expediciones militares hasta principios del siglo XVII
en la costa sureña y hasta 1680-1690 en los ríos San Juan y Atrato.

- Hábitats de deportación y cautiverio de fines del siglo XVII en el marco de la


encomienda. Éstos son algunos raquíticos rancheríos de doctrina que
surgen tardíamente, hacia el final de la institución. En el transcurso del siglo
XVIII se fortalecen los enclaves mineros con población aborigen capturada
manu militari en sus hábitats fluviales y deportados hacia los placeres en
explotación.

- Hábitats de trabajo forzado en las primeras minas, etapa y mecanismo de la


acumulación originaria del capital. Luego, con la generalización de la
minería esclavista con mano de obra africana, a la población autóctona se
asignan labores de apoyo a la producción: suministros de víveres,
transporte fluvial y terrestre, labrado de canoas, construcción de chozas
para cuadrillas, etc.

- Hacia fines del siglo XVIII, inscritas en los ámbitos de la economía minera,
se configuraron unas cortas aldeas de deportación y servidumbre,
conocidas como reducción y pueblo de indios. En algunos centros
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mineros principales, por ejemplo Barbacoas, Citará, Tadó o Nóvita,
conforman un barrio de la localidad adyacente, aunque separado.

- En ámbitos selváticos, las rochelas (o ladroneras) de fugitivos aborígenes


anteceden cien años el palenque de esclavos africanos.

Los censos realizados en 1778 por la administración colonial y que registran la


población conocida y administrada indican, para las Provincias del Chocó:

- Provincia de Nóvita, abarcando el río San Juan (Nóvita, Tadó, Noanamá,


Brazos, Sipí, Juntas, Baudó, Cajón) con 32 minas principales (40 según
otro censo), y con cinco pueblos de indios sumando 1659 individuos de
ambos sexos.

- Provincia de Citará, abarcando el río Atrato (Quibdó, Lloró, Chamí, Beté,


Bebará, Murrí, Pavarandó), con 23 minas principales (21 según otro censo),
y con siete pueblos de indios sumando 3755 habitantes de ambos sexos.

Esto da un total, para la región norte, de 5414 individuos.

En la comarca central llamada Provincia del Raposo, abarcando los curatos de


Dagua, Calima, Raposo y Yurumanguí (incluyendo el Cajambre y el Naya), con 16
minas, se registran 492 indios radicados en dos pueblos (La Cruz y Raposo) y
otros lugares.

Para las Provincias del Sur, el padrón de 1797 indica un total de 1798 indios así
localizados:

- Ciudad de Barbacoas, 30 minas fluviales y cinco pueblos de indios con 512


moradores.

- Ciudad de Iscuandé, sin minas denunciadas pero con lavaderos de oro corrido
de vecinos libres: 398 indios. La población nativa se halla dispersa en ríos y
playas, sin pueblos.

- Isla de Tumaco, posee cinco minas fluviales, la población aborigen (506


personas), vive esparcida a las orillas de los ríos.

- Provincia de Micay, 382 indios. Abarca las cuencas de los ríos Micay, Saija,
Timbiquí, Guajuí, Napi, Guapi. Con 14 minas, dos pueblos de reducción y
población dispersa.

Tanto las cifras como las localizaciones evidencian:

- A la resistencia del campesinado americano ante la invasión, se debe la derrota


militar española durante más de un siglo.
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- Contrasta la inmensidad de la región con la reducida extensión insular de las
áreas ocupadas y dominadas, que sólo configuran pequeños enclaves en medio
de extensos territorios libres de presencia española.

- Cumplido este objetivo más económico que evangélico, la Corona detiene las
expediciones y entradas armadas. De allí en adelante no se extendería más la
conquista del Chocó.

- No obstante, la Corona realizó un viejo sueño y controla todas las partes


medianas y auríferas de los ríos, logrando poco a poco el establecimiento de unos
cien reales mineros. Éstos operan en sus inicios con mano de obra capturada y
deportada de esclavos aborígenes. Esta etapa de la acumulación originaria del
capital, posibilita la compra posterior de esclavos africanos y el consiguiente
ensanche de los distritos mineros.

- La escasa población aborigen cautiva, que sumaba menos de 10.000 individuos,


sometida y administrada por la Corona, sacerdotes o mineros, a todas luces no es
sino una mínima parte de la población vernácula, siendo muy superior la población
libre que vivía en las rochelas selváticas.

- Por huida de la deportación y fuga del cautiverio, en las partes más altas e
inaccesibles de los cursos de agua ocurre, desde el siglo XVII hasta la República y
mediante el cimarronismo de aborígenes, una recomposición territorial y
productiva de sus hábitats y comunidades.

- Muy a menudo, en estos hábitats-refugio conviven en forma solidaria y bi-étnica


indígenas autóctonos y descendientes de africanos.

4. Las áreas postcoloniales de traslado, activadas por el avance y la colonización


selvática del campesinado de ascendencia africana. Como consecuencia, durante
los siglos XIX y XX opera una retracción territorial de los hábitats indoamericanos.

5. Las tendencias modernas y actuales de expansión de las comunidades, de


ampliación de los resguardos y de nuclearización de la población en pequeñas
aldeas fluviales de taludes y mesetas que oscilan generalmente entre 10 y 100
hogares.

Es de destacar el hecho de que algunos rasgos socioculturales de las micro


sociedades campesinas de los libres, poco se diferencian de aquellos que se
pueden observar hoy en las áreas de las comunidades agrícolas aldeanas
embera o waunana de los ríos San Juan, Baudó, Dubasa, Chorí, Nuquí, Panguí,
Boro Boro y otros. Pues sus pautas de asentamiento y de manejo de los medios
naturales de producción, así como algunos rasgos de su organización
comunitaria, basada en vínculos de parentela, son similares.
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Otros ejemplos de esta similitud son:

- La tendencia moderna de nuclearización en aldeas del campesinado


neoafricano, que opera de manera parecida en las comunidades agrícolas
waunana y embera.

- Crece y se desarrolla la aldea de resguardo a partir de la capacidad


reproductora de las parejas gestoras, igual de lo que ocurre en el caserío del
campesinado neoafricano.

- La toponimia del lugar, también puede originarse en el apellido del pionero y


fundador.

- Si bien persisten pequeñas agrupaciones aisladas en mesetas de quebradas, y


de trazado sobre planta circular, las más recientes aldeas neo-aborígenes
fluviales adoptaron el modelo de localización y el diseño basados en el trazado
lineal ribereño.

- Referido a la vivienda, hay unas pocas variaciones en la concepción del tambo.


Éstas se derivan de la localización de los asentamientos y de las condiciones
climáticas de los lugares, y por ende de los recursos de construcción disponibles.
El tambo autóctono de finca sigue construido sobre doble planta circular (de piso
y de cubierto). El tambo aldeano intervenido por influencias foráneas (los
vicariatos) tiende a la planta cuadrada de piso con un entramado de pilotes en
hileras, y a una estructura de cubierta semicircular, o con cuatro aguas; a veces
presenta cierres parciales de paredes exteriores, ganando privacidad y perdiendo
iluminación y ventilación internas. Con lo anterior s evidencia que el tambo no
carece de evolución y no es un modelo petrificado en el tiempo. Por el contrario,
tiene su propia dinámica y presenta varias adaptaciones; por lo tanto ofrece una
amplia gama tipológica.

- Estas aldeas se integran a un poblamiento disperso en sistemas de cuencas.

En definitiva, podemos decir que en un mismo ámbito territorial regional, y en el


mismo período, se encuentran dos trayectorias sociales distintas que involucran
dos grupos étnicos diferentes, que sorpresivamente presentan en sus hábitats
algunas expresiones similares. No obstante, en las últimas décadas la antigua
unidad social del campesinado se encuentra atravesada y alterada por su
pertenencia étnica. Con el crecimiento demográfico moderno, vuelto vital para
todos su dominios, en ciertas áreas el espacio productivo, antiguamente extenso y
superior a las demandas de supervivencia, ya es inferior a éstas. Por eso hoy
existen cuencas fracturadas y en disputa, donde el antiguo espacio compartido
se tornó espacio partido; pasó de solidario y unificador de un mismo
campesinado, a un espacio disputado y desintegrador de grupos étnicos. Un
hábitat antes común y compartido entre dos etnias, ahora es dividido en dos
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territorios que las separa. Esta conciencia de los territorios con determinada
hegemonía étnica, adquiere rostro político con las recientes intervenciones
estatales - algo contradictorias y conflictivas - sobre ampliación de resguardos y la
Ley 70 de las negritudes.

Esta sencilla reseña evidencia un movimiento continuo durante unos quinientos


años, con traslados sucesivos. La inestabilidad y la mudanza, con atomización de
los hábitats y su retracción territorial, caracterizan el proceso de poblamiento
aborigen desde el siglo XVI hasta hoy. Con este tránsito obligado y continuo, bien
sea por huida, destierro o deportación, hoy no existe en toda la región ninguna
comunidad aborigen radicada en los sitios que fueron hábitats de sus ancestros.

LA FORMACIÓN SOCIO ESPACIAL ESCLAVISTA Y MINERA

Son de señalar aquí:

a) El carácter históricamente tardío y territorialmente muy reducido de lo que llamó


la Corona la conquista del Chocó. Son de recalcar sus pobres resultados
económicos iniciales en oro de rescate; es decir, de oro labrado conseguido por
robo y despojo de sus mismos usuarios.

b) El fracaso inmediato y prolongado, en toda la región, de la política de


conquista basada en la encomienda de los aborígenes y su reducción en pueblos
de indios. Ambas instituciones fracasan tanto por el bajo volumen demográfico
como por la dispersión geográfica del campesinado, y desde luego por su
temprano y luego persistente cimarronismo selvático.

El palenque de fugitivos africanos de las minas, hábitat selvático y regado, no es


más que la adopción del modelo espacial de poblamiento clandestino promovido
con anterioridad por los cimarrones aborígenes huidos, primero de las
expediciones militares, luego de las encomiendas y posteriormente de los lugares
de deportación colectiva llamados pueblos de indios.

c) Episodios muy elocuentes del fracaso militar son los sucesivos intentos de
fundaciones urbanas de españoles, desde Santa María del Daríen (hacia 1515)
hasta La Buena Ventura (1540); Agreda (1541), Madrigal (1544), Ecija (1584),
todas en la cuenca del Patía; Toro (1573), San Agustín de Avila en 1596 (según
R. West, 1956), Santa María de Barbacoas hacia 1616 (desplazada en 1627 y
nuevamente hacia 1750 según F. Jurado) e incluso San Juan de Castro (cercana
de Toro) en 1635. En este último caso se revela la desmesurada pretensión
conquistadora. Una tardía expedición militar de cartagueños funda (en las
vecindades de la futura Nóvita) una efímera ciudad con sus veinte pobladores y
solicita de la Corona una jurisdicción que abarca la mitad sur del actual Chocó.
Pretendía un dominio que incluía la casi totalidad de las cuencas del San Juan y

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del Baudó, de las cuales los fundadores ignoraban su extensión, e incluso su
existencia.

d) Este persistente fracaso se debe al equivocado patrón de poblamiento


establecido por la Corona. Esta pretendía voltear el proceso natural de nacimiento
de la ciudad, la cual no se consideraba como el parto final de una lenta gestación
socio-económica territorial previa, sino como generadora de esta. Se fundaba de
entrada con tropa, lo que sólo podía nacer de un campesinado, al final del
proceso. Las ciudades fugaces de los conquistadores del Pacífico desaparecieron
por ser artificiales e inútiles.

e) Con una progresión lenta en la región, la presencia colonialista española sólo


adquiere cierta consistencia y homogeneidad, y una personalidad territorial a lo
largo del siglo XVIII. Esto queda de manifiesto en varios informes y relaciones de
la Gobernación de Popayán hacia 1770-1797. Algunas cien minas - anteriormente
mencionadas configuran las unidades de poblamiento territorial. Éstas se
caracterizan por su reducida extensión de tipo insular, o de enclaves si se prefiere.
El patrón de poblamiento minero colonial y esclavista es espacialmente
discontinuo, intensivo, concentrado y de alta densidad demográfica.

f) La mina es un conglomerado de sitios cercanos, articulados y de tránsito diario,


conformados por la casa del dueño o del capataz, el rancherío de los esclavos,
los frentes de trabajo (cortes) y los entables de trabajo y procesamiento (represa
de aguas, canalones, etc); y en las inmediaciones los rastrojos y platanares de
taludes secos que proveen la alimentación básica de la mano de obra. A veces se
completa este conjunto con algunos tambos de aborígenes.

g) Los archivos notariales (y particularmente las testamentarias) revelan la


configuración espacial de un hábitat esclavista (o complejo minero) del siglo
XVIII. Visto desde los postulados del materialismo histórico como formación
socio-espacial, el modelo minero esclavista de amoblamiento territorial se
distribuye en tres categorías de poblamiento residencial y laboral: los ámbitos de
cortes, entables y rancherío de esclavos, las rozas y platanares, los pueblos de
indios. De la distancia entre ellos y del modo de articulación de estos
componentes, resulta el complejo socio-espacial minero y su manejo. Éstos
configuran un triángulo articulado, con elementos indisociables que el poder
pretende artificialmente segregar y aislar, cuando la misma vida los relaciona en
las prácticas sociales cotidianas.

h) En su primera etapa la minería colonial, bien sea en el Raposo o en la


provincia de las barbacoas, funciona con esclavos aborígenes capturados
mediante incursiones militares y deportados. En toda la región, durante el siglo
XVI y principios del siguiente, inicialmente y en los primeros Reales, la mano de
obra esclavizada es nativa, y no africana. En este sentido, la acumulación
originaria del capital opera de manera clásica por agresión, captura, despojo y
deportación de la población original. Su trabajo forzado es el origen de la

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plusvalía y el inicio de las primeras fortunas que se transforman luego en capital
de inversión, con el cual se posibilita la compra de esclavos. Por lo tanto:

- Los estudios de la esclavitud minera no pueden limitarse al componente


africano e ignorar que en los enclaves mineros hay una fuerte presencia de los
naturales sometidos a la servidumbre.

- Para lograr una mayor veracidad y precisión en los análisis de tipo sociológico,
es necesario reconocer e incorporar el temprano y muy documentado mestizaje
afro-aborigen.

- En la etapa de consolidación de la minería se da una división del trabajo entre


esclavos africanos comprados y siervos nativos presos. Estos últimos viven en la
mina o en sus inmediaciones en condición de encomendados, formando o un
pueblo de indios o un curato administrado por la Iglesia, en beneficio del minero.
Es fuerza laboral asignada a tareas de tipo logístico, agricultura y suministro de
víveres, construcción de canoas o del rancherío, transporte fluvial de trochas
terrestres.

Mientras tanto, el alto valor comercial del esclavo y su costo de mantenimiento,


implican para el amo las consideraciones de rentabilidad, productividad,
plusvalía; las cuales originan su dedicación exclusiva a las labores extractivas.
Recordemos que tanto en los inventarios de bienes como en las testamentarias
(bien sean de haciendas latifundistas o de minas), los esclavos representan
siempre el capital principal, alcanzando hasta un 90 % del total. (Colmenares,
1973-1979, Mosquera, 1996).

En síntesis, existe una planificación espacial, con asignación de lugares a la


división técnica, laboral, social y étnica del trabajo.

i) Desde sus inicios, en el siglo XVII, la mina esclavista es hábitat de esclavos y


de siervos, y por lo tanto un núcleo biétnico donde conviven americanos y
africanos. En estas condiciones surge un temprano mestizaje biológico y el
neoafricano. Esta simbiosis activa el desarrollo demográfico de las fuerzas
productivas y posibilita el desenvolvimiento paulatino del segmento étnico-laboral
mestizo no sujeto a servidumbre, o sea los libres. Es decir que con el mestizaje
se da una previa acumulación originaria de fuerzas productivas que impulsaría
luego la constante dilatación del espacio regional vital.

j) Los principales y más adinerados dueños de minas tienen residencia fija en


lejanas ciudades de españoles. Unas trochas selváticas de suministro de
bastimentos y de sentido este-oeste trasmontan la cordillera para conectar estas
localidades (Pasto, Popayán, Cali, Buga, Cartago, Anserma, Santa Fe de
Antioquia) y sus haciendas agrícolas, con las zonas mineras. Este patrón mina-
hacienda corresponde al modelo analizado y expuesto por Germán Colmenares.

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La zona de Barbacoas dispone de un puerto en la ensenada y la isla de Tumaco,
conectados por un sendero y arrastradero terrestres entre las minas y el mar: una
trocha une las áreas mineras con Pasto. En la región minera del Raposo el camino
de Cali se prolonga hasta el puerto – entonces fluvial – de La Buena Ventura. Más
al norte la vía fluvial del río San Juan es la ruta de los mineros (cartagueños,
payaneses y caleños) de Nóvita, hasta el puerto (ilegal) de Charambirá. En la
cuenca del Atrato un camino conecta los ríos Arquía y Bebará con el valle de
Urrao y Santa Fe de Antioquia.

k) Hacia fines de la ocupación española y hasta la abolición de la esclavitud, se


observa el surgimiento de otro patrón de explotación. Activado por la penetración
del sector mestizo, se caracteriza por su origen social popular y plebeyo, y un
salpullido de pequeñas minas operando con reducidas cuadrillas. Muy a menudo,
éstas no pasan de una familia de esclavos, dedicados a la explotación minera y a
labores agrícolas de pancoger para su propio sustento.

l) A la visión territorial estrecha del Real estrictamente minero que caracteriza el


enfoque historiográfico tradicional, pudimos agregar los rastrojos y platanares.
Éstas permiten entender otras configuraciones espaciales complementarias de la
mina, la incipiente libertad de circulación de los labradores en sus inmediaciones,
y por consiguiente aclaran unas circunstancias históricas del temprano nacimiento
de un campesinado libre de selva tropical.

Vale destacar que la contradicción de la explotación esclavista radica en el hecho


de que el alto precio del esclavo obliga a buscar su máximo rendimiento laboral en
la extracción del metal; pero que su sustento obliga a sustraer tiempos dedicados
al cultivo y suministro de víveres. El dueño de la mina tiene que resolver esta
contradicción: para cosechar oro hay que sembrar plátano. La productividad del
corte entra a depender de la producción agrícola.

Pero el oro tiene sus lugares y las labranzas otros lugares. El dueño tiene que
dividir la cuadrilla; asigna labores distintas, en lugares diferentes. Así se llega a la
división laboral entre esclavos de minas y esclavos de platanares. Con eso el
hábitat minero se dilata, se divide, y también se dispersa, pero en las
inmediaciones del Real.

Asimismo, con la libre circulación del trabajador entre los cortes, los rastrojos y el
rancherío, el amo va perdiendo el control absoluto del esclavo. Fenómeno con el
cual se afloja el dominio espacial de la mano de obra agrícola, y así surgen
perspectivas nuevas de las cuales va brotando el liberto. El esclavo minero de
cuadrilla se convierte en labrador estanciero relativamente libre, aunque en tierras
ajenas. Los esclavos de rozas y platanares adquieren una obligada libertad de
circulación en los múltiples colinos de taludes distantes de la mina. Acceden,
mediante la agricultura, a una libertad parcial, y configuran luego el embrión del
campesinado neoafricano que tendría en adelante una notable expansión en toda

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la región. Este es el origen colonial y minero, del campesinado afro-aborigen del
Pacífico.

m) En las últimas décadas de la ocupación española, algunas cien minas, los


centros administrativos comarcales (Barbacoas, Quibdó, Nóvita, Lloró, Tadó) y
una docena de reducciones con algunos hogares y tambos constituyen lo
esencial del poblamiento territorial colonial. Son de agregar los puertos fluviales -
vistos como fondeaderos ocasionales - como son La Buena Ventura, Guapi e
Iscuandé, o marítimos (Tumaco, Charambirá). Se circula entre el interior y las
áreas mineras o el litoral mediante caminos trasmontanos para transporte al
hombro por cargueros, con escalas de descanso que son cortos rancheríos de
libres también llamados ventas y tambos; completan este sistema algunas
trochas selváticas interfluviales. Estos componentes constituyen lo esencial del
amoblamiento espacial de la formación socio-económica minera, en una región
del Pacífico que hacia 1778-1797, de norte a sur, entre mar y cordillera, no
pasaba de unos 33.457 habitantes, registrados y bajo administración (Juan
Jiménez Donoso, Diego A. Nieto).

n) El ocaso de la formación socio espacial esclavista, a principios del siglo XIX,


significa que no pudo superar sus contradicciones internas y escapar de su
condena histórica; factores que generaron las condiciones para su extinción y el
paso a la etapa siguiente, la cual perdura hasta nuestros días.

LA FORMACIÓN SOCIO ESPACIAL DE COLONIZACIÓN AGRARIA

Tres postulados enmarcan este apartado:

1. En trabajos anteriores hemos llegado a la conclusión que en Colombia todo


fenómeno de poblamiento y desarrollo de un hábitat nuevo, y desde luego los
conflictos que experimenta éste en su ascenso hacia la categoría de territorio,
debe elucidarse indagando la manera cómo se generó en otro lugar un excedente
demográfico, y luego una descompresión en dicho lugar, mediante la salida de
unas corrientes de migraciones y una intensa circulación humana. Con este
enfoque, se facilita la comprensión de la relación estrecha entre el desarrollo
demográfico y el poblamiento de nuevos hábitats.

2. La colonización de tierras es categoría de la historia territorial, social y agraria


del país. En este trabajo se acepta la definición convencional de colonización
agraria y de colono, usada por la historiografía colombiana y los geógrafos. Por
lo tanto, la colonización agraria del Pacífico se inscribe en un fenómeno general
de dimensión socio-territorial nacional; pero presenta unas peculiaridades
regionales que le otorgan una identidad propia y cierta singularidad. De hecho, el
análisis histórico evidencia que si bien el poblamiento del Pacífico se integra al
movimiento nacional de colonización de baldíos que se expandió durante el siglo
XIX, presenta rasgos genuinos que lo distinguen y lo hacen singular.
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3. La intensidad de la colonización sería acorde con la disponibilidad de tierras.
En la franja fluvial o marítima del Pacífico los migrantes encontraron unas
escasas tierras con óptimas condiciones agrológicas. En la mitad sur, las vegas
fluviales cultivables son generalmente de poca extensión, y las tierras bajas
costeras están sometidas a la dictadura de las mareas y de la salinidad. Muy
diciente resulta el hecho que en las 600.000 hectáreas del municipio de
Buenaventura, las tierras cultivadas y aptas para la producción permanente
(arroz, maíz, plátano, yuca, naidí, chontaduro, frutales, etc.) no llegan a 50.000
hectáreas; exigiendo además un ciclo rotativo de explotación.

En la mitad norte los valles del Atrato y del San Juan, las terrazas ribereñas,
secas y cultivables están con frecuencia bañadas por las crecientes. En la costa
alta del Baudó existen numerosas playas, cada una con un hinterland aluvial
plano y muy fértil, pero con escasa extensión.

En razón de estas condiciones geográficas, por doquier es sumamente baja la


capacidad de carga humana de un determinado ámbito natural. De allí un
necesario equilibrio entre el espacio proveedor de vida y supervivencia, y una
determinada densidad territorial humana, siendo siempre muy baja esta última.

De un bosquejo rápido se destacan las siguientes ideas y formulaciones:

a) La documentación evidencia la existencia durante el siglo XVIII de un asomo


de ocupación, poblamiento y colonización selvática cimarrona mediante las
rochelas. De tal modo que la colonización agraria del Pacífico durante el siglo XIX
por manumisos, no esperó la ley de abolición de la esclavitud, sino que se inició
con la gesta de cimarrones, muy visible ésta en la información documental oficial
desde 1770-1780. Pero con el acontecer histórico de la ley - siempre aplazada -
de abolición de 1851, la corriente migratoria originada en los cortes y Reales,
adquiere con la libre circulación unas posibilidades nuevas, un impulso y un ritmo
más rápido. Poco después se verifican en la documentación los efectos, entre
otros, un notable aumento de la tasa de crecimiento demográfico y una expansión
territorial de gran magnitud. En este contexto, el patrón de poblamiento sería
exactamente contrario al del periodo anterior: poblamiento continuo extensivo de
ríos y costas, y de baja densidad humana.

b) Tanto el cimarronismo colonial y sus obligados hábitats clandestinos de


palenques y rochelas, como la manumisión republicana, se dan en condiciones
de control y represión que conllevan a un retroceso, con devolución al hábitat
disperso precolonialista; modelo de asiento retomado tanto por los grupos
aborígenes como por los colonos de ascendencia africana. Éste fue el patrón
general de asentamiento atomizado que se mantuvo intacto durante el siglo XIX,
y que persiste incluso hasta hoy. Lo señala así en 1844 un documento del AHNB:
“Antes estaban congregados formando pueblos regularizados, y hoy se
hallan diseminados habitando en los márgenes de los ríos”.
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Jacques Aprile-Gniset
Lo mismo constatan, en distintos documentos, Codazzi (1853), Brisson (1895-
1899), los misioneros Merizalde (1922), Onetti (1924), Crist (1987), West (1956-
1972), Isacsson (1976), entre muchos otros.

c) Es de recordar que la ley final de emancipación, por lo demás muy tardía, si


bien liberó brazos no liberó tierras para estos brazos. La contradicción de la ley
de 1851 es que se quedó a medio camino: expropió amos pero no latifundistas.
Estos perdieron mano de obra pero conservaron la propiedad del suelo y del
subsuelo; es decir, de los medios naturales de producción. Enseguida tratan de
conservar sus trabajadores mediante la introducción de nuevos sistemas de
explotación del trabajo: el concierto, el arriendo o el terraje.

Con estas limitaciones, a mediados del siglo XIX se pasa de la esclavitud a la


servidumbre, cuando en los mismos Reales los manumisos se convierten en
terrazgueros y en arrendatarios de sus antiguos amos aferrados a sus minas. De
las tensiones, de numerosas controversias y continuos conflictos, salen corrientes
de emigración que serían la materia prima del poblamiento expansivo y agrario
en toda la región.

d) Diversas formas de expulsión originan las migraciones, como son las ventas
de las propiedades mineras coloniales por los herederos de los amos. La política
de concesiones mineras de fines del siglo XIX y principios del siglo XX y sus
leyes, actúan a favor de los latifundistas mineros y éstos venden los placeres
donde habían perdido el control, a sociedades extranjeras. Eso ocurre con las
minas de Iscuandé y de Timbiquí, de Bagadó, del Cajón y del Sipi, de Condoto y
Andagueda, de Istmina, Tadó y Nóvita. Igual ocurre con minas de Dagua, del
Calima, del Anchicayá y del Raposo, tituladas por comerciantes enriquecidos y
enseguida negociadas con empresas francesas, inglesas o yanquis. En todos los
lugares estos negocios generan disputas y reclamos culminando muy a menudo
con el desalojo de los campesinos-mazamorreros.

e) Es de observar esta paradoja que desde el siglo XIX, tanto en las costas del
sur y las comarcas de Timbiquí o Barbacoas, como en el alto San Juan y el alto
Atrato, lo mismo que en el Raposo, es de las veredas mineras más prósperas,
más prometedoras y de mayor codicia; tanto así que salieron más habitantes
emigrando hacia otras áreas. La emigración no se da en zonas económicamente
deprimidas sino por el contrario en aquellas supuestamente más favorecidas por
sus recursos. El análisis de la relación espacio-demografía y del régimen
imperante de propiedad latifundista, explica la aparente contradicción.

f) Rechazando las nuevas formas de servidumbre, es cuando la antigua mano de


obra abandona los placeres de las terrazas arcillosas y auríferas y se desliza
hacia las cercanas tierras fértiles de las planicies aluviales, iniciándose la
colonización campesina de cuencas selváticas. Por lo tanto, no es colonización
exógena sino endógena. No se trata de ir a gran distancia en busca de tierras
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Jacques Aprile-Gniset
disponibles; opera una dilatación espacial en mancha de aceite, de manera
continua desde los antiguos hábitats mineros. Más que migración, se trata de una
progresión y expansión. Y más que un sencillo traslado de un lugar a otro, lo que
ocurre es la reconversión de mineros en agricultores.

El análisis de las corrientes migratorias y sus rutas evidencia un tránsito de


sentido general este-oeste; es decir, desde tramos medios o altos de los ríos
hacia tierras bajas, incluso costeras; desde los pliegos cordilleranos hacia los
sinclinales y las llanuras del litoral. Las encuestas demuestran que desde la
abolición y hasta bien entrado el siglo XX, esta circulación no se originaba en la
búsqueda de nuevas minas de oro sino en pos de tierras desocupadas y de libre
acceso, disponibles para la colonización agrícola con rozas y colinos.

Poco a poco los colonos van ocupando los valles del Atrato, del San Juan, del
Baudó, del Patía. Se establecen en la parte baja de todas las cuencas fluviales
donde desarrollan una agricultura con un patrón de finca familiar de vegas y
taludes, en una sucesión de unidades configurando una calle larga: topónimo
muy frecuente para designar una colonia en su etapa finquera. Y finalizando el
siglo XIX, activado por la demanda externa de maderas, del caucho, del níspero y
de la tagua, el poblamiento llega a las playas marítimas donde los colonos
recolectores se sedentarizan y desmontan las llanuras del hinterland costero. De
este episodio histórico de colonización popular selvática, surge un campesinado
del Pacífico con personalidad propia.

A principios del siglo XX se verifica, en la documentación y los censos


demográficos oficiales, una expansión territorial de gran magnitud. Es decir, que
en este caso un hecho político-social dialéctico – a la vez efecto y causa –
impulsa el desarrollo de las fuerzas productivas, una ampliación de los medios
naturales de producción y una renovación social, culminando en un nuevo
modelo, visible y tangible de poblamiento territorial. El éxito de esta gesta
popular lo atestigua el hecho de que a principios del siglo XX muchas colonias se
integraron al mercado mundial con la extracción de maderas finas de exportación,
de ceras y resinas, con la comercialización de la tagua y del caucho, con la
producción del cacao o de los cocales costeros que solicita el mercado
panameño.

g) En estas circunstancias no se puede considerar la colonización como período


histórico del pasado, arcaico y superado. Es un continuo que prosigue, hoy
vigente y actuante, como persistencia de una tradición de más de dos siglos. Se
verifica esta continuidad en la eclosión permanente de nuevos asentamientos
hasta nuestros días, tanto en Cabecinegro o en Amaya (Atrato) como en Taparal,
Charambirá, Cucurrupí o Copomá (San Juan), en los ríos Raposo, Cajambre y
Mallorquín (Valle), en Guayabal como en Punta Bonita (litoral vallecaucano), en
los ríos sureños Chagüí, Mejicano, Mira o Mataje. En todos estos y otros lugares,
siguen brotando asentamientos campesinos de tipo calle larga, y aldeas de
cocales o platanares.
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Jacques Aprile-Gniset
En todos estos lugares, el reciclaje de las tierras opera por expropiación de
facto de los propietarios ausentes. Así actúa la colonización permanente y una
nueva puesta en producción de las tierras abandonadas y sin títulos. Es como la
aplicación natural, admitida y pacífica de la divisa: la tierra para quien la
necesita.

En todas las comarcas y aldeas rurales observadas, el dominio legal del ámbito
natural vital se origina en el trabajo de desmonte selvático, en zonas que – según
el Estado – son propiedades nacionales, o con antiguos títulos obsoletos o
vencidos. Igual sucedió a lo largo del siglo XIX en la Provincia de Novita, así
como en la Provincia de Citará, en el Bebará, en el Atrato y el San Juan, en el
Cajón, en Sipí o Istmina, en Barbacoas y en Timbiquí; asimismo en las llanuras
costeras.

h) La posesión de la tierra de labranzas – y más tarde del suelo residencial


aldeano – se origina en la presencia concreta del labrador y de su trabajo, y se
extiende a la totalidad de un grupo familiar: es patrimonio parental. Es una forma
de propiedad de usufructo colectivo y no individual.

Lo anterior se verifica en los muy difundidos apellidos-topónimos (la isla Mena, el


estero de Candelo). Otros usan un plural que legaliza por tradición oral, más que
una propiedad individual, una apropiación grupal de parientes. La vuelta de los
Potes, los Perea, la playa de los Murillo, el puerto de los Palacios, afirman
claramente el reconocimiento del dominio territorial adquirido mediante la
presencia activa y el trabajo de un numeroso grupo familiar gestado en el
transcurso de varias generaciones.

i) En cuanto a la tradición histórica y la continuidad, los archivos notariales


(testamentarias e inventarios de cuadrillas, por ejemplo) revelan el origen
esclavista de categorías residenciales y parentales que perduran hasta hoy. La
información documental evidencia la persistencia moderna de distintos modelos y
prácticas de organización social, arraigados en la formación socio-espacial
minera colonial. De igual forma, en la familia esclava de cuadrilla minas radica
gran parte de la explicación de la organización espacial moderna basada en
nexos de parentesco. La estructura familiar moderna de la región no procede de
lejanas y misteriosas sociedades africanas (las llamadas huellas de africanía),
sino que es producto genuino resultante de un proceso in situ; con múltiples
huellas que persisten desde las cuadrillas mineras de la Colonia.

La información de archivos indica la temprana formación de sociedades


parentales en las cuadrillas de los enclaves mineros; tendrían luego, en el curso
alto del San Juan y del Atrato, un notable desarrollo. Persisten hasta hoy en
áreas extractivas bajo el patrón de hábitats de linaje y las aldeas de
mazamorreros.

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Jacques Aprile-Gniset
Algo parecido se puede decir del moderno platanar campesino, del talud de
orillas y del minifundio disperso (Gutiérrez y Pineda, 1986), descendientes
directos de los derechos de tierras, de rozas y platanares del siglo XVIII. Hay
continuidad desde la formación espacial minera del siglo XVIII, hasta la formación
espacial de colonización agraria que persiste hasta hoy; en el modo de ocupación
y explotación del suelo mediante la multiplicación de predios dispersos alineados
en franja estrecha sobre el dique aluvial formado por el talud del río. Es hoy
tradicional el modelo de desmonte y siembra mediante el minifundio esparcido,
conservando vigencia desde la época de los rastrojos y platanares de los
mineros esclavistas. Completado por la aparición de sistemas aldeanos
articulados, este modelo sigue vigente en los hábitats del campesinado afro-
aborigen.

j) Sobre el amoblamiento espacial es de destacar aquí lo siguiente. El colono


recién llegado se dedica al desmonte y siembra de maíz o plátano, en varias rozas
abiertas en la estrecha franja seca del talud del río o de la playa. Asegurada su
subsistencia, consolidada su producción, elige para su residencia definitiva uno de
los colinos. En pocos años éste, con el crecimiento demográfico del primer hogar,
se transforma, de sitio de producción agrícola en núcleo residencial multihogares:
el platanal se convierte en caserío. En este proceso – con múltiples variantes –
radica generalmente la génesis de un modelo típico y predilecto de asentamiento
que se regaría en todos los ríos, quebradas y playas: la aldea parental de talud
alto y de forma lineal con casas dispuestas en hilera.

k) Mientras abortaban los proyectos urbanos exógenos, desde fines del siglo XIX y
como adecuada respuesta ajustada a los imperativos de la misma vida, en toda la
región brotaban de las prácticas sociales miles de caseríos endógenos. En medio
del bosque y entre los troncos derribados iban creciendo troncos humanos; y de
éstos nacían tallos y ramas. Al mismo tiempo surgía, del proceso social y de los
mismos moradores, un patrón pre-urbano (o proto-urbano) de poblamiento: la
peculiar aldea lineal-parental que iba a dar de manera durable su propia
personalidad espacial a las sociedades fluviales y costeras del Pacífico.

l) Sustituyendo el cocal o el colino, la aldea es el ámbito residencial de una


sociedad de comunidad doméstica; ésta se configuró con base en la dilatación de
una familia. En la vida cotidiana y el lenguaje, el pueblo es sitio y familia. Con la
multiplicación de los lugares observados y analizados se puede afirmar la
hegemonía del modelo físico de implantación lineal, lo mismo que su origen y
estructuración parentales. En estos asentamientos la familia es a la vez la
institución social y el eje ordenador de la articulación de los espacios
residenciales, del reparto del suelo de los solares y en general, del ordenamiento
físico-espacial.

Por su origen como labranza de patrimonio familiar, el espacio público aldeano y


los lugares sociales, prevalecen sobre los lugares individuales; lo abierto sobre lo
cerrado, lo de todos sobre lo de uno, los sitios de disfrute colectivo sobre aquellos
de apropiación personal. En otros términos, en esta fase precapitalista, la
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Jacques Aprile-Gniset
sociedad de comunidad doméstica agrícola adopta una forma igualmente
precapitalista de agrupación espacial; la comunidad aldeana. La aldea es la
respuesta pre-urbana en materia de hábitat, que corresponde a un contenido
precapitalista de producción, relaciones, intercambios y gestión política. Es
asentamiento de forma pre-urbana, ajustada a un contenido precapitalista.

m) Como se dijo, la aldea lineal fluvial o costera de origen popular espontáneo, es


el patrón tradicional y dominante de trazado, forma y organización espacial. Pero
en pequeñas cuencas fluviales de quebradas transversales con relieve
accidentado de colinas bajas, o en islas deltaicas de manglares, esta fisiografía
puede generar modelos distintos de adaptación al espacio y la topografía.
Asimismo, unas intervenciones externas (generalmente estatales o misioneras)
pueden cambiar o alterar el modelo original. En ocasiones, la presencia – siempre
tardía – del Estado tiende a introducir un reparto predial de tipo catastral basado
en la ideología dominante de la propiedad individual; es decir, con retícula urbana,
manzana ortogonal y titulación de lotes; tal como ocurrió – en distintas épocas –
en Quibdó, Ciudad Mutis, Nuquí, Puerto Merizalde o Tumaco. En igual forma la
presencia de los misioneros y su acción evangélica favorecen un trazado
transversal con eje único y su remate de perspectiva en los símbolos del mito
colocados en posición alta; patrón espacial que evoca inevitablemente aquel de
los pueblos de doctrina y pueblos de indios del interior del país.

n) Finalmente, mientras la sociedad agraria se mantiene dentro de distintos


parámetros de producción y de relaciones sociales, tanto la escasez de
protagonistas como el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el mismo
grado de desarrollo técnico para producir, no necesitan ni un centro de
intercambios, ni un aparato de gestión y control, o sea una forma incipiente del
Estado. Puede prescindir de la ciudad como centro de economía secundaria o
como centro terciario, asumiendo ella misma estas necesidades en su propio
seno. En la etapa moderna, éste es el papel de la aldea como aglutinante de la
comunidad. Tanto es así que de las miles de localidades aldeanas originadas en
la colonización agraria, no pasan de diez aquellas en tránsito – lento – hacia la
dimensión y complejidad que caracterizan los centros urbanos.

CIUDAD INÚTIL Y CIUDAD IMPOSIBLE

Se parte del postulado – por cierto ampliamente comprobado – que a lo largo del
siglo XX, la urbanización de la población es el fenómeno demográfico y territorial
de mayor trascendencia en la sociedad y la nación colombianas. No obstante, en
el Pacífico el proceso y el hecho urbanos sólo se manifiestan tardíamente.
Asimismo, aunque inscritos en un fenómeno histórico y social de dimensión
nacional, los centros urbanos son distintos en su origen y trayectoria, al proceso
urbano central.

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Jacques Aprile-Gniset
Las pequeñas sociedades aborígenes de comunidad doméstica eran exentas de
ciudades. Su poca población estaba dispersa, sus sistemas y redes de
intercambio operaban sin centros de mercadeo, su auto gobierno funcionaba sin
centros – tangibles – del poder. La carencia de estos atributos tradicionales de
centralización, hacía innecesaria la ciudad.

La ciudad de conquista fundada por decreto Real, era una quimera nacida de la
codicia y se quedó en una hoja de papel: no podía ser más que frustrada, efímera
y derrotada. No se conoce caso alguno de una fundación consolidada y
persistente hasta nuestros días.

El sistema minero esclavista de producción culminaba con la exportación del


producto. El oro contribuyó al fortalecimiento y ornato de alguna que otra lejana
ciudad de españoles. Pero en nada sirvió para desarrollar ciudades en las
comarcas mineras, donde sus beneficiarios estaban de paso; en los centros
mineros, el oro y sus dueños sólo estaban en tránsito. La excepción de
Barbacoas confirma lo anterior; la breve presencia de unos dueños de minas le
da cierto brillo urbano poco antes de la Independencia. Pero a mediados del siglo
XIX, con la deserción de las principales familias esclavistas, cae en una
prolongada agonía. Bien entrado el siglo XX, con trescientos años de existencia,
en 1938 la ciudad contaba con menos de 4.000 moradores. Nóvita, antigua
capital de Provincia, en tiempos de la República quedó tan despoblada que pudo
sin traumas trasladarse (por segunda vez) a otro lugar en 1854: contaba en 1938
con 100 casas y 600 habitantes. Quibdó, nacida hacia 1700, otra capital de minas
de la Provincia de Citará, en 1775 no pasaba de 54 casas y 80 tambos en los
extremos. Contaba en 1938, con 663 edificaciones y unos 5.000 moradores.

Durante los siglos XIX y XX, la gesta campesina de la colonización agraria


selvática modificó completamente la geografía del poblamiento. Pero su
economía principal de auto abasto doméstico no producía abundantes
excedentes, necesitando centros urbanos de captación y despacho.

Ni la población de baja densidad regada en extensas áreas agrarias exigía un


fuerte aparato estatal urbano de administración y control; ni unas fugaces
economías exportadoras meramente extractivas y de saqueo, posibilitaban la
centralización de la producción hacia conjuntos industriales urbanos para su
transformación manufacturera; ni la pobreza generalizada del mundo agrario
suscitaba un abundante consumo para auspiciar un prospero desarrollo comercial
en las localidades urbanas. Estado, servicios, industria, comercio, pilares de la
división técnica, social y espacial del trabajo o de la centralización urbana (la
separación campo-ciudad), no existían como para que se generaran ciudades. La
ciudad era inútil y en cada comarca bastaba con el sistema aldeano imperante,
del cual a veces surgía una localidad de confluencia y centralización de
excedentes y servicios colectivos institucionales. Este es, de una manera u otra,
el origen de Cupica, Ríosucio, Vigía del Fuerte, Ciudad Mutis, Nuquí, Pizarro, El
Charco, López de Micay.
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Sin embargo, el centro comarcal no puede superar sus limitaciones, se dirige a
una masa demográfica reducida, ocupando un ámbito espacial cercano y de poca
extensión. Ríosucio, Nuquí o Puerto Merizalde, tienen sus dimensiones (física y
demográfica) predeterminadas por la dimensión del ámbito socio-geográfico que
representan y del cual son producto.

En estas circunstancias, a lo largo de dos siglos de colonización agraria no brotó


ninguna ciudad nueva. No obstante, los flujos de productos de la región buscando
salida, contribuyeron a reanimar y robustecer algunas plazas decaídas desde la
Colonia: Guapi, Quibdó o Tumaco. Se configuró así, un sistema regional de
poblaciones, esencialmente apoyado en asentamientos surgidos en las
formaciones socio-espaciales anteriores. Localidades como Quibdó o
Barbacoas, Guapi, Tumaco, Tadó, Lloró, Nóvita, son herencias coloniales y
mineras, con difíciles adaptaciones modernas y su complicada reconversión; son
localidades hoy en etapa de problemático reciclaje.

A un nivel superior de desarrollo se sitúan hoy Quibdó, Tumaco y Buenaventura,


puertos todos. Son tres casos de ciudades imprevistas y sorpresivas; con un
crecimiento y una configuración urbana tardíos, no contemplados en sus inicios.
Las tres localidades nacieron sin propósito planificado, sin diseño ni plano previo,
sin fundación institucional y jurídica. Son tres casos de expansión urbana tardía
de una aldea lineal ribereña, dinamizada en épocas recientes por unos impactos
históricos que desvían su curso natural, incluso sin considerar los limitantes
naturales del lugar.

Entre 1910 y 1930 se asomaba la necesidad de un nuevo puerto del Pacífico


para subsanar la pérdida de Panamá; igualmente como resultado del proceso
agrario nacional y del incremento de la producción cafetera y de su exportación.
Así surge Buenaventura, concebido como mero sitio de tránsito y de despacho,
considerado por sus promotores y usuarios como óptimo lugar de bombeo de
crudos entre el centro del país y el exterior. En estas circunstancias las
actividades mercantiles sólo necesitaban canales de acopio y de circulación de
productos y mercancías, muelle y bodegas. Pero el comercio portuario no exigía
para su operación una populosa ciudad, y en su primer apogeo exportador-
importador sólo contaba unos 8.000 habitantes hacia 1928 y 14.515 en 1938.

La urbanización demográfica vendría por otros canales. En la segunda mitad del


siglo XX los censos registran una retracción territorial por despoblamiento o por
disminución del poblamiento disperso; igualmente una marcada tendencia de
concentración en localidades urbanas de la población anteriormente dispersa en
los montes, ríos y playas. El poblamiento disperso (llamado rural) tiende al
estancamiento relativo, con bajas tasas de crecimiento vegetativo (1 ó 2 %),
mientras unas pequeñas localidades urbanas crecen con una tasa oscilando del
2% hasta el 3%. Pero Tumaco, Quibdó y Buenaventura, con un notable aporte
inmigratorio, desde mediados del siglo XX, presentan tasas intercensales que a
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Jacques Aprile-Gniset
veces superan 4% y 5% anuales. Es decir que existe una relación directa entre el
despoblamiento rural, el crecimiento demográfico urbano y el paso de la ciudad
compacta tradicional a las concentraciones urbanas esparcidas de finales del
siglo XX.

Como bien se sabe, la ciudad colombiana en general, condenada al sector


terciario y carente de producción secundaria, no tiene capacidad alguna de
absorción de flujos de llegada. Así, en la región del Pacífico, la atracción hacia
los centros urbanos no se origina en una oferta radicada en la base económica
de estas localidades, de la cual carecen. Más bien se gesta en la repulsión-
expulsión de los campos y las tétricas condiciones de vida selvática del
campesinado. Solo falta añadir unos factores ubicados en la superestructura,
como es la ideología de espejismos construida – desde el poder –en torno a la
oposición entre lo rústico y lo urbano.

Asimismo, en áreas agrarias, con frecuencia se presentaba una contradicción


entre el desenvolvimiento demográfico – cambiante – y el espacio vital productivo
– fijo –; desde luego en detrimento del segundo. En una pequeña planicie alta la
pareja pudo abrir con sus desmontes los suelos secos de unas cuatro o cinco
plazas suficientes para un hogar con igual número de bocas. Pero con diez hijos
y cuando dos o tres de ellos forman su propio hogar in situ, el desenlace no
puede ser más que un excedente demográfico condenado a la emigración. En
un caso – por lo demás extremo pero no excepcional – se pudo observar cómo
once de los quince hijos e hijas de unos colonos fueron poco a poco
abandonando la pequeña finca de plátano y chonta de sus padres. Situados los
predios en una zona de marisma cercada por esteros y bordeada por suelos
salitrosos, el fundo no tenía posibilidad alguna de expansión. Con este éxodo
familiar, se frustró la perspectiva de una nueva aldea.

Es cuando en la región, como en el resto del país, se inició la colonización popular


urbana. Empero estas localidades mayores del Pacífico no necesitaban para su
existencia o su funcionamiento estos flujos de pobladores, que al fin y al cabo más
dificultan que ayudan. La población inmigrante, que era excedente en los ámbitos
agrarios, se tornó sobrante en las ciudades. Además, la concentración urbana de
la población, si bien es materia prima para construir ciudad, de por sí no produce
ciudad. Si no logra articularse con otros ingredientes, la pretendida ciudad no pasa
de ser un extenso conglomerado de caminos y casas. Así se pueden considerar
hoy las aglomeraciones urbanas de Quibdó, Tumaco y Buenaventura.

Además, miradas desde el planeamiento urbano, las principales urbes de la región


no dejan de suscitar dudas en cuanto a su futuro desenvolvimiento espacial.
Intereses económicos del pasado y externos a la región, son los que en su tiempo
definieron apresuradamente el emplazamiento de Quibdó o de los puertos de
Tumaco y Buenaventura. Todo esto sin considerar los obstáculos y limitaciones
de la geografía, ni la capacidad del sitio, ni el futuro de estas localidades, y
mucho menos sus exiguas posibilidades de expansión.
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Tumaco, Quibdó o Buenaventura, estaban sitiadas por las aguas; ríos y
quebradas, esteros, caños y cañadas, marea de pleamar, pantanos, según el sitio.
Eran lugares donde el suelo óptimo apenas suministraba el espacio para albergar
una reducida población. A pesar de esta situación, quedaron sin efecto los
sucesivos proyectos de traslado de Tumaco formulados desde 1906 por Triana
(1907-1950), y del Cascajal desde 1918, propuesto por Escobar (1920). Pésimos
sitios en el pasado para algunas casas y tiendas, labores de cargue y descargue
en una rudimentaria zona portuaria, se revelan hoy aun peores para construir
ciudad.

Luego los mecanismos de dilatación del conjunto urbano por densificación in situ,
desintegraron un núcleo central inicial antes de que lograra su propia articulación y
consolidación. Saturados por una mezcolanza de casas y negocios de toda clase,
los ámbitos originales alcanzaron máximas densidades residenciales y
comerciales, donde prosperaron múltiples incendios destructores. Mientras tanto,
iban creciendo en su vecindad y en forma de coronas unos conglomerados semi-
urbanos disputados a las aguas, vagos e indeterminados, esparcidos e inconexos,
atomizados en una topografía adversa; antagónica con cualquier intento para
lograr la unidad de sitio.

Hoy estas tres aglomeraciones fraccionadas y despedazadas siguen creciendo en


un relieve arrugado, surcado por depresiones que anegan quebradas o esteros, o
en estrechos filos secos donde apenas caben calles largas. En esta geografía
difícil surgen en forma discontinua las amalgamas barriales de unas
concentraciones espontáneas e incontroladas, muy distantes del orden y trazado
racional que supuestamente son atributos del diseño que organiza una ciudad.
Estos mecanismos de expansión, durante la segunda mitad del siglo XX y hasta
hoy, provocaron, entre otras consecuencias negativas, tanto en Tumaco como en
Buenaventura, la discontinuidad de una doble ciudad inorgánica; el divorcio
dialéctico entre ciudad portuaria insular y ciudad continental residencial. Es decir
que antes de haber logrado su paso a ciudad racional moderna, se convirtieron en
desparramadas concentraciones urbanas.

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