Analisis Del Poema Yo Persigo Una Forma

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Nuño

Análisis de “Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo”, de


Rubén Darío.
Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo,
botón de pensamiento que busca ser la rosa;
se anuncia con un beso que en mis labios se posa
al abrazo imposible de la Venus de Milo.
Adornan verdes palmas el blanco peristilo; 
los astros me han predicho la visión de la Diosa; 
y en mi alma reposa la luz como reposa
el ave de la luna sobre un lago tranquilo.
Y no hallo sino la palabra que huye,
la iniciación melódica que de la flauta fluye
y la barca del sueño que en el espacio boga;
y bajo la ventana de mi Bella-Durmiente,
el sollozo continuo del chorro de la fuente
y el cuello del gran cisne blanco que me interroga.
En el contexto en el que este poema fue escrito y publicado, en Prosas
Profanas, siendo ya Rubén Darío un poeta reconocido y admirado, es
sorprendente que el tema, recogido en el primer verso: “Yo persigo
una forma que no encuentra mi estilo”, sea la búsqueda de una forma
que le permita “expresar lo que desea transmitir”. Así, dado que Rubén
Darío puede escribir genialmente acerca de la dificultad de la creación
poética, podemos liquidar algunos debates personales en torno a la
necesidad del sentimiento auténtico en la poesía.
Respecto de la estructura interna externa del poema, este es un soneto
de versos alejandrinos, de rima consonante ABBA ABBA, CCD, EED. En
cuanto a la estructura interna, podemos dividir el poema en tres
partes: La primera se corresponde con el primer cuarteto, y en ella se
presenta el anhelo del poeta, que busca una forma que se adapte a su
estilo. En la segunda parte, que se corresponde con el segundo
cuarteto, el yo poético afirma que siente sereno, porque tiene la
esperanza de que en un futuro sí conseguirá una forma bella, que se
identifica con “la visión de la Diosa”. Por último, los dos últimos
tercetos toman un tono de intranquilidad y ansiedad, pues en el
presente el poeta olvida esa esperanza al no producir más que un
atisbo de belleza.
En esta tercera parte observamos, en el verso 9, un curioso efecto,
pues, en función de las sinalefas o azeuxis que elijamos, el verso
adopta una longitud muy variable, entre 11 y 14 sílabas. En función del
tema del poema, y de la “palabra que huye” del propio verso,
encuentro más adecuado la longitud de 11 sílabas, porque rompe el
esquema métrico de versos alejandrinos, lo cual subraya la acción del
poeta.
Exceptuando el verso noveno, el poema tiene un tono reflexivo y
pausado, al que contribuyen tanto el vocabulario utilizado: “reposa”,
“tranquila”, “melódica”, “fluye” y “boga”, lo cual nos transmite la
sensación de que la búsqueda de la forma no es una persecución
desenfrenada, sino un proceso pausado. A esto también contribuye la
esticomitia a lo largo del poema, que contiene numerosas comas y
punto y coma, respetando siempre la unidad de los sintagmas
nominales.
También cabe destacar la regularidad de dos estructuras sintácticas,
que son idénticas en los versos 2º, 10º y 14º, de forma SN + CPrep +
Subordinada, o en los versos 2º y 13º, de forma SN + Adyacente +
CPrep, de tal manera que el último terceto recoge dos estructuras
sintácticas del primer cuarteto, lo cual tal vez transmita que, después
del lamento, las inquietudes del poeta se mantienen al igual que al
principio.
Por otra parte, encontramos una gran presencia del yo a lo largo de
todo el poema, desde la primera palabra: “mi estilo”, “mis labios”, “me
han predicho”, “mi alma”, “hallo”, “mi Bella durmiente” y “me
interroga”, pues las inquietudes por la dificultad de la creación poética
es una inquietud de naturaleza personal; el protagonista es el yo
poético. Para expresar esta sensación, se hace uso de diversos recursos
retóricos: metáforas: “botón de pensamiento”, “el abrazo imposible”,
“la visión de la rosa”, personificaciones, en los vv. 2º, 6º, 9º, 13º, y el
símbolo del cisne, en el último verso, representando aquí el ideal
inalcanzable que mencionaba Octavio Paz en su ensayo “El caracol y la
sirena”.
Es notable la naturaleza mitológica de las referencias, a la Venus de
milo y a la Bella Durmiente, así como la continuidad de las referencias a
Venus, mediante la rosa, la estatua y la Diosa. También resulta curiosa
la polisemia de “botón de pensamiento”, que puede o bien ser un
bulbo de la flor pensamiento, o bien un inicio de un pensamiento que
busca ser la belleza, representada por la rosa. Por último, a lo largo del
poema hay una profusa adjetivación: “El abrazo imposible”, “Verdes
palmas”, “Iniciación melódica” y “gran cisne blanco”, que contribuyen
a matizar imágenes y símbolos que evidencian una influencia
parnasiana y simbolista.
Como lectores, apreciamos el ingenio, lejano a la jocosidad, de Rubén
Darío en “el abrazo imposible de la Venus de Milo”, y en “el cuello del
gran cisne blanco que me interroga”.
Addenda: “el ave de la luna” recuerda a las kenningar que exponía
Borges en su Historia de la Eternidad.

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