Spooner Lysander No Hay Traicion
Spooner Lysander No Hay Traicion
Spooner Lysander No Hay Traicion
Lysander Spooner
1
No hay traición: la Constitución sin autoridad
Texto original de Lysander Spooner: “No Treason: the constitution of no authority”
Esta obra está distribuida bajo una licencia Creative Commons Atribución-NoComercial
3.0 Unported (CC BY-NC 3.0).
2
INDICE
PREFACIO ........................................................................................................................................ 4
INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................. 7
N° 1 LA REPRESIÓN DE LA REBELIÓN
FINALMENTE DESHACE LA PRETENSIÓN
DE QUE EL GOBIERNO DE LOS ESTADOS
UNIDOS SE BASA EN EL CONSENTIMIENTO………………………………………………………9
Nº 2 LA CONSTITUCIÓN ........................................................................................................... 19
3
PREFACIO
Lysander Spooner (1808 – 1887) fue un abogado, teórico legal,
abolicionista, anarcoindividualista, empresario y probablemente uno de los
filósofos políticos más injustamente pasados por alto. Para su época, fue un
revolucionario tanto en pensamiento como en obra: empezó a ejercer
derecho sin contar con un permiso estatal, al considerarlo una traba al libre
contrato entre las personas y una ventaja injusta; en 1840 desafió al
gobierno de los Estados Unidos al abrir su propia empresa, la American
Letter Mail Company1, la cual tuvo que ser expulsada del mercado mediante
leyes proteccionistas para que no terminara de desplazar con sus mejores
precios al monopolio estatal del servicio de correo; en 1845 publicó un
ensayo denunciando la esclavitud; en 1850 defendió en otro ensayo el
derecho de los esclavos a la fuga y colaboró con el famoso abolicionista
John Brown para una insurrección armada con el fin de liberar a los
esclavos; se opuso a la Guerra Civil y denunció las verdaderas intenciones
de la Unión, que eran no de liberación, sino de mantener por la fuerza a los
Estados Confederados bajo un ilegítimo gobierno federal; y en 1867, con
estos textos, atacó a la Constitución misma.
A partir de 1867, empezó a publicar el primero de una serie de seis ensayos
llamada “No Treason”. Sólo los números 1, 2 (1867) y 6 (1870) aparecerían,
los cuales traducimos en este libro —el resto quedó sin ser publicado por
razones desconocidas2. El título anuncia el objetivo de la obra: demostrar
que no hay traición alguna al actuar en contra de una entidad —el
gobierno, el Estado— a la que nunca se le debió lealtad, ya que la
constitución no tiene ninguna autoridad para obligar a las personas sin su
consentimiento manifiesto, ni a anular la revocación personal de un
consentimiento previo. Como adherente del iusnaturalismo —la teoría de
que al ser humano le corresponden ciertos derechos por su propia
naturaleza y la realidad— declaraba que un gobierno sólo podía ser
legítimo si se basara en la voluntad total de los individuos que celebraran
un contrato por y para ellos mismos. Especialmente en el número 6 critica
con una lógica implacable la tesis contractualista del Estado, la falacia de
que el Estado se basa en el consentimiento y desenmascara el non sequitur
del contrato social, cuya presunción es tomada como razón suficiente para
4
un supuesto derecho de privar a los hombres de su vida, libertad y
propiedad. Célebre es su comparación del gobierno con un bandolero:
La realidad es que el gobierno, como un bandolero, le dice a un hombre: “Tu
dinero, o tu vida”. Y muchos, si no la mayoría de los impuestos son pagados bajo
la compulsión de tal amenaza.
5
Si bien no puede ser considerado un anarquista de libre mercado hecho y
derecho debido a sus posturas económicas 5 , innegablemente su
pensamiento político constituye una demoledora crítica del Leviatán desde
una postura voluntarista totalmente compatible. Una obra de tamaño valor
debe ser conocida en el mundo hispanohablante y es para su máxima
difusión y análisis que ofrecemos esta primera traducción.
6
INTRODUCCIÓN
La cuestión de la traición es distinta de la de la esclavitud; y es la misma
que hubiera sido, si Estados libres, en lugar de Estados esclavistas,
hubieran hecho la secesión.
La guerra6 fue desatada por el Norte, no para liberar a los esclavos, sino
por un gobierno que siempre había pervertido y violado la Constitución,
para mantener a los esclavos en sujeción; y aún estaba dispuesto a hacerlo,
si con ello los esclavistas hubieran podido ser inducidos a permanecer en
la Unión.
El principio sobre el cual la guerra fue llevada a cabo por el Norte, fue
simplemente éste: que los hombres pueden legítimamente ser obligados a
someterse a, y sostener, un gobierno que no desean; y que la resistencia de
su parte los convierte en traidores y criminales.
Antes de la guerra, había algunas razones para decir que —en teoría, por
lo menos, si no en la práctica— nuestro gobierno era libre; que se
respaldaba en el consentimiento. Pero nada parecido puede decirse ahora,
si el principio sobre el cual la guerra fue llevada a cabo por el Norte está
establecido irrevocablemente.
6 Guerra de Secesión o Guerra Civil estadounidense (1861 – 1865), entre los estados del norte (la Unión) y
los once estados del Sur que proclamaron su independencia (la Confederación). N. d. E.
7
Si ese principio no es el principio de la Constitución, debe conocerse la
verdad. Si lo es, la Constitución misma debe ser derrocada de inmediato.
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N° 1
LA REPRESIÓN DE LA REBELIÓN
FINALMENTE DESHACE LA
PRETENSIÓN DE QUE EL GOBIERNO
DE LOS ESTADOS UNIDOS SE BASA EN
EL CONSENTIMIENTO
9
en aplastar al disenso, de los que cualquier gobierno abiertamente
respaldado en la fuerza ha gastado jamás.
7 (1603 – 1683) Teólogo inglés protestante, defensor de la libertad religiosa y de la separación entre
Iglesia y Estado. N. d. E.
10
II
¿Qué implica, entonces, que un gobierno se base en el consentimiento?
Si se dice que el consentimiento de la parte más fuerte, en una nación, es
todo lo que se necesita para justificar el establecimiento de un gobierno
que ha de tener autoridad sobre la parte más débil, se puede responder que
los gobiernos más despóticos se basan en ese mismo principio, a saber: el
consentimiento de la parte más fuerte. Estos gobiernos se forman
simplemente por el consentimiento o acuerdo de la parte más fuerte, de
que actuarán en concierto para subyugar a su dominio a la parte más débil.
Y el despotismo, y la tiranía, y la injusticia de estos gobiernos consisten en
ese mismo hecho. O por lo menos ese es el primer paso hacia su tiranía; un
paso preliminar necesario para todas las opresiones que han de seguirse.
11
Tercero, nuestra Constitución no afirma haber sido establecida
simplemente por la mayoría; sino por “el pueblo”; tanto la mayoría como la
minoría.
12
aquéllos que realmente constituyen el gobierno. Tales mayorías, muy
probablemente, podrían encontrarse en la mitad, tal vez nueve décimos, de
todos los países del mundo. ¿Qué es lo que prueban? Nada más que la
tiranía y la corrupción de los mismos gobiernos que han reducido a
porciones tan grandes del pueblo a su actual ignorancia, obsecuencia,
degradación y corrupción; una ignorancia, obsecuencia, degradación y
corrupción que es ilustrada en el simple hecho de que en verdad sostienen
gobiernos que los han oprimido, degradado y corrompido así. Estas
mayorías no aportan nada a probar que los gobiernos son en sí legítimos; o
que deben ser sostenidos, o siquiera soportados, por aquéllos que
entienden su verdadera naturaleza. El mero hecho, por lo tanto, de que un
gobierno pueda ser sostenido por una mayoría, no prueba nada que
necesite ser probado, de forma a saber si un gobierno debe ser sostenido, o
no.
III
Pero decir que el consentimiento de la parte más fuerte, o la parte más
numerosa, de una nación, es justificación suficiente para el establecimiento
o mantenimiento de un gobierno que ha de controlar a toda la nación, no
obvia la dificultad. La pregunta aún permanece, ¿cómo una cosa tal como
“una nación” adquiere existencia? ¿Cómo es que millones de hombres,
dispersos sobre un territorio extenso —cada uno provisto por la naturaleza
de libertad individual; requerido por la ley de la naturaleza a llamar amos a
hombre alguno o grupo de hombres; autorizado por esa ley a procurar su
propia felicidad a su manera, a hacer lo que desee consigo mismo y su
propiedad, en tanto no viole la libertad de otros; autorizado también, por
esa ley, a defender sus propios derechos, y reparar sus propios errores; y a
acudir a la asistencia y defensa de cualquiera de sus semejantes que
pudiera estar sufriendo cualquier tipo de injusticia —cómo es que millones
de estos hombres se convierten en una nación, en primer lugar? ¿Cómo es
13
que cada uno de ellos es despojado de sus derechos naturales, y es
incorporado, comprimido, compactado y consolidado en una masa con
otros hombres, quienes nunca ha visto; y con los cuales no tiene contrato
alguno; y hacia los cuales no tiene sentimientos más que temor, odio o
desprecio? ¿Cómo es sometido al control de hombres como él mismo,
quienes, por naturaleza, no tenían autoridad sobre él; pero que le ordenan
hacer esto, y le prohíben hacer aquello, como si fueran sus soberanos y él
su súbdito; y como si las voluntades e intereses de estos hombres fueran
los únicos criterios de sus deberes y sus derechos; y quienes lo obligan a
someterse bajo pena de confiscación, prisión y muerte?
La respuesta a esta pregunta ciertamente debe ser, que por lo menos tal
nación no existe por derecho alguno.
IV
14
Manifiestamente esta única cosa (para no decir nada de las otras) es
necesariamente supuesta en la idea de que un gobierno se base en el
consentimiento, a saber: el consentimiento independiente, individual, de todo
hombre cuya contribución se requiera, por medio de impuestos o servicio
personal, para el sostenimiento del gobierno. Todo esto, o nada, es
necesariamente supuesto, porque el consentimiento de un hombre es tan
necesario como el de cualquier otro. Si, por ejemplo, A afirma que su
consentimiento es necesario para el establecimiento o mantenimiento de
un gobierno, él de esa manera necesariamente admite que el
consentimiento de B y el de todos los demás es igualmente necesario;
porque el derecho de B y de todo otro hombre es tan válido como el propio.
Por otro lado, si niega que el consentimiento de B o el de cualquier otro
hombre sean necesarios, de esa manera él necesariamente admite que
tampoco su consentimiento o el de cualquier otro hombre son necesarios; y
que el gobierno no necesita basarse en el consentimiento de manera
alguna.
15
desacuerdo con el apoyo a la corona británica. Los gobiernos que existían
entonces en las colonias no tenían poder constitucional, como gobiernos,
para declarar la separación entre Inglaterra y América. Al contrario, esos
gobiernos, como gobiernos, estaban organizados bajo privilegios de, y
reconocieron alianza con, la corona británica. Por supuesto que el rey
británico nunca hizo que uno de los poderes delegados o constitucionales
de estos gobiernos, como gobiernos, fuera el poder de absolver a la gente de
su alianza con él. Hasta ahora, entonces, en la medida que las Legislaturas
Coloniales actuaron como revolucionarias, actuaron solamente como unos
tantos individuos revolucionarios, y no como legislaturas constitucionales.
Y sus representantes en Filadelfia, quienes fueron los primeros en declarar
la Independencia, eran, a los ojos del derecho constitucional de aquel
momento, simplemente un comité de revolucionarios, y de ninguna manera
autoridades constitucionales, o los representantes de autoridades
constitucionales.
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hubiera sido, a los ojos de la justicia y el derecho natural, igualmente válido
y legítimo, si él hubiera dado el mismo paso solo. Él tenía el mismo derecho
natural de tomar armas solo para defender su propiedad contra un solo
recaudador de impuestos, que tenía de tomar armas en compañía de tres
millones más, para defender la propiedad de todos contra un ejército de
recaudadores de impuestos.
17
Este principio era verdadero en 1776. Es verdadero ahora. Es el único
principio sobre el cual cualquier gobierno legítimo puede basarse. Es el
principio sobre el cual la Constitución misma profesa basarse. Si no
descansa realmente sobre esta base, no tiene derecho a existir; y es el
deber de todo hombre levantar su mano contra ella.
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Nº 2
LA CONSTITUCIÓN
La constitución dice:
19
El acuerdo es simple, como cualquier otro acuerdo. Es igual a uno que
debiera decir: nosotros, el pueblo de la ciudad de A____, acordamos sostener
un templo, una escuela, un hospital, o un teatro, para nosotros y para
nuestros hijos.
A las mujeres, niños y negros, por supuesto, no se les pidió que dieran
su consentimiento. Además de esto, hubo, en casi todos o todos los Estados,
requisitos de propiedad que excluían probablemente a la mitad, dos tercios,
o tal vez incluso tres cuartos, de los adultos varones blancos del derecho al
sufragio. Y de aquéllos a los que se les permitió ese derecho, no sabemos
cuántos lo ejercieron.
20
originales. Aún menos, si es posible, fue algo más que una asociación
meramente voluntaria durante el tiempo en el que los involucrados así lo
desearan, entre las generaciones sucesivas, que nunca pasaron, como sus
padres, siquiera por las formalidades exteriores de adoptarla, o de dar su
palabra de defenderla. Tales porciones de ellos que calificaban, y en tanto
los Estados les permitieron votar, han hecho sólo lo suficiente, votando y
pagando impuestos (e ilegal y tiránicamente extorsionando impuestos de
los demás) para mantener al gobierno en vigencia hasta el momento. Y
esto, a la vista de la Constitución, lo han hecho voluntariamente, y porque
estuvo en su interés, o placer, y no porque estuvieran bajo ninguna
promesa u obligación de hacerlo. Cualquier hombre, o número de hombres,
ha tenido el perfecto derecho, en cualquier momento, de rehusar su apoyo;
y nadie podría legítimamente haber objetado el retiro de su apoyo.
21
disputas que utilizan el voto —que es mero sustituto de una bala9—
porque, como su única oportunidad de autoconservación, un hombre usa el
voto, ha de inferirse que el hombre entró en esta disputa voluntariamente;
que apostó todos sus derechos naturales voluntariamente contra los
derechos de otros, para perderlos o ganarlos por el mero poder de los
números. Al contrario, ha de considerarse que, en una exigencia, en la cual
ha sido forzado por otros, y en la cual no existen otros medios de
autodefensa, él por necesidad usó el único medio que le quedaba.
Sin dudas los más miserables de los hombres, bajo el gobierno más
opresivo en el mundo, si se les permitiese votar lo harían, si pudieran ver
cualquier oportunidad de mejorar su condición. Pero no sería una
inferencia legítima que el gobierno mismo, que los oprime, es uno que ellos
voluntariamente hayan creado, o consentido alguna vez.
II
La Constitución dice:
9El autor hace juego de palabras con “ballot” y “bullet”, “voto” y “bala”, respectivamente, para señalar la
naturaleza coercitiva del sufragio. N. d. E.
22
Para determinar, entonces, lo que es la traición de hecho, no hemos de
mirar los códigos de los Reyes, y Zares, y Káiseres, quienes mantienen su
poder por medio de la fuerza y el fraude; quienes con desdén llaman a la
humanidad sus “súbditos”; quienes afirman tener permiso especial del cielo
para gobernar en la tierra; quienes enseñan que es un deber religioso de la
humanidad obedecerles; quienes sobornan a un clero servil y corrupto para
imprimir estas ideas en los ignorantes y supersticiosos; quienes rechazan la
idea de que su autoridad se deriva, o depende totalmente del
consentimiento de su pueblo; y quienes intentan difamar, con el falso
epíteto de traidores, a todos aquéllos que afirmen sus propios derechos, y
los derechos de sus semejantes, contra tales usurpaciones.
No puede negarse que, en la guerra reciente, los del Sur probaron ser
enemigos abiertos y declarados, y no amigos traicioneros. No puede
10General estadounidense que se pasó al bando británico durante la Guerra de la Independencia (1775 –
1783). N. d. E.
23
negarse que nos dieron advertencia justa de que ya no serían nuestros
socios políticos, sino que, si fuera necesario, pelearían por la separación. No
puede alegarse que hayan hecho uso injusto de ventajas que nuestra
confianza, en el tiempo de nuestra amistad, les haya otorgado. Por lo tanto
no fueron traidores de hecho: y consecuentemente no fueron traidores
dentro del significado de la Constitución.
Es más, los hombres que toman las armas contra el gobierno no son
traidores de hecho, sin haber repudiado su adhesión a él, siempre que lo
hagan o para resistir las usurpaciones del gobierno, o para resistir las que
ellos sinceramente creen que son usurpaciones.
III
24
guerra contra ellos, o se adhieren a sus enemigos, dándoles auxilio y
comodidad, no se convierten así en traidores, dentro del significado de la
Constitución; ¿por qué? Solamente porque no serían traidores de hecho. Al
no hacer profesión de apoyo o amistad, no incurrirían en deslealtad,
engaño o lesión de confianza alguna. Pero si ellos voluntariamente
ingresaran al servicio civil o militar de los Estados Unidos, y les juraran
fidelidad, (sin ser naturalizados) y luego traicionaran la confianza
depositada en ellos, ya volviendo sus armas contra los Estados Unidos, ya
dando auxilio o comodidad a sus enemigos, serían traidores de hecho; y por
lo tanto traidores dentro del significado de la Constitución; y podrían ser
legalmente castigados como tales.
11 http://en.wikisource.org/wiki/United_States_Statutes_at_Large/Volume_1/1st_Congress/2nd_Session/Chapter_9
25
Sería suficiente respuesta a esta promulgación decir que es
totalmente inconstitucional, si su efecto fuera convertir a cualquier hombre
en traidor, que no hubiera sido tal sólo bajo el lenguaje de la Constitución.
El meollo del asunto descansa sobre las palabras “personas que deben
lealtad a los Estados Unidos”. Pero este lenguaje realmente deja el asunto en
donde estaba antes, ya que no intenta mostrar o declarar quién es el que
“debe lealtad a los Estados Unidos”; aunque aquéllos que sancionaron la
ley, sin duda pensaron, o desearon que otros pensaran, que la lealtad debía
presumirse (como se hace bajo otros gobiernos) de todos los nacidos en
este país (excepto, posiblemente, los esclavos).
Pero es obvio que, de verdad y de hecho, nadie más que uno mismo
puede obligar a alguien a apoyar a algún gobierno. Y nuestra Constitución
admite este hecho cuando concede que deriva su autoridad completamente
del consentimiento del pueblo. Y la palabra traición ha de ser entendida de
acuerdo a esa idea.
26
La única diferencia —si hubiera alguna— entre nativos y extranjeros,
con respecto a la lealtad, es, que el nativo tiene el derecho —ofrecido por la
Constitución— de adquirir el deber de lealtad al gobierno, si lo desea; y así,
adquirir derecho a la membresía en la entidad política. Su lealtad no puede
ser rehusada. Mientras que la lealtad de un extranjero puede ser rehusada,
si el gobierno así lo desea.
IV
27
V
VII
28
VIII
Es tal vez innecesario decir que los principios de este argumento son
tan aplicables a los gobiernos de los Estados, como al gobierno nacional.
Las opiniones del Sur, sobre los asuntos de lealtad y traición, han sido
igualmente erróneas que las del Norte. La única diferencia entre ellas ha
sido que el Sur ha sostenido que un hombre debía (primariamente) lealtad
involuntaria al gobierno del Estado; mientras que el Norte sostenía que un
hombre debía (primariamente) lealtad similar al gobierno de los Estados
Unidos; cuando, en verdad, no debía lealtad involuntaria a ninguno.
IX
29
deben ser suficientemente poderosos y fraudulentos para engañar a la
porción más débil sobre todas las cosas buenas que se dijeron sin
sinceridad, y someterlos a todas las malas intenciones no expresadas. Y la
mayoría de los que han administrado el gobierno, han asumido que todas
estas intenciones trapaceras debían ser ejecutadas en vez de la
Constitución escrita. De todas estas estafas, la estafa de la traición es la más
infame. Es la más infame, porque es igualmente infame, en principio, que
cualquier otra; e incluye a todas los demás. Es el instrumento por el cual
todas las demás se hacen efectivas. Un gobierno que puede a voluntad
acusar, disparar, y ahorcar hombres, como traidores, por la única ofensa
general de rehusarse a rendirse a sí mismos y su propiedad sin reservas a
su voluntad arbitraria, puede practicar cualquier y todo tipo de opresiones
especiales y particulares que se le antojen.
XI
30
condescendiente y graciosamente presumen que ésos a quienes ellos
esclavizan, consienten rendir toda su vida, libertad y propiedad a las manos
de aquéllos que así usurpan dominio sobre ellos! ¡Y se pretende que esta
presunción de su consentimiento —cuando no se ha dado ningún
consentimiento real— es suficiente para salvar los derechos de las
víctimas, y para justificar a los usurpadores! También el bandolero podría
pretender justificarse presumiendo que el viajero consiente entregarle su
dinero. También podría el asesino justificarse simplemente presumiendo
que la víctima consiente entregarle su vida. También podría alguien que
tiene esclavos intentar justificarse presumiendo que ellos consienten su
autoridad, y los latigazos y los robos que él les inflige. La presunción es
simplemente una presunción de que la parte más débil consiente ser
esclavizada.
31
N° 6
LA CONSTITUCIÓN SIN AUTORIDAD
32
Es sencillo, en primer lugar, que este lenguaje, como un acuerdo,
pretende ser solamente lo que a lo sumo realmente fue, un contrato entre
las personas que existían entonces; y, por necesidad, ligando, como
contrato, solamente a las personas que existían entonces. En segundo lugar,
el lenguaje ni expresa ni implica que ellos tuvieran algún derecho o poder,
para vincular a su posteridad a cumplirlo. No dice que su “posteridad”
vivirá, o deba vivir regida por él. Sólo dice, en efecto, que su esperanza y
motivación al adoptarlo fue que sirviera a su posteridad, tanto como a ellos,
promoviendo su unión, seguridad, tranquilidad, libertad, etc.
Suponga que un acuerdo fuera alcanzado en estos términos:
“Nosotros, el pueblo de Boston, acordamos mantener
un fuerte en la Isla de Gobernador, para protegernos a
nosotros mismos y a nuestra posteridad contra la invasión.”
Este acuerdo, como un acuerdo, vincularía claramente sólo a las
personas que existieran entonces. En segundo lugar, no declararía poder,
derecho o disposición alguna de su parte para compeler a su “posteridad” a
mantener tal fuerte. Sólo indicaría que el supuesto bienestar de su
posteridad fue uno de los motivos que indujeron a las partes originales a
hacer el acuerdo.
Cuando un hombre dice que está construyendo una casa para sí y su
posteridad, él no pretende que se entienda que él quiere obligar a su
posteridad a hacer uso de ella, ni se infiere que sea tan tonto como para
imaginar que tiene algún derecho o poder para obligarlos a vivir en ella. En
lo que a ellos concierne, él sólo pretende que se entienda que su esperanza
y motivación para construir la casa es que ellos, o por lo menos algunos de
ellos, pudieran encontrar satisfacción viviendo en ella.
Entonces, cuando un hombre dice que está plantando un árbol para sí
y su posteridad, él no pretende que se le interprete como si estuviera
diciendo que él piensa de alguna manera obligarlos, ni se infiere que es tan
tonto como para imaginar que él tiene algún derecho o poder a compelerlos
a comer los frutos. En lo que a ellos concierne, él sólo pretende expresar
que su esperanza y motivación al plantar el árbol es que los frutos sean
agradables para ellos.
Así fue con los que originalmente adoptaron la Constitución. A pesar
de cualquier intención que hayan tenido personalmente, el significado legal
de su lenguaje, en cuanto concernía a su “posteridad”, era simplemente que
su motivación y esperanza al hacer el acuerdo era intentar promover su
33
unión, seguridad, tranquilidad y bienestar; y que pudiera tender a
“asegurarlos en las bendiciones de la libertad”. El lenguaje no asegura ni
implica ningún poder, derecho o disposición de las partes contratantes
originales de compeler a su “posteridad” a ser regida por él. Si hubieran
tenido la intención de vincular a su posteridad al contrato, debieron haber
dicho que su objetivo era, no “asegurarlos en las bendiciones de la
libertad”, sino convertirlos en esclavos; porque si su “posteridad” está
vinculada al contrato, es nada menos que esclava de sus tontos, tiránicos y
difuntos abuelos.
No puede decirse que la Constitución convirtió al “pueblo de los
Estados Unidos”, para siempre, en una corporación. No habla del “pueblo”
como una corporación, sino como individuos. Una corporación no se
describe a sí misma como “nosotros”, ni como “pueblo”, ni como “nosotros
mismos”. Ni tiene ninguna “posteridad” en lenguaje legal. Una corporación
supone que tiene, y habla de sí misma como si tuviera existencia perpetua,
como una sola individualidad.
Además, ningún grupo de hombres, que existieran en ningún
momento, tiene el poder de crear una corporación perpetua. Una
corporación puede volverse prácticamente perpetua solamente por la
adhesión voluntaria de nuevos miembros, en la medida que los viejos
miembros van muriendo. Pero exceptuando esta adhesión voluntaria de
nuevos miembros, la corporación necesariamente muere con la muerte de
aquéllos que originalmente la compusieron.
Legalmente hablando, por lo tanto, no hay nada en la Constitución
que profese o intente vincular a la “posteridad” de aquéllos que la
establecieron originalmente.
Si, entonces, aquéllos que establecieron la Constitución no tenían
poder para vincular, y no intentaron vincular, a su posteridad, surge la
pregunta de si su posteridad se ha vinculado a sí misma. Si lo hicieron,
pueden haberlo hecho solamente en una o ambas de estas formas: votando,
o pagando impuestos.
II
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Todas las votaciones que han tenido lugar bajo la Constitución han
sido de tal naturaleza que no sólo no comprometieron a toda la gente a
defender la Constitución, sino que ni han comprometido a ninguno de ellos
a hacerlo, como lo demuestran las siguientes consideraciones.
1. En la naturaleza misma de las cosas, el acto de votar no podría
vincular a nadie más que a los propios votantes. Pero debido a los
requisitos de propiedad necesarios, es probable que, durante los
primeros veinte o treinta años bajo la Constitución, no más de un
décimo, decimoquinto o tal vez vigésimo de toda la población
(negros y blancos, mujeres, hombres y menores de edad) haya
podido votar. Consecuentemente, en lo que al voto se refería no
más de un décimo, decimoquinto o vigésimo de los que entonces
vivían, pudieron haber incurrido en obligación alguna de defender
la Constitución.
35
votar no puede ser llamado propiamente voluntario de parte de
ningún número grande de personas que sí votan. Es más bien una
medida de necesidad impuesta sobre ellos por otros, que una
elegida por ellos. En este punto, repito lo dicho anteriormente en
un número anterior12, a saber:
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Sin dudas los más miserables de los hombres, bajo el
gobierno más opresivo en el mundo, si se les permitiese votar
lo harían, si pudieran ver cualquier oportunidad de mejorar su
condición. Pero no sería una inferencia legítima que el gobierno
mismo, que los oprime, es uno que ellos voluntariamente hayan
creado, o consentido alguna vez.
37
su voluntad de defender la Constitución. De hecho, no es prueba
alguna. Y como no podemos tener conocimiento legal sobre
quiénes son los individuos particulares que desean ser gravados
para poder votar, no podemos tener ningún conocimiento legal
sobre ningún individuo particular que haya consentido ser
gravado para poder votar; o, consecuentemente, consienta
defender la Constitución.
7. Como todos los votos son dados en secreto (por medio de voto
secreto), no existe medio legal de saber, de los votos mismos,
quiénes votan a favor o en contra de la Constitución. Por lo tanto,
el voto no proporciona ninguna evidencia legal de que ningún
individuo particular defienda la Constitución. Y en donde no puede
haber evidencia legal de que algún individuo particular defienda la
Constitución, legalmente no puede decirse que alguien la defienda.
Es claramente imposible tener prueba legal alguna de las
intenciones de grandes números de personas, en donde no puede
haber prueba legal de las intenciones de ningún individuo
particular.
38
Como una conjetura, es probable, que una gran proporción de
aquellos que votan, lo hacen en este principio, a saber, que si,
votando, ellos pudieran obtener el gobierno para sí mismos (o
para sus amigos), y usar sus poderes contra sus oponentes, ellos
defenderían la Constitución de buen grado; pero que si sus
oponentes fueran a obtener el poder, y usarlo contra ellos,
entonces ellos no estarían dispuestos a defenderla.
9. Como todos los que defienden la Constitución a través del voto (si
es que los hay) lo hacen de manera secreta (por medio de voto
secreto), y de tal manera a evitar toda responsabilidad personal
por los actos de sus agentes o representantes, legal o
racionalmente no se puede decir que nadie defienda la
Constitución por medio del voto. No se puede decir racional o
legalmente que ningún hombre haga tal cosa como aceptar o
defender la Constitución, a menos que lo haga abiertamente, y de
manera tal a hacerse personalmente responsable por los actos de
sus agentes, en tanto actúan dentro de los límites del poder que él
les delega.
10. Como todo voto es secreto (por medio de voto secreto), y como
todos los gobiernos secretos son necesariamente sólo bandas
secretas de ladrones, tiranos y asesinos, el hecho general de que
nuestro gobierno es prácticamente llevado a cabo a través de
medios como el voto secreto, sólo prueba que existe entre
nosotros una banda secreta de ladrones, tiranos y asesinos, cuyo
propósito es robar, esclavizar, y, en cuanto sea necesario para
cumplir sus propósitos, asesinar al resto de la gente. El simple
hecho de la existencia de tal banda no hace nada para probar que
“el pueblo de los Estados Unidos”, o ninguna de las personas que
lo componen, defienda voluntariamente la Constitución.
39
Por todas las razones ya expuestas, el voto no proporciona ninguna
evidencia legal sobre quiénes son los individuos particulares (si es que los
hay), que voluntariamente defienden la Constitución. Por lo tanto, no
proporciona ninguna evidencia legal de que alguien la defienda
voluntariamente.
III
14Suponga que sea “el mejor gobierno sobre la tierra”, ¿eso prueba su propia bondad, o sólo la maldad de
los otros gobiernos?
40
1. Es cierto que la teoría de nuestra Constitución es, que todos los
impuestos son pagados voluntariamente, que nuestro gobierno es
una compañía de aseguramiento mutuo, voluntariamente asumida
por las personas entre sí; que cada hombre hace un contrato libre y
puramente voluntario con todos los demás que son las otras partes
de la Constitución, para pagar tal cantidad de dinero por tal
protección, de la misma manera en que lo hace con cualquier otra
compañía de seguros; y que él es tan libre de ser protegido y pagar
impuestos como lo es de no ser protegido y no pagar impuestos.
41
resistes a sus exigencias. Él es demasiado caballero para ser
culpable de tales imposturas, insultos y villanías como éstas. En
resumen, el bandolero no intenta convertirte en su incauto o en su
esclavo.
42
homicidio; condénalo, y ahórcalo. Si él llamara a sus
vecinos, o a cualquier otro que, como él, pueda estar
dispuesto a resistir nuestras exigencias, y vinieran en
gran número a asistirle, clama que todos son rebeldes y
traidores; que “nuestro país” está en peligro; llama al
comandante de nuestros asesinos a sueldo; dile que
sofoque la rebelión y “salve al país”, cueste lo que cueste.
Dile que asesine a todo aquél que se resista, aunque
sean cientos de miles; y así siembra el terror en todos
aquéllos dispuestos de manera similar. Ve que el trabajo
de asesinato sea llevado a cabo por completo; que no
tengamos mayores problemas similares de a partir de
ese momento. Cuando estos traidores hayan sido
aleccionados sobre nuestra fuerza y determinación,
serán ciudadanos buenos y leales por muchos años, y
pagarán sus impuestos sin cuestionamientos.
43
consentimiento, ni promesa de apoyarlos —es decir, apoyar al
“gobierno”, o a la Constitución.
Por esta razón, cualquiera que desee libertad, debe entender estos
hechos fundamentales, a saber: 1. Que todo hombre que deposite
dinero en las manos del “gobierno” (así llamado), deposita en sus
manos una espada que será usada en su contra, para extorsionarlo
por más dinero, y también para mantenerlo en sujeción a su
44
arbitrario antojo. 2. Que aquéllos que han de tomar su dinero, sin su
consentimiento, en primer lugar, lo usarán para robarle y
esclavizarlo más, si él presume resistirse a sus exigencias en el
futuro. 3. Que es una perfecta absurdidad suponer que cualquier
grupo de personas tomaría dinero de un hombre sin su
consentimiento y diría la verdad sobre la finalidad con la que dicen
que lo toman, a saber, para protegerlo; porque no tienen razón para
querer protegerlo, si él no desea protegerlos a ellos. Suponer que
ellos harían tal cosa, es tan absurdo como lo sería suponer que ellos
tomarían su dinero sin su consentimiento, con el propósito de
comprarle comida o ropa, cuando él no las desea. 4. Si un hombre
desea “protección”, es competente para hacer sus propios tratos
para obtenerla; y que nadie tenga ocasión de robarle, con el fin de
“protegerle” contra su voluntad. 5. Que la única seguridad que los
hombres pueden tener para su libertad política, consiste en
mantener su dinero en sus propios bolsillos, hasta que estén
perfectamente seguros de que será usado como ellos desean que sea
usado, para su beneficio, y no para su perjuicio. 6. Que
razonablemente, no se puede confiar en ningún gobierno, ni se
puede suponer razonablemente que tenga propósitos honestos en
mente, por más tiempo del que dependa del apoyo voluntario.
Estos hechos son todos tan vitales y autoevidentes, que no se puede
suponer razonablemente que nadie vaya a pagar voluntariamente a un
“gobierno”, para el propósito de asegurarse su protección, a menos que
haga un contrato explícito y puramente voluntario para ese propósito.
IV
45
nadie de manera a que fuera, en principios generales de derecho y razón,
vinculante para él.
¿Dónde estaría el fin del fraude y el litigio, si una parte pudiera llevar
a la corte un instrumento escrito, sin ninguna firma, y exige que sea
cumplido, en base a que fue escrito para que otro hombre lo firmara, o que
el otro hombre prometió firmarlo, o que debió haberlo firmado, o que
hubiera tenido la oportunidad de firmarlo, si hubiera querido; pero que se
rehusó o no lo hizo por descuido? Sin embargo, en el mejor de los casos eso
es lo que se podría decir de la Constitución.15 Los mismos jueces, que dicen
derivar toda su autoridad de la Constitución —de un instrumento que
15Los mismos hombres que la redactaron, nunca la firmaron de manera a vincularse a sí mismos a través
de ella, como un contrato. Y probablemente ninguno de ellos lo hubiera firmado jamás de manera alguna
para vincularse a sí mismos a través de ella, como un contrato.
46
nadie firmó jamás— rechazarían cualquier otro instrumento sin firma que
se les fuera presentado para solicitar una adjudicación.
16He revisado personalmente los códigos de leyes de los siguientes Estados, a saber: Maine, New
Hampshire, Vermont, Massachusetts, Rhode Island, Connecticut, New York, New Jersey, Pennsylvania,
Delaware, Virginia, North Carolina, South Carolina, Georgia, Florida, Alabama, Mississippi, Tennessee,
Kentucky, Ohio, Michigan, Indiana, Illinois, Wisconsin, Texas, Arkansas, Missouri, Iowa, Minnesota,
Nebraska, Kansas, Nevada, California, y Oregon, y vi que en todos esos Estados el código de leyes inglés ha
sido reinstaurado, a veces con modificaciones, pero generalmente ampliando sus operaciones, y está en
vigor.
“Sobre un contrato para la venta de tierras, viviendas, heredades, o de cualquier interés en ellos, o en
relación a ellos; o”
47
El principio del código, nótese, no es meramente que los contratos
escritos han de ser firmados, sino también que todos los contratos, excepto
aquellos especialmente eximidos —generalmente aquéllos que son de
importes pequeños, y han de permanecer vigentes por poco tiempo—
deben ser escritos y firmados.
La razón del código, en este punto, es, que ahora es tan fácil que los
hombres pongan sus contratos por escrito y los firmen, y que no hacerlo
abre la puerta para tanta duda, fraude y litigio, que los hombres que no
tengan sus contratos —de alguna importancia considerable— escritos y
firmados, no deben tener el beneficio de que las cortes de justicia les den
cumplimiento. Y esta razón es sabia; y esa experiencia ha confirmado su
sabiduría y necesidad, que está demostrada por el hecho de que se ha
actuado en base a ella en Inglaterra por casi doscientos años, y ha sido tan
casi universalmente adoptada en este país, y que nadie piensa revocarla.
“Sobre un acuerdo que no vaya a ser ejecutado dentro de un año a partir de su escritura:”
“A menos que la promesa, contrato o acuerdo, sobre la cual tal acción ha de ser tomada, o alguna parte de
ella, sea expuesta por escrito y con firma de la parte vinculada con ella, o por alguna persona legalmente
autorizada por ella para el efecto:…”
“Ningún contrato para la venta de bienes o mercancías, por el precio de cincuenta dólares o más, será
bueno ni válido, a menos que el comprador acepte y reciba parte de los bienes vendidos, o dé alguna
garantía para sellar el trato, o en parte de pago; o a menos que alguna nota o memorándum escrito del
trato sea elaborado y firmado por la parte a ser así vinculada, o por alguna persona legalmente autorizada
por ella para el efecto”.
48
de sus maridos, y declaren que firman sus contratos libres de cualquier
temor o compulsión de sus maridos.
Tales son algunas de las precauciones que las leyes requieren, y que
los individuos —por motivos de prudencia común, aún en casos en que la
ley no lo requiere— toman en poner sus contratos por escrito, y tenerlos
firmados, y guardarse contra toda inseguridad y controversia en cuanto a
su significado y validez. Y sin embargo tenemos lo que pretende o afirma
ser un contrato —la Constitución— redactado hace ochenta años, por
hombres que hoy están muertos y que nunca tuvieron poder para
vincularnos, pero que (se dice) no obstante ha vinculado a tres
generaciones de hombres, y que (se dice) será vinculante sobre todos los
millones que han de venir; pero que nadie firmó, selló, entregó, testificó o
reconoció jamás; y el cual pocas personas, comparando con todas las que se
dice que vincula, lo han leído, o siquiera visto, o lo leerán, o lo verán jamás.
Y de aquéllos que alguna vez lo leyeron, o lo leerán, tal vez apenas dos, tal
vez ni dos, se han puesto de acuerdo, o se podrán de acuerdo jamás, sobre
su significado.
VI
49
No es una exageración, sino una verdad literal, decir que, según la
Constitución —no como yo la interpreto, sino como es interpretada por
aquellos que pretenden administrarla— las propiedades, libertades y vidas
de toda la gente de los Estados Unidos son entregados sin reservas a las
manos de hombres que, está provisto por la Constitución misma, jamás
serán “cuestionados” sobre ninguna de las disposiciones que tomen sobre
ellas.
Y estos dos tercios de los votos pueden ser dos tercios de un quórum —es decir dos tercios de una
17
50
hombres cuyo poder sobre ellos es, y ha de ser siempre, absoluto e
irresponsable.18
18¿Qué valor tiene para un hombre, como individuo, que se le permita tener voz para elegir a estos amos
públicos? Su voz es solo una de varios millones.
51
responsabilizarlos por estos actos de sus supuestos agentes o
representantes. Este hecho prueba que estos pretendidos agentes del
pueblo, de todos, son realmente agentes de nadie.
VII
52
suficientemente tontos ni bribones como deben ser para estar dispuestos a
firmarlo; que (por lo menos como ha sido prácticamente interpretado) no
es lo que ningún hombre sensato y honesto quiere para sí; ni tiene derecho
a imponer sobre otros. Está, para todo propósito e intención moral, tan
desprovisto de obligaciones como los pactos que los ladrones y los piratas
hacen entre sí, pero nunca firman.
VIII
53
Pero este acuerdo tácito (admitiendo que existiera) no puede de
manera alguna justificar la conclusión extraída de ella. Un acuerdo tácito
entre A, B, y C, de que ellos, por medio de boletines de voto, diputarán a D
como su agente, para privarme de mi propiedad, libertad, o vida, no puede
de ninguna manera autorizar a D a hacerlo. Él es tan ladrón, tirano y
asesino, al afirmar que actúa como su agente, como lo sería si actuara
abiertamente bajo su propia responsabilidad.
Este acuerdo tácito, por lo tanto, entre los votantes de este país, no
cuenta para nada como autoridad para sus agentes. Tampoco cuentan los
boletines de voto por los cuales eligen a sus agentes como aval más de lo
que sirve como aval su acuerdo tácito; ya que sus votos son dados en
secreto, y por lo tanto de manera tal que evaden cualquier responsabilidad
por los actos de sus agentes.
54
es electo, o consecuentemente quiénes son sus jefes reales. No sabiendo
quiénes son sus jefes, no tiene derecho a decir que tenga jefes. Él puede,
cuando mucho, decir solamente que es el agente de una banda secreta de
ladrones y asesinos, que están obligados por esa fe que prevalece entre los
confederados del crimen, a defenderlo si a sus actos, hechos en su nombre,
han de ser resistidos.
IX
¿Cuál es la motivación del voto secreto? Ésta, y sólo ésta: como otros
confederados del crimen, aquéllos que lo usan no son amigos, sino
enemigos; y tienen miedo de ser conocidos, y de que sus acciones
55
individuales sean conocidas, incluso entre sí. Pueden inventar alguna
manera de crear suficiente entendimiento entre ellos como para actuar en
concertación contra otras personas; pero más allá de eso no tienen
confianza ni amistad entre ellos. De hecho, están tan dedicados en
esquemas para saquearse unos a otros, como lo están para saquear a los
que no son de los suyos. Y se entiende perfectamente entre ellos que la
parte más fuerte, en ciertas circunstancias, matará a las otras por cientos
de miles (como últimamente lo han hecho) para cumplir sus propósitos
contra sus camaradas. De ahí que no se atreven a darse a conocer, y hacer
conocer sus acciones individuales, incluso entre sí. Y ésta es abiertamente
la única razón para los boletines de voto: para hacer un gobierno secreto;
un gobierno de bandas secretas de ladrones y asesinos. ¡Y estamos
suficientemente locos para llamar a esto libertad! ¡Ser miembros de esta
banda secreta de ladrones y asesinos es estimado como un privilegio y un
honor! ¡Sin este privilegio, un hombre es considerado un esclavo; pero con
él, un hombre libre! Con él es considerado un hombre libre, porque tiene el
mismo poder de procurar secretamente (por voto secreto) el saqueo, la
esclavización, y el asesinato. ¡Y a esto lo llaman igualdad de derechos!
56
pueblo de los Estados Unidos”; ya que no pueden mostrar credenciales del
pueblo mismo; jamás fueron elegidos como agentes o representantes de
manera abierta y auténtica alguna; ellos mismos no saben, y no tienen
forma de saber, y no pueden probar, quiénes son sus jefes individuales
(como ellos los llaman); y consecuentemente no puede decirse, en derecho
o razón, que tengan jefe alguno.
XI
57
Si voy al Boston Common19, y en presencia de cien mil personas,
hombres, mujeres y niños, con quienes no tengo contrato sobre el asunto,
hago un juramento de que haré cumplir sobre ellos las leyes de Moisés, de
Licurgo, de Solón, de Justiniano o de Alfredo el Grande, ese juramento es, en
principios generales de derecho y razón, de ninguna obligación. No es de
obligación, no sólo porque es un juramento criminal, sino porque además se
jura a nadie, y consecuentemente me compromete con nadie. Es
meramente hecho al viento.
No alteraría el caso de ninguna manera decir que, entre estas cien mil
personas, en presencia de quienes el juramento fue hecho, hubo dos, tres, o
cuatro mil hombres adultos, que secretamente —por medio del voto
secreto, y de manera a evitar hacerse conocidos individualmente a mí, o al
resto de los cien mil— me habían designado como su agente para gobernar,
controlar, saquear, y, si fuera necesario, asesinar, a estas cien mil personas.
El hecho de que me hayan designado secretamente, y de manera a prevenir
que los conociera individualmente, anula toda vinculación entre ellos y yo; y
consecuentemente hace imposible que pueda haber ningún contrato, o
compromiso, de mi parte hacia ellos; ya que es imposible que yo me
comprometa, en ningún sentido legal, con un hombre a quien ni conozco, ni
tengo forma de conocer, individualmente.
58
validez. No sólo son en sí criminales, y por lo tanto nulos; sino que también
son nulos porque son hechos ante nadie.
59
casos) incluso personas nacidas en el extranjero, se les
permite ser miembros. Pero sucede que usualmente no más
de la mitad, dos tercios, o en algunos casos, tres cuartos, de
todos aquéllos a los que se les permite convertirse en
miembros de la banda, alguna vez ejercen, o
consecuentemente prueban, su membresía real, de la única
forma en la que ordinariamente pueden ejercerla o probarla,
a saber, dando sus votos secretamente para los oficiales o
agentes de la banda. El número de estos votos secretos, en la
medida en que tenemos alguna cuenta de ellos, varía
enormemente de año en año, tendiendo así a probar que la
banda, en lugar de ser una organización permanente, es un
asunto meramente temporal entre aquéllos que eligen
actuar en él en ese momento. El número bruto de votos
secretos, o lo que se supone que es su número bruto, en
diferentes localidades, es a veces publicado. Si estos reportes
son precisos o no, no tenemos medios de saber. Se supone
generalmente que grandes fraudes se cometen al
depositarlos. Se entiende que son recibidos y contados por
ciertos hombres, quienes son seleccionados para ese
propósito por el mismo proceso secreto que se utiliza para
elegir a todos los otros oficiales y agentes de la banda. De
acuerdo con los reportes de estos receptores de votos (cuya
precisión u honestidad, sin embargo, no puedo garantizar), y
de acuerdo con mi mejor conocimiento del número de
varones “en mi distrito”, a quienes (se supone) se les
permitió votar, parecería que la mitad, dos tercios o tres
cuartos realmente votaron. Quiénes fueron los hombres,
individualmente, que votaron, no lo sé, ya que todo se hizo en
secreto. Pero de los votos secretos así dados para lo que
llaman un “miembro del Congreso”, los receptores
reportaron que yo tuve una mayoría, o por lo menos un
número mayor que cualquier otra persona. Y es sólo en
virtud de tal designación que ahora estoy aquí para actuar
en concertación con otras personas escogidas por
procedimientos similares en otras partes del país. Es
entendido entre aquéllos que me enviaron aquí, que todas
las personas así escogidas, al reunirse en la ciudad de
Washington, harán un juramento en presencia de sus pares
“de defender la Constitución de los Estados Unidos”. Es decir,
60
un documento que se escribió hace ochenta años. Jamás fue
firmado por nadie, y aparentemente no es vinculante, y
jamás fue vinculante, como un contrato. De hecho, pocas
personas lo han leído alguna vez, y sin dudas la mayor parte
de los que votaron por mí y por los otros, jamás ni lo vieron,
ni pretenden ahora saber lo que significa. Sin embargo, a
menudo se habla de él en el país como “la Constitución de los
Estados Unidos”; y por alguna razón u otra, los hombres que
me enviaron aquí, parecen esperar que yo, y todos los que
actúan conmigo, juremos poner esta Constitución en
vigencia. Por lo tanto, estoy listo para hacer este juramento,
y para cooperar con todos los demás, elegidos de manera
similar, quienes están listos para hacer el mismo juramento.
61
Ninguna asociación, ni grupo de hombres, reconocido o responsable,
puede decirle esto; porque no existe tal asociación o grupo de hombres. Si
alguien ha de afirmar que existe tal asociación, que pruebe, si puede,
quiénes la componen. Que produzca, si puede, cualquier contrato abierto,
escrito, o auténtico de otra manera, firmado y acordado por estos hombres;
constituyéndose en una asociación; haciéndose conocer como tal al mundo;
designándolo como agente suyo; y haciéndose a sí mismos,
individualmente o como asociación, responsables de sus acciones, hechas
por su autoridad. Hasta que todo esto pueda ser mostrado, nadie puede
decir que, en ningún sentido legítimo, exista tal asociación; o que él sea su
agente; o que él alguna vez hizo un juramento ante ellos; o alguna vez se
comprometió con ellos.
62
XII
63
Respondió a mis intereses en el momento. Me permitió
conseguir el dinero que quería, y ahora propongo
quedármelo. Si ustedes esperaban que se los entregara,
confiaron sólo en ese honor que se dice que prevalece entre
los ladrones. Ahora entienden que esa es una garantía muy
pobre. Confío en que se volverán suficientemente sabios
para jamás volver a confiar en él de nuevo. Si tengo algún
deber en el asunto, es devolver el dinero a aquéllos de
quienes lo tomé; no entregárselo a villanos como ustedes.
XIII
64
XIV
65
mismos “los Estados Unidos”, y forzó esos juramentos. Pero esto
ciertamente no es suficiente para probar que los juramentos sean
vinculantes de manera alguna.
XV
XVI
66
integrantes de “el pueblo de los Estados Unidos”, o algún otro grupo
reconocido, abierto y responsable de hombres, que se llamaran a sí mismos
por ese nombre; ni de que se los haya autorizado a actuar a estos supuestos
embajadores, secretarios, y otros, a reconocer en su nombre a ciertas
personas, que se llaman a sí mismas emperadores, reyes, reinas, y
similares, como sus legítimos gobernantes, soberanos, amos, o
representantes de las distintas personas que dicen gobernar, representar y
vincular.
Las “naciones”, como son llamadas, con las que nuestros supuestos
embajadores, secretarios, presidentes, y senadores dicen hacer tratados,
son tanto mitos como la nuestra. En principios generales de derecho y de
razón, no existen las “naciones”. Es decir, ni todo el pueblo de Inglaterra,
por ejemplo, ni ningún otro grupo de hombres abierto, reconocido y
responsable, que se hagan llamar por ese nombre, jamás, a través de
ningún contrato entre sí, abierto, escrito o auténtico de otra manera, se
constituyeron en ninguna asociación u organización auténtica de buena fe, o
autorizó a ningún rey, o reina, u otro representante a hacer tratados en su
nombre, o vinculantes sobre ellos, individualmente o como asociación.
XVII
67
Ciertamente, ni todo el pueblo de los Estados Unidos, ni ningún
número de ellos, jamás separada o individualmente consintió pagar un
centavo de estas deudas.
68
individualmente; y estos responsables no fueron conocidos ni por sus
supuestos representantes que contrajeron estas deudas en su nombre, ni
por aquéllos que prestaron el dinero. El dinero, por lo tanto, fue prestado
en la oscuridad; es decir, por hombres que no se vieron las caras, ni
conocieron sus nombres; quienes no pudieron entonces, y no pueden
ahora, identificarse entre sí como responsables en las transacciones; y
quienes consecuentemente no pueden probar ningún contrato entre sí.
69
mismas partes, era que ellos podrían tener alguna excusa aparente para los
futuros robos de la banda (es decir, para pagar las deudas de la
corporación), y que podrían también saber a qué partes tenían derecho de
la recaudación de sus futuros robos.
XVIII
Éstas son las preguntas que deben ser respondidas, antes de que los
hombres puedan ser libres; antes de que puedan protegerse a sí mismos
70
contra esta banda secreta de ladrones y asesinos, que ahora los saquean,
esclavizan y destruyen.
La respuesta a estas preguntas es, que sólo aquellos que tienen el
deseo y el poder de disparar a sus semejantes, son los verdaderos
gobernantes en este, como en todos los otros (así llamados) países
civilizados; ya que nadie más puede robar o esclavizar a hombres
civilizados.
Entre los salvajes, la mera fuerza física, de parte de un hombre, puede
permitirle robar, esclavizar o asesinar a otro hombre. Entre los bárbaros, la
mera fuerza física, de parte de un grupo de hombres, disciplinados, y
actuando en concierto, con muy poco dinero u otra riqueza, puede, en
ciertas circunstancias, permitirles robar, esclavizar o asesinar a otro grupo
de hombres, igual de numerosos, o tal vez más numerosos que ellos
mismos. Y entre salvajes y bárbaros por igual, el mero deseo puede algunas
veces compeler a un hombre a venderse a sí mismo como esclavo a otro.
Pero entre gente (así llamada) civilizada, entre quienes el conocimiento, la
riqueza, y los medios para actuar en concierto, se han vuelto difusos; y
quienes han inventado armas y otros medios de defensa para convertir la
mera fuerza física en algo de mejor importancia; y quienes pueden obtener
cualquier número de soldados, y otros instrumentos de guerra por dinero,
la cuestión de la guerra, y consecuentemente la cuestión del poder, es poco
más que una mera cuestión de dinero. Como consecuencia necesaria,
aquellos que se muestran prestos para proveer ese dinero, son los
verdaderos gobernantes. Es así en Europa, y es así en este país.
En Europa, los gobernantes nominales, los emperadores y los reyes y
parlamentos, son cualquier cosa excepto los verdaderos gobernantes de sus
respectivos países. Son poco o nada más que meras herramientas,
empleadas por los ricos para saquear, esclavizar y (si fuera necesario)
asesinar a aquellos que tienen menos riqueza, o no la tienen en absoluto.
Los Rothschild, y esa clase de prestamistas de quienes son
representantes y agentes —hombres que nunca piensan en prestarles un
chelín a sus vecinos, para propósito de trabajo honesto, a menos que sea
con la mayor seguridad y a la tasa más alta de interés— están listos, en
todo momento, para prestarles dinero en cantidad ilimitada a estos
ladrones y asesinos, que se llaman gobiernos, para que se gaste en disparar
a aquéllos que no se someten en silencio a ser saqueados y esclavizados.
71
Ellos prestan su dinero de esta manera, sabiendo que ha de ser
gastado en asesinar a sus semejantes, simplemente por buscar su libertad y
la protección de sus derechos; sabiendo también que ni el interés ni el
capital serán pagados jamás excepto como extorsión bajo el terror de la
repetición de tales asesinatos como los que el dinero prestado ha de
solventar.
Estos prestamistas, los Rothschild, por ejemplo, se dicen a sí mismos:
Si le prestamos cien millones de libras a la reina y el parlamento de
Inglaterra, les será posible asesinar a veinte, cincuenta, o cien mil personas
en Inglaterra, Irlanda, o la India; y el terror inspirado por tal masacre, les
permitirá mantener a toda la gente de esos países en sujeción por veinte, o
tal vez treinta, años más; para controlar todo su comercio e industria; y
para extorsionarlos por grandes cantidades de dinero, bajo el nombre de
impuestos; y de la riqueza así extorsionada, ellos (la reina y el parlamento)
podrán pagarnos una tasa más alta de interés por nuestro dinero de la que
podemos obtener de cualquier otra manera. O, si le prestamos esta suma al
emperador de Austria, le permitirá asesinar a tantos de sus ciudadanos que
podrá sembrar el terror en el resto, y así podrá mantenerlos en sujeción, y
extorsionarles por veinte o cincuenta años más. Y dicen lo mismo con
respecto al emperador de Rusia, el rey de Prusia, el emperador de Francia,
o cualquier otro gobernante, así llamado, quien, a su juicio, podrá,
asesinando a una porción razonable de su gente, mantener al resto en
sujeción, y extorsionarles, por mucho tiempo más, para pagar el interés y el
capital del dinero prestado a él.
¿Y por qué están estos hombres tan dispuestos a prestar dinero para
asesinar a sus semejantes? Solamente por esta razón, a saber, que esos
préstamos son considerados mejor inversión que los préstamos para el
trabajo honesto. Pagan tasas más altas de interés; y es menos problemático
cobrarlos. En eso se resume el asunto.
La cuestión de hacer estos préstamos es, con estos prestamistas, una
mera cuestión de lucro pecuniario.
Ellos prestan el dinero a ser gastado en saquear, esclavizar, y asesinar
a sus semejantes, solamente porque, en general, estos préstamos pagan
mejor que cualquier otro. No tienen respeto por las personas, ni son tontos
supersticiosos que reverencian a los monarcas. No les importa más un rey,
o un emperador, de lo que les importa un mendigo, excepto porque
aquéllos son mejores clientes, y pueden pagarles mejor interés por su
dinero. Si ellos dudan de su capacidad para asesinar con éxito para
72
mantenerse en el poder, y así extorsionar dinero de su pueblo en el futuro,
ellos los despiden sin ceremonias como despedirían a cualquier otro
insolvente sin esperanza, que deseara prestar dinero para salvarse a sí
mismo de la insolvencia abierta.
Cuando estos grandes prestamistas de dinero sangriento, como los
Rotshchild, han prestado vastas sumas de esta manera, para propósitos de
asesinato, a un emperador o rey, ellos venden los bonos tomados, en
pequeñas sumas, a cualquiera, que esté dispuesto a comprarlos a precios
satisfactorios, para mantenerlos como inversión. Ellos (los Rothschild) así
recuperan pronto su dinero, con grandes ganancias; y están nuevamente
listos para prestar dinero de nuevo de la misma manera a cualquier otro
ladrón y asesino, llamado emperador o rey, quien, ellos piensan,
probablemente tenga éxito en sus robos y asesinatos, y pueda pagar un
buen precio por el dinero necesario para concretarlos.
Este negocio de prestar dinero sangriento es uno de los más
completamente sórdidos, criminales y despiadados jamás realizados, en
una medida considerable, entre seres humanos. Es como prestarle dinero a
comerciantes de esclavos, o a ladrones y piratas comunes, para ser pagados
de su saqueo. Y los hombres que prestan dinero a los gobiernos, así
llamados, para el propósito de permitirles robar, esclavizar y asesinar a su
pueblo, están entre los más grandes villanos que el mundo ha visto jamás. Y
merecen tanto ser cazados y asesinados (si no podemos deshacernos de
ellos de otra manera) como cualquier comerciante de esclavos, ladrón, o
pirata que haya vivido alguna vez.
Cuando estos emperadores y reyes, así llamados, han obtenido sus
préstamos, ellos proceden a contratar y entrenar inmensos números de
asesinos profesionales, llamados soltados, y los emplean en disparar a todo
aquel que resista sus exigencias de dinero. De hecho, la mayoría de ellos
mantienen grandes números de estos asesinos constantemente a su
servicio, como su único medio para concretar sus extorsiones. Existen
ahora, creo, cuatro o cinco millones de asesinos profesionales
constantemente empleados por estos llamados soberanos de Europa. La
gente esclavizada es, por supuesto, forzada a mantener y pagar a todos
estos asesinos, así como a someterse a todas las demás extorsiones que
estos asesinos son empleados para ejecutar.
Es sólo de esta manera que la mayoría de los llamados “gobiernos” de
Europa es mantenida. Estos llamados “gobiernos” son en realidad sólo
grandes bandas de ladrones y asesinos, organizadas, disciplinadas, y en
73
constante alerta. Y estos llamados “soberanos”, en estos distintos
gobiernos, son simplemente las cabezas, o jefes, de diferentes bandas de
ladrones y asesinos. Y estas cabezas o jefes dependen de los prestadores de
dinero sangriento para los medios por los cuales llevan a cabo sus saqueos
y asesinatos. Ellos no podrían sostenerse por un momento si no fuera por
los préstamos hechos a ellos por estos traficantes de préstamos de dinero
sangriento. Y su primera preocupación es mantener su crédito con ellos; ya
que saben que su fin llegará el día que su crédito con ellos se acabe.
Consecuentemente el producto de sus extorsiones es escrupulosamente
aplicado al pago del interés sobre sus préstamos.
Además de pagar el interés sobre sus bonos, ellos tal vez otorguen a
sus portadores grandes monopolios sobre la banca, como los Bancos de
Inglaterra, de Francia, y de Viena; con el acuerdo de que estos bancos han
de proveer dinero siempre que, en repentinas emergencias, pueda ser
necesario para disparar a más gente. Tal vez también, a través del
establecimiento de aranceles sobre importaciones de la competencia, ellos
dan grandes monopolios a ciertas ramas de la industria, en las cuales estos
prestamistas de dinero sangriento están involucrados. Ellos también, a
través de impuestos desiguales, eximen total o parcialmente a la propiedad
de estos traficantes de préstamos, y arrojan las cargas correspondientes
sobre aquéllos que son demasiado pobres y débiles para resistirse.
Así es evidente que todos estos hombres, que se llaman a sí mismos
por los altisonantes nombres de Emperadores, Reyes, Soberanos,
Monarcas, Cristianísimas Majestades, Catolicísimas Majestades, Altezas,
Serenísimos y Potentísimos Príncipes, y similares, y quienes afirman
gobernar “por la gracia de Dios”, por “Derecho Divino” —es decir, por
autoridad especial del cielo— son intrínsecamente no solamente meros
sinvergüenzas y miserables, involucrados solamente en el saqueo, la
esclavización y el asesinato de sus semejantes, sino que también son meros
soportes, los serviles, los obsecuentes, los aduladores dependientes y los
instrumentos de estos traficantes de préstamos de dinero sangriento, en
quienes se sostienen para el propósito de realizar sus crímenes. Estos
traficantes de préstamos, como los Rothschild, se ríen a carcajadas, y se
dicen a sí mismos: Estas criaturas despreciables, que se llaman a sí mismos
emperadores, y reyes, y majestades, y serenísimos y potentísimos
príncipes; que profesan usar coronas, y sentarse en tronos; que se adornan
con moños, y plumas, y joyas; y se rodean de aduladores contratados; a
quienes vemos pavonearse y endilgarse sobre tontos y esclavos, como
soberanos y legisladores especialmente apuntados por el Dios
74
Todopoderoso; y se exhiben como las únicas fuentes de honores, y
dignidades, y riqueza, y poder —todos estos miserables e impostores saben
que nosotros los creamos y los usamos; que en nosotros ellos viven, se
mueven y existen; que nosotros les exigimos (como el precio de sus
puestos) que tomen sobre sí todo el trabajo, todo el peligro, y todo el odio
de todos los crímenes que cometen para nuestro beneficio; y que nosotros
los desharemos, los desvestiremos de sus chucherías, y los enviaremos al
mundo como mendigos, o los entregaremos a la venganza de la gente que
han esclavizado, en el momento en que se rehúsen a cometer cualquier
crimen que les exijamos, o a pagarnos nuestra parte de sus robos como
consideremos conveniente exigir.
XIX
75
sus propios electores y jefes, como ellos dicen llamarles— que se resistan a
los saqueos y esclavizaciones que estos prestatarios del dinero practican
sobre ellos. Y esperan pagar los préstamos, si lo hacen, sólo por medio de
futuros robos, que ellos prevén que serán fáciles de cometer para ellos y
sus sucesores por largos años, sobre sus supuestos jefes, si pueden disparar
ahora contra unos cuantos cientos de miles de ellos, y así infundir terror
sobre el resto.
Tal vez los hechos jamás fueron tan evidentes, en ningún país del
mundo, como lo son en el nuestro, de que estos desalmados traficantes de
préstamos de dinero sangriento son los verdaderos gobernantes; que
gobiernan con las motivaciones más sórdidas y mercenarias; que el
gobierno ostensible, los presidentes, senadores y representantes, así
llamados, son solamente sus instrumentos; y que ninguna idea ni respeto
por la justicia o la libertad tuvo nada que ver en inducirlos a prestar su
dinero para la guerra. En prueba de todo esto, observe los siguientes
hechos.
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estos prestamistas de dinero sangriento, estuvieron dispuestos a seguir
siendo cómplices de los dueños de esclavos en el futuro, por las mismas
consideraciones pecuniarias. Pero los dueños de esclavos, o dudando de la
fidelidad de sus aliados del Norte, o sintiéndose ellos mismos
suficientemente fuertes para mantener a sus esclavos en sujeción sin la
asistencia del Norte, ya no pagarían el precio que estos hombres del Norte
exigían. Y fue para hacer cumplir este precio en el futuro —es decir, para
monopolizar los mercados del Sur, para mantener su control comercial e
industrial sobre el Sur— que estos manufactureros y mercaderes del Norte
prestaron algunas de sus ganancias de sus monopolios anteriores para la
guerra, de manera a asegurarse a sí mismos los mismos, o mayores,
monopolios en el futuro. Éstos —y no algún amor por la libertad o la
justicia— fueron los motivos por los cuales el dinero para la guerra fue
prestado por el Norte. En resumen, el Norte dijo a los dueños de esclavos: Si
no han de darnos lo que pedimos (darnos el control de sus mercados) a
cambio de nuestra asistencia contra sus esclavos, obtendremos lo que
queremos (mantener el control de sus mercados) ayudando a tus esclavos a
sublevarse, y usándolos como instrumento nuestro para mantener dominio
sobre ustedes; ya que tendremos el control de sus mercados, aunque los
instrumentos usados para tal fin sean blancos o negros, y a cualquier costo,
sea de dinero o de sangre.
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prestadores de dinero sangriento exigen, e insisten en que, y están
determinados a asegurar, a cambio del dinero que prestaron para la guerra.
Estos son los únicos términos bajo los cuales este gobierno, o con
algunas pocas excepciones, algún otro, jamás da “paz” a su pueblo.
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El pretexto de que “la abolición de la esclavitud” fuera o un motivo o
una justificación para la guerra, es un fraude de la misma manera que lo es
el “mantener el honor nacional”. ¿Quiénes, sino tales usurpadores, ladrones
y asesinos como ellos, establecieron la esclavitud? ¿O qué gobierno, excepto
aquel que descansa sobre la espada, como el que tenemos hoy, fue alguna
vez capaz de sostener la esclavitud? ¿Y por qué estos hombres abolieron la
esclavitud? No fue por ningún amor a la libertad en general —no como un
acto de justicia hacia el hombre negro mismo, sino como “una medida de
guerra”, y porque querían su asistencia, y la de sus amigos, en realizar la
guerra que habían emprendido para mantener e intensificar esa esclavitud
política, comercial e industrial, a la que sometieron al gran número de
gente, blanca y negra. Y aún estos impostores gritan que han abolido la
esclavitud del hombre negro —aunque éste no haya sido el motivo de la
guerra— como si pudieran así ocultar, reparar, o justificar esa otra
esclavitud que lucharon por perpetuar, y hacer más rigurosa e inexorable
de lo que jamás ha sido antes. No hubo diferencia de principio —sino sólo
de grado— entre la esclavitud que ellos presumen haber abolido, y la
esclavitud que luchaban por perpetuar; ya que toda restricción sobre la
libertad natural de los hombres que no sea necesaria para el simple
sostenimiento de la justicia, es de la misma naturaleza que la esclavitud, y
una difiere de la otra sólo en grado.
Aún otro más de los fraudes de estos hombres es, que ellos están
estableciendo ahora, y que la guerra fue diseñada para establecer, “un
gobierno de consentimiento”. La única idea que han manifestado alguna vez
sobre lo que es un gobierno de consentimiento, es ésta —que es uno al que
todo el mundo debe consentir, o ser disparado. Esta fue la idea dominante
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sobre la que la guerra se realizó; y es la idea dominante, ahora que tenemos
lo que se llama “paz”.
La lección que todos estos hechos nos enseñan es ésta: mientras que
la humanidad continúe pagando “Deudas Públicas”, así llamadas —es decir,
mientras que existan tales incautos y cobardes que paguen por ser
engañados, saqueados, esclavizados, y asesinados— habrá suficiente
dinero para prestar con esos propósitos; y con ese dinero un montón de
tontos, llamados soldados, pueden ser contratados para mantenerlos en
sujeción. Pero cuando se rehúsen a seguir pagando para ser engañados,
saqueados, esclavizados y asesinados así, dejarán de tener timadores,
usurpadores, ladrones, y asesinos y traficantes de préstamos de dinero
sangriento como amos.
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