Democracia. Fundamentos y Alcances de Una Noción Idealizada - Pablo Matamala

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Democracia.

Fundamentos y alcances de una noción idealizada

Pablo Matamala Castro


Alumno primer año Admin. Publica – Universidad de Valparaíso

El presente ensayo pretende indagar en las concepciones teóricas y filosóficas que


subyacen a algunos conceptos fundamentales del estudio de la ciencia política, como lo
son la noción de Estado, de régimen político y la democracia. Haciendo una revisión relativa
de algunos autores se puede rastrear ciertos elementos constitutivos que sirvieron de
argumento para el nacimiento de las concepciones modernas de la política y la sociedad.
Tal intento termina por establecer el origen de nuestras nociones contemporáneas a fin de
poder compararlas y comprender su alcance dentro del actual contexto en el que estamos
viviendo, para así poder hacernos una idea más certera sobre lo que hoy consideramos
nuestras libertades y derechos, y el funcionamiento de estos para nosotros.

Los sistemas políticos y la política han sido elementos dinámicos a lo largo de la historia de
la humanidad, diferentes civilizaciones han tenido diferentes formas de organizarse en
distintos lugares del mundo. Los ordenes sociales no han sido estáticos ni planos, más
bien siempre se han constituido de manera tal que asimilan las vicisitudes de los hechos
históricos para poder crear y mantener una “estructura establecida en una sociedad con
diferencias jerárquicas y económicas entre sus integrantes” (Dora Tamayo, 2012 p. 34). Por
lo tanto, no ha sido posible dibujar una evolución progresiva de estos, ni tampoco
concepciones positivistas que permitan comparar el pasado con el presente como si se
tratase de una línea recta que transita de la imperfección a la perfección, de la barbarie a
la utopía. Han sido las características históricas de cada periodo, sus conflictos, las
concepciones religiosas y culturales, los grupos de interés actuantes en ella, la visión de
mundo hegemónica, la geografía del territorio, etc... las condiciones que han determinado
un orden político específico que regula la relación entre ciudadanos y gobierno, entre la
comunidad y el individuo. Es así como las formas de gobierno, como la democracia,
guardan una distancia relevante si la situamos en la antigua Grecia, por ejemplo, o en el
Chile del siglo XXI.

Sabemos que en la época clásica la democracia era un sistema de organización que en su


etimología se remitía a dos términos griegos: “demos” (pueblo) y “krátos” (poder), por lo
cual se entiende vulgarmente un “gobierno del pueblo”, donde este actuaba y participaba
de la vida política. No obstante, también es conocida la realidad de este panorama, y nos
conta que la democracia griega se situaba bajo restricciones propias que le daban un marco
para su funcionamiento, tales como que la participación en la “Politeia”, la comunidad
política definida por Aristóteles, estaba restringida a los hombres de una determinada
especie. Quedaban afuera las mujeres, que eran relegadas al “Oikos” o a los asuntos
correspondientes a la esfera doméstica y privada del hogar, mientras que los esclavos y los
metecos (extranjeros) tampoco participaban en las decisiones que concernían a la
comunidad. La idea fundamental era la de una entidad colectiva y pública (Politeia) que
manejaba los asuntos y problemas de las ciudades, donde se realizaba el ejercicio de la
política, la discusión de las ideas y los hombres podían alcanzar la virtud.

Para la filosofía griega la política era un ejercicio que se situaba entre hombres libres, y que
no sólo tenía como objeto la resolución de las necesidades inmediatas y problemas
económicos de la humanidad, o las exigencias de autopreservación de cada individuo. En
la polis no sólo se satisfacían las necesidades fundamentales de cobijo y seguridad, sino
que era el lugar de la naturaleza del hombre, donde este realizaba su condición política
natural. El hombre como animal político por naturaleza, que tiene como esencia la vida en
comunidad, alcanza su finalidad ética en la política. Para Aristóteles esta era la causa final
de las comunidades primitivas anteriores, un gobierno entre iguales donde las necesidades
básicas estaban ya superadas.

Posterior a la época clásica, la democracia tomada desde sus valores, fue resignificada en
la transición hacía la época moderna de occidente, donde desde el pensamiento se fue
justificando una visión de la libertad basada en el derecho natural de los individuos. Esto
partió, antes si, desde la época medieval, donde la instalación de los regímenes
monárquicos debió encontrar una justificación al poder que detentaban las instituciones que
gobernaban, fundamentalmente 2: la corona (o el emperador) y la iglesia. Al punto que se
esbozó toda una teoría “dos poderes transformados en momentos conceptuales de una
misma teoría” (Pedro Roche, 2010, p. 23). En esta disputa del poder se consensuaba que
el origen de éste estaba en Dios, y que era transferido hacía los gobernantes ya sea por un
canal directo a la iglesia o al rey (o emperador), o a través de la voluntad de pueblo hacia
el monarca (Luca M. Romeu, 2016, p. 10). Las pretensiones de tal debate eran, por un lado,
justificar el origen del poder para gobernar, y por otro, darle una limitación o supeditación a
la divinidad, esto con tal de lograr un equilibrio entre las elites que hasta ese momento
dominaban. Fue así como se fue desarrollando una idea incipiente de que “nadie puede
colocarse a si mismo como rey o emperador” y que esta determinación era mediada por
Dios a través de la voluntad de un pueblo.

Ya en el renacimiento las ideas políticas que comenzaban a germinar eran otras, y que
además con el surgimiento de una clase dispuesta a alzarse, la burguesía, lograron ir
consolidándose como las nuevas ideas hegemónicas en la política. Así es como en la época
de la ilustración, de la mano de pensadores como Russeau, la idea de un gobierno
sustentado en la “voluntad general”, vale decir, validado por el reconocimiento de quienes
están sujetos a este, cobra fuerza, y logra instalarse dentro de una visión de la política
pensada desde el individuo como “cuerpo autosoberano”, que en el acuerdo voluntario con
los demás renuncia a esta condición para supeditarse voluntariamente a la vida social. Este
procedimiento fue catalogado como un “contrato” que daba legitimidad a un conjunto de
derechos y obligaciones que sirvió de fundamento a la organización social y la suspensión
de un supuesto “estado de naturaleza” previo al Estado donde los hombres vivían sin
restricciones y en base al interés propio de supervivencia. Por lo tanto, la política se vuelve
una acción de la voluntad ejercido por individuos, y ya no un asunto trascendental o de
justificación divina. Con el contractualismo se inaugura uno de los principios fundamentales
del liberalismo: las libertades políticas individuales, o la capacidad y el derecho de ejercicio
de estas por los individuos.

La nueva época de la política estaba ya decretada, las ideas liberales cobraban sentido en
una sociedad que ponía al centro de sí misma al individuo (la política emana de su
autosoberanía), sus derechos y libertades, y también al Estado como garante, a través de
la norma y la coacción, de estos “derechos inviolables del individuo” como lo plantea Bobbio
en su libro “El futuro de la democracia”.

La democracia entonces comenzaba a comprenderse bajo nuevas coordenadas, y


planteaba nuevas exigencias. Así es como la política también logra abrirse y ser entendida
ahora una disputa por el poder representativo que la sociedad delegaba en sus
gobernantes, y como también estos gobernantes poseían cierta libertad de actuación
entendidos como sujetos individuales a los que se les garantiza también sus libertades
fundamentales. Esto con lleva a nuevas problemáticas en la política moderna, donde la
democracia se basa en la representación de intereses por parte de actores que gobiernan
cíclicamente el Estado, y el Estado es comprendido como una entidad colectiva superior
que vela por mantener aquellas libertades individuales que se fundan como principios
básicos de nuestra sociedad, además de buscar el bienestar transversal de sus ciudadanos.
Para Bobbio, por ejemplo, esto dio paso a una sociedad poliárquica, en la cual no existe
una sola élite, sino diversas élites que compiten por el voto popular. Elites que no se
imponen, sino que se proponen en el marco de una competencia abierta por el poder.

Poder comprender la democracia como la mejor forma de gobierno no sólo pasa por una
cuantificación de las libertades, por cuantas cosas se votan o quedan al arbitrio de la
voluntad popular, sino también, como expresa Bobbio, por lo espacios donde se es capaz
de ejercer esta participación en las decisiones (el trabajo, la casa, la escuela, etc…), lo que
contempla aspectos culturales de nuestras sociedades. La democracia, como valor, no
solamente es una cuestión de estructura de Estado, sino también del comportamiento de
las instituciones que funcionan dentro de este y de la relación de estas con los individuos
en la sociedad, y aún más, habría que lograr indicar si acaso tal democracia logra dar, a
través de su ordenamiento y orientación, respuestas a las exigencias básicas de
subsistencias y derechos de las personas, pues se entiende que en una sociedad basada
en el intercambio de valores, la participación social y capacidad de incidir en la política está
sujeta a nuestra condición cultural, social y económica. La falsa idealización de la igualdad
de nuestra condición política da para creer que hoy todos podemos tener la misma agencia
de influencia sobre la sociedad, pero la realidad nos muestra una cosa contraria, más aún
en un contexto de adversidad sanitaria donde nuestras libertades han debido disminuirse a
fin de implementar medidas que logren mitigar el efecto de una amenaza biológica.

Es la asociación de grupos de interés, la articulación social de estos, su capacidad de


influencia en las formas del Estado, la que forma y deforma hoy día nuestra democracia, la
que imprime el carácter de las libertades y lo que se entiende por estas. Entendiendo que
además existimos en una época donde las ideas dominantes son las ideas de aquellas
clases que han logrado gobernar, y que han situado al individuo como el eje central de la
política y han inscrito a la política como un acto de la voluntad, en contraposición, por
ejemplo, a la concepción clásica donde la comunidad era anterior al individuo. Hoy el
ordenamiento del régimen social nace posterior al individuo y al reconocimiento de sus
libertades y derechos. El sujeto es el punto de partida.

Existe una demarcada diferencia entonces respecto a la consideración de la democracia


griega y las democracias actuales, tanto en la teoría política que las sostiene como en su
estructura y funcionamiento. La democracia hoy “es concebida como un conjunto específico
de procedimientos que regulan el acceso al poder político” (Mikel Barreda, 2011, p. 267),
pero no sólo eso, sino que también “un modo particular de relación, entre Estado y
ciudadanos y entre los propios ciudadanos” (O’Donnell, 2001, p. 27). No obstante, en la
actualidad se han levantado distintos índices de medición de la calidad de las democracias
que no sólo hablan del control por parte de la ciudadanía a los gobernantes, la participación
política y la garantía de derecho individuales, sino que también existen exigencias
relacionadas al desarrollo económico, al justicia social y seguridad social de derechos
transversales que permitan construir una sociedad más equitativa.

La democracia de carácter neoliberal que impera actualmente en chile muestra una clara
sobrevaloración de los aspectos relativos a las libertades económicas por sobre la garantía
de derechos sociales. Tal debate se ha podido sentir en el conflicto educacional que nuestro
país ha arrastrado durante las últimas dos décadas, donde la “libertad de enseñanza” (mi
poder decisión donde educarme), basada en los principios de la teoría política que el
individuo es la base de toda la sociedad, se ha visto tensionada por el “derecho a la
educación” como una visión transversal a toda la sociedad que antecede al individuo. O
aún más, las tensiones reveladas por el estallido social y el contexto de pandemia han
revelado la deriva autoritaria por parte del Estado para la resolución de las contradicciones
internas que produce la democracia neoliberal instaurada en chile, donde además como
antecedente tenemos que 2 presidentes han gobernado en cuatro periodos presidenciales
alternando su mandato, lo que ha afectado la legitimidad del sistema poliarquía chilena.
Finalmente, el aumento en el gasto de los instrumentos de coacción del Estado (fuerzas
armadas y especiales) es un indicador del carácter de las respuestas que existen a las
tensiones sociales que reclaman por una sociedad más justa y equitativas. Hoy la
restricción de ciertas libertades se justifica por la emergencia sanitaria, pero no dejan estas
de profundizar las diferencias políticas y económicas existentes entre los grandes grupos
de poder, el gobierno, y la ciudadanía en general. Por lo cual estas debieran ser
acompañadas de medidas paliativas que disminuyan la gigante brecha de la concentración
de la riqueza (índice de medición de la democracia), que provoca hoy abusos en el acceso
a insumos y condiciones básicas para la supervivencia, como lo son una vivienda, la
educación, la salud, la alimentación, el conocimiento y la cultural, etc.

Se ha justificado en nuestra época al Estado moderno y la democracia como los garantes


de una sociedad que funciona mejor que un orden que se rige por el derecho del más fuerte,
como se suponía que era en sociales más antiguas o un “estado de naturaleza” previo al
Estado moderno, pero no es injusto observar que “el derecho del más fuerte también es un
derecho que se ha perpetuado de otra forma en este Estado de derecho” (Marx, 1857,p. 8).

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