Soteriología Doctrinal de Filipenses

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Soteriología doctrinal de Filipenses

Es una epístola llena de gozo que Pablo escribió a la iglesia de Filipos para
agradecerles sus obsequios, y para animarles a permanecer firmes bajo la
persecución. En esta epístola, Pablo recordó a los filipenses la humildad de
Cristo y lo que sufrió por ellos, y les instó a regocijarse con él en el Señor.
Los filipenses estaban muy profundamente interesados en el apóstol. El
alcance de la epístola es confirmarlos en la fe, animarlos a andar como
corresponde al evangelio de Cristo, precaverlos contra los maestros
judaizantes, y expresar gratitud por su generosidad cristiana.
Esta epístola es la única, de las escritas por San Pablo, en que no hay
censuras implícitas ni explícitas. En todas partes se halla la confianza y la
felicitación plena y los filipenses son tratados con un afecto peculiar que
percibirá todo lector serio.

Notas preliminares a filipenses


I. La ciudad
Filipos era una colonia romana, gobernada por leyes romanas y sujeta al
gobierno de Roma. Era una pequeña Roma en medio de una cultura griega,
así como la Iglesia es una «colonia del cielo» aquí en la tierra (Flp 3.20,
nótese «ciudadanía»). La ciudad original, nombrada en honor al rey Felipe
de Macedonia, quien la conquistó arrebatándosela a los tracianos, era
notoria tanto por su oro como por su agricultura. Su suelo era muy fértil.
Busque en un mapa su ubicación en Macedonia.
II. La iglesia
La primera iglesia que se fundó en Europa la organizó Pablo en Filipos
(Véanse Hch 16) en su segundo viaje misionero. Después que Pablo siguió
hasta Tesalónica, los creyentes filipenses le enviaron ayuda económica (Flp
4.15; Véanse 2 Co 11.9). Cinco años más tarde, durante su tercer viaje
misionero, Pablo visitó Filipos camino a Corinto, y luego en su viaje de
regreso (Hch 20.1–6). Había un profundo cariño entre Pablo y la gente de
Filipos. ¡Sin duda que esta iglesia le dio al apóstol muy pocos problemas!
¡No es de sorprenderse que disfrutaba con su compañerismo y comunión!
III. La fe del evangelio (1.27–30)
Hay batallas que emprender en la vida cristiana, y Pablo nos advierte aquí
que los enemigos nos atacarán. Los nuevos cristianos atraviesan estas tres
etapas:
(1) llegan a ser hijos de la familia (la comunión del evangelio);
(2) llegan a ser siervos (el progreso del evangelio); y entonces:
(3) llegan a ser soldados (la fe del evangelio).
Satanás está tratando de derrotar a la Iglesia, y los cristianos deben tener un
solo sentir para hacerle frente y «pelear la buena batalla de la fe». Pablo da
varias exhortaciones para animar al cristiano a defender la fe del evangelio.
A. «ustedes no están solos» (v. 27).
Qué maravilloso es saber que otros están a nuestro lado mientras libramos
las batallas de la vida.
No hay sustituto para la unidad y la armonía en la iglesia cristiana. Satanás
es el gran divisor y destructor; Cristo es el unificador y el edificador.
C. «es un privilegio sufrir por cristo» (vv. 29–30).
Es maravilloso creer en Cristo y recibir el regalo de la salvación, pero hay
otro obsequio: Sufrir por Jesús. Filipenses 3.10 destaca que nuestro
sufrimiento es en comunión con Él; Véanse también Hechos 5.41. ¡Qué
privilegio seguir en el entrenamiento de tales santos como Pablo cuando
sufrimos por Jesús!
Pero, ocurra lo que ocurra, un cristiano siempre debe actuar como tal. «Que
su comportamiento sea tal que pueda ser identificado con el evangelio»,
advierte Pablo en 1.27. Alguien le preguntó una vez a Gandhi: «¿Cuál es el
más grande obstáculo para las misiones cristianas en la India?» Gandhi
replicó:
«Los cristianos». Tal crítica pudiera aplicarse a cristianos de otras tierras.
Incluso en medio de la batalla debemos comportarnos como cristianos.
En medio de los problemas Pablo mostraba tranquila confianza. Estaba
seguro de que los filipenses continuarían en su andar cristiano (v. 6); se
regocijaba de que sus tribulaciones daban nuevo ánimo a los creyentes de
Roma (v. 14); y confiaba en que saldría adelante de esas tribulaciones y
volvería otra vez a sus amigos (v. 25). Esta es la bendición de un solo
sentir: esa confianza gozosa en Dios, sabiendo que Él está en control de la
situación.

I. Salvación: el pasado del cristiano (3.1–11)


Pablo era religioso antes de ser salvo, pero su religión no pudo salvarle.
¡Tuvo que perder su religión para hallar la vida eterna! Este capítulo lo
inicia advirtiendo a los creyentes en contra de la religión separada de
Cristo. Los judíos llamaban «perros» a los gentiles, pero aquí Pablo usa el
término «perros» para describir a los maestros judíos que enfatizaban la
circuncisión y guardar la ley.
(Hallamos a estos sujetos en Hechos 15 y Gálatas.) A decir verdad, ni
siquiera llama «circuncisión» al rito; lo llama «mutilación», que significa
«un corte en la carne». La verdadera adoración es en el Espíritu (Jn 4.20–
24) y no en la carne; honra a Jesucristo, no a los líderes religiosos; depende
de la gracia de Dios, no de la fuerza carnal. Mucho de lo que pasa por fe
cristiana en este mundo es realmente sólo religión carnal.
Pablo tenía la mejor reputación posible como rabí judío. Por nacimiento y
educación sobrepasaba con mucho a todos sus amigos (Véanse Gl 1.11–
24). También era sincero; su religión judía significaba para él vida o
muerte. Era tan sincero que incluso perseguía a quienes diferían con él. Si
alguien pudiera llegar al cielo en base a su carácter y religión, ese sería
Pablo, y, sin embargo, ¡sin Jesucristo era un pecador perdido! ¡Cuando
halló a Cristo, consideró todos sus logros carnales como mera basura!
«Las he estimado» (v. 7) es la manera en que Pablo lo dice. Lo midió
cuidadosamente, se vio por lo que era y decidió que toda su religión y
honores mundanos no valían la pena. ¡Él quería a Cristo!
¿Qué obtuvo mediante su fe en Cristo? Justicia, por un lado (v. 9). Pablo
tenía abundancia de justicia legal (v. 6), pero le faltaba la verdadera que
Dios exige y que sólo Él puede dar. Una cosa es ser lo suficientemente
religioso como para entrar en la sinagoga y otra muy diferente ser lo
suficientemente justo como para entrar al cielo. Pablo también obtuvo
conocimiento personal de Cristo. La salvación no es saber acerca de Cristo;
es conocerle a Él (Jn 17.3).
Pablo también experimentó el poder de la resurrección (Véanse Ef 3.14) en
su vida. Añadido a estas bendiciones estaba el privilegio de sufrir por
Cristo (Flp 1.29). Finalmente, mediante Cristo recibió una nueva promesa:
la «resurrección de entre los muertos» (v. 11). Los judíos creían en la
resurrección, o sea, una resurrección general al final de la edad; pero Cristo
introdujo una resurrección del justo de entre los muertos. A esta se le llama
la primera resurrección (1 Ts 4.13–18; Ap 20.5). Cuando Pablo dice: «Si en
alguna manera» no sugiere incertidumbre, sino humildad. ¡Pensar que él,
un homicida, participaría en esa gloriosa resurrección!
II. Santificación: el presente del cristiano (3.12–16)
En la sección anterior Pablo es un «tenedor de libros espiritual» calculando
sus ganancias y pérdidas. En esta sección es un corredor, esforzándose por
alcanzar la recompensa. La ilustración del corredor es una de sus favoritas
(véanse 1 Co 9.25–27; 1 Ts 2.19, 20; Heb 12.1–3; 2 Ti 2.5). Por supuesto,
Pablo no sugiere que corramos para entrar en el cielo. Los corredores
olímpicos de la antigua Grecia tenían que ser ciudadanos de la nación que
representaban. También tenían que ser hombres libres, no esclavos. El
pecador inconverso es un esclavo, pero el cristiano es ciudadano del cielo
(3.20) y ha sido hecho libre por Cristo. A cada cristiano se le da un lugar
especial en la «pista» para su propio servicio y cada uno tiene una meta
establecida por Cristo. Nuestra tarea en la vida es «asir aquello para lo cual
fui también asido por Cristo Jesús» (v. 13). Pablo no habla respecto a la
salvación sino a la santificación: el crecimiento y progreso en la vida y el
servicio cristianos.
¿Cómo alcanzamos la meta que Dios ha fijado para nosotros? Por un lado,
debemos ser sinceros con nosotros mismos y admitir dónde estamos, como
Pablo declaró: «No que lo haya ya alcanzado» (v. 12). Luego, debemos
poner nuestros ojos de fe en Cristo y olvidarnos del pasado: los pecados y
fracasos pasados, y también los éxitos pasados. Debemos proseguir en su
poder. La vida cristiana no es un juego; es una carrera que exige lo mejor
que haya en nosotros: «esto hago» (v. 13). Demasiados cristianos llevan
vidas divididas. Una parte disfruta de las cosas del mundo y la otra trata de
vivir para el Señor. Se vuelven ambiciosos por las «cosas» y empiezan a
preocuparse por ambiciones terrenales.
Nuestro llamamiento es un «supremo llamamiento» y un «llamamiento
celestial»; y si vivimos para este mundo, perdemos la recompensa que va
con nuestro supremo llamamiento.

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