Amor Maternal

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Amor maternal

de August Strindberg

Personajes:

La madre, antigua prostituta, cuarenta y dos años.

La hija, actriz, veinte años

Lisen, diez y ocho años.

Una camarista.

Escena primera

Interior de una casa de pescadores, en un pueblecito de verano. Al fondo, galería de cristales

sobre la bahía.

La madre y la camarista fuman cigarrillos, beben y juegan a las cartas.

La hija, a la ventana, mira hacia fuera con gran atención.

Madre: ¡Elena, vení a jugar!

Hija: ¿Tengo que jugar contigo a las cartas en un día de verano tan hermoso como este?

Camarista: ¡Siempre tan atrevidita con tu mamá!

Madre: ¡Vení para acá, deja de tomar sol; te vas a estropear el cutis!

Hija: No quema tanto el sol.

Madre: ¡Entonces qué, está nublado! (A la camarista) Barajá, por favor.

Hija: ¿Puedo ir a la pileta hoy con las muchachas?

Madre: Sin tu madre, no, ya lo sabés.

Hija: ¡Sí, pero ellas saben nadar y vos no!

Madre: Saber nadar o no, no importa ahora; lo que sabés es que no debés salir nunca sin tu mamá.
Hija: ¡Claro que lo sé! ¡No oigo otra cosa desde que tengo uso de razón!

Camarista: Eso es una prueba de que tienes una madre amorosa, que quiere el bien de su hija …

¡Eso es!

Madre: (Tiende la mano a la camarista) ¡Gracias!, ¡Gracias por tus palabras, Augusta! Lo que yo

fui, eso… Pero que fui una buena madre, puedo decirlo sin temor.

Hija: Sí…¡No vale la pena tampoco pedir permiso para ir a jugar al tenis!

Camarista: No hay que ser impertinente con mamá, niña; y cuando no se quiere dar a los padres la

alegría de compartir sus humildes divertimentos, me parece, por lo menos ofensivo, pretender ir a

divertirse en compañía de otros.

Hija: ¡Sí, sí, sí , todo eso ya lo sé! ¡Ya sé, ya sé!

Madre: ¿Otra vez te vas a portar así? Ocupate de algo útil y no estés ahí sin hacer nada. ¡Ya sos

toda una señorita!

Hija: Si ya soy una adulta, ¡por qué me tratas como a una niña?

Madre: Porque te portas como una niña.

Hija: Eso en todo caso no tendrías que reclamármelo, porque vos querés que yo sea así.

Madre: Elena, me parece que te estás volviendo demasiado rebelde últimamente. ¿Con qué gente te

estás viendo?

Hija: Contigo, entre otras.

Madre: ¿Empezás a tener secretos con tu madre?

Hija: Sí, ya era tiempo, me parece.

Camarista: ¡No te da vergüenza, tontita, atreverte a contestarle a tu madre!

Madre: ¡Si en lugar de pelear, hicieras algo útil! Vení a leerme tus textos, por ejemplo.

Hija: El director me dijo que no tengo que leérselos a nadie, porque me malacostumbran.

Madre: ¡Mirá cómo me pagás! ¡Y yo sacrificándome, soy una tarada!

Hija: Entonces, ¿por qué te portas así? ¿Y por qué es culpa mía, si vos hacés las cosas mal?

Camarista: ¡Estás diciendo que tu madre no tiene educación! ¡Me parece mentira viniendo de vos!
Hija: ¡Eso dice la tía, pero no es verdad! ¡Y cuando mi madre quiere enseñarme a la fuerza, tengo

que decir lo que pienso, si no, no me van a volver a contratar y nos quedamos en la calle!

Madre: ¡Era lo que nos faltaba! ¡Que nos dijeras que vivimos a tus expensas! Pero ¿vos sabés

lo que le debés a tu tía Augusta? ¿Sabés que fue ella la que se encargó de nosotras cuando el infame

de tu padre nos abandonó? Gracias a Augusta seguimos viviendo; y por eso tenés una deuda con

ella que nunca vas a poder pagar. ¿Sabés eso? (La muchacha se calla) ¿Lo sabés? ¡Respondé!

Hija: ¡No te voy a responder!

Madre: ¡No lo vas a hacer!

Camarista: ¡Calmate, Amelia! Los vecinos escuchan y van a hacer comentarios sobre nosotras, ya

sabes como son. Calmate.

Madre: (A la hija) Ahora vestite y vení a pasear con nosotras.

Hija: ¡No tengo ganas de pasear hoy!

La Madre: Es la tercera vez que te negás a salir con tu madre. (Reflexionando) Será

posible… Andá, Elena, dejanos solas, mientras yo hablo con la tía Augusta.

(La hija sale a la galería)

Escena segunda

Madre: ¿A vos te parece posible?

Camarista: ¿Qué?

Madre: Que haya escuchado algo por ahí…

Camarista: ¡No, no es posible!

Madre: ¡Todo puede pasar! No creo que alguien fuera tan cruel para decírselo a la niña en la cara.

Yo tuve un sobrino que hasta los treinta y siete años no supo que su padre se había suicidado. Pero

la conducta de Elena cambió. Algo me huele mal. Hace ocho días sentí que mi compañía la

inquetaba cuando paseábamos juntas. Buscaba los caminos aislados; cuando encontrábamos a
alguien se hacía la distraída; estaba nerviosa. Callada, ausente, imposible sacarle una palabra; quería

regresar a casa. ¡Algo está pasando!

Camarista: La ponía inquieta, si es que entiendo bien, tu compañía… ¡la compañía de su madre!

Madre: ¡Sí!

Camarista: ¡Eso es ir un poco lejos!

Madre: Sí, y lo que es peor: imaginate que no me presentó a sus amigas cuando las encontramos.

Camarista: ¿Sabés qué pienso? Que se encontró con alguien en especial, tal vez alguno de los que

llegaron aquí la semana pasada. Vamos a preguntar qué turistas han llegado últimamente.

Madre: Sí tenés razón, vamos. ¡Elena! ¡Cuidá la casa mientras no estamos!

Hija: Sí, mamá...

Madre: (A la camarista) Tengo la sensación de que ya soñé esto…

Camarista: Puede ser; los sueños se cumplen algunas veces, yo lo sé…pero nunca los bellos

sueños.

(Salen por la derecha)

Escena tercera

La hija saluda desde la galería. Entra Lisen. Viene en traje de tenis: vestida toda de blanco,

sombrero blanco.

Lisen: ¿Salieron?

Hija: Sí, no deben tardar.

Lisen: ¡Y qué! ¿qué te dijo tu mamá?

Hija: No me atreví a preguntarle. ¡Tiene un carácter tan violento!

Lisen: ¡Ay, Elena! ¿Entonces no vas a venir con nosotras? ¡Y yo que estaba tan contenta! ¡Si

supieras cómo te quiero! (La besa)

Hija: ¡Y si vos supieras lo bien que me sentí contigo en estos últimos días... con las visitas a tu
casa... han sido preciosas, yo nunca había vivido en un ambiente tan pacifico y cariñoso! Te podés

imaginar lo bueno que fue para mí, que crecí en este lugarcito, en un mundo reducido donde las

personas, de una existencia dudosa y obscura, se movían alrededor mío cuchicheando, disputando,

burlándose. Sin tener nunca para mí una palabra amable, ni una caricia, siempre vigilándome, como

se los vigila a los presos…¡Pensar que es mi madre de la que estoy hablando así! ¡Y me hace un

daño... mucho daño! Me vas a despreciar.

Lisen: Uno no escoge a sus padres.

Hija: No, pero paga por sus pecados. Dicen que uno se puede morir sin saber realmente lo que

fueron los padres con los que una vivió siempre. Es probable. ¡Y cuando los conocés no terminás de

creer lo que son! ¡Todo es tan complicado!

Lisen: (Turbada) ¿Escuchaste a alguien decir algo?

Hija: Sí, cuando estaba en la pileta, hace tres días, escuché que alguien hablaba de mi madre. ¿Y

sabes lo que decía?

Lisen: No hagas caso…

Hija: ¡Decían que mi madre había sido…una mujer de la mala vida… una prostituta! ¡Me cuesta

creerlo; no quiero creerlo, pero tengo el presentimiento de que es verdad; todo coincide…es creíble,

y me da vergüenza! Me da vergüenza pasear en la calle con ella; siento que la gente nos mira, que

los hombres nos hacen señas…¡Es horrible! Pero, ¿es verdad? ¿Vos creés que pueda ser verdad?

Lisen: La gente dice tantas mentiras…yo… no sé nada.

Hija: Sí, vos sabés, vos sabés algo, pero no querés decírmelo... pero yo te lo agradezco. ¡Igual soy

una desgraciada, me lo digas o no!

Lisen: Amiga, deja de pensar en eso, y vení con nosotras hoy; vas a conocer gente nueva y la vamos

a pasar muy bien. Mi padre regresó esta mañana, y quiere verte; le hablé de vos en mis cartas... y a

mi primo Gerardo también.

Hija: Vos tenés un padre; yo también tuve uno, cuando era pequeñita, pequeñita…

Lisen: ¡Y qué pasó con él?


Hija: ¡Nos abandonó porque… según mamá, era un mal hombre!

Lisen: Eso es tan difícil de saber… te voy a decir algo: si venís con nosotras hoy, también vas a

conocer al director del Gran Teatro y es posible que trate de contratarte.

Hija: ¿Qué decís?

Lisen: Eso, que él está interesado en vos…, es decir, Gerardo y yo lo hemos interesado por vos, y

ya sabes que de un momento a otro nuestra suerte puede cambiar: una visita, una palabra dicha

oportunamente. En este caso no podés decir que no sin perjudicarte.

Hija: ¡Imagínate, claro que quiero! Pero no puedo salir sin mamá.

Lisen: ¿Por qué? Dame alguna razón.

Hija: No sé; ella me enseño a decirlo cuando era niña y se me quedó.

Lisen: ¿Te hizo prometer algo?

La Hija: ¡No, no era necesario; solo me mandaba: decí esto, decí lo otro! Y yo lo decía.

Lisen: Solo vamos a salir unas horas, ¿te parece que eso la haría sentir tan mal?

Hija: No creo que me extrañe; cuando estoy en la casa siempre tiene algo que reprocharme. Pero no

salgo sin su permiso, me sentiría mal si ella no puede acompañarme.

Lisen: ¿Y no podrá ir tu mamá a nuestra casa?

Hija: ¡No, Dios mío, no quiero ni imaginármelo!

Lisen: Pero el día que vos te cases…

Hija: ¡Yo nunca me voy a casar!

Lisen: ¿Fue tu madre la que te enseñó a decir eso?

Hija: Sí, siempre me puso en contra de los hombres.

Lisen: ¿Contra los hombres casados también?

Hija: ¡Sí, supongo que sí!

Lisen: Escuchame, Elena, realmente tendrías que…pensar por vos misma… tener tus propias

ideas…tendrías que liberarte, emanciparte.

Hija: No quiero de ninguna manera ser una emancipada.


Lisen: No, no es eso lo que quiero decir. Pero necesitás liberarte del control de tu madre, ya tenés

edad suficiente para pensar por vos misma, si no podrías hacerte la vida imposible, y viviendo la

vida de otra persona.

Hija: Nunca voy a poder. Estuve pegada a la falda de mi madre desde que soy una niña; jamás me

atreví a tener un pensamiento que no fuera el suyo, querer una cosa que no fuera su deseo. Sé bien

que esto me va a cohibir, que se me cierran ciertos caminos; pero es irremediable, no puedo hacer

nada en contra de eso.

Lisen: Y cuando tu madre se muera, no vas a saber defenderte en la vida.

Hija: Voy a tener que resignarme.

Lisen: Pero no tenés relaciones, ¡no tienes amigos! No se puede vivir sola. Es necesario que tengas

un apoyo. ¿Nunca estuviste enamorada?

Hija: ¡No, no sé! Nunca me atreví a pensar en esas cosas, y ningún hombre pudo fijarse en mí, mi

madre no los deja. ¿Y vos? ¿Soñás con estar enamorada?

Lisen: Sí, si alguno quiere y a mí me gusta…

Hija: Entonces seguramente te vas a casar con tu primo Gerardo.

Lisen: Nunca. Él no me quiere.

Hija: ¿No te quiere?

Lisen: No, él te quiere a vos.

Hija: ¡A mí!

Lisen: Si, me pidió que te dijera sus intenciones; él quiere conocerte, visitarte.

Hija: ¡Acá! ¡No, eso no puede ser! ¿Pensás que yo quiero atravesarme en tu camino? ¿Creés que yo

sería capaz de sacarte de su corazón, a vos, tan bella, tan fina…? (Toma entre las suyas las manos

de Lisen) ¡Una mano como esta, y una muñeca así! Me quedé mirando tu pie, el otro día, en el

baño. (Se arrodilla delante de Lisen, que está sentada) Un pie de uñas perfectas, con los dedos

rosados y gorditos como los de la mano de un niño. (Besa el píe de Lisen) Sos una gran mujer, y

muy diferente a mi.


Lisen: ¡Qué decís, no digas pavadas! (Se levanta) ¡Si vos supieras que…! Pero…

Hija: Yo debo ser tan buena como vos sos hermosa. Nosotras, cuando las vemos desde abajo

siempre pensamos eso… con esos rasgos claros, delicados, finos, donde la miseria no puso sus

arrugas ni la envidia la marca de su fealdad.

Lisen: Escuchá, Elena, me parece que es de mí de quien estás enamorada…

Hija: ¡Sí, eso! Yo me parezco un poco a vos, como una hierba silvestre se parece a una orquídea;

por eso veo en vos a otra yo, mejor, algo que quisiera ser y que no seré nunca. Te cruzaste por mi

camino tan clara, tan blanca, como un ángel, estos últimos días de verano; después va a llegar el

otoño, y pasado mañana regresamos a la ciudad… Y después nos perdemos de vista… Y está bien

que no volvamos a vernos… Nunca vas a poder elevarme hasta vos, pero yo…, yo podría hacerte

rodar abajo y no quiero. No quiero cambiar esta imagen, quiero verte tan alto, tan alto y tan lejos,

que no pueda ver tus defectos. Así, adiós, Lisen, mi primera y única amiga…

Lisen: ¡No, basta! Elena, ¿Vos sabés quién soy yo? ¡Yo soy tu hermana!

Hija: ¡Vos! ¿Qué estás diciendo?

Lisen: ¡Vos y yo tenemos el mismo padre!

Hija: ¡Que vos sos mi hermana, mi hermana menor! Pero ¿quién es entonces mi padre? Es capitán

de fragata porque el tuyo lo es… ¡qué tonta soy! Pero entonces, está casado, porque… ¿Es bueno

contigo? Con mi madre no lo era…

Lisen: ¡Qué sabes! Pero… ¿no estas contenta ahora de haber encontrado una hermana

pequeña… una hermana que no llora?

Hija: ¡Sí, tan contenta que no sé qué decir! (Se besan) Pero ¡no puedo ser completamente feliz

porque no sé que va a pasar acá! ¿Qué va a decir mamá, y cómo va a ser nuestro encuentro con

papá?

Lisen: De tu madre yo me encargo… No creo que tarde en llegar…, y vos esperá hasta que todo

se aclare. ¡Dame un abrazo, hermana! (Se abrazan)

Hija: ¡Mi hermana! ¡Qué rara suena esta palabra, como la palabra padre, que nunca la pude
pronunciar!...

Lisen: Nada de palabras ahora, volvamos al tema. ¿Te parece que tu madre se va a negar si te

invitamos a casa? ¡A la casa de tu hermana y tu padre!

Hija: ¿Sin mamá? ¡Ella odia a tu… a mi padre de una manera, que no te imaginás!

Lisen: Pero ¡no tiene ninguna razón para odiarlo…, si vos sabés que el mundo está lleno de

mentiras y de ideas falsas! ¡Y de errores, lleno de errores! Mi padre siempre me cuenta de uno de

sus antiguos compañeros, que se hizo con él a la mar como aspirante de marina. Había sido robado

un reloj de oro del camarote de un oficial, y Dios sabe por qué, sospecharon del aspirante. Sus

compañeros se alejaban de él, y eso le angustiaba; llegó el punto en que era imposible el trato con

ellos; un día tuvo un duelo, y decidió irse. Dos años más tarde el ladrón fue descubierto: era un

marinero; pero nunca se reparo el daño del inocente porque siempre había sido un sospechoso; la

sospecha, aunque desmentida, ha pesado sobre toda su vida, y el apodo que le habían puesto le

quedó. Su mala reputación creció como crece una casa: se había apilado y amontonado, y cuando se

quiso demoler los cimientos falsos, la construcción permaneció suspendida en el aire como un

palacio de “Las mil y una noches”. Cosas así pueden pasar. Pero pasan aventuras más disparatadas

aún, como la de aquel guitarrista, al que se le llamaba “el incediario” porque le habían prendido

fuego a su casa, o la de un tal Anderson, llamado Andrés “el ladrón”, porque había sido víctima de

un robo famoso.

Hija: ¿Querés decir que mi padre no es lo que yo pienso?

Lisen: ¡Eso! ¡Eso era precisamente lo que quería decir!

Hija: Lo ví muchas veces en mis sueños, sigo sin poder recordarlo… ¿No es bastante alto, con una

barba negra y unos grandes ojos azules de marino?

Lisen: Sí, así, más o menos.

Hija: Y además… Esperá… ¿Ves este reloj? Junto a la cadena hay una pequeña brújula, y en la

brújula un ojo donde está escrita la palabra “Norte” ¿Quién me la dio?

Lisen: ¡Tu padre! ¡Yo lo vi cando la compró!


Hija: Entonces es a él a quien vi tantas veces en el teatro cuando actuaba. Se sentaba siempre en el

proscenio de la izquierda y me miraba con mucha atención. No me he atreví a contárselo a mamá,

porque siempre le daba miedo por mí; una vez que aquel hombre me tiró flores al escenario y mamá

las quemó. ¿Era él?

Lisen: Seguro era él; y puedes estar segura de que sus ojos te vieron durante todos estos años

como ese ojo sigue a la aguja de la brújula.

Hija: ¡Y me decís que lo voy a ver, que él quiere verme! Parece como salido de un cuento…

Lisen: ¡Basta de cuentos ahora! (Se oye un ruido) Escuchá… es tu madre. Hacé silencio, voy a

prender el fuego...

Hija: ¡Va a ser espantoso, lo siento en el corazón! ¿Por qué los hombres no podrán entenderse y

vivir en paz? ¡ Si por lo menos todo hubiera pasado! Si mi madre quisiera ser buena…, voy a

rogarle a Dios que la haga buena. Pero seguramente no puede, o no quiere, no sé por qué.

Lisen: Puede y quiere si vos lo creés; tené un poco de fe en la dicha y en tus propias fuerzas.

Hija: ¿En qué voy a poner mis fuerzas? ¿En no tener escrúpulos…? ¡No puedo! ¿Una

felicidad comprada al precio de las lágrimas ajenas…? Eso no puede durar demasiado.

Lisen: ¡Vamos, a escena!

Hija: ¡No sé cómo podés creer que esto va a terminar bien!

Lisen: ¡Silencio!

Escena cuarta

Lisen: Señora…

Madre: Señorita: soy soltera.

Lisen: Su hija…

Madre: Sí, tengo una hija, a pesar de que soy soltera; hay muchas otras mujeres que las tienen y no

me da ninguna vergüenza. ¿Qué es lo que pasa?


Lisen: Tengo que rogarle que la señorita Elena venga a una excursión organizada por algunos

turistas.

Madre: ¿Y Elena no contestó por su cuenta?

Lisen: Sí, contestó que tengo que dirigirme a usted.

Madre: Eso no es una respuesta. Elena, hija, ¿vas a aceptar una invitación que no se hizo para tu

madre?

Hija Sí, si me dejás.

Madre: ¡Si yo te dejo! ¿Todavía me corresponde a mí decidir por una jovencita? Vos le vas a decir

a esta señorita, por tu propia cuenta, lo que querés hacer. Si querés dejar a tu madre sola y

despreciada, mientras te divertís; o si querés que la gente pregunte por tu madre, y que vos tengas

que dar explicaciones como: “No estaba invitada por esto y lo de más allá”… Entonces, bien: ¡Pero

decí por tu boca lo que querés hacer!

Lisen: Señorita, no juguemos con las palabras. Sé bien lo que piensa Elena y sé también que ella

contesta solo para agradarla. Si ama realmente a su hija como dice, debe desear lo mejor para ella,

aunque eso sea humillante para usted.

Madre: Escuchame, jovencita, yo sé muy bien tu nombre y quién sos, aunque no haya tenido el

honor de ser presentada. Pero mucho me asombraría que tu juventud tuviera algo que enseñarle a mi

vejez.

Lisen: ¿Quién puede saberlo? Durante seis años, después de la muerte de mi madre, me encargué

de criar y educar a hermanos y hermanas que son más pequeños que yo. Y sé que hay seres que no

aprenden nunca nada en la vida por viejos que se hagan.

Madre: ¿Qué querés decir?

Lisen: Quiero decir esto: la invitación que le hago es una oportunidad para que su hija se

presente al mundo, que Elena haga valer su talento o para que entable relaciones con un joven de

buena posición…

Madre: ¡Ah, que precioso suena eso! ¿y qué pensás hacer conmigo?
Lisen: ¡No se trata de usted, sino de su hija! ¿No puede usted pensar en ella un solo instante

sin pensar en usted misma?

Madre: ¡Lo único que me faltaba! Mirá, al pensar en mí, pienso también en ella, porque Elena

aprendió a amar a su madre.

Lisen: ¡Yo no creo en nada de eso! Ella está apegada a usted, porque la separó de los demás, y

necesitaba amar a alguien cuando usted la arrancó de su padre.

Madre: ¿Qué decís, impertinente?

Lisen: Que le arrancó la hija a su padre, cuando él se negó a casarse con usted porque lo había

engañado. ¡Usted le impidió ver a su hija, y se ha vengó de su propio crimen en él y en ella!

Madre: ¡Elena, no creas ni una palabra de lo que dice! ¡Quién me iba a decir! ¡Una extraña

entrando en mi casa para ponerme en contra de mi propia hija!

HIJA: (Acercándose a Lisen) No tendrías que hablar mal de mi madre…

Lisen: Es imposible, si tengo que hablar bien de mi padre. Sin embargo, comprendo que todo esto

está llegando a su fin. Permítame, entonces, darle un consejo o dos: eche afuera a la alcahueta que

vive en esta casa bajo el nombre de “tía Augusta”, si no quiere que la reputación de su hija se pierda

completamente. ¡Ese fue el consejo número uno! ¡Después, ponga en orden todos los recibos

acreditando lo que le ha enviado mi padre para la educación de Elena, porque pronto se ajustaran

cuentas! ¡Ahí tiene el número dos! Y otro más: no se obstine en perseguirla por todas partes, y,

mucho menos, en el Teatro; de lo contrario, todo contrato será cancelado; y entonces, usted tendrá

que ir a vender sus favores como hasta ahora, que ha tratado de sacar alguna ganancia a costa del

porvenir de su propia hija.

(La madre queda abrumada)

Hija: ¡Andate! ¡Respetá a mi madre por favor, mi madre es sagrada, respetala!

Lisen:¡Sagrada, esta! ¡No te das cuenta quién es!

Hija: Viniste hasta acá solo para destruir y no para reparar...

Lisen: Sí, he venido a reparar…, a reparar el nombre de mi padre que era inocente, igual que “el
incendiario” al que le habían prendido fuego la casa. Vine también para redimirte, a vos que sos la

víctima de una mujer que no puede redimirse si no es yéndose a un rincón donde nadie la perturbe

ni ella perturbe a nadie. Esa era mi misión; ya está terminada.

¡Adiós!

Madre: No se vaya señorita, antes escúcheme una cosa. Usted había venido aquí, aparte de todos

estos discursitos, para invitar a Elena a ir a su casa.

Lisen: Sí, se iba encontrar con el director del Gran Teatro, que esta interesado en ella.

Madre: ¿Quién? ¡El director! ¡Pero por qué no me lo había dicho! Ah, bueno… Elena irá sola.

Sí, sin mí.

(La hija hace un gesto)

Lisen: ¡Bueno, por fin entra en razón! Elena, te está dando permiso para venir. ¿Escuchaste?

Hija: ¡Sí, pero ahora yo no quiero!

Madre: ¿Qué estás diciendo?

La hja: No, no puedo, mamá. No puedo abandonarte ahora que lo sé todo. ¡Nunca más voy a tener

un día feliz! ¡Nunca más voy a poder creer en nada…

Lisen: (A la madre) Usted ahora recoja lo que sembró… Y si un día un hombre llega a llevarse a su

hija, usted se va a quedar sola con su vejez y ahí va a tener tiempo de lamentar su imprudencia.

¡Adiós! (Avanza hacia la hija y la besa en la frente.) ¡Adiós, hermana!

Hija: ¡Adiós!

Lisen: ¡Mírame a los ojos, y déjame creer tenés fe en la vida!

Hija: ¡No puedo! Ni siquiera puedo darte las gracias por tus buenas intenciones, porque me hiciste

daño, mucho más de lo que te imaginas. Me quedé dormida al sol bajo los árboles y viniste a

despertarme con una serpiente.

Lisen: ¡Volvé a dormir, te voy a despertar con flores y canciones! Buenas noches… ¡Y que

duermas bien!
Escena quinta

Madre: ¡Un ángel de luz vestido de blanco! ¡Era un demonio, un demonio perfecto. ¡Y vos... qué

tonta que sos! ¿A qué vienen esas niñerías? ¡Ser delicada cuando la gente es tan grosera!

Hija: Pensar que me engañaste de esta forma; me impulsaste a decir mentiras contra mi padre

durante tantos años…

Madre: ¡No vamos a hablar de cosas pasadas! ¿Para qué?

Hija ¡Y además… tía Augusta!

Madre: ¡Calláte! Tía Augusta es una mujer excelente con la que tenés muchas obligaciones.

Hija: Eso tampoco es verdad. Mi padre fue el que pagó por mi educación.

Madre: ¡Pero yo también tenía derecho a ese dinero, preciso vivir!... Sos despreciable, ¿sabés? ¡Y

estás buscando venganza! ¡No podés olvidarte de eso, es un detalle insignificante!... Acá tenemos

a Augusta. ¡Vení! ¡Nosotras tres, de una forma u otra, nos vamos a entretener como podamos.

Escena sexta

Camarista: ¿Viste cómo es él, no? ¡Yo ya sabía!

Madre: Dejalo, no nos vamos a ocupar más de ese hombre infame…

Hija: ¡No digas eso, mamá: no es verdad!

Camarista: ¿Qué es lo que no es verdad?

Hija: …¡Bueno, vamos a jugar a las cartas! ¡No puedo derribar esas murallas que te empecinaste en

levantar durante tantos años! ¡Vamos! (Se sienta en la mesa de juego y comienza a barajar)

Madre: Ah, bien… ¡Por fin, una muchacha que sabe lo que debe hacerse!

Telón

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