Ilusiones Recicladas para Ecolikalizar

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 22

ILUSIONES RECICLADAS.

UN CUENTO DE NAVIDAD

CAPÍTULO 1.

Era la primera vez en mis casi 10 años de vida, que mamá no podía pasar conmigo el primer día de
mis vacaciones de Navidad y me daba mucha pena, porque mamá siempre ha preparado un
montón de planes divertidísimos.

Pero este año, le había surgido un asunto importante en el trabajo que le había sido imposible
evitar.

– Matthew, sólo va a ser un día, te lo prometo. Tenemos el resto de las vacaciones para pasárnoslo
en grande, ¿vale?- Sí mamá, no te preocupes, seguro que papá y yo nos arreglamos bien.

No quería que mi madre se sintiera culpable por no poder estar conmigo, así que no le mostré mi
desilusión, pero por dentro estaba bastante triste.

Papá siempre estaba muy ocupado y estaba seguro de que acabaríamos en su oficina, por alguna
llamada inoportuna que solo podría gestionar desde su despacho.

Por si las moscas, me preparé una mochila con mis colores favoritos.

La secretaria de papá, que era muy simpática, no tenía más que bolígrafos verdes, rojos y azules y
me temía que iba a pasar bastante tiempo coloreando los dibujos que ella, amablemente, me
imprimía para tenerme entretenido.

Aunque no me apetecía pasar mi primer día de vacaciones en el enorme edificio de oficinas donde
mi padre trabajaba, lo cierto es que sí tenía ganas de ir para ver cómo habían decorado el inmenso
árbol de Navidad, que cada año ponían en la recepción.

Era el mejor árbol de Navidad del mundo, estoy seguro. Siempre me había preguntado quién sería
el encargado de decorar y montar semejante maravilla. Y no sólo era el árbol. Todo el edificio se
llenaba de luces y decoraciones navideñas que a ninguno de los compañeros grises y super
ocupados de mi padre parecía llamarles la atención. Es más, estoy seguro de que ni siquiera se
daban cuenta de que la decoración había cambiado.
Total, que amanecimos, mi padre y yo, mi primer día de vacaciones en casa. Sorprendentemente,
todo parecía ir de maravilla. Papá me preparó tortitas y dibujó un pingüino con el sirope de
caramelo. Puede que, en esta ocasión, estuviera equivocado y por una vez mi padre dejase sus
impertinentes llamadas para dedicarme algo más de tiempo a mí.

El móvil de papá no estaba a la vista, lo cual parecía una buena señal porque normalmente lo
llevaba pegado a su mano derecha, como una extensión de sus dedos.

Mamá había sacado entradas, hacía bastante tiempo, para un espectáculo de magia que
estábamos deseando ver. Hablaban maravillas del Mago en cuestión. Pero la función no
comenzaba hasta las cinco de la tarde, así que no me atrevía a cantar victoria pues, en cualquier
momento, podía sonar el teléfono y tendríamos que empezar a correr. Porque como papá siempre
dice “aparcar en la Avenida Principal es un infierno” y cuanto más tarde llegas a ese infierno, peor
se pone el humor de papá y también el tráfico.

– ¿Quieres que nos demos una vuelta por el centro comercial? Me ha dicho mamá que querías
comprarte un libro para estas vacaciones. Podemos echar un vistazo en la librería y comer en el
restaurante chino que tanto te gusta, antes de ir a la función, ¿qué te parece?

– Claro papá, me apetece muchísimo, además podemos mirar el juego que han sacado nuevo para
mi consola. Mi amigo Alex ya lo tiene y es una pasada.

Estaba claro. Me había equivocado completamente y mi primer día de vacaciones prometía ser
increíble.

Cuando ya no nos entraba ni una sola tortita más, subimos a vestirnos para salir.

– No te olvides los guantes, la bufanda y el gorro – gritó papá desde su habitación –

– Vale papá – contesté mientras abría el cajón donde los tenía guardados.

Era increíble, el teléfono de papá no había sonado en toda la mañana y con la emoción me olvidé
de coger la mochila que había preparado con las pinturas de emergencia.
Nos montamos en el coche y sucedió lo que me temía.

– Vamos a pasar un momento por mi oficina a recoger unos papeles que me he olvidado. Así
puedes saludar a Martha ¿te acuerdas de ella?

– Claro Papá, es tú secretaria. – contesté con desgana.

– Venga, no te preocupes que sólo serán unos minutos. Lo más importante es que encontremos
aparcamiento pronto. En Navidades toda la calle está imposible para el tráfico…

Papá continúo hablando hasta que conseguimos aparcar. Una vez bajamos del coche, puso el
piloto automático y ya sólo pensaba en sus asuntos de trabajo.

– Buenos días, Martha.

– Buenos días. Le he dejado los papeles preparados sobre la mesa.

– Bien, los cojo y nos marchamos. ¿Has visto a mi hijo? Ya es todo un hombretón.

– Sí, hola Matthew. ¿Ya estás de vacaciones?

– Hola Martha. Si, hoy es mi primer día, – contesté con ironía.

Y entonces, Martha sentenció.

– Andrew, le ha llamado el responsable de la empresa de Boston, el señor Smith. Solo quería


felicitarle las Navidades antes de irse de vacaciones.

– Matthew, sólo tardaré un minuto en llamarle y nos vamos, ¿vale?


– Sí, papá.

Los colores en casa y yo en la oficina de mi padre sin saber qué hacer. No me apetecía colorear
ninguno de los dibujos que Martha me había preparado. Además, se suponía que solo sería unos
minutos, así que decidí dar una vuelta y aprovechar la visita para ver el árbol de recepción.

– Papá, puedo bajar a ver el árbol de recepción.

– ¿El árbol?, ¿pero no lo has visto cuando hemos entrado?

– Si, pero como íbamos tan rápido…

– Bueno vale, es que yo ya lo tengo muy visto.

Estaba claro, mi padre no sabía apreciar el maravilloso árbol que decoraba su edificio.

– Ven Matthew – dijo Martha – yo te acompaño abajo y me esperas en el árbol, mientras yo le


llevo estos papeles a la secretaria de la planta 2.

Papá me guiñó el ojo y se metió en su despacho.

Cuando llegamos a recepción se me pasó un poco el enfado.

– ¡Caray! Este año se han superado. – pensé – Martha, ¿Habías visto alguna vez tantas luces en un
mismo árbol?-

– Espérame aquí, Matthew…Un cuento de navidad

Ni siquiera había escuchado lo que le había dicho. Ella también parecía demasiado ocupada para
apreciar el trabajo tan bonito que alguien había hecho.
La recepción era un lugar precioso; los suelos de mármol y los muebles tan modernos hacían que
el árbol luciese aún más bonito.

Estaba tan embobado mirando las bolas y las guirnaldas que casi no había caído en la presencia de
aquel hombre con un mono gris y un carrito cargado de cajas, en las que se leía: Reciclaje de
Navidad.

– Eh, oiga ¿ha hecho usted esto? – pregunté.

Pero el hombre no se giró y continuó su camino hasta una puerta, que estaba en el fondo de la
planta en la que nos encontrábamos.

Corrí hacia él. Tenía que saber si él era el encargado de montar el decorado navideño. Recordé que
tenía que esperar a Martha y me entraron algunas dudas, pero decidí olvidarme por un momento
de Martha y de mi padre, al fin y al cabo, ellos tenían cosas más importantes en las que pensar, y
yo también.

Antes de poder alcanzar al señor, este ya se había metido por una puerta en la que ponía
“mantenimiento”.

Estaba claro, el hombre del mono gris era el responsable de mantenimiento.

Matthew abrió la puerta. Entró en una sala que estaba abarrotada de cajas.

La iluminación era muy bonita, casi cálida. Al final de la sala había una estufa de leña, que no
parecía encajar demasiado con aquel edificio tan moderno.

Casi sin darme cuenta, apareció el hombre con el mono gris. Salió de detrás de una de las torres de
cajas que llenaban por completo la estancia.

Abrió la estufa y tiró un montón de papeles. Se sentó en una silla de madera. Se le veía cansado.
– Por fin nos conocemos Matthew. – dijo el hombre sin girar la cabeza.

Me hablaba a mí.

Aquel hombre desconocido se estaba dirigiendo a mí, como si me estuviera esperando.

No supe que decir. Me quedé callado, esperando que dijese algo más para terminar de salir de
dudas.

– No hay nada mejor que el calor de la leña ¿no crees? La calefacción está bien, pero el olor de la
leña…

– Si, me gusta el olor a leña – contesté sin separarme de la puerta. Al fin y al cabo, no conocía de
nada a aquel hombre y mis padres me habían explicado que no debía confiar en desconocidos.

– Haces bien en no confiar en desconocidos.

Parecía que leía mis pensamientos.

– Salgamos de este almacén. Todas estas cajas no tienen más que trastos viejos y polvo. Menos
mal que pronto haremos limpieza y todo irá a la basura de Navidad.

Pero espera, dame un momento para coger la caja de tú padre y ya estaremos listos para salir.

– ¿La caja de papá?

– Si, todos tienen su caja. Aquí guardamos todo lo que las personas ya no quieren.

– ¿Quién es usted? ¿qué es este lugar?

– Oh, tienes razón, qué modales los míos, no me he presentado. Yo soy el responsable de
mantenimiento y reciclaje de ilusiones de Papá Noel. Aunque lo cierto es que hago de todo, este
trabajo no es tan sencillo como parece…ya me gustaría a mí ver a alguno en mi lugar – refunfuño
el hombre. – Mantenimiento, sí señor, eso es lo que hago, mantener las ilusiones o reciclarlas, eso
depende… No creas que es un trabajo sencillo. Tu padre, mismamente, es un hueso duro de roer.
Hace mucho que el trabajo ha absorbido su tiempo…A ver si me entiendes, no es que tenga que
dejar de trabajar, pero a veces hay que parar para dejar de perder el tiempo. Ya sé, es un poco
lioso eso de no perder el tiempo para tener más tiempo. Ya sabes, ¿o no?, puede que te esté
agobiando un poco. Suele pasar, soy demasiado hablador y… ¿ves? Ya he vuelto a liarme
hablando. ¿Qué te parece a ti eso del tiempo, muchacho?

– Uf, pues eso se lo tendría que explicar bien a mi padre, porque él siempre dice que estar parado
es lo mismo que perder el tiempo. ¿Y dice usted que trabaja para Papá Noel? ¿Ese es el nombre de
alguna empresa?

– No, Papá Noel es Papá Noel, aunque algunos confunden su figura con la de una fábrica de
juguetes, lo cierto es que Papá Noel es mucho más.

– Esto es una broma, ¿verdad? En fin, tengo que irme. Martha debe estar esperándome. Sólo
quería felicitarle por su árbol, porque lo ha puesto usted, ¿verdad? Es lo mismo, tengo que irme.

Decidí salir de aquel lugar, porque la verdad es que el encargado de mantenimiento o reciclaje o lo
que fuese parecía estar un poco chiflado y me estaba empezando a asustar.

La puerta se cerró con tanta fuerza que pensé que todo el mundo iba a girarse para llamarme la
atención por el ruido. Sin embargo, nadie movió ni un pelo; de hecho, parecían estatuas.

Algo estaba pasando. Me di la vuelta y la puerta había desparecido.

Me acerqué al majestuoso árbol y allí estaba Martha, petrificada y con un paquete entre las manos
en el que venía mi nombre y una nota que decía: “Matthew, no olvides el paquete de tú padre”.

Al leerlo el corazón me dio un vuelco. – Madre mía, ¿qué es todo esto? –

Pensé en mamá, con ella siempre me sentía seguro, pero ahora no estaba aquí y tenía miedo.
Decidí subir al despacho de papá. Cuando llegué a la séptima planta, casi sin aliento, porque, claro,
también los ascensores se habían parado; todos estaban inmóviles. Mi padre seguía pegado al
teléfono, con un bolígrafo en la mano donde parecía que había garabateado algo en su cuaderno
de notas. Me acerqué para ver qué habría escrito una persona tan ocupada como él y me quedé
sorprendido. Mi nombre, mi padre estaba escribiendo mi nombre y al lado había dibujado una
carita triste.

La verdad es que así me sentía cuando llegamos a la oficina pero, en este momento no estaba
triste, sino muy asustado.

Me giré y allí estaba el señor de mantenimiento.

– ¿Qué hace usted aquí? ¿Ha hecho esto Papá Noel? ¿Sabe que estoy muy asustado? No creo que
el plan de Papá Noel sea asustar a un niño, ¿no cree?

– Claro que no. No debes asustarte. Papá Noel te ha dado una oportunidad que sólo unos pocos
han tenido a lo largo de la historia de la Navidad. Tu ilusión por la Navidad y lo mucho que quieres
a tú padre, han hecho que Papá Noel te permita ayudarle.

Verás, faltan unas pocas horas para que todas las cajas que has visto en la sala sean recicladas.
Esto significa que muchas personas, las propietarias de las cajas, perderán sus ilusiones y, con ello,
muchos sueños y sentimientos bonitos.

Las cajas contienen los momentos perdidos, que no parecen querer recuperar. Por eso, Papá Noel
lleva todas esas ilusiones al centro de reciclado.

Hoy, tu padre ha amanecido con ganas de pasar el día contigo, pero no ha sido capaz de dejar esa
llamada para otro momento. Una lástima, porque iba por buen camino.

– ¿Y yo qué puedo hacer? Es mi padre el que tiene el problema, no yo. Deberían haberle dicho
esto a él.

– Bueno, pero él te tiene a ti ¿Me equivoco? Estoy seguro de que detrás de todo ese enfado, aún
te queda mucha ilusión, ¿verdad? – dijo mientras señalaba el dibujo que había hecho mi padre –
Papá Noel te invita a ir al centro de Reciclaje para que tú decidas lo que quieres hacer con la caja
de tú padre ¿Qué dices? ¿vienes?

CAPÍTULO 2.

Todo era tan extraño. Nada parecía real. Estaba seguro de que estaba soñando, así que pensé que,
si no era más que un sueño, no pasaría nada por ir con el señor de mantenimiento.

– De acuerdo, iré con usted.

En un abrir y cerrar de ojos nos plantamos en la sala de las cajas, pero ya no parecía una
habitación sucia y polvorienta. Había algo detrás de una de las montañas de cajas que iluminaba el
resto de la sala. Me asomé y casi me desmayo cuando vi el trineo de Papá Noel, con sus renos y un
enorme saco que parecía vacío, pero que seguro que iba a llenarse de las cajas de todas aquellas
personas.Un cuento sobre la navidad– ¿Este es el trineo de Papá Noel? – pregunté al señor de
mantenimiento.

– No, ¿es que no has leído la chapa? Es el trineo del responsable de mantenimiento y reciclaje
“RMR”. ¿Pensabas que sólo Papá Noel tenía un trineo tan chulo? Pues no amigo. Algunos, los que
tenemos responsabilidades tan importantes como las que yo tengo, disponemos de vehículo
propio, igual que Papá Noel.

Pero venga, déjate de tanta cháchara y ayúdame a llenar el saco con las cajas que vamos a tirar.

En un santiamén, el saco se había tragado todo lo que había en esa sala y ya sólo quedaba la
pequeña estufa de leña; entonces, el señor de mantenimiento la cogió y la subió al carro.

– Estos vehículos tienen calefacción propia, pero no hay nada como el calor de la leña. Muchacho,
ya puedes cerrar la boca, que se te va a desencajar la mandíbula.

Mi cara debía ser un poema, pero es que lo de la estufa había sido el colmo de los colmos.

¡Menudo sueño estaba teniendo!


– Abróchate el cinturón, jovencito, este trasto se mueve bastante. Además, no quiero que me
pongan ninguna multa. La última vez me dejaron sin trineo durante un mes…no te imaginas la
cantidad de cajas que se me habían acumulado en todo ese tiempo.

El trineo era impresionante y aún más increíble fue la velocidad con la que subimos al cielo.
Volábamos sobre los edificios y los tejados de mi barrio. Volábamos sobre diminutas y atareadas
personas, a las que podía escuchar desde el trineo. Eran sus pensamientos y sus sentimientos lo
que oía. Desde el trineo se escuchaba todo, se sentía todo. La gente no paraba de pensar en todas
las cosas que tenían que hacer y el poco tiempo que tenían, mientras los niños, caminaban junto a
sus padres, ilusionados por la magia de las luces que decoraban las calles en Navidad.

– Todos están muy ocupados, los adultos quiero decir. A veces mi padre me da mucha pena. Esta
siempre cansado. La semana pasada mi madre y yo pusimos el árbol en casa y mi padre no se dio
cuenta. Tuve que insistir dos veces en que mirase lo bonito que había quedado.

– Si, los adultos tienen muchas responsabilidades. Es normal. Aun así, es importante no olvidarse
de lo verdaderamente importante. Algunos papás no tienen remedio, pero el tuyo todavía tiene
un resquicio de ilusión y tú eres el único que puede ayudarle.

Verás, Matthew, algunos adultos tienen que trabajar muy duro y necesitan que alguien les ayude
a no perder la ilusión.

Pero a veces ocurre que aquellos que pueden ayudarles, están tan ocupados pensando en ellos
mismos, que no tienen tiempo de ayudar a esos adultos.

Me refiero a los niños, claro. Muchos niños y niñas pensáis que son los papás los únicos
responsables de haceros felices y lo que no sabéis es que vosotros tenéis una tarea importantísima
dentro de la familia. Sois los únicos que podéis mantener la ilusión de los adultos y los encargados
de llevar la magia de la Navidad a vuestros hogares.

– Pero mi mamá sigue teniendo ilusión y le encanta la Navidad. Entonces ¿Por qué mi padre no
tiene la misma ilusión? Él es el único culpable.

– Bueno, tu madre lo tiene más fácil, porque tú has mantenido su ilusión intacta. Pero hace mucho
tiempo que decidiste no ayudar a tu padre en este asunto. ¿Recuerdas la Navidad de hace tres
años? Tus padres te llevaron a un parque precioso y te montaron en un tren que iba pasando por
distintos decorados navideños. Tú estabas emocionado porque te encantan los trenes. Pero
sucedió algo que te hizo enfadarte muchísimo con tú padre. ¿Sabes a qué me refiero?

– Creo que sí. Fue el dichoso teléfono móvil de mi padre. Justo cuando estábamos pasando por el
escenario de los pingüinos, papá recibió una de esas llamadas que le tienen enganchado al
teléfono horas.

– Si, así fue. Pero no estuvo horas como tú dices. Mira, abre la caja de tu padre.

Pensaba que dentro habría recuerdos del tipo marcos de fotos y similares. Pero la caja estaba llena
de burbujas de cristal. Cada burbuja tenía una fecha.

– Saca la burbuja de Navidades 2014 y ponla entre tus manos. Ella te mostrará lo que sucedió.

Al sujetar la bola con las dos manos, apareció ante mí la escena de aquel día. La imagen se
reflejaba en el respaldo del asiento que tenía delante y que hacía de pantalla, era como una
película de cine en pequeñito. Un cuento sobre la navidad

Se nos veía muy contentos a los tres. Yo iba de la mano de papá. Estábamos montados en el tren y
yo no paraba de señalar, como si papá y mamá no estuvieran viendo lo mismo que yo.

Entonces sonó el teléfono y papá no lo cogió. Pero, inmediatamente después, volvió a sonar.
Imagino que ante la insistencia tuvo que cogerlo.

Yo quería que papá me prestase atención, porque estábamos pasando por una zona de pingüinos.
Desde que papá y yo vimos una peli de pingüinos cantantes, siempre jugábamos a imitar a los
pingüinos con su divertida forma de caminar y nos encantaba tararear la canción de la peli cuando
íbamos de camino al cole…Ese debería haber sido nuestro momento, pero papá estaba hablando
por teléfono y no me hizo caso.

– Lo ve, él siempre ha fastidiado los buenos momentos. Su teléfono era más importante que yo.

– Sigue mirando, Matthew.


El tren avanzaba por las vías, pero yo había dejado de señalar. Seguíamos junto a los pingüinos y
mamá intentaba hacerme reír. Me senté junto a ella y en seguida se me pasó el enfado. Poco
después, cuando aún se podían ver los pingüinos, papá colgó el teléfono y se unió a la diversión. Él
empezó a señalar los pingüinos con insistencia, pero yo me había cerrado en banda y sólo hacía
caso a mamá.

Intentó llamar mi atención tarareando la canción de los pingüinos, pero no sirvió de mucho.

El rostro apesadumbrado de mi padre me hizo ver que él también sentía mucho haberse perdido
ese momento por culpa de su teléfono.

De repente, la imagen se detuvo. Miré al conductor del trineo y vi un mando en su mano. ¡Madre
mía, pero si hasta tenía mando a distancia! El responsable de mantenimiento había pulsado la
pausa.

– Fíjate en esa cara. Mira la pena en la mirada de tu padre. Pero lo más importante, mira el tiempo
que estuvo hablando. Solo fueron 3 minutos y tú estuviste enfadado el resto de la tarde. ¿Quién
perdió el tiempo en esta ocasión? Y todavía hoy sigues perdiendo el tiempo y culpándole por esos
tres minutos.

Guardé de nuevo la bola en la caja.

– Bueno, él podía haber dejado el teléfono en casa aquel día. – contesté sin intención de darle la
razón.

Lo cierto es que era la primera vez que veía la escena desde otra perspectiva y no quería
reconocer que yo podía tener algo de culpa en el distanciamiento que existía entre nosotros.

– ¿Quieres coger otro recuerdo?

– No, no hace falta.


– Bueno, tal vez sea mejor así, porque ya estamos llegando y no creo que te diese tiempo para ver
otro de los recuerdos de tu No te preocupes, porque pronto podrás despedirte de ellos. Está claro
que piensas que él es el culpable de todo, así que no merece la pena que te esfuerces por él,
¿verdad?

– ¿Y qué hacéis con todas las cajas que tiráis? ¿Toda esta gente se queda sin ilusiones? ¿Cómo
puede permitir Papá Noel eso?

– Oh no, esto es un centro de reciclado de Ilusiones. Cuando los niños no se esfuerzan en


mantener la esperanza y la emoción de sus padres, nosotros reciclamos estos sentimientos
abandonados y les damos un nuevo destino.

Por ejemplo, la caja que hay justo a la derecha de la de tu padre es de una madre que ha perdido
el apoyo de su hija de 6 años. La niña es bastante egoísta y solo quiere que estén pendientes de
ella y que le permitan hacer todo lo que le apetece, pero eso es imposible, así que vamos a
mandar una nueva ilusión a la vida de esta familia. Vamos a llevarles una preciosa hermanita.

– Pero eso hará que la niña se ponga muy celosa…no creo que esa sea la mejor solución – dije
convencido de que no era una buena idea. Hasta llegue a pensar que tanta Navidad les impedía
poner los pies en la tierra para ver la realidad desde otro punto de vista.

– No creas, es el mejor remedio para todos. Esa niña pronto estará emocionada con su hermanita
y todo recuperará su equilibrio. Papá Noel es un crack en estos temas.

– Pues por mí que reciclen la caja de mi padre, a ver si traen un hermanito para que me sustituya.
– dije bastante enfadado.

– No sé, creo que la caja de tú padre tendría otro destino, pero no depende de mí, es el jefe el que
decide a qué centro de reciclaje manda cada caja. A veces, la falta de ilusión es tan grande que
nada, ni siquiera un bebé, puede arreglar el estropicio que se ha creado. En ese caso, hay que
tomar medidas drásticas. Puede que cambien de destino profesional a tú padre. La distancia suele
hacer que añoréis a los que se marcharon y eso suele resetear el sistema de ilusiones de todos.

-Pero yo no quiero que mi padre se marche.


– Bueno, ya te digo que no sé cuál será el destino de esta caja. Mira, ya estamos llegando. Ahora
tengo que concentrarme en el aterrizaje, porque estos renos no llevan piloto automático.

Estaba bastante asustado. Este sueño se estaba empezando a complicar un poco. Eso de tener que
asumir responsabilidades no me gustaba nada y, además, no creía que yo tuviera la culpa de que
mi padre sólo tuviese tiempo para su trabajo.

El trineo comenzó a descender. Me asomé un poco para intentar ver dónde estábamos. Era
precioso. Creía que íbamos a un centro de reciclado cutre, pero aquello era algo mágico.

Los duendes iban en mini trineos eléctricos que les llevaban de un lado a otro. La pista de
aterrizaje estaba marcada por luces navideñas y, al final de la pista, nos esperaban siete camiones,
decorados con motivos navideños, y cada uno de ellos con un cartel donde indicaba su destino de
reciclado.

A lo lejos se veían siete cintas trasportadoras, como las que giran en los aeropuertos con las
maletas de los pasajeros, pero en lugar de maletas, transportaban cajas con las ilusiones de
personas como mi padre.

cuento sobre Navidad

Todo estaba perfectamente organizado, pero a mí lo que más me llamaba la atención eran los
inmensos árboles de Navidad. Estaban por todas partes. Eran tan increíbles como los del edificio
en el que trabajaba mi padre. Todo estaba lleno de luces, guirnaldas y decoraciones navideñas.
Estaba claro que aquel lugar tenía mucho que ver con Papá Noel.

Estaba tan despistado con todo lo que había a mi alrededor, que no me di cuenta de que la caja de
mi padre había desaparecido.

– Eh, oiga, señor, ¿dónde se han llevado la caja de mi padre? Yo no he dicho que se la pudieran
llevar.

El responsable de mantenimiento se había bajado del trineo y estaba hablando con uno de los
duendes, así que no me prestaba atención.
Me bajé del trineo angustiado. Todo esto estaba yendo demasiado lejos. Esa caja no podía llegar a
su destino.

Entonces grité con todas mis fuerzas – ¡señor! ¡Es que no me escucha! ¿Dónde se han llevado la
caja de mi padre? –

Pero nadie parecía darse cuenta de que yo estaba allí.

Justo cuando comenzaba a desesperar y mi mente imaginaba el peor de los destinos posibles para
las ilusiones de mi padre, pude ver uno de esos mini trineos que transportaba la caja de mi padre.

Comencé a correr tras el coche del duende, pero iba muy deprisa y ya me sacaba demasiada
ventaja. Por mucho que corriese, no iba a ser capaz de alcanzar el mini trineo. Empecé a respirar
con fuerza, tenía ganas de echarme a llorar, por mi culpa mi padre iba a perder sus ilusiones.

CAPITULO 3.

Empecé a notar algo de calor sobre mi hombro. Alguien estaba respirando junto a mí con gran
fuerza. Me giré y … ¡Era un reno! ¡Tenía un reno a mi lado que me miraba algo raro! Parecía que
me estaba invitando a subirme a su lomo. Bueno, no tenía nada que perder y si ese reno corría
tanto como lo había hecho con el trineo, estaba seguro de que podría alcanzar la caja de mi padre.
Así que me monte sobre el reno y éste comenzó a galopar a toda velocidad hacia el vehículo del
duende. Parecía que el reno sabía perfectamente a dónde debía dirigirse. Me agarré a su cuello
con fuerza para no caerme.

Llegué en el momento justo y me abalancé sobre el duende para quitarle de las manos la caja.
Pero la caída no fue tan buena como imaginaba y, con la caja entre mis manos, caí sobre la cinta
transportadora.

El duende y el reno me miraban desconcertados, mientras yo continuaba tendido allí. Cuando al


fin el duende intentó echarme una mano, fue demasiado tarde y, tanto la caja como yo, entramos
en el túnel de reciclado.
De repente pensé que, si era un túnel de reciclado, habría alguna máquina que nos aplastaría y
descuartizaría, tal y como había visto en un documental sobre reciclados en el colegio. Cerré los
ojos y comencé a gritar con la esperanza de que alguien parase aquella cinta transportadora. Pero
nada, allí no había nadie y yo seguía moviéndome como si fuese un paquete.

Cuando conseguí reunir el valor suficiente para abrir los ojos, me di cuenta de que estaba en una
sala vacía, blanca, un lugar sin ruido, sin eco, sin nada…estaba en “la nada”.Un cuento sobre la
navidad

Y entonces comprendí que ya estaba comenzando el proceso de reciclado, porque cuando pierdes
tus ilusiones, te quedas sin nada y eso era lo que estaba pasando.

Me senté sobre la cinta que continuaba su camino sobrevolando la sala. Estaba siendo
transportado en el vacío y ese sentimiento me aterraba. Agarré con fuerza la caja de mi padre y
comencé a cantar la canción de los pingüinos que tanto nos gustaba cantar juntos. Pensé que, si
alguien me estaba observando, tal vez me permitirían guardar ese recuerdo, esa ilusión, esa que
era tan solo de nosotros, de mi padre y mía.

Mientras tarareaba la melodía, empecé a sentirme algo mareado. La cinta trasportadora se


convirtió en un túnel que descendía y giraba sin cesar. La cabeza me daba vueltas, pero no podía
dejar de cantar, porque pasase lo que pasase, llegase donde llegase, me había propuesto que ese
recuerdo tenía que seguir intacto.

La caída se fue suavizando hasta llegar a una zona llana. Salí del túnel bastante aturdido. Estaba en
otra sala, pero en esta ocasión no sentía el vacío. La iluminación era muy débil, pero se podía ver
una mesa en el centro. Me acerqué y apoyé la caja, aunque no la solté, pues podía ser una trampa
para quitármela.

Entonces una puerta se abrió y entró un hombrecillo muy pequeño, con cara de enfadado.

– Hola Matthew.

– Hola.

– Así que tú eres el responsable de haber parado mi cadena de reciclaje. ¡No te imaginas la que
tengo liada ahí fuera con todas las cajas que se han amontonado y están taponando la salida!
Pero yo sólo cumplo órdenes. Me manda el responsable de mantenimiento y reciclaje de ilusiones.
Al parecer, él y Papá Noel han estado observándote y han decidido que, aunque has reaccionado
algo tarde, finalmente te has dado cuenta de la importancia de mantener las ilusiones de tú padre.

– ¿Van a dejar que me quede con la caja?

– No exactamente. Verás, te van a dar la oportunidad de elegir un solo recuerdo, una sola bola de
cristal de las ilusiones. Pero debes pensarlo bien, porque tiene que ser la primera, la bola que
comenzó todo este lío. Piénsalo bien. Ah, por cierto, me han dado esta carta para que la leas antes
de elegir. Ellos creen que te puede ayudar a tomar la decisión.

– Gracias señor duende y disculpe las molestias.

El hombrecillo con cara de enfadado dejó la carta sobre la mesa y se marchó dando un fuerte
portazo al cerrar la puerta.

Cogí el sobre y lo abrí. La carta venía firmada por RMR y PN.

Querido Matthew.

Has hecho un gran esfuerzo para llegar hasta aquí. Ahora tienes que tomar una decisión muy
importante que cambiará tu vida y la de tu familia para siempre.

Pero antes, debes sincerarte contigo mismo. Para eso solo te voy a hacer una pregunta, ¿de
verdad crees que tu padre es el único culpable de todas las ilusiones rotas?

Espero que decidas sabiamente.

Atentamente,

RMR y PN
Estaba tan nervioso que no sabía qué hacer. Abrí la caja y allí había al menos veinte bolas de
cristal. Las saqué todas y las coloqué sobre la mesa por orden.

La primera de todas era la del tren y así iban avanzando en el tiempo. Todas reflejaban escenas de
mi vida que podían haber sido maravillosas, pero que se habían visto interrumpidas por una
reunión de mi padre, una llamada, retrasos, etc. La última de todas era la que menos duraba. La
cogí entre mis manos para verla. Era la bola de ese mismo día, el día que mi padre y yo íbamos a ir
al espectáculo de magia, pero mi padre decidió hacer una llamada.

Eso me hizo sentir mal, porque yo no había tenido nada que ver con aquella llamada, sin embargo,
me estaban diciendo que yo también era culpable…no entendía nada.

Por otro lado, aunque no quisiera reconocerlo, sí sentía que tenía mucha culpa por el día del tren.

Estaba seguro de que esas eran las bolas más importantes y que debía elegir entre una de ellas.

Mi recuerdo con los pingüinos era el que más me apetecía salvar. De hecho, me hubiera gustado
regresar a ese día y pedir perdón a mi padre pues, tal y como dijo el responsable de
mantenimiento, solo habían sido tres minutos y yo llevaba echándoselo en cara tres años.

Pero decidí que lo importante no era cuándo empezamos a distanciarnos, sino acortar distancias
ahora que aún estábamos a tiempo. Así que me quedé con la última de nuestras ilusiones juntos,
me quedé con el día de hoy y me propuse sonreír y hacer que mi padre se ilusionase, sin
reprocharle la llamada, sin presionarle. Decidí disfrutar de mi padre.

Con todo mi dolor, solté la bola de los pingüinos y cogí la última de todas.

De repente la sala comenzó a difuminarse, como si estuviese dentro de una pintura de acuarela a
la que acababan de echar un vaso de agua encima.

Agité la cabeza y me encontré con la cara de mi padre.


– Matthew, ¿estás bien hijo? ¿Quieres que nos vayamos a casa? Podemos ir otro día a ver al mago.

Estaba muy cansado. ¿Me había quedado dormido? No podía creer que todo hubiera sido un
sueño. Era muy extraño porque, mientras estuve en el centro de reciclado, pensaba que todo era
un sueño y ahora que había despertado estaba seguro de que todo lo sucedido había sido real.
Despierto o dormido, sólo esperaba haber elegido bien.

Me alegró tanto ver a mi padre, que me abalancé sobre él y le di un abrazo como hacía tiempo no
lo había hecho.

-¿Pero bueno y este súper abrazo? No sé si me lo merezco…o puede que sí me lo merezca…mira


que eres listo…me has pillado el truco de la llamada, ¿verdad?

– ¿Qué truco?

– No te hagas el despistado, por fin he conseguido las entradas que tanto querías.

– Oh, ¿en serio? – contesté sin tener ni idea de lo que me estaba hablando.

– Nos vamos a ver el estreno de la segunda parte de Pingüinos y vamos a conocer al actor que
dobla al protagonista.

Metí mi mano en el bolsillo y pude tocar una bola de cristal. – lo sabía, no había sido un sueño. –
pensé.

Tal vez todo había sucedido mientras dormía, pero había sido un sueño real.

Algo había cambiado, porque podría jurar que no había oído hablar de la segunda parte de la
película de pingüinos…esa era nuestra segunda oportunidad, ¡seguro!
Mi viaje en trineo había debido cambiar bastantes cosas, porque hacía tiempo que mi padre no se
mostraba tan emocionado por nada, pero allí estaba, negociando con alguien para conseguir unas
entradas para un estreno de una peli de niño ¡menudo cambio!

Cuando bajamos a la planta baja, mi padre se acercó a la recepción para recoger un paquete que
le habían dejado a su nombre.

Mientras él estaba allí, me acerqué al precioso árbol de Navidad. Busque la puerta de


mantenimiento, pero había desaparecido.

Me daba pena no haber podido despedirme del responsable de mantenimiento, darle las gracias
por todo, tal vez preguntarle si mi elección había sido acertada, aunque todo apuntaba a que sí.

Mi padre se acercó con la caja que había recibido y nos fuimos al coche a toda prisa para no
perdernos el espectáculo de magia.

– Toma, sujeta esta caja sobre tus piernas. Son las bolas de navidad que tu madre quería y son
muy delicadas. Se las encargué para darle una sorpresa, pero llegaron más tarde de lo que
esperaba y, como ya habéis puesto el árbol en casa, no sé si querréis cambiar toda la decoración.

La tarde transcurrió lenta. Mi padre y yo lo pasamos en grande. Aunque no pudo evitar contestar
alguna llamada, todo fue maravilloso.

Cuando llegamos a casa, mamá nos estaba esperando.

– ¿Cómo ha ido esa función, chicos? Vamos, no omitáis ningún detalle. ¿Era tan bueno el mago
como nos habían dicho?

Mi padre y yo le contamos a mamá lo bien que lo habíamos pasado. Entonces…

– Ah, casi se me olvida. Mira lo que ha traído papá para ti.


Mamá abrió la caja y estaba llena de bolas de navidad exactamente iguales que las burbujas de
ilusiones que yo había protegido en el centro de reciclado.

Llegaron con algo de retraso, pero sabía que os haría ilusión renovar la decoración del árbol.

Un cuento sobre la navidad

Mientras mamá y papá comentaban lo bonitas que eran las bolas y lo delicadas que parecían, cogí
una de la caja, la puse entre mis manos y supe que aquel paquete no había llegado con retraso.
Supe que eran las ilusiones de mi padre. Supe que mi padre y yo habíamos recibido el mejor regalo
de Navidad, habíamos recuperado nuestras ilusiones y mucho, mucho más.

FIN

Autora. Beatriz de las Heras García.

Ilustradora. Alba Pérez España

PREGUNTAS SOBRE UN CUENTO SOBRE LA NAVIDAD. Ilusiones recicladas.

¿Qué dibujó el padre de Mathew en las tortitas del desayuno? ¿Por qué crees que hizo ese dibujo
y no otro?

¿Cómo estaba la gente del edificio de oficinas cuando Matthew salió del cuarto de
mantenimiento? ¿qué escribió y garabateo el padre de Matthew?

¿Qué contienen las cajas que van a reciclar?

¿De quien era el trineo que Matthew se encontró en la sala detrás de las cajas?

Mientras viajaban en el trineo Matthew sacó una de las burbujas de cristal. Explica, con tus propias
palabras y sin copiar, que vio en esa imagen el niño. Comenta qué te parece la escena y si la
reacción de Matthew fue proporcionada o desproporcionada.

¿Qué pensaba Matthew mientras iba en la cinta transportadora con la caja de su padre? ¿Cómo
era la sala por la que se movía la cinta? ¿qué similitud hizo entre la habitación y las ilusiones?

Cuando el protagonista tuvo que elegir una de las ilusiones de la caja ¿con cuál se quedó? ¿por
qué eligió una en concreto?

¿Qué hizo a Matthew darse cuenta de que lo sucedido había sido real? ¿qué cambios notó como
consecuencia de su elección?
¿qué pensó Matthew cuando vio las decoraciones que había comprado su padre?

¿Crees que, en ocasiones, eres igual de exigente que el protagonista con tus padres? ¿y con tus
amigos?

También podría gustarte